san francisco de jeronimo

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SAN FRANCISCO DE JERONIMO
Jaime Correa Castelblanco, S.J.
Presentación.
Esta vida de San Francisco de Jerónimo es la cuadragesimotercera de una serie dedicada
a los Santos de la Compañía de Jesús.
Francisco de Jerónimo vivió en la primera mitad del siglo dieciocho. Fue la época más
difícil de la Compañía de Jesús. En medio de las borrascas que pretendían la supresión de
los jesuitas, Francisco supo mantenerse fiel. La Iglesia y la Compañía consideran a san
Francisco como a uno de sus grandes santos y también como a un adelantado de los
apóstoles sociales de todos los tiempos.
Los procesos jurídicos para llegar a los altares no tuvieron especial dificultad a pesar de
la extinción de la Compañía. San Francisco de Jerónimo es el único jesuita que llegó a los
altares en los cuarenta años duros de la extinción.
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CONTENIDO
Presentación
Nacimiento y patria
Una familia de santos
Las primeras letras
En el Convictorio del pueblo
En Tarento es alumno de los jesuitas
Nápoles
Los estudios y ordenación sacerdotal
En el Colegio de Nobles
El discernimiento vocacional
El Noviciado
Las primeras misiones
Paralelismo curioso
Y de nuevo en Nápoles
Ofrecimiento para las misiones extranjeras
La situación socio-religiosa de Nápoles
En la Casa profesa del Gesù- Nuovo
La predicación callejera
La Congregaci¢n mariana de artesanos
El ministerio de la Comunión general
Las otras actividades de Francisco
El apóstol de la ciudad
Las erupciones del Vesubio
Los favores de San Ciro
El apostolado de los Ejercicios
El misionero rural
Entre los condenados a galeras
Opción hacia los pobres
El patriotismo de Francisco
Dificultades en el ministerio
Su muerte
Los funerales
La glorificación
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SAN FRANCISCO DE JERONIMO
Fiesta: 2 de julio
San Francisco de Jerónimo es el Santo de la opción preferencial por los pobres. Durante
cuarenta años participó en la vida de los marginados. En Nápoles, ayudado por casi
doscientos laicos, todos pobres, se dedicó a la evangelización de los pecadores, las
prostitutas, los encarcelados, los más alejados, los artesanos, los obreros portuarios, la
gente ociosa y los esclavos.
Nacimiento y patria
Francisco nace el 17 de diciembre de 1642 en Terra de Grottaglie, en el extremo sur de
la península de Italia. Es el Reino de las Dos Sicilias. Grottaglie era, en ese tiempo, una
ciudad de ocho mil habitantes.
Francisco es el hijo primogénito. Sus padres, Juan Leonardo de Jerónimo y Gentilesca
Gravina, pertenecen a la clase media. El padre es un pequeño industrial y la madre, una
mujer fervorosa, hija de agricultores con fortuna. La familia tiene una propiedad valiosa,
dentro de los muros de la ciudad.
El pequeño es bautizado, al día siguiente del nacimiento, en la iglesia colegiata, de estilo
románico, la única parroquia de la ciudad y de la zona. Francisco recibe en la pila
bautismal el nombre de su abuelo materno.
Una familia de santos
Después de él, nacen otros diez hermanos. Solamente siete logran llegar a la edad
adulta.
José María, como su hermano, ser jesuita y vivir largos años, con fama de santidad, en
el Noviciado de Nápoles como Ayudante del Maestro de Novicios.
Tomás, el hermano menor, será el Arcipreste de la colegiata de Grottaglie y durante
treinta años ejercer el ministerio parroquial en la ciudad de la familia.
Cataldo y Domingo contraer n matrimonio y ser n tan piadosos como sus hermanos
sacerdotes.
Isabel, Teresa y Catalina serán excelentes madres cristianas. En fin, es una familia de
santos, como dirán los contemporáneos.
Las primeras letras
Según la costumbre de la época, la madre es la encargada de enseñar a los niños
pequeños las oraciones y las primeras letras.
En Grottaglie, a Francisco también le es fácil aprender el camino hasta la iglesia colegiata
del pueblo. Allí recibe la Primera Comunión y el sacramento de la Confirmación.
Desde los 9 años, enseña Catecismo a los niños más pequeños.
En el Convictorio del pueblo
Cuando Francisco cumple los 11 años de edad, sus padres lo matriculan en el Convictorio
de San Cayetano ubicado a pocos metros de la casa. Unos sacerdotes diocesanos viven
allí en comunidad y han convertido su propiedad en un pequeño Internado para los
muchachos de Grottaglie.
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Este Colegio es casi un Seminario menor. Los muchachos visten el traje talar y la
diócesis de Tarento elige allí candidatos para el sacerdocio.
Francisco es un buen estudiante y suele acompañar a los maestros en los ministerios
sacerdotales. Continúa con la enseñanza del catecismo. Hay buenos testimonios de su
virtud y aplicación.
A los dieciséis años recibe la tonsura clerical en la iglesia del Convictorio.
En Tarento es alumno de los jesuitas
A los 17 años, el Obispo lo invita a Tarento para iniciar los estudios sacerdotales. El
muchacho acepta. Su padre, Juan Leonardo, lo acompaña, a lo largo de la Vía Apia,
hasta la espléndida ciudad greco-romana.
