La Gaceta núm. 518 del FCE. Febrero de 2014

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ISSN: 0185-3716
D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A F E B R E R O 2 0 1 4
Con gran sentido del humor, Poniatowska juega:
a través de sus narradores duda del relato mismo,
rompe las reglas que inventó
—
N AY E L I G A R C Í A S Á N C H E Z
Además MUERTE Y
RESURRECCIÓN
DE UNA TIPOGRAFÍA
518
Ilustración: ©A L B E R TO B E LT R Á N
518
3
El hombre triste está
siempre más cerca
de la muerte
J O R G E H U M B E R T O C H ÁV E Z
—————————
6
México,
de arriba a abajo
ANTONIO LAZCANO ARAUJO
8
El Versalles
de Poniatowska
ADRIANA ROMERO -NIETO
10
Cartografía
de las costumbres
G I O R G I O L AV E Z Z A R O
12
La mirada ajena
E DI TOR I A L
Cervantowska
E
n noviembre pasado creció la nómina de escritores
mexicanos que han merecido el premio Cervantes. En abril próximo, cuando reciba formalmente
el galardón, Elena Poniatowska estará junto a sus
colegas y amigos Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol y José Emilio Pacheco en ese podio de las
letras en español. En La Gaceta —que como toda
revista mensual es un poco lenta de reflejos y no
siempre puede adecuarse a los caprichos del calendario— queremos rendirle un modesto homenaje
con la revisión y la recomendación de algunas de las obras que, por diversas
circunstancias, hoy ocupan un sitio en el catálogo del Fondo.
Arrancamos con una semblanza de Poniatowska en boca de un excepcional científico mexicano, dueño de un estilo fino e irónico, amigo de la escritora ya por un trecho largo de sus vidas: Antonio Lazcano Araujo habla de
las muchas Elenas a las que uno como lector puede enfrentarse. Esa diversidad queda de manifiesto en las reseñas de su Jardín de Francia, el volumen
integrado por entrevistas con figurones de la cultura francesa de mediados
del siglo pasado; de Todo empezó el domingo, la serie de viñetas que nos presentan, en mancuerna con los dibujos de Alberto Beltrán, la capital en una
época ya ida y sin embargo aún presente; de las novelas breves con mujeres como protagonistas reunidas en los volúmenes de Obras reunidas. Que
se nos perdone la exageración de fundir en un solo bicho a Miguel y a Elena,
escritores de naturalezas ajenas, unidos por el reconocimiento de sus muchísimos lectores: felicidades, pues, a Cervantowska.
Cierran el número una entrevista con Juan Gelman, especie de elegía por
la muerte del poeta argentino asentado entre nosotros, y una historia de pasiones y venganzas alrededor de una hermosa familia tipográfica: a comienzos del siglo xx The Doves Press produjo bellas páginas con unos caracteres
que fueron motivo de un acre pleito, cuyo desenlace podría habernos privado para siempre del uso de esa fuente tipográfica, rescatada hoy por medios
digitales.
DIANA DEL ÁNGEL
14
Canto de pájaro azul
N AY E L I G A R C Í A S Á N C H E Z
17
17
CAPITEL
NOVEDADES
FEBRERO DE 2014
19
La disputa por la Doves
THE ECONOMIST
22
José Carreño Carlón
León Muñoz Santini
D I R E C TO R G E N E R A L D E L F C E
ARTE Y DISEÑO
Tomás Granados Salinas
Andrea García Flores
D I R E C TO R D E L A G AC E TA
F O R M AC I Ó N
Ricardo Nudelman, Martha Cantú,
Adriana Konzevik, Susana López,
Alejandra Vázquez
Juana Laura Condado Rosas, María
Antonia Segura Chávez, Ernesto
Ramírez Morales
C O N S E J O E D I TO R I A L
V E R S I Ó N PA R A I N T E R N E T
Impresora y Encuadernadora
Progreso, sa de cv
Correspondencia
a la pérdida
CARLOS ROJAS URRUTIA
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I L U S T R AC I Ó N D E P O R TA DA : © A N D R E A G A R C Í A F LO R E S
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a
FEBRERO DE 2014
C ERVA
PO
NTOWS
ES Í A KA
Un mes como el actual sirve de pretexto para estos versos que evocan un ya lejano dolor
y describen la desolación en que viven anchas porciones del país. Con su ya característica
serenidad para plantar cara a lo más acre de la crisis humana en que vivimos, pero con igual
optimismo por los gestos sencillos, fraternos, solidarios, Chávez revitaliza la noción
de poesía socialmente comprometida
El hombre triste está siempre
más cerca de la muerte
J O R G E H U M B E R T O C H ÁV E Z
Para Alí Chumacero
Tiniebla, tiniebla, tiniebla.
T. S . E L I O T
En el mes de febrero de 2006 en México abrí con los dedos la caja de mi pecho e hice a
un lado músculos y huesos para que pudieras ver mi corazón
leso
apedreado hasta el fondo
mordido por dientes inciviles
baleado
Hoy te pienso desde la ventana de un avión que parte en dos al país del mismo modo en que lo
haces ahora porque en este amanecer el astro de tu ánimo anda errabundo y solo enteramente
separado de ti
o asomado a qué noche explicando a quien quiera oír por qué son las cosas como son y por
qué es necesario reunir las palabras en versa y por qué los hombres que están tristes caminan
siempre más cerca de la muerte
sé que no has bajado del todo a la tiniebla tiniebla tiniebla porque el sol esplende en la Ciudad
de México y hay una brisa color verde que pasa subrayando la frente de todos
las palabras siguen aquí convocando a la luz para que haga su trabajo de arder y ya el padre
coloca su mano en la cabeza del hijo para darle paz
y en el centro de la hora más negra el amor llega a retirar el abrazo de la muerte y la
frase pronunciada por alguien es clave para que el alma empiece su remiendo
y no existe dolor ni destino ni pena y no hay machacado corazón
ya no están las heridas
nadie ve por aquí al país de hombres tristes
Si ves a alguno que llora su tránsito incidente por el mundo sin hallar redención
es porque nunca vio tu alta y negra figura caminar la ciudad
o en un grave descuido no le diste tu mano
o al hallarte frente a él y decir su palabra tu boca nada dijo
FEBRERO DE 2014
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Fotografía: © R O G E L I O C U É L L A R
C ERVA NTOWS KA
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FEBRERO DE 2014
C ERVA NTOWS KA
DOSSIER
Cervantes abriga hoy a Poniatowska:
con su brazo único, el español abraza hoy
a la mexicana de raíz francopolaca. De esa
fusión surge Cervantowska: a revisar su
vida y algunas de sus obras —publicadas
con el sello del Fondo— dedicamos estas
páginas, testimonio de la renovada
complicidad entre la autora y una
generación de jóvenes críticos que poco
a poco va revisando el lugar de nuestros
clásicos contemporáneos
FEBRERO DE 2014
a
5
Fotografía: © H É C TO R G A R C Í A
SEMBLANZA
México, de arriba a abajo
ANTONIO LAZCANO ARAUJO
¿Qué explica la singularidad de la voz de Elena?
Quizá su profunda capacidad para oír lo que no se dice,
de recrear lo que percibe su oído reporteril, para unirlo
luego de manera casi imperceptible con su propia biografía:
su origen aristócrata, la fortuna de tejer una red de amistades
intelectuales del más alto nivel, el arrojo para emprender
aventuras periodísticas y literarias, su sed de conocer
el país que ella adoptó como propio
6
a
FEBRERO DE 2014
Fotografía: © L E Ó N M U Ñ OZ S A N T I N I
C ERVA NTOWS KA
MÉXICO, DE ARRIBA A ABAJO
A
Elena Poniatowska no le
gusta hablar de sí misma,
quizá porque fue educada
bajo las ideas pedagógicas
de Harry Graham, el escritor inglés que con malevolencia envidiable aconsejaba deshacerse de los niños
parlanchines arrojándolos
a un río. No le quedó más
que aguzar el oído, primero en Francia y luego en
México, un país que hizo suyo a fuerza de observar
con atención y de escuchar con interés. Como dijo de
ella Octavio Paz, muy pronto llegó a “dominar el arte
de escuchar”. Es tan buena escuchando, que aprendió con rapidez a oír e interpretar hasta los silencios.
Las anécdotas suelen revelar vasos comunicantes
insospechados. Una tarde del otoño de 1944 el príncipe Jean Poniatowski, con el pecho cargado de condecoraciones francesas y estadunidenses, atravesó
la Place Vendôme y entró en el bar del Hotel Ritz.
Como escribe Mary Welsh, la última mujer de Ernest Hemingway, allí se encontró con su marido y le
contó que su hijo Bumby Hemingway se encontraba
sano y salvo. París, liberado, volvió a ser una fiesta,
pero Ernest se fue a celebrar a otra parte. Años más
tarde afirmaría que el 9 de diciembre de 1942 había atestiguado el encuentro en las aguas del Caribe
entre un submarino nazi y el trasatlántico español
Marqués de Comillas. Es probable que Hemingway
haya inventado el episodio, pero ése fue el mismo
barco y el mismo año en el que meses atrás Paulette
Poniatowska y sus hijas Elena y Kitzia habían atravesado el Atlántico huyendo de la guerra.
Para las niñas debe haber sido una decepción
mayúscula llegar a México y no encontrarse con
los caníbales con los que habían sido amenazadas
por su abuela paterna, la princesa Elizabeth Sperry
Crocker Poniatowska, si abandonaban París. No les
fue tan mal, porque se hallaron con una ciudad aún
amable, iluminada por la incandescencia de Nahui
Ollin y Lupe Marín y los desplantes de Diego Rivera. Al regresar de una estancia obligada en un internado de monjas del Sagrado Corazón de Jesús, Elena
FEBRERO DE 2014
se hubiera podido incorporar sin problema alguno
a la vida en sociedad a la que tenía acceso gracias a
sus blasones, por muy menguados que estuvieran
después de la reforma agraria de Lázaro Cárdenas.
Sin embargo, prefirió las intersecciones nada desdeñables que su familia mexicana tenía con parientes y amigos del mundo de la cultura y las artes, y
que incluían a la indomable Pita Amor y otras mujeres como Dolores del Río, así como la sobriedad intelectual de Ignacio Bernal, médicos como Ignacio
Chávez y Raúl Fournier, amigo de los Contemporáneos y de Antonin Artaud, y el refinado gusto pictórico de su tío Francisco de Iturbe, mecenas y protector del Orozco más metafísico.
Elena siempre ha lamentado no haber cursado estudios universitarios, pero con ese ambiente ni falta le hizo. Muy pronto se encontró en medio de un
círculo de amigos y conocidos que creció por épocas hasta incluir a Elena Garro, Octavio Paz, Carlos
Fuentes, Leonora Carrington, Juan Soriano, Carlos
Chávez, María Izquierdo, Luis Barragán, Luis Buñuel, Carlos Pellicer, José Emilio Pacheco, Fernando
Benítez, Juan Rulfo, fotógrafos como Manuel y Lola
Álvarez Bravo, Héctor García y a su amiga y hermana Mariana Yampolsky, y Salvador Elizondo, que iba
a su casa no tanto para platicar con ella sino para ver
el retrato al óleo que Boldini había hecho de su abuela la princesa Elizabeth Poniatowska.
Al igual que Gabriel García Márquez, Elena Poniatowska gusta decir que “escribo para que me quieran”. Lo ha logrado, y con creces. Pero también escribe para pertenecer. “Mamá, ¿de dónde soy? ¿Dónde
está mi casa?”, se pregunta Mariana una y otra vez
en La “Flor de Lis”. Las respuestas las encontró,
como dice la propia Elena, “haciendo todo por conocer la vida cotidiana de mi país, México. Hice todo
por conocerlo, entrevistarlo, cuestionarlo.” Comenzó a recorrer México a lo largo y a lo ancho, pero sobre todo de arriba a abajo, descubriendo el país con
el mismo candor con el que Adán se asomó al mundo
en los primeros días de la Creación. Pero candor no
es lo mismo que ingenuidad, como lo prueba la larga
lista de personajes que entrevistó con precisión quirúrgica aquí y en Francia, incluyendo algunos cuyos
a
retratos hablados son tan implacables como los cuadros de Lucien Freud, siempre pintados en espacios
cerrados.
Es fácil imaginar el gesto adusto y enérgico de su
tía Carito Amor de Fournier cuando le dijo a Elena
en 1955: “Niña, te vamos a dejar escribir novelas,
pero no vivirlas.” Quince años más tarde publicó su
novela Hasta no verte Jesús mío, en donde es la interlocutora silenciosa ante el recuento apabullante de
la biografía de Jesusa Palancares, viuda y huérfana
de la Revolución y del milagro mexicano. Aunque el
lenguaje popular ha cambiado y sigue evolucionando, el relato mantiene su vigencia no sólo como novela testimonial, sino también porque siguen vigentes
la pobreza y marginación de Jesusa Palancares multiplicada en los millones de desposeídos que continúan viendo desde la orilla la marcha del país hacia
una prosperidad cada vez más desigual.
Elena hizo caso a medias a las admoniciones de
la tía Carito, porque hay mucho de ella repartida en
forma desigual en las biografías de las mujeres ahora distantes que retrató en páginas espléndidas de
las Siete cabritas. Como bien dice Christopher Domínguez Michael, ese pequeño libro permite un
mejor acercamiento a Elena Poniatowska y, me parece, también nos ayuda a comprender la genealogía libertaria de muchas de nuestras contemporáneas, aunque algunas ni cuenta se han dado de ello.
