Madrid, viernes 20 íe Mayo de 1904

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Madrid, viernes 20 íe Mayo de 1904
uisr
iTlíl
l o s misterios del Hipaotismo revelados
El íS'ow Yiirk Iiistitiití'. uf Scioriüp» <io SooheBtDr, nuabfl
de piihlin&r nnn notiitiili^imu olim sobro el Hipnotismo, o\
Kftgnotismii perMonal, v !« CórRción mftg-iiótiofi, E» irnludnliloíiiBiito ol triitado mus (lotnTlaUo y Eorpromlonto oii su K*"'lloro q u e hftsta el ilirtlin visto lalnz. T.osDiroctoreshau decidido fai-.ilitjir, por tiempo Umitadn y i;ratuitHmBnto, u n ojemlilar 11 toda porsoiUL qiR'ae intorraa forniiUmonte por ostns
inarKvillosas cloncüiB. Kate Hlirosíj dpbo i'i la p l u m n del míia
ominanto ospeciaVistii ilol m u n d o on liipnotisiiio. Cada cwnV
pndríi desdo alioni a p r e n d e r en a u c n s a y sin desomliolso nl(funo loa Bourotosdi:! hipnostiamo y dol magnotiamo personal.
PECHOS.-SU DESARROLLO Y BELLEZA
t a s aeüoraa q n o doaeen alcanaar dlclias oír
ounstancias E t í DOS MJSES.iasl como las q n o
qiiioraa aso¡;nrar u n a l a c t a n c i a útil i los Intantea Biii DETIUMKSTO DK Sn.SAi.ilu T BKl.tK7.K PLÁSTICA, deben uFiar lO-f P I L Ü O K A S CIHCASIATÍAS DEL DB.. P E E D I Í H U N . Do eran
Axito on Alon-ania. Precio; 6 pías, frasco. Para
ol mismo fin TÓPICO CmOASIANO, iiodoro90 inedicamentn e s t e n i o , IG poaotaa frasco.—
Barielnna: A b i n a . Pasaje doí Crédito •!.—Madrid: P . Gaynso, AronalS.—Valuncia: Itijosdo
IJIna Cuesta, Droffueria do San Antonio.—Zaragoza; J o r d á n ,
p l a z a Morcado, I-'
TIK-NAY
(El payaso InlmitatilB)
Preciosa novela,
de E d u a r d o ZamacoÍ8. Pi'Ocio: 2 pesetas en rústica y
3 eucuadernada.
Taller de Fotograbado do
Casalundaila
en m
M. JOARIZTI
C o n s e j o d e C i e n t o , 2 8 9 y U n i v e r s i d a d , 19
—
EL SECRETO DE PODER. LA. CIENCIA DE 5 A L U D
• Y DEL MISTERIO DE LA VIDA.
NEW YORK INSTITUTE OF SCIENCE.BOCHESTER,
N. Y,, u.Í: A .
Kl liipiiotistn > robustoce la monioria, desiirrollii unn. vO'
l u n t a d férrea, (•nntliiito la tiiuido^. reanimii. la OHpormizn. ost i m n l a laUmbiciúu y el propósito dealoaiiKar o! ó \ i t o , y proc u r a os» coiilianiift on Blmiamo q u e os h a t o oaptiut'a do oíiii(;nr
Á los doniiva n nproiíiaroa on vueatro j u s t o valor. E s t a e i ú u c i a
da la clnvQ do los miia ocultos socrotos do la invostijinción del
ponBaniioiit.fi y pormitfl investigar d& u n modo absoluto los
ponaamiiiiitOK y las aiMiionOB do loa demás. Quion lloguo'il
camproudor eat:) liormuaa uiencía, tan liona do ciisteri'oa, podrú i m p l a n t a r i'u ol espirita <lo lox domiia siicnstianua
qno aoráti ubedi^ui las u n día y aún u n año doaptióa. F o (Irriii ourarao onri'L'in'Bdados, y hnc.or do3(iparoi;or malas cosliimbroa, tanto en nim mÍBino, oouioon loíi demás. L'odrñ. curar: e 1)1 insomnio, el uorvoaiamo y la fatiga consluiiieiito al
excoso do trabaju vn loa ne¡{nclos 6 en la vida )irivada.
C IR lina Kobk mirada liodrói)' bipnotizar instanláncmuente Alas ^ídntoa, I'L vimstrn uapriclio Bin qiio st) api'rciban, y
arraatrarlag irrcii^tiblemento i a o g n i r vuestra voluntad. PoilróiR dpsiirrülbir hasta u n grado maravilloso, todo lalontii
múaii.o ó d.raiiiái.ii'0 quo aciisn poscaia; obtoüor a n m e u t o <ie
•iioldn: (k'-iarrollar vuestro poder tolnpAtiro i'i do clrn-[\i U-líela: liiU'er pñbliiNiiuontO expi'rietioias litiiri-'itiLMiB de un cafíu'tpr rtiiiri'Htivo al par iiiio siii'itroiidente: [iriicuraro'' ol ulijetu
y iHtV'uistail "hiriidora <li' i^iiioii o.i piire/.cji; p i w e n i r o s coritm
la ioünnnoiii d.> ION liiimiis: obti'iii'r psiiu'.cntps re.tuiladiiH ílnauuiurOB y ili-^'iii' ñ -^IT I'II viLeXlt'j püis iiuu pcrsjuuli~
liad initnyonto. ,
Kl <Now York l u .Kf.;fca of -Suienco*' pnede c i r a n t i z a r o s
uno aprenderéis Boeroton q a o os p e r m i t a n «IcanKar todo lo
expuesto. £ a la oscuela do hipnetiamo mhs ímportanto del
m u n d o y sus ¿xitoa no tienen rival. Está e o n s t i t u i d a IÍOM
arreglo a las teyos de los Estaifos-L'iildoa, y isnmplo toilas sns
prnmoaa.3 con l a formaliilad máa absoluta. Si doíieilia obtenor
lili i'jomplar do au libro «ratnito o» basta enviar (sin dinero)
vuestro n o m b r e y aeüas en u n a tarjeta postal do 10 céntimos
A, «ThoNew Y o r k l n a t i t ito of Science», ü e p t . (.73. f.'.,Ilenheatar. N . Y., (E. U. do A.J. r lorpcibiréia franco tV vuelta <lo corroo. Como 80 h a publloiul:) Ga e&pafiol, italiano, fraacóa, alem á n 6 inglís, pu!?dc p o d i n o on la longnn (pío mejor convenga.
• BARCELONA
IITIB» BU¿»AL ILüSrSADA
FBE0IO8 BE SUSOBIPUION [P&QD UTICIFADO)
Interior de Uadrld.—ün 9IV0, . . .
Provlncliba 7 Fortnaal.—3elH meaes.
Id.
id. - U n ftflo. . .
