rosa! El antiguo mundo no contemplo jamás, des

Anuncio
232
PANDEMÓNIUM
cional, y al propio tiempo, qué voluntad tan poderosa! El antiguo mundo no contemplo jamás, después de la desaparición del estoicismo, más ilustre
personificación de una idea. Las religiones positivas
no contaron nunca en su historia más digno sacerdote. Negra noche había caído sobre el horizonte de
los pueblos y, en aquella inmensa sombra, aparece
un astro brillantísimo. Detengámonos á contemplarle. No viene á anunciar la guerra, sino la paz y
la concordia; no viene á quemar con su fuego, sino á
alumbrar con su luz; no esparce su claridad por este
viejo mundo, indigno de poseerla, sino que la extiende hacia la tierra virgen surgida, como la diosa,
de las espumas del Océano. El astro que guió á los
Magos hacia la cuna de un niño, no fué tan benéfico. Detengámonos, sí, á contemplarle: es un meteoro que pasa, y brilla, y muere fugazmente:
perdida su luz, terminado su curso, cumplido su
destino, se oculta á la vista para no volver nunca; y
sin embargo, allá en el cielo de América hay nubes
que conservan su huella: el cielo de la civilización
por donde ha pasado, conserva aún efluvios por él
esparcidos.
Los grandes genios, ha dicho Laurent, no están
por encima de los demás hombres sino porque
tienen mayores deberes que cumplir. Las Casas
cumplió los suyos. Hombre de no vulgares virtudes, hidalgo, no por su cuna, sino por sus hechos,
sagaz en el conocimiento de sus contemporáneos,
sano en el acuerdo y pronto en la ejecución, su
agudo ingenio, la sanidad de su doctrina y otras
prendas que atesoraba, no muy en moda en su épo-
ANTONIO CORTÓN
¿6
o
le hubiesen abierto en la corte de la «Gran Reina» el fácil camino que conduce á la privanza.
Quizá á haber influido en su espíritu la estrechez
de miras, crónica dolencia de la clase sacerdotal de
aquella época, hubiera ido con criminal egoísmo á
esconder su ingenio y su virtud en la soledad de
un monasterio. Mas imposible que asi fuese: el. genio de Las Casas necesitaba para desplegar sus alas
la atmósfera caliginosa de los combates: hombre
extraordinario, buscaba lo extraordinario como una
armonía, en la naturaleza y en la vida, y el nuevo
continente le ofrecía un teatro en que ostentar sus
facultades; por eso le vemos correr tras la intrépida
huella de Colón; por eso le vemos desafiar la cólera
de los elementos y aventurarse confiadamente en
las inmensas soledades abrasadas por el sol de los
matrópicos, para alzar en medio de la guerra y la
el
últitanza el lábaro de paz que había de ofrecer
moría, en holoinocente
que
la
raza
á
mo consuelo
su gratitud
causto al progreso, llevando á la muerte
al sacerdote y su protesta interior contra su injusto
ca,
destino
vulgaríCorre como axioma una preocupación
vea en
quien
engáñase
sima que importa destruir:
catolicismo;
obra
del
Casas
la
la obra del Padre Las
el mayor timbre de su glorioso apostolado, consiste
principalmente en haberse hecho superior a su siglo
misión
y á su religión. Sin poner en tela de juicio la
respeto
á
América,
el
civilizadora del catolicismo en
la
de
la verdad histórica exige decir que el defensor
libertad indiana no obró nunca á impulsos de una
inspiración religiosa, sino á impulsos de su noble
234
PANDEMÓNIUM
alma, mal enojada con la suerte de sus protegidos.
Las ideas de Las Casas no son las de la Iglesia romana. Quien crea infundado este aserto, consulte su
tratado De único vocationis modo, que parece caído de
la pluma de Rousseau; al leer ese libroasombroso y
desconocido, maravilla ver á un sacerdote cristiano
que en el siglo XV,y á la faz del orbe católico, defiende la libertad de conciencia y en sus disputas
teológicas y en sus polémicas sobre moral, habla y
escribe cual si perteneciera á nuestras modernas
escuelas filosóficas: es, pues, incomprensible el error
en que incurre su ilustre biógrafo Quintana, al querer disculparle por «su intolerancia escolástica y
religiosa,» que juzga «achaque de su tiempo.» Las
ideas del obispo de Chiapa no son las de su siglo, y
sin pecar de visionarios casi podríamos ver en este
hombre singularísimo á un profeta de la democracia. Y es que las ideas no son patrimonio de ningún
siglo, ni de generación alguna: las ideas son eternas y
nacen y se reproducen y se completan en la sucesión
de los siglos; por eso antes de Jesús aparece Budha;
antes de Sócrates, Lao Tseu; antes de Lutero, Arrío.
Publicistas de primer rango, á cuya frente se
halla el erudito Quintana, motejan al Padre Las
Casas de escritor medianísimo. Este dictamen ha
alcanzado mucho séquito. Ciertamente que los adoradores de la forma, los entusiastas á esa hinchada
greguería, tan en moda al presente, no encontrarán
en las numerosas obras del obispo Chiapense, los
vuelos de la fantasía, ni los oropeles del lenguaje;
pero si se atiende al fondo, á la idea, al contenido
de los escritos, en los del Padre Las Casas, no se
ANTONIO
CORTÓN
235
sabe qué exaltar más: si la fuerza del raciocinio
que todo lo destruye, ó la sencilla ingenuidad eon
que expone su doctrina. Se dice, y quizá con buen
acuerdo, que en su obra titulada La destrucción de
las Indias, aguijado por un exceso de celo, disculpable siempre, se deja arrastrar de la exageración,
abultando los males de la raza indiana y haciendo
subir á diez millones la cifra de los indios sacrificados en el ara santa del catolicismo. No conozco
esta obra, pero algún aire de exageración tendrá
ella, cuando el mismo Voltaire pone en entredicho la veracidad del prelado. Como quiera que
sea, los escritos del Padre Las Casas, si bien incorrectos y desaliñados en la forma, han sido por la
historia acogidos como documentos de probidad y
buen sentido. Es imposible leer sin emocionarse
aquellos párrafos de su Historia general, en que después ele formular su juicio acerca del famoso Requerimiento que por aquella sazón hizose á los indios,
defiende con sosegadas razones la libertad de conciencia, condenando el inicuo abuso, domiciliado
en América, de difundir por medio de la violencia
la fe católica. Diríase que el virtuoso Prelado, bien
que católico ferviente y sincero, allá en su fuero
interno creía en la solidaridad de todos los sistemas
religiosos, que con diferencia en los medios é identidad en el fin, contribuyen por uno ú otro camino
al perfeccionamiento moral del espíritu humano.
Dura lección para esas insensatas gentes que á nombre de una religión de paz y de concordia, hacen
de la intolerancia un dogma y suspiran por la restauración del Santo Oficio.
236
PANDEMÓNIUM
¿Fué tan feliz Las Casas, en sus propósitos, que
desmintiendo la ley común de la humana fragilidad, merezca sólo de la historia entusiasta aplauso
por lo que hizo, y no amarga censura por lo que
dejó de hacer? El gran Quintana, por hacer pompa
de imparcialidad, á vuelta de grandes elogios, dase
a escudriñar los defectos de su héroe, hallándolos
en la irascibilidad y vehemencia de su carácter.
¡Fútil nimiedad! La estrecha cuenta que la historia tiene derecho a exigir á este varón insigne, no
debe fundarse en las genialidades más ó menos
disculpables del hombre privado, que nunca proyectaron sombra en los actos de su vida pública.
La ignorancia y ceguedad de los primeros pobladores, cuyo propósito sólo a satisfacer la codicia se
encaminaba, dejó pasar inadvertida en los imperios de Moctezuma y Atahualpa una civilización
relativamente avanzada: la antigua historia del
Continente, escrita en los geroglificos, las costumbres, leyes, idiomas, instituciones, ritos y creencias
del pueblo indiano, su origen y relaciones con el
Asia en los tiempos prehistóricos, todo esto unido
á los múltiples problemas que el descubrimiento
trajo consigo, se ocultó en la tenebrosa obscuridad
del siglo XV.El Padre Las Casas, no contribuyó
á disipar aquella inmensa sombra. He aquí su
falta; empero, si se atiende á lo fatigoso del deber
que voluntariamente se impuso, y á las asperezas
que para cumplirle halló en su camino, ¿puede
lícitamente el siglo XIX escatimarle el aplauso ó
poner tachas á su piadosa empresa?
