juventud rebelde por GRAZIELLA POGOLOTTI digital@juventudrebelde.cu ENTONCES, el país luchaba todavía contra las secuelas del analfabetismo. Los bachilleres eran escasísimos. Sin embargo, Fidel proponía un futuro de hombres de ciencia y de pensamiento. Algunos sietemesinos escépticos consideraron, quizá, que era una decisión voluntarista. Se trataba, por el contrario, de una perspectiva política estratégica, descolonizadora y de alcance económico por servir de punto de partida a una producción nacional con alto valor agregado. La Reforma Universitaria y la fundación del Centro Nacional de Investigaciones Científicas establecieron las bases para un impulso acelerado. En el ámbito popular, el clima creador consiguiente incentivó la aspiración colectiva a la superación permanente. En los atardeceres habaneros podían observarse centros de trabajo con espacios donde los empleados regresaban modestamente a las aulas abandonadas años atrás, sentados ahora ante pupitres que les resultaban pequeños. Con este impulso a la ciencia y al pensamiento, el poder revolucionario rescataba una tradición iniciada desde que Varela nos enseñó a pensar en cubano mediante sus cursos sobre Constitución en el Seminario de San Carlos, sus reclamos a favor de la independencia y la abolición de la esclavitud en las Cortes de Cádiz, y sus enseñanzas a lo largo de su vida de proscrito. A pesar de las limitaciones de una sociedad DOMINGO OPINIÓN 17 DE ENERO DE 2016 03 Ciencia, Cultura, Nación criolla beneficiada por la trata negrera y el fomento del azúcar, los ilustrados del XIX aspiraban a romper progresivamente el yugo que los ataba a la metrópoli. El primer paso consistió en reconocer especificidades de su entorno. Los poetas plasmaron una visión del paisaje, los prosistas elaboraron programas económicos, condenaron algunos vicios como el juego y la vagancia, y describieron las particularidades de nuestras costumbres. En el contexto de una universidad aherrojada, donde resultaba impensable un respaldo oficial mínimo, hubo hombres de ciencia que procuraron como Tomás Romay, el saneamiento de la Isla. Felipe Poey se entregó al estudio científico de nuestra fauna. Desde aquellos días lejanos, se produjo una íntima interconexión entre política, ciencia y cultura. En un mundo globalizado, la razón profunda de esa matriz generadora constituye factor indispensable para la supervivencia de la nación. La dimensión política sostiene la brújula orientada hacia el horizonte que define un proyecto de país. Establece el contrapeso indispensable ante el embate del libre juego de las fuerzas económicas. Sobre el basamento de la educación, ciencia y cultura operan a favor del desarrollo social y humano. La utilidad de la ciencia aplicada en el plano de la práctica es evidente. Favorece la producción agrícola, provee las medidas por YOERKY SÁNCHEZ CUELLAR yoerky@juventudrebelde.cu CUANDO Evita murió, a los 33 años, su cuerpo embalsamado permaneció en la Confederación General del Trabajo de la República Argentina. Derrocado su esposo Juan Domingo Perón, comenzaron los intentos de los burgueses por desahecerse de ella, hasta que un día «desapareció» de la central obrera donde el pueblo le rindiera homenaje. No bastaba la prohibición de exhibir su imagen en las plazas públicas, o de mencionar siquiera su nombre tantas veces coreado por las multitudes. Una nota del alto mando ordenaba sacar el cadáver del país, pues resultaba un peligro tenerlo cerca. Había que borrar cualquier olor a peronismo y «esa mujer», la que tanto entregó a los pobres, la que entonaba el mismo discurso de la gente común, representaba una amenaza simbólica, a pesar de su cuerpo yerto, solo tocado por la magia del taxidermista español Pedro Ara. Cuando cayó el campo socialista y los ilusos proclamaron «el fin de la historia», comenzó la discusión sobre la posibilidad de enterrar a Vladimir Ilich Lenin. Si a fin de cuentas se le habían echado cubos de tierra al socialismo en la URSS y los países de Europa del Este, qué más daba hacer lo mismo con el fundador del primer Estado proletario, proclamaban los ideólogos de la burguesía. Un Lenin a la vista de todos, en su urna de la Plaza Roja, no era precisamente la imagen más atrayente para quienes cerca de él comenzaban a instalar deslumbrantes Mc Donalds. «La Plaza Roja no debe parecer un cementerio», esgrimían. Cuando el 11 de septiembre de 1973 el general Augusto Pinochet impuso una férrea dictadura en Chile, la referencia más simple a Salvador Allende se consideraba una afrenta al régimen. En ese contexto, cualquier icono de la izquierda resultaba pernicioso. para la preservación de los suelos, los mares y el medio ambiente. Atiende la salud humana y animal, asegura la factibilidad en el empleo de nuevos recursos energéticos. Sus derivaciones en el campo de la tecnología son múltiples. Obtiene ganancias en la guerra contemporánea entre las patentes. Muchos olvidan que estas ventajas visibles corren el riesgo de estancarse si no disponen del respaldo de un saber más silencioso, de las llamadas ciencias básicas. En los 60 del pasado siglo, Cuba dio ese paso decisivo al introducir una revolución modernizadora en las carreras de Física y Matemática. El valor de la cultura escapa a