Madrid, viernes 20 íe Mayo de 1904 uisr iTlíl l o s misterios del Hipaotismo revelados El íS'ow Yiirk Iiistitiití'. uf Scioriüp» <io SooheBtDr, nuabfl de piihlin&r nnn notiitiili^imu olim sobro el Hipnotismo, o\ Kftgnotismii perMonal, v !« CórRción mftg-iiótiofi, E» irnludnliloíiiBiito ol triitado mus (lotnTlaUo y Eorpromlonto oii su K*"'lloro q u e hftsta el ilirtlin visto lalnz. T.osDiroctoreshau decidido fai-.ilitjir, por tiempo Umitadn y i;ratuitHmBnto, u n ojemlilar 11 toda porsoiUL qiR'ae intorraa forniiUmonte por ostns inarKvillosas cloncüiB. Kate Hlirosíj dpbo i'i la p l u m n del míia ominanto ospeciaVistii ilol m u n d o on liipnotisiiio. Cada cwnV pndríi desdo alioni a p r e n d e r en a u c n s a y sin desomliolso nl(funo loa Bourotosdi:! hipnostiamo y dol magnotiamo personal. PECHOS.-SU DESARROLLO Y BELLEZA t a s aeüoraa q n o doaeen alcanaar dlclias oír ounstancias E t í DOS MJSES.iasl como las q n o qiiioraa aso¡;nrar u n a l a c t a n c i a útil i los Intantea Biii DETIUMKSTO DK Sn.SAi.ilu T BKl.tK7.K PLÁSTICA, deben uFiar lO-f P I L Ü O K A S CIHCASIATÍAS DEL DB.. P E E D I Í H U N . Do eran Axito on Alon-ania. Precio; 6 pías, frasco. Para ol mismo fin TÓPICO CmOASIANO, iiodoro90 inedicamentn e s t e n i o , IG poaotaa frasco.— Barielnna: A b i n a . Pasaje doí Crédito •!.—Madrid: P . Gaynso, AronalS.—Valuncia: Itijosdo IJIna Cuesta, Droffueria do San Antonio.—Zaragoza; J o r d á n , p l a z a Morcado, I-' TIK-NAY (El payaso InlmitatilB) Preciosa novela, de E d u a r d o ZamacoÍ8. Pi'Ocio: 2 pesetas en rústica y 3 eucuadernada. Taller de Fotograbado do Casalundaila en m M. JOARIZTI C o n s e j o d e C i e n t o , 2 8 9 y U n i v e r s i d a d , 19 — EL SECRETO DE PODER. LA. CIENCIA DE 5 A L U D • Y DEL MISTERIO DE LA VIDA. NEW YORK INSTITUTE OF SCIENCE.BOCHESTER, N. Y,, u.Í: A . Kl liipiiotistn > robustoce la monioria, desiirrollii unn. vO' l u n t a d férrea, (•nntliiito la tiiuido^. reanimii. la OHpormizn. ost i m n l a laUmbiciúu y el propósito dealoaiiKar o! ó \ i t o , y proc u r a os» coiilianiift on Blmiamo q u e os h a t o oaptiut'a do oíiii(;nr Á los doniiva n nproiíiaroa on vueatro j u s t o valor. E s t a e i ú u c i a da la clnvQ do los miia ocultos socrotos do la invostijinción del ponBaniioiit.fi y pormitfl investigar d& u n modo absoluto los ponaamiiiiitOK y las aiMiionOB do loa demás. Quion lloguo'il camproudor eat:) liormuaa uiencía, tan liona do ciisteri'oa, podrú i m p l a n t a r i'u ol espirita <lo lox domiia siicnstianua qno aoráti ubedi^ui las u n día y aún u n año doaptióa. F o (Irriii ourarao onri'L'in'Bdados, y hnc.or do3(iparoi;or malas cosliimbroa, tanto en nim mÍBino, oouioon loíi demás. L'odrñ. curar: e 1)1 insomnio, el uorvoaiamo y la fatiga consluiiieiito al excoso do trabaju vn loa ne¡{nclos 6 en la vida )irivada. C IR lina Kobk mirada liodrói)' bipnotizar instanláncmuente Alas ^ídntoa, I'L vimstrn uapriclio Bin qiio st) api'rciban, y arraatrarlag irrcii^tiblemento i a o g n i r vuestra voluntad. PoilróiR dpsiirrülbir hasta u n grado maravilloso, todo lalontii múaii.o ó d.raiiiái.ii'0 quo aciisn poscaia; obtoüor a n m e u t o <ie •iioldn: (k'-iarrollar vuestro poder tolnpAtiro i'i do clrn-[\i U-líela: liiU'er pñbliiNiiuontO expi'rietioias litiiri-'itiLMiB de un cafíu'tpr rtiiiri'Htivo al par iiiio siii'itroiidente: [iriicuraro'' ol ulijetu y iHtV'uistail "hiriidora <li' i^iiioii o.i piire/.cji; p i w e n i r o s coritm la ioünnnoiii d.> ION liiimiis: obti'iii'r psiiu'.cntps re.tuiladiiH ílnauuiurOB y ili-^'iii' ñ -^IT I'II viLeXlt'j püis iiuu pcrsjuuli~ liad initnyonto. , Kl <Now York l u .Kf.;fca of -Suienco*' pnede c i r a n t i z a r o s uno aprenderéis Boeroton q a o os p e r m i t a n «IcanKar todo lo expuesto. £ a la oscuela do hipnetiamo mhs ímportanto del m u n d o y sus ¿xitoa no tienen rival. Está e o n s t i t u i d a IÍOM arreglo a las teyos de los Estaifos-L'iildoa, y isnmplo toilas sns prnmoaa.3 con l a formaliilad máa absoluta. Si doíieilia obtenor lili i'jomplar do au libro «ratnito o» basta enviar (sin dinero) vuestro n o m b r e y aeüas en u n a tarjeta postal do 10 céntimos A, «ThoNew Y o r k l n a t i t ito of Science», ü e p t . (.73. f.'.,Ilenheatar. N . Y., (E. U. do A.J. r lorpcibiréia franco tV vuelta <lo corroo. Como 80 h a publloiul:) Ga e&pafiol, italiano, fraacóa, alem á n 6 inglís, pu!?dc p o d i n o on la longnn (pío mejor convenga. • BARCELONA IITIB» BU¿»AL ILüSrSADA FBE0IO8 BE SUSOBIPUION [P&QD UTICIFADO) Interior de Uadrld.—ün 9IV0, . . . Provlncliba 7 Fortnaal.—3elH meaes. Id. id. - U n ftflo. . . Extranjero.—Bele moses Id, ünaño 14 posetas, ti • 11 • 6 francos 12 LAS SÜBDBIPOIOHBS PÜEDSK HA.OBHBH EH U A D R I D ; M e s o n e r o U o i n a n o s , 10, ó e n B A R C E L O N A : Calle V a l e n c i a , 276 y 277 La novela más sensacional, m á s intereaaqte y máa humana de las escritas por el fecundo y brioso literato Eduardo Zainacois es sia duda alguna la que lleva por título MEMORIAS de una CORTESANA En elln á más de dar gallarda muestra de au estilo, prueba Zamacóis el conocimiento profundo que tiene de ia compleja psicología del corazón de la mujer. M e m o r i a s do unii C o r t e s i m a ea la obra de un escritor que tiene clara idea de la vida, y que sabe penetrar en lo más recóndito de la conciencia humana. Dicha obra consta de doa tomos á ITNA pes e t a cada uno. A\n vil VIDA GALANTE ivCn. «88 La semana Una revista alemana de medicina inserta un bien documentado artículo demostrando cómo el número de enfermos de erotomanía ó satiriasis, aumenta fabulosamente de aQo en año. ¿Por qué?... • Ea difícil precisarlo. Acaso obedezca esto á la rela- jación ó licencia de las costumbres modernas, ó más bien, y creo es lo probable, á lo inacoesibles que la mayor parte de los placeres, aun