CIENCIA Y RELIGIÓN: “MI” CONFLICTO Alumno: CABRERA, Julia Alicia Escuela: Colegio Secundario Nº5024 "Sargento Cabral",Villa Mitre, Salta Profesor Guía: HERRERA, María Rosana “Hay dos maneras de vivir la vida: la primera es pensar que nada es un milagro. La segunda es pensar que todo es un milagro. De lo que estoy seguro es que Dios existe.” Alberto Einstein Introducción Este trabajo significo para mí dos grandes conflictos. Cuando la profesora me propuso hacer esta monografía yo cuestioné mi competencia científica, ya que no es un campo en el que me haya movido, y por supuesto tuve miedo de enfrentar este desafió. Un científico no lo es cualquiera, entonces que me hace pensar que yo podría serlo… Otro conflicto fue mi orientación religiosa. Yo soy católica bautizada, pero reconozco que estoy en duda con respecto a mi fe. Entonces medite. ¿No será esta la oportunidad de entender qué es la ciencia y para qué nos sirve? ¿La religión es la Institución Iglesia o va más allá? Así que decidí empezar por las lecturas que me aportó la profesora, más los textos que pude extraer de Internet, y ahí si fue como despertar a mi compromiso como ciudadana en la reflexión de este tema; por que no estoy exenta de automedicarme, decidir alguna vez un aborto, o decidir tener un hijo a través de la fecundación artificial, o de decidir, ante la enfermedad de un ser querido, la eutanasia como medio para terminar con su sufrimiento. O sea, la ciencia no me es ajena; a veces, puede pesar más que mi fe. Entonces, el trabajo cobró para mí un nuevo sentido. Los avances de la ciencia nos involucran a todos, somos directa o indirectamente responsables de sus consecuencias. La vida que llevamos en esta sociedad moderna y globalizada, hace que no nos tomemos el tiempo necesario para reflexionar sobre las implicaciones sociales y éticas del trabajo del científico. ¿Están todos los hombres de ciencia preparados para enfrentarse a todas las disyuntivas éticas que pudieran presentársele en su trabajo diario? ¿Entran en conflicto la ciencia y la religión? ¿Qué es el hombre para la ciencia y qué es para la teología? ¿Cómo ayuda la ciencia y la religión a responder los grandes interrogantes de la humanidad: la vida y la muerte, por ejemplo? Desarrollo “Es posible que todo pueda ser descripto científicamente, pero no tendría sentido, es como si describieran una sinfonía de Beethoven como una variación de las presiones de onda. ¿Cómo describirían la sensación de un beso o el te quiero de un niño?” Alberto Einstein De vez en cuando los cientificos nos sorprenden gratamente con sus declaraciones. No me refiero sólo a sus investigaciones y descubrimientos, también a sus reflexiones sobre la realidad y la vida, que a veces llaman la atención por no estar en sintonía con las posturas habituales o por no guardar continuidad con planteamientos anteriores. Estos pronunciamientos son significativos porque dejan entrever que quizás algo esté cambiando en las históricamente convulsas y complejas relaciones de la ciencia con el pensamiento filosófico y sobre todo religioso. Recordemos que Steven Weinberg ( premio Nóbel de Física en 1979) lo dijo así: “El mundo necesita despertar de su larga pesadilla de creencia religiosa. Todo lo que nosotros los cientificos podamos hacer para debilitar la posición de la religión, hemos de hacerlo, y puede que sea nuestra mayor contribución a la civilización”. También Neil deGrasse Tyson, ( director del planetario Hayden de Nueva York, doctor en astrofísica) en vez de hablar de planetas, se dedicó a emitir fotos terribles de bebes nacidos con espantosas deformidades. Era su forma de demostrar que la Naturaleza es ciega y terrible y no hay un Dios ni una Inteligencia detrás. Luego propondría venerar esa misma naturaleza. Richard Dawkins ( etólogo y teórico evolutivo británico) se indignaba cada vez que alguien hablaba de “respetar el hecho religioso”: “Estoy profundamente harto del respeto que a todos, incluso los más seculares entre nosotros, nos han inculcado lavándonos el cerebro, hacia la religión; a los niños les enseñan sistemáticamente que hay un nivel de conocimiento superior que viene de la fe, de la revelación, de la escritura, de la tradición, y que es igual e incluso superior al conocimiento que viene de la evidencia real.” “Tenemos que salir a la calle”, insistía Harold (Harry) Walter Kroto (Premio Nobel de Química en 1996) Su propuesta es un esfuerzo global coordinado en la educación, los medios de comunicación y el activismo, a favor de la ciencia. Además, dice: “Debemos intentar trabajar contra la escolarización religiosa”. Sam Harris, (popular escritor y filósofo, autor de libros antirreligiosos) afirma que en la religión, sobre todo, abundan las malas ideas. La llama "uno de los más perversos mal uso de la inteligencia que jamás hayamos elaborado". Además, cargaba sobre la ciencia el peso de dar felicidad: “Es tarea de la ciencia presentar un informe plenamente positivo de cómo ser felices en este mundo y reconciliados con nuestras circunstancias”. Es