Francisco vive, por supuesto, en el Seminario, junto a la catedral, pero los cursos debe
seguirlos en el Colegio de la Compañía de Jesús.
En esa ciudad de Tarento transcurren los próximos cinco años de Francisco. Dedica dos a
los estudios humanísticos y se distingue en los ramos del arte. Se entrega con gusto a la
pintura, afición que continuar cultivando en los años venideros.
La Filosofía la estudia con seriedad. Es cierto, los jesuitas de Tarento se han esmerado en
el Colegio, y tienen buenos profesores.
Francisco, como algo muy natural, ingresa en la Congregación Mariana (hoy Comunidad
de Vida cristiana, CVX) donde se preparan los mejores seminaristas en la devoción a
María y en las prácticas apostólicas.
Superados los exámenes, Francisco recibe, en 1663, las órdenes menores y el
Subdiaconado. Poco después, el diaconado que lo prepara al sacerdocio.
El fallecimiento de su madre, a los 42 años de edad, al dar a luz a su undécimo hijo
Tomás, lo llena de inmenso dolor. A prisa viaja a Grottaglie a acompañar a su padre y
para ayudarlo respecto a los hermanos menores. Cataldo tiene dieciocho años, Isabel
doce. José recién ha cumplido nueve. Catalina tiene cinco y Domingo es un pequeño de
dos años. Tomás, unos días.
Nápoles
Un año después de la muerte de la madre, Francisco nuevamente deja la casa paterna.
Con él viaja esta vez José, su hermano pequeño.
Francisco tiene ahora veintidós años y se ha decidido por la ciudad de Nápoles. En esta
decisión, ciertamente, está la mano de los jesuitas que se han dado cuenta de los buenos
talentos de Francisco. En Nápoles podrá formarse muy bien y, además, en la capital del
Virreinato español están los mejores centros universitarios de Teología y de Pintura.
Francisco desea recibir el sacerdocio e ingresar, a su regreso, en la comunidad de los
sacerdotes diocesanos de Grottaglie. Los jesuitas est n de acuerdo y lo respetan. José, su
hermano, muestra una fuerte inclinación por el Arte y Francisco cree importante
matricularlo en alguna de las escuelas de los grandes maestros.
No sabemos nada de las impresiones de los dos jóvenes provincianos al poner pie en la
famosa metrópoli. Para ellos la ciudad de Nápoles aparece inmensa y muy hermosa. Las
cien iglesias, los palacios, el gran puerto, la riqueza del comercio, el anfiteatro con las
colinas floridas, el Vesubio, hacen que Francisco la llame "grande y magnífica ciudad".
Los estudios y ordenación sacerdotal
Tampoco sabemos dónde vivieron Francisco y José los primeros meses. Tal vez, en el
Seminario, recomendados por el Arzobispo de Tarento.
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Pero pronto, para costear los estudios de teología, Francisco solicita un empleo en el
célebre Colegio de Nobles que los jesuitas mantienen en Nápoles para la educación de los
jóvenes aristócratas del Virreinato.
Francisco dedica el primer tiempo, probablemente en la Universidad estatal, a los cursos
de derecho canónico y civil. Después, para los cursos de teología dogmática, se matricula
en el Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, el célebre Colegio Napolitano, la más
importante de las universidades del Reino.
Acompaña, cuando puede, a su hermano José a la Escuela de Bellas Artes y, en las horas
libres, toma clases de Pintura.
En el Gesù Vecchio, de los jesuitas, ingresa en la Congregación Mariana de Nuestra
Señora de la Asunción.
El 20 de marzo de 1666, en Pozzuoli, es ordenado sacerdote.
En el Colegio de Nobles
En ese Colegio, mientras estudia la teología, a Francisco se le confía el cargo de Prefecto
de disciplina.
Esa tarea es desempeñada, normalmente, por un jesuita y ciertamente por un sacerdote,
pero la alta estima que se ha ganado Francisco, en virtud y letras, lo hacen ser apto, aun
en el año de su diaconado. También los jesuitas han autorizado a José a vivir con su
hermano.
La misión confiada es exigente. Francisco la desempeña, a plena satisfacción de
profesores y alumnos, durante cinco años. En los procesos jurídicos, hay excelentes
testimonios de sus discípulos acerca de su carácter, virtud y preparación.
Francisco tiene la responsabilidad de los veinte alumnos mayores. Duerme con ellos en el
mismo dormitorio. Todas las mañanas los acompaña a clases al vecino Colegio
Napolitano. En las tardes, gasta largas horas ayudándolos en sus materias. En los
tiempos de diversión, él interviene con su arte. Y al mismo tiempo, Francisco estudia y
reza.
El discernimiento vocacional
Al cabo de tres años, Francisco supera con éxito sus exámenes de doctorado. Ha
llegado, entonces, así lo piensa, el momento de tomar una decisión acerca de su vida
futura.
Con los jesuitas de Nápoles Francisco hace un discernimiento vocacional. Durante años le
ha estado dando vueltas la idea de consagrarse en la vida religiosa. Hace los Ejercicios
espirituales de San Ignacio y decide ingresar en la Compañía de Jesús.
