1 Las profesiones deshabilitantes El carácter histórico de las profesiones Jean Robert Todo lo que ha tenido un inicio tendrá un final (Ivan Illich). A partir de mediados de los años 1980, Ivan Illich y sus amigos iniciaron una reflexión a largo plazo sobre la evolución de las instituciones de servicio y, sobre todo, de los órganos de definición, penetración, y control legal que coincidían prácticamente con ellas: las profesiones. Detectaron que éstas se encontraban en plena mutación. En el decenio anterior, cuando Illich elaboraba la crítica de las tres instituciones mayores de servicio de las sociedades industriales, la relación entre el profesional y sus clientes se caracterizaba principalmente por tres actos: 1. el diagnóstico de necesidades, 2. la prescripción de remedios y 3. la amenaza de sanción legal contra quienes no respetaban las reglas definidas por las asociaciones profesionales. Al agrupar estos tres actos en una sola “mano”, la de los grupos profesionales y de sus asociaciones, las profesiones infringían contra el principio básico de la democracia que era la separación de los tres poderes: el poder legislativo (que define soberanamente a que grupo de necesitados el cliente pertenece), el poder ejecutivo (que prescribe el curso de la acción terapéutica) y el poder judicial (que persigue a los infractores). En los dos primeros actos, actuaba con toda autoridad, una autoridad que remitía a su asociación en el tercer caso. Los fundadores de la democracia americana habían dado a la palabra tiranía el sentido de “ausencia de la separación entre los 2 tres poderes” - es decir su concentración en una mano. Entonces, se puede decir que las profesiones introdujeron elementos de tiranía en las sociedades democráticas y confirmaron la naturaleza tiránica de las dictaduras. A partir de mitad de los años 1980, las profesiones empezaron a cambiar de naturaleza. Ya no se trataba tanto de diagnosticar necesidades sino de detectar riesgos estadísticos. Se aplicaban luego medidas de reducción de riesgos que exigían la integración del cliente – o paciente – a un sistema del cual se volvía subsistema. Por ejemplo, el sustituto del médico tradicional – llamemoslo facilitador – transformaba su paciente en subsistema del sistema biomédico para protegerlo de los riesgos que el había detectado. En 1977, cuando publicó el texto que resumimos a continuación, Illich no preveía la naturaleza de esta mutación, pero percibe claramente que las profesiones, tales como las había analizado en años anteriores, se encontraban en peligro de extinción. A mediados de los años 1970, Illich fue el primero en percibir algo que nadie veía: el debilitamiento de la autoridad profesional, anunciador de la desaparición próxima de las profesiones tales como él las había analizado en su crítica de la economía de los servicios. Una manera de concluir una época es darle un nombre contundente. Propongo que nombremos la segunda mitad del siglo XX la edad de las profesiones deshabilitantes.1 1 Ivan Illich, “Disabling professions”, in Ivan Illich, Irving K. zola, John McKnight, Jonathan Caplan, Harley Shaiken, disabling Professions, Londres: Marion boyars Publishers Ltd, 1977, p. 11. 3 La edad de las profesiones fue una época en la que la gente tenía “problemas” para los que los expertos tenían “soluciones”. Los científicos sociales medían dimensiones imponderables llamadas “necesidades” que los profesionales diagnosticaban luego en sus clientes que, a su vez, creían que sus doctores, profesores, abogados, ingenieros, planificadores estaban dotados de omnipotencia y de omnisciencia. Las profesiones determinaban quién recibía qué y en que condiciones. Las palabras clave eran “las políticas” ( de educación, de transporte, de salud ), o la “planificación social” y había expertos para la solución de todo tipo de “problemas”. A mediados de los años 1970, Illich fue uno de los primeros en percibir que ésta edad, aun si aparentemente todo seguía igual, se estaba desvaneciendo y empezó a hablar de las profesiones en el pasado: La edad de las profesiones será recordada como la época en que la política se debilitó, en qué los votantes, guiados por profesores, entregaron a tecnócratas el poder de legislar las necesidades y renunciaron a la autoridad de decidir quien necesita qué. Al mismo tiempo, se sometieron a oligarquías monopolísticas para determinar por qué medios esas necesidades habían de ser satisfechas. Ésta edad será recordada también como la edad de la escolaridad