Contenido - Mariano Arango

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Contenido
Introducción
1
1.1
1.2
1.3
1.4
1.5
1.6
1.7
1.8
1.9
1.10
1.11
1.12
Conquista-Colonia: de la agricultura indígena
a la ganadería hispánica
De la destrucción de la población indígena a la gran propiedad
Exploración y ocupación del territorio americano
La colonización del continente en Urabá, 1510-1519
Las guerras peruanas y las Leyes Nuevas en la Nueva Granada
Mediana y pequeña propiedad; arriendo de tierras de indios
Aniquilación de los indios y gran propiedad encomendera
Reforma tributaria y formación de resguardos indígenas
Composición de encomiendas y de la gran propiedad
Pugna por los trabajadores indígenas y despoblación
Arriendo de tierras indígenas, mestizaje y pequeña propiedad
Minería esclavista y trapiches de caña desde el siglo XVII
Supresión de las mitas, agregación de resguardos y población
en el siglo XVIII
2
2.1
2.2
2.3
2.4
La tierra después de la independencia (1820-1890)
Apropiación de baldíos
Partición y venta de los resguardos
La hacienda esclavista
Desamortización de bienes de manos muertas
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3.9
Apropiación de baldíos
Colonización y concentración de baldíos, 1827-1931
Baldíos y Leyes 61 de 1874 y 48 de 1882
Baldíos y Leyes 56 de 1905, 25 de 1908 y 110 de 1912
Baldíos y Leyes 71 de 1917 y 85 de 1920
Baldíos y parcelación de haciendas en 1930-1961
Primeros veinte años de reforma agraria (1962-1982)
Leyes 35 de 1982 y 30 de 1988
Ley 160 de 1994
Resultados de la Ley 160
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4.8
4.9
4.10
4.11
4.12
Extinción de dominio
Extinción por inexplotación, de la Ley 56 de 1905
a la parcelación de haciendas en los años treinta
La extinción en las leyes 34 y 200 de 1936
Lo dispuesto por el decreto 2365 de 1944, denominado ley 100
La Ley 135 de 1961
La Ley 1ª de 1968
Leyes 4ª y 5ª de 1973
Ley 35 de 1982
Ley 30 de 1988
Extinción de dominio de bienes adquiridos ilícitamente
Extinción de dominio en la Ley 160
Extinción por enríquecimiento ilícito en las Leyes 333
de 1996 y 793 de 2002
Resultados de la Ley 160
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5.9
La colonización
Adjudicaciones a cultivadores y ocupantes con ganado
Colonizaciones de negros libertos e indígenas desde 1850
Colonización de baldíos por campesinos reclutados
en guerras civiles
Colonización de pobladores, de 1834 a 1914
Colonización de baldíos para obras públicas y vendidas
por comerciantes y terratenientes
Colonización antioqueña en concesiones coloniales
La lucha del hacha con el papel sellado: gesta de Fermín López
Usurpación de baldíos por terratenientes
Compra de baldíos en la zona cafetera del Valle, desde 1920
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6.16
6.17
Economía campesina y política de tierras
Pequeña propiedad originada en los resguardos
Pequeños trapiches familiares en el siglo XVIII
Parcelación de haciendas en el oriente y suroccidente
Pequeña y mediana propiedad en la colonización antioqueña
El censo de minifundios
Proceso de la pequeña propiedad desde 1925
Influencia de las Leyes 200 y 34 de 1936
Parcelación por la Ley 74 de 1926
Cambios en las haciendas de aparceros desde 1936
La ley 100 de 1944 y el resurgimiento de la aparcería
Influencia del impuesto a la tierra en la agricultura comercial
Tenencia de la tierra en el censo agropecuario de 1960
Complementariedad entre campesinos y grandes agricultores
Sesgo de la legislación de reforma agraria contra la
recomposición campesina
Efecto de las Leyes 1ª de 1968 y 6ª de 1975, en el arriendo
y la aparcería
Recomposición de la economía campesina:
caso de El Santuario en 1983-2003
Efecto de la Ley 135 de 1961 en la compartimentación
del mercado de tierras
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7.10
7.11
7.12
7.13
La tierra y la reforma agraria en Colombia (1961-2004)
Tenencia de la tierra y capitalización del campo, 1961-1971
Realizaciones del INCORA en 1962-1967
La Ley 1ª de 1968 y la expulsión de aparceros y arrendatarios
Pacto de Chicoral de 1972 y Leyes 4ª y 5ª de 1973
Aplicación del Programa DRI desde 1976
La Ley 6ª de 1975
Efectos de las Leyes 4ª y 5ª de 1973 y 6ª de 1975
Efectos de la Ley 35 de 1982
Concentración de la tierra, en predios y en UPAS, 1970-1988
La Ley 30 de 1988
Influencia de la violencia y la apertura económica
Ley 160 de 1994
Concentración de la tierra en 1995-2004
167
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Bibliografía
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161
163
164
165
IX
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Introducción
El capítulo primero se refiere a la conquista y a la colonia.
