232 PANDEMÓNIUM cional, y al propio tiempo, qué voluntad tan poderosa! El antiguo mundo no contemplo jamás, después de la desaparición del estoicismo, más ilustre personificación de una idea. Las religiones positivas no contaron nunca en su historia más digno sacerdote. Negra noche había caído sobre el horizonte de los pueblos y, en aquella inmensa sombra, aparece un astro brillantísimo. Detengámonos á contemplarle. No viene á anunciar la guerra, sino la paz y la concordia; no viene á quemar con su fuego, sino á alumbrar con su luz; no esparce su claridad por este viejo mundo, indigno de poseerla, sino que la extiende hacia la tierra virgen surgida, como la diosa, de las espumas del Océano. El astro que guió á los Magos hacia la cuna de un niño, no fué tan benéfico. Detengámonos, sí, á contemplarle: es un meteoro que pasa, y brilla, y muere fugazmente: perdida su luz, terminado su curso, cumplido su destino, se oculta á la vista para no volver nunca; y sin embargo, allá en el cielo de América hay nubes que conservan su huella: el cielo de la civilización por donde ha pasado, conserva aún efluvios por él esparcidos. Los grandes genios, ha dicho Laurent, no están por encima de los demás hombres sino porque tienen mayores deberes que cumplir. Las Casas cumplió los suyos. Hombre de no vulgares virtudes, hidalgo, no por su cuna, sino por sus hechos, sagaz en el conocimiento de sus contemporáneos, sano en el acuerdo y pronto en la ejecución, su agudo ingenio, la sanidad de su doctrina y otras prendas que atesoraba, no muy en moda en su épo- ANTONIO CORTÓN ¿6 o le hubiesen abierto en la corte de la «Gran Reina» el fácil camino que conduce á la privanza. Quizá á haber influido en su espíritu la estrechez de miras, crónica dolencia de la clase sacerdotal de aquella época, hubiera ido con criminal egoísmo á esconder su ingenio y su virtud en la soledad de un monasterio. Mas imposible que asi fuese: el. genio de Las Casas necesitaba para desplegar sus alas la atmósfera caliginosa de los combates: hombre extraordinario, buscaba lo extraordinario como una armonía, en la naturaleza y en la vida, y el nuevo continente le ofrecía un teatro en que ostentar sus facultades; por eso le vemos correr tras la intrépida huella de Colón; por eso le vemos desafiar la cólera de los elementos y aventurarse confiadamente en las inmensas soledades abrasadas por el sol de los matrópicos, para alzar en medio de la guerra y la el últitanza el lábaro de paz que había de ofrecer moría, en holoinocente que la raza á mo consuelo su gratitud causto al progreso, llevando á la muerte al sacerdote y su protesta interior contra su injusto ca, destino vulgaríCorre como axioma una preocupación vea en quien engáñase sima que importa destruir: catolicismo; obra del Casas la la obra del Padre Las el mayor timbre de su glorioso apostolado, consiste principalmente en haberse hecho superior a su siglo misión y á su religión. Sin poner en tela de juicio la respeto á América, el civilizadora del catolicismo en la de la verdad histórica exige decir que el defensor libertad indiana no obró nunca á impulsos de una inspiración religiosa, sino á impulsos de su noble 234 PANDEMÓNIUM alma, mal enojada con la suerte de sus protegidos. Las ideas de Las Casas no son las de la Iglesia romana. Quien crea infundado este aserto, consulte su tratado De único vocationis modo, que parece caído de la pluma de Rousseau; al leer ese libroasombroso y desconocido, maravilla ver á un sacerdote cristiano que en el siglo XV,y á la faz del orbe católico, defiende la libertad de conciencia y en sus disputas teológicas y en sus polémicas sobre moral, habla y escribe cual si perteneciera á nuestras modernas escuelas filosóficas: es, pues, incomprensible el error en que incurre su ilustre biógrafo Quintana, al querer disculparle por «su intolerancia escolástica y religiosa,» que juzga «achaque de su tiempo.» Las ideas del obispo de Chiapa no son las de su siglo, y sin pecar de visionarios casi podríamos ver en este hombre singularísimo á un profeta de la democracia. Y es que las ideas no son patrimonio de ningún siglo, ni de generación alguna: las ideas son eternas y nacen y se reproducen y se completan en la sucesión de los siglos; por eso antes de Jesús aparece Budha; antes de Sócrates, Lao Tseu; antes de Lutero, Arrío. Publicistas de primer rango, á cuya frente se halla el erudito Quintana, motejan al Padre Las Casas de escritor medianísimo. Este dictamen ha alcanzado mucho séquito. Ciertamente que los adoradores de la forma, los entusiastas á esa hinchada greguería, tan en moda al presente, no encontrarán en las numerosas obras del obispo Chiapense, los vuelos de la fantasía, ni los oropeles del lenguaje; pero si se atiende al fondo, á la idea, al contenido de los escritos, en los del Padre Las Casas, no se ANTONIO CORTÓN 235 sabe qué exaltar más: si la fuerza del raciocinio que todo lo destruye, ó la sencilla ingenuidad eon que expone su doctrina. Se dice, y quizá con buen acuerdo, que en su obra titulada La destrucción de las Indias, aguijado por un exceso de celo, disculpable siempre, se deja arrastrar de la exageración, abultando los males de la raza indiana y haciendo subir á diez millones la cifra de los indios sacrificados en el ara santa del catolicismo. No conozco esta obra, pero algún aire de exageración tendrá ella, cuando el mismo Voltaire pone en entredicho la veracidad del prelado. Como quiera que sea, los escritos del Padre Las Casas, si bien incorrectos y desaliñados en la forma, han sido por la historia acogidos como documentos de probidad y buen sentido. Es imposible leer sin emocionarse aquellos párrafos de su Historia general, en que después ele formular su juicio acerca del famoso Requerimiento que por aquella sazón hizose á los indios, defiende con sosegadas razones la libertad de conciencia, condenando el inicuo abuso, domiciliado en América, de difundir por medio de la violencia la fe católica. Diríase que el virtuoso Prelado, bien que católico ferviente y sincero, allá en su fuero interno creía en la solidaridad de todos los sistemas religiosos, que con diferencia en los medios é identidad en el fin, contribuyen por uno ú otro camino al perfeccionamiento moral del espíritu humano. Dura lección para esas insensatas gentes que á nombre de una religión de paz y de concordia, hacen de la intolerancia un dogma y suspiran por la restauración del Santo Oficio. 236 PANDEMÓNIUM ¿Fué tan feliz Las Casas, en sus propósitos, que desmintiendo la ley común de la humana fragilidad, merezca sólo de la historia entusiasta aplauso por lo que hizo, y no amarga censura por lo que dejó de hacer? El gran Quintana, por hacer pompa de imparcialidad, á vuelta de grandes elogios, dase a escudriñar los defectos de su héroe, hallándolos en la irascibilidad y vehemencia de su carácter. ¡Fútil nimiedad! La estrecha cuenta que la historia tiene derecho a exigir á este varón insigne, no debe fundarse en las genialidades más ó menos disculpables del hombre privado, que nunca proyectaron sombra en los actos de su vida pública. La ignorancia y ceguedad de los primeros pobladores, cuyo propósito sólo a satisfacer la codicia se encaminaba, dejó pasar inadvertida en los imperios de Moctezuma y Atahualpa una civilización relativamente avanzada: la antigua historia del Continente, escrita en los geroglificos, las costumbres, leyes, idiomas, instituciones, ritos y creencias del pueblo indiano, su origen y relaciones con el Asia en los tiempos prehistóricos, todo esto unido á los múltiples problemas que el descubrimiento trajo consigo, se ocultó en la tenebrosa obscuridad del siglo XV.El Padre Las Casas, no contribuyó á disipar aquella inmensa sombra. He aquí su falta; empero, si se atiende á lo