El viejo mundo no pudo enviar al nuevo repre-
ANTONIO CORTÓN
237
sentación más augusta: así como en el mundo planetario existe la misteriosa conjunción de dos as-
así en el mundo de la historia brilla á las
veces la unión de dos almas, hermanas gemelas,
que parecen evocadas por la naturaleza para unirse
v completarse mutuamente en la realización de
un gran designio. Colón y Las Casas, son dos figutros,
ras de un mismo cuadro, una en la luz, otra en la
sombra, pero ambas igualmente grandes á los ojos
la
de la posteridad. Colón, con la fe en el alma,
frente,
la
en
energía en la voluntad y la calentura
á impulsos de un fanatismo religioso,
juzgándose enviado por Dios para anunciar á la
Europa la buena nueva de un más allá desconocido,
tiene algo de visionario en su naturaleza y se asemeja á los héroes de las antiguas leyendas germánicas. Las Casas, por el contrario, á las abstracsenciones de la razón especulativa, reúne un gran
de
las
experiencia
tido práctico y una profunda
las
nubes
realidades de vida, y sin mecerse en
como
de un ideal imposible, acepta la existencia
Consaun combate y la muerte como un triunfo.
grase el primero á su obra, no tanto por alcanzar
el predominio de su admirable idea, cuanto por
nombre, mienasistir él mismo á la apoteosis de su
personalidad
propia
su
tras el segundo, sacrificando
religión de
aquella
por
impuesto
en aras del deber
que es sectario v sacerdote, cumple su modesta
mundo sin
pero noble misión en la escena del
esperar ni pretender acaso que su nombre pudiese
diónunca salvar los estrechos límites de su obscura
transición,
época
de
cesis. Viviendo ambos en una
moviéndose
ía
238
PANDEMÓNIUM
entre dos crepúsculos, contemplando desde el linde
de dos centurias el espectáculo de una metamorfosis
incesante, llevan ambos en sus caracteres algo de lo
indefinido de su época. Maese Cristóbal,
á bordo
de
su caravela, aventurero, místico, delirante, fanático,
arrostrando como los antiguos cruzados la tempes-
tad de los mares yla tempestad de las pasiones, es
un hijo de la Edad Media arrastrado por la fortuna
fuera de su círculo de acción; y el Padre Las Casas,
quizá menos religioso que Colón, difundiendo con
la palabra y el ejemplo la moral cristiana, tal como
la enseñó y practicó, á orillas del lago Tiberiades, el
hijo de María, es uno de esos obscuros misioneros de
nuestra edad moderna que viven, y luchan, y mueren por su fe en la soledad de los desiertos. Si Colón
no hubiese vivido, el Nuevo Mundo hubiérase siempre descubierto: habriase resuelto el problema con
un cambio de fecha y de nombre; pero si no hubiese
vivido el obispo de Chiapa, ¡cuan sangriento hubiera
sido el drama de la conquista y cuan menguada la
condición de aquella, raza sin fortuna que le contó
siempre entre sus amigos y bienhechores!
Fray Bartolomé de Las Casas pertenece exclusivamente al mundo americano. Funde en buen hora
la caduca Europa su orgullo y su blasón en la memoria de sus Césares y sus conquistadores, mengua
y oprobio de la humana especie; que el mundo de
Colón, no menos grande por sus recuerdos que por
sus esperanzas, tiene sobrada dicha en sustraer del
olvido el nombre de ese obscuro misionero, cuyo
nombre no viene acompañado del ruido de la tempestad, ni del fulgor del incendio. La patria no es
ANTONIO
CORTÓN
239
el terruño donde por un capricho del acaso, se nace;
la patria la forman las costumbres, las ideas, los
sentimientos. Las Casas, aunque nacido en Sevilla
yeducado en Salamanca, pertenece á América: allí
pasó muy mozo; allí vivió la mayor serie de sus
días; allí alcanzó los más altos puestos de la jerarquía eclesiástica; allí pensó, escribió y desarrolló su
prodigiosa actividad, llevando al cabo el más alto
ministerio que puede ser encomendado al hombre
en la tierra. Las Casas pertenece á América por sus
ideas, por sus sentimientos, por sus costumbres; por
eso hemos incluido su ilustre nombre el primero
entre los nombres célebres del Nuevo Mundo.
El viajero que hoy cruza los inexplorados bosques de ambas Américas, suele hallar á su paso,
como sombras errantes que rasgan su sudario y surgen de su tumba de cuatro siglos, algunas tribus
indígenas supervivientes á la maldición de la conquista: sin patria, sin hogar y sin fortuna, cuando
en sus noches lúgubres evoquen la tradición y recuerden la historia de lágrimas transmitida por sus
abuelos, recordarán que allá, en tiempo inmemorial, un pobre sacerdote atravesó los mares, no en
pos' de la riqueza, sino de las fatigas, para defenderlos á ellos, tristes seres abandonados de sus Dioses: recordarán que este hombre solitario en medio
de los desiertos, amó la justicia y aborreció la iniquidad, consagrando todos los momentos de su vida
la
y todas las fuerzas de su alma á la práctica de
se
Genio
signos
del
virtud: recordarán que todos los
la
lucha
calor
de
hallaban en él: alma templada al
y avizorada en la experiencia de los negocios hu-
240
PANDEMONIUM
manos: voluntad nunca domeñada por el rigor de
la fortuna, y perseverancia y fe en la idea, aun en
medio de las decepciones: incorruptible moralidad
que se manifiesta en los más íntimos detalles de su
vida privada y en la cual libra su derecho para
alzarse como juez inexorable entre los victimarios y
las víctimas: inteligencia libre que se eleva más allá
de su estragado tiempo y que le hace protestar contra las sutilezas escolásticas y contra los sofismas de
Aristóteles que disculpan y aprueban la esclavitud:
amor profundísimo á su patria que se divisa por
entre los embozos del amor á «su América:» espíritu rebelde al yugo de las preocupaciones, contra
las cuales lucha hasta salir vencedor ó vencido, pero
siempre envuelto en su bandera, y sobre todas estas
cualidades á las que se reúnen la caridad, la abnegación y el desinterés, no muy en boga en su época,
un perpetuo abandono y sacrificio de sí mismo, de
su dicha, de su fortuna, de su porvenir, de su nom-
ANTONIO
CORTÓN
241
TOUSSAINT b'OUVERTURE.
Al dar comienzo al presente estudio biográfico,
una serie no interrumpida de dificultades se ofrece
ámi vista. Toussaint, individuo el más ilustre de
una raza malconocida y peor juzgada, no pertenece
á aquel corto número de hombres cuya gloria, umversalmente sancionada, no admite distingos ni excepción alguna. Muy alrevés de esto, encargado de
la defensa de intereses altísimos cometidos á su cuidado, dirigiendo sus pasos al bien y su inteligencia
á la justicia, héroe transitorio que aparece para
ocultarse en breve, entre el estrépito de una revolución, en el cuadro de su vida ven unos negras tintas
donde ven otros simpáticos colores, y tal rasgo habrá en eUa, que sea, á un tiempo mismo, motivo de
desabrimiento para los unos, y de asombro y maravilla para los otros. De aquí la difícilsituación del
242
PANDEMÓNIUM
biógrafo, que con exaltada devoción á la verdad y sin
acostarse á la opinión parcial de los amigos ó de los
adversarios ni tener otro impulso que el de aunar
las voluntades en favor del héroe cuyas hazañas expone, debe, empero, con moderada razón, examinar
cuestiones aún palpitantes, problemas aún insoluoles, hechos coetáneos y á las veces dudosos, y sobre
los cuales está sin recaer el fallo definitivo de la
historia
Esta dificultad sube de punto al considerar que
Toussaint, á semejanza de muchos grandes hombres,.
no dejó nada escrito y apenas se conserva, de él alguna frase aislada. Las bibliotecas y archivos públicos á donde hemos acudido en solicitud de noticias
y documentos auténticos que comprueben este relato, nada encierran que diga relación con los sucesos de Santo Domingo, y aun el mismo Thiers hace
de ellos caso omiso en su Historia del Consulado y del
Imperio. Esta omisión es hasta cierto punto disculpable; en aquella época de universal renovación, deestremecimiento y sobresalto, cuando la Europa,
largo tiempo espectadora del drama más portentosode la edad moderna, da momentánea tregua á susinquietudes para convertir luego los ojos hacia el
Gran Capitán, que hizo esclava á la fortuna, paseando sus triunfadoras águilas por la mitad del planeta,,
¡quién ha de distraer el ánimo de esta grandiosa
epopeya para dirigirlo á una isla del Atlántico,.
donde 500,000 parias, acaudillados por un pobre
negro, digno émulo de Espartaco, diezmados, hambrientos, desnudos, sin más armas que las de la justicia, sin más fuerza que la del derecho, reclaman
ANTONIO CORTÓN
-14'
e>
f
\u25a0j
el que la Convención les otorgara y en gigantesca
rayana de hecatombe, obtienen como coronamiento y galardón de sus afanes, la prez de la vic-
lucha,
toria!