Extranjero.—Bele moses
Id,
ünaño
14 posetas,
ti •
11 •
6 francos
12
LAS SÜBDBIPOIOHBS PÜEDSK HA.OBHBH EH
U A D R I D ; M e s o n e r o U o i n a n o s , 10, ó e n
B A R C E L O N A : Calle V a l e n c i a , 276 y 277
La novela más sensacional, m á s intereaaqte y
máa humana de las escritas por el fecundo y
brioso literato Eduardo Zainacois es sia duda
alguna la que lleva por título
MEMORIAS
de una CORTESANA
En elln á más de dar gallarda muestra de au
estilo, prueba Zamacóis el conocimiento profundo que tiene de ia compleja psicología del corazón de la mujer. M e m o r i a s do unii C o r t e s i m a
ea la obra de un escritor que tiene clara idea de
la vida, y que sabe penetrar en lo más recóndito de la conciencia humana.
Dicha obra consta de doa tomos á ITNA pes e t a cada uno.
A\n vil
VIDA GALANTE
ivCn. «88
La semana
Una revista alemana de medicina inserta un bien
documentado artículo demostrando cómo el número
de enfermos de erotomanía ó satiriasis, aumenta fabulosamente de aQo en año.
¿Por qué?...
• Ea difícil precisarlo. Acaso obedezca esto á la rela-
jación ó licencia de las costumbres modernas, ó más
bien, y creo es lo probable, á lo inacoesibles que la
mayor parte de los placeres, aun aquellos más inocentes y modestos, son á los limitadísimos recursos
del pobre. Y abonan estas dos opiniones el heclio
cierto de que la satiriasis se desarrolla principalmente entre los aristócratas libertinos, hastiados de
deleites, y los miserables que, no pudiendo suministrarse las honestas alegrías que procuran una representación teatral ó la lectura de un buen libro, consagran al goce carnal, todas aquellas energías
que, á poder, hubiesen dedicado á otras ocupaciones de más honrada índole. Esto ocurre
fatalmente: el hombre es una especie de pila
eléctrica ó de máquina infernal, que necesita
echar fuera aquella sobra de vigor que un exceso de trabajo asimilativo acumuló; y esta
necesidad la satisface de cualquier modo, ó
matando cuando su mucha vitalidad se traduce, en ira (como le ocurría á Benvenuto Cellini) ó arrojándose sobre la primera mujer que,
voluntariamente ó no, se ofrezca al zarpazo de
BU deseo.
Los "sátiros", pululan por todas partes, es pecialmente por los pueblos y en los alrededores de las grandes ciudades.
El sátiro del bosque Vincennea, llegó á violar ocho niñas en un día; las sorprendía en el
campo y, luego de atarlas sólidamente, aplacaba sobre ellas sus peores instintos.
En Burdeos, otro sátiro atropello a una pobre mujer de setenta y dos años, criada de un
médico, arrojándola después contra el suelo
arrastrándola por los cabellos y golpeándola
hasta dejarla sin conocimiento.
Un individuo, atacado del mismo furor, violaba no ha muchos días en Marsella á una
linda joven, hija de un jardinero, colocándola
en la posición que tenía la desgraciada María
Bigot cuando recibió la muerte...
*" Recientemente, un periódico francés ha
abierto una curiosa información invitando á
las señoras á dar su opinión acerca del con-
cepto que tienen de la satiriasis y de los sátiros.
Muchas han respondido; algunas se indignan contra
los culpables; pero la mayor parte... (¡oh arcanos del
alma femeninal) aparecen llenas de indulgencia y
conmiseración.
Traduciré algunas respuestas;
"El hombre—dice Liana d'Autran,—es un animal
egoísta, que sólo cuida de su placer. Atropellar a
una mujer indefensa, es un crimen para el cual
Creo que los antiguos inquisidores no llegaron á inventar ningún tormento bastante grande."
MUe. Enriqueta Eouis, es más tolerante.
"Como á las violauoras de niños —escribe,—á los
sátiros yo les desterraría de nuestra sociedatl, enviándoles juntos á poblar algún desierto islote de la
Polinesia. Y, ^,quién sabe? Quizá'esos seres, dotados
de una vitalidad extraordinaria, sirviesen de tronco
á una raza fuerte, batalladora y útil á los desenvolvimientos de la civilización futura.''
La italiana Susana Bross!, pregunta:
"¿l^or qué irritamos contra los sátiros cuando nosotras somos, realmente, las autoras inconscientes de
su delirio? .íaconscieníes, dije y dije mal: nosotras
queremos ser deseadas, lo procuramos á todas horas,
buscamos el peinado que mejor favorece la bonitura
de nuestro rostro, escogemos los trajes que más lujuriante relieve den á nuestro cuerpo... y luego nos
indignamos ó, mejor dicho, despreciamos, al hombre
que nos mira fríamente, ¿Es, ñor todo, justo, pedir
la pena de muerte para aquellos locos que, atrepellando todo miramiento,llegaron ó trataron de llegar á
nosotras? Además, ¿por que no decirlo? No hay mujer que no haya querido ser violada alguna vez."
Como Susana Bressi, opinan Victoria Arl=", Elena. G., MUe, CJeo... y otras. ¡Todas defienden á los
sátiros, á los "pobres sátiros" que, por poseerlas,
van á presidio. Leyendo sus cartiis, he recordado lo
que aquella admirable duquesa Josiane, de Víctor
Hugo, le dice á llwónplaine, en El hombre que ríe:
"¡Eres horrible y yo sOy bella; eres inmundo y yo
soy altanera; ven; te adorol..."
L. DB MONTEMAR.
ILUSTRACICaKS DE HOJAS
PRIMAVERA .
¡Obt juventud del año. Pascua ñorida,
diosa de los amores, iú eres la vidal
í L TEATRO CONTEMPORÁNEO.—(Estudio fisonímico por la aplaudida actriz Srta. Santi)
¡Permita Dios que te se hinchen los pirs ;¡'¡ne te
nombren cartero!
Loa Qi.'JNTijno'i
.S'i/.v ii'Hij gniaiiirs: c» vuestras amigas y ritesIrns kerniriniis sierupre esláis cumpUdoa; lucijo m enIrowpáis, iHi-j'ir ilicho, entrtiiiip'iix rí ruestrns ¡ifrpáx,
1/ alffiínas vci:ea nos s/ia'iis los ahurrillus á las polirex
lif.riHUnttí^ fi/rr'i olisi-rjiíiur á cKfíii/iiier... fteñorn.
BENAVKNTK
j\!e han traído con engaTio, me dejan con pcrjldia-,,
se van... Me encierran cnnio á una lie.ttia daiihia... Me
ponen en manos de} carcetero, que es usted, la comunidad... ¡Zaraídn maldito.'...
;.l'ff rstamos en el seno de la muerte'
Caiga deshecha en polvo la materia;
almas, mnstrnd ¡o ijite en la vidafuisteis,
si esjfíriliis, ¡a lu:¡ si tierrü, tierra.
KUHKCIAHAY
Calló Juanita, y Eduardo que estuvo escuchando
ol largo discurso de su amante, sin desplegar los labios y sin pestañear, tradujo su mal humor en fuerte
y prolongado castañeteo de dientes, crispaoión forzosa de puños y mirada colérica que elevó al cielo
en señal de protesta.