Con firmeza, convence a su padre que lo quiere tener en casa para bien de la familia.
Juan Leonardo le había escrito: ¿Cómo puede su primogénito truncar, de un solo golpe,
todas las esperanzas de tanta gente que lo quiere bien?
El Noviciado
El 1 de julio de 1670 ingresa en el Noviciado de la Provincia de Nápoles, a los veintiocho
años de edad. Su hermano José le ha precedido en algunos días, pues ha entrado en la
vigilia de san Luis Gonzaga.
El conocimiento cabal que tienen los jesuitas de Francisco y su virtud, permite decir al P.
Andrés de Mari, rector y maestro de novicios: "Hoy es un día de gloria para la Compañía,
porque Dios le ha dado un santo".
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Francisco permanece solamente un año en la casa del Noviciado. Esa es la costumbre
para los novicios sacerdotes.
Las primeras misiones
En 1671 es destinado a la ciudad de Lecce para el ministerio sacerdotal de las misiones
rurales. Francisco va con gusto porque es la tierra de los desvelos del misionero jesuita
san Bernardino Realino, cien años antes.
Conforme a la costumbre, el viaje lo hace a pie, con un compañero, el P. Agnelo Bruno.
Juntos recorren los quinientos kilómetros, cruzando las ciudades de Nola, Bari, Canosa y
Brindis. La primera visita, al llegar al Colegio de Lecce y a la iglesia de la Compañía, es a
la tumba de san Bernardino.
En Lecce, Francisco termina el noviciado y, el 2 de julio de 1672, junto a la Tumba de
san Bernardino Realino, se consagra con los votos de pobreza, castidad y obediencia.
Durante cuatro años recorre, incansable, las provincias de Otranto y la Pulla, sin dejar
aldea o pueblo, misionando con éxito.
La gente solía decir: "El P. Bruno y el P. Jerónimo son dos ángeles bajados del cielo.
Han venido a ayudarnos".
Paralelismo curioso
Francisco de Jerónimo, desde su destino a la ciudad de Lecce, compara su vida con la del
santo jesuita Bernardino Realino. Francisco lo hace todos los días, porque acostumbra a
rezar, en la Iglesia del Gesù, junto a la Tumba del que considera como el mejor
misionero rural de la Compañía.
Ambos son napolitanos. Los dos han entrado ya mayores y doctores en derecho y
teología. Ambos han sido destinados, por los superiores, al trabajo con los humildes y
con los marginados. Los separa, eso sí, exactamente un siglo. Realino es el padre de los
pobres desde 1571 a 1616. Francisco será misionero desde 1671 a 1716. Bernardino
empezó en 1574 cuando fue destinado a Lecce y salió desde Nápoles. Francisco, a la
inversa, saldrá en 1674 desde Lecce hasta Nápoles.
Los historiadores jesuitas van un poco más allá en estas consideraciones: Bernardino es
el mejor exponente de la Provincia napolitana en su primer siglo de vida; Francisco es el
representante del segundo siglo, el siglo de oro de la Compañía de Jesús en el Reino de
Nápoles.
Y de nuevo en Nápoles
En 1674, Francisco es trasladado, nuevamente, a la ciudad de Nápoles.
Antes de la profesión solemne de cuatro votos, los superiores le piden repasar y dar un
examen de las materias de filosofía y teología, cursadas antes de su ingreso en la
Compañía.
Después de estos exámenes y de sus Votos solemnes, Francisco queda destinado a la
misma ciudad de Nápoles, a la Casa profesa del Gesù Nuovo como operario. En esa casa
va a pasar el resto de su vida.
Ofrecimiento para las misiones extranjeras
Francisco en cuatro ocasiones solicita ser destinado a las misiones extranjeras.
Concretamente pide las Misiones de Japón o de la India. Lo motivan, de una manera
especial, las noticias llegadas a Europa sobre los martirios en el Japón de los
bienaventurados jesuitas Carlos Spinola y sus quince compañeros japoneses y de los
hermanos Diego y Miguel Carvalho, también de la Compañía.
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"La gracia que Dios hace a nuestros hermanos al ser destinados a misiones me
entusiasma. De rodillas y con todo el corazón le pido concederme el favor que otras
veces he suplicado. Deseo seguir las huellas de san Francisco Javier y el camino de
nuestros mártires. Si no tuviere yo cualidades, me emplearé en el servicio de los que son
más dignos que yo. Tengo treinta y cuatro años y espero con toda el alma su permiso".
En 1678, el P. General Juan Pablo Oliva amablemente le contesta que las misiones tan
deseadas por él deberán ser la ciudad y el Reino de Nápoles. "¿Cómo podría defenderme
de los lamentos de la Provincia y qué respondería yo a los Padres consultores que me
han presentado un excelente testimonio acerca de los apostolados confiados? En
realidad, me parece que estos trabajos en Nápoles son muy provechosos y deseo que
Ud. continúe en ellos".
Francisco, con esta decisión de su Superior queda tranquilo y decide, entonces, gastar
todas sus fuerzas en la patria. Se dedica entonces, hasta la muerte, al servicio de su
"India doméstica", como él llama al sur de Italia. Van a ser 40 años de misión en los que
jamás va a olvidar a San Francisco Javier, su verdadero patrono.