La Nueva Granada se articuló al imperio español a través de la producción de oro,
pues la plata se destinaba al circulante interno. La agricultura y en especial la ganadería abastecían prioritariamente la minería, pues la población española de las fundaciones era exigua.
La historia oficialmente aceptada da por sentados dos hechos: el uno, la sustitución
de los indígenas por esclavos negros en minas y haciendas, a consecuencia de las Leyes Nuevas, en 1542, y el otro, el origen de la gran propiedad independientemente
de las encomiendas, a comienzos del siglo XVII. Germán Colmenares demuestra la
falsedad de ambos.
El relato de la conquista y la Colonia de la Nueva Granada se articula como una
suma de aventuras individuales y cambios jurídicos en las instituciones; que omite,
o trata superficialmente, los aspectos demográficos, económicos, sociales y políticos,
que son esenciales en este relato. La conquista iría entre la fundación de Bogotá, en
1537, y el inicio de la Real Audiencia, en 1551; la Colonia se iniciaría en el último
año de la conquista que algunos ubicarían en la presidencia de Andrés Díaz Venero
de Leiva, en el período 1563–73; pero, en realidad, la Conquista se prolongó hasta 1554, año en que se fundó Mariquita, pese a lo dispuesto en las Leyes Nuevas,
con una pausa en 1554–59. Desde el 1559 se autorizaron nuevas conquistas, que
se prolongaron hasta 1610, en que se culminó la aniquilación de los indios pijaos.
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La conquista y la Colonia se superpusieron, cada una en una parte del territorio.
Es más útil considerar conquista al sojuzgamiento militar, político y económico de
los indígenas por los españoles, y Colonia al establecimiento de un núcleo humano
estable, que ejerció un dominio político, militar y económico sobre una zona de
influencia. Esto nos permitirá definir como colonia a Santa María, en 1510–1519.
La Nueva Granada se enfocó como una parte del imperio español en formación,
que fue un proceso lento, por la limitación de capitales y de recursos humanos, pues
estos últimos se resistían a la aventura colonial. El rey decidió indultar a aquellos
delincuentes dispuestos a ir a las islas y les ofreció la propiedad de la tierra una vez
hubieran residido cuatro años en éstas.
Las circunstancias anteriores explican el notable desfase entre el descubrimiento y la
ocupación de los territorios. Así, en 1494 ya se habían circundado las cuatro Antillas
Mayores, pero Santo Domingo solo se fundó en 1496 y fue la única colonia estable
hasta 1507.
Algo similar sucedió en el continente: Colón recorrió las costas venezolanas hasta el
Orinoco, en 1498, y Américo Vespucio visitó el litoral brasileño y la Patagonia en
1501, que lo llevó a concluir la existencia de un nuevo continente. Pero el rey Fernando VII solo ordenó la conquista continental en 1508.
Antes de seguir adelante, debe aclararse lo que constituía la Nueva Granada. Ella
surgió de la integración de las provincias de Santa Marta, Cartagena, Santafé, Tunja
y Vélez, en 1542. Posteriormente se le sumó en 1550 la gobernación de Popayán.
