VI CERTAMEN DE ENSAYO LITERARIO CENTRO MÉDICO GRAN VÍA Tema: “ FERNANDO VII: LA ÉPOCA NAPOLEÓNICA” EL INDESEABLE DESEADO. Ensayo histórico Por Adrián Martín-Albo Sumario 1. La encrucijada de las dos Españas 2. La época 3. Los personajes 4. Fernando, José y Manuel 5. El pueblo. Los guerrilleros. La guerra de desgaste. 6. Los afrancesados: Ilustrados, liberales y progresistas 7. Los ingleses 8. El imperio 9. La masonería: Una lección de coherencia y pragmatismo 10. Goya: Un testigo de excepción 11. Colofón. “Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda, la malherida España, de carnaval vestida, nos la pusieron pobre, escuálida y beoda para que no acertara la mano con la herida” (A. Machado) 1) LA ENCRUCIJADA DE LAS DOS ESPAÑAS El adalid de la Generación del 98 no se refería a la época de Fernando VII sino a la, para él, más reciente, palpitante y por tanto, más dolorosa, del Desastre Colonial de 1.898. De haber buscado otra época paralelamente ignominiosa de la Historia de España para definirla con sus versos desgarrados, le hubiera bastado con volver la vista 70 años atrás hasta topar con la época de Fernando VII. No en balde ésta vino a poner las bases de aquélla y, a lo que se ve, de otras épocas sucesivas en el tiempo, igualmente negativas y azarosas, al punto que no nos alejaríamos mucho de la realidad si afirmamos que gran parte de los males que afligen a la España actual proceden del reinado del Séptimo Fernando y de la Época napoleónica . El drama arranca de la Revolución Francesa, hito histórico de tremenda repercusión, origen de la disociación de la conciencia nacional, de las dos Españas conflictivas, irreductibles e incompatibles entre sí, origen de los bandos de las sucesivas guerras civiles. No obstante, la unidad esencial de espíritu, tradición y destino reaparece en las grandes crisis históricas. Así, al unitarismo de la administración romana y la monarquía visigoda sucede la dispersión en reinos, condados y señoríos que vuelven a unirse bajo una misma bandera con Isabel y Fernando. Esta unión llega hasta Carlos IV y Fernando VII pero la abdicación de Bayona da al traste con el propósito. El rey Fernando, secuestrado, se convierte en El Deseado, símbolo de la unión entre todos los españoles, bien que, bajo su reinado, España pierde el Imperio y el poder aglutinante de la Corona, es decir, la conciencia nacional. Los rapaces gabachos vinieron a destruir muchas cosas, no sólo materiales. De todas, la presa más preciada fue, sin duda la unidad nacional, primera e irreparable víctima de la caída del Antiguo Régimen, definido por la identificación de la Iglesia con el Estado, del régimen con la Corona y de España con Hispanoamérica. Una vez más, ante la ausencia de poder central, surgen, al modo de los antiguos reinos, las Juntas Revolucionarias que declaran la guerra a los franceses por su cuenta. Sin embargo, pese a su condición de taifas, estas Juntas aún se sienten unidas por sólidos vínculos: la Corona, la Iglesia y el odio a los franceses. Todos los problemas de dos siglos se originan en la doble invasión de las armas y las ideas ajenas, de consecuencias devastadoras para el anhelado espíritu unitario nacional, de ahí que, en ese momento, comienzan a dibujarse las dos Españas antagónicas que llenan la historia del siglo XIX y gran parte del XX. Ya tenemos a los españoles divididos en dos bandos irreconciliables, en las dos Españas machadianas, las del guárdete Dios, como corresponde al carácter atrabiliario y maniqueo que nos es propio. La demasía y la exaltación hacen el resto. De esta primera división de cuño galo hemos evolucionado a múltiples facciones más o menos consistentes, graves si se quiere en lo político, lo económico, lo social y hasta en lo individual. Otras, las más, son pueriles, triviales e inanes al punto que dejan asombrados a los extranjeros interesados en el asunto ante el grado de estultez paranoide tantas veces teñida de incultura, superstición y obcecación Sobre esta base nacen liberales y reaccionarios, diestros y siniestros, bermejos y añiles, etc. Aquellos liberales constitucionalistas y absolutistas de ayer, han evolucionado con el correr del tiempo a cristinos, carlistas, isabelinos, moderados, progresistas, etc. Hoy, el alarde de calificativos es amplio. A los ya citados es preciso sumar fascistas, fachas, carcas, comunistas, rojos, socialistas, centristas, ¡españolistas!, esdrújulos (periféricos y centrífugos, extasiados autocontempladores de ombligo), etc. Una ceremonia de la confusión que viene a desembocar en el cisma reduccionista, artificioso, cainita, maniqueo, casposo y rancio de las izquierdas y las derechas, anacronismo que exhala un tufo decimonónico absolutamente detestable, bien que convenientemente aderezado y servido da de comer a muchos oportunistas. Es la encrucijada de las dos Españas, un concepto delirante y extraordinariamente preocupante. Hasta ahí llegan las consecuencias del nefasto reinado del Séptimo borbón. Diríase que de la escisión y la discrepancia hemos hecho un auténtico cuerpo de doctrina, cosa que nos lleva irremediablemente a la confusión y el embrollo. De ahí al conflicto no hay más que un paso. Tan inquietante situación, con los españoles dispuestos, alineados a uno y otro lado de la trinchera, cursa de modo patológico al modo de un absceso que, tras unos amagos, revienta violentamente en 1.936 en una atroz guerra civil, la más atroz de las guerras. Muy caro salió a España el precio de la ruptura, tanto más cuanto que, tras seis años de guerra terrible, desprestigiadas la Iglesia y la Corona, abatida la conciencia de unidad, muchos españoles de hoy aún se preguntan de modo ciertamente mostrenco qué es España, quiénes somos los españoles y a dónde vamos, interrogantes que varias naciones de Europa, más modernas que la nuestra (una venerable abuela de más de 500 años), jamás se han planteado y, si algunos lo han hecho, hallaron respuesta inmediata y adecuada. 