Guáimaro Alborada en la historia constitucional cubana ANDRY MATILLA CORREA (LA HABANA, 1976). Licenciado en Derecho por la Universidad de La Habana y doctor en Ciencias Jurídicas. Es profesor de Derecho Administrativo de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Miembro de la Directiva nacional de la Sociedad Cubana de Derecho Constitucional y Administrativo de la Unión Nacional de Juristas de Cuba. Miembro fundador de la Asociación Internacional de Derecho Administrativo. Presidente adjunto del Área del Caribe de la Asociación Internacional de Derecho Administrativo. Miembro del Foro Iberoamericano de Derecho Administrativo. CARLOS MANUEL VILLABELLA ARMENGOL (CAMAGÜEY, 1961) se especializó en Derecho Constitucional y Ciencia Política por el Centro de Estudios Constitucionales de Madrid, es experto académico por la Universidad de Granada, España; doctor en Ciencias Jurídicas por la Universidad de la Habana, cursó estudios posdoctorales en la Universidad de Oviedo. Integra la Red internacional de Derecho Constitucional (DERECONS), la Directiva Nacional de la Sociedad Científica de Derecho Constitucional de Cuba y el Sistema Nacional de Investigadores de México. Ha impartido cursos de posgrado en diversas universidades e instituciones de Europa y América Latina y ha sido profesor invitado de la Escuela de Verano de la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado seis libros y más de 30 artículos en revistas y medios de Argentina, Cuba, Puerto Rico, México, Venezuela y España. Dirige la Revista IUS del Instituto de Ciencias de México y es miembro del Consejo Editorial de otras publicaciones en México y Cuba. Ha desempeñado diversas responsabilidades de dirección académica, entre ellas la de decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Camagüey en Cuba y director de Posgrado de la misma. Es profesor titular de la Universidad de Camagüey y profesor invitado del Centro de Ciencias Jurídicas de Puebla en México en donde dirige el Programa de Doctorado en Derecho. Guáimaro Alborada en la historia constitucional cubana Compilación de Andry Matilla Correa Carlos Manuel Villabella Armengol (Edición conmemorativa en el 140 Aniversario de la Constitución de Guáimaro) EDICIONES UNIVERSIDAD DE CAMAGÜEY, CUBA, 2009 EDICIÓN: Ernesto Piñero de Laosa CORRECCIÓN: Dayanna Álvarez Rodríguez DISEÑO INTERIOR Y DIAGRAMACIÓN: Osmaida Jiménez Rodríguez y Ernesto Piñero de Laosa DISEÑO DE CUBIERTA: Nazario Salazar ILUSTRACIONES DE CUBIERTA: Esteban Valderrama © Andry Matilla Correa, Carlos Manuel Villabella Armengol, 2009 © Sobre la presente edición: Ediciones Universidad de Camagüey Ediciones Universidad de Camagüey Centro de Gestión de Información Universidad de Camagüey Carretera Circunvalación Norte km 5 ½ Camagüey, Cuba (CP 74650) E-mail: A los primeros que hicieron realidad el sueño constitucional cubano. «[…] ¡Con qué cuidado debe andar la pluma, y con qué ternura, cuando se escribe sobre aquellos hombres! Otros andamos por la senda abierta: ¡ellos fueron los que abrieron la senda! Por donde quiera que andemos los de ahora, hemos de andar con el sombrero quitado. Lengua, todos tenemos; pero espadas, pocos. De lo más bello del mundo es aquella juventud imperiosa, que no quería república patricia ni historia a medias; y aquel patriciado que sentó canas con la juventud. El desinterés es lo más bello de la vida; y el interés es su fealdad. El día de la generosidad absoluta en la historia de Cuba, fue el día 10 de Abril». «El diez de abril» JOSÉ MARTÍ AGRADECIMIENTOS Es necesario dejar constancia del agradecimiento a quienes pusieron a nuestro servicio su tiempo y esfuerzos, para materializar esta compilación, sin su concurso este libro fuera sólo una idea latente. En consecuencia, agradecemos a: Natacha Imbert, subdirectora de Procesos Técnicos de la Biblioteca Nacional, Silvia Ibáñez Benítez y Yolanda Aymerich Romanico, del Departamento de Selección de dicha Biblioteca, quienes ¯ con la gentileza, la profesionalidad y el buen hacer que las caracterizan¯ nos allanaron el camino de acceso a algunos de los escritos que integran esta compilación; Giselle Paret García, Lena Carballo Alvisa, Giselle Quijano Estévez, Viviana Romero Hitchmann y Yahima Morejón Fernández, las cuales asumieron la mayor parte del proceso de transcripción de los trabajos originales; Carlos Fernández López, Zahira Castro Casals, Grisel Pasarin Casañas, Bárbaro Modesto Mederos Camejo y Lis Lorenzo Ávila, quienes ocuparon parte de su tiempo en el cotejo y corrección; queremos reconocer en particular el apoyo decidido de Lianet Goyás Céspedes, rectora de la Universidad de Camagüey, para la impresión del texto. A Ernesto Piñero de Laosa quien tuvo a su cargo el proceso editorial, y Dayanna Álvarez Rodríguez, que participó activamente en el mismo. ÍNDICE Proemio / 9 Texto de la Constitución de Guáimaro de 10 de abril de 1869 / 17 La Constitución de Guáimaro explicada por uno de sus redactores / 21 Antonio ZAMBRANA La Asamblea Nacional / 29 Néstor CARBONELL y Emeterio S. SANTOVENIA Constitución de Guáimaro / 37 Eugenio BETANCOURT AGRAMONTE La Constitución de Guáimaro 57 Ramón INFIESTA Y BAGÉS La Asamblea de Guáimaro / 76 Ramiro GUERRA Y SÁNCHEZ La Revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro /95 José Luciano FRANCO Significación y proyecciones de la Constitución de Guáimaro / 113 Enrique HERNÁNDEZ CORUJO La Constitución de Guáimaro / 124 Enrique HERNÁNDEZ CORUJO La labor constituyentista de Ignacio Agramonte / 144 Tirso CLEMENTE DÍAZ La Constitución de Guáimaro / 169 Orestes HERNÁNDEZ MAS Céspedes y Agramonte constitucionalistas / 187 Fabio Raimundo TORRADO La Constitución de Guáimaro / 197 Julio FERNÁNDEZ BULTÉ Facsímil de la Constitución de Guáimaro (Archivo Nacional) 8 PROEMIO La revolución cubana, ente vivo que atraviesa tres siglos y fragua que ha delineado el ethos cubano, comienza el 10 de Octubre de 1868. No obstante, hay que destacar que ese día inaugural y ese acto germinal de Carlos Manuel de Céspedes se encuentra fertilizado por un largo suceder de hechos en los que va tomando cuerpo la nación cubana, en el transcurso de los cuales el primigenio pensamiento disidente se torna criollo y la identificación hacia la tierra en donde se nació se vuelca amor patrio. Es destello prístino del criollismo, las narraciones de El Espejo de Paciencia de Silvestre de Balboa de 1603. Es expresión de la bizarría de los hijos del país o la gente de la tierra como solía decirse con dejo despectivo, las heroicas acciones del Regidor de Guanabacoa José Antonio Gómez y Bullones (Pepe Antonio) frente a los ingleses en 1762. Es carta de presentación ideológica del patriciado "El Discurso sobre la agricultura de La Habana y medios de fomentarla" de Francisco de Arango y Parreño en 1792. Es manifestación auroral de cubanismo El laúd del desterrado editado en 1858, poemario que publica la prosa de un grupo de bardos del romanticismo (Juan Clemente Zenea, José María Heredia, Leopoldo Turla, Miguel Teurbe Tolón, Pedro Ángel Castellón, Pedro Santacilia y José Agustín Quintero), corriente que se amalgama en nuestro entorno de autoctonía, costumbrismo y pasión patriótica. Son chispas relevantes en la forja de la nación cubana las frustradas sublevaciones de Francisco Agüero Velasco en 1826 y Joaquín de Agüero y Agüero en 1851. 9 En esa misma tesitura es necesario comprender que el pensamiento independentista que eclosiona en La Demajagua significa la radicalización de un largo evolucionar de ideas políticas que durante toda la primera mitad del siglo XIX se entremezclan, las que constituyen expresión de opciones a la solución de las problemáticas económicas, sociales y políticas de la Isla. En ese haz se desarrolla lentamente esta tendencia, que tiene sus primeras manifestaciones durante la década del veinte y el treinta a través de movimientos conspirativos, acciones armadas o intentos de invasión organizados desde el exterior.1 De esta forma, sin demeritar los hechos militares que se produjeron durante el lapso de octubre de 1868 a abril de 1869, en particular la mítica toma de Bayamo en donde nace nuestro himno nacional, la Asamblea de Guáimaro deviene en hecho trascendente que marca el epílogo del inicio de la revolución y el alba del Derecho Constitucional cubano. Lo acontecido durante los días 10, 11 y 12 de abril de 1869 en el poblado de Guáimaro y la Constitución que emana de esta asamblea de representantes, devenida en consti1 En parte de la historiografía cubana se ha enfocado de manera maniquea y estereotipada la dinámica ideológica decimonónica y los matices de las diferentes tendencias ideológicas, en particular del reformismo y el anexionismo, enfocándose éstas en muchos casos de manera dogmática y afirmando que la primera era timorata y la segunda traidora. Un análisis detallado al respecto escapa a los propósitos de esta nota, pero sí es pertinente señalar que en muchos casos las valoraciones no se contextualizan adecuadamente y no se comprende que hasta que las contradicciones existentes no llegaron a un punto de madurez determinado, cultivado entre otras cosas por los fracasos de las tendencias reformista y anexionista, el independentismo no fue una opción definitiva. Un esquema seguido por algunos autores que ayuda a comprender esto que se señala y que hay que aceptar sin dogmatismo, es el que plantea que entre 1800 y 1820 brota la primera y más tímida etapa reformista; de 1820 a 1830 se dan las primeras manifestaciones independentistas a través de diversos movimientos conspirativos; entre 1830 y 1837 adviene una segunda etapa reformista que postula más claramente el autonomismo; de 1837 a 1845 se desarrolla un período anexionista en el que se encuentra un abanico de matices y de 1859 a 1866 resurge una tercera etapa reformista con la Junta de Información. Sergio AGUIRRE: Nacionalidad y nación en el siglo XIX cubano, p. 7, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990. 10 tuyentista, ha sido profusamente estudiado por historiadores, juristas y politólogos; aunque no siempre las miradas coinciden totalmente o todas las aristas son interpretadas de la misma manera. El desarrollo de esta reunión, así como algunos de los pormenores del texto, no pueden ser comprendidos íntegramente sin entender que en la misma se dirimen las diferencias entre los camagüeyanos y los orientales respecto al carácter del gobierno, la relación entre el mando militar y el civil y la esclavitud. Se escapa de las posibilidades de este introito analizar los diferentes matices del pensamiento político de Ignacio Agramonte y Carlos Manuel de Céspedes dirimido durante el proceso constituyente o comentar en detalle el articulado de la constitución, pero sí nos parece válido destacar a manera de rasgos importantes del texto constitucional los siguientes: establece en el preámbulo una concatenación discursiva entre soberanía nacional, representación, pueblo libre e Isla de Cuba, que constituye signo de identidad de la nacionalidad cubana que en los siguientes años terminará por cuajar; reconoce la libertad como derecho, con lo cual implícitamente se declara abolida la esclavitud; provee a la revolución de una fisonomía republicana y civilista; subordina el mando de las operaciones militares al poder civil, lo cual va a ser una arista de constante polémica durante esta primera etapa de la lucha por la independencia; adopta una estructura administrativa federal que luego no llega a desarrollarse. También es necesario destacar su papel precursor respecto al Estado y al Derecho nacional, lo que constituye su principal valía. Así, puede subrayarse que la Constitución de Guáimaro: 1. Constituye simiente del Derecho Constitucional cubano. 2. Presupuesta al Estado nacional. 3. La actividad legislativa que a su vera se promulga contorna la aurora del Derecho cubano. 4. Representa la radicalización del pensamiento político. 11 5. Significa un hito importante en la conformación de la nacionalidad cubana. 6. Logra la unidad e institucionalización de la revolución, por lo que legitima a ésta en lo interno y en lo externo. 7. Condensa la opción civilista, republicana y juridicista como fisonomía del proceso revolucionario. A diferencia de estos aspectos que reconocen todos los estudiosos, con unas u otras palabras, existen otros ángulos más controvertibles y sobre los cuales los enfoques divergen. Uno es el relacionado con la forma de gobierno, otro el atinente a la pertinencia de la estructura institucional erigida y un tercero tiene que ver con la vitalidad existencial y funcional del sistema organizacional allí creado. La Constitución adopta una estructura estatal integrada por la Cámara de Representantes que detenta la función legislativa y el Presidente asistido por los Secretarios de Despacho con la función ejecutiva, aunque la primera concentra casi la totalidad de atribuciones, por lo que deviene en máximo órgano de poder. De esta forma, hay autores que han querido ver en este diagrama una forma de gobierno presidencial a partir del énfasis que se pone en señalar que el poder ejecutivo reside en un presidente, sin embargo ello es insostenible por lo señalado. Por el contrario, otros autores2 han considerado la existencia de un parlamentarismo determinado por la preponderancia de éste órgano y el hecho de que la misma nombra al Presidente y los Secretarios de Despacho; sin embargo esto es también difícil de soportar ante la inexistencia de un órgano de gobierno como tal. Tertium genus, no faltan quienes3 hablan de un sistema convencional, lo cual también es incongruente ante la inexistencia de un órgano ejecutivo. 2 Ramón INFIESTA. Historia Constitucional de Cuba, p. 259, 2da edición, Cultural S.A., La Habana, 1951. 3 Orestes HERNÁNDEZ MÁS. «El constitucionalismo revolucionario y su abandono en la república neocolonial (1era. parte)», Revista Cubana de Derecho, Año IV (9): 20, enero-junio, La Habana, 1975. 12 En nuestra opinión se diseña, seguramente de manera inconsciente y obligado por la fuerza de la coyuntura, una forma de gobierno de asamblea,4 modelo que recibe las influencias del constitucionalismo inglés y francés.5 Un aspecto menos especulativo y de más hondo calado en el derrotero de la guerra, es el relativo a que el idealismo de los padres fundadores de la Constitución —en particular el grupo camagüeyano— da por resultado un texto que se ha tildado de oligarca, excesivamente democrático, estorboso para la guerra y rémora para la revolución. Sobre este particular consideramos que aunque ciertamente hubo mucho de lirismo en los discursos de la asamblea y romanticismo en Agramonte y sus seguidores, la Constitución fue el producto que objetivamente se podía concebir en esas condiciones, por la urgencia del momento y por el choque de ideas que en ella subyacía, las que provienen de hombres apasionados que, con un mismo ideal, poseían formaciones diferentes y concepciones distintas de 4 CARLOS VILLABELLA ARMENGOL: Historia Constitucional y poder político en Cuba, p. 58, Ed. Ácana, Camagüey, 2009. 5 Dentro del sistema parlamentario es posible encontrar diferentes tipologías de acuerdo a cómo se desarrolle la relación entre los órganos centrales de poder, así es posible distinguir el modelo clásico, el de predominio del parlamento, el de superioridad del gobierno y el de hegemonía del primer ministro o modelo del premier. El modelo de asamblea tuvo su primer antecedente en el Parlamento Largo de Inglaterra que funcionó de 1640 a 1649 y su origen constitucional en el texto francés de 1793 que instituyó a la Convención Nacional como asamblea que reunía los poderes legislativos y ejecutivos, de cuyo seno se eligió a un Consejo Ejecutivo integrado por 24 miembros encargado de la dirección y vigilancia de la administración y la ejecución de las leyes, el que se desempeñó como agencia suya. De esta manera, puede señalarse que el mismo se caracteriza por la existencia de una asamblea unicameral elegida popularmente y reconocida como órgano supremo con funciones legislativas-ejecutivas, la que designa un ejecutivo (típicamente un comité) que desempeña funciones muy regladas (generalmente de carácter técnico, coordinación, impulso, inspección) que la anterior le encomienda y roles ceremoniales. 6 Ramiro GUERRA: Guerra de los 10 años, t. I, p. 258, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1972. 13 cómo hacer la guerra. Por ello, el texto fue una transacción política que tributó a la unidad indispensable para la lucha. Como se ha reconocido, a Guáimaro no se fue a tratar de establecer un sistema ideal de gobierno para Cuba, dadas las apremiantes circunstancias, el objetivo era lograr acuerdo y sentar las bases institucionales de la revolución, y ese propósito quedó asegurado. Las evidencias históricas son que no obstante el espiritualismo e idealismo se hizo política práctica y realista.6 Más complejo resulta valorar la cuestión de la existencia práctica y el funcionamiento del Estado emergente de Guáimaro, es decir, considerar si en stricto sensu hubo un Estado entre 1868 y 1878. Desde la historia se pondera el hecho constituyente y legitimador pero muy pocos autores se atreven a sostener la noción de Estado. Más bien, como se ha comentado, se menciona la idea de lo engorroso de las formas jurídico-constitucionales para las condiciones de insurrección. Desde el Derecho se ha abordado el contenido de la constitución y las instituciones que de ella se derivan con mayor sustancia. Pero de manera general puede decirse que en el abordaje del asunto existe una visión de la República en Armas del siglo XIX como un referente simbólico. Es una tesis a probar el hecho de que en Guáimaro haya nacido en la práctica el Estado cubano, y sobre todo, que éste haya tenido un desarrollo funcional en los años subsiguientes. En todo caso, de ser aceptada esta idea habría que sostener desde una perspectiva marxista cuál es la naturaleza del mismo, cómo se manifiestan los elementos configuradores de éste, cuáles son los caracteres particulares que adoptaron los rasgos que lo corporizan y cómo se desarrollaron sus funciones internas y externas. La compilación que damos a conocer bajo el título Guáimaro: alborada en la historia constitucional cubana, 7 Ramiro VALDÉS GALARRAGA: Diccionario del pensamiento martiano, p. 258, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2002. 14 está integrada por doce trabajos relacionados con este documento jurídico, los que han sido capturados fielmente de las ediciones originales. Muchos de ellos son parte de textos de mayor alcance temático, aunque aquí los hemos presentado de manera independiente, sin que por eso se vean afectados en su sustancia. Son estudios que han devenido en análisis de importancia insoslayable en relación con la temática a la que se refieren y en ese sentido resultan de obligada consulta cuando se trata de acercarse al estudio de esta Constitución. Sin embargo, y debido a circunstancias diversas, no pocos de estos textos han caído en el olvido por parte de quienes se acercan contemporáneamente al campo de la historia jurídica nacional, la que integra un rico patrimonio que en ocasiones ha sido insuficientemente aprovechado por las nuevas generaciones de estudiantes y estudiosos de la ciencia jurídica nacional. De tal suerte, se reúnen aquí escritos que han salido de plumas pertenecientes a diversas épocas, que han visto la luz en momentos diferentes —van desde una fecha bien cercana a la elaboración del documento constitucional, hasta el primer lustro del siglo que corre— y que han sido elaborados desde ángulos de apreciación de la realidad igualmente disímiles, los que en su exposición de conjunto brindan un acercamiento a la primera constitución cubana de una manera histórica, política y jurídica. De los autores de esos textos hay mucho que decir, pero baste ahora señalar sólo algún elemento clave para recordar a los que más sobresalen: uno de los redactores de aquella Constitución que nos dejó una visión originaria sobre ese cuerpo jurídico fundamental (Antonio Zambrana); imprescindibles figuras del estudio de la Historia patria (Néstor Carbonell, Emeterio S. Santovenia, Ramiro Guerra y Sánchez, José Luciano Franco) y grandes maestros del Derecho que nos legaron su visión jurídica desde el lado de la historia, en tiempos diferentes (Ramón Infiesta y Bagés, Enrique Hernández Corujo, Tirso Clemente Díaz, Orestes Hernández Mas, Julio Fernández Bulté). 15 Finalmente, deseamos subrayar que el objetivo principal de esta obra que se publica en ocasión del 140 aniversario de la Constitución de Guáimaro, es hacer volver las miradas hacia un monumento histórico, jurídico y político que constituye jalón en nuestra cubanía y que encierra claves de nuestro proyecto revolucionario. Como señaló José Martí, es necesario estudiar la historia "[…] para develar el alma de una nación, para generar de ella lo que pudo ser y tuvo que ser, para que perdure y valga, para que inspire y fortalezca[…]", cuestión que también señalaba hay que hacer con objetividad, porque la misma "[…] no es cera que se amolda a nuestras manos caprichosa ni cabe fantasear sobre motivo histórico, como tampoco ha de construirse con arreglos a las creencias parciales y sectarias del que la escribe".7 Si quienes se acerquen a estas páginas encuentran en ellas utilidad, nuestro objetivo estará cumplido. LOS COMPILADORES 16 Texto de la Constitución de Guáimaro de 10 de abril de 1869 * Constitución política que regirá lo que dure la Guerra de Independencia. Artículo 1.- El Poder Legislativo residirá en una Cámara de Representantes. Artículo 2.- A esta Cámara concurrirá igual representación por cada uno de los cuatro estados en que queda desde este instante dividida la Isla. Artículo 3.- Estos estados son: Oriente, Camagüey, Las Villas y Occidente. Artículo 4.- Sólo pueden ser representantes los ciudadanos de la República mayores de veinte años. Artículo 5.- El cargo de representantes es incompatible con todos los demás de la República. Artículo 6.- Cuando ocurran vacantes en la representación de algún estado, el ejecutivo del mismo dictará las medidas necesarias para la nueva elección. Artículo 7.- La Cámara de Representantes nombrará el Presidente encargado del Poder Ejecutivo, el General en Jefe, el Presidente de las sesiones y demás empleados suyos. El General en Jefe está subordinado al Ejecutivo y debe darle cuenta de sus operaciones. Artículo 8.- Ante la Cámara de Representantes deben ser acusados, cuando hubiere lugar, el Presidente de la República, el General en Jefe y los miembros de la Cámara. Esta acusación puede hacerse por cualquier ciudadano: si la Cámara la encuentra atendible, someterá el acusado al Poder Judicial. Artículo 9.- La Cámara de Representantes puede deponer libremente a los funcionarios cuyo nombramiento le corresponde. Artículo 10.- Las decisiones legislativas de la Cámara necesitan para ser obligatorias la sanción del Presidente. * Tomado de Hortensia Pichardo: "Constitución de Guáimaro", en Documentos para la Historia de Cuba, t. I, pp. 386-391, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 2000. 17 Artículo 11.- Si no la obtuvieren, volverán inmediatamente a la Cámara para nueva deliberación, en la que se tendrán en cuenta las objeciones que el Presidente presentare. Artículo 12.- El Presidente está obligado en el término de diez días a impartir su aprobación a los proyectos de ley o a negarla. Artículo 13.- Acordada por segunda vez una resolución de la Cámara, la sanción será forzosa para el Presidente. Artículo 14.- Deben ser objetos indispensablemente de ley: las contribuciones, los empréstitos públicos, la ratificación de los tratados, la declaración y conclusión de la guerra, la autorización al Presidente para conceder patentes de corso, levantar tropas y mantenerlas, proveer y sostener una armada, y la declaración de represalias con respecto al enemigo. Artículo 15.- La Cámara de Representantes se constituye en sesión permanente desde el momento en que los representantes del pueblo ratifiquen esta ley fundamental, hasta que termine la guerra. Artículo 16.- El Poder Ejecutivo residirá en el Presidente de la República. Artículo 17.- Para ser Presidente se requiere la edad de treinta años y haber nacido en la Isla de Cuba. Artículo 18.- El Presidente puede celebrar tratados con la ratificación de la Cámara. Artículo 19.- Designará los embajadores, ministros plenipotenciarios y cónsules de la República en los países extranjeros. Artículo 20.- Recibirá los embajadores, cuidará de que se ejecuten fielmente las leyes y expedirá sus despachos a todos los empleados de la República. Artículo 21.- Los secretarios del despacho serán nombrados por la Cámara a propuesta del Presidente. Artículo 22.- El Poder Judicial es independiente, su organización será objeto de una ley especial. Artículo 23.- Para ser elector se requieren las mismas condiciones que para ser elegido. Artículo 24.- Todos los habitantes de la República son enteramente libres. Artículo 25.- Todos los ciudadanos de la República se consideran soldados del Ejército Libertador. Artículo 26.- La República no reconoce dignidades, honores especiales, ni privilegio alguno. 18 Artículo 27.- Los ciudadanos de la República no podrán admitir honores ni distinciones de un país extranjero. Artículo 28.- La Cámara no podrá atacar las libertades de culto, imprenta, reunión pacífica, enseñanza y petición, ni derecho alguno inalienable del pueblo. Artículo 29.- Esta Constitución podrá enmendarse cuando la Cámara unánimemente lo determine. Esta Constitución fue votada en el pueblo libre de Guáimaro el 10 de Abril de 1869 por el ciudadano Carlos Manuel de Céspedes, Presidente de la Asamblea Constituyente, y los ciudadanos Diputados: Salvador Cisneros Betancourt, Francisco Sánchez, Miguel Betancourt Guerra, Ignacio Agramonte Loynaz, Antonio Zambrana, Jesús Rodríguez, Antonio Alcalá, José Izaguirre, Honorato Castillo, Miguel Gerónimo Gutiérrez, Arcadio García, Tranquilino Valdés, Antonio Lorda y Eduardo Machado. 19 Facsímil de la Constitución de Guámaro (Archivo Nacional) 20 La Constitución de Guáimaro explicada por uno de sus redactores* Antonio Zambrana E l día 10 de abril de 1869, se reunieron en el pueblo libre de Guáimaro el Jefe del Gobierno provisional de Oriente, los miembros de la Asamblea Camagüeyana, los de la Junta de Villa Clara, el C. Honorato del Castillo, representante de Sancti Spíritus, los C. C. Antonio Alcalá y Jesús Rodríguez, representantes de Holguín, y el C. José María Izaguirre que lo era de Jiguaní, y constituyéndose en Convención Nacional, por los poderes que los diversos pueblos insurreccionados habían recibido, acordaron establecer un Gobierno general, de carácter democrático-republicano, con la reserva de que la ley política para estatuir dicho gobierno se adoptase, fuese sometida a la ratificación de los pueblos que representaban y de que sólo se considerara obligatoria hasta la terminación de la Guerra de Independencia. Las razones que hemos explicado con anterioridad para que los miembros de la primera Cámara Legislativa que había de funcionar en la nueva República, no fuesen elegidos con arreglo a la población, determinaron a la Constituyente a establecer una anomalía. La República fue federativa, con cuatro Estados: Oriente, Camagüey, Las Villas y Occidente; pero estos Estados no tenían legislación especial ni el derecho de formarla, por más que se empeñó en que así se acordase el C. Salvador Cisneros Betancourt. Se quería sólo al exigir que cada Estado enviase el mismo número de mandatarios a la Cámara Legislativa, impedir la preponderancia exagerada de alguna de las agrupaciones en que por virtud del curso de los acontecimientos se encontraba dividido el país, y tener una garantía, para decir toda la verdad, de que ciertos principios fundamentales no se conculcasen con el tiempo, ya que en distintos grupos no se había mostrado el mismo interés por su reconocimiento y conservación. Mas después de garantizar esto, era ir muy lejos establecer legislaturas especiales, * Tomado de: A. ZAMBRANA: «La República de Cuba», en Cuadernos cubanos, pp. 31-43. 21 Antonio Zambrana que en el estado de guerra complicaban a lo sumo el mecanismo político, y por otra parte no estaban de acuerdo ni con la historia ni con la naturaleza del país, por lo que hubiera sido el admitirlas copiar sin discernimiento las instituciones norteamericanas. Otra irregularidad que merece explicación es la de haberse convenido en que Oriente tendría diez Representantes en la Cámara Legislativa, mientras que Camagüey, Las Villas y Occidente sólo tendrían cinco, dándose para compensar esta preeminencia valor doble al voto de los Representantes de los tres últimos Estados. No se ocultaba a ninguno de los miembros de la Convención Nacional las desventajas de tan extraño sistema; pero para descargo suyo, deben tenerse en cuenta las circunstancias del momento. Había hecho Céspedes elegir antes de las conferencias diez diputados en la comarca sometida a su gobierno, y al tratarse de la unión consideró como una de sus bases indispensables que se admitieran todos en la futura Cámara. No fue dable inclinarle a que cediera en este punto, y con establecer que cada Estado tuviese diez Representantes venía a hacer casi imposible la reunión del Cuerpo Legislativo. Prefiriose el inconveniente del doble voto con la esperanza de conseguir más adelante el remedio, y pasado algún tiempo, la representación de Oriente fue de cinco diputados, desapareciendo por tanto el doble voto de los demás. Se confirió, pues, el lleno del poder legislativo a una Cámara de Representantes, en la cual tenían, como en el Senado de los Estados Unidos, la misma participación los cuatro Estados que componían la República, exigiéndose en los Representantes la condición de ciudadanos y la edad de veinte años por la que había de entrarse en perfecto ejercicio de los derechos civiles y políticos, y determinándose que hubiesen de ser indispensables objetos de una ley las contribuciones, los empréstitos públicos, la ratificación de los tratados, la declaración y conclusión de la guerra, la autorización del Presidente para conceder patentes de corso, levantar tropas y mantenerlas, proveer y sostener una armada y la declaración de represalias con respecto al enemigo. La Cámara debía nombrar al Presidente encargado del poder ejecutivo y al General en Jefe del Ejército Libertador, podía deponerlos sin previa formación de causa, y sin explicar los motivos de la medida. Era de este modo la depositaria de la autoridad suprema; el verdadero centro del poder público; la entidad realmente responsa- 22 La Constitución de Guáimaro explicada por uno de sus redactores ble del Gobierno, cuya inspección y cuya influencia irían de seguro hasta los más pequeños detalles administrativos. No podía ser de otra manera: la preservación de los principios fundamentales del sistema republicano era la necesidad más apremiante después de la independencia del territorio. El nombramiento del Presidente del Ejecutivo significaba que la Cámara había recibido por un asentimiento entusiasta y unánime del pueblo el derecho de obrar en su nombre. El nombramiento del General en Jefe ponía al Ejército en las manos de la Cámara en vez de ponerlo en las del Gobierno. La deposición sin explicaciones y sin responsabilidad, hacía que el poder de la Cámara fuese efectivo y no nominal; la armaba para la defensa de las instituciones y evitaba escándalos y peligros considerables. Por los méritos de las personas, en quienes de antemano se sabía que habían de recaer esos dos importantes encargos, parecen estas precauciones una ingratitud; pero no hay ningún respeto personal que deba ponerse por encima del respeto que inspiran los pueblos y los principios. De Céspedes y de Quesada no se temía nada que fuese un mal sentimiento; pero sus errores podían tener en la suerte de Cuba influjo de la mayor trascendencia. En una ocasión solemne se demostró después que la Asamblea había sido sabia y previsora al reservar el poder legislativo, centinela y salvaguardia de la Constitución, autoridad suficiente para garantizarla de todo ataque. La Cámara, para llenar su misión se declaraba en sesión permanente, hasta que terminase la guerra. El cargo de Representante era incompatible con todos los demás de la República. Independiente, en perenne vigilancia, en perenne ejercicio; llamado a decidir por otro acuerdo si el Presidente, el General en Jefe o los diputados debían ser sometidos a un proceso en caso de que alguien les acusara, aquel Cuerpo reunía todos los elementos necesarios para sostener en medio de las dificultades de la lucha el imperio de la ley, resolviendo el problema de hacer compatibles el estado de guerra y la organización republicana, para dar a esta organización un carácter práctico, que es lo más importante en política y dejar sentado el precedente de que en ocasión alguna hay riesgos para la sociedad en vivir bajo su amparo. No resultó por eso una confusión de los poderes públicos que hubiera sido lamentable. Las decisiones legislativas necesitaban para hacerse obligatorias la sanción del Presidente, sujetándose en caso de no obtenerla a nueva deliberación. Si en el término de diez días no había comunicado el Ejecutivo sus obser- 23 Antonio Zambrana vaciones a la Cámara, o si a pesar de su veto se reiteraba la resolución, quedaba convertida en ley. En cuanto al poder judicial, no sólo se proclamó su independencia, prometiendo una ley especial para organizarlo, sino que se hizo expresa declaratoria de que los indultos generales que en determinadas circunstancias pudiese la Cámara acordar, no comprenderían a los delincuentes que hubieran sido ya condenados por los tribunales de justicia. Encargado el poder ejecutivo a un Presidente responsable se encomendaba a éste el cuidado de hacer cumplir y ejecutar las leyes; expedir sus despachos a todos los empleados de la República; recibir los representantes de gobiernos extranjeros, y nombrar cerca de ellos ministros plenipotenciarios y cónsules. El General en Jefe le estaba subordinado y debía rendirle cuenta de sus operaciones. Para ser Presidente era necesario tener treinta años y haber nacido en la Isla de Cuba. Como expresamos anteriormente —con excepción del cargo de Presidente—, la edad de veinte años habilitaba para el perfecto ejercicio de los derechos políticos y antes de pasar adelante nos parece oportuno transcribir el preámbulo y las disposiciones de la ley electoral dictada algún tiempo después por la Cámara de R. R. para que se forme un juicio completo acerca de la interesante materia: El derecho de elección, aunque renunciable, es de tal importancia en las Repúblicas constituidas, sobre la base del sufragio universal, que se hace necesario fijar las reglas a que ha de someterse su ejercicio para impedir graves confusiones e innumerables abusos. Nuestra Constitución política se limita a ordenar en su artículo 2 que concurra a la Cámara igual representación por cada uno de los cuatro Estados que componen la República, y en sus artículos 5 y 23 a determinar las condiciones de electores y elegibles para el cargo de Representante. La presente Ley tiende a llenar el vacío de que adolece aquélla, proclamando el principio de elecciones directas, y la división de los Estados en distritos políticos, que enviarán a la Asamblea Nacional los Representantes que respectivamente designen. También desaparece con ella la anomalía parlamentaria establecida por la resolución quinta de la Asamblea Constituyente que, al admitir el estado oriental con diez representantes y a los de Camagüey, Las Villas y Occidente con cinco, dispuso que tuviera "el voto de 24 La Constitución de Guáimaro explicada por uno de sus redactores cada uno de los Representantes de los tres últimos Estados un valor doble que el de cada uno de los de Oriente" y se estatuye el orden que debe seguirse en la elección de los funcionarios administrativos. Considerando la Constituyente que el estado occidental se encuentra moralmente revolucionado, pues sus actuales habitantes para levantarse totalmente en armas sólo esperan los indispensables elementos de guerra y muchos de los que lo habitan han emigrado al extranjero a fin de contribuir con sus esfuerzos y capitales al triunfo de la Revolución, sufren deportados o aprisionados en los presidios españoles, o se encuentran luchando por su nacionalidad e independencia, resolvió en su séptimo acuerdo que mientras no se establezca una representación enteramente legal del país, tengan entrada en el Cuerpo Legislativo a nombre del Occidente los que sean elegidos por los cubanos de aquel Estado que se encuentran en el territorio pronunciado. Al proceder de esta manera se tuvo en cuenta que aquellos que buscaron las fatigas del combate, y derraman su sangre por cimentar la libertad de su patria, dignamente representan a oprimidos y expatriados que no pueden por sí mismos usar de sus derechos, impidiéndoselo, la ausencia a unos y a otros la tiranía que sobre ellos pesa; y es legítimo que contribuyan a la formación de esta Asamblea por medio de sus mandatarios. En atención a lo expuesto, se respeta la excepción anterior en tanto se regularice el alzamiento de Occidente. Por último, como además de los ciudadanos de Occidente, otros han emigrado por motivos de guerra a distritos o estados de que no son vecinos, se reconoce en este decreto que al hecho nada significa en ciertos casos contra sus facultades electorales: semejante al derecho postliminio que la República Romana consignó en sus códigos, les asiste el de no considerarse fuera de sus hogares por más que la fuerza de los acontecimientos y el odio a la injusticia les hayan obligado a abandonarlos. Por tanto la Cámara de R. R. decreta: Art.1 Queda dividido cada estado en siete Distritos políticos, que respectivamente tendrán un Representante. Art. 2 El de Oriente comprende los de Baracoa, Guantánamos, Cuba, Holguín, Jiguaní, Bayamo y Manzanillo. Art.3 El de Camagüey abarca a Tunas, que abraza esta prefectura, y a la de Unique y Yariguá: Guáimaro, formado por la de este nombre, Nuevas Grandes y Cabaiguán; Sibanicú; con ésta, Cascorro y Méndez; Najasa, que encierra además de ésta a Maraguán y Mayanabo; Camujiro, que además de ésta tiene a San Pedro y Porcayo; Caonao, extendido por la Prefectura de su nombre, Urabo y Yaguajay, y Cubitas, que se extiende por esta Prefectura a las de Jigüey y Magarabomba. Art. 4 El de Las Villas se compone de Remedios, Sancti Spíritus, Trinidad, Villa Clara, Sagua, Cienfuegos y Colón. 25 Antonio Zambrana Art. 5 El de Occidente contiene a Cárdenas, Matanzas, Güines, con esta jurisdicción y la de Bejucal; Guanabacoa, con ésta y las de Jaruco, Santa maría del Rosario y Santiago de las Vegas, Habana, Guanajay; con ésta, San Antonio de la Baños y Bahía Honda; y Pinar del Río, con ésta Mantua y San Cristóbal. Art.6 Puede ser elegido cualquier ciudadano de la República mayor de 20 años. Art.7 Sólo los vecinos tomarán parte en las elecciones de tenientes gobernadores, prefectos, subprefectos y adjuntos de que habla el artículo 37, sección segunda de la Ley de Organización Administrativa. En la elección de gobernador entrarán los vecinos del Estado respectivo. Los emigrados y militares de un distrito político, o de un Estado, que se hallen en otro, tendrán voto para nombrar el Representante del primitivo distrito o Estado, o el gobernador del Estado de que eran vecinos al estallar la Revolución. Art.8 Cuando deban verificarse en un Estado las elecciones a que se refiere el último párrafo del artículo anterior, el gobernador de él oficiará a los de los otros Estados a fin de que éstos den las órdenes oportunas para que se lleven a cabo dichas elecciones y hechas le remitan las actas correspondientes. Art.9 Al distrito en cuyo territorio no se pudieren hacer elecciones, le asignará la Cámara uno de los actuales representantes de su Estado. Art.10 Tan pronto como un distrito estuviere en condiciones de elegir representante, la Cámara dispondrá que lo verifique. Art.11 Ningún ciudadano puede votar más de una vez en la elección de un funcionario; si lo verificare sólo será válido su primer voto y es responsable criminalmente del fraude que comete. Art.12 A la Cámara corresponde dar aviso a los gobernadores de los Estados, por conducto del Ejecutivo, a fin de que dicten las medidas necesarias para que se verifique la elección de Representantes; y al Ejecutivo proveer a la de los funcionarios de la administración. Art.13 Al Ejecutivo corresponde fijar el plazo dentro del cual deben verificarse las elecciones de Representantes y gobernadores; a éstos el de los tenientes gobernadores; a los tenientes gobernadores el de los prefectos y a éstos el de los subprefectos y vecinos a quienes se contrae el artículo 37 de la mencionada ley administrativa. Art.14 Se convocará a los residentes en cada subprefectura con diez días de anticipación por lo menos, indicando en los cedulones, que al efecto se fijarán en todos los lugares públicos, el objeto, lugar, días y horas señalados. Siempre que fuere posible se citará además a domicilio por dos vecinos designados por el subprefecto, dándose lectura a la orden de convocatoria. Art.15 Los empleados militares verificarán su reunión sin salir del campamento, constituyendo la mesa electoral con el jefe de él y sus dos inmediatos en grado o en su defecto los que aquél eligiere. El jefe desem- 26 La Constitución de Guáimaro explicada por uno de sus redactores peñará el papel de presidente y designará a los dos miembros restantes su función de vocal o secretario. Art.16 La mesa de los ciudadanos no militares de la subprefectura constará cuando se trate de las elecciones de Representantes, Gobernador Civil, Tenientes gobernadores y prefectos, del subprefecto como presidente y los dos vecinos a que se refiere el artículo 37 ya citado, a cada uno de los cuales asignará el subprefecto su papel de vocal o secretario. Para elección de subprefectos y vecinos de que habla el artículo 37 nombrará el prefecto tres comisionados ad hoc, designando a cada cual el puesto que ocupa en la mesa. Art. 17 El presidente irá llamando a los electores sucesivamente y el secretario anotará el nombre de cada uno y el de la persona a quien diere su voto. Art.18 Llegada la hora de terminar la sesión, leerá el presidente la lista, atenderá las observaciones que se hagan, excepto las que se refieran a haber padecido error el votante en cuanto a la persona que eligió y la hará firmar por todos los electores presentes que supieren y los individuos de la mesa. Art.19 Los electores que funcionen en un distrito o Estado del que no fueren vecinos, no sólo harán constar sus nombres y apellidos, sino el lugar de aquél en que tenían su domicilio y la fecha en que lo abandonaron. Art. 20 En cada campamento y subprefectura quedará constancia de las actas respectivas autorizadas por la mesa. Art. 21 Los jefes de campamentos enviarán inmediatamente sus actas originales, cerradas y selladas, a la subprefectura en cuyo territorio se encuentran situados aquéllos. Los subprefectos remitirán también selladas y cerradas al prefecto respectivo, sin pérdida de tiempo, todas las actas que tuvieren, una vez concluida la elección. Los prefectos las harán llegar por el intermedio de los tenientes gobernadores al gobernador civil, quien las remitirá en el acto al Ejecutivo si se refieren al nombramiento de gobernador; y después de hecho el resumen de la votación, las enviará a la Cámara por conducto del Ejecutivo, si se trata de un representante del pueblo. A los gobernadores toca aprobar las elecciones de los tenientes gobernadores, prefectos, subprefectos y adjuntos. Art. 22 Se entiende elegido el funcionario que obtuviere mayoría relativa. Art. 23 Son nulos los votos; 1o. cuando el elector es menor de 20 años, no es ciudadano de la República, no tiene la vecindad que requiere el artículo 7o. o no se han llenado las condiciones prescritas por el artículo 19 en el caso de que éste se ocupa; 2o. cuando el electo no es ciudadano de la República o es menor de 20 años; 3o. cuando se dieren contraviniendo el artículo 11; 4o. cuando se hubiere intervenido fuerza o dolo. Art. 24 Son causas de nulidad para las actas: 1a la omisión de los trámites que exige el artículo 12; 2a la falta de convocatoria que dispone el 27 Antonio Zambrana artículo 14; 3a no estar constituida la mesa que corresponde; 4a no haberse observado la marcha que ordenan los artículos 17 y 18. Art. 25 Cualquier ciudadano puede presentar las quejas de nulidad dentro del término improrrogable de 30 días, a la autoridad que debe aprobar las actas respectivas. Pasado este término no surtirán efecto alguno en contra de las elecciones: se someterá no obstante el asunto al poder judicial para el castigo de los que resulten culpables. Art.26 La Cámara examinará las actas de los diputados, y si las aprobare fijará día para su entrada. Cuando se efectúen elecciones generales en uno, o en todos los Estados, los representantes ingresarán en la Cámara el mismo día. La Constituyente declaró además que la Cámara no podría atacar las libertades de culto, imprenta, reunión pacífica, enseñanza y petición ni derecho alguno inalienable del pueblo; que todos los ciudadanos de la República eran enteramente libres; que todos se consideraban soldados del Ejército Libertador, y que la República no reconocía dignidades, honores especiales, ni privilegio alguno. Determinó que fuese la bandera nacional la que levantaron Joaquín Agüero y Narciso López, para que la lucha de ahora se mirase como la continuación de aquella generosa protesta contra la tiranía española. Dispuso que se concedieran los derechos de la ciudadanía a todo americano que lo pretendiese, y para que la ley política que servía de base al nuevo orden de cosas estuviese al abrigo de las veleidades que producen los intereses y las pasiones del momento, resolvió que solo pudiera enmendarse la Constitución por acuerdo unánime de la Cámara Legislativa. La sesión memorable en que de esta manera quedó organizada la República Cubana, duró doce horas. La discusión, nunca turbada en ese día feliz por el embate de un sentimiento bastardo, sirvió para que se desenvolviesen majestuosamente en presencia de un pueblo 28 La Asamblea Nacional* Néstor Carbonell y Emeterio S. Santovenia Unión salvadora. —En Guáimaro. —Los de Oriente. —Los del Camagüey. —Los de las Villas. —Conferencias previas. —Los convencionales. —10 de abril. —La República. Sesión secreta. —Manifestaciones básicas. — Agramonte y Zambrana. —Proyecto de Constitución. —Discusión y aprobación. —Alborozo general. —Discursos. —11 de abril. —Ratificaciones. —La bandera. —En marcha. L a Revolución, mordida en las entrañas por los gusanos de la discordia, indudablemente hubiera pasado a ser, el año mismote 1869, anárquica algarada, sin médula y sin alma, de no haberse logrado refundir en una sola aspiración las de cuantos tenían dentro de ella autoridad. Pero, ¿cómo no habían de llegar a un acuerdo los que, sin más armas que las del honor, ni más promesas que las de la muerte, salieron a encararse con los usurpadores codiciosos de su tierra? ¿Acaso no era uno el sueño de los cubanos de Oriente, Camagüey y las Villas? Cuando se ama a la patria,—y es amarla el deber primero de todo ciudadano— por su bien se deponen los intereses personales: de la patria es mandar, y de sus hijos obedecer. Así lo entendió el perilustre Céspedes, y por eso, antes de que se le creyera loco de mando, ambicioso de poder, resignó en la magna Asamblea de Guáimaro las insignias de Capitán General, se despojó de la jefatura a que, por haber sido el primero en la hora del sacrificio, se creyó quizá con derecho indiscutible. Día sublime fue aquel en que, poniendo a un lado recelos y comadreos, proclamaron los representantes de Cuba libre la República y votaron su carta fundamental. Guáimaro no estuvo nunca más bello: el aire era de oro, las casas santuarios de amor, el cielo alto y azul, dosel purísimo de los creadores de un pueblo. El pueblo de Guáimaro, situado a unas doce leguas de Puerto Príncipe, casi en la raya divisoria de Oriente y Camagüey y con una población de mil almas, resultó el lugar designado para ser teatro del * CARBONELL, NÉSTOR y EMETERIO S. SANTOVENIA: Guáimaro. Reseña histórica de la primera Asamblea Constituyente y primera Cámara de Representantes de Cuba, p. 115 y ss., Imp. Seoane y Fernández, La Habana, 1919. 29 Néstor Carbonell y Emeterio S. Santovenia trascendental acontecimiento —uno en su esencia, pero múltiple por sus manifestaciones y consecuencias— de la proclamación de la República por todos los cubanos en armas, unidos por la comunidad de sus aspiraciones fundamentales y sometidos a iguales prescripciones, a idénticos derechos y deberes, que la Constitución allí votada y firmada reguló. ¡Guáimaro, —un día enaltecido por Joaquín de Agüero y Agüero, creándole una escuela en plena tenebrosidad colonial, y más tarde objeto preferente de la atención de los libertadores, pues que, apenas iniciada la contienda, se plantó allí la bandera blanco y azul y rojo— recibía ahora inmarcesible honor! Los sucesos de Tacajó, tan felizmente resueltos con la reconciliación de Céspedes y Mármol, y las conferencias del propio caudillo bayamés con Ignacio Mora, en Veguita, habían de sobra determinado una franca inteligencia entre orientales y camagüeyanos. La marcha acelerada hacia el saliente de los villareños, a despecho de la hostilidad del enemigo, y decididos, como se hallaban, a contribuir a la formación de un solo gobierno por cuantos y para cuantos luchaban por el mismo ideal, precipitó la buena disposición de los sometidos a la Capitanía General de Oriente y de los regidos por la Asamblea de Representantes del Centro. El momento dichoso de la fusión de las ansias y los esfuerzos patrióticos se vislumbró a principios de abril de 1869, y fue el día 8 de aquel mes inolvidable cuando comenzaron a concentrarse en Guáimaro los hombres más notables de la guerra. Pero, si Martí, el grande Apóstol, trazó con su pluma inmortal el cuadro magnífico de aquella hora sublime, su pintura, y no otra, dirá en seguida cómo entraron en Guáimaro los cubanos de Oriente, Camagüey y las Villas.1 ¿A quién salen a ver, éstos, saltando el mostrador, las casas saliéndose a los portales, las madres levantando en brazos a los hijos, un tendero español sombrero en mano, un negro canoso echándose de rodillas? Un hombre erguido y grave, trae a buen paso, alta la rienda, el caballo poderoso; manda por el imperio natural, más que por la estatura; lleva al sol la cabeza, de largos cabellos; los ojos, claros y firmes, ordenan, más que obedecen: es blanca la chamarreta, el sable de puño de oro, las polainas pulcras. "¡Y qué cortejo el que viene con Carlos Manuel de Céspedes! Francisco Vicente Aguilera, alto y tostado, y con la barba por el pecho, viene hablando, a paso de hacienda, con un anciano florido, muy blanco y canoso, 2 En la presente edición, esta cita se cotejó con: José Martí: "El 10 de abril", en Obras Completas, t. 4, pp. 383-385,Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1991. 30 La Asamblea Nacional con el abogado Ramón Céspedes. Van callados, del mucho amor el uno, y el otro de su seriedad natural, José María Izaguirre, que en los de Céspedes tiene sus ojos, y Eligio, el otro Izaguirre, rubio y barbado. Corte a caballo parece Francisco del Castillo, que trae a la guerra su fama y su fortuna, y en La Habana, cuando se enseñó, ganó silla de prohombre: y le conversa, con su habla de seda, José Joaquín Palma, muy mirado y celebrado, y muy arrogante en su retinto. El otro es Manuel Peña, todo brío y libertad, hecho al sol y al combate, brava alma en cuerpo nimio. Jesús Rodríguez es el otro, de más hechos que palabras, y hombre que se da, o se quita. Van y vienen, caracoleando, el ayudante Jorge Milanés, muy urbano y patricio; el gobernador Miguel Luis Aguilera, criado al campo leal, y prendado del jefe; y un mozo de ancha espalda, y mirada a la vez fogosa y tierna, que monta como quien nació para mandar, y es Fernando Figueredo. —En silencio pasan unas veces; y otras veces se oye un viva. "¿Por quién manda Céspedes que echen a vuelo las campanas, que Guáimaro se conmueva y alegre, que salga entero a recibir a una modesta comitiva? Entra Ignacio Agramonte, saliéndose del caballo, echando la mano por el aire, queriendo poner sobre las campanas la mano. El rubor le llena el rostro, y una angustia que tiene de cólera: "¡Que se callen, que se callen las campanas!" El bigote apenas sombrea el labio belfoso: la nariz le afina el rostro puro: lleva en los ojos su augusto sacrificio. Antonio Zambrana monta airoso, como clarín que va de silla, seguro y enfrenado; el Marqués va caído, el ardiente Salvador Cisneros, que es fuego todo bajo su marquesado, y cabalga como si llevara los pedazos mal compuestos; Francisco Sánchez Betancourt le trae a la patria lo que le queda aún del cuerpo pobre, y todos le preguntan, rodean y respetan. Pasa Eduardo Agramonte, bello y bueno, llevándose las almas. —¡Allá van, entre el polvo, los yareyes, y las crines, y las chamarretas! Los de las Villas llegaron más al paso, como quienes venían de marchas muy forzadas, y a bala viva ganaron el camino al enemigo. Les mandaba la escolta el polaco Roloff, noble jinete que sabe acometer, y sabe salvar, alto de frente, inquieto y franco de ojos, reñido con las esperas, e hijo fanático y errante de la libertad. Doctores y maestros y poetas y hacendados vienen con él; ¡y esto fue lo singular y sublime de la guerra en Cuba: que los ricos, que en todas partes se le oponen, en Cuba la hicieron! Por el valer y por los años hacía como de cabeza Miguel Jerónimo Gutiérrez, que se trajo a pelear el juicio cauteloso, el simple corazón, la cabeza inclinada, la lánguida poesía, el lento hablar: y su hijo. Honorato Castillo venía a levantar la ley sin la que las guerras paran en abuso, o derrota o deshonor, —y a volverse al combate, austero e impetuoso, bello por dentro, corto de figura, de alma clara y sobria. Manso, "como una dama", en la conversación, peinadas las barbas de oro, y todo él consejo y cortesía cabalgaba Eduardo Machado, ya comentando y midiendo; y con él Antonio Lorda, en quien el obstáculo de la obesidad hacía más admirable la bravura, y la constancia era igual a la llaneza; las 31 Néstor Carbonell y Emeterio S. Santovenia patillas negras se las echaba por el hombro: clavaba sus ojos claros. Arcadio García venía con ellos, natural y amistoso; y patria todo, y buena voluntad; y Antonio Alcalá, popular y querido, y cabeza en su región; y Tranquilino Valdés, de voto que pesa, hombre de arraigo y calma. Iba la cabalgata, fatigada y gloriosa: se disputaban a los valientes villareños las casas amigas: ¿no venían bajo un toldo de balas? Ya en Guáimaro los esforzados paladines, sucediéronse las conferencias para llegar a los acuerdos previos acerca de la forma de gobierno que había de adoptarse y de los puntos singulares de la Constitución de la República. El desinterés y la alteza de miras se abrieron paso en todos los espíritus. Quien declinó sus aspiraciones ante el criterio ajeno, quien alejó de sí hasta la más ligera sospecha de ambición de mando, quien supo predicar con el ejemplo la deposición absoluta de rivalidades entre sí, y el imperio del más entrañable amor. El resultado de los trabajos inmediatamente anteriores a los actos oficiales tuvo que ser, pues, en sumo grado satisfactorio, y no tardó en llegar el instante solemne de dar principio a la obra anhelada. Designáronse los que habían de realizarla: Carlos Manuel de Céspedes, Salvador Cisneros Betancourt, Francisco Sánchez Betancourt, Miguel Betancourt Guerra, Jesús Rodríguez, Antonio Alcalá, José María Izaguirre, Honorato del Castillo, Miguel Jerónimo Gutiérrez, Arcadio García, Tranquilino Valdés, Antonio Lorda, Eduardo Machado, Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana. El 10 de abril de 1869 —¡día de grandeza imperecedera para el cubano!— , a las ocho de la mañana, en hermosa casa de esquina hecha toda de cal y canto, reunidos en sesión secreta y bajo la presidencia de Céspedes, procedieron a la elección de presidente y a la de secretarios, recayendo la primera en el propio Céspedes y la segunda en Agramonte y Zambrana. Posesionados de sus respectivos cargos, Céspedes declaró constituída la Asamblea Nacional del pueblo cubano, hizo desde luego presente que las tareas de ésta se dirigían a discutir y votar la ley fundamental de la República que así quedaba proclamada y, en consecuencia y por unanimidad, se acordó formular las siguientes básicas manifestaciones: 1ª Que los Representantes reunidos en dicho lugar para establecer un gobierno general democrático en virtud de las circunstancias porque atravesaba la Isla, se consideraban autorizados para asumir su representación total y acordar lo que fuera conducente al indicado objeto, con la 32 La Asamblea Nacional reserva de que sus acuerdos serían sometidos, para su ratificación o enmienda, a los representantes de los diversos pueblos pronunciados, y de que más tarde, cuando fuera posible, y el país se encontrara legal y completamente representado, estableciera, en uso de su soberanía, la constitución política que entonces debiera regir. 2ª Que las discusiones que entonces se verificaran se sujeteran a las formas habituales en los cuerpos parlamentarios. 3ª Que la Isla de Cuba se considerara dividida en cuatro Estados: el de Occidente, el de las Villas, el de Camagüey y el de Oriente. 4ª Que la Cámara legislativa se constituyera por el concurso de los representantes de los cuatro Estados. 5ª Que el de Oriente enviara diez Representantes a la Cámara; cinco de Occidente, y este mismo número la Villas y el Camagüey, pero teniendo el voto de cada uno de los Representantes de los tres últimos Estados un valor doble que el de cada uno de los de Oriente. 6ª Que la mayoría en los casos de votación se constituyera por la mitad y un voto más de los que se dieran. 7ª Que en virtud de no poder establecerse en aquellas circunstancias una representación enteramente legal del país, vinieran a la Cámara, en nombre de las Villas, los miembros de la Junta Revolucionaria de Santa Clara, que se hallaban en Guáimaro, y, en nombre de Occidente, los que fueran elegidos por los cubanos de aquel Estado que se encontraran en el territorio pronunciado. 