Esta había sido conquistada por Belalcázar entre 1536 y 1541, cuyas principales fundaciones fueron Cali, Popayán, Anserma y Santafé de Antioquia. Pero, la costa del
Caribe neogranadina se conoció mucho antes, pues la recorrió Rodrigo de Bastidas
en 1500, desde la Guajira (Nueva Granada) hasta Cabo de Dios (Panamá). En el
período 1500-09, también la exploraron Balboa, Juan de la Cosa, Diego de Nicuesa
y Alonso de Ojeda, incluyendo visitas a las bahías de Cartagena y Santa Marta y a la
desembocadura del Magdalena.
La conquista y la colonización en lo que sería la Nueva Granada abarca un gran periodo de tiempo, entre 1510 y 1541. Se trata, en realidad, de dos períodos separados
temporal y espacialmente: el uno, en el Urabá Chocoano, que comprende desde la
fundación de Santa María por Balboa en 1510, hasta la ciudad de Panamá por Pedrarias Dávila, en 1519. Y el otro, entre 1536-41, que comprende desde las fundaciones
de Cali y Popayán en 1536, y Bogotá y Tunja en 1538, hasta la mediación del rey
Carlos V, en 1541, que consistió en la entrega de la gobernación de la Nueva Granada
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Introducción
a Alonso Luis de Lugo y de Popayán a Sebastián de Belalcázar. En el periodo intermedio, 1519-36, la conquista se desplazó al norte hacia Panamá, las Antillas Mayores,
México, Centro América, Texas y Florida, y al sur hacia Perú, Ecuador y Chile. La
segunda conquista de la Nueva Granada, iniciada en 1536, fue lenta y de baja intensidad, como se ilustra en su demografía; en efecto, en Santa María había 2.500
españoles, en 1514, pero en toda la Nueva Granada, incluyendo la gobernación de
Popayán había solo 1.220, en 1548.
Las Leyes Nuevas, proclamadas en 1542, prohibieron la entrega de tierras indígenas
a los españoles, así como la servidumbre. En vez de ésta se ordenó el pago de salarios a los indios por las labores prestadas gratuitamente a los encomenderos, como
eran los trabajos en las minas de oro; el cuidado de ganados; la producción de trigo,
cebada y garbanzos; la producción de leña, madera, pienso y agua para las bestias;
la construcción de ciudades y villas, y el transporte a espalda de productos entre los
pueblos indígenas y las residencias urbanas de los encomenderos y las zonas mineras.
Las otras dos medidas fueron: la suspensión de nuevas conquistas y la limitación de
las encomiendas a dos vidas o generaciones.
La aplicación de las Leyes Nuevas en la Nueva Granada fue lenta y parcial, debido a las precarias demografía e instituciones y a la notable influencia de las guerras
peruanas: por un lado, entre incas y españoles (1533-73); por otro lado, choques
de encomenderos pizarristas y almagristas (1537-42), donde murieron Almagro, en
1538, y Francisco Pizarro en 1541, y, en tercer lugar, enfrentamientos de todos los
encomenderos peruanos y la corona española por la derogación de las Leyes Nuevas,
en 1543-56, con su máxima intensidad en 1544-48. Las dos últimas guerras estuvieron estrechamente relacionadas con el curso de los hechos en la Nueva Granada.
El choque entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro se remonta al saqueo de Guayaquil y Tumbes por Pizarro en 1528, intensificándose con el nombramiento de
éste en la gobernación del Perú en 1533, mientras Almagro solo recibió el título de
adelantado. Desde entonces Pizarro movió su ajedrez político, enviando a Sebastián
de Belalcázar a la conquista de Quito, a fin de debilitar el bando contrario. A partir
de allí, la futura Nueva Granada representaba su natural zona de expansión, que se
materializaría en las fundaciones de Cali y Popayán en 1536.