obligatoria, cuando, durante la tercera parte de la vida de la gente, expertos le prescribían sus necesidades de educación y la entrenaban a acumular más necesidades, mientras que, durante los dos tercios restantes de su vida, se volvía cliente de prestigiosos demagogos que manejaban sus hábitos. Será recordada como la edad en que los viajes de vacaciones eran paquetes atrapa-tontos hacía lugares extraños. Cuando la intimidad significaba el apego a las reglas sexuales formuladas por Masters y Jonson. Cuando las opiniones de los ciudadanos en la mañana reflejaban fielmente el debate televisivo de la noche anterior y cuando el 4 voto era un cheque en blanco otorgado a manipuladores de opinión para 2 que pidan más de lo mismo . Pero, en 1977, igual si eran juristas, cirujanos, arquitectos o diseñadores de supermercados, si practicaban su profesión en países pobres o ricos, bajo regímenes socialistas o capitalistas, los profesionales seguían cumpliendo sus rituales de “siempre”. Al fin de cada plan quinquenal, sexenal, o decenal, establecían los mismos inventarios, usaban las mismas herramientas, construían los mismos espacios que sus colegas de los países ricos habían preconizado con cinco o diez años de anterioridad. Los arqueólogos no etiquetarán la época en la que vivimos de acuerdo al estilo de pedazos de alfarería, sino de acuerdo a modas profesionales, reflejadas en las tendencias de las publicaciones de las Naciones Unidas. Sería pretencioso querer predecir si esa edad, en la que diseñadores profesionales daban forma a las necesidades de la gente, será recordada con una sonrisa o con una maldición. Por mi parte, espero que lo será como la noche cuando papá se fue de parranda y disipó la fortuna familiar, obligando a sus hijos a volver a comenzar desde cero. Pero es más tristemente probable que lo será como la edad en la que la búsqueda de una riqueza empobrecedora por toda una generación volvió las libertades enajenables y en que la política, después de ser entregada a las garras de representantes de derechohabientes de 3 ayuda social, se ahogó en un totalitarismo benigno . Por el momento, Illich proyecta el fin anunciado de las profesiones en un futuro imaginario. En el presente, todo parece seguir igual: la gente remite todo poder sobre su vida en manos de profesionales 2 3 Op. cit., p. 12, 13. Op. cit., p. 13, 14. 5 que publicitan cada solución nueva a un “problema” diagnosticado por ellos como algo desconocido mejor que todo lo bueno conocido. Para tratar de ganar claridad sobre el presente, imaginemos los niños que un día jugarán en las ruinas de nuestras escuelas, nuestros aeropuertos y hospitales. En estos castillos vueltos catedrales destinadas a protegernos de la ignorancia, de la incomodidad, del dolor y de la muerte, los juegos de los niños de mañana pondrán en escena las ilusiones de la Edad de las Profesiones, en la misma forma que nosotros, a partir de los castillos y las catedrales medievales, reconstruíamos las Cruzadas de los nobles cristianos contra los turcos en la Edad de la Fe. (…) Imagino esos niños dirigiéndose los unos a los otros llamándose “Señor Presidente” y “Señor Secretario” como nosotros nos llamábamos mutuamente “Caballero”, “Conde” o “Duque”4. En ésta ya lejana Edad de la Profesiones, proliferaban credos locos pero que fueron efímeros. Espejismos políticos y económicos fundados en una extraña fascinación por las fuerzas mecánicas, aunada a la voluntad de pocos de dominar a los muchos mediante ellas, popularizaron un nuevo fascismo, más blando que su predecesor, pero no menos insidioso. En la medida en que restos de este fascismo sobreviven a la era que le dio nacimiento, tenemos que ser vigilantes y adoptar …una actitud escéptica hacia los expertos, especialmente cuando pretenden diagnosticar y prescribir (…). Sólo si entendemos como la dependencia hacia mercancías las ha legitimado como necesidades urgentes, destruyendo con ello las habilidades autónomas de la gente , se podrá detener la progresión hacía una nueva era oscura, una edad en 4 Op. cit., p. 12 6 la que no quedaría otra posibilidad de afirmar su independencia que una 5 auto-indulgencia masturbatoria . No hay retorno posible a una era de política participatoria mientras no se examina el papel de una nueva elite profesional en la validación de …una religión mundial que promueve ambiciones y resentimientos empobrecedores. Por lo tanto, es necesario que entendamos claramente 1) la naturaleza del dominio profesional, 2) los