fatigoso del deber que voluntariamente se impuso, y á las asperezas que para cumplirle halló en su camino, ¿puede lícitamente el siglo XIX escatimarle el aplauso ó poner tachas á su piadosa empresa? El viejo mundo no pudo enviar al nuevo repre- ANTONIO CORTÓN 237 sentación más augusta: así como en el mundo planetario existe la misteriosa conjunción de dos as- así en el mundo de la historia brilla á las veces la unión de dos almas, hermanas gemelas, que parecen evocadas por la naturaleza para unirse v completarse mutuamente en la realización de un gran designio. Colón y Las Casas, son dos figutros, ras de un mismo cuadro, una en la luz, otra en la sombra, pero ambas igualmente grandes á los ojos la de la posteridad. Colón, con la fe en el alma, frente, la en energía en la voluntad y la calentura á impulsos de un fanatismo religioso, juzgándose enviado por Dios para anunciar á la Europa la buena nueva de un más allá desconocido, tiene algo de visionario en su naturaleza y se asemeja á los héroes de las antiguas leyendas germánicas. Las Casas, por el contrario, á las abstracsenciones de la razón especulativa, reúne un gran de las experiencia tido práctico y una profunda las nubes realidades de vida, y sin mecerse en como de un ideal imposible, acepta la existencia Consaun combate y la muerte como un triunfo. grase el primero á su obra, no tanto por alcanzar el predominio de su admirable idea, cuanto por nombre, mienasistir él mismo á la apoteosis de su personalidad propia su tras el segundo, sacrificando religión de aquella por impuesto en aras del deber que es sectario v sacerdote, cumple su modesta mundo sin pero noble misión en la escena del esperar ni pretender acaso que su nombre pudiese diónunca salvar los estrechos límites de su obscura transición, época de cesis. Viviendo ambos en una moviéndose ía 238 PANDEMÓNIUM entre dos crepúsculos, contemplando desde el linde de dos centurias el espectáculo de una metamorfosis incesante, llevan ambos en sus caracteres algo de lo indefinido de su época. Maese Cristóbal, á bordo de su caravela, aventurero, místico, delirante, fanático, arrostrando como los antiguos cruzados la tempes- tad de los mares yla tempestad de las pasiones, es un hijo de la Edad Media arrastrado por la fortuna fuera de su círculo de acción; y el Padre Las Casas, quizá menos religioso que Colón, difundiendo con la palabra y el ejemplo la moral cristiana, tal como la enseñó y practicó, á orillas del lago Tiberiades, el hijo de María, es uno de esos obscuros misioneros de nuestra edad moderna que viven, y luchan, y mueren por su fe en la soledad de los desiertos. Si Colón no hubiese vivido, el Nuevo Mundo hubiérase siempre descubierto: habriase resuelto el problema con un cambio de fecha y de nombre; pero si no hubiese vivido el obispo de Chiapa, ¡cuan sangriento hubiera sido el drama de la conquista y cuan menguada la condición de aquella, raza sin fortuna que le contó siempre entre sus amigos y bienhechores! Fray Bartolomé de Las Casas pertenece exclusivamente al mundo americano. Funde en buen hora la caduca Europa su orgullo y su blasón en la memoria de sus Césares y sus conquistadores, mengua y oprobio de la humana especie; que el mundo de Colón, no menos grande por sus recuerdos que por sus esperanzas, tiene sobrada dicha en sustraer del olvido el nombre de ese obscuro misionero, cuyo nombre no viene acompañado del ruido de la tempestad, ni del fulgor del incendio. La patria no es ANTONIO CORTÓN 239 el terruño donde por un capricho del acaso, se nace; la patria la forman las costumbres, las ideas, los sentimientos. Las Casas, aunque nacido en Sevilla yeducado en Salamanca, pertenece á América: allí pasó muy mozo; allí vivió la mayor serie de sus días; allí alcanzó los más altos puestos de la jerarquía eclesiástica; allí pensó, escribió y desarrolló su prodigiosa actividad, llevando al cabo el más alto ministerio que puede ser encomendado al hombre en la tierra. Las Casas pertenece á América por sus ideas, por sus sentimientos, por sus costumbres; por eso hemos incluido su ilustre nombre el primero entre los nombres célebres del Nuevo Mundo. El viajero que hoy cruza los inexplorados bosques de ambas Américas, suele hallar á su paso, como sombras errantes que rasgan su sudario y surgen de su tumba de cuatro siglos, algunas tribus indígenas supervivientes á la maldición de la conquista: sin patria, sin hogar y sin fortuna, cuando en sus noches lúgubres evoquen la tradición y recuerden la historia de lágrimas transmitida por sus abuelos, recordarán que allá, en tiempo inmemorial, un pobre sacerdote atravesó los mares, no en pos' de la riqueza, sino de las fatigas, para defenderlos á ellos, tristes seres abandonados de sus Dioses: recordarán que este hombre solitario en medio de los desiertos, amó la justicia y aborreció la iniquidad, consagrando todos los momentos de su vida la y todas las fuerzas de su alma á la práctica de se Genio signos del virtud: recordarán que todos los la lucha calor de hallaban en él: alma templada al y avizorada en la experiencia de los negocios hu- 240 PANDEMONIUM manos: voluntad nunca domeñada por el rigor de la fortuna, y perseverancia y fe en la idea, aun en medio de las decepciones: incorruptible moralidad que se manifiesta en los más íntimos detalles de su vida privada y en la cual libra su derecho para alzarse como juez inexorable entre los victimarios y las víctimas: inteligencia libre que se eleva más allá de su estragado tiempo y que le hace protestar contra las sutilezas escolásticas y contra los sofismas de Aristóteles que disculpan y aprueban la esclavitud: amor profundísimo á su patria que se divisa por entre los embozos del amor á «su América:» espíritu rebelde al yugo de las preocupaciones, contra las cuales lucha hasta salir vencedor ó vencido, pero siempre envuelto en su bandera, y sobre todas estas cualidades á las que se reúnen la caridad, la abnegación y el desinterés, no muy en boga en su época, un perpetuo abandono y sacrificio de sí mismo, de su dicha, de su fortuna, de su porvenir, de su nom- ANTONIO CORTÓN 241 TOUSSAINT b'OUVERTURE. Al dar comienzo al presente estudio biográfico, una serie no interrumpida de dificultades se ofrece ámi vista. Toussaint, individuo el más ilustre de una raza malconocida y peor juzgada, no pertenece á aquel corto número de hombres cuya gloria, umversalmente sancionada, no admite distingos ni excepción alguna. Muy alrevés de esto, encargado de la defensa de intereses altísimos cometidos á su cuidado, dirigiendo sus pasos al bien y su inteligencia á la justicia, héroe transitorio que aparece para ocultarse en breve, entre el estrépito de una revolución, en el cuadro de su vida ven unos negras tintas donde ven otros simpáticos colores, y tal rasgo habrá en eUa, que sea, á un tiempo mismo, motivo de desabrimiento para los unos, y de asombro y maravilla para los otros. De aquí la difícilsituación del 242 PANDEMÓNIUM biógrafo, que con exaltada devoción á la verdad y sin acostarse á la opinión parcial de los amigos ó de los adversarios ni tener otro impulso que el de aunar las voluntades en favor del héroe cuyas hazañas expone, debe, empero, con moderada razón, examinar cuestiones aún palpitantes, problemas aún insoluoles, hechos coetáneos y á las veces dudosos, y sobre los cuales está sin recaer el fallo definitivo de la historia Esta dificultad sube de punto al considerar que Toussaint, á semejanza de muchos grandes hombres,. no dejó nada escrito y apenas se conserva, de él alguna frase aislada. Las bibliotecas y archivos públicos á donde hemos acudido en solicitud de noticias y documentos auténticos que comprueben este relato, nada encierran que diga relación con los sucesos de Santo Domingo, y aun el mismo Thiers