Tampoco es difícil reconocer a Elena Poniatowska
en los textos en donde describe la soledad de Angelina Beloff, en su atracción por la mirada en blanco
y negro de Tina Modotti, la militante que vivía la
política en esos dos colores maniqueos, pero cuyas
imágenes demuestran que a menudo la obra supera
al creador pero, sobre todo, en el deslumbramiento
por la imaginación refinada con la que Leonora Carrington amasaba todas las mañanas cosmogonías
imposibles.
La fascinación de Elena Poniatowska por la fotografía de Tina Modotti corre paralela a su deslumbramiento por el trabajo de Graciela Iturbide, Mariana Yampolsky, Héctor García y Manuel y
Lola Álvarez Bravo. A pesar de su amor por la imagen, rara vez logra incorporar el P A S A A L A P Á G I N A 1 6
7
Ilustración: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S
C ERVA NTOWS KA
R ES EÑA
El Versalles
de Poniatowska
ADRIANA ROMERO -NIETO
Hay dos facetas imprescindibles para describir
la biografía de Poniatowska como escritora: es
una entrevistadora incansable y una adoradora de
Francia. En el libro que recoge las conversaciones
que sostuvo, en los años cincuenta, con personajes
galos de diversa catadura, conviven esas dos
características. La joven periodista se revela
desinhibida en estas conversaciones que retratan
una época (del país y de la autora)
8
a
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C ERVA NTOWS KA
EL V ER SA L L ES D E P O NI ATOWS KA
C
uando se pasea por los jardines de Versalles, el arquetipo del jardín francés,
el caminante se deja cautivar sin mayor deliberación
por la innegable alineación
del espacio y de lo que éste
simboliza para la historia
de Francia. De la misma
forma, cuando se relee o
se lee por primera vez, pero con atención, Jardín de
Francia de Elena Poniatowska, publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2008, el que lo transita
se asombra ante la sutil articulación de los elementos que componen el conjunto de las crónicas y las
entrevistas, y comprende que se encuentra ante un
recorrido indispensable por los personajes que trazaron la vida cultural de la Francia de la segunda mitad del siglo xx. Se trata de una organización tal vez
menos consciente que la que tuvo el jardinero real
Le Nôtre cuando pensó cada eje que compondría el
antiguo pabellón de caza de Luis XIII, porque, como
sabemos, Elena publicó separadamente cada una de
las crónicas que integran este libro. Hay también
una relevancia histórica mucho más tímida que los
sueños de magnificencia del Rey Sol, en los que el
jardín formaba parte de sus objetivos políticos, ya
que estamos ante los primeros textos periodísticos
de una joven Elena de apenas 21 años que aún ignora el gran interés que suscitarán muchas de las revelaciones aquí obtenidas. Pero haya sido de forma
voluntaria o no, ya sea que provengan de una joven
o consagrada autora, este libro de la reciente Premio
Cervantes comparte con el jardín francés no sólo el
título, sino también ciertos elementos que lo definen: la perspectiva, la escala, digna del pensamiento
cartesiano que ya reinaba en las matemáticas y filosofía de aquella época, y una naturalidad como la del
fluir del agua.
El abanico de personalidades de los años cincuenta que componen estas entrevistas es en extremo variopinto: músicos, escritores, actores, diplomáticos,
filósofos y abates franceses, todos conocidos de André Poniatowski, abuelo de Elena; celebridades que
van desde Henri Salvador, el cantante de jazz francés nacido en Cayena y uno de los iniciadores del bossa nova, hasta Sartre, Camus, Ionesco y Malraux, pasando por las icónicas Edith Piaf y Coco Chanel. Una
variedad de interlocutores disímbolos, evidente con
tan sólo recorrer el índice, que apunta hacia el infinito y no a un punto particular del espacio. Así como
cuando al hablar de la composición de los jardines a
la francesa se refiere uno a salas, recámaras o teatros
de vegetación, en esta serie de crónicas y entrevistas
cada personaje retratado es una habitación en sí mismo, pero no por su singularidad opaca al resto, sino
que es una pieza fundamental y única que de manera armónica se acopla a un todo. Obedeciendo a una
de las primera reglas que impuso el ya mencionado
Le Nôtre al reflexionar los elementos que deberían
componer el jardín del rey, Jardín de Francia es sin
duda un libro de gran perspectiva, ya que abre el eje
visual de su lector, de tal forma que ningún personaje destaca más que otro, pero todos forman un absoluto. Quien recorre las páginas tiene ante sí un amplio horizonte de celebridades y eventos referidos, de
tal forma que puede dar dos pasos atrás y observar el
todo si así lo prefiere, o bien, sacar los gemelos y leer
a cada entrevistado desde un punto más cercano.
De esta forma, la perspectiva de este vasto panorama de la vida cultural francesa remite a un gran eje
visual que se alarga o se estrecha, apuntando hacia
el horizonte e insinuando la infinitud del jardín, de
sus posibilidades. Elena no se concentra entonces en
una línea temática ni en un tipo de personajes: “en
unas cuantas páginas pasa del existencialismo a la
guerra de Indochina, no habla solamente con escritores, ni actores ni músicos, porque lo que le interesa
es abrirse a la vida, al jardín que la compone.
A pesar de corresponder a la imagen de una celebridad, los entrevistados parecen trazados a escala
humana, sin ser engrandecidos ni exaltados como si
leyéramos fragmentos de biografías de aquellos monumentales héroes que perfilaron nuestra historia.
Como en los jardines reales, para preservar esta proporción, la topografía de la obra de Poniatowska es
esencialmente plana, y no hay elementos que se encuentren a diferente altura. El tamaño “real” se debe
a que la autora relaciona a los entrevistados, aunque
situados en el escenario galo (más propiamente, parisino), con espacios concretos y cotidianos france-
FEBRERO DE 2014
ses de los que todos tenemos noticia o que pertenecen a un imaginario colectivo sobre el ser francés.
Así, al cruzar las líneas de cada texto nos descubrimos nostálgicos o ansiosos de descubrir aquellos
baños y sus grandes tinas, las callejuelas donde cruzan las monjas en bicicleta, la historia de París que
esconde el Hôtel de Ville o los consagrados cafés de
Flore y Les Deux Magots, las brasseries Lipp y Closerie des Lilas en donde, como menciona Elena, los
ilusos seguimos sentándonos esperando encontrar
algo de Sartre o de Simone de Beauvoir, o tal vez de
Verlaine, Mallarmé o Boris Vian.
Es también importante mencionar que la cercanía que sentimos ante estos personajes tan franceses
se debe de igual manera a que la autora de una forma
muy consciente construyó sólidos hilos entre ellos
y nuestro paisaje y referentes mexicanos. La misma
Elena anuncia en su prólogo: “Pensé que yo tampoco presentaría a un entrevistado en su penumbra, intentaría retratarlo a la luz de México.” Así, muchos
de los que hablan en este libro tuvieron alguna relación, directa o indirecta, con México: la actriz Suzanne Flon, perteneciente a la generación del también entrevistado Jean Vilar, recuerda cómo conoció
por primera vez la selva en Palenque; Erongarícuaro
revive en parte gracias al artista Michel Cadoret;; Raiano,
ymond Aron discurre sobre el proyecto bolivariano,
cre de Tlatelolco, del terremoto del 85 y del movimiento zapatista de los años noventa. De ahí que de
una a otra página los textos oscilen con tanta facilidad entre la crónica y la entrevista, sin importar que
haya homogeneidad de género en el conjunto, tal vez
porque la periodista, más allá de ser escritora de uno
u otro, sabe también ser una fotógrafa de personalidades, como bien ya lo ejemplifica su libro Las siete
cabritas.
Los lazos diplomáticos y culturales que hermanan
a Francia y a México son más que conocidos: basta
recordar el mensaje que a principios de los años cuarenta Lázaro Cárdenas lanzó a Albert Lebrun, presidente de Francia, nombrando al pueblo francés el
“portavoz de la libertades humanas y de los derechos
del hombre”. Dos naciones geográficamente lejanas
pero de incesante correspondencia que encarna en
una serie de personajes, ya sea por su historia, sus
afinidades o apegos, y de entre los cuales uno de los
nombres que más resuena es el de Elena Poniatowska. Jardín de Francia es entonces el mapa que diseña
la autora, cual paisajista, para que nosotros, sus lectores, podamos recorrer los senderos de esa cultura tan amplia que es la francesa. Y así, al pasearnos
entre una recámara y otra descubramos que en cada
sombra, espectro de luz o caída de agua se esconde
una humilde alusión a Versalles.
W
Versalles.W
Pensé que yo tampoco
presentaría a un
entrevistado en su
penumbra, intentaría
retratarlo a la luz de
México
nocientre muchos otros ejemplos más o menos conocidos. Y entre las páginas, además de todos esos espacios tan à la française, como los ya mencionadoss caamos
fés a los que se les dedica un capítulo, encontramos
al, el
el Teatro Margo, el Paseo de la Reforma, el ifal,
Museo de Antropología, el teatro del Palacio dee Beaisallas Artes, la unam… De esta forma, ambos paisajes, el francés y el mexicano, se entremezclan. Pero
lo que permite que los entrevistados se vuelvan más
humanos y más alcanzables ante nuestros ojos ess soados;
bre todo la naturalidad con la que son presentados;
orios
en ocasiones son algunos párrafos introductorios
que Poniatowska otorga al lector para situar al peromo
sonaje, o en ocasiones algunos detalles clave como
rven
sus obras más sobresalientes, elementos que sirven
más,
para erigir el puente entre ellos y el lector. Además,
s, en
la edición del fce cuenta con algunas páginas,
ías y
pliegos aparte, en donde una serie de fotografías
ades,
dibujos muestran a varias de estas personalidades,
de forma que el lector puede tener una referenciaa visual de ellas.
uesto
La naturalidad de este jardín se debe por supuesto
a la joven autora, quien ya desde sus inicios en ell periódico Excélsior y cuando aún firmaba como Helèranne, hace gala de sus cualidades de periodista y arranridaca frases y momentos inesperados de las celebridaotan
des. De forma que las preguntas y respuestas brotan
tes y
con tal espontaneidad que recuerdan las fuentes
ríos que componen los jardines reales. Porque al fin
rtisy al cabo Poniatowska es la entrevistadora de artisn notas, la reportera de sociales, la simpática joven
ribió
toria de la vida cultural francesa, como la describió
ente
Christopher Domínguez Michael; y ella se siente
orma
como pez en el agua. Una familiaridad que de forma
ducsorpresiva surge ante ciertos comentarios introducsona
torios, como “Sepa usted que es a la primera persona
a la que le concedo una entrevista desde que he nacior de
do”, del Hubert Beuve Méry, director y fundador
o tan
Le Monde, o “Sepa usted, señorita, que la recibo
o Resólo porque usted me dijo que conocía a Alfonso
oeta
yes y que la mandaba el joven Octavio Paz”, del poeta
franco-uruguayo Jules Supervielle. Pero, si no fueridara por estas líneas que anuncian que las celebridaerta,
des se encuentran ante una joven todavía inexperta,
ta ya
los discursos parecen provenir de una periodista
oven
madura. Notamos algunos rasgos de esa Elena joven
que después se convertirá en la cronista de la masa-
a
Adriana Romero-Nieto, traductora, es la editora
de literatura en el FCE.
9
Ilustración: ©A L B E R TO B E LT R Á N
C ERVA NTOWS KA
Un historiador deseoso de reconstruir el clima anímico de la Ciudad de México en los
años cincuenta encontrará en Todo empezó el domingo un relato doble, literario y gráfico,
de la urbe en trance de destruirse a sí misma, de sus habitantes, de sus joyas hoy extintas.
Publicada su primera edición en 1963, urge volver a imprimir este retrato citadino hecho
al alimón por Poniatowska y Alberto Beltrán
R ES EÑ
EÑA
Cartografía de las costumbres
G I O R G I O L AV E Z Z A R O
C
iudad infinita, México es
todas las ciudades”, escribe Elena Poniatowska en
el texto que sirve de pórtico para las 78 crónicas que
se alojan en Todo empezó
el domingo. Una doble escritura puebla estos escenarios, esbozo de la mexicanidad de 1957: la pluma
de Poniatowska y el lápiz de Alberto Beltrán. La
primera describe, comenta y narra; el segundo ilustra, envuelve o añade. Voz y ojos que escriben —uno
con imágenes, la otra con palabras— las estampas
del México de mitades del siglo xx; ambos discursos
atraviesan el libro todo, paralelos, y ofrecen al lector, por lo menos, tres posibles lecturas: iconográfica, literaria y mixta. Estas tres maneras de entender
10
Todo empezó el domingo lo hacen un libro versátil
que se acerca a diversas formas de leer: las imágenes
gráficas, las que se desprenden de las palabras y las
que se funden entre los dibujos de Beltrán y las crónicas de Poniatowska.
El costumbrismo del siglo xix cabalga por estas
páginas y funge como un puente entre aquella época
y la nuestra, donde el punto medio se fija en la escritura de la periodista mexicana. Tres siglos conviven
especularmente en las letras y dibujos de ambos autores, grabados del tiempo mexicano, testimonios
ópticos y verbales de un México que, afantasmado,
todavía vivimos. Esto es lo que nos permiten las crónicas (en general, claro, pero también éstas en particular): dar cuenta de la permanencia de los rituales, de las necesidades que no se satisfacen, de los
ritos religiosos que nos acompañan, de la duración
inmarcesible de la desigualdad, pero también de las
a
costumbres extintas, de los lugares derruidos y olvidados, de las ruinas sobre las que vivimos. En las
dos escrituras que trazan Poniatowska y Beltrán, se
sienten los vestigios de una cultura sepultada —incluso arquitectónicamente— sobre la que nos erigimos: México Tenochtitlan. Hacia ambos extremos
del puente entre dos épocas se intuye un camino de
varios siglos que se tensa entre dos puntos: la historia y el porvenir.