decir, una ética utilitarista. Pero así se demuestra que tener formación científica no basta para acabar con la religión como proponen, entre otros, los personajes nombrados: el público general, por mucho que sepa de química, nunca será más ateo que la clase científica. Es decir, para lograr el objetivo que ellos persiguen, hace falta algo más que dar ciencia: hay que desmontar la religión. Y una vez desmontada, ¿Qué? ¿Puede la ciencia ofrecer una alternativa que dé sentido a las vidas de los hombres, que dé consuelo, que dé pertenencia a algo grande y valido? Los mismos cientificos nos responden a este interrogante, al tomar posturas más conciliadoras. Por ejemplo: George Lemaitre, padre del Big Bang y uno de los padres de la cosmología física contemporánea, que era también sacerdote, decía: “La ciencia no quebrantó mi fe y la religión nunca me llevó a interrogarme sobre las conclusiones a las que llegaba por métodos científicos”. Este investigador, partidario del “discordismo” sostiene que los planteamientos cientificos y el enfoque teológico son diametral y herméticamente opuestos y que se encuentran tan distantes que no puede influir uno en otro. Para otros partidarios, como Stephen Joy Gould, las ciencias y las religiones son magisterios que imparten conocimientos, que no se invaden unos a otros, pero que no por ello están absolutamente separados. Permiten un dialogo continuo. La ciencia y la autentica religión nunca entran en conflicto porque habitan dimensiones del discurso totalmente separadas. Este es el principio NOMA de “los magisterios no superpuestos”. El modelo llamado “concordista” es una variante más que intenta responder al cuestionamiento de la incompatibilidad entre ciencia y religión, pero nos resulta pueril, porque usa la figura del Dios creador en los momentos en que la ciencia no puede o no tiene elementos para explicar algún fenómeno. Un tercer modelo rechaza toda fusión entre ciencia y teología. Sin embargo, establece un dialogo indirecto entre ellas, gracias a la mediación que ofrece una tercera disciplina, la Filosofía en sentido amplio La ciencia suscita inevitablemente dilemas filosóficos que la superan, como las cuestiones de sentido o de ética. La Filosofía ayuda al científico a resolver las preguntas que todo ser humano se plantea. Y, sobre todo, las teologías pueden aprovechar a su vez el trabajo filosófico suscitado y fecundado por las ciencias. Esta trayectoria de las ciencias hacia las teologías es fruto de una labor que ha de reanudarse constantemente en función del progreso de los conocimientos cientificos. Con esto he querido rescatar los tres modelos que están en puja en este momento para dar respuesta a nuestros interrogantes iniciales, pero si leemos con atención, aunque hay personas que se hacen esta pregunta, se ve que entre los hombres de ciencia auténticos, no hay muchos que la formulen. De acuerdo a mis lecturas, los cientificos tienen muy claro que la oposición es imposible porque Dios se encuentra fuera del dominio de la ciencia. La ciencia tiene al mundo concreto como su dominio. La religión se basa en una única respuesta: Dios; y la nulidad de todas las preguntas. La ciencia, sin embargo, se basa en la continua búsqueda de respuestas. La religión busca una razón mas profunda de las cosas empleando conceptos que no pueden ser medidos. La ciencia, en cambio, elabora modelos y comprueba su validez. Lo cierto es que cada individuo es libre frente a estas opciones, pero no puede demostrar su verdad a aquellos que no la compartan. “Si vas a salir de frente a describir la verdad, deja la elegancia para el sastre” nos dice Alberto Eintein. La resolución de diversos asuntos no pasa por optar por la vía blanca frente a la negra, sino por la meticulosa evaluación de las diversas tonalidades de gris. O sea, que el planteo no es religión versus ciencia o ciencia versus religión, hoy el planteo es ético porque no importa de qué lado se esté, en ambos casos se corre el riesgo, como humanos que somos, de caer en actitudes antiéticas. ¡Qué excepcional es la religión cuando le produce al hombre un inigualable bienestar espiritual! ¿Pero cómo debo calificarla cuando tengo conocimiento de la cantidad de sacerdotes acusados de violación de menores? ¿Acaso esto no es inmoral? ¡Qué magnífica es la ciencia cuando prolonga la vida de una persona! Pero…¿Qué adjetivo debería colocarle al accionar de los cientificos que, guiados por su ambición, el prestigio o el dinero, aportan todo su conocimiento en la elaboración de armas letales, como las bombas nucleares? ¿Acaso esto no es materialismo e irresponsabilidad? En esta era en la que persiste un constante cuestionamiento de las consideraciones científicas tradicionales, y en la que las implicaciones de la investigación son cada vez más complejas y polémicas, los cientificos se enfrentan a muchos más dilemas éticos que sus predecesores. Los cientificos deben ser concientes de las implicaciones sociales y éticas de su trabajo y aprender a actuar responsablemente. Además de