2) LA ÉPOCA El reinado de Fernando VII muestra dos fases históricamente bien deslindadas cuyo eslabón es Napoleón Bonaparte. En efecto, existe un antes y un después del Gran Corso. Antes de la encerrona de Bayona, la biografía de Fernando se ve ocupada por las intrigas contra sus padres y el valido en pos del trono. La época postbonapartista viene dada por la asunción de la doctrina absolutista con todas sus consecuencias, es decir, la Década Ominosa (1823-33), la purificación, la cruel represión y el exilio o la eliminación física de sus enemigos, con el breve paréntesis del Trienio Liberal. Esta segunda época ha pasado a la Historia por ciertos dichos reveladores del ánimo popular. Así, la inefable declaración: Lejos de nosotros la pérfida manía de discurrir (emitida en 1.827 por el Claustro de la Universidad de Cervera), paradigma de la ínclita y nunca bien ponderada retranca hispana: la atroz ¡Trágala, perro!; la del ¡Vivan las caenas!, fiel reflejo de la indignidad y el vil sometimiento, y en fin, la desvergonzada y cínica expresión de Fernando VII: Marchemos todos y yo el primero por la senda constitucional. De la bienintencionada Constitución de Cádiz , instrumento mágico en su día que llevaría la felicidad a la nación, sólo cabe decir que, tras su abolición en 1.814, fue olvidada bien pronto. Hoy se la recuerda de modo un tanto irónico y populachero como La Pepa (de ahí el ¡Viva la Pepa!), por promulgarse un 19 de Marzo en nombre de Dios Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y por el tan inefable como conmovedor artículo que impone a todos los españoles la obligación de ser justos y benéficos (¡), simple e infantil deseo. Tras la tremenda y decisiva derrota naval de Trafalgar, el pueblo culpa del desastre al rey Carlos IV y al valido Godoy. Frente a ellos, las masas se alinean en torno al Príncipe de Asturias en el que ponen sus últimas esperanzas. El motín del hijo contra su padre inicia la convulsa historia sazonada con la maquinación de Napoleón, quien se proponía acabar con la dinastía borbónica, entronizar la bonapartista y trasladar la frontera de Francia al Ebro. Napoleón no concibe otra posición de España que la de absoluta sumisión. Ello da pie a una extremada violencia en un país orgulloso de su tradición. Uno de sus espías avisa a Napoleón: “Los españoles tienen un carácter noble y generoso pero son feroces, combaten llenos de furor y odio al invasor cuando de su libertad se trata (...) serán capaces de los más violentos excesos”. La aventura, tan funesta para España como para Francia, conduce a la división irreductible en las dos Españas machadianas, la debilidad del poder público y la disolución prematura del Imperio ultramarino. El Tratado de Fontainebleau, perpetrado entre Godoy y Napoleón, injusto y funesto, auténtico arreglo de pillo a pillo, no sirvió sino para abrir las puertas de España al ejército francés en marcha, se decía, hacia Portugal. Al parecer, el primero, abrigaba el deseo de convertirse en príncipe de Portugal. Hasta ahí llegaba la codicia del valido De inmediato, Junot pasa el Bidasoa con 28.000 hombres. Napoleón queda como dueño absoluto de España de modo que envía en calidad de virrey a Joaquín Murat, tan carente de talento como de escrúpulos. Sin embargo, ocurrieron los hechos de Aranjuez. Carlos IV ante tanta desdicha, amargado y despavorido, el día 19 de Marzo de 1.808 abdica la corona en el Principie de Asturias que comienza su reinado con el nombre de Fernando VII. Ningún príncipe ha sido acogido por su pueblo con un entusiasmo tan delirante y ninguno ha comenzado su reinado en tan terribles circunstancias. Con las tropas francesas en la Península, Napoleón convocó en Bayona a todo el elenco real, o sea al rey, la reina y a Godoy. A la ciudad francesa llegaron sin armas, sin defensa, sin garantías y sin pasaportes, como hizo notar jocosamente Bonaparte. Por su parte, el Príncipe, rey desde la revuelta de Aranjuez, se hallaba en Madrid vigilado por Murat. Era el momento de huir mas Fernando, en vez de partir hacia Cádiz, tomó la dirección de... Bayona. Serviles, los integrantes de la Casa Real comparecieron prestamente a la representación de la comedia montada por el corso. En la ciudad fronteriza, con la familia real prisionera de la potencia enemiga, se da el caso humillante de que una de las más altas coronas de todos los tiempos cambia hasta cuatro veces de sienes en unos días, tal si se tratara de un saldo, de una mercancía deleznable. Todo iba transcurriendo según el guión de Napoleón cuando surge un imprevisto en Madrid que lo echa todo a rodar. Es el motín popular que estalla el Dos de Mayo de 1808. El pueblo de Madrid espoleado por los agravios y las iniquidades de los franceses, irrumpe violentamente en la Historia y escribe una de sus gestas más gloriosas. Murat sofoca el levantamiento con tremenda crueldad, al