aquellos más inocentes y modestos, son á los limitadísimos recursos del pobre. Y abonan estas dos opiniones el heclio cierto de que la satiriasis se desarrolla principalmente entre los aristócratas libertinos, hastiados de deleites, y los miserables que, no pudiendo suministrarse las honestas alegrías que procuran una representación teatral ó la lectura de un buen libro, consagran al goce carnal, todas aquellas energías que, á poder, hubiesen dedicado á otras ocupaciones de más honrada índole. Esto ocurre fatalmente: el hombre es una especie de pila eléctrica ó de máquina infernal, que necesita echar fuera aquella sobra de vigor que un exceso de trabajo asimilativo acumuló; y esta necesidad la satisface de cualquier modo, ó matando cuando su mucha vitalidad se traduce, en ira (como le ocurría á Benvenuto Cellini) ó arrojándose sobre la primera mujer que, voluntariamente ó no, se ofrezca al zarpazo de BU deseo. Los "sátiros", pululan por todas partes, es pecialmente por los pueblos y en los alrededores de las grandes ciudades. El sátiro del bosque Vincennea, llegó á violar ocho niñas en un día; las sorprendía en el campo y, luego de atarlas sólidamente, aplacaba sobre ellas sus peores instintos. En Burdeos, otro sátiro atropello a una pobre mujer de setenta y dos años, criada de un médico, arrojándola después contra el suelo arrastrándola por los cabellos y golpeándola hasta dejarla sin conocimiento. Un individuo, atacado del mismo furor, violaba no ha muchos días en Marsella á una linda joven, hija de un jardinero, colocándola en la posición que tenía la desgraciada María Bigot cuando recibió la muerte... *" Recientemente, un periódico francés ha abierto una curiosa información invitando á las señoras á dar su opinión acerca del con- cepto que tienen de la satiriasis y de los sátiros. Muchas han respondido; algunas se indignan contra los culpables; pero la mayor parte... (¡oh arcanos del alma femeninal) aparecen llenas de indulgencia y conmiseración. Traduciré algunas respuestas; "El hombre—dice Liana d'Autran,—es un animal egoísta, que sólo cuida de su placer. Atropellar a una mujer indefensa, es un crimen para el cual Creo que los antiguos inquisidores no llegaron á inventar ningún tormento bastante grande." MUe. Enriqueta Eouis, es más tolerante. "Como á las violauoras de niños —escribe,—á los sátiros yo les desterraría de nuestra sociedatl, enviándoles juntos á poblar algún desierto islote de la Polinesia. Y, ^,quién sabe? Quizá'esos seres, dotados de una vitalidad extraordinaria, sirviesen de tronco á una raza fuerte, batalladora y útil á los desenvolvimientos de la civilización futura.'' La italiana Susana Bross!, pregunta: "¿l^or qué irritamos contra los sátiros cuando nosotras somos, realmente, las autoras inconscientes de su delirio? .íaconscieníes, dije y dije mal: nosotras queremos ser deseadas, lo procuramos á todas horas, buscamos el peinado que mejor favorece la bonitura de nuestro rostro, escogemos los trajes que más lujuriante relieve den á nuestro cuerpo... y luego nos indignamos ó, mejor dicho, despreciamos, al hombre que nos mira fríamente, ¿Es, ñor todo, justo, pedir la pena de muerte para aquellos locos que, atrepellando todo miramiento,llegaron ó trataron de llegar á nosotras? Además, ¿por que no decirlo? No hay mujer que no haya querido ser violada alguna vez." Como Susana Bressi, opinan Victoria Arl=", Elena. G., MUe, CJeo... y otras. ¡Todas defienden á los sátiros, á los "pobres sátiros" que, por poseerlas, van á presidio. Leyendo sus cartiis, he recordado lo que aquella admirable duquesa Josiane, de Víctor Hugo, le dice á llwónplaine, en El hombre que ríe: "¡Eres horrible y yo sOy bella; eres inmundo y yo soy altanera; ven; te adorol..." L. DB MONTEMAR. ILUSTRACICaKS DE HOJAS PRIMAVERA . ¡Obt juventud del año. Pascua ñorida, diosa de los amores, iú eres la vidal í L TEATRO CONTEMPORÁNEO.—(Estudio fisonímico por la aplaudida actriz Srta. Santi) ¡Permita Dios que te se hinchen los pirs ;¡'¡ne te nombren cartero! Loa Qi.'JNTijno'i .S'i/.v ii'Hij gniaiiirs: c» vuestras amigas y ritesIrns kerniriniis sierupre esláis cumpUdoa; lucijo m enIrowpáis, iHi-j'ir ilicho, entrtiiiip'iix rí ruestrns ¡ifrpáx, 1/ alffiínas vci:ea nos s/ia'iis los ahurrillus á las polirex lif.riHUnttí^ fi/rr'i olisi-rjiíiur á cKfíii/iiier... fteñorn. BENAVKNTK j\!e han traído con engaTio, me dejan con pcrjldia-,, se van... Me encierran cnnio á una lie.ttia daiihia... Me ponen en manos de} carcetero, que es usted, la comunidad... ¡Zaraídn maldito.'... ;.l'ff rstamos en el seno de la muerte' Caiga deshecha en polvo la materia; almas, mnstrnd ¡o ijite en la vidafuisteis, si esjfíriliis, ¡a lu:¡ si tierrü, tierra. KUHKCIAHAY Calló Juanita, y Eduardo que estuvo escuchando ol largo discurso de su amante, sin desplegar los labios y sin pestañear, tradujo su mal humor en fuerte y prolongado castañeteo de dientes, crispaoión forzosa de puños y mirada colérica que elevó al cielo en señal de protesta. Ella lo tomó á broma; soltó fuerte carcajada y adop» lando una postura graciosa y provocadora, reclinóse indolentemente eo el div.