MINISTERIOS LAICALES Y DIACONADO PERMANENTE. INTRODUCCIÓN La iglesia ha recibido una misión por parte de Jesucristo “vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio…” (Mateo 28-20), y esta tarea consiste esencialmente en extender el reino de Dios en todo tiempo y época. La iglesia verdaderamente cumple este mandato y este servicio a través de personas y medios. En la vida eclesial actualmente se tiene la conciencia de la importancia de la ministerialidad de los bautizados esto quiere decir que todas las personas que han recibido el sacramento del bautismo, tienen un servicio, misión en y fuera de la Iglesia. ¿Cuál es el elemento fundante y relacional en la ministerialidad? Según el documento: “… el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no solo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo de Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante. L.G 10. El sacramento del bautismo nos hace entrar en el pueblo de Dios por eso el concepto de pueblo de Dios es el gran aporte del documento del VAT. II (capitulo 2, del 9- 17). Pero los documentos de VAT II ciertamente no inventan el concepto. Si abrimos la Biblia en el antiguo testamento Dios eligió un pueblo: Israel. Es a través de este pueblo que Dios se muestra a través de signos y prodigios y tiene la voluntad de santificar y salvar a los hombres en donde se le confesara en verdad y le sirvan. Es el gran misterio que Dios eligiera a un pueblo, que dicho sea de paso, es un pueblo no el mejor, ni el ideal, ni modelo, porque conocemos bastante el pueblo de Israel; hasta pudiéramos murmurar de que Dios se equivoco al escoger a Israel, pero sin embargo es el pueblo elegido por Dios y como nos narra la Sagrada Escritura Dios fue educando, promoviendo, ayudando y salvando constantemente a Israel. Y Dios no actúa al azar, porque al elegir a este pueblo de Israel prepara misteriosamente la encarnación de su hijo Jesucristo en nuestra historia, naciendo en el seno de una familia de José y María. Precisamente Jesucristo quien con su entrada en el mundo de nosotros convoca y unifica a judíos y paganos, no según la carne sino en el espíritu y así se realiza y se funda el nuevo pueblo de Dios. Los hijos de la iglesia ciertamente tienen un compromiso con el pueblo de Dios, no pueden pasar desapercibidos en el mundo en el que se encuentran. Por eso la iglesia les recuerda que tienen una misión de comunicar la vida en Cristo que les ha afectado y comunicar a esta persona a todo el mundo o en otras palabras lo que quiere significar esto es evangelizar. Como Iglesia nos corresponde el servicio de APOSTOLADO, PARTICIPACION Y RESPONSABILIDAD. Quiere decir que ser Iglesia implica una constante corresponsabilidad y esto significa que no es solo pertenecer a la iglesia sino también actuar en el mudo en donde Dios nos ha puesto. 0.1 MINISTERIO LAICALES. Hay un sin número de ministerios, unos que son ordenados y no ordenados. Los ordenados son el sacramento que reciben aquellos que Dios los llama y que libremente, disciernen al seguimiento de Jesucristo. Y precisamente este ministerio del orden son los que conocemos en la iglesia como son el diacono, sacerdote, y el obispo. Y el de los no ordenados son los que se llaman ministerios laicales. Los ministerios laicales algunos son reconocidos, confiados, instituidos. Los ministerios laicales brotan del sacerdocio de Cristo. Cuando recibimos el sacramento del bautismo brota ya el compromiso esencial del cristiano y uno de los compromisos conforme como se va concientizando la persona creyente en Cristo es precisamente la actividad de apostolado que el creyente adquiere y que en la iglesia ya identificamos poco a poco como los ministerios laicales. Los ministerios laicales son un fuerte impulso, promoción y formación para la evangelización. Y por eso se constata en las parroquias que hay muchos laicos comprometidos que son ministros de la palabra, de la caridad, ministros extraordinarios de la comunión, lectores, coros, catequistas y un sin número de servicios que en el campo de la dimensión profética, litúrgica, y social. Pero todavía hay una resistencia entre los sacerdotes la no aceptación del trabajo de los ministerios laicales y por eso se escucha que hay un temor de que los laicos lleguen a saber más que el sacerdote y les provoque un cierto complejo de inferioridad cuando algún laico es más preparado que el sacerdote. Y por eso la escuela de ministerios laicales es un esfuerzo de parte de la iglesia local en donde se quiere reconocer que cuando el laico se compromete al apostolado no es que el sacerdote (Párroco) le esté dando permiso para evangelizar sino ante todo es un deber de todo bautizado que se concientice de que la evangelización le toca tanto a los sacerdotes, obispos y laicos, porque todos tienen el sacramento fundante del bautismo. De ese sacramento parte todo el compromiso de evangelizar constantemente. El documento de APARECIDA que fue elaborado por los obispos de Latinoamérica en mayo del 2007, reunidos precisamente en Aparecida, Brasil. En ese documento nos recuerdan los obispos que todos los bautizados, llamados a ser discípulos y misioneros, pero para esta vocación se necesita tener un constante encuentro con Jesucristo a través de la Biblia, tradición, Eucaristía, Reconciliación y los pobres excluidos y marginados. 0.2 DIACONADO PERMANENTE. Algunos discípulos y misioneros del Señor son llamados a servir a la iglesia como diáconos permanentes, fortalecidos, en su mayoría, por la doble sacramentalidad del matrimonio y del orden. Ellos son ordenados para el servicio de la palabra, de la caridad y de la liturgia, especialmente para los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio; también para acompañar la formación de nuevas comunidades eclesiales, especialmente en las fronteras geográficas y culturales, donde ordinariamente no llega la acción evangelizadora de la Iglesia. Cada Diacono permanente debe cultivar esmeradamente su inserción en el cuerpo diaconal, en fiel comunión con su Obispo y en estrecha unidad con los presbíteros y demás miembros del pueblo de Dios. Cuando están al servicio de una parroquia, es necesario que los diáconos y presbíteros busquen el dialogo y trabajen en comunión. Ellos deben recibir una adecuada formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral con programas adecuados, que tengan en cuenta en el caso de los que están casados- a la esposa y su familia. Su formación los habilitara a ejercer con fruto su ministerio en los campos de la evangelización, de la vida de las comunidades, de la liturgia y de la acción social, especialmente con los más necesitados, dando testimonio así de Cristo servidor al lado de los enfermos, de los que sufren, de los migrantes y refugiados, de los excluidos y de las víctimas de la violencia y encarcelados. La V conferencia espera de los diáconos un testimonio evangélico y un impulso misionero para que sean apóstoles en sus familias, en sus trabajos, en sus comunidades y en las nuevas fronteras de la misión. No hay que crear en candidatos al diaconado permanente expectativas que superen la naturaleza propia que corresponde al grado del diaconado. (DA205 – 20e8). Perfil y características del diaconado permanente: - Impulsa, promueve en una vida de espiritualidad comunitaria. - Contribuye a la comunión y participación dentro de la comunidad eclesial con el hermano sacerdote también acompaña a las zonas dimensiones de la pastoral y movimientos. - Dinamiza y acompaña a las comunidades en su triple dimensión fundamental de la pastoral. - Asume los consejos evangélicos (Mateo 19-12) - Su testimonio radical consiste en el servicio, en el espíritu de unión y armonía, en el discernimiento y la sabiduría para promover, coordinar y animar a las personas. - Ora la liturgia de las horas. - Consciente de su servicio eclesial; ayuda a los presbíteros. - Ejerce su ministerio con alegría. - Evangeliza con su testimonio. - Impulsa y vive la espiritualidad de comunión. - Contribuye a la comunión y participación dentro de la comunidad eclesial con el presbítero, convirtiéndose en su inmediato servidor. - Dinamiza y acompaña las comunidades ejerciendo su ministerio en la predicación y la caridad. - Predica a tiempo y a destiempo. - Forma grupos de oración y prepara para los sacramentos. - Devoto fervoroso del Sacramento de la Eucaristía. - Amables, servidores, dedicados a la oración y al servicio. Comprometidos con su vocación. - Deben servir como Cristo a los más pobres. - Un hombre que soltero o casado manifiesta un profundo sentido de amabilidad, responsabilidad, servicio y testimonio del amor de Cristo por su Iglesia, en el trabajo apostólico de las parroquias y comunidades. - Sirve al ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. - Mayor entrega apostólica. - Generoso, aplicado a sus deberes. - Que administre con cautela los sacramentos. - Que comprenda y viva su ministerio y que no se extralimite en funciones que sean propias del presbítero. - Hombre de la palabra, es generoso, responsable, creativo. - Mantiene interés por su permanente formación, utiliza un lenguaje apropiado. - Impulsa los valores humanos, vive en comunidad. - Conoce las ideologías de diversos partidos políticos. - Sabe iluminarnos desde el evangelio. - Hombre prudente al servicio de la comunidad, excelente catequista, capacidad de apertura y escucha. - Entiende su ministerio como servicio y entrega por la comunidad, especialmente por los pobres, enfermos y los niños. - Comprometidos con la razón de ser con su ministerio en todos los campos de la vida cristiana, en lo social, lo pastoral, lo cultual, en la promoción y guía de los hombres especialmente de las nuevas generaciones y de los más necesitados. - Procede en su conducta conforme a la verdad del señor, recto en su obrar servicial y entregado estudioso normal servicial y dinámico. - Participan en la elaboración, ejecución y evaluación de la pastoral diocesana y se insertan en ella mediante su servicio, testimonio y unidad. 