8ª Que todos los americanos que deseasen obtener nuestra ciudadanía quedarían equiparados a los habitantes de la Isla de Cuba. Inmediatamente después la Asamblea encomendó a sus Secretarios la redacción de un proyecto de Constitución, y se suspendió el acto. Cupo a Ignacio Agramonte y a Antonio Zambrana, la gloria, harto merecida por quienes en sí atesoraban talento y patriotismo extraordinarios, de completar y dar forma a los principios sustentados por los constituyentes. Abonada por los prestigios adquiridos en verdaderas lides intelectuales la reputación de los encargados de presentar a la Asamblea el código fundamental que la misma había de discutir y votar, la tarea verificada por Agramonte y Zambrana fue digna de ellos. El propio día 10 estaba terminada la honrosa labor de aquellos paladines de la democracia y ajustadores felices de tendencias discordes. La nueva reunión del cuerpo deliberante no podía hacerse aguardar, cuando en todos los pechos ardía, a modo de fuego sagrado, el ansia pura y bella de consagrar las aspiraciones del cubano rebelde. La segunda sesión de la Asamblea Nacional, en funciones de Asamblea Constituyente, se celebró el mismo 10 de abril. Comenzó a las cuatro de la tarde el acto público y solemne de discutir y votar el 33 Néstor Carbonell y Emeterio S. Santovenia proyecto de Constitución redactado por Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana. El Presidente inició la tarea pronunciando breves y sentenciosas frases, rebosantes de fe y emoción, alusivas a la trascendencia de la obra en marcha. La Asamblea, a presencia de regocijada muchedumbre, conoció en seguida el trabajo presentado por los secretarios, y, aceptado en su totalidad el proyecto, continuó con la discusión y votación de los artículos. Los primeros hasta el sexto, al igual que en el preámbulo, pasaron sin debate. El séptimo, desechada una enmienda de Miguel Jerónimo Gutiérrez tendiente a estatuir que el nombramiento de General en Jefe correspondiese al Presidente de la República, quedó aprobado con la aclaración indicada por Céspedes en el sentido de que ese funcionario militar estuviese subordinado al Ejecutivo. Proseguida la lectura de los preceptos constitucionales, la discusión de los relativos a la Cámara de Representantes fue sostenida por Cisneros, Sánchez Betancourt y Céspedes. La enmienda de Cisneros y Sánchez encaminada a que el plazo para aceptar o rechazar los proyectos de ley se redujese a cinco días, y la de Céspedes enderezada a conceder al Presidente el derecho de vetar dos veces una resolución de la Cámara, no prosperaron. Lo propio ocurrió respecto del artículo presentado por Cisneros, apoyado a medias por Rodríguez y combatido por Castillo, autorizando el funcionamiento de una Cámara Legislativa en cada Estado. Estableciendo el proyecto de Constitución que para ser Presidente debían requerirse idénticas condiciones que para ser Representante, Céspedes formuló una enmienda consistente en que la edad exigible fuese la de treinta años y que se tuviera por requisito indispensable el haber nacido en Cuba. Cisneros apoyó el primer extremo, y atacó el segundo con Lorda y Castillo. Cisneros y Lorda alegaron que en aquellos momentos y a la luz de los principios democráticos la nacionalidad nada significaba, y Castillo adujo, con acento vibrante, que los cubanos nacían para la República por la adquisición de la dignidad de hombres libres y como tales debían considerarse todos los que, cualquiera que resultase su procedencia, derramaban su sangre en semejante conquista. Céspedes apuntó el peligro de posibles conflictos entre la patria natural y la adoptiva y el ejemplo de muchos pueblos cultos, y su criterio acabó por triunfar. No alcanzó igual suerte en lo relativo a que residiese en el Presidente la facultad de indultar a los delincuentes políticos. Y mientras los 34 La Asamblea Nacional autores del proyecto arguyeron la necesidad de poner a salvo la independencia de los poderes y la doctrina de que las amnistías de la Cámara no debían favorecer a los ya condenados por los tribunales, Céspedes advirtió que el más bello atributo del poder era la clemencia. Una proposición de Alcalá referente a la inadmisión por los ciudadanos de la República de honores de país extranjero alguno, fue aprobada. Una enmienda de Cisneros encaminada a que la Constitución pudiese reformarse por las tres cuartas partes de la Cámara, se estimó inoportuna y desechable. Terminadas la lectura, discusión y votación del proyecto, el texto de la Constitución quedó así:2 ----------------------- El Presidente de la Asamblea Nacional, una vez votada la Constitución, usó de la palabra para ponderar la moderación y el juicio de que había dado muestra espléndida el pueblo, y, firmada la carta fundamental, declaró terminada la sesión, cerca de las ocho de la noche. Hubo discursos de convencionales y espectadores, enardecidos ante la hermosa realidad de la proclamación de la República libre y constitucional, que sería en lo adelante regida por los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. El suceso, en verdad, entrañaba una importancia excepcional y sugestiva. Un mismo código político regulaba ya la vida pública de todos los cubanos en armas. El caudillaje pernicioso y el regionalismo nocivo quedaban reemplazados por la Constitución, hija amorosa de los próceres del magno intento contra la tiranía secular. Pero no terminó entonces la obra de la Asamblea Nacional. Al día siguiente, el 11 de abril, a la una de la tarde, reuniose de nuevo bajo la presidencia de Céspedes y con asistencia de los demás representantes. Fueron leídas y aprobadas las actas de la sesión secreta y la pública del 10 y, por tanto, ratificada la Constitución de la República. Tres acuerdos se adoptaron inmediatamente. Uno, a propuesta de José María Izaguirre, consistió en que se invirtiera el orden en que se mencionaban en la Constitución los Estados, fundándose en la cronología de la Revolución. Otra resolución fue la relativa a la bandera que debía simbolizar el ideal cubano. Indicó Eduardo Machado, apoyado por Honorato del Castillo, que se adoptase la insignia levantada por Narciso López y Joaquín de Agüero, formada por un triángulo equilátero rojo con estrella blanca de cinco puntas, tres listas azules y dos blancas. Antonio Lorda y José María Izaguirre, abogando en igual sentido, señalaron asimismo la oportu2 En el original se cita el texto de la constitución, que aquí se suprime por aparecer completo al inicio de esta edición. N. del E. 35 Néstor Carbonell y Emeterio S. Santovenia nidad de ajustarse a las leyes de la heráldica, a lo que repuso Ignacio Agramonte que no había para qué tener éstas en cuenta, pues que, destinadas a arreglar los blasones y timbres de reyes y nobles, la República podía gloriarse de desatenderlas intencionalmente. Céspedes exhortó a los convencionales a que no se olvidasen de los triunfos de la enseña enarbolada en los campos de Yara, ni se agraviasen los títulos adquiridos por el departamento oriental. Seguidamente intervino en el debate Antonio Zambrana, y en un discurso elocuente, bellísimo, expuso que el abrazo de las tres regiones, sellando la ventura y la libertad de la patria común, acababa con los intereses y sentimientos que los habían dividido, y todos debieran estar conformes en decidirse por la bandera ensangrentada en 1851, porque era testimonio glorioso de que los cubanos se hallaban hacía tiempo combatiendo la opresión. La Asamblea, conmovida, determiinó que la bandera nacional fuese la del triángulo rojo, la que ahora ondea en las fortalezas y simboliza la República. Zambrana suscitó, por último, el tercer asunto de la sesión final de la Asamblea al manifestar ésta que la organización del Ejército sería objeto de una ley especial. El Presidente, sin más dilación, declaró terminados los trabajos de la Asamblea Nacional. Iba a ocupar inmediatamente su puesto la Cámara de Representantes, heredera del honor inmarcesible del cuerpo que acababa de dotar al país, desde el pueblo libre de Guáimaro, de instituciones propias, inspiradas en el amor al derecho, a la democracia y a la patria. 36 Constitución de Guáimaro* Eugenio Betancourt Agramonte 1. La Asamblea de todos los representantes de la Revolución en Guáimaro: primeros acuerdos. 2. Constitución de Guáimaro. 3. Comentario de la Constitución de Guáimaro. 4. Segundos acuerdos: cuestión de la bandera nacional; distribución de argos. 5. Investidura de Céspedes como Presidente de la República y de Quesada como General en Jefe. 6. Cuestión de la anexión de Cuba a los Estados Unidos de América. 1 l 4 de abril de 1869 acordaron salir de Sibanicú los jefes revo lucionarios del Camagüey y de las Villas, y el 9 de aquel mes entró en Guáimaro Carlos Manuel de Céspedes con trescientos hombres, y aquella misma noche obsequiaron al caudillo oriental con una gran comida los representantes del Centro. El día 10, a las ocho de la mañana, se reunieron en casa del ciudadano José María García los representantes de todos los revolucionarios cubanos para formar un gobierno republicano de acuerdo con las doctrinas liberales sustentadas por el Comité y la Asamblea del Camagüey. Hablando de esta reunión en Guáimaro, y señalando la impresión que hicieron en Ignacio Agramonte los preparativos que se hicieron a su llegada, escribía José Martí: E ¿Por quién manda Céspedes que echen a vuelo las campanas, que Guáimaro se conmueva y alegre, que salga entero a recibir una modesta comitiva? Entra Ignacio Agramonte, saliéndose del caballo, echando la mano por el aire, queriendo poner sobre las campanas la mano. El rubor le llena el rostro, y una angustia que tiene de cólera: "¡Que se callen, que se callen las campanas!" El bigote apenas sombrea el labio belfoso: la nariz le afina el rostro puro: lleva en los ojos su augusto sacrificio.1 * Tomado de: EUGENIO BETANCOURT AGRAMONTE: Ignacio Agramonte y la Revolución cubana, cap. 6, pp. 105-131. 1 CÉSPEDES y QUESADA, CARLOS Manuel de: Manuel de Quesada y Loynaz, p. 60, [s.n.], La Habana, 1925. En la presente edición, esta cita se cotejó con: José Martí: "El 10 de abril", en Obras Completas, t. 4, pp. 383-385, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1991. 37 Eugenio Betancourt En la reunión celebrada por la mañana se tomaron varios acuerdos acerca de la unión de todos los revolucionarios, y estos acuerdos se consignaron en la siguiente acta en que hicieron de secretarios Ignacio Agramonte y Loynaz y Antonio Zambrana: En el pueblo libre de Guáimaro, a las ocho de la mañana del diez de abril de 1869, reunidos los C. C. Carlos Manuel de Céspedes, Jefe del Gobierno Provisional del Departamento Oriental, Miguel Gutiérrez, Eduardo Machado, Antonio Lorda, Tranquilino Valdés y Arcadio García, representantes de Villa Clara, Honorato del Castillo, representante de Sancti Spíritus, Antonio Alcalá y Jesús Rodríguez, representantes de Holguín, José María Izaguirre, representante de Jiguaní, Salvador Cisneros Betancourt, Ignacio Agramonte Loynaz, Miguel Betancourt y Antonio Zambrana, representantes del Camagüey, y para conferenciar acerca de la unión de todos los Departamentos bajo un gobierno democrático; se procedió a la elección de Presidente y Secretarios, recayendo el primer encargo en el C. Carlos Manuel de Céspedes y los segundos en los C. C. Ignacio Agramonte Loynaz y Antonio Zambrana. Constituida de este modo la mesa, los C. C. arriba mencionados adoptaron unánimemente las siguientes resoluciones: 1o. Que los representantes reunidos en este lugar para establecer un gobierno general democrático y en virtud de las circunstancias que atravesamos se consideran autorizados para asumir la representación de toda la Isla y acordar la guerra conducente al indicado objeto con la reserva de que sus acuerdos serán sometidos para su ratificación o enmienda a los representantes de los diversos pueblos pronunciados y de que más tarde cuando sea posible que el país se encuentre legal y completamente representado, establezca en uso de su soberanía la constitución que haya entonces de regir. 2o. Que las discusiones que se han de verificar se sujeten a las formas habituales en los cuerpos parlamentarios. 3o. Que la Isla de Cuba se considere dividida en cuatro Estados: el Occidente, las Villas, el Camagüey y Oriente. 4o. Que la Cámara Legislativa se constituya por el concurso de los representantes de los cuatro Estados. 5o. Que la mayoría de los casos de votación se constituya por la mitad y un voto más de los que se dieren. 6o. Que en virtud de no poder establecerse en las actuales circunstancias una representación enteramente legal del país, vengan a la Cámara en nombre de las Villas los miembros de la Junta Revolucionaria de Villa Clara que se hallan en Guáimaro y en nombre del Occidente los que sean elegidos por los cubanos de aquel Estado que se encuentren en el territorio pronunciado. 7o. Que todos los americanos que deseen nuestra ciudadanía quedarán equiparados a los naturales de la Isla de Cuba. 38 Constitución de Guáimaro Se encomendó a los Secretarios la formación de un proyecto de ley política y concluyó el acto. Es copia. El Srio. Antonio Zambrana.2 2 Los ponentes de la Constitución cumplieron rápidamente su encargo, pues en menos de una hora, y ambos de pie, redactaron dicha ley política. Ese mismo día 10 de abril, a las cuatro de la tarde, presentaron Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana el proyecto de Constitución, que fue aceptado en conjunto, y se comenzó enseguida la discusión por artículo. El resultado de esta segunda sesión quedó resumido en la siguiente acta: En el pueblo libre de Guáimaro, a las cuatro de la tarde del diez de abril de 1869 se reunió la Cámara Constituyente, asistiendo los C. C. Carlos Manuel de Céspedes, presidente, Miguel Gutiérrez, Salvador de Cisneros, Manuel Valdés, Honorato del Castillo, Miguel Betancourt Guerra, José Mª Izaguirre, Arcadio García, Eduardo Machado, Antonio Lorda, Antonio Alcalá, Jesús Rodríguez, Francisco Sánchez y los secretarios que suscriben Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana. Abrió la sesión el C. presidente con una alocución sobre el objeto del acto. Presentose por los Secretarios el proyecto de constitución que previamente se les había encargado. Diósele lectura y se le aceptó en conjunto, empezando enseguida la discusión por artículos. Fueron aprobados unánimemente por la Cámara el preámbulo y los artículos 1o., 2o., 3o., 4o., 5o. y 6o., concebidos en estos términos: PREÁMBULO Los Representantes del pueblo libre de la Isla de Cuba, en uso de la soberanía nacional, establecemos provisionalmente la siguiente: Constitución política que regirá lo que dure la Guerra de Independencia. Art. 1o. El poder legislativo residirá en una Cámara de Representantes del pueblo. Art. 2o. A esta Cámara concurrirá igual representación por cada uno de los cuatro Estados en que se considera desde este instante dividida la Isla. Art. 3o. Estos Estados son: Occidente, las Villas, Camagüey y Oriente. Art. 4o. Sólo pueden ser Representantes los C. C. de la República mayores de veinte años. Art. 5o. El cargo de representante es incompatible con todos los demás de la República. 1 Comunicaciones de la Cámara de Representantes desde el día 10 de abril de 1869 hasta el día 10 de junio del mismo año, p. 7. 39 Eugenio Betancourt Art. 6o. Cuando ocurran vacantes en la representación de algún Estado, el ejecutivo mismo dictará las medidas necesarias para la nueva elección. Art. 7o. Que dice así: La Cámara de Representantes nombrará al Presidente encargado del poder ejecutivo, el General en Jefe, el Presidente de sus sesiones y demás empleados suyos, propuso el C. Miguel Gutiérrez la siguiente enmienda: el nombramiento del General en Jefe corresponde al Presidente de la República; fue apoyada por el C. Eduardo Machado. Sometido el punto a discusión, todos los otros miembros de la Cámara aceptaron el artículo. El C. Presidente propuso esta aclaración: Que el General en Jefe está subordinado al Ejecutivo y debe darle cuenta de sus operaciones, aclaración que fue admitida por los autores del proyecto y por la Cámara. Fue aprobado unánimemente el art. 8o. concebido en estos términos: Ante la Cámara de Representantes deben ser acusados cuando hubiere lugar, el Presidente de la República, el General en Jefe y los miembros de la Cámara. Esta acusación puede hacerse por cualquier ciudadano; si la Cámara la encuentra atendible, someterá el acuerdo al poder judicial. El art. 9o. dice así: La Cámara de Representantes puede deponer libremente a los funcionarios cuyo nombramiento le corresponde. El art. 10o.: las decisiones legislativas de la Cámara necesitan para ser obligatorias la sanción del Presidente. El art. 11o.: si no la obtuviesen volverán inmediatamente a la Cámara para nueva deliberación, en la que se tendrán en cuenta las objeciones que el Presidente presentare. Estos tres artículos fueron aprobados por unanimidad. Art. 12o. El Presidente está obligado en el término de diez días a impartir su aprobación a los proyectos de ley o negarla. El C. Salvador Cisneros propuso el término de cinco días. La enmienda fue apoyada por el C. Francisco Sánchez y desechada por la Cámara. Art. 13o. Acordada por segunda vez una resolución de la Cámara, la sanción será forzosa para el Presidente. El C. Carlos M. de Céspedes propuso que el Presidente pudiera oponer dos veces su veto a una resolución de la Cámara, que acordada por tercera vez adquiriese el carácter de ley; esta enmienda no fue apoyada ni aceptada. Art. 14o. Deben ser objetos indispensables de ley, las contribuciones, los empréstitos públicos, la ratificación de los tratados, la declaración y conclusión de la guerra, la autorización al Presidente para concertar patentes de corso, levantar las tropas y mantenerlas, proveer y sostener una armada y la declaración de represalias con respecto al enemigo. El C. Salvador Cisneros propuso que las contribuciones generales se votasen por la Cámara y las particulares de cada Estado por su legislatura respectiva. La discusión de este particular quedó aplazada para la Cámara deliberase sobre si podía o no constituirse en cada Estado una legislatura especial. 40 Constitución de Guáimaro Art. 15o. La Cámara de Representantes se constituye en sesión permanente desde el momento en que los Representantes del pueblo ratifiquen esta ley fundamental, hasta que termine la guerra. Concluía en este artículo lo referente al poder legislativo y en tal concepto el C. Salvador Cisneros presentó uno nuevo a la consideración de la Constituyente. Cada Estado tendrá una Cámara especial que legisle sobre asuntos locales. Sometido a discusión este punto, se hizo presente por los autores del proyecto que las legislaturas especiales estaban de acuerdo en los E. E. U. U. con las variadas condiciones con los distintos Estados de la Unión. Que en la isla de Cuba no producirían otro efecto que acrecentar las rencillas y divisiones provinciales, bastando por otra parte para garantizar las libertades del pueblo que la vida municipal tuviera todo el ensanche y la importancia que requiere, prescindiendo de que en las actuales circunstancias sería muy embarazoso y de gran riesgo el crear los cuerpos de que se trata. El C. Jesús Rodríguez propuso que se consignara en la Constitución el establecimiento de las legislaturas especiales para cuando fuere posible. El C. Castillo hizo presente que esa declaración daría lugar a cuestiones más tarde pudiendo pretender inoportunamente algún Estado que era llegado el caso de la posibilidad y que formulándose esta Constitución para el tiempo de la guerra en nada perjudica los derechos de los Estados concluido que sea el período revolucionario. La Cámara desechó el artículo y la enmienda. Art. 16o. El Poder Ejecutivo residirá en el Presidente de la República. Art. 17o. Para ser Presidente se requieren las mismas condiciones que para ser Representante. El art. 16o. fue aceptado unánimemente; acerca del inmediato, el C. Carlos Manuel de Céspedes enmendó que la edad exigible fuera de treinta años, y requisito indispensable para la Presidencia el haber nacido en la Isla de Cuba. Esta enmienda fue objeto de un vivo debate. El C. Cisneros la apoyó en el primer extremo y los C. C. Lorda y Castillo la atacaron con el mismo Cisneros en el segundo extremo. Los autores del proyecto se abstuvieron de defender el artículo. Los C. C. Lorda y Cisneros hicieron presente que en la época actual y a la luz de los principios democráticos la nacionalidad nada significaba y que un extranjero podía ser en casos determinados el más apto para la Presidencia. El C. Castillo, en una valiente peroración sustentó que los cubanos nacían hoy para la República por la adquisición de la dignidad de hombres libres en cuya conquista estaban derramando su sangre y que nacían como hijos de Cuba todos aquellos que cualquiera que fuese su procedencia, pelean y han peleado con nosotros. El C. Céspedes recomendó que podía originarse un conflicto entre la patria natural y la adoptiva del extranjero Presidente y que el ejemplo de la mayor parte de los pueblos cultos que habían establecido 41 Eugenio Betancourt en sus constituciones la cláusula por él solicitada era de tenerse en cuenta. Las enmiendas se aceptaron por mayoría. Art. 18o. El Presidente puede celebrar tratados con la ratificación de la Cámara. Art. 19o. Designará los embajadores, ministros plenipotenciarios y cónsules de la República en los países extranjeros. Art. 20o. Recibirá los embajadores, cuidará de que reejecuten fielmente las leyes y expedirá sus despachos a todos los empleados de la República. Aprobado por unanimidad. Art. 21o. El Presidente nombrará los secretarios del despacho. EL C. Céspedes propuso que fueran nombrados por la Cámara a propuesta del Presidente, proposición acogida con general aplauso. Art. 22o. El Poder Judicial es independiente, su organización será objeto de una Ley especial. Aceptado. En esta circunstancias propuso el C. Carlos Manuel de Céspedes que se concediera al Presidente de la República la facultad de indultar a los delincuentes políticos; rechazada la proposición por mayoría, propuso que este derecho residiese en la Cámara. Los autores del proyecto expusieron que pudiendo ejercerse un gobierno tiránico lo mismo por una corporación que por un hombre, la principal garantía de las libertades públicas estribaba en la independencia de los poderes, que esta independencia no era completa si las sentencias dictadas por postribunales podían alterarse en algún sentido y que si bien la Cámara tenía el derecho de declarar amnistías generales, lo que por cierto no era necesario consignar detenidamente, semejantes amnistías no debían alcanzar a los condenados por los tribunales. El C. Presidente sustentó que la clemencia era el más bello atributo del poder e hizo algunas otras consideraciones muy oportunas. La Cámara adoptó por mayoría la resolución de que no comprendiesen las amnistías generales a los ya sentenciados. Art. 23o. Para ser elector se requieren las mismas condiciones que para ser elegido. Art. 24o. Todos los habitantes de la República son enteramente libres. Art. 25o. Todos los ciudadanos de la República son considerados soldados del E. L. Art. 26o. La República no reconoce dignidades, honores especiales, ni privilegio alguno. El C. Alcalá propuso el siguiente artículo, que fue aceptado. Los ciudadanos de la República no podrán admitir honores ni distinciones de un país extranjero. Art. 27o. La Cámara no podrá atacar libertades de culto, imprenta, reunión pacífica, enseñanza y petición ni derecho alguno inalienable al pueblo. Todos aceptados. 42 Constitución de Guáimaro Art. 28o. Esta Constitución podrá enmendarse cuando la Cámara unánimemente lo determine. El C. Salvador Cisneros propuso que pudiera enmendarse la Constitución por las tres cuartas partes de los Representantes. La enmienda fue desechada El C. Presidente, habiendo concluido la discusión de la ley fundamental dio por terminado el acto con un breve discurso en que encarecía la moderación y el juicio de que había dado muestras el pueblo asistente a esta primera sesión de la Cámara. Se concedió enseguida la palabra a los individuos del pueblo que asistieron al acto sin carácter oficial, y usada por algunos discretamente cerrose a las ocho de la noche del diez de abril de 1869 la primera sesión de la Cámara de Representantes del pueblo libre de la Isla de Cuba.—El presidente Salvador Cisneros. El secretario Antonio Zambrana. La Constitución de Guáimaro quedó definitivamente redactada el día diez de abril de 1869 de la siguiente manera:3 -------------------------------------- 3 Con solamente leer este documento, se puede notar que la Constitución de Guáimaro en gran parte era el triunfo de las doctrinas de los revolucionarios del Camagüey, porque se hacía una declaración de los derechos del hombre, los que debía respetar el gobierno (Art. 28); se abolía radicalmente la esclavitud (Art.24); se separaban los poderes del Estado, el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial; y por último, dadas las necesidades de la guerra, se concentraba la soberanía en la Cámara de Representantes, entendiéndose así que el Comité y la Asamblea de Representantes habían sabido hacer progresar la revolución sin tiranía ni arbitrariedad, pero con severidad y disciplina, era necesario que la continuación de estos organismos (la Cámara de Representantes) tuviera un poder absoluto para organizar y dirigir la guerra, por los que el Presidente de la República y el General en Jefe del Ejército eran nombrados y podían ser depuestos libremente. A pesar de las inclinaciones liberales de Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana, autores del proyecto de Constitución, no olvidaron la realidad de los hechos y las necesidades de guerra, por lo que la Cámara de Representantes, con las facultades omnímodas 1 En el original seguidamente se cita el texto íntegro de la Constitución, con la siguiente referencia: J. C. Zamora: Derecho Constitucional, p. 216, Habana, 1925. Aquí no se reproduce porque aparece en este libro de forma independiente. V. pp. . (N. del E.) 43 Eugenio Betancourt que se le concedían, sin más limitación que la de respetar los derechos individuales, hacía que el gobierno cubano viniera casi a ser una oligarquía. No hubo más remedio que escoger entre ésta y la dictadura, y como que el candidato seguro de la Presidencia de la República era Carlos Manuel de Céspedes, que tenía la gloria de haber principiado la insurrección, este caudillo era contrario a todo régimen de gobierno que no fuera la dictadura a su favor, fue necesario asegurar el predominio de la Cámara de Representantes, que habría de defender las doctrinas de la democracia, o por lo menos, de la oligarquía, contra las inclinaciones dictatoriales de Carlos Manuel de Céspedes. Por muy previsor que fuera el proyecto de constitución, no podía armonizar las aspiraciones y los deseos de Carlos M. de Céspedes, que por meses enteros se había colocado en contra de la República, de la Constitución, de la separación de poderes, de la abolición radical de la esclavitud y de toda reforma sustancial hasta la conclusión de la guerra y la aspiración de la mayor parte de los revolucionarios de organizar una República sobre bases democráticas. Se impuso la opinión de la mayoría, pero la República cubana, como era de presumir, nació y vivió en una constante lucha entre el Presidente de la República y la Cámara de Representantes. La Constitución de Guáimaro preceptuaba en su artículo segundo que a la Cámara concurriría igual representación por cada uno de los cuatro Estados en que se dividía la Isla, y el propósito de hacer que cada Estado enviase el mismo número de mandatarios a la Cámara Legislativa, afirmaba Antonio Zambrana, fue el de "impedir la preponderancia exagerada de algunas de las agrupaciones en que por virtud del curso de los acontecimientos se encontraba dividido el país, y tener una garantía, para decir toda la verdad, de que ciertos principios fundamentales no se conculcasen con el tiempo, ya que en esos distintos grupos no se había mostrado el mismo interés por su reconocimiento y conservación".4 Los cuatro Estados en que se dividía Cuba no tenían legislaciones especiales, por más que así lo propuso Salvador Cisneros Betancourt, deseoso de adoptar el sistema federal norteamericano; pero fue rechazado este proyecto por Ignacio Agramonte y Anto1 A. Zambrana: La República de Cuba, p. 35, New York, 1873. 44 Constitución de Guáimaro nio Zambrana, que lo juzgaron inaplicable a Cuba por la comunidad de intereses y de costumbres de todos los habitantes de la isla y por la complicación y los gastos que originaría el sistema federal, sin provecho alguno. La razón a que obedecía lo consignado en el artículo segundo la dio Antonio Zambrana; se trataba de salvaguardar el régimen democrático y no de crear una república federal a imitación de la norteamericana, por lo que lejos de haberse dejado llevar los redactores de la Constitución de Guáimaro por teorías inaplicables, demostraron un sentido práctico que se ajustaba al conflicto de intereses entre los partidarios de la dictadura y los de la república democrática. Dice Antonio Zambrana que: [...] otra irregularidad que merece explicación es la de haberse convenido en que Oriente tendría diez representantes en la Cámara Legislativa, mientras que el Camagüey, las Villas y Occidente sólo tendrían cinco, dándose para compensar esta preeminencia valor doble al voto de los representantes de los tres últimos Estados. No se ocultaban a ninguno de los miembros de la Convención nacional las desventajas de tan extraño sistema; pero para descargo suyo, deben tenerse en cuenta las circunstancias del momento. Había hecho Céspedes elegir antes de las conferencias diez diputados en la comarca sometida a su gobierno, y al tratarse de la unión consideró como una de sus bases indispensables que se admitieran todos en la futura Cámara. No fue dable inclinarle a que cediera en este punto, y con establecer que cada Estado tuviera diez representantes venía a hacerse casi imposible la reunión del Cuerpo Legislativo. Prefiriose el inconveniente del doble voto con la esperanza de conseguir más adelante el remedio, y pasado algún tiempo, la representación de Oriente fue de cinco diputados, desapareciendo por tanto el doble voto de los demás. Con el sistema de gobierno creado en Guáimaro no se pretendía la reforma radical de toda la legislación española vigente en Cuba, porque esta obra debía hacerse después de concluida la guerra con todo el detenimiento que ella merecía, circunstancia de la que se dieron perfecta cuenta los ponentes de la Constitución, Agramonte y Zambrana, ambos aventajados letrados; se pretendía únicamente hacer aquellas reformas que quitaran al nuevo gobierno de Cuba los atributos de la tiranía que pertenecían al gobierno colonial español. Fue precisamente lo que hizo el gobierno de los Estados Unidos de América en su primera intervención en Cuba después de la Guerra Hispano-Americana, pues, 45 Eugenio Betancourt sin hacer desaparecer la legislación española, desde el primer momento fundó un gobierno sostenido en doctrinas liberales, suprimiendo las instituciones despóticas que habían lanzado a los cubanos a la revolución. Pero si bien el gobierno revolucionario creado en Guáimaro pretendía lograr el reconocimiento de los países extranjeros y el apoyo de los cubanos mediante su programa liberal y su organización republicana, entendieron sus creadores que en tiempo de guerra no era posible hacer una perfecta separación de los poderes, y por ese motivo se le dio el poder supremo a la Cámara de Representantes, en quien se tenía entera confianza en el momento de su creación. La facultad de nombrar y de deponer al General en Jefe ponía al Ejército a disposición de la Cámara. La misma facultad en cuanto al Presidente de la República la daba la supremacía sobre el poder ejecutivo y demostraba desde el principio el temor que se tenía de que Carlos Manuel de Céspedes procurara en lo sucesivo destruir el régimen republicano que había aceptado en contra de su voluntad manifiesta y reiterada. Los Secretarios del Despacho del Presidente eran nombrados por la Cámara a propuesta del Presidente y el veto presidencial sólo obligaba a la Cámara a considerarlo, pudiendo imponer su voluntad si sancionaba su proyecto por segunda vez por simple mayoría, por todo lo que se ve que lejos de haberse pretendido copiar ningún sistema extranjero, se creó un régimen de gobierno aplicable a las circunstancias especiales del caso. Quizás hubiera sido mejor que la Cámara hubiera delegado con el tiempo sus facultades extraordinarias en el Presidente de la República, que de hecho funcionara como un dictador, pero para ser dictador había que tener un renombre militar y político de que ningún cubano gozaba cuando se creó el gobierno de Guáimaro, y antes de conceder el poder supremo a un dictador de méritos desconocidos o discutibles, era práctico y necesario concedérselo a la Cámara. Aunque el sistema de gobierno creado en Guáimaro era original, no cabe duda de que los revolucionarios se inspiraron en los ejemplos dados al mundo por Francia en su famosa revolución de 1789 y por los Estados Unidos en su primera guerra de independencia. En Francia, uno de los primeros actos de los revolucionarios fue publicar una "Declaración de los derechos del hombre” y con el aliento de esta promesa de libertades se levantó en armas arrebatadamente la nación francesa, que más tarde, conducida por 46 Constitución de Guáimaro la Convención nacional, aseguró en el interior las doctrinas de la revolución, y en el exterior venció a la coalición de naciones extranjeras que se oponían a los progresos de la revolución. En los Estados Unidos, dirigió su revolución un Congreso General que al comenzar la guerra hizo la "Declaración de Independencia” de 4 de julio de 1776, con la que se dio a conocer al pueblo norteamericano y al mundo entero el propósito de la revolución y se logró el apoyo de todos los hombres liberales. Aquella nación tuvo la fortuna de contar con un militar y político del valor de Washington, en quien desde el principio tuvo confianza el pueblo y el Congreso de los Estados Unidos, por lo que las operaciones militares, además de ser dirigidas por un veterano de méritos reconocidos (Washington se había distinguido en la guerra entre Inglaterra y Francia, peleando por Inglaterra), el sentido político de Washington y sus indicaciones liberales lo hicieron marchar de perfecto acuerdo con el Congreso, en el que estaba concentrada la soberanía nacional. Siguiendo estos hermosos ejemplos, los constituyentes cubanos comprendieron que la revolución cubana necesitaba dinero y armas de una parte, hombres resueltos de la otra. Para lo primero la organización de una República liberal era el modo más apropiado para lograr el favor del pueblo y del gobierno de los Estados Unidos, y de la rica y culta emigración cubana que vivía en esa tierra, porque solamente allí era donde los cubanos esperaban proveerse de armas y de otros pertrechos de guerra, como en efecto sucedió. Para lo segundo, la historia extranjera, que en Cuba tenía que repetirse, había enseñado que sólo por un programa liberal podía lograrse el apoyo de los cubanos e inclinarlos a engrosar las filas insurrectas, y que en ellas pelearan si no con armas y con los demás recursos de que se carecía en abundancia y buena calidad, por lo menos con la desesperación del fanatismo. La figura del capitán general Carlos Manuel de Céspedes podría haber atraído algunos centenares de hombres por sus méritos personales indiscutibles, pero el programa de gobierno creado en Guáimaro y reproducido con posterioridad en la segunda guerra de independencia necesariamente habría de arrastrar un número mucho mayor y hacer de estos hombres verdaderos héroes. Que en las revoluciones liberales se exagere la libertad, que se hagan desaciertos y que se cometan crímenes al amparo de esa misma libertad, nada importa; no hay pueblo que de un estado de tiranía salte a la libertad, sin antes haber pasado por un estado de libertinaje y excederse en su obra constructora. 47 Eugenio Betancourt Los daños que se ocasionaron a Cuba con el exceso de democracia, como algunos han dicho, no pueden compararse con los que le hubiera ocasionado una dictadura que conservara los atributos de la tiranía española, porque le hubiera enajenado las simpatías del interior y del exterior de Cuba. Es verdad que el problema fundamental de la revolución cubana era el de la guerra, pero no es posible, sin desconocer los principios y enseñanzas de la historia, que se sostenga que los elementos esenciales para sostener esa guerra, o sean los hombres, las armas y el dinero, se habían de lograr sin hacer una propaganda revolucionaria y entusiasmar a los simpatizadores de la revolución para lograr de ellos los elementos de la guerra, sin convencerlos y persuadirlos de la necesidad de sacrificarse por un programa de doctrinas liberales y no simplemente por la persona de uno u otro caudillo, por muchos que fueran sus méritos. La política personalista de que ha dado bastantes ejemplos por desgracia, la América Latina, nunca ha atraído más que a un reducido grupo de hombres ambiciosos y egoístas, y siempre ha fracasado en definitiva. Se ha hablado con menosprecio de la Cámara de Representantes creada en Guáimaro, diciéndose que ésta no podía vivir ni funcionar con la guerra de Cuba y que siempre estaba dispersa y en fuga por los bosques, pero esta observación, lejos de empequeñecerla, la engrandece, porque si bien la Cámara, como antes la Capitanía General creada por Céspedes, y después todos los gobiernos revolucionarios cubanos, estaba oculta en los bosques de Cuba porque no podía resistir la superioridad del ejército español, sus discusiones en plena manigua sobre las leyes de la nueva República eran una propaganda sublime del espíritu revolucionario. Difícilmente la historia presenta un gobierno revolucionario que haya vivido por mayor número de años y en situación más desesperante que el gobierno revolucionario cubano, y esa vida ambulante y azarosa, lejos de ridiculizar la revolución y su gobierno, la engrandece, porque sólo por doctrinas muy firmes y nobles, hombres cultos y de valor hubieran cambiado la vida holgada a que estaban acostumbrados por la vida salvaje de la manigua. Aunque la Cámara, en el transcurso de su vida, cometió errores y se excedió en su intervención en los problemas militares, en su noble deseo de mantener limpias las doctrinas de la revolución, no fueron sus miembros soñadores e incompetentes, porque los miembros de la Cámara no se limitaron a pronunciar discursos y votar leyes, sino que acudían a los combates y firmaron con su sangre su 48 Constitución de Guáimaro amor a la patria. Una buena parte de los representantes cubanos murieron en los campos de batalla, demostrando con el sacrificio de sus vidas su valor y resolución. Tan necesario fue organizar una República democrática para la dirección de la guerra, que en 1895, cuando comenzó la segunda guerra de independencia, se siguió el mismo ejemplo que trazó en 1869 Ignacio Agramonte a los cubanos, porque él fue el alma de Guáimaro, y sobre el mismo campo de Jimaguayú, donde murió el caudillo camagüeyano, se constituyó la nueva República cubana. Solamente que como el Ejército de la misma no era opuesto a la República y a la Constitución, entró a formar parte del nuevo Consejo (equivalente a la Cámara), en el cual residía la soberanía nacional. Los revolucionarios de 1895 tuvieron la suerte de que el problema de la organización de la revolución ya estuviera resuelto en sus principios, si bien con las modificaciones naturales; ya eran conocidos los verdaderos patriotas y los buenos militares que debían dirigir las operaciones de la nueva revolución, porque eran hombres como Máximo Gómez y Antonio Maceo que se habían probado en la Guerra de los Diez Años y tenían la historia de esta revolución como la mejor propaganda para encender el patriotismo de los cubanos y llevarlos a la manigua a sacrificar sus haciendas y sus vidas, por eso esta revolución fue más poderosa, como más poderosa hubiera sido la tercera guerra de independencia si hubiera sido necesaria la tercera guerra. No es posible, sin cometer una gran injusticia, hacer un juicio sobre la Constitución de Guáimaro sin estudiar a la vez las circunstancias especiales en que se hizo, porque estudiada y redactada por Agramonte y Zambrana en menos de una hora, admitida con ligeras modificaciones en una sola sesión y hecha para el estado excepcional de la guerra, no podía ser un monumento jurídico; su mérito principal es, aparte de lograr con ella la unificación del gobierno revolucionario, organizar una República democrática y hacer una declaración de los derechos del hombre, que aunque de existencia real discutible por condiciones excepcionales de aquella guerra sin cuartel que el Gobierno colonial impuso a Cuba, servía de propaganda en el interior y en el exterior para dar a conocer las altas aspiraciones del pueblo cubano y la gravedad de sus propósitos. Los enemigos de la revolución cubana procuraban desacreditarla diciendo que era una simple manifestación de bandolerismo, y si lejos de organizar una República democrática con su Cámara Legislativa, se hubiera aceptado una simple dictadura, aparte de otros 49 Eugenio Betancourt males a que nos hemos referido, se hubiera aproximado la revolución al bandolerismo sin leyes sobre el matrimonio civil, se hubiera suprimido la familia y extendido la inmoralidad y la indisciplina y la insubordinación se hubieran generalizado, porque cada jefe militar hubiera deseado ser dictador en su zona. En una carta famosa de Antonio Maceo a Vicente García, fechada en San Agustín, Oriente, en julio de 1877, se apunta esta opinión en el siguiente párrafo: "Para mí nada implica la amenaza que hace a este Distrito, porque siempre apoyaré al gobierno legítimo y no estaré donde no puedan estar el orden y la disciplina, porque de vivir de esa manera sería llevar la vida de un perfecto bandolerismo”.5 No tuvo nada que ver el fracaso de la guerra de los diez años con la Constitución de Guáimaro, porque esta ley política con el programa de libertades que encerraba para lo presente y muy principalmente para lo porvenir influyó notablemente en la prolongación de la guerra y en el entusiasmo de los cubanos, y la misma revolución llegó a su apogeo precisamente cuando ya depuesto Carlos Manuel de Céspedes, pudieron actuar de acuerdo el Ejecutivo, el Ejército y la Cámara; y cuando volvió a suscitarse la discordia, cuando Vicente García desconoció la autoridad de la Cámara de Representantes, fue cuando se llevó a la derrota a los cubanos, porque la indisciplina y la insubordinación confundieron la revolución con el bandolerismo y alejaron de su seno a los hombres de valer, como lo indicó con acierto Antonio Maceo, que a sus grandes méritos como militar añadía un sentido político nada común. La Cámara de Representantes a veces no estuvo a la altura de su propósito, y estorbó en muchas ocasiones las operaciones militares o no les prestó el apoyo debido, lo que se explica si se tiene en cuenta la falta de conocimientos militares de los cubanos y especialmente de los Representantes de esa Cámara; y el mismo Ignacio Agramonte, que en 1869 abandonó su carrera política para dedicarse hasta su muerte a la guerra, se quejó con posterioridad del poco acierto que daba a la dirección de la guerra esa misma Cámara y el Presidente de la República, C. M. de Céspedes, y siempre pidió las mayores facultades posibles para el Ejército, siempre dentro del orden y de la Constitución. Pero la falta de acierto de la Cámara en lo militar no era imputable a la Constitución de Guáimaro, como se ha 1 F. Figueredo: La revolución de Yara, p. 196, Habana, 1902. 50 Constitución de Guáimaro querido hacer ver por algunos que consideran que debió de haber dado a Carlos Manuel de Céspedes como él deseaba la suprema y absoluta dirección de la guerra, porque éste nunca dio prueba de capacidad militar, y por otra parte, su programa de gobierno, que significaba la conservación de las instituciones españolas en lo fundamental, quitaba fuerzas al crecimiento de la revolución. Convencido Céspedes, por su parte, de sus facultades para dirigir la guerra y la política de Cuba, juzgando a sus contrarios como unos soñadores que deseaban precipitar la obra de la revolución, y considerándose anulado por la Constitución de Guáimaro (que E. Aguilera6 ha llamado "una camisa de fuerza con que quiso la Cámara sujetar el carácter indómito de Céspedes” refiriéndose a la facultad de la Cámara de deponerlo libremente), no le perdonó a Ignacio Agramonte que le hubiera estorbado en Guáimaro, como lo había hecho antes, la ansiada dictadura a su favor. 4 El día 11 de abril se volvió a reunir la Cámara Constituyente, y se tomaron varios acuerdos importantes, que se dejaron resumidos en el acta levantada ese día, la cual, copiada a la letra, dice así: En el pueblo libre de Guáimaro el día once del mes de abril de 1869, a la una de la tarde, se reunieron los C. C. Carlos Manuel de Céspedes, Salvador Cisneros, Miguel Gutiérrez, Jesús Rodríguez, Antonio Lorda, Francisco Sánchez, José María Izaguirre, Tranquilino Valdés, Miguel Betancourt, Honorato del Castillo, Antonio Alcalá, Arcadio García, Eduardo Machado, Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana, para celebrar la segunda sesión pública de la Cámara Constituyente. Fueron leídas y aprobadas el acta de la sesión secreta que tuvo lugar el día anterior y de la primera sesión pública. Concedido el uso de la palabra por el C. Presidente, el C. José Mª Izaguirre la pidió y obtuvo para proponer que se alterara el orden en que la Constitución designa el nombre de los Estados, y que se estableciera el inverso, fundado en la cronología de la revolución; propuso además que se diera un nuevo nombre al Estado de las Villas. El C. Eduardo Machado propuso que este nuevo nombre fuese el de Cubanacán. La Cámara aceptó solamente la primera proposición del C. Izaguirre. El C. Eduardo Machado hizo uso de la palabra para pedir que se acordase por la Cámara la bandera que debía simbolizar la revolución en toda la Isla, e indicó por su parte para este objeto la bandera que levantaron anteriormente López y Agüero, formada por un triángulo equilátero rojo, con estrella blanca de cinco puntas, tres listas azules y 51 Eugenio Betancourt dos blancas. El C. Antonio Lorda convino en la necesidad de establecer una sola bandera puesto que una es la causa que todos defendemos, y uno solo ya el Gobierno de toda la Isla, y propuso que se adoptase en dicha bandera el triángulo azul en lugar del rojo y las listas rojas en lugar de las azules. El C. Izaguirre apoyó lo propuesto por el C. Lorda, con la variación de que las cinco listas se redujesen a una blanca y otra roja. El C. Castillo pidió que se aceptase la propuesta por el C. Machado, honrada ya con la sangre de muchos valientes y con el martirio de los que la levantaron para defender nuestra independencia. El C. Ignacio Agramonte hizo uso de la palabra en el mismo sentido, exponiendo que las leyes de la heráldica invocadas por el C. Lorda para que se adoptase el triángulo azul no debían absolutamente tenerse en cuenta en este caso, las leyes de la heráldica, dijo, arreglaban los blasones y los timbres de los reyes y nobles, y la República puede gloriarse en desatenderlas intencionalmente. El C. Céspedes recomendó a la Cámara que no se olvidasen los triunfos de la bandera que se alzó en Yara, ingratitud que sería tan notable como la que los C. C. Castillo y Agramonte temían que se cometiese con la de López y Agüero, y que no debía agraviarse los títulos adquiridos por el Departamento Oriental. El C. Zambrana usó de la palabra exponiendo que el abrazo de los tres Departamentos acababa de darse sellando la ventura y la libertad de la patria común, concluía con los sentimientos y los intereses que los habían dividido y que todos debían estar de acuerdo al levantar la bandera del cincuenta y uno porque según había recomendado el C. Agramonte era un testimonio glorioso de que los cubanos estaban hace largo tiempo combatiendo la tiranía. La Cámara acordó que se adoptase para toda la Isla la bandera del triángulo rojo. El C. Zambrana pidió que se determinase que la organización del Ejército sería objeto de una ley especial. Así quedó resuelto por la Cámara. El C. Presidente usó de la palabra para declarar terminados los trabajos de la Asamblea Nacional reunida para constituir el país. En consecuencia se procedió a la elección secreta del presidente y secretarios con que debía funcionar la Cámara de Representantes, resultando electos para el primer encargo el C. Salvador Cisneros y para los segundos el C. Ignacio Agramonte y el C. Antonio Zambrana. Constituida la nueva Cámara eligió por vicepresidente al C. Miguel Gutiérrez y por vicesecretarios a los C. C. Miguel Betancourt y Eduardo Machado. El C. Antonio Zambrana hizo la siguiente proposición que fue aceptada: Que el primer acuerdo de la Cámara de Representantes consistía en disponer que la gloriosa bandera de Bayamo se fije en la sala de sus sesiones y se considere como una parte del tesoro de la República. 52 Constitución de Guáimaro Tocaba ya a la Cámara de Representantes el ejercicio de una de sus más altas atribuciones: el nombramiento del Presidente de la República encargado del poder ejecutivo y del General en Jefe del E. L. Por aclamación unánime de la Cámara se confió el primero de estos importantes puestos al C. Manuel de Céspedes y el segundo al C. Manuel de Quesada. Ambos ciudadanos aceptaron llenos de entusiasmo la carga que la patria ponía sobre sus hombros y dieron muestra con algunas elocuentes palabras del agradecimiento que les inspiraba la confianza del pueblo. El C. presidente propuso enseguida para la Secretaría de la Guerra al C. Francisco Aguilera, cuyo nombre fue acogido con vivas demostraciones de aplauso. El C. Zambrana propuso que se consignara en el acta el agrado con que la Cámara había recibido la designación hecha por el presidente, y así se acordó. El C. presidente de la República pidió entonces la palabra y expuso en un breve discurso su amor y respeto al nuevo orden de cosas, concluyendo por desprender de su traje las insignias de su antiguo mando y ponerlas a disposición de la Cámara, con lo que quería demostrar que todos los jefes debían desnudarse ante ella de la autoridad que habían poseído hasta ahora. Este acto produjo mucho entusiasmo. Varios ciudadanos presentaron una petición relativa a que la Cámara de Representantes dirija manifestaciones en sentido anexionista a la República de los Estados Unidos: asunto que fue sometido al estudio de una comisión compuesta por los C. C. Miguel Gutiérrez, Antonio Lorda, Miguel Betancourt, Jesús Rodríguez y Honorato del Castillo. El C. Presidente de la Cámara cerró la sesión, señalando el día doce de abril para solemne investidura del primer magistrado de la República y del General en Jefe. El presidente.—Salvador Cisneros.—El secretario.— Antonio Zambrana.—Es copia.—Antonio Zambrana. 5 El día doce de abril fue la investidura de Céspedes como Presidente de la República y de Quesada como General en Jefe, y estas ceremonias quedan resumidas en la siguiente acta: Reunida la Cámara y abierta la sesión por el presidente, se dió entrada al C. Carlos Manuel de Céspedes, al cual, estando de pie y con la mano extendida sobre la bandera, se le dirigieron las siguientes preguntas: 1° En presencia de Dios y del pueblo, y con la mano puesta sobre la bandera de la patria, ¿prometéis leal y solemnemente desempeñar el alto encargo que la Cámara os ha conferido con arreglo a nuestra Constitución política? 53 Eugenio Betancourt 2° ¿Prometéis, de la misma manera, no traspasar la órbita de vuestras funciones, respetando y haciendo respetar la independencia de los poderes y los derechos imprescriptibles del pueblo? 3° ¿Prometéis, del propio modo, hacer que la Ley se acate, se obedezca y se cumpla en el territorio de la República cubana? Habiendo respondido afirmativamente. Tomad, dijo el presidente de la Cámara, el libro de nuestra Constitución, y marchad a ejercer las funciones de vuestra elevada magistratura. Enseguida uno de los secretarios pronunció acerca de los deberes de la Presidencia, un discurso que fue contestado por el C. Céspedes, con la protesta de su decisión por la santa causa de Cuba. Fue introducido después el C. General en Jefe. Se le dirigió la primera pregunta como al Presidente. 2° ¿Prometéis, de la misma manera, no traspasar la órbita de vuestras funciones, esgrimiendo el acero que la patria os confía, sólo para la destrucción de sus enemigos y para el sostenimiento de sus sagrados intereses? 3° ¿Prometéis, del propio modo, respetar y hacer que vuestros subordinados respeten el Gobierno y la Ley por encima de toda clase de consideraciones? Habiendo respondido afirmativamente. Tomad, le dijo el Presidente de la Cámara, la espada que el pueblo coloca en vuestras manos y marchad a conducir las huestes de la patria por el camino del honor. El otro secretario pronunció un discurso sobre los deberes del General en Jefe, que fue contestado en el mismo sentido que el anterior. El C. Vicepresidente de la Cámara, Miguel Gutiérrez, leyó un discurso relativo a la solemnidad del día y el Presidente cerró la sesión. A esta sesión, como las anteriores, acudió todo el pueblo de Guáimaro y muchos ciudadanos que vinieron expresamente desde lejos a presenciar el gran acontecimiento de la fundación de la República cubana, y en efecto, aquellos días fueron los más felices y de más entusiasmo de la revolución cubana. Todas las mujeres y buena parte de los hombres lloraron llenos de emoción patriótica. Una frase de Manuel Quesada pronunciada en la sesión del día 12 fue de mucho efecto, aunque nunca respondió a la realidad. Era ésta: "Juro, sobre su empuñadura, que esta espada entrará con vosotros triunfante al Capitolio de los libres, o la encontraréis en el campo de batalla al lado de mi cadáver”. 6 En estos días volvió a tratarse de la anexión de Cuba a los Estados Unidos. En la sesión del día once se acordó estudiar este problema por una Comisión compuesta por los señores Miguel Gutiérrez, Antonio Lorda, Miguel Betancourt, Jesús Rodríguez y Honorato del Castillo; el día 13 Antonio Zambrana propuso, y así lo acordó la 54 Constitución de Guáimaro Cámara, enviar una comunicación a los Estados Unidos, y en vez de pedir la anexión interesar su protección, lo que se hizo el día dieciséis de ese mes. En carta de fecha 15 de abril de 1869 el mismo Zambrana escribía a José Morçales Lemus que le parecía más digno pedir la protección que la anexión, no obstante lo cual la Cámara de Representantes se decidió por la anexión como lo demuestra en el acta que copiada literalmente dice así: La Cámara de Representantes de la Isla de Cuba en sesión pública celebrada el 29 de abril de 1869 acordó: 1o. Comunicar al gobierno y al pueblo de los Estados Unidos que ha recibido una petición suscrita por un gran número de ciudadanos en que se suplica a la Cámara manifieste a la Gran República los vivos deseos que animan a nuestro pueblo de ver colocada esta Isla entre todos los Estados de la Federación Norteamericana. 2o. Hacer presente al gobierno y al pueblo de los Estados Unidos que éste es realmente, en su entender, el voto casi unánime de los cubanos, y que si la guerra actual permitiese que se acudiera al sufragio universal, único medio de que la anexión legítimamente se verificaría, ésta se realizaría sin demora. 3o. Al gobierno y al pueblo de los Estados Unidos, para que no retarde la realización de las bellas esperanzas que acerca de la suerte de Cuba este anhelo de sus hijos hace concebir. Y en cumplimiento del acuerdo, la Cámara de Representantes de la Isla de Cuba, dirige la presente manifestación al Presidente de la Gran República de los Estados Unidos. Guáimaro, Abril 30 de 1869. El Presidente.—Salvador Cisneros y B.— Lucas Castillo.—Miguel C. Gutiérrez.—José Mª Izaguirre.—Arcadio J. García.—F. Fornaris y Céspedes.—Tranquilino Valdés.—Miguel Betancourt.—Dr. A. Lorda.—Pedro M. A. Agüero.—Tomás Estrada.— Manuel de J. de Peña.—Pío Rosado.—Francisco Sánchez Betancourt.— Eduardo Machado.—El Secretario. Antonio Zambrana. Sancionó el presente acuerdo.—El Presidente de la República.—C. M. de Céspedes. La petición que solicitaba la anexión a que se refiere esta acta estaba suscrita por 14 000 personas; pero es posible que la mayor parte de ellas, así como los directores del movimiento, aún en esta época en que el anexionismo se consideraba como una forma de independencia, no procedieran sinceramente, sino compelidos por la necesidad, creyendo lograr de esta manera el reconocimiento de la beligerancia de los cubanos y descuidándose de la promesa de anexionismo, que nunca podría obligar a la totalidad de los cubanos. 55 Eugenio Betancourt Ignacio Agramonte y Loynaz no tomó parte en la sesión del 29 de abril a que se refiere el acta copiada, porque en los últimos días de ese mismo mes de abril dejó su cargo de Representante de la Cámara para aceptar el de Mayor General de la División del Camagüey, entendiendo, como hombre práctico que era, que el problema fundamental de Cuba era el de la guerra y no el de la política, y juzgando que con su trabajo en Guáimaro y la organización de la república democrática se había asegurado la proclamación de las libertades que habían de dar entusiasmo a los nuevos soldados de Cuba. No hubiera negado quizás su firma Ignacio Agramonte al acta que hemos copiado, como difícilmente lo hubiera hecho cualquier otro jefe de la revolución, aunque no fuera verdaderamente defensor del anexionismo, porque altas consideraciones políticas, acertadas o no, pero unánimemente aceptadas, así lo indicaban; pero Ignacio Agramonte nunca puede llamarse anexionista; cuantos lo conocieron y trataron jamás le oyeron defender la anexión, sino exclusivamente la independencia de Cuba. Su viuda así lo escribió, asegurando de su esposo "que tratándose de Cuba, jamás oí de sus labios otro deseo ni otra aspiración que no fuera la completa independencia de Cuba”.7 El autor de estas líneas ha confirmado esta misma opinión, no sólo con sus compañeros de armas, sino con la misma viuda, doña Amalia Simoni y Argilagos, que hasta su muerte en La Habana en enero de 1918, siempre se expresó del mismo modo acerca de la aspiración única de Ignacio Agramonte de que Cuba fuera completamente independiente y no formara parte de los Estados Unidos. Como hemos visto, la actuación de Ignacio Agramonte como miembro de la Cámara Constituyente y de la Legislativa fue brevísima, apenas duró algunos días, porque principiando el día 10 de abril, el día 26 dejaba su cargo de Representante del Camagüey voluntariamente para aceptar el de Mayor General de la División del Camagüey, con el que principió su carrera militar y puso fin a la de político. A pesar de tan corta vida política, convienen sus amigos y enemigos en que fue Ignacio Agramonte el alma de Guáimaro, y puede añadirse, de la república democrática cubana. 56 La Constitución de Guáimaro* Ramón Infiesta y Bagés E l instrumento constitucional en que cristaliza la ideología de acción categórica, sometida a una experiencia objetiva, es la Constitución de Guáimaro, texto de la organización política que se dieron los libertadores de 1868. Para captar su espíritu, debemos establecer los orígenes políticos de la Guerra de los Diez Años. ¿Qué persigue el movimiento separatista de 1868? Debemos adelantar que pretende el rescate de la riqueza y la reivindicación del poder político. Si se medita sobre estos dos postulados se obtendrá inmediatamente la causa y razón de ser de la guerra y la explicación de su dirección social. 1. Los antecedentes a) Los factores económicos, políticos y sociales ¿Cuál era la situación política, económica, administrativa, institucional de Cuba en 1868? En el poder político de Cuba se destacan dos elementos: la irresponsabilidad, la limitación. El Gobernador detenta siempre las facultades de jefe de plaza sitiada que le otorgara la Real Orden de 1825; pero, al propio tiempo jurisdicciones privilegiadas paralizan su omnipotencia. El Intendente de la Real Hacienda1 y el Comandante General de Marina2, forman con él la Junta de Autoridades y desconocen su competencia, aunque no comparten su responsabilidad. La administración está regida por corporaciones —Fomento, Instrucción Pública, Obras Públicas, Sanidad y Beneficencia— en las cuales el Capitán General no es más que el * Tomado de: Ramón INFIESTA: Historia constitucional de Cuba, pp. 220-239, Ed. Cultural, La Habana, 1951. 1 El Intendente tenía a su cargo todo lo referente a Propios y Arbitrios y era el presidente de la Junta de Fomento. 2 El Jefe del Apostadero tenía el comando de la armada, que regía a su antojo; disponía de la tala, corte y replante de los árboles de maderas aptas para la construcción de buques; y, lo que era más trascendente, sustentaba una autoridad autónoma en virtud del fuero de la Marina que, abusivamente, solía hacer extensivo a capricho. 57 Ramón Infiesta y Bagés presidente, celosas de sus prerrogativas3 y amparadas en ellas por la Audiencia, que posee facultad para anular en muchos casos, las providencias del Capitán General. En consecuencia, la autoridad de éste, que es singularmente política, resulta de su calidad de jefe militar, y se ejercita por medio de la fuerza armada, utilizada a discreción. El sistema administrativo es convencional, y ni siquiera sirve a fines burocráticos.4 La Sanidad está confiada a una Junta Superior, tres Provinciales en Santiago, Puerto Príncipe y Trinidad, y varias subalternas, todas dependientes en estrecha jerarquía de la Superior, y con absoluta jurisdicción en la materia.5 Su acción, por llamarla de algún modo, es tutelar, y en toda la Isla, aparte los dos hospitales de San Juan de Dios y de San Lázaro en la Habana, no hay "otras casas de caridad, a no ser algún otro hospital que no merece este nombre, y alguna otra fundación para dos, cuatro y ochos camas, en lo general mal atendidos y administrados".6 La instrucción pública corría de cuenta de las Sociedades Patrióticas y, revistiendo su difusión un carácter paternalista de beneficencia, cualquier autoridad fundaba y mantenía algún establecimiento de enseñanza, que desaparecía con su muerte o con su celo. De aquí la anarquía: la farmacia se estudiaba en la escuela náutica y la agronomía azucarera en la cátedra de química. Los fondos para la instrucción primaria procedían de 3 Tal era la confusión en la materia, que Madrid, por Real Orden de 1838, pedía a la Real Junta de Fomento de la Habana copia de la Real Cédula de su creación, por ignorar cuanto se refería a su composición y jurisdicción. 