ín. —Vaya, Eduardo; estás loco, loco de remate. No quieres comprender las cosas; no quieres hacerle cargo de la situación... Esto tenía que suceder un día ú otro .. Tú has querido que fuera hoy; ¡tanto da! al fin y á la postre la situación era muy violenta para los dos... Jíizo pausa; miró al joven compasivamente, y aj verle trémulo y agitado, descolorido y nervioso, se alarmó. Incorporóse de nuevo, y mirándole con fijeza, hizo una mueca de disgusto. —¡No lo tomas poco fuerte, hijo!... Te hacía de más seso,,. No hay para tanto; no hay para tanto... iSi hubiera sabido que ibas á resultar asi!... —¡Que! — Nada, nada... No sé lo que digo. Juanita tuvo miedo. No apartaba la mirada del atribulado joven, ó inquietábase viéndole en crisis tan violenta. Se acercó a él, tomóle una de las manos y la acarició dulcemente. —Después de todo, siempre seré la misma, y cuaní do quieras... Eduardo sintió estremecimientos de frío, miró á .Juanita, y fué animándose poco á poco, —Lo que pretendes es absurdo, querida... No puedo separarme de ti. No tendría valor para saber que otro hombre era dueño de tu hermosura,., antes me suicido... ¡Juaniíal ¡Juanita!... Eres muy cruel... No quieres amarme... Serás mi esposa; viviremos alejados del mundo, donde nadie sepa de nosotros, donde nadie pueda hacerte inclinar la cabeza, recordándote tu pasado,.. ¡Qué me importa lo que puede decir el mundo! Es necio hacer caso de preocupaciones ridiculas... ^ ¿ D e veras te atreverías á casarte conmigo? —¿Puedes dudarlo? —No, no; ya veo que serías capaz de cometer semejante desatino. —¡Juan i tal Sonrióse ésta, recogió los pliegues de la amplia bata que cubría su hermoso cuerpo, un cuerpo de perfeccionas capaz de soliviantar á un santo, cruzó sus piernas, dejando entrever un pie chiquito, que aprisionaba rica chinela de raso y frunció el entrecejo, signo inequívoco del disgusto que le produjo lo dicho por su amante. —Mira, querido; no nos atolondremos, hablemos con calma, y verás cómo tengo razón. Y habló; habló largo rato sin que fuera interrumpida una sola vez por Eduardo, que escuchaba haciendo aspavientos de asombro al ver la tenacidad de su amante. Era Juanita muchacha de talento. Para todo tuvo argucias irrefutables; sus palabras fueron concisas y claras... ¿Casarse con Eduardo? ¡Valiente disparate! Equivalía á perder el porvenir brillante que el mundo le brindaba. Casándose, inutilizábase para siempre. Además, ella había nacido para brillar, para ser una de esas reinas de la moda, que arruinrm á los millonarios en pocas semanas y cambian de amante con la misma facilidad que de camisa, Eduardo era un joven distinguido, elegante, discreto; pero nada más. Tocante á riquezas. Dios las dé. Disfrutaba un sueldecillo que apenas bastaba para cubrir sus necesidades ¡y hablaba de casarse! Tenía gracia. Cierto que amaba con locura á Juanita; mil veces se lo dijo y otras tantas se lo demostró cediendo á las caprichosas extravagancias de la joven; peio todo aquello del casamiento, de la casita aislada donde disfiutarían envidiable felicidad, aquello del hogar tranquilo, de los niños que corretearan por el jardín haciendo diabluras, eran cosas buenas, si, pero no encajaban en el temperamento de Juanita, que se crió en el ambiente del vicio, del que ya no podía sustraerse. Se amostazaba Eduardo, itontol ¿No tenía la seguridad de que Juanita le amaba? Le amaba á BU modo, como comprenden el amor esa clase do mujeres; le amaba á fin de tener siempre pretexto para dejar á los potentados quo la daban sumas fabulosas á cambio de caricias violentas y mimos estudiados. Vaya, vaya, Eduardo era demasiado exigente; que se contentara con lo que tenía, ya que con ello causaba envidia á tantos. Terminó: —No puedes quejarte. Tú solo eres el único hom- brc que puede tlccir que ha tiidü dueño de mi sin (luQ te costase dinero ;,quó mas quieres?... F u é aquello una explosión formidable que se p r o dujo en el peclio de líduardo. Ijevantóse, miró iracundo á-Juanita; liizo t e n t a c i o n e s de lanzarse sobre ella y destruir aquella belleza s u b y u g a d o r a que le causaba tanto daño. No lo hizo; pudo reprimirse, merced á poderosos esfuerzos de voluntad, quiso hiiblar, decir a'^", improperiar a aquella mujer que lan c r u e l m e n t e s e burlabadeél;tampoco le fué posible. A h o g a s e la do: llamó á su camarera y mand'í que despiditiran ol carruajePasaron tres días, en los cuales no pareció E d u a r do. AEejor. A l fio había comprendido la ra-ión y procedía con cordura. P e r o al s i g u i e n t e , la doncella penetró en el dormitorio de su seBora llevando dos cartas. Juanita, al m i r a r la letra, supo d e quienes eran. L a u n a del j o y e r o , apremiándole en el pago de u n a cuenta; la otra de Eduardo. ¡Qué quería aquel íontül Rompió el sobre con mano nerviosa y sorprendióse al ver que contenía unos cuantos billetes de banco. El escrito era corto: "Me concediste algunos favores, que h " y ío p a g o , mf0^ •i/'r' VOZ en su garganta y sólo profirió; un grito, un aullido que nada tenía do humano. J u a n i t a rió como siempre, y en situación a p u r a d a y poco airosa Eduardo, no tuvo m á s solución que salir de aquella casa donde lan g r a t a felicidad había encontrado siendo dueño de la h e r m o s a joven. Ella quedó Iranijuna, como si nada hubiese ocurri- ¡DÉJAME Voto de mi lado; •= ,' ya no me haces faUa que tu amor impuro, comprado :L vil precio me hastía, ma cansa. Tú no eres la misma, ki quo me inspiraba raptos ds cariño, pasiones anüontes voliiptutiyas ansias. 'I'ii no eres la misma la de esbelto talle, la tiefroana cara; se ha secado la llor de tu rostro conm la amapola que el gusano mata. 