1. “MINISTERIA QUAEDAM”. CARTA APOSTOLICA EN FORMA DE “MOTU PROPRIO” POR LA QUE SE REFORMA EN LA IGLESIA LATINA LA DISCIPLINA RELATIVA A LA PRIMERA TONSURA A LAS ORDENES MENORES Y AL SUBDIACONADO. La iglesia instituyo ya en tiempos antiquísimos algunos ministerios para dar debidamente a Dios el culto sagrado y para el servicio del pueblo de Dios, según sus necesidades; con ellos se encomendaba a los fieles, para que las ejercieran, funciones litúrgico-religiosas y de caridad, en conformidad con las diversas circunstancias. Estos ministerios se conferían muchas veces con un rito especial mediante el cual el fiel, una vez obtenida la bendición de Dios, quedaba constituido dentro de una clase o grado para desempeñar una determinada función eclesiástica. Algunos de entre estos ministerios más estrechamente vinculados con las acciones litúrgicas, fueron considerados poco a poco instituciones previas a la recepción de las ordenes sagradas; tanto es así que el Ostiariado, Lectorado, Exorcistado y Acolitado recibieron en la Iglesia Latina el nombre de Ordenes menores con relación al Subdiaconado, Diaconado y presbiterado, que fueron llamados ordenes mayores y reservadas generalmente, aunque no en todas partes, a quienes por ella se acercaban al sacerdocio. Pero como las ordenes menores no han sido siempre las mismas y muchas de las funciones anejas a ella, igual que ocurre ahora, las han ejercido en realidad también los seglares, parece oportuno revisar esta práctica y acomodarla a las necesidades actuales, al objeto de suprimir lo que en tales ministerios resulta ya inusitado; mantener lo que es todavía útil; introducir lo que sea necesario; y así mismo establecer lo que se debe exigir a los candidatos al Orden Sagrado. Durante la preparación del Concilio Ecuménico Vaticano II, no pocos Pastores de la Iglesia pidieron la revisión de las Órdenes menores y del Subdiaconado. El concilio sin embargo, aunque no estableció nada sobre esto para la Iglesia Latina, enuncio algunos principios que abrieron el camino para esclarecer la cuestión, y no hay duda de que las normas conciliares para una renovación general y ordenada de la Liturgia abarcan también lo que se refiere a los ministerios dentro de la asamblea Litúrgica, de manera que, por la misma estructura de la celebración aparece la Iglesia constituida en sus diversos Ordenes y ministerios. De ahí que el Concilio Vaticano II estableciese que “en las Celebraciones Litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio hará todo y solo aquello que le corresponde por naturaleza de la acción y las normas litúrgicas.” Con esta proposición se relaciona estrechamente lo que se lee poco antes en la misma Constitución; “La Santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las Celebraciones Litúrgicas, que exige la naturaleza de la Liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, LINAJE ESCOGIDO, SACERDOCIO REAL, NACION SANTA, PUEBLO ADQUIRIDO (I Pe 2,9; cf. 2,4-5). Al reformar y fomentar la Sagrada Liturgia hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación de todo el pueblo, porque es la fuente primaria y necesaria en la que han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano y, por lo mismo, los pastores de almas deben aspirar a ella con diligencia en toda su actuación pastoral por medio de una educación adecuada”. (SC n. 14). En la conservación y adaptación de los oficios peculiares a las necesidades actuales, se encuentran aquellos elementos que se relacionan más estrechamente con los ministerios, sobre todo, de la palabra y del Altar, llamados en la Iglesia Latina LECTORADO, ACOLITADO Y SUBDIACONADO; y es conveniente conservarlos y acomodarlos, de modo que en o sucesivo haya dos ministerios, a saber, el de LECTOR, Y EL DE ACOLITO, que abarquen también las funciones correspondientes al subdiaconado. Además de los ministerios comunes a toda la Iglesia Latina, nada impide que las Conferencias Episcopales pidan a la sede Apostólica la institución de otros que por razones particulares crean necesarios o muy útiles en la propia región. Entre estos están, por ejemplo, el oficio de Ostiario de Exorcista y de Catequista, y otros que se confié a quienes se ocupan de las obras de caridad, cuando esta función no esté encomendada a los diáconos. Esta más en consonancia con la realidad y con la mentalidad actual el que estos ministerios no se llamen ya Ordenes Menores; que su misma colación no se llame “ordenación” sino “INSTITUCION”; y además que sean propiamente clérigos, y tenido como tales, solamente los que han recibido el Diaconado. Así aparecerá también mejor la diferencia entre clérigos y seglares, entre lo que es propio y está reservado a los clérigos y lo que puede confiarse a los seglares cristianos; de este modo se verá más claramente la relación mutua, en virtud de la cual el “sacerdocio común de los fieles y sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no solo en grado, se ordenan sin embargo el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo”. (LG 10). Por tanto, después de madura reflexión, pedido el voto de los peritos, consultadas las Conferencias Episcopales y teniendo en cuenta sus pareceres, y así mismo después de haber deliberado con nuestros venerables hermanos que son miembros de las Sagradas Congregaciones competentes, con nuestra Autoridad Apostólica establecemos las siguientes normas, derogando, si es necesario y en cuando lo sea, las prescripciones del Código de Derecho Canónico hasta ahora vigente, y las promulgamos con esta carta. I.- En adelante no se confiere ya la primera Tonsura. La incorporación al estado clerical queda vinculada al Diaconado. II.- Las que hasta ahora se conocían con el nombre de “Ordenes menores”, se llamaran en adelante “MINISTERIOS”. III.- Los ministerios pueden ser confiados a seglares, de modo que no se consideren como algo reservado a los candidatos al Sacramento del orden. IV.- Los ministerios que deben ser mantenidos en toda la Iglesia Latina, adaptándolos a las necesidades actuales, son dos, a saber: el de LECTORADO y el de ACOLITO. Las funciones desempeñadas hasta ahora por el subdiaconado, quedan confiadas al Lector y al Acolito; deja de existir por tanto en la Iglesia Latina el Orden mayor del subdiaconado. No obsta sin embargo el que, en algunos sitios, a juicio de las Conferencias Episcopales, el Acolito puede ser llamado también subdiácono. V.- El Lector queda instituido para la función, que le es propia, de leer la palabra de Dios en la asamblea litúrgica. Por lo cual proclamara las lecturas de la sagrada Escritura, pero no el evangelio, en la Misa y en las demás celebraciones sagradas; faltando el salmista, recitara el Salmo interleccional; proclamara las intenciones de la Oración Universal de los fieles, cuando no haya a disposición diacono o cantor; dirigirá el canto y la participación del pueblo fiel; instruirá a los fieles para recibir dignamente los Sacramentos. También podrá, cuando sea necesario, encargarse de la preparación de otros fieles a quienes se encomiende temporalmente la lectura de la Sagrada Escritura en los actos litúrgicos. Para realizar mejor y más perfectamente estas funciones, medite con asiduidad la sagrada Escritura. El Lector, consciente de la responsabilidad adquirida, procure con todo empeño y ponga los medios aptos para conseguir cada día más plenamente el suave y vivo amor, así como el conocimiento de la Sagrada Escritura, para llegar a ser más perfecto discípulo del Señor. VI.- EL ACOLITO queda instituido para ayudar al diacono y prestar su servicio al sacerdote. Es propio de él cuidar el servicio del Altar, asistir al diacono, y al sacerdote en las funciones Litúrgicas, principalmente en la Celebración de la Misa; además distribuir, como ministro extraordinario, la Sagrada Comunión cuando los ministros de que habla el c. 845 del C.I.C. o esta imposibilitados por enfermedad, avanzada edad o ministerio pastoral, o también cuando el número de fieles que se acerca a la Sagrada Mesa es tan elevada que se alargaría demasiado la misa. En las mismas circunstancias especiales se le podrá encargar que exponga públicamente a la adoración de los fieles el Sacramento de la Sagrada Eucaristía y hacer después la reserva; pero no que bendiga al pueblo. Podrá también –cuando sea necesario- cuidar de la instrucción de los demás fieles, que por encargo temporal ayudan al sacerdote o al diacono en los actos litúrgicos llevando el Misal, la cruz, las velas, etc., o realizando otras funciones semejantes. Todas estas funciones las ejercerá más dignamente participando con piedad cada día más ardiente en la Sagrada Eucaristía, alimentándose de ella y adquiriendo un más profundo conocimiento de la misma. El Acolito, destinado de modo particular al servicio del Altar, aprenda todo aquello que pertenece al culto público divino y trate de captar su sentido íntimo y espiritual; de forma que se ofrezca diariamente así mismo a Dios, siendo para todos un ejemplo de seriedad y devoción en el templo Sagrado y además, con sincero amor, se sienta cercano al Cuerpo Místico de Cristo o pueblo de Dios, especialmente a los necesitados y enfermos. VII.