Historia Javier Garau y Salvador Dalí

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Historia
Cuenta Rafael A l b e r t i que gustaba de explicar sus dibujos a los que le visitaban en
su habitación. « A q u í está la bestie, gomitando». Y mostraba un extraño perro peludo. «Estos son d o s guardias civiles haciendo el amor, c o n bigotes y t o d o » . Porque Salvador dibujaba por entonces, casi
ú n i c a m e n t e , escenas pornográficas.
Javier Garau conservó largo t i e m p o uno
de esos obscenos dibujos. Unos marineros en círculo, sodomizándose.
Dalí, tras ser expulsado de la Academia de
San Fernando, asistió a unas clases particulares que daba el pintor Moisés en un
estudio que tenía en el Pasaje de la Alhambra, en un barrio f a m o s o por sus burdeles.
M o r e n o Villa admiraba a Salvador Dalí
como pintor. Llegó a llevar un cuadro de
el m u c h a c h o de Cadaqués al Museo del
Prado, para que sus a l u m n o s «pudieran
comparar su ejecución minuciosa c o n la
de los primitivos f l a m e n c o s » . Escribió, incluso, un artículo m u y elogioso sobre Dalí
en la Revista de Occidente.
Mas, como
persona, desconfiaba de él. Aseguraba
que su apellido era idéntico al de un pirata griego, Dalí M a m i , renegado, avarient o , cruel. El m i s m o que apresó a Cervantes y lo metió en las mazmorras de Argel.
Salvador Dalí se a d a p t ó p r o n t o al dandysmo de los otros residentes. Se cortó el
pelo, se vistió a la m o d a inglesa. Se fue
de juerga c o n ellos, a beber w h i s k y , a oir
música de jazz en el Rector's Club del Hotel Palace.
Existía en la Residencia cierto antagonism o entre los nacidos en Cataluña, Baleares, provincias norteñas y los naturales de
Andalucía. Dalí denominaba a sus compañeros héticos, perros andaluces. A él, est o s le tildaban de pintor polaco. A Salvador el Romancero gitano de su apasionado e íntimo Federico, le parecía muy malo.
A l b e r t i estaba, en el límite del absurdo