Ella lo tomó á broma; soltó fuerte carcajada y adop»
lando una postura graciosa y provocadora, reclinóse
indolentemente eo el div.ín.
—Vaya, Eduardo; estás loco, loco de remate. No
quieres comprender las cosas; no quieres hacerle
cargo de la situación... Esto tenía que suceder un día
ú otro .. Tú has querido que fuera hoy; ¡tanto da! al
fin y á la postre la situación era muy violenta para
los dos...
Jíizo pausa; miró al joven compasivamente, y aj
verle trémulo y agitado, descolorido y nervioso, se
alarmó. Incorporóse de nuevo, y mirándole con fijeza, hizo una mueca de disgusto.
—¡No lo tomas poco fuerte, hijo!... Te hacía de
más seso,,. No hay para tanto; no hay para tanto...
iSi hubiera sabido que ibas á resultar asi!...
—¡Que!
— Nada, nada... No sé lo que digo.
Juanita tuvo miedo. No apartaba la mirada del atribulado joven, ó inquietábase viéndole en crisis tan
violenta. Se acercó a él, tomóle una de las manos y
la acarició dulcemente.
—Después de todo, siempre seré la misma, y cuaní
do quieras...
Eduardo sintió estremecimientos de frío, miró á
.Juanita, y fué animándose poco á poco,
—Lo que pretendes es absurdo, querida... No puedo separarme de ti. No tendría valor para saber que
otro hombre era dueño de tu hermosura,., antes me
suicido... ¡Juaniíal ¡Juanita!... Eres muy cruel... No
quieres amarme... Serás mi esposa; viviremos alejados del mundo, donde nadie sepa de nosotros, donde
nadie pueda hacerte inclinar la cabeza, recordándote
tu pasado,.. ¡Qué me importa lo que puede decir el
mundo! Es necio hacer caso de preocupaciones ridiculas...
^ ¿ D e veras te atreverías á casarte conmigo?
—¿Puedes dudarlo?
—No, no; ya veo que serías capaz de cometer semejante desatino.
—¡Juan i tal
Sonrióse ésta, recogió los pliegues de la amplia
bata que cubría su hermoso cuerpo, un cuerpo de
perfeccionas capaz de soliviantar á un santo, cruzó
sus piernas, dejando entrever un pie chiquito, que
aprisionaba rica chinela de raso y frunció el entrecejo, signo inequívoco del disgusto que le produjo
lo dicho por su amante.
—Mira, querido; no nos atolondremos, hablemos
con calma, y verás cómo tengo razón.
Y habló; habló largo rato sin que fuera interrumpida una sola vez por Eduardo, que escuchaba haciendo aspavientos de asombro al ver la tenacidad de
su amante. Era Juanita muchacha de talento. Para
todo tuvo argucias irrefutables; sus palabras fueron
concisas y claras...
¿Casarse con Eduardo? ¡Valiente disparate! Equivalía á perder el porvenir brillante que el mundo le
brindaba. Casándose, inutilizábase para siempre.
Además, ella había nacido para brillar, para ser una
de esas reinas de la moda, que arruinrm á los millonarios en pocas semanas y cambian de amante con
la misma facilidad que de camisa, Eduardo era un
joven distinguido, elegante, discreto; pero nada más.
Tocante á riquezas. Dios las dé. Disfrutaba un sueldecillo que apenas bastaba para cubrir sus necesidades ¡y hablaba de casarse! Tenía gracia. Cierto que
amaba con locura á Juanita; mil veces se lo dijo y
otras tantas se lo demostró cediendo á las caprichosas extravagancias de la joven; peio todo aquello
del casamiento, de la casita aislada donde disfiutarían envidiable felicidad, aquello del hogar tranquilo,
de los niños que corretearan por el jardín haciendo
diabluras, eran cosas buenas, si, pero no encajaban
en el temperamento de Juanita, que se crió en el ambiente del vicio, del que ya no podía sustraerse. Se
amostazaba Eduardo, itontol ¿No tenía la seguridad
de que Juanita le amaba? Le amaba á BU modo, como
comprenden el amor esa clase do mujeres; le amaba
á fin de tener siempre pretexto para dejar á los potentados quo la daban sumas fabulosas á cambio de
caricias violentas y mimos estudiados. Vaya, vaya,
Eduardo era demasiado exigente; que se contentara
con lo que tenía, ya que con ello causaba envidia á
tantos.
Terminó:
—No puedes quejarte. Tú solo eres el único hom-
brc que puede tlccir que ha tiidü dueño de mi sin
(luQ te costase dinero ;,quó mas quieres?...
F u é aquello una explosión formidable que se p r o dujo en el peclio de líduardo. Ijevantóse, miró iracundo á-Juanita; liizo t e n t a c i o n e s de lanzarse sobre
ella y destruir aquella belleza s u b y u g a d o r a que le
causaba tanto daño. No lo hizo; pudo reprimirse,
merced á poderosos esfuerzos de voluntad, quiso
hiiblar, decir a'^", improperiar a aquella mujer que
lan c r u e l m e n t e s e
burlabadeél;tampoco le fué posible. A h o g a s e la
do: llamó á su camarera y mand'í que despiditiran ol
carruajePasaron tres días, en los cuales no pareció E d u a r do. AEejor. A l fio había comprendido la ra-ión y procedía con cordura. P e r o al s i g u i e n t e , la doncella
penetró en el dormitorio de su seBora llevando dos
cartas. Juanita, al m i r a r la letra, supo d e quienes
eran. L a u n a del j o y e r o , apremiándole en el pago de
u n a cuenta; la otra de Eduardo. ¡Qué quería aquel
íontül Rompió el sobre con mano nerviosa y sorprendióse al ver que contenía unos cuantos billetes de
banco. El escrito era corto:
"Me concediste algunos favores, que h " y ío p a g o ,
mf0^
•i/'r'
VOZ en su garganta y sólo profirió; un
grito, un aullido que nada tenía do
humano. J u a n i t a rió como siempre, y en situación
a p u r a d a y poco airosa Eduardo, no tuvo m á s solución que salir de aquella casa donde lan g r a t a felicidad había encontrado siendo dueño de la h e r m o s a
joven.
Ella quedó Iranijuna, como si nada hubiese ocurri-
¡DÉJAME
Voto de mi lado;
•= ,'
ya no me haces faUa
que tu amor impuro, comprado :L vil precio
me hastía, ma cansa.
Tú no eres la misma,
ki quo me inspiraba
raptos ds cariño, pasiones anüontes
voliiptutiyas ansias.
'I'ii no eres la misma
la de esbelto talle, la tiefroana cara;
se ha secado la llor de tu rostro
conm la amapola que el gusano mata.
'l\is ojos azules
nofuiííuran ardientes miradas;
aquellas miradas quo eran como rayos
que todo lo abrasan.
Tus iabioa rojiííos
que anioi' me juraban
se han vuelto amarillos; se les fué la sangre.
so acabóla savia.
l''.s inútil que arqneoy los braiíos
con dejadez hinguida;
no linjas carii;¡as, no mientes placeres,
porque no me ongañaa.