- la institución de lector y de Acolito, según la venerable tradición de la Iglesia, se reserva a los varones. VIII.- Para que alguien pueda ser admitido a estos ministerios se requiere: a.- Petición libremente escrita y firmada por el aspirante, que ha de ser presentada al ordinario (al Obispo y, en los Institutos Clericales de perfección, al Superior Mayor) a quien corresponde la aceptación. b.- Edad conveniente y dotes peculiares, que deben ser determinadas por la Conferencia Episcopal. c.- Firme voluntad de servir fielmente a Dios y al pueblo cristiano. IX.- Los ministerios son conferidos por el ordinario (el Obispo y, en los Institutos clericales de perfección, el Superior Mayor) mediante el rito Litúrgico “De Institutione Lectoris” y “De Institutione Acolythi”, aprobado por la Sede Apostólica. X.- Deben observarse los intersticios, determinados por la Santa Sede o las Conferencias Episcopales, entre la colación del ministerio del Lectorado, cuando a las mismas personas se confiere más de un ministerio. XI.- Los candidatos al Diaconado y al sacerdocio deben recibir, sino los recibieron ya, los ministerios de Lector y Acolito y ejercerlos por un tiempo conveniente para prepararse mejor a los futuros servicios de la Palabra y del Altar. Para los mismos candidatos, la dispensa de recibir los ministerios queda reservada a la Santa Sede. XII.- La colación de los ministerios no da derecho a que sea dada una sustentación o remuneración por parte de la Iglesia. XIII.- El rito de la institución del Lector y del Acolito será publicado próximamente por el Dicasterio competente de la curia Romana. Estas normas comienzan a ser válidas a partir del día primero de Enero de 1973. Mandamos que todo cuanto hemos decretado con la presente Carta en forma de “Motu proprio”, tenga plena validez y eficacia, no obstante cualquier disposición en contrario. Dado en Roma, cerca de San Pedro, el 15 de agosto, en la solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, del año 1972, décimo de nuestro Pontificado. PAULUS DP. VI. 2. LOS MINISTERIOS LAICALES. I CARACTERÍSTICAS DE ESTOS MINISTERIOS. a) Son verdaderos ministerios: - Servicios realmente importantes para la vida de la iglesia, - Son ejercidos con cierta estabilidad o permanencia - Requieren un reconocimiento oficial de la autoridad eclesiástica (c.805). (N.B.N.o 34). b) Responden a necesidades reales de la comunidad: - En cualesquiera de sus niveles o centros de comunión (familia, C.E.B., parroquia, foranía, Diócesis). - O en cualquiera de los campos de apostolado: Pastoral de la palabra, Liturgia, Caridad, Conducción, E.N.73. c) Suponen carismas y cualidades en aquellos que son llamados. L.G.3,4; P. 8, 1295. d) Requieren discernimiento y aprobación - Tanto de la comunidad. - Como especialmente de los pastores. (C.F.L. 31, 24) e) Pueden conferirse a laicos, tanto hombres como mujeres, sin perder por ello su carácter laical. (N.B. No. 35). f) Se confieren mediante una misión canoníca o mandato por la autoridad eclesiástica, dentro Obispo.(P.812,814,883) de un rito litúrgico aprobado por el II POSIBILIDADES. La nueva Evangelización encaminada a formar comunidades vivas: - Que amen a Jesucristo. - Que confiesen la Fe en El. - Que alaben conscientemente su fe en medio de las realidades temporales…. Presentan múltiples oportunidades a estos ministerios (C.F.L., 34). A) En el campo de la palabra. 1.- Ministros de la Evangelización Fundamental o del Kerigma. - El Ministro Kerigmático proclama en forma de un retiro de un día o una semana por las tardes, platicas sobre el Kerigma, Evangelización fundamental. - Este Ministerio no puede ser suplido por ningún otro, ni siquiera por el de la evangelización. - Es tanto más urgente, cuanto que una inmensa multitud de los que se dicen cristianos, no han tenido este primer anuncio ni han hecho un acto de Fe y declaración personal y consciente a la persona de Cristo y a su Evangelio. (N.B.No.36) 2.- Ministros de la Catequesis. - Los catequistas ocupan un lugar preponderante en la pastoral de la palabra. - Dan una enseñanza permanente, sistemática, gradual, sencilla y completa acerca del misterio de Cristo y de la salvación. - dan formación y educación permanente en la fe, tanto a los individuos como a las comunidades para llevarlos a la madurez, de tal forma que den frutos plenos de salvación. - Su enseñanza abarca las diversas edades, estados, condiciones y circunstancias de la vida de los cristianos. (N.B.No.37). 3.- Ministros de la Enseñanza Escolarizada - Son los maestros laicos que se dedican a la educación de la fe en las escuelas católicas y escuelas de formación para laicos. - imparten materias en grado inferior, medio o superior relacionados con la fe, en los seminarios y casa de religiosos y religiosas. ( C.D.L.III-Tit.III:c.229.3). 4.- Ministros de las Misiones Populares. - Estos misioneros laicos son necesarios especialmente en parroquias muy extensas y en áreas rurales y semi-rurales. - dan temas de formación y en orden a motivar a los fieles para que reciban dignamente los Sacramentos. - Se equiparan a estos misioneros populares: a) Los laicos que suelen dar temas o rollos en encuentros. b) Rollos en cursillos. c) Fines de semana durante el año o tiempos litúrgicos fuertes como Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. d) Y de los que promueven y dan Ejercicios Espirituales. 5.- Ministro de Pláticas Presacramentales. - Su función es preparar a los fieles para que reciban válidamente y con fruto los Santos Sacramentos. - Se equiparan a ellos los seglares que dan platicas a las señoritas quinceañeras, a sus damas, chambelanes, a sus padres y padrinos, y los preparadores de catecúmenos. 6.- Ministros de Círculos Bíblicos. - Su función es dar a conocer la Biblia, Palabra de Dios y que la vivan. - Es tan importante el conocimiento de la Sagrada Escritura que San Jerónimo llega a afirmar: “Desconocer la Sagrada Escritura, es desconocer a Cristo”. 7.- Ministros de la Predicación - Estos ministros laicales, debidamente capacitados según lo exige el C.D.C.c. 766 y E.N. 42. Tienen la facultad de predicar en Iglesias y oratorios. - Son muy necesarios sobre todo en aquellos lugares donde no va con frecuencia el Sacerdote. B) En el campo de la liturgia. 1.- Ministros de la Celebración Litúrgica de la Eucaristía: - El cantor. - EL director del coro. - El lector no instituido. - El monitor. - El acolito no instituido. - Los edecanes que reciben o acomodan a los fieles. - El maestro de ceremonias y, - El colector de ofrendas (S.C. 29;OG.M.1.6368). Cada uno tiene su propia función y pueden ser reconocidos principalmente los coordinadores de estos equipos y servicios litúrgicos. 2.- Ministros extraordinarios del Bautismo. Los laicos que en circunstancias especiales, sobre todo por falta de ministros ordinarios del bautismo (diacono, presbítero), tienen facultad del Obispo de bautizar a personas que no están en peligro de muerte (c. 861,2). 3.- Ministros de la Asistencia a los Matrimonios. Estos ministros en casos especiales, a tenor del C.D.C.c 11122, pueden asistir a matrimonios. 4.- Ministros Celebradores de la Palabra y la Eucaristía. Estos ministros hacen celebraciones de la palabra e inclusive celebraciones de la Eucaristía. a) En el templo, en ausencia del sacerdote o cuando está enfermo; b) También en los lugares retirados de la parroquia, para fieles que no van a poder asistir a misa los sábados por la tarde o en los domingos y días de fiesta de precepto. - Pueden hacer paraliturgias para circunstancias especiales, acontecimientos familiares, para grupos parroquiales, para enfermos, para difuntos. C) En el campo de la caridad. 1.- Ministros de la visita y atención a los enfermos. - Estos ministros laicos se dedican a Evangelizar y Catequizar a los enfermos; - los preparan para que reciban fructuosamente los Sacramentos; - hacen Oración por y con ellos; - los proveen en sus necesidades materiales y - les procuran atención medica en caso necesario. 2.- Ministros de la Atención a los Pobres, Marginados, Ancianos y minusválidos. - estos ministros laicos atienden en sus necesidades materiales y espirituales a los pobres, a los marginados, a los ancianos y a los minusválidos; - A la vez que educan a la comunidad en el espíritu de fraternidad y solidaridad humana. 3.- Ministros de la Promoción y coordinación de Institutos Asistenciales y promociones. - Estos ministros laicos son los promotores y los coordinadores de instituciones asistenciales y promocionales a todos los niveles de Iglesia. 4.- Ministros de Promoción Humana Integral. - Estos ministros laicos promueven todos los valores del hombre y su desarrollo humano y cristiano. - Pueden trabajar en alfabetización, artes, oficios, en atención a migrantes y refugiados, en la formación de la conciencia cívica, etc. En cooperativas de ahorro y de consumo. D) En el campo social. 1.