Por eso la escritora nos arrastra hasta los cimientos de las catedrales donde yacen las pirámides, pilares de nuestra religión materna, y desentierra siglos
de antigüedad acumulados en los edificios, costumbres y juegos que hoy mismo habitamos: “Muchos
de los montículos que vemos en el campo sepultan
pirámides y hay juegos de pelota precortesianos escondidos bajo tierra”, juegos que permanecen en
“Balbuena, el Chapultepec de los pobres”, donde los
FEBRERO DE 2014
Ilustración: ©A L B E R TO B E LT R Á N
C ERVA NTOWS KA
CARTOGRAFÍA DE LAS COSTUMBRES
oaxaqueños que vivían en México jugaban a ser dioses, porque “aventarse la pelota mixteca, el uno al
otro, era como jugar con el sol”, y, con el fuego en las
manos, quemaban el tiempo libre y, con él, olvidaban por momentos las condiciones de su vida —como
ahora mismo se hace, seguramente, en alguna cancha de frontón improvisada en el cemento.
Poniatowska esculpe en los cauces de Xochimilco
estampas que invocan los vestigios de nuestra cultura y dibuja, con marca de agua, en el azogue de los canales, un destello de lo que fue la civilización antes
de la civilidad: “Así, salida del agua —estallido de flores, de verdor, de huejotes— debió de ser la antigua
Tenochtitlan.” La periodista recuerda en “los niños
xochimilcas” la devoción de un pueblo infante donde “sus bracitos cocidos se vuelven cántaro de flores
para honrar a ‘nuestra madre que está en los cielos’”.
De esta forma se reúnen las dos patrias del México
prehispánico, el agua y la tierra, y se coronan con su
producto enervante, la flor; aunque, como apunta
Elena, “Hoy los indios cuidan muros y cables. El jardín ha quedado sumergido. Tenochtitlan se doblega,
y da flores acuáticas que crecen para adentro”, producto del progreso y la construcción de una ciudad
que, con el sino del ouroboros, se come a sí misma
cuando emplaza los edificios nuevos sobre las ruinas
de lo que somos.
Ambos grabadores, escritora y dibujante, trazan
rituales religiosos —que llegan hasta lo esotérico—,
desde las peregrinaciones hacia la Villa, el día de la
virgen de Guadalupe, hasta los santos y advocaciones, que se veneran con ritos más bien mágicos; delinean convivencias donde la mexicanidad emerge en
la comida, ya sea el mole, las carnitas o los antojitos
típicos de la ciudad, ya sea el pescado de la costa de
Veracruz o algún otro plato regional; marcan lugares donde tradiciones y personajes conviven, como
los dibujos y las letras. Ambos trazos construyen un
mapa donde se localizan las prácticas del mexicano.
Prácticas que, sujetas al tiempo, se emplazan en una
duración finita; algunas costumbres llegan hasta el
siglo xxi, otras perecen en el curso de los años. Tal
como los personajes del museo de cera “que muchas
veces los funden cuando ya todos se olvidaron de
ellos, y con la cera caliente crean otros personajes,
también transitorios”, las costumbres se reciclan a sí
mismas como las efigies de parafina; se disuelven en
el desuso pero se tornan, asimismo, balaústre de las
tradiciones, columnas que sostienen la parte más visible de la cultura.
Los dos personajes que retratan las costumbres
del país, nunca protagonistas sino testigos, recorren
la ciudad de México y algunos parajes del resto de
la república: Yucatán, Veracruz, Guerrero, Hidalgo,
Puebla, Chihuahua o el Estado de México. Lo que
Poniatowska dibuja con palabras, Beltrán lo escribe
con imágenes: testimonio de los contrastes que parten desde las condiciones sociales del país —tan poco
disímiles las de entonces con las de ahora— y se fincan en las formas estéticas de ambos autores.
Las ilustraciones como las crónicas están plagadas, aunque tenuemente, de una ironía que linda con
la crítica social —tanto política como cultural—, enmarca los claroscuros que abundan en los barrios
del país y, víctimas de un estatismo que escapa al
tiempo, recorren nuestra historia de cabo a cabo; por
esto Carlos Monsiváis apunta que en la lectura renovada de Todo empezó el domingo “seguimos reconociéndonos en esos paseantes y esos turistas de la
capital al borde de la fragmentación”, un límite que
se expande mientras la ciudad de México devora al
estado que lo rodea y, en su redundancia nominal,
ciudad y estado se funden y “las diversiones de los
pobres están siempre al borde del suicidio”; un margen que siempre está a punto pero no se fragmenta,
no se quiebra, no se colapsa. Acaso porque aquella
máxima romana, “pan y circo”, sigue funcionando
de manera cabal.
Los habitantes de las crónicas de Poniatowska se
maravillan, ya con el Museo del Chopo o el de Historia Natural (en la sección de “fenómenos y disparates”): “los visitantes se extasían ante esas atroces
caricaturas infantiles; seres que nacieron sólo para
recordarnos que el amor también puede dar frutos
monstruosos”; ya con los espectáculos que se transmiten por televisión, como las peleas de box, pues
“sin duda el espectáculo más antiguo es el de dos
hombres que combaten a golpes”; bien con los futbolitos, donde los muchachos “frente a una hilera de
máquinas tragadieces y tragaveintes […] se entretienen todo el día del domingo”; o con los avioncitos que
FEBRERO DE 2014
cruzan el cielorraso del Campo Marte, donde “no
sólo niños aficionados a ‘volar’” acuden al espectáculo sino también “los niños grandes, niños petrificados, hombres que construyeron ellos mismos sus
aviones”. Las costumbres y los juegos se han disuelto
en el olvido y, cera líquida que espera la resurrección,
han mutado en ritos que nos sustraen del pesar de la
existencia en la ciudad y nos sumergen, unos instantes, en un paraíso edulcorado que sabe a gloria pura.
Cada práctica de la que dan cuenta Poniatowska y
Beltrán se enraíza en lugares que permanecen y nos
conectan con otros tiempos, como las vías de los trenes, férreas líneas que se oxidan con el desuso, “los
fierros viejos que, como en todas las vías del mundo,
se fosilizan en el suelo”; como las avenidas que, vistas desde la altura de una azotea, dibujadas en un
mapa, se ven “como cauces de río profundo”; como
esos testigos de cemento y metal que sólo saben contemplar el paso del tiempo, los balcones, que “tienen
la vocación del vuelo. Continuamente se escapan.
Emprenden viajes y, a la mañana siguiente, amanecen húmedos de rocío, cubiertos de semillas enterradas por el aire. Vuelven quizás un poco más viejos y
sus barrotes guardan aún el rumor del agua, algún
viento pueril y escondido, un oscuro trozo de noche
duerme arrinconado”; o como la Torre Latinoamericana, donde se descubre la seducción del montañismo pues “la altura embruja” y “tal parece que los alpinistas sólo escalan los más altos picos para ver hacia abajo”, desde donde se escucha, tanto en la cima
del pico más elevado como en la punta de la torre,
que “una sirena brota de las entrañas del hierro; una
sirena: largo quejido de la ciudad”.
Una ciudad que se destruye, como todas, y se erige
sobre su propia ruina, es la que empieza en domingo: el día de descanso oficial —aunque ahora mismo,
un domingo cualquiera, muchas personas estén trabajando—, el día que sirve para olvidar el resto de la
semana, el día donde las historias comienzan. Ciertamente, no todas las crónicas del libro se sitúan en
el séptimo día de la semana —o el primero, según se
juzgue el inicio y el fin de una semana— pero su posibilidad se localiza en el descanso, el paréntesis, la
pausa. Así como el ouroboros alcanza su propio fin
con sus fauces, también la oralidad —plasmada en
los diálogos que reproducen las voces de la gente— se
filtra hasta la prosa de Poniatowska y los dibujos de
Beltrán: principio y fin se confunden, grabados y testimonios se mixturan: “los círculos se cierran. Toda
sangre llega al lugar de su quietud.”W
Elena Poniatowska
en el Fondo
BODA EN CHIMALISTAC
los especiales de
a la orilla del viento
Ilustraciones de
Oswaldo Hernández Garnica
1ª ed., 2008, 28 pp.
978 968 16 8563 8
$125
JARDÍN DE FRANCIA
letr as mexicanas
1ª ed., 2008, 430 pp.
978 968 16 8582 9
$199
OBRAS REUNIDAS I
Narrativa breve
obr as reunidas
1ª ed., 2005, 307 pp.
978 968 16 7469 3
$310
OBRAS REUNIDAS II
Novelas 1
obr as reunidas
1ª ed., 2006, 586 pp.
978 968 16 7860 5
$495
Giorgio Lavezzaro es ensayista.
OBRAS REUNIDAS III
Crónicas 1. Las siete cabritas.
Juan Soriano “Niño de mil años”
obr as reunidas
1ª ed., 2012, 323 pp.
978 607 16 1186 4
$360
TODO EMPEZÓ EL DOMINGO
Alberto Beltrán y Elena Poniatowska
vida y pensamiento de méxico
1ª ed., 1963, 248 pp.
a
11
Ilustración: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S
C ERVA NTOWS KA
R ES EÑA
La mirada ajena
DIANA DEL ÁNGEL
Varios relatos confluyen en esta novela de Poniatowska,
en la que se cuela un claro aliento autorreferencial.
Desde la mirada de una niña que va dejando de serlo,
el lector observará una ciudad deslumbrante y conocerá
el vacío de la orfandad y el desarraigo, la complicidad
fraterna, la ingenuidad que puede llegar a dañar.
Pespunteada con canciones, relatos populares,
anuncios, la novela muestra el crisol mexicano
de mediados del siglo XX
12
a
FEBRERO DE 2014
Fotografía: © L E Ó N M U Ñ OZ S A N T I N I
C ERVA NTOWS KA
LA MIRADA AJENA
L
a “Flor de Lis” (1988) es la
tercera novela de Elena Poniatowska. Una flor de lis es
el símbolo de la aristocracia
francesa a la que pertenecen
casi todos los personajes de
la narración; es una insignia
usada por el grupo de scouts
de Mariana, la narradora niña
que nos lleva por los vericuetos de su crecimiento. La flor de lis también es parte de los emblemas de la religión católica en cuyo
ámbito la joven narradora conoce al padre Teufel
y sus intenciones de crear una sociedad nueva. Final y sorpresivamente, es el nombre de una tienda
de tamales, que ofrece lo mejor desde 1918. Junto a
otros libros de carácter narrativo, esta obra se halla
en el segundo volumen de Obras reunidas, editada
por el Fondo de Cultura Económica.
No obstante su profusa colección narrativa, la
también llamada princesa roja es más conocida en
nuestras letras por su labor periodística. Ello no
ocurre así en países como Estados Unidos o España, donde diversos estudiosos —Joan F. Marx, Rocío Oviedo Pérez de Tudela, Walescka Pino-Ojeda
o María Caballero, por mencionar algunos— han
atendido puntualmente la obra de Poniatowska en
general y han dedicado serios artículos a La “Flor de
Lis”, lo cual no es de extrañar si consideramos que
la novela, mediante la rememoración de Mariana,
nos enfrenta, desde una perspectiva novedosa, a la
Ciudad de México posrevolucionaria, a la decadencia de la clase aristocrática, al nacimiento de la burguesía y al tema de la relación entre madre e hija.
La voz de la narradora madura sutilmente a lo
largo de la obra. La apuesta de Poniatowska por
construir la mirada de una niña en general se sostiene durante el relato, que, sin dejar de centrar su
atención en los hechos externos, cobra un tono intimista que envuelve al lector. La pequeña duquesa
describe con candor el mundo y los cambios que la
rodean desde su tina de baño en Europa hasta las
calles porfirianas de la Ciudad de México, a la que
llega con su familia huyendo de la primera Guerra
Mundial. Este memorial de dulzura en boca de una
FEBRERO DE 2014
niña es motivado por la protagonista de su vida y
de la novela: su madre. Luz, aristócrata de origen
mexicano, es la presencia luminosa alrededor de la
cual las palabras de Mariana mariposa revolotean
atraídas por la ausencia materna.
La duquesita desterrada es un personaje entrañable por la sinceridad con que expone sus puntos de vista y sus carencias como ser humano: “me
acuclillo en un rincón y finjo, para que me quiera”,
nos dice, hablando de su segunda nana. A pesar de
que el ambiente, en principio aristocrático europeo y luego de clase acomodada en México, pudiera ser frívolo, Mariana está llena de complejidad;
uno de sus conflictos esenciales es la falta de equilibro que espera resolver mediante su madre. “Yo
era una niña enamorada como loca. Una niña que
aguarda horas enteras. Una niña como un perro.
Una niña allí detenida entre dos puertas, sostenida por su amor.”
Como buenas hermanas, en la infancia Mariana
y Sofía van a todos lados juntas, pero desde entonces cada una forma su personalidad, muy distinta
de la otra. Este contrapunto entre las dos niñas es
un recurso bien explotado para dar cuenta del carácter de la narradora. “Estoy enamorada de Cary
Grant. Sofía, ella, se ha enamorado de Gregory
Peck, pero no hace méritos. Dice que qué más mérito que ella misma.” Durante su vida en México y
luego en su estancia en el convento de Filadelfia,
estas diferencias se acentúan, al grado que, cuando la novela termina, Sofía tiene una vida al lado de
su novio mexicano y el baile, mientras que nuestra
“Flor de Lis” sigue buscándose.
Mariana se define por lo que no es, por el anhelo —“yo nunca me quiero sino como voy a ser…”—,
por el abrazo materno que no llega, por la certeza
paterna que no aparece, por la ciudad querida que
la rechaza —“Es que no pareces mexicana”—, por la
tristeza que no halla residencia. De estas ausencias,
quizá la más honda sea la de Luz; rememora una voz
de Mariana adulta en medio de la novela: “Más tarde en la vida una psicoanalista argentina me dirá:
‘Ya deje en paz a su madre, que ni la quiere como
usted la quiere, olvide esa obsesión, no le conviene.’