4 La Secretaría del Gobierno civil, esto es, la sede de la gobernación del país, sólo cuenta con 16 empleados, de secretario a escribiente, y todos juntos no ganan más de 6 000 pesos al año. El Gobierno civil del Departamento Oriental tiene un secretario y cuatro empleados; y el del Departamento del Centro no tiene, siquiera, escribientes. 5 El art. 9º del Reglamento de 1844, que las regía establece: “siendo la salud del pueblo una ley suprema, las Juntas de Sanidad, como encargadas de su conservación, tendrán respecto a su instituto, absoluta jurisdicción sobre todas las clases, sin reconocer fueros ni exenciones, que harían ineficaces sus acuerdos”. 6 Concha: Memorias sobre el estado político, gobierno y administración de la Isla de Cuba, p. 54, [s. n.] Habana, 1853. El hospital de Santa Isabel, en Matanzas, era mantenido por el vecindario. El hospital de Santiago de Cuba se sustentaba de mandas pías. La propia Real Casa de Beneficencia de la Habana hallaba la mayor parte de sus recursos en legados y censos, amén de arbitrios, como los alquileres de los esclavos en litigio, cuyo depósito le estaba encomendado. 58 La Constitución de Guáimaro suscripciones vecinales en su mayor parte.7 El cuidado de las obras públicas, el "[...] adelantamiento de la agricultura y el comercio, la mejora en el cultivo y beneficio de los frutos, la facilidad en la circulación interior, y en las espediciones mercantiles fuera de su distrito; en suma, cuando pareciese conducente al mayor aumento y estensión de todos los ramos del cultivo y tráfico[...]" eran competencia de la Real Junta de Fomento, Agricultura y Comercio,8 que para atender tan variadas obligaciones disponía de las rentas que arrojaba un impuesto de dos cuartillos por ciento recaudado por las Aduanas sobre el valor de todas las importaciones y exportaciones, los derechos de atraque a los muelles, el 4 % de las costas procesales, el derecho de capitulación sobre los esclavos destinados al servicio doméstico, ½ % del derecho sobre los privilegios de invención, el derecho de pontón para la limpieza del puerto de La Habana y cuatro portazgos en sus caminos. Estos ricos fondos —medio millón de pesos en 1850, según Concha— eran administrados por la Junta a su discreción —no tenía reglamento ni formaba presupuestos— ante la desesperación de los Capitanes Generales. "Puedo decir que nunca he sentido más rebajada mi autoridad como Gobernador Capitán General de la Isla, que cuando presidía la Real Junta de Fomento; y que si 7 “En los tres años de 1860, 1861 y 1862, Cuba gastó en el ejército, en la marina y en otros ramos, más bien ajenos que suyos, la enorme suma de 95 137 589 pesos. ¿Más cuánto de ella se empleó en enseñar a leer y a escribir a la mísera población cubana? Fuerza será responder que no invirtió en tan santo y patriótico objeto ni un solo maravedí. Y no se diga, que si esto sucedió entonces, ya hoy no se repite, porque el nuevo plan de estudios manda que anualmente se empleen en la primaria instrucción, diez mil pesos a los menos. ¿Y qué es tan ruin cantidad para remediar las grandes necesidades de un pueblo que paga tan estupendas contribuciones?” (José Antonio Saco: “Cuba es la que debe imponerse sus contribuciones, dirigiéndolas o invirtiéndolas en sus propias necesidades”, en Colección póstuma, p. 335.) 8 La Junta —que se encargó en 1832 de la función administrativa del antiguo Consulado de Agricultura y Comercio— estaba integrada por un síndico, nombrado por dos años, y doce consiliarios —seis comerciantes y seis propietarios— cada uno con tres suplentes, llamados tenientes, renovados por mitad cada año. Su jurisdicción no reconocía límites, porque conforme al art. 28 de la Real Cédula de 1794, que aún la regía, “concluidos los asuntos que hubieren de tratarse en cada sesión, cualquiera de los vocales podrá exponer libremente lo que se ofrezca de nuevo; se le oirá sin interrumpirle, no se le replicará sino con moderación y buen orden, y cuando al Presidente le parezca que la Junta debe estar bien enterada, se procederá a resolver en la forma prescrita por el artículo anterior (por votación)”. 59 Ramón Infiesta y Bagés no hubiera sido por consideración a las personas que en la época de mi mando la componían, no hubiera asistido jamás a presidirla [...]" decía Concha.9 Las censuras más generalmente enderezadas a la Junta se referían: 1) a su composición exclusivista, que prohibía la administración a quien no fuese propietario o comerciante almacenista; 2) a la incapacidad de sus doce miembros para entender en las complejas y variadísimas cuestiones que se les sometían. En el terreno económico, el desbarajuste reina sobre la ausencia de todo plan. Setenta y siete impuestos diferentes pesan sobre el contribuyente, sin contar los veintidós ramos más por que recaudan las aduanas. En Cuba, cuyos ingresos ascienden a doscientos ochenta millones de pesos al año, el número de impuestos es cuatro veces mayor que el de todos los peninsulares, productivos de cuatro mil quinientos millones.10 Por su parte, los derechos aduanales abruman en tal grado al comercio de la Isla que refiriéndose a la Aduana de La Habana, declaraba, en su centenario, cierto anónimo folletista: "[...]sería para Cuba una inmensa felicidad, que lo que se estableció en 1765 desapareciese en 1865".11 En efecto, tan onerosas llegaron a ser las tasas que en el año fiscal de 1864-1865 las aduanas de la Isla recaudaron 12 861 854 pesos 83 ¾ reales, o sea, medio millón de pesos más que todas las aduanas marítimas de España en el propio ejercicio.12 Idéntica desorganización del régimen observamos en lo fiscal. Nadie pagaba en proporción a sus recursos. Los establecimientos mercantiles tributaban 30 pesos anuales, mientras que los banque9 Concha: Ob. cit., p. 73. Ramón Pasarón y Lastra: La Isla de Cuba considerada económicamente, p. 82, Madrid, 1858.. 11 Anónimo: Algunas reformas en la Isla de Cuba, p. 5, [s.n.], Londres, 1865. 12 En 1859 Cuba importó 43 465 679 pesos 4 ½ reales, de ellos 26 533 567 pesos en mercancías nacionales (españolas), y 16 932 111 pesos en mercancías extranjeras. Los derechos devengados por el total de las importaciones fue de 9 525 298 pesos 1 real. De esta suma las mercancías nacionales abonaron solamente 800 000 pesos de derechos, lo cual significa que los 16 932 111 de mercancías extranjeras pagaron 8 725 298 pesos de derechos. En consecuencia, las tarifas de aduanas hicieron subir el valor de tales productos en más del 51 por 100. Por otra parte, los importadores no se quejaban solamente de lo crecido de los derechos sino de su injusticia, que gravaba productos necesarios y, aun, materias primas útiles. Se cuenta que una factura de ingredientes para fabricar jabón ascendente a 508 pesos, pagó 1 886 pesos de derechos, o sea, el 3,71 por 100. 10 60 La Constitución de Guáimaro ros o las sociedades anónimas no pagaban nada. Los ingenios de azúcar abonaban, por concepto de diezmo, 2 ½ por 100 de la renta, mientras que cualquier estancia, potrero o finca de cultivo contribuía con el 40 por 100.13 Pero, si mal distribuida, la tributación pesaba onerosa sobre el país. De creer a Saco, cada cubano, en 1861, pagaba casi 31 pesos al año de contribución, resultantes de aplicar el presupuesto de ingresos, ascendentes a 31 712 532 pesos promedio, a los 1 025 977 habitantes libres, porque los esclavos "carecen de persona, nunca han figurado, ni en los tiempos antiguos ni modernos, en el número de los contribuyentes. Y no se pretenda contar entre éstos a los esclavos, fundándose en que son elementos de producción, porque si este argumento tuviera alguna fuerza, también se aplicaría a los caballos, bueyes y otros animales que igualmente son productivos".14 Es cierto que algún gobernante, como Concha, y no pocos liberales españoles se habían ocupado de reformar, en cualquier modo, el desatinado sistema.15 Pero, en verdad, toda reorganización se tradujo en miniaturismo reglamentario16 y, sobre todo, en un desmesurado desbordamiento de burocracia. El capitán general Concha co- 13 Por añadidura, los derechos reales convertían en prohibitivas las transacciones a los negociantes modestos. El fisco reclamaba sobre el importe del precio el 6 por 100 de alcabala, un ½ por 100 más de alcabalilla, otro ½ por 100 de derechos de registro, amén del papel sellado, a razón de 8 pesos pliego, si el precio de la operación excedía de 3 000. 14 Saco: Ob. cit., p. 325. 15 En 1865, el ex Capitán General Letona se preguntaba: “¿No es oportuno ya el pensar en el establecimiento de un sistema tributario, en analogía con el que rige aquí (España), y que resumiese la multitud de impuestos que allí mortifican al contribuyente y hace difícil y vidriosa la administración de las rentas, más aún que por lo que gravan, por lo que mortifican?” (don Antonio L. de Letona: Isla de Cuba. Sobre su estado social, político y económico; su administración y gobierno, p.12, Madrid, 1865.) 16 Son dignos de mención aquellos reglamentos, minuciosos perseguidores de una equidad descabellada. Si se concedía autorización para un ferrocarril en el departamento oriental se regulaba cuidadosamente el cruce de las carreteras reales, “siendo así que cuantos conocen siquiera por el forro a Cuba, saben que en dicho departamento no hay ni calzada, ni carretera, ni cosa que lo valga” (Miguel Rodríguez Ferrer: Los nuevos peligros de Cuba entre sus cinco crisis actuales, p. 62, Madrid, 1862.). En cierta tarifa de ferrocarril se establecían los precios para la conducción de frutos coloniales; e, inclusive, en un proyecto de ordenanzas 61 Ramón Infiesta y Bagés menzó por aumentarse su propio sueldo de 18 000 pesos a 50 00017, y concluyó, en su segundo mando, por elevar el presupuesto desde 10 968 829 pesos en 1849, hasta 25 316 041 pesos en 1859. Con ello, una burocracia importada había descargado sobre las fuentes de riqueza del país, usufructuándolas y, en ocasiones, cegándolas. A excepción de los claustros de los centros de enseñanza, cuyo carácter técnico y limitadas posibilidades económicas, tanto como su acceso mediante oposición, los vedaban al común de los inmigrantes,18 los cubanos se veían, en líneas generales, desplazados de la administración de la Isla.19 Desprovistos de experiencia profesional y de conocimiento del país, los empleados de Ultramar se contemplan, para colmo de males, en una posición de retraimiento. "Aislados en medio de la sociedad que los rodea, carecen de los vínculos necesarios para adquirir aquel prestigio no menos necesario que el mismo real nombramiento, para el buen empleo de sus funciones.20 rurales, se prohibía la caza del hurón, autorizando, en cambio, el exterminio de lobos, zorras y tejones, bestias que jamás conocieron los campos de Cuba (arts. 112 y 117 del proyecto publicado en la Gaceta de 22 de noviembre de 1856). 17 Real Orden de 27 de septiembre de 1850.18 En la Universidad había 7 catedráticos españoles y 29 cubanos, en las Escuelas Profesionales y de Pintura y Escultura, 12 españoles y 13 cubanos. 19 En 1868, en la dirección de los asuntos públicos, se hallaban confiados a peninsulares 183 empleos principales y a cubanos 41 de menor importancia. De los ocho cargos civiles del Gobierno superior de la Isla, siete estaban desempeñados por españoles, y en el Gobierno político de la Habana, un cubano desempeñaba el empleo de oficial tercero, mientras que los ocho restantes correspondían a peninsulares. En la Real Hacienda existían 50 peninsulares y 14 cubanos. Los naturales del país se hallaban excluidos de la Administración General de Correo, que contaba 12 peninsulares y ningún cubano y, más aún, de las tenencias de gobierno, verdadero nervio de la gobernación, cuya totalidad, veintinueve, estaban desempeñadas por españoles. La administración de justicia era netamente metropolitana: la Audiencia, su centro, estaba integrada por 27 funcionarios españoles y 6 cubanos, mientras en las Alcaldías mayores los españoles eran 26, y los cubanos 8. 20 “Por tanto —comentaba Galiano—, el sistema no sólo es soberanamente impopular, sino que adolece de radical atonía. Para el observador curioso es un hecho significativo el observar cómo al desenvolvimiento del país acompaña el desenvolvimiento paralelo de una tendencia hacia disimular el prestigio social de los agentes del poder” (cit. en Rodríguez Ferrer: Los nuevos peligros de Cuba entre sus cinco crisis actuales, pp. 81-83, Madrid, 1862.). 62 La Constitución de Guáimaro Ni ellos, ni nadie, se ocupaban de las riquezas que los sostenían a todos. Había ciudades, como Trinidad, con 18 000 habitantes, sede de un comercio de más de tres millones de pesos, que no tenía casa de ayuntamiento, ni agua —que se pagaba a real la cántara—, ni escuela, ni serenos, ni policía, ni otro alumbrado, que el suscrito voluntariamente por los vecinos por cuáles medios y recursos pudieran remedar tal incuria.21 Nadie tampoco se ocupaba mucho de buscarlos, porque el pesado espíritu ordenancista —papeleo y ritualismo— que penetraba la administración pública ahogaba cualquier iniciativa fecunda, y hasta no fecunda. El expediente —empleo de tiempo, gasto de dinero, desesperación de requisitos— era el arma invisible e invencible de la política colonial.22 El régimen de policía local era el ludibrio de la Colonia. Lo ilimitado en las atribuciones de los capitanes de partido tornaba, aún, más irritante la irregularidad de su designación. En los campos, el capitán estaba autorizado para utilizar a los vecinos de su partido en el servicio de policía. Si lo juzgaba necesario los llamaba para que condujeran pliegos y presos, y aun, para que los patrullasen los caminos y las calles del pueblo. De ahí la inmoral iguala, con que la mayor parte de los vecinos trataba de evitar el molesto servicio. Para colmo de desorden, los capitanes de partido carecían de sueldo, y sus in- 21 No existía un sistema de recaudación municipal regular y uniforme. Cada pueblo cubría sus gastos —o creía que los cubría— recargando sus mejores fuentes de vida. Basta observar que “[…] los presupuestos del Mariel y Cárdenas —cuenta Concha en 1853 están fundados principalmente en una imposición sobre las fincas rurales del distrito, sin base alguna razonable; que el de Pinar del Río lo está sobre las vegas de Tabaco y haciendas de crianza; que en Puerto príncipe, Nuevitas, Villa-Clara y otros puntos, uno de los ingresos consiste en un derecho que pagan los criadores al extraer los animales de las haciendas para venderlos; que en Sancti Spíritus y San Juan de los Remedios, hay un arbitrio municipal sobre la cal; que sobre la cera lo hay en Bayamo y las Tunas; sobre las colmenas en Pinar del Río; sobre el tabaco en Jiguaní; y que sólo en la Habana, después de un expediente de muchísimos años de duración, se arregló en 1846 la contribución del 4 por 100 sobre el alquiler de las casas y sobre ciertos establecimientos, refundiendo en ellas las que antes se pagaban por alumbrado, limpieza, serenos y bomberos” (Concha: Ob. cit, p. 89). 22 “No es cosa nueva que para probar un gasto de 3 pesos consagrados a una misa con tedeum, se haya hecho ir tantas veces el expediente de la Junta de Propios a la municipal, y viceversa, que haya venido a importar 10 pesos el gasto del correo; y si se fuese a registrar el archivo de aquella Junta, podrían encon- 63 Ramón Infiesta y Bagés gresos se obtenían, principalmente, de la tercera parte de las multas que imponían. Por lo demás, la división territorial era caprichosa y para nada se atendía al interés de los vecinos. Así, los vecinos de Sipiabo, a siete leguas de Sancti Spíritus, estaban incorporados a la tenencia de gobierno de Trinidad, a 19 leguas de caminos montañosos que sólo a caballo eran franqueables. Había partidos dependientes en lo civil de una tenencia, en lo militar de otra y en lo judicial y religioso de otra.23 Es sabido que generalmente en los países organizados en forma colonial, o sea, semiorganizados económicamente, como Cuba lo era entonces, los impuestos se pagan en especie. Más adelante, se suele admitir también el pago en efectivo, a elección del contribuyente. Tal era el régimen de uno de los impuestos que se remontaba a los primeros tiempos de la colonia, el diezmo. Su cobro era el agobio del hombre de campo. Se tasaba sobre el valor de los ganados en bruto, sin tener en cuenta las inversiones necesarias para criarlos y mantenerlos; más aún, se cobraba también sobre las viandas y menestras cultivadas para alimentar ese ganado. Para colmo de injusticia, la conversión del pago del diezmo en especie a pago de dinero, que en principio se anunció como una iguala voluntaria, había concluido en exacción forzosa. El justiprecio era arbitrario; hasta los más pobres sitios llegaba el tasador, calculando por cada veinte gallinas cien pollos, a dos reales cada uno, lo cual equivalía a valuar en diez reales el producto de una gallina que sólo vale cuatro. Después, se presenta el recaudador, y exige el diezmo en plata, y por adelantado. A la protesta que reconocen justa, los administradores se excusan: quien no mantenga el nivel ordinario de las recaudaciones perderá el empleo. En febrero de 1861, solamente, ya fueron separados seis, y así "es forzoso que lo sean todos", presienten en sus cartas los agricultores.24 A Lersundi, el áspero procónsul del impuesto directo, le bastó, para desencadenar la tempestad que se formaba medio siglo hacía, trarse infinitos de dos y tres pliegos para justificar, por ejemplo, el gasto de un peso en la compostura de unos grillos para la cárcel, o de unos clavos para colgar el retrato de S.M. (Concha: Ob. cit., p.87). 23 Francisco de Acosta y Albear: Compendio histórico del pasado y presente de Cuba y su guerra insurreccional, pp. 128-29, [s.n.], Madrid, 1875. 24 Véase los interesantes Documentos 14 y 15 en Rodríguez Ferrer: Ob. cit., pp. 184-195. 64 La Constitución de Guáimaro restablecer, en lo político, las comisiones militares y, en lo económico, poner en vigor la Real Orden de 13 de diciembre de 1867, dispositiva de "que ni porque se hubiese fijado el 10 por 100 sobre el producto líquido de la renta había de creerse limitado el impuesto a este tipo, sino que en el caso de no alcanzar a cubrir el presupuesto debía aumentarse en proporción a las necesidades del Tesoro." Las rentas cayeron de 240 millones de reales a 60; y la Comisión Militar Permanente, que llenó las cárceles de miles de infelices, "encerrados durante el largo período de la tramitación del proceso en lugares inmundos, solitarios, incomunicados, sometidos a interrogatorios arbitrarios y vejaminosos, tratados con rudeza, con odio personal, sin alimentación adecuada",25 añadió al apremio económico el sofoco moral. Ahora bien, tal estado de cosas no podía conducir a la protesta, armada si era necesario, más que a ciertos sectores del pueblo cubano. ¿Interesaba acaso al negro esclavo, o al negro libre que vendía extramuros raspadura y dulce de guayaba, o al chino colono, en el fondo no más que un esclavo,26 o al pobre sitiero que sólo poseía sus brazos para fecundar la tierra ajena, todos pobres, incultos, discriminados, que se pagaran tales o cuales dineros en las aduanas, que se dejase el gobierno político en manos de los peninsulares, que en el expediente paralizarse de manera desesperante toda gestión 1 Llaverías: La Comisión Militar Ejecutiva y Permanente de la Isla de Cuba, p. 17. La persecución de la trata llevó a los agricultores a suplir las escazas de braceros negros con colonos chinos. Introducidos 600 como ensayo, en 1847, ya en 1861 había en Cuba 34 825 chinos. Su situación era, de hecho, rayana en la esclavitud. Recibían, al abandonar su tierra, 12 pesos y dos mudas de ropa, y luego se contrataban por ocho años, a cambio de un salario de cuatro pesos mensuales. Podían ser cedidos por sus patronos, y al vencimiento de sus contratos debían reengancharse con sus mismos patronos u otros, o abandonar la Isla. Su precio oscilaba entre 170 y 425 pesos por cabeza, según sus condiciones físicas y adiestramiento. Sobre su condición física y adiestramiento. Sobre su condición jurídica, Saco discurría: “Si es innegable que el chino en Cuba no es esclavo en el sentido legal, ¿se dirá que es enteramente libre? Yo no lo afirmaré. ¿Es por ventura enteramente libre el hombre que compromete su libertad por el largo espacio de ocho años, y que empieza por renunciar a gran parte de los derechos civiles que goza? ¿Es enteramente libre el hombre que, siendo mayor de edad, nunca puede comparecer en juicio sino acompañado de un patrono o empleado que lo represente? ¿Es enteramente libre el hombre que sin su consentimiento ni consultar su voluntad, puede ser cedido o traspasado del poder de uno al poder de otro? Pues tal es el chino en Cuba” (Saco: “ Los chinos en Cuba”, II, en Colección póstuma, p. 192. 6 65 Ramón Infiesta y Bagés administrativa o que el diez por ciento del impuesto pudiera subir a merced de las necesidades del Tesoro? Indudablemente, no. Todo ello afectaba únicamente a la clase de magnates criollos, agricultores en su mayor parte, a cuya formación hemos asistido, y a los intelectuales de educación liberal, que repugnaban la opresión política. Estos son los que piden, para sí mismos, el poder y la riqueza, es decir, la gobernación del país, del cual son el nervio, y la administración de la riqueza del país, de la cual son los propietarios. En consecuencia, el movimiento armado de 1868 está hecho por el patriciado criollo. b) El periodo preconstitucional Así, la guerra de 1868, por lo mismo que responde a una impulsión mixta, feudal e idealista, se produce de una manera semiespontánea y, por derivación, de modo fragmentario. Hay conspiraciones en Manzanillo y en Bayamo, las hay en Santiago, en las Tunas, en Camagüey, en las Villas, las hay en Occidente. ¿Cómo se materializa el estado revolucionario? Mientras los promotores del movimiento se conciertan y discurren los medios, Lersundi, que sospecha, pero cede contra ellos. Entonces es cuando Céspedes se ve obligado a levantarse en armas para evitar la prisión que ha ordenado el Capitán General, y cuya orden telegráfica un pariente suyo le ha mostrado. Lo propio ocurre a Cisneros Betancourt. Ignacio Agramonte sigue a este antes de que sea tarde. ¿Cuál es la inmediata consecuencia de este alzamiento fragmentario, en lugares distintos? La organización local y diferente de la revolución conforma los propósitos y a la concepción que al movimiento en sí y a su procedimiento daban los indicadores influyentes en cada una de las localidades.27 Céspedes organiza en Oriente un gobierno personal, la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, integrada por cinco miembros, y 27 Ramiro Guerra vincula sagazmente la progresiva limitación del desarrollo de la revolución de Este a Oeste a tres factores conexos: azúcar, esclavos y peninsulares, que “aumentaban paralela y progresivamente desde el territorio de la actual provincia de Oriente a la parte occidental de la Isla” (Ramiro Guerra: Guerra de los diez años. 1868-1878, t. I, p. 15, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972). 66 La Constitución de Guáimaro presidida por un Capitán General, cargo que se reserva.28 Ensaya cierta "moderación" con el adversario; y mantiene la organización institucional española: los comandantes militares, los capitanes de partidos y la unión de la Iglesia y el Estado.29 ¿Por qué Céspedes nos ofrece el gobierno en el Departamento Oriental bajo esta forma que, quizá, se nos antoje poco republicana? Porque solamente aspira a suplantar la injusticia colonial con la justicia criolla. Entiende que es un gobierno de cubanos lo que Cuba necesita. Si para ganar aquél la Revolución ha de tener inmediato contenido democrático o requerir para su desenvolvimiento una forma un tanto autoritaria de gobierno, es algo que no parece preocuparle. La idea puede ser la Revolu28 Parece establecido que Céspedes se intituló, en realidad, Capitán General del Ejercito Libertador, no de Cuba. Confirmándolo, su Manifiesto habla de “una comisión gubernativa, para auxiliar al General en Jefe en la parte política, civil y demás ramo de que se ocupa un país bien reglamentado”. Contrariamente, la opinión autorizada de Ramiro Guerra: “Mantenido en ‘Cuba Libre’ el sistema local, vino a resultar lo más fácil, propio y hacedero, a juicio de Céspedes, el mantenerlo en lo general. Es la manera más sencilla y expedita de hacer marchar el gobierno y de resolver problemas y obviar dificultades, dentro de un régimen administrativo y político en el cual el Capitán General casi lo era todo. Lo indicado y lo procedente, si se aplicaba la legislación vigente en lo local, era aplicarla igualmente en lo tocante al gobierno general, única forma de no tener que legislar de improviso, sin la adecuada representación. Tomada esa vía, se usaría el procedimiento revolucionario de sustituir las personas. El Capitán General español, dependiente de la metrópoli, autoridad superior de la Isla, debía ser sustituido por un Capitán General de Cuba Libre, que cesaría inmediatamente a la terminación de la guerra. A título de jefe supremo de la revolución el cargo correspondíale a Céspedes. Realizada la substitución de personas, las autoridades y los funcionarios locales podrían seguir cumpliendo lo prescrito en las leyes respecto a sus relaciones con la autoridad superior de Cuba. Esa autoridad no era ya Francisco Lersundi, representante de España en el Palacio de Gobierno de la ciudad de la Habana. Era Carlos Manuel de Céspedes, jefe superior de la revolución en la ciudad de Bayamo y en todo el territorio de Cuba Libre”. (Ramiro Guerra: Ob. cit., p. 60.) Herminio Portell Vilá contradice con la argumentación muy plausible la leyenda de Céspedes entrando en Bayamo bajo palio y luciendo el uniforme de Capitán General. (“Revalorización de Céspedes y de su obra revolucionaria”, Revista Bimestre Cubana, pp. 30-49.) 29 El Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, fechada en Manzanillo el 10 de octubre de 1868 y suscrito por Céspedes, decía así: “En consecuencia, hemos acordado unánimemente, nombrar un jefe único que dirija las operaciones con plenitud de facultades, y bajo su responsabilidad, autorizado especialmente para nombrar un segundo y los demás subalternos que necesite en 67 Ramón Infiesta y Bagés ción ha de tener inmediato contenido democrático o requerir para su proclamar como nunca manera de gobierno para pueblos civilizados. Esos, no se discuten.30 El hecho es la fuerza de España que no puede quebrantarse sino con la guerra. Por eso adopta la única forma de jefatura capaz de hacer la guerra que conoce el cubano: la Capitanía General. Mientras tanto, ¿y qué ocurre en Camagüey? Allí la conspiración ha sido alimentada por una minoría de intelectuales, que viven, y hacen campaña liberatoria, penetrados de una ideología. Ignacio Agramonte, Salvador Cisneros Betancourt, Antonio Zambrana, Eduardo Agramonte y Piña, pretenden dar a Cuba una organización democrática, librándola, no solo de la opresión, sino también del despotismo.31 todos los ramos de administración mientras dure el estado de guerra, que conocido como lo está el carácter de los gobernantes españoles, forzosamente ha de seguirse la proclamación de la libertad de Cuba. También hemos nombrado una comisión gubernativa de cinco miembros para auxiliar al General en Jefe en la arte política y civil y demás ramos de que se ocupa un país bien reglamentado. Declaramos que […] todas las disposiciones adoptadas sean puramente transitorias, mientras que la nación ya libre de sus enemigos y más ampliamente representada, se constituya en el modo que juzgue más acertado”. 30 “No nos extravían rencores, no nos halagan ambiciones, solo queremos ser libres e iguales como hizo el Creador a todos los hombres. Nosotros consagramos estos dos venerables principios: nosotros creemos que todos los hombres somos iguales: amamos la tolerancia, el orden y la justicia en todas las materias; respetamos las vidas y propiedades de todos los ciudadanos pacíficos, aunque sean los mismos españoles, residentes en este territorio; admiramos el sufragio universal, que asegura la soberanía del pueblo; deseamos la emancipación, gradual y bajo indemnización de la esclavitud; el libre cambio con las naciones amigas que usan de reciprocidad, la representación nacional para decretar las leyes e impuestos, y en general, demandamos la religiosa observancia de los derechos imprescriptibles del hombre, constituyéndonos en nación independiente, porque así cumple a la grandeza de nuestros futuros destinos, y porque es más seguros que bajo el cetro de España nunca gozaremos del franco ejercicio de nuestros derechos”. (Manifiesto de la Junta revolucionaria de la Isla de Cuba). 31 En la entrevista tenida con los jefes camagüeyanos con Céspedes en Guáimaro, en diciembre de 1868, se opusieron a sujetarse previamente a su gobierno. Para ellos sería indispensable que Céspedes renunciase al título de Capitán General; que se estableciese la división de los mandos civil y militar otorgando a Céspedes, de buen grado, cualquiera de los dos, “como él eligiese, pero nunca los dos”—; que se declarase la libertad de conciencia, separando la Iglesia del estado; y, en fin, que su suprimiese la jurisdicción militar en la vía civil, con su secuela de 68 La Constitución de Guáimaro Y, con este propósito, organizan el llamado Comité revolucionario del Camagüey, una junta de tres miembros, sin ejecutivo ni presidente, manera de gobierno colegiado.32 En Las Villas, que llegan las últimas al movimiento, se establece una Junta revolucionaria de cinco ciudadanos,33 encargados de la dirección de los asuntos provisionalmente, sin definida posición constitucional. Pronto fue necesario, sin embargo, acoplar estas distintas maneras de gobernación revolucionaria,34 y después de un concierto previo se arribó a la inteligencia de reunir la representación de todos los elementos revolucionarios, para hacer la Constitución de la República en armas. Tal congreso fue la Asamblea de Guáimaro. latas graduaciones castrenses Céspedes había nombrado 29 generales— otorgadas “con perjuicio del tesoro, de la dignidad y tal vez del reposo ulterior de la República” (Antonio Zambrana, “República de Cuba”, en Colección Los Zambrana, p. 22, New York, 1874). 31 En la entrevista tenida con los jefes camagüeyanos con Céspedes en Guáimaro, en diciembre de 1868, se opusieron a sujetarse previamente a su gobierno. Para ellos sería indispensable que Céspedes renunciase al título de Capitán General; que se estableciese la división de los mandos civil y militar otorgando a Céspedes, de buen grado, cualquiera de los dos, “como él eligiese, pero nunca los dos”—; que se declarase la libertad de conciencia, separando la Iglesia del estado; y, en fin, que su suprimiese la jurisdicción militar en la vía civil, con su secuela de latas graduaciones castrenses Céspedes había nombrado 29 generales— otorgadas “con perjuicio del tesoro, de la dignidad y tal vez del reposo ulterior de la República” (Antonio Zambrana, “República de Cuba”, en Colección Los Zambrana, p. 22, New York, 1874). 32 Lo integraban Salvador Cisneros Betancourt, Ignacio y Eduardo Agramonte Piña. Más tarde, en elecciones celebradas en febrero 26 de 1869, dicho Comité fue disuelto y sustituido por la Asamblea de Representantes del Centro, formada por Salvador Cisneros Betancourt, Ignacio y Eduardo Agramonte Piña, Antonio Zambrana y Francisco Sánchez Betancourt. 33 Gerónimo Gutiérrez, Antonio Lorda, Tranquilino Valdés, Arcadio García y Eduardo Machado Gómez. 34 La Asamblea de Representantes del Centro llegó a una inteligencia con los revolucionarios de Las Villas, por gestión de Manuel Sanguily (véase Manuel Sanguily Arizti: “Datos biográficos”, en Obras de Manuel Sanguily. Nobles Memorias, t. I). Acompañado por Luis de Ayestarán, Domingo Giral y Luis Mola se entrevistó con la Junta de Gobierno de Puerto Príncipe en la finca Tínima, en marzo de 1869. Allí los patriotas villareños se sumaron a la ideología liberal camagüeyana y se acordó un frente contra la política personalista de Céspedes (José M. Pérez Cabrera: Vida y martirio de Luis de Ayestarán y Moliner (1846-1870), pp. 37-39, Habana, MCMXXXVI). 69 Ramón Infiesta y Bagés c) La Asamlea de Guáimaro: la formación de la Constitución En la Asamblea de Guáimaro35 chocan inmediatamente las dos ideologías. Céspedes entiende que debe organizarse una jefatura militar; Agramonte opina que es indispensable estructurar la revolución en forma de una jefatura civil popular. ¿Cuáles son las razones alegadas? El uno sostiene que debe asegurarse el triunfo militar de la revolución; el otro cree que conviene asegurar el libre disfrute de los derechos políticos. Aquél mantiene la necesidad de una Capitanía General con facultades omnímodas en lo civil y en lo militar, condicionada por las razones urgentes de la guerra; el otro insiste en que es preciso crear una asamblea democrática de contenido popular, que gobernase la guerra y la vida civil. Resolviendo la pugna, Céspedes, cuya alteza de miras se manifestó en esta crisis de Guáimaro como en ningún otro momento de su gloriosa vida pública, transige y admite que su ideas se lleven a discusión al seno de la asamblea constituyente, donde no ignora que está en minoría. La organización constitucional a) Análisis La Constitución aprobada en Guáimaro, en 10 de abril de 1869, que es nuestra primera Constitución revolucionaria, ofrece, en su análisis, dos puntos de referencia. 1º La atribución de la soberanía al poder legislativo. A medida que se discuten en el seno de la Asamblea los preceptos que regulan la representación, se observa cómo los liberales camagüeyanos arrancan al Ejecutivo, una tras otra, sus facultades natas y propias. Céspedes preside la Asamblea, y tiene a cada lado, como secretarios, a Ignacio Agramonte y a Antonio Zambrana, ponentes del proyecto de Constitución —que redactaron de pie y en menos de una hora— y, desde luego, propugnadores irreductibles de la ideología parlamentaria camagüeyana. Se comienza por atribuir al Legislativo el nombramiento de Presidente. Esto ya resta al Ejecutivo toda libertad; es un trasunto de la forma de gobierno de gabinete que los ideólogos 35 Los asambleístas eran: Carlos Manuel de Céspedes, jefe del gobierno Provincial del Departamento oriental, Migue Gutiérrez, Eduardo Machado, Antonio Lorda, Tranquilino Valdés y Arcadio García, representantes de Villa Clara; Honorato del Castillo, representante de Sancti Spíritus; Antonio Alcalá y Jesús Rodríguez, representantes de Holguín, José María Izaguirre Loynaz, Miguel Betancourt y Antonio Zambrana, representantes de Camagüey. 70 La Constitución de Guáimaro camagüeyanos habían admirado en Inglaterra, pero que, como es fácil comprender, no se compadece con las urgencias y responsabilidades de un estado de guerra revolucionaria, Céspedes aceptó que el ejecutivo fuera designado por la Cámara. Inmediatamente, la Asamblea acordó las facultades del uno y de la otra, y atribuyó al Legislativo facultades intrínsecas del Ejecutivo, comenzando por concederle el libre nombramiento y remoción del Jefe del Ejército, del dirigente de las operaciones militares de la revolución. Céspedes entonces, pide, como una transacción, que el Jefe del Ejército diera cuenta, siquiera, al Ejecutivo de su gestión; y, detalle significativo, la Asamblea permanece en silencio. La enmienda se aprueba, no porque haya tenido la aceptación expresa de los constituyentes, sino porque nadie se opuso, posiblemente por consideración personal al grande hombre a quien se despojaba de todas sus prerrogativas (Art. 7º). Después, se atribuyó a la Cámara la dirección de la política de la guerra, la regulación del corso y la organización de la economía de la fuerza: contribuciones y empréstitos (Art.14). 2º La limitación del Ejecutivo. ¿Cuáles son, entonces, sus facultades? Simplemente proponer a la Cámara los Secretarios de Despacho, cuyo número no se fija,36 dirigir las relaciones exteriores que debemos suponer reducidas a la mínima expresión (Arts. 18, 19, 20), sancionar, con veto suspensivo, y supervisar la ejecución de los acuerdos de la Cámara (Arts. 10, 11, 12, 13 y 20). Un Ejecutivo en estas condiciones estaba prisionero de la Cámara. Después, acentuando la opresión, por así decirlo, del Ejecutivo dentro del Legislativo, la Asamblea acuerda que el Poder Judicial sea independiente y se organice por una ley (Art. 22), esto es, deja la administración de justicia también a merced de la voluntad legislativa, que mientras no se produzca en otro sentido es la máxima autoridad judicial. Céspedes pide el derecho de gracia, y observa que la clemencia es el más bello de los atributos del poder; pero, Agramonte 36 El Art. 21 del Proyecto establecía “el Presidente nombrará los Secretarios del Despacho”. Entonces Céspedes tuvo un gesto: renunció al nombramiento de los Secretarios de Despacho y sugirió que los nombrara la Cámara sobre indicación del presidente, “proposición acogida con general aplauso”. ¿Fue una ironía del hombre que se vió tratado con tal desconfianza, como sospecha Carlos Márquez Sterling (Ignacio Agramonte, p. 125), o bien una manera de descargarse de una última, y ya inútil, responsabilidad? 71 Ramón Infiesta y Bagés y Zambrana obtienen que la Asamblea niegue el derecho constitucional de gracia, no solamente al Presidente, sino a la misma Cámara, porque "pudiendo ejercerse un gobierno tiránico lo mismo por una corporación que por un hombre, principal garantía de las libertades públicas estribaba en la independencia de los poderes, que esta independencia no era completa si las sentencias dictadas por los tribunales podían alterarse en algún sentido y que si bien la Cámara tenía el derecho de declarar amnistías generales, lo que por cierto no era necesario consignar debidamente, semejantes amnistías no debían alcanzar a los condenados por los tribunales". Para acabar de reducir al Presidente a un mero ejecutor de la voluntad legislativa, la Asamblea acuerda que es de atribución de la Cámara destituir a todos los funcionarios de su nombramiento.37 Claro está que no dice, porque eso sería en cierta forma injurioso, que la cámara podrá nombrar y destituir al Presidente, pero como es funcionario de su elección y no se fija el período de duración de su cargo, el caso cae dentro de sus facultades, y es bien sabido cómo la Cámara, a precio de la vida del Iniciador, hizo uso de esa atribución. 37 Antonio Zambrana, ponente de la Constitución, razona así el precepto: “La Cámara debía nombrar al Presidente encargado del Poder Ejecutivo y al General en Jefe del Ejército Libertador, y podía deponerlos sin previa formación de causa, y sin explicar los motivos de la medida. Era de este modo la depositaria de la autoridad suprema; el verdadero centro del poder público, la entidad realmente responsable del Gobierno, cuya inspección y cuya influencia irían de seguro hasta los más pequeños detalles administrativos. No podía ser de otra manera: la preservación de los principios fundamentales del sistema republicano era la necesidad más apremiante después de la independencia del territorio. El nombramiento del Presidente del Ejecutivo significaba que la Cámara había recibido por un asentimiento entusiasta y unánime del pueblo el derecho de obrar en su nombre. El nombramiento del General en Jefe ponía el Ejército en las manos de la Cámara en vez de ponerlo en las del Gobierno. La deposición sin explicaciones y sin responsabilidad hacía que el poder de la Cámara fuese efectivo y no nominal; la armaba para la defensa de las instituciones, y evitaba escándalos y peligros considerables. Por los méritos de las personas en quienes de antemano se sabía que habían de recaer esos dos importantes encargos, parecen estas precauciones una ingratitud; pero no hay ningún respeto personal que deba ponerse por encima del respeto que inspiran los pueblos y los principios. De Céspedes y de Quesada no se temía nada que fuese un mal sentimiento; pero sus errores podían tener en la suerte de Cuba un influjo de la mayor trascendencia. En una ocasión solemne se demostró después que la Asamblea había sido sabia y previsora al reservar al poder legislativo, centinela y salvaguardia de la Constitución, autoridad suficiente para garantizarla de todo ataque”. (República de Cuba, pp. 37-38.) 72 La Constitución de Guáimaro Terminado, la Asamblea Constituyente acuerda que el poder legislativo ha de estar en funciones mientras la revolución exista y, en casos de vacante entre sus miembros, será cubierta por los electores del Departamento que lo ha enviado a la Cámara. Al efecto, la Asamblea acuerda dividir a Cuba en cuatro departamentos: el Oriental, el del Centro, el de Las Villas y el de Occidente, que enviarán a la Cámara igual representación. Así queda perfeccionado el predominio constitucional de la Cámara sobre la voluntad ejecutiva del Presidente. b) Desarrollo político ¿Cuáles son las consecuencias, en la práctica, de este espíritu de la Constitución? Aparentemente organiza una república federal y parlamentaria. Pero, en el fondo no era una cosa, ni la otra, porque las legislaturas de los cuatro Estados no funcionaron y, por otra parte, el Presidente carecía de la facultad de disolver la Cámara, indispensable en un régimen parlamentario.38 Por eso, inmediatamente se plantea una doble incongruencia: la constitucional de un Legislativo con facultades ejecutivas y la política de un Ejecutivo sin facultades ejecutivas. La Cámara se coloca en un plano de pugna con el Jefe del Ejército, que es el verdadero ejecutivo en una revolución en armas y, en el sentido político, se empeña en hostilidad permanente con el Presidente de la República. La crisis no se produjo inmediatamente. Durante los primeros años de guerra la suerte de las armas fue desfavorable para la insurrección. "La miseria era común y tan profunda en los oficiales como en la tropa".39 Tal fue la crítica situación que atravesaban los cubanos en armas durante los años 1870 y 1871, período conocido con el nombre de año terrible, en el que nadie se ocupaba de Constituciones, sino de hacerse del diario yantar. La Cámara se declaró en 38 Cfr. Carlos Manuel de Céspedes: Manuel de Quesada y Loynaz, pp. 66-72, [s.n.], La Habana, 1925. 39 “El general Agramonte usaba un pantalón que no le llegaba sino seis u ocho dedos más debajo de la rodilla, lo que por suerte le era dado ocultar por ser en cambio muy altas sus polainas charoladas… Estoy viendo aún al doctor Párraga, que por desgracia, murió el año pasado, y al teniente Javier del Castillo, ahora en esa ciudad, médico el primero de la brigada del Sur, al frente el segundo de una compañía de infantes del Caunao, así como salió Adán bíblico de las manos de su Creador”. (Manuel Sanguily: “La revolución cubana juzgada por un insurrecto”, en Hojas literarias, año I, t. I, pp. 153-54, abril 30 de 1893.) 73 Ramón Infiesta y Bagés receso, y el Presidente tuvo, en la practica, los poderes necesarios que, por otra parte, él no trataba de usar, ni acaso, hubiera podido. Máximo Gómez, en ejemplo, no sólo no recibía ninguna orden del Gobierno, sino que ignoraba casi siempre donde estaba el Gobierno. Pero, cuando la revolución fue consolidando su posición, y ya los insurrectos pudieron pensar en política, estalló de nuevo, con mayor gravedad, la pugna entre Agramonte y Céspedes y sus ideologías inconciliables. Los detalles de esa discrepancia entre los dos más grandes hombres de Cuba en armas, cuya abnegación, probada con su muerte, es indiscutible, no nos interesan ahora, salvo en un extremo legal. Fue preciso reformar la Constitución.40 El 24 de febrero de 1870 se convino establecer la Vicepresidencia; en marzo de 1872, se acordó que, en ausencia del Presidente y de su Vice, fuera el Presidente de la Cámara el Ejecutivo de la República. Esto planteó un nuevo conflicto. Céspedes se opuso, alegando que la reforma era inconstitucional. No estaba en lo cierto, pero le asistía la razón. En su último artículo, la Constitución establecía que podía ser modificada por el voto unánime de todos los integrantes de la Cámara. Aprobada, como lo fue, por unanimidad de los sufragios de la Cámara, la reforma era legal y el procedimiento apto. Pero, la inconstitucionalidad de la reforma residía en el espíritu, porque a tal equivalía atribuir el cargo de Presidente de la República, no al hombre a quien se designase expresamente para desempeñarlo, conforme a necesidades revolucionarias y corrientes políticas del momento, sino al Presidente de la Cá- 40 La Constitución de Guáimaro fue reformada siete veces: 1) en 25 de julio 1869, adicionando el Art. 25 con la declaración de que los ciudadanos de la República están obligados a prestarle, como soldados, los servicios para que resulten aptos. 2) En 10 de agosto 1869, agregándole un nuevo artículo, el 30, dispositivo de que los diputados son inmunes. 3) En 24 de febrero 1870, creando el cargo de Vicepresidente. 4) En 3 de abril 1872, fijando el número de diputados en 16, y el quórum, en nueve. 5) En 13 marzo 1872, estableciendo que a falta del Presidente y del Vice, los sustituirá el Presidente de la Cámara. 6) En 13 de junio de 1875, modificando el art. 6 en el sentido de que se podían celebrar elecciones generales para renovar totalmente la Cámara. 7) En 26 de abril 1876, acordando que cuando fuese impar el número de diputados, el quórum sería la mitad del número par que lo siguiese (Véase Pánfilio D. Camacho: Biografía de la Cámara de la Guerra Grande, [s.n.], La Habana, 1945) 74 La Constitución de Guáimaro mara, de posición partidarista necesariamente y, acaso, como caudillo, poco capaz o insuficientemente popular. En definitiva, agravándose la divergencia, Céspedes se resigna. Pero, la lucha, ora sorda, ora abierta, continúa y culmina en la deposición de Céspedes, su abandono por los apasionados rivales en las faldas del Turquino y su muerte a manos de la tropa española. Ya Agramonte lo había precedido en el camino de la inmortalidad, y con la desaparición de los dos gloriosos fundadores termina lo que pudiéramos llamar la pugna constitucional entre el Ejecutivo y el Legislativo. Pero, no se agota la problemática interna que ha establecido la manera de integración de la Cámara, esto es, no concluye el localismo.41 Su auge creciente en el seno de la Revolución es causa directa de dificultades interiores que la disuelven42 y la conducen al Pacto del Zanjón, acuerdo de la Revolución en colapso con el gobernador general Arsenio Martínez Campos para poner fin honorablemente a las hostilidades. 41 Cfr. Manuel Sanguily Arizti, Loma de Sevilla, esp.pp. 41 y sgs. Elías Entralgo anota agudamente la trascendencia, en la formación del localismo, del complejo familiar. “Los individuos marchados a los campos de la rebeldía no lo hicieron solos. Aprovechando la protección natural que les brindaba la montaña o el bosque y la situación militar del ejército enemigo, que no operaba, por lo general, sino en columnas numerosas y lentas, fueron a la manigua insurrecta acompañados de sus familiares. Estos lazos sentimentales engendraron, en lo doméstico, los ranchos, y en lo guerrero las partidas, adversas a la disciplina, la ordenanza y la organización para empresas militares en gran escala” (La insurrección de los Diez Años, p. 25, La Habana, 1950) 42 75 La Asamblea de Guáimaro* Ramiro Guerra y Sánchez L a gran convención política que pasó a la historia cubana con el nombre de Asamblea de Guáimaro, efectuose en el peque ño poblado camagüeyano de ese nombre, con la concurrencia de representantes de los tres Departamentos alzados en armas, Oriente, Camagüey y Las Villas. De hecho, también de Occidente, porque un representativo del Departamento Occidental, Antonio Zambrana, fue incluido en la delegación de Camagüey. Con Céspedes a la cabeza, la delegación de Oriente vino a quedar formada por Céspedes, Antonio Alcalá y Jesús Rodríguez, ambos de Holguín, y José María Izaguirre de Jiguaní. Céspedes podía considerarse representante de todo el Departamento Oriental, pero muy en particular de Bayamo y Manzanillo. La delegación constituyó un grupo representativo débil, en comparación a la alta categoría revolucionaria de Oriente. Ninguno de los jefes de mayor prestigio y autoridad de la conspiración y de la revolución en el Departamento Oriental — Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio, Pedro Figueredo, Donato Mármol— , ni otros igualmente significados figuró junto a Céspedes. La presencia de varios de algunos de ellos en Guáimaro puso bien de manifiesto, no obstante, el primer lugar de Oriente en la guerra. En marcado contraste con Oriente, Camagüey contó con una representación muy fuerte, formada por Salvador Cisneros Betancourt, Ignacio Agramonte, Miguel Betancourt Guerra y Antonio Zambrana. Genuinamente camagüeyana por su tres primeros miembros, estuvo reforzada con al adición de Zambrana, vocero, por el momento, de los jóvenes habaneros, estudiantes universitarios y profesionales casi todos, agrupados en torno a Agramonte, el compañero de estudios en la Universidad a quien admiraban, y con cuyas ideas hallábanse compenetrados con gran entusiasmo. De tal manera quedó compuesta la delegación camagüeyana, que en ella tuvieron voz, en igual proporción, revolucionarios altamente respetados por sus años y su autoridad — Salvador Cisneros y Miguel * Tomado de: Ramiro GUERRA: Guerra de los 10 Años, t. I, pp. 247-264, Ed. Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972. 76 Bentacourt— y jóvenes fogosos, llenos de ardimiento y acometividad — Agramonte y Zambrana— pertenecientes a una generación nueva, imbuida de las ideas en boga de la Revolución Francesa, magnificadas y popularizadas por los grandes escritores románticos franceses. Los villareños tuvieron en Guáimaro una delegación fuerte también. Algunos de sus miembros eran personas de mucho arraigo, en particular el jefe nato de la delegación, el "respetable y honradísimo" Miguel Jerónimo Gutiérrez.1 Otros hallábanse en plena juventud, con la impetuosidad y exaltación de la gente moza — Eduardo Machado, Antonio Lorda, Honorato del Castillo… Compuesta de seis miembros, fue la más numerosa de las delegaciones concurrentes a la Asamblea. Unida ideológica y políticamente con la delegación de Camagüey, integró con ésta la mayoría absoluta de la convención, sin dejar de ejercer una influencia moderadora y apaciguadora entre camagüeyanos y orientales. Tres años mayor que Agramonte, y ocho que Zambrana, Eduardo Machado, hijo de padres acomodados, terratenientes, había permanecido ocho años en el extranjero. En los Estados Unidos, el primero, 1856; los otros siete años en Europa: Inglaterra, Francia, España, Alemania y Rusia. Viajero estudioso y observador, nutrió su espíritu y completó la formación de su carácter en el Viejo Mundo principalmente.2 Honorato del Castillo, que representaba a Sancti Spirítus, contaba treinta de edad, como Eduardo Machado. Profesor y estudiante de Medicina, distiguíase por su palabra razonadora y su sentido práctico.3 Antonio Lorda, era un joven doctor en Medicina, de 23 años, "algo dantoniano en sus ideas y en su manera de ser". Arcadio García y Tranquilino Valdés, miembros menos destacados de la delegación villareña, completábanla a título de personas de respeto, representantes de la clase media cubana. 1 Los calificativos son de Manuel Sanguily y Garritte, que conoció personalmente a Gutiérrez, lo estimó mucho y de quien dijo: "Gutiérrez murió dos años después (de Guáimaro), victima de una de las frecuentes traiciones que tenían lugar en el campo insurrecto, y es cosa que pasma en hombre tan generoso y de tan buena fe, que así se hubiera sacrificado por el amor platónico a un ideal antinatural y tan distante entonces, cuando menos, como el de la independencia de su país" Oradores en Cuba, p. 81. 2 Pánfilo D. Camacho: Eduardo Machado, el legislador trashumante, pp. 26 y 29, La Habana, 1943. 3 Manuel Sanguily Garritte: Ob. cit. 77 Ramiro Guerra y Sánchez El ambiente que se respiró en Guáimaro fue de entusiasmo y de regocijo, en los días inmediatamente anteriores a la reunión de la Asamblea y durante ésta.4 Debiose en gran parte a la actividad infatigable de Agramonte y sus amigos jóvenes, en particular los habaneros, con quienes congeniaban Eduardo Machado, Antonio Lorda y Honorato del Castillo. Apoyados con calor por sus amigos, Agramonte y Zambrana, letrados ambos, pusieron todo su empeño en preparar y predicar una organización republicana democrática. A ese propósito, con anterioridad a la apertura de la convención y durante las sesiones de ésta, dedicáronse a celebrar reuniones públicas, en las cuales se pronunciaron "muchas hermosas arengas sobradas de lirismo y de espiritualismo político".5 Muy adecuadas a su objeto y al carácter del entusiástico auditorio, alcanzaron un completo éxito e influyeron de la manera más efectiva en los debates y la obra de la Asamblea. En la atmósfera de la excitación y fervor por ellos creada y mantenida, la debilidad, comparativamente hablando, de la reservada representación oriental, resultó más acentuada inevitablemente, contribuyó a ello, asimismo, en no pequeña medida, la presencia en el poblado camagüeyano, sin ostentar el carácter de representantes oficiales de Oriente, de muchos jefes del Departamento, admirados y estimados por todos — Aguilera y otros— , reconocidamente inconformes con la política cespedista de una jefatura unipersonal fuerte, criterio que si no los inclinaba de manera pública a las ideas de la juventud camagüeyana y habanera, los mantenía en oposición al jefe oriental. Este, cuyo sistema de gobierno provisional revolucionario resultaba prácticamente inaplicable después de la pérdida de Bayamo, disponía, a pesar de todo, de una fuerte autoridad. Dábansela, su inquebrantable entereza de carácter, y el respeto y la admiración que inspiraba, en Cuba y entre los emigrados, el hombre de La Demajagua. El era el patriota que, cuando vacilaban los demás, había lanzado el reto a muerte a España, proclamando la independencia, ocupado a Bayamo —triunfo resonante 4 Martí lo ha descrito con su estilo inimitable, en forma que hace vivir aquellos jubilosos días, llamados a ser seguidos de tan cruentos sufrimientos en Camagüey. 5 "Esos actos (los mítines y las arengas), aquellas carta constitucional (la Constitución que se aprobó en Guáimaro), así como la anterior organización del Camagüey y las Cinco Villas, hubieran hecho pensar a Lamartine que sus autores, por el intercambio de un libro suyo muy popular, se habían amamantado a los pechos de la Gironda revolucionaria" (Manuel Sanguily Garritte: Ob.cit., p. 80. 78 La Asamblea de Guáimaro y decisivo de la revolución en sus comienzos— y creado y dirigido el primer gobierno de Cuba Libre. Era, además, el jefe de Oriente, el Departamento donde radicaba la mayor fuerza de la revolución, el Departamento que resistía, con indomable valor, todo el peso de la fuerza española. Fijada para el 10 de abril (1869), la apertura de las sesiones de la convención, ultimáronse la víspera los detalles del plan, la realización del cual se comenzó en la mañana del 10. Reunidas las delegaciones para constituir la Asamblea, otorgose unánimemente la Presidencia a Céspedes, testimonio de la alta jerarquía revolucionaria que le era reconocida, persona la de mayor edad entre todos los delegados. Las dos secretarías recayeron en Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana, representantes de la juventud. El primer paso de la Asamblea al entrar de lleno en la realización de sus labores, después de las mencionadas designaciones, consistió en aprobar las bases de la transacción política a que se había llegado previamente. Al adoptarse dichas bases, planteose una cuestión fundamental: la de la representación en la Asamblea Constituyente de los cuatro departamentos en que estaba divida la Isla: Oriente, Camagüey, Las Villas y Occidente. Oriente contaba con 264 000 habitantes en números redondos; Camagüey, con 71 000. La población de Camagüey fluctuaba entre 26 y 27 % de la población de Oriente; de toda la Isla, la población de Camagüey era sólo un 5 %. Es evidente que si se adoptaba el principio democrático de una representación proporcional a la población de cada Departamento, Camagüey tendría una corta representación en la Asamblea. Sin embargo, los camagüeyanos, acaudillados por la Asamblea de Representantes del Centro, estaban decididos a ser los árbitros de todas las resoluciones en Guáimaro. A ese efecto, se habían adelantado a atraerse a la representación villareña, y se proponían darle representación al Departamento Occidental (Matanzas, Habana y Pinar del Río), contando como cuerpo electoral del mismo el cortísimo número de jóvenes habaneros que rodeaban a Agramonte, de entre los cuales se escogería necesariamente los representantes del occidente cubano, adictos desde luego a las miras de los camagüeyanos. Para sostener esa solución antidemocrática, que lo llevaría a la Asamblea Constituyente de Guáimaro y a la Cámara de Representantes, Antonio Zambrana, hábil en sofismas y en una orato 79 Ramiro Guerra y Sánchez ria ria altisonante y efectista, proclamó la irreducible oposición de Camagüey a lo que llamó la tiranía del número.6 Una población como la de Oriente, cuatro veces mayor que la de Camagüey, alzada contra España varias semanas antes que los camagüeyanos y que había hecho frente a Valmaseda y a casi todo el peso de las fuerza española durante seis meses, al reclamar una representación proporcional a su alta cifra y a su demostrada pujanza revolucionaria, ejercía la tiranía del número, según Zambrana. Camagüey, vocero de la democracia contra la dictadura, rechazaba dicha tiranía enérgicamente. Una población como la de Camagüey, la cuarta parte aproximadamente de la de Oriente, que exigía la misma representación que los orientales, no ejercía dictadura alguna; velaba por la pureza de los principios democráticos. En realidad, la lucha no era de principios sino de qué Departamento había de dominar la Asamblea, si Camagüey u Oriente. Los camagüeyanos estaban absolutamente resueltos a que fuesen ellos. Antonio Zambrana, el mantenedor de la posición contra la tiranía del número, no podía dejar de reconocerlo así; lo consignó en una obra cuatro años después, en vida aún la mayoría de los testigos y contemporáneos. Las razones "para que los miembros de la Primera Cámara Legislativa que había de funcionar en la nueva República no fuesen elegidos con arreglo a la población", consignó en dicha obra, […] determinaron a la Constituyente a establecer una anomalía. Se quería solo, al exigir que cada Estado enviase el mismo número de mandatarios a la Cámara Legislativa, impedir la preponderancia exagerada de algunas de las agrupaciones (Oriente) en que por virtud del curso de los acontecimientos se encontraba divido el país, y tener una garantía, para decir toda la verdad, de que ciertos principios fundamentales no se conculcasen con el tiempo, ya que en esos distintos grupos no se había mostrado el mismo interés por su reconocimiento y observación.7 Céspedes no podía dejar de comprender el objetivo perseguido por los camagüeyanos, cuyo vocero respecto del particular era Zambrana, al sostener este su falaz posición a la tiranía del número. No obstante, después de replicar a la misma alegando el derecho de 6 Antonio Zambrana: "La República de Cuba",en Colección Los Zambrana, t. X, p. 33, New York, 1874. 