'l\is ojos azules nofuiííuran ardientes miradas; aquellas miradas quo eran como rayos que todo lo abrasan. Tus iabioa rojiííos que anioi' me juraban se han vuelto amarillos; se les fué la sangre. so acabóla savia. l''.s inútil que arqneoy los braiíos con dejadez hinguida; no linjas carii;¡as, no mientes placeres, porque no me ongañaa. ¡Vete da mi lado, y a no me haces i'alta! ¡tú mo orreces nn cuerpo sin vida y yo quiero un alma!,.. O^lMTItlABO ÜULNO Vf vendiéndome como soldado. V o y á la g u e r r a , donde procurare que me maten para "olvidarte. A d i ó s , " Se emocionó Juanita: "¡Pobre Eduardo!" Pero reaccionándose en s e g u i d a y r e c o g i e n d o los billetes que íiabía tirado sobre la alfombra, dijo á la c a m a r e r a : —Di al dependiente del j o y e r o que paso... V o y á pagarle... , - J. PÉREZ CAKRAtíCO CANITAS i*JUe pena me dan lotí ricos! \\o vi comprar con dinero una raiijer muy hormoaa y un corazón mny pequeño! Mira aquella cJa'/ellin» que clavelitos que da.,, i^ mira li'i quión ¡os co;;6, quien no la pensij sembrar! lístaitas tras de la reja cuando el sol iba á salii-, y al verte se preguntaba: —Pues, señor; iquó liaré yo allíí lüi el cielo de tu cara, morenita de ojos nebros, voy ;i ver si sé deshace una tempestad de besos... Parece que ae despiden las hojitas al caer. jCuán'iristeg quedan las ramas uiii las hojitaK deapiiós...! La vanidad va vestida con rico traje de soda, por QBO le abrimos todos cuando llama a. nuestra puerta! Do las mujeres me río. La qua menos mo ha costado me llamalja:—"DuoÑo mío...» J. E.NUIQDE DOTRE-S miirjn DK MKNUKy. A L V A I I I : Z EL DVLCE No todos ios amores se deslizan plácidos y serenos por la vida del hombre embalsamándola voluptuosamente. Cuando menos se espera - y oonsle que e s t a s a m a r g u r a s no se esperan nunca —surj^e un olistaculo, una pesadumbre, un p a r é n t e s i s de tristeza en forma de obligada ausenciaj y la placidez so rompe brusca y dolorosamcnte. Eso Si', h a s t a en los momentos de prueba fiene el amor encantos, y si por un lado se conturba el espíritu do dos buenos amantes ante la proximidad de su separación, por otro, en cambio, hallan en el mismo dolor de la despedida una voluptuosidad no sentida hasta entonces y que precisamente por sentirse en trance tan apurado resulta luego inolvidable y vive á perpetuidad en cuerpo y espíritu com^o la huella de un perfume inmortal. L a despedida entre dos enamorados es algo así como un reerudecimiento tiernísimo de Su amor, que s-'^sta en dos m i nutos las energías de t ) d a la j u ventud y aniquila s u s nervi s con una vibración poderosa, aso ladora. Et beso que dos e n a m o rados cambian al separarse es un r e s u m e n de lodos los besos, de todas las caricias, de todas las promesas y de totlas las p o sesiones, y ai el amor pudiera s e r eterno, cabría decir que en ese beso, que dura un instante, se compendia toda la eternidad de la paáióa. E l dulce adiós tiene distintas m a n i í e s t a e i o n e s , tridas ellas de pura forma. La esencia es s i e m pre la misma: aprovechar el último instante para repetir la confirmación del cariño. U n a de esas manifestaciones consiste en coger suavemente l'is carrillos de la m u j e r amada y atraer hacia sí sus labio^j contemplarlos como cosa legítima, acariciarlos con la vista y b e sarlos l u e g o . Todo lo que digamos de este c/e¿aí/e amoroso resultará p á l i do ó insulso para los que n o lo hayan saboreado. Por eso preferimos a h o r r a r n o s entusiasmos que Bulo 1 is amantes c o m p r e n derán. El amor es ridículo m i e n tras n o se siente oon verdadero frenesí, y si la humanidad s e compusiese exclusivamente de enamorados, no existirían nin g u n o de los necios prejuíeios que á todas horas n o s porsiguO como dómines insoportables. * El abraz-)... E s decir, no el abrazo completo, estrecho y 8^' diente, sino el acto de rodear la mujer con sus brazos el cued' del hombre á quien ama, el preliminar del abraz'J, h e aquí of' manifestación deliciosa del dulce adiós. Eso ademán, tan sencillo ai parecer, tiene toda la grandc^f de los más intensos arrobos, y en él pono la mujer su alm" ¡ su vida, fluyóndole de los ojos una ternura exquisita, consol»" dora, que ¿a fuerzas para suportar 1"S mayores dolores y h*"* mirar con desprecio todas la« veleidades de la fortuna. E s la mujer, el objeto amado, la felicidad, el deleite, l a g l o r " de vivir lo que se recibe con ese abandono Heno de gracia, d' adhesión, de fidelidad. L a mujer s e ele va, s e e n g r a n d e c e , toinn" do el aspecto de diosa protectora, de ángel guardián que pr'^ mete no desampararnos nunca, amarnos siempre, pertenecer nos p o r encima de todas las pesadumbres. Después, cuando Wbrazos de uno y de otro se estrechan, los p e c h o s se oprim^J con u n a voluptuosidad dolorosa y los labios se buscan parí» " ADIÓS beso supremo, no se experimenta üiayor felicidad. El abrazo es la posesión; el ademán que lo precede, es la alegría del que Sabe que aquella t e r n u r a es suya, siempre, toda s u y a . «lOn la frfntc, majeslad; en los njos. ilusiún: fn las nif'jillas, bondad, y entre los hibioH, pasiún...'" . Así ha deíinido Camponmor al beso s e g ú n e t l u g a r e n que se da, pero ¡ay! que esta deliiúoión del célebre poeta se parece á las r e g l a s dfi Uis preceptistas... que luego, en la práetica, no sirven para cosa alguna. E l beso en las mejillas podrá s i g n i ficar bondad, pero también, y principalmente, expresa amor. Sin contar conque á unos les par e c e r á el colmo d é l a voluptuosidad besar en los ojos ó en laa orejas. Jíri suma, lo esencial de todo esto es que el beso en las mejillas Constituye otra f rma del dulce ¡UITÓF, olra manil'eslación de cariño, otra prueba de la voluntaria y recíproca p e r t e nencia de dos cnjimorados. Existe un monu-nlo en toda despedida amor s a en que la materialidad de la pasión cede arite un enternecimiento e s p i ritual que domina con absoluto poderío, y etilonces la m u j e r amada toma el aspecto de dulce compañera, de amiguila cariñosa, y el amor adquiero un sello fraternal, una honestidad exquisita. Esto es lo que parece significar el beso en la mejilla: un apasionamiento limpio, casi puro. I' * L o s ojos... Si fuéramos á decir por nuestra cuenta todo lo que se m e r e c e n ó á recopilar lo que de ellos se ha dicho, sería c o a de h a c e r un n ú m e r o do quirioiitas mil y pico de páginas,.. y quedaría m u c h o por decir. Nos limitaremos á h a c e r constar que no h a y despedida amorosa sin un beso en 1's ojos, fse beso ol través del