No, doctora, soy yo la que no me convengo, aunque
a
antes de niña, sí, solía reír mucho, y cuando reía, entonces sí, me tenía a mí misma, sí, como un pequeño
sol de premio entre mis manos.”
Hacia el final de la novela atisbamos el único medio que Mariana encuentra para acercarse a su Luz:
su diario. Mediante la transcripción de fragmentos
de la escritura íntima materna la hija hace corpórea
a la presencia inasible de su infancia. Su llegada a
México es motivada por la guerra, en la que su padre combate. En este país la espera una nueva abuela, una revolución recién estrenada, una nana de
Tomatlán y otras calles por caminar. Las historias
de la abuela mexicana y su pasión desmedida por
los perros son narradas sin enjuiciar, es decir, desde la mirada inocente de una niña. Gracias a eso es
posible contar cómo un vagabundo es acogido en la
casa sólo por ser dueño de Chocolate, un perro que
llevó a la anciana rica a meterse en las barrancas de
Santa Fe. Mediante esta y otras anécdotas, la novela toca, si bien indirectamente, la dinámica pervertida entre las distintas clases sociales. “El pueblopueblo es otra cosa. Lo terrible es esta clase media
baja que avanza pujando por el mundo, también en
Europa, no creas, ésa, a la que se le escurre el espaguetti sobre el mentón, ésa que trae a sus bebés a la
playa en vez de dejarlos con la nana…”
Aunque la ciudad por la que se mueven los personajes se reduce a las colonias Roma, Condesa y
Centro, es posible ver en el relato de Mariana partes que hoy ya no existen. En el recorrido de la calle
de Madero se forja su amor por el nuevo país, pero
mucho más a la vista del “Zócalo, esa gran plaza que
siempre se me atora en la garganta”. En la naturalidad con que nos son descritos los cines gigantes
extintos, la novedad del Paseo de la Reforma o los
“castillitos” de la colonia Juárez se nota el ejercicio
de la crónica que ha hecho a Poniatowska una de las
escritoras contemporáneas más populares.
Uno de los rasgos, sin ser estrictamente novedoso, más atractivos de La “Flor de Lis” es que integra
discursos ajenos a la narrativa. Esta incorporación
de lenguajes se traduce en la novela mediante la inclusión de canciones populares, anuncios de tamales, cuentos de Tomatlán, rezos católicos y fragmentos de la liturgia cristiana. P A S A A L A P Á G I N A 1 6
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Ilustración: ©A N D R E A G A R C Í A F LO R E S
R ES EÑA
Canto de pájaro azul
N AY E L I G A R C Í A S Á N C H E Z
Poniatowska ha escrito narrativa de varia
extensión. En el extremo breve están los cuentos
y novelas cortas que se agrupan en el primer
volumen de Obras reunidas que publicó el Fondo
hace casi una década. Aquí se pasa revista a esos
relatos y se muestra multitud de ejemplos del
ingenio con que la autora sintetiza un sentimiento,
una intuición, una tragedia
14
a
FEBRERO DE 2014
Ilustración: © H E N R I M I C H A U X
C ERVA NTOWS KA
CANTO DE PÁ JARO AZUL
E
n 2005 el Fondo de Cultura
Económica publicó el primer tomo de obras reunidas de Elena Poniatowska
(París, 1932), dedicado a su
narrativa breve; en él se incluyen dos novelas cortas:
Lilus Kikus (Los Presentes,
1954), y Querido Diego, te
abraza Quiela (Ediciones
Era, 1978); y dos libros de cuentos: De noche vienes
(Editorial Grijalbo, 1979) y Tlapalería (Ediciones
Era, 2003).
Esta colección recrea la sorpresa del primer encuentro con el mundo a través de historias entrañables y descripciones ingeniosas llenas de detalle. La
autora entreteje hilos narrativos que navegan entre
la intimidad minúscula y la panorámica social, movimiento que recuerda la pluma de Ramón López
Velarde, Juan Rulfo, Lewis Carroll o Antoine de
Saint-Exupéry.
Lilus Kikus descubre un rito de iniciación: el paso
de una niña que se convierte en mujer. Aún asiste a un colegio de monjas pero ya en la calle le gritan: “¡Ay, mamacita, quién fuera tren para pararse
en tus curvas”. Tránsito espejo de la joven escritora de 22 años que publica su primera obra. Lilus es
una mujer de 13 años que no parece estar dispuesta
a abandonar la niñez, pues vive feliz en la observación de un mundo cotidiano: plantas, frutos, insectos; y de otro extenso e inabarcable: las compañeras
de la escuela de monjas, el vecino filósofo. La novelita describe con gestos suaves y discretos la imagen
del México de los cincuenta visto desde la clase media: las manifestaciones públicas, la presencia de
los exiliados, las vacaciones en un Acapulco paradisiaco. En su primer libro, Poniatowska muestra su
genio creativo y su capacidad de asombro. A lo largo
de doce breves capítulos, el lector entra al mundo
de Lilus.
Poblados de fantasía y magia, los días de la niña
transcurren entre el cuidado de sus juguetes vegetales: “Miss Lemon era un limón verde que sufría
espantosos dolores abdominales y que Lilus inyectaba con café negro.” Observaciones que salen de la
boca del narrador pero nacen en la conciencia del
personaje: “Tonto porque es horrible dormirse entre despiertos. Triste porque tal vez en su casa la
cama era demasiado estrecha, y su mujer en ella,
demasiado gorda.”
Las veredas del texto nacen entre canciones de
tono popular: “¿Qué más da? / Yo no soy virgen… /
Zambumba Mamá la Rumba / Mi azucena renegrida, / Zambumba Mamá que zumba / ¿Qué más
da?”, y palabras que dibujan un ambiente local:
“Aquí está mi hija Laura Borrega. Era monísima el
año pasado pero ya está en la edad de la punzada,
sabe usted, cuando la niñas no son niñas ni mujeres.” Descubre Lilus, al final de la historia, la importancia de los signos: aprende a leer el mundo, y
Elena, a escribirlo: “Tal vez en esta vida, es lo más
importante: creer en los signos, como Lilus creyó
desde ese día.”
Querido Diego, te abraza Quiela es una serie de
doce cartas apócrifas, de Angelina Beloff (Quiela),
para Diego, el ausente amante que sólo le escribe
para enviar dinero; aunque, por identificación con
la segunda persona a la que se dirige la voz narrativa, el lector puede jugar a ser el hombre que se fue.
A lo largo de las cartas puede notarse un cambio en el personaje que se envalentona y recupera el
amor propio, al recontar su propia vida, hablar de su
amor a la pintura, de su fuerza de “mujer adelantada”, educada por mentes liberales que la enseñaron
a sostenerse por sí misma “¡Qué sabios eran, porque
al empujarme me estaban dando la clave de mi propia felicidad!” El suficiente para enviarle una última carta de despedida al genial y talentoso Diego.
El viaje de la mujer parte en la desolación: “Hoy
como nunca te extraño y te deseo […] yo me voy metida de nuevo en mi esfera de silencio que eres tú, tú
y el silencio, yo adentro del silencio, yo dentro de ti
que eres la ausencia, camino por las calles dentro
del caparazón de tu silencio”, se detiene varias veces en el recuerdo de la vida compartida, de la maternidad frustrada: “Sé que tú no piensas en Dieguito; cortaste sanamente, la rama reverdece, tu
mundo es otro, y mi mundo es el de mi hijo”, y, con
alivio, alcanza la costa de la resignación y la dignidad: “Estoy dispuesta a seguir en las mismas, con
tal de poder dedicarme a la pintura y aceptar las
FEBRERO DE 2014
consecuencias: la pobreza, las aflicciones y tus pesos mexicanos. […] contéstame esta carta que será
la última con la que te importune, en la forma que
creas conveniente pero en toutes lettres.”
La anécdota está planteada de manera que es imposible fijar una ética interna de la relación amorosa que permita juzgar el abandono de Diego o la
victimización de Quiela. Sabemos los hechos desde
los ojos enamorados de una pintora apasionada y febril, herida aún por los estragos de la guerra, la expatriación y la muerte de su hijo. Diego es un superhombre desde este punto de vista: atractivo, artista
supremo, ser frágil, loco que vive o desea vivir en los
límites de una sociedad devastada por la caída de
cuerpos e instituciones en el conflicto bélico.
De noche vienes tiene dieciséis cuentos que conmueven e interesan por su multiplicidad de voces
y registros. Una red une los relatos a partir de temas comunes: el amor, la soledad, la vida de la clase
media-alta, la servidumbre y las escuelas católicas,
tratados con una burla suave, discreta, un humor
disimulado de candidez. Algunos cuentos repasan
el tema del abandono y la búsqueda amorosa: “Herbolario”, “Canto quinto”, “La felicidad”, “El recado”,
“Love Story”. El color maravilloso de la fantasía, de
la ruptura con la lógica del diario ocurrir, tiñe las
palabras de varios relatos; así ocurre en “El rayo
Yo adentro del silencio,
yo dentro de ti que eres la
ausencia, camino por las
calles dentro del caparazón
de tu silencio
y color, me diluyo, soy apenas una pincelada [...] me
voy, me voy, soy el pequeño disco rojo de sol reflejado en las aguas que Monet pintó en El Havre.” El
segundo narra el viaje astral, cósmico, de una mujer tras la ingesta de pulque: “Va a caer la noche y
yo en esta llanura. Tengo que encontrarme [...] Era
fácil caerse en esta oscuridad pero me enojé conmigo misma [...] No podía ni retroceder ni avanzar y
me estaba hundiendo. [...] tuve miedo a la inmovilidad, a la gran noche y sus silencios.” En realidad, la
mujer se había emborrachado y había tropezado en
“una de esas fosas en las que se fermentan desperdicios para abonar la tierra”. El amigo que la acompaña cuenta cómo a Rosario Castellanos le pasó
algo similar en Acapulco: creyó estar en medio del
mar abierto, pero se retorcía en la arena de la playa. El cuento pone un pie en la anécdota hilarante y
otro en el misterio de la vida.
Con gran sentido del humor, Poniatowska juega: a través de sus narradores duda del relato mismo, rompe las reglas que inventó. La lectura de sus
obras breves conmueve, exalta, cuestiona. En su
estilo se asoma su dedicación al periodismo. Tras
cada relato hay una investigación; las mil entrevistas que ha realizado facilitan el registro de la palabra oral. Elena va sembrando aquí y allá ecos de su
biografía: los antepasados aristócratas, la educación religiosa, el amor por los gatos y el color azul.
Hay una búsqueda que atraviesa su narrativa y que
anuncia ella misma desde el prólogo: “¿Es la comunicación el amor?” La respuesta está en el canto de
este pájaro azul.W
Nayeli García Sánchez es ensayista e investigadora.
verde”: “Encierro mi sombra para que no escape, la
doblo en dos y la extiendo como toalla en la arena.”
eta,
Mención aparte requieren “Métase mi Prieta,
entre el durmiente y el silbatazo”, “El limbo”, “De
Gaulle en Minería” y “De noche vienes”, por los
rravuelos líricos que alcanzan, por sus virtudes narramero
tivas y por lo que de crítica social tienen. El primero
de estos relatos trata sobre el enfrentamiento dee un
rido
ferrocarrilero con el “progreso”: su viejo y querido
tren es intercambiado por una nueva unidad, los
gua
superiores le informan que “la Prieta” (su antigua
ndrá
máquina) ha cambiado de recorrido y ahora tendrá
nto,
que manejar la que esté disponible en el momento,
quitándole la oportunidad de amoldarse a ella,, de
conocerla: “Mirar, sentir cómo la máquina se hace
mia uno, cómo se va aprendiendo de memoria el camilta.”
no, cómo habla a su modo para pedir lo que le falta.”
sta,
Pancho Valverde, distinguido luchador sindicalista,
pierde su tren casi al tiempo en que pierde a su mucen
jer, Teresa. Al final, Pancho y la Prieta desaparecen
de la compañía, a pesar de reportes y denunciass no
los encuentran, aunque “se esparce el rumor de una
n la
máquina loca que hace corridas fantasmas y en
lvunoche se escucha cómo el maquinista abre la válvun un
la de vapor y la montaña resuena entonces con
lamento largo”.
nto.
Tlapalería es el libro más reciente del conjunto.
Compuesto de ocho cuentos, se distingue por una
voz madura que se mueve segura entre diversos registros de escritura. Poniatowska regresa a los temas que ha tratado en los libros anteriores y se enoputrega al regocijo de la reproducción del habla popular (cosa que ya hacía desde Lilus Kikus).
El cuento homónimo al libro es un diálogo foronsmado por muchas voces a partir de las que se construye una anécdota simple pero entrañable:: la
rma
muerte del viejo dueño de una tlapalería. De forma
sma
lúdica, la voluntad que estructura el diálogo plasma
Qué
la velocidad y la risa del español mexicano: “—¿Qué
onda? —Yo a toda madre. —Y tú, ¿qué onda? —¡Ay
qué buena onda! —Vamos a ver cómo se pone esa
onda.”
Sorprenden por su novedad los desenlaces descheafortunados y terribles. Así ocurre en “Las pachebles
cas” y en “La banca”. Los relatos más memorables
mison “Los bufalitos” y “Coatlicue”. El primero termina con la metamorfosis del anciano guardia dee un
museo de pintura impresionista en color: “soy luz
a
15
Fotografía: © N I C KO L A S M U R AY
C ERVA NTOWS KA
MÉXICO, DE ARRIBA A ABAJO
Siete
imprescindibles
cabritas
ANDREA MURIEL
A las siete mujeronas retratadas en este
entrañable libro “las tildaron de locas” aunque
en realidad “centellean como las Siete Hermanas
de la bóveda celeste”. Y es sí: Poniatowska logra
en esto apuntes biográficos dar voz a un conjunto
luminoso de féminas que cambiaron la cultura de
nuestro país con sus escritos, sus fotografías, su
pintura, y con su ejemplo.