7 Zambrana, Antonio. "La República de Cuba",en Colección Los Zambrana, t. X, p. 35, New York, 1874. Las palabras y las frases de Zambrana subrayadas en el texto, son del autor de esta obra no de Zambrana. Los camagüeyanos estaban movidos en el fondo por 80 La Asamblea de Guáimaro una mayor representación proporcional de Oriente, Céspedes terminó por allanarse a la exigencia camagüeyana de igualdad de representación. Adoptadas sin un voto de disentimiento las bases, estas fijaron las grandes líneas de la política revolucionaria, y de la forma en que habría de constituirse el nuevo gobierno unificado de la revolución. Quedó de manifiesto de esa manera, el entendimiento previo de orientales y camagüeyanos, con el que se solidarizaron y al que contribuyeron anticipadamente también, habaneros y villareños. En la histórica sesión mañanera, dado ese paso, dejose abierto el camino para la adopción de todos los acuerdos posteriores de la Asamblea. En número de siete las resoluciones fueron las siguientes: 1º Que los representantes reunidos en este lugar para establecer un gobierno general democrático y en virtud de las circunstancias que atravesamos, se consideran autorizados para asumir la representación de toda la Isla y acordar la guerra conducente al indicado objeto, con la reserva de que sus acuerdos serán sometidos para su ratificación o enmienda a los representantes de los diversos pueblos pronunciados, y de que más tarde cuando sea posible que el país se encuentre legal y completamente representado, establezca, en uso de su soberanía, la constitución que haya entonces de regir. 2º Que las discusiones que se han de verificar se sujeten a la formas habituales en los cuerpos parlamentarios 3º Que la Isla de Cuba se considere divida en cuatro Estados: el Occidente, Las Villas, el Camagüey y Oriente. 4º Que la Cámara Legislativa se constituya por el concurso de los representantes de los cuatro Estados. 5º Que la mayoría de los casos de votación se constituya por la mitad y un voto más de los que dieren. 6º Que en virtud de no poder establecerse en las actuales circunstancias una representación enteramente legal del país, vengan a la Cámara en nombre de Las Villas los miembros de la Junta Revolu- un sentimiento regionalista, que tomaba la forma de anticespedismo. El propio Zambrana lo declara así en su obra. "Había —dice (p. 33)— intereses encontrados entre los dos Departamentos y por último Carlos Manuel de Céspedes, que era admirado y venerado por todos por su intrepidez, su patriotismo y sus nobles cualidades, no estaba siendo el elegido de un pueblo sino la expresión de una provincia, el eco de un partido"(Antonio Zambrana, Ob. cit.) 81 Ramiro Guerra y Sánchez cionaria de Villa Clara que se hayan en Guáimaro y en nombre del Occidente los que sean elegidos por los cubanos de aquel Estado que se encuentren en el territorio pronunciado. 7º Que todos los americanos que deseen nuestra ciudadanía quedaran equiparados a los naturales de la Isla de Cuba. Se encomendó a los Secretarios la formación de un proyecto de "ley política", resolución con la cual terminó la histórica sesión de la mañana. En la de la tarde, comenzada a las cuatro, después de abierta la sesión con una alocución de Céspedes sobre el objeto del acto, se dio lectura al proyecto de Constitución, se aprobó este en conjunto, y se comenzó la discusión del articulado. Los artículos primero a sexto, inclusives, fueron aprobados por unanimidad.8 El artículo séptimo, referente a los nombramientos del Presidente de la República, del General en Jefe, del Presidente de la Cámara y de los empleados de ésta, todos los cuales debían ser hechos por el organismo legislativo, promovió el primer debate. Eduardo Machado y Miguel Jerónimo Gutiérrez propusieron que el General en Jefe fuese nombrado por el Ejecutivo. Rechazada esta enmienda por los votos de los demás representantes, Céspedes propuso en forma de enmienda que se agregase al artículo la siguiente adición: "El General en Jefe está subordinado al Ejecutivo y debe darle cuenta de sus operaciones". Aprobose por unanimidad.9 Los artículos noveno, décimo y undécimo, referentes a que la Cámara de Representantes podía deponer libremente a los funcionarios cuyo nombramiento le correspondía; que las decisiones legislativas de la Cámara necesitaban para hacer obligatorias la sanción del Presidente; y que si no la obtuviesen volverían inmediatamente a la Cámara para nueva deliberación, aprobáronse por unanimidad. Al artículo doce, que concedía al Presidente el término de diez días para impartir su aprobación a los proyectos de ley o negarla, Cisneros Betancourt propuso la reducción del término a cinco días. Fue desechada. El artículo decimotercero, que hacía forzosa la sanción del Presidente una vez que 8 En el original se citan los artículos del 1 al 6. Aquí no se reproducen porque en esta compilación aparece el texto íntegro de la Constitución de Guáimaro en las pp. (N. de E.) 9 Eugenio Betancourt Agramonte: Ignacio Agramonte y la Revolución cubana, p. 109, Dorrbecker, Habana, 1928. 82 La Asamblea de Guáimaro la Cámara hubiese ratificado su resolución después de oír las objeciones del Ejecutivo, fue aprobada por la Asamblea, después de rechazar una enmienda de Céspedes que autorizaba un segundo veto del Presidente de la República. Los artículos catorce y quince fueron aprobados después de desecharse dos enmiendas de tipo federalistas de Salvador Cisneros Betancourt. El artículo decimosexto "El poder ejecutivo residirá en el Presidente de la República" fue aprobado sin discusión. Al decimoséptimo Céspedes propuso una enmienda: la edad para ser Presidente de la República debía elevarse a más de los 20 años propuesto por los ponentes de la Constitución, a 30 años. Además, Céspedes propuso que para poder ser Presidente de la República se exigiese la condición de haber nacido en Cuba. Ambas enmiendas dieron lugar a un largo debate. Al fin y al cabo las dos fueron aprobadas.10 Los artículos dieciocho, diecinueve y veinte, referentes a que el Presidente de la República estaría facultado para celebrar tratados que sometería a la aprobación de la Cámara; que designaría los embajadores, ministros, y cónsules de la República; que recibiría a los embajadores, cuidaría de que las leyes se ejecutasen fielmente y expediría todos sus despachaos a todos los empleados de la República, fueron aprobados por unanimidad. El artículo veintiuno del Proyecto de Constitución "El Presidente nombrará a los Secretarios del Despacho", quedó enmendado en la forma siguiente a propuesta de Céspedes: "Los Secretarios del Despacho serán nombrados por la Cámara a propuesta del Presidente". En el acta de la sesión hízose constar que la enmienda había sido acogida con general aplauso. El artículo veintidós, "El poder judicial es independiente, su organización será objeto de una ley especial", fue aprobado. Céspedes propuso que se le adicionase un párrafo reconociéndole al Presidente de la República la facultad de indultar a los delincuentes políticos, adición que no fue aceptada por la Asamblea después de largo debate. Los restantes artículos, veintitrés a veintiocho, fueron aprobados sin cambio alguno. El artículo veintisiete, "Los ciudadanos de la República no podrán admitir honores ni distinciones de un país extranjero", fue adicionado al proyecto de los ponentes, pasando la Constitución a contar con veintinueve artículos en lugar de veintiocho. La tercera y última reunión de la Asamblea Constituyente, comenzó al siguiente día, 11 de abril, a la 1 de la tarde. Izaguirre, delegado oriental, propuso una enmienda al artículo tercero ya apro10 Carlos Márquez Sterling: Ignacio Agramonte, p. 123-125. 83 Ramiro Guerra y Sánchez bado del proyecto constitucional, inspirada en un sentimiento regionalista. El orden en que se mencionaban los cuatro Estados en que se dividía la Isla, Occidente, Las Villas, Camagüey y Oriente, debía modificarse, fijándose según "la cronología de la revolución, o sea, Oriente, Camagüey, Las Villas y Occidente". El Departamento Oriental reclamaba de esa manera la primacía revolucionaria, aspiración satisfecha al quedar aprobada la modificación del artículo. Eduardo Machado propuso que el nombre del Estado de Las Villas, fuese cambiado por el de Cubanacán, enmienda no aprobada por la Asamblea. Al final de la sesión, planteose un problema que fue motivo de un largo y tenso debate: la elección de la bandera de la República. Esta cuestión trascendía al campo de las controversias políticas, a causa de que venían usándose dos banderas. En Oriente, se usaba la llamada "Bandera de Bayamo" compuesta y enarbolada por Céspedes al proclamar la independencia en La Demajagua. En Camagüey y Las Villas, la hecha flamear por primera vez en Cuba por Narciso López, en 19 de mayo de 1850, al desembarcar en Cárdenas.11 Discutido el asunto ampliamente, la mayoría votó a favor de la bandera actual de la Republica, o sea de la imaginada por el general Narciso López, dibujada en Nueva York en el hogar del poeta, escritor y dibujante Miguel Teurbe Tolón, el año precedente. Orgulloso de su propia enseña, en el curso del debate Céspedes recordó a la Asamblea "que no se olvidasen de los triunfos de la bandera que se alzó en Yara, ingratitud que sería tan notable como la que los diputados Honorato del Castillo e Ignacio Agramonte temían, según habían expresado, que se cometiese con la de López y Agüero", y agregó "que no debían agraviarse los títulos adquiridos por el Departamento Oriental". Al votar a favor de la bandera actual de Cuba, la Convención o Asamblea Constituyente dio por terminada su labor.12 Acto seguido de haber concluido los convencionales la misión que les había sido encomendada, pasose a constituir la Cámara de Representantes. La Presidencia y la Vicepresidencia recayeron en Salvador Cisneros 11 Carlos Márques Sterling: Ignacio Agramonte, pp. 129-131. La bandera de Bayamo o de La Demajagua logró conservarse en la revolución y en cumplimiento del primer acuerdo de la Cámara se conserva en la actualidad en el salón de sesiones de la Cámara de Representantes de la República. Véanse Carlos Manuel de Céspedes y de Quesada: Las Banderas de Yara y de Bayazo, Academia de la Historia de Cuba, La Habana, 1949; y Enrique Gay Calbó: El Centenario de la Bandera Cubana, 1849-1959, Academia de la Historia de Cuba, La Habana, 1949. 12 84 La Asamblea de Guáimaro Betancourt y Miguel Jerónimo Gutiérrez respectivamente. Las dos Secretarías y las dos Vicesecretarías, en Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana las primeras, y en Miguel Betancourt y Eduardo Machado las segundas. Camagüeyanos y villareños ocuparon, de esa manera, todo los puestos de la mesa de la Cámara de Representantes.13 El primer acto de ésta, una vez constituida, fue de conciliación política. Consistió en adoptar a propuesta de Antonio Zambrana la resolución siguiente: "Que el primer acuerdo de la Cámara de Representantes consista en disponer que la gloriosa bandera de Bayamo se fije en la sala de sus sesiones y se considere como una parte del tesoro de la República". Hábilmente encaminado a evitar resentimientos, el acuerdo fue un tributo de respeto a Oriente, tal como lo había pedido Céspedes, a quien alcanzó, asimismo, en el orden personal. Dado ese primer paso de cordialidad política, la Cámara, por aclamación unánime, nombró a Céspedes Presidente de la República, encargado del poder ejecutivo. En igual forma, designó inmediatamente al general Manuel Quesada, General en Jefe del Ejército Libertador. Quesada era camagüeyano y ocupaba el cargo de jefe militar superior de Camagüey. Fue designado primeramente para el mismo por el Comité del Centro, y ratificado posteriormente por la Asamblea de Representantes del Centro. En la fecha en que fue designado General en Jefe por la Cámara, Quesada no era aún pariente político de Céspedes ni se hallaba compenetrado con éste respecto a la manera de dirigir militarmente la revolución, como lo estuvo más tarde. Su designación fue obra de los camagüeyanos, apoyados por los villareños, sin reparo de Oriente. Aceptado por Céspedes el nombramiento con que la Cámara acaba de honrarle y enaltecerle, adelantose a proponer la designación de Francisco Vicente Aguilera para la Secretaría de la Guerra, iniciativa cespedista encaminada a borrar diferencias, hacer pública manifestación de aprecio a los méritos personales de Aguilera, y de reconocimiento a éste por los servicios prestados a la revolución. La Cámara se unió unánimemente al tributo rendido por Céspedes a Aguilera. Aprobó la designación e hizo constar en acta que la proposición del Presidente de la República fue acogida con vivas demostraciones de aplausos, y 13 Martí comentó la constitución de la Cámara señalando que para la presidencia de la misma se designó "el que presidía la Asamblea de Representantes del Centro, de que la Cámara era ensanche y hechura, a Salvador Cisneros Betancourt". Obras Completas, vol. I, p. 537, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1991. 85 Ramiro Guerra y Sánchez aprobada por unanimidad. Otro hecho igualmente significativo del espíritu predominante en esa primera sesión, se consignó asimismo en el acta: el Presidente Céspedes, después de exponer en un breve discurso su amor y respeto al nuevo orden de cosas, "concluyó por desprender de su traje las insignias de su mando y las puso a disposición de la Cámara, con lo que quería demostrar que todos los jefes debían desnudarse ante ella de la autoridad que habían poseído hasta aquel momento, acto que produjo mucho entusiasmo".14 La sesión terminó con un acuerdo, ratificación en cierta medida de otro adoptado cuatro días de comenzar sus sesiones la Asamblea de Guáimaro por la Asamblea de Representantes del Centro: el de tomar en consideración una solicitud presentada por un número de ciudadanos, en sentido anexionista a la República de los Estados Unidos. Esta grave cuestión no se aprobó ni se rechazó de plano. Sometiose al estudio de una comisión compuesta por los diputados a la Cámara Miguel Jerónimo Gutiérrez, Antonio Lorda, Miguel Betancourt, Jesús Rodríguez y Honorato del Castillo. Cuatro votos de la mayoría camagüeyano-villareña, y un solo voto, poco significado, de Oriente. El 12 de abril fue el día de las investiduras. Céspedes quedó en posesión del cargo de Presidente de la República y entró en funciones; Manuel Quesada asumió a su vez el de General en Jefe del Ejército Libertador; y la Cámara de Representantes, superior organismo revolucionario quedó constituida en sesión permanente. Céspedes formó su gabinete, sometido por él a la Cámara y aprobado por ésta, en la siguiente forma: Secretario de la Guerra, Francisco Vicente Aguilera, con Pedro Figueredo de Subsecretario; Secretario de Hacienda, Eligio Izaguirre; de lo Interior, Eduardo Agramonte y Piña; y de la Relaciones Exteriores, Cristóbal Mendoza. Aguilera, cuya simpatía por los camagüeyanos y estrecha compenetración con Ignacio Agramonte eran bien conocidas, quedó, con Céspedes y Quesada, al frente de la dirección de la guerra. El Camagüey, con dos de los suyos, Eduardo Agramonte y Cristóbal Mendoza en el Gabinete, contó con mayoría en éste. Al constituirlo en esa forma, Céspedes fue consecuente con su criterio favorable al régimen parlamentario, expuesto en la Asamblea Constituyente, al proponer que los Secretarios del Despacho fuesen propuestos por el Ejecutivo y aprobados por la Cámara. De hecho, Céspedes no contaba sino con 14 Las palabras entrecomilladas se hicieron constar textualmente en el acta. 86 La Asamblea de Guáimaro un oriental que podía considerar adicto a su política, Eligio Izaguirre. Los villareños y los habaneros, con posiciones en la mesa de la Cámara, no las tuvieron en el Gabinete. Los dictados del patriotismo y el propósito de descargarse de la grave responsabilidad que sobre ellos pesaba, movieron a los representantes de la revolución a concurrir en Guáimaro. En la Asamblea de ese nombre, compaginaron sus diferencias, unieron la insurrección en un frente único y constituyeron un solo gobierno representativo de Cuba Libre. No hay evidencia histórica, sin embargo, ni testimonio alguno, que induzca a pensar que en la última entrevista celebrada por Agramonte e Ignacio Mora con Céspedes en Oriente, o en las conversaciones posteriores del mismo Mora y Francisco de la Rúa con Céspedes, después del regreso de Agramonte a Camagüey, los delegados camagüeyanos persuadieron o convencieron a Céspedes de que el sistema de organizar el gobierno revolucionario en Camagüey era más conveniente y más efectivo para la dirección de la guerra que el implantado por él en Oriente. No cabe admitir tampoco, por estar en contradicción con los hechos, que los razonamientos de Céspedes tuvieran fuerza persuasiva y convincente para inducir a los camagüeyanos a modificar sustancialmente sus propias ideas y aceptar las del jefe oriental. Todas las pruebas conducen a afirmar lo contrario. A Guáimaro no se fue a tratar de establecer un sistema ideal de gobierno para Cuba, ajustado a doctrinas y principios políticos-filosóficos mediante discusiones de tipo académico. Dadas las apremiantes circunstancias, túvose por mira el lograr un arreglo "funcional" meramente. Se proyectó y se concibió éste, para resolver el grave y urgente problema político, de primordial interés, de la unidad revolucionaria respecto a cuestiones esenciales de política exterior e interna. Aprobadas las bases del arreglo en reuniones preliminares, procediose con extraordinaria rapidez a redactar, discutir y aprobar la Constitución, a designar el Presidente de la República después de constituir la Cámara, a nombrar al General en Jefe y a la formación del gabinete del Presidente, tan pronto tomó posesión del cargo. El carácter y el alcance de expediente político de la labor de la Convención Constituyente, fue causa de que ocurriesen omisiones, contradicción de principios, evasión de problemas y otros errores contenidos en el importante documento, si se les juzga desde un punto de vista estrictamente doctrinal. Una desapasionada, serena y prolongada discusión de hombres de estudio, en labor 87 Ramiro Guerra y Sánchez tranquila, con tiempo suficiente por delante, para tratar de realizar una obra ideal de supuesta perfección técnica en lo político y lo filosófico, era algo que hubiera podido ser más hacedero teóricamente, en circunstancias normales, que la confección de un plan político y la redacción de una ley fundamental de Cuba Libre en Guáimaro. El plan y la Ley Fundamental del Estado, acordados de manera festinada, por hombres apasionados y de firmes criterios, contradictorios en buena parte, y de muy distintas condiciones de carácter, aun cuando persiguiese un ideal común, fueron lo que pudieron ser y respondieron a las graves necesidades de la hora. Diferentes en edad, posición y experiencia de la vida, los convencionales estaban envueltos en el torbellino de una revolución, en lucha a muerte con una nación guerrera poderosa, comparadas las fuerzas de ésta con las de la insurrección cubana. La obra realizada en Guáimaro estuvo y debió estar destinada al logro de objetivos políticos y militares específicos inmediatos. Iba a servir de instrumento, aun cuando fuese provisional e imperfecto, de unificación del frente interno revolucionario, la más premiosa necesidad del momento. Inexcusable fue el realizarla urgentemente, cualesquiera que fuesen las deficiencias que le impusieran la confusión de los problemas y las reservas mentales de las partes. El dar cima a empeño tan arduo, fue el mérito excepcional, en el orden patriótico y político, de la gran asamblea revolucionaria. Los defectos técnicos podían considerase secundarios. El fin primordial perseguido quedó asegurado y eso era lo vital para la revolución cubana.15 Las inflamadas arengas y peroraciones de Agramonte, Zambrana y sus jóvenes compañeros, en los días de la concentración revolucionaria en Guáimaro podían estar sobradas de lirismo y espiritualismo político, como expresara Manuel Sanguily. Podían rebosar de un idealismo cosmopolita, filantrópico y humanitario que hacía pensar en un mundo de paz y de confraternidad; en otro Evangelio, como escribiera el mismo historiador. Las evidencias históricas más convincentes son que, no obstante el lirismo, el espiritualismo y el idealismo de las arengas y las peroraciones, en Guáimaro se hizo política practica, "realista", con los objetivos corrientes de las actividades de 15 "En los modos y en el ejercicio la carta, se enredó, y cayó tal vez, el caballo libertador; y hubo yerro acaso en poner pesas a las alas, en cuanto a formas y regulaciones, pero nunca en escribir en ellas la palabra de luz". José Martí: Obras Completas, vol. I, p. 532, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1991. 88 La Asamblea de Guáimaro ese género: lograr posiciones y ventajas, hacer prevalecer criterios, ganar adeptos, asegurarse mayorías y asumir la máxima suma de poder posible. La gente joven, aparentemente la más susceptible a dejarse arrastrar por la idealidad y el ensueño, no perdió de vista en ningún caso, las cuestiones y las diferencias políticas que estaban planteadas. No relegó las unas ni las otras a un plano secundario. No hizo dejación de su dominante voluntad de poder. No refrenó el impetuoso deseo, con la intransigencia y el espíritu dogmático de la juventud, apenas atemperados por los convencionales de mayor experiencia y edad, de tomar en sus manos la dirección suprema de la revolución, como hubo de lograrlo. Agramonte, Zambrana y sus compañeros, procedieron de esa manera, arrastrados no solo por su fervor juvenil, sino movidos también por el recelo que les inspiraba un hombre de las condiciones de carácter y de la inquebrantable voluntad de Céspedes. Ellos eran positivamente revolucionarios, imbuidos de las ideas y las doctrinas de la Revolución Francesa de 1789 y entusiásticos admiradores de los procedimientos drásticos de la misma. Hallábanse ansiosos de reformarlo todo, de legislar sin limitación alguna, de extirpar de raíz todo cuanto fuese tradición colonial, de echar los cimientos de una sociedad enteramente nueva, libre y progresista. En total desacuerdo con la mayor parte de los principios mantenidos por Céspedes en el Manifiesto de 10 de Octubre, y con las normas puestas en práctica por él durante su mando en Oriente, repugnábales de una manera especial el criterio de Céspedes referente a la limitación de la acción revolucionaria durante la guerra. En abril de 1869, estaba comprobada la imposibilidad de regirse por la legislación colonial vigente hasta la expulsión de España de Cuba. Los opositores de Céspedes rechazaban de manera absoluta la concentración de los poderes civiles y militares en una autoridad unipersonal, sistema que calificaron lisa y llanamente de dictadura; y que, como tal, repudiaron y condenaron con la mayor energía. Revolucionarios en el completo y cabal sentido del término, Agramonte, Zambrana y sus amigos, entendían y proclamaban que la revolución contaba con representación bastante no solo para poder poner término a la dominación española, sino también para destruir el sistema colonial hasta sus cimientos y erigir sobre sus ruinas una organización republicana democrática, de acuerdo con los principios y el generosos idealismo de los girondinos. En la primera de las bases para la Constitución aprobada el 10 de abril, rindieron un 89 Ramiro Guerra y Sánchez testimonio verbal de respeto al principio mantenido por Céspedes de reservarle al pueblo cubano la potestad de resolver el sistema permanente de Cuba soberana e independiente cuando pudiese estar más ampliamente representada, al declarar en dicha base que los acuerdos de Guáimaro sería provisionales y estarían sujetos a ser modificados cuando el pueblo cubano se hallase en las condiciones expresada por Céspedes, pero cuidaron de darle a la Constitución aprobada en la histórica Asamblea, en la cual se aseguraron una mayoría, el más firme carácter de permanencia, al establecer en el artículo 29 y último de la Constitución, desconocedor del principio democrático de respeto a las mayorías, que para enmendarla se requería el voto unánime de los miembros de la Cámara. Mientras hubiese un solo partidario de sus ideas en el organismo legislativo, la Constitución no podía ser modificada. Ellos, los jóvenes, agrupados con Agramonte, el jefe indiscutido, abrigaban la convicción de que los hombres maduros y de condición templada eran útiles para el consejo y la determinación de ciertas orientaciones generales. Lo eran también para imprimir un sello de respetabilidad y de prestancia a los organismos del Estado; pero no reunían las condiciones requeridas para una acción renovadora radical de lo viejo y de lo caduco. Esa acción era indispensable confiarlas al ímpetu, al coraje y al desinterés de la juventud, no cohibida por las obligaciones, los compromisos, las necesidades y responsabilidades, las dudas y las vacilaciones que atan por lo común a los hombres maduros, jefes de familia. Convencidos de la razón que les asistía y seguros de la rectitud de sus restricciones, se adelantaron a asegurarse el apoyo de los villareños tan pronto entraron estos en Camagüey, contando, como contaban ya, con la simpatía, la aquiescencia y el respaldo de revolucionarios camagüeyanos y orientales de edad y de experiencia, inconformes con no poco de los procedimientos de Céspedes. La mayoría absoluta de que dispusieron en Guáimaro les permitió de hecho y de derecho asumir la dirección de la revolución, objetivo por ellos perseguidos. Colocaron a Céspedes, tratado con respeto, en una posición subordinada. Si persistía en su sistema y trataba de hacerlo prevalecer en contravención de los acuerdos de la Asamblea Constituyente, podía ser removido de la Presidencia de la República sin dificultad. La Cámara, mientras tanto, se mantendría alerta, a la vez que tomaba a su cargo el dictar leyes renovadoras, justicieras y democráticas de Cuba republicana independiente y libre. 90 La Asamblea de Guáimaro El grupo camagüeyano-habanero-villareño de revolucionarios jóvenes, que con Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana a la cabeza logró la realización de sus propósitos en Guáimaro, no triunfó por sí mismo exclusivamente con sus propias fuerzas. Pudo asegurase la mayoría en la Asamblea, gracias a que contó con el apoyo decisivo de varios de los más ilustres patriotas presentes pertenecientes a la generación anterior. Estos, por sus años, su moderación, sus elevadas prendas de carácter, su experiencia y serenidad de juicio, su espíritu bondadoso y conciliador y sus firmes y arraigadas condiciones democráticas, gozaban de un bien merecido y bien grande respeto, y ejercían una gran influencia moral sobre los jóvenes y sobre sus compañeros de la guerra. Distinguíanse especialmente entre esos hombres, Francisco Vicente Aguilera, de Oriente; Francisco Sánchez Betancourt de Camagüey; Miguel Jerónimo Gutiérrez, de Las Villas; a distancia, desde Nueva York, José Morales Lemus, de La Habana, aunque era holguinero de nacimiento. Ignacio Mora y algunos otros, aunque algo más jóvenes que los mencionados, podían incluirse en el grupo de esas personalidades. Salvador Cisneros Betancourt, de convicciones personales y de carácter distinto en diversos aspectos, ejercía, asimismo, una influencia moral grande. Sus opiniones eran oídas con gran respeto, a título de alto representativo de Camagüey, de su posición social, su acendrado patriotismo y su republicanismo intransigente, marcadamente regionalista. Todas estas personalidades, a las que se unían otras menos destacadas y prominentes, simpatizaban en el orden personal con Agramonte y los suyos. Sentíanse compenetrados con la gente joven, contagiábanse con el entusiasmo fervoroso de esta y aun cuando estimaban y respetaban a Céspedes y apreciaban sus méritos personales y revolucionarios, entendían que la autoridad unipersonal de que se había investido al alzarse en La Demajagua era excesiva y peligrosa. Un sistema de gobierno unipersonal, con poderes demasiado amplios como el establecido por Céspedes, lo consideraban inaceptable en un régimen democrático republicano. No se compaginaba con el espíritu y las ideas de la revolución, ni aun temporalmente, dentro de un estado de guerra. En las reformas de carácter político y social debía procederse con prudencia y avanzar con cautela, ciertamente. No se justificaba, sin embargo, el aplazar la sustitución del régimen colonial por el republicano hasta que terminase una guerra cuya duración no podía preverse. Además, el plan concebido por Céspedes 91 Ramiro Guerra y Sánchez era incompleto; los hechos habían demostrado que no se ajustaba a la situación que creaba e iba acentuando la guerra. La implantación de reformas de tipo social democrático, habría de ganarle simpatías a la revolución dentro y fuera de Cuba. Contribuiría a la más rápida y segura conquista de la victoria. El apoyo desinteresado, sincero y bondadoso de Miguel Jerónimo Gutiérrez, aseguró a la gente joven el respaldo de Las Villas. El de Salvador Cisneros Betancourt, Francisco Betancourt e Ignacio Mora, el de Camagüey. El de Francisco Vicente Aguilera contrapesaba en buena parte la influencia personal de Céspedes en Oriente. Morales Lemus, desde la emigración, tenía en el justo aprecio que merecía, a la juventud, aunque era en un todo favorable a Céspedes. La opinión de todas esas personalidades que lo trataban con toda consideración y respeto, no podía dejar de hacerse sentir en el ánimo de Céspedes y de sus amigos más adictos. Las evidencias históricas son que él continuó creyendo en las ventajas de una dirección centralizada de la guerra, provista de amplios poderes. Pese a ello, entendió, democráticamente, que debía acatar la voluntad manifiesta de la mayoría. A tal decisión ajustó su proceder en Guáimaro. Nada autoriza a pensar que abrigase el propósito de no proceder con lealtad respecto a esa fundamental cuestión. El régimen establecido por la Constitución y el gobierno organizado en Guáimaro, fue positivamente, un régimen "mayoritario" en las circunstancias del momento. El gobierno que ocupó el poder fue un gobierno de mayorías también, y Céspedes contribuyó, en las discusiones de la Constitución y en la propuesta de los Secretarios del Despacho, a darle cierto carácter de gobierno parlamentario. La transigencia de Céspedes al aceptar la sustitución de su programa político expuesto en el Manifiesto del 10 de Octubre, por el planeado y establecido en Guáimaro, se explica no solo por las convicciones republicanas democráticas de Céspedes y por el dominio que ejercía sobre sí mismo. El jefe oriental no podía dejar de reconocer que se encontraba en una posición débil al concurrir a Guáimaro, hecho que lo afectaba desfavorablemente a él mismo, y le irrogaba perjuicios a la revolución. El acatamiento final de su autoridad en Oriente, después del gesto audaz de La Demajagua, habíase debido a la gran victoria de la toma de Bayamo, Jiguaní, Baire y otros poblados, a la rápida extensión del alzamiento y a la liberación de una gran parte del territorio del Departamento Oriental. Triunfos tan resonan- 92 La Asamblea de Guáimaro tes, debidos en gran parte a su resolución y a su audacia, le dieron la razón frente a los que habían censurados su precipitación y su impaciencia; le ganaron la admiración de todos los cubanos desafectos a España y opuestos al sistema colonial y lo convirtieron, de un día para otro, en una de las grandes figuras de las guerras de independencia de las Américas. La marcada división regional de Oriente; las dificultades inherentes a los agitados y desordenados primeros meses de la insurrección oriental; la derrota de Mármol en El Salado, de la cual algunos de los opositores de Céspedes le imputaron a este gran parte de la responsabilidad; el intento de dictadura de Mármol; la recuperación por los españoles de Bayamo, Jiguaní, Baire, El Cobre, Palma Soriano y otros lugares, fueron hechos que hicieron imposible para los insurrectos el uso de la legislación colonial e hicieron impracticable la acción efectiva del gobierno cespedista. Las continuas y destructivas operaciones del conde de Valmaseda en las jurisdicciones insurreccionadas de Oriente, bajo el mando de Céspedes, puestos todos los jefes cubanos a la defensiva, mermaron la autoridad del jefe oriental y aumentaron la fuerza de sus opositores en el Departamento de su mando. De manera que, según se dejó constancia en otra parte, la representación que llegó a Guáimaro fue débil, comparada con el empuje, la unidad de miras y la incontestable influencia entre los suyos, de las representaciones de Camagüey, Las Villas y La Habana (Occidente), en la concentración de Guáimaro. La mayoría dominante en la Convención Constituyente, trató a Céspedes con respeto y consideración, aun cuando hizo prevalecer soluciones radicalmente contrarias, a las ideas de él, en lo cual dicha mayoría estaba en su derecho. Bien consideradas las cosas, Céspedes, en último término, no perdió, sino salió ganancioso en Guáimaro. Al llegar al poblado camagüeyano, él era el jefe del Departamento Oriental solamente, con sus poderes y su autoridad muy discutidos desde la hora misma en que hubo de asumirlos; con la popularidad ganada en los primeros momentos de la insurrección muy disminuida, a causa de la marcha adversa de la guerra en el territorio de su mando, y con la creciente oposición de muchos y muy reputados patriotas orientales. Al quedar establecida y en vigor la nueva organización política acordada por la Asamblea, Céspedes recibió la investidura de la Presidencia de la República de Cuba, con toda la autoridad constitucional y moral, y el prestigio de una elección absolutamente legítima, unánime y libre, de la representación del pueblo cu- 93 Ramiro Guerra y Sánchez bano en armas. Esa elección era, en esencia, una sanción favorable a su gesto audaz de haber precipitado el alzamiento en La Demajagua. Era, asimismo, la confirmación del jefe de Oriente en el más alto cargo ejecutivo de la revolución, para el que se le había designado en la Junta de El Rosario y en La Demajagua, con la aprobación, pocos día más tarde, de la Junta de Bayamo. Por otra parte, era admisible que la Cámara de Representantes, organismo legislativo con una amplia base de representación, ejerciera la suprema autoridad en el campo revolucionario como agente de la soberanía popular. La existencia de tres bien balanceados poderes — ejecutivo, legislativo y judicial— llamados a funcionar independiente y armónicamente dentro de sus campos propios, era un sistema de tiempos de paz, imposible de mantener en un estado de insurrección y de guerra a muerte con la metrópoli. Reconocía, puesto que la imponían los hechos, la indispensable necesidad de que hubiese una autoridad suprema, encargada en último termino, de la dirección de la República en armas, la mayoría estimó preferible que dicha autoridad fuese ejercida por un cuerpo colegiado compuesto por un corto número de miembros, la Cámara de Representantes, y no por una sola persona, el encargado del poder ejecutivo. Agramonte y sus adictos lograron hacer prevalecer esta solución que ponía, de hecho, la dirección de la revolución enteramente en sus manos. La transacción política fundamental, si así puede llamarse, a que se llegó en Guáimaro fue esa. Céspedes aceptó que la autoridad suprema fuese ejercida por la Cámara de Representantes, depositaria de la soberanía del pueblo cubano, sin compartirla con el Ejecutivo, que le estaba enteramente subordinado. La Cámara, a su vez, convino en nombrar a Céspedes Presidente de Cuba Libre, con poderes limitados, de acuerdo con la Constitución, sin peligro alguno, puesto que podía destituirlo en cualquier momento por un simple voto de mayoría. Fue esto un arreglo político sui géneris, distinto a los de todos los países de la América en el curso de sus guerras de independencia. Lo impusieron circunstancias semejantes pero no idénticas, a las que en situaciones críticas y anómalas condujeron a la organización de los gobiernos revolucionarios unipersonales en el período de la lucha por la independencia, casi invariablemente, en todo los demás países de las Américas. 94 La Revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro José Luciano FRANCO D ivisionismo colonial. Codicia insaciable e implacable tiranía política —frutos naturales de una economía feudal basada en el antihistórico monopolio comercial y la vil explotación de la esclavitud negra— presidían con brutal ejemplaridad el dominio español en Cuba. Mientras las demás colonias de la América Española, abrumadas por el saqueo despiadado de sus riquezas, sacudían el yugo inclemente de sus dominadores y sustituían en el primer cuarto del siglo XIX su anterior aislamiento del mundo exterior por relaciones activas con países extranjeros —Inglaterra y Estados Unidos principalmente, en los que se operaba una radical trasformación— Cuba permanecía encadenada a su metrópoli retrasada y feudal. Propietarios de los latifundios y de esclavos, contrabandistas y parásitos de todas clases que lideraban la vida cubana —apenas alterada en su esencia por las rebeldías de los esclavos, el postulado reformista de Varela, Luz Caballero, Saco y Delmonte, y el sacrificio heroico de Aponte, Frasquito Agüero, Andrés M. Sánchez, Armenteros, Pintó y Narciso López— ligados estrechamente a la burocracia colonial, contribuyeron de manera singular a sostener el vacilante poder español, agitando como bandera la consigna divisionista que éste les dictaba de un supuesto peligro negro. Las clases dominantes de aquella sociedad esclavista crearon no sólo un régimen de opresión física para los negros, sino que también formularon las teorías justificativas de tal opresión. Aun a los mismos esclavos trasmitían esos principios, tratando de convencerlos que debían aceptar con resignación sus males porque eran seres inferiores. De allí se derivaron los prejuicios racistas, y la subsiguiente * Publicado como: José L. Franco: La Revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro, Publicaciones del Comité Pro-Centenario de la Bandera, 1850-Cárdenas-1950, AYON Impresor, La Habana, 1950. 95 José Luciano Franco discriminación racial que permitió a la tiranía hispana —haciéndole ver a los blancos criollos que formaban una raza superior, cuyos privilegios peligraban si desaparecían la esclavitud y la trata— impedir a los cubanos forjar su unidad nacional. Eran los negros, esclavos o libertos, quienes sostenían con sus brazos poderosos toda la vida económica de Cuba. Su posible influencia en los futuros destinos del país, si al fin se lograba expulsar el podrido régimen colonial español, constituía el tema principal en el debate entablado durante años por los criollos blancos progresistas frente a la burocracia peninsular apoyada en los negreros y hacendados reaccionarios. Los traficantes de esclavos liderados por Joaquín Gómez, Julián Zulueta, Pancho Marty, Durañona y otros, cuyos nombres reunidos forman un baldón de ignominia en los anales de la colonia, integrantes de la camarilla, organizadora de todos los crímenes, latrocinios y piraterías que encenagaron los períodos de mando de los generales Tacón, Ezpeleta y Anglona, por todos los medios de que libremente podían disponer mantuvieron la división entre los cubanos con la no disimulada campaña racista. Y provocaron, en 1844, la feroz represión conocida con el nombre de Conspiración de la Escalera, en la que el Capitán General de Cuba, Leopoldo O´Donnell, atropelló y asesinó a millares de hombres y mujeres negras —muchos criollos blancos fueron implicados en el proceso y perseguidos— para ahogar en sangre las justas aspiraciones populares. La Guerra Civil Americana, con el triunfo de la causa progresista dirigida por Lincoln y la derrota de la reacción sureña con la que simpatizaban los negreros de Cuba, así como la retirada de las tropas españolas de Santo Domingo, completamente derrotadas, y la heroica resistencia de Juárez y los patriotas mexicanos a la invasión francesa, al cambiar la correlación de fuerzas en la vida internacional ejercieron enorme influencia en el desarrollo posterior de los problemas políticos y sociales de Cuba. Es indudable que el grupo partidario de la anexión de Cuba a los Estados Unidos, nucleado principalmente por los negreros que buscaban en el apoyo americano la continuidad de su infame explotación, se vio obligado ante la realidad de los hechos a juntarse al de propietarios y capitalistas cubanos que, aun cuando eran en el fondo partidarios de la separación de España, se mantenían cautelosos ante los riesgos de que la independencia trajera —como lógica consecuencia— la liberación de sus numerosos esclavos. 96 La Revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro Y, otro grupo, formado por capitalistas, intelectuales, profesionales y hacendados, selecta minoría burguesa si se quiere llamarla así, pero vigorosa y bien alertada, que estaba ansiosa de liberarse del dominio extranjero que con insólita tenacidad se afincaba en un feudal sistema de castas y la oprimía con ruinosos impuestos, y le impedía desarrollarse y gobernar a un país cansado de la odiosa y torpe administración colonial, se colocó en el sendero de la manifiesta inconformidad. Los Capitanes Generales y Gobernadores, investidos por Real Orden de 2 de mayo de 1825 de facultades omnímodas, gobernaban la isla de Cuba, enfangada por el tráfico de esclavos y la corrupción administrativa, con la despótica irresponsabilidad y crueldad característica de los sátrapas turcos. Tiranía y corrupción que culminaron durante los mandos de los generales Tacón, O´Donnell y Concha —que utilizaron como órgano de represión la Comisión Militar Ejecutiva y Permanente instaurada por Vives en el primer tercio del siglo— en la feroz persecución de cuantos cubanos progresistas demandaron una cabal reforma del régimen colonial. Rebasada la primera mitad del siglo XIX el régimen político, administrativo, eclesiástico y económico de la isla consistía en las leyes de Indias, inaplicables a Cuba en su casi totalidad, pues, apenas la mencionan, las Ordenanzas municipales de 1554; la Sinodo Diocesana de 1660; el alcabalatorio de Pinillos y el bando de Policía de 1842. Instituciones propias para el Estado primitivo, desierto y pastoril, de principios del siglo XVII, inaplicables dos siglos después. Y a todo empleado colonial se le hacía jurar —disposición que databa del tiempo de Vives— que no reconocería el absurdo principio de que el pueblo pueda intervenir en sus leyes. La necesidad de transformar toda esa maquinaria feudal que impedía el libre desarrollo de la burguesía criolla, en códigos y leyes liberales acordes con sus imperiosas necesidades económicas tomó, durante los gobiernos menos crueles y opresores de los Capitanes Generales Francisco Serrano, 1860-1862, y Domingo Dulce, 18621865, el camino de pedir por medios pacíficos las reformas esenciales del régimen colonial, abandonándose, por temor a la liberación de los esclavos, la ruta insurreccionista adoptada por la minoría progresista, y que parecía un tanto olvidada desde los últimos proyectos revolucionarios de 1855. 97 José Luciano Franco II Reformismo y revolución. El movimiento reformista fue iniciado formalmente al aparecer en el periódico El Siglo, de La Habana, en 25 de marzo de 1865, un artículo de su director, el conde de Pozos Dulces —adversario de la tiranía— en el que, contestando los ataques y provocaciones del Diario de la Marina, órgano oficial de la opresión hispana, esbozaba la declaración doctrinal del grupo de cubanos que se contentaban con las reformas fundamentales del régimen colonial. José Antonio Echeverría exponía, reflejando más las aspiraciones de estos grupos que la situación real, en carta a José Antonio Saco —La Habana, junio 6 de 1865— la situación cubana de ese momento: Aquí va unificándose la opinión y ya es general la de que lo que más conviene a la Isla es una constitución colonial liberal, otorgada por las Cortes y la Corona con el concurso de diputados de las Antillas. En este sentido escribe El Siglo merced a las tolerancias del general Dulce y en este sentido está redactada una carta al general Duque de la Torre que está firmada por muchas personas de todas clases y condiciones, de la que supongo tendrá usted noticia. Yo quisiera que la carta fuera más lacónica y jugosa y estuviese en estilo más correcto, pero estoy de acuerdo con sus ideas fundamentales y por eso la he firmado. La terminación de la guerra de los Estados Unidos trae excitados los ánimos, aunque sin ninguna tendencia revolucionaria y sin conatos de expediciones como las pasadas. Todo el mundo está a la expectación, pero nadie sabe de qué. Los peninsulares alarmados empiezan a remitir sus capitales para España, en lo cual los imitan algunos criollos tímidos, pero la generalidad de estos últimos se manifiesta con cierta confianza y elevación de ánimo, como que presienten que se acercan a un horizonte más despejado, y al fin de los tiempos que corren. Lo singular es que no hay quien considere como inminente la abolición más o menos rápida de la esclavitud doméstica; sin embargo, todos aceptan el hecho sin el terror que antes inspiraba su solo nombre y no es temer la pérdida de la Isla si se nos permite adoptar medidas salvadoras. Así nació el llamado Partido Reformista, formado por los grandes propietarios y las más destacadas figuras de la intelectualidad cubana, y en cuyas filas se agrupaban las clases medias del país. A su bien dirigida campaña se debió el Real Decreto de 25 de noviembre de 1865 convocando a elecciones de comisionados apara integrar la Junta de Información, que se reuniría en Madrid a contestar las preguntas del gobierno metropolitano sobre las bases en que debían fundamentarse las leyes especiales que para cumplir el artículo 80 de la Constitución española, debían presentarse a las Cortes para el gobierno de Cuba y Puerto Rico. 98 La Revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro Sin embargo, aún no existía la unidad anunciada por Echeverría en la citada carta. En la campaña reformista solo participaban los elementos económica y socialmente mejor situados de la población blanca. Al proletariado blanco de las ciudades, así como a los negros y mestizos, libres o esclavos, les estaba prohibido tomar parte en la campaña o exteriorizar sin grave peligro sus opiniones políticas. Cuando era mayor el entusiasmo y esperanzas de los reformistas, fue relevado el general Dulce del Gobierno de Cuba. Lo reemplazó el general Francisco Lersundi, representante ejemplar de la tiranía española. Soldadote desprovisto de cultura y de escrúpulos. Ladrón y negrero como Vives, Tacón, O´Donnell y Concha, era muy estimado por la reacción colonial. En breve espacio de tiempo en que ejerció el mando —seis meses escasos— borró Lersundi las pocas conquistas liberales logradas durante los gobiernos más humanos de Serrano y Dulce. Los cubanos progresistas y los viejos revolucionarios, ante el renacimiento con mayores bríos de la clásica política colonial torpe, ignorante y brutal, plena de violencias e injusticias, comenzaron a desconfiar de obtener derechos políticos y mejoras económicas, y pensaban ya —sin aguardar el desenlace de la información— que nada podría esperarse de España, y que era perder inútilmente el tiempo pedirle algo por medios pacíficos como lo hacían los del Partido Reformista. En Madrid, el 30 de octubre de 1866, a puertas cerradas, comenzó la Junta de Información sus sesiones en un salón del Ministerio de Ultramar. Y, el 31 de ese mismo mes y año, se hizo cargo del gobierno de Cuba el general Joaquín Manzano. Encontró el nuevo gobernante en plena bancarrota las finazas coloniales. El tesoro público estaba exhausto. No había podido resistir las enormes cargas que sobre él volcó el gobierno de Madrid. A lo que se agregó, para hacer más sombrío el cuadro político y social de Cuba, una crisis económica de gigantescas proporciones, que empezaba a envolver todo el país en un pánico sin precedentes en su historia, y amenazaba arruinarlo totalmente. En diciembre suspendieron pagos el Banco Industrial y el Banco de Comercio, temiéndose que les siguiera el Banco Español. En medio de esta crisis, con la perspectiva de que la zafra azucarera sufriría una considerable merma en su volumen y sustancial caída en los precios, se recibió en La Habana el Real Decreto del 12 99 José Luciano Franco de febrero de 1867, en el que no solo se dejaban intactos todos los abusos fiscales denunciados por los comisionados cubanos ante la Junta de Información, sino que establecía un nuevo y oneroso impuesto de diez por ciento sobre la renta. El citado decreto produjo en Cuba honda indignación. La opinión pública —agitada por la campaña reformista— había esperado con el resultado de la Junta de Información reformas económicas y fiscales que estimulasen el desarrollo del país; perspectivas de solución al candente problema de la esclavitud, y la concesión de derechos políticos que le permitiera a la burguesía criolla una efectiva participación en el manejo de los asuntos públicos locales. Y, en lugar de todo eso, llegaba un decreto que agravaba más todavía la angustiosa situación creada. Era el fracaso total de la Junta de Información, cuyas secretas deliberaciones clausuró el gobierno español el 27 de abril de 1867. El capitán general Manzano murió el 30 de septiembre de1867. Interinamente le sucedió el general Blas Villate, conde de Valmaseda, y, antes de finalizar el año, tomaba posesión por segunda vez el general Lersundi, símbolo de la política más dura y atrasada, y del despotismo colonial. Lersundi, con sin igual empeño, redobló la persecución contra el liberalismo criollo. Restauró las famosas sangrientas comisiones militares. Vigorizó el cuerpo armado de Voluntarios, con el sentido de un partido político militar nucleado por la burocracia española y el integrismo más cerril y entupido. Desarrolló aún más la corrupción entre los covachuelistas de la colonia, y se preparó concienzudamente para ahogar en sangre cualquier protesta de los cubanos. Estos hechos —declaraba José Morales Lemus en carta de 15 de mayo de 1869 dirigida a Nicolás Azcárate— desmoralizaron al "Partido Reformista", y aunque lucharon tenazmente arrostrando hasta la censura de sus amigos más queridos, los conservadores fueron perdiendo toda la influencia que sus antecedentes, su constancia y los talentos y virtudes de no pocos, les habían dado sobre sus compatriotas; y como el Gobierno local, lejos de hacer el menor esfuerzo para calmar los ánimos seguía íntimamente ligado con los retrógrados de todos colores, sin excluir los esclavistas y negreros; como se intentó hacer revivir la "trata" bajo diversas formas, como la arbitrariedad, la altanería y la venalidad de casi todos los subalternos de la Administración campeaban cada día más insoportables; como 100 La Revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro la prensa gubernamental no cesaba de expresar en todos los tonos imaginables que "el sistema vigente en Cuba era el mejor posible, y no debía pedirse ni esperarse ninguna reforma, insultando a cada paso a los que abogaban por ellas y hasta llamándoles "traidores"; y como los advenedizos de otras provincias, los hombres sin instrucción ni arraigo, envalentonados por esos actos y manifestaciones no disimulaban "el desprecio con que miraban a los "criollos" y decían que "ellos" (los advenedizos) eran los dueños de la Isla (así lo decía La Prensa) y molaban a aquellos por su largo sufrimiento, y atribuían a cobardía su prudencia, el sentimiento de la injusticia, la dignidad ofendida y el convencimiento que se propagó y arraigó en el ánimo de todos los cubanos de que el Gobierno no pensaba ni había pensado nunca tratarlos como a españoles, sino como un pueblo conquistado, según dijo un diputado en el seno de las Cortes, consumaron en breve la verdadera revolución —la de la ideas— la de la decisión de todo cubano a vindicar sus derechos a costa de cualquier sacrificio… El rico hacendado oriental licenciado Pedro Figueredo y Cisneros, Perucho, llevó a la aristocrática e inquieta ciudad de Bayamo las noticias que en La Habana le había comunicado D. Miguel Aldama sobre la gravedad de la situación política. El 14 de agosto de 1867 se constituyó en Bayamo, con el pretexto de celebrar una asamblea de contribuyentes para estudiar los problemas creados por los nuevos impuestos, un Comité Revolucionario, cuya Comisión Ejecutiva la integraron Francisco Vicente Aguilera como presidente, Francisco Maceo Osorio y Perucho Figueredo como secretario y vocal respectivamente. Esta Comisión Ejecutiva asumió la dirección del movimiento armado, destinado a arrancar la tiranía española de la Isla de Cuba. Con igual fin se constituyeron organismos revolucionarios en otras zonas. En Manzanillo lo integraron Isaías y Bartolomé Masó, Carlos Manuel de Céspedes y Carlos y Jaime Santiesteban; en Camagüey, Salvador Cisneros Betancourt, Ignacio Agramonte Loynaz, Eduardo Agramonte Piña, Ignacio Mora, Augusto y Napoleón Arango. Eran los más ricos terratenientes cubanos de las provincias orientales de la Isla los integrantes de aquellos núcleos rebeldes. Miguel Aldama, José Morales Lemus, Antonio Fernández Bramosio, José Manuel Mestre, José Antonio Echeverría, el hombre más rico de las Antillas y los intelectuales más destacados de aquel momento histórico, componían el Comité Revolucionario de La Habana. 101 José Luciano Franco Francisco Vicente Aguilera, máximo dirigente de la junta revolucionaria bayamesa, trabajó con ahincado empeño sobre sus convecinos para llevarlos a la lucha armada contra la tiranía española. La agitación revolucionaria se producía en la clase social de que era Aguilera el líder mas destacado: los blancos criollos, ricos propietarios en su mayor parte, y profesionales e intelectuales de buena posición económica, a quienes particularmente afectaban las inconsultas medidas fiscales implantadas por el gobierno de España. Para darle unidad al movimiento revolucionario citó Aguilera para la reunión, que se celebro el 4 de agosto en la finca San Miguel, fundo del Rompe, jurisdicción de las Tunas, y, a la que concurrieron por Manzanillo: Isaías Masó y Carlos Manuel de Céspedes; por Holguín: Belisario Álvarez y Céspedes; por Camagüey: Salvador Cisneros Betancourt y Carlos Mola; por las Tunas: Vicente García y Francisco María Ruvalcaba; y los dirigentes del Comité Revolucionario de Bayamo: Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio y Perucho Figueredo. Carlos Manuel de Céspedes presidió la asamblea por ser el de mayor edad. Después de un vivo debate no pudieron llegar a ningún acuerdo sobre la fecha oportuna para la insurrección armada. La falta notoria de preparativos bélicos, por una parte, y el deseo de los hacendados de terminar con la zafra para contar con mayores recursos económicos, por otra, obligaron a todos a citarse para una nueva reunión en la que tratarían de resolver las cuestiones pendientes. La segunda reunión se celebro en la finca Muñoz, cerca de Tunas. No asistieron ni Céspedes ni Álvarez, los dos que con más ardor participaron en los debates de la asamblea anterior. Cisneros Betancourt y Augusto Arango informaron en esta oportunidad que el Comité Revolucionario de Camagüey se oponía a cualquier movimiento insurreccional, que no contase con la sanción previa de todos los organismos participantes en la conspiración. Céspedes, en carta a Aguilera había expresado su firme opinión de aplazar hasta la terminación de la zafra todo movimiento armado. Sin embargo, los acontecimientos empujaban a los cubanos a una acción inmediata. El 23 de septiembre de 1868, sociedades secretas y logias masónicas, con la ayuda de emigrados dominicanos, lanzaron el Grito de Lares, primera manifestación armada del separatismo en la hermana isla de Puerto Rico. Los ecos de esa revolución 102 La Revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro así como la de Cádiz, España, que acababan de estallar contra los Borbones, tuvieron natural influencia en el posterior desarrollo de la conspiración cubana. Luis Figueredo, en su finca El Mijial, cerca de Holguín, ahorcó al español recaudador de contribuciones, que se había presentado a hacer efectiva la nueva Ley de Impuestos, colocándose por ese hecho en franca rebeldía. Los reunidos en la finca Muñoz acordaron distribuirse entre ellos y sus amigos los mandos y comarcas que debían corresponderles en el alzamiento armado. Más tarde, el 3 de octubre, celebraron otra asamblea en la hacienda de Manuel de Jesús Calvar, en el Ranchón de los Caletones. A pesar de los acuerdos adoptados en esta reunión, a la que asistió Aguilera, y en la que, sin saberse los motivos presidió Céspedes, los amigos de este se juntaron el 7 de octubre en la finca El Rosario, de Jaime Santiesteban. Decidieron adelantar la fecha de la sublevación para el día 14 de este mes y nombrar a Carlos Manuel de Céspedes Jefe Superior de la Revolución. La conspiración estaba descubierta y los dirigentes mandados a detener. Según afirma el propio Céspedes en sus memorias, la esposa de Trinidad Ramírez, uno de los conjurados, reveló, "bajo el secreto inviolable de la confesión, a su director espiritual, los proyectos de los patriotas y el sacerdote, alarmado, logró persuadirla de que su deber era el de denunciar a la autoridades, sin pérdida de tiempo, la existencia de la conspiración. No tardó la señora en obedecer los consejos de su ‘digno’ confesor, ni el gobierno en tratar de sofocar el movimiento en su propia cuna". Apremiado por las circunstancias, en la mañana del 10 de octubre de 1868, en su ingenio La Demajagua, proclamó Céspedes la independencia de Cuba, acompañado de 37 hombres. Con ese reducido número de compañeros mal armados se trasladó Céspedes esa misma mañana al ingenio Palmas Altas, donde dio la libertad a los esclavos negros que le acompañaban, constituyó la dirección suprema de la Revolución, proclamándose General en Jefe y designando a Bartolomé Masó, Manuel de J. Calvar y Juan Hall para los cargos inferiores inmediatos, prescindiendo completamente del austero y digno Aguilera, que había sido el iniciador y guiador del movimiento revolucionario. En Palmas Altas Céspedes lanzó el manifiesto que había redactado con anterioridad, en nombre de la Junta Revolucionaria de la Isla 103 José Luciano Franco de Cuba. En ese histórico documento, después de enumerar los agravios seculares que los cubanos recibían de España, ya que la metrópoli no solo les privaba de libertad política, civil y religiosa, negándoles también el derecho de reunión, queja y petición, sino que se trataba por medio de abusivos impuestos reducirlos a la miseria, se hacen las primeras declaraciones sobre los objetivos que se persiguen con la revolución. En síntesis bien definida refleja el manifiesto las demandas progresistas hechas por la burguesía criolla durante medio siglo: Nosotros consagramos estos dos venerables principios: Nosotros creemos que todos los hombres son iguales: amamos la tolerancia, el orden y la justicia en todas las materias; respetamos las vidas y propiedades de todos los ciudadanos pacíficos, aunque sean los mismos españoles residentes en este territorio; admiramos el sufragio universal, que aseguran la soberanía del pueblo; deseamos la emancipación, gradual y bajo indemnización de la esclavitud, el libre cambio con las naciones amigas que usen de reciprocidad, la representación nacional para decretar las leyes e impuestos y, en general, demandamos la religiosa observancia de los derechos imprescriptibles del hombre, constituyéndolo en nación independiente, porque así cumple a la grandeza de nuestros futuros destinos, y porque estamos seguros que bajo el cetro de España nunca gozaremos del franco ejercicio de lo derechos… Céspedes se bate en Yara, y el 15 de octubre, gracias a la oportuna y eficaz cooperación del dominicano Luis Marcano, se apodera del caserío de Barrancas. Francisco Vicente Aguilera, Donato del Mármol, Perucho Figueredo, Tomás Estrada Palma, Calixto García, Félix Figueredo, Francisco Maceo Osorio, Vicente García, Manuel Anastasio Aguilera, Luis Figueredo…, todo el patriciado criollo de Bayamo, Holguín, Jiguaní; Manzanillo, Tunas y los cuadros dirigentes de las logias masónicas de dichas comarcas, secundaron el movimiento insurreccional. La falta de conocimientos militares y la completa desorganización de los sublevados, se resolvió en parte con la presencia de los militares dominicanos exiliados que ingresaron en las filas cubanas: Máximo Gómez, Luis Marcano y Modesto Díaz. Fueron estos los maestros de lo cubanos en cuestiones militares, puesto que supieron aplicar en Cuba con certero conocimiento, las enseñanzas de la guerra dominicana contra España. 