hace de ellos caso omiso en su Historia del Consulado y del Imperio. Esta omisión es hasta cierto punto disculpable; en aquella época de universal renovación, deestremecimiento y sobresalto, cuando la Europa, largo tiempo espectadora del drama más portentosode la edad moderna, da momentánea tregua á susinquietudes para convertir luego los ojos hacia el Gran Capitán, que hizo esclava á la fortuna, paseando sus triunfadoras águilas por la mitad del planeta,, ¡quién ha de distraer el ánimo de esta grandiosa epopeya para dirigirlo á una isla del Atlántico,. donde 500,000 parias, acaudillados por un pobre negro, digno émulo de Espartaco, diezmados, hambrientos, desnudos, sin más armas que las de la justicia, sin más fuerza que la del derecho, reclaman ANTONIO CORTÓN -14' e> f \u25a0j el que la Convención les otorgara y en gigantesca rayana de hecatombe, obtienen como coronamiento y galardón de sus afanes, la prez de la vic- lucha, toria! Allá por los años de 1791, cuando la revolución francesa, después de poner mano en todos los problemas sociales, religiosos y politicos, deteniéndose á en presencia de la cuestión esclavista, interrogó medio por manifestándose la opinión pública, y ésta dio su del libro, la tribuna y la prensa periódica,colonial; la esclavitud fallo v su anatema contra Italia, y cuando Klarson en Inglaterra, Cosroe en Pezll en Alemania, apóstoles de su idea, alzaban una voz simpática en defensa de ia solución aboCondorcet, licionista v Raynal, Brissot, Gregoire, Lafavette, "sirviendo los designios del famoso club Massiac, formaban en París sociedad filantrópica frande amigos de los negros, enviando á las colonias grandes los salvador, cesas como un Evangelio enprincipios que la revolución había conquistado, la que conociendo legislativa, tonces la Asamblea era lleoprimida raza hora del desagravio para una gada, en una de sus sesiones más solemnes, el 15 de Mayo de 1791, promulgó el decreto que declaque raba á los hombres de color igualmente aptos los blancos para la participación de los derechos civiles y políticos. El decreto comenzaba en estos nacidos litérminos- «Todos los ciudadanos franceses glorioso! El presi¡Día bres son iguales ante la ley.» 244 PANDEMONIUM dente v los representantes del pueblo, dieron á dosdiputados mulatos el ósculo fraternal. Danton, alborozado y conmovido, grito en la tribuna: «¡Lanzamos la libertad á las colonias! ¡Hoy ha muerto In- glaterra!» Dant-on se engañaba. Aquellas reformas que la Francia libre, cual generosa madre, enviaba á sus colonias, habían de ser germen de discordias en el suelo de los trópicos, no preparado para recibirlas. La Guadalupe, amotinada bajo la dirección del mulato Pelayo; la rebelión de los esclavos de Haití, acaudillados por el sanguinario Bouchmán; el trágico fin del mártir Ogé á quien la Asamblea delegó para llevar su decreto á Santo Domingo y cuyo bárbaro suplicio de tantas turbulencias fué presagio, todo esto señaló una vez más á los ojos de la Europa ese hondo abismo existente entre la filosofía que proclama los principios y la política que ios pone en práctica; abismo que se torna sangriento cuando en un arranque de impaciencia ó en un momento de delirio se intenta precipitar las evoluciones lentas y graduales á que todo está sujeto en la naturaleza y en la vida. Ejemplo asaz triste de esta verdad, fué en aquella sazón la colonia francesa de Santo Domingo; esta isla, la más deliciosa y fértil de las del Nuevo Mundo, había de ser á un mismo tiempo la más desgraciada. Dividida, como botín de guerra, entre dos naciones distintas, si bien aunadas por idéntica política, y poblada por dos razas, la europea y la africana, que la tiranía de las preocupaciones hacía irreconciliables entre sí, y entre las cuales fluctua- ANTONIO CORTÓN \u25a0~i ba una tercera raza intermedia, la mulata, compuesta en su mayoría de libertos que, careciendo de derechos civiles y políticos, despreciada de los blancos, malquista de los negros, sufría la saña de éstos, sin conseguir el beneplácito de aquellos, y aguardaba en silencio la hora de la venganza. En la parte oriental, de la isla, el altivo y corajudo español, celoso de su preponderancia en la tierra que había descubierto y conquistado, obedeciendo á causas que no se comprenden, soplaba la llama de la sedición, mientras el inglés, situado en Jamaica á la expectativa, preparaba, con maquiavelismo odioso, 4.000 hombres al mando de Abaitland, para sorprender la colonia, al paso que difundía en las cabanas, en los ingenios de azúcar y en los cafetales, proclamas subversivas. Allá en la parte occidental de la isla, en el territorio francés, gobernado por el débil Blanchclande, el Cabo y PuertoPríncipe disputándose un predominio aparente; dos partidos, el realista y el independiente, que á las veces se convertían en facciones, sin prestigio, sin influencia y sin objeto, y como lógica consecuencia de este antagonismo, dos asambleas rivales, sin más armas que la intriga y sin más impulso que la concupiscencia; una aristocracia de plantadores, ruin, afeminada y despótica, fundada en el color de la piel y asida, como el náufrago á la roca, á sus antiguos privilegios; los mulatos libres, eslabones que enlazaban la cadena de la servidumbre á la del despotismo, refugiados en las montañas después del suplicio de Ogé y Lacombe y aguardando allí, como en un monte Aventino, la señal de la lucha; el Es- 246 PANDEMÓNIUM tado en convulsión, la autoridad escarnecida, el derecho violado, la sedición llevando sus teas incendiarias desde el Doudón hasta el Acul, y en medio de este horrible choque de pasiones y de intereses, 500.000 esclavos extendiéndose como una mancha negra sobre aquella misma tierra donde tres siglos antes había ejercido el Padre Las Casas su apostolado de amor y de misericordia. Nadie se maraville de los horrendos desastres ele Santo Domingo. Elincendio tiene á veces su lógicaGuando las fuerzas sociales se desequilibran, viene como resultante la revolución; y la de Santo Do- mingo fué una consecuencia de la toma de la Bastilla: de aquí que la Asamblea francesa, al llegar á la metrópoli la fama ele los disturbios de la colonia, y de la resistencia que, allende el Atlántico, se oponía á las reformas liberales, se convirtiese en órgano dé la revolución, aplaudiendo aquel elocuente apostrofe de Barnave: ¡Sálvense los principios y perezcan las colonias! ¡Idea absurda y funesta! La ciencia política, ayudada por las lecciones de la historia, debe, si no traiciona sus fines, concertar los diferentes poderes, señalando á cada uno su esfera y su límite, atender á todas las palpitaciones de la vida de los pueblos, á las exigencias de arriba y á los murmullos de abajo, buscando siempre la transacción posible entre el ideal y la realidad, y sosteniendo el fiel de la balanza entre los encontrados intereses, para hallar de tal guisa una manera altísima de salvar los principios, salvando de consuno las colonias. Platón, el filósofo del ideal, hubiese tal vez prohijado la frase de Barnave; la humanidad ANTONIO CORTÓN 1;4' i moderna la rechaza y la condena, repitiendo, para -explicar ciertas revoluciones, aquellas palabras de Lamartine: «El derecho es la más peligrosa de las .armas. ¡Ay del que la deja á sus enemigos!» Omitamos, en honor de la especie humana, las -escenas de sangre y fuego que se prolongaron en Santo Domingo desde 1791 á 1794, fecha en que la Convención declaró abolida la esclavitud, como un recurso extremo, si tardío, para embotar el rencor -de los negros, cebado con tantas violencias. Empero la esclavitud, abolida en principio, subsistía de hecho, v los decretos de la Convención pisoteados eran por las Asambleas de la Colonia. Precisaba que .así fuese; la República francesa atravesaba entonces .su período