cual p a r e ce íUIrarse ima mirada llena de amor, de apacible voluptuosidad, de resignación, de esperanza... Oiríase que lo que se besa no Son los ojos, sino la mirada que de ellos brota como un hilo de mz, como una caricia venida de lo iniinito del amor para e n dulzar la triste despedida. Y luego, cuando los labios se s e paran y los ojos se abren placenteros, h a y s i e m p r e en ellos ^Igo dé gratitud. : • .. . La despedida se prolonga, el dulce adiós ha de tener su fin conio todas las cosas. La pobre niña no encuentra y a palabras que expresen toda la intensidad de su dolor ni caricias que basteu á calmar la pesadumbre del galán, l i a llegado ese supremo instante de quietud, de éxtasis doloroso, de silencio elocuente en el que l a s palabras molestan y el l a t i r presuroso del cfírazón ahoga... Y es preciso despedirse de verdad, defmitivauíente, dar^e el último adiós, el adiós material que separa las Jnatios y aleja a las personas... L a niña s e acerca á su amador, lo mira tiernamente y se ofrece á él u n a vez más. — E l último, en el cuello, dueño mío —le dice sonriendo: pero liay en su acento más sinceridad que en el de aquella maldita f^afo de Daudet. J. MENKNDEZ AGUSTY MARTE Y CUPIDO l^n.fí^l'iEAIH' ^ ¡ \ " a y a tistocon Dios, salero! ¡Vaj'a ustó con Dio», serrana, <\U6 me párese usté tin piaso de la gloria con enaguas! ¡0¡é Jas hemljras da buten, ti© chipan y sircustansías, que vienen ñ la nJasuela de Oriente, pa que se vayan enterando las naciones extranjeras, de que Kspaña es pa cuestión Ja mujerea si aninsumcuerda; ¡palabra! ^porque valauslé más perras y más pesetas en pJata y m;ís biyetea de banco que la levita que gasta e r Ministro de la Guerra cuando se viste da gala. [Vaya usty con Dios, salero? • • [Vaya usté con Dios, serrana! ^Quiere usté que la aconipañet —Non, señor, —Gracias, mi arma; que me ha tiejao usté mas leo que la cuarta imaginaria sin tabaco. Oiga usté, prenda, no rae ponga usté esa cara, que se va i asiistur oi rorro, y oso sería una lástima —Melitai, non jaste bromas ni venga con zarajatas y sáquflsa da mi vfsta, porque yo non tongo janas de paligen —¡Eso as de verasf —¡Lu dicha, dichul —¡Que grasiii! —Porque ustedes loa de tropa tienen aíciones muy malas, y procuran dar oamelus á las muchachas incautas como yo, que ha sido siempre honrada, decente y candida. Non tongo más que dicirla. Conque ahur: ahueque el ala, y joju, que ios de tropa me tienen muy aacamada. —l'ero diga nstó, prínsesa: íes así como usté trata á BUS paisanos? —iQué dicel —Digo que usté es mí paisana; lo conozco en el asento, y el asento no me engalla. —jEs cierto lo que me dice? —¡Pues ya lo creo, rni arma! —iDe dónde es ustél —Der sielo, quiero disir, de Chidana, v; donde naso la canela y la sal de toa la lOspaiía, donde están los mozos cruos... jY usté de dónde esf l'Ui: — i-ío IVavia. —jl-e ve listel ¡Si somos da m boa paisanos hasta las cachas! ¡Si Pravia está á la vorita de Chiclanal -iSÍI —¡Puea vayal Como que desdo mi pueblo 8B ven la iglesia y las casas ^'*;^ LASI-ílliTArf.^ «AN'TI V (10.\Z.UJ-:X'¡ der de usté; si están tan serca, que hasta los vesínos se hablan, y en Chiclnna oímos todo lo que ustés dosis en ppavia. —¿De verasí —Por estas cniscs, que Garsía no la engaña. — Usté es un pilbi, un jaitero; usté viene á ver ai saca algu... •—iSacarl Al contrario —Pues lu que es ;l mí, ¡narangasl —Conque diga usté, lusero matinal de la mañana, ¡me quiere usté, si lí nonesí ¡vamos üamboa á hacer changa amorosal — \ o ; non puedo, porque desde ayer mañana me comprometí de veraa *con un mucliaclio de Canjas queesijiá-stlamencuqueelGallu; ¡un gran ¡¡artidu! —;Carambal (Será algún prínsipe rusof , —Non, señor; ¡mo/.u de cuadra! Y es tan guapu.tan graciosa • y tan barbián, que cuando anda, ma dan janas do dicirle: ;ülé, que viva lu gracia! ;\'iva tu señora madre y el cura que te eche el ojua! —íDe manera que por eso lo va usté á dar calabazas á .luán Garsía, al trompeta que mejó toca en Ja banda? . . ¡Mardita sea mi suerto! [Mardita sea mi esíampal... — ¡Jesús! —¡Mande usté ahora mismo por sinco mir duros tie árnica porque cuando yo le trinque va usté á verle en las espardas m/is cardenales que en liorna ai no toca retirada, najándose ar trote largo á mir leguas do dislansia! —¡Hall! Non desagere tanto, si non quiere que aquí Jiaiga revolución y timulto, j'orquQ como él le esi-ucliara era capaz, ¡ya lo creol do liarlo dos man¡u::adas. —¡A mif ¡Darme á rri en la lilaT i\'amos que tendría grasial Conque basta de cobeo ó si so quiero do guasa, y hablamos clarito, prenda, que lo quo á usté le hase faría es un gachó como manguen, y too lo demás, ¡naranjas! Y lo que yo necesito para las láenas diarias, BK iinacioni'Gyasuper iguarquo iisU?, ver'jo iíigrasia. —[liali! Non modigaesas liosas, molilar, que aunque soy ama de liria, me ruborizo y mo ponga culorada. —i Y que dise usté ;'i todo esto? —Pues d¡h^u, que si usló hablara coD buen lin... —¡La fin dar mundo' iQuiü ustó más lejos, serrana? — Yo, por mi, acertó... —íKs sierto! ¡Maresita do mi arma! ¡íiondita aeaosii boua que párese una castaña ¡ii'longal ¡Viva/ese cuerpo resalao, que es una parma, y ese üutis que es peluche dur do ;í peseta la vara, y osos pinreles qiio son miamamento que dos lanchas caiioDoras, y esos ojos que son dos míáuseres... — Gracias. — Ya venís tií lo qiio es bueno, 8i os quo tionmiyo fo casas. llí: ¿de que tabaco fuma tu señorí —Del de ia Habana. —Pues tríncale unos sigarros, y mañana, cuando salgas, te los traes paca. —Ciirrienta. _ —Y de la sena me guardas arguna cosiya, ¡gabe? mu poco: cuatro ó sois maí,'ras, media boteya de vino, queso y pan; con eyo basta, porque oso iiiardito f/abi que nos dan por ia mañana no me entra ni de real orden; y como enjamás lo cambian, estoy, chiquiya, hasta