E
lena Poniatowska abraza a siete mujeres que se encuentran entre la estrella
de la locura y la grandeza. Mujeres rebeldes y ruidosas que se atrevieron a
mostrarse junto con sus heridas y pasiones, aún
en la primera mitad del siglo xx, y que dejaron de
ser tan sólo musas para ser parte fundamental
del crecimiento artístico de México en los años
en que el país fue un foco de atención mundial.
De esa misma envergadura fue la fuerza con que
ellas sedujeron al público que las rodeaba.
El gran trabajo de investigación de la merecedora del Premio Cervantes, así como la pluma
creadora de un mujer igual de imprescindible
para nuestra cultura, recrea la vida de estas siete artistas “locas como una cabra”, mostrando
la entrañable unión que tiene la intimidad de
las artistas con su obra. Frida Kahlo nos habla
desde sus gravísimos problemas de salud y su
desbordante amor por Diego; reconocemos a la
ruidosa y satanizada Pita Amor, entregada a ella
misma y a dios; somos hipnotizados por Nahui
Ollin, precursora de la mujer dueña de sus instintos detrás de sus excepcionales ojos verdes;
y las trenzas de María Izquierdo vivifican a la
auténtica pintora mexicana enamorada de Rufino Tamayo. No puede faltar Elena Garro, la incomprendida rubia de cabellera fiera y suplicante; tampoco Rosario Castellanos, con su amor
obsesivo por Ricardo y una obra de igual modo
eterna; ni Nellie Campobello, quien no necesitó
ser hombre para capturar la esencia de la Revolución mexicana. El retrato que esboza la Poniatowska muestra la gloria y exclusión de estas
mujeres escandalosas y polémicas que sufrieron
a costa de la libertad que desearon merecer y a
quienes debemos gran parte del panorama artístico femenino de hoy.W
Andrea Muriel es poeta.
V I E N E D E L A P Á G I N A 7 paisaje exterior a sus libros, y lo
mismo le ocurre con sus personajes masculinos, a
menudo desdibujados por la distancia afectiva. Ello
ocurre con el Rivera de Querido Diego, te abraza
Quiela, con el príncipe Jean Poniatowski de La “Flor
de Lis” y con el astrónomo Guillermo Haro de La
piel del cielo, ausente a ratos hasta de las páginas de
su biografía El Universo o nada. Hace unos diez años
Jacqueline Rose afirmó que “la biografía es esencial
para comprender la obra de Sylvia Plath, pero eso no
significa que su obra sea autobiográfica”. Es una pena
que lo mismo sea cierto para toda escritora, porque
seduce la idea de Elena Poniatowska entre el durmiente y el silbatazo, o reencarnada con mirada de
alma de Dios y cara de mosquita muerta en Esmeralda, la enfermera polígama que confiesa en los separos
del Ministerio Público el ejercicio de su libertad.
Periodista reincidente, ha estado en la cárcel en
más ocasiones que algunos de nuestros delincuentes, recorriendo celdas y crujías para entrevistar a
David Alfaro Siqueiros, a Demetrio Vallejo, a Álvaro Mutis, a José Revueltas y, por supuesto, a los demás presos políticos de 1968. Es imposible disociar
el nombre de Elena Poniatowska de La noche de Tlatelolco. Es un libro que cargamos como una lápida
enorme en la memoria colectiva, con un peso moral
apenas comparable a La visión de los vencidos, como
lo demuestran sus ecos en el poema doliente que
José Emilio Pacheco tituló Las voces de Tlatelolco. A
medio siglo de distancia se nos olvida con frecuencia
el valor requerido para escribir, publicar y reseñar
La noche de Tlatelolco poco después de la matanza,
como lo hicieron Elena Poniatowska, Neus Espresate y José Emilio Pacheco. Sin embargo, los gritos,
las preguntas sin respuesta, la indignación moral
y el estupor colectivo de las páginas de La noche de
Tlatelolco no están registrados para los archivos académicos sino morales. Es un texto que no admite reclamaciones, porque no es un análisis político ni un
recuento histórico. Es algo más poderoso, como lo
muestra la intensidad de las voces que no lograron
apagar ni la sombra de la represión y ni la obscuridad
que descendió sobre la nación entera.
Seguimos sin comprender del todo lo que pasó
en Tlatelolco. No sabemos bien a bien cuántos murieron, quién ordenó la represión, ni quien disparó
primero. No importa. Un muerto son demasiados
muertos, y un desaparecido político son demasiados desaparecidos políticos. No debemos leer las
contradicciones de La noche de Tlatelolco como
errores históricos del recuento literario de Elena
Poniatowska, sino como la denuncia colectiva de un
crimen de Estado más cruel que la propia realidad.
Como alguna vez le respondió con furia Ryszard
Kapuściński a una colega que le reclamó la falta de
precisión en uno de sus reportajes sobre la represión en un lejano país africano: “no entiendes nada.
No escribo buscando la coherencia, sino para enfatizar la esencia de la realidad.” Y es esa realidad,
como bien dijo Gabriel Zaid, la que Elena Poniatowska tuvo el valor de recrear recomponiendo durante meses y años “el espejo roto, en mil pedazos,
por nuestra furia y nuestro desconsuelo”.
Son muchas las Elenas Poniatowskas a las que
rendimos homenaje en este número de La Gaceta,
incluso cuando no siempre es fácil coincidir con algunas de las causas que ha hecho propias. La celebridad encierra muchos riesgos, pero creo que hay
que juzgar a los demás por lo mejor que han hecho.
A Elena la leo y la oigo con atención, porque, como
afirmó Octavio Paz, “escuchar es un arte sutil y difícil pues no sólo exige finura de oído sino sensibilidad moral: reconocer, aceptar la existencia de los
otros”. Escuchar es una de las condiciones para una
vida democrática y, en mi caso, también un acto de
aprendizaje que la gratitud que me une a Elena Poniatowska y a los suyos ha transformado en lazos de
cariño y amistad.W
Antonio Lazcano Araujo, biólogo, es experto en
el origen de la vida; está en preparación Origen y
evolución temprana de la vida, que aparecerá en
La Ciencia para Todos.
16
a
LA MIRADA AJENA
Así, la novela es acompañada por
México lindo y querido, hecha famosa por Jorge Negrete; coplas infantiles como Un elefante se columpiaba o el canto de la Pequeña Lulú que al final de la
novela se transforma en el de la Pequeña Mariana.
Resulta significativa la reproducción completa del
anuncio de la “La Flor de Lis” no sólo porque coincide con el título de la novela, sino porque en el tamal, platillo típico del país, se cifra la pertenencia
de Mariana a México.
El lenguaje gráfico se ve reflejado en las páginas
donde los pasajes de la novela se encuentran separados por viñetas —entre otras imágenes encontramos cruces griegas, flores, lápices, tréboles de
cuatro hojas, ases, maletas y estrellas— que acompañan la prosa, sin ilustrarla, sólo como una sugerencia más al lector. Vale decir que este recurso
fue también usado por Juan José Arreola —en cuya
legendaria colección Los Presentes fue editado el
primer libro de Poniatowska: Lilus Kikus (1954) —
en La feria (1963), y luego se ha vuelto recurrente
en varias obras narrativas posteriores. A propósito del primer volumen de cuentos de la escritora se
ha señalado la relación entre éste y la obra que nos
ocupa.
En la novela pocas cosas son dejadas al azar; el
cuidado en la elección de los nombres de los personajes es muestra de ello. Luz, nombre de la madre,
resulta de los más afortunados pues es la figura hacia la cual Mariana niña dirige todas sus miradas,
palabras y acciones; en contraposición encontramos al padre Teufel, “diablo” en alemán, el director
de los ejercicios litúrgicos del retiro de señoritas,
quien cuestiona los valores sobre los que descansa
la posición acomodada de Mariana adolescente y la
seduce con la idea de crear una nueva sociedad.
La “Flor de Lis” sugiere infinidad de cosas sobre
México desde una perspectiva que, podríamos decir, complementa la de otros textos narrativos contemporáneos. No se trata del retrato de la ciudad al
estilo de Carlos Fuentes o Agustín Yáñez, sino del
bosquejo de unas calles porfirianas que desaparecieron a fuerza de temblores; no es tampoco la reflexión en torno a la Revolución mexicana, sino el
punto de vista ajeno a esa contienda bélica que marcó al país; no es el del todo un Bildungsroman, pero
sí es el relato de una vida que se abre en medio de
dudas; no es una novela de utopismo social, pero sí
se retrata la intención candorosa de Mariana por
ayudar a construir una nueva sociedad. Tanto por
el tema de la madre, como por la presencia de giros
poéticos dentro de la narración es imposible no señalar un parentesco entre esta novela y Las manos
de mamá (1937) de Nellie Campobello (1900-1986).
Novela documental, biografía novelada, novela testimonio o autoficción —no es posible clasificarla—
La “Flor de Lis”, al igual que su narradora, se encuentra también en medio de muchas tradiciones y
géneros literarios.
“Mi país es esta banca de piedra desde la cual
miro el medio día, mi país es esta lentitud al sol, mi
país es la campana a la hora de la elevación, la fuente
de las ranitas frente al Colegio de Niñas, mi país es
la emoción violenta, mi país es el grito que ahogo al
decir Luz, mi país es Luz, el amor de Luz […] mi país
es el tamal que ahora mismo voy a ir a traer a la calle de Huichapan número 17, a la flor de lis.” “De
chile verde”, concluye la narradora, lo cual parece
ser su única y conmovedora certeza. Así, Mariana,
flor sin sol, aristócrata en tiempos revolucionarios,
mexicana extranjera, niña triste, Mariana sin Luz
hila finamente su relato de amor y ausencia.W
VIEN E DE L A PÁG INA 13
Diana del Ángel es poeta y crítica literaria.
FEBRERO DE 2014
C ERVA NTOWS KA
CAPITEL
Tras un
misterioso tlacuilo
U
DE FEBRERO DE 2014
EPISTOLARIO 1512-1527
FREUD EN MÉXICO
Historia de un delirio
N I C O L Á S M A Q U I AV E L O
RUBÉN GALLO
Pocos géneros revelan tanto sobre
un autor, su vida y su tiempo,
como el epistolar. En las 212
cartas que recoge este volumen,
se reflejan grandes momentos
de la historia universal —como
la toma del poder por parte de
Julián de Médicis en Florencia,
que se describe en la primera de
las misivas recopiladas aquí—, lo
mismo que los dramas personales
que vivió Nicolás Maquiavelo,
entre ellos su paso por la prisión y
el exilio. También se encuentran
algunos de sus momentos de gozo
y muchos de sus temores. El estilo
elegante e irónico del político
florentino adereza las sentencias
y reflexiones sobre el Estado,
amén de los consejos que ofrece a
políticos de la talla del embajador
Francisco Vettori. Podemos
también conocer de primera mano
los progresos en su trabajo de
escritura: aquí están las entretelas
de El príncipe, los Discursos sobre
la primera década de Tito Livio
y La mandrágora, entre varias
otras obras, para quien sepa
encontrarlas. Una obra imperdible
si se desea conocer a Maquiavelo,
pues qué medio podría ser más
directo que las palabras que
intercambiaba con sus amigos —y
algunos no tan amigos—.
Esta obra es, sobre todas las cosas,
la descripción de una relación
amorosa, la de Freud y México.
Poco sabido es que el padre del
psicoanálisis sentía cierta pasión
por nuestro país, que jamás visitó:
además de coleccionar algunas
antigüedades mexicanas, leía
escritores mexicanos y hasta
soñaba sueños mexicanos. Esta
querencia era correspondida:
sus ideas tuvieron profundo
impacto en intelectuales y artistas
de la importancia de Octavio
Paz, Diego Rivera, Salvador
Novo y Frida Kahlo. Rubén
Gallo, director del Programa de
Estudios Latinoamericanos de la
Universidad de Princeton, revela
—en una aproximación novedosa
tanto a la obra del austriaco
como a la cultura mexicana de la
primera mitad del siglo xx— cómo
fueron recibidas las ideas de Freud
en México, más allá de la tradición
psicoanalítica mexicana, pues no
sólo marcó a los estudiosos de la
mente, sino que sus propuestas
para entender la condición
humana hicieron palpitar a
literatos, pintores, filósofos,
políticos e, incluso, sacerdotes,
como Gregorio Lemercier, quien
puso a un convento entero a
practicar el psicoanálisis.
historia
Prólogo de Ambrosio Velasco Gómez
vida y pensamiento de méxico
Traducción, edición y notas de Stella
Traducción de Pablo Duarte
Mastrangelo
1ª ed., 2013, 371 pp.
2ª ed., 2013, 557 pp.
978 607 16 1802 3
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FEBRERO DE 2014
1945, ENTRE LA
EUFORIA Y LA
ESPERANZA: EL MÉXICO
POSREVOLUCIONARIO
Y EL EXILIO
REPUBLICANO ESPAÑOL
M A RI CA R MEN SER R A PUCHE,
JOSÉ FR A NCISCO MEJÍ A
FLOR ES Y CA R LOS SOL A
AYA PE ( EDS .)