álgido: en el interior, el reinado del te, rror, la guillotina, la Vendeé, el federalismo, la lucha entre la Convención y el municipio de París, las saturnales sangrientas del 14 de Julio, del 6 de Octubre, del 10 de Agosto y del 2 de Septiembre: en el exterior las conferencias de Pilnitz, las jornadas de Jemmapes y Fleurus, la Europa, como un solo enemigo, coaligada contra la Francia. No era sazón •oportuna para poner la mira en la cuestión esclavista, ni para curarse de los intereses coloniales. Demás de esto, en aquella etapa de grandes con-quistas para el espíritu humano, no era, sin embargo, como en los tiempos coetáneos, la abolición ele la esclavitud un dogma de fe de las escuelas liberales. En el último tercio del siglo XIX,¿cuál será la conciencia menguada y ruin que no se rebele, que no formule cien protestas contra la injusticia histórica de la servidumbre? La Convención francesa 248 PANDEMÓNIUM aceptó la teoría abolicionista, pero tembló sus consecuencias, deteniéndose asustada ante su propia obra. Y no podía menos de ser así: la Revolución francesa era la filosofía de Rousseau en acción; y el filósofo de la democracia ideal había tenido una gran equivocación; examinando las condiciones en que la libertad realizarse puede, al contemplar á la Grecia libre con esclavos, había dicho: ¡Cómo! ¡La libertad no se mantiene más que con el apoyo de la servidumbre! ¡Tcd vez! Y de esta alucinación del maestro arrancó el error de sus discípulos; por eso Santonax y Polverex, feroces jacobinos, que en la metrópoli llegaban hasta el regicidio por salvar la libertad, desembarcaban en Santo Domingo con 6.000 hombres para sostener la esclavitud; por eso las tentativas del club Massiac, que por la causa de los siervos combatió tan de continuo, estrellábanse ante la desdeñosa indiferencia del partido revolucionario, que en la embriaguez de sus victorias olvidaba, al parecer, que aquella raza africana, al reclamar sus derechos naturales, hacíalo en virtud de un derecho canonizado por la revolución y con la fuerza de aquellos mismos principios que laFrancia regenerada había generosamente esparcido por los cuatro extremos de la tierra (1). ¡Error de los errores! Merece apuntarse, aunque de soslayo, una^ ciral parecer anómala, dada la significación délos partidos que jugaban en el drama de la revolución. La fracción girondina, que como es sabido, patrocinaba en el campo de la República las ideas moderadas, sostuvo y defendió siempre, en todos los terrenos, la abolición de la esclavitud, como principio incontrovertible, al paso que la (1) cunstancia, ANTONIO CORTÓN 249 Mientras la madre patria, convertida en madrastra sembraba con sus ejércitos la desolación yla muerte en aquellos territorios humedecidos aún con la sangre de tantos mártires, allá entre la espesura de los vírgenes bosques, á la falda de las montañas que guardan en sus ecos el himno de gracias de Colón, en medio de salvaje y briosa naturaleza, en presencia ele la inmensidad del cielo y de la inmensidad del Océano, educado, por la soledad, maestra de los fuertes, formábase y crecía lentamente el hombre que había, alguna vez de exigir reparación á nombre de su oprimida raza: figura simpática y humilde que la ha de verter la única luz en el sombrío cuadro de L'Ouverture. Toussaint personifica: revolución que al ocuparse en Montaña con ser la fracción más avanzada, tibieza y una vacilación ios asuntos coloniales, mostró una que el idealismo político que sólo se exDlica considerando parte, pone á las veces una venda en los ojos. Por otra .quién no recuerda el afán con que los partidos extremos imitaban á la antigüedad? Imitábanse las virtudes y los conocieron vicios de las Repúblicas antiguas, que jamas la verdadera libertad, v la esclavitud, gangrena de aqueclasica, cosa llas sociedades, parecía, como institución _ justa v aceptable á los filántropos modernos. El historiador Cantó pone en boca *de Bres.x consejero de Estado, las siguientes palabras: La libertad de Homa nosotros, ios rese rodeaba de esclavos; más piadosa entre añade filantropía «¡Magnifica lejanas.» lean á tierras padecimientos!» no ver los con que Cantú se contenta 250 PANDEMÓNIUM ¿Quién era este hombre? ¿Cómo pasó los primeros años de su vida? ¿En qué escuela aprendió las artes de la paz y ele la guerra? ¿Quién infundió en su alma, espejo del cielo, la caridad, el amor, el delirio, la energía, la perseverancia? La historia no responde á estas interrogaciones. La historia, que al registrar los hechos de los Césares, desciende á torpes minuciosidades, diciénclonos que á su paso por Milán, el emperador Napoleón dignóse de admitir en su lecho de amor á una belleza italiana (1), no había de detenerse en la ergástula de un pobre esclavo, para contemplar todo el oprobio de la servidumbre. Y, sin embargo, este negro, (si vale la elocución) de pura sangre, tenía genio. Su vida humilde, pero noble, no es sólo una protesta contra los tiranos de su raza, es también una enseñanza para esa exigua grey que cree ó afecta creer en la inferioridad del negro con relación al blanco. Pero ante el tribunal ele la historia no es circunstancia agravante la color de la piel. Ante el tribunal de la historia, aquellas razas, cualesquiera que sean, obtendrán más favorable sentencia, que con mayor ardimiento hayan contribuido á la realización de la libertad acá en la tierra y al cumplimiento de esa eterna y fundamental ley de la vida: la ley del progreso. (1) Chateaubriand. —Memorias postumas ANTONIO CORTÓN 2, ;5 1 Toussaint nació esclavo en una hacienda de Santo Domingo: vagas tradiciones suenan que su padre, jefe de varias tribus del África, administraba justicia en el dintel de su tienda, bebiendo, á cada sentencia que dictaba, una copa de vino de palmas, según usanza del país, cuando alevosos piratas le arrebataron á su patria y familia, conduciéndole entre cadenas, á las mazmorras de Santo Domingo. Toussaint era, pues, descendiente de una familia real africana. Por tal causa explícanse algunos el ascendiente que tuvo entre los suyos y que más que á esto debe de atribuirse á la superioridad de sus dotes. Realmente Toussaint fué él solo artífice de su destino. Subiendo gradualmente desde los oficios más ruines hasta los más nobles, y siendo sucesivamente bracero, postillón y curandero, recabó por sí propio y sin ayuda extraña, la libertad que había de dar más tarde á sus hermanos de infortunio; y cuanclo las primeras nubes, precursoras ele la tempestad, se agruparon sobre el horizonte, su primer cuidado fué poner á sus antiguos amos en salvamento, noble ejemplo que en aquella sazón imitaron todos los esclavos de la colonia. Idólatra, como todos los grandes hombres, de la naturaleza, en cuya contemplación ensanchó su espíritu, abriéndolo á las emociones religiosas, bien pronto supo las cualidades de las plantas, y menos por ciencia que por instinto, ejerció la medicina, acompañando, en calidad de médico, al ejército ele Francia. Sus primeros pasos en la vida son benéficos: también lo serán los últimos Un esclavo anciano le enseñó á leer: entonces u E^ >2 PANDEMÓNIUM pudo contemplar un mundo para él desconocido: la filosofía, las ciencias exactas, la historia, la política, la guerra; todos los problemas, todas las utopias, todos los trabajos del pensamiento humano en el decurso de los tiempos, aparecieron á su vista, como una perspectiva de otras regiones, en las que él, pobre paria, había sido extranjero. Quien sin haber oído mentar nunca el nombre de Toussaint deseare conocer de antemano su entidad política, con sólo tomar nota de los libros que leía, pudiera satisfacer su deseo. Plutarco, Epitecto, Raynal eran sus autores favoritos. Ellibro crea al hombre. Plutarco, esa guia de las almas predestinadas para la gloria, le