La situación socio-religiosa de Nápoles
La situación social y religiosa de la m s grande ciudad del sur italiano y capital del reino
español de las Dos Sicilias, en la segunda mitad del siglo XVII, es extremadamente seria.
Nápoles tiene una población de casi 200 mil habitantes, ubicada en el estrecho perímetro
amurallado. Pero una docena de arrabales periféricos se extienden a lo largo de las
playas del hermoso golfo azul. Algunos están muy cerca del humeante y temible volcán
Vesubio.
Nápoles es una ciudad de grandes contradicciones. En esto se parece a muchas otras
ciudades europeas contemporáneas. Por una parte, est el esplendor medieval, barroco y
renacentista de los palacios y las iglesias. Por la otra, las callejuelas insanas y las casas,
sin luz e higiene, donde viven en penosa promiscuidad la mayor parte de los napolitanos.
El alto nivel de vida de la nobleza, ociosa y pendenciera, contrasta con las fatigas del
numeroso grupo de artesanos, comerciantes y pescadores.
Atraídos por el espejismo de la gran ciudad se han establecido allí numerosos
emigrantes. Hay griegos y bereberes, ortodoxos y musulmanes, aventureros, aldeanos
pobres, charlatanes, soldados mercenarios, marinos y galeotes, ladrones y prostitutas.
Todos luchan por sobrevivir, en medio de una gran pobreza y degradación humana y, por
cierto, en total olvido religioso.
Este último es el campo que los Superiores eligen para Francisco.
En la Casa profesa del Gesù-Nuovo
Francisco de Jerónimo queda encargado de lo que se llama la "Misión de Nápoles". Es
éste un conjunto de ministerios, especialmente tres: la predicación por las calles y plazas
de la ciudad, la dirección de la Congregación Mariana de artesanos y la organización de la
Comunión general de todos los meses.
La predicación callejera
Todos los domingos y festivos debe predicar al aire libre en los lugares donde se junta el
pueblo. Casi siempre va a la gran Plaza del Castillo, la m s frecuentada de la ciudad, o
bien a la Plaza del Mercado. Muy a menudo debe atravesar la Puerta de los arsenales y
caminar a lo largo de la calle Alfieri hasta el molo y el enorme puerto.
En todas partes los napolitanos son maestros en el arte de gritar. Pero el bullicio calla
cuando aparece Francisco con la gran cruz de la Misión llevada por sus congregantes.
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En general sus prédicas reflejan las verdades eternas de la Primera Semana de los
Ejercicios espirituales de San Ignacio. No se cansa de presentar el amor de Dios Padre.
"El hombre es creado, para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y
mediante esto salvar el alma". Este es el plan divino, mientras estemos en este mundo. Y
nuestro premio será la vida eterna. Francisco insiste ante sus oyentes en que deben
lograr esa fundamental ubicación espiritual.
Después les habla de "las otras cosas sobre la haz de la tierra", como dice su padre
Ignacio. Los hace sentirse dueños de toda la Creación. Esto les gusta a sus napolitanos.
Les enseña también a discernir para no dejarse llevar por el ansia del dinero, del honor,
la salud y la riqueza.
En sus prédicas sobre el pecado, Francisco se detiene. Sabe muy bien que el napolitano
necesita pedir perdón. Por eso motiva a su público de mil maneras. Después lo invita a
recibir el sacramento de la reconciliación en el Gesù- Nuovo. Y en el confesionario
Francisco pasa largas horas.
En los otros días de la semana, Francisco dice la misa ante un gran gentío. Después
confiesa. En la tarde visita el barrio de las meretrices y vuelve a predicar.
En más de alguna ocasión, sus compañeros de misión atestiguan haber sido testigos de
algún hecho extraordinario. Los napolitanos hablan de milagros.
La Congregaci¢n mariana de artesanos
Los obreros y los artesanos de la ciudad lo siguen como a un único guía. Esos obreros
son la cosecha permanente de su Misión callejera. Francisco los organiza en una
Congregaci¢n mariana. En el Gesù- ellos tienen una capilla en la cripta de la Iglesia. La
patrona es la Virgen de los Dolores. Allí asisten a la Misa, celebrada por Francisco. Oyen
su exhortación, se confiesan con él y tienen como apostolado el acompañarlo en sus
penitencias y correrías misionales. Ellos lo protegen, lo acompañan en procesión, cantan
y aseguran el orden del auditorio. Los días viernes, asisten todos al Vía crucis cantado a
lo largo del paseo Santa Lucia.
El ministerio de la Comunión general
La Comunión general es el tercer domingo de cada mes. Francisco
semana anterior recorriendo las casas de la ciudad, puerta tras puerta,
Para eso tiene un grupo selecto de congregantes: son los setenta y
área que visita es de unos mil kilómetros cuadrados: desde Pozzuoli
Nola en el oriente.
le dedica toda la
invitando a todos.
dos discípulos. El
en el oeste hasta
El día lunes lo consagra a los napolitanos que han construido sus casas entre el Vesubio y
el mar. A veces llega hasta Sorrento. El martes recorre el lado opuesto de la bahía, hasta
el mismo Pozzuoli. Los demás días va recorriendo con gran paciencia cada uno de los
otros barrios de la gran ciudad. Siempre a pie y, cuando es muy lejos, en un jumento.