tiempo que Napoleón ordena la sumisión de Fernando y la devolución de la corona a su padre. Éste se la traspasa gentilmente al Corso, quien a su vez se la coloca a su hermano José. La corona de España sometida a vil e insólito chalaneo. La familia real cae prisionera de la perfidia de L´Empereur. Fernando es enviado en calidad de rehén a Valençay desde donde felicita a Napoleón por sus victorias, lo que da idea de la catadura moral de El Deseado. “Todo ello era torpe e ingenuo como un juego de niños”, asegura el Marqués de Lozoya. España, la más fiel aliada de Francia, al punto que aportó y perdió su flota en Trafalgar, es invadida con engaño y alevosía. Napoleón con la trampa de Bayona, humilla y usurpa la Corona y ordena el saqueo sistemático de España. El General Marbot recuerda: fue el expolio más inicuo de la Historia Moderna. La Guerra (será un paseo) fue una pérfida locura de Napoleón que desencadenó seis años de gran crueldad y se cobró no menos de 400.000 víctimas. De ellas, cerca de 110.000 corresponden a sus hombres, muertos a manos de unos españoles a los que erróneamente se atribuía un débil valor humano y bélico. Más tarde, el Corso reconocería: “la invasión de España fue un error... Se puede vencer a una nación mas no a un pueblo”. 3) LOS PERSONAJES La de Fernando VII es época tan compleja como apasionante. En ella confluyen personajes variopintos y heterogéneos, cantados por Valle Inclán, Baroja y Galdós:. Entre ellos (gerifaltes de antaño, conspiradores, románticos, bohemios, aventureros, guerrilleros, militares, curas trabucaires, etc) cabe hallar desde el Gran Corso a los integrantes de la Familia real; de la intrigante reina María Luisa de Parma al inquietante Manuel Godoy; del genio de Francisco de Goya al estúpido Escoiquiz; de los heroicos Daoiz y Velarde al rey espurio José Bonaparte; del íntegro y culto Gaspar M. de Jovellanos al virrey Pedro de Cevallos; de héroes de uniforme como Palafox y Alvarez de Castro o sin él como Agustina de Aragón, Clara del Rey y Manuela Malasaña a héroes anónimos como los fusilados en la Moncloa; de capitanes, en los que la Madre en otros tiempos fue fecunda, como Castaños a eficaces e interesados ingleses como Lord Wellington; de personajes empingorotados y vanidosos como Joaquín Murat a víctimas de la idea como Mariana Pineda, Riego y Torrijos; de liberales exiliados como el poeta Blanco White y el sacerdote Muñoz Torrero a intelectuales afrancesados como Leandro Fernández de Moratín y a personajes populares como Andrés Torrejón; del aspirante al trono Carlos María Isidro, llamado a someter a un nuevo baño de sangre a la pobre España machadiana, a un Borbón Duque de Angulema, etc. Se trata de personajes extraordinarios y numerosos convocados por la Historia a la tragedia que sumiría a España en el desastre, la España que había ascendido a la cima y que a la sazón desciende a la sima por sus propios deméritos, la España que pierde su imperio forjado a golpe de heroicidad trescientos años atrás y que ahora tristemente deviene en lo que la Pardo Bazán define como flamenquería, guitarreo, cante jondo, bandoleros y retratos de Frascuelo o de Mazzantini. 4) FERNANDO, JOSÉ Y MANUEL Entre tantos personajes, si tomamos en consideración el poder acumulado en su mano, descuellan los reyes Fernando y José y el valido Godoy. ¿Conocemos realmente este trío histórico o es más justo intentar una nueva biografía?. Muchas y negativas cosas se han dicho del rey Fernando VII, a cuyo nombre el calificativo de felón ha quedado ligado para la posteridad. Diríase que su biografía ha sido escrita por sus enemigos. Para muchos autores es difícil hallar un personaje histórico más vil. Es el indeseable deseado. Así, J. Eslava Galán escribe:“Dios, además de hacerlo feo, lo hizo vil, falto de escrúpulos, rencoroso, miserable y abyecto. No añado felón porque lo usan casi todos los historiadores y no quisiera dar la impresión de que me dejo influir por ellos”. A juzgar por los datos históricos difícilmente se puede imaginar un ser tan nefasto. Ni el mismísimo diablo podía haber encontrado peor enemigo de la integridad y la estabilidad de España.. De ahí nuestro propósito de enfocar su biografía bajo un prisma más benévolo toda vez que el lado feo se halla harto trillado. Su madre, la reina María Luisa de Parma tuvo ocho hijos antes de él. Tras él, aún alumbró otros cinco entre los cuales se halla Carlos María Isidro, de triste recuerdo. Dícese que Godoy era el progenitor de alguno de estos vástagos (¿representado por Goya en “La Familia de Carlos IV”?). No obstante, E. Rúspoli, descendiente de Godoy, desmiente los amoríos de éste con la reina, afirmando que se trata de una calumnia difundida por el a la sazón Príncipe de Asturias, con tal de desprestigiar al valido. Infamia sobre calumnia. Se asegura que Fernando despreciaba a su padre y odiaba a su madre y a Godoy. Si a ello añadimos que a su preceptor, el canónigo Juan de Escoiquiz, calificado de odioso y estúpido, se achaca gran parte de sus defectos, hemos de convenir que nos hallamos ante un cuadro familiar poco recomendable, origen sin duda de que Fernando niño aprendiera a recelar y temer antes que a amar. Las cartas de juventud a sus padres denotan infantilismo, acaso retraso mental, tanto en la construcción del pensamiento como en la ortografía y la sintaxis: “Señora mamá mía: Heres mi pichona como dises y te quiero mucho y he llorado porque no beniste conmigo que estoy guerfanito de padre y madre” (sic) (M. de Lozoya). Pero si es cierto que odiaba a su madre, tales palabras revelan, además de doblez y disimulo, sensación de desamparo, tal vez temor infantil al castigo. Precisamente la reina escribía a Godoy en términos impropios de una madre: “¿Qué hacemos con esa diabólica sierpe de mi nuera y con el cobarde y marrajo de mi hijo?”