Revista - Asociación Colombiana de Psiquiatría

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Revista
de libros y revistas
Pensar sistémico:
Una introducción al pensamiento sistémico
José Antonio Garciandía Imaz,
Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2005
La epistemología sistémica en nuestro medio carecía de un libro guía
o texto, pero la obra del doctor José Antonio Garciandía llena ese vacío al
abordar las bases del pensar sistémico.
La obra se centra en cuatro pilares del pensamiento sistémico, los
cuales son desarrollados con amplia documentación conceptual y bibliográfica: la cibernética, el constructivismo, la hermenéutica y el pensamiento
complejo.
Conceptos como causalidad, circularidad, retroalimentación, recursividad, homeostasis, autopoiesis, ecología, estructura, organización, etc.
son desarrollados en los diferentes capítulos, al igual que las características
de los sistemas y el papel del observador. El libro cierra con un capítulo
sobre la hermenéutica, para completar el tetraphylum propuesto.
Para Heinz von Foerster, a quien el doctor Garciandía profesa una
admiración evidente, la sistémica puede ser vista como una forma de pensamiento alterna a la del paradigma científico clásico, con una historia
que podemos encontrar en filósofos presocráticos, en Alberto Magno, Ramón Llull, etc. Este paradigma cuestiona el papel del observador, de la
objetividad, la definición de realidad y de universo, centrales en la ciencia
tradicional. En Pensar sistémico se desarrollan estas ideas y se dan ejemplos ilustrativos y pertinentes.
La sistémica integra, la ciencia divide; la primera se centra en las
relaciones, la segunda, en las partes. Como se ve, el pensamiento sistémico
surge como una alternativa o complemento a la ciencia tradicional, y aunque ha tenido mayor reconocimiento en las ciencias sociales, existe una
introducción gradual en la medicina: no podemos entender al individuo
sin una referencia obligada a sus relaciones y contexto.
Ricardo de la Espriella
Director de Educación Médica
Clínica de Nuestra Señora de La Paz
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Ensayo sobre la ceguera del Quijote
«Aproximación psicopatológica a El Quijote (según la nosología psiquiátrica
actual)», Rosana Corral y Rafael Tabarés, en Revista de la Asociación
Española de Neuropsiquiatría, 2003, vol. 22, No. 85, pp. 27-57.
Hace algunas semanas en el número 1993 de la revista Semana me
topé con un artículo escrito por Luis Fernando Afanador, titulado «Amigos
imaginarios». Este autor menciona que una revista española seleccionó
los 50 personajes más famosos de la ficción. Me llamó la atención que
entre los diez más famosos estaba no sólo uno, sino dos personajes de un
mismo libro: Sancho Panza y Alonso Quijano, más conocido como Don
Quijote. Con este artículo recordé que un mes y medio antes había encontrado en Internet una página española de la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (vol. 22, No. 85, pp. 27-57) de 2003 con un artículo
titulado «Aproximación psicopatológica a El Quijote (según la nosología
psiquiátrica actual)», de Rosana Corral y Rafael Tabarés, el cual me sirvió
para presentar el Club de Libros y Revistas en La Clínica Montserrat.
Aclaro que no soy el más instruido en la materia, ni mucho menos en
las obras de Cervantes. Siendo sincero, coincido con muchos de los participantes en el Club de Libros y Revistas: me tocó leer El Quijote en bachillerato, donde me aburrí sólo con el inicio de la obra («En un lugar de La
Mancha, de cuyo nombre, no quiero acordarme...»), continuando con un
lenguaje que para ese entonces veía como otra lengua incomprensible y
densa, lo mismo que las mil y tantas páginas, que se veían interminables
y que narraban la historia de un personaje aburrido, desnutrido, viejo,
intenso y loco que peleaba con unos molinos y trataba de rescatar a una
princesa imaginaria de monstruos imaginarios en una guerra imaginaria,
con un criado gordiflón, manipulado por su jefe y sin ninguna otra aspiración en la vida que ser el escudero de un caballero en decadencia.
Con este preámbulo y el artículo debajo del brazo llegué el 6 de mayo
de 2005 al Club de Libros y Revistas con el pensamiento quijotesco (casi
loco, casi idealista, casi esperanzador, casi emotivo, casi triunfador, casi
perdedor) de que en el auditorio se diera la chispa que prendiera el interés
por esta obra, que en mí, se dio días previos al leer el artículo y todo lo
referente a la obra que cumplió 400 años de ser escrita y que hasta el
momento ni los literatos ni los médicos han logrado debatir la coherencia
de los escritos de Cervantes, quien describe de una forma casi textual
conceptos clínicos de un trastorno mental que según la nosología actual
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se conserva, y no sólo en la parte sintomática, sino en la dinámica de este
trastorno y cómo influye en el entorno de lo que sería el paciente o, mejor
dicho, el personaje principal de la obra.
Se cuestiona por qué un autor que, como Cervantes, ha tenido tanta
relevancia en personajes de múltiples áreas como la pintura (Picasso, Dalí),
la música (Strauss), la literatura (Dostoievsky, Borges), en otras ciencias
no le dan la importancia que deberían a un autor como éste, que incluso
para Freud fue de gran influencia en su infancia, identificándose con un
personaje como el Quijote, capaz de luchar hasta la locura por sus sueños
y aspiraciones, donde llega a identificar cierto acercamiento de las obras
de Cervantes a su teoría psicoterapéutica y su profundo interés, en especial
en una obra, El coloquio de los perros, donde un personaje se dedica a
hablar y el otro a escuchar atento.