el polo de judias y patatas. —iPoro eso os para ti soloí —íPa quién ha de sorí —[Non vaya í'i cumerse alguna jolía las cosas que yo te traigal —Poro iquB estás tú disiendof ¿Yo faltar á mi palabra? lYo dirme con una golfa? íYo hacerte á ti alguna mala partfaí [Vamosl... [Primero me afusilan por ia espalda, porque pa mí no hay más golfo que tu persona gitanal —No; lu que es lus nielitarss tienen un p¡cu, una labia, que en cuanto le sueltan á una el chorro de la palabra, se dirrite, aunque una sea do mármol de la Carraca. —Y pa quo veas ai es sierto cuanto mi perdona te habla •íi quieres, mañana mismo voy á pedirte á tus papua," nos lee el cura l& pistola de >>an Pablo, y á mi casa, luego, te yovaré ar pueblo pa que se mueran de rabia y de envidia las mujeres y los hombres de Chiclana, y además, pa que diquelen la graeta y las sircunstansias y el aqui'l que Dios la ha dao á toas las hembras de Pravía. —j Y Gsu cuándu? —En cuanto cumpla, porque yo tengo unas gana« de cumplir con tu persona y queda como Dios manda... —íY cumplirá prontuf —\ escape, jiorque tan sólo me fartan nuev» mases, c u a t r o d i a l y un mennto, si no marra mi cuenta. Conque ya sabes: como aluBgo tú no mo hagas alguna mala partida, ú si ss quiere perrada, de esas que hast^is las señoras veinte veses por semana, de aquí á diez, moses cabales ó antes, si me dan rebaja, ¡la dislocación y el cadas, chiquiya de mis.entra fias! —¡Ay, si? —¡Mas verdá que er OoHol —;NQn dijas esul —;Ay que grasia! t >y6: pa mañana mismo es prosiao que le traigas unas cuantas pasetujaí ya sea en perros ó en plata, pa morcarte unOa sarsiyos, unas botas y una larda, pa que sepa toito er mundo en tu pueblo y en tu casa lo finos y lo rumbosos quo somos los de Chiclana. Y iihoi'a me najo ar galopa porque á las sinco sin farta longo que tocar á pienso y tú tendrás niucha gana de comer. Conque, adiéis, reina, adiós, lusaro del alba. —AdiüH, serranu, jatua, cundenadu... —Adiós, mi arma. (¡Otra viV-tima inocente!) ¡Ole las mozas gitanas! —¡Ulú los mozus sarranosl —Y di quo sí. ;Viva Pravial MAMDKL S O R I A N O roT. iioiiKfc: •; r^!'.;--?;•-•"•'.••~/í;">S'.","» GALANTERÍAS TEATRALES ESPERANZA Imagínense ustedes una estatua modelada por el divino cincel de Pidiaa, dótenla, además de un alma exquisita y encantadora y el retrato de Esperancita Clasenti queda hecho. Amable y distiguida, atrae por su trato; hermosa y joven fascina por su belleza. Recibióme en el hotel donde se hospedaba en Barcelona, y nuestra entrevista tuvo lugar la víspera misma del día en qué debía cantar en unión de Carusso, la nueveciía y flamante ópera "Rigoleíto." —f^Esta usted ^ ••',;• . di^^puesta tí dejarse confesar':' —la pregunté. — ¿Y por qué no? contestó con gentilísima donosura mi interpelada. Vaya US' tedpreguntando. —lOh[ mi músico favorito, f^quióa quiere us led que sea? Verdi, el grande, el magnííico, el indiscutible,.. — Las óperas que eseribió en su primera época soi^ las mías. Tomeustednota: "Rigoletlo", "La Traviata." —Sí; también canto algunas de Donizzettijv^Me yerbeer... La esc u e l a antigua; ésta es mi esouela... —^iQoeyosoy muyj oven? ¿Qué importa eso,amigo mío? Bien di ce el adagio que los extremos se tocan... '—¿Qué p a í s del mundo es el que más me gusta? lEn valiente apuro me ha metido usted!... Porque, á serle franca, le diré que á mí me encantan todos los países que he visitado hasta la fecha... España me fascina con su romanticismo hidalgo: Francia me seduce por su caballerosidad y cortesía; Italia por lo poética; la América meridional por lo fuerte; la Septentrional por su actividad,., ¡Nada! ¡que me gusta el orbe enlerol... —¿Que yo no necesito tentaciones?... —¿Que bastante tentación es mi propia personilla?... CLASENTI — ¿Que soy un peligro constante para los hombres inflamables.^... — ¿Le consta á usted'... ¿Y qué es lo que usted sabe, vamos á ver? ¿En México? " Sí, señor, eso mismo fué... Y por cierto que no esperaba yo aquella acometida.... ¡cualquier día espera una que un caballero desconocido se la presen. „te para decirle as', como quien no dice n a d a : "Aqui estoy, señorita, dispuesto á casarme con ustedensegiiida. lEu! ¡ea! al altar... "N'ámonos"!.. — Algo cara le eosli'i su matrim o n o m a n í a... En uvas sólo se gastó un dineral. Le advierto que en Mr.\ico un ra cimo le cuesta á uno un ojo de la cara. —¡Claro!... Era uTi sistema para queloditalacompañía tomase el vinoienpfldoras! —f,í-jo de Italia también?... ¡Si eso no tiene importancia'... Un joven militarque so enamora de una mujer sin que ésta lo sepa y que se va ú la platea de uno de l o s principales tealros,yanave7, allí desnuda el acero y exclama gallardamente: "Traspaso al primero que no la aplauda... ¡Vaya si le traspaso!" - No, señor, no mató á nadie. Le advertí á mi enamorado Marte, que no gusto de pagar colección de mariposas disecadas por el procedimiento de los alfileres... Una inesperada visita puso término á nuestro diálogo... Lo sentí, porque á la sazón, pese á las pocas ganas que de lepidópteros disecados tiene Esperanza, resultaba yo una mariposa atravesada do parlo a [larte por uno de aquellos alfileres que, á guisa do dardos mortíferos, lleva en su carcaj cierto diablillo travieso, nacido para perpetuo martirio de las almas sensibles é inilamables. ^ p^j JiTAN riN'CEL BT- • ^ . LAS DOS GATAS Cuando el reloj dio la última campanada de las siete, el pito de la fábrica, con su a^udo silbido, anunció á Lis obreros que la tarea del día terminaba. Pronto una multitud de hombres sucios, enrojecidos por el trabajo y todavía sudorosos y jadeantes, empezó á extenderse por la calle con un sordo rumor da fl'lmena, desapareciendo al poco rato como si se disolviesen en los charcos de agua que formaba la lluvia. Aquel día Miguel, e7 Zurdo, como le llamaban sus