efectos del establishment profesional, 3) las características de un tipo nuevo de necesidades, las necesidades imputadas, 4) las ilusiones que nos han vuelto esclavos de 6 las profesiones . Las profesiones dominantes Los cuerpos de especialistas, expertos, en breve los profesionales que dominan los procesos de definición, diagnóstico e interiorización de necesidades conforman, hoy, un nuevo tipo de cartel. Tienen un mayor control sobre sus víctimas que cualquier mafia. Sin embargo, los profesionales deben ser distinguidos de los gángsteres. Esos se aseguran el monopolio de la satisfacción de una necesidad básica controlando la oferta. Hoy, los doctores, los profesores, los planificadores luchan para obtener el derecho legal de crear necesidades que sólo ellos serán autorizados a satisfacer. El cartel de los profesionales ha transformado el Estado moderno en un trust de empresas que facilitan las operaciones de sus afiliados. 5 6 Op. cit., p. 14. Op. cit., p. 14. 7 Tal como una casta sacerdotal puede proporcionar la salvación a sus feligreses, una profesión se pretende el intérprete, la protectora y la suministradora de un interés mundano del público general. El poder profesional sólo puede existir en sociedades en las cuales la pertenencia a la elite es legitimada o adquirida por el status profesional. El poder profesional es una forma especializada del privilegio de prescribir. Es este poder de prescripción que da a las élites profesionales el control sobre el Estado industrial. El poder de una profesión sobre el trabajo de 7 sus miembros es nuevo tanto por su magnitud como por su origen . Antes del período de las profesiones dominantes (que se inicia en los años de la post-guerra), las profesiones de médico, abogado, juez, profesor, ingeniero, arquitecto se definían como profesiones liberales, un género de actividades muy distinto de los oficios de antaño, frecuentemente designados por las mismas palabras. Las profesiones nacieron a mediados del siglo XIX cuando burgueses enriquecidos en los negocios por el beneficio, es decir la diferencia entre el costo de producción y el precio de venta desearon para sus hijos un modo más honorable de ganarse la vida. Las universidades comenzaron entonces a abrir, al lado de las ya clásicas escuelas de medicina y de leyes, facultades para el aprendizaje de nuevas profesiones empezando, específicamente en los Estados-Unidos, por secciones de agronomía encargadas con la modernización y la “cientifización” del quehacer de los campesinos. Siguieron, empezando por Inglaterra, las escuelas de formación profesional de ingenieros sanitarios que consideraron que su misión era introducir el WC en cada casa y el drenaje en cada calle. Esos nuevos actores de la vida económica, social y política no suministran productos materiales, mercancías materiales, sino “mercancías 7 Op. cit., p. 17. 8 immateriales” llamadas precisamente servicios. El modo de pago de un servicio profesional se llamó el honorario. No depende de la eficiencia o de la calidad del servicio: un abogado podía ganar más si salvaba a su cliente de la silla eléctrica, pero era “honrado” también si moría el cliente. Además, mientras que quien ejercía un oficio seguía fielmente las especificaciones de su cliente, el profesional liberal tenía en vista una supuesta mejoría general de las condiciones de vida. Una de las más prestigiosas profesiones de fines del siglo XIX era, por ejemplo, la de los ingenieros sanitarios que organizaban los flujos de mierda bajo las ciudades según las teorías sobre la circulación de los flujos popularizada por Harvey. Con ello, querían realizar las condiciones de Hygeia, la ciudad higiénica. Más que servidores de sus clientes, los profesionales liberales fueron, desde el inicio, reformadores sociales. La transición entre las profesiones liberales y las profesiones dominantes fue comparable al establecimiento legal de una iglesia de Estado. Médicos metamorfoseados en biócratos, maestros de escuela en gnosócratos, enterradores de muertos en tanatócratos tienen más en común con clérigos soportados por el Estado que con guildas o asociaciones de artesanos. El profesional que predica la variedad actualmente en boga de ortodoxia científica actúa como un teólogo. Como empresario moral promotor de la necesidad de su servicio, desempeña el papel de un sacerdote. Como participante en una gran Cruzada de la Ayuda, asume el rol de un misionero y de un cazador de subprivilegiados. Tal un inquisidor, excomulga el