Ahora bien, hay una estrecha relación entre la guerra de la corona y los encomenderos
peruanos y el curso de las Leyes Nuevas en la Nueva Granada: por un lado, el almagrista Belalcázar era gobernador de Popayán desde 1541, cuyo territorio se extendía
de Pasto a Santafé de Antioquia; por otra parte, el mismo Belalcázar luchó del bando
de la corona contra los encomenderos peruanos, dirigidos por Gonzalo Pizarro, en
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1545. Los realistas fueron derrotados ese año en la batalla de Añaquito, donde Belalcázar fue herido y apresado, y el Virrey fue ejecutado; posteriormente, en 1548,
Belalcázar luchó al lado de De la Gasca, que derrotó y ejecutó a Gonzalo Pizarro.
Finalmente, otro asunto de la mayor importancia fue la migración de encomenderos
y soldados peruanos a Nueva Granada, que coincide con levantamientos, como el de
Álvaro de Oyón en 1553.
Todas las formas de propiedad en la Nueva Granada, hasta fines del siglo XVI,
surgieron del despojo de las tierras de los indios, la explotación de su trabajo y su
catástrofe demográfica caracterizada por lo siguiente: los grandes latifundios de los
encomenderos, sobre todo en ganadería extensiva y también en trigo y cebada; las
propiedades medianas, como las de labradores en Villa de Leyva, y los pequeños
arrendatarios blancos y mestizos en las tierras de los indios, que originaron pequeños
propietarios y agregados de haciendas, a medida que los pueblos de indios se erigían
en parroquias.
La decadencia de la minería esclavista de oro, a lo largo del siglo XVII originó trapiches de caña operados por esclavos negros, en las zonas templadas de Santafé, Tunja
y Vélez, algunas de las cuales funcionaban con peones blancos y mestizos y mano de
obra familiar. A comienzo del siglo XVIII tal actividad se había democratizado, pues
en la provincia de Vélez había más de 1.000 pequeños trapiches.
El capítulo dos versa sobre la tierra después de la Independencia.
Los temas a tratar son: apropiación de baldíos; partición y venta de resguardos indígenas; haciendas esclavistas y desamortización de bienes de manos muertas. Respecto
a lo primero, se consideran los baldíos entre 1821 y la Ley 61 de 1874, en la que se
estableció el derecho a la propiedad de baldíos a través de la explotación económica.
Lo ocurrido después de ese año se aborda en el capítulo tercero.
La ley de 1821 contemplaba la adjudicación de los baldíos a quienes estuvieran trabajándolos. Esto favoreció particularmente la adjudicación a pobladores, cuyo resultado más notable fue la colonización antioqueña; mientras que a los cultivadores
individuales solo se les podía adjudicar un máximo de 10 fanegadas (6,4 hectáreas).
La prioridad de la Gran Colombia fue destinar los baldíos a la inmigración extranjera, que a falta de esta retornaron al Estado. Posteriormente, las leyes de 1838, 1839 y
1843, pusieron el énfasis en aplicar los baldíos al servicio de la deuda externa. La ley
de mayo de 1845 autorizó la entrega de 8.000 fanegadas por legua de nuevos caminos
o canales.
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Introducción
A partir de 1854 se pasó a una orgía dilapidadora de baldíos: en junio de este año
se destinaron 2 millones de fanegadas a una lotería de tierras en Londres. Al año
siguiente (1855) se concibió la monstruosa idea de rematar la tercera parte del país,
incluidos bosques y subsuelo, por 25 millones de pesos de deuda externa. Lo anterior coincidió con un auge exportador y mejoría de las finanzas públicas; pero, al
contrario de los otros países productores de materias primeras, se prohibió por ley el
impuesto a las exportaciones.
Respecto al segundo punto, referente a los resguardos indígenas, la ley de 1821 dispuso su partición, pero aplazó la venta de las parcelas. La ley de 1832 pospuso diez
años la venta y la de 1843 amplió la prohibición a veinte años. La ley de 1850 derogó
las dos anteriores, autorizando a las cámaras provinciales a proceder a la libre enajenación de los resguardos. La idea de Miguel Samper sobre la inmediata disolución
de los resguardos y la conversión de los indios en peones era contraevidente: los
resguardos del Cauca y Nariño resistieron obstinadamente, en tanto que los de Cundinamarca y Boyacá se parcelaron, pero los indios se resistieron a vender sus parcelas.