1945 es un año de articulaciones:
en la escena internacional,
el fin de la segunda Guerra
Mundial y el inicio de la
Guerra Fría; en México, el
exilio español reconstruye sus
instituciones republicanas y
continúa su combate contra el
franquismo desde la trinchera
de la diplomacia. Así, en la
Conferencia de San Francisco,
las persuasivas palabras de
los republicanos españoles
consiguen, gracias al apoyo del
presidente mexicano Manuel
Ávila Camacho, que el régimen
del general Francisco Franco
sea excluido de las Naciones
Unidas y que se reconozca
internacionalmente su
complicidad con el nazi-fascismo.
En agosto, la Ciudad de México
fungió como doble capital: de
la República mexicana y de la
peregrina y depuesta República
española; ahí sesionaron las
Cortes y se nombró presidente
a Diego Martínez Barrio y jefe
de gobierno a José Giral. A 75
años de la llegada del exilio
español a México, un grupo de
especialistas aborda, con mirada
rigurosa, los acontecimientos
del nodal 1945. Ésta obra es una
suerte de continuación de De la
posrevolución mexicana al exilio
a
n escriba del Colegio de Tlatelolco, hablante de un extinto dialecto de náhuatl, con acceso a un bien
nutrido jardín botánico en el que
prosperaran especímenes de Norte y Centroamérica y a tintas hechas con pigmentos
provenientes del sur del continente, podría
ser el autor de uno de los más misteriosos documentos de la historia: el Manuscrito Voynich, un bellísimo libro en pergamino, no
mayor a un volumen de formato medio oficio
(16.5 cm de ancho, por 23 cm de alto), cuyas
más de doscientas páginas contienen enigmáticas ilustraciones de plantas, asuntos
astronómicos y farmacéuticos, con textos
en una lengua no identificada y escrita en un
sistema que sólo existe en las páginas de este
polémico volumen. Resguardado hoy por la
Universidad de Yale en su biblioteca Beinecke, la cual se especializa en libros antiguos y
manuscritos, el códice recibe su nombre del
coleccionista polaco que en 1912 lo adquirió
en algún lugar de Italia, aunque se tiene noticia de su existencia desde el siglo xvii y en
general se acepta que es de manufactura europea. Desde entonces un batallón de historiadores, bibliófilos, criptógrafos, lingüistas,
botánicos, astrónomos de toda laya han querido descifrar el texto, sea que corresponda
a un idioma real o a uno inventado por el autor, y el volumen ha sido sometido a diversas
pruebas para determinar la época en que se
produjo el pergamino o la composición química de los materiales empleados; según las
confidencias del carbono 14, ese indiscreto
elemento radioactivo que ayuda a datar los
objetos del pasado, el soporte material de
la obra se habría producido a comienzos del
siglo xv. Hay quien sostiene que no se trata
más que de una tomadura de pelo, un objeto
hechizo sin historia ni otro mérito que el del
ingenio de su creador.
E
n el número 100 de HerbalGram, el
órgano de comunicación del American Botanical Council, que con
su reciente edición invernal festeja
sus primeros 30 años de actividad, aparece
como plato principal el artículo “A Preliminary Analysis of the Botany, Zoology, and
Mineralogy of the Voynich Manuscript”,
escrito por el botánico Arthur O. Tucker y
el experto en tecnologías de la información
Rexford H. Talbert. En las escasas 16 páginas de su colaboración, los autores hacen
una brevísima reseña del problema que enfrentaban y pronto presentan su hipótesis:
al comparar las ilustraciones de plantas del
Manuscrito Voynich con las del Códice De
la Cruz-Badiano, ese bello y útil herbario
que preservó parte de la medicina tradicional prehispánica, hallaron notables semejanzas de estilo y calidad que los llevan a
sugerir que “podrían haber sido dibujadas
por el mismo artista o por artistas de la misma escuela”; al tirar de esa hebra, lograron
identificar 37 plantas en las más de 300 representaciones que contiene el manuscrito, muchas de las cuales, junto con algunos
animales también identificados por Tucker
17
C ERVA NTOWS KA
NOV EDA DE S
y Talbert, provienen de un triángulo formado por “Texas, el oeste de California y el sur
de Nicaragua”, lo que les hace pensar en que
la inspiración provino de “un jardín botánico en algún lugar del México central”, como
los que había en “Tenochtitlan, Chapultepec,
Ixtapalapa, El Peñón y Texcoco, así como algunos más distantes, por ejemplo el de Huaztepec (Morelos)”. Además de este rastreo detectivesco de las plantas, este par de modernos descifradores de jeroglíficos señalan la
representación de un pez endémico de Norteamérica, localizan en el manuscrito algunos
glifos frecuentes en documentos poshispánicos, vinculan los retratos de mujeres con las
sibilas que aparecen en la poblana Casa del
Deán e incluso creen identificar, en el hermoso galimatías caligráfico del códice, algunas
palabras que podrían provenir del náhuatl,
pues tienen la estructura con que se habrían
escrito con caracteres latino en español; más
aún, tras revisar algunos de los signos más
llamativos de la escritura voynichiana, especulan que podría haber un nexo con el Códice Osuna, compuesto entre 1563 y 1566 y en
el que aparecen trazos emparentados con el
manuscrito que venimos comentando. Para
rematar su explicación, Tucker y Talbert trazan una ruta paralela a la del Códice mendocino para explicar cómo el libro habría llegado
a Francia —el Mendocino fue parte del botín
de unos piratas galos que interceptaron el navío que lo llevaba a la metrópoli— y de ahí a
la corte del emperador Rodolfo II, aficionado
a la alquimia y otros manantiales de conocimiento secreto.
E
s pronto para juzgar la factibilidad
de la hipótesis resumida arriba.
Como en la historia de la cuadratura
del círculo, abundan los aficionados
que creen haber visto, con un poderoso golpe de intuición, más allá de lo que habían logrado observar los especialistas y por eso es
aconsejable recurrir al paradigmático grano
de sal con que se practica la duda razonable.
Son tantos y tan diversos —iconográficos,
lingüísticos, computacionales— los esfuerzos por desentrañar los misterios del Manuscrito Voynich, y han sido hasta ahora tan infructuosos, que parece prudente contener el
entusiasmo nacionalista ante la conclusión
de que ese controvertido documento se haya
gestado entre nosotros. Pero lo cierto es que
esta especulación es un recordatorio de la riqueza botánica de esta región del mundo, del
aprovechamiento centenario de esas plantas
por parte de sus pobladores de ayer y de hoy,
del milagro de erudición y empatía que fue el
Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco —con sus políglotas, sus artistas, sus médicos—, de la muy amenazada diversidad lingüística de nuestro país.
republicano español (fce, 2011),
preparada por el mismo equipo.
biblioteca de la cátedr a del exilio
1ª ed., fce-Cátedra del Exilio, 2014, 381 pp.
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letr as mexicanas
¡A COMER!
TOMÁS GR ANADOS SALINAS
18
TOMAR EN SERIO
EL LENGUAJE
Los fundamentos narrativos
de la investigación en
administración pública
1ª ed., 2013, 192 pp.
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SATOSHI KITA MUR A
JAY D. W HITE
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Olores de diferentes comidas
se dispersan por toda la ciudad:
panes, pizzas, sopas y otros
deliciosos platillos. Estos aromas
despiertan el apetito de Perro, el
protagonista de esta obra. ¿Qué
elegirá para comer hoy? ¡La mejor
comida de todas!, sin duda alguna.
Con sencillos trazos y personajes
muy expresivos, Satoshi Kitamura
—galardonado con importantes
premios, entre ellos el Mother
Goose y el de Libro Ilustrado de
Japón— invita al niño a explorar
el medio en el que vive para
descubrir sus características,
tal como lo hacen los personajes
de sus obras. El estilo colorido
y alegre de Kitamura facilita
la comprensión de los más
pequeños, a la vez que despierta
la imaginación y promueve la
solución de problemas. Del mismo
autor, en el Fondo de Cultura
Económica hemos publicado
varias obras más: Pato está sucio,
Perro tiene sed, Gato tiene sueño,
Ardilla tiene hambre e Igor.
los especiales de a la orilla del viento
1ª ed., 2013, 16 pp.
978 607 16 1516 9
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A
l comienzo del apéndice en que
identifican algunas de las plantas
—del nopal al clavel, de la margarita a la valeriana—, los autores pasan la charola, pues anticipan que, “a menos
de que se obtenga financiamiento para un
proyecto de gran escala con los mejores expertos en botánica, lingüística y antropología, la investigación llevará varias décadas”.
Tal vez no transcurra tanto tiempo, pues ya
se ha desatado el bombardeo de críticas a esta
ingeniosa fábula sobre el origen del Manuscrito Voynich. Pero el estudio de asuntos tan
menores, como el número de manos detrás de
los párrafos del Códice florentino, arroja luz
sobre la gente detrás de las ideas y sus soportes. Imaginar al tlacuilo experto en plantas
que cifró un mensaje en este documento puede dar pie a una investigación fructífera sobre
el pasado de la cultura escrita en México.
y modernas. Trescientos siglos de
historia de un mundo que, nos dice
el autor, hemos troquelado con
símbolos que se cargan de nuevos
significados. El resultado es una
obra multifronte a imagen de su
polifacético creador; traductor,
editor, prologuista, autor de
novela, poesía, ensayo, aforismo,
teatro y cine, Soler Frost, ganador
del Premio Latinoamericano de
Narrativa Colima 2009, analiza
lo mismo la cruz católica que la
svástica nazi, los tatuajes y las
banderas. Y el silencio mismo.
Este profundo acertijo espera una
respuesta inteligente del lector
que se atreva a descifrarlo.
ADIVINA, O TE DEVORO
El enigma de los símbolos
PA B L O S OL E R F R O S T
Éste no es un libro común, sino el
enigma de una esfinge. Pablo Soler
Frost —considerado un pionero
de la nueva literatura mexicana
y una de sus grandes figuras—
posa su aguda mirada en uno de
los ámbitos más complejos del
lenguaje humano, para trazar esta
genealogía del símbolo, que toma
piezas de la heráldica, la religión,
la teoría de los colores, el arte, la
mitología, y así da luz a los arcanos
de las formas simbólicas antiguas
a
OBRAS REUNIDAS IV
Ensayos sobre literatura mexicana
del siglo xx
MARGO GLANTZ
En este volumen, que cierra el
ciclo de ensayo literario de sus
Obras reunidas, Margo Glantz
congrega los textos que ha escrito
a lo largo de medio siglo sobre
nuestras letras en el siglo xx,
principalmente la narrativa. Los
ensayos recogidos aquí dan cuenta
por igual de la enorme capacidad
crítica de su autora y de la
evolución de la literatura nacional,
a través de algunos de sus más
sobresalientes actores. Glantz —
profesora emérita de la unam y
miembro de la Academia Mexicana
de la Lengua— presenta en ellos,
de una manera muy personal,
las incesantes transformaciones
que sufre la literatura a manos
de la historia, pero nos recuerda
que también la historia puede
cambiar su curso si aprendemos
las lecciones que la literatura nos
tiene reservadas. Este volumen
comienza con los ateneístas y
otros autores que participaron en
la Revolución de 1910 y termina
con un apartado dedicado al crack
y otros autores que esbozan la
literatura del siglo xxi, pasando
por los herederos de la Revolución
—como las hijas de la Malinche:
Castellanos, Garro, Poniatowska—
y la segunda mitad del siglo, con
su onda, sus experimentos, sus
crónicas.
Según Jay D. White, la lógica de la
investigación en la administración
pública puede ser más parecida
a la de la narración que a la
indagación convencional de
las ciencias sociales. En esta
innovadora obra, el autor, profesor
de administración pública en la
Universidad de Nebraska, examina
los fundamentos lingüísticos,
discursivos y narrativos de la
investigación en la administración
pública y desarrolla una teoría
narrativa del desarrollo del
conocimiento y el uso para este
campo. White muestra en este
texto, demandante pero claro,
cómo la investigación sobre
problemas complejos se basa en el
lenguaje y en el discurso, y explica
cómo una variedad de corrientes
más o menos recientes en la
filosofía y las humanidades —el
positivismo y el postpositivismo,
la hermenéutica, la retórica, la
teoría crítica, el posmodernismo y
el postestructuralismo— pueden
contribuir a nuestra comprensión
de la investigación en asuntos
de administración pública,
para insuflar nueva vida a sus
planteamientos epistemológicos.
Estamos ante un texto útil para
quienes desean acercarse o
profundizar en esta disciplina.
administr ación pública
Traducción de Roberto R. Reyes Mazzoni
1ª ed., 2013, 279 pp.
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obr as reunidas
1ª ed., 2013, 597 pp.
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FEBRERO DE 2014
R ES EÑA
La disputa
por la Doves
THE ECONOMIST
El auge de la tipografía digital habría
complacido a los utopistas del movimiento
Arts and Crafts, de comienzos del siglo XX.
Hace pocos meses entró en escena el revival
de una célebre familia tipográfica, la que dio su
sello distintivo a la londinense Doves Press y
que fue motivo de una acre pelea entre quienes
fundaron esa editorial. En estas páginas
evocamos las pasiones y los intríngulis
que produjo esa letra
FEBRERO DE 2014
a
19
Fotografía: © R O B E R T G R E E N
LA DISPUTA POR LA DOVES
ABCDEFGHIJKLMN
OPQQuRSTUVWXYZ
abcdefghijklmno
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¶–&(){} 0123456789 .,:;‘’!?*
E
n las oscuras noches de finales de 1916 podía verse a
un frágil hombre de 76 años
que arrastraba los pies furtivamente en el tramo entre The Dove —un pub al
oeste de Londres— y las auriverdes torres del puente
de Hammersmith. Quienes
paseaban por ahí prestaban
poca atención, pues nada en las caminatas nocturnas de Thomas Cobden-Sanderson daba algún indicio del peculiar y destructivo crimen que estaba
cometiendo.