La primera división se dio entre los literatos y los médicos que dedicaron
parte de sus vidas al estudio de la obra. En un polo de la discusión, los
literatos consideran que este personaje, por ser de ficción, se aleja de
cualquier realidad previa y actual, que el Quijote sólo debe ser visto como
parte de una obra literaria, restando o negando que el personaje sirva
para algo más que la recreación de una locura como instrumento de acercamiento literario. Como el caso de Roger Bartra, quien en su estudio antropológico dedica un ensayo a la «melancolía» de don Quijote, sin conceder
al trastorno del personaje un sentido real, sino que lo entiende como «Un
personaje artificialmente triste que imagina toda clase de ilusiones para
consolarnos, hasta conseguir que el mundo alrededor organice y represente
para él los simulacros cómico melancólicos que dan vida a la novela: hasta que llega el bachiller y, mediante otro simulacro, cura la tristeza artificial
del hidalgo y lo precipita al lóbrego abismo de una melancolía terminal».
Vicente Gaos señala: «Los psiquiatras y otros críticos que juzgan a Don
Quijote esquizofrénico, paranoico, etc., se den o no cuenta de ello, incurren
en el mismo error del personaje que estudian: confunden realidad y ficción».
En el otro polo, los científicos no opinan lo mismo: consideran al personaje como un claro ejemplo de una historia clínica psiquiátrica con síntomas floridos, evolución de un trastorno y desenlace de éste, y muestran
incluso la influencia ambiental y las aproximaciones terapéuticas que podrían encajar sin dificultad en cualquier época con un paciente mental.
Autores tan reconocidos como Sydenham consideraban a esta obra
como indispensable. Incluso, cuando alguien le pidió que le recomendara
un libro de medicina le respondió: «Lea El Quijote».
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Para otros autores de renombre histórico en la medicina y en la psiquiatría, como Pinel y Esquirol, El Quijote es el ejemplo claro del cuadro clínico
de monomanía (actualmente llamado «trastorno de ideas delirantes»).
Todos los médicos que en algún momento de su vida se han dedicado
al estudio de El Quijote, coinciden en considerar al personaje como un
enfermo mental, y a Cervantes, como una persona que a pesar de su
época y limitaciones en conocimientos médicos, fue capaz de describir un
cuadro clínico tan puntual de un trastorno que hasta la fecha permanece
vigente.
En el estudio de la obra, en los médicos aportan dos enfoques. El
primero es el estudio clínico psiquiátrico, donde se centran en etiología,
síntomas, evolución clínica y abordaje terapéutico, sin desconocer la realidad histórica para lograr interpretar su trastorno mental. El segundo es
el estudio biotipológico centrado en las características de constitución y
temperamento de los personajes, en especial de don Quijote.
Clínicamente, los autores del artículo intentan mostrar, con la recopilación de múltiples informes previos y fragmentos textuales, que don
Quijote, para la nosología moderna DSM-IV y CIE-10, padeció de un trastorno de ideas delirantes, y para tal afirmación se apoyan en la descripción
detallada del examen mental. Además, hacen un diagnóstico diferencial
con trastornos como la esquizofrenia de aparición tardía, algunos tipos de
demencia, alteraciones en el sueño, etc.
Es llamativa la descripción que hacen los autores, considerando que
el fiel escudero Sancho padecía de un trastorno psicótico compartido (folie
à deux) de la variedad (folie imposé), basándose en bases teóricas y en
varias hipótesis que sustentan la presencia de un sujeto dominante (don
Quijote), mayor, más inteligente y culto, los rasgos de personalidad de
dependencia y sugestionabilidad de Sancho y la relación afectiva estrecha
entre estos dos personajes.
La visión de los autores muestra cómo en las diferentes épocas de la
historia, El Quijote ha sido visto como un personaje con características
específicas, que llega a mellar en la época en que lo citan. Consideran que
para los primeros lectores el personaje era «loco pero gracioso», y se centran
en la obra y su personaje como una sátira de la literatura de la época; en
una segunda etapa, alrededor del siglo XVII, ven al personaje como «valiente pero desgraciado»; en una tercera, que coincide con la época del
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romanticismo alemán del siglo XIX, el personaje es idealizado y considerado «caballero de la fe», porque ven en él el símbolo de la complementariedad del espíritu humano con la realidad, y en el siglo XX sirvió
para mostrar la gama de posibilidades que se abren («cortés, pero impertinente») sin llegar a un calificativo en común. Todo ello muestra la complejidad de un personaje que se desenvuelve en un mundo sin tiempo y con
un espacio definido geográficamente, pero no enmarcado en la mente de
los millones de lectores alrededor del mundo en estos 400 años.
La ceguera del Quijote no es la del hidalgo sino mi propia ceguera
sobre un personaje con una riqueza sintomática y humana aún mayor, a
pesar de ser un personaje extraído de la ficción. Independientemente de si
hay un solo Quijote irreal o miles reales, es claro que la ceguera es menos
intensa que la de hace poco tiempo. Además, existe el incentivo de ver
más allá de lo que nos muestran las descripciones textuales de manuales
estadísticos.
Gustavo Ballesteros Castañeda
Residente III Psiquiatría
Clínica Montserrat, Universidad El Bosque
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