Allá por los años de 1791, cuando la revolución
francesa, después de poner mano en todos los problemas sociales, religiosos y politicos, deteniéndose
á
en presencia de la cuestión esclavista, interrogó
medio
por
manifestándose
la opinión pública, y ésta
dio su
del libro, la tribuna y la prensa periódica,colonial;
la
esclavitud
fallo v su anatema contra
Italia, y
cuando Klarson en Inglaterra, Cosroe en
Pezll en Alemania, apóstoles de su idea, alzaban
una voz simpática en defensa de ia solución aboCondorcet,
licionista v Raynal, Brissot, Gregoire,
Lafavette, "sirviendo los designios del famoso club
Massiac, formaban en París sociedad filantrópica
frande amigos de los negros, enviando á las colonias
grandes
los
salvador,
cesas como un Evangelio
enprincipios que la revolución había conquistado,
la
que
conociendo
legislativa,
tonces la Asamblea
era
lleoprimida
raza
hora del desagravio para una
gada, en una de sus sesiones más solemnes, el 15
de Mayo de 1791, promulgó el decreto que declaque
raba á los hombres de color igualmente aptos
los blancos para la participación de los derechos
civiles y políticos. El decreto comenzaba en estos
nacidos litérminos- «Todos los ciudadanos franceses
glorioso!
El presi¡Día
bres son iguales ante la ley.»
244
PANDEMONIUM
dente v los representantes del pueblo, dieron á dosdiputados mulatos el ósculo fraternal. Danton, alborozado y conmovido, grito en la tribuna: «¡Lanzamos la libertad á las colonias! ¡Hoy ha muerto In-
glaterra!»
Dant-on se engañaba. Aquellas reformas que la
Francia libre, cual generosa madre, enviaba á sus
colonias, habían de ser germen de discordias en el
suelo de los trópicos, no preparado para recibirlas.
La Guadalupe, amotinada bajo la dirección del
mulato Pelayo; la rebelión de los esclavos de Haití, acaudillados por el sanguinario Bouchmán; el
trágico fin del mártir Ogé á quien la Asamblea delegó para llevar su decreto á Santo Domingo y cuyo
bárbaro suplicio de tantas turbulencias fué presagio, todo esto señaló una vez más á los ojos de la
Europa ese hondo abismo existente entre la filosofía que proclama los principios y la política que
ios pone en práctica; abismo que se torna sangriento cuando en un arranque de impaciencia ó
en un momento de delirio se intenta precipitar
las evoluciones lentas y graduales á que todo está
sujeto en la naturaleza y en la vida.
Ejemplo asaz triste de esta verdad, fué en aquella sazón la colonia francesa de Santo Domingo;
esta isla, la más deliciosa y fértil de las del Nuevo
Mundo, había de ser á un mismo tiempo la más
desgraciada. Dividida, como botín de guerra, entre
dos naciones distintas, si bien aunadas por idéntica
política, y poblada por dos razas, la europea y la
africana, que la tiranía de las preocupaciones hacía
irreconciliables entre sí, y entre las cuales fluctua-
ANTONIO
CORTÓN
\u25a0~i
ba una tercera raza intermedia, la mulata, compuesta en su mayoría de libertos que, careciendo
de derechos civiles y políticos, despreciada de los
blancos, malquista de los negros, sufría la saña de
éstos, sin conseguir el beneplácito de aquellos, y
aguardaba en silencio la hora de la venganza. En
la parte oriental, de la isla, el altivo y corajudo español, celoso de su preponderancia en la tierra que
había descubierto y conquistado, obedeciendo á
causas que no se comprenden, soplaba la llama de
la sedición, mientras el inglés, situado en Jamaica
á la expectativa, preparaba, con maquiavelismo
odioso, 4.000 hombres al mando de Abaitland, para
sorprender la colonia, al paso que difundía en las
cabanas, en los ingenios de azúcar y en los cafetales, proclamas subversivas. Allá en la parte occidental de la isla, en el territorio francés, gobernado por el débil Blanchclande, el Cabo y PuertoPríncipe disputándose un predominio aparente;
dos partidos, el realista y el independiente, que á las
veces se convertían en facciones, sin prestigio, sin
influencia y sin objeto, y como lógica consecuencia
de este antagonismo, dos asambleas rivales, sin más
armas que la intriga y sin más impulso que la concupiscencia; una aristocracia de plantadores, ruin,
afeminada y despótica, fundada en el color de la
piel y asida, como el náufrago á la roca, á sus antiguos privilegios; los mulatos libres, eslabones que
enlazaban la cadena de la servidumbre á la del despotismo, refugiados en las montañas después del
suplicio de Ogé y Lacombe y aguardando allí, como
en un monte Aventino, la señal de la lucha; el Es-
246
PANDEMÓNIUM
tado en convulsión, la autoridad escarnecida, el
derecho violado, la sedición llevando sus teas incendiarias desde el Doudón hasta el Acul, y en
medio de este horrible choque de pasiones y de intereses, 500.000 esclavos extendiéndose como una
mancha negra sobre aquella misma tierra donde
tres siglos antes había ejercido el Padre Las Casas
su apostolado de amor y de misericordia.
Nadie se maraville de los horrendos desastres ele
Santo Domingo. Elincendio tiene á veces su lógicaGuando las fuerzas sociales se desequilibran, viene
como resultante la revolución; y la de Santo Do-
mingo fué una consecuencia de la toma de la Bastilla: de aquí que la Asamblea francesa, al llegar á
la metrópoli la fama ele los disturbios de la colonia,
y de la resistencia que, allende el Atlántico, se oponía á las reformas liberales, se convirtiese en órgano dé la revolución, aplaudiendo aquel elocuente
apostrofe de Barnave: ¡Sálvense los principios y perezcan las colonias! ¡Idea absurda y funesta! La ciencia política, ayudada por las lecciones de la historia,
debe, si no traiciona sus fines, concertar los diferentes poderes, señalando á cada uno su esfera y su
límite, atender á todas las palpitaciones de la vida
de los pueblos, á las exigencias de arriba y á los
murmullos de abajo, buscando siempre la transacción posible entre el ideal y la realidad, y sosteniendo el fiel de la balanza entre los encontrados
intereses, para hallar de tal guisa una manera altísima de salvar los principios, salvando de consuno
las colonias. Platón, el filósofo del ideal, hubiese
tal vez prohijado la frase de Barnave; la humanidad
ANTONIO
CORTÓN
1;4' i
moderna la rechaza y la condena, repitiendo, para
-explicar ciertas revoluciones, aquellas palabras de
Lamartine: «El derecho es la más peligrosa de las
.armas. ¡Ay del que la deja á sus enemigos!»