En tercer lugar, se consideran los cambios de la hacienda esclavista desde la segunda
mitad del siglo XVII hasta la abolición de la esclavitud, en 1851. Los libertos emigraron principalmente a los cultivos campesinos de tabaco en Palmira y Carmen de
Bolívar.
Por último, se considerará la desamortización de bienes de manos muertas, desde
1867. Estos eran bienes raíces rurales y urbanos que pertenecían a conventos, parroquias, hospitales, asilos, colegios, etc. También se incluían tierras cercanas a las cabeceras municipales que se daban en préstamo y se denominaban ejidos, y los propios
de los municipios, ofrecidos en alquiler. Así como los censos o hipotecas de bienes
raíces y sus capellanías, que consistían en la destinación de una porción de su renta
a obras pías.
El capítulo tercero se refiere a la apropiación de baldíos, adjudicados y confiscados,
con énfasis en el período que cubre desde 1874 hasta la actualidad. Los baldíos adjudicados por el Estado a grupos de pobladores antioqueños fueron 250.760 hectáreas
a 7.600 colonos, a razón de 32 a cada uno. Pero a nivel de todo el país el índice de
Gini del total adjudicado fue de 0,839, muy similar al actual. El período 1870-1900
presenta un avance legislativo importante porque se entregaron baldíos según explotación económica pero se ignoró la adjudicación colectiva a grupos de colonos, lo
que hubiera representado mayor seguridad jurídica frente a los terratenientes, disminución en los gastos de agrimensura y formación de comunidades de campesinos.
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Los gobiernos progresistas de Rafael Reyes y Carlos E. Restrepo, expidieron dos leyes
bastante progresistas sobre baldíos: el uno, la Ley 56 de 1905, y la Ley 110 de 1912.
Ellas influyeron bastante en la equidad, pues el Gini cayó un 13,4%, de 0,900 en 18701900 a 0,776 en 1901-1917.
La entrega de baldíos en los años 1918-1931 estuvo influída por las Leyes 71 de 1917
y 85 de 1920, que por un lado favorecieron a los pequeños colonos, pero por otro,
elevaron el máximo adjudicable en un 150%. Esto último predominó, pues el índice
de Gini creció un 4,7%, hasta 0,802 en este período.
La política agraria de la República Liberal se centró en la Ley 200 de 1936 y la llamada
Ley 100 de 1944, ambas enfocadas en resolver el problema agrario dentro de la frontera explotada. Sin embargo, el artículo 12 de la primera favorecía mucho la colonización. Esta se abordaba directamente a través de la Ley 34 de 1936. La adjudicación de
baldíos se aceleró drásticamente desde 1931: el total entregado pasó de 2,9 millones de
hectáreas en 1827-1931 (104 años) a 4,6 millones en 1932-1961 (30 años).
Los baldíos entregados en los primeros veinte años de reforma agraria (1962-82) se
aceleraron a 311.165 hectáreas anuales, un 103,1% más que en el período 1932-61,
consolidándose como la principal política de democratización de la propiedad en el
país frente a la extinción de dominio y el Fondo Nacional Agrario.
En cuanto a la legislación de baldíos, la Ley 135 de 1961 está llena de excepciones y
casos especiales, que dieron gran discrecionalidad a su aplicación. La Ley 4ª de 1973
enfatizó la adjudicación de baldíos a personas naturales, pero sin señalar el grado de
explotación exigido. La Ley 5ª de 1973 eximió de impuestos a la colonización, mientras la Ley 85 de 1982 no introdujo cambios en dicha legislación.
La Ley 30 de 1988 empeoró la legislación en consistencia y equidad, pues hizo extensivo lo relativo a personas naturales a cooperativas y empresas comunitarias y
permitió grandes adjudicaciones sin ocupación previa. El total entregado alcanzó su
máximo histórico.