¡Vete da mi lado,
y a no me haces i'alta!
¡tú mo orreces nn cuerpo sin vida
y yo quiero un alma!,..
O^lMTItlABO ÜULNO
Vf
vendiéndome como soldado. V o y á la g u e r r a , donde
procurare que me maten para "olvidarte. A d i ó s , "
Se emocionó Juanita: "¡Pobre Eduardo!" Pero reaccionándose en s e g u i d a y r e c o g i e n d o los billetes que
íiabía tirado sobre la alfombra, dijo á la c a m a r e r a :
—Di al dependiente del j o y e r o que paso... V o y á
pagarle...
,
-
J. PÉREZ CAKRAtíCO
CANITAS
i*JUe pena me dan lotí ricos!
\\o vi comprar con dinero
una raiijer muy hormoaa
y un corazón mny pequeño!
Mira aquella cJa'/ellin»
que clavelitos que da.,,
i^ mira li'i quión ¡os co;;6,
quien no la pensij sembrar!
lístaitas tras de la reja
cuando el sol iba á salii-,
y al verte se preguntaba:
—Pues, señor; iquó liaré yo allíí
lüi el cielo de tu cara,
morenita de ojos nebros,
voy ;i ver si sé deshace
una tempestad de besos...
Parece que ae despiden
las hojitas al caer.
jCuán'iristeg quedan las ramas
uiii las hojitaK deapiiós...!
La vanidad va vestida
con rico traje de soda,
por QBO le abrimos todos
cuando llama a. nuestra puerta!
Do las mujeres me río.
La qua menos mo ha costado
me llamalja:—"DuoÑo mío...»
J. E.NUIQDE DOTRE-S
miirjn
DK MKNUKy. A L V A I I I : Z
EL
DVLCE
No todos ios amores se deslizan plácidos y serenos por la
vida del hombre embalsamándola voluptuosamente.
Cuando menos se espera - y oonsle que e s t a s a m a r g u r a s no
se esperan nunca —surj^e un olistaculo, una pesadumbre, un
p a r é n t e s i s de tristeza en forma de obligada ausenciaj y la placidez so rompe brusca y dolorosamcnte.
Eso Si', h a s t a en los momentos de prueba fiene el amor encantos, y si por un lado se conturba el espíritu do dos buenos
amantes ante la proximidad de su separación, por otro, en cambio, hallan en el mismo dolor de la despedida una voluptuosidad no sentida hasta entonces y que precisamente por sentirse
en trance tan apurado resulta luego inolvidable y vive á perpetuidad en cuerpo y espíritu com^o la huella de un perfume
inmortal. L a despedida entre dos enamorados es algo así como
un reerudecimiento tiernísimo
de Su amor, que s-'^sta en dos m i nutos las energías de t ) d a la j u ventud y aniquila s u s nervi s
con una vibración poderosa, aso
ladora. Et beso que dos e n a m o rados cambian al separarse es
un r e s u m e n de lodos los besos,
de todas las caricias, de todas
las promesas y de totlas las p o sesiones, y ai el amor pudiera
s e r eterno, cabría decir que en
ese beso, que dura un instante,
se compendia toda la eternidad
de la paáióa.
E l dulce adiós tiene distintas
m a n i í e s t a e i o n e s , tridas ellas de
pura forma. La esencia es s i e m pre la misma: aprovechar el último instante para repetir la
confirmación del cariño.
U n a de esas manifestaciones
consiste en coger suavemente l'is
carrillos de la m u j e r amada y
atraer hacia sí sus labio^j contemplarlos como cosa legítima,
acariciarlos con la vista y b e sarlos l u e g o .
Todo lo que digamos de este
c/e¿aí/e amoroso resultará p á l i do ó insulso para los que n o lo
hayan saboreado. Por eso preferimos a h o r r a r n o s entusiasmos
que Bulo 1 is amantes c o m p r e n derán. El amor es ridículo m i e n tras n o se siente oon verdadero
frenesí, y si la humanidad s e
compusiese exclusivamente de enamorados, no existirían nin
g u n o de los necios prejuíeios que á todas horas n o s porsiguO
como dómines insoportables.
*
El abraz-)... E s decir, no el abrazo completo, estrecho y 8^'
diente, sino el acto de rodear la mujer con sus brazos el cued'
del hombre á quien ama, el preliminar del abraz'J, h e aquí of'
manifestación deliciosa del dulce adiós.
Eso ademán, tan sencillo ai parecer, tiene toda la grandc^f
de los más intensos arrobos, y en él pono la mujer su alm" ¡
su vida, fluyóndole de los ojos una ternura exquisita, consol»"
dora, que ¿a fuerzas para suportar 1"S mayores dolores y h*"*
mirar con desprecio todas la« veleidades de la fortuna.
E s la mujer, el objeto amado, la felicidad, el deleite, l a g l o r "
de vivir lo que se recibe con ese abandono Heno de gracia, d'
adhesión, de fidelidad. L a mujer s e ele va, s e e n g r a n d e c e , toinn"
do el aspecto de diosa protectora, de ángel guardián que pr'^
mete no desampararnos nunca, amarnos siempre, pertenecer
nos p o r encima de todas las pesadumbres. Después, cuando Wbrazos de uno y de otro se estrechan, los p e c h o s se oprim^J
con u n a voluptuosidad dolorosa y los labios se buscan parí» "
ADIÓS
beso supremo, no se experimenta üiayor felicidad. El abrazo es
la posesión; el ademán que lo precede, es la alegría del que
Sabe que aquella t e r n u r a es suya, siempre, toda s u y a .
«lOn la frfntc, majeslad;
en los njos. ilusiún:
fn las nif'jillas, bondad,
y entre los hibioH, pasiún...'"
.
Así ha deíinido Camponmor al beso s e g ú n e t l u g a r e n que se
da, pero ¡ay! que esta deliiúoión del célebre poeta se parece á
las r e g l a s dfi Uis preceptistas... que luego, en la práetica, no
sirven para cosa alguna. E l beso en las mejillas podrá s i g n i ficar bondad, pero también, y principalmente, expresa amor.
Sin contar conque á unos les par e c e r á el colmo d é l a voluptuosidad besar en los ojos ó en laa
orejas. Jíri suma, lo esencial de
todo esto es que el beso en las
mejillas Constituye otra f rma
del dulce ¡UITÓF, olra manil'eslación de cariño, otra prueba de
la voluntaria y recíproca p e r t e nencia de dos cnjimorados.
Existe un monu-nlo en toda
despedida amor s a en que la
materialidad de la pasión cede
arite un enternecimiento e s p i ritual que domina con absoluto poderío, y etilonces la m u j e r amada toma el aspecto de
dulce compañera, de amiguila
cariñosa, y el amor adquiero un
sello fraternal, una honestidad
exquisita. Esto es lo que parece
significar el beso en la mejilla:
un apasionamiento limpio, casi
puro.
I'
*
L o s ojos... Si fuéramos á decir
por nuestra cuenta todo lo que
se m e r e c e n ó á recopilar lo que
de ellos se ha dicho, sería c o a
de h a c e r un n ú m e r o do quirioiitas mil y pico de páginas,..
y quedaría m u c h o por decir.