Omitamos, en honor de la especie humana, las
-escenas de sangre y fuego que se prolongaron en
Santo Domingo desde 1791 á 1794, fecha en que la
Convención declaró abolida la esclavitud, como un
recurso extremo, si tardío, para embotar el rencor
-de los negros, cebado con tantas violencias. Empero
la esclavitud, abolida en principio, subsistía de
hecho, v los decretos de la Convención pisoteados
eran por las Asambleas de la Colonia. Precisaba que
.así fuese; la República francesa atravesaba entonces
.su período álgido: en el interior, el reinado del te,
rror, la guillotina, la Vendeé, el federalismo, la
lucha entre la Convención y el municipio de París,
las saturnales sangrientas del 14 de Julio, del 6 de
Octubre, del 10 de Agosto y del 2 de Septiembre: en
el exterior las conferencias de Pilnitz, las jornadas
de Jemmapes y Fleurus, la Europa, como un solo
enemigo, coaligada contra la Francia. No era sazón
•oportuna para poner la mira en la cuestión esclavista, ni para curarse de los intereses coloniales.
Demás de esto, en aquella etapa de grandes con-quistas para el espíritu humano, no era, sin embargo, como en los tiempos coetáneos, la abolición
ele la esclavitud un dogma de fe de las escuelas liberales. En el último tercio del siglo XIX,¿cuál será
la conciencia menguada y ruin que no se rebele, que
no formule cien protestas contra la injusticia histórica de la servidumbre? La Convención francesa
248
PANDEMÓNIUM
aceptó la teoría abolicionista, pero tembló sus consecuencias, deteniéndose asustada ante su propia
obra. Y no podía menos de ser así: la Revolución
francesa era la filosofía de Rousseau en acción; y el
filósofo de la democracia ideal había tenido una
gran equivocación; examinando las condiciones en
que la libertad realizarse puede, al contemplar á la
Grecia libre con esclavos, había dicho: ¡Cómo! ¡La
libertad no se mantiene más que con el apoyo de la servidumbre! ¡Tcd vez!
Y de esta alucinación del maestro arrancó el
error de sus discípulos; por eso Santonax y Polverex, feroces jacobinos, que en la metrópoli llegaban
hasta el regicidio por salvar la libertad, desembarcaban en Santo Domingo con 6.000 hombres para
sostener la esclavitud; por eso las tentativas del
club Massiac, que por la causa de los siervos combatió tan de continuo, estrellábanse ante la desdeñosa indiferencia del partido revolucionario, que
en la embriaguez de sus victorias olvidaba, al parecer, que aquella raza africana, al reclamar sus
derechos naturales, hacíalo en virtud de un derecho
canonizado por la revolución y con la fuerza de
aquellos mismos principios que laFrancia regenerada había generosamente esparcido por los cuatro
extremos de la tierra (1). ¡Error de los errores!
Merece apuntarse, aunque de soslayo, una^ ciral parecer anómala, dada la significación délos partidos que jugaban en el drama de la revolución. La
fracción girondina, que como es sabido, patrocinaba en el
campo de la República las ideas moderadas, sostuvo y
defendió siempre, en todos los terrenos, la abolición de la
esclavitud, como principio incontrovertible, al paso que la
(1)
cunstancia,
ANTONIO
CORTÓN
249
Mientras la madre patria, convertida en madrastra
sembraba con sus ejércitos la desolación yla muerte
en aquellos territorios humedecidos aún con la
sangre de tantos mártires, allá entre la espesura de
los vírgenes bosques, á la falda de las montañas que
guardan en sus ecos el himno de gracias de Colón,
en medio de salvaje y briosa naturaleza, en presencia ele la inmensidad del cielo y de la inmensidad
del Océano, educado, por la soledad, maestra de los
fuertes, formábase y crecía lentamente el hombre
que había, alguna vez de exigir reparación á nombre
de su oprimida raza: figura simpática y humilde que
la
ha de verter la única luz en el sombrío cuadro de
L'Ouverture.
Toussaint
personifica:
revolución que
al ocuparse en
Montaña con ser la fracción más avanzada,
tibieza y una vacilación
ios asuntos coloniales, mostró una que
el idealismo político
que sólo se exDlica considerando
parte,
pone á las veces una venda en los ojos. Por otra
.quién no recuerda el afán con que los partidos extremos
imitaban á la antigüedad? Imitábanse las virtudes y los
conocieron
vicios de las Repúblicas antiguas, que jamas
la verdadera libertad, v la esclavitud, gangrena de aqueclasica, cosa
llas sociedades, parecía, como institución _
justa v aceptable á los filántropos modernos.
El historiador Cantó pone en boca *de Bres.x consejero
de Estado, las siguientes palabras: La libertad de Homa
nosotros, ios rese rodeaba de esclavos; más piadosa entre
añade
filantropía
«¡Magnifica
lejanas.»
lean á tierras
padecimientos!»
no
ver
los
con
que
Cantú
se contenta
250
PANDEMÓNIUM
¿Quién era este hombre? ¿Cómo pasó los primeros años de su vida? ¿En qué escuela aprendió las
artes de la paz y ele la guerra? ¿Quién infundió en su
alma, espejo del cielo, la caridad, el amor, el delirio,
la energía, la perseverancia? La historia no responde á estas interrogaciones. La historia, que al registrar los hechos de los Césares, desciende á torpes
minuciosidades, diciénclonos que á su paso por Milán, el emperador Napoleón dignóse de admitir en
su lecho de amor á una belleza italiana (1), no había
de detenerse en la ergástula de un pobre esclavo, para
contemplar todo el oprobio de la servidumbre. Y,
sin embargo, este negro, (si vale la elocución) de
pura sangre, tenía genio. Su vida humilde, pero noble, no es sólo una protesta contra los tiranos de su
raza, es también una enseñanza para esa exigua grey
que cree ó afecta creer en la inferioridad del negro
con relación al blanco. Pero ante el tribunal ele la
historia no es circunstancia agravante la color de la
piel. Ante el tribunal de la historia, aquellas razas,
cualesquiera que sean, obtendrán más favorable
sentencia, que con mayor ardimiento hayan contribuido á la realización de la libertad acá en la tierra
y al cumplimiento de esa eterna y fundamental ley
de la vida: la ley del progreso.
(1) Chateaubriand.
—Memorias postumas
ANTONIO
CORTÓN
2, ;5 1
Toussaint nació esclavo en una hacienda de
Santo Domingo: vagas tradiciones suenan que su
padre, jefe de varias tribus del África, administraba
justicia en el dintel de su tienda, bebiendo, á cada
sentencia que dictaba, una copa de vino de palmas,
según usanza del país, cuando alevosos piratas le
arrebataron á su patria y familia, conduciéndole
entre cadenas, á las mazmorras de Santo Domingo.
Toussaint era, pues, descendiente de una familia
real africana. Por tal causa explícanse algunos el
ascendiente que tuvo entre los suyos y que más que
á esto debe de atribuirse á la superioridad de sus
dotes. Realmente Toussaint fué él solo artífice de su
destino. Subiendo gradualmente desde los oficios
más ruines hasta los más nobles, y siendo sucesivamente bracero, postillón y curandero, recabó por sí
propio y sin ayuda extraña, la libertad que había
de dar más tarde á sus hermanos de infortunio; y
cuanclo las primeras nubes, precursoras ele la tempestad, se agruparon sobre el horizonte, su primer
cuidado fué poner á sus antiguos amos en salvamento, noble ejemplo que en aquella sazón imitaron
todos los esclavos de la colonia. Idólatra, como todos
los grandes hombres, de la naturaleza, en cuya contemplación ensanchó su espíritu, abriéndolo á las
emociones religiosas, bien pronto supo las cualidades de las plantas, y menos por ciencia que por instinto, ejerció la medicina, acompañando, en calidad
de médico, al ejército ele Francia. Sus primeros pasos
en la vida son benéficos: también lo serán los últimos
Un esclavo anciano le enseñó á leer:
entonces
u
E^
>2
PANDEMÓNIUM
pudo contemplar un mundo para él desconocido: la
filosofía, las ciencias exactas, la historia, la política,
la guerra; todos los problemas, todas las utopias,
todos los trabajos del pensamiento humano en el
decurso de los tiempos, aparecieron á su vista, como
una perspectiva de otras regiones, en las que él,
pobre paria, había sido extranjero. Quien sin haber
oído mentar nunca el nombre de Toussaint deseare
conocer de antemano su entidad política, con sólo
tomar nota de los libros que leía, pudiera satisfacer
su deseo. Plutarco, Epitecto, Raynal eran sus autores
favoritos. Ellibro crea al hombre. Plutarco, esa guia
de las almas predestinadas para la gloria, le mostró,
como un dechado que imitar, las vidas de los grandes
capitanes y de los grandes repúblicos de las edades
heroicas. Epitecto, el gran estoico, también esclavo,
sembrando en su alma los gérmenes de una moral
pura, le dio aquella braveza que tanto había menester en la lucha de su vida y en elholocausto de su
muerte. Raynal, con sus vértigos, con su fanatismo
generoso, con su locura sublime, le hizo sentir esas
aspiraciones á un ideal indefinido que siempre se
persigue y que nunca llega. Estas lecturas formaron
su alma. Los discursos de Brissot y Gregoire en pro
de la causa abolicionista, las obras filosóficas de Condorcet, las proclamas y manifiestos de la sociedad de
amigos de los negros llovían por entonces sobre la colonia. Toussaint, oyó hablar de los derechos naturales
del hombre. Desde la soledad de sus bosques nativos,
observando fríamente la tempestad que se desencadenaba sobre la vieja Europa, pensó en su raza, en
sus dolores, en sus torturas; y él, que tenía mucho
ANTONIO CORTÓN
2 ,-m
de religioso y algo de místico, tal vez se persuadió á
que la Providencia, en quien adoraba y creía, le designaba para guiar á su pueblo hacia la tierra de promisión, dando la existencia moral á una gran parte
de la especie humana.
