La narrativa hispanoamericana del siglo XX. Si la poesía en Hispanoamérica es esplendorosa, tanto o más lo es la narrativa, sobre todo a partir de la década de 1940 hasta la de 1980. Se distinguen tres etapas bastante claras en su evolución. 1.1 Realismo tradicional Como otros movimientos, el realismo se desarrolló en Hispanoamérica con retraso respecto a Europa. En las primeras décadas del siglo XX se publicaron novelas escritas con técnicas realistas, pero que, a diferencia de las europeas, incorporaban temas propios de los países del continente. La novela realista hispanoamericana se desarrolló en diversas tendencias: la novela de la Revolución mexicana, la novela de la tierra y la indigenista. La novela de la revolución se centró en los conflictos entre el campesinado y la oligarquía dominante en México, con Mariano Azuela, Los de abajo (1916); la novela de la tierra, en la vida en la diversidad de tierras hispanoamericanas (la selva amazónica, los llanos de Venezuela, la pampa argentina...) con José Eustasio Rivera, La vorágine (1924); Ricardo Güiraldes, Don Segundo Sombra (1926) y Rómulo Gallegos, Doña Bárbara (1929) y la novela indigenista, en las injusticias y desigualdades vividas por la población indígena con Alcides Arguedas, Raza de bronce (1919); Jorge Icaza, Huasipungo (1934) y Ciro Alegría, El mundo es ancho y ajeno (1941). 1.2 Realismo renovador o «realismo mágico» La renovación narrativa afectó a la novela y al cuento, que abordaron nuevos temas, (la vida en la ciudad, la soledad, la incomunicación...) por medio de técnicas novedosas, como el desorden cronológico, el monólogo interior, la diversidad de perspectivas, etc. Además, muchos narradores representaron la realidad, ambigua y contradictoria, como un espacio en el que se mezclan lo real y lo fantástico: esta tendencia se conoce como realismo mágico. Los escritores más destacados son: el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974). Su obra maestra, El señor Presidente (1946), es una novela de dictador en la línea de Tirano Banderas de Valle-Inclán y una denuncia política esperpéntica de la arbitraria utilización del poder; el cubano Alejo Carpentier (1904-1980), con la obra que inaugura «lo real maravilloso», El siglo de las luces (1962), que recrea la Revolución francesa en Las Antillas mezclando historia y ficción; el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), renovador del cuento en lengua española en libros como Historia universal de la infamia (1935), Ficciones (1944) o El Aleph (1949), en los que propone indagar en abstracciones como la unidad y la pluralidad del hombre, el eterno retorno y el tiempo, la eternidad, el enfrentamiento entre el interior del hombre y la realidad exterior, etc.; el mexicano Juan Rulfo (1918-1986), uno de los narradores que más ha influido en las siguientes generaciones con cuentos como El llano en llamas (1953) y la novela corta Pedro Páramo (1955) donde mezcla lo real y lo fantástico, la denuncia de la injusticia y una intensa expresión del mito, la magia, y la fusión del pasado y el presente, de la realidad y la alucinación. 1.3 El boom hispanoamericano y la novela experimentalista Entre 1960 y 1980 puede hablarse de un florecimiento espectacular de la narrativa hispanoamericana. Entre sus caracteres se pueden señalar los siguientes: Aunque no faltan ejemplos de narraciones rurales, hay un mayor interés por el medio urbano. Prosigue el «realismo mágico», la mezcla de realidad y fantasía. Se intensifica la renovación técnica y la experimentación formal. Se tiende a la narración textual y discursiva, con incidencia en la experimentación del lenguaje. Los novelistas más representativos son los argentinos Ernesto Sábato (1911), autor de El túnel (1948) sobre el amor como locura y la persecución de lo inalcanzable; y Julio Cortázar (1914-1984), considerado, junto a Borges, como el gran renovador del género cuentístico, se inclina por el relato fantástico partiendo de anécdotas insólitas de la vida cotidiana en Final del juego (1956), Las armas secretas (1959) o Historias de Cronopios y de Famas (1962). Rayuela (1963) es una novela compleja, de capítulos intercambiables y varios niveles de lectura, y un texto lleno de audacias experimentales que intenta expresar el desasosiego frente a los interrogantes de la existencia; el uruguayo Juan Carlos Onetti (1909-1999), presenta un mundo subjetivo, lleno de obsesiones y de personajes al borde del tormento en El astillero (1961) y Juntacadáveres (1964; el cubano José Lezama Lima (1912-1976), autor de Paradiso (1966), que retrata el contexto urbano de los criollos burgueses de La Habana; el mexicano Carlos Fuentes (1928), emplea un entrecruzamiento de planos temporales, sin olvidar los problemas sociales de su país, en La muerte de Artemio Cruz (1962); Augusto Roa Bastos (1917-2005), paraguayo, es autor de Yo, el Supremo (1974) obra que se sitúa en la tradición de las novelas de dictador; Mario Vargas Llosa (1936) peruano alterna la novela de técnicas renovadoras con las de carácter más tradicional. Entre las primeras con una gran preocupación por la estructura novelesca destacan La ciudad y los perros (1962) y La casa verde (1966). La primera es una narración de denuncia antimilitarista y en cierto sentido testimonial de su estancia en un colegio de internos. En ella ofrece una estructura de contrapunto y planos superpuestos. Entre las segundas, su obra maestra, Conversaciones en La catedral (1969) novela política en la que dos personajes analizan la situación social y las maniobras del poder, La tía Julia y el escribidor (1977) una deliciosa historia autobiográfica, La guerra del fín del mundo (1981) y La fiesta del chivo (1999) y Gabriel García Márquez (1928) colombiano premio Nóbel en 1982 es conocido en el mundo por Cien años de soledad (1967), donde el «realismo mágico» llega a su madurez total al contar la historia de una familia en un lugar mítico, Macondo. Fundiendo la realidad con el mito y la fantasía, García Márquez construye una alegoría o metáfora de la historia de Hispanoamérica y del mundo, desde la creación y el caos hasta la nada -Macondo nace y se destruye-, con el trasfondo de la soledad y el aislamiento, y tomando como referencia la estructura de los mitos bíblicos. Otras hermosas novelas: El coronel no tiene quien le escriba (1958), Crónica de una muerte anunciada (1981) y El amor en los tiempos del cólera (1985). A estos nombres conviene añadir los de otros autores: Alfredo Bryce Echenique, Augusto Monterroso, José Donoso, Jorge Edwards, Guillermo Cabrera Infante, Mario Benedetti, Manuel Mújica Laínez, Manuel Puig y Antonio di Benedetto. 1.4 Últimos novelistas La narrativa hispanoamericana posterior al espléndido boom se caracteriza, como en el resto de Occidente, por una diversa variedad de tendencias. Decrece, como en todas partes, la opción experimentalista, y se eligen discursos narrativos más transparentes, bien para dar una visión de la realidad social y política, de la crisis económica o de las dictaduras, o para revisar el pasado y el presente históricos; bien para narrar historias más íntimas y personales o para dar otras perspectivas en las que, con frecuencia, no falta el humor.