conocer los “males” convencionales asociados a la conducta científica deshonesta, tienen que estar preparados para enfrentarse a todas las disyuntivas éticas que pudieran presentársele en el trabajo científico del día a día. La ciencia florece sobre la verdad y la comunicación abierta de esta. Joseph Rotblat, participante en el proyecto Manhattan, siente encarecidamente que todos los cientificos tienen la obligación de responder al llamamiento de Bertrand Russell y Albert Einstein de que “nos acordemos de nuestra humanidad y olvidemos todo lo demás”. La conducta del científico suele situarse en algún punto entre dos extremos: servir a la ciencia o servirse de la ciencia. Es, sin embargo, el investigador el único que puede trabajar para alcanzar los objetivos cientificos, y de aquí se deduce la importancia de que los objetivos de cada científico en particular coincidan con los objetivos generales de la ciencia. Los criterios que deben regir el quehacer científico son: *Honradez *Eficiencia *Mërito *Rresponsabilidad social *Legalidad *Libertad *Transparencia *Educación *Respeto Unas de las virtudes de la nueva forma de producción de conocimientos es que no puede esconder sus problemas éticos debajo de la alfombra. Conclusión “Para las personas creyentes Dios esta al principio. Para los cientificos esta al final de todas las reflexiones” Planck (1858-1947) físico alemán. EL Papa Juan Pablo II insistió en que la iglesia apoya enteramente el esfuerzo de la ciencia, de la filosofía y de la teología por conocer plenamente la vida en el universo y el papel de la humanidad. “Las ciencias de la observación”, dice Juan Pablo II, “describen y miden cada vez con mayor precisión las múltiples manifestaciones de la vida y la inscriben en la línea del tiempo. El momento del paso a lo espiritual no es objeto de una observación de este tipo”. La filosofía puede ir mas allá de la ciencia para entender la naturaleza humana y la teología, desde la fe cristiana, puede también descubrir aspectos de la ontología humana no cognoscibles por la ciencia, aunque tampoco contradictorios con sus resultados. En conclusión, al hacer un juicio humano completo debemos tener en cuenta el derecho de autonomía de la ciencia, la incidencia en la salud y la vida de las personas humanas, los ordenamientos jurídicos que aun son insuficientes, los intereses económicos múltiples y la entrada en juego de los sentimientos y de la vida de las familias. Por ello la conciencia moral del hombre se encuentra muchas veces desconcertada y surgen las preguntas inevitables sobre el “qué hacer”. Pero basta un mínimo sentido de responsabilidad ética, para darse cuenta de que los avances de la ciencia actual deben ser filtrados por un sano sentido critico que discierna lo que es moralmente correcto y lo que no lo es. Recordemos que no somos libres de decidir que el error es verdad y el pecado es virtud. Por eso para mí, las actitudes y valores científicamente valiosos son entre otros: 1. Aceptación de la investigación científica como una manera legitima de pensar sobre temas de discusión y problemas. 2. Valoración del rol de la ciencia y la tecnología en la formación y la consolidación de la calidad de vida derivada del incremento y la disponibilidad de bienes de consumo. 3. Disposición a mejorar el estado actual. 4. Entusiasmo por la ciencia y los intereses relacionados con ella. 5. Honestidad e integridad en llevar e informar el trabajo experimental. 6. Apertura de mente: voluntad para cambiar de idea a la luz de una nueva evidencia, y para suspender un juicio si no existe suficiente evidencia. 7. Responsabilidad en las conclusiones e informes. 8. Tolerancia en la confrontación de teorías e ideas. 9. Reconocimiento de que la mayoría de los temas y problemas pueden ser tratados desde una variedad de perspectivas. 10. Conciencia de las consecuencias de los valores y procedimientos. 11. Fe: disposición a aceptar lo que no puede ser probado. 12. Independencia de pensamiento. 13. Confianza y respeto propios. “La ciencia sin conciencia es la ruina de la humanidad” declaran los sabios contemporáneos. El hombre en la actualidad es capaz de destruir el planeta y de crear verdaderos monstruos humanos alterando el funcionamiento genético. Aunque la conciencia no entra en el dominio de la ciencia, constituye el centro mismo del problema. Nuestro siglo, engañado y angustiado, busca a tientas algo diferente. Pide socorro. Sin saberlo, busca a Dios. Todavía es tiempo de volver atrás. Algunos ya lo están haciendo: hombres de ciencia, pensadores, escritores y profesionales de todas las clases. No, la ciencia no aleja de Dios. Al descubrir la extraordinaria complejidad del mundo y de la vida, más bien nos conduce al borde mismo de la fe. Ahí se detiene, honradamente, porque esta no pertenece a su dominio. A nosotros, como seres humanos, nos corresponde dar el próximo paso. Bibliografía Bunge, Mario Augusto: “La ciencia, su método y su filosofía”. Siglo XXI editores. 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