El siglo XVIIIllegaba á su ocaso. La fracción
girondina, al desaparecer en el cadalso, se llevó consigo el verdadero espíritu de la revolución y la postrera esperanza de los negros. Larevolución se rinde
al cansancio, y Napoleón medita en la sombra el
crimen de 18 Brumario. En Santo Domingo continúa
cada vez más encarnizada la guerra servil. La rivalidad del negro y mulato, siempre recrudecida: el odio
de los blancos buscando nuevos pretextos para restituir las cadenas á los siervos ya emancipados: españoles é ingleses aprovechando la común discordia
para enseñorearse del territorio. En esta situación,
los negros aclaman por jefe á Toussaint; éste acepta
el mando y atrae junto á sí á dos hombres esforzados: Desalines, que luego había de ser emperador de
Haiti, y Cristóbal, que había de ser rey más tarde.
Toussaint conserva la dirección suprema: conocedor
del terreno, delantero en el peligro, rápido en el ataque, reuniendo la estrategia al valor y éste á la clemencia, nunca lucha sino para vencer y nunca vence
sino para perdonar. Destroza al español, pone en respeto á los mulatos, obliga al general inglés Maitland
á retirarse, roto y maltrecho, á Jamaica, y cuando
una vez la infantería francesa se alza en son ele rebeldía contra el general Laveaux y le encierra, cargado
de grillos, en hedionda cárcel, Toussaint, combate y
derrota al ejército francés, abriendo las prisiones de
254
PANDEMÓNIUM
Laveaux, que agradecidole nombra su lugar-teniente
>
De allí á poco, Santonax le nombra general en jefe.
Toussaint, en el colmo de su pujanza, exclama entonces: «Yo soy el Bonaparte de Santo Domingo,» y
al dirigirse en carta al primer cónsul, le dice: «El primero de los negros, al primero de los blancos.»
Importa consignar un hecho. Toussaint no aspiró nunca á sustraerse del dominio metropolitano.
Hombre previsor y de buen sentido, comprendía
como Washington y Bolívar, la tremenda responsabilidad impuesta á aquellos que convierten una
colonia en estado independiente. Admirador sincero del primer cónsul, su único anhelo era vivir y
morir como un hombre libre bajo las gloriosas
banderas de la antigua Galia, y si luego, al andar
del tiempo, la vicisitud de la política ó más bien
la ceguedad del primer cónsul, pusiéronle en el
estrecho de romper todos los lazos con la metrópoli, culpa no fué suya, sino de la fatalidad de los
sucesos. La libertad es el más fuerte lazo de unión
entre las colonias y la metrópoli. La historia de los
establecimientos coloniales de América encierra
lección elocuentísima: las colonias inglesas de la
América del Norte, al par de las posesiones españolas de la América del Sud, al alzarse en armas
contra sus respectivas metrópolis, sólo pedían la
libertad y no la independencia, que sólo fué aceptada, á la postre, como un recurso desesperado y
extremo. El árbol de la tiranía sólo produce frutos
de maldición. Cuando Napoleón, en su cárcel de
Santa Elena, lanzó una mirada imparcial, tranquila
y cuasi postuma sobre los sucesos en que había to-
ANTONIO CORTÓN
255
mado parte, anticipándose al juicio de la historia,
escribió estas líneas: «Me arrepiento de la empresa
contra la colonia de Santo Domingo: fué un grave error
querer someterla á la fuerza: debí contentarme con gobernarla por medio de Toussaint.»
Al subir Bonaparte al consulado en 1799, encrespábanse cada vez más los asuntos de la colonia.
El general Hédouville, comisario nombrado por
el Directorio, ejerce jurisdicción sobre la parte Sud
de la isla, mientras en el Norte, Toussaint L'
Ouverture, á la cabeza de los negros, reúne la autoridad civil v militar. Entre dos gobiernos tan
antagónicos, el conflicto era inevitable y la ruptura
lógica. Se ignoran las causas del rompimiento.
Napoleón, al tejer en Santa Elena la historia de
estos sucesos, asegura que Toussaint desconoció la
autoridad de Hédouville, cubriéndole de ultrajes y
dando la mano á las negociaciones con Inglaterra,
Pero esto no es exacto. Toussaint recorrió todas las
fases de su varia fortuna, sin perder nunca la compostura de ánimo. Por otra parte, ¿la afianza con el
inglés habría de beneficiar la causa de los negros?
Toussaint tenía sobrada previsión para no caer en
tan pérfidas redes. Mas Bonaparte, creía ver^ doquiera la importuna sombra de Albión. Es lo cierto
que Hédouville, hombre inculto y temoso, ve esca-
256
PANDEMÓNIUM
parse su prestigio y se restituye á Francia, no sin
dar antes, por odio á Toussaint, el imprudente
paso de transmitir su autoridad á Rigaud, jefe de los
mulatos y rival de Toussaint. Era este Rigaud hombre de inteligencia y arrojo, aunque solapado y artero; discípulo de Biasou y cual él sanguinario y
vengativo, había sido jefe de los mulatos sublevados
en los Cayos por el año de 1789. Toussaint decía de
él: «Conozco á Rigaud: abandona las bridas cuando
va al galope, y muestra el brazo cuando hiere. En
cuanto á mi, también corro al galope, pero cuando
hiero se me siente, no se me ve y no ignoro dónde
debo detenerme. Rigaud todo lo hace con sangre y
matanza. Yo sé poner al pueblo en movimiento, pero
cuando aparezco todo debe estar tranquilo.» En tal
estado las cosas, enconados los ánimos, dividido el
gobierno entre los dos caudillos de opuestas facciones, la guerra parecía segura, inevitable.
Napoleón, gigante en la guerra, pigmeo en la
política, tuvo, sin embargo, un momento de lucidez.
Conociendo que el apoyo prestado al más fuerte
contra el más débil, es decir, al negro contra el
mulato, era el único modo de poner á aquellas discordias término y de conservar á la isla bajo el dominio de Francia, resuélvese á dar la mano á los
proyectos de Toussaint, nombrándole gobernador
vitaliciode Santo Domingo y retirando los poderes
á Rigaud y las armas á los mulatos. Partido Rigaucl,
aunque mal de su grado, á Francia, el coronel Vincent, amigo de Toussaint y residente á la sazón en
París, es encargado de llevar á la colonia la constitución del año VIII y una proclama dirigida á los
ANTONIO
CORTÓN
2, o7
negros y opte comenzaba en esta forma: «¡Valientes negros, tened presente que sólo el pueblo
francés reconoce vuestra libertad y vuestros derechos!» Estas palabras, que Bonaparte ordenó se
\u25a0escribiesen con letras de oro en la bandera, ¿qué
dignificaban? ¿El deseo de atraerse las simpatías de
los negros, alejándoles al propio tiempo de la amistad con Inglaterra? Esto, sobre ser balaclí, era contraproducente para el primer cónsul. ¿Significaban
acaso el voto de éste en pro de la causa abolicionista?