Nos limitaremos á h a c e r
constar que no h a y despedida
amorosa sin un beso en 1's ojos,
fse beso ol través del cual p a r e ce íUIrarse ima mirada llena de
amor, de apacible voluptuosidad,
de resignación, de esperanza... Oiríase que lo que se besa no
Son los ojos, sino la mirada que de ellos brota como un hilo de
mz, como una caricia venida de lo iniinito del amor para e n dulzar la triste despedida. Y luego, cuando los labios se s e paran y los ojos se abren placenteros, h a y s i e m p r e en ellos
^Igo dé gratitud.
:
• .. . La despedida se prolonga, el dulce adiós ha de tener su fin
conio todas las cosas. La pobre niña no encuentra y a palabras
que expresen toda la intensidad de su dolor ni caricias que
basteu á calmar la pesadumbre del galán, l i a llegado ese supremo instante de quietud, de éxtasis doloroso, de silencio elocuente en el que l a s palabras molestan y el l a t i r presuroso del
cfírazón ahoga... Y es preciso despedirse de verdad, defmitivauíente, dar^e el último adiós, el adiós material que separa las
Jnatios y aleja a las personas... L a niña s e acerca á su amador,
lo mira tiernamente y se ofrece á él u n a vez más.
— E l último, en el cuello, dueño mío —le dice sonriendo: pero
liay en su acento más sinceridad que en el de aquella maldita
f^afo de Daudet.
J. MENKNDEZ AGUSTY
MARTE Y CUPIDO
l^n.fí^l'iEAIH'
^ ¡ \ " a y a tistocon Dios, salero!
¡Vaj'a ustó con Dio», serrana,
<\U6 me párese usté tin piaso
de la gloria con enaguas!
¡0¡é Jas hemljras da buten,
ti© chipan y sircustansías,
que vienen ñ la nJasuela
de Oriente, pa que se vayan
enterando las naciones
extranjeras, de que Kspaña
es pa cuestión Ja mujerea
si aninsumcuerda;
¡palabra!
^porque valauslé más perras
y más pesetas en pJata
y m;ís biyetea de banco
que la levita que gasta
e r Ministro de la Guerra
cuando se viste da gala.
[Vaya usty con Dios, salero? • •
[Vaya usté con Dios, serrana!
^Quiere usté que la aconipañet
—Non, señor,
—Gracias, mi arma;
que me ha tiejao usté mas leo
que la cuarta imaginaria
sin tabaco. Oiga usté, prenda,
no rae ponga usté esa cara,
que se va i asiistur oi rorro,
y oso sería una lástima
—Melitai, non jaste bromas
ni venga con zarajatas
y sáquflsa da mi vfsta,
porque yo non tongo janas
de paligen
—¡Eso as de verasf
—¡Lu dicha, dichul
—¡Que grasiii!
—Porque ustedes loa de tropa
tienen aíciones muy malas,
y procuran dar oamelus
á las muchachas incautas
como yo, que ha sido siempre
honrada, decente y candida.
Non tongo más que dicirla.
Conque ahur: ahueque el ala,
y joju, que ios de tropa
me tienen muy aacamada.
—l'ero diga nstó, prínsesa:
íes así como usté trata
á BUS paisanos?
—iQué dicel
—Digo que usté es mí paisana;
lo conozco en el asento,
y el asento no me engalla.
—jEs cierto lo que me dice?
—¡Pues ya lo creo, rni arma!
—iDe dónde es ustél
—Der sielo,
quiero disir, de Chidana, v;
donde naso la canela
y la sal de toa la lOspaiía,
donde están los mozos cruos...
jY usté de dónde esf
l'Ui:
— i-ío IVavia.
—jl-e ve listel ¡Si somos da m boa
paisanos hasta las cachas!
¡Si Pravia está á la vorita
de Chiclanal
-iSÍI
—¡Puea vayal
Como que desdo mi pueblo
8B ven la iglesia y las casas
^'*;^
LASI-ílliTArf.^ «AN'TI V (10.\Z.UJ-:X'¡
der de usté; si están tan serca,
que hasta los vesínos se hablan,
y en Chiclnna oímos todo
lo que ustés dosis en ppavia.
—¿De verasí
—Por estas cniscs,
que Garsía no la engaña.
— Usté es un pilbi, un jaitero;
usté viene á ver ai saca
algu...
•—iSacarl Al contrario
—Pues lu que es ;l mí, ¡narangasl
—Conque diga usté, lusero
matinal de la mañana,
¡me quiere usté, si lí nonesí
¡vamos üamboa á hacer changa
amorosal
— \ o ; non puedo,
porque desde ayer mañana
me comprometí de veraa
*con un mucliaclio de Canjas
queesijiá-stlamencuqueelGallu;
¡un gran ¡¡artidu!
—;Carambal
(Será algún prínsipe rusof
, —Non, señor; ¡mo/.u de cuadra!
Y es tan guapu.tan graciosa
• y tan barbián, que cuando anda,
ma dan janas do dicirle:
;ülé, que viva lu gracia!
;\'iva tu señora madre
y el cura que te eche el ojua!
—íDe manera que por eso
lo va usté á dar calabazas
á .luán Garsía, al trompeta
que mejó toca en Ja banda? . .
¡Mardita sea mi suerto!
[Mardita sea mi esíampal...
— ¡Jesús!
—¡Mande usté ahora mismo
por sinco mir duros tie árnica
porque cuando yo le trinque
va usté á verle en las espardas
m/is cardenales que en liorna
ai no toca retirada,
najándose ar trote largo
á mir leguas do dislansia!
—¡Hall! Non desagere tanto,
si non quiere que aquí Jiaiga
revolución y timulto,
j'orquQ como él le esi-ucliara
era capaz, ¡ya lo creol
do liarlo dos man¡u::adas.
—¡A mif ¡Darme á rri en la lilaT
i\'amos que tendría grasial
Conque basta de cobeo
ó si so quiero do guasa,
y hablamos clarito, prenda,
que lo quo á usté le hase faría
es un gachó como manguen,
y too lo demás, ¡naranjas!
Y lo que yo necesito
para las láenas diarias,
BK iinacioni'Gyasuper
iguarquo iisU?, ver'jo iíigrasia.
—[liali! Non modigaesas liosas,
molilar, que aunque soy ama
de liria, me ruborizo
y mo ponga culorada.
—i Y que dise usté ;'i todo esto?
—Pues d¡h^u, que si usló hablara
coD buen lin...
—¡La fin dar mundo'
iQuiü ustó más lejos, serrana?
— Yo, por mi, acertó...
—íKs sierto!
¡Maresita do mi arma!
¡íiondita aeaosii boua
que párese una castaña
¡ii'longal ¡Viva/ese cuerpo
resalao, que es una parma,
y ese üutis que es peluche
dur do ;í peseta la vara,
y osos pinreles qiio son
miamamento que dos lanchas
caiioDoras, y esos ojos
que son dos míáuseres...
— Gracias.