104 La Revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro Pero los dominicanos no limitaron solamente a lo estrictamente castrense su meritoria labor en las filas de los insurrectos cubanos. Procedentes de un país que había eliminado la esclavitud hacía muchos años, y donde no existían las absurdas pretericiones raciales, ellos —y quizás fuera esto su mayor mérito— constituyeron un factor decisivo para borrar en el naciente Ejército Libertador las discriminaciones racistas legadas por el régimen colonial. La audaz iniciativa de Céspedes, que sorprendió hasta a los mismos conspiradores, tuvo inmediato y eficaz apoyo en amplias capas de la población campesina, blanca y negra, libre o esclava, de la región oriental, y despertó singular resonancia en toda la Isla. Los negros, con su presencia desde la primera hora del combate por la libertad —tanto como el campesino blanco y pobre— dieron al movimiento iniciado por los grandes propietarios el amplio sentido popular y revolucionario de que careció en sus comienzos. Admirables y heroicos combatientes aportaron sus hombres mejores a los cuadros dirigentes de la Revolución: los Maceo, Moncada, Crombet, Borrero, Rabí, Banderas, Cintra, Cebreco, Cecilio González… El 13 de octubre Donato del Mármol se apodera de Jiguaní. Ese mismo día Vicente García atacaba las Tunas. Las tropas comandadas por Céspedes, organizadas desde Barrancas bajo la experta dirección de Luis Marcano, ponen sitio a Bayamo el 17 de octubre. El 18, en pleno combate, se unen al Ejército Libertador las milicias negras y los bomberos que defendían las barricadas. El 20 se rindió Bayamo. Sobre la silla del caballo que montaba, embriagado por la victoria, escribió Perucho Figueredo la letra del himno de Bayamo, cuya música fue instrumentada por el maestro Manuel Muñoz, bayamés y mestizo. III Discordias e intrigas divisionistas. En Cabaniguán, Francisco Vicente Aguilera, con más de doscientos hombres armados, escogidos entre el personal numeroso que trabajaba sus tierras, se preparaba el 17 de octubre para marchar sobre Bayamo cuando recibe una orden de Céspedes —que se reafirmaba en la Jefatura de la Revolución— conminándolo a detenerse y esperar sus nuevas disposiciones. Pudo formarse en aquel momento el cisma que diera al traste con el levantamiento de La Demajagua, pero el austero patriota Aguilera creó allí —como dice con justeza D. Manuel Sanguily— 105 José Luciano Franco el fundamento de su gloria, por haber revelado la grandeza de su carácter y la energía de su virtud, asumiendo, noble y sencillamente, en aras de la unidad revolucionaria, el carácter subalterno que las circunstancias le imponían, sin procurar en lo más mínimo contrastado o modificarlas. El 4 de noviembre, en Las Clavellinas, se sublevaron los patriotas de Camagüey, quienes, antes de finalizar el año, recibieron con la expedición del Galvanic —cuyo costo había sufragado el hacendado cubano exilado en las Bahamas, Martín del Castillo— al mando del general Manuel de Quesada, no sólo abundante material de guerra, sino también un grupo selecto de jóvenes revolucionarios habaneros —Manuel Sanguily, entre otros— que traían el aliento de su espíritu democrático para reforzar la gallarda postura de Ignacio Agramonte frente a las intrigas derrotistas de Napoleón Arango. Napoleón Arango, que en la reunión de Las Clavellinas —el 18 de noviembre— intentó sabotear el esfuerzo de los patriotas, fue erradicado del campo revolucionario en la del 26 en Las Minas, convirtiéndose a partir de allí en un agente divisionista a las órdenes de la tiranía española. Otros cubanos, comisionados por el capitán general Dulce, que sustituyó a Lersundi, nombrados Armas, Rodríguez Correa, Tamayo y Rodríguez Vila, intentaron quebrantar la decisión de los patriotas en armas con engañosas promesas de conciliación para llegar a soluciones de paz. Desde sus primeras reuniones, el Comité Revolucionario de Camagüey, con amplio sentido democrático, intentó la unificación de los patriotas en un solo frente y bajo una sola dirección civil y militar. Pero exigía que Céspedes se despojase del título de Capitán General, y que la organización administrativa tuviera el matiz francamente republicano de que estaba carente en muchos aspectos el gobierno establecido en Bayamo. Para lograr esa unidad y formular la organización política de la República se reunieron en Guáimaro, en los primeros días de diciembre de 1868 Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte. La pugna de principios, de educación e ideologías opuestas hizo imposible todo entendimiento entre orientales y camagüeyanos. Céspedes representaba el tradicional espíritu aristocrático de los terratenientes cubanos, a la vieja generación hostil a España y su ominoso sistema colonial, pero que no estaban libres todavía de las ligaduras reaccionarias de la economía esclavista. 106 La Revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro Céspedes —son palabras de Sanguily— aspiraba a conservar una hegemonía para Bayamo, y su propia dictadura, trasunto de la Capitanía General de La Habana. Agramonte, hombre de la nueva generación revolucionaria, que se había liberado de la influencia esclavista, era un apasionado de la libertad e independencia de la personalidad humana, que no creía posibles más que una sociedad basada en la justicia y la virtud. Como la mayor parte de sus contemporáneos de la juventud revolucionaria, aceptaba la Revolución Francesa como un hecho positivo y beneficioso para la humanidad. El credo republicano democrático que profesaba fue cívicamente expuesto por Agramonte en el acto de recibir la investidura de Licenciado en Derecho Civil y Canónico de la Real Universidad de La Habana —junio 11 de 1865— al defender entre los demás derechos del hombre el de la resistencia a la opresión; la descentralización administrativa dentro de la unidad de intereses, ideas y sentimientos, en un Estado que ha de fundarse en la verdad y la justicia. Conscientes de su papel histórico, Agramonte y los jóvenes revolucionarios, Ignacio Mora, Manuel Sanguily, Antonio Zambrana, Francisco La Rúa, etc., se dieron a la tarea de organizar la República, realizando, dentro de los principios generales que les eran tan caros, lo que las circunstancias históricas les permitían desarrollar. Y fue su primera labor barrer con el derrotismo traidor de Napoleón Arango, y las intrigas divisionistas de los agentes, encubiertos o no, del régimen colonial. Suya fue la obra patriótica de constituir la Asamblea de Representantes del Centro —26 de febrero de 1869— y estrechar el contacto con los revolucionarios de Las Villas, que se alzaron en armas en San Gil el 7 de febrero de 1869, y, suya también, en gran parte por lo menos, la iniciativa en el laborioso empeño de crear la tan necesaria y urgente unidad nacional. Céspedes, que en un gesto histórico de sin igual altivez había desafiado el poder secular de España, sentíase en Bayamo tan embriagado por el éxito inicial obtenido, que apenas sí prestaba atención adecuada a la hostilidad de distinguidos bayameses, que no disimulaban su disgusto por la jefatura que ostentaba el hombre de La Demajagua. La mayor parte de los caudillos locales que en Oriente ejercían los mandos entre los patriotas, no acataban como era debido las órdenes del gobierno de Bayamo. Los planes mejor elaborados tropezaban con dificultades inesperadas en actos de indiscipli- 107 José Luciano Franco na que hacían peligrar la Revolución. Y, además, el candente problema de la esclavitud no acababa de resolverse con amplio criterio progresista, como lo demandaban las circunstancias del momento. Simultaneando los tanteos pacifistas, las ofertas de perdón y olvido de lo pasado y el trabajo de zapa de sus agentes divisionistas, España lanzó sobre las fuerzas mal armadas de Céspedes, una poderosa expedición, equipada con las más modernas armas de combate de la época, y al frente de ellas un notorio asesino y ladrón. Blas Villate, conde de Valmaseda. Las legiones cubanas fueron derrotadas sucesivamente en los combates de El Salado, y Bayamo fue abandonada, no sin antes darle fuego por los cuatro costados sus propios dueños y señores. La desorganización en las filas revolucionarias y las discordias apuntadas desmoralizaron a los patriotas y culminaron en la insubordinación franca de Donato del Mármol, que, desconociendo la jefatura de Céspedes, se proclamó Dictador. Los ánimos se excitaron y, por un momento, pareció cercano el derrumbe de toda la obra revolucionaria, pero la oportuna intervención de Francisco Vicente Aguilera, que interpuso en la conferencia de Tacajó —29 de enero de 1869— su influencia y prestigio personal entre Céspedes y Mármol, logró conjurar por el momento la terrible amenaza. Pero la crisis continuaba. De hecho la Revolución estaba dividida en tres grupos; Oriente, Camagüey y Las Villas, y cada uno con direcciones propias. Y estos grupos locales, a su vez, se subdividían en una teoría infinita de tendencias, programas e ideologías disímiles, que impedían la integración de un frente democrático combatiente y toda posible resistencia formal a los ataques furiosos de España. IV Guáimaro: unidad nacional. La necesidad más urgente y sentida —dice uno de los más destacados jóvenes de aquella jornada gloriosa, Manuel Sanguily— era la unificación del movimiento revolucionario. Para lograrla y convencer a Céspedes que se encasillaba en su prioridad para mantener sus prerrogativas dictatoriales, de que debía convenir con los demás revolucionarios en la organización bajo la forma republicana democrática de todo el territorio insurreccionado, la Asamblea de Representantes del Centro comisionó a Ignacio Agramonte. Francisco La Rúa e Ignacio Mora acompañaron al comisionado en su viaje a Oriente. Manuel Sanguily, con idéntica misión unificadora, partió de Sibanicú a conferenciar con los jefes villareños. 108 La Revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro En el ingenio Santa Rita de Buey, a orillas del Cauto, se reunieron Céspedes y Agramonte en marzo de 1869. Como en la conferencia de Guáimaro de diciembre del año anterior, no pudieron llegar a un acuerdo. Al cabo de dos días de estériles discusiones, que agudizaron aun más las hondas diferencias que separaban a aquellos dos hombres, representativos de las tendencias políticas y sociales más opuestas entre sí, Agramonte, en compañía de La Rúa, regresó a Camagüey. Ignacio Mora quedó encargado de la difícil misión de convencer a Céspedes. En los momentos que la Revolución, mordida en las entrañas por los gusanos de la discordia, parecía morir por no encontrar sus líderes la fórmula unificadora que la llevara hacia la República popular y democrática, Ignacio Mora logró que Céspedes, con patriótico desprendimiento, se despojara de la investidura de Capitán General del Ejército Libertador, ofreciendo marchar con sus adictos a Guáimaro, lugar escogido de antemano para reunirse todos los grupos discordantes. El 3 de abril llegaron a Sibanicú los revolucionarios de Las Villas, que, reunidos en el Tínima con Sanguily, habían decidido entrar en contacto directo con la Asamblea de Representantes del Centro. Al siguiente día, notificados por Mora de lo acordado con Céspedes, se dirigieron a Guáimaro, pequeño pueblo de doscientas casas y poco más de mil habitantes, situado a doce leguas de Puerto Príncipe, ciudad fortificada en poder de España. El entusiasmo popular fue indescriptible al conocerse en Guáimaro que allí se forjaría la anhelada unidad. Martí, con maravilloso colorido describe el cuadro magnífico que ofrecía Guáimaro el 9 de abril, con la entrada de los hombres que ofrendaban sus vidas en aras de la libertad de Cuba:1 ----------------------Cuando aquella noche sentáronse todos en la mesa del banquete que les ofrecía la Asamblea de Representantes del Centro, se habían formulado ya las líneas generales de los acuerdos que oficialmente debían tomarse al siguiente día en la Asamblea Nacional. El radicalismo revolucionario de la juventud intelectual y el conservadurismo de los terratenientes y propietarios de esclavos encontraron un te- 1 En el original se cita «El 10 de abril», de José Martí. V. nota en la p. en el presente libro. Aquí no se reproduce por aparecer la cita íntegra en pp. . 109 José Luciano Franco rreno común para fundir sus esfuerzos: el de las necesidades de la guerra para abatir el dominio colonial español, el enemigo principal de todos. La guerra no podía proseguirse sin la unidad de todos sus elementos, sin ganarse la buena voluntad y el apoyo irrestricto de la mayoría de la población cubana. El sistema que aseguraba la mayor unidad, por su flexibilidad, por su posibilidad de concentrar las representaciones diferentes y tener en cuenta intereses a veces contradictorios, era el sistema republicano y democrático que Guáimaro proclamó como fundamento de la organización cubana para la guerra y para la paz. La abolición de la esclavitud era también necesidad de la guerra. Con ella la causa de Cuba se atraía a la población negra, que veía en la República y en la revolución el camino de su libertad. En 1868 no se podía hacer una guerra en Cuba contra las fuerzas militares superiores de España, sin contar con las masas negras, avezadas al combate y a la rebeldía. Por la causa de la guerra libertadora depusieron antagonismos, acallaron pequeñeces de amor propio, cedieron prerrogativas, privilegios, honores, abandonaron viejos prejuicios de clase para realizar la unidad nacional en beneficio de la Revolución. En la casa de calicanto, de amplio portal con horcones, de José María García, se reunió la primera Asamblea Nacional de Cuba. Y así reza del acta levantada: En el pueblo libre de Guáimaro, a las ocho de la mañana del diez de abril de 1869, reunidos los ciudadanos Carlos Manuel de Céspedes, Jefe del Gobierno Provisional del Departamento Oriental, Miguel Gutiérrez, Eduardo Machado, Antonio Lorda, representantes de Villa-Clara; Honorato del Castillo, representante de Sancti Spíritus; Antonio Alcalá y Jesús Rodríguez, representantes de Holguín; José María Izaguirre, representante de Jiguaní; Salvador Cisneros Betancourt, representante de Camagüey, para conferenciar acerca da la unión de todos los Departamentos bajo un gobierno democrático… Electa la Mesa con Céspedes de presidente y en las Secretarías Agramonte y Zambrana, se aprobaron las bases y se encargó a los dos secretarios la redacción del proyecto de Constitución. A las cuatro de la tarde de ese mismo día presentaron Zambrana y Agramonte a la Asamblea reunida el proyecto confeccionado por ellos de la Constitución política de la República que, después de un movido debate, fue aprobado con muy pocas variaciones por 110 La Revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro los representantes del pueblo libre de Cuba, en uso de la soberanía nacional. En el texto se consagran las garantías de sus libertades públicas, que han de impedir el ejercicio de un Gobierno tiránico; se proscribe definitivamente la esclavitud en el artículo 24: Todos los habitantes de la República son enteramente libres; la igualdad ante la Ley queda establecida en el artículo 26: La República no reconoce dignidades, honores especiales ni privilegio alguno; y se expresa con claridad meridiana en el artículo 27 que no se podrá atacar derecho alguno inalienable del pueblo. Debate de singular significación histórica se promovió en la sesión del día 11 de la Asamblea. Apoyado por Honorato del Castillo, presentó Eduardo Machado una moción para que se adoptara la bandera tremolada triunfalmente por el general Narciso López en Cárdenas —19 de mayo de 1850— como enseña nacional de la república democrática cuya ley fundamental acababa de ser aprobada. Tranquilino Lorda y José M. Izaguirre se opusieron por considerar que la bandera creada por Narciso López no se ajustaba a las leyes de la heráldica. La palabra encendida y responsable de Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana decidió a los constituyentes en favor del emblema nacional propuesto por Machado. Agramonte condenó el acatamiento a las leyes de la heráldica, pues éstas arreglaban los blasones y los timbres de los reyes y la República puede gloriarse en desatenderlas intencionalmente, afirmó con emocionado acento. Carlos Manuel de Céspedes intervino en la discusión para defender, como estandarte nacional, la bandera enarbolada por él en La Demajagua, el 10 de octubre de 1868. En apoyo de su tesis esgrimió como argumento el posible descontento de los orientales ante el hecho de que fuera relegada la insignia que los había guiado en los combates de su heroica región. La réplica certera de Antonio Zambrana, fue decisiva. La bandera gloriosa de Cárdenas, era el símbolo elocuente de la unidad revolucionaria y de la decisión cubana de combatir la tiranía española. Y la Asamblea entre aplausos, acordó que la bandera del triángulo rojo y la estrella solitaria, sería la de la Patria de todos. De noche ya, a la luz de las antorchas, en un breve y sentido discurso proclamó Carlos Manuel de Céspedes la Constitución cubana, y concedió la palabra a los hombres del pueblo que habían presenciado las sesiones de la Asamblea. Pero allí también habló una 111 José Luciano Franco mujer, Anita Betancourt y Agramonte, la compañera de Ignacio Mora, que pronunció estas palabras. Ciudadanos: La mujer cubana, en el rincón obscuro y tranquilo del hogar, esperaba paciente y resignada esta hora sublime, en que una revolución justa rompe su yugo, le desata las alas. Todo era esclavo en Cuba: la cuna, el color, el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna, peleando hasta morir si es necesario. La esclavitud del color no existe ya, habéis emancipado al siervo. Cuando llegue el momento de libertar a la mujer, el cubano que ha echado abajo la esclavitud de la cuna y la esclavitud del color, consagrará también su alma generosa a la conquista de los derechos de la que es hoy en la guerra su hermana de caridad abnegada, y que mañana será, como fue ayer, su compañera ejemplar. La euforia popular, la alegría que inundaba en aquellos días únicos y consagradores de la unión de los cubanos, era de tal magnitud "que parecía Guáimaro —dice Manuel Sanguily— una nueva Icaria, un mundo de paz y fraternidad soñado por algún furierista o sansimoniano". 112 Significación y proyecciones de la Constitución de Guáimaro* Enrique Hernández Corujo L a significación y proyecciones de la Constitución de Guáimaro, no pueden pasar inadvertidas, aún hoy, a más de ochenta años de distancia de aquel momento constitucional. Por lo que representa en la Historia constitucional de Cuba, como nacimiento de un régimen constitucional, democrático y republicano, sobre cuyas fundamentales bases se ha organizado después la vida constitucional de nuestra patria, la Constitución de Guáimaro —sin perjuicio de las posibles críticas técnicas, doctrinales y políticas que pueden dirigírsele—, ha podido ser calificada como el "símbolo glorioso" en nuestra Historia nacional.1 "Si los individuos —se escribía en su primer aniversario—, se complacen en celebrar como un recuerdo feliz, la fecha de la Historia de su vida, los pueblos con mejor razón deben guardar el culto de los momentos de gloria en los cuales nacieron, se constituyeron o se perfeccionaron".2 1 La significación de la Constitución de Guáimaro puede apreciarse desde el punto de vista político o desde el punto de vista jurídico. En cuanto a lo primero cabe destacar que: a) dio vigencia constitucional al criterio separatista; b) aseguró la unidad de los cubanos separatistas y coadyuvó a fortalecer el espíritu nacional; c) organizó por primera vez en la práctica el Estado cubano; d) destacó los principios de la democracia representativa, de la soberanía, de la igualdad y de la libertad individual; e) aceptó el principio del civilismo. La significación jurídica de aquel texto está más que en lo técnico, en el mantenimiento e imperio del Derecho y en su canalización por medio de normas jurídicas y el sometimiento a ellas. * Tomado de Enrique Hernández Corujo: "Significación y proyecciones de la Constitución de Guáimaro" en Anuario de la Facultad de Ciencias Sociales y Derecho Público, pp. 97-108, Universidad de La Habana, Editora Lex, La Habana, 1950. 1 Vidal Morales: "Hombres del 68: Rafael Morales y Morales", p. 177. 2 La Revolución, Nueva York, 9 de abril 1870. 113 Enrique Hernández Corujo a) Significó así en primer término, la canalización constitucional de la idea política separatista, poniéndola en práctica. En ese sentido debe distinguirse en la generación de muchos movimientos constitucionales, que transforman sustancialmente el género de vida pública de un país, tres momentos fundamentales: uno, la idea política, que lo concibe, otro, el hecho político que la pone en práctica; y una final, la Constitución política que canaliza, mediante normas escritas, la situación creada. La idea política así no es el hecho político; es solamente su causa, o una de sus causas, ya que otras pueden influir en la transformación del status existente. La idea como acto del entendimiento para conocer una cosa3 o representación intelectual, no sensible de una cosa, que es propia de los hombres y que se diferencias de las imágenes,4 cuando es aplicada al Estado implica el conocimiento de la esencia del mismo, intelectualmente concebido. El hecho político es ya una determinada situación, no ideal, sino real. Pero esa situación de hecho, busca a veces su canalización por normas constitucionales. Así, en la Historia constitucional de Cuba, la idea política del separatismo, como representación intelectual o acto del entendimiento, era acariciada muchos años atrás por los cubanos y aprisionada y sin posible exteriorización, por las circunstancias históricas y políticas que existían en la Colonia, fue no obstante, impulsada también por hechos históricos, políticos, sociales y económicos, a desembocar en el hecho histórico del levantamiento de La Demajagua, el 10 de Octubre de 1868. Ese hecho histórico, con trascendencia para lo político, produjo la alteración fundamental en el género de vida del cubano separatista; una situación de hecho, que rompía con la situación de hecho y derecho existente, por fuerza tenía que requerir medios y formas nuevas de organización, sobre todo en lo público y trascendente al grupo insurrecto. Vino así la organización que hemos calificado de período preconstitucional5 o sea tres gobiernos en tres provincias, aislados pero con un mismo fin. 3 Diccionario de la lengua castellana, p. 543. Padre F. García: Tratado de epistemología, p. 19. 5 Hernández Corujo: Organización civil y política de las revoluciones cubanas de 1868 y 1895. 4 114 Significación y proyecciones de la Constitución de Guáimaro Esta situación de hecho tenía que provocar por fuerza, si no quería irse al fracaso, un pacto común. La canalización constitucional de esos hechos políticos, ocurrió seis meses más tarde, el 10 de abril de 1869: fue la Constitución de Guáimaro. b) La unidad estaba asegurada con una Constitución. Los seis meses trascurridos habían puesto a prueba el espíritu patriótico de los insurrectos. En varias ocasiones pudo parecer que la naciente causa, se hundía. Una vez en Tacajó6 en que la conducta de Donato Mármol y de Céspedes con la intervención oportuna de Aguilera, aseguraron la unidad entre los orientales; otras veces en las discordias con los camagüeyanos temerosos de la dictadura de Céspedes y partidarios con Ignacio Agramonte, de una República civil. La actitud de la Junta Revolucionaria de Las Villas, cooperando a la fusión de esas tendencias7 y la alteza de miras de Céspedes, frustró otra vez la posible agonía de la Revolución y consolidó en Guáimaro la unidad de propósitos y de organización, porque por encima del posible regionalismo influyó la finalidad común que a todos guiaba, que fortalecía en parte el espíritu de unión, que se puede apreciar en estas décimas del campamento que recogemos del libro de Lufriú sobre "Céspedes". Cubanos somos cubanos: Se ha dicho ya muchas veces, todos somos bayameses, y todos camagüeyanos. En Cuba no hay más que hermanos, que han nacido bajo un cielo, que con ardoroso anhelo e intrépida valentía, hoy lanzan la tiranía, de su exuberante suelo. La unión de las tres provincias en Guáimaro y la referencia a la parte occidental de la Isla tendía además a consolidar la creciente formación de un espíritu nacional. El concepto de la nacionalidad, como entidad sociológica hacía tiempo que se iba queriendo destacar y formándose entre los cubanos un sentimiento de nuestras co6 Carbonell y Santovenia: Guáimaro, p. 71, Imp. Seoane y Fernández, La Habana, 1919. 7 Lufriú: "C. M. de Céspedes", p. 93. 115 Enrique Hernández Corujo sas e instituciones, distinto del sentido español de apreciar las instituciones y las cosas, afianzándose poco a poco un sentimiento de criollismo o de cubanidad8 que se fragua para algunos en la Guerra de 1868,9 siendo la Constitución de Guáimaro uno de sus instrumentos, habiéndose expresado en Guáimaro la nacionalidad cubana tiene su consagración legal,10 debido al ideal común. Renán ha dicho que la Nación es el espíritu público, general, creado por siglos de tradiciones y de vida común, de glorias y reveses, de triunfos y desgracias, de ideales religiosos y derechos trasmitidos de generación en generación.11 En Cuba se iba formando poco a poco esa tendencia hacia la integración de la Nación; la conciencia colectiva, que requiérese para ese concepto, como lo estimaba el profesor Zamora12 se iba formando en el cubano a través de las ideas políticas que existían también entre distintos grupos de cubanos, y fue la Constitución de Guáimaro, en ese proceso formativo de nuestra nacionalidad como consecuencia del movimiento armado de 1868, hecho por el patriciado criollo13 la que coadyuvó por su finalidad de independencia, de manera notable, a la integración del espíritu nacional y a su desarrollo futuro, fortaleciéndolo y haciendo resaltar en la práctica, una colectividad distinta a las demás colectividades humanas14 con sus sentimientos y aspiraciones propias y significando que por las glorias y sacrificios que como tradición de esa época constitucional, se legó a las generaciones posteriores se preparaba la ruta futura de nuestra real independencia y la de nuestra formación internacional como República.15 c) La Constitución de Guáimaro significó otra cosa: la organización en la práctica, por primera vez, de un Estado cubano, aunque claro está no con toda la plenitud que este término implica.16 Sin 8 Véase Raimundo Menocal: Orígenes y desarrollo del pensamiento cubano, t. I., p. 170. 9 Horrego y Estruch: El sentido revolucionario del 68. 10 Méndez Capote: Trabajos, t. III, p. 71. 11 Véase Montoro: "Moral y Cívica", p. 47. 12 "El Estado y el Ejército", p. 51. 13 Infiesta: Historia Constitucional de Cuba, p. 251, Ed. Cultural, La Habana, 1951. 14 Elorrieta: Derecho Político, p. 13. 15 Véase Bustamante: Derecho internacional público, t. I, p. 143. 16 Erbiti: Enseñanza Cívica, p. 144 opina que en Guáimaro se creó un Estado democrático. 116 Significación y proyecciones de la Constitución de Guáimaro embargo no podrá negarse que, aunque en embrión, como hemos hecho notar en otra ocasión, aparecía allí en Guáimaro una entidad política nueva o un naciente Estado como lo califica un autor17 que poseía una población criolla que seguía las pautas de la Revolución, un territorio, si no fijo y permanente, por lo menos, poseído mientras en él se asentaba el Gobierno y la tropa; un Gobierno propio, con autoridad y una soberanía, si no emanada del pueblo de aquel momento, cosa imposible en las circunstancias en que la guerra se desenvolvía, por lo menos respetada como tal. La soberanía se invoca en el preámbulo de la Constitución y aparece en cierto sentido el poder del Estado como facultad de poder de dominación sobre los que vivían en el territorio revolucionario. Características de ese poder eran entre otras levantar tropas y emitir moneda. Lo primero previsto en la Constitución; lo segundo utilizado por el Gobierno de Céspedes previa autorización de la Cámara de 21 de abril de 1869.18 Los párrafos que a continuación copiamos textualmente del documento suscrito por Céspedes en Las Tunas, en Agosto 10 de 1871 y dirigido al Honorable señor C. Sumner19 indican determinados aspectos que consolidaron aquella organización como un naciente Estado: Este Gobierno así constituido y ramificado por las dos terceras partes de la Isla, es respetado y obedecido de toda la inmensa población que se ha sustraído al imperio del Gobierno español y vive al amparo de las armas libertadoras. Los mismos periódicos españoles de Cuba y partes oficiales del enemigo, han dado cuenta de la existencia de una Cámara Legislativa y de un Ejecutivo constituidos largo tiempo en el pueblo de Guáimaro a 20 leguas de la ciudad de Camagüey; han publicado algunos de sus trabajos legislativos, sin negar su autenticidad, antes bien, confirmándola, y frecuentemente ponen de manifiesto la organización administrativa de la República, anunciando la captura o persecución de individuos del Ejecutivo, gobernadores, tenientes gobernadores, prefectos, subprefectos, prebostes, miembros de Cortes judiciales, postillones, correos, etc. No hace mucho se ocuparon de la aprehensión del Vicepresidente de la Cámara, C. Miguel Gerónimo Gutiérrez, a quien 17 Vidal Morales: Ob. cit., p. 184. Véase Comunicaciones de la Cámara de Representantes de 10 de abril a 10 de junio de 1869. 19 Céspedes y Quesada: Carlos Manuel de Céspedes, pp. 107-108. 18 117 Enrique Hernández Corujo dieron cruel muerte, y antes concedieron gran importancia, que después ha resultado nula, a la presentación del Gobernador Civil del Estado de Camagüey, C. Manuel R. Silva, que renunció su destino. La República de Cuba emite papel moneda de corriente circulación entre los ciudadanos, y tiene acreditados en el extranjero representantes diplomáticos y agentes confidenciales, a cuya influencia y gestiones ha debido el reconocimiento de poder beligerante por las repúblicas del Perú, Chile, Bolivia y Colombia, y el de su Independencia por la primera de éstas. Por fin, nuestro Gobierno aparece considerado como de real existencia por el mismo de España, que no ha dudado en dirigirse a él por indicación del señor don Nicolás Azcárate y otros agentes comisionados del Ministro de Ultramar español, para entablar negociaciones de paz mediante proposiciones que han sido rechazadas por no asentar como base primordial el reconocimiento de nuestra independencia. La organización política de Guáimaro se hace sentir en lo interno pero también en lo exterior, a través de agencias de la Revolución. En los Estados Unidos, se constituye la Junta Revolucionaria de Nueva York20 y por orden de la misma de 17 de noviembre de 1869, se publica en inglés allí la Constitución de Guáimaro, impresa por Press of Wynkoop and Hallenbeck 113 Fulton Street, N.Y.21 En países americanos la nueva organización política es apreciada, como en Venezuela, Colombia, Perú y otros. d) La Constitución de Guáimaro, por otra parte, significó el cambio de política hacia los principios de la Democracia representativa, de la soberanía, de la igualdad, de la libertad individual y de la organización del gobierno. Lo primero, no podía lograrse a plenitud, por no ser posible el sufragio. No obstante los Constituyentes de Guáimaro, pensaron en la representación, aunque fuese simbólica. Lo demuestra la resolución, anterior a la promulgación de la Constitución, tomada en sesión celebrada el mismo día diez de abril de 1869, a las 8 a.m., en que los representantes allí reunidos se consideraron "autorizados para asumir la representación de toda la Isla" y "que en virtud de no poder establecerse en las actuales circunstancias una representación enteramente legal del país, vengan a la Cámara en nombre de 20 Véase Varona: La Guerra de Independencia de Cuba, t. I, p. 363. Legajo sobre comunicaciones de la Cámara de Representantes (Archivo Nacional). 21 118 Significación y proyecciones de la Constitución de Guáimaro Las Villas, los miembros de la Junta Revolucionaria de Villa Clara que se hallan en Guáimaro, y en nombre del Occidental los que sean elegidos por los cubanos de aquel Estado que se encuentren en el territorio pronunciado". Y la propia Constitución, en su artículo segundo determina el principio de la representación por Estados y da al Ejecutivo de los Estados facultades para en caso de vacantes dictar medidas para nueva elección.22 Ese principio representativo se confirma más tarde al elegirse nuevos miembros para la Cámara.23 Junto al principio de la democracia representativa, en la forma expuesta, el principio de la libertad individual a tono con los principios individualistas del siglo pasado (Art. 28 de la Constitución). La libertad física, que confirma, en cierto sentido la idea del abolicionismo; y la garantía contra los privilegios personales. La formulación de la organización del gobierno, de tendencias democrática y republicana: un Presidente, una Cámara legislativa, representación en ella por Estados, veto presidencial a las leyes, reconsideración de esos proyectos de leyes, Poder Judicial independiente y otros más, que aunque sujetos a crítica, instauraban un método de vida política, nuevo en Cuba, para quienes seguían las prédicas del separatismo y en ello está su significación en nuestra historia constitucional. e) La Constitución de Guáimaro, por otra parte, organizó el Gobierno con un principio de civilismo pudiendo decirse que el mismo se desprende de la organización constitucional que se dio a la Revolución. Surge el temor al poderío de Céspedes en Oriente, que se había fortalecido después de la entrevista con Donato Mármol en Tacajó y del temor al militarismo que los camagüeyanos querían ver aparecer en las actitudes de Céspedes. Agramonte y los que lo seguían, impulsados por teorías revolucionarias francesas y quizás por doctrinas inglesas24 fueron partidarios de la supremacía de la Cámara, sometiendo a ella al Ejecutivo. El idealismo de los camagüeyanos en pugna con el sentido práctico de Céspedes que no era un militarista sino deseoso de mayor acción militar en la organización constitucional, triunfa en Guáimaro y a ese movimiento se 22 Hernández Corujo: Organización civil y política de las Revoluciones cubanas, p. 193. 23 Véase Collazo: Desde Yara hasta el Zanjón, p. 79. 24 Véase Hernández Corujo: Militarismo y civilismo en las constituciones de Cuba en armas, p. 12. 119 Enrique Hernández Corujo suma el propio Céspedes, desprendiéndose las insignias militares que llevaba en su uniforme y poniéndolas a disposición de la Cámara, con lo que —según se lee en las Actas correspondientes—, quiso demostrar que los jefes debían despojarse ante ella de la autoridad que habían poseído hasta entonces.25 2 La Constitución de Guáimaro tiene también su significación en el campo del Derecho, desde el punto de vista del espíritu jurídico y del mantenimiento de la legalidad, que guiaron a los forjadores de la Constitución. Tiene ésta posibles impugnaciones y pueden hacerse críticas de la misma desde el punto de vista técnico jurídico, en algunos aspectos, pero demostró el cubano con ella su espíritu de legalidad. La Revolución así, no fue anarquía, ni como los gobernantes españoles quisieron hacer aparecer, sus miembros eran bandoleros.26 Muy por el contrario, los integrantes de la nueva organización política se sometieron al estado de derecho, que ellos mismos auspiciaron, limitando facultades al Presidente y organizando la vida política y jurídica del país. Así, en la era del constitucionalismo, como lo ha calificado Hauriou, se aceptó en Guáimaro una Constitución escrita e individualista. El sentido de juridicidad de esa etapa de nuestra vida pública, parte de Guáimaro, como para hacer saber al mundo que allí no se gestaba una organización con miras al desorden sino con miras a la legalidad y en tal sentido, ha podido escribir Lufriú,27 que "la República era para los revolucionarios, por el ya señalado fenómeno sugestivo, una entidad jurídica, interna y externa. Su derecho moral se tradujo en legal. Cuba era una nacionalidad constituida según las normas de la Ciencia política y las formas del protocolo". Domingo Méndez Capote, en un discurso pronunciado en la cesión de clausura del Primer Congreso Jurídico Nacional, la noche del 30 de diciembre de 1916 sobre "El Derecho de la Revolución Cubana",28 recordó cómo fue naciendo en aquella Revolución el sentido jurídico y la preocupación jurídica que acompañó siempre al cubano de "llevar la ley por delante" aún en una República como 25 Comunicaciones de la Cámara de Representantes (Archivo Nacional). Véase, Bentacourt Agramonte: Ignacio Agramonte y la Revolución cubana, p. 123, Dorrbecker, Habana, 1928. 27 Ob. cit., p. 144. 28 Véase inserto en "Trabajos", t. I, pp. 147-153. 26 120 Significación y proyecciones de la Constitución de Guáimaro aquella "a saltos de mata", pero que "respondía a la idealidad fundamental del cubano de consagrar y respetar el derecho". Muestra de ello es que Agramonte se opuso a la guerra de saqueo ya que como él decía "no hay que olvidar que estos soldados de hoy serán el pueblo de mañana".29 Ese acatamiento al orden legal y constitucional, si bien con excepciones, va a ser la pauta de esa etapa y una significación más de la Constitución de Guáimaro. Aun en momentos en que la Cámara recesa y en que el poder del Ejecutivo se vigoriza, Céspedes podía escribir a su esposa que "la República no ha sucumbido, sus libertades se han conservado, la dictadura no se ha entronizado, las leyes han ejercido su imperio, la imparcialidad ha sido mi norte, no he acariciado el arbitrio".30 3 Proyéctase la Constitución de Guáimaro y el espíritu que la anima sobre acontecimientos posteriores de aquella década de nuestra historia pero puede tener también sus posibles proyecciones en textos constitucionales posteriores y aun en nuestra organización constitucional actual. Así, se proyecta el Código fundamental en lo político, en lo social y en lo económico. En lo político, la sombra de la Constitución de Guáimaro cubre determinados hechos históricos de aquella época y su vigencia se hace sentir en distintos momentos y así entre otros, decía el reciente electo Representante La Rúa al tomar posesión de su cargo el 20 de marzo de 1876: "[…] soy ciego obediente de aquella Acta constitucional que el 10 de abril de 1869 nos coloco en el rango de hombres libres. Me uniré, sin embargo, a aquellos de vosotros, que razonándolos, propongan a esta Cámara la enmienda de sus artículos, cuando las necesidades del país así lo exijan. Me uniré también a los Representantes del pueblo que en defensa de éste se levanten para reprimir y castigar la violación del Acta sagrada, por alto que sea el asiento de donde parta aquélla".31 Obediente a ello, comenzó por ser Carlos Manuel de Céspedes, ajustándose a sus preceptos constitucionales y aun en el momento de su deposición, rechazó el ofrecimiento que se le hacía de continuar en el poder por las armas. La propia deposición de Céspedes, para algunos 29 Véase Vidal Morales: Hombres del 68, Rafael Morales y González, p. 197. Céspedes y Quesada: Ob. cit., p. 181. 31 Véase Collazo: Ob.cit., pp. 80-81. 30 121 Enrique Hernández Corujo como Collazo indica que se respetaron por la Cámara los principios, tratando de anular sólo al hombre, enjuiciando dicho autor la actitud de aquel Cuerpo legislativo y haciendo resaltar la digna actitud del Presidente, cuando éste como hemos escrito en otro trabajo, solo aspiraba a una mayor acción militar en un estado de guerra como el que existía. Así en carta a su esposa de octubre 18 de 1871, afirmaba sus principios: "Se hará la guerra militarmente, se triunfará y entonces se entronizará el poder civil que hoy no puede vivir". Políticamente, la proyección de Guáimaro sobre los acontecimientos históricos es grande. En nombre de la Constitución la Cámara hacia valer su superioridad; en nombre de la Constitución se delimitaron las facultades ejecutivas y militares del Presidente; en uso de las facultades constitucionales, sujetas a crítica, se depuso a Céspedes; ello traería descontento. Algunos, con criterio militarista, desconocieron los poderes de la Cámara, como Vicente García en Las Lagunas de Varona; es una nube en la proyección civilista de los principios constitucionales, que terminan por eclipsarse totalmente, previo un tiempo de resurgimiento, el 8 de febrero de 1878 en San Agustín del Brazo, ante la nueva actitud de Vicente García, desconociendo la jerarquía de la Cámara.32 En lo social, la proyección de los principios de Guáimaro es fundamental. Aceptada por la Constitución la libertad personal y abolida anteriormente la esclavitud, se completa con un Decreto del Gobierno de 10 de marzo de 1870 en que se declaraban nulos los contratos que colocaban a los chinos en condiciones de siervos.33 En lo económico puede citarse el Decreto de libertad de comercio de 7 de junio de 1869; la Ley de Deuda Interior de la República de 14 de diciembre de 1869; el Reglamento de Bancos de 29 de enero de 1871. En lo administrativo: la Ley de Organización administrativa de 8 de agosto de 1869; la de división territorial de 6 de agosto del mismo año; la de cargos públicos de 12 de agosto de 1869; el Reglamento para la organización del Gabinete y Secretarías de Estado de 24 de febrero de 1870; la Ley Electoral del mismo año. Se organizó administrativamente el territorio en cuatro Estados, dividiéndolos en distritos y éstos en prefecturas y subprefecturas; los primeros regi32 Véase Carbonell y Santovenia: Guáimaro. Reseña histórica de la primera Asamblea Constituyente y primera Cámara de Representantes de Cuba, p. 138, Imp. Seoane y Fernández, La Habana, 1919. 33 Céspedes: Ob. cit., p.110. 122 Significación y proyecciones de la Constitución de Guáimaro dos por gobernadores civiles; los segundos por tenientes gobernadores y las prefecturas por prefectos y Sub-prefectos, todos de elección popular. En agosto de 1871, existían cuatro Secretarías; Guerra, Hacienda, Exterior e Interior; una Corte Suprema de Justicia, Cortes judiciales o de Distritos; Administración de Justicia por los prefectos y también por Consejos de guerra.34 Notable la proyección de los principios legales y de organización en algunos extremos pero también proyectándose los nuevos principios democráticos en algo que es fundamental para el orden en los pueblos libres: la educación; y así se legisló también en materia de enseñanza gratuita, legislación de la que fue ponente Rafael Morales y González que redactó también la Ley de Imprenta y la reglamentación de la Imprenta nacional35 con lo cual se veía la preocupación de los legisladores de Cuba de preparar al pueblo de ésta para un camino de orden y de legalidad. 4 La proyección de Guaimaro no terminó el 8 de febrero de 1878 ante la actitud de la Cámara; puede encontrarse alguna proyección en las Constituciones políticas de Cuba del siglo pasado y también del presente. No en la parte que concierne a la organización del Gobierno, cuyos principios fundamentales no concuerdan con las formas y organizaciones que las Constituciones cubanas posteriores han recogido sino en cuanto a ciertos principios fundamentales, que han aceptado nuestras Constituciones tomándolo de aquella primera Constitución cubana que rigió. Tales son los principios de Constitución escrita, de Gobierno representativo, de soberanía nacional, de libertades públicas, de igualdad, de civilismo y otros, que se recogen en nuestro Derecho Constitucional actual como una proyección a través del tiempo de los principios de los Fundadores. 34 Véase Relación de distinta legislación en el Mensaje de Céspedes a Sumner, Ob. cit. p. 107; Lufriú: Ob. cit., p. 145; Varona Guerrero: Ob. cit., t. I, p. 360. 35 Vidal Morales: Ob. cit., p. 193. 123 La Constitución de Guáimaro* Enrique Hernández Corujo 1. LA CONSTITUCIÓN DE GUÁIMARO l día 10 de abril de 1869, seis meses después del grito de Yara, se firmaba y aceptaba la Constitución que habría de regir en los años de la Guerra Grande, comenzándose con su vigencia, en aquel día, lo que ya hemos calificado en otra obra como "primera fase dentro del período constitucional de la revolución cubana".1 Aquella Constitución se denominó de Guáimaro, por haber sido acordada y firmada en ese pueblo de la región camagüeyana de Cuba. Habría de regir desde ese día hasta la terminación de la guerra, en 1878. Días antes del 10 de abril de 1869, y dentro de la corriente de unificación política que se anhelaba por todos para la buena marcha de la organización revolucionaria, ya se venía tratando de una concentración nacional que agrupara bajo una sola Constitución a las fuerzas de los distintos Departamentos en armas. En Oriente, Céspedes seguía siendo el Jefe, aunque discordias intestinas hicieron aparecer otro grupo dirigido por Donato Mármol, inconformes con la jefatura cespedista. La entrevista de Tacajó zanjó aquel brote divisionista, consolidando la jefatura de Céspedes. Ya desde diciembre de 1868, los camagüeyanos se habían entrevistado con él, y volvían a hacerlo en marzo de 1869, en comisión formada por Agramonte, La Rúa e Ignacio Mora, tratando de atraer a aquel Caudillo a la unidad nacional, al desposeimiento de la Capitanía General que ostentaba, para que pase a la Presidencia de una República nueva entre los combatientes. El fracaso de las gestiones de Agramonte, no desanima a Ignacio Mora, quien obtiene en definitiva el consentimiento del máximo jefe oriental. Las Villas por su parte, se reunía con los camagüeyanos el 3 de abril de 1869, en Sibanicú, mientras con noticias del arreglo ya citado, E * Tomado de: Enrique HERNÁNDEZ CORUJO: Historia Constitucional de Cuba, t. I, pp. 221-243, Compañía Editora de Libros y Folletos, La Habana, 1960. 1 Hernández Corujo: Organización civil y política de las Revoluciones de Cuba de 1868 y 1895. 124 partían camagüeyanos y villareños para Guáimaro el 4 de abril. Céspedes llegaría el día 9, con trescientos hombres, para asistir a tan gran momento.2 Dos sesiones memorables iban a celebrarse el 10 de abril de 1869 en Guáimaro3: una por la mañana y otra en horas de la tarde. En la primera se tomaron una serie de resoluciones preliminares de gran importancia4 entre ellas la representación de Occidente, para lo cual 2 Sobre esto v. Betancourt Agramonte: Ignacio Agramonte y la Revolución Cubana, p. 107, Dorrbecker, Habana, 1928.; Ponte Domínguez: Historia de la Guerra de los Diez Años, pp. 207 y siguientes; Carbonell y Santovenia: Guáimaro. Reseña histórica de la primera Asamblea Constituyente y primera Cámara de Representantes de Cuba, p. 97 y siguientes, Imp. Seoane y Fernández, La Habana, 1919. 3 "Guáimaro, pequeña población rural de la provincia de Puerto Príncipe, situada a doce leguas de su cabecera, se encuentra enclavada casi al término oriental de la comarca camagüeyana, cerca de la línea limítrofe que separa ésta de Oriente. Población nueva, sonriente, con buenos edificios de mampostería, rodeada de colinas, que coronadas de palmas, le daban un aspecto por demás poético: el río de su nombre, que la circunda, la aprisiona cariñosamente como un cinturón de plata. Tendría en los momentos históricos que describimos, unos mil habitantes, que en aquel instante, el más precioso de nuestra vida revolucionaria, se había triplicado con la afluencia de fuerzas, de familias, y de pueblo, que atraídos por un deber, venían a sancionar el acto grandioso que en el drama de nuestra existencia patriótica iba a desarrollarse en aquel, hasta entonces, humilde y desconocido pueblo". (Figueredo: La Convención Constituyente, p. 114). 4 Las resoluciones fueron las siguientes: "1ª Que los representantes reunidos en este lugar para establecer un gobierno general, democrático, y en virtud de las circunstancias que atravesamos se consideran autorizados para asumir la representación de la Isla y acordar la guerra conducente al indicado objeto con la reserva de que sus acuerdos serán sometidos para su ratificación o enmienda a los representantes de los diversos pueblos pronunciados y de que más tarde cuando sea posible que el país se encuentre legal y completamente representado, establezca en uso de su soberanía la Constitución que haya entonces de regir. 2ª Que las discusiones, que se han de verificar se sujeten a las formas habituales en los cuerpos parlamentarios. 3ª Que la Isla de Cuba se considere dividida en cuatro Estados: El Occidente, Las Villas, El Camagüey y Oriente (después se cambió el orden comenzando por Oriente). 4ª Que la Cámara Legislativa se constituya por el concurso de los representantes de los cuatro Estados. 5ª Que la mayoría en los casos de votación se constituya por mitad y un voto más de los que se dieren. 6ª Que en virtud de no poder establecerse en las actuales circunstancias una representación enteramente legal del país, vengan a la Cámara en nombre de Las Villas los miembros de la Junta Revolucionaria de Villa Clara que se hallen en Guáimaro, en nombre del Occidente los que sean elegidos por los cubanos de aquel Estado que se encuentren en el territorio pronunciado. 7ª Que todos los americanos que 125 Enrique Hernández Corujo se dividía a la Isla en cuatro Estados, y frente a la tiranía del número como lo denominaría Zambrana, 5 predominaba el criterio camagüeyano de igualdad de representación para cada uno de los cuatro Estados. Quedaba encomendado en histórica sesión a Agramonte y Zambrana, redactaran la ley política o Constitución, que después debía conocerse. La sesión de la tarde fue dedicada principalmente a la discusión del proyecto constitucional, que presentarían los ponentes ante aquella Asamblea Constituyente. Desde un principio quedó patentizado el recelo por el temor a la dictadura y el cuidado en defender las prerrogativas de la futura Cámara de Representantes. Las discusiones en cuanto a la facultad de nombramiento del Jefe del Ejército así como la designación del Presidente de la República, que se reservaban a la Cámara, así como el general aplauso a la propuesta del propio Céspedes de que los Secretarios de Despacho serían nombrados por la Cámara a propuesta del Presidente, fueron, entre otros, exponentes de aquel criterio que iba a predominar en la Asamblea, auspiciado por los camagüeyanos principalmente, de limitar en lo posible al Ejecutivo nacional. La Asamblea celebraría una tercera y final sesión al día siguiente, 11 de abril, en que entre otras cuestiones se decidió la bandera nacional, que lo sería la de Narciso López, mientras la de Bayamo, por acuerdo posterior de la Cámara, quedaría como reliquia histórica en el salón de sesiones, como parte del tesoro de la República. La obra constitucional realizada en Guáimaro fue en principio basada en las ideas políticas entonces en boga. Al principio del gobierno representativo, de la separación de los poderes, de las libertades individuales, de la soberanía nacional o popular, se unía en aquellos momentos la aspiración de un gobierno unitario que en la práctica pudiera armonizar y coordinar las distintas organizaciones provinciales o regionales que iban a unificarse políticamente allí, con un deseen nuestra ciudadanía quedarán equiparados a los naturales de la Isla de Cuba". 5 Zambrana: "La República de Cuba", en Cuadernos cubanos, Universidad de La Habana, La Habana, 1969. (Reproducción de la edición original hecha en New York en 1873 por la Librería e Imprenta de Néstor Ponce de León.) Véase Guerra: Guerra de los 10 Años, t. I, p. 250, Ed. de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972. 126 La Constitución de Guáimaro criterio de Estado unitario, no de tendencias federales como proponía por ejemplo Salvador Cisneros Betancourt.6 Lo típico de aquella Constitución en cuanto al gobierno que se instauraba, era la dependencia completa del Ejecutivo al Legislativo, que era el organismo de mayores facultades constitucionales, y por tanto, aunque no típicamente parlamentario, sí la preponderancia plena del legislativo —que tenía inclusive el nombramiento y deposición del Presidente de la República— hacía del constitucionalismo cubano de 1869, un constitucionalismo temeroso del auge del Ejecutivo y fervoroso partidario del régimen de Asamblea. Organizaron los Constituyentes de Guáimaro una Cámara única – cos de un criterio favorable el sistema unicameral (sic.).7 En esa Cámara tenían representación los cuatro Estados en que quedó dividida la Isla.8 A ello se llegó después de intentar organizar el legislativo, con órganos legislativos locales, estilo norteamericano.9 La Cámara se componía de Representantes, por regiones, y de más de 20 años de edad, y con un número igual cada uno de los Estados representados. Desde el punto de vista de su actividad jurídica, en relación con los otros poderes y con los ciudadanos las dejaremos sentadas en próximo número.10 Junto al Legislativo la Constitución de Guáimaro situaba al Presidente de la República. Su nombramiento por la Cámara (Art.7) y su posible deposición por ésta (Art.9), como así iba a ocurrir con el Presidente Céspedes, hacía del Presidente, constitucionalmente considerado, un subordinado de la Cámara, a pesar de tener, por otra parte, atribuciones propias, como las ya indicadas de sancionar y vetar las leyes, u otras de índole diplomática (tratados, nombramiento de embajadores, etc.), y aun militares, mediante la subordinación del General en Jefe del Ejército al Ejecutivo. Muchas de esas facultades estaban limitadas por la actuación constitucional reservada a la Cámara, como por ejemplo, en la ratificación de tratados, y muy 6 Guerra: Ob. cit., p. 253. "El poder legislativo residirá en una Cámara de Representantes del pueblo" (Art. Primero de la Constitución). 8 Art. 2 de la Constitución. 9 V. mi obra Organización civil y política de las Revoluciones Cubanas de 1868 y 1895, p.66. 10 V. número 54. 7 127 Enrique Hernández Corujo especialmente, en lo del General en Jefe, ya que éste tenía que ser nombrado por la Cámara y podía ser depuesto por ella (Arts. 7 y 9).11 No se olvidaba la Constitución del Judicial, remitiendo a una ley especial en cuanto a su organización, y aparte de preceptos constitucionales que se ocupaban de los electores, de la libertad física, de la oposición a los privilegios, y honores especiales y de considerar a todos los ciudadanos como soldados del Ejército Libertador, los constituyentes de Guáimaro declararon a todos los habitantes de la República enteramente libres (Art. 24) resolviendo definitivamente el problema de la abolición de la esclavitud en Cuba, y plasmaron además los derechos individuales en su Art. 28, prohibiendo a la Cámara atacar las libertades de culto, imprenta, reunión pacífica, enseñanza y petición, ni derecho alguno inalienable del pueblo, mientras por otra parte se le daba a la Cámara, mediante su voto unánime, la facultad de reformar la Constitución. Utilizando ese precepto se iba a reformar más tarde varias veces. Lo más saliente de la obra de Guáimaro fue: el respeto al individuo y a los Estados locales, aunque no se implantaba el federalismo, así como el temor a la dictadura presidencial. La práctica iba a demostrar lo ineficaz del sistema, en muchas ocasiones en que la Cámara, y por razón de la guerra, no pudo reunirse. Su fracaso, en el orden práctico, fue lección que se recogió más tarde en la guerra de 1895, para coordinar y hacer compatible el temor concebible al posible poderío de un sólo hombre, y evitar también los excesos del parlamentarismo, en momentos graves para la nación. 2. CARACTERÍSTICAS DEL REGIMEN CONSTITUCIONAL DE GUÁIMARO A la Constitución de Guáimaro pueden señalársele las siguientes características: A. Constitución escrita, elaborada, superior a la ley ordinaria y flexible. Pertenece al grupo de las Constituciones escritas en un solo cuerpo legal, unitario, no repartida en leyes constitucionales distintas. 11 Era jefe del poder ejecutivo y de la Administración, pero siempre limitadas esas funciones por el predominio central. 128 La Constitución de Guáimaro Fue ese el criterio que habían tenido los proyectos constitucionales anteriores a Guáimaro y ha sido esa la postura posterior en nuestra historia constitucional. Fue elaborada, no otorgada. Esa elaboración producida allí en Guáimaro, por la deliberación y la discusión, si bien no fue una elaboración ampliamente popular, por razones que impedían el sufragio general, por las razones políticas conocidas, no dejó de ser producto del consenso de voluntades disímiles en cuanto a la manera de llevar adelante una República naciente, entre personas que representaban el sentir de los cubanos separatistas. Esa elaboración, por supuesto, no se hizo teniendo en cuenta reglas preestablecidas de tipo jurídico que limitaran la acción constituyente, salvo las mismas reglas que esa mañana memorable se habían dado. Fue superior a la ley ordinaria. Por su contenido: en cuanto a los principios básicos o fundamentales que representaba. Por su forma: en cuanto emanaba de una Asamblea extraordinaria, y aunque en los sucesivo la propia Cámara de Representantes que era el órgano legislativo, podría reformarla, requeríase la votación unánime de sus miembros, no pedida para las leyes ordinarias. Flexible en cuanto a su reforma, ya que no existían procedimientos extraordinarios para ello, pudiendo fácilmente reformarse, aunque en la práctica no se hizo a menudo. La unanimidad era lo requerido, más no se establecían ni trámites especiales, ni procedimientos complicados, ni dilaciones para su reforma. B. Constitución de un Estado cubano con fines propios Aparte de constituirse allí en Guáimaro, y por primera vez en la realidad y en la práctica, un Estado propiamente cubano, con su población12 y territorio propios,13 su gobierno14 y su soberanía,15 sobre 12 El Estado cubano de 1869 varió en algo la situación social, desde el momento en que suprimió la esclavitud, más mantuvo la familia como núcleo esencial. La población del nuevo Estado que nacía era sin duda todo el elemento social que habitaba en los territorios ocupados por las fuerzas revolucionarias y que seguían los dictados de gobierno cubano en campaña. 13 A nuestro juicio existía un territorio cubano y otro español. Aquél, el sometido al control del gobierno revolucionario, y en el que dictaba sus leyes. 14 La Constitución de Guáimaro estableció un gobierno propio que duró hasta el final de la guerra, siendo reconocido por algunos países. 15 El poder de mando era incuestionable en aquella organización. A él debían obediencia los cubanos separatistas y lo ejercía en los territorios que estaban bajo su control. 129 Enrique Hernández Corujo los que volveremos cuando tratemos de la significación de esta Constitución en nuestra historia constitucional, la Constitución de Guáimaro organizó ese naciente Estado, con fines propios y con tendencias que pudieran parecer federales, más no lo eran. Podría llevar a esa idea la existencia de Estados16 y de representación igual en la Cámara, más no tuvo aquel sistema características propias del Estado federal.17 El bicameralismo, señalado como característica de tal situación18 no existía en Guáimaro. En su lugar, una Cámara de Representantes, única, sin la representación amplia popular, propia de esas Cámaras (pues el momento y las circunstancias lo impedían), sin que existiese la formación de esa Cámara en forma análoga a la que se sigue en la formación de las Cámaras Altas en los Estados federales, como Estados Unidos, por ejemplo. Las competencias propias de los Estados miembros, con sus órganos legislativos propios, tampoco allí aparecía. Todo el poder en Guáimaro, antes repartido en los órganos locales de cada región, pasó a los órganos centrales allí creados. Se inspiraba en un criterio de unidad política, no de unión solamente de intereses regionales y geográficos que no existían realmente diferenciados. Era más bien un Estado unitario, aunque de república federativa fue calificada por uno de sus convencionales,19 aunque reconociendo que los Estados no tenían legislación especial ni el derecho de formarla. Los fines propios del nuevo Estado también aparecían. El fin de carácter transitorio o histórico, o relativo, como lo llamaría Jellineck, se resumía en la conquista de la independencia, ya declarado 16 Los Arts. 2 y 3 de la Constitución de Guáimaro señalaron los cuatro Estados en que quedó dividida la Isla, con concurrencia igual de representación en la Cámara. En caso de vacante el Ejecutivo del propio Estado dictaría medidas para la nueva elección (Art. 6). Existió la anomalía, en algún momento, de que Oriente tuviese diez Representantes, y los demás cinco cada uno, pero con doble voto (véase Zambrana: "La República de Cuba", en Cuadernos cubanos, p. 37, Universidad de La Habana, La Habana, 1969. (Reproducción de la edición original hecha en New York en 1873 por la Librería e Imprenta de Néstor Ponce de León.). Más adelante la Ley Electoral dio 7 representantes a cada Estado (Ibídem, p. 43). 