. Su suegra no es más amable: “tonto, ocioso, mentiroso, envilecido, solapado...”. En cambio, superada la adolescencia, se mostró inteligente y culto, de trato amable y encanto personal con las damas pese a su exiguo atractivo físico. Es justo recordar que, interesado por la cultura, inauguró y se convirtió en regio mecenas del Museo del Prado, la institución cultural que mayor gloria y renombre universal ha dado a España. Inicialmente contó con la adhesión fervorosa del pueblo La entronización fue indescriptible, no igualada antes ni después, tal como relatan Mesonero Romanos y Alcalá Galiano, testigos presenciales ambos. El primero escribe: “Desde el balcón de mi casa de la Calle Mayor esquina a la de la Caza pude contemplar aquel solemnísimo suceso en que un pueblo delirante, ebrio de entusiasmo, en un vértigo de pasión e idolatría, recibía a su monarca en quien ponía todas sus esperanzas”. Cabe afirmar que pocos soberanos se han visto desde la cuna en tan difíciles circunstancias y han comenzado su reinado en momentos tan terribles. Anulado por sus padres y por el favorito en un ambiente de maledicencia e intriga, más tarde ha de desenvolverse ante un tirano amoral y todopoderoso para quien todo es lícito si redunda en su propio beneficio. Inmerso en una cruel guerra, no le fue fácil su propia supervivencia en un entorno de máxima depresión moral, económica y cultural por la que haya atravesado país alguno. Por su parte, José I Bonaparte, fue el primer rey constitucional de España. En 1.808, recibió, tras la abdicación de Carlos IV y la revocación de Bayona, la corona de España y Las Yndias de la mano de su imperial hermano. Durante su corto reinado, amparado en el Estatuto de Bayona (no Constitución), convencido de su trascendencia histórica, luchó por reafirmar el progreso y la libertad. La idea actual que de él tenemos es por completo peyorativa. Criticado e insultado en poemas y coplillas despectivas del pueblo llano, se le conoce antes por sus apodos, que por su nombre o título dinástico: El Intruso, Pepe Botella, Pepino, El rey Plazuelas, el rey de Copas, etc, alusivo éste a la adicción al alcohol, siendo así que era abstemio. Convencido del Nuevo Orden, activó la abolición del Antiguo Régimen, prohibió la Inquisición, veló por la unidad nacional, suprimió las órdenes Militares y las Congregaciones religiosas cuyos bienes fueron nacionalizados. Incluso ocupóse de diseñar la urbanística del Madrid moderno, de ahí el apodo de Plazuelas. Sus objetivos de reforma no alcanzaron el éxito a causa del trío de enemigos jurados: la Junta Central, las Cortes de Cádiz y los guerrilleros. A todo ello se unían las graves dificultades económicas originadas por los gastos de los ejércitos de ocupación, circunstancia que el pueblo, arruinado y humillado, jamás perdonó. En la conciencia de los españoles ha sido relegado al último plano histórico en la medida en que, por encima del talante renovador, su papel no fue otro que el de agente de su hermano y garante de la incorporación de la Península al Imperio. Su reinado vino a legitimar la pérfida invasión a cargo de la Grande Armée con no menos de 120.000 hombres. Junot en 1.807 ya había pasado el Bidasoa con 20.000 hombres “camino de Portugal”. Más tarde (Enero 1.808) Moncey penetraba con 30.000 hombres hacia Valencia. En Febrero se adentraban los contingentes de Darmagnac (10.000 hacia Navarra) y Duhesne (15.000 hacia Barcelona) y, en fin, 50.000 más en Marzo hacia Madrid, encuadrados en el ejército de Murat. De este modo, la sublevación del Dos de Mayo se produce cuando Napoleón ya tenía en España un fuerte contingente militar a las órdenes de José, un rey sometido a la política napoleónica, un rey imposible antes que intruso para España, expresión de lo que pudo haber sido pero, de ningún modo, podía ser. Tras las derrotas de los galos en Los Arapiles y Vitoria se vio forzado a evacuar Madrid y, más tarde, España rumbo al exilio en Estados Unidos. De allí pasó a Florencia, donde falleció olvidado de todos. De la biografía de Godoy podría escribirse un voluminoso capítulo de la Historia de España. Bástenos apuntar que se trata de un Grande de España, Gentilhombtre de Cámara, Duque de Alcudia, Conde consorte de Chinchón y, en fin, Príncipe de la Paz, títulos todos concedidos por el rey...o la reina. 