Entre agosto de 1916 y enero de 1917, el impresor
y encuadernador Cobden-Sanderson lanzó más de
una tonelada de tipos móviles metálicos desde el
lado oeste del puente. Recorriendo una distancia de
unos 800 metros, siempre después del anochecer,
hizo en total alrededor de 170 viajes desde su taller de encuadernación, a un costado del pub. En un
principio arrojaba al río galeradas enteras de tipos;
más tarde los lanzaba de sus bolsillos cual semillas
para las palomas. Luego encontró una cajita de madera con tapa deslizable y le construyó una manija
con cinta adhesiva; era perfecta para esparcir las
piezas en el agua sin despertar demasiadas sospechas entre los transeúntes.
Aquellas pequeñas piezas de metal pertenecían
a una fuente tipográfica de uso exclusivo de Doves
Press, una imprenta de libros finos fundada por Cobden-Sanderson 16 años atrás. Al no ser la fuente de
su propiedad, no tenía derecho a destruirla, por lo
que mantuvo en secreto sus recorridos, escondiéndose de sus amigos y familiares, y lanzaba sus paquetes solamente cuando el rumor del tráfico ahogaba el sonido de su impacto con el agua. Aun así
cometió algunas imprecisiones: una noche estuvo a
punto de herir a un barquero que se asomó sobre las
aguas por debajo del puente de forma inesperada;
en otra ocasión, lanzó dos maletines con tipos que
se quedaron a corta distancia del agua; fueron a dar
al muelle debajo de él, inaccesibles pero a plena vista. Tras repetidas noches en vela se resolvió a ir por
los tipos en un bote, pero con el tiempo el agua los
arrastró. Después de eso fue más cuidadoso.
Fue en parte un ímpetu personal lo que inspiró a
Cobden-Sanderson a cometer este inusual crimen.
Su interés era mantener los tipos lejos de Emery
Walker, otrora su socio y amigo pero con quien ahora sostenía una declarada enemistad. Fue también
la pasión por su oficio: le resultaba doloroso imagi-
20
nar que esa fuente, la misma que él había empleado
en libros impresos con tanto esmero y a la que había
conferido un significado casi religioso, algún día
sería usada en otras publicaciones. Pero también
fue debido al repudio hacia el cambio tecnológico
que había atestiguado en el transcurso de su propia
vida, y que había transformado al mundo: aborrecía la mecanización industrial, y sólo confiando al
Támesis el resguardo de la fuente —confesó en su
diario— podía garantizar que nunca se utilizara “en
una prensa que no fuera accionada por las manos y
los brazos de un hombre”.
CH IFL AN DO E N L A LOMA
Cien años después, a unos cuantos kilómetros del
otro lado de la ciudad, resplandecen en la pantalla
táctil de un iPhone un puñado de líneas en la fuente Doves. Con el dedo, Robert Green desliza el texto
sobre la pantalla. “Es excéntrica —señala—: entre
más la miras más te das cuenta de lo rara que es.”
Green la ha observado más que la mayoría de la
gente. Durante tres años estuvo trabajando en una
reproducción digital de la aclamada fuente: la primera Doves en uso desde que las piezas metálicas
originales fueran engullidas por el Támesis. En la
búsqueda de curvas perfectas y remates precisos,
reconoce haberla dibujado al menos 120 veces. “No
sé bien qué me llevó a hacer esto. Al final se apropió
de mi vida.”
Ocasionalmente algunos admiradores intrépidos han tratado de rescatar del río los caracteres,
pero nadie ha encontrado ninguno, así que Green
tuvo que rogar y pedir prestados libros de la Doves Press como referencia. Esto suena fácil, pero la
irregular impresión tipográfica —atesorada por los
amantes de la tipografía— hace de la reproducción
de los trazos una labor casi imposible. Una vez que
la tinta toca el papel, ni una sola letra es similar a
otra. Deducir la forma del metal que hizo las marcas toma su tiempo y requiere de paciencia. Una
mala deducción y, aunque en un principio el error
sea imperceptible, las letras tendrán un aspecto extraño al formar renglones y el diseño mismo de la
fuente será un distractor.
El arduo proceso es similar a la técnica que utilizaron Cobden-Sanderson y Walker para crear la
familia Doves, en sí misma una reelaboración de
dos diseños anteriores. La Doves proviene principalmente de la fuente creada por Nicolas Jenson,
un impresor francés del siglo xv, asentado en Venecia, cuyos claros y elegantes textos rehuían la
fuente gótica favorecida por los pioneros de la im-
a
prenta. Se agregaron algunas letras y otras más
fueron rediseñadas. La aguda descendente de su
y minúscula provoca polémica entre los críticos;
los puristas lamentan la burda barra transversal
de la H mayúscula. La mayoría de la gente ni siquiera lo nota y tampoco le importa. “Un carácter romano más agraciado no se ha moldeado y
fundido jamás”, opinó en el Times el crítico contemporáneo A. W. Pollard. Simon Garfield, autor
de Es mi tipo, celebra su endeble forma, que da la
impresión “de que alguien hubiera irrumpido en
la imprenta a deshoras y hubiera golpeado las placas del cajista”.
Green ha mejorado la fuente original. Ésta tenía
solamente unos 100 caracteres, pero su revival digital presume de 350, incluidas rarezas extranjeras como el thorn islándico y la Eszett alemana, así
como signos esenciales modernos como el del euro
y la arroba. Si bien la Doves existía en un solo tamaño, cercano a lo que ahora se denominaría de 16
puntos, su descendiente digital se ajusta a cualquier
escala. ¿Acaso se retorcerá ahora en la tumba el
dueño anterior de la fuente? “Yo creo que admiraría
mi tenacidad —sugiere Green, esperanzado—. Con
tal de que no me persiga…”
Cobden-Sanderson tenía 59 años de edad y
Walker 48 cuando en 1900 decidieron asociarse.
El libro de Marianne Tidcombe The Doves Press es
un vivo retrato de su historia. Entrado en su cuarta década, Cobden-Sanderson había abandonado
el derecho para abrir su taller de encuadernación.
Walker tenía un negocio de fotograbado justamente
en el lado opuesto de un estrecho callejón. El negocio de Walker iba bien y prosperaba; el de CobdenSanderson era financiado parcialmente por su esposa Anne. La pareja tenía buenos contactos. Ella
era una sufragista declarada, hija de Richard Cobden, un reformista liberal que había contribuido al
lanzamiento de The Economist. En 1908 CobdenSanderson asistió a la boda de Winston Churchill
como invitado de la novia.
Tanto Cobden-Sanderson como Walker eran
miembros de un grupo de artistas y artesanos que
se reunía en torno a William Morris, un diseñador
que residía cerca de sus talleres en Londres. En
1887 fue Cobden-Sanderson quien sugirió que se
creara un nuevo comité bajo el título de Arts and
Crafts Exhibition Society, y con esa denominación
bautizó al movimiento. Al año siguiente, una conferencia sobre impresión fina impartida por Walker
—a la cual asistió Oscar Wilde— fue motivo de inspiración para que Morris fundara Kelmscott Press,
FEBRERO DE 2014
una imprenta que pretendía producir libros ilustrados tan adornados como los que vendían los primeros impresores y comenzó una moda de imprentas
privadas que se prolongó a lo largo del siglo xx.
Los contactos personales y el conocimiento del
proceso de impresión fueron fundamentales para el
éxito de Kelmscott Press. Cuando falleció Morris,
en 1896, Cobden-Sanderson le propuso a Walker
que fundaran una imprenta propia. Walker accedió.
Anne Cobden-Sanderson proporcionaría el capital
(1,600 libras esterlinas) y cubriría cualquier pérdida. Cobden-Sanderson tendría un modesto sueldo,
pero los dos hombres compartirían las ganancias
por igual. Si se disolvía la sociedad, Walker podría
llevarse para uso propio una fundición de los tipos
cuyo diseño tuvieran en proceso.
Hacia el final de 1902 la Doves Press tenía siete
empleados. Los socios vivían en la misma casa sobre la ribera —a unos pasos de su lugar de trabajo— y vacacionaban en cabañas de campo aledañas.
“Había un ambiente de verdadera exaltación —recuerda el tipógrafo John Mason—, como si estuviéramos consagrados a un servicio elevado por una
causa más allá de nosotros, y en verdad trabajábamos por amor al oficio.”
Los libros de la Kelmscott Press de Morris eran
publicaciones con numerosas ilustraciones y una impresión densa; eran orgullosamente medievales. Los
de la Doves Press eran sobrios, sencillos, modernos,
decorados sólo con capitulares a color dibujadas por
Edward Johnston (quien, nacido en Uruguay, diseñó
una fuente para el metro de Londres que aún está en
uso). El paraíso perdido, publicado en 1902, le dio una
sólida reputación a la empresa. No obstante, la Biblia
en inglés, en cinco volúmenes —que mantuvo ocupada a la imprenta de 1902 a 1905—, es su obra maestra.
Las primeras líneas del Génesis hoy en día constituyen una de las páginas impresas de mayor renombre.
Los 500 ejemplares impresos se vendieron a los suscriptores mucho antes de estar terminados, y significaron una ganancia de 500 libras. Hoy en día el costo
de una Biblia de la Doves Press puede llegar a los 30
mil dólares.
A pesar del éxito, la sociedad se quebró. La imprenta era tan sólo un interés más entre las muchas
inquietudes de Walker. Ocupado en sus propios
asuntos y jornadas completas haciendo labor de comité, iba a la imprenta en pocas ocasiones a ver cómo
iban las cosas. A Cobden-Sanderson lo enfurecía tener que supervisar todo el trabajo por sí solo, aunque
no está del todo claro si su obsesivo temperamento
de encuadernador perfeccionista hubiera tolerado
que Walker se involucrara más activamente. Cuando Walker en efecto daba alguna opinión, CobdenSanderson protestaba contra su mal gusto. Tras su
muerte, uno de sus aprendices escribió que su egoísmo era “casi patológico” y que “él era prácticamente
incapaz de colaborar con los demás”.
En 1906, Cobden-Sanderson solicitó la disolución de su acuerdo. Dado que tenía intenciones de
continuar con la imprenta por su cuenta, le ofreció a Walker un pago en efectivo a cambio de la
fuente. Walker se negó, lo que dio lugar a una larga
disputa que culminó en que Cobden-Sanderson le
prohibiera entrar a la imprenta. “Nada en el mundo me hará alejarme de la fuente —le escribió a
una de sus amistades—. Soy algo que él no parece comprender: un Visionario y un Fanático, y en
contra de un Visionario y un Fanático combatirá
en vano.” Sydney Cockerell, amigo suyo y curador del Fitzwilliam Museum de Cambridge, le sugirió que llegara a un arreglo: Cobden-Sanderson
podría continuar con la imprenta, conservando el
uso exclusivo de la fuente hasta su muerte, tras la
cual la fuente sería de Walker. Ambos aceptaron la
propuesta como solución, y en julio de 1909 dieron
por terminada la sociedad.
Sin embargo, Cobden-Sanderson se las ingenió
para romper el acuerdo. A espaldas de Walker y en
el punto más amargo de la discusión, le pidió a la
fundidora escocesa que resguardaba la fuente que
le enviara todos los tipos restantes de la Doves, así
como punzones y matrices necesarios para fundir
más. Por varios años, al tiempo que él meditaba si
seguir o no con su plan, la fuente estuvo almacenada en su taller de encuadernación. Al verse forzado a limitar sus gastos para poder mantener viva
la Doves Press, Cobden-Sanderson se mudó ahí e
instaló una solitaria habitación en el ático del taller
(su esposa se fue a vivir con su hermana). Algunas
erráticas notas de su diario indican el regreso de la
FEBRERO DE 2014
depresión que lo había acechado en su juventud. En
1913 arrojó las matrices desde el puente de Hammersmith, con lo que volvió imposible la recreación
de la fuente. Cuando finalmente se retiró tres años
después, lo que quedaba de ella se fue con él.
ARTE SANOS DIG ITALE S
Cobden-Sanderson se habría molestado muchísimo de saber que el progreso tecnológico que él
tanto aborrecía ha enmendado su criminal acto de
destrucción. Sin embargo, algunos aspectos de la
industria tipográfica actual serían del agrado del
viejo encuadernador. Los líderes del Arts and Crafts soñaban con una revolución social que renovara
la producción casera; gracias a la tecnología digital
esto es ahora una realidad. El negocio de la tipografía se ha fragmentado en miles de pequeños estudios. El software de bajo costo ha alentado a todo
tipo de diseñadores a experimentar con la tipografía. Los expertos de los años setenta creían que había unas 7 mil familias tipográficas en uso; hoy en
día algunos pondrían la cota cerca de las 200 mil.
John Collins, de la tienda en línea MyFonts, considera que las más vendidas en su página web representan un ingreso de unos 20 mil dólares al mes,
suficiente para tentar a los novatos más talentosos
a renunciar a sus empleos convencionales.
Quizá también a Cobden-Sanderson le agradaría
que haya una creciente conciencia entre el público
respecto del diseño tipográfico. Los procesadores
de texto le han dado a algunas fuentes famosas una
reputación de villanas o de heroínas, y han animado a la gente a buscar diseños originales para hacer
posters e invitaciones de bodas con más personalidad (las cuales, si bien muy lejos de las grandes
obras para las que fue diseñada, son el mercado más
usual de la fuente Doves, que está a la venta por 40
libras). Es cada vez más común que las empresas
con una fuerte conciencia de marca encarguen la
elaboración de sus propias fuentes. Los artículos de
The Economist usan Ecotype, una fuente exclusiva;
los gobiernos de Holanda, Alemania y el Reino Unido mandaron diseñar las suyas recientemente.