17 V. sobre este particular M. Mouskheli: Teoría jurídica del Estado federal, p. 149 y siguientes en que analiza las semejanzas y diferencias del Estado federal con el unitario y con los autónomos, como las provincias y los municipios. 18 Ibídem, p. 178. 19 Zambrana: Ob. cit., p. 37. 130 La Constitución de Guáimaro imperativamente en el documento histórico sobre la Asamblea de Representantes de 1869, celebrada el 10 de abril de ese año, en que los representativos allí reunidos se consideraban autorizados para acordar la guerra conducente al indicado objeto (se sobreentiende que era conducente al establecimiento de un gobierno democrático, que implicaba la independencia) y repetido más tarde. Lo mismo en la introducción a la Constitución de Guáimaro quedó sobreentendido también ese fin de independencia, que venía declarado desde la declaración de Independencia el 10 de octubre de 1868, al expresarse que se daba aquella Constitución (elemento formal del Estado) para que rija lo que dure la guerra de independencia. Fines de carácter permanente eran: el mantenimiento del orden, el fin jurídico o de legalidad y el fin de la libertad. Lo primero era esencial al nuevo status político y del Gobierno de Céspedes, anteriormente, ya había podido decir un diario norteamericano de la época que había mantenido el orden durante tres meses (que era lo que llevaban de campaña cuando se publicaba la noticia); lo segundo fue un hecho real, desde el momento en que se organizaron jurídicamente,20 lo tercero, estaba previsto en la Constitución y se respetó en el régimen de Guáimaro. C. Régimen de democracia representativa, igualitaria y de fundamentos civilistas. La reunión de los grupos representativos de cada región fundó el Estado cubano en 1869. En los Acuerdos de la Asamblea de Representantes de 1869, se habla de "representantes" de Camagüey, Las Villas y Oriente, y de que se considerarían autorizados para asumir la "representación de toda la Isla", y que sus acuerdos se someterían a ratificación o enmienda de los "representantes" de los demás pueblos provinciales, señalando que "más tarde, cuando sea posible que el país se encuentre legal y completamente ‘representado’ establezcan en uso de su soberanía la Constitución […] etc., siendo de interés también la base o acuerdo seis de dichas medidas que dice: "que en virtud de no poder establecerse en las actuales circunstancias una representación enteramente legal del país, vengan a la Cámara en nombre de Las Villas los miembros de la Junta Revolucionaria de Villaclara que se hallan en Guáimaro y en nombre del Occi20 Ibídem, pp. 41-47, 55, 59-83 cita la variada legislación dada en aquella época. 131 Enrique Hernández Corujo dente los que sean elegidos por los cubanos de aquel Estado que se encuentre en el territorio pronunciado". Mas esa democracia representativa se veía confirmada por la Ley electoral votada por la Cámara de Representantes21 que proclamó el principio de elecciones directas. Esa democracia representativa, por otra parte, influiría sobre el principio de la igualdad recogido por el Art. 24 de la Constitución: "Todos los habitantes de la República son enteramente libres". El espíritu constitucional, caracteriza el civilismo de la Constitución, reflejado más tarde en la práctica política. La supremacía de la Cámara sobre el Ejecutivo y el militar, nombrando y deponiendo a Presidentes y Jefes del Ejército, así lo atestigua. D. Distribución del poder bajo la supremacía del órgano legislativo y reconocimiento de la libertad individual. Como hicimos observar en número anterior de este propio capítulo. La Constitución de Guáimaro organizó el legislativo con una sola Cámara y el Ejecutivo o Presidente, pero prosperando la tesis camagüeyana de Agramonte y sus seguidores, y por temor a la supremacía del Ejecutivo, dio todo el poder a la Cámara de Representantes. Desde el punto de vista de su actividad jurídica, de sus relaciones normativas con los otros órganos del poder público y con los ciudadanos, se pueden dejar sentadas estas premisas o características: a. La Cámara era creada por el pueblo. b. Era la que creaba la Ley. c. Era la superior jurídicamente a todos los demás órganos del poder público, por el hecho de ser la que fijaba las normas del gobierno revolucionario, y podía nombrar y deponer hasta al Presidente de la República. d. Era el órgano más genuinamente popular y tenía la facultad jurídica política de reformar la organización de derecho fundamental (Constitución). e. A pesar de ello, existía un nexo con el ejecutivo, pues éste podía vetar sus leyes. f. Esa facultad no colocaba a la Cámara como subordinada al ejecutivo, dado que en sus funciones tenía la de deponerlo, aparte de su derecho de reconsideración de las leyes, a pesar del veto presidencial. 21 Zambrana, Ob. cit., p. 42 y siguiente, está esa ley. 132 La Constitución de Guáimaro g. Imperaba en la Cámara el criterio de la representación, no directamente por el sufragio, en algunos momentos, por las circunstancias guerreras, aunque en otros sí. Por su parte el Ejecutivo: a. Era un órgano del Estado creado por otro órgano. b. Dependía directamente del legislativo. c. Sus mandatos envolvían órdenes de carácter general, de tipo político y administrativo. Por su forma: el gobierno era de tipo limitado, por existir las libertades públicas y restricciones constitucionales al poder. Era centralizado, en cuanto el poder no se encontraba dividido entre poderes independientes. Era electivo, (en la forma limitada de la elección por el grupo revolucionario). Se facultaba la elección como forma de gobierno en la base 6 de las resoluciones de 1869 y en el Art. 23 de la Constitución se hablaba de las condiciones electorales, que más tarde una Ley electoral confirmaba. No podía hacerse una elección popular amplia constituyéndose la Cámara en la reforma representativa señalada, mas para el ejecutivo predominaba el principio de elección por la Cámara, se preveían elecciones nuevas en su Art. 7 y se dictaba, como se había dicho, y más adelante, una ley electoral. Por su parte, no era aquel régimen instaurado de tipo parlamentario puro, ni había un predominio tampoco del presidencialismo. En esa distribución del poder, el órgano judicial (Art. 22 de la Constitución), se declaró independiente; y como el poder podría sojuzgar a la libertad, se ordenó (Art. 28), que la Cámara no podría atacar las libertades que señalaba el precepto, ni derecho alguno inalienable del pueblo. 3. SIGNIFICACIÓN DE LA CONSTITUCIÓN DE GUÁIMARO La significación de la Constitución de Guáimaro se puede apreciar desde un punto de vista político o desde un punto de vista jurídico. A. En lo político: a. Dio vigencia constitucional al criterio separatista. Así, en la historia constitucional de Cuba, la idea del separatismo fue una aspiración de los cubanos desde años anteriores y al producirse el hecho histórico del levantamiento de La Demajagua el 10 de octubre de 1868 creándose una situación de hecho que rompía con 133 Enrique Hernández Corujo la situación de hecho y de derecho entonces existente, se requirió como necesaria, y después de seis meses, una Constitución política que, como producto de un movimiento separatista, venía a dar vigencia constitucional a aquella idea política y a aquel hecho histórico, que le habían precedido. b. Aseguró la unidad de los cubanos separatistas y coadyuvó a fortalecer el espíritu nacional. En tal sentido, la Constitución de Guáimaro fue el pacto común de los distintos grupos sublevados, representado por un documento de unión de toda la Isla, que consolidó la creciente formación de un espíritu nacional. No sólo las tres provincias más orientales de Cuba que anteriormente tenían dirigentes propios, acataron aquel documento que las unía en su propio ideal, con un gobierno único para todos, sino que las provincias occidentales, en cuanto a los separatistas se refiere, vieron en aquel documento, y en el gobierno que de él saldría, su guía y orientación. Al desecharse el localismo mediante el acatamiento a aquel texto constitucional único, el espíritu nacional quedó fortalecido, por lo que —como se ha afirmado— en Guáimaro la nación cubana tiene su consagración legal,22 así como también el sentimiento de criollismo o cubanidad se fraguaron en aquella guerra de 1868.23 c. Organizó, por primera vez y en la práctica, el Estado cubano. No puede negarse que, aunque en embrión, apareció en Guáimaro una entidad política nueva, o un naciente Estado24 con población y territorios propios, un gobierno también propio y una soberanía o poder de mando.25 De esa suerte, la población cubana y aun extranjera que en territorio dominado por las fuerzas rebeldes, estaba sometida a las órdenes y la nueva legislación, el territorio sobre el que el poder de mando se hacía sentir, eran elementos fundamentales del nuevo Estado; y no menos lo fueron su gobierno propio, distinto del gobierno espa22 Méndez Capote: Trabajos, t. III, p. 47. Véase Roig de Leuchsenring sobre aspectos de este tema en: La Guerra Cubana de los Treinta Años, p. 371, estudio sobre "La nación cubana", en Acuerdos del séptimo Congreso Nacional de Historia. 23 V. Horrego y Estuch: El sentido revolucionario del 68. 24 Así lo llama Vidal Morales: Hombres del 68, p. 184. 25 V. Hernández Corujo: "Significación y proyecciones de la Constitución de Guáimaro", en Anuario de la Facultad de Ciencias Sociales y Derecho Público, pp. 97-108, Universidad de La Habana, Editora Lex, La Habana, 1950. 134 La Constitución de Guáimaro ñol, que hacía sentir su dirección, y la soberanía, que si bien no era emanada del pueblo directamente, por sufragio,26 cosa imposible por las circunstancias imperantes, era por lo menos respetada como tal. Se invocó en el preámbulo de la Constitución y apareció, en cierto sentido, el poder del Estado, como facultad o poder de dominación sobre los que vivían en los territorios dominados por el gobierno separatista. Características de ese poder eran, entre otras, las facultades de levantar tropas y emitir moneda; lo primero previsto en la propia Constitución, y lo segundo utilizado por Céspedes autorizado para ello por la Cámara de Representantes. Además, aquel nuevo Estado se hizo sentir también, y aparte de en lo interno, en lo internacional, a través de las Agencias de Revolución en el extranjero y en el reconocimiento por varios países. d. Destacó los principios de la democracia representativa, de la soberanía, de la igualdad y de la libertad individual. Aunque imposible el sufragio, en el primer momento, se pensó en la representación, aunque fuera simbólica,27 como base de un gobierno democrático, que era una característica también de aquel nuevo Estado de cosas, y de esa suerte los gobernantes se consideraron como representantes de toda la Isla, y la libertad individual fue reconocida, por lo que aquel texto constitucional era de tipo individualista, a tono con la corriente de opinión política predominante entonces. e. Aceptó el principio del civilismo. Ese principio del civilismo —como opuesto al del militarismo— surgió del temor al poderío de Céspedes en Oriente, que se había fortalecido después de la entrevista con Donato Mármol en Tacajó, y del temor al militarismo que los camagüeyanos querían ver aparecer en las actitudes de Céspesdes. Agramonte y los que igual pensaban, impulsados por teorías revolucionarias francesas y quizás por doctrinas inglesas,28 fueron partidarios de la supremacía de la Cámara, sometiendo a ella al Eje26 Véase Hernández Corujo: Evolución constitucional de sufragio en Cuba. V. en ese sentido la resolución anterior a la promulgación de la Constitución de Guáimaro. Además: Hernández Corujo: "Significación y proyecciones de la Constitución de Guáimaro", en Anuario de la Facultad de Ciencias Sociales y Derecho Público, p. 11, Universidad de La Habana, Editora Lex, La Habana, 1950. 28 Véase Hernández Corujo: Militarismo y civilismo en las Constituciones de Cuba en armas, p. 12. 27 135 Enrique Hernández Corujo cutivo. El idealismo de los partidarios de esta idea, en pugna con el sentido más práctico de Céspedes, que no era un militarista, sino deseoso de una mayor esfera de acción militar dentro de la organización constitucional, triunfó en Guáimaro, y a ese movimiento se sumó el propio Céspedes, desprendiéndose las insignias militares que llevaba en su uniforme y poniéndolas a disposición de la Cámara, con lo que —según se lee en las actas correspondientes— quiso demostrar que los jefes debían despojarse ante ella de la autoridad que habían poseído hasta entonces.29 B. En lo jurídico En el campo del derecho la Constitución de Guáimaro tuvo también una gran significación. El espíritu de la legalidad y de justicia guiaron a los forjadores de la Constitución, y la propia Constitución de Guáimaro, fue un ejemplo de ello. La Revolución no fue anarquía, y sus integrantes se sometieron a un estado de derecho, por ellos aceptado, a base de una Constitución escrita e individualista. La República era una entidad jurídica, interna y externa30 y el derecho era respetado.31 4. VIGENCIA Y FUNCIONAMIENTO DEL RÉGIMEN CONSTITUCIONAL DE GUÁIMARO La Constitución de Guáimaro acordada el 10 de abril de 1869 estuvo vigente para los cubanos separatistas hasta que, por la disolución de la Cámara, el 8 de febrero de 1878 en San Agustín de Brazo, el régimen constitucional de Guáimaro perdió su ritmo, abriéndose el camino del Zanjón. Durante todo ese tiempo, o sea por espacio de cerca de nueve años, el régimen constitucional de Guáimaro se hizo patente en los territorios republicanos, proyectándose en lo político, en lo social y en lo económico. Políticamente, la proyección y vigencia de la Constitución de Guáimaro fue grande. En nombre de la Constitución se delimitaron las facultades ejecutivas y militares del Presidente de la República; en uso de facultades constitucionales, sujetas a crítica, se depuso a Céspedes, y en muchas ocasiones, tanto por la Cámara como por el 29 Comunicaciones de la Cámara de Representantes (Archivo Nacional). Lufriú: Carlos Manuel de Céspedes, p. 144. 31 Véase Méndez Capote: "El Derecho de la Revolución cubana", en Trabajos, t. I, p. 147-153. 30 136 La Constitución de Guáimaro Presidente, se hacían citas de la Constitución, para defenderla o moldear sus actuaciones a lo en ella previsto.32 Haciendo uso de preceptos constitucionales se vetaban33 y se aprobaban34 las leyes por el ejecutivo, mientras el legislativo las acordaba; los derechos individuales se respetaban en nombre de la Constitución35 y ésta se reformaba siete veces36 de acuerdo con el procedimiento en ella establecido. En lo social, la vigencia y proyección de la Constitución fue fundamental. Aceptada por la misma la libertad personal y abolida la esclavitud, se completaba todo ello con un Decreto del Gobierno de 10 de marzo de 1870 que declaraba nulos los contratos que colocaban a los chinos en condiciones de siervos.37 32 Así la Cámara en la deposición de Céspedes citó la constitución. El diputado Pérez Trujillo que propuso la deposición aprobada citó el Art. 9 de la Constitución. El Presidente Céspedes invocó esa Constitución en muchos de sus decretos y mensajes. 33 V. de ejemplo el veto a la ley de organización militar, citado en el texto. 34 V. de ejemplo la comunicación de Céspedes, aprobando o sancionando la ley modificando la Ordenanza Judicial, pero haciendo observaciones, en la pág. 172 de la obra Carlos Manuel de Céspedes por Carlos Manuel de Céspedes y Quesada. 35 Puede ello notarse, entre otros casos, en la comunicación de Céspedes a Cisneros, de 29 de octubre de 1871, negándose a coartar el derecho de locomoción de hombres, empleados o diputados, porque ello sería un despotismo (ver esos documentos en Céspedes y Quesada: Ob. cit., pp. 132 y siguientes). 36 Esas veces fueron las siguientes: 1. En 25 de julio de 1869 adicionando el Art. 25 con la declaración de que los ciudadanos de la República están obligados a prestarle, como soldados los servicios para los que resulten aptos. 2. En 10 de agosto de 1869, agregándole un nuevo artículo, el 30, dispositivo de que los diputados son inmunes. 3. En 24 de febrero de 1870, creando el cargo de Vicepresidente. 4. En 3 de abril de 1872 fijando el número de diputados en dieciséis y el quórum en nueve. 5. En 13 de marzo de 1872, estableciendo que a falta del Presidente y el Vice, los sustituirá el Presidente de la Cámara. 6. En 13 de junio de 1875, modificando el art. 6, en el sentido de que se podían celebrar elecciones generales para renovar totalmente la Cámara. 7. En 26 de abril de 1876, acordando que cuando fuese impar el número de diputados, el quórum sería la mitad del número par que lo siguiese. (Véase Infiesta: Historia Constitucional de Cuba, p. 237, nota número 294, Cultural, La Habana, 1951.) y Pánfilo D. Camacho: Biografía de la Cámara de la Guerra Grande, La Habana, 1945. 37 V. las proyecciones políticas, sociales y económicas en Hernández Corujo: Significación y proyecciones de la Constitución de Guáimaro, pp. 13 y siguientes. 137 Enrique Hernández Corujo En lo económico, pueden citarse el decreto de libertad de comercio de 7 de junio de 1869, el Reglamento de Bancos de 29 de enero de 1871, entre otras medidas. En lo administrativo: la ley de organización administrativa de 8 de agosto de 1869, la división territorial de 6 de agosto del mismo año, la de cargos públicos de 12 de agosto de 1869, el reglamento para la organización del Gabinete y Secretarías de Estado de 24 de febrero de 1870, la ley electoral del mismo año. Se organizó administrativamente el territorio en los cuatro Estados, dividiéndolos en distritos y a estos en prefecturas y subprefecturas. Los primeros regidos por gobernadores civiles, los segundos por tenientes gobernadores y las prefecturas por prefectos y subprefectos, todos de elección; en agosto de 1871 existían cuatro Secretarías: Guerra, Hacienda, Exterior e Interior, una Corte Suprema de Justicia, Cortes Judiciales o de Distritos, Administración de Justicia por los prefectos y también por Consejos de Guerra.38 Más adelante, en 30 de marzo de 1872 se suprimían Secretarías, dejándose solamente las de Estado y Guerra39 y el Presidente se asesoraba de su Gabinete40 y para educar a los hombres libres se dio impulso a la educación.41 En el transcurso de aquellos nueve años, por otra parte, no siempre funcionó plenamente la Constitución y hubo momentos en que tuvo que reformarse. Obedeció lo primero a la pugna entre el legislativo y el ejecutivo, y a la inacción del primero, en ocasiones, por las circunstancias de la guerra y la imposibilidad de reunirse. Formada la Cámara de Representantes en Guáimaro el 11 de abril de 1869 y habiendo tomado posesión el Presidente de la República el día 1242 comenzó a funcionar el régimen constitucional allí instaurado. 38 V. relación de la distinta legislación en Mensaje de Céspedes a Summer en la obra de Carlos Manuel de Céspedes citada, p. 107; v. también Lufriú: Carlos Manuel de Céspedes, p. 145, Varona Guerrero: La Guerra de Independencia de Cuba, t. I, p. 360. 39 V. Céspedes y Quesada: Ob. cit., p. 193. 40 Ibídem, p. 256 41 Se legisló en materia de enseñanza gratuita, legislación de la que fue ponente Rafael Morales y González, que redactó también la ley de imprenta y la reglamentación de la imprenta nacional. (Véase Vidal Morales: Hombres del 68: Rafael Morales y González, p. 193.) 42 Véase Carbonell y Santovenia: Guáimaro. Reseña histórica de la primera Asamblea Constituyente y primera Cámara de Representantes de Cuba, p. 115 y siguientes, Imp. Seoane y Fernández, La Habana, 1919. 138 La Constitución de Guáimaro Vicisitudes de la Guerra no obstante, enfrentaron a la Cámara con los partidarios de un ejecutivo más fuerte, y así, el Jefe del Ejército, que entonces lo era Quesada, reclamó facultades y redactó un memorándum que remitió, o quiso remitir a la Cámara de Representantes por medio del Convencional Zambrana, quien no quiso darle curso, porque pensó, según un comentarista, que el General en Jefe iba a querer ser lo que Napoleón en Francia con el Consejo de los Quinientos,43 que iba a querer disolver la Cámara, y ésta, temerosa de esa cabeza de militarismo, según creía entenderlo, lo destituyó, casi simultáneamente con la renuncia que aquél hizo de cargo. Ello ocurría en el propio año 1869. En 1871 las circunstancias de la guerra impedían el quórum cameral y la Cámara recesó en sus funciones,44 después del 16 de enero de ese año en que celebró su última sesión de ese período.45 El Ejecutivo, en tales circunstancias, obtuvo más libertad de acción, no obstante las limitaciones legales y prácticas puestas al ejercicio de su cargo. Del propio año 1871 aparece un Acta del Consejo de Secretarios de Céspedes, fechada en 17 de junio, en la que el Presidente, reunido con sus Secretarios del Exterior y de Guerra, con el Subsecretario de Hacienda y el Secretariado del Consejo "significó su propósito de resignar el cargo que desempeñaba, a causa de las dificultades que ponen a su ejecución las limitaciones que se han creado en las leyes vigentes y prácticas",46 siendo convencido por sus Secretarios para que no llevara a efecto su propósito. No obstante, un mes y días más tarde, en carta a su esposa de 5 de agosto, el Presidente declaraba que por el receso de la Cámara estaba revestido de facultades algo más latas.47 43 Manuel de Quesada, por Céspedes Quesada p. 88 y Lufriú: Ob. cit., p. 167. V. Infiesta: Ob. cit., p. 237. 45 Céspedes en carta a su esposa de 19 de febrero de 1872 le decía entre otras cosas que no podía pasar inadvertido "que hoy hace un año, un mes y tres días que por última vez se reunió la Cámara de Representantes en las Maravillas" y que durante ese tiempo gobernó sin su concurso. Carta publicada en Céspedes y Quesada: Ob. cit., p. 181. 46 Ibídem, p. 68. 47 V. esa carta en la obra citada en el número anterior, p.85. 44 139 Enrique Hernández Corujo Los miembros de la Cámara trataron de reunirse48 e hicieron citación a la misma. Fue más adelante, en 9 de marzo de 187249 que la Cámara reinició sus labores mediante un nuevo período de sesiones. El 10, Céspedes le dirigió un mensaje50 alegrándose de que la Cámara funcionara legalmente y recordándoles determinada legislación que estimaba conveniente, a lo que contestó la Cámara el día 2051 agradeciéndole su testimonio y haciéndolo saber el interés también de ese cuerpo en los referidos proyectos apuntados por el Presidente. Las discrepancias entre ambos órganos del poder público que habían tenido su punto de partida, según un comentarista, en la destitución de Quesada,52 se fueron agravando. La Cámara le comunicó a Céspedes el 20 de abril de 1872,53 y no para su sanción sino para su conocimiento solamente, el acuerdo de 13 de marzo del mismo año, por el que se designaba al Presidente de la Cámara para hacerse cargo del poder ejecutivo, interinamente, en caso de faltar el Presidente de la República, y mientras durase la ausencia del vicepresidente, cargo que se había creado con anterioridad, y lo hizo al amparo del artículo 7 de la Constitución. La Constitución de Guáimaro no señalaba la sustitución presidencial, sino daba a la Cámara la facultad de designar al Presidente de la República. Fue en una de sus reformas, la de 24 de febrero de 1870, en que se estableció la vicepresidencia, y se nombró a Aguilera, ausente en 1872 en los Estados Unidos en Comisión del Gobierno. La protesta de Céspedes por aquel acuerdo de la Cámara se fundó en que era un acuerdo desposeído de carácter legislativo.54 48 En la anterior carta de Céspedes cita que algunos individuos trataban secretamente de reunir la Cámara; que no tenían papel para hacer la convocatoria y él lo facilitó y se había hecho la citación; que todavía no se había reunido y algunos le habían manifestado que ellos no concurrirían porque "es una ridiculez en las actuales circunstancias, una fuente de entorpecimientos perjudicialísimos", y que mejor estaban en el ejército. 49 Ob. cit., p. 166. 29 de febrero se cita en Camacho: Ob. cit., p. 29. 50 Ese mensaje puede leerse íntegro en Céspedes y Quesada: Ob. cit., pp. 158164. 51 Ibídem, p. 164. 52 Carbonell y Santovenia: Ob. cit., p. 130. 53 Céspedes y Quesada: Ob. cit., p. 167. 54 Infiesta, Ob. cit., p. 238, opina que Céspedes no estaba en lo cierto pero que le asistía la razón: la reforma no era inconstitucional, pero iba contra el espíritu de la constitución, al dar la Presidencia al Presidente de la Cámara. 140 La Constitución de Guáimaro El veto a la ley de organización militar de 20 de abril de 1872,55 implicaba otro motivo de discordia entre ambos órganos, por estimar el Presidente que "resaltaba en toda la ley la mira de privar al centro del Gobierno de facultades que se atribuyen a subalternos con la creación de los Jefes de Departamentos". Más adelante, en mayo de 1872,56 discrepó de la Cámara en cuanto a la forma de determinar el quórum57 emitiendo el grave juicio de no poder comprender "que ningún poder de los que constituyen la República se arrogue facultades que no les señala nuestro Código", y terminando con ese documento a la Cámara con estas frases que dan testimonio de cierta tirantez: "Proceden todos los poderes de la soberanía nacional, es decir, que son independientes entre sí, no dependen el uno del otro;58 más si así no fuese, nuestras leyes determinan la doctrina sustentada, puesto que en la ley de organización administrativa, sección 3ª, capítulo 1 de los funcionarios, artículo 3, dice. Todo funcionario obedecerá sin oponer excusa las órdenes de sus superiores que le fueren debidamente comunicadas, a no ser que dichas órdenes contraríen la Constitución política de la República".59 55 V. íntegro publicado por Céspedes y Quesada, en obra ya citada, p. 168. En mayo de 1872, se acordaba recesar de nuevo; aunque funcionaba en algo. En septiembre de 1873 puede celebrar sesiones. Ver Camacho, Ob. cit., p. 31-34. 57 Véase su Mensaje a la Cámara en la obra indicada en número anterior, pp. 176 y 177. Como reforma constitucional parece que podría hacerlo. 58 En esto Céspedes olvidaba su dependencia constitucional al legislativo (Arts. 7 y 9 de la Constitución). 59 Ya en 13 de marzo de 1872 le decía en carta a su esposa (obra Carlos Manuel de Céspedes por Céspedes y Quesada, p. 185), que la Cámara había seguido celebrando sesiones y el 29 le explicaba que se habían reunido con siete miembros y pretendían hacerlo hasta con cinco, pues no habían podido conseguir otros. Por esta época la Cámara estaba de hecho disuelta. (Camacho: Ob. cit., p. 32.) "Juzga pues la insuficiencia de semejante número para resolver las graves cuestiones de la guerra y querer gobernar el país. Yo sigo inalterable en mi prudencia, mientras no vea que pueda perecer nuestra causa". No obstante la tirantez de las relaciones Céspedes y en primero de mayo de 1872, en alocución a jefes, oficiales y soldados decía que la Cámara "dando cima a importantes trabajos, legislando en armonía con las necesidades de la revolución y siendo ejemplo por su asiduidad, digno de imitarse por todos, en momentos en que el representante del gobierno español en la Isla anuncia, quizás, haber pacificado el país, continúa en sus importantísimas tareas". (Céspedes y Quesada: Ob. cit., p. 174.) 56 141 Enrique Hernández Corujo En ese año, la Cámara envió a Céspedes una comisión comunicándole se pusiera al frente del Ejército. Este cambio de la Cámara sorprende al Presidente y lo cree "una extraña metamorfosis operada por el miedo", dado el momento de peligro existente.60 De los excesos del ejército, no obstante iba a quejarse61 solicitando orden y justicia, aunque su acercamiento con el mismo se patentizó en algunos actos y momentos.62 Aún más adelante, en 1873, el Presidente pidió facultades especiales o extraordinarias63 y la Cámara se aprestó a deponerlo. El mismo Céspedes reunía el 24 de septiembre de 1873 a sus Secretarios, y como en otra ocasión anterior, les informó de sus propósitos de dimitir, para lo que quería oir a sus consejeros, por tener noticias "que la Cámara de Representantes pensaba reunirse con el propósito de invalidar sus actos y deponerlo". Sus consejeros opinaron en contra de su propósito de dimisión, aunque le aconsejaron que "tuviese escrita su dimisión",64 y al día siguiente en carta a su esposa, le decía: "desde hace días está anunciándose la reunión de la Cámara para chocar conmigo y llegar tal vez hasta la deposición". La sesión de la Cámara se produjo en Bijagual el 27 de octubre de 1873 y por el voto de nueve miembros que la componían ese día, depuso a Céspedes,65 quien había remitido una comunicación a la Cámara acompañándole un manifiesto público,66 y quien notificado el 28 del acuerdo tomado, lo acató, en manifiesto al pueblo y al ejército de 31 de octubre de 1873, sucediéndole interinamente Cisneros, que era el Presidente de la Cámara de Representantes. 60 Ibídem, p. 188. Ibídem, p. 210 con carta que allí se copia. 62 En carta de Céspedes a su esposa de noviembre 7 de 1872, continuada el día 9, habla de las cordiales relaciones con Agramonte y más tarde con Máximo Gómez; y el 29 se afirmaba: la más completa unión reina aquí entre los buenos cubanos; todos los jefes están subordinados y obedientes a las disposiciones del gobierno; lo que repetía en carta a Manuel de Quesada de 6 de diciembre de 1872 (v. estas cartas en Céspedes y Quesada, Ob. cit., p. 225-234 y 238). 63 Lufriú: Ob. cit., p. 199, dice que dirigió Manifiesto al pueblo pidiendo independencia del Ejecutivo o cesar en la jefatura. Él lo notifica a la Cámara, Miguel Ángel Carbonell: La ruta del fundador, p. 65. 64 V. el Acta de ese Consejo de Secretarios en Céspedes y Quesada: Ob. cit., p. 257. 65 Gerardo Castellanos: Calixto García, p. 82 dice que eran nueve votos. Lufriú señala ocho votos, pues Cisneros se abstuvo de votar (Ob. cit., pp. 204-205). 66 Céspedes y Quesada: Ob. cit., pp. 268 y siguientes. 61 142 La Constitución de Guáimaro Aguilera, que era el Vicepresidente y se encontraba en los Estados Unidos, fue llamado por Cisneros.67 Afanes a favor de la causa cubana, en el extranjero, y la falta de medios de transporte, hicieron fracasar cuatro veces sus intentos de regreso, muriendo allí el 22 de febrero de 1877, sin poder ocupar su cargo, no sin que antes la Cámara, que lo había reconocido como Presidente, dijera que había cesado como tal desde la deposición de Céspedes.68 Se sucedieron después las presidencias de Cisneros, Spotorno, Estrada Palma, y ya en diciembre de 1877 y previa interinatura de Francisco Javier de Céspedes, se eligió por la Cámara a Vicente García69 que representaba al ejército. Los principios civilistas de la Constitución de Guáimaro que quiso mantener la Cámara, y Céspedes también dentro de su personal criterio, parecían quebrarse algo por un criterio de más militarismo, reclamando Vicente García más radio de acción como en años anteriores lo había hecho Quesada.70 La Constitución de Guáimaro, vigente casi nueve años, estaba al expirar. Un fuerte movimiento de opinión pacifista por parte de Martínez Campos, nuevo Capitán General de la Isla, y que tuvo eco en el campo insurrecto debido al pésimo estado económico de los combatientes, hizo que el ejército cubano, en su mayoría, lo aceptase, y también en principio la Cámara, que para ello derogó un Decreto de Spotorno de 30 de junio de 1875. La Cámara posteriormente, se mostraba contraria a los hechos, y se disolvió en San Agustín del Brazo el 8 de febrero de 1878. Dos días después se decretaba la suspensión de las hostilidades por Martínez Campos, que culminaron en el Pacto del Zanjón y en la protesta de Baraguá, con la adopción de una Constitución del mismo nombre, que pasaremos a estudiar. 67 De las gestiones cerca de Aguilera, véase Pánfilo D. Camacho: Aguilera, el precursor sin gloria, pp. 139 y ss. 68 Por acuerdos de 21 de marzo y 12 de abril de 1876. Véase también Camacho: Ob. cit., p. 186 y siguientes. Aguilera había pensado renunciar. 69 Francisco Javier de Céspedes había sido designado pero renunció. 70 Véase Hernández Corujo: Militarismo y civilismo en las Constituciones de Cuba en armas. 143 La labor constituyentista de Ignacio Agramonte* Tirso Clemente Díaz P or Agramonte, por la Escuela de la Ciencias Jurídicas y por la Constitución resulta acertada la selección del tema con que honrándolo, nos honramos al recordar en la semana del trabajador jurídico su graduación el 8 de junio de 1865; al utilizar el marco físico de la Escuela que lleva su nombre y al desarrollarlo en los momentos en que todo el pueblo deviene poder constituyente, participando con interés inusitado en la discusión de la constitución socialista, remate de la obra iniciada hace más de un siglo en Guáimaro. El asunto merece tratarse con hondura, precisión y sentido jurídico y revolucionario. Siempre incitante, es ahora de vigente actualidad. Los legisladores de Guáimaro —Agramonte en primer término— no están ausentes en el proyecto que se debate y deben estar presentes en toda la ciudadanía que analiza los preceptos de la futura carta constitucional. De ahí nuestra responsabilidad. No hemos de ceñirnos a un enfoque técnico-jurídico para lo cual la Escuela cuenta con especialistas muy calificados, ni vamos a recorrer las páginas de la historia narrando los principales episodios de aquel relevante suceso ni a replantear los debates a veces parcializados sobre proyecciones, realizaciones y frustraciones. Todo ello y algo más veremos, pero el principal objetivo no será contemplar al hecho de Guáimaro como una página del pasado con criterio de arqueólogos; sino como aún vivo en nuestro ardoroso presente. En Guáimaro está una de las raíces y no de las menos importantes. Allí se concretó nuestra nacionalidad, se forjó nuestro Estado, nació nuestra propia juridicidad. E Ignacio Agramonte fue quién más contribuyó a poner la simiente que hoy brinda granados frutos. Volvamos a ese pasado siempre vigente. Es en 1869. El mundo vive en pleno auge del capitalismo. Hay crisis económicas y políticas. Surge el proletariado. Luchan las na- * Publicado como Apéndice en: Tirso CLEMENTE DÍAZ: Ignacio Agramonte: Estudiante y Jurista, pp. 183-209, Universidad de La Habana, La Habana, 1975. 144 cionalidades. Gran Bretaña goza la era victoriana. Napoleón III está a un año de Sedán. La guerra franco-prusiana traerá el triunfo de Bismarck y la gran eclosión de la Comuna de París. Está al completarse la unidad italiana. Garibaldi, un año después entrará por la Porta Pía poniendo fin al imperio temporal del Papa. El Japón ha salido del shogunado feudal y traslada su capital de la sagrada Kioto a Tokio. El canal de Suez se abre al tránsito marítimo. Nace el Partido Social Demócrata Alemán. En Rusia, donde los siervos han sido ya liberados, nace un año después (oficialmente el mismo día 10, en realidad el 22 por el diferente calendario) un hijo al profesor Ilia Ulianov, de nombre Vladimir. Dos años antes Marx ha publicado el primer tomo de El Capital y ese mismo año de 1869 Mendeleiev un cuadro de los elementos químicos. América latina vivía bajo esclavismo y feudalismo, racismo y explotación, anarquía y despotismo. Está al concluir la sangrienta guerra paraguaya. El clerical García Moreno comienza su gobierno. México se repone de la invasión que culminó con el fusilamiento de Maximiliano. Canadá se constituye en dominio, y Estados Unidos, pasada la Guerra de Secesión con el triunfo del Norte, ve la ascensión del general Ulises Grant, del que mucho esperan los cubanos. En España, caída Isabel II, tras la rota de Alcolea, el General Serrano tiene el gobierno provisional. También en él confían inútilmente. Es en este mundo convulso donde se desarrollan los sucesos que analizaremos. Cuba no era en 1868, ni un Estado ni una nación. Formaba parte del estado español. Sometida a un régimen de excepción gemía — expresa Elías Entralgo— bajo el poder político colonial español, régimen de gobierno centralizado, militar, dictatorial y corrompido. No constituía una nación. Jorge Ibarra señala que una sociedad fraccionada que mantenía al margen de la sociedad civil a un 36 % de la población —más de 300,000 africanos— no podía constituir una nación al no existir comunidad nacional de cultura, uno de los elementos esenciales de la definición de Stalin. Sin embargo, desde fines de siglo XVIII aparecieron las primeras manifestaciones de la nacionalidad. Los criollos, distanciados ideológicamente de España, no eran aún plenamente cubanos. Enrique José Varona, demostró cómo paradógicamente la Nación cubana era la única obra meritoria de la tiranía española, al unir a través de mazmorras, cadenas, cadalsos y campos de batalla a todos 145 Tirso Clemente Díaz los factores y obtener de una amalgama confusa de hombres dispersos por la raza y la jerarquía un pueblo, una conciencia cubana. Y en su memorable discurso de La Demajagua Fidel mostró cómo hace 100 años había una masa abigarrada, sin conciencia de pueblo ni pleno sentimiento de un interés y un destino común. La Cuba del 68, colonia española bajo un régimen de esclavitud y de economía de plantación ya en retirada ante el desarrollo ascensional del capitalismo, estaba escindida en clases, capas, sectores o estratos que mantenían entre sí contradicciones; esclavistas y esclavos; peones (campesinos pobres) y terratenientes; obreros y capitalistas, muy incipientes y, sobre todo, criollos productores y peninsulares comerciantes. No podemos adentrarnos en las actitudes políticas (integrismo, reformismo, anexionismo e independentismo) ni en las sociales, respecto a la trata y esclavitud y su abolición. La clave de la historia de Cuba en más de la mitad del siglo XIX está condicionada por tener la clase rectora, burguesía terrateniente, su raíz esclavista, lo que frenó todo movimiento que pudiera implicar la pérdida de su base económica de sustentación, además el fantasma siempre esgrimido, de un nuevo Haití. Un conjunto de causas y factores que no es dable analizar ahora y que los historiadores y especialmente nuestro máximo dirigente Fidel Castro han expuesto, lleva al fracaso de las soluciones anexionista y reformista y a hacer coincidir las líneas del abolicionismo e independentismo. Así se produce la progresiva radicalización de la clase terrateniente de Oriente y el Centro, de economía ganadera y de la industria azucarera menos desarrollada (la llamada Cuba B) que asume la posición de avanzada y da inicio a la gesta del 68. A esa ala radical y minoritaria de los terratenientes criollos pertenecen los hombres de Guáimaro, entre ellos Céspedes y Agramonte. Junto a ellos se aglutinan profesionales y estudiantes de la clase media, campesinos blancos numerosos, negros y mulatos libres en arrolladora presencia, pocos artesanos, esclavos liberados y colonos chinos. En ese grupo, que como expresa Sergio Aguirre había de ocupar por única vez tan radical posición, el que inicia la guerra y es preponderante en la Asamblea. Raúl Roa los calificaría de capaces, osados, progresistas, decididos y patriotas. 146 La labor constituyentista de Ignacio Agramonte Veamos cómo actuaron antes de Guáimaro y en la histórica Asamblea. El alzamiento contra España no fue simultáneo ni total. Oriente se pronuncia el 10 de octubre de 1868, Camagüey el 4 de noviembre y Las Villas el 6 de febrero de 1869. El Occidente esclavista e industrializado no entraría en la lucha aunque hijos suyos participaron. En cuanto al territorio, se llegó hasta la llanura de Colón en la heroica campaña e Henry Reeve, el Inglesito. El Oriente insurgente comprende la jurisdicción de Manzanillo, Tunas, Bayamo, Holguín y Jiguaní. La zona más al este: Cuba (Santiago), Guantánamo y Baracoa, de tanto relieve después, no está presente en los inicios. Allí es fuerte la economía esclavista. El abogado bayamés radicado en Manzanillo, Carlos Manuel de Céspedes, comienza en La Demajagua la lucha independistas. Es el más audaz y decidido de todos. Pero no tiene una organización. Sólo los poderes que le otorga un grupo de conspiradores. Al asumir de hecho y de derecho la representación y mando supremo de la Revolución y de todo el país, señala en su manifiesto inicial que actúa a nombre de una sediciente Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, para investir así a la Revolución y a su jefe de fuerza y autoridad ante cubanos y extranjeros. Derrotado inicialmente en Yara, triunfa en Bayamo, que hace su capital hasta enero de 1869, cuando es incendiada por sus propios hijos ante la eminente entrada del enemigo. Por su gesto es Céspedes el dirigente de Oriente y pretende serlo de todos los cubanos sublevados contra España. Veamos respecto a Céspedes primero, Agramonte después y a las soluciones dadas en Guáimaro, cinco problemas capitales: el poder, la legislación, el anexionismo, el abolicionismo y la relación con la Iglesia. EL PODER. Asume inicialmente el título de Capitán General. El pueblo está acostumbrado a respetar el nombre. Se perdería tiempo en explicar el cambio. Ni siquiera altera el tipo de imprenta de las proclamas españolas. Debe haber unidad de mando. El Gobierno es unipersonal: hay un jefe único con un consejo consultivo, asesor. Gobierna por decretos. Une el poder militar y el civil. Debe mantener la centralización política y militar. Su objetivo es hacer primero la guerra. La República vendrá después. La guerra exige unidad de mando, poder central, que ordene y dirija. Su jerarquía no debe ser inferior ni en autoridad ni en legitimidad al poder colonial. No lo llevó 147 Tirso Clemente Díaz a esta concepción la vanidad. No pretendió ser un providencial más. Tuvo que ser autoritario para ser obedecido por gente habituada a un régimen secular de disciplina despótica. En su zona no había el alto nivel político que en Camagüey. Céspedes, carente de aptitudes militares, pretendió inicialmente desempeñar estas funciones. LA LEGISLACIÓN. El Manifiesto del 10 de octubre ha sido tachado de poca consistencia ideológica. Se abstiene de innovar en el orden social y de dictar normas reguladoras de su organización. Mantiene la legislación española hasta la conclusión de la guerra, aunque interpretada en sentido liberal. Aun en aspectos en que innova, las expresiones ambiguas: deseamos, amamos, respetamos, admiramos. No hay tajantes afirmaciones. En ello está presente el pretender congraciarse con los hacendados de Occidente. ANEXIONISMO. En carta al Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mr. Seward, de 24 de octubre, interesa ayuda para conquistar la libertad. Expresa que no será dudoso ni extraño que después de habernos constituido en nación independiente formemos más tarde o más temprano una parte integrante de tan poderosos Estados, porque los pueblos de América están llamados a formar una sola nación, y a ser la admiración y el asombro del mundo entero. No hay más que estas expresiones en la correspondencia que comprende comunicaciones al Presidente Grant interesando la beligerancia. ABOLICIONISMO. Hay dos posturas aparentemente contradictorias en Céspedes: su posición personal y la del gobernante, prudente y cauteloso. Personalmente, comienza la lucha dando la libertad a sus esclavos. En su Manifiesto de Manzanillo, del 10 de octubre expresa "deseamos la emancipación gradual y bajo indemnización de la esclavitud".1 El 27 de diciembre dicta el Decreto de abolición condicionada de la esclavitud, declarando libres a aquellos que sus dueños presenten con este objeto a los jefes militares y permaneciendo como esclavos los restantes. Era muy restringido, al depender de la voluntad privada del dueño. Este tímido decreto, producto de cálculos erróneos, de un error estratégico, como lo denominó Cepero Bonilla, trató de evitar, como señala Fidel Castro, la inhibición del sector cubano de Occidente, con el que contaba para obtener armas y recursos económicos. 1 En el original no aparecen referencias bibliográficas para ninguna de las citas. (N. del E.) 148 La labor constituyentista de Ignacio Agramonte No quería decidir por su propia cuenta aquella importante cuestión de inmediato. Pero los dueños de las plantaciones de Occidente se mantuvieron al margen del conflicto. RELACIÓN CON LA IGLESIA. El masón Céspedes mantuvo entendimiento oficial con la Iglesia. Al tomar a Bayamo conservó el culto y la asignación de sueldo al clero católico. En el templo se bendice a la bandera. Se celebra un Te Deum, por la victoria. Céspedes entra bajo palio, como Capitán General. Busca asegurarse la neutralidad y atraerse el clero local de influencia en las familias. Algunos sacerdotes cubanos como el padre Batista eran separatistas. El derechismo inicial de Céspedes —dice Sergio Aguirre— engendra la oposición del grupo camagüeyano. Los conjurados de Camagüey se pronuncian en Las Clavellinas el 4 de noviembre. Este Departamento tuvo un centro organizador en la capital, Puerto Príncipe, representativo del patriciado ganadero que elimina la oposición reformista de los azucareros de Caonao liderados por Napoleón Arango y asegura la unidad de miras y de acciones en lo político. Pronto Ignacio Agramonte descolló como dirigente político de la región, como luego lo fuera en lo militar. Su voz era la expresión del Comité Revolucionario de Camagüey, transformando luego en Asamblea de Representantes del Centro. Ese núcleo compacto tuvo refuerzo ideológico con la incorporación de la juventud universitaria habanera, arribada en el Galvanic, la cual robustecería las posiciones más radicales del colectivo camagüeyano. En los problemas que respecto a Céspedes enunciamos, Camagüey mantuvo posiciones opuestas, generalmente más radicales, más a las izquierdas sea dicho. EL PODER. Se enfrentan a Céspedes. Censuran la denominación del Capitán General, la unidad de mando civil y militar, la proliferación de generales —consecuencia de las diferencias regionales y del aporte de militares extranjeros—, su carácter dictatorial. Propugna una jefatura civil popular que asegure el libre disfrute de los derechos políticos. Su objetivo: organizar la República desde los comienzos de la lucha, creando instituciones republicanas. Se pronuncian contra el mantenimiento de la administración española que con su desmedida centralización coarta el libre ejercicio de la acción individual y con su fárrago inmenso de empleados da pábulo a la 149 Tirso Clemente Díaz desmoralización y consume el tesoro público. He aquí en comunicación a la Junta Revolucionaria de La Habana el mismo pensamiento de la histórica sabatina de 1862. Reafirman su civilismo al exclamar: "Amamos la unión estrecha de todos los cubanos y sin ella no concebimos el bien de Cuba, pero esa unión no puede tener otra base que la de las instituciones democráticas y no podemos ni debemos cimentarlas sobre el capricho o la voluntad de un hombre, porque tanto valiera el régimen que condenamos en los opresores de Cuba y el que nos lanzó a la Revolución". El Camagüey estaba más politizado, afirma Enrique Collazo, quien señala que los orientales no se preguntaban por la forma del naciente gobierno y admitían al jefe que dio el golpe libertador. Legrá destaca la gran conciencia política del Camagüey, para su época. LA LEGISLACIÓN. Paralela a la guerra se deben cambiar las instituciones coloniales, la legislación colonial y adoptar nuevas leyes y formas de vida, destacó Fidel Castro. Así crean prefecturas rurales en los partidos del Departamento (8 de enero), regulan la jurisdicción civil y criminal del Departamento (8 de febrero) y establecen el servicio militar obligatorio (1 de abril). ANEXIONISMO. Este es el punto débil de Camagüey. Allí el anexionismo era más antiguo en intenso que en Oriente. Una serie de factores: prestigio de Lincoln y de Grant, confusión ideológica, influencia de las ideas del Lugareño, sirven para explicar la conducta de la Asamblea de Representantes del Centro, que en sendas cartas dirigidas al presidente Grant y al senador general Nathanael Banks, ambas del 6 de abril, expresan que después de alcanzada la libertad Cuba formaría parte de la gran república del Norte. Los soldados camagüeyanos usaban escarapelas con la bandera cubana y americana entrelazadas. La existencia de esas tendencias anexionistas es algo que como señaló Fidel no puede ni debe rehuirse, aunque sí explicarse. Era un anexionismo distinto del de1851, dice Jorge Ibarra. Se apoyaba esta solución de modo efímero y transitorio. No fue parte orgánica de la ideología de los hombres del 68. Tenía más bien un sentido estratégico. ABOLICIONISMO. Aquí fue tajante y radical actitud camagüeyana. El 26 de febrero se declaró abolida la esclavitud. Oportunamente se indemnizaría a los dueños. Fue la abolición inmediata. RELACIÓN CON LA IGLESIA. La postura fue laica. Censura en la política religiosa de Céspedes. Se ha dicho que desde el medio 150 La labor constituyentista de Ignacio Agramonte rural en que actuaban la situación era distinta que en las ciudades orientales donde había fuerte presión clerical que debía atenderse. Los alzados de las Villas el 6 de febrero de 1869, en San Gil, zona de Manicaragua, constituyeron una Junta Revolucionaria que buscó contacto con los Departamentos de Camagüey y Oriente y fue factor en la política unitaria de la Revolución. Su reunión en Sibanicú con los camagüeyanos inclina la balanza a favor de estos. Se inicia el denominado periodo pre-constituyente. La existencia de tres estados independientes: la Capitanía General de Oriente, la Asamblea de Representantes del Centro de Camagüey y la Junta Revolucionaria de Las Villas, hacen insostenibles la situación del territorio liberado. No había coordinación en las operaciones militares y aunque se auxiliaban en algunos aspectos, brindándose armas y municiones, se producen a veces discrepancia y aun fricciones. Era imposible mantener tal situación en el orden interno. Había que presentar un frente común al enemigo. Autores han dicho que "la Revolución, mordida en las entrañas por los gusanos de la discordia, indudablemente hubiera pasado a ser, el año mismo de 1869, anárquica alargada, sin medula y sin alma, de no haberse logrado refundir en una sola aspiración las de cuantos tenían dentro de ella autoridad". Todos, empezando por Céspedes, procuraban acercamientos. Había diferencias más de carácter político y táctico que ideológico. Discrepaban en los métodos pero coincidían en una única finalidad: la independencia. Oriente buscaba el acatamiento a su jefatura. Camagüey el respeto a principios programáticos. Las Villas, comprometida con Céspedes, simpatizaba con el programa camagüeyano y actúo como aglutinante. Hubo avances y retrocesos en proceso hacia la unidad, que al fin fue impuesta por el desarrollo de los acontecimientos y por la clara comprensión de que solo unidos en lo esencial y sacrificando lo accesorio podía obtenerse la victoria. De fuera venía la compulsoria imposición de la unidad. No podía haber reconocimiento oficial a grupos dispersos y contradictorios a quienes los españoles presentaban como bandidos al margen de la ley. La primera condición apara obtener la beligerancia era la unidad. En carta del 19 de marzo al Agente Diplomático de la Revolución en Nueva York, José Morales Lemus, expone Céspedes la necesidad de mostrar con altos oficiales y ostensibles que existe un gobierno por todos aceptado y obedecido por todos los distritos. Se recomienda la reunión de una convención donde participe inclusive el Occiden- 151 Tirso Clemente Díaz te, y la proclamación de ciertos principios aceptados por todos los países de América, excepto Brasil: la república, la libertad e igualdad de todos los hombres independientemente de la raza, las libertades, las instituciones como el matrimonio civil, la no confiscación de bienes, la no pena capital por delitos políticos. Se cree que esta comunicación llegó después de Guáimaro, pero en Cuba se sabía que tal sentimiento unitario era una necesidad insoslayable en el orden interno e internacional. Antes de la asistencia a Guáimaro y ya allí antes de la Asamblea, se celebraron entrevistas parciales previas en las que se discuten cuidadosamente las más importantes cuestiones objeto de controversias. La conquista de la independencia se antepuso a los problemas personales y de partido. Cada parte cede lo indispensable. Para lograr la unidad, supremo objetivo, señala un autor, se impone dominar impulsos, refrenar pasiones y transigir en la medida indispensable. Guáimaro reúne a los convencionales. ¿Y por qué Guáimaro? Situado a doce leguas al Este de Puerto Príncipe, casi en la raya divisoria entre Camagüey y Oriente, rodeado de colinas —dice Fernando Figueredo, espectador de la Asamblea— coronado de palmas y aprisionado como por un cinturón de plata por el río de su nombre, ese pueblo de 1 000 habitantes, donde había fundado una escuela Joaquín de Agüero, había de ser cuna de la nación. Allí, 71 años después, se firmó la Constitución de 1940. Allí, se ha sugerido en la discusión del proyecto de constitución socialista por las organizaciones de la localidad, que se firme la futura carta constitucional. Estratégicamente situado en el corazón de la zona liberada de Camagüey- Oriente, centro territorial de la insurgencia lo llamó Entralgo, vivía una paz relativa en el Camagüey, única zona donde los españoles estaban a la defensiva. Desde los comienzos de la lucha era territorio libre. Sanguily señala que mientras Valmaseda como un azote afligía y desconcertaba las comarcas orientales, parecía Guáimaro una nueva Icaria, un mundo de paz y fraternidad soñada por un socialista utópico. Esa tranquilidad que permitió el ambiente de fiesta descrito por Martí con pluma magistral y que considera Collazo que contribuyó —al estar alejado del tronar del cañón— a soluciones marginadas de la realidad, pronto fue turbada por la presencia enemiga e incendiado, como describe en páginas impresionantes Ana Betancourt 152 La labor constituyentista de Ignacio Agramonte de Mora, tan ligada a Guáimaro por su defensa de los derechos de la mujer. José Martí nos ha dejado páginas antológicas que describen el ambiente físico y social en que la Asamblea se desarrolló. Recordemos algunas de sus frases: "No tuvo Cuba día más bello que el 10 de abril. Fue el día de la generosidad absoluta. Más bella es la naturaleza cuando la luz del mundo crece con la de la libertad. Era mañana y feria de almas". Y por sus imágenes centellantes van pasando todos los que allí se congregaron aquel día luminoso. Comienzan a acudir a Guáimaro las delegaciones. Los villareños que a "bala viva" ganaron el camino al enemigo llegan el 3 desde Sibanicú con los camagüeyanos. Céspedes, con 300 hombres, arriba el día 9. Agramonte trae su flus de dril cazador y monta su caballo colón gacho. Llegaron a agruparse más de 3 000 personas entre vecinos y forasteros. Las delegaciones no tienen igual representación en la Asamblea: Las Villas 6, 5 Camagüey y 4 Oriente. Villa Clara, que modera y apacigua, trae al patricio Miguel Jerónimo Gutiérrez, al médico Antonio Lorda, al ingeniero Eduardo Machado, "de barba de oro"; a Arcadio García, "patria todo y buena voluntad", y a Tranquilino Valdés, "hombre de arraigo y calma". Con ellos el espirituano Honorato del Castillo. El bloque camagüeyano es casi igual a la Asamblea de Representantes del Centro: el Marqués, Agramonte, Sánchez Betancourt y el habanero Zambrana. Pero en lugar de Eduardo Agramonte está Miguel Betancourt Guerra. El Departamento Oriental tiene además del Jefe del Gobierno Provisional Carlos Manuel de Céspedes, a los holguineros Antonio Alcalá, "popular y querido" y Jesús Rodríguez, y a José María Izaguirre, de Jiguaní, que sería amigo de Martí en Guatemala. Todos son representativos de la burguesía terrateniente. Muchos, graduados universitarios. Machado, ingeniero; Lorda, médico y abogados son Céspedes, Agramonte y Zambrana, a los que algún autor añade Miguel Betancourt y Jesús Rodríguez, lo que elevaría a cinco, la tercera parte de la Asamblea el número de juristas. No hemos podido confirmar, documentalmente, tal afirmación. Resalta en primer término la endeblez de la delegación Oriental. El Departamento que inicia y mantiene la guerra hasta el final y aun después en Baraguá, aquel donde proliferan figuras de relieve, tiene 153 Tirso Clemente Díaz una pobre representación. Ni Aguilera, ni Perucho, ni Maceo Osorio, ni Mármol son convencionales. Tal vez se explique con los problemas que confrontaba el Departamento. La posición de Céspedes era débil al momento de la Asamblea. Su situación militar ha decaído. Perdido Bayamo, y en auge la "creciente" de Valmaseda y apuntando ya la división interna de que es una advertencia Tacajó, el caudillo oriental acude para ceder y allanarse ante la cada vez más sólida posición camagüeyana. Camagüey, en cambio, que siempre tuvo unidad en su núcleo ganadero del Príncipe, ha rebasado la crisis inicial de los reformistas. El asesinato de Augusto Arango, que con frase de Talleyrand calificaríamos más de error que de crimen, consolidó la posición independista irreductible que Agramonte había postulado en la reunión de Minas. Para enjuiciar la Asamblea hay que tener estos antecedentes previos. Lo importante era determinar qué departamento la dominaría. Quien lo lograra habría de imponer sus concepciones sobre las grandes líneas políticas revolucionarias que la Constitución ha de plasmar. Por eso es bueno afirmar desde ahora que aun antes de abrirse las sesiones se ha producido un desplazamiento del poder. Al militar de Céspedes ha de sustituir el civil popular del bloque camagüeyano. La constitución de Guáimaro ha de reflejar con fidelidad tal correlación de fuerzas. Entralgo ha dicho que la progresista democracia civilista cubana le ganó la batalla a la tradición autoritaria y militarista española. Agramonte, ya dirigente del grupo camagüeyano, respaldado por la juventud y con el apoyo de hombres maduros de ideas más progresistas dentro de las grandes corrientes ideológicas en que se bifurca inicialmente la burguesía criolla, se apodera de la dirección ideológica de la revolución. El grupo que lidera tiene la voluntad de poder, alcanza el control del instrumento necesario —la Asamblea— e impone su ideología avanzada. Aunque se le acusa de demasiado idealista en sus concepciones fue eminentemente realista en la política práctica que desarrolla para alcanzar la unidad en torno a un programa que impone a la concepción inicial cespedista. De nuevo citemos a Martí: elogia a Céspedes por su comprensión y patriotismo. Aunque tratado con sumo respeto, tiene en la Asamblea una posición subordinada. Martí recalca cómo depone ante la Asamblea sus poderes, resignando ante ella sus insignias militares y políticas. "El providencial se 154 La labor constituyentista de Ignacio Agramonte abatía ante los convencionales y los convencionales, en todas las sangres de la juventud, se ponían de escolta al providencial". "Céspedes se plegó a la forma del Centro. No la veía conveniente. Pero creía inconvenientes las disensiones. Sacrificaba su amor propio — lo que nadie sacrifica". "Su heroísmo, por ponerse en la ley, iba a ser mayor". "Y como resultado del abrazo de los fundadores de las almas locales perniciosas componían espontáneo el alma nacional y entraba la Revolución en la República". Y continúa señalando como todos ceden ante la unidad. Céspedes, convencido de la urgencia de arremeter, cedía a la traba de la Cámara. Y en resumen expresa que "allí habían levantado al nivel del mundo un hato de almas presas". Ya los acuerdos previos se han adoptado. Ya se conoce qué orientación tendrá la Asamblea. Pero es preciso darle forma final y estructura jurídica. Y comienza así ante Cuba y el mundo la Asamblea de Guáimaro cuyo producto, la Primera Constitución Cubana, iba ser obra de Ignacio Agramonte, su verdadero forjador, aquel a quien con justeza se ha llamado el fundador esclarecido de la República de 1869. Su nombre, que se honra llevando nuestra Escuela, está unido por siempre a la creación de la Nación, del Estado y del Derecho cubano. Los juristas debemos inspirarnos siempre en su ejemplo. La Asamblea de Guáimaro se desarrolla en tres sesiones: mañana y tarde del 10 de abril y tarde del 11. Las tres en la amplia residencia de José María García, calles del Príncipe, entre la de la Fraternidad y de la Bandera. Preside Céspedes. Secretarios, Agramonte y Zambrana. En la primera sesión de las 8 a.m. del día 10, reunida para conferenciar acerca de la unión de todos los Departamentos bajo un gobierno democrático, adoptado varios acuerdos unánimes. Es la primera etapa, preliminar, de organización para fijar las bases. Destaquemos cuatro aspectos: Carácter de la constitución Asumen la representación de toda la Isla y acuerdan lo conducente. Someterán los acuerdos a los representantes de los pueblos pronunciados. En el futuro, el país, legal y completamente representado, establecerá la Constitución política. Todo el acuerdo está dentro de los principios de soberanía popular y contempla la situación especial del estado de guerra que les 155 Tirso Clemente Díaz permite arrogarse la representación de quienes no han podido ser previamente consultados. División territorial y representación Dividida en cuatro Estados, la Isla de Cuba, los mismos que luego recoge la Constitución y que Izaguirre propone y así se acuerda, se coloquen en el orden cronológico de la Revolución. Respecto a las reglas de representación que no coinciden con el artículo 2 de la Constitución, se debe a la especial situación confrontada: Oriente traía 10 representantes. Las demás, 5. Para evitar si Oriente, donde había representantes de distintas regiones o ampliar desmesuradamente la Cámara que iba a ser de difícil movilización, se otorgó doble voto a los representantes de los otros tres Estados. Al reducir Oriente su representación a 5, no funcionó esta transitoria. La designación del representantes de Las Villas (los miembros de la Junta Revolucionaria de Villa Clara) y de Occidente (los elegidos por los cubanos de aquel Estado que se encuentren en el territorio pronunciado) obedecen al no existir en una las condiciones y en el Occidente, a no haber guerra allí. Sobre la justificación de la representación igualitaria de los estados sin considerar la población, Zambrana esgrimió en la curiosa tesis de la "tiranía del número" que comentar irónicamente Ramiro Guerra. Ciudadanía de los americanos Es consecuencia de la política bolivariana, recogida en la Constitución de Venezuela. Formación de un proyecto de Constitución Se designó a los secretarios letrados Agramonte y Zambrana para la formación del proyecto de Constitución, la que horas después sometieron a la propia Asamblea tras haber permanecido "menos de una hora de pie redactándola" como dijo Zambrana, sin auxilio de libros jurídicos, basados en sus conocimientos y sus prodigiosas memorias. Tal es la tradición que a nuestro juicio forma parte de la leyenda de Agramonte. No dudamos que en una hora dieron redacción definitiva a lo que necesariamente consumió mucho mayor tiempo para conseguirlo y elaborarlo. Esa misma tarde, en sesión de las 4, presentan el proyecto que se les había encomendado, el cual fue aceptado en conjunto, empezando enseguida la discusión por artículos. 