- Ministros de la Educación y formación social. - La función de estos ministros laicos es fomentar el conocimiento, el estudio y la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia. - Es concientizar sobre los derechos y deberes de toda persona humana: - sobre la vida personal , familiar, socio-política nacional e internacional; - sobre la libertad religiosa, la paz, la justicia, el desarrollo y la liberación (E.N.29; C.F.L. 39). 2.- Ministros de la acción social. - estos ministros crean las organismos o movimientos y asociaciones en defensa de la vida, de los derechos fundamentales de la persona humana, tanto en el campo del trabajo como de vivienda, de salud, educación, etc. - En la lucha por el poder político y en el proselitismo partidista los laicos actúan a título personal, guiados siempre por los valores evangélicos y la doctrina social de la Iglesia. - Pero no necesitan ni se les puede otorgar un reconocimiento oficial de parte de la Iglesia. - La militancia política divide y la iglesia es fundamentalmente misterio de comunión con Dios y con todo el género humano. E) En el campo de la administración 1.- Ministros Administradores de Bienes Terrenales. - Los laicos pueden ser llamados: - como miembros del consejo de asuntos económicos ya sea a nivel parroquial o diocesano (c. 492, 484, 1277;537). - o como administradores de bienes eclesiásticos (c. 1282) y pueden ser reconocidos como ministros. 2.- Ministros Administradores de Justicia. - Los laicos con la debida formación pueden ser llamados: - para ser jueces, miembros del tribunal colegiado (c. 1421.2) - o auditores (c. 1428. 2). - o promotores de justicia y defensores del vinculo (C. 1435). F) en el campo de la dirección y conducción. 1.- Ministros de la Colaboración en la Cura Pastoral. - Los laicos pueden participar oficialmente en la Cura Pastoral de una Parroquia, bajo la dirección de un sacerdote a tenor del c. 517. 2.- Ministros de la coordinación y Animación de Grupos y C.E.B. - Tienen estos ministros la tarea de coordinar y animar las diversas asociaciones, los movimientos y demás organizaciones del apostolado laical. - Son los coordinadores de las comunidades Eclesiales de Base y pueden ser reconocidos como ministros de estos servicios (c.29; C.F.L.26, 27,29). - Los laicos pueden ser llamados a formar parte de los Consejos de Pastoral y del Sínodo Diocesano, a tenor del C.D.C. (c. 511,512; 463, 1-50) pero no se les da reconocimiento por este servicio. III Formación para los ministerios reconocidos. Los laicos, principalmente los que van a recibir un ministerio reconocido deberán recibir: 1) Formación espiritual propia del laico, hombre de Iglesia del mundo en la Iglesia. Debe haber recibido el Kerigma. 2) Formación teológico-pastoral: a) De acuerdo a la persona, a su edad, a las necesidades de la Iglesia y del mundo y sobre el ministerio que va a realizar. b) Que combine la teoría con la acción y; c) Que haya programas graduales con diferentes etapas, materias, horarios, métodos, formadores y demás recursos. d) Una catequesis sistemática y completa sobre el misterio de la Salvación en Cristo: Doctrina cristiana, Historia de la Salvación, Biblia, Cristología, Eclesiología, Evangelización y catequesis, liturgia, Doctrina Social, Moral, Vocación y Misión de los Laicos en la Iglesia y en el Mundo. 3) Formación social para el ministerio en el ámbito social y político, cumplimiento de deberes cívico-políticos, de acuerdo a la Doctrina Social de la Iglesia. 4) Formación humana en las virtudes humanas y sociales: Honradez, competencia, profesionalidad, justicia, estima de la persona humana, solidaridad, capacidad de diálogo, etc. 5) Formación permanente, para crecer como hijos de Dios, madurar y mejorar su ministerio. Nota: estos datos están tomados del Directorio Nacional para Ministerios Laicales. IV Requisitos de admisión. 1) Solicitud hecha y firmada por el aspirante y aprobación del cónyuge si lo tiene. 2) Aceptación de la solicitud principalmente del Párroco, tomando en cuenta la aprobación de la comunidad. 3) Que el reconocimiento oficial lo haga el Párroco o el responsable de la comunidad dentro de un rito litúrgico aprobado por el Obispo Diocesano. 4) Que los ministros que hayan sido reconocidos queden inscritos en los libros parroquiales. (Recomendables del punto 5 al 8). 5) Que el aspirante haga antes del reconocimiento un retiro, al menos de un día. 6) Que los ministros reconocidos lleven gafete, banda o cruz, etc. Relacionado con su ministerio que van a desempeñar. 7) Que el reconocimiento se haga en forma comunitaria y a ser posible dentro de la Celebración Eucarística. 8) Que se escojan lugares, fechas, tiempos litúrgicos apropiados. 9) Que el aspirante haya presentado examen satisfactorio sobre las materias básicas y las propias del ministerio en que va a ser reconocido. 10) Que continúe su formación permanente, sistemática y progresiva. V Derechos y deberes de los ministros reconocidos. A) Derechos. 1) Derecho a recibir los auxilios necesarios para su vida cristiana. 2) Derecho a recibir apoyo, orientación, ayuda económica y formación para el ministerio que se va a ejercer. 3) Derecho a opinar, presentar iniciativas y decisiones relacionadas a sus ministerios para la buena marcha de la comunidad. 4) Derecho a una retribución económica de parte de la comunidad si su dedicación es completa, para un decoroso sustento de la familia. B) Deberes. 1) Cumplirá fielmente sus deberes seculares, de familia, de trabajo, de ciudadano, etc. 2) Desempeñara su ministerio con verdadero espíritu de servicio. 3) Debe comunicarse con los demás ministros y miembros de la comunidad. 4) Mantendrá la comunión, el amor y la obediencia a su propio Pastor. 5) Deberá ejercer su ministerio en el ámbito y lugar que se le señale. 6) Pedirá las debidas autorizaciones para ejercer su ministerio en otros lugares, previo dialogo de los respectivos Pastores. 7) Procurara cultivar las virtudes teologales, la meditación en la Palabra de Dios, la asistencia frecuente a la Sagrada Eucaristía y la digna recepción de los Santos Sacramentos. VI Pasos naturales para recibir el diploma de un ministerio laical reconocido. 1) Que el aspirante haya solicitado por escrito a su párroco indicándole en que ministerio quiere ser reconocido y por cuánto tiempo lo ha estado ejerciendo. 2) Que anexe el consentimiento del cónyuge. 3) Que solicite por escrito la aceptación del Párroco. 4) Que presente o solicite la aprobación de la comunidad, o al menos del grupo donde está dando su ministerio. 5) Que presente comprobante de estudios realizados en una escuela Parroquial o Diocesana o movimientos apostólico, para cumplir con el requisito de la formación básica o que al menos presente certificado de inscripción en alguna escuela parroquial o diocesana, por si debe completar algunas materias o estudiarlas todas. 6) Que de un informe de cómo ésta ejerciendo su ministerio a raíz de su solicitud para recibir un ministerio reconocido y haga petición que se le considere no sólo aspirante, sino candidato. 7) Que el candidato haga un retiro espiritual al menos de un día. 8) Que el reconocimiento oficial se haga en la celebración de la Santa Misa con asistencia de fieles de la comunidad. 9) Que en esta Misa reciba su diploma en la cual vaya la fotografía del nuevo ministro, y se bendiga su gafete. 10) Que su nombre quede inscrito en el archivo parroquial. 11) Que el nuevo ministro reconocido ofrezca continuar en todo lo posible su formación integral, progresiva y permanente y que indique por cuánto tiempo piensa ejercer su ministerio, si desea especializarse en él, o si después desea recibir y ejercer otro ministerio. 3. DIACONADO PERMANENTE. “En el grado inferior de la Jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de las manos no en orden al sacerdocio, si no en orden al ministerio. Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del Diacono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrador solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el Viatico a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos. Ahora bien, como estos oficios, necesarios en gran manera a la vida de la Iglesia, según la disciplina actualmente vigente de la Iglesia Latina, difícilmente pueden ser desempeñados en muchas regiones, se podrá restablecer en adelante el diaconado como grado propio y permanente de la Jerarquía. Corresponde a las distintas conferencias territoriales de Obispos, de acuerdo con el mismo Sumo Pontífice, decidir si se cree oportuno y en donde el establecer estos diáconos para la atención de los fieles. Con el consentimiento del Romano Pontífice, este diaconado podrá ser conferido a varones de edad madura, aunque estén casados, y también a jóvenes idóneos, para quienes debe mantenerse firme la ley del celibato”. (L. G. 29). 3.1 Se sintetiza el documento “Ratio fundamentalis institutionis diaconarum permanentium”. 3.1.1-TEOLOGÍA DEL DIACONADO. Es un ministerio de comunión trinitaria que se extiende a la dimensión misionera y por eso recibe la imposición de las manos y es asistido por la gracia sacramental especial, injertado al orden. Su identidad es que sea Cristo Siervo en todos los momentos y en todas las circunstancias de la vida, en la familia y en el mundo seglar. También tenga la tarea de interpretar las necesidades y deseo de la comunidad y sea el animador del servicio. Se le imprime carácter y comunica una gracia sacramental específica. Este ordenado a Cristo quien se hizo diacono. Depende necesariamente del Obispo y tiene una relación especial con los sacerdotes. Queda incardinado a la Iglesia particular; es un vinculo constante de servicio a una concreta porción del pueblo de Dios. Es una pertenencia jurídico, afectivo y espiritual y con la obligación del servicio ministerial. 