nuestra percepción, porque forma parte de nuestro modo de ser y de existir. Está en las costumbres que incorporamos desde la primera infancia, en las comidas y en las celebraciones, en las creencias y aspiraciones de realización personal, en la manera de asumir la muerte y la vida, en la forma de comportarnos en sociedad, en la memoria que atesoramos, en los vínculos con el terruño y la patria. Caracteriza nuestro sentido del humor. Aparece también, con su carga de negatividad, en los prejuicios que arrastramos. Con todo ello se edifica la identidad de un pueblo presente, no solo en el universo simbólico, sino en la realidad concreta de cada uno de sus integrantes. Sobre ese substrato múltiple en permanente renovación crece el universo simbólico, la bandera y el himno, las artes y las letras en todas sus manifestaciones. Olvidamos con frecuencia que el concepto de ciencia incluye, además de las exactas y naturales, a las que indagan e intervienen en la sociedad, estrechamente unidas a la cultura por la preponderancia del factor humano. Su espectro es extenso. Incluye la economía, el derecho, la sociología, la historia, la psicología, la pedagogía, la antropología y la ciencia de la política. No trabajan en laboratorios estériles. Se sumergen en el ámbito contaminado, moviente de las ciudades y las zonas rurales, de los grupos étnicos, generacionales y clasistas, valoran las repercusiones del fluir de la economía, analizan los conflictos del mundo laboral, estudian los efectos de los medios de comunicación en la recepción de sus destinatarios. Unas y otras, las ciencias exactas, naturales y sociales tienen que estar respaldadas por principios éticos inquebrantables sustentados en una filosofía de la vida, en una cosmovisión y en un compromiso con la preservación y mejoramiento de nuestra especie. De ahí que, ahora más que nunca, como lo planteara Fidel en la etapa fundacional, nuestro futuro ha de proyectarse hacia la formación de hombres y mujeres de ciencia y de pensamiento. El pavor a los símbolos Por esos días la primera estatua del Che construida en el continente y que se ubicaba en una de las calles de la capital, Santiago, fue dinamitada. Así sucedía con los monumentos a Recabarren, José Martí y otros patriotas. Una vez más, la burguesía militar en el poder lanzaba sus garras contra los insignes que el pueblo había hecho suyos. En Miguel Litín clandestino en Chile, de Gabriel García Márquez, se describe cómo el país austral quedó a partir de entonces sumido en un estado de amnesia colectiva. Tiempo después el Ministerio del Interior chileno admitió haber quemado 15 000 copias de esta obra. Cuando el dictador cubano Fulgencio Batista supo sobre las huellas dejadas por los disparos en el Cuartel Moncada, ordenó restaurar el edificio. Con ello pretendía que se olvidara la fecha del 26 de Julio y desconocer la existencia en Cuba de jóvenes valientes, dispuestos a darlo todo por defender los ideales de justicia y libertad. Para que nadie preguntara en el futuro, Batista hizo que el concreto tapara cada agujero en la fachada, como si la historia se pudiera borrar con un brochazo. Décadas más tarde la Revolución triunfante reconstruyó los impactos de bala en las paredes del cuartel convertido en escuela. Cuando en la etapa más reciente, el 5 de febrero de 2003, el entonces secretario de Estado norteamericanos, Collin Powell, defendió ante las Naciones Unidas el bombardeo contra Iraq, una cortina azul tapó el Guernica de Picasso situado a la entrada de la sala del Consejo de Seguridad, en la sede de la Organización. «No sería conveniente que el embajador de Estados Unidos ante la ONU, John Negroponte, o el mismo Powell, hable de guerra rodeado de mujeres, niños y animales que gritan con horror y muestran el sufrimiento de un bombardeo», dijo a la prensa un diplomático, que prefirió el anonimato. Ahora en Venezuela los oligarcas retiraron de la sede del Parlamento los cuadros de Bolívar y Chávez. Del primero dicen que su rostro fue una falsificación científica; del segundo, que donde debe estar es junto a su familia en Sabaneta y no en la sala del Legislativo. Con esta decisión se corrobora, una vez más, cómo los símbolos que el pueblo enarbola causan pavor a la derecha. Desde posiciones de fuerza incita a su deconstrucción y desmontaje. Ignora lo que se impregna en el corazón del hombre y la mujer humildes; no ve la pasión del ánimo colectivo, de donde brotan la ética y el bien de espíritu. Tozudamente intenta desmantelar lo que es ya fibra y reducto, esa fuerza que permanece a pesar de los golpes y los desprendimientos. Desconoce que Evita volvió y fue millones; que la verdadera historia apenas comienza y Lenin sigue inspirando pueblos. Obvia que el hombre americano transita por las grandes alamedas por donde caminó el presidente Allende, mientras los pioneros preguntan sobre héroes frente a los muros del Moncada y el mundo clama para que no se repita la escena que el pintor reflejó en su impactante cuadro. Con ese mismo ímpetu Chávez desanda con Bolívar las calles de Caracas. Desafiantes, rebeldes, rebosantes de eternidad están allí, porque podrán arrancarlos de una pared en la sede de la Asamblea, mas jamás podrán desprenderlos del alma de Venezuela.