heterodoxo de la comunidad de los ciudadanos respetuosos de la Ley: impone sus soluciones al recalcitrante que no quiere admitir que él es un problema. […] Esencialmente, la aceptación pública de las profesiones dominantes fue un evento político. Con cada legitimidad profesional nuevamente 9 establecida, las tareas políticas de legizlar, hacer ejecutar la ley y revisar su ejecución jurídicamente pierden algo de sus características propias e independencia. La autoridad sobre los asuntos públicos pasa de ciudadanos electos entre iguales a las manos de una elite autoacreditada. Por ejemplo, cuando la medicina rompió las restricciones liberales que la limitaban, invadió la legislación y estableció normas publicas. Los médicos liberales siempre habían definido lo que constituye la enfermedad. La medicina dominante determina ahora cuales enfermedades la sociedad no debe tolerar. La medicina invadió los tribunales. Los doctores liberales diagnosticaban quien está enfermo. La medicina dominante pone una etiqueta sobre los que deben ser tratados (…) Goza de un poder público de corrección; decide lo que hay que hacer a, o con el enfermo. En una democracia, el poder de promulgar leyes, ejecutarlas y asegurar la justicia pública deriva de los mismos ciudadanos. Pero los profesionales han tomado de manos de los ciudadanos poderes clave ; el ascenso de sus asociaciones, organizadas según el modelo de la iglesia, los ha expropiado, restringido, debilitado y, frecuentemente, 8 abolido . Otro efecto deletéreo de las profesiones dominantes sobre la práctica legal es una inversión de la regla que excluía las opiniones de las cortes y sólo consideraba lo que la gente podía ver e interpretar por si misma. Ahora, en las cortes, las creencias, las opiniones, los juicios y prejuicios proferidos por expertos bajo el nombre de “peritaje profesional” tienen precedencia legal sobre los testimonios de simples ciudadanos. El profesional dominante suministra al juez opiniones globales sancionadas por colegios de expertos en vez de evidencias sensibles (…) y pericias específicas. Adornado con un aura de autoridad divina, el 8 Op. cit., p. 21. 10 profesional dominante exige una suspensión de la regla que daba primacía a las declaraciones de testigos reales sobre opiniones expertas y, con ello, socava el ejercicio de la ley. Es así como los supuestos sin cuestionar de un profesionalismo sabelotodo subvierten el poder democrático9. Necesidades imputadas Para que las profesiones se volvieran dominantes y deshabilitantes fue necesario que la gente experimentara como una falta cada necesidad que un experto le imputaba. La esencia del diagnóstico es esta imputación. Pero esta coacción desde arriba no es suficiente para establecer el dominio profesional. Las necesidades, éstas cantidades imponderables ideadas por profesionales y clasificadas en categorías correspondiendo a las soluciones y a las terapias que ellos saben impartir, deben además ser “sentidas” por sus clientes y pacientes. Y este “sentir” o “interiorizar” necesidades diagnosticadas por profesionales - que a su vez las necesitan como legitimación de su quehacer -, requiere un entrenamiento. Por lo tanto, el profesional dominante no sólo determina necesidades, sino que tiene que entrenar sus clientes o pacientes a percibirlas “en su carne”. El bienestar social ha llegado a definirse por el volumen de paquetes de servicios prescritos y por la extinción de competencias personales que lo acompaña como una sombra. Paradójicamente, el crecimiento de los consumos de servicios supuestamente destinados a satisfacer necesidades profesionalmente creadas favorece una creciente indiferencia de los consumidores a lo que podrían ser sus deseos específicos. Al perderse la capacidad de 9 Op. cit., p. 22. 11 sentir un deseo distinto de la necesidad de mercancías, la pobreza se modernizó y el pobre se transformó en un necesitado. El bienestar llegó a significar la prescripción de remedios. Los consumidores empiezan a requerir una ayuda profesional para escoger en los supermercados los productos capaces de satisfacer sus necesidades diagnosticadas. Los actos del consumidor no resultan más de su experiencia en satisfacerse; son más bien comportamientos de adaptación a la interiorización de las necesidades diseñadas por profesionales. Hoy, lo que proporciona un lugar honorable en el reino de los consumidores de servicios en que se ha transformado la sociedad moderna, es ser el cliente simultáneo de varios profesionales. 10