Por miedo a que se arruinaran sus planes, Cobden-Sanderson no le había confesado a nadie su
intención de deshacerse de la fuente, pero una vez
que había cometido los hechos se lo hizo saber al
mundo. En 1917 escribió a los suscriptores para
anunciar que Doves Press cerraría. Su catálogo final incluía una enigmática coda en la que revelaba
que la fuente había sido un “legado” para el Támesis. El Times pronto publicó una reseña brillante
sobre la obra de la imprenta con la sola reserva de
que sus libros eran “casi demasiado inmaculados
en su perfección”. No obstante, el periódico se tornó en plataforma para un frenesí de cartas iracundas —entre ellas las de los asesores de Walker— que
daban cuenta de la disputa al público en general.
Consternado, Cockerell —que había elaborado el
acuerdo que Cobden-Sanderson pasó por alto con
tal egocentrismo— le escribió: “Confío en que se
dará cuenta de que su sacrificio para el río Támesis
no fue un acto valioso ni honorable.”
Cobden-Sanderson murió, sin haberse arrepentido, en 1922. Walker demandó a su viuda tanto
por el costo de producción de la fuente (500 libras)
como por la porción de la suma que habría ganado
en lo sucesivo. Adujo que la belleza de esa fuente había contribuido al éxito de los libros de la imprenta;
ella replicó que los libros le habían dado fama a la
fuente. Ningún juez dictó sentencia sobre este dilema, pues el caso se dirimió fuera de la corte. Anne
probablemente pagó unas 700 libras por la iniquidad de su esposo: más de la mitad de su inversión
inicial en la imprenta. Murió poco después, en 1926,
y sus cenizas se esparcieron junto a las de él a los
pies de un muro en los confines del jardín del taller
de encuadernación, a espaldas del Támesis. Desde
entonces las inundaciones se los han llevado a ambos consigo.W
© The Economist Newspaper Limited, London
(21 de diciembre de 2013)
© The Doves Type, de Robert Green, por cortesía
de Typespec Ltd. Se puede adquirir en
http://www.typespec.co.uk/doves-type
Ilustración: © H E N R I M I C H A U X
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Traducción de Clara Stern Rodríguez.
a
21
Fotografía: © Fotografía: © L E Ó N M U Ñ OZ S A N T I N I
ENTR EV I STA
Correspondencia a la pérdida
CARLOS ROJAS URRUTIA
22
a
FEBRERO DE 2014
Mediaba enero cuando el violín de Juan Gelman guardó silencio para siempre.
Casi toda su extensa obra poética está disponible en los dos volúmenes que el FCE publicó
hace unos años (y contamos además con dos antologías, verdaderas invitaciones al viaje
con este poeta coloquial y explorador de la forma y el léxico). Sirva esta conversación para
recordarlo e insistir en los temas que dieron sustento a su escritura y a su vida
¿Por tu tristeza ofende la injusticia
escándalo del mundo?
jua n gelm a n, Carta a mi madre
L
a existencia de Juan Gelman
(Buenos Aires, 1930-Ciudad
de México, 2014) fue un profundo compromiso con la palabra poética. Con su vocación
contribuyó a dar belleza a la
existencia humana y su figura
permanecerá como un símbolo de búsqueda de la justicia,
que rebasó el campo literario y
se convirtió en ejemplo de una dignidad que, luego de
acumular pérdidas y ganancias, aprendió a no odiar
pero también a no perdonar, y optó mejor por recordar con ternura para así colaborar en la restauración
del tejido social destruido por la violencia ejercida
desde el poder.
Nacido en el barrio de Villa Crespo, donde asistió
a sus primeras milongas —en las que descubrió “esa
manera de conversar que se llama tango”—, exiliado
de la Argentina en los tiempos de la dictadura militar, Gelman es una de las voces más altas de la poesía
latinoamericana. En 2011, el fce reunió en dos volúmenes toda su obra publicada hasta entonces (tomo
i: “Violín y otras cuestiones”, tomo ii: “El emperrado corazón amora”). Ya con la certeza de una muerte anunciada, el poeta dedicó sus últimos esfuerzos
a terminar Amar a Mara, que será publicado de manera póstuma.
En octubre del 2012, Gelman recibió la Medalla
Bellas Artes, lo que significó un colofón a los muchos reconocimientos que se le otorgaron en años
recientes: Premio fil de Literatura (2000); premios
iberoamericanos de poesía Ramón López Velarde
(2003), Pablo Neruda (2005) y Reina Sofía (2005), y
Premio Cervantes de Literatura (2007). En ese otoño, el poeta aceptó una entrevista en la que hilvanó
recuerdos de su hijo asesinado, su madre a la que no
pudo volver a ver, el nacimiento de algunos de sus
versos y el exilio. Hablaba pausado y cordial. Aún
conservaba intacto el tono argentino que enfatiza los
sonidos palatales y pone un acento grave a las conjugaciones esdrújulas. Tenía 82 años y a veces, mientras escarbaba en sus recuerdos, pretendía esconderse detrás de una risa débil y ahogada, que de todos
modos quedaba como una película transparente que
barnizaba su profundo dolor.
Descendiente de una familia de judíos ucranianos
y rusos que se embarcaron rumbo a Buenos Aires en
los albores de la revolución bolchevique, Gelman vivió desde muy pequeño la efervescencia de las causas
sociales. Esa infancia quedaría marcada también por
los poemas que su hermano le recitaba en ruso y por
los asaltos a la biblioteca. Encontró en la poesía de
Cesar Vallejo el modo conversacional y coloquial con
que él mismo experimentaría y reconoció en el estilo
sin puntuación de la poesía surrealista francesa una
nueva forma de comunicar. La obsesión por algunos
temas, que él aseguraba se repiten en toda su escritura —“la niñez, la muerte, la revolución, el amor, el
otoño”—, fue encontrando cruces y ángulos novedosos que lo guiaron en una búsqueda por el lenguaje
trascendente e íntimo, que abrió un nuevo camino
para la poesía que se compromete con la palabra y
con el sentir social.
En plena dictadura militar, colaboró como editor
en la revista Crisis, junto a Eduardo Galeano. Más
tarde formaría parte del grupo revolucionario Montoneros. Por esa militancia, el gobierno le arrancó a
su hijo y a su nuera (con un embarazo de siete meses),
que pasaron a formar parte de la larga lista de los
desaparecidos. Luego de esa experiencia, Gelman, en
vez de transgredir o negar su tragedia, rescató con la
palabra poética el dolor para ponerlo en la superficie.
Poemarios como Cólera buey, Gotán y Hacia el sur,
entre muchos otros, han probado ser la expresión
más pura de la tragedia de un poeta fundamental
FEBRERO DE 2014
para desmenuzar las secuelas de la dictadura argentina: “Vámonos con la perra a otra parte / no se tiene
derecho a molestar / nuestro solo derecho es empezar / bajo la luz del sol serrano.”
Se exilió primero en Italia; luego fue a Madrid y
a París. Finalmente se instaló en México, donde decidió quedarse por un tremendo romanticismo: “La
pregunta para mí no es por qué no vivo en la Argentina sino por qué vivo en México. Y la respuesta es
muy simple: porque estoy enamorado de mi mujer;
eso es todo.”
Publicó su primer poemario, Violín y otras cuestiones, en 1956, con un prólogo escrito por Raúl González Tuñón, de quien Gelman recordaba la máxima
de que “la poesía, como la paz, es una e indivisible”.
Uno de sus poemarios más desgarradores es Carta a
mi madre (1989), donde el poeta dialoga con su madre muerta para redimirse y encontrarse a sí mismo.
La sutileza con que se liga el recuerdo doloroso por
su madre, la dictadura militar y la impotencia ante
sus circunstancias, es quizás una secuela de su Carta
abierta (1980), donde entabla una conversación con
su hijo asesinado. Cuando le pregunté por las diferencias entre estos textos, sólo fue capaz de hallarles
una coincidencia: el tema de la pérdida.
Para hablar de esperanza, Gelman recurría a hablar sobre la poesía y las utopías, temas que ligó de
manera sutil en su obra: “Jamás la poesía de la tierra
se extingue —dijo John Keats—, y dijo una gran verdad. A cada generación, en cualquier lugar del mundo, surge un nuevo poeta para probarlo. Sólo sé que
no se puede mutilar el deseo a los seres humanos.
El deseo genera sueños, de manera que lo utópico es
pensar que no habrá nuevas utopías.”
A lo largo de su trabajo poético ha ido encontrando y
cambiando las herramientas poéticas con las que trabaja, para encontrar nuevos cruces en los temas que
trata. ¿Cuál era el momento de su búsqueda cuando
surge Carta a mi madre?
Había escrito Citas y comentarios, un diálogo con san
Juan de la Cruz y santa Teresa; había escrito un libro
de poemas en sefardí, estaba escribiendo Salarios del
impío… pero este poema es particular en el sentido
de que responde a algo que no sé qué es. Tiene y no
tiene que ver con todo aquello que estaba haciendo.
Estaba en Ginebra, trabajando como traductor del
sistema de la Organización de Naciones Unidas en el
Palacio de las Naciones. Una noche me vino el asunto, así que escribí. Después de eso, fijesé que curioso, me fui a una de esas máquinas de fotos, a verme
la cara [risas]. Me tomé una foto para ver quién era…
[más risas] …eso que es uno, pero vaya uno a saber
donde está y de dónde sale.
¿En qué se diferencian el Juan Gelman que usted reconoce en Carta abierta y el que vislumbra en Carta a mi
madre?
En primer lugar me quedé huérfano de hijo; después,
huérfano de madre. Es el tema de la pérdida. No hay
diferencia.
En una conversación que sostuvo con Dionicio Morales
usted hablaba del consuelo de la poesía y citaba un poema chino anónimo; explicaba que si ese poema, escrito
hace 3 500 años, nos podía conmover, era la prueba de
que la poesía es “un tejido humano imposible de romper, una belleza imposible de aniquilar”. A sus 82 años,
¿considera que su trabajo poético es una prueba de esa
belleza?
Es imposible de aniquilar y es imposible de abarcar
totalmente. Si uno sigue escribiendo es porque quiere agarrar a la poesía por la cola. Usted conoce casos
de grandes poetas que han dejado de escribir o que
escribieron poco. Ellos cerraron ahí su necesidad. Yo
todavía la tengo. Qué le voy a hacer. Siempre digo que
a
mi mejor poema es el que escribiré alguna vez, y lo
digo en serio. Porque si no, ¿de dónde sale ese montón de cosas?; anoche mismo escribí un poema… De
dónde sale, ¿a ver?
¿Aún encuentra nuevas y desconocidas herramientas y
cruces para seguir escribiendo?
Creo que sí. Alguna vez pensé y dije que es como si
la obsesión fuera una especie de espiral, que a medida que pasa el tiempo uno ve desde distintos puntos. Creo que por esa razón sor Juana Inés de la
Cruz dijo que la espiral es el símbolo de la belleza.
Tiene razón ella.
Su poesía se lee desde el alma del exiliado; ¿le causa angustia el mundo en que le ha tocado vivir?
Mire, sí he pasado momentos de angustia. El tiempo
que me tocó vivir en lo particular sigue existiendo
en lo general. Y cada vez peor. El dolor no se va. Uno
convive mejor con sus dolores. Pero ésas son pérdidas irreparables. Mi hijo hoy tendría 51 años. Yo lo
conocí hasta los 20. Después reencontré a ese hijo
en mi nieta, a quien buscamos y encontramos. Pero
nadie puede sustituir a un hijo. Mire, encontraron
los restos de él 13 años después de su muerte. La desgracia de llevar el cajón, que no pesaba nada, porque
eran puros huesitos, a enterrarlo… es antinatural, es
otra cosa.
En 1999, Gelman conmovió y movilizó al mundo intelectual desde su columna en el diario argentino Página
12, cuando en una carta abierta comenzó la búsqueda
de su nieta. Su misiva tuvo eco en todos los rincones
del mundo. Desde Europa y América, llovieron cartas
al presidente argentino, incluidos varios premios Nobel de literatura y de la paz. La lucha de Gelman por
encontrar a su nieta se convirtió en un símbolo de dignidad, tenacidad y esperanza para encontrar justicia;
una forma de militancia que tenía que ver con la ética
personal que se transformó en una expresión de dignidad colectiva. El buscar y encontrar a su nieta se convirtió en un acto de dignidad colectiva
Era algo que le debía a mi hijo, quien me dejó huérfano de hijo pero me dejó una herencia, que era encontrar al suyo. Eso hicimos yo y mi mujer: encontramos
a una chica que se parecía mucho a mi nuera, que
además había sido adoptada por un tipo que trabajaba en una fábrica militar. Estuvimos tras esa pista
como un año. Me parece desde ya que fue como dice
usted. Pero es algo todavía más grande: la apuesta
que hicieron decenas y decenas de miles de escritores, artistas, gente de a pie, que no me conocen y a
quienes yo no conozco, que apostaron a lo imposible.
Apostar a lo imposible, mire… es una cosa realmente muy grande. Eso siento de toda la solidaridad que
recibí en todos los sentidos. Es cómo creer en un milagro. ¿Cómo diablos, 23 años después, habríamos de
encontrarla…?
¿En qué está trabajando ahora?
Escribo poemas.
Al despedirse, Juan Gelman me señaló, sobre una
mesa, junto a sus discos revueltos, una foto que conservaba de su hijo; es un mozo guapo y sonriente que
posa feliz junto a su esposa embarazada el día de su
boda. “Así era mi hijo cuando se fue”, me dijo Gelman
con una honda tristeza en la garganta. Luego se envolvió de nuevo en su sonrisa y antes de despedirse,
me miró fijo y agregó: “Pero bueno, es como dice mi
nieto de 11 años: peor que haber muerto, es nunca haber nacido. Hay que pensarlo así porque si no…”W
Carlos Rojas es periodista cultural.
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