5) EL PUEBLO. LOS GERRILLEROS. La guerra de desgaste Al evocar al pueblo español de la época, en gran modo humillado, esquilmado, sumido en epidemias y la hambruna general, no sólo es preciso referirse al espontáneo levantamiento popular en Madrid, Zaragoza o Gerona, sino también a los guerrilleros toda vez que éstos procedían del propio pueblo en armas contra el invasor. Junto a los ejércitos regulares vencedores en Bailén, Los Arapiles, Vitoria o San Marcial, surgieron multitud de grupúsculos o partidas dispuestos a la lucha sin cuartel, precursores de los actuales guerrilleros. Para muchos historiadores fueron la causa principal de la derrota gala o al menos el gran movimiento popular que contribuyó decisivamente a la victoria. España convirtióse en avispero y úlcera que corroía el imperio napoleónico en una guerra irregular que desmoralizaba a los mandos galos y hacía precarias las conquistas, al punto que sólo podían considerarse dueños del terreno que pisaban. El guerrillero era sinónimo de valor anárquico, capacidad de resistencia e improvisación. Sus tácticas se reducían al hostigamiento continuo, la emboscada, ataque y rápida huída, con tal de dividir los efectivos, minando de paso la moral del enemigo y desorganizando sus sistemas de abastecimientos y transporte. Era un tipo de lucha pionero del moderno concepto de guerra de desgaste, de tal modo que mantener abiertas las rutas a la frontera costó más bajas a los galos que los propios combates en campo abierto contra tropas regulares. La acción de las guerrillas fue decisiva, al punto que Lydell Hart asegura que tratar la Guerra de Independencia como una crónica de las batallas de Wellington o Castaños, es quitarle su verdadera significación. No es aventurado afirmar que en seis años de guerra, antes que choques frontales entre ejércitos, se dieron muchas más pequeñas operaciones dispersas, erráticas, por toda la Península. Su actividad era incesante: convoyes atacados sin tregua, correos asesinados y terribles represalias eran la respuesta de las guerrillas populares azuzadas por el clero. “Si no puedes matar franceses de uno en uno, matarás los que podrás”, azuzaba desde el púlpito un arriscado y, a lo que se ve, iletrado clérigo. Pérez Galdós, en sus Episodios Nacionales, no regatea elogios: “eran ejércitos espontáneos nacidos en la tierra, perfectos conocedores del terreno, organizaciones surgidas por milagroso y puro instinto”. El Marqués de Lozoya define a los guerrilleros: “Perfectos conocedores del terreno, contaban con el apoyo de la población rural, hacían imposible las comunicaciones, destruían los convoyes y eran el terror de los afrancesados”. El General Blake anota: “su estrategia era la de atacar siempre y no entablar jamás el combate. Desaparecían para caer sobre nosotros de improviso... nos hacían un mal incalculable, parecía imposible anularlos, se fundían con el terreno, reaparecían enseguida...” Para Menéndez y Pelayo “son figuras dignas de haber sido historiadas por Plutarco... (era) una guerra avivada y enfervorecida por el espíritu de los humildes y pequeños, acaudillados y dirigidos en gran parte por el clero”. Artola resume: “un ejército invisible se extendió sobre la casi totalidad de la España ocupada... era una lucha continua de asechanzas y emboscadas sin descanso ni interrupción”. Para F. Soldevilla se trataba de levas organizadas por las Juntas Provinciales con gentes ayunas de instrucción militar y disciplina, con jefes improvisados, hombres del pueblo heridos en lo más hondo de sus sentimientos e impelidos por el patriotismo, la libertad, la defensa de su rey, de su religión y la venganza ante los desmanes de los franceses. Formaban en las partidas clérigos exaltados (El Cura Merino), guerrilleros señeros como el Marqués de Atalayuela, hombres de carrera como El Médico, militares (Morillo, Díaz Porlier) y otros que adquirirían destreza en la guerrilla (El Empecinado, Mina, El Charro, El Chaleco, Jáuregui, Longa, Villacampa, Renovales). En Cataluña lucharon el Conde de Llobregat, Miláns del Bosch, Clarós, Gay, Rovira y otros. Es fama que Francisco J. Castaños en Bailén opuso al ejército vencedor de Austerlitz, Marengo y Jena, una abigarrada turba panchovillesca de fieros y zarrapastrosos guerrilleros, currosjiméneces trabuco al brazo, empecinados, curasmerinos, rudos vaqueros y garrochistas de bravo, majos gaditanos, andaluces-de-Jaénaceituneros-altivos, cortijeros, aparceros y terrajeros, españoles todos, hartos de la infamia de los gabachos. Castaños, sin perifollos ni ringorrangos en la charretera, con una venda ensangrentada en la frente por todo tocado, abate y despluma las imperiales águilas. Asimismo, esta horda irregular se mostraba extraordinariamente tenaz en la defensa de las ciudades, tal Agustina y Palafox en Zaragoza, circunstancia imprevista que inmovilizaba grandes contingentes galos y dificultaba las operaciones en el resto de España. En Gerona distinguióse Álvarez de Castro en ocasión en que Lejeune plasmó en el lienzo a aquellos desharrapados paisanos, frailes y mujeres combatiendo de modo implacable frente a los elegantes uniformes franceses. Los campesinos, amén de ocultar y aprovisionar a las partidas ponían de su parte lo que buenamente podían. Así, se asegura que los mozos de Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real), cuna de los prestigiosos toros jijones, una de las castas primigenias de la cabaña brava española, condujeron una punta de ganado hacia el ejército de Dupont, camino de Bailén. A la vista del mismo, los vaqueros azuzaron a las fieras reses hacia el campamento causando grandes destrozos y el consabido pánico entre los atildados gabachos. Más aún, se dice que en La Mancha no quedó un solo pozo sin su correspondiente francés en el fondo 6) LOS AFRANCESADOS : ilustrados, liberales y progresistas El término afrancesado fue acuñado para definir a personas más o menos influidas por las ideas de la Ilustración y la Enciclopedia, pero también a las que, bajo la dominación francesa, juraron fidelidad a José Bonaparte y ocuparon cargos