compañeros, no había salido con ellos; sentado en un banco en Ja habitación del portero había presenciado el desfile; necesitaba ir solo, asi ]n manifestó al señor Juan, y éste, á quien le ora indiferente, se contentó en encogerse de Iiombros y decirle; ¡Espera! Ya podi'a salir, no quedaba nadie. Miguel abandonó la portería, apretó la gorra sobre sus sienes, y lanzándose á la calle, empezó á caminar lentamente, como despreciando el agua que caía sobre ól, incapaz de apagar el fuego que llevaba dentro del pecho. Aquel anónimo, aquella cita... ¿Sería de ella? No, bien claro se lo dijo: "No me verás jamás". Ni falta que hacía; la despreciaba; la mujer que olvida por dinero, sólo merece el desprecio. Que le aprovechase el viejo, á él le tenía sin cuidado. De pronto se detuvo; una voz de mujer había dieho con voz dulce á su espalda. —¡Miguel! ¡CielosI era ella, tenía valor... Una oleada de sangre subió á su cabeza; sintió que el mundo amenazaba tragarle; una voz interior le decía ¡mata! mas /a Trini volvió á decirle aún más dulcemente:—¡Miguel!— y entonces, olvidándolo todo, se arrojó en sus brazos exclamando:—¡Trini, Trini, ¿por qué me abandonaste? Luego empezaron las explicaciones; ella estaba ciega, fué una locura que jamás se perdonaría. ¡Cuánto había sufrido desde que se separaron, cnanto dolor, cuánta vergüenza! Era el pago á su mala acción, ella lo comprendía así y no se quejaba. —No se hable más de eao —dijo el ÍIurdo,^allá en casa espera todo como tú lo dejaste; ni una silla he cambiado de su sitio. Hasta la cama está intacta; allí están las huellas de tu cuerpo, el embozo medio levantado y aun creo que las sábanas conservan tu calor... ¡Trini! ¡Trini, cuánto me has hecho sufrir! —¡No, ya no se repetirá, yo te lo juro, Miguel, yo te lo juro por lo que más quiero en el mundo! ¡por la memoria...! —Calla, calla; lo mismo decías la otra vez; calla... — ¿Te asustor" —Sí; cuaiidQ me pongo a pensar me asustas, me das miedo... Porque no, no puede ser que estés arrepentida. Tú eres mala, tú no te arrepientes. Quiero creer que es verdad cuanto me dices y no puedo. Quiero odiarte, odiarte con toda mi alma y... no puedo tampoco. No se por qué te puso Dios en mi camino... te odio y te quiero; debía matarte y te bendigo... No, Trini: apártate de mi lado; déjame seguir como bnsta aquí, dormir recostando la cabera en los pies del camastro pensando en ti, correr p"r ahí en la taberna, en qualquier parte i,<\né me importa? El caso es vivir tranquilo, no tener S'bresaltoR, no estar albergandu temores constantemente... Déjame, Trini, ¡huye! —¿ho quieres? Pues sea. Adiós, Miguel. — Ño. no me abandones, moriría de frío: ven á mi lado, todo lo aguanto, todo menos vivir sin tu cariño. —]Ay, Miguel, Miguel, qué feliz me haces! Bajo la lluvia torrencial que cala sus vestidos y empapa de agua sus cabellos, la Trini y Miguel, muy juntitos, mucho, como pretendiendo al mismo tiempo caldear su cuerpo y su alma, metiéndose en los charco--, atraviesan caíles y calles. 11 Una nueva existencia empezó para los amantes; la dulzura del hogar, no turbada por nai'a, ni por nadie; la satisfación de una dicha tanto tiempo deseada; la abundancia del trabajo; todo, en suma, contribuía á que fuese deliciosa. El pasado había desaparecido para dejar su sitio al presente. De aquello no se ha biaba; si alguna vez la Trini sacaba la conversación para sincerarse, Miguel la hacía callar; de snbra sabía él que era inocente, la culpa la tuvo el maldito Paco; era natural, ella no podía pasar hambre. La fabrica donde Miguel trabajaba tomaba un gran incremento, gracias á la propaganda y á la buena calidad de sos productos. Sus dueños penEaron en desarrollar mas su industria, y para ello, una de las medidas que tomaron fué hacer extensivo á la noche el trabajo. Una semana sí y otra no velaría una tanda de obreros. Este fué un golpe terrible para Miguel, pero, en fin, ya se acostumbraría y procuraría desquitarse en las buenas semanas. Miguel había sufrido un gran cambio en su manera de ser. Ya no era el trabajador mudo, siempre taciturno: estaba siempre alegre y de broma. Sus camaradasle daban y se daban la enhorabuena por el cambio. ¡Es tan penoso tener siempre al lado un hombre triste!... Las tareas nocturnas empezaron. En la primer semana le tocó al Zurdo velar. Los días los pasaba en casa, durmiendo á ratos, y á ratos jugando, como un verdadero chiquillo, con Trini ó con Camila, una hermosa gata, que, tal vez por simpatía, la Trini la introdujo en BU casa. Era un bello ejemplar. Al tercer día de su nuevo trabajo, Ca/n/ííj, víctima sin duda do algún gatesco Don Juan, abandonó el conocido domicilio por los horribles tejados. ¡Amor es ciego! iMientras tenga el calor de mi otra gatita—dice Miguel,—nada me importal in El alumbrado público aun estaba encendido, en las desiertas calles caía una lluvia menuda y fría. ¡Horrible mañana! Los golfos se apretaban en las puertas cocheras, los canes vagabundos, con la cola entre las piernas, ateridos do frío, buscaban, arrimados á las paredes á fin de resguardarse en los aleros, algún montón de basura donde meter su hambriento hocico. Las puertas de la fábrica se abrieron para dejar paso á los obreros que habían pasado la noche traíiajando. Al sentir el soplo helado de la maiíana, todos hacían una mueca y se embozaban en sus capas. ¡Vaya una mañanita! Miguel tomó BU camino y se entregó á pensar en la Trini que, de seguro le estaba esperando... ¡C'ímo se iba d desquitar de aquel frío! Y lleco de ansiedad atravesaba calles y calles. Deprontouna duda asaltó á su mente. ¿Habría vuel- to Camila? ¡Pobrecilla; hacía tanto frío! Sí, ya debía estar en casa; el hambre debió obligarla. En esto se parecen mucho las mujeres y las gatas. ¡Ya, ya! Miguel encontraba la ocurrencia de buen gusto y