De la Ley 160 de 1994 deben resaltarse varios aspectos: la restricción de las adjudicaciones a unidades agrícolas familiares; el condicionamiento de la propiedad
de los baldíos a un título del Estado (se excluyó la ocupación de hecho), y la reversión a la Nación de aquellos con cultivos ilícitos o que violaran las normas de
conservación de los recursos naturales renovables. Las realizaciones en el período
1995-2004 fueron de 8,23 millones de hectáreas entregadas, de las cuales 4,2 millones colectivamente a comunidades negras y 3,72 millones a colonos individuales.
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Introducción
El capítulo cuarto trata de la extinción de dominio. Nuestra legislación agraria contempla tres causas de esta: una, por la inexplotación económica; dos, por la destrucción o mal uso de recursos naturales renovables y tres, por los bienes originados en
enriquecimiento ilícito.
La primera fue considerada por la Ley 56 de 1905, que dispuso la reversión inmediata a la Nación de los baldíos que desde 1882 no hubieran sido explotados. La Ley
85 de 1920 fue aún más estricta, pues la hizo extensiva a los baldíos subexplotados, y
para la aplicación de esta ley dio 10 años de plazo
Una medida de mucha más trascendencia fue la sentencia de la Corte Suprema de
Justicia de 1926, que solo daba validez a los títulos en los que constaba la transferencia
original del Estado. Esto puso en entredicho gran parte de los títulos de propiedad.
La Ley 200 de 1936 legalizó los títulos que no cumplían dicho requisito, pero los
condicionaba a su explotación económica en un plazo de diez años; pues en caso
contrario se extinguiría el dominio. El Decreto 2365, que se ha llamado Ley 100 de
1944, amplió el plazo a quince años.
La Ley 135 de 1961 solo menciona la extinción fuera de contexto, pues no fue enumerada en las tierras objeto de reforma agraria. Pero la Ley 200 continuó vigente
porque no fue derogada por la Ley 135. La Ley 1ª de 1968 derogó el requisito de
aprobación del gobierno nacional a la extinción.
La Ley 4ª de 1973 avanzó bastante en este tema, pues redujo de diez a tres años
el plazo de inexplotación para extinguir el dominio. Esto fue derogado por la Ley
160 de 1994. Otro avance de aquella fue la ampliación de la extinción a casos de
destrucción del medio ambiente. La Ley 30 de 1988 no cambió la legislación, pero
como suprimió el criterio de grado de explotación, hizo caer notablemente las tierras
extinguidas.
La Constitución de 1991 introdujo la extinción de dominio a los bienes adquiridos
ilícitamente. La Ley 160 dispuso que tales bienes ingresaran al Fondo Nacional Agrario. También reiteraba la extinción por destrucción o mal uso de recursos naturales
renovables.
Las Leyes 33 de 1996 y 793 de 2002, sobre extinción de dominio de bienes adquiridos por medios ilícitos, representan un fuerte retroceso en relación a la Ley 160; pues
mientras la primera destina dichos bienes a 21 objetivos, la segunda los asigna a la
Dirección Nacional de Estupefacientes.
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El capítulo quinto se refiere a la colonización en tanto incorporación de nuevas tierras
a la economía nacional para desarrollar actividades agrícolas o pecuarias, sin contar la
simple extracción de recursos de los bosques naturales. Tampoco abarca el arriendo
por pastos, propio de grandes fincas ganaderas.
Se mencionan, por un lado, las famosas concesiones coloniales. Villegas, en el llamado oriente lejano de Antioquia, y Aranzazu en el norte de Caldas, hasta Chinchiná; por otro lado, las adjudicaciones a grandes grupos de colonos organizados,
los llamados pobladores, entre 1830 y 1874. En el último año se pasó a la titulación
individual.
La otra fuente importantísima de la apropiación de baldíos fue la usurpación por
grandes propietarios de los baldíos vecinos que corrieron sus cercas. Esta llegó a tres
millones de hectáreas, en el período 1827-1931, frente a 2,90 millones entregadas
con arreglo a las leyes.