Llegado el domingo, sus amigos se congregan desde todos los rincones de Nápoles.
Vienen en procesión cantando el rosario.
Los peregrinos cruzan las antiguas murallas: por la Puerta del Carmen, por la Puerta de
Capua, por la de San Genaro. Otros bajan desde las colinas y todos caminan hacia el
Gesù- Nuovo.
Este madrugar sacrificado agrada a los napolitanos. Además saben que el P. Francisco los
espera en el Gesù. Cuando llegan, Francisco les da la bienvenida.
Es imposible que ese mar tenga cabida en la gran iglesia. Una parte queda en la plaza.
Francisco celebra la Eucaristía, predica y bendice a su pueblo con la gran Custodia.
Después, pasa la tarde en el confesionario.
Los napolitanos son casi todos artistas, también en su piedad. Pueden pasar el día entero
en el Gesù.
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Con el entusiasmo y el fervor son muchos los que atribuyen a Francisco milagros y
profecías. En el año 1683, así lo dicen, ha anunciado la victoria de Viena y el triunfo de
Juan Sobieski ante los turcos.
Francisco ejercita este ministerio durante cuarenta años. Algunas veces se cuentan hasta
20.000 comuniones, no bajando de 10.000 los días más fríos y lluviosos.
Las otras actividades de Francisco
Podríamos narrar muchas actividades apostólicas de Francisco. En los cuarenta años de
su vida en Nápoles tuvo tiempo para todo.
En los hospitales de la ciudad, Francisco es persona muy conocida. Además de atender
espiritualmente, se preocupa también de la atención corporal de los enfermos. Lo llaman
con frecuencia, especialmente los moribundos. En las cárceles, también atiende un día a
la semana.
Francisco también es catequista. Lo ha sido desde niño pequeño: en Grottaglie, en
Tarento, en el Gesù-Vecchio cuando estudió teología. También, en el Colegio de Nobles y
en el Noviciado. La catequesis fue la tarea predilecta de sus misiones en Lecce. Y desde
el Gesù-Nuovo continúa. Serán sesenta y seis años de catequista.
Francisco es también el hombre que pone paz. Si ocurre una pelea entre los pescadores,
entre los bandos de los barrios o en los ánimos caldeados de los napolitanos, son las
mujeres de esos hombres las que corren a buscar a Francisco. Este llega, se impone y
logra cordura. A veces sólo logra una tregua, pero después siempre obtiene el tratado de
paz.
El apóstol de la ciudad
Con su celo Francisco obtiene, con gran esfuerzo, un cambio de costumbres en la ciudad.
La frecuencia de sacramentos aumenta en las iglesias. El juego, los duelos de honor, los
robos a mano armada y la prostitución retroceden.
Todo el mundo empieza a hablar de ‚l y en el ambiente de los pobres se habla de los
prodigios que hace en todas partes. Se multiplican las historias de los pecadores que
después de diez, veinte o más años se reconcilian con la Iglesia.
Grandes familias deponen sus odios ancestrales. Una mayor justicia y caridad parece
existir desde los poderosos hacia los pobres.
Muchos cuentan la historia de Catalina, esa mujer pecadora que ha vuelto a la vida,
gracias a la oración de Francisco. Esa Catalina había rechazado las prédicas de Francisco
y le había hecho una guerra despiadada. Ante lo extraordinario del suceso, confirmado
por varios testigos, muchas mujeres dejan la prostitución y algunas ingresan a la vida
religiosa.
Organiza una Casa de refugio bajo la dirección de una mujer piadosa. En ella se da
instrucción humana y religiosa. Francisco se preocupa del futuro de sus penitentes: el
matrimonio, el mundo del trabajo o una casa religiosa.
Las erupciones del Vesubio
El 5 de junio de 1688 el Vesubio entra en erupción. Hacia las cuatro de la tarde
sobreviene un fuerte terremoto. En el tercer movimiento, un buen número de casas y
edificios caen. La cúpula de la iglesia del Gesù se desmorona.
Francisco, con sólo un congregante que lo acompaña, recorre las ruinas de la ciudad y
predica incansable a la población que tiembla. Durante tres días, todos cantan llorosos el
salmo Miserere.
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El 6 de abril de 1694, Nápoles nuevamente sufre la visita del Vesubio. Es un día diáfano,
azul como ninguno. De repente se oye el trueno y la tierra tiembla. Del hermoso cráter
se eleva amenazante una inmensa columna de humo. Ocho días dura el peligro.
Entretanto Francisco exhorta, confiesa y tranquiliza los ánimos. El día de la Comunión
General el volcán se calma y vuelve a su silencio acostumbrado.
El 28 de julio de 1707 comienza la más fuerte erupción del volcán, en la vida de
Francisco. La montaña parece un incendio. Las cenizas cubren todo. A mediodía del día 2
de agosto el cráter vomita grandes cantidades de humo, lava y ceniza. El terror es
inmenso. Los que corren no saben a qué atenerse. La ceniza les entra a los ojos y les
cubre la ropa. Se respira un aire nauseabundo. Los napolitanos, est n, esta vez, muy
asustados. Una gran multitud va hacia la tumba de San Genaro, el patrono de Nápoles, a
pedir su protección.