— Ya venís tií lo qiio es bueno,
8i os quo tionmiyo fo casas.
llí: ¿de que tabaco fuma
tu señorí
—Del de ia Habana.
—Pues tríncale unos sigarros,
y mañana, cuando salgas,
te los traes paca.
—Ciirrienta.
_ —Y de la sena me guardas
arguna cosiya, ¡gabe?
mu poco: cuatro ó sois maí,'ras,
media boteya de vino,
queso y pan; con eyo basta,
porque oso iiiardito f/abi
que nos dan por ia mañana
no me entra ni de real orden;
y como enjamás lo cambian,
estoy, chiquiya, hasta el polo
de judias y patatas.
—iPoro eso os para ti soloí
—íPa quién ha de sorí
—[Non vaya
í'i cumerse alguna jolía
las cosas que yo te traigal
—Poro iquB estás tú disiendof
¿Yo faltar á mi palabra?
lYo dirme con una golfa?
íYo hacerte á ti alguna mala
partfaí [Vamosl... [Primero
me afusilan por ia espalda,
porque pa mí no hay más golfo
que tu persona gitanal
—No; lu que es lus nielitarss
tienen un p¡cu, una labia,
que en cuanto le sueltan á una
el chorro de la palabra,
se dirrite, aunque una sea
do mármol de la Carraca.
—Y pa quo veas ai es sierto
cuanto mi perdona te habla
•íi quieres, mañana mismo
voy á pedirte á tus papua,"
nos lee el cura l& pistola
de >>an Pablo, y á mi casa,
luego, te yovaré ar pueblo
pa que se mueran de rabia
y de envidia las mujeres
y los hombres de Chiclana,
y además, pa que diquelen
la graeta y las sircunstansias
y el aqui'l que Dios la ha dao
á toas las hembras de Pravía.
—j Y Gsu cuándu?
—En cuanto cumpla,
porque yo tengo unas gana«
de cumplir con tu persona
y queda como Dios manda...
—íY cumplirá prontuf
—\ escape,
jiorque tan sólo me fartan
nuev» mases, c u a t r o d i a l
y un mennto, si no marra
mi cuenta. Conque ya sabes:
como aluBgo tú no mo hagas
alguna mala partida,
ú si ss quiere perrada,
de esas que hast^is las señoras
veinte veses por semana,
de aquí á diez, moses cabales
ó antes, si me dan rebaja,
¡la dislocación y el cadas,
chiquiya de mis.entra fias!
—¡Ay, si?
—¡Mas verdá que er OoHol
—;NQn dijas esul
—;Ay que grasia!
t >y6: pa mañana mismo
es prosiao que le traigas
unas cuantas pasetujaí
ya sea en perros ó en plata,
pa morcarte unOa sarsiyos,
unas botas y una larda,
pa que sepa toito er mundo
en tu pueblo y en tu casa
lo finos y lo rumbosos
quo somos los de Chiclana.
Y iihoi'a me najo ar galopa
porque á las sinco sin farta
longo que tocar á pienso
y tú tendrás niucha gana
de comer. Conque, adiéis, reina,
adiós, lusaro del alba.
—AdiüH, serranu, jatua,
cundenadu...
—Adiós, mi arma.
(¡Otra viV-tima inocente!)
¡Ole las mozas gitanas!
—¡Ulú los mozus sarranosl
—Y di quo sí. ;Viva Pravial
MAMDKL S O R I A N O
roT. iioiiKfc:
•;
r^!'.;--?;•-•"•'.••~/í;">S'.","»
GALANTERÍAS TEATRALES
ESPERANZA
Imagínense ustedes una estatua modelada por el
divino cincel de Pidiaa, dótenla, además de un alma
exquisita y encantadora y el retrato de Esperancita
Clasenti queda hecho. Amable y distiguida, atrae por
su trato; hermosa y joven fascina por su belleza.
Recibióme en el hotel donde se hospedaba en Barcelona, y nuestra entrevista tuvo lugar la víspera
misma del día en qué debía cantar en unión de Carusso, la nueveciía y flamante ópera "Rigoleíto."
—f^Esta usted
^ ••',;• .
di^^puesta tí dejarse confesar':'
—la pregunté.
— ¿Y por qué
no? contestó con
gentilísima donosura mi interpelada. Vaya US'
tedpreguntando.
—lOh[ mi músico favorito,
f^quióa quiere us
led que sea? Verdi, el grande, el
magnííico, el indiscutible,..
— Las óperas
que eseribió en
su primera época soi^ las mías.
Tomeustednota:
"Rigoletlo", "La
Traviata."
—Sí; también
canto algunas de
Donizzettijv^Me
yerbeer... La esc u e l a antigua;
ésta es mi esouela...
—^iQoeyosoy
muyj oven? ¿Qué
importa eso,amigo mío? Bien di
ce el adagio que
los extremos se
tocan...
'—¿Qué p a í s
del mundo es el
que más me gusta? lEn valiente
apuro me ha metido usted!... Porque, á serle franca,
le diré que á mí me encantan todos los países que
he visitado hasta la fecha... España me fascina con
su romanticismo hidalgo: Francia me seduce por su
caballerosidad y cortesía; Italia por lo poética; la
América meridional por lo fuerte; la Septentrional
por su actividad,., ¡Nada! ¡que me gusta el orbe enlerol...
—¿Que yo no necesito tentaciones?...
—¿Que bastante tentación es mi propia personilla?...
CLASENTI
— ¿Que soy un peligro constante para los hombres
inflamables.^...
— ¿Le consta á usted'... ¿Y qué es lo que usted
sabe, vamos á ver? ¿En México?
" Sí, señor, eso mismo fué... Y por cierto que no
esperaba yo aquella acometida.... ¡cualquier día espera una que un caballero desconocido se la presen. „te para decirle
as', como quien
no dice n a d a :
"Aqui estoy, señorita, dispuesto
á casarme con
ustedensegiiida.
lEu! ¡ea! al altar...
"N'ámonos"!..
— Algo cara le
eosli'i su matrim o n o m a n í a...
En uvas sólo se
gastó un dineral.
Le advierto que
en Mr.\ico un ra
cimo le cuesta á
uno un ojo de la
cara.
—¡Claro!... Era
uTi sistema para
queloditalacompañía tomase el
vinoienpfldoras!
—f,í-jo de Italia
también?... ¡Si
eso no tiene importancia'... Un
joven militarque
so enamora de
una mujer sin
que ésta lo sepa
y que se va ú la
platea de uno de
l o s principales
tealros,yanave7,
allí desnuda el
acero y exclama
gallardamente:
"Traspaso al primero que no la
aplauda... ¡Vaya
si le traspaso!"
- No, señor, no mató á nadie. Le advertí á mi
enamorado Marte, que no gusto de pagar colección
de mariposas disecadas por el procedimiento de los
alfileres...
Una inesperada visita puso término á nuestro
diálogo... Lo sentí, porque á la sazón, pese á las pocas ganas que de lepidópteros disecados tiene Esperanza, resultaba yo una mariposa atravesada do parlo
a [larte por uno de aquellos alfileres que, á guisa do
dardos mortíferos, lleva en su carcaj cierto diablillo
travieso, nacido para perpetuo martirio de las almas
sensibles é inilamables.