mostró, como un dechado que imitar, las vidas de los grandes capitanes y de los grandes repúblicos de las edades heroicas. Epitecto, el gran estoico, también esclavo, sembrando en su alma los gérmenes de una moral pura, le dio aquella braveza que tanto había menester en la lucha de su vida y en elholocausto de su muerte. Raynal, con sus vértigos, con su fanatismo generoso, con su locura sublime, le hizo sentir esas aspiraciones á un ideal indefinido que siempre se persigue y que nunca llega. Estas lecturas formaron su alma. Los discursos de Brissot y Gregoire en pro de la causa abolicionista, las obras filosóficas de Condorcet, las proclamas y manifiestos de la sociedad de amigos de los negros llovían por entonces sobre la colonia. Toussaint, oyó hablar de los derechos naturales del hombre. Desde la soledad de sus bosques nativos, observando fríamente la tempestad que se desencadenaba sobre la vieja Europa, pensó en su raza, en sus dolores, en sus torturas; y él, que tenía mucho ANTONIO CORTÓN 2 ,-m de religioso y algo de místico, tal vez se persuadió á que la Providencia, en quien adoraba y creía, le designaba para guiar á su pueblo hacia la tierra de promisión, dando la existencia moral á una gran parte de la especie humana. El siglo XVIIIllegaba á su ocaso. La fracción girondina, al desaparecer en el cadalso, se llevó consigo el verdadero espíritu de la revolución y la postrera esperanza de los negros. Larevolución se rinde al cansancio, y Napoleón medita en la sombra el crimen de 18 Brumario. En Santo Domingo continúa cada vez más encarnizada la guerra servil. La rivalidad del negro y mulato, siempre recrudecida: el odio de los blancos buscando nuevos pretextos para restituir las cadenas á los siervos ya emancipados: españoles é ingleses aprovechando la común discordia para enseñorearse del territorio. En esta situación, los negros aclaman por jefe á Toussaint; éste acepta el mando y atrae junto á sí á dos hombres esforzados: Desalines, que luego había de ser emperador de Haiti, y Cristóbal, que había de ser rey más tarde. Toussaint conserva la dirección suprema: conocedor del terreno, delantero en el peligro, rápido en el ataque, reuniendo la estrategia al valor y éste á la clemencia, nunca lucha sino para vencer y nunca vence sino para perdonar. Destroza al español, pone en respeto á los mulatos, obliga al general inglés Maitland á retirarse, roto y maltrecho, á Jamaica, y cuando una vez la infantería francesa se alza en son ele rebeldía contra el general Laveaux y le encierra, cargado de grillos, en hedionda cárcel, Toussaint, combate y derrota al ejército francés, abriendo las prisiones de 254 PANDEMÓNIUM Laveaux, que agradecidole nombra su lugar-teniente > De allí á poco, Santonax le nombra general en jefe. Toussaint, en el colmo de su pujanza, exclama entonces: «Yo soy el Bonaparte de Santo Domingo,» y al dirigirse en carta al primer cónsul, le dice: «El primero de los negros, al primero de los blancos.» Importa consignar un hecho. Toussaint no aspiró nunca á sustraerse del dominio metropolitano. Hombre previsor y de buen sentido, comprendía como Washington y Bolívar, la tremenda responsabilidad impuesta á aquellos que convierten una colonia en estado independiente. Admirador sincero del primer cónsul, su único anhelo era vivir y morir como un hombre libre bajo las gloriosas banderas de la antigua Galia, y si luego, al andar del tiempo, la vicisitud de la política ó más bien la ceguedad del primer cónsul, pusiéronle en el estrecho de romper todos los lazos con la metrópoli, culpa no fué suya, sino de la fatalidad de los sucesos. La libertad es el más fuerte lazo de unión entre las colonias y la metrópoli. La historia de los establecimientos coloniales de América encierra lección elocuentísima: las colonias inglesas de la América del Norte, al par de las posesiones españolas de la América del Sud, al alzarse en armas contra sus respectivas metrópolis, sólo pedían la libertad y no la independencia, que sólo fué aceptada, á la postre, como un recurso desesperado y extremo. El árbol de la tiranía sólo produce frutos de maldición. Cuando Napoleón, en su cárcel de Santa Elena, lanzó una mirada imparcial, tranquila y cuasi postuma sobre los sucesos en que había to- ANTONIO CORTÓN 255 mado parte, anticipándose al juicio de la historia, escribió estas líneas: «Me arrepiento de la empresa contra la colonia de Santo Domingo: fué un grave error querer someterla á la fuerza: debí contentarme con gobernarla por medio de Toussaint.» Al subir Bonaparte al consulado en 1799, encrespábanse cada vez más los asuntos de la colonia. El general Hédouville, comisario nombrado por el Directorio, ejerce jurisdicción sobre la parte Sud de la isla, mientras en el Norte, Toussaint L' Ouverture, á la cabeza de los negros, reúne la autoridad civil v militar. Entre dos gobiernos tan antagónicos, el conflicto era inevitable y la ruptura lógica. Se ignoran las causas del rompimiento. Napoleón, al tejer en Santa Elena la historia de estos sucesos, asegura que Toussaint desconoció la autoridad de Hédouville, cubriéndole de ultrajes y dando la mano á las negociaciones con Inglaterra, Pero esto no es exacto. Toussaint recorrió todas las fases de su varia fortuna, sin perder nunca la compostura de ánimo. Por otra parte, ¿la afianza con el inglés habría de beneficiar la causa de los negros? Toussaint tenía sobrada previsión para no caer en tan pérfidas redes. Mas Bonaparte, creía ver^ doquiera la importuna sombra de Albión. Es lo cierto que Hédouville, hombre inculto y temoso, ve esca- 256 PANDEMÓNIUM parse su prestigio y se restituye á Francia, no sin dar antes, por odio á Toussaint, el imprudente paso de transmitir su autoridad á Rigaud, jefe de los mulatos y rival de Toussaint. Era este Rigaud hombre de inteligencia y arrojo, aunque solapado y artero; discípulo de Biasou y cual él sanguinario y vengativo, había sido jefe de los mulatos sublevados en los Cayos por el año de 1789. Toussaint decía de él: «Conozco á Rigaud: abandona las bridas cuando va al galope, y muestra el brazo cuando hiere. En cuanto á mi, también corro al galope, pero cuando hiero se me siente, no se me ve y no ignoro dónde debo detenerme. Rigaud todo lo hace con sangre y matanza. Yo sé poner al pueblo en movimiento, pero cuando aparezco todo debe estar tranquilo.» En tal estado las cosas, enconados los ánimos, dividido el gobierno entre los dos caudillos de opuestas facciones, la guerra parecía segura, inevitable. Napoleón, gigante en la guerra, pigmeo en la política, tuvo, sin embargo, un momento de lucidez. Conociendo que el apoyo prestado al más fuerte contra el más débil, es decir, al negro contra el mulato, era el único modo de poner á aquellas discordias término y de conservar á la isla bajo el dominio de Francia, resuélvese á dar la mano á los proyectos de Toussaint, nombrándole gobernador vitaliciode Santo Domingo y retirando los poderes á Rigaud y las armas á los mulatos. Partido Rigaucl, aunque mal de su grado, á Francia, el coronel Vincent, amigo de Toussaint y residente á la sazón en París, es encargado de llevar á la colonia la constitución del año VIII y una proclama dirigida á los ANTONIO CORTÓN 2, o7 negros y opte comenzaba en esta forma: «¡Valientes negros, tened presente que sólo el pueblo francés reconoce vuestra libertad y vuestros derechos!» Estas palabras, que Bonaparte ordenó se \u25a0escribiesen con letras de oro en la bandera, ¿qué dignificaban? ¿El deseo de atraerse las simpatías de los negros, alejándoles al propio tiempo de la amistad con Inglaterra? Esto, sobre ser balaclí, era contraproducente para el primer cónsul. ¿Significaban acaso el voto de éste en pro de la causa abolicionista? No se engaña á la posteridad: la historia