No se engaña á la posteridad: la historia dice que
JSÍapoleón juzgaba necesaria la esclavitud: la historia dice que por el tratado de Amiens, se estipuló
su conservación: la historia dice que en el siglo
XIX¡oh qué ignominia! por un decreto del 10 pradial del año X, fué autorizado el tráfico de negros.
Una política franca, liberaly prudente hubiera aún
salvado á la colonia. Bonaparte, que no creyó nunca
-en la fuerza de las ideas, sólo vio en Toussaint una
parodia de su fortuna y en la revolución dominicana
una merienda de negros. Hoy la posteridad exalta
al primero de los negros y condena al primero de
los blancos. La gloria no es una amnistía.
Toussaint sabía que en la política, como en la
guerra, hay que estar en acecho; y acechó la ocasión
y supo aprovecharla. Aquí empieza la página más
brillante de su vida. Nunca hombre alguno, á noser
Washington, pudo como Toussaint en tan, corto espacio de tiempo y en mitad de una revolución en
-que entraron tan variados elementos, organizar con
los principios de orden un gobierno. liberal y fuerte,
bajo las bases de la prosperidad común. Su reinado
258
PANDEMONIUM
fué breve: solo duró dos años. Gloria fué suya y gloria.
bien pura por cierto consagrarlos al desarrollo de los
intereses materiales del país. Sorprende el ánimo ver
cómo en tan breve término pudo restablecer la calma,
salvar á los blancos, unirse á los mulatos, adquirirla parte de la isla cedida por Francia á España en el
tratado de Basilea y una vez alcanzado el público sosiego, proteger la agricultura, la industria y el comercio, rompiendo las trabas que se oponían á su
prosperidad. Fué por este tiempo cuando dio aquella
proclama, mucho más digna por cierto que la de Bonaparte de ser escrita con letras de oro. La proclama
decía así: «Hijos de Santo Domingo, volved á vuestra patria: nunca hemos pensado en despojaros de
vuestras casas ó tierras. El negro sólo pedía la libertad que Dios le dio. Vuestros hogares os esperan,
vuestras tierras están expeditas; ¡venid á cultivarlas!»
Este generoso llamamiento á la concordia, este abrazo de los combatientes después de la lucha, eran
anuncio ó parecían serlo de que las tempestadeshuían del horizonte, de que los tiempos eran muy
otros
Hay en el genio misteriosas adivinaciones inexplicables para el vulgo, presentimientos de un porvenir que oculta sus arcanos al común de las gentes. El genio tiene algo de profeta. ¿Cómo si no así
pudiera explicarse que Toussaint, imbuido de la
superstición católica que respira intolerancia para
las otras comuniones, en medio de la agrura de los
tiempos, escribiese en su Constitución este admirable artículo?: «El Estado no reconoce diferencia alguna entre las creencias religiosas.» Esta Constitución,.
ANTONIO
CORTÓN
w~ 9
escrita por un comité nombrado á este propósito,
debía someterse á la aprobación de la Asamblea
colonial que había sido convocada y con la cual
Toussaint, exento de rateras y ambiciosas miras, estaba resuelto á compartir la administración pública,
mas sin romper por esto las relaciones con la madre
patria, pues todos los meses rendía cuentas á Decrés,
ministro de la marina francesa y también de las colonias, que Francia, aun en nuestros días, considera
como barcos en medio del Océano. Bonaparte pare:
cía entonces tranquilo con respecto á los negocios
de la colonia, y Toussaint, allá en su gobierno del
Cabo, luego que hace cesar aquel flujo y reflujo depasiones y de intrigas que dejan tras sí todas las
convulsiones sociales, conságrase con alto sentido
político, á defender las reformas, á propagar la luz,
á hacer amable la libertad y menos fatigoso el trabajo y más bella la vida, siendo el primero á dar
ejemplo en la lucha, activo, resuelto, infatigable,
cual si abrigase en el fondo del alma presentimiento
lúgubre de la rapidez de su mando y de la proximidad de su muerte.
¡Qué espectáculo tan atractivo el espectáculo de
la libertad !Nunca la antigua Quisqueya debió á la
fortuna tan graneles mercedes. La secular palmera,
de cuyas ramas pendieron, á guisa de trofeos, las
ensangrentadas cabezas de los caudillos muertos en
la arena del combate, protege ahora con su codiciada sombra las faenas agrícolas. Los campos que
la guerra convertido había en desiertos jarales, cultivados por el trabajo libre vuelven á recibir los
instrumentos de la labranza, y acá y allá se alzan
260
PANDEMÓNIUM
de nuevo los verdes retoños de las altivas cañas, retratándose en los lagos azules que tanto menudean
en las llanuras de Santo Domingo. El Neiva, el
Yuna, el Artibonito, cuyas aguas, tintas en sangre é
iluminadas por el fulgor del incendio corrieron un
día, serpentean ahora por deliciosos valles donde se
levantan, con briosa gallardía, el algodonero de follaje denso, el mango de agradable sombra, el naranjo de dorado fruto, el café que invita al sueño,
el tabaco, el níspero, el nopal, y todas las mil variedades ele la espléndida flora americana. Ya no se ven
los brazos esclavos que hacían girar los molinos de
azúcar. Ya no se oye el odioso chasquido del látigo
al caer sobre las espaldas de un hombre. A la opresión ha sucedido la libertad, al recelo la confianza,
al monopolio la emulación y la libre concurrencia, y
el trabajo, antes penoso, ahora dulce, ha dejado de
ser una maldición para convertirse en una ley reiimneradora. Y allá en los puertos de la isla, desde ei
océano Atlántico hasta el mar de las Antillas, se
ofrece un espectáculo no menos bello: naves de
todos los países comerciales de la tierra, bandada
de palomas mensajeras de la civilización, venidas
en gran número al proclamarse en la isla la libertad de tráfico, entrelazan y confunden sus distintos
colores, como simbolizando la unión fecundísima,
el abrazo estrecho de todos los pueblos por medio
de la libertad.. Los que creen que la abolición de la
esclavitud trae como secuela la crisis económica, observen este hecho histórico: Toussaint, un pobre
siervo emancipado, ha sabido desmentir esos errores.
ANTONIO CORTÓN
261
Mas ¡ay! que la condición de los tiempos era muy
hostil al afianzamiento de la libertad aquella. Un
soldado de genio, hijo mimado de la victoria, había
de demoler con brusca acometida el edificio con tanto
amor alzado. Bonaparte quería á todo trance conservar la colonia y todos los caminos, por angostos que
fuesen, se le antojaban anchos para llegar á este fin;
él, á despecho de su gloria, quería la servidumbre en
el trabajo, el monopolio en el comercio terrestre y
marítimo, la explotación corno sistema único, el Code
Noir de Luis XIV,ó, á lo sumo, la Constitución del
año VTIIcomo última expresión déla libertad posible más allá de los mares. Bonaparte hallábase á mil
leguas de sospechar loque acaecía en Santo Domingo. ¡Cuál sería su asombro y desabrimiento al recibir
de manos de Vicent, recién llegado á París, aquella
Constitución que Toussaint había promulgado en
la colonia y que notificaba á la nación francesa, iniciando francamente un nuevo orden de cosas, y estableciendo bajo un régimen autonómico la administración y elgobierno de la isla!Desde aquel punto,
en el ánimo del primer cónsul toda idea de templanza cedió el paso á las sugestiones del despecho,
y aquellos valientes negros, cual él les decía en su
célebre proclama, tornáronse bien presto en africanos ingratos, rebeldes é incapaces de toda policía, á
262
PANDEMÓNIUM
los cuales era justo y hasta humanitario restituir sus
cadenas. He aquí la causa eficiente de los disturbios
que han de seguirse. Bonaparte provoca á la Revolución y le sale al encuentro, juzgándola acaso útilpara
el ulterior desarrollo de sus planes en Europa, y precipitando, menos por ceguedad que por cálculo, un
desenlace, que en aquel momento nadie, ni aun él
mismo, era osado á predecir. «En las revoluciones,
ha dicho Quinet, todo depende de la primera negativa y de la primera lucha.»