3.1.2- MINISTERIO PROPIO DEL DIACONO PERMANENTE. Llamado a proclamar la Sagrada Escrituras. A instruir, catequizar y exhortar al pueblo de Dios. Dedicado a santificar: se desarrolla en la oración, administración solemne del bautismo, conservación y distribución del Pan Eucarístico, asistencia y bendición del matrimonio, presidir el rito de funerales y de la sepultura y la administración de los sacramentos. Dedicado a las obras de caridad y de la administración y en la animación de las comunidades de la vida eclesial. 3.1.3- ESPIRITUALIDAD DEL DIACONO PERMANENTE. Su modelo por excelencia es Cristo-Siervo, quien vivió totalmente dedicado al servicio de Dios, por el bien de los hombres. También tendrá como modelo a la Virgen María. Servidor generoso y fiel de Dios y de los hombres, especialmente de los más pobres, de los que sufren, marginados, excluidos. Tienen el compromiso de una vida ascética. 3.1.4- PROTAGONISTAS DE LA FORMACIÓN. Indudablemente la formación es una tarea que implica a toda la Iglesia. El primer protagonista es el Espíritu Santo, quien llama, acompaña, modela sus corazones para que puedan reconocer su gracia y corresponder a ella generosamente. El primer signo e instrumento del Espíritu Santo es el Obispo, es el responsable último de su discernimiento y de su formación, y debe preocuparse por conocer a los candidatos. 3.1.5- ENCARGADOS DE LA FORMACIÓN. DIRECTOR: nombrado por el Obispo tiene la tarea de coordinar, presidir y animar toda la labor educativa en sus varias dimensiones, relacionarse con las familias de los aspirantes y de los candidatos casados, con su comunidad de procedencia. -Es el encargado de presentar al Obispo, tras escuchar los formadores, excluido el director espiritual, el juicio de idoneidad, admisión y promoción al Diaconado. -Elegido con sumo cuidado, debe ser hombre de Fe viva y fuerte sentido eclesial, amplia experiencia pastoral y haber dado prueba de prudencia, equilibrio y capacidad de comunión y poseer solida competencia teológica y pedagógica. -No debe ser responsable de los Diáconos ordenados al mismo tiempo. TUTOR: elegido por el director para la formación, puede ser sacerdote o diacono pero debe ser nombrado por el Obispo. - Es el acompañante inmediato de cada aspirante y cada candidato. - Es el encargado del seguimiento ofreciendo su ayuda y consejo. - Colabora con el director en la formación, y debe tener idoneidad. - Sera responsable de una sola persona o de un grupo reducido. DIRECTOR ESPIRITUAL: Lo elige cada aspirante o candidato y deberá ser aprobado por el Obispo. - Debe ser de probada virtud poseedor de solida cultura teológica, profunda experiencia espiritualidad, gran sentido pedagógico, de fuerte y exquisita sensibilidad ministerial. - Discierne la acción interior que el Espíritu realiza en el alma de los llamados. - Acompaña, anima su conversión continua. - Da consejos concretos para lograr la madurez PARROCO: elegido por el director de acuerdo al equipo de formadores. Su misión es ofrecer que el candidato viva la comunión ministerial, le inicie y acompañe en las actividades pastorales. Procurara analizar periódicamente el trabajo realizado por el candidato e informar sobre el desarrollo de su enseñanza al director. PROFESORES: mediante la enseñanza del sagrado deposito, nutren la fe de los candidatos y los preparan para la tarea de maestros del pueblo de Dios. - deben testimoniar con la vida la verdad que enseñan. - estén dispuestos a colaborar y a relacionarse con las demás personas comprometidas. - Contribuirán a ofrecer a los candidatos una formación unitaria y la labor de síntesis. LA COMUNIDAD DE FORMACION DE LOS DIACONOS PERMANENTES: se preocupan de la formación: profunda espiritualidad, sentido de comunión, espíritu de servicio, espíritu misionero, ritmo de encuentro-oración. - Serán también una ayuda para los aspirantes o candidatos en el discernimiento de su vocación, para una madurez humana, iniciación a la vida espiritual, estudio teológico y pastoral. LAS COMUNIDADES DE PROCEDENCIA: - La familia, es de ayuda extraordinaria. - La comunidad parroquial. - Las asociaciones eclesiales. 3.1.6- EL ASPIRANTE Y EL CANDIDATO. Debe ser protagonista de su formación. Porque toda formación en definitiva es autoformación. Autoformación: significa responsabilidad y dinamismo en responder a la llamada de Dios no es aislamiento, cerrazón o independencia respecto de los formadores. La autoformación tiene su raíz en una firme decisión de crecer en la vida según el espíritu conforme a la vocación recibida sustentada en la humildad. 3.1.7- PERFIL DE LOS CANDIDATOS. Sean dignos, sin doblez, irreprensibles, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios. Hombres pacíficos, no amantes del dinero, veraces y probados (Didaché). Sin mancha, no calumniadores, ni de doble palabra, tolerantes en todo, misericordiosos, diligentes (S. Policarpo). Madurez psíquica, capacidad de diálogo y comunicación, sentido de responsabilidad, laboriosidad, equilibrio y prudencia. Fe integra, recta intensión, posean la ciencia debida, buena fama y costumbres intachables, virtudes probadas y una ascendente dinámica de oración. Piedad Eucarística y Mariana. Sentido de Iglesia humilde y fuerte amor a la Iglesia y a su misión. Espíritu de pobreza, obediencia, comunión fraterna, celo apostólico y caridad hacia los hermanos. Pueden provenir de todos los ambientes sociales. Para solteros deben tener veinticinco años y para los casados treinta y cinco años de vida biológica. Libres de cualquier tipo de irregularidad e impedimento. 4.- EL DIÁCONO EN EL MUNDO SECULARIZADO1 El Concilio Vaticano II, a través de la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, ha hecho que toda la Iglesia tomara conciencia del secularismo ateo y de la ausencia de la práctica religiosa (GS 56) y reconoce que el género humano está en una nueva fase de su historia, en la cual cambios profundos y rápidos se extienden progresivamente al universo entero. Esta transformación acarrea serias dificultades. Al lado de enormes e importantes conquistas, la humanidad convive con situaciones deprimentes de hambre, miseria, marginación y explotación (GS 4). Las pequeñas transformaciones están vinculadas a una transformación mayor, más amplia que incluye cambios sociales, psicológicos, morales y religiosos. De allí surgen las tensiones y las intranquilidades (GS 58). Ya que la Iglesia no puede mantenerse al margen del proceso histórico, pues fue enviada para ser sal de la tierra, luz del mundo y fermento en la masa (Mt, 5, 13-16; 13, 33), debe estar consciente del servicio que está llamada a prestar a cada hombre, a la sociedad como un todo y al mundo (GS 40-44). No basta denunciar las situaciones de pecado; es necesario transformarlas, por la fuerza del espíritu, en expresiones de la gracia. Para situar mejor la misión de la Iglesia y en ella la contribución especifica del diaconado permanente, analizaremos en un primer momento, los desafíos que se nos presentan. 1 Valter Mauricio Goedert, el diaconado permanente, ed. Celam, Págs. 131-141. 4.1-LOS DESAFÍOS DE LA MODERNIDAD. Los estudiosos del tema concuerdan en la presentación de ciertas características, de valores y contravalores, de los principales desafíos de la época actual que se ha convenido en llamar de modernidad o postmodernidad. Marcada por fuerte tendencia antropocéntrica, por la autodeterminación de la razón y la libertad y por el formalismo, la modernidad presenta una serie de valores: espíritu crítico en relación a los hechos, acontecimientos, ideas y personas; valoración del mundo material; importancia de la individualidad; busca de la felicidad; emancipación político-social; democracia; autonomía de las realidades terrenas; igualdad fundamental de todos; desarrollo y producción de bienes; comprensión científica y el mundo fenomenológico, etc. Mezclados con esos aspectos positivos, se encuentran mascaras de modernidad, contravalores, un campo donde la cizaña y el trigo crecen juntos , no permitiendo, a veces, un análisis exacto de la realidad: desestructuración de la cultura en hibridismos culturales, en ideologías; relativismo moral; alienación y anti-humanismo presente, principalmente en el formalismo social de la clase media; ateísmo y rechazo de Dios y de los valores absolutos; capitalismo salvaje; dictaduras modernas; olvido de los demás; busca de felicidad a cualquier precio; critica sistemática y radical a la moral cristiana, etc. Ese cuadro caótico y confuso que caracteriza la modernidad influye decididamente en la vivencia de la Fe Cristiana, colocándole una serie de desafíos del orden individual y comunitario, dentro de un fantástico pluralismo religioso y cultural. El primado absoluto de la razón acaba por abrir verdaderos abismos entre la ciencia y la fe cristiana, entre la transcendencia de Dios y la libertad y salvación, revelando las luces y las sombras del actual pluralismo cultural. 