dice que JSÍapoleón juzgaba necesaria la esclavitud: la historia dice que por el tratado de Amiens, se estipuló su conservación: la historia dice que en el siglo XIX¡oh qué ignominia! por un decreto del 10 pradial del año X, fué autorizado el tráfico de negros. Una política franca, liberaly prudente hubiera aún salvado á la colonia. Bonaparte, que no creyó nunca -en la fuerza de las ideas, sólo vio en Toussaint una parodia de su fortuna y en la revolución dominicana una merienda de negros. Hoy la posteridad exalta al primero de los negros y condena al primero de los blancos. La gloria no es una amnistía. Toussaint sabía que en la política, como en la guerra, hay que estar en acecho; y acechó la ocasión y supo aprovecharla. Aquí empieza la página más brillante de su vida. Nunca hombre alguno, á noser Washington, pudo como Toussaint en tan, corto espacio de tiempo y en mitad de una revolución en -que entraron tan variados elementos, organizar con los principios de orden un gobierno. liberal y fuerte, bajo las bases de la prosperidad común. Su reinado 258 PANDEMONIUM fué breve: solo duró dos años. Gloria fué suya y gloria. bien pura por cierto consagrarlos al desarrollo de los intereses materiales del país. Sorprende el ánimo ver cómo en tan breve término pudo restablecer la calma, salvar á los blancos, unirse á los mulatos, adquirirla parte de la isla cedida por Francia á España en el tratado de Basilea y una vez alcanzado el público sosiego, proteger la agricultura, la industria y el comercio, rompiendo las trabas que se oponían á su prosperidad. Fué por este tiempo cuando dio aquella proclama, mucho más digna por cierto que la de Bonaparte de ser escrita con letras de oro. La proclama decía así: «Hijos de Santo Domingo, volved á vuestra patria: nunca hemos pensado en despojaros de vuestras casas ó tierras. El negro sólo pedía la libertad que Dios le dio. Vuestros hogares os esperan, vuestras tierras están expeditas; ¡venid á cultivarlas!» Este generoso llamamiento á la concordia, este abrazo de los combatientes después de la lucha, eran anuncio ó parecían serlo de que las tempestadeshuían del horizonte, de que los tiempos eran muy otros Hay en el genio misteriosas adivinaciones inexplicables para el vulgo, presentimientos de un porvenir que oculta sus arcanos al común de las gentes. El genio tiene algo de profeta. ¿Cómo si no así pudiera explicarse que Toussaint, imbuido de la superstición católica que respira intolerancia para las otras comuniones, en medio de la agrura de los tiempos, escribiese en su Constitución este admirable artículo?: «El Estado no reconoce diferencia alguna entre las creencias religiosas.» Esta Constitución,. ANTONIO CORTÓN w~ 9 escrita por un comité nombrado á este propósito, debía someterse á la aprobación de la Asamblea colonial que había sido convocada y con la cual Toussaint, exento de rateras y ambiciosas miras, estaba resuelto á compartir la administración pública, mas sin romper por esto las relaciones con la madre patria, pues todos los meses rendía cuentas á Decrés, ministro de la marina francesa y también de las colonias, que Francia, aun en nuestros días, considera como barcos en medio del Océano. Bonaparte pare: cía entonces tranquilo con respecto á los negocios de la colonia, y Toussaint, allá en su gobierno del Cabo, luego que hace cesar aquel flujo y reflujo depasiones y de intrigas que dejan tras sí todas las convulsiones sociales, conságrase con alto sentido político, á defender las reformas, á propagar la luz, á hacer amable la libertad y menos fatigoso el trabajo y más bella la vida, siendo el primero á dar ejemplo en la lucha, activo, resuelto, infatigable, cual si abrigase en el fondo del alma presentimiento lúgubre de la rapidez de su mando y de la proximidad de su muerte. ¡Qué espectáculo tan atractivo el espectáculo de la libertad !Nunca la antigua Quisqueya debió á la fortuna tan graneles mercedes. La secular palmera, de cuyas ramas pendieron, á guisa de trofeos, las ensangrentadas cabezas de los caudillos muertos en la arena del combate, protege ahora con su codiciada sombra las faenas agrícolas. Los campos que la guerra convertido había en desiertos jarales, cultivados por el trabajo libre vuelven á recibir los instrumentos de la labranza, y acá y allá se alzan 260 PANDEMÓNIUM de nuevo los verdes retoños de las altivas cañas, retratándose en los lagos azules que tanto menudean en las llanuras de Santo Domingo. El Neiva, el Yuna, el Artibonito, cuyas aguas, tintas en sangre é iluminadas por el fulgor del incendio corrieron un día, serpentean ahora por deliciosos valles donde se levantan, con briosa gallardía, el algodonero de follaje denso, el mango de agradable sombra, el naranjo de dorado fruto, el café que invita al sueño, el tabaco, el níspero, el nopal, y todas las mil variedades ele la espléndida flora americana. Ya no se ven los brazos esclavos que hacían girar los molinos de azúcar. Ya no se oye el odioso chasquido del látigo al caer sobre las espaldas de un hombre. A la opresión ha sucedido la libertad, al recelo la confianza, al monopolio la emulación y la libre concurrencia, y el trabajo, antes penoso, ahora dulce, ha dejado de ser una maldición para convertirse en una ley reiimneradora. Y allá en los puertos de la isla, desde ei océano Atlántico hasta el mar de las Antillas, se ofrece un espectáculo no menos bello: naves de todos los países comerciales de la tierra, bandada de palomas mensajeras de la civilización, venidas en gran número al proclamarse en la isla la libertad de tráfico, entrelazan y confunden sus distintos colores, como simbolizando la unión fecundísima, el abrazo estrecho de todos los pueblos por medio de la libertad.. Los que creen que la abolición de la esclavitud trae como secuela la crisis económica, observen este hecho histórico: Toussaint, un pobre siervo emancipado, ha sabido desmentir esos errores. ANTONIO CORTÓN 261 Mas ¡ay! que la condición de los tiempos era muy hostil al afianzamiento de la libertad aquella. Un soldado de genio, hijo mimado de la victoria, había de demoler con brusca acometida el edificio con tanto amor alzado. Bonaparte quería á todo trance conservar la colonia y todos los caminos, por angostos que fuesen, se le antojaban anchos para llegar á este fin; él, á despecho de su gloria, quería la servidumbre en el trabajo, el monopolio en el comercio terrestre y marítimo, la explotación corno sistema único, el Code Noir de Luis XIV,ó, á lo sumo, la Constitución del año VTIIcomo última expresión déla libertad posible más allá de los mares. Bonaparte hallábase á mil leguas de sospechar loque acaecía en Santo Domingo. ¡Cuál sería su asombro y desabrimiento al recibir de manos de Vicent, recién llegado á París, aquella Constitución que Toussaint había promulgado en la colonia y que notificaba á la nación francesa, iniciando francamente un nuevo orden de cosas, y estableciendo bajo un régimen autonómico la administración y elgobierno de la isla!Desde aquel punto, en el ánimo del primer cónsul toda idea de templanza cedió el paso á las sugestiones del despecho, y aquellos valientes negros, cual él les decía en su célebre proclama, tornáronse bien presto en africanos ingratos, rebeldes é incapaces de toda policía, á 262 PANDEMÓNIUM los cuales era justo y hasta humanitario restituir sus cadenas. He aquí la causa eficiente de los disturbios que han de seguirse. Bonaparte provoca á la Revolución y le sale al encuentro, juzgándola acaso útilpara el ulterior desarrollo de sus planes en Europa, y precipitando, menos por ceguedad que por cálculo, un desenlace, que en aquel momento nadie, ni aun él mismo, era osado á predecir. «En las revoluciones, ha dicho Quinet, todo depende de la primera negativa y de la primera lucha.» Hay una escuela política que al juzgar los hechos del primer Napoleón, sorprendida y deslumbrada por el espectáculo de su gran destino, y aceptando la fatal teoría del éxito, ha visto en el un misionero de la, libertad, un soldado de la democracia, discípulo de Robespierre y continuador de la obra revolucionaria, que llevaba los principios de la Convención escritos en su bandera y que si destruía y creaba nacionalidades al solo impulso de su capricho, era para ungirlas luego con el. óleo santo de la libertad. Para esta escuela Napoleón es un ángel exterminado!