El capítulo sexto trata de la economía campesina y la política de tierras en el período
1930-1960. Aquí se consideran la Ley 200 de 1936, la ley de arrendatarios del mismo
año y la llamada Ley 100 de 1944. Dichas leyes tuvieron una gran influencia en el
notable desarrollo de la agricultura capitalista en la década de 1950. A tal resultado
también contribuyeron la prosperidad de la agricultura campesina y el impuesto a la
tierra.
El minifundio y la pequeña producción campesina surgieron muy precariamente en
el país a partir del arriendo de tierras de resguardo tomadas por mestizos y blancos
pobres en los actuales departamentos de Boyacá, Cundinamarca, Santander, Cauca y
Nariño. A su vez, la Real Audiencia también entregó parte de dichas tierras a labradores medianos, como ocurrió en Villa de Leyva.
La crisis de la minería aurífera esclavista de la Nueva Granada, agudizada desde 1620,
llevaría a cambiar esta actividad por la de cultivar caña de azúcar para obtener panela y aguardiente. Esta sustitución se dio principalmente en las zonas templadas de
Cundinamarca, Boyacá y Santander en su mayoría basadas en la esclavitud (1670).
En 1736 ya proliferaban los trapiches familiares en Vélez, Santander.
La otra zona importante de economía campesina es la originada en la colonización
antioqueña, que difundió la pequeña y mediana propiedad en zonas templadas y
frías del suroeste y sur de Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío y norte de Tolima y del Valle. Esta sería posteriormente la principal zona cafetera de Colombia.
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Introducción
Más adelante, en la presidencia de Olaya Herrera (1930-34), se entregaron tierras de
extinción de dominio a campesinos. A finales de 1934, en el inicio del gobierno de
López Pumarejo se parcelaron las inmensas haciendas de Sumapaz, El Chocho y la
Hacienda Tolima, que fueron compradas en la administración anterior.
Durante los años 1930-36, también se adelantó la parcelación de haciendas sin problemas de titulación. Desde enero de 1937 se multiplicó varias veces la superficie
entregada por el Banco Agrícola Hipotecario a campesinos, aprovechando la legalización de los títulos de las haciendas por la Ley 200. Adicionalmente, numerosos colonos y arrendatarios de grandes propiedades se convirtieron en pequeños propietarios
gracias a dicha ley. El enorme impulso a la agricultura capitalista, propósito central
de la Ley 200, debió esperar hasta enero de 1952, cuando se cumplieron diez años
previstos en ella y los cinco adicionales de la Ley 100. Ahora bien, la ley de arrendatarios de 1936 propició la proliferación de pequeños arrendatarios y propietarios
cafeteros en las haciendas, como se observa en el Censo Cafetero de Cundinamarca
y Tolima de 1941.
A su vez, la Ley 100 de 1944 produjo un gran crecimiento de la aparcería cafetera
desde 1947, que vio su pleno florecimiento en el año cafetero 1955/56, según el estudio Cepal-FAO. La Ley 1ª de 1968, que pretendía hacer propietarios a los aparceros,
hizo extinguir completamente esta forma de tenencia en la agricultura en el breve
lapso de dos años, como se observa en el Censo Cafetero de 1970.
El capítulo séptimo versa sobre la reforma agraria en Colombia en el lapso 19612004. Se consideran las Leyes 135 de 1961, la 1ª de 1968, la 4ª y la 5ª de 1973, la 6ª
de 1975, la 35 de 1982, la 30 de 1988 y la 160 de 1994. También el Programa DRI,
en 1976-84. La información principal procede de los datos prediales del Instituto
Agustín Codazzi, las unidades de explotación de los censos y encuestas agropecuarias
del Dane y de la Penagro y la legislación del Diario Oficial.
Los resultados de la Ley 135 fueron muy pobres respecto a la adquisición de tierras y
más aún en su entrega. En cuanto a sus efectos sobre el curso de la agricultura comercial, ellos no fueron negativos, pues se continuó la dinámica de los años cincuenta.