reía. Al fin llegó ;l la puerta de su casa; un caserón enorme y destartalado, Heno de grietas y ventanas en sus muros. ¡Buen provecho sacaba eí casero de aquellas cuatro paredesl Abrió la puerta, entró, echó la üavQ de nuevo y encendiendo una cerilla, que semi-disip<''la pesada obscuridad, empezó á andar por aqnel laberinto. Por fin se detuvo ante una puerta; allí estaba su felicidad... Escuchó; dentro se oía ruido ¡sanio cielo! ¿qué sería? Creyó escuchar gemidos; llamó. ¡Nada! Lleno de energía y como impulsado por una fuerza extraña, forcejeó'liasta hacer saltar la cerradura. ¡Quién val ¡Nada! ¡Nada! ¡Ni ella! Un sudor frío inundó su cuerpo, la cabeza quería saltársele, las lágrimas so agolparon en sus ojos. De nuevo empezó ú escuchar... ¡Era la gala! La CnmÜn que aterida por el frío maullaba en la ventana. ¡Que se helase! ¡Ya no era compasivo! Luego, como arrepentido, se dirigió á hi ventana, abrió y tomando al animal lo colocó sobre la cama, su cabeza en el sitio donde la ponía eiJa, Después se acostó. |Día triste! El aol fué aclarando poco á poco las nieblas en su claridad semejaba el ambiente á un témpano de hielo. El /Ciirfín sentía el frío que le rodeaba, pero aun sentía un frío mayor en su alma. Fresa de una angustia mortal vio transcurrir el día y llegar la noche. Se aproximábala hora del trabajo. Era preciso. Rebujado en su capa, triste y abatido, Miguel dejó su hogar. ¡Otra vez como antes! Pisando el barrillo del Suelo, aguantando que los coches lo salpicasen de lodo y tropezando con todos se dirigió a la fábrica. Un agudo silbido le avisó, era la hora de entrar. Y Miguel, con el alma hecha pedazos y el corazón oprimido, confundiéndose con la masa de obreros atravesó el portón de la fábrica. Otra vez al trabajo, sin aspiraciones, como una máquina... ¡Paz á su espíritu! ; Lüís RUIX SOLER Sin embargo, bueno será h a c e r constar q u e la h e r mosa criadita no se dejó enamorar de buenas á p r i m e r a s y que Calamocha tuvo que establecer a l r e d e dor de sus encantos un sitio formal entreverado con Don Gaspar Calamoclia ee UQ modelo do farmavarios bombardeos. céuticos, tanto en BU v i d a oficial y científica como en lo privado y p u r a m e n t e personal. Su fama de e a p e Lo más notable de estos amoríos es que don G a s cinlisfa se extiende desde el Tajo al par se creía amado s i n c e r a m e n t e por la Guadalquivir, y últimamente se h a sabido bella liosa y que j u r ó n o e n g a ñ a r l a como que la Academia de Medicina de N o r u e con anteriores conquistas había hecho, ga ae h a ocupado de sus g r a n d e s d e s c u repartiendo las h o r a s que dedicaba á las brimientos terapéuticos concediéndoles s u p r e d i c h a s saturnales entre tres ó cuael honor de la discusión. E s t o quiere detro ninfas de su particular estimación. cir que la fama de Calamooha ha pasado Asi las cosas, cierto día le avisó su s e y a el Tajo y remontádoae hacia l a s r e ñora que Rosita estaba enferma y se h a g i o n e s árticas. bía quedado en cama quejándose de fuertes dolores n e r v i o s o s . Don G a s p a r torció E n t r e los más famosos invenios de Cael gesto y se dirigió á la alcoba de la p a lamocha figura una tintura balsámica á ciente. L a p u e r t a estaba cerrada por denla violeta y un j a r a b e de chopo opiado tro y el boticario tuvo que llamar con los que aplica indistintamente al a s m a y la nudillos y esperar cinco minutos á que difteria, siendo lo m á s curioso de esta Rosita, m u y encarnada, abriera. dublé aplicación los excelentes r e s u l t a dos que obtiene en lodos los casos. —Vamos, ¿qué es eso? ¿Dolores?... A ver la lengua... E s t á bien... A ver el pulEl r a s g o más saliente de Calamocha es so... Agitado, m u y agitado. E l caso es que su austeridad, y h a s t a tal punto la hace anoche estabas m u y tranquila. Nada en sentir sobre los que le rodean, que sus verdad anunciaba este trastorno... mismos dependientes aun siendo talluditoB, no pueden salir de paseo el día que Y cuando se inclinaba sobre el lecho les toca más que de dos á cinco de la tarpara besar á Rosita con un gesto e v i d e n de, horas poco adecuadas para las orgias amorosas: temente paternal, un ruido formidable le hizo r e t r o pero ¡ay! esa austeridad de que todo el mundo se ceder. E l armario ropero que había á su espalda a c a hace lenguas, es una pura farsa para e n g a ñ a r á los baba de hundirse bajo el peso de algún cuerpo e x espíritus inocentes, y el nuble don Gaspar se e n t r e g a traño, que resultó ser el de uno de los mancebos de con sus criadas á indescriptibles saturnales que no la botica que apareció ante su principal. por s e r n o c t u r n a s e n g a ñ a n m e n o s c o b a r d e m e n t e á la Don Gaspar levantó los ojos al cielo, c o m p r e n d i e n dulce esposa del farmacéutico. do el significado de los cinco minutos que estuvo e s perando á la p u e r t a de la alcoba, y y a se disponía T o d a s las noches, después de cenar, Calamocha á dar r i e n d a libre á sus j u s t o s celos, cuando entró su coge su sombrero y sale á celebrar u n a conferencia m u j e r en la alcoba obligándole á la austeridad y á la importantísima con alguno de sus colegas. casta indignación. —No vuelvas m u y tarde—le dice su mujor, —¡Villanos, indccenlesl —rompió con irritado a c e n ^ D e s c u i d a , monina—contesta don Gaspar... Y en to.— jPuera de mi casa los dos, ahora mismo, y usted efecto, como volver no vuelve tarde ni temprano: se el primero, González. ¡Acaba usted de desacreditar queda en casa, en la habitación de Rosita, su última para s i e m p r e á todo el colegio de farmacéuticos! conquista, una campesinota de a n c h a s caderas y puños de hierro. iuiarBA.c:io\' 1-;S TIK liO.!A,S FAJÍIAN C O N D E Croniquiila •u DIBUJO DB MÉNDEZ ALVAlíliZ .