colaborando con los invasores. De ahí los términos colaboracionistas, josefinos, traidores, juramentados, adictos al gobierno intruso, etc. Más tarde multiplicóse el número de éstos al exigírseles a todos los funcionarios militares, civiles y eclesiásticos la jura de obediencia, cosa que hicieron al no poder sustraerse a las presiones, al miedo a la represión, al medro personal y a la necesidad de sobrevivir. Juraron a José Bonaparte con tal de mantener su status social. Pese a ello, fueron severamente depurados. Se calcula que de estos funcionarios colaboracionistas existían no menos de dos millones, en tanto que los afrancesados convencidos no pasaban de doce mil. Intentaron difundir la filosofía del Siglo de las luces basada en la razón y en el espíritu de la Enciclopedia. Preconizaban la necesidad de llevar a cabo reformas sociopolíticas en la enseñanza, el derecho y la religión (recorte de poderes e influencias) con tal de salvar a España de su retraso social y económico. Rechazaban la guerra contra Francia en parte para evitar el alzamiento en el Imperio americano. No pocos acabaron rebelándose contra el francés Para J. Mª Jover Zamora: “Es preciso situarse en 1.808 ante el inmenso prestigio de Napoleón. El clero, la nobleza y la burguesía veían en él al restaurador del orden, al pacificador de las conciencias, incluso aducían que la nueva dinastía bonapartista era tan francesa, o sea tan legítima, como la borbónica”, de ahí que el cambio de dinastía no era óbice para sus fines. En cambio, el pueblo mostraba una y otra vez su repulsa a la invasión y a las nuevas instituciones políticas. Padecieron la incomprensión de sus contemporáneos y la represión. Tachados de traidores, entre ellos se hallaban algunas de las mentes más preclaras de la época. La Junta Central en las zonas liberadas los tachaba de “proscritos ingratos a su legítimo soberano, traidores a la patria y acreedores a toda la severidad de las leyes”. Se dieron casos de linchamiento por sus propios convecinos, venganzas personales y denuncias así como la expatriación con sus familias de cargos políticos, ministros, eclesiásticos, nobles, militares, embajadores, etc. Muchos acabaron sus días en el exilio, otros volvieron con la Constitución de 1812. Algunos, amnistiados por el Pronunciamiento de Riego, hubieron de retornar al exilio en 1.823 cuando, apoyado en los Cien Mil Hijos de San Luis, Fernando VII volvió a suprimir las garantías constitucionales. Los intelectuales e ilustrados (Goya, Jovellanos, Floridablanca, Blanco White, Lista, Carranza, Cabarrús, Reinoso, Urquijo, Leando F. de Moratín, bibliotecario del rey José, el obispo Félix Amat, el historiador Juan A. Llorente, el escritor y magistrado Juan A. Meléndez Valdés, etc) se decantaron por el afrancesamiento en la medida en que abogaban por la europeización y la ilustración. Creyeron hallarse ante la oportunidad de regenerar la nación aún al precio del cambio dinástico y de profundas reformas sociopolíticas. Sin embargo, el divorcio entre las elites y el pueblo llano era total. Así, el concepto constitución apenas tenía sentido para un estrato social con el 95% de analfabetos, soporte del “¡Vivan las caenas!”. En Cádiz se darían cita los diputados liberales (Argüelles, Muñoz Torrero, Nicasio Gallego, Martínez de la Rosa) padres de la Constitución de 1.812, la famosa Pepa, cuyas líneas directrices están dictadas por la dignidad y el humanismo: abolición del feudalismo, la esclavitud y la tortura, libertad de imprenta, reconocimiento de los derechos humanos y supresión de la Inquisición. El Pronunciamiento de Riego pareció prestar garantía y solidez a la situación, mas todo fue un sueño. Fernando VII, apoyado paradójicamente por un ejército francés acaba con el sueño liberal y establece las dos Españas machadianas. Para muchos ahí reside el origen del atraso político, económico y cultural que España arrastra, al punto que llegan a preguntarse si no hubiera sido mejor la victoria francesa. Son los que oponen el absolutista Fernando VII al culto y reformista José I. Ahora bien, una vez comprobada la perfidia de Napoleón, muchos afrancesados acaban rechazando al invasor porque entienden que ha dejado de representar los tan anhelados ideales ilustrados, liberales y progresistas. Es el caso de Jovellanos, Goya y otros muchos, equiparable al de Ludwig Beethoven quien, por el mismo motivo, renunció a llamar Napoleónica a su Tercera Sinfonía. 7) LOS INGLESES La hostilidad de Inglaterra hacia España arranca cuando ésta sube al podium mundial (en el mismo momento en que Isabel y Fernando conforman la unidad nacional) y, por supuesto, cuando Colón pone el pie en América. De nada sirven los fallidos matrimonios de Catalina de Aragón con Enrique VIII y de Felipe II con su tía María Tudor. Celosa del poder naval español, Inglaterra no ceja durante siglos hasta librar el choque frontal de Trafalgar, en el que Nelson consigue destruir las flotas enemigas unidas por el Pacto de Familia. Concluye la hegemonía naval española. Es un punto de inflexión clave en la Historia, de tal modo que es preciso considerar el Imperio Español antes y después de Trafalgar; un imperio que se extiende durante 300 años, desde Tenochtitlán y Cajamarca en los inicios del S.XVI a Trafalgar en los del XIX. Inglaterra no vio en la Península otra cosa que un campo propicio para combatir al francés, a la sazón máximo enemigo. La potencia