Francisco ha pasado la mañana recorriendo las calles y las plazas. Hacia las cuatro de la
tarde está también en la plaza de Santa Catalina acompañando a la gente que ruega a
San Genaro. Allí Francisco vuelve a predicar. Acompaña por horas a la gente que llora.
Exhorta a los napolitanos a que pidan perdón por sus pecados y confíen en la
misericordia de Dios.
Está a la derecha del arzobispo, el cardenal Francisco Pignatelli. En la procesión es ‚l
quien lleva las reliquias de San Genaro. El pueblo gime y llora mirando hacia el ardiente
volcán. Francisco levanta la voz. Acalla la histeria de la gente y la hace rezar.
El Vesubio sigue con su danza de humo y ceniza. De repente el volcán asusta con un
ronquido sordo. Después se va callando y comienza a ceder para volver a ser el de todos
los días.
Nápoles entera atribuye la calma del volcán a un milagro de San Genaro. La gente se
precipita a las iglesias. Esa noche Francisco la pasa en el confesionario. Las confesiones
duran todo el día siguiente.
Los favores de San Ciro
Para los hechos extraordinarios, Francisco encuentra una buena explicación. A lo mejor ‚l
no la cree, pero ciertamente se libra de muchas impertinencias. Todos los favores los
refiere a la intercesión de San Ciro mártir, un médico de Alejandría del siglo III, de quien
él es devoto.
Ha encontrado en el Gesù una pequeña reliquia atribuida al mártir. Y a este San Ciro,
Francisco atribuye las sanaciones, las conversiones a la fe, la cesación de las pestes y las
buenas cosechas. Siempre es San Ciro el que actúa. Él, Francisco, solamente le pide
ayuda.
Un día el P. Canati, que lo acompaña y es testigo de una curación, lo interroga y recibe
una sencilla explicación. "No puede Ud. figurarse, querido Padre, a cuántos enfermos ha
mejorado San Ciro. Vea este niño: estaba raquítico y contrahecho. San Ciro lo ha puesto
bueno en un segundo. Igualmente ha sanado a otros 46 que se hallaban en las mismas
condiciones. Yo le he visto dar vista a los ciegos, oído a los sordos, razón a los locos,
salud completa e instantánea a los moribundos. En verdad, el número de las curaciones
obtenidas con la aplicación de la reliquia de San Ciro llega a miles".
Pocos días antes de la muerte de Francisco, el Nuncio del Papa en Nápoles, Juan
Alejandro Vicentini, lo visitó y le preguntó por los hechos extraordinarios que se contaban
en la ciudad. Francisco le confirmó que eran varios miles los favores que se debían a la
intercesión de San Ciro.
El Nuncio, entonces, solicita una reliquia del santo alejandrino. Francisco se la da con
gusto. El Nuncio le pide escribir un documento en que conste esa autenticidad. Francisco
lo hace. El Nuncio se despide feliz y dice a los jesuitas que lo acompañan: "Me llevo dos
reliquias, pero la más valiosa es la del P. Francisco".
Para la fiesta de San Ciro, el 31 de enero, Francisco convoca todos los años a una
solemne Eucaristía en acción de gracias celebrada en el Gesù- nuevo.
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El apostolado de los Ejercicios
Para los Ejercicios espirituales de las comunidades religiosas de Nápoles, Francisco es el
jesuita más solicitado. A veces se ve obligado a darlos a dos comunidades al mismo
tiempo.
Y siempre hay asuntos que arreglar en más de alguno de los treinta conventos de
Nápoles. No todas las religiosas se han incorporado libremente a la vida de clausura.
Algunas están allí por motivos financieros, sin dote suficiente para un buen matrimonio.
Otras no han logrado casarse y el convento es siempre un buen sitio para quedar
ubicadas. Por supuesto todas tienen fe, pero las faltas de caridad son muy frecuentes.
Para el arzobispo de Nápoles, Francisco es el hombre ideal para conseguir paz y hasta
fervor en los monasterios.
Francisco sabe que este ministerio es el predilecto de San Ignacio. Cada vez que lo
solicitan, él está presto. En la dirección de los Ejercicios sigue riguroso el directorio
escrito por el P. Juan Polanco. Da instrucciones breves, no más de dos veces al día. En la
dirección espiritual quita escrúpulos y mueve a muchas religiosas a seguir el camino
suave del amor que el Señor enseña a todos.
En los procesos jurídicos de la Causa de Francisco, hay muchos testimonios de
conversión, buenas elecciones en el estado de vida y decisiones hacia la santidad.
El misionero rural
A partir de 1702, el Padre provincial se ve obligado a pedir al P. Francisco otro ministerio.
Desde los pueblos del interior cada vez est n pidiendo con m s urgencia al Padre
Francisco. El Provincial le dice que podrá permanecer seis meses en la ciudad y los
meses de otoño e invierno en los pueblos. Francisco tiene sesenta años. Sonríe y no
rechaza el aumento del trabajo.