4.2 LA IGLESIA Y EL MUNDO SECULARIZADO. El cristianismo se encuentra delante de una situación nueva. El Concilio reconoce que “la perturbación actual de los espíritus y el cambio de las condiciones de vida están vinculadas a una transformación más amplia” (GS 5). Así mismo afirma que por causa del pecado, el ser humano esta dividido en si mismo en una lucha dramática entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, sintiéndose incapaz, por si mismo, de descubrir eficazmente los ataques del mal ( afirma que por causa del pecado, el ser humano está dividido en si mismo en una lucha dramática entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, sintiéndose incapaz, por si mismo, de descubrir eficazmente los ataques del mal (GS 13). En la confrontación con la modernidad, la Iglesia no se intimida y procura, por la renovación del Espíritu (GS) y por el discernimiento de las señales de los tiempos (GS 11), colocarse al servicio de los hombres, brindándoles mediante el Evangelio elementos para la Salvación (GS 3). La colaboración de la Iglesia se sitúa en las diferentes áreas. Promueve la dignidad de la persona creada a imagen de Dios, pero marcada por el pecado; proclama la dignidad de la inteligencia, de la verdad, de la sabiduría, de la conciencia moral y de la libertad, al mismo tiempo que anuncia el misterio de la muerte (GS 12-18), rechaza todas las formas de ateísmo y sus consecuencias, proclamando a Cristo, el hombre nuevo (GS 19.22); revela la índole comunitaria de la vocación humana, según el plan de Dios, que se realiza en la promoción del bien común, en el respeto a la persona humana, en la igualdad esencial entre todos y en la justicia social, más al mismo tiempo exige la superación de una ética individualista en vista de la corresponsabilidad y de la participación de todos en el proyecto que es común (GS 23-31), confirma el valor de la actividad humana y la autonomía de las realidades terrestres que, corrompidas por el pecado, han sido redimidas por misterio pascual de Cristo, en preparación al nuevo cielo y a la nueva tierra (GS 33-39). 4.3 DIMENSION SOCIAL DEL DIACONADO. La diaconía, como hemos visto, es la característica más específica del ministerio cristiano. Toda la historia de la Salvación evidencia una estructura diacrónica, mientras se desarrolla y se realiza en una permanente tensión de servicio de Dios en relación a los hombres y de los hombres en relación a Dios y a los hermanos. Cualquier función, tarea o ministerio que quiera situarse en el seguimiento de Cristo debe ser un servicio, una diaconía. Servir constituye el ser y el actuar de un ministro. La diaconía es un modo de ser, de estar, de relacionarse, de vivir en fraternidad en la comunidad cristiana. Si el servicio es función de todo el pueblo de Dios, lo es de modo especial, de aquellos que asumen un ministerio. La humildad, el servicio en la gratitud y el amor no les son una simple recomendación piadosa, pero si una norma fundamental. El ser servidor no les constituye una calidad optativa más, una forma de ser constitutiva. La dimensión social se torna evidente, en primer lugar, en la propia realidad del Sacramento del Orden, mientras supone una cierta institucionalización del poder y de la comunidad cristiana. La propia celebración de este sacramento evidencia esa característica. Así mismo contribuye también a esa socialización todo el proceso de sacralización del poder, ocurrido a partir del siglo IV. Sin duda es necesario, reconocer la influencia socio-política del clero, particularmente, en el inicio de la Edad Media, hecho que alimentará un clericalismo eclesial, social, cultural y político, determinando no sólo la hegemonía, sino también el monopolio en el poder. La comunidad necesita de un representante de la Iglesia que actuando in persona ecclesiae a ella remita, manifieste y haga realzar la catolicidad y la comunión de toda la Iglesia. En la medida en que la comunidad necesita expresar todo eso a través de la Eucaristía, como centro de su vida (y la Eucaristía solamente puede ser presidida por un ministro ordenado), el presbítero es necesario a la comunidad y está no puede permanecer largo tiempo sin él. A su modo y en su grado, esa reflexión se extiende igualmente al diácono. También el servicio y el poder del diaconado, de modo especial lo relacionado con la administración de los bienes de la Iglesia, se tornó expresión de la influencia social de la Iglesia. Con la declinación del diaconado, y particularmente, con la reducción de las funciones diaconales a la participación en la liturgia, la presencia social del diaconado se tornó insignificante. La restauración del diaconado permanente por el Concilio Vaticano II vuelve a iniciar la discusión sobre el papel social del ministerio diaconal en la Iglesia y en la sociedad secularizada en que vivimos. El retomar la diaconía como actitud insustituible para que el poder sagrado en la Iglesia Sea expresión fiel del servicio de Cristo y no ocasión de dominio, como canal privilegiado de interlocución entre la Iglesia y el mundo, abre nuevos espacios para el ministerio diaconal, particularmente, en aquellas áreas especificas de la acción evangelizadora que se acostumbra llamar pastorales ambientales o especificas. 4.4-EL DIACONADO EN LAS PASTORALES ESPECÍFICAS. a) La familia La promoción de la familia es tarea que compete a la sociedad como un todo y a cada uno de sus miembros: Todos aquellos que ejercen influencia en las comunidades y en los grupos sociales deben trabajar eficazmente para la promoción del matrimonio y de la familia… Los fieles promueven activamente los valores de la familia y del matrimonio con el propio ejemplo, por la acción concorde con los hombres de buena voluntad, discerniendo las cosas eternas de las formas mutables” (GS 52). La pastoral familiar del diácono se concretiza en dos dimensiones. Primeramente, la evangelización de su propia familia, donde no sólo comunica a los hijos el Evangelio, sino que puede recibir de ellos el mismo Evangelio profundamente vivido, a fin de que la propia familia se torne evangelizada y evangelizadora (EN 71), una escuela de sociabilidad y un ejemplo de comunidad donde las relaciones interpersonales sean respetadas y promovidas de forma ejemplar (FC 43; Carta a las Familias, 15). En segundo lugar, en la medida en que esa Iglesia doméstica se desarrolla, por la acción del Espíritu, la familia del diácono, cual fermento en la masa, va evangelizando a las demás familias, sobre todo, por la vivencia de la fe cristiana. Esa no es una tarea sólo del diácono, sino también de su esposa y de sus hijos. Todos deben estar conscientes de esa misión. Al aceptar la ordenación diaconal del esposo y del padre, la esposa y los hijos asumen con él un compromiso de ser una familia diaconal, servidora del Evangelio. Eso no ocurrirá si no tienen conciencia de tal responsabilidad. Por eso, es sumamente importante que, de diferentes modos, esposa e hijos participen del proceso formativo y de la vivencia del diácono. No basta aceptar el diaconado del modo pasivo, es necesario ejercer la diaconía. A veces, el diaconado se siente incomodo en la pastoral porque no consigue viabilidad de la propia familia, de los valores cristianos que anuncia y defiende. La experiencia demuestra que, en general, la comunidad comprende esa situación, desde que en él perciba la sinceridad de vivir lo que predica. El testimonio cristiano es la primera e insustituible forma de la misión (RM 42). El diácono será, entonces, necesariamente un animador de la pastoral familiar no sólo en la parroquia, sino también en la sociedad. Será aquel que, en una actitud de buen pastor, buscara las familias que se perdieron en medio de los laberintos construidos por una sociedad secularizada, atea y consumista. (CL 4). Colocara sobre los hombros las familias heridas por el odio, por las separaciones, por la miseria, por las enfermedades, por el desempleo o por cualquier tipo de marginación. Curará las heridas provenientes de tantos sufrimientos con el óleo del amor de Cristo, que todo disculpa, todo cree, todo espera, todo soporta (1Co 13,7) y de la Palabra que alimenta (Mt 4,4). No descansará mientras las familias no se tornen Iglesia domestica viva y actuante (LG 11). b) La cultura La evangelización de la Iglesia no es un proceso de destrucción, aunque sí de consolidación y fortalecimiento de los valores culturales de los pueblos, una contribución para el crecimiento de los gérmenes del verbo presentes en las culturas (P 401). En Santo Domingo, los obispos observan con pesar la creciente destrucción de la dignidad de la persona humana, de la cultura de la muerte, de la violencia, del terrorismo, de la drogadicción y del narcotráfico (SD 235). Los documento de la Iglesia apuntan principios para una conveniente promoción de la cultura; construcción de un mundo más humano; iluminación de la fe sobre la cultura; difusión del Evangelio; independencia de la Iglesia frente a las culturas; continua restauración de la cultura del hombre decaído. Como obligaciones del cristiano para con la cultura enumeran: empeño para que los bienes de la cultura lleguen a todos sin discriminación; concientización de las personas sobre el respeto no sólo de los derechos, sino también de los deberes en relación a la cultura; promoción y educación como fundamento de la cultura integral; dialogo entre fe y cultura, entre fe y ciencia (GS 57-62; SD 254; RM 52). Además de aquella presencia y actuación en el mundo de la cultura, donde forma parte de la “clave” evangelizadora, el diacono puede desarrollar un trabajo más sistemático y consistente como animador, aglutinador