Hay una escuela política que al juzgar los hechos
del primer Napoleón, sorprendida y deslumbrada
por el espectáculo de su gran destino, y aceptando la
fatal teoría del éxito, ha visto en el un misionero de
la, libertad, un soldado de la democracia, discípulo de
Robespierre y continuador de la obra revolucionaria,
que llevaba los principios de la Convención escritos
en su bandera y que si destruía y creaba nacionalidades al solo impulso de su capricho, era para ungirlas
luego con el. óleo santo de la libertad. Para esta escuela Napoleón es un ángel exterminado!* despeñado
del cielo para vengar acá abajo los crímenes históricos de la tiranía, un Mesías, un Redentor a la moderna, crucificado al postre, como todos los redentores, en el calvario de Santa Elena por los ingleses,
esos judíos de nuestros tiempos. Otra escuela, por el
contrario, más severa y acaso más exagerada, al juzgar á Napoleón sólo ve en él al autor de las jornadas
de Vendimiarlo, al corso solapado y ambicioso que
se encubre con el manto hipócrita de la democracia
para retrotraer la libertad más de medio siglo, perseguir las letras cuando no se ponen al servicio de su
ANTONIO
CORTÓN
263
ambición satánica y só color de salvar el orden, establecer la dictadura, dorando las cadenas del esclavo para hacer más llevadera la servidumbre.
No vamos á emitir sobre esta materia, ardua y
complicada de suyo, nuestra modestísima opinión.
No tiene nuestro siglo, no tiene siglo alguno, imparcialidad bastante para juzgar ásus hombres. No podemos, empero, excusarnos de consignar aquí que
Napoleón juzgado con relación á los sucesos de Santo
Domingo que vamos narrando, obró como un gran
reaccionario, sin idea alguna política, sin presentimiento alguno de lo porvenir, con desconocimiento
total de los resortes del gobierno, cuyo principal secreto es «transigir para triunfar,» descubriendo en
esta ocasión como en otras varias, los grandes vacíos
que siempre se notaron en su prodigioso genio.
La paz de Amiens había traído un intervalo de
descanso, y Napoleón, cuyo descanso era pelear, prepárase para la arriesgada é imprudente expedición
á Santo Domingo. 20.000 hombres, según unos,
30.000, según otros, aguerridos, inteligentes y disciplinados, que habían combatido alas órdenes del Caporal en Italia y en Egipto, quemada su frente por
el sol de la gloria, se aparejan á partir á la distante
isla, que había de ser muy en breve su sepulcro. La
armada francesa, al mando del almirante Villareut
Joyeuse, se hace á la vela en Brest, desafiando las
tempestades del Atlántico. Dícese que Holanda, que
tanto ha ejercido el comercio de carne humana,
prestó á Francia 60 buques. Las instrucciones navales, redactadas por Decrés con gran misterio y sigilo,
reducíanse á sorprender á Toussaint y atacarle en el
264
PANDEMÓNIUM
Cabo, sin dejarle tiempo para reponerse de la pri-
mera sorpresa. Aquellas naves que la civilizada Europa enviaba para restablecer la esclavitud, poblaron
cuarenta y cinco días el antes desierto Océano. El general Leclerc, cuñado de Napoleón, era el jefe del
ejército que había de desembarcar en el Cabo. Era
Leclerc, según la frase de Napoleón, «hábil en las
maniobras del campo de batalla é inteligente en los
trabajos del gabinete,» genio efímero y mal enderezado que se convierte en un baldón cuando se pone
al servicio de una injusta causa, Leclerc había hecho
la guerra de España. Desde el sitio en que escribo
estas líneas, se alcanza a ver el obelisco alzado por la
nación á las víctimas del Dos de Mayo. ¡Inútilenseñanza! En este noble suelo, que se levantó como los
héroes de la Uiada para recibir al invasor, renovando
en la moderna historia las proezas de la antigua,
debió aprender Leclerc, antes de partirse á Santo
Domingo, donde le aguardaba desastrosa muerte,
cómo se sacan fuerzas de la debilidad, cómo se lucha
contra la tiranía y cómo se muere heroicamente por
la patria en esas horas trágicas de la historia en que
defiende un pueblo libre la bandera de su libertad,
el tesoro de su independencia, la tradición de su
cuna v la santidad de sus hogares.
¡Ah! Por grande que sea en el mundo la devoción al poderoso, nunca faltan defensores á los humildes. No hay tiranía, por formidable que parezca,
que sea suficiente á borrar una idea de la conciencia humana, nihay un brazo, ni aun el brazo de los
Césares, bastante fuerte para atajar el carro de lacivilización en su lenta, pero majestuosa ascensión
ANTONIO
CORTÓN
ri6; o
1
hacia el ideal absoluto. Toussaint tenia amigos ¿r
aírentes en París, en Londres, en Amsterdam, en
todas las grandes ciudades. Los armamentos que se
hacían en Brest, atraían las miradas de toda la Europa, á la sazón pendiente de los ambiciosos pro
yectos de Bonaparte, y Toussaint no tardó mucho
en conocer la verdad. ¡Qué áspera decepción la
suya! Concebir en medio de la soledad una idea y
nutrirse y alimentarse largo tiempo con su savia;
consagrar á esta idea un culto, una adoración, un
fanatismo, en todos los instantes, en todas las situaciones de la vida; luchar y reluchar por su realización con la energía del héroe, con la fe del mártir; enjugar con mano compasiva la sangrienta
lágrima del siervo; alzar piedra sobre piedra un
altar para el derecho y un templo para la libertad;
subir, subir siempre, y ya á punto de coronar el
trabajo con el premio y el esfuerzo con la victoria,
estando cerca, muy cerca de la meta, caer nuevamente despeñado al pie de la montaña, con el suplicio de Sísifo, viendo ocultarse la idea como un
fuego fatuo y desmoronarse el edificio como un palacio quimérico! Toussaint creía en Bonaparte y le
admiraba ciegamente. Confiado en la sinceridad del
primer cónsul y juzgando institución inútil y peligrosa en un pueblo libre el ejército permanente,
había licenciado sus tropas, encontrándose á la sazón inerme y desprevenido. Pero las almas fuertes
se purifican en ía adversidad y se robustecen en el
peligro. Toussaint lanzó el último reto, el supremo
grito, la postrer palabra de la desesperación: el incendio. Por la vez primera salieron de su labio pa-
266
PANDEMÓNIUM
labras que chorrean sangre y ponen grima: «Hijos
míos, decía en una proclama, la Francia vuelve para
esclavizarnos. Dios nos dio la libertad. Francia no tiene
derecho para arrebatárnosla. Quemad las ciudades, des-
¡os cañones,
truid las cosechas, destrozad los caminos con
envenenad los pozos, enseñad al blanco el infierno que
viene á hacer!» El dia 1.° del mes de Julio de 1804,
proclamó Toussaint L'Ouverture la independencia
de su
patriaM
en el vastísimo teatro de la
inocente una tragedia espantable: (1) una
lucha sin cuartel, una guerra de exterminio, una
hecatombe humana, va á afectuarse en aquellas
comarcas americanas, que, como diría el poeta, recibieron de la naturaleza el don fatal de la hermosura. Se disculpa por algunos las crueldades cometidas en las guerras civiles, cuando se combate polguerra que
lina buena causa; mas en la nefanda
por los
cometidas
vamos,
las
crueldades
refiriendo
franceses subieron á tal punto, que el ánimo se re-
América
(1) Corre muy divulgada en España, la traducción de
detestable novela de Víctor Hugo, titulada BugJargal, cava acción se desarrolla en la isla de Santo Domingo! ocho años antes de estos sucesos y eu la épocade dela
la rebelión de Biassou. En interés de la justicia y
humanidad debo protestar contra el pensamiento de esta
obra, en que se falsea la verdad histórica pintando á los
negros como bestias salvajes y á los eutopeos como víctimas ¡nocentes, ridiculizando la idea abolicionista y desconociendo ó negando con estrecho espíritu de secta
cuanto había de legítimo y de santo en aquel alzamiento
de una raza aherrojada. "Esta novela fué escrita por su
ilustre autor á los 18 años de su edad, cuando era realista v vende'en. Sírvaule de atenuación.
una
ANTONIO
CORTÓN
2' •117
giste á creerlas y la pluma humedecida en lágrimas se resiste á trazarlas. Los pobres negros á cuya
frente iba el animoso Toussaint para expresar que
la justicia estaba de su parte y la sinrazón era de
los blancos, solían decir: «los blancos son los negros,
los negros sontos blancos.', palabras que tienen aquí
aplicación lógica en lo que atañe ala inhumanidad.
