2 C DOMINGO 15 DE OCTUBRE DE 2006 - VALLEDUPAR SÉPTIMO DÍA Testigos de la guerra Si las calles del pueblo hablaran, lanzarían gritos ahogados con la abundante sangre de ‘buenos’ y ‘malos’ que tuvieron que tragarse en el transcurrir de una guerra que desterró a muchos, pero dejó a otros ahí, coexistiendo con el recuerdo vivo de lo que alcanzaron a divisar desde debajo de sus camas, donde se escondían de las balas que campeaban en el pueblo. Por MARÍA RUTH MOSQUERA VANGUARDIA LIBERAL estaba en la calle y enseguida ellos (los soldados) se tiraron al suelo y se formó la ‘plomacera’. Estaban peleando con la guerrilla que se les había metido por acá abajo y por allá arriba”. En momentos como ese, las personas que estuvieran en la calle se apresuraban a la puerta más cercana suplicando por un escondite; “una señora gritaba ¡ábranme, ábranme!, pero mi mamá tenía la puerta trancada y no daba ni para abrirla con el cuchillo; salían tiros de allá del cerro y de la calle de abajo también y no quedó nadie afuera de las casas”. Desde su escondite, debajo de la cama, los gemelos alcanzaron a escuchar los gritos de dolor que lanzaban los agonizantes antes de expirar y también percibieron el pesado golpe de los cuerpos al ser derribados. Cuando cesaron las hostilidades, los gemelos y el resto del pueblo salieron con sigilo de su escondite para encontrarse con las calles manchadas de sangre de indeseable condición de viudas; “se ponían ropa negra y caminaban por la calle sin hablar, casi todas las que lloraban se fueron de acá y no han vuelto”, recuerda Javier Andrés. Las escenas de violencia también se fueron y no han regresado; ellos esperan que no lo hagan, pues ahora se deleitan en la esperanza restauradora del pueblo, avivada por la reconstrucción que hicieron el Gobierno Seccional y la Iglesia, de la escuelita que en aquel tiempo dejó abruptamente de alojar estudiantes para convertirse en sede de un grupo armado y que al irse éste quedó en ruinas; el puesto de salud también está cobrando vida y pronto no será necesario que las personas se mueran en el trayecto a Becerril porque podrán recibir atención inmediata. “La semana pasada una señora que estaba pariendo se murió con el niñito porque se puso mala y aquí no hay doctor”. Ellos han tomado lo vivido como el Un pueblo árido y afligido del que sus habitantes se fueron prófugos del miedo y el hastío que les producía tener que correr a cualquier hora a esconderse en los rincones menos vulnerables de sus casas... querían evitar ser ‘ponchados’ por un proyectil de los que se filtraban en veloz carrera por entre las paredes. Ese es el entorno de los gemelos Javier Andrés y Andrés Javier, de 11 años, que hoy cuentan, a manera de hazaña fantástica, cómo aprendieron a tomar las escenas de guerra como un juego peligroso en el que se volvieron diestros, logrando salir ilesos siempre, al menos en su parte física, porque las heridas internas de la soledad siguen abiertas y se muestran en el rostro del pueblo, con aspecto fantasmagórico por cuenta del éxodo de campesinos que un día no aguantaron más y decidieron recoger sus pertenencias para emprender un viaje hacia ninguna parte, con la certeza de lo incierto como única seguridad en sus vidas. Pero ellos no se fueron, se quedaron ahí presenciando en silencio cómo las personas que conocían y sus amiguitos, se alejaban sin despedirse ni mirar hacia atrás, tal vez no querían tener como último recuerdo en sus mentes, el cataclismo que ocasionó la guerra en ese poblado, cuyo nombre – Estados Unidos – era una incoherencia en la que cayeron sin necesidad de visa ni pasaporte. Los gemelos también quisieron salir corriendo a un lugar en el que pudieran jugar tranquilos en la calle sin tener que estar alerta a la orden de “¡escóndase chino!”, o permanecer por horas agazapados debajo de sus camas esperando que los fusiles hicieran silencio. “¡Uufff… acá mataron a mucha gente, entonces las personas agarraron sus motetes y se fueron y no volvieron más nunca”, Andrés Javier lo cuenta sin tristeza, él y su gemelo, Suministrada Ofiprensa Gobernación/VANGUARDIA LIBERAL Javier Andrés ya se acostumbraron a PESE A la realidad que los circunda, los gemelos aman su pueblo y no extrañar el pasado, a conformarse se han acostumbrado a estudiar en las mañanas y a cumplir duras con lo que el conflicto les dejó: muchas jornadas arrancando yuca, cortando leña en el cerro y pescando en viviendas deshabitadas, unas calles el río Cocuy el alimento del almuerzo. pedregosas en las que ha crecido una leve capa de grama verde por falta de quien las pise, una población silenciosa, gente ‘buena’ y ‘mala’ que se