156 La labor constituyentista de Ignacio Agramonte Las enmiendas presentadas se rechazaron, excepto las propuestas por Céspedes: aclaración del artículo 7, enmiendas al 17 y 21. El 22 en cuanto a las amnistías se debió el propio Agramonte. La sobria y sencilla constitución que carece de exposición de motivos consta de tres partes: orgánica (artículos 1 al 22), dogmática (23 al 28) y cláusula de reforma (29). De las posteriores constituciones, Jimaguayú carece de parte dogmática. La Yaya es más completa. Se refiere al territorio al tratar de los cuatros Estados (art. 2 y 3). Incluye toda la Isla aun la que no estaba bajo la soberanía cubana. Mantiene la separación de los tres poderes del Estado: Legislativo (art. 1 al 15), Ejecutivo (16 al 21) y Judicial (22). Da preponderancia al Legislativo del que es el Ejecutivo mero ejecutor de sus disposiciones. El Judicial proclamado independiente, será regulado por la ley. El Ejecutivo reside en el Presidente de la República (art. 16), que ha de tener más de 30 años y ser nacido en Cuba (art. 17). Céspedes propuso estos requisitos aprobados tras "vivo debate". Honorato del Castillo se refirió a los extranjeros que luchaban por Cuba. Los ponentes, a quienes la enmienda podía afectar, pues eran ambos menores de 30 años, se abstuvieron de defender el artículo del proyecto que fijaba en 20 años la edad. El Presidente con poderes limitados era una fórmula política sui géneris, sin precedentes en América. La Cámara de Representantes, en que se concentraba la soberanía, era el órgano en que residía el Poder Legislativo. Era un sistema unicameral, con representación regional igualitaria, sin base en la población. 20 años se requerían para ser representante. La Cámara, depositaria del poder, tenía amplias facultades en el artículo 14 y sobre todo en el 7 y 9, que le conferían el nombrar y deponer libremente al Presidente de la República. Se regulaba el veto presidencial. No es una República parlamentaria, sino un régimen de asamblea. El Legislativo tiene también facultades ejecutivas, de muchas de las cuales carece el Ejecutivo. Los derechos individuales se consignaban en dos preceptos. El 24, culminación constitucional del proceso abolicionista, establecía que todos los habitantes de la República son enteramente libres. Acogía la tajante solución abolicionista camagüeyana. El 28 enumera algunos de los derechos individuales: libertad de cultos, imprenta, reunión pacífica, enseñanza y petición. La Cámara 157 Tirso Clemente Díaz no puede atacar estas libertades, ni derecho alguno inalienable del pueblo. Esta fórmula da amplitud a los derechos protegidos. No regula la suspensión de las garantías, lo que se le ha criticado. En cuanto a la cláusula de reforma, el artículo 29 exige la unanimidad de la Cámara para enmendar la Constitución, lo que le da un sentido permanente. Es muy restrictiva, siguiendo la tesis de Vattel. Sin embargo, la Cámara enmendó y adicionó algunos preceptos. Enjuiciamos la Constitución de Guáimaro respecto a sus caracteres, como se le estudia en la Historia Constitucional de Cuba. Es una constitución escrita, elaborada y no otorgada, superior a la ley ordinaria y flexible. El Estado que regula tiene elementos y fines propios, siguiendo el esencial la conquista de la independencia. En la Constitución se recogen los elementos del Estado: territorio, población, gobierno y soberanía. Se discute si el Estado que establece es federal o unitario. La referencia a los Estados le da aparente carácter federal. Pero no se desarrollan sus funciones. Cisneros Betancourt pretendió adicionar un precepto sobre Cámaras especiales que legislen acerca de asuntos locales. Fue rechazado. Al refutarlo, los redactores expresaron que las legislaturas estaban de acuerdo con las variadas condiciones de los Estados de la Unión americana, pero en Cuba acrecentarían las rencillas y divisiones provinciales. La extrapolación de la institución norteña no prosperó y con ella el intento de crear una Cuba federal, quizás con vista a una anexión futura de 4 estados más a los Estados Unidos. Pero siguió siendo unitaria. Establece un régimen de democracia representativa, igualitaria y de fundamentos civilistas. Sigue la distribución de poderes acordada según la concepción de Montesquieu, pero da la supremacía al órgano legislativo. La Constitución reconoce los derechos y libertades individuales. En su intervención respecto a la amnistía, Agramonte destaca que la independencia de los poderes era garantía de las libertades públicas y considera que podía ser tiránico tanto el gobierno de un hombre como el de una corporación. En resumen, la de Guáimaro es una constitución burguesa típica de su tiempo, con la especial característica de darle supremacía a la Cámara. ¿Cuál fue la actitud de Agramonte como constituyentista? Fue redactor de la Constitución pero además la concibió, la propugnó y 158 La labor constituyentista de Ignacio Agramonte la impuso. Su labor no se limitó a darle forma al ideal que en su mente bullía, sino a dotar de existencia tangible a los principios, a obtener que todos los factores de la guerra se aunasen en su torno y a que fueran acatados aun por los que se habían manifestado contrarios a ellos. Su tarea fue la de un jurista, pero sobre todo la de un político, de un político de avanzada ideología revolucionaria para su época. Como redactor compartió honores con Antonio Zambrana. Mary Cruz, poéticamente, trata de recrear el ambiente en que ambos se alternan en la exposición de las ideas y en su transcripción al papel. Figueredo recuerda a Agramonte, de voz pausada, con la dulzura que encerraba su alma y la energía que le daba su cargo. José Martí, con su pluma de oro nos dice: "Agramonte y Zambrana presentaron el proyecto. Zambrana, como águilas domesticadas. Echaba a cernirse las imágenes grandiosas. Agramonte con fuego y poder, ponía la majestad en el ajuste de la palabra sumisa y el pensamiento republicano; tomaba al vuelo, y recogía, cuanto le parecía brida suelta o pasión de hombres; ni idólatras quiso, ni ídolos; y tuvo la viveza que descubre el plan tortuoso del contrario, y la cordura que corrige sin ofender; tajaba al hablar, el aire, con la mano ancha". Cualidades intelectuales sobradas tenía Antonio Zambrana para compartir con Ignacio Agramonte la redacción del texto. Talento superior, de amplias lecturas, considerado por muchos el más notable orador de la Revolución. Fue alumno eminente de la Universidad donde cosechó premios y honores. Sus ideas y expresiones se hermanaron con las de Agramonte en la redacción del texto. Sin embargo, su conducta posterior justifica la dura pero certera frase de Griñán Peralta de que entre la elocuencia del orador y el carácter del hombre había la diferencia que existe entre lo plausible y lo desdeñable. Pero si en la labor teórica pudo ser pareja la actuación de ambos, Agramonte dominaba no sólo a Zambrana sino a la Asamblea. Con justeza se la ha llamado el padre, el alma, el forjador de la primera constitución cubana. No fue esta la primera constitución que rigió en Cuba ni la primera elaborada por cubanos. Pero fue la primera redactada por cubanos que tuvo vigencia efectiva. Por eso, sin olvidar los intentos desde Joaquín infante y los textos españoles desde la Constitución de 1812, es en Guáimaro donde parte nuestra verdadera vida constitucional netamente cubana. 159 Tirso Clemente Díaz ¿Qué expresa Agramonte en Guáimaro? Es la voz de su clase social, de la burguesía terrateniente, que posee el poder económico pero carece del político y está sometida al dominio español apoyado por la burguesía comercial e industrial. Pero, superando su limitación clasista, es la voz también de todo un pueblo irredento, sobre todo del esclavo del que el artículo 24 del texto constitucional consagra su libertad plena. Es el vocero de un grupo de la progresista, avanzada y radical juventud universitaria que se ha nutrido del mejor pensamiento del pasado. Es una minoría selecta que recoge las premisas de carácter universal —como señala Medardo Vitier— formuladas por los filósofos políticos del siglo XVIII y el movimiento revolucionario de 1789. Ellos continúan nuestra mejor tradición liberal desde José Agustín Caballero y Félix Varela. Tienen presente la guerra de independencia de las Trece Colonias; su declaración de independencia de 1776, su constitución de 1787 y lo mejor de su pensamiento liberal. Recuerdan al inglés John Locke, en quien está la verdadera raíz ideológica de todo ese pensamiento. Y sobre todo, siguen al francés desde Rousseau y Montesquieu. Es su modelo de la Gran Revolución Francesa y en ella la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 26 de agosto de 1789 y las constituciones de 1791 y 1793. Sobre ellos golpea el movimiento europeo que provoca los sucesos revolucionarios de 1848. Conocen también la vida política y constitucional de América Latina. Temen y combaten sus hombres providenciales: García Moreno, Melgarejo, López Santa Anna, y se afirman más en los principios democráticos y civilistas. En su pensamiento, el más actual y radical, está también la preocupación por los problemas sociales, ninguno de los cuales reflejará la constitución, que van desde la educación de los trabajadores hasta la institución del vientre libre, en cuyo movimiento la figura central fue Rafael Morales y González, Moralitos, presente ya en la guerra, pero ausente de Guáimaro por estar integrando la Corte Marcial. Y en esa concepción que Agramonte ha ido nucleando entra la formación jurídica abrevada en las aulas universitarias y en la lectura de obras como La liberté, de Girardin y L’etat et ses limites, de Labouyale que aparecen en el inventario de su biblioteca. Pero sobre todo estaba el confrontamiento de sus ideas con la realidad actual que padecen y con la realidad futura que temen. 160 La labor constituyentista de Ignacio Agramonte Acorde con su concepción idealista Agramonte y sus compañeros tienen plena fe en la eficacia jurídica y política de las grandes afirmaciones dogmáticas. El constitucionalismo fue el dogma del siglo XIX. Fiel a esos conceptos Agramonte creyó superar la crisis con un texto liberal y democrático. Así se manifiesta Agramonte. Tiene bagaje teórico. Está realizando a plenitud su vocación vital que luego seguiría otros rumbos. Pero en aquel hombre y aquella juventud en que había más sueños que experiencia, la ideología se tamizaba con el tono romántico, y de ahí su exaltada actuación, que a veces bordea lo irreal. Fue la lectura de los grandes escritores románticos franceses, especialmente Víctor Hugo y sobre todo Lamartine con su Historia de los Girondinos, la que más influyó en la politizada juventud universitaria, en cuyo ambiente progresista Agramonte forjó su conciencia revolucionaria. En muchos aspectos fueron más jacobinos que girondinos, pero fue el vino embriagador de la Gironda, el que los atrajo más. Manuel Sanguily, de ese propio grupo, señalaría años después que su actuación respondía al idealismo cosmopolita, filantrópico y humanitario que se infiltró en el pensamiento de la Revolución, desde temprano, para encender en ella, como fuego devorador, la ilusión y la quimera. Esa cara constituyente —añade— hubiera hecho pensar a Lamartine que sus autores, por el intermedio de un libro suyo muy popular, se habían amamantado de los pechos de la Gironda revolucionaria. Pero el girondino Agramonte- que se sentía émulo de Vergniaud y de Brissot- habría de evolucionar. Se dio cuenta que la República teórica que aspiró a plasmar en la Constitución, estaba muy lejos de ser una realidad. En un trabajo nuestro apuntábamos que la tesis ideológica que sostenía, la confrontaría antitéticamente con la realidad en el curso de la guerra, para sintetizarla en sus últimos tiempos, en que teoría y praxis se conjugan a fuerza de enfrentamientos y dificultades, a despecho de incomprensiones y recelos. Guáimaro no fue escenario de encendidos debates entre civilistas y militaristas, demócratas y cultores del despotismo. Allí no se discutió sobre un sistema ideal de gobierno; allí se llevó una formula aceptada por las partes. El grupo más radical impone la ideología democrática. Pudieron quedar, y quedaron, rescoldos que se aviva- 161 Tirso Clemente Díaz ron más tarde, pero no allí. Aquello no fue un campo de Agramante… sino de Agramonte, que no tuvo rival en la batalla previamente zanjada con la rendición del rival. Céspedes cede en su criterio, aunque en su fuero interno considere que la suya era la posición correcta. Pero su patriotismo le lleva a sacrificar su amor propio, como dijo Martí. Veamos cómo se resolvieron, dentro o fuera de la Asamblea, los grandes problemas en se mantenían criterios discrepantes o más o menos radicales. El poder, la legislación, el anexionismo, el abolicionismo y la relación con la Iglesia. A esto añadiremos el tema de la bandera. EL PODER. O la centralización política y militar para ganar la guerra o la jefatura civil para organizar la República. La segunda fórmula, camagüeyana, fue la vencedora. No se debatió. El proyecto, que daba todo el poder a la Cámara, se aprobó sin objeciones sustanciales. Pero si no se debatió entonces, sí se ha polemizado mucho después. Se ha estudiado a Céspedes y Agramonte para presentar sus diferencias desde todos los ángulos tomando partido los autores de las tesis por uno u otro, desvirtuando la verdad, generalmente. Como dice Jorge Ibarra, los juicios políticos han estado impregnados de idealismo subjetivo, presentando a los paladines como incorpóreos personajes de leyenda. Desde un área supuestamente marxista se les ha valorado con una interpretación simplista, rígidamente determinista. Ni uno ni lo otro, postula Jiménez Pastrana. Fidel ha dejado al efecto enseñanzas aleccionadoras sobre esas tendencias y criterios que hicieron surgir apasionados cespedistas y agramontistas. No es ése el método aconsejable. De lamentable lo califica Fidel. Y añade. Los hechos históricos hay que juzgarlos con mucho cuidado y analizarlos muy seriamente y sobre bases sólidas. No podemos en este instante acuciados por el tiempo, llegar al grado de profundización requerido. Pero señalemos que en el fondo de la tesis camagüeyana estaba el recelo, el temor a la dictadura, de que tan pródiga era ya entonces América que vivía una era de hombres providenciales. Esto condujo de rechazo a una solución que implicó la tiranía colectiva de la Cámara, órgano oligárquico. Tomaron como modelo la Convención nacional francesa y el Congreso general de los Estados Unidos. La actuación futura, positiva o negativa, de la Cámara 162 La labor constituyentista de Ignacio Agramonte no estaba en el ánimo de sus creadores. Por eso se ha dicho que la Cámara fue el pésimo instrumento de un propósito legítimo. Eso no empequeñece a la heroica conducta de muchos de sus integrantes, que la rubricaron con la muerte. No hemos de estudiar los argumentos aducidos en defensa de cada una de las tesis. Generalmente los autores critican a la Cámara y al pensamiento que propició su creación. Se ha calificado a los jóvenes compañeros de Agramonte y a él mismo como ilusos, llenos de teorías extravagantes y deslumbradoras, que hicieron ciudadanos cuando se necesitaban soldados. Otros no llegan a tanto, pero aun el propio Martí, hombre eminentemente civil, cuando contrapone la rivalidad Céspedes-Cámara en cuanto a sus fines: la independencia de la patria y lo que será después el país, expresa que "ambos tenían razón, pero en el momento de la lucha, la Cámara segundamente". Un interesante juicio crítico fue el aparecido en La Independencia, de Nueva York, en 1878, cuando dice que "la espada y la boca de fusil están llamados a resolver la cuestión de los cubanos con los españoles, no la pluma ni el pico de oro de nuestros utopistas legisladores. Algo más, mucho más del militarismo de la América del Sur, y menos, mucho menos del parlamentarismo y del gobierno de Francia y de las Trece Colonias". Esta posición coincide con el pensamiento de Fidel Castro cuando al referirse a las numerosas dificultades que trajo la adopción de un criterio opuesto al de la concentración de poderes de Céspedes, expresó que una adecuada síntesis de los mejores puntos de vistas de cada una de las partes habría sido lo ideal. Pero no divaguemos sobre lo que pudo ser. Digamos con Fidel que la historia no se hace a medida de los deseos de los hombres y que cualquiera que hayan sido los inconvenientes, las dificultades y los resultados, el esfuerzo fue admirable. LA LEGISLACIÓN. La sustitución de la legislación colonial por la republicana, que había realizado Camagüey antes de Guáimaro, fue continuada por la Cámara. Aprueba la Ley de Organización Administrativa, de Cargos Públicos, Electoral y otras. Se le censura que no trató algunas más esenciales. Pero esto no altera el propósito del constituyentista de Guáimaro. ANEXIONSIMO. La Asamblea no abordó el tema. Peor en el acta del día 11 hay constancia de que varios ciudadanos solicitan se pida la anexión a los Estados Unidos. 163 Tirso Clemente Díaz Zambrana dirige dos comunicaciones interesando la protección de los Estados Unidos: a la Cámara de Representantes de ese país y a José Morales Lemus. El día 29 hay acta de la Cámara donde en relación con la petición de 14 000 ciudadanos se decide enviarla y se expresa que el propósito anexionista es el voto casi unánime de los cubanos, y que si el estado de la guerra permitiera acudir al sufragio universal, así se realizaría. La comunicación, refrendada por el Presidente Céspedes, no fue entregada por Aldama al gobierno americano, por no considerarlo conveniente. Agramonte, ausente por sus funciones militares, no refrenda el acuerdo, como había refrendado las anteriores a Guáimaro. Fernando Figueredo discurre sobre si hubiera firmado o no. Fidel Castro, que calificaba el acuerdo de mancha histórica, expresa con absoluta tranquilidad y seguridad, que Agramonte nunca fue anexionista, y para ello se basa en toda su historia y en su mortal expresión: "Que nuestro grito de guerra sea para siempre independencia o muerte". Considera que a los firmantes del acuerdo no puede juzgárseles con las ideas actuales. A las causas que ya analizamos deben añadirse la influencia de Zambrana y los habaneros, anexionistas, y la grave situación militar de Oriente, que pronto llegaría al paradisíaco Guáimaro: la creciente Valmaseda. Como en los días anteriores a Guáimaro era un anexionismo político, circunstancial, no ideológico. Esa tendencia se va extinguiendo al tiempo que la conducta del presidente Grant era cada vez más hostil a la causa cubana. ABOLICIONISMO. La Constitución abolió la esclavitud en su artículo 24, siguiendo el criterio camagüeyano. Sin embargo, la Cámara por el Reglamento de Libertos de 5 de julio de 1869 retrocedió. La circular del presidente Céspedes, de 15 de diciembre de 1870, estableció la emancipación total. RELACIÓN CON LA IGLESIA. No hubo ningún pronunciamiento. Pero el artículo 28 establece la libertad de cultos. BANDERA. El tema de la bandera no figura en la Constitución. Fue planteado en la sesión del día 11. Hubo dos problemas: el primero, sobre la selección de la bandera entre la de Narciso López y Joaquín de Agüero y la de Céspedes. La del 51 fue propuesta por Eduardo Machado y apoyada por Honorato del Castillo, Ignacio Agramonte y Zambrana. Hubo una segunda cuestión: el cumplimiento de las leyes de la heráldica: la estrella blanca debe ir sobre campo de azur (azul) y no de gules (rojo). La proposición de Lorda, apoyada por Izaguirre, fue 164 La labor constituyentista de Ignacio Agramonte rebatida por Agramonte que arremetió contra las leyes de la heráldica "porque arreglaban los blasones y los timbres de los reyes y de los nobles y la República puede gloriarse en desatenderlos intencionadamente". Céspedes defendió los derechos de la bandera, la cual aunque no aceptada como enseña nacional se acordó —a propuesta de Zambrana— fijarla en la sala de sesiones de la Cámara y considerarla parte del tesoro de la República. La constitución de Guáimaro tiene significación política y jurídica. a) Da vigencia constitucional al criterio separatista. Cuba proclama su absoluta independencia y el fin del régimen colonial. La Constitución se vincula con el hecho político de la sublevación contra el dominio español y la idea política que la informa: la del independentismo. b) Es factor esencial en el proceso de formación y afianzamiento de la nacionalidad al unir a todos los cubanos y establecer la igualdad entre ellos, suprimiendo la esclavitud. Fidel señaló que a partir del momento de la lucha se empezó a crear el concepto y la conciencia de la nacionalidad y a usarse el calificativo de cubano para comprender a todos los que levantados en armas luchaban contra la colonia española. c) Organiza el Estado cubano, que posee los elementos de territorio, población, gobierno y soberanía y se dota de una constitución que lo regula. d) Consagra y desarrolla los principios de democracia representativa, soberanía nacional, igualdad jurídica y libertades individuales (derechos del hombre). e) Acepta el principio del civilismo f) En lo jurídico mantiene el imperio del derecho, la legalidad. g) Da nacimiento a un régimen constitucional democrático-republicano. Tal fue la constitución que hace 106 años se adoptara en Guáimaro. Se le señalan omisiones, principios contradictorios, evasión de problemas, errores doctrinales. Se ha dicho que está lejos de ser un monumento jurídico. Máximo Gómez destacó que crea una República bellísima pero en su opinión no se debe estar por lo bello, sino por lo útil. Ramiro Guerra señala que fue acordada de manera festinada por hombres apasionados, de criterios firmes y contradictorios. Desti- 165 Tirso Clemente Díaz nada al logro de objetivos político y militares específicos e inmediatos. Aunque tiene defectos son secundarios. Lo vital —indica— es que el fin principal perseguido quedó asegurado. Martí expresó: "En los modos y en el ejercicio de la carta, se enredó y cayó tal vez, el caballo libertador; y hubo yerro acaso en poner pesas a las alas, en cuanto formas y regulaciones, peo nunca en escribir en ellas la palabra de luz". Exaltado en su favor, Enrique Piñeyro, al presentar a Zambrana en Irving Hall, Nueva York, dijo de la Constitución que "cada sílaba es una chispa, cada artículo una llama y el todo un sol de libertad que ilumina con sus rayos la isla entera y el mar Caribe". Y Martí sentencia que en ella "puede haber una forma que sobre, pero no hay una libertad que falte". Hemos recorrido un poco a paso de carga toda la constitución en que hizo compatible el estado de guerra y la organización republicana. Los juicios de elogio exaltado o de crítica peyorativa —se le ha llamado rémora de la Revolución— no expresan la realidad de lo que fue, la obra de un grupo de hombres de tendencias, aspiraciones, pasiones, intereses, concepciones, ideologías varadas pero vinculados en un empeño común: la independencia patria, para lograr la cual era preciso un esfuerzo unitario que solo una constitución, buena o mala técnicamente, pero clara en la expresión de los objetivos perseguidos, podía realizar. En ella se plasma jurídicamente el irreductible propósito de los revolucionarios del 68, recogido en la expresión de Agramonte: ¡Independencia o muerte! Lo que importa es el propósito perseguido, obténgase o no. Por eso Fidel Castro señaló que fue admirable el esfuerzo de constituir la República en plena manigua, por dotar a la misma en plena guerra de sus instituciones y de sus leyes. Eso es lo que importa. El curso de la Historia continuó, Guáimaro fue. Atrás quedó el recuerdo de sus aconteceres. La guerra siguió. Al fin, los cubanos dejaron caer la espada. Maceo, hijo del pueblo, tiene un Baraguá. Y con él otra breve Constitución, la cual proclama que la base de la paz era la independencia. Pero aun firme al propósito, la guerra concluye. Tras una guerra no pacífica del todo, Martí reabre la lucha contra el coloniaje y alerta contra el nuevo enemigo que acecha. Jimaguayú y La Yaya consagran jurídicamente la organización de los cubanos en armas. En ambas se proclama el principio separatista de la independencia absoluta. 166 La labor constituyentista de Ignacio Agramonte Hubo independencia, pero no absoluta. Nace en 1902 una república mediatizada semicolonial. La constitución de 1901 conforme a la cual se constituye no fue martiana ya que Martí no estuvo presente —aunque se le invocase hipócritamente— en la República aquella made in USA, que padecimos. Era una típica constitución demoliberal, con influencia norteamericana, que arrastró el grillete del Apéndice en que trascribió la Enmienda Platt. De Guáimaro a 1901 media una generación, como la media de 1901 a 1940 y de 1940 a nuestros días. Cuando llega 1940 ha habido trasformaciones profundas en el mundo. Ya que el estado soviético instaurado por Lenin es una potencia mundial y en cuba la lucha está en auge y hay clases y capas de ideología avanzada. La constitución, donde se plasman algunas de las demandas del proletariado, campesinado y grupos de la pequeña burguesía: estudiantado e intelectualidad progresista, producto de sus luchas, es una de las más avanzadas del mundo capitalista. Pero sus mejores logros: proscripción de latifundio, no discriminación, no alcanza la legislación complementaria. Hay un salto de calidad. Pero la constitución no se cumple. Su texto es reproducido casi textualmente en 1952 y 1959. El usurpador Batista dicta sus Estatutos del Viernes de Dolores sin alterar casi nada el texto del 40, salvo en cuanto a los órganos que suprime pero su tiranía violó casi todos sus preceptos. La Revolución toma esa misma constitución y mediante enmienda va adaptando la Ley Fundamental en su desarrollo ascensional. Los principios por los que desde Guáimaro se luchó son ya carne y esencia en nuestro pueblo y otros más amplios y radicales han sustituido los que informaban las constituciones burguesas. Están dadas ya las condiciones objetivas y subjetivas para dotar al país de una constitución formal ajustada a su constitución material. A lo largo y ancho de la Isla se discute el proyecto elaborado por técnicos en la materia y representativos de las organizaciones políticas y de masas. Lo que en Guáimaro fue expectación y entusiasmo en asistentes y vecinos que se agolpaban en las ventanas para ver, oír y aplaudir a los convencionales, es ya participación activa de todo un pueblo que discute artículo por artículo su futuro texto constitucional. Ha pasado un siglo y una profunda revolución. Nuestra patria tendrá al fin una constitución conforme con su momento histórico y con ella, guiada por el Partido, recorrerá las 167 Tirso Clemente Díaz grandes avenidas de la libertad, la democracia y el socialismo en marcha hacia la ansiada meta del comunismo. Honremos hoy en los actos conmemorativos de la semana del trabajador jurídico a los convencionales de Guáimaro, que desde la manigua fueron capaces de constituir una nación, crear un Estado y darle juridicidad a la vida cubana. Honremos en término destacado a aquel hombre que llevaba una estrella en el lugar donde otros tiene el corazón, aquel en que virtud e ímpetu se aunaban, símbolo de la purificación que era el decir de Martí, como el espacio azul que corona el volcán, un diamante con alma de beso, el que con la dignidad vence, a aquel jurista que desde las aulas de la Universidad que pronto celebrará sus 250 años de fundación incitara a la lucha en la histórica sabatina del 22 de febrero de 1862, proclamando que el estallido del cañón iría a reivindicar los derechos violados por los gobiernos fundados por la fuerza, al hombre del que conmemoramos la graduación instituyendo el Día del Trabajador Jurídico, al guerrero, abogado y patriota que fue la más completa figura de la Guerra Grande, caído cuando mucho podía esperarse de su talento, coraje y decisión. Honremos al Licenciado y Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, revolucionariamente, dando cada uno de nosotros, estudiante o jurista, lo mejor de sí a la causa por la que él luchara, viviera y muriera: la del derecho, la justicia, la patria y la humanidad. 168 La Constitución de Guáimaro* Orestes Hernández Mas II. LA CONSTITUCIÓN DE GUÁIMARO La expresión político-jurídica del surgimiento histórico del pueblo, y, a la vez, de la nación cubanos se produjo por vez primera en Guáimaro el 10 de abril de 1869. El Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, Comandante en Jefe Fidel Castro, ha postulado al respecto: "Por aquellos años que precedieron al inicio de nuestra primera gran guerra por la independencia [… (no)] había una nación, en el sentido que tenemos hoy; ni un pueblo, en el concepto que tenemos hoy. Un pueblo con verdadera conciencia patriótica estaba por formarse". En un mismo proceso social revolucionario se gestan y forjan en Cuba pueblo, nación y República. Es el proceso revolucionario único conducente a la liberación nacional, cuya senda quedó abierta el 10 de Octubre de 1868 en la madrugada gloriosa en que se escuchó el Grito de Yara, la fuente material directa del nacimiento de la República en nuestro caso. Es así que la primordial expresión político-jurídica tanto del pueblo cuanto de la nación quedase registrada, en el nivel jerárquico constitucional, en forma de República. De tal suerte, existe una justa, total e insoslayable sinonimia entre Revolución y República; es imposible hablar de pueblo cubano si a su concepto exacto no subyace el rasgo sustancial de revolucionario; la idea de nación cubana carece igualmente de sentido sin el vital complemento revolucionario. Este análisis de la Constitución de Guáimaro dirige sus pasos capitales a la observación de cómo, en los momentos germinales de la Revolución, sus hombres más representativos de aquel entonces actuaron traduciendo las características medularmente revolucionarias de nuestro verdadero pueblo y de nuestra verdadera nación. No se nos escapa que dichas características aparecen en el texto constitu* Tomado de Orestes Hernández Mas: "El constitucionalismo revolucionario y su abandono en la república neocolonial (1era. parte)", Revista Cubana de Derecho, (enero-junio): 124-141, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1975. 169 Orestes Hernández Mas cional objeto de examen, a veces sólo insinuadas, en otras ocasiones tenuemente dibujadas, pero en todas ellas con la suficiente viabilidad solicitadora de que el propio proceso revolucionario les proporcionase el desarrollo que en él fueron, efectivamente, cobrando, a partir de su profundización y radicalización. Es obligado, asimismo, no omitir el señalamiento de haber tenido lugar también la aparición, en el discurrir revolucionario del proceso social cubano de aquellos sus primeros años, de algunos principios identificativos de nuestro pueblo por ser sustanciales de éste. Y estos principios dan evidentes signos de vida institucional en la Constitución de Guáimaro. Por ahora nos importa destacar los de independencia plena o absoluta y defensa de la patria (vale decir, de la Revolución), en tanto este último como deber correlativo al derecho a la ciudadanía. Objetivos inmediatos de esta Ley Fundamental primera de la Revolución Sabido es que una de las enseñanzas del marxismo-leninismo radica en que ni el Estado, ni el Derecho, tienen vida propia; la exigencia, por ello, de explicarlos a partir del necesario entronque de ambos con el contexto social que los condiciona vitalmente en cada momento histórico-concreto. El Jefe de la actual y definitiva etapa de la Revolución productora de la Constitución de Guáimaro, en su discurso conmemorativo de la muerte del Mayor General Ignacio Agramonte —principal orientador y co-autor del cuerpo legal comentado—, con su maestría impar ha diseñado el condicionamiento económico, político y cultural explicativo de la razón y el modo de ser de la preceptiva jurídica constitucional aprobada en aquel lugar y día históricos. Nos dice Fidel, con relación a ello: ¿Quiénes podían iniciar aquella guerra CON LA IDEA DE LA INDEPENDENCIA? No podían ser precisamente los esclavos […] El sector social que podía enarbolar las ideas independentistas, una vez fracasado el movimiento anexionista y el reformista, era aquel sector social que tenía acceso a las riquezas nacionales, al estudio y a la cultura. Y los representantes de aquel sector social fueron los que efectivamente, actuando de una manera progresista y revolucionaria, iniciaron LA LUCHA POR LA INDEPENDENCIA. Pero aquella lucha no podía estallar de una manera perfecta, de una manera idealizada en todo el país. Los factores que determinarían la participación de las distintas regiones del país en esa guerra estarían 170 La Constitución de Guáimaro influidos por circunstancias sociales y circunstancias geográficas y topográficas. Era muy difícil que la lucha armada estallara por el occidente del país. En el occidente del país estaba la capital, el centro de dominación de la metrópoli, el grueso de sus fuerzas y las más adversas condiciones geográficas. Pero, además, era también la región del país donde existía más temor a las consecuencias de la lucha por la independencia, por el hecho de ser la región que tenía más alto por ciento de esclavos. Un 40 % de la población de occidente era esclava, un 46 % de la población de la provincia de Matanzas, ubicada en esta región, donde se habían desarrollado considerablemente las plantaciones cañeras, era población esclava. Había muy pocos campesinos independientes, propietarios de parcelas agrícolas. No era igual la situación en la región oriental del país. Oriente era la provincia con menos por ciento de esclavos: un 19 %. La seguía Camagüey, con un 21 %. Y después Las Villas, con un 25 % de la población esclava. Era lógico que los dirigentes de la guerra independentista surgieran precisamente entre aquellos terratenientes orientales, camagüeyanos y villareños, donde el problema social de la esclavitud era menos atemorizante. Y sobre todo en la región de Oriente, donde la esclavitud se concentraba fundamentalmente en las regiones de Guantánamo y Santiago de Cuba. En la jurisdicción de Bayamo, Manzanillo, Tunas, Holguín, Jiguaní y Baire —en aquellas jurisdicciones es donde se inicia precisamente la guerra por la independencia— la población esclava apenas alcanzaba el seis por ciento del total y el número de modestos campesinos independientes era elevado. Y, por tanto, los dirigentes de los sectores cubanos estaban menos imbuidos por aquellos temores que paralizaban a los cubanos en la región occidental del país. La guerra tenía que estallar, y estalló, precisamente por las regiones orientales y centrales. Pero no estalló simultáneamente en ambas regiones, como es notorio. Oriente y Camagüey actuaron sucesiva e independientemente. Las Villas tomó las armas después de transcurrido enero del 69. De esta suerte, el ingrediente básico de la necesaria unidad revolucionaria, sin embargo, estuvo presente en cada caso; ingrediente proporcionado por el objetivo común, representado por la lucha armada cual instrumento insustituible de la liberación nacional, representado por la guerra independentista enrumbada a liberar Cuba del caduco dogal extranjero opresor; lucha comenzada a librarse con el apoyo, material o moral, de los cubanos que valorizaban la idea de la independencia en la región occidental. Ese objetivo común, pues, 171 Orestes Hernández Mas proporcionaba su contenido sustancial a la unidad revolucionaria. Vemos así que ésta constituyó otro principio —en este caso, implícito— en el nacimiento de nuestros pueblos, nación y Revolución, aunque brotara dentro de una envoltura formal de discrepancias que tienen su más recóndita explicación en los rasgos clasistamente identificadores de la fuerza social cuya vanguardia de mayor firmeza revolucionaria se dio cita en Guáimaro para adecuar, hasta donde fue posible, la forma al contenido de la unidad revolucionaria en aquella guerra del pueblo. Lenin postula que no existe fuente tan eficaz del desarrollo de la conciencia política como la propia lucha política. Y ha quedado históricamente demostrado que la más alta forma de la lucha política lo es la lucha armada. Céspedes y Agramonte son personales ejemplos elevadísimos de estas verdades universales. Pero fue desigual la experiencia política, en su profunda significación, que habían acumulado al llegar ambos a Guáimaro. El cañón todavía humeante de su revólver y las cenizas heroicas de Bayamo que Céspedes llevaba consigo, y la aún escasa actividad bélica de Agramonte son pruebas fehacientes de ello. Aquí se impone, no obstante, una advertencia: Agramonte había tenido ya la oportunidad de atesorar —empleamos el verbo muy intencionadamente— una valiosa participación en actividades desarrolladoras de su conciencia política revolucionaria. La famosa reunión de Minas, donde presta su "primer servicio extraordinario" "a la lucha por la independencia" —son palabras justas de Fidel— al encarar con éxito la posición vacilante, ambigua, de Napoleón Arango, y enarbolar allí mismo la bandera de la lucha armada como pabellón insustituible, en aquel momento, de la independencia del pueblo cubano que aceraba sus raíces procurando ya su conquista plena, al pronunciar su histórica alocución: "Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan: Cuba no tiene más camino que conquistar su redención arrancándosela a España por la fuerza de las armas". Y su participación en Bonilla, donde comienza su transitar progresivamente ascendente por la senda de la más cabal conjugación del pensamiento revolucionario a la nación revolucionaria. Una y otra nos hablan de un Agramonte no exento totalmente de experiencia política al producirse la asamblea constituyentista de Guáimaro. Dos fueron los objetivos capitales dignos de mayor consideración, entre los que se propusieron los patriotas revolucionarios que la redactaron, discutieron y sancionaron: 172 La Constitución de Guáimaro 1. Lograr la unidad revolucionaria indispensable para garantizar así la continuidad de la Revolución, creándose los mecanismos institucionales políticos y jurídicos que la posibilitasen. 2. Institucionalizar la Revolución como medio, también, de dejar establecidas las vías legales de acceso a otros países dispuestos a dar, al surgente e insurgente pueblo cubano, su ayuda solidaria. El realismo revolucionario de Céspedes y Agramonte se fundieron en el crisol de la Patria, actuando en ello como catalizadores la independencia nacional y la comprensión de luchar por ella hasta su consecución absoluta, por encima de las divergencias en cuanto a modos concretos de alcanzar el ideal común. Surge de esa fusión esencial en el proceso de la guerra revolucionaria, la primera manifestación institucional de la República de Cuba. La Revolución gestó y creó, pues, la República. La República fue, pues, la expresión institucional de la Revolución. El establecimiento de una organización gubernamental única para todo el territorio de la Isla bajo el control de las fuerzas armadas revolucionarias (sin perjuicio, reiteramos, de la diversidad de criterios que allí afloraron acerca de cómo institucionalizar legalmente la Revolución, lo cual encontraremos de nuevo en Baraguá), y la efectiva institucionalización del estatus revolucionario con personalidad jurídica propia, en suma, fueron los objetivos de mayor inmediatez que se planteó la vanguardia política del naciente pueblo cubano al convocar la Asamblea de Guáimaro, y en la Ley Fundamental resultado de ella quedaron registrados. Estructura de la Constitución de Guáimaro Cuando procedamos a examinar el texto del ordenamiento jurídicoconstitucional establecedor del primer poder revolucionario cubano, resalta de él que en quienes participaron en su proceso formativo ejercieron influencia indudable los pensamientos políticos burgueses más avanzados, esto es, aquellos que habían orientado la actuación de los hombres de ideas más progresistas entre cuantos fueron actores del proceso independentista norteamericano y de las figuras jacobinas de la Revolución Francesa. Es conveniente eso sí, advertir una vez más, que las concepciones doctrinales de esos momentos revolucionarios burgueses no son acogidas a plenitud por los constituyentistas de Guáimaro. Ambas cosas se evidencian en la estructura normativa de la Constitución de Guáimaro, donde se re- 173 Orestes Hernández Mas cogen las cuatro partes que, a modo de elementos estructurales de las leyes fundamentales, aparecen por lo general en las de este nivel jerárquico, desde que se introdujo la correspondiente técnica jurídicoconstitucional por la burguesía. b.1. Preámbulo Su preámbulo tiene una muy alta significación. En él hallamos el punto de partida de uno de los ya enunciados principios cardinales de la Revolución: el de la independencia plena, absoluta, en tanto que elemento orgánicamente especificativo del pueblo cubano. Luego, en Guáimaro quedó establecido también como principio fundamental de la República. Ahora bien, Guáimaro es un hito de extraordinaria importancia entre la génesis y la fase de desarrollo de la Revolución. Esto explica el carácter germinal que presenta en dicha Ley Fundamental el principio que ahora ocupa nuestra atención, la presencia del cual en ella se nos evidencia al formularse en su preámbulo que la misma regiría todo el tiempo que durase "la guerra de la independencia". Sus redactores dejaron así a las actuales generaciones de nuestro pueblo, un reconocimiento implícito de que el "pueblo libre" de Cuba no podía ser otro que aquel dispuesto a liberar la guerra revolucionaria enrumbada hacia la meta inexcusable de la independencia verdadera. Ya tendremos ocasión de conocer como este principio adopta modalidades más precisas en el posterior y consecuente proceso de radicalización revolucionaria, ocurrido al finalizar esta misma etapa de la Revolución. Veamos la forma dada al registro del principio en cuestión en la inicial normativa jurídico- constitucional del poder revolucionario en Cuba: "Los Representantes del pueblo libre de la Isla de Cuba, en uso de la soberanía constitucional, establecemos provisionalmente la siguiente Constitución política, que regirá lo que dure la GUERRA DE INDEPENDENCIA". b.2) La llamada "parte dogmática" Como toda constitución formal, la de Guáimaro no podía silenciar el necesario pronunciamiento acerca de los aspectos básicos organizativos de los órganos de gobierno y del aparato estatal en conjunto. Tampoco podía eludir pronunciarse acerca de los principios fundamentales de esa organización con respecto a los derechos y deberes ciudadanos. 174 La Constitución de Guáimaro En la calificada parte dogmática, según las posiciones doctrinales burguesas, la Constitución de Guáimaro acoge como forma de Estado y de gobierno la república federativa. No hay en ella un pronunciamiento explícito que formule la adopción de la República Federativa cual forma de gobierno. Pero su contexto es claramente indicativo de ello. En cuanto a la República se refiere, en distintas oportunidades se alude con toda precisión. Así, digamos, en sus preceptos 16 al 20 con relación al "Presidente de la República"; también en el 24, el 25 y el 27, relativos a los "habitantes" y "ciudadanos de la República". Y cobra particular relevancia en el 26 al consignarse: "La República no reconoce dignidades, honores especiales ni privilegio alguno". De este modo, la intención legislativa revolucionaria quedaba definida para aquel entonces y para la posteridad cubana: adoptar como forma de gobierno la más avanzada da cada época histórica. La republicana —esto es ampliamente conocido— lo era cuando corrían los días en que fue redactada esta Constitución. Téngase en cuenta que dos años después se produciría la gloriosa Comuna de París, es decir, aún no había tenido lugar aquel extraordinario acontecimiento evidenciador de la pujanza que comenzaba a alcanzar el movimiento proletario internacional en Europa, en virtud del cual se proporcionó la primera experiencia histórica de la dictadura del proletariado. De consiguiente, esa anticipación fugaz de la forma de gobierno correspondiente a un nuevo tipo de Estado aún estaba por nacer. De todos modos, también lo estaba la clase obrera cubana y, por ende, aquella primera vanguardia política de la Revolución estaba muy distante de poder ser representativa de intereses propios de una fuerza social inexistente en nuestro país. Ya vimos como Fidel fundamenta las condiciones objetivas y subjetivas que determinaron el surgimiento de esa primera vanguardia revolucionaria del seno de los terratenientes criollos orientales, camagüeyanos y villareños. Los más altos y dignos representantes de esa avanzada política cubana, precisamente por serlos, miraban idílicamente los momentos de esplendor de las revoluciones burguesas habidas casi un siglo antes. Así, dicho en la forma esquemática en que quedan expuestas, interpretamos las razones de acogimiento de la esencia republicana del gobierno organizado por y para los cubanos de Guáimaro. En lo concerniente a su aspecto federativo, apuntemos, en primer lugar, que los Estados Unidos de aquellos días presentaban una faz 175 Orestes Hernández Mas diferente a la de los actuales, como nos ha recordado Fidel, y también a la que Martí pudo desentrañarle con acierto genial dos décadas más tarde. Incluso, como dijera igualmente Fidel el 11 de mayo de 1973, gozaba Estados Unidos "de considerable prestigio político […] en el mundo". Los asambleístas de Guáimaro miraron a Cuba recurriendo al prisma de la división político-territorial norteamericana que en nada se avenía a nuestro país, y que allá obedecía a factores históricos muy específicamente concretos, como es de puro sabido. El principio de territorialidad como rasgo fundamental del Estado fue así aplicado con resultados sólo imaginativos. No tuvo correspondencia en la realidad del mencionado aspecto federativo. En la constitución material republicana derivada de los acuerdos adoptados en Guáimaro jamás apareció tal aspecto federativo. En efecto, cierto es que al discutirse las que fueron las siete bases previas acordadas por aquellos constituyentistas, en la 3ra. se arribó a la siguiente conclusión: "3ra. Que la Isla se considere dividida en cuatro Estados: el Occidente, Las Villas, el Camagüey y Oriente"; y que, conforme a dicha base, se proclamó en el texto constitucional el establecimiento de los referidos Estados con vista a la integración de la Cámara de Representantes (ver Arts. 2do. y 3ro.) Pero no lo es menos, que por no responder esta división político-administrativa a la realidad social cubana, ni concordar con la tradición formada en el país, no rebasó esa disposición la esfera de lo jurídico-formal. A tal punto no avino realidad organizativa gubernamental, que en momento alguno la Cámara reguló las denominadas legislaturas estaduales indispensables para darle vida institucional a ese intento frustrado. En las dos oportunidades más inmediatas que, una vez creado, el órgano legislativo de la República tuvo para hacerlo, no aparecen tales legislaturas estaduales; esas ocasiones lo fueron las leyes organizativas de las divisiones administrativas de dichos —más aparentes que reales, repetimos— estados y que tienen como fechas respectivas las de 9 de junio de 1869 y 7 de agosto del propio año. Estos cuerpos legales ordinarios, y en particular la última, denominada Ley de Organización Administrativa, confirman ab initio la inoperancia práctica en el suelo cubano de aquel fracasado propósito de hacer germinar en él factores que respondían a manifestaciones específicas de otros pueblos: cumpliéronse así las leyes objetivas que presiden el desarrollo social. El análisis de esta pretensa forma federal de una efectiva República surgente nos permite ver, en el propio proceso político y 176 La Constitución de Guáimaro jurídico cubano, la justedad de lo planteado por Fidel cuando, con ocasión de su investidura doctoral Honoris Causa en la Universidad Lomonósov de Moscú "por su relevante aportación a la práctica de la doctrina marxista-leninista sobre el Estado y el Derecho", expresó: "No son las realidades las que deben adaptarse a las instituciones, sino las instituciones las que deben adaptarse a las realidades". En síntesis, el ordenamiento constitucional de aquella República embrionaria consignó una solución abstracta al problema de la división político-territorial, solución extraída de la realidad económica, política y jurídica de los Estados Unidos, pero en un todo extraña a nuestro país y, por demás, idílicamente anticipada al proceso revolucionario cubano que, en los hechos, le dio una rotunda, clara y definitiva respuesta negativa: ¡magnífica lección encontramos aquí! De la práctica jurídica brotó una solución constitucional material ajustada, en lo fundamental, a las características correspondientes a aquella etapa de nuestro proceso revolucionario; solución donde aparece una Revolución erigida con una visión unitaria del territorio, dividido en regiones impropiamente denominadas estados y éstos, a su vez, subdivididos en distritos, prefecturas y subprefecturas como trasunto del revolucionarismo francés. Antes expusimos que otro principio identificativo del verdadero pueblo cubano, emergente de aquél de la Revolución procreadora de éste, lo es el de que sólo puede reconocérsele y, por tanto, atribuirse el derecho a la ciudadanía a quienes cumplan el deber fundamental de defender la Revolución; quedó ya dicho, asimismo, que este principio cobró sustancia institucional en la Ley Fundamental glosada. Digamos ahora que el mismo, según tendremos ocasión de corroborar, tuvo su formulación legal en todas y cada una de las fuentes formales del derecho constitucional revolucionario cubano en el siglo XIX, o sea, tanto en los textos constitucionales cuanto en la práctica constitucional y entre los medios expresivos de ésta, aludimos en primerísimo lugar a las Bases y Estatutos Secretos del Partido Revolucionario Cubano. El principio ahora objeto de exposición y examen implica de suyo la consideración de un soldado de la patria a todo ciudadano. La Constitución de Guáimaro estatuyó, originalmente, al respecto en su artículo 25: "Todos los ciudadanos de la República se consideran soldados del Ejército Libertador". La Cámara de Representantes subrogó este precepto el 28 de julio de 1869, aunque sin alteración 177 Orestes Hernández Mas de su sustancia revolucionaria; por el contrario, precisó su más fiel sentido determinando su alcance al darle la nueva redacción, en ejercicio de la consecuente práctica constitucional al amparo del artículo 29, y según la cual: "los ciudadanos de la República, sin distinción alguna, están obligados a prestarle toda clase de servicios conforme a sus aptitudes". Este principio fue especificándose, a medida que tenía lugar la maduración revolucionaria de aquella etapa en la que hace su aparición histórica el pueblo cubano. Es oportuno aquí volver a citar a Fidel, subrayando se tenga en cuenta lo expresado por él cuando analicemos los antecedentes de la Constitución de Baraguá. Expresó el 10 de Octubre de 1968: "[…] cuando decimos pueblo hablamos de revolucionarios […] pensamos en los que tienen el legítimo derecho de llamarse cubanos y pueblo cubano, como tenían legítimo derecho de llamarse nuestros combatientes, nuestros mambises". Aunque nada sorprendente es observar cómo este texto constitucional está imbuido —hasta cierto punto— en la doctrina política clásica de la burguesía, es decir, del breve período revolucionario de ésta, se impone subrayar, una vez más, que las ideas constitutivas de lo medular de tales tesis doctrinales fueron recibidas por los primeros legisladores revolucionarios cubanos de un modo peculiar, derivado éste de las circunstancias singulares de Cuba en aquellos momentos y, por la misma razón, fueron expresadas en un lenguaje condicionado por la estructura económica y social del país en aquel instante histórico; estructura en la cual predominaban las relaciones sociales de producción esclavistas proyectadas sobre todas las esferas del ser social por ellas engendrada. Base, pues, de una realidad social entre cuyos rasgos fundamentales debemos considerar, en su orgánica unidad y recíproca interacción con las referidas relaciones de producción esclavistas, la situación colonial del país y la ausencia de proletariado como fuerza social con entidad propia. Argumenta cuanto acabamos de expresar por qué, no obstante subyacer a su contexto una concepción iusnaturalista de la sociedad, como lo evidencia la circunstancia de ser obvio que aquellos forjadores de la patria miraron la realidad social que les circundaba con lentes jurídicos, o, como expresaría Engels con relación a la burguesía del siglo XVIII 1 redactaron la Constitución de Guáimaro "bajo la bandera exclusiva de ideas jurídicas y políticas" a partir de abstracciones empíricas, es decir, del examen del contexto social en que actuaban con abstracción de muchas de sus determinaciones concretas; no obs- 178 La Constitución de Guáimaro tante todo esto, repetimos, es igualmente cierto, que la diferenciación entre hombre y ciudadano es mucho menos clara, precisa, que en la Declaración de Derechos norteamericana de 1776 y, desde luego, que en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano francesa —la no jacobina— de 1789 así como con respecto a las sendas constituciones de los procesos revolucionarios que les dieron vida. Es que el hombre burgués quedó ideológicamente mediado en nuestro caso por la presencia real del habitante esclavo en que aquél tenía que manifestarse idealmente. Y por tal razón su artículo 24 contiene la consecuente declaración efectiva de la condición de hombre libre reconocida a todo habitante de la República, a la par que de ciudadano; doble condición al mismo tiempo adquirida en la lucha revolucionaria por quienes hasta entonces habían sufrido la situación económica, social, jurídica y política de esclavo. Es interesante observar aquí, que esta Ley Fundamental no contiene un pronunciamiento relativo a la declaración, tradicional en el terreno doctrinal burgués, de la igualdad formal ante la ley, imbíbito, sin embargo, en su artículo 26 por tratarse de un presupuesto ideológico de la totalidad de su preceptiva. Los derechos inalienables, entendidos desde una perspectiva propia del derecho natural, también hallan acogida, aunque indirectamente, en el artículo 28, único precepto destinado a fijarlos. Aparecen taxativamente formulados los de libertad de culto (conciencia), imprenta, reunión pacífica, enseñanza y petición. Si analizamos con especial atención el conjunto normativo del texto legal acordado en Guáimaro, obtenemos otra conclusión; está implícito en él, el derecho del pueblo a hacer la revolución, esgrimido sólo por las más radicales posiciones en las revoluciones norteamericana y francesa. Se nos revela así la influencia (o al menos, coincidencia con el pensamiento, digamos, de Patrick Henry y con el de los jacobinos) de un matiz doctrinal que pronto entró en frontal contradicción con las modalidades definitivamente adoptadas por la ideología política burguesa, tan pronto como la burguesía industrial, la financiera y la comercial asumió su calaña conservadora, reaccionaria, contrarrevolucionaria, en una palabra. b.3) La organización gubernamental del primer poder revolucionario La llamada doctrina de la "división de poderes", teorización de la alianza de clases en la revolución burguesa inglesa de 1688-1689 y, 179 Orestes Hernández Mas por ende, destinada a fundamentar la distribución de las funciones estatales entre las clases sociales (como subraya Engels) que arribaron a un compromiso político en la revolución de la que, irónicamente pero con exactitud, se ha dicho que más que "gloriosa" fue "útil"; doctrina universalizada por la Revolución Francesa del 89, a partir de ajuste doctrinal a la realidad política en que esta última se desenvolvió hecho por Montesquieu, informa, pero con peculiaridades muy propias la estructura organizativa de los órganos de poder establecidos por la Constitución de Guáimaro. En efecto, las relaciones entre dichos órganos no obedece a las comúnmente estatuidas en las diversas variantes tradicionales de esa doctrina. En nuestros textos burgueses de historia constitucional 2 acostúmbrase a identificar el sistema de gobierno estructurado por los constituyentistas de Guáimaro con el régimen parlamentario. Esta afirmación no resiste el análisis crítico. Engels enfatiza que "no hay mejor escuela de respeto a la tradición que el sistema parlamentario"3 y Fidel subraya como uno de los factores presentes en la primera vanguardia política del pueblo cubano, y que precisamente permiten valorar su esencia revolucionaria, radicó en la "ruptura" de ella con el pasado. No es necesario ahondar en el texto de esta Ley Fundamental para percatarnos de que es imposible catalogar como parlamentario el sistema gubernativo organizado en ella. Una de las características de este sistema radica en la dual composición del Ejecutivo de donde brota la existencia de un Jefe de Estado y de un Jefe de Gobierno como órganos perfectamente diferenciados; de ello se deriva otra característica: el Jefe de Estado designa al Jefe de Gobierno; también lo es la designación de los ministros (o secretarios) integrantes del Gobierno por el Jefe de éste y no por el del Estado. La Cámara de Representantes, en tanto que órgano legislativo y máximo órgano de poder, tuvo, expresamente