* despeñado del cielo para vengar acá abajo los crímenes históricos de la tiranía, un Mesías, un Redentor a la moderna, crucificado al postre, como todos los redentores, en el calvario de Santa Elena por los ingleses, esos judíos de nuestros tiempos. Otra escuela, por el contrario, más severa y acaso más exagerada, al juzgar á Napoleón sólo ve en él al autor de las jornadas de Vendimiarlo, al corso solapado y ambicioso que se encubre con el manto hipócrita de la democracia para retrotraer la libertad más de medio siglo, perseguir las letras cuando no se ponen al servicio de su ANTONIO CORTÓN 263 ambición satánica y só color de salvar el orden, establecer la dictadura, dorando las cadenas del esclavo para hacer más llevadera la servidumbre. No vamos á emitir sobre esta materia, ardua y complicada de suyo, nuestra modestísima opinión. No tiene nuestro siglo, no tiene siglo alguno, imparcialidad bastante para juzgar ásus hombres. No podemos, empero, excusarnos de consignar aquí que Napoleón juzgado con relación á los sucesos de Santo Domingo que vamos narrando, obró como un gran reaccionario, sin idea alguna política, sin presentimiento alguno de lo porvenir, con desconocimiento total de los resortes del gobierno, cuyo principal secreto es «transigir para triunfar,» descubriendo en esta ocasión como en otras varias, los grandes vacíos que siempre se notaron en su prodigioso genio. La paz de Amiens había traído un intervalo de descanso, y Napoleón, cuyo descanso era pelear, prepárase para la arriesgada é imprudente expedición á Santo Domingo. 20.000 hombres, según unos, 30.000, según otros, aguerridos, inteligentes y disciplinados, que habían combatido alas órdenes del Caporal en Italia y en Egipto, quemada su frente por el sol de la gloria, se aparejan á partir á la distante isla, que había de ser muy en breve su sepulcro. La armada francesa, al mando del almirante Villareut Joyeuse, se hace á la vela en Brest, desafiando las tempestades del Atlántico. Dícese que Holanda, que tanto ha ejercido el comercio de carne humana, prestó á Francia 60 buques. Las instrucciones navales, redactadas por Decrés con gran misterio y sigilo, reducíanse á sorprender á Toussaint y atacarle en el 264 PANDEMÓNIUM Cabo, sin dejarle tiempo para reponerse de la pri- mera sorpresa. Aquellas naves que la civilizada Europa enviaba para restablecer la esclavitud, poblaron cuarenta y cinco días el antes desierto Océano. El general Leclerc, cuñado de Napoleón, era el jefe del ejército que había de desembarcar en el Cabo. Era Leclerc, según la frase de Napoleón, «hábil en las maniobras del campo de batalla é inteligente en los trabajos del gabinete,» genio efímero y mal enderezado que se convierte en un baldón cuando se pone al servicio de una injusta causa, Leclerc había hecho la guerra de España. Desde el sitio en que escribo estas líneas, se alcanza a ver el obelisco alzado por la nación á las víctimas del Dos de Mayo. ¡Inútilenseñanza! En este noble suelo, que se levantó como los héroes de la Uiada para recibir al invasor, renovando en la moderna historia las proezas de la antigua, debió aprender Leclerc, antes de partirse á Santo Domingo, donde le aguardaba desastrosa muerte, cómo se sacan fuerzas de la debilidad, cómo se lucha contra la tiranía y cómo se muere heroicamente por la patria en esas horas trágicas de la historia en que defiende un pueblo libre la bandera de su libertad, el tesoro de su independencia, la tradición de su cuna v la santidad de sus hogares. ¡Ah! Por grande que sea en el mundo la devoción al poderoso, nunca faltan defensores á los humildes. No hay tiranía, por formidable que parezca, que sea suficiente á borrar una idea de la conciencia humana, nihay un brazo, ni aun el brazo de los Césares, bastante fuerte para atajar el carro de lacivilización en su lenta, pero majestuosa ascensión ANTONIO CORTÓN ri6; o 1 hacia el ideal absoluto. Toussaint tenia amigos ¿r aírentes en París, en Londres, en Amsterdam, en todas las grandes ciudades. Los armamentos que se hacían en Brest, atraían las miradas de toda la Europa, á la sazón pendiente de los ambiciosos pro yectos de Bonaparte, y Toussaint no tardó mucho en conocer la verdad. ¡Qué áspera decepción la suya! Concebir en medio de la soledad una idea y nutrirse y alimentarse largo tiempo con su savia; consagrar á esta idea un culto, una adoración, un fanatismo, en todos los instantes, en todas las situaciones de la vida; luchar y reluchar por su realización con la energía del héroe, con la fe del mártir; enjugar con mano compasiva la sangrienta lágrima del siervo; alzar piedra sobre piedra un altar para el derecho y un templo para la libertad; subir, subir siempre, y ya á punto de coronar el trabajo con el premio y el esfuerzo con la victoria, estando cerca, muy cerca de la meta, caer nuevamente despeñado al pie de la montaña, con el suplicio de Sísifo, viendo ocultarse la idea como un fuego fatuo y desmoronarse el edificio como un palacio quimérico! Toussaint creía en Bonaparte y le admiraba ciegamente. Confiado en la sinceridad del primer cónsul y juzgando institución inútil y peligrosa en un pueblo libre el ejército permanente, había licenciado sus tropas, encontrándose á la sazón inerme y desprevenido. Pero las almas fuertes se purifican en ía adversidad y se robustecen en el peligro. Toussaint lanzó el último reto, el supremo grito, la postrer palabra de la desesperación: el incendio. Por la vez primera salieron de su labio pa- 266 PANDEMÓNIUM labras que chorrean sangre y ponen grima: «Hijos míos, decía en una proclama, la Francia vuelve para esclavizarnos. Dios nos dio la libertad. Francia no tiene derecho para arrebatárnosla. Quemad las ciudades, des- ¡os cañones, truid las cosechas, destrozad los caminos con envenenad los pozos, enseñad al blanco el infierno que viene á hacer!» El dia 1.° del mes de Julio de 1804, proclamó Toussaint L'Ouverture la independencia de su patriaM en el vastísimo teatro de la inocente una tragedia espantable: (1) una lucha sin cuartel, una guerra de exterminio, una hecatombe humana, va á afectuarse en aquellas comarcas americanas, que, como diría el poeta, recibieron de la naturaleza el don fatal de la hermosura. Se disculpa por algunos las crueldades cometidas en las guerras civiles, cuando se combate polguerra que lina buena causa; mas en la nefanda por los cometidas vamos, las crueldades refiriendo franceses subieron á tal punto, que el ánimo se re- América (1) Corre muy divulgada en España, la traducción de detestable novela de Víctor Hugo, titulada BugJargal, cava acción se desarrolla en la isla de Santo Domingo! ocho años antes de estos sucesos y eu la épocade dela la rebelión de Biassou. En interés de la justicia y humanidad debo protestar contra el pensamiento de esta obra, en que se falsea la verdad histórica pintando á los negros como bestias salvajes y á los eutopeos como víctimas ¡nocentes, ridiculizando la idea abolicionista y desconociendo ó negando con estrecho espíritu de secta cuanto había de legítimo y de santo en aquel alzamiento de una raza aherrojada. "Esta novela fué escrita por su ilustre autor á los 18 años de su edad, cuando era realista v