insular, siempre celosa de los poderes emergentes en el Continente, asiste con recelo a la expansión bonapartista. Con tal de socavar el poderío galo, no vacila en alinearse con España apenas transcurridos cinco años de Trafalgar. Ello avala la teoría según la cual Inglaterra no ha sido el enemigo secular y natural de España (si acaso, oportunista u ocasional) sino Francia, ya por razones geográficas, ya dinásticas, ya de influencia política. Personaje clave en el juego británico es Sir Artur Wellesley (Lord Wellington), sin duda el inglés que ha quedado más sólidamente unido a la Historia de España. Ya en 1.808 obliga a Junot a abandonar Portugal (Capitulación de Cintra)... en naves lusas. Una jugada maestra. Los ingleses aportaron un ejército no muy numeroso pero bien armado y disciplinado con magníficos mandos y un caudillo, Wellington, el único, junto a nuestro Castaños, capaz de enfrentarse a Napoleón al que derrotaría definitivamente en Waterloo. Viendo en él al libertador, el pueblo español lo aclamó con delirio en varias ocasiones, bien que para el inglés los españoles dejaban poco que desear: “Hacen sus ejércitos con una cosa que llaman entusiasmo pero eso no produce armamento, disciplina, vestuario ni provisiones”. El lord olvidaba que, gracias a ese denostado entusiasmo y al patriotismo de esos desharrapados, pudo mantenerse en la Península con sus 30.000 ingleses frente a los 150.000 franceses. Nada más producirse la derrota de Napoleón en Vitoria, los ingleses vuelven a lo suyo, no otra cosa que el fomento de la emancipación de los Virreinatos americanos. Así, Wellington, haciendo honor a la acrisolada doblez británica, al tiempo que elogiaba a los mexicanos insurgentes, aconsejaba al rey para que pusiera al general Morillo al frente del Ejército que zarpaba hacia Venezuela a sofocar la rebelión criolla. Se da el caso curioso que Morillo tuvo que luchar en Venezuela contra sus antiguos compañeros de armas de procedencia británica en la guerra peninsular. Alguna vez, incluso, el lord inglés intervino para suavizar la represión contra los liberales, lo que da idea de su talento y del ascendiente que llegara a alcanzar cerca del rey. Muestra de ello es la concesión por parte de éste de un señorío en la vega de Granada, más el título de Vizconde de Talavera, concedido tras la victoria en Los Arapiles (1.812). 8) EL IMPERIO Entre tanta confusión y caos no es extraño que la Corona se desentendiera de las Españas de América. A la muerte de Fernando VII, de aquel vasto imperio forjado a golpe de gesta y heroísmo en el S.XVI. por los cuatro julioscésares y los más de cien stanleys (Charles Lummis), sólo quedan Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Objeto de chalaneo, habían sido mal vendidas La Luisiana (1803) y La Florida (1819), allá donde Ponce de León y Hernando de Soto buscaron El Dorado y la Fuente de la Eterna Juventud. Dicho queda que las consecuencias directas de la invasión napoleónica fueron la disolución del Estado, la degeneración de la Corona y la insurrección americana. Invadida, traicionada y a pique la escuadra, España da la espalda a su Imperio. De ello se aprovechan, pese a que los dos grandes Virreinatos se mantienen inicialmente fieles, los caudillos de la Emancipación: Bolívar, San Martín y Sucre en Ayacucho, Junín, Boyacá y Carabobo. Se envía a Morillo hacia Venezuela (1815), mas, derrotado en Boyacá ha de volver a España. Cuando Fernando VII decide enviar a Riego al mando de una flota de socorro destinada al Plata, éste obediente a la masonería de corte británico, enemiga por tanto de los intereses españoles y en connivencia con los líderes de la emancipación americana, se subleva en Cabezas de San Juan (1.820) y queda en tierra. El imperio se hunde definitivamente en 1.898. La pérdida se convierte en una nueva y profunda decepción para los españoles, toda vez que aquellas tierras entrañables no eran colonias sino provincias de acendrado patriotismo, al punto que Bailén se celebra allá como victoria propia. Bolívar es expulsado de Venezuela por el asturiano Boves y sus aguerridos llaneros, mas los insurrectos, ante la inoperancia, desorganización y caos de la metrópoli tienen ocasión de rearmarse y plantear las batallas definitivas en Carabobo (1.821) y Ayacucho (1.824). De ésta última batalla, cabe decir que no fue sino un despliegue simbólico de tropas carentes de la más mínima voluntad de combate, toda vez que existían miembros de la misma familia en ambos lados. Se permitió a los hermanos darse un abrazo sobre el mismo campo; a continuación hicieron lo propio los mandos y allí acabó todo, tal como procedía en una guerra fratricida indeseada y en la que ya estaba todo decidido. 