^ p^j
JiTAN riN'CEL
BT-
•
^
.
LAS DOS GATAS
Cuando el reloj dio la última campanada de las
siete, el pito de la fábrica, con su a^udo silbido,
anunció á Lis obreros que la tarea del día terminaba.
Pronto una multitud de hombres sucios, enrojecidos
por el trabajo y todavía sudorosos y jadeantes, empezó á extenderse por la calle con un sordo rumor
da fl'lmena, desapareciendo al poco rato como si se
disolviesen en los charcos de agua que formaba la
lluvia.
Aquel día Miguel, e7 Zurdo, como le llamaban sus
compañeros, no había salido con ellos; sentado en
un banco en Ja habitación del portero había presenciado el desfile; necesitaba ir solo, asi ]n manifestó
al señor Juan, y éste, á quien le ora indiferente, se
contentó en encogerse de Iiombros y decirle; ¡Espera!
Ya podi'a salir, no quedaba nadie. Miguel abandonó
la portería, apretó la gorra sobre sus sienes, y lanzándose á la calle, empezó á caminar lentamente,
como despreciando el agua que caía sobre ól, incapaz
de apagar el fuego que llevaba dentro del pecho.
Aquel anónimo, aquella cita... ¿Sería de ella? No,
bien claro se lo dijo: "No me verás jamás". Ni falta
que hacía; la despreciaba; la mujer que olvida por
dinero, sólo merece el desprecio. Que le aprovechase
el viejo, á él le tenía sin cuidado.
De pronto se detuvo; una voz de mujer había dieho con voz dulce á su espalda.
—¡Miguel!
¡CielosI era ella, tenía valor... Una oleada de sangre
subió á su cabeza; sintió que el mundo amenazaba
tragarle; una voz interior le decía ¡mata! mas /a Trini volvió á decirle aún más dulcemente:—¡Miguel!—
y entonces, olvidándolo todo, se arrojó en sus brazos
exclamando:—¡Trini, Trini, ¿por qué me abandonaste?
Luego empezaron las explicaciones; ella estaba
ciega, fué una locura que jamás se perdonaría. ¡Cuánto había sufrido desde que se separaron, cnanto dolor, cuánta vergüenza! Era el pago á su mala acción,
ella lo comprendía así y no se quejaba.
—No se hable más de eao —dijo el ÍIurdo,^allá en
casa espera todo como tú lo dejaste; ni una silla he
cambiado de su sitio. Hasta la cama está intacta; allí
están las huellas de tu cuerpo, el embozo medio levantado y aun creo que las sábanas conservan tu
calor... ¡Trini! ¡Trini, cuánto me has hecho sufrir!
—¡No, ya no se repetirá, yo te lo juro, Miguel, yo
te lo juro por lo que más quiero en el mundo! ¡por la
memoria...!
—Calla, calla; lo mismo decías la otra vez; calla...
— ¿Te asustor"
—Sí; cuaiidQ me pongo a pensar me asustas, me das
miedo... Porque no, no puede ser que estés arrepentida. Tú eres mala, tú no te arrepientes. Quiero creer
que es verdad cuanto me dices y no puedo. Quiero
odiarte, odiarte con toda mi alma y... no puedo tampoco. No se por qué te puso Dios en mi camino... te
odio y te quiero; debía matarte y te bendigo... No,
Trini: apártate de mi lado; déjame seguir como bnsta
aquí, dormir recostando la cabera en los pies del camastro pensando en ti, correr p"r ahí en la taberna,
en qualquier parte i,<\né me importa? El caso es vivir
tranquilo, no tener S'bresaltoR, no estar albergandu
temores constantemente... Déjame, Trini, ¡huye!
—¿ho quieres? Pues sea. Adiós, Miguel.
— Ño. no me abandones, moriría de frío: ven á mi
lado, todo lo aguanto, todo menos vivir sin tu cariño.
—]Ay, Miguel, Miguel, qué feliz me haces!
Bajo la lluvia torrencial que cala sus vestidos y
empapa de agua sus cabellos, la Trini y Miguel, muy
juntitos, mucho, como pretendiendo al mismo tiempo
caldear su cuerpo y su alma, metiéndose en los charco--, atraviesan caíles y calles.
11
Una nueva existencia empezó para los amantes; la
dulzura del hogar, no turbada por nai'a, ni por nadie;
la satisfación de una dicha tanto tiempo deseada; la
abundancia del trabajo; todo, en suma, contribuía á
que fuese deliciosa. El pasado había desaparecido
para dejar su sitio al presente. De aquello no se ha
biaba; si alguna vez la Trini sacaba la conversación
para sincerarse, Miguel la hacía callar; de snbra sabía él que era inocente, la culpa la tuvo el maldito
Paco; era natural, ella no podía pasar hambre.
La fabrica donde Miguel trabajaba tomaba un gran
incremento, gracias á la propaganda y á la buena
calidad de sos productos. Sus dueños penEaron en
desarrollar mas su industria, y para ello, una de las
medidas que tomaron fué hacer extensivo á la noche
el trabajo. Una semana sí y otra no velaría una tanda
de obreros. Este fué un golpe terrible para Miguel,
pero, en fin, ya se acostumbraría y procuraría desquitarse en las buenas semanas.
Miguel había sufrido un gran cambio en su manera
de ser. Ya no era el trabajador mudo, siempre taciturno: estaba siempre alegre y de broma. Sus camaradasle daban y se daban la enhorabuena por el
cambio. ¡Es tan penoso tener siempre al lado un
hombre triste!...
Las tareas nocturnas empezaron. En la primer semana le tocó al Zurdo velar. Los días los pasaba en
casa, durmiendo á ratos, y á ratos jugando, como un
verdadero chiquillo, con Trini ó con Camila, una
hermosa gata, que, tal vez por simpatía, la Trini la
introdujo en BU casa. Era un bello ejemplar.
Al tercer día de su nuevo trabajo, Ca/n/ííj, víctima
sin duda do algún gatesco Don Juan, abandonó el
conocido domicilio por los horribles tejados. ¡Amor
es ciego!
iMientras tenga el calor de mi otra gatita—dice Miguel,—nada me importal
in
El alumbrado público aun estaba encendido, en las
desiertas calles caía una lluvia menuda y fría. ¡Horrible mañana! Los golfos se apretaban en las puertas
cocheras, los canes vagabundos, con la cola entre las
piernas, ateridos do frío, buscaban, arrimados á las
paredes á fin de resguardarse en los aleros, algún
montón de basura donde meter su hambriento hocico.
Las puertas de la fábrica se abrieron para dejar
paso á los obreros que habían pasado la noche traíiajando. Al sentir el soplo helado de la maiíana, todos
hacían una mueca y se embozaban en sus capas. ¡Vaya una mañanita!
Miguel tomó BU camino y se entregó á pensar en la
Trini que, de seguro le estaba esperando... ¡C'ímo se
iba d desquitar de aquel frío! Y lleco de ansiedad
atravesaba calles y calles.