Dedica, desde entonces, una parte de su tiempo a las misiones rurales. No podemos
seguirlo en esa multitud de lugares. Predica en Nola, en Capua, en Benevento, en los
Abruzzos, en Pescara y en Tarento. En su tierra natal, Grottaglie, da una misión en la
iglesia de su hermano Tomás, el arcipreste, y vive unos días alegres junto a su padre tan
anciano.
Casi siempre desarrolla el mismo plan. En cada lugar ocupa ocho días. Las prédicas, al
ponerse el sol, son las de San Ignacio de Loyola en la Primera Semana de los Ejercicios.
La Misa la celebra a primera hora del día. Después, el confesionario ocupa el resto de la
mañana.
En las tardes visita las casas de los enfermos y los hospitales. Catequiza a los niños y
lleva consuelo a los encarcelados. No parece tener tiempo para las casas de los
poderosos. Su opción la dirige siempre a los marginados.
Entre los condenados a galeras
Durante la sublevación de Mesina, San Francisco se preocupa de una manera especial de
los condenados a galeras en la flota española anclada en Nápoles.
La Cuaresma de 1685 la dedica entera a preparar a los presos para el cumplimiento
pascual. Predica en cada barco. Busca catequistas entre los mismos forzados. Confiesa
sin descanso y los acompaña en procesión, el día de Pascua, a la iglesia del Molo.
Se preocupa también de los esclavos musulmanes que trabajan a bordo de los galeones
y también de los cargadores del puerto.
Consta en los procesos que en muchas ocasiones pide limosnas para completar los
rescates de los prisioneros cristianos en los países africanos.
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Opción hacia los pobres
Es cierto, su ministerio preferencial es el de los pobres. Sin embargo también se dirige a
ambientes más intelectuales, en conventos y en los colegios de la ciudad.
Los sacerdotes, religiosos y diocesanos, las más altas autoridades, los nobles y los que
cultivan las letras acuden a visitarlo en búsqueda del buen consejo. Francisco atiende a
todos con exquisita caridad. Sabe que los poderosos pueden ser los mejores
benefactores de los pobres. Visita a los ricos, les pide limosna y la da a los pobres.
Jamás manifestó impaciencia. Los menesterosos lo rodean siempre. Y ellos saben ser
impacientes, especialmente si son napolitanos. En los procesos jurídicos un testigo dice:
"El P. Francisco puede ser canonizado, únicamente por la paciencia heroica que tuvo con
los pobres".
Esta característica del modo de ser de Francisco, la de alternar con los ricos y los pobres,
con los grandes y los pequeños, y de no rechazar jamás al necesitado, es la causa que
explica la verdadera veneración de los napolitanos.
El patriotismo de Francisco
¿Cuál fue la posición política de Francisco? Le tocó una época muy dura respecto a su
patria. El país estaba ocupado por los españoles. Y Francisco amaba a su tierra y quería,
por cierto, su independencia.
La vida de san Francisco de Jerónimo transcurre toda en el Reino de las Dos Sicilias y en
la ciudad de Nápoles. Por la historia, Francisco sabe que, en otros tiempos, su patria ha
sido libre. Él es testigo de las ambiciones siempre amenazantes de los extranjeros. Ha
asistido a rebeliones y a sometimientos violentos impuestos por la fuerza. Por cierto él
ama a su patria y como hombre inteligente tiene una opinión y una preferencia en
materia política. Sin embargo nadie se muestra m s prudente que Francisco. Trata con
todos y con gran deferencia ante la autoridad. Siempre buscó la paz.
A la muerte sin sucesión del rey español Carlos II en 1700, Nápoles queda en el centro
de las disputas extranjeras. El Reino pasa a ser una carta de juego para las
conversaciones interminables entre Francia y Austria.
Francisco es consultado por el pueblo. Jamás pierde la paz. "La guerra es un castigo de
Dios. Para aplacarlo debemos convertirnos. Lo importante es vivir en gracia".
Se conserva una carta de Francisco Jerónimo fechada el día 9 de julio de 1707. Allí indica
que ha seguido atentamente los acontecimientos. Dice que las tropas imperiales han
entrado pacíficamente en la ciudad. Lo que no dice es que ese entrar pacífico se debe en
gran parte a la propia acción de Francisco.
Los historiadores recuerdan el pánico de los napolitanos en la víspera de la entrada de
las tropas imperiales. Temen, como siempre, saqueo y fuego. Muchos huyen y el resto
permanece inquieto. Francisco reza. Al fin dice: "Dejemos actuar al Señor, no tengamos
temor. Permanezcamos en nuestras casas sin inquietar a la Iglesia de Cristo". Todos
piensan en una profecía. Y efectivamente nada sucede.
Dificultades en el ministerio
Francisco de Jerónimo, como otros apóstoles no siempre queda exento de dificultades.
Las más duras son las más cercanas, las que no esperaba.
En 1690 esa Rector de la Casa profesa el P. Octavio Caracciolo, antiguo Provincial, quien
le hace sufrir una dura prueba. M s de alguna vez, Francisco es reprendido por las salidas
de casa tan seguidas.
El Rector ordena que se le pidan permisos expresos. Y cada vez que Francisco lo hace, el
Superior pide explicaciones, presenta inconvenientes y termina, con frecuencia, negando
la licencia.