9) LA MASONERÍA: Una lección de coherencia y pragmatismo. Para R. De la Cierva y S. De Madariaga la masonería y otras sociedades secretas se alinearon en el bando liberal, alentando tanto a éstos como a los rebeldes americanos. El apoyo procedía de las activas logias inglesas, natural y exclusivamente favorecedoras de los designios imperiales británicos tanto en la Península como en Hispanoamérica. Así, la sublevación de Riego, de claro matiz masónico, abortó la ayuda a los Virreinatos fieles a la Corona y forzó a Fernando VII, confinado en Cádiz, a aceptar el Trienio Liberal (“marchemos francamente y yo el primero por la senda constitucional”), En la actividad británica parece existir una clara discrepancia toda vez que, si los ingleses de Lord Wellington apoyaban el absolutismo en la Península, en cambio en América se esforzaron por promover con todas sus fuerzas el liberalismo y, con él, la emancipación. Mas no hay tal discrepancia. Los británicos, masones o no, son ante todo y sobre todo británicos, de modo que sirven exclusivamente los intereses de la Unión Jack cualquiera que fuere el propósito de su lucha. En la Península combatían a Napoleón; en América al Imperio español. Una lección de coherencia y pragmatismo. Formaron en la masonería Argüelles, Mendizábal, Jovellanos, Ceballos, Castaños, Porlier, etc. Su programa, en síntesis, predicaba la libertad de pensamiento, la inquietud intelectual, la modernización de la sociedad, el liberalismo, el fomento de las ciencias y de la razón. Napoleón no era masón pero se apropió del aparato de la sociedad y la transformó a su antojo. Nombró Gran Maestro a su esposa Josefina, a su hermano José, a su cuñado Joaquín Murat y a sus mariscales André Massena y Lefèvre. De la Cierva asegura que en las logias masónicas hallaron acomodo muchos príncipes de la milicia (Riego, Torrijos) al menos hasta 1.936 y que, en el momento actual, la masonería se halla identificada, a confesión de ambas partes, con la Internacional Socialista. Por su parte, Madariaga afirma que las logias brotaban básicamente en el seno de las comunidades judías, cosa que añade un curioso elemento más al de ya de por sí enmarañado panorama. Vean de qué modo esta combinación judeo-masónica evoca aquel manido contubernio que tanto juego diera al General Franco. 10) GOYA: un testigo de excepción: No es posible tratar de la época de Fernando VII sin evocar el genio de Fuendetodos. Gran figura de la pintura universal y gloria del arte de España, su obra, basada en la aguda captación de la realidad, profunda, renovadora, soberbia y genial, distinta a todo lo anterior y no igualada por ningún otro artista. constituye un decisivo testimonio de incalculable valor como documento histórico de una agitada época de la histórica. Cronista excepcional, narra la barbarie y las miserias en una crónica viva de la guerra al tiempo que fustiga a la sociedad, la Iglesia, la superstición y los desmanes de la Inquisición. Padre del expresionismo, Goya que ya había hecho historia con La familia de Carlos IV (1800), nos legó con su pincel una lección histórica como no lo hubiera hecho la mejor pluma. No falta quien aventura que éste y otros cuadros exhiben de algún modo la inclinación liberal del pintor, toda vez que plasma de un modo implacable el profundo desprecio del pintor hacia el rey, la fealdad de la reina María Luisa, e incluso el abominable parecido (sic) de un determinado infante con Godoy. Prestigio universal poseen la Carga de los mamelucos y los Fusilamientos de la Moncloa, así como los Horrores y Desastres de la Guerra, escenas plasmadas con toda crudeza y expresividad en las que el artista capta de modo insuperable el odio, la violencia y la abominación. El alzamiento del Dos de Mayo en Madrid no pasó de motín popular; sin embargo tuvo una inmensa transcendencia histórica, no tanto por su significado como por la intervención del genio pictórico de Goya. Gracias a él, España cuenta con la mayor iconografía monotemática conocida. Mas de nada le sirvió convertirse en pintor de la Corte. Los horrores de la guerra le afectaron profundamente tato más cuanto que, partidario de la renovación y el progresismo, sufre ante la España humillada y saqueada por aquellos que se decían sus salvadores. De ahí nacen El Dos y El Tres de Mayo, obras maestras de la Historia del Arte. Incluso nos legó un soberbio retrato de lord Wellington en uniforme de gala, de gran profundidad psicológica. En 1.815 hubo de comparecer ante la restaurada Inquisición a causa de “La maja desnuda”, acaso para explicar al tribunal cómo y dónde logró el original de tantas morbideces. Llevado de su talante liberal y progresista, tras el Trienio Liberal, sufrió persecución inicua y hubo de exiliarse en Burdeos, donde muere en 1.828, no sin antes dejar una gran obra pictórica en la ciudad francesa. 11) COLOFÓN Sólo un español es capaz de plantearse si hubiera sido preferible la victoria de Napoleón. Mas la repulsa a la invasión gala vino de la airada mano del pueblo impulsada por la insidia y la vileza de aquellos que decían traer la ilustración y el progreso, ese pueblo, acaso inculto y atrasado, mas portador de un insobornable anhelo de libertad. Se suele olvidar que los ejércitos napoleónicos venían a implantar la libertad obligatoria tal como preconizaba cínicamente Rousseau: “El Estado les obligará a ser libres” García de Cortázar se lamenta de que en España la revisión del pasado levante ampollas, en vez de avivar la conciencia y el orgullo nacionales. La fecha de 1.808 para unos supone la fallida puerta de entrada de España a la modernidad, para otros se trata de una manifestación de unidad y patriotismo en la medida en que la oposición a los invasores se llevó a cabo sin diferencias entre andaluces, castellanos, catalanes, vascos, etc. Todos lucharon imbuidos de un indiscutible sentimiento nacional. No se levantaron contra la Francia del progreso sino contra el usurpador imperialista y a favor de sus derechos civiles y la libertad. El propio Napoleón reconoció: “Los españoles en masa se comportaron como un hombre de honor”. - FIN – Abril 2008