Deprontouna duda asaltó á su mente. ¿Habría vuel-
to Camila? ¡Pobrecilla; hacía tanto frío! Sí, ya debía
estar en casa; el hambre debió obligarla. En esto se
parecen mucho las mujeres y las gatas. ¡Ya, ya! Miguel encontraba la ocurrencia de buen gusto y reía.
Al fin llegó ;l la puerta de su casa; un caserón
enorme y destartalado, Heno de grietas y ventanas
en sus muros. ¡Buen provecho sacaba eí casero de
aquellas cuatro paredesl Abrió la puerta, entró, echó
la üavQ de nuevo y encendiendo una cerilla, que semi-disip<''la pesada obscuridad, empezó á andar por
aqnel laberinto.
Por fin se detuvo ante una puerta; allí estaba su felicidad...
Escuchó; dentro se oía ruido ¡sanio cielo! ¿qué sería? Creyó escuchar gemidos; llamó. ¡Nada! Lleno de
energía y como impulsado por una fuerza extraña,
forcejeó'liasta hacer saltar la cerradura. ¡Quién val
¡Nada! ¡Nada! ¡Ni ella! Un sudor frío inundó su cuerpo, la cabeza quería saltársele, las lágrimas so agolparon en sus ojos. De nuevo empezó ú escuchar...
¡Era la gala! La CnmÜn que aterida por el frío
maullaba en la ventana. ¡Que se helase! ¡Ya no era
compasivo! Luego, como arrepentido, se dirigió á hi
ventana, abrió y tomando al animal lo colocó sobre
la cama, su cabeza en el sitio donde la ponía eiJa,
Después se acostó. |Día triste!
El aol fué aclarando poco á poco las nieblas en su
claridad semejaba el ambiente á un témpano de hielo. El /Ciirfín sentía el frío que le rodeaba, pero aun
sentía un frío mayor en su alma. Fresa de una angustia mortal vio transcurrir el día y llegar la noche.
Se aproximábala hora del trabajo. Era preciso.
Rebujado en su capa, triste y abatido, Miguel dejó
su hogar. ¡Otra vez como antes! Pisando el barrillo del
Suelo, aguantando que los coches lo salpicasen de
lodo y tropezando con todos se dirigió a la fábrica.
Un agudo silbido le avisó, era la hora de entrar. Y
Miguel, con el alma hecha pedazos y el corazón oprimido, confundiéndose con la masa de obreros atravesó el portón de la fábrica. Otra vez al trabajo, sin
aspiraciones, como una máquina... ¡Paz á su espíritu!
;
Lüís RUIX SOLER
Sin embargo, bueno será h a c e r constar q u e la h e r mosa criadita no se dejó enamorar de buenas á p r i m e r a s y que Calamocha tuvo que establecer a l r e d e dor de sus encantos un sitio formal entreverado con
Don Gaspar Calamoclia ee UQ modelo do farmavarios bombardeos.
céuticos, tanto en BU v i d a oficial y científica como en
lo privado y p u r a m e n t e personal. Su fama de e a p e Lo más notable de estos amoríos es que don G a s cinlisfa se extiende desde el Tajo al
par se creía amado s i n c e r a m e n t e por la
Guadalquivir, y últimamente se h a sabido
bella liosa y que j u r ó n o e n g a ñ a r l a como
que la Academia de Medicina de N o r u e con anteriores conquistas había hecho,
ga ae h a ocupado de sus g r a n d e s d e s c u repartiendo las h o r a s que dedicaba á las
brimientos terapéuticos concediéndoles
s u p r e d i c h a s saturnales entre tres ó cuael honor de la discusión. E s t o quiere detro ninfas de su particular estimación.
cir que la fama de Calamooha ha pasado
Asi las cosas, cierto día le avisó su s e y a el Tajo y remontádoae hacia l a s r e ñora que Rosita estaba enferma y se h a g i o n e s árticas.
bía quedado en cama quejándose de fuertes dolores n e r v i o s o s . Don G a s p a r torció
E n t r e los más famosos invenios de Cael gesto y se dirigió á la alcoba de la p a lamocha figura una tintura balsámica á
ciente. L a p u e r t a estaba cerrada por denla violeta y un j a r a b e de chopo opiado
tro y el boticario tuvo que llamar con los
que aplica indistintamente al a s m a y la
nudillos y esperar cinco minutos á que
difteria, siendo lo m á s curioso de esta
Rosita, m u y encarnada, abriera.
dublé aplicación los excelentes r e s u l t a dos que obtiene en lodos los casos.
—Vamos, ¿qué es eso? ¿Dolores?... A
ver la lengua... E s t á bien... A ver el pulEl r a s g o más saliente de Calamocha es
so... Agitado, m u y agitado. E l caso es que
su austeridad, y h a s t a tal punto la hace
anoche estabas m u y tranquila. Nada en
sentir sobre los que le rodean, que sus
verdad anunciaba este trastorno...
mismos dependientes aun siendo talluditoB, no pueden salir de paseo el día que
Y cuando se inclinaba sobre el lecho
les toca más que de dos á cinco de la tarpara besar á Rosita con un gesto e v i d e n de, horas poco adecuadas para las orgias amorosas:
temente paternal, un ruido formidable le hizo r e t r o pero ¡ay! esa austeridad de que todo el mundo se
ceder. E l armario ropero que había á su espalda a c a hace lenguas, es una pura farsa para e n g a ñ a r á los
baba de hundirse bajo el peso de algún cuerpo e x espíritus inocentes, y el nuble don Gaspar se e n t r e g a
traño, que resultó ser el de uno de los mancebos de
con sus criadas á indescriptibles saturnales que no
la botica que apareció ante su principal.
por s e r n o c t u r n a s e n g a ñ a n m e n o s c o b a r d e m e n t e á la
Don Gaspar levantó los ojos al cielo, c o m p r e n d i e n dulce esposa del farmacéutico.
do el significado de los cinco minutos que estuvo e s perando á la p u e r t a de la alcoba, y y a se disponía
T o d a s las noches, después de cenar, Calamocha
á dar r i e n d a libre á sus j u s t o s celos, cuando entró su
coge su sombrero y sale á celebrar u n a conferencia
m u j e r en la alcoba obligándole á la austeridad y á la
importantísima con alguno de sus colegas.
casta indignación.
—No vuelvas m u y tarde—le dice su mujor,
—¡Villanos, indccenlesl —rompió con irritado a c e n ^ D e s c u i d a , monina—contesta don Gaspar... Y en
to.— jPuera de mi casa los dos, ahora mismo, y usted
efecto, como volver no vuelve tarde ni temprano: se
el primero, González. ¡Acaba usted de desacreditar
queda en casa, en la habitación de Rosita, su última
para s i e m p r e á todo el colegio de farmacéuticos!
conquista, una campesinota de a n c h a s caderas y puños de hierro.
iuiarBA.c:io\' 1-;S TIK liO.!A,S
FAJÍIAN C O N D E
Croniquiila
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DIBUJO DB MÉNDEZ ALVAlíliZ
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