atribuida, la facultad no sólo de designar al Presidente de la República, sino además la de deponerlo a discreción (Arts. 7 y 9), llegando, incluso, a ejercitarla contra Céspedes, como es conocido, y, por otra parte, no acogió órgano alguno confundible con un Jefe de Gobierno. "Entre las facultades típicas del presidente en la República —apunta acertadamente el Profesor Cañizares Abeledo— está la disolución del Parlamento". La Constitución de Guáimaro fue redacta- 180 La Constitución de Guáimaro da en medio de un contrapunteo teórico acerca del modo concreto de conducción de la guerra, que es innecesario hacerlo objeto de minuciosa exposición por lo conocido que es y, además, por salirse del marco de un trabajo como este. Confrontación de ideas, sin embargo, que actuó como factor contingente, de circunstancias coyunturalmente personales pero incidentes en la determinación de que la Cámara emergiera cual órgano depositario, prácticamente único, del poder revolucionario y, por consiguiente, fue un obstáculo insuperable entonces para el reconocimiento al Presidente de dicha facultad disolutoria y, a la par, el básico en el reconocimiento a aquélla de la ya mencionada deposición discrecional de éste. Lo que importa esclarecer en el presente trabajo es que, sin perjuicio de las discrepancias motivadoras, en primera instancia, de ese nivel decisorio atribuido a la Cámara en el sistema de gobierno, el de allí estructurado se apartó del camino burgués tradicional. Esto quiere decir, que no fue presidencialista ni parlamentario. Y al no tomar ninguna de esas dos vías se aproximó a la fórmula convencionalista. En efecto, el sistema de gobierno creado en Guáimaro tiene rasgos propios del convencionalismo de los primeros años de la Revolución Francesa, sin perjuicio de que en esto se presenta a nuestra consideración singularidades sui géneris: entre ellas, la presencia de un Ejecutivo, aunque con limitadas y, en definitiva, subordinadas funciones a la Cámara, supremo órgano de ejercicio del poder. Importa mucho, asimismo, advertir, por el singular interés que tiene para nosotros, como aquellos legisladores revolucionarios nos muestran que las concepciones políticas burguesas clásicas y sus formas de expresión en el orden de la organización estatal no encuentran en Cuba, desde los orígenes mismos de la República, factores sociológicos favorablemente receptivos. Y como, por el contrario, surge de éstos la tendencia a la unificación de las funciones legislativa y ejecutiva en el supremo órgano de poder. El gobierno de rasgos pronunciadamente convencionalista de la República en su fase germinal, ofrece una evidencia, no obstante su carácter igualmente germinal de esa tendencia. Y el factor coyuntural, contingente, que le da su aliento inicial ¿puede explicarse con abstracción de los elementos sociológicamente identificativos de nuestra realidad social de aquellos días, en el seno de la cual se producen las discrepancias que lo determinan? El marxismo-leninismo ilumina la comprensión de la única respuesta posible: no, no puede explicarse; sin 181 Orestes Hernández Mas tener en cuenta la impronta del ser social en la actuación individual de los miembros de la sociedad, no hay respuesta para ello. Las condiciones materiales de la vida son las productoras de las ideas de los hombres, las fundamentadoras, en última instancia, de la actuación de éstos. Se abrió entonces —retomando el discurso de nuestras consideraciones provocadoras de la necesaria digresión explicativa— una ruta institucional por donde transitaría en lo sucesivo el pueblo cubano, en todos los momentos cimeros de su andar revolucionario; ruta que jamás ha coincidido con los esquemas burgueses europeos, ni con las versiones norteamericanas de éstos. Con ello significamos, que la apuntada concentración de las funciones legislativas y ejecutiva, contrapuesta a la caracterizantemente burguesa de la división o distribución de ellas, es un signo identificador de la institucionalización gubernamental correspondiente a la tradición derivada del modo de ser peculiar adoptado por el poder revolucionario en Cuba. El culto rendido a las concepciones demo-liberales del occidente europeo y a la traducción pro-imperialista yanqui de ellas en la República neocolonial, nos presentó una deformación de ese signo, asimilándolo al modelo doctrinal político y jurídico capitalista. Baste, por ahora, su señalamiento. Más adelante insistiremos en ello. Sin embargo, estimamos esclarecedor recurrir a Engels de nuevo para plantear, como él lo hizo en relación con el surgimiento del socialismo, que el legislador revolucionario no podía en Guáimaro "romper las fronteras que su propia época le trazaba" y "hubo de empalmar" sus ideas con las existentes en el mundo que le servía de arquetipo, sin perjuicio de injertarlas —excúsesenos la reiteración— en un contexto económico, social, político y cultural del todo diferente a aquel del cual emergieron las concepciones e instituciones a las que apeló para organizar el gobierno de la primera República realmente cubana. La organización gubernamental institucionalizada en Guáimaro nos presenta un conjunto de órganos compuesto por: 1. la Cámara de Representantes, 2. la Presidencia de la República y, 3. el denominado, según la doctrina montesquiana, "poder judicial" cuya estructura remitió a una ley complementaria. Infiérese de cuanto llevamos dicho que el órgano más importante de los establecidos para la estructuración del gobierno lo fue la Cámara de Representantes. No sólo estaba facultado para designar al 182 La Constitución de Guáimaro Presidente de la República, según ya se dijo, sino también a los Secretarios de Despacho. Ahora bien, sus facultades más relevantes con vista a los objetivos de este trabajo fueron recogidas en el contenido del artículo 14, en relación al de los señalados con los números 15 y 18. Por el primeramente mencionado, fue atribución exclusiva e indelegable de la Cámara "la declaración y conclusión de la guerra". Dichas declaración y conclusión sólo podría adoptar la forma de ley. Como la Constitución regiría mientras durase "la guerra de la independencia", el reconocimiento de haber concluido ésta habría de ser "objeto indispensable de ley" y, consiguientemente, era de la sola incumbencia de la Cámara, órgano que no tenía otro procedimiento para producir el correspondiente reconocimiento que un acto normativo específico. Por el artículo 18, los tratados celebrados por el Presidente de la República carecían de eficacia jurídica sin la ratificación de la Cámara; ratificación exigente también de una disposición normativa aprobada por ésta (Art. 14). Se establecieron así las bases fundamentales de una legalidad revolucionaria vigente hasta tanto concluyese la guerra revolucionaria del pueblo, o mientras las referidas bases no fuesen modificadas por acuerdo unánime de la propia Cámara (Art. 29). Es este un aspecto de los principios básicos de la actividad de los órganos estatales revolucionarios de la República que retomaremos al estudiar la Constitución de Baraguá. Tómese, pues, nota de ello. b.4) Cláusula de reforma Cuando analizamos el ya mencionado artículo 29 de la Constitución de Guáimaro, llama la atención antes de todo que su contenido tampoco sigue el cauce tradicional burgués en lo concerniente a la reforma de su texto. No se crea, ni en este precepto ni en el resto del articulado, un órgano ad hoc encargado de esta función. Cierto es que el legislador de Guáimaro, lejos de plantearse la situación total de la Ley Fundamental, estableció el supuesto contrario, esto es, su vigencia indefinida hasta que la guerra finalizase con la independencia de Cuba "arrancándosela a España por la fuerza de las armas". Pero, haciendo abstracción de ese supuesto, no es menos verdad que no creó un órgano específico para el menester constituyentista, siendo clásico en la teoría constitucional y en la práctica legislativa burguesas, la asignación de la función relativa a la modificación de los textos constitucionales a un órgano legislativo encargado de producir actos normativos fundamentales, es decir, leyes constitucio- 183 Orestes Hernández Mas nales; órgano éste, por cierto, considerado en la doctrina y la práctica jurídica constitucionales burguesas cual depositario principal y supremo del poder. De esta suerte, la visión burguesa iusnaturalista del origen contractual de la sociedad conducente a la incorporación de las cláusulas de reforma a la estructura orgánica de las constituciones, quedó en Guáimaro refractada por la realidad social concreta cubana. Esta refracción objetivó allí un rechazo —aunque no a partir de una repelencia subjetiva y, menos aún consciente, desde luego— de la doctrina burguesa acerca de la distinción entre los llamados poderes constituidos y poder constituyente. En Guáimaro el poder se objetiva a plenitud en un órgano único: la Cámara, con funciones constitutivas y constituidas. La mixtificación teórica del poder, producto de la ideología burguesa, clasificadora de éste según los órganos a los cuales se encomienda una parte del ejercicio de aquél, no aparece en la primera Ley Fundamental organizadora del poder revolucionario en nuestro país. Como tampoco aparece, según tendremos ocasión de ver, en la de Baraguá. En la de Guáimaro están los gérmenes de una concepción anticipada de la unicidad del poder ejercitado a través de diversos órganos, todos los cuales quedaron entonces constitucionalmente constituidos, incluso el deliberadamente denominado en la terminología burguesa como poder constituyente. Es oportuno agregar a esto, que en la constitución comentada no dio signo de vida otro "poder constituyente" que no fuese el mismo poder revolucionario de las fuerzas sociales de un pueblo que, al inaugurar su instauración, echaba las raíces vivificativas de su propia existencia. Conclusiones Hemos podido ver que la República es un producto genuino de la Revolución cubana engendradora, a la par, del pueblo que la lleva a cabo. Pero llega ahora la oportunidad de señalar, cómo el proceso de nacimiento, de la nación cubana y, con ella, el de un Estado nacional propio, discurre en el contexto de una realidad social, económica, política, jurídica y cultural caracterizado por la ausencia de la burguesía como clase social portadora de los intereses generales del pueblo. La estructura económica de Cuba el 10 de Octubre de 1868 —también el 10 de abril de 1869— estaba especificada por la hete- 184 La Constitución de Guáimaro rogeneidad de sus relaciones sociales de producción, con predominio, en el conjunto de sus diversos tipos y del proceso productivo insular, globalmente considerado, de las de carácter esclavista. Tal estructura socioeconómica era, por consiguiente, de tipo francamente precapitalista, no obstante tener que desenvolver sus relaciones económicas internacionales en un mercado capitalista, representado éste, fundamentalmente, por los Estados Unidos y los países de Europa occidental. La sociedad en Cuba, por otra parte, se encontraba en un período transicional, como lo expresaba el mismo surgimiento en ella de un pueblo con características propias. Ese período transicional estuvo espoleado por la contradicción singular de tener por basamento principal la forma de propiedad esclavista, de un lado, y del opuesto el empleo de los medios fundamentales objeto de esa propiedad para una producción que se realizaba mayoritariamente como mercancía en el mercado capitalista extranjero para el cual básicamente se producía. Esto indica que la estructura económica de Cuba por aquellos días, presentaba como rasgo especificativo el contener dos elementos característicos del régimen capitalista, esto es, la producción y la circulación de mercancías, como observa atinadamente Moreno Fraginals;4 pero elementos que alcanzaban la plenitud de su entidad no en el orden interno, sino en el externo, del proceso productivo, es decir, al proyectarse éste hacia el exterior del país, no hacia el interior del mismo. Además, y he aquí la piedra de toque principal de esta estructura, "faltaba la base fundamental: el obrero asalariado", como subraya con no menor acierto el citado autor. La ausencia de un proletariado, al no haber logrado aun la obrera cubana el nivel de desarrollo de una clase en sí, condicionó socioeconómica y políticamente la inexistencia de la burguesía criolla como clase social. Raúl Roa nos dice, con argumentación feliz, acertada y contundente: Ni mediante la más refinada alquimia sociológica se transmuta en burguesía una clase social cuyos ingresos provienen de la propiedad señorial de la tierra y del sistema de trabajo esclavista. El concepto de burguesía —abstraído por Marx de la realidad concreta con atributos y connotaciones muy precisos— es inaplicable a los dueños de tierras y esclavos que fabrican azúcar e introducen en Cuba, en beneficio de sus intereses, los adelantos científicos y técnicos del capitalismo industrial.5 El marxismo-leninismo fundamenta científicamente que la estructura socioeconómica de la sociedad condiciona la esencia clasista de 185 Orestes Hernández Mas la organización política de ésta (Estado), identificada por los intereses privativos de la clase que, desde el poder, dé ordenación sistémica a dicha organización. La esencia clasista de la República organizada por los constituyentes de Guáimaro —es corolario natural de cuanto llevamos dicho —no admite identificación alguna con los intereses de la burguesía y, por tanto, con la burguesía como clase social. Esto significa que ni la República surgente en Guáimaro, ni la nación, ni el pueblo cubanos constituyen un producto histórico de la burguesía, toda vez que la misma, incluso, no existía como clase social en nuestro país cuando se inicia la Revolución encabezada por los terratenientes criollos, exceptuada la burguesía comercial española. Fueron los terratenientes criollos, orientales, camagüeyanos y villareños los abanderados revolucionarios de los intereses comunes y fuerzas sociales que dieron vida por igual a la Revolución, la República, el pueblo y la nación; constituyeron la fuerza hegemónica inicialmente impulsora de la lucha armada para la liberación del yugo opresor extranjero, librada por un pueblo que en la misma guerra revolucionaria echó las bases primordialmente sustanciales, los principios esencialmente identificadores y los elementos procreadores de sí mismo. 186 Céspedes y Agramonte constitucionalistas* Fabio Raimundo Torrado S on muchas y diversas las maneras de acercarse a las ideas de Céspedes y Agramonte en materia de principios constitucio nales y muy variados también los estudios realizados al respecto. Existen enjundiosos análisis jurídicos, tanto antes, como después del triunfo de la Revolución, pero casi siempre lo hacen a partir de la Constitución de Guáimaro. Un valioso trabajo que no se limita a ella exclusivamente lo encontramos en la obra del profesor Tirso Clemente Díaz: "La labor constituyentista de Ignacio Agramonte", aparecida, como apéndice de su investigación Ignacio Agramonte: estudiante y jurista, publicado por la Universidad de La Habana en 1975. Allí, el investigador interesado puede encontrar estudiados al marco sociopolítico de la época, luego de las ideas que Céspedes, primero, y Agramonte, después, expusieron al respecto y las soluciones dadas en Guáimaro, a lo que el Dr. Tirso Clemente Díaz señala como los cinco problemas capitales: el poder, la legislación, el anexionismo, el abolicionismo y la relación con la Iglesia. Otros trabajos igualmente interesantes, pero en los que se aborda de forma genérica la cuestión, son los que aparecen en el libro Derecho Constitucional revolucionario en Cuba, del Dr. Juan Vega Vega, y en la Revista Cubana del Derecho, Año1, No.1, enero de 1972, bajo el nombre de "Cien años de Derecho en Cuba" del Dr. Mariano Rodríguez Solveira, por solo mencionar algunos con un enfoque clasista, y con rigor científico. Existen también numerosos artículos de divulgación aparecidos en nuestra prensa revolucionaria, todos los años, con motivo de la conmemoración a la efeméride del 10 de abril de 1869, fecha en que fue aprobada la Constitución de Guáimaro. * Tomado de Revista Cubana de Derecho, (9, enero-diciembre): 6-14, Unión Nacional de Juristas de Cuba, Ciudad de La Habana, 1993. 1 José MARTÍ: "Céspedes y Agramonte", en Obras Completas, t. 4, p. 358, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1991. 187 Fabio Raimundo Torrado En la época anterior al triunfo del 1ro. de enero de 1959, también el tema fue objeto de numerosos estudios y análisis. Por ejemplo: en el libro "Historia Constitucional de Cuba", de Miguel Hernández Corujo, encontramos amplia información al respecto. Es por ello que consideramos tarea muy difícil la que nos ha encomendado nuestra sociedad, ya que resultaría poco novedoso repetir lo que otros muchos han expresado al respecto, en el plano de las ideas puramente jurídicas. Sin embargo, como el fruto final de las ideas constitucionalistas de Céspedes y Agramonte fue la Constitución de Guáimaro, y una constitución, además de ser la ley fundamental de un pueblo, es el documento que con mayor jerarquía recoge las concepciones políticas imperantes en su época en el seno de una sociedad dada, haciendo uso de la libertad que todo expositor posee, nos referiremos a algunos aspectos sobre los cuales deseamos llamar la atención. El más importante de todos los estudiosos de las figuras de Céspedes y Agramonte y de sus ideas políticas y jurídicas fue José Martí, nuestro Héroe Nacional. En sus Obras completas encontramos numerosos sobre ambas personalidades, el 10 de octubre de 1868, la Constitución de Guáimaro y las consecuencias del régimen jurídico por ella establecido. Decía Martí: "Vendrá la historia, con sus pasiones y justicias; y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aún quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya. Las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes".1 Para referirse a su grandeza basta repetir con el Programa del Partido Comunista de Cuba. "Céspedes y Agramonte, representantes cimeros del espíritu de dignidad y rebeldía de nuestro pueblo, de su ímpetu y virtud, en el momento que irrumpió como tal en la historia, contribuyeron, como ha dicho el compañero Fidel Castro, a forjar el alma de la patria".2 Ambos patriotas tenían en común el haber recibido una formación especializada sobre las ideas predominantes en el mundo de las leyes. Resulta curioso constatar que en un número apreciable de los principales dirigentes cubanos más destacados por sus ideales progresistas y revolucionarios, estaba y está presente, el hecho de haber recibido una formación profesional en la ciencia del Derecho. 188 Céspedes y Agramonte constitucionalistas Ejemplos sobran, por solo mencionar algunos nombres, a manera de ilustración, junto a las figuras centrales de nuestra exposición, pueden incorporarse las de José Martí, Manuel Sanguily, Domingo Méndez Capote, Salvador Cisneros Betancourt, Antonio Zambrana, etc. Precisamente fueron las ideas constitucionales de Céspedes y Agramonte, las que sirvieron como punto de partida para las discusiones sobre las formas jurídicas que habría de revestir la institucionalización del Estado cubano en armas. Según Roig de Leuchsenring los patriotas cubanos sentían la urgencia de fijar en una Constitución los grandes principios políticos y sociales que informaban el movimiento. "La fisionomía clara y propia del alma de la guerra —son sus palabras— se logró con la Constitución de Guáimaro.3 No obstante de ello, desde el 10 de octubre de 1868, fecha de inicio de la guerra hasta el 10 de abril de 1869 fecha en que dicha Constitución fue adoptada, trascurrieron seis meses durante los cuales podría pensarse que el proceso revolucionario carecía de principios jurídicos constitucionalistas y, por tanto, de formas jurídicas, y que solo existían los hechos puramente prácticos de las acciones desarrolladas contra el colonialismo español. Tal suposición ha encontrado cabida entre algunos prestigiosos investigadores que han afirmado que es a partir de la Constitución de Guáimaro y las Resoluciones de la Asamblea de Representantes, todas del 10 de abril de 1868, que data la legislación revolucionaria cubana. Aunque tales conclusiones resultan plausibles, partiendo del conocimiento de una serie de disposiciones, declaraciones, pronunciamientos públicos y la propia actuación de los revolucionarios cubanos durante esos meses, también se puede llegar —a juicio nuestro— a ideas distintas. Consideramos que la actuación de Céspedes, al iniciar en tierras orientales la revolución y luego los pronunciamientos del Camagüey y Las Villas, tuvieron como consecuencia, en lo inmediato, la adopción de una organización capaz de dirigir y controlar acontecimientos. El propio Céspedes inicialmente, tomó el nombre del Capitán General del nuevo gobierno cubano y la primera medida de los revolucionarios orientales dirigidos por él fue redactar y promulgar la Declaración de Independencia del propio día. 189 Fabio Raimundo Torrado En ese manifiesto nos encontramos con ideas jurídicas de contenido constitucionalista. Allí se expresa, entre otras cosas, lo relativo a la formación de las autoridades estatales de la siguiente manera: "Hemos acordado unánimemente nombrar un jefe único que dirija las operaciones, con plenitud de facultades y bajo su responsabilidad, autorizado especialmente para designar un segundo y los demás subalternos que necesite en todas las ramas de la administración mientras dure el estado de guerra […]. También hemos nombrado una Comisión gubernativa de cinco miembros para auxiliar al General en Jefe en la parte política, civil y demás ramas de que se ocupa un país bien reglamentado.4 Puede apreciarse, pues, que ya se habla de una autoridad gubernativa con amplias facultades decisorias. Incluso en el párrafo final de la Declaración, se toma una clara determinación jurídica al expresarse que: "Declaramos que todos los servicios a la patria serán debidamente remunerados, que en los negocios, en general, se observe la legislación vigente, interpretada en sentido liberal, hasta que otra cosa se determine, y, por último, que todas las disposiciones adoptadas sean puramente transitorias, mientras la nación ya libre de sus enemigos y más ampliamente representada, se constituya en el modo y forma que juzgue más acertado".5 El 4 de noviembre de 1868 se produjo el alzamiento en armas de los patriotas camagüeyanos, quienes formaron un órgano de dirección colegiado, el Comité Revolucionario, el 26 de ese mismo mes, el cual se transformó más tarde, el 26 de febrero de 1869 en la Asamblea de Representantes del Centro. A su vez, los revolucionarios en Las Villas, formaron el 9 de febrero de 1869, una Junta Revolucionaria. Puede concluirse, coincidiendo con el profesor Hernández Corujo, que la organización política de los revolucionarios cubanos en esa etapa inicial era tripartita, de carácter local. Fue precisamente en estos primeros meses que tuvo lugar la adopción de dos medidas de trascendental importancia a los efectos de la futura Constitución de Guáimaro. La primera de ellas fue el decreto de 27 de diciembre de 1868, dictado por Céspedes, en Bayamo, sobre la esclavitud. Mucho se ha debatido sobre la posición adoptada por él ante el fenómeno de la 190 Céspedes y Agramonte constitucionalistas esclavitud. Hay quienes lo califican de pragmático, hay quienes le reprochan el alcance que le dio a su disposición, que juzgan conservador y limitado. Hortensia Pichardo declara que: "En el manifiesto del 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes, al tratar la cuestión social, después de sentar el principio de que todos los hombres somos iguales", se limitó a añadir "[…] nosotros deseamos la emancipación, gradual y bajo indemnización, de la esclavitud […]". El mismo día del levantamiento, el caudillo "reunió a sus esclavos y los declaró libres desde aquel instante, invitándolos para que nos ayudasen si querían a conquistar nuestras libertades; lo mismo hicieron con los suyos los demás propietarios que le rodeábamos". (Bartolomé Masó, segundo jefe del Ejército Libertador en el parte de guerra sobre los primeros pasos de la Revolución). Poco después Céspedes habría de expresar "Cuba libre es incompatible con Cuba esclavista". Pero no se decidía a resolver la contradicción de un tajo; con los terratenientes esclavistas contaba para conseguir la independencia de España y temía echárselos de enemigos.6 Precisamente el decreto del 27 de diciembre de 1868 está impregnado de esa contradicción. Pese a salvaguardar el principio de respeto a la propiedad —como dice—, sobre los esclavos pertenecientes a los cubanos leales a la causa de los españoles y de los extranjeros neutrales, así como los de los revolucionarios que decidiesen mantenerlos bajo su dominio, aunque sujetos a lo que se resolviera después sobre la esclavitud en general, contiene los siguientes enunciados positivos: En su artículo 1ro. declara libres los esclavos que sus dueños presenten con ese objeto a los jefes militares, aunque les reservaba a los dueños que así lo deseasen el derecho a la indemnización y con la cláusula adicional, para estimular esas prestaciones, de obtener una opción a un tipo mayor de indemnización que el que se fijaría para los que se emancipen más tarde. Declara libres a los esclavos de los que fueren convictos de ser enemigos de la patria y abiertamente contrarios a la revolución, sin derecho a la indemnización. 191 Fabio Raimundo Torrado Declara libres, desde luego, a los esclavos de los palenques que se presentasen a las autoridades cubanas, con derecho a vivir bien entre los revolucionarios o a continuar con sus poblaciones del monte, reconociendo y acatando el gobierno de la revolución. La segunda medida importante de esta etapa es el Decreto de la Asamblea de Representantes del Centro (Camagüey) sobre la abolición de la esclavitud. Este decreto también contemplaba la indemnización a los propietarios, pero fue más categórico que el de Céspedes, pues en su artículo primero declaraba abolida la esclavitud, sin excepción alguna. Hortensia Pichardo, al referirse a esta disposición jurídica expresa: Para juzgar el mérito de la medida sin duda hay que tener en cuenta que Camagüey, región eminentemente ganadera, no dependía tanto como Oriente de la industria azucarera y no contaba con grandes dotaciones de esclavos; así como que el grupo dirigente que acordó la medida no contaba con ningún esclavista. Sea como sea, el decreto de Camagüey rompió con el nudo gordiano y preparó el camino a la abolición general de la esclavitud acordada por la Asamblea General de Representantes de las regiones sublevadas reunidas en Guáimaro, en la primera decena de abril de 1869.7 Se podrá argumentar por algunos que en este periodo, al no existir una Constitución escrita y general, que se aplicara por igual en todas las regiones y un gobierno unitario, tales disposiciones no deberían ser tomadas en cuenta. Sin embargo el gobierno de Céspedes, al decir de un periódico norteamericano contemporáneo del mismo "ha mantenido el orden en su jurisdicción y ha hecho la guerra a España durante tres meses. Es la expresión del sentimiento universal y tiene la adhesión de todos los cubanos".8 Durante cerca de seis meses se mantuvo esta situación de falta de unidad, pero comprendiéndose la necesidad de una unificación política y de una Constitución escrita, después de dos entrevistas entre los representantes de las dos grandes regiones (Oriente y Camagüey) y de amplios debates se logró tomar el acuerdo de celebrar una reunión en el pueblo de Guáimaro con representantes de Oriente, Camagüey y Las Villas. 192 Céspedes y Agramonte constitucionalistas De esa manera, el 10 de abril de 1868, se inicio la histórica reunión "para conferenciar acerca de la reunión de todos los departamentos bajo un gobierno democrático", según expresa el acta levantada al efecto. Fueron elegidos los cargos de Presidente y Secretario de la Asamblea o Cámara Constituyente, resultando electo para el primero, Carlos Manuel de Céspedes y para los segundos, Ignacio Agramonte y Loynaz y Antonio Zambrana y se le encargó a estos últimos "la formación de un proyecto de ley política" para lo cual contaron con el breve espacio de tiempo que medió entre la terminación de la sesión de la mañana del día 10 de abril de 1869 y la sesión siguiente, que comenzaba a la cuatro de la tarde del mismo día. Correspondió presentar la ponencia a Ignacio Agramonte. Dejemos a la prosa encendida de José Martí este importante instante de la Historia de Cuba: Céspedes presidió, ceremonioso y culto: Agramonte y Zambrana presentaron el proyecto: Zambrana, como águila domesticada, acechaba a cernirse las imágenes grandiosas: Agramonte, con fuego y poder, ponía la majestad en el ajuste y la palabra sumisa y el pensamiento republicano; tomaba al vuelo, y recogía, cuanto le parecía brida suelta, o pasión de hombre; ni idólatras quiso, ni ídolos; y tuvo la viveza que descubre el plan tortuoso del contrario y la cordura que corrige sin ofender; tajaba al hablar, el aire con la mano ancha. Acaso habló Machado, que era más asesor que tribuno. Y Céspedes, si hablaba era con el acero debajo de la palabra, y mesurado y prolijo. En conjunto aprobaron el proyecto los representantes y luego por artículos, "con ligeras enmiendas".9 Esa ley política, aprobada luego de amplias discusiones, que transcurrieron desde dos puntos de vistas contradictorios sobre la organización que habría de tener el estado cubano revolucionario, hasta coincidir en la unidad querida fue la Constitución de Guáimaro. Se trataba de un texto constitucional muy breve y sencillo, que le daba la alta dirección de la lucha libertadora y de la República en armas a la Cámara de Representantes, e incluso se la facultaba para enjuiciar y deponer al Presidente y al General en Jefe. Esta normativa fue trasunto del criterio de Agramonte que primó sobre el de Céspedes, quien aspiraba mantener una subordinación única de las tropas y una dirección centralizada. Los aspectos más descollantes de su contenido son: 193 Fabio Raimundo Torrado Se acoge a las ideas más en boga en esos momentos, o sea, al de la tripartición de poderes. En ella prima el concepto de elección por representación. Esto significa que cada uno de los cuatro Estados en que se dividió administrativamente la Isla de Cuba, tiene derecho a una representación igual en la Cámara. Declara la abolición total de la esclavitud, pues en su artículo 24 expresa que todos los habitantes de la República son enteramente libres. Admite y recoge en su texto los derechos del hombre y del ciudadano, clásicos de loa Revolución Francesa, cuando en su artículo 28 declara que "La Cámara no podrá atacar las libertades de culto, imprenta, reunión pacífica, enseñanza y petición, ni derecho alguno inalienable del pueblo". Contiene una cláusula de reforma constitucional abierta, pues en su artículo 29 establece que: "Esta constitución podrá enmendarse cuando la cámara unánimemente lo determine", siendo por tanto el único requisito exigido el de la unanimidad. Refiriéndose a su contenido José Martí ha escrito: "Y mientras concertaban los jóvenes ilustres, en el proyecto del código de la guerra, las entidades reales y activas del país y sus pasiones y razones criollas, con sus recuerdos más literarios que naturales, e históricos que útiles, de la Constitución extraña y diversa de los Estados Unidos; mientras en junta amigable componían, en el trato de su romántica juventud con lo que la prudencia ajena pudiera añadir a la suya, un código donde puede haber una forma que sobre, pero donde no hay una libertad que falte […]".10 Hemos reproducido íntegramente el pensamiento de José Martí porque usualmente solo su final se acostumbra mencionar, aislándolo de su contexto, especialmente en los artículos de divulgación, perdiéndose así algunos matices de la opinión completa y balanceada de Martí sobre dicho documento, resaltándose exclusivamente las partes elogiosas. Abunda en el criterio de Martí sobre la Constitución de Guáimaro lo que expresa sobre Agramonte en su artículo "El 10 de abril", al señalar: "[…] y el Centro quiso poner a la guerra las formas de la república, esperaba impaciente […] la carta de libertades que ha de poner sobre su cabeza, y ha de colgar del pecho de su caballo, todo militar de honor. En los modos y en el ejercicio de la carta se enredó, 194 Céspedes y Agramonte constitucionalistas y cayó tal vez, el caballo libertador; y hubo yerro acaso en ponerles pesas a las alas, en cuanto a formas y regulaciones, pero nunca en escribir en ellas la palabra de la luz".11 La aplicación efectiva de medidas tan progresistas para esa época y en un país donde primaban las facultades omnímodas de los capitanes generales españoles y la esclavitud, no fue fácil. La implantación de la abolición de la esclavitud encontró fuerte resistencia de parte de muchos dueños de esclavos. El patriota cubano Francisco de Arredondo y Miranda, en su libro Recuerdo de las Guerras de Cuba (Diario de Campaña 1868-1871) cuyas acciones transcurren, precisamente, en el propio Camagüey auspiciador de la abolición total, nos narra un episodio demostrativo al respecto. En la parte de su diario correspondiente al 13 de abril de 1869 expresaba: Instalado nuevamente en mi antiguo campamento, recibí orden del Secretario del Interior hiciera saber a las negradas que aun tenían a su servicio sus llamados Amos, el decreto del Gobierno en que los declaraba libres y ciudadanos de la República de Cuba. Gran oposición encontró en los dueños de aquellos hombres esclavos, principalmente en Don Miguel Bueno, dueño de la finca La Manaja, Don Carlos Zaldívar que lo era de Mamanayagua y el mayoral de Pacheco, del Lic. Don José Agustín Recio y Céspedes. El señor Zaldívar trató de oponerse a que le fuera notificado a sus esclavos el Decreto.12 Ya a fines del propio año 1869 comenzaron a producirse contradicciones cada vez más fuertes, entre la Cámara de Representantes y el General en Jefe, que en esa época era Manuel de Quesada, amigo del Presidente Céspedes. Hasta el punto llegó el encono de las partes que el patriota Bernabé de Varona conocido por Bembeta, le manifestó a aquél que estaba decidido a disolver, por la fuerza a la Cámara, teniendo que ser contenido por Céspedes. Por otra parte Manuel Agramonte Porro ofreció a Quesada "colgar de los faroles a esos chiquillos de representantes", a lo que respondió Quesada: "Despacito por las piedrecitas; guarde usted todo ese entusiasmo para combatir a los azulitos. Nosotros debemos acatar las leyes que nos hemos dado".13 Todo el que desee mayores informaciones sobre las contradicciones en el campo mambí puede consultar el discurso del compañero Fidel Castro Ruz, el 11 de mayo de 1973, con motivo del Centenario de la caída en combate del Mayor General Ignacio Agramonte. 195 Fabio Raimundo Torrado Valorando los acontecimientos que siguieron a la Constitución de Guáimaro, podríamos decir que las ideas constitucionalistas de Ignacio Agramonte, que allí se recogían, resultaron demasiado adelantadas para su época y para la sociedad en que le tocó vivir, mientras que esa propia vida se encargó de restablecer en su justo valor las ideas constitucionalistas de Céspedes. Concluiremos con los criterios expresados por el compañero Fidel Castro Ruz, en el discurso arriba mencionado, cuando señalaba: […] es la realidad que, pese a la pureza de principios, el patriotismo y la honradez de los cubanos, aquellas instituciones no marcharon, y en aquellas circunstancias no pudieron marchar como ellos las habían idealizado. Era difícil que en aquellas condiciones de guerra las instituciones republicanas pudieran funcionar adecuadamente […] De todas formas es admirable aquel empeño, aquel esfuerzo de constituir una República en plena manigua, aquel esfuerzo por dotar a la República en plena guerra de sus instituciones y de sus leyes. 196 La Constitución de Guáimaro* Julio Fernández Bulté E n un trabajo como éste no es posible detenernos en los hechos anteriores al alzamiento del 10 de octubre de 1868. Ese sábado Carlos Manuel de Céspedes inicia una nueva etapa de nuestra historia, en realidad empieza en ese momento la verdadera historia nacional de Cuba. Carlos Manuel de Céspedes, quien permanece en su ingenio La Demajagua durante todo el sábado 10 y hasta la madrugada del domingo 11, proclama allí, en su finca, el Manifiesto o Declaración de Independencia. En esa Declaración, Céspedes recorre rápidamente, con palabra precipitada, las razones que asisten a Cuba para iniciar la lucha armada; expone la doctrina política del movimiento revolucionario que comienza y enfatiza en el nombramiento de un jefe único mientras dure el estado de guerra. Es interesante que declara abolidos todos los impuestos establecidos por el estado colonial español y en su lugar establece lo que llama una "ofrenda patriótica" del 5 % de las rentas privadas para los gastos de la guerra. En cuanto al ideario de aquel incipiente movimiento revolucionario, vale la pena acudir a una cita aunque ésta sea larga: Nosotros consagramos estos venerables principios: nosotros creemos que todos los hombres somos iguales; amamos la tolerancia, el orden y la justicia en todas las materias; respetamos las vidas y propiedades de todos los ciudadanos pacíficos aunque sean los mismos españoles, residentes en este territorio; admiramos el sufragio universal, que asegura la soberanía del pueblo; deseamos la emancipación gradual y bajo indemnización, de la esclavitud, el libre cambio con las naciones amigas que usen de reciprocidad, la representación nacional para decretar las leyes e impuestos y, en general, demandamos la religiosa observancia de los derechos imprescindibles del hombre, constituyéndonos en nación independiente, porque así cumple a la grandeza de nuestros futuros destinos, y porque estamos seguros de que bajo el cetro de España nunca gozaremos del franco ejercicio de nuestros derechos.1 * Tomado de: Julio FERNÁNDEZ BULTÉ: Historia del Estado y el Derecho en Cuba, pp. 85-94, Ed. Félix Varela, La Habana, 2005. 1 Citado por Fernando PORTUONDO: Historia de Cuba, p. 401, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1965. 197 Julio Fernández Bulté Cuando en Camagüey se conoció del alzamiento de Céspedes la mayoría de los conjurados de esa región lo consideraron precipitado, puesto que defendían la posición de asegurar un mejor pertrecho de armas antes de lanzarse a la manigua. Sin embargo, ante la evidencia del inicio de las acciones armadas, algunos jóvenes apasionados como Bernabé Varona, Bembeta y Augusto Arango, se lanzaron al levantamiento, pero en realidad no fue hasta el 4 de noviembre de 1868 que se produjo el levantamiento general en el Paso de las Clavellinas, a tres leguas de la capital del departamento en el camino hacia Nuevitas. Ese mismo día, los hermanos Augusto y Napoleón Arango, actuando evidentemente un poco descordinantemente y por su cuenta, tomaron el poblado de Guáimaro, con lo cual, como dice Portuondo, se produjo el primer hecho de armas ostensible en el Departamento Central. Como es sabido, en la reunión de Las Minas, celebrada el 26 de noviembre del mismo año, se derrotó el intento entreguista de Napoleón Arango, que pretendió llegar a un acuerdo con el gobierno español y se decidió mantener y llevar adelante la guerra independentista. En consecuencia se nombró un Comité Revolucionario del Camagüey y un Jefe del Ejército. El Comité quedó integrado por Salvador Cisneros Betancourt, marqués de Santa Lucía, Ignacio Agramonte y Eduardo Agramonte y la jefatura militar le fue asignada a Augusto Arango quien pronto fue sustituido por Manuel de Quesada y Loynaz. Fijando el ideario radical y jacobino de aquellos alzados camagüeyanos, como primera decisión de aquella soberbia asamblea se aprobó un decreto que declaraba terminantemente abolida la esclavitud. En cuanto al encendido y fundamental problema de la esclavitud quisiera ser absolutamente claro y riguroso. La igualdad de todos los hombres se anunciaba ya, como hemos visto, desde la Declaración de Independencia de 10 de octubre de 1868, aunque se hablaba de la emancipación gradual y bajo indemnizaciones. Esa posición, un tanto cautelosa, cobró forma jurídica mediante un decreto del Ayuntamiento Libre de Bayamo, de 27 de diciembre del mismo año1868 (ver Apéndice 1, al final de este trabajo).2 2 En el original, aparece como nota a pie de página. Por lo extenso, en esta edición se ubicó al final, como apéndice. Se procedió igual con otras dos notas, denominadas Apéndices 2 y 3. (N. del E.) 198 La Constitución de Guáimaro Una posición evidentemente más radical la tuvo el grupo insurrecto de Camagüey puesto que en Decreto aprobado por la Asamblea de Representantes del Centro se declaró la abolición total de la esclavitud (ver texto del decreto en el Apéndice 2). Por su parte, las Villas se incorporó al movimiento insurreccional en los primeros días de febrero de 1869. Desde el 7 de febrero comenzaron alzamientos en Santa Clara, Sagua, Remedios, Cienfuegos, Trinidad y Sancti Spíritus. Se constituyó la Junta Revolucionaria de Santa Clara presidida por el hacendado Miguel Jerónimo Gutiérrez y que entregó el mando militar al también hacendado Joaquín Morales y como jefe de Estado Mayor al polaco Carlos Roloff. En esas condiciones se hacía indispensable proceder a algún intento riguroso de unificación de los mandos militares. Como muestra palpable, además, del temprano apego que nuestro proceso revolucionario demostró por las formas legales de su desarrollo, se pensó de inmediato en dotar, a la aún no nacida república, de una Carta Magna, un texto constitucional, una ley de leyes a la cual se subordinara el naciente movimiento militar y la nación que se iba fraguando en la contienda. Es esta una evidencia más de que el pensamiento libertario cubano tuvo su vía de expresión más notable en las formas jurídicas, y entre ellas particularmente en los contenidos constitucionales. Eso explica que apenas seis meses después de iniciadas las hostilidades en Bayamo, se reunieran en el poblado de Guáimaro representantes de todos los grupos rebeldes para buscar fórmulas de unificación política y militar y dotar a la naciente república de un texto constitucional. La guerra se había iniciado y extendido hasta el centro del país, pero se estaba lejos de haber alcanzado la unidad en la acción revolucionaria. En el mismo Oriente, pese al mando único y estricto establecido por Céspedes habían surgido divisiones y Donato Mármol había asumido posiciones frente al mando único. Desde su levantamiento los camagüeyanos habían sostenido con pasión una franca posición contra el que llamaban autoritarismo de Céspedes y particularmente, contra el título de Capitán General que se había otorgado Carlos Manuel. En este sentido, en marzo del mismo 69 se habían entrevistado con el jefe de la revolución en Oriente, Ignacio Agramonte, La Rúa e Ignacio Mora. 199 Julio Fernández Bulté Todo este mar de fondo y estas disensiones fueron las que arribaron a Guáimaro el 10 de abril de 1869. En dos sesiones históricas se discutieron los problemas esenciales y se conformó y promulgó la primera Constitución de la República de Cuba en Armas, en realidad, la primera expresión de la voluntad política y jurídica nacional de Cuba. En la primera sesión se discutieron cuestiones preliminares, no exentas de gran importancia, sobre todo operativa, y se aprobaron una serie de resoluciones (ver apéndice 3). En la sesión de la tarde se discutió esencialmente el proyecto constitucional que habían de presentar a aquella asamblea devenida Constituyente, los ponentes del indicado proyecto. Ya en la determinación inicial de lo que pudiéramos calificar como bases del proyecto constitucional se pusieron sobre el tapete los problemas esenciales que provocaban las grandes contradicciones. Se hacía evidente que los camagüeyanos y villareños temían una dictadura y presionaban porque el poder se centrara en la Cámara de Representantes, la cual debía tener, para su entender, también la facultad de designar al Jefe del Ejército y al Presidente de la República. El día 11, en una última sesión en la mañana se decidió adoptar como bandera nacional la enarbolada por Narciso López, lo cual era un nuevo golpe al poder de Céspedes, aunque se decidiera que su bandera quedara para ser desplegada siempre, como una suerte de objeto museable, en las sesiones de la Cámara de Representantes. La Constitución de Guáimaro, a través de sus 29 artículos trasluce el pensamiento político que alentaba a los jóvenes mambises camagüeyanos y villareños y refleja, en toda su dimensión, la contradicción que recorría en aquel momento las filas del movimiento insurrecto. De un lado la posición realista, práctica y operativa de Carlos Manuel de Céspedes, que había llevado hasta esos momentos el peso de la guerra y de la respuesta militar española, impregnado y convencido de la idea de que la república sólo existía en la voluntad combativa de sus hijos, abogaba por un gobierno provisional centralizado, operativo, independiente, capaz de conducir las operaciones militares con todo el rigor y la firmeza que ello exigía. De esas ideas se deriva que en sus ademanes y su gestualidad política se descubriera muchas veces un cierto autoritarismo, hasta un poco del aristocratismo que se le imputaba exageradamente por sus adversa- 200 La Constitución de Guáimaro rios; una tendencia a mantener las estructuras políticas, sociales y hasta económicas que permitieran el avance de la guerra y no le enajenaran al nuevo poder posibles adeptos. Frente a esos criterios pragmáticos, los jóvenes camagüeyanos y villareños levantaban su afiebrado jacobinismo; las ideas civilistas más nobles y el ideario filosófico del iluminismo, del iusnaturalismo y del republicanismo absoluto. Ajenos todavía a los rigores de la contienda bélica, pensaban encontrarse en una república que querían desplegar en toda su grandeza civil y moral, cuando ciertamente sólo era una noble aspiración de los mejores hijos del país que apenas había comenzado a unirse como nación. En razón de todo ello se organizó como órgano legislativo y centro del poder, una Cámara única, llamada Cámara de Representantes. A esa Cámara se subordinaba, sin lugar a dudas, tanto el Presidente de la República, que era nombrado por ella y al cual podía deponer, como el Jefe del Ejército. No obstante las facultades que la Constitución otorgaba al presidente, como la de vetar las leyes, promulgarlas y distintas facultades diplomáticas o internacionales, lo cierto es que, en tanto designado por la Cámara y sujeto a su posible deposición, ese Ejecutivo quedaba absolutamente subordinado al Legislativo. En cuanto al llamado poder judicial la Constitución remitió a una ley especial para su organización. Especialmente significativo es el Art. 24 en el que se declara que: "Todos los habitantes de la república son enteramente libres". Asimismo es de significar que aun siendo una Constitución muy esquemática, en la que no hay una parte dogmática absolutamente separada o clara dentro del texto legal, en el Art. 28 se declara que: "La Cámara no podrá atacar las libertades de culto, imprenta, reunión pacífica, enseñanza y petición, ni derecho alguno inalienable del pueblo". Ese primer texto constitucional cubano deja ver la presencia de algunos principios constitucionales que vale la pena mencionar. Ante todo, como indica Hernández Corujo fue una Constitución escrita y contenida en un solo cuerpo legal, sin que estuviera dispersa en varias leyes constitucionales. Fue una Constitución radical, con aires jacobinos, que no respondía a una conciliación de intereses económicos, sociales o políticos, sino que expresaba una voluntad política de gran unanimidad, aun- 201 Julio Fernández Bulté que con matices contradictorios en cuanto a la forma de consecución de esos fines. En general, las constituciones son resultado de conciliaciones, o bien expresión de la anterior consecución de determinados objetivos o la proclamación de alcanzar dichos objetivos. Ese último es el caso de la Constitución de Guáimaro, que es la formalización de un propósito político: la independencia nacional, la justicia social y la abolición de la esclavitud, aunque en cuanto a esto último hubiera determinados matices diferenciales. Aproximándose a esto que estamos indicando, Hernández Corujo dice que fue una constitución elaborada y no otorgada. Asimismo es evidente que aunque ello no se diga en el texto constitucional, la de Guáimaro tenía la franca aspiración de disponer de supremacía jurídica, es decir, de constituir un texto legal que estuviera por encima del resto de la legislación del país y que esta última debía plegarse y subordinarse al mandato constitucional. Ahora bien, uno de los rasgos más importantes, a nuestro juicio, es el de haber otorgado presencia jurídica, por primera vez, al Estado cubano, que disponía ya desde ese momento de una población ("Los representantes del pueblo libre de Cuba, en uso de la soberanía nacional") con un territorio propio, que no es otro que aquel en que impera y domina el Ejército Libertador y que no queda sometido ya al poder colonial español y con un gobierno del cual se dota en ese mismo cuerpo constitucional. Ese Estado tenía fines declarados. Ante todo un fin histórico, circunstancial o relativo, como lo llamara Jellineck, y que no era otro que la consecución de la independencia. Ese fin está explícito desde la misma declaración de independencia de 10 de octubre de 1868 y se mantiene implícito en el texto constitucional de Guáimaro, pero a él se agregan, aunque inorgánicamente enumerados o establecidos, otros fines permanentes, como el mantenimiento del orden público, la libertad y la legalidad. Es notable también la adhesión de la Constitución de Guáimaro al principio de la representación, aunque evidentemente no se trata de la representación montesquiana en la cual el ciudadano se desliga de sus derechos políticos y los entrega, enajenados, al representante, sino de una representación que se aproxima más al mandato imperativo propio del modelo constitucional latino defendido por Rousseau. Véase si no cómo se cuida, tanto en el texto constitucional como en las resoluciones que se adoptan el día 10, de que los defectos de 202 La Constitución de Guáimaro representación puedan ser subsanados una vez que la guerra se haya afianzado o concluido y, en todo caso, se hace evidente la preocupación porque los representantes dependan del cuerpo electoral y se deban a él. Es evidente también que esa Constitución asumió plenamente el principio de la tripartición de poderes, aunque subordinó el Ejecutivo al órgano Legislativo o Cámara de Representantes. Si bien no está presente en toda su pureza la división soñada por Montesquieu es evidente que la misma estuvo presente y fue asimilada a las circunstancias concretas de nuestro proceso revolucionario. Finalmente, Hernández Corujo señala como otro principio constitucional presente en el cuerpo supremo de Guáimaro, su sentido civilista, lo cual es evidentemente cierto puesto que se trató y logró subordinar el mando militar a la voluntad política estratégica y diría que hasta táctica que emanara de la Cámara de Representantes. De tal modo, aun con sus defectos derivados de su excesivo civilismo y de la exagerada subordinación de la guerra al Cuerpo Legislativo, es lo cierto que aquella Constitución tiene el mérito de haber organizado por primera vez al Estado cubano, como ente político independiente y, con ello, haber conseguido uno de los elementos básicos en el proceso de formación de la nación cubana; asimismo, aunque momentáneamente aunó las voluntades políticas, pese a que esa unidad no pudo ser mantenida y la república en armas zozobró en medio de divisiones y disensiones en el curso de las cuales la deposición de Carlos Manuel de Céspedes y su muerte posterior, en el mayor desamparo, constituyen páginas lamentables. Finalmente es indispensable dejar constancia de que la Constitución de Guáimaro fue modificada siete veces. La primera, el 25 de julio de 1869, adicionando el artículo 25 con la declaración de que los ciudadanos de la República estaban obligados a prestarle a dicha república los servicios para los que estuvieren aptos como soldados; la segunda, de 10 de agosto del mismo 1869, agregando un nuevo artículo, el 30, significando la inmunidad de los diputados; la tercera, de 24 de febrero de 1872, estableciendo el número de diputados en dieciséis y el quórum necesario en 9; la cuarta del mismo 24 de febrero, creando el cargo de Vicepresidente; la quinta, de 13 de marzo de 1872, estableciendo que a falta del Presidente y el Vicepresidente serían sustituidos por el presidente de la Cámara; la sexta, de 13 de junio de 1875 estableciendo que se podían celebrar elecciones gene- 203 Julio Fernández Bulté rales para modificar totalmente la integración de la Cámara y, finalmente, la séptima, de 26 de abril de 1876 estableciendo que cuando fuere impar el número de diputados, el quórum se determinaría por la mitad del número par que lo siguiese. Apéndice 1 Decreto del Ayuntamiento Libre de Bayamo, de 27 de diciembre de 1868 La Revolución de Cuba, al proclamar la independencia de la Patria, ha proclamado con ella todas las libertades, y mal podría aceptar la grande inconsecuencia, de limitar aquellas a una sola parte de la población del país. Cuba libre es incompatible con Cuba esclavista, y la abolición de las instituciones españolas debe comprender y comprende por necesidad y por razón de la más alta justicia la de la esclavitud como la más inicua de todas. Como tal se halla consignada esa abolición en el primer manifiesto dado por la revolución. Resulta en la mente de todos los cubanos verdaderamente liberales que su realización en absoluto ha de ser el primero de los actos que el país efectúa en uso de sus conquistados derechos. Pero sólo al país cumple esa relación como medida general cuando el pleno uso de aquellos derechos pueda por medio del libre sufragio acordar la mejor manera de llevarla a cabo, con verdadero provecho, así para los antiguos como para los nuevos ciudadanos. El objeto de las presentes medidas no es, por lo tanto, ni podrá ser, la abrogación de un derecho de que están lejos de considerarse investidos los que se hallan hoy al frente de las operaciones de la revolución precipitando el desenlace de cuestión tan trascendental. Pero no pudiendo a su vez oponerse el gobierno provisional al uso del derecho que nuestras leyes tienen y quieren ejercer numerosos poseedores de esclavos, de emancipar a éstos desde luego, y concurriendo por otra parte con la conciencia de utilizar por ahora en servicio de la patria común a esos libertos, la necesidad de acudir a conjurar los males que a ellos y al país podrían resultar, de la falta de empleo inmediato, urge la adopción de disposiciones provisionales que sirvan de regla a los jefes militares que operan en los diversos distritos de este departamento para resolver los casos que vienen presentándose en la materia. Por tanto, y en uso de las facultades de que estoy investido, he resuelto que por ahora, y mientras otra cosa no se acuerde por el país, se observen los siguientes artículos: 1. Quedan declarados libres los esclavos que sus dueños presenten desde luego con este objeto a los jefes militares, reservándose a los propietarios que así lo deseen el derecho a la indemnización que la nación decrete y con opción a un tipo mayor al que se fije para los que emancipen más tarde. Con este fin se expedirán a los propietarios los respectivos comprobantes. 204 La Constitución de Guáimaro 2. Estos libertos serán por ahora utilizados en servicio de la patria de la manera que se resuelva. 3. A este objeto se nombrará una comisión que se haga cargo de darles empleo conveniente conforme a un reglamento que se formará. 4. Fuera del caso previsto, se seguirá obrando con los esclavos de los cubanos leales a la causa de los españoles y extranjeros neutrales de acuerdo con el principio de respeto a la propiedad proclamado por la revolución. 5. Los esclavos de los que fueron convictos de ser enemigos de la patria y abiertamente contrarios a la revolución, serán confiscados con sus demás bienes y declarados libres, sin derecho a indemnización, utilizándoles en servicio de la patria en los mismos términos ya prescritos. 6. Para resolver respecto a las confiscaciones de que trata el artículo anterior se formará el respectivo expediente en cada caso. 7. Los propietarios que faciliten sus esclavos para el servicio de la revolución sin darlos libres por ahora, conservarán su propiedad mientras no se resuelva sobre la esclavitud en general. 8. Serán declarados libres desde luego los esclavos de los palenques que se presentaren a las autoridades cubanas con derecho a vivir entre nosotros o a continuar en sus poblaciones del monte, reconociendo y acatando el gobierno de la revolución. 9. Los prófugos aislados que se capturen o los que sin consentimiento de sus dueños se presenten a las autoridades o jefes militares, no serán aceptados sin previa consulta con dichos dueños o resolución aceptada por este gobierno, según está dispuesto en anterior decreto. (fdo) Carlos M. de Céspedes. Capitán General. Apéndice 2 Decreto aprobado por la Asamblea de Representantes del Centro La institución de la esclavitud, traída a Cuba por la dominación española, debe extinguirse con ella. La Asamblea de Representantes del Centro, teniendo en consideración los principios de eterna justicia, en nombre de la libertad y del pueblo que representa, decreta: 1. Queda abolida la esclavitud. 2. Oportunamente serán indemnizados los dueños de los que hasta hoy han sido esclavos. 3. Contribuirán con su esfuerzo a la independencia de Cuba, todos los individuos que por virtud de este decreto le deban la libertad. 4. Para este efecto, los que sean considerados aptos y necesarios para el servicio militar, engrosarán filas, gozando del mismo haber y de las propias consideraciones que los demás soldados del Ejército Libertador. 205 Julio Fernández Bulté 5. Los que no lo sean continuarán mientras dure la guerra dedicados a los mismos trabajos que hoy desempeñan para conservar en producción las propiedades y subvenir al sustento de los que ofrecen su sangre por la libertad común, obligación que corresponde de la misma manera a todos los ciudadanos, hoy libres, exentos del servicio militar cualquiera que sea su raza. 6. Un reglamento especial prescribirá los detalles del cumplimiento de este Decreto. Apéndice 3 Resoluciones aprobadas en la primera sesión de la Asamblea de Guáimaro 1. Que los representantes reunidos en este lugar para establecer un gobierno general, democrático y en virtud de las circunstancias que atravesamos se consideran autorizados para asumir la representación de toda la Isla y acordar la guerra conducente al indicado objeto con la reserva de que sus acuerdos serán sometidos para su ratificación o enmienda a los representantes de los diversos pueblos pronunciados y de que más tarde cuando sea posible que el país se encuentre legal y completamente representado, establezca en uso de su soberanía la Constitución que haya entonces de regir. 2. Que las discusiones que se han de verificar se sujeten a las formas habituales en los cuerpos parlamentarios. 3. Que la Isla de Cuba se considere dividida en cuatro Estados: el Occidente, Las Villas, el Camagüey y Oriente. 4. Que la Cámara legislativa se constituya por el concurso de los representantes de los cuatro Estados. 5. Que la mayoría en los casos de votación se constituya por la mitad y un voto más de los que se dieren. 6. Que en virtud de no poder establecerse en las actuales circunstancias una representación enteramente legal del país, vengan a la Cámara en nombre de Las Villas los miembros de la Junta Revolucionaria de Villa Clara que se hallen en Guáimaro, y en nombre del Occidente los que sean elegidos por los cubanos de aquel Estado que se encuentren en el territorio pronunciado. 7. Que todos los americanos que deseen nuestra ciudadanía quedarán equiparados a los naturales de la Isla de Cuba. 206 Este libro ha sido impreso por el sistema de duplicación digital de la Editorial Ácana, del Centro Provincial de Libro y la Literatura de Camagüey. Se terminó de imprimir en el mes de abril de 2009. Esta edición tiene 200 ejemplares.