vende'en. Sírvaule de atenuación. una ANTONIO CORTÓN 2' •117 giste á creerlas y la pluma humedecida en lágrimas se resiste á trazarlas. Los pobres negros á cuya frente iba el animoso Toussaint para expresar que la justicia estaba de su parte y la sinrazón era de los blancos, solían decir: «los blancos son los negros, los negros sontos blancos.', palabras que tienen aquí aplicación lógica en lo que atañe ala inhumanidad. Empero, la situación particular de los combatientes pudiera aminorar algún tanto esta culpa. El ejército de Leclerc, exponiéndose no sólo á las balas enemigas, mas también á la fiebre y á las inclemencias del. clima, luchaba por la existencia, necesitando para, salvarse la victoria y la victoria decisiva y rápida. Leclerc, bien que no hubiese quemado materialmente sus naves como Cortés, sabía, conocedor del. carácter vengativo de su cuñado Bonaparte, cuan peligroso le era, destrozadas sus banderas, dar la vuelta á la metrópoli. Y en el opuesto campo sucedía lo propio; las denodadas huestes de Toussaint jugaban, como suele decirse, el todo por el todo; como los esclavos de Sicilia, acaudillados por Euno, como los gladiadores de Capua, acaudillados por Espartaco, al acudir á la arena del combate, libraban en el éxito su única esperanza, sabiendo que de marchar adelante arribarían á la tierra prometida de la libertad, y de retroceder habían de hallar nuevamente la ergástula con todos sus horrores. Por eso se observa en la presente lucha el mismo fenómeno que en todas las luchas de esta clase; nadie huye, todos prefieren la muerte á la fuga, y todos, blancos y negros, *an cayendo uno por uno heridos en el pecho. 268 PANDEMÓNIUM jamás en la espalda. Va, pues, á representarse la escena última del luctuoso drama que tuvo su prólogo en el suplicio de Ogé y tendrá su epílogo en el bárbaro asesinato del primero de los negros. Cuando la fama de los proyectos liberticidas del corso llegó á la colonia, el primer cuidado de Toussaint fué acopiar víveres y pertrechos de guerra, fortificar los puertos y las ciudades más importantes, reunir los dispersados restos de su ejército. ¡Extraño ejército por cierto! Una muchedumbre astrosa, abigarrada, grotesca, compuesta de negros y mulatos, que en su mayor porción habían sido importados en la isla, en los últimos cuatro años: hambrientos, indisciplinados, desnudos, armados los unos con picas y hachas, los otros con viejos fusiles, los más con inofensivos garrotes: luchando todos y cada uno por destrozar sus cadenas, pero sin una idea fija, sin un plan de campaña, sin una bandera común que les agrupara y les fortaleciera en el peligro. Conjunto desordenado de medios sin fin, aquel ejército adicto á Toussaint y confiado en él por admiración y gratitud, seguíale ciegamente sin preguntarle á dónde le llevaba, ni á nombre de qué idea derramaba su sangre generosa. De aquí, que mientras el uno, enarbolando como tea incendiaria un trozo de caña de azúcar, planta maldecida que le recor- ANTONIO CORTÓN 2:8 19 daba su esclavitud, entonaba el himno bélico del Grand Pré y del Oná Nassé, el otro interrumpía el canto de La Marsellesa para vitorear á Carlos IV de España. Vitoreábase á Toussaint, vitoreábase á la Convención, vitoreábase á Luis XVI,y los gritos de «mueran los sacerdotes» se confundían con los gritos de «viva la religión.» Una nube de griotes, especie de juglares, acompañaba al ejército en todas sus marchas, entonando, al son de las guitarras y panderos, vertiginosos cantares, aires de la perdida patria africana, que enardecían el valor del guerrero, arrullando más tarde el largo sueño de su eterna noche; y como sucede siempre en esta clase de guerras, ancianos inválidos, niños inocentes, mujeres heroicas, seguían los pasos de los combatientes, luchando como ellos y compartiendo sus fatigas y sus glorias; y en lo más recio de la pelea, cuando la sangre tenia el campo y los ánimos flaqueaban, aquellas mujeres, émulas de la matrona romana, arrebataban el hacha á sus esposos é hiriéndose en el pecho, les decían: «la muerte es dulce cuando la libertad nos abandona.» Realmente la gloria, la responsabilidad y también el resultado y consecuencias de esta revolución, deben atribuirse de todo en todo á Toussaint L'Ouverture. Élera el único que tenía fe; él era el único que veía en aquel movimiento algo más que una rebelión de esclavos; él era el único que en medio de las decepciones y de los desastres que hacían vacilar á los más fuertes y que nunca hicieron mella en su conciencia estoica, creyó siempre á pie juntillas en la salvación y en el triunfo definí- 270 PANDEMONIUM tivo de su idea, como una justificación á la Providencia; y al contemplar solitario y pensativo, desde el cabo de Samaná, las naves malditas enviadas por Francia, que se acercaban lentamente, con convicción profunda, con instinto profético, sabiendo que había de vencer, pero ignorando cuándo ni cómo, confiado en Dios y en la justicia de su causa, pudo decir á los suyos: «Dios nos dio la libertad: Francia no puede arrebatárnosla. » Fe sublime y hermosa, inspiradora de las más excelsas virtudes, que da alas al genio para lanzarse al espacio y sin la cual la vida sería una maldición, el progreso un espejismo y las vicisitudes de la historia como los círculos vacíos del infierno del Dante. Toussaint tenía fe; sintió su idea y llegó á hacerla sentir á otros hombres, Cristophe, Desalines y Clerveaux, que más afortunados que él, pudieron, al andar del tiempo, realizarla; pero a Toussaint corresponde de derecho la gloria de la iniciativa, el primer impulso y la primera y más santa victoria: la victoria del martino Cuando el ejército de Leclerc tomó tierra en el Cabo, las llamas del incendio que devoraba de un extremo á otro la ciudad, hiciéronle retroceder y asilarse en sus buques. Cristophe, que como delegado de Toussaint, gobernaba el Cabo, luego que puso á 2.000 blancos, á las mujeres y á los niños fuera de peligro, dio la señal incendiando con su propia mano el palacio en que habitaba. Sobre un montón de ruinas humeantes hizo Leclerc su segundo desembarco. Los negros le rechazaron al primer encuentro con indómita bravura. Repuesto de ANTONIO CORTÓN r- / 1 su derrota, embiste de nuevo con fuerzas superiores á las ele Cristophe en número, mas no en ardimiento: en las calles, en las plazas de la ciudad, en las ajupas de las afueras se traba una lucha cuerpo á cuerpo; rechazados de una posición los negros, se refugian en otra, y allí se renueva el combate; las calles son arroyos de sangre; de los terrados, de las ventanas, manos ocultas arrojan plomo derretido sobre la frente de los soldados franceses; son las mujeres y los niños que reclaman su puesto en la pelea, su lote en el peligro. No hay piedad para los vencidos. Parece aquel un combate de fieras en los desiertos africanos. Los que caen heridos, son arrojados prontamente á la gran tumba del Océano para que sus cuerpos no estorben el paso á los vencedores; los infelices negros mueren despedazados por sus mismos cañones, que no saben disparar, mientras la artillería francesa, diezmando sus filas, les obliga á retirarse á los montes, refugio de todas las revoluciones. Hay en esta contienda algo que recuerda el sitio de la inmortal Zaragoza; el mismo frenesí por la independencia, el mismo arrojo casi salvaje en los combatientes, la misma intervención de las mujeres, amazonas sin miedo y sin tacha, en los trances de la lucha, caracterizan estas que podríamos llamar dos epopeyas de la moderna historia (1). (11 La crueldad del ejército de Leclerc no conoció Un publicista anglo-americano, de quien he tomado algunos apuntes, al historiar este período de la revolución dominicana, escribe las siguientes líneas: «Los franceses agotaron todas las formas del tormento: límites.