y, a veces coordinador de encuentros individuales en pro de la humanización de las culturas, evitando que esas iniciativas se pulvericen y se pierdan. En ese sentido, es de suma importancia la presencia de diáconos bien preparados en las escuelas, en las universidades, en los medios de comunicación social, junto a los profesionales liberales allí donde, particularmente, se reflexionan y generan las culturas. c) La economía y el mundo del trabajo. La Iglesia esta vivamente empeñada en la causa del trabajo, porque considera su misión el servicio y la promoción de la dignidad del trabajo (LE 8; SRS 41; GS 63-71), una vez que, para ella, el mensaje social del Evangelio no debe ser considerado una teoría, sino sobre todo, un fundamento, una motivación para la acción (CA 57; SD 162). Para ejercer una profesión y convivir más de cerca con la realidad económica, el diacono puede y debe ser allí una presencia animadora, actuante y profética de la Iglesia. La Evangelización de los diferentes sectores de la economía, la defensa de la dignidad del trabajo y del trabajador (SD 184), la actuación cristiana junto a los desempleados y a los que han tenido que someterse a la economía informal, constituye un desafío y, al mismo tiempo, un servicio, una misión para el diacono (SD 77). d) La comunidad política. La fe cristina no desprecia la actividad política; al contrario, la valora y la tiene en alta estima. Por eso, la Iglesia siente necesidad de hacerse presente en el ámbito político para iluminar las conciencias y anunciar una fuerza transformadora para la sociedad (P 514, 516, 518). Los diáconos permanentes, al contrario de los presbíteros y de los obispos, pueden actuar en los partidos políticos y aun en la dirección de sindicatos (CDC, c288, 287 2). Evidentemente, a veces, dadas las circunstancias, para el bien de las comunidades, el buen sentido pastoral podrá sugerir la no participación en la política partidaria. Sin embargo, jamás el diácono podrá huir del deber de orientar las personas y a los grupos en la búsqueda efectiva del bien común. La realidad del mundo en que vivimos, si de un lado, presenta barreras y propone desafíos a la acción evangelizadora, de otra parte abre inmenso campo para el anuncio de “Cristo” como paradigma de toda actitud personal y social, como respuesta a los problemas que afligen a las culturas modernas; el mal, la muerte, la falta de amor” (SD 254). Ya que la evangelización misionera constituye el primer servicio que la Iglesia pueda prestar al hombre y a la humanidad entera (RM 2), el diácono, sacramento del servicio de Cristo en la Iglesia y en el mundo, no puede olvidarse de esa gigantesca tarea que nace de la fe en Jesucristo, en ella se fundamenta y se comprende (RM 4). La gran diaconía consistirá pues en ser la expresión de Aquel que siendo de condición divina, se anonadó así mismo, tomando la condición de servidor (Fil 2,6-7); que tuvo compasión de su pueblo (Mc 3,6); que conoce las ovejas por su nombre, les abre la puerta y las lleva a verdes praderas; que va en busca de las ovejas perdidas y por ellas da su vida, a fin de que haya un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10, 1-8). 5. CARTA APOSTOLICA EN FORMA DE “MOTU PROPRIO” POR LA QUE SE ESTABLECEN ALGUNAS NORMAS RELATIVAS AL SAGRADO ORDEN DEL DIACONADO. Para apacentar el pueblo de Dios y para su constante crecimiento, Cristo nuestro Señor instituyó en la Iglesia diversos ministerios, ordenados al bien de todo su Cuerpo. (Const. LG n. 18). Entre esos ministerios, ya desde el tiempo de los apóstoles, sobresale y tiene particular relieve al Diaconado, que siempre ha sido tenido en gran honor por la Iglesia. Esto es atestiguado por San Pablo Apóstol, tanto en la Carta a los Filipenses, donde dirige palabras de saludo no sólo a los Obispos sino también a los Diáconos (Flp 1,1), como en una carta dirigida a Timoteo, en la cual ilustra los dotes y las virtudes indispensables a los Diáconos, para que puedan estar a la altura del ministerio que se les ha confiado. (I Tim 3,8-13). Más tarde, los antiguos escritores de la Iglesia, al elogiar la dignidad de los Diáconos, no dejan de resaltar las dotes espirituales y las virtudes que se requieren para ejercer tal ministerio, es decir, fidelidad a Cristo, integridad de costumbres y sumisión al Obispo. San Ignacio de Antioquía afirma claramente que la función del Diácono no es otra cosa que el ministerio de Jesucristo, que estaba al principio junto al Padre y se ha revelado al final de los tiempos, y advierte además lo siguiente: es preciso que los Diáconos, ministros de los ministerios de Jesucristo, den gusto en todo a todos. Los Diáconos son, en efecto, Ministros de la iglesia de Dios, y no distribuidores de comidas y bebidas. San Policarpo de Esmirna exhorta a los Diáconos a ser sobrios en todo misericordioso, celoso, inspirado en su conducta por la verdad del Señor, que se ha hecho siervo de todos. El autor de la obra titulada “Didascalia Apostolorum”, recordando las palabras de Cristo “el que quiera ser mayor entre vosotros los Diáconos, de tal manera que si en el ejercicio de vuestro ministerio fuera necesario dar la vida por un hermano, la deís… pues si el Señor de los cielos y la tierra se hizo vuestro siervo y sufrió pacientemente toda clase de dolores por nosotros ¿no deberemos nosotros hacer lo mismo por nuestros hermanos, desde el momento que somos los imitadores de Cristo y hemos recibido su misma misión?”. Los escritores de los primeros siglos de la Iglesia, mientras resaltan la importancia del ministerio de los Diáconos, explican también profusamente las múltiples y delicadas funciones a ellos confiadas y señalan abiertamente la gran autoridad obtenida por ellos en las comunidades cristianas y lo mucho que contribuían al apostolado. El Diácono es definido como el oído, la boca, el corazón y el alma del Obispo,. El Diácono está a disposición del Obispo para servir a todo el pueblo de Dios y cuidar los enfermos y pobres; rectamente, pues, y con razón es llamado el amigo de los huérfanos, de las personas piadosas, de las viudas, fervoroso de espíritu, amante del bien. Además se le ha encomendado la misión de llevar la Sagrada Eucaristía a los enfermos que no pueden salir de casa, administrar el bautismo, y dedicarse a predicar la palabra de Dios según las expresas directivas del Obispo. Por estas razones, el Diácono floreció admirablemente en la Iglesia, dando a la vez un magnifico testimonio se amor a Cristo y a los hermanos en el cumplimiento de las obras de caridad, en la celebración de los ritos sagrados y en la práctica de las funciones pastorales. Precisamente ejerciendo la función diaconal, los futuros presbíteros daban una prueba de si mismos, mostraban el mérito de sus trabajos y adquirían también aquella preparación que les era exigida para llegar a la dignidad sacerdotal y al ministerio pastoral. Pero con el pasar del tiempo se fue cambiando la disciplina relativa a este Orden Sagrado. Cada vez se hizo más firme la prohibición de conferir las órdenes “Per Saltum”, y paulativamente disminuyo el número de los que preferían permanecer diáconos durante toda la vida, sin ascender al grado más alto. Así sucedió que casi desapareció el diaconado permanente en la Iglesia Latina. Apenas es necesario recordar lo decretado por el Concilio Tridentino, el cual se había propuesto restaurar las Ordenes Sagradas según su naturaleza propia como eran los ministerios primitivos en la Iglesia; pero de hecho solamente mucho más tarde maduró la idea de restaurar este importante Orden Sagrado como un grado verdaderamente permanentemente. Del asunto se ocupó también de pasada y fugazmente nuestro predecesor Pío XII, de feliz memoria. Finalmente el Concilio Vaticano II acogió los deseos y ruegos de que, allí donde lo pidiera el bien de las almas, fuera restaurado el Diaconado permanente como un Orden medio entre los grados superiores de la jerarquía eclesiástica y el restante pueblo de Dios, para que fuera de alguna manera intérprete de las necesidades y de los deseos de las comunidades cristianas, inspirador del servicio, o sea, de la diaconía de la Iglesia ante las comunidades cristianas, locales, signo o Sacramento del mismo Jesucristo nuestro Señor, quien no vino para ser servido sino para servir. (Mt 20,28). Por lo cual, durante la tercera sesión, en octubre del 1964, los padres confirmaron el principio de la renovación del Diaconado, y en el siguiente mes de noviembre fue promulgada la Constitución Dogmatica Lumen Gentium, en cuyo artículo 29 se describen las líneas fundamentales propias de este estado: “En un grado inferior de la jerarquía están los diáconos que reciben la imposición de manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio”. Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la Liturgia, de la palabra y de la caridad. Respecto a la estabilidad en el grado diaconal, la misma constitución declara: “Ahora bien, como estos oficios, necesarios en gran manera a la vida de la Iglesia, según la disciplina actualmente vigente en la Iglesia Latina difícilmente pueden ser desempeñados en muchas regiones, se podrá restablecer en adelante el diaconado como grado propio y permanente de la jerarquía”. Ahora bien, esta restauración del diaconado permanente exigía, por una parte, un examen más profundo de las directivas del Concilio y, por otra, un serio estudio sobre la condición jurídica del Diacono, tanto Célibe como casado. A la vez era necesario que todo lo que atañe al Diaconado de aquellos que han de ser sacerdotes fuera adaptado a las exigencias actuales, para que realmente el tiempo del Diaconado, ofreciese aquella prueba de vida, de madurez y de aptitud para el ministerio sacerdotal, que la antigua disciplina pedía a los candidatos al sacerdocio. Por estas razones, el día 18 de junio de 1967 publicamos, en forma Motu Proprio, la Carta Apostólica “Sacrum Diaconatus Ordinem”, por la cual se determinaban las oportunas normas canonícas sobre el Diaconado permanente. El día 17 de junio del año siguiente, con la Constitución apostólica “Pontificalis Romani recognitio”, establecimos el nuevo rito para conferir las Sagradas Ordenes del Diaconado, del Presbiterado y del Episcopado, definiendo a la vez la materia y la forma de la misma ordenación. Y ahora, mientras con fecha de hoy publicamos la Carta Apostólica “Ministeria quaedam”, para dar un ulterior desarrollo a esta materia preemos conveniente promulgar normas precisas acerca del Diaconado; deseamos igualmente que los candidatos al Diaconado conozcan qué ministerios deben ejercer antes de la Sagrada Ordenación y en qué tiempo y de qué manera deberán ellos mismos asumir las obligaciones del celibato y de la oración litúrgica. Puesto que la incorporación al estado clerical se difiere hasta el Diaconado, no tiene ya lugar el rito de la primera tonsura, por medio del cual, anteriormente, el laico se convertía en clérigo. Sin embargo se establece un nuevo rito, con el cual el que aspira al Diaconado o al presbiterado manifiesta públicamente su voluntad de ofrecerse a Dios y a la Iglesia para ejercer el Sagrado Orden; la Iglesia, por su parte, al recibir este ofrecimiento, lo elige y lo llama para que se prepare a recibir el orden sagrado, y de este modo sea admitido regularmente entre los candidatos al Diaconado o al presbiterado. En concreto conviene que los Ministerios de Lector y de Acólito sean confiados a aquellos que, como candidatos al Orden del Diaconado o del presbiterado, desean consagrarse de manera especial a Dios y a la Iglesia. En efecto, la Iglesia precisamente porque nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (Conc. Vat II –DV 21), considera muy oportuno que los candidatos a las Ordenes Sagradas, tanto con el estudio como con el ejercicio gradual del ministerio de la Palabra y del Altar, conozcan y mediten, a través de un intimo y constante contacto, este doble aspecto de la función sacerdotal. De esta manera resplandecerá con mayor eficacia la autenticidad de su ministerio. Así, de hecho, los candidatos se acercarán a las Órdenes Sagradas plenamente conscientes de su vocación, llenos de fervor, decididos a servir al Señor, perseverantes en la oración y generosos en ayudar en las necesidades de los santos. (Rom 12, 11-13). Por tanto, habiendo ponderado todos los aspectos de la cuestión, después de haber pedido el voto de los peritos, de haber consultado a las Conferencias Episcopales y teniendo en cuenta sus opiniones, y así mismo después de haber oído el parecer de Nuestros venerables Hermanos miembros de las Sagradas Congregaciones competentes, en virtud de nuestra Autoridad Apostólica establecemos las siguientes normas, derogando si es necesario y en cuanto los sea, las prescripciones del Código de Derecho Canónico hasta ahora vigente, y las promulgamos con la siguiente carta. I.- a.- Se establece un rito para ser admitido entre los candidatos al Diaconado y al Presbiterado. Para que esta admisión sea regular, se requiere la libre petición del aspirante, escrita de propia mano y firmada, así como la aceptación también escrita del competente Superior eclesiástico, en virtud de la cual tiene lugar la elección por parte de la Iglesia. Los profesos de Institución religiosos clericales, que se preparen al sacerdocio, no están obligados a este rito. b.- El superior competente para esta aceptación es el ordinario (el Obispo y, en los Institutos clericales de perfección, el Superior Mayor). Pueden ser aceptados los que den muestras de verdadera vocación, y, estando adornados de buenas costumbres y libres de defectos psíquicos y físicos, deseen dedicar su vida al servicio de la Iglesia para la gloria de Dios y el bien de las almas. Es necesario que los que aspiran al Diaconado transitorio hayan cumplido al menos los veinte años de edad y hayan empezado los cursos de los estudios teológicos. c.- En virtud de su aceptación, el candidato ha de prestar especial atención a su vocación y al desarrollo de la misma; y adquiere el derecho a las ayudas espirituales necesarias para poder cultivar la vocación y seguir la voluntad de Dios, sin poner condición alguna. II.- Los candidatos al Diaconado, tanto permanente como transitorio, y los candidatos al sacerdocio deben recibir los Ministerios de Lector y de Acólito, si todavía no los han recibido, y ejercerlos durante un tiempo conveniente para mejor prepararse a las futuras funciones de la Palabra y del Altar. Queda reservado a ala Santa Sede el dispensar a estos candidatos de recibir los ministerios. III.- Los ritos litúrgicos, por medio de los cuales se lleva a cabo la admisión entre los candidatos al diaconado y al presbiterado, y con los que se confieren los ministerios arriba indicados, deben ser realizados por el Ordinario del aspirante (por el obispo y, en los Institutos Clericales de perfección, por el Superior Mayor). IV.- deben observarse los intersticios, determinados por la Santa Sede o las Conferencias Episcopales, entre la Colación -que se ha de ser durante los cursos Teológicos- de los Ministerios del Lectorado y del Acolitado, así como entre el Acolitado y el Diaconado. V.- Antes de la Ordenación, los candidatos al diaconado, deben entregar al Ordinario (Al Obispo y, en los Institutos Clericales de perfección, al Superior Mayor) una declaración escrita de propia mano y firmada, con la que atestiguan que quieren recibir espontanea y libremente el Orden sagrado). VI.- La Consagración propia del Celibato, observado por el Reino de los Cielos, y su obligatoriedad para los candidatos al sacerdocio y para los candidatos al no casados al Diaconado están realmente vinculados al Diaconado. El compromiso público de la obligación del sagrado celibato ante Dios y ante la Iglesia debe ser hecho, también por los religiosos, con un rito especial, que deberá preceder la ordenación diaconal. El celibato, así asumido, constituye impedimento dirimente para contraer matrimonio. También los Diáconos casados, si quedaran viudos, son jurídicamente inhábiles, según la disciplina tradicional de la Iglesia, para contraer un nuevo matrimonio. VII.- a.- Los Diáconos llamados al sacerdocio no sean ordenados si no han completado antes los cursos de estudios, como esta determinado por las prescripciones de la Santa Sede. b.- Por lo que se refiere al curso de los estudios teológicos, que debe preceder a la ordenación de los Diáconos permanentes, toca a las Conferencias Episcopales emanar, en base a las circunstancias del lugar, las normas oportunas y someterlas a la aprobación de la Sagrada Congregación para la Educacion Católica. VIII.- De acuerdo con los nn. 29-30 del Ordenamiento general acerca de la Liturgia de las Horas: a.- Los Diáconos llamados al sacerdocio en virtud de su misma sagrada ordenación, están obligados a celebrar la Liturgia de las Horas. b.- Es sumamente conveniente que los Diáconos permanentes reciten diariamente una parte al menos de la Liturgia de las Horas, según lo disponga la Conferencia Episcopal. IX.- La admisión al estado clerical y la incardinación a una determinada Diócesis se realizan en virtud de la misma ordenación diaconal. X.- El rito de la admisión entre los candidatos al diaconado y al presbiterado, así como al de la consagración propia del sagrado celibato, serán publicados próximamente por el Dicasterio competente de la Curia romana. Norma transitoria. Los candidatos al sacramento del orden, que ya hayan recibido la primera Tonsura antes de la promulgación de esta Carta, conservan todos los deberes, derechos y privilegios propios de los clérigos. Aquellos que ya han sido promovidos al Orden del Subdiaconado están sujetos a las obligaciones asumidas, tanto por lo que se refiere al celibato, como a la Liturgia de las Horas; sin embargo, deben hacer de nuevo la publica aceptación de la obligación del sagrado celibato ante Dios y ante la Iglesia con un rito especial, que precede a la ordenación Diaconal. Ordenamos que todo lo que ha sido por Nosdecretado en esta Carta, en forma de “Motu Proprio”, tenga valor estable, no obstante cualquier disposición contraria. Establecemos también que entre en vigor a partir del primero de enero de 1973. Dado en Roma, junto a San Pedro, el 15 de agosto, en la solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, del año 1972, décimo de nuestro pontificado. PAULUS PP. VI. I N D I C E 0.- INTRODUCCIÓN _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 1 - 6 1.- MINISTERIA QUAEDAN _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 7 - 12 2.- LOS MINISTRERIOS LAICALES _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 13 - 23 3.- DIACONADO PERMANENTE_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 23 - 28 4.- EL DIACONO EN EL MUNDO SECULARIZADO _ _ _ _ _ _ _ _ 29 - 38 5.- CARTA APOSTOLICA EN FORMA DE “MOTU PROPRIO”_ _ _38 - 45