Los mayores logros fueron en relación con la adjudicación de baldíos, que aunque
manejados por el Incora-Incoder no pueden llamarse reforma agraria. El aspecto más
negativo de la Ley 135 fue la prohibición de la compra-venta de minifundios. En lo
referente a la Ley 1ª de 1968, como se mencionó, sumió la aparcería en la postración.
Lo más destacable de la Ley 4ª fue el condicionamiento de la afectación de tierras a
unos mínimos de productividad y la renta presuntiva a la tierra. La aplicación de la
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primera redujo sustancialmente la afectación de tierras y la extinción de dominio.
Esto contrasta con la aceleración de la entrega de tierras, atribuible a la lentitud del
Incora. Ahora bien, la Reforma Tributaria de 1975 convirtió la renta presuntiva de
la tierra en una simple medida fiscalista. La Ley 5ª suministró abundante crédito y
asistencia técnica a la agricultura comercial, pero no pudo evitar su crisis, producida
por la apertura económica que siguió a la bonanza cafetera de 1976-1980.
El Programa DRI empezó en 1976 con el fin de abaratar los alimentos de los campesinos cuyos precios reales habían venido creciendo desde 1960 y, al tiempo, elevar los
ingresos reales de los productores. Ello se conseguiría con una mayor productividad
y con la repartición del margen comercial entre productores y consumidores. La tecnología incrementó la productividad, pero los precios reales al productor cayeron un
52%, mientras los precios al consumidor no cedían, de manera que toda la ganancia
fue hacia los comerciantes.
La Ley 6ª de 1975 anuló la Ley 1ª, legalizando de nuevo los pequeños arriendos y
aparcerías y reglamentando de forma clara el gran arriendo capitalista. En el caso de
los campesinos, dichas formas de tenencia se recuperaron a mediados de los ochenta.
No ocurrió igual en el gran arriendo, que continuó su decadencia porque la agricultura comercial se enfocó a los cultivos permanentes, que exigen grandes inversiones
fijas, como son el café tecnificado, el banano, las flores, el azúcar, la panela tecnificada
y la palma africana. También la aceleración de la inflación y la tasa de interés encarecieron el precio real de la tierra desde 1972, favoreciendo la compra de ésta en lugar
del gran arriendo.
La Ley 35 de 1982 se enfocó a la compra de tierras desde 1982 para realizar reformas
agrarias en zonas de violencia a través del Plan Nacional de Rehabilitación. Esto multiplicó las tierras del Fondo Nacional Agrario y la titulación de baldíos.
De la Ley 30 de 1988 puede destacarse lo siguiente: en primer lugar, la eliminación de la calificación de tierras, que contrarresta los mínimos de productividad pero
permite, a su vez, comprar tierras de extinción de dominio. En segundo lugar, se
definieron zonas y planes de reforma agraria que ordenaron su ejecución. En tercer
lugar, resulta muy inequitativa la adjudicación de baldíos sin ocupación previa para
la agricultura comercial y, en cuarto lugar, cabe mencionar que la reforma agraria
estaba bastante bien financiada, pues contaba con una porción de los aranceles de los
bienes agropecuarios. Esta ley multiplicó por 3,2 el promedio de compras de la Ley
35 de 1982. La Ley 160, de mayo de 1994, adoptó una reforma agraria a través del
mercado, subsidiando la demanda y no la oferta: el subsidio era del 70% del valor de
las parcelas campesinas y el 30% restante en crédito subsidiado. Los compradores
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Introducción
negociarían con los grandes propietarios, a través de inmobiliarias rurales o la Caja
Agraria, en caso de que no hubiera acuerdo, intervendría el Incoder. Una excelente
medida fue el establecimiento de zonas de reserva campesina, aunque las excepciones
y discrecionalidad del Incoder, le restaron gran parte de la eficacia a la medida. Los resultados de la ley fueron decepcionantes, pues la compra de tierras cayó en un 58,5%.
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