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Francisco acepta, se somete con humildad. La prueba dura dieciocho meses. Al fin el
Rector dice: "Quedo convencido de que el P. Francisco es obediente".
También el Cardenal Arzobispo de Nápoles tuvo prevenciones en contra de Francisco. Se
lo habían pintado como persona imprudente y exagerada, en palabras y en hechos.
Entonces, le prohibe la predicación y los ministerios en los conventos de la ciudad.
Francisco no reclama y decide pasar las horas del día en el confesionario. Se admira el
Cardenal de este silencio y humildad. Pide m s informaciones y le suplica volver a sus
trabajos habituales.
Su muerte
Francisco de Jerónimo trabaja sin descanso casi hasta el día de su muerte.
"Quiero trabajar hasta el último momento. Mientras me quede un hilo de vida, me iré,
aunque sea arrastrando, por las calles de Nápoles. Si caigo bajo la carga, dar‚ gracias al
Señor. Un burro de carga debe morir bajo su fardo".
Los primeros días del mes de marzo de 1716 debe interrumpir los Ejercicios espirituales
que da en el Colegio de Nápoles. Algo repuesto viaja a Capri para una misión y dar los
Ejercicios al clero y a una comunidad religiosa.
A fines de marzo una fuerte pulmonía lo obliga a retirarse a la Enfermería de la Casa
profesa de la capital. Allí se ejercita en paciencia durante un mes.
Al médico que acude para su atención, le dice con mucha paz: "Gracias, doctor, por esta
última visita. El lunes próximo será el final de mi vida". Recibe el sacramento de los
enfermos y el vi tico con plena lucidez. Agradece a todos y a la Compañía de Jesús el
haberlo tolerado tantos años.
El 11 de mayo de 1716, como a las diez de la mañana, cuando el Hermano enfermero le
moja los labios secos, Francisco agradece el servicio. Dice gracias y se aletarga.
Reunida la comunidad, el P. Rector reza las últimas oraciones. En medio de ellas,
Francisco suavemente inclina la cabeza y expira. Tiene 73 años.
Los funerales
Por unas horas los jesuitas no quieren dar a conocer la noticia. Temen demasiado, y con
razón, la importuna devoción de los fieles. Avisan al Virrey. Este viene con los suyos a
venerar los restos. Después el cadáver es trasladado a la sacristía.
El domingo siguiente se efectúa el funeral. Desde las primeras horas la iglesia del Gesùest colmada. Ahí están todas las autoridades: el Virrey, el Arzobispo, el clero y los
religiosos de la ciudad y también de los pueblos vecinos. Las misas se celebran
ininterrumpidamente. Cuarenta mil personas reciben la comunión, prueba de la honda
estima de su querido pueblo de Nápoles.
La glorificación
Los procesos se iniciaron de inmediato en la ciudad de Nápoles. En el año 1718 dan su
testimonio 96 testigos, y en el año 1725 otros 67.
Los exámenes y el proceso apostólico llegan a feliz término en 1748. Pero los decretos
del papa Urbano VIII que impiden empezar una causa antes de los cincuenta años de la
muerte detienen la Causa.
La extinción de la Compañía en 1773 parece que va a dar un golpe de muerte. Todas las
Causas de los jesuitas est n paralizadas. Pero la iglesia de Nápoles continúa su tarea a
pesar de los obstáculos y se las arregla para sortearlos.
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El papa Pío VII lo beatifica en 1806. Es el único jesuita elevado a los altares durante el
período de extinción de la Compañía.
El papa Gregorio XVI lo canoniza el 26 de mayo de 1839. Es el primer jesuita canonizado
en la resucitada Compañía de Jesús.
Hoy día San Francisco de Jerónimo es el Patrono principal de la ciudad de Nápoles, junto
a San Genaro.
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SANTOS JESUITAS
Colección
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San Ignacio de Loyola
San Francisco Javier
San Estanislao de Kostka
San Francisco de Borja
San Luis Gonzaga
San Edmundo Campion
San Alexander Briant
San Pedro Canisio
San Pablo Miki
San Juan Soan
San Diego Kisai
San Roberto Southwell
San Enrique Walpole
San Claudio La Colombière
San Alonso Rodríguez
San Pedro Claver
San Roberto Belarmino
San Juan Ogilvie
San Bernardino Realino
San Juan Berchmans
San Nicolás Owen
San Roque González
San Alfonso Rodríguez
San Juan del Castillo
San Juan Francisco R‚gis
San Isaac Jogues
San René Goupil
San Juan de La Lande
San Juan de Brébeuf
San Antonio Daniel
San Gabriel Lalement
San Carlos Garnier
San Natal Chabanel
San Andrés Bóbola
Santo Tomás Garnet
San Edmundo Arrowsmith
San Enrique Morse
San Felipe Evans
San David Lewis
San Juan de Brito
San Melchor Grodiezcki
San István Pongrácz
San Francisco de Jerónimo
San José Pignatelli
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Nihil Obstat
Imprimi Potest
Juan Díaz Martínez, S.J.
Provincial de la Compañía de Jesús en Chile
Santiago,
Imprimatur
Sergio Valech Aldunate
Vicario General de Santiago de Chile
Santiago
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