atravesó en capital simrostros apesadumbrados y un temor la- el camino de los proyectiles. “Ese día ma- bólico con tente a que el conflicto regrese a acabar taron a siete en una misma casa y tam- el que están con lo que dejó. bién a un guerrillero y lo llevaron allá al c o n s t r u Viven soñando con el día que la ale- cerro y lo ‘aparon’ en el helicóptero que se yendo sus gría regrese al pueblo y pinte las casas de asentó allá”. aspiraciocolores bonitos, que haya muchos niños nes futuras; Los días que separa jugar fútbol y que las mamás no los guían a cada invuelvan a llamar para que se metan deba- cursión armada jo de la cama; que la vegetación hermosa en el pueblo eran que los circunda entre en comunión con sombríos, las la realidad de esta vereda situada al pie mujeres lloraban de las montañas de la Serranía del Perijá, mucho porque en un extremo del municipio de Becerril. adquirían la Desde el escondite Recuerdos de lo vivido en el corazón de la guerra llega a las mentes infantiles y los hermanos se emocionan contando lo ocurrido un día en que la vecina soñó que los soldados y la guerrilla “se estaban dando bala” y la despertó el estruendo provocado por la realidad de su sueño. “Eran como las once de la mañana; mi mamá estaba haciendo el almuerzo y un soldado la saludó, pero mi mamá vio como algo raro y me llamó porque yo mujeres no se mueran en pleno parto, el otro aspira convertirse en un soldado para tener un arma y mucho poder, “quiero manejar el uniforme y ganar plata para darle a mi mamá”. El conflicto quedó atrás La actitud positiva y decidida con la que enfrentan su realidad, hace presagiar que el futuro de Javier Andrés y Andrés Javier será bueno, pese a las circunstancias actuales y al cansancio que confiesan al recordar las duras jornadas de trabajo agrícola. “Nos toca ir al monte a arrancar yuca, como a las dos de la tarde cuando el sol está allá arriba y nosotros con una flojera, el sol se pone como si lo tuviéramos aquí pegado en la piel, nos quema y quisiéramos que se nos apareciera como una sombrilla que nos diera un poquito de sombra”, lo cuentan sin dolor, con la seguridad de que un día no muy lejano llegarán al límite del desierto por el que están pasando y encontrarán su ‘tierra prometida’. Muchos sueños crecen en el corazón de estos niños, estudiantes de cuarto grado, propietarios cada uno de un único par de zapatos de suela desgastada y rota; “los pantalones nos lo regalaron de segunda y nosotros los cogimos pa’l colegio”, estrenar ropa no es un lujo que puedan darse porque la plata no alcanza para comprar para ellos y sus 12 hermanos. De su papá saben que vive en Venezuela; “mi mamá cuida a mi hermanita -de ocho meses- y mi padrastro trabaja para allá abajo sembrando yuca y maíz”. Pero con todo y lo opaco de su entorno, ellos aman a su pueblo y les gusta vivir en él, sólo que lo quisieran más alegre, que los fines de semana volvieran las gentes de Becerril y casa, los La Victoria a bailar y a hacer sancochos y guisos en los pagemelos Andrés tios. Javier y Javier Andrés Si se les apareciera Dios presenciaron el éxodo dispuesto a cumplirle sus deseos, le pedirían una nueva de sus paisanos y vida para surgir; “que trajeran abanicos, que nos arreglara experimentaron en canchita de fútbol y nos hicarne propia la soledad la ciera una de básquetbol y que en la que se sumió nos diera uniformes y zapatos para jugar”; Andrés Javier el pueblo, que ahora es interrumpido por Javier es un lugar aburrido Andrés, quien pediría “un tey una casa grande para porque en la migración levisor vivir en armonía con todo el se fue también la mundo; también que cuando estamos cargando la yuca por exi-gua alegría que la tarde, nos mandara una habitaba esos campos nubecita para que el sol no nos quemara tanto”. del Cesar. Aunque hablaban de cosas tristes, los gemelos estaban contentos porque el pueblo estaba lleno de visitantes que llegaron a inaugurar la escuela nueva; uno quiere ser médico “nos gusta que venga gente porque cuanpara sanar heridos do vienen todo se ve muy bonito y las pery para que las sonas del pueblo sonríen”. Así son ellos, simpáticos, pujantes, listos para vencer su realidad, para aplastar ese pasado gris y devorarse el mundo; con ganas de cumplir sus sueños… sueños que sin duda se harán realidad, eso se advierte con solo conversar con ellos. Desde su Suministrada Ofiprensa Gobernación/VANGUARDIA LIBERAL LOS GEMELOS viven en un pueblo de calles ásperas y pedregosas, rodeado de una vegetación verde y hermosa, pero con un pasado triste y demasiadas casas vacías, a la espera que sus habitantes regresen y le den un poco de vida al entorno.