Empero, la situación particular de los combatientes pudiera aminorar algún tanto esta culpa. El
ejército de Leclerc, exponiéndose no sólo á las balas enemigas, mas también á la fiebre y á las inclemencias del. clima, luchaba por la existencia,
necesitando para, salvarse la victoria y la victoria
decisiva y rápida. Leclerc, bien que no hubiese
quemado materialmente sus naves como Cortés,
sabía, conocedor del. carácter vengativo de su cuñado Bonaparte, cuan peligroso le era, destrozadas
sus banderas, dar la vuelta á la metrópoli. Y en el
opuesto campo sucedía lo propio; las denodadas
huestes de Toussaint jugaban, como suele decirse,
el todo por el todo; como los esclavos de Sicilia,
acaudillados por Euno, como los gladiadores de
Capua, acaudillados por Espartaco, al acudir á la
arena del combate, libraban en el éxito su única
esperanza, sabiendo que de marchar adelante arribarían á la tierra prometida de la libertad, y de
retroceder habían de hallar nuevamente la ergástula con todos sus horrores. Por eso se observa en la
presente lucha el mismo fenómeno que en todas
las luchas de esta clase; nadie huye, todos prefieren la muerte á la fuga, y todos, blancos y negros,
*an cayendo uno por uno heridos en el pecho.
268
PANDEMÓNIUM
jamás en la espalda. Va, pues, á representarse la
escena última del luctuoso drama que tuvo su
prólogo en el suplicio de Ogé y tendrá su epílogo
en el bárbaro asesinato del primero de los negros.
Cuando la fama de los proyectos liberticidas del
corso llegó á la colonia, el primer cuidado de Toussaint fué acopiar víveres y pertrechos de guerra, fortificar los puertos y las ciudades más importantes,
reunir los dispersados restos de su ejército. ¡Extraño
ejército por cierto! Una muchedumbre astrosa, abigarrada, grotesca, compuesta de negros y mulatos,
que en su mayor porción habían sido importados en
la isla, en los últimos cuatro años: hambrientos, indisciplinados, desnudos, armados los unos con picas y
hachas, los otros con viejos fusiles, los más con inofensivos garrotes: luchando todos y cada uno por destrozar sus cadenas, pero sin una idea fija, sin un
plan de campaña, sin una bandera común que les
agrupara y les fortaleciera en el peligro. Conjunto
desordenado de medios sin fin, aquel ejército adicto
á Toussaint y confiado en él por admiración y
gratitud, seguíale ciegamente sin preguntarle á
dónde le llevaba, ni á nombre de qué idea derramaba su sangre generosa. De aquí, que mientras
el uno, enarbolando como tea incendiaria un trozo
de caña de azúcar, planta maldecida que le recor-
ANTONIO
CORTÓN
2:8 19
daba su esclavitud, entonaba el himno bélico del
Grand Pré y del Oná Nassé, el otro interrumpía el
canto de La Marsellesa para vitorear á Carlos IV de
España. Vitoreábase á Toussaint, vitoreábase á la
Convención, vitoreábase á Luis XVI,y los gritos de
«mueran los sacerdotes» se confundían con los
gritos de «viva la religión.» Una nube de griotes,
especie de juglares, acompañaba al ejército en todas sus marchas, entonando, al son de las guitarras
y panderos, vertiginosos cantares, aires de la perdida patria africana, que enardecían el valor del
guerrero, arrullando más tarde el largo sueño de su
eterna noche; y como sucede siempre en esta clase
de guerras, ancianos inválidos, niños inocentes,
mujeres heroicas, seguían los pasos de los combatientes, luchando como ellos y compartiendo sus
fatigas y sus glorias; y en lo más recio de la pelea,
cuando la sangre tenia el campo y los ánimos flaqueaban, aquellas mujeres, émulas de la matrona
romana, arrebataban el hacha á sus esposos é hiriéndose en el pecho, les decían: «la muerte es dulce cuando la libertad nos abandona.»
Realmente la gloria, la responsabilidad y también el resultado y consecuencias de esta revolución, deben atribuirse de todo en todo á Toussaint
L'Ouverture. Élera el único que tenía fe; él era el
único que veía en aquel movimiento algo más que
una rebelión de esclavos; él era el único que en
medio de las decepciones y de los desastres que
hacían vacilar á los más fuertes y que nunca hicieron mella en su conciencia estoica, creyó siempre á
pie juntillas en la salvación y en el triunfo definí-
270
PANDEMONIUM
tivo de su idea, como una justificación á la Providencia; y al contemplar solitario y pensativo, desde
el cabo de Samaná, las naves malditas enviadas por
Francia, que se acercaban lentamente, con convicción profunda, con instinto profético, sabiendo que
había de vencer, pero ignorando cuándo ni cómo,
confiado en Dios y en la justicia de su causa, pudo
decir á los suyos: «Dios nos dio la libertad: Francia
no puede arrebatárnosla. » Fe sublime y hermosa,
inspiradora de las más excelsas virtudes, que da
alas al genio para lanzarse al espacio y sin la cual
la vida sería una maldición, el progreso un espejismo y las vicisitudes de la historia como los círculos
vacíos del infierno del Dante. Toussaint tenía fe;
sintió su idea y llegó á hacerla sentir á otros hombres, Cristophe, Desalines y Clerveaux, que más
afortunados que él, pudieron, al andar del tiempo,
realizarla; pero a Toussaint corresponde de derecho
la gloria de la iniciativa, el primer impulso y la
primera y más santa victoria: la victoria del martino
Cuando el ejército de Leclerc tomó tierra en el
Cabo, las llamas del incendio que devoraba de un
extremo á otro la ciudad, hiciéronle retroceder y
asilarse en sus buques. Cristophe, que como delegado de Toussaint, gobernaba el Cabo, luego que
puso á 2.000 blancos, á las mujeres y á los niños
fuera de peligro, dio la señal incendiando con su
propia mano el palacio en que habitaba. Sobre un
montón de ruinas humeantes hizo Leclerc su segundo desembarco. Los negros le rechazaron al primer encuentro con indómita bravura. Repuesto de
ANTONIO
CORTÓN
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su derrota, embiste de nuevo con fuerzas superiores á las ele Cristophe en número, mas no en ardimiento: en las calles, en las plazas de la ciudad, en
las ajupas de las afueras se traba una lucha cuerpo
á cuerpo; rechazados de una posición los negros, se
refugian en otra, y allí se renueva el combate; las
calles son arroyos de sangre; de los terrados, de las
ventanas, manos ocultas arrojan plomo derretido
sobre la frente de los soldados franceses; son las
mujeres y los niños que reclaman su puesto en la
pelea, su lote en el peligro. No hay piedad para los
vencidos. Parece aquel un combate de fieras en los
desiertos africanos. Los que caen heridos, son arrojados prontamente á la gran tumba del Océano para
que sus cuerpos no estorben el paso á los vencedores; los infelices negros mueren despedazados por
sus mismos cañones, que no saben disparar, mientras la artillería francesa, diezmando sus filas, les
obliga á retirarse á los montes, refugio de todas las
revoluciones. Hay en esta contienda algo que recuerda el sitio de la inmortal Zaragoza; el mismo
frenesí por la independencia, el mismo arrojo casi
salvaje en los combatientes, la misma intervención
de las mujeres, amazonas sin miedo y sin tacha, en
los trances de la lucha, caracterizan estas que podríamos llamar dos epopeyas de la moderna historia (1).
(11 La crueldad del ejército de Leclerc no conoció
Un publicista anglo-americano, de quien he tomado algunos apuntes, al historiar este período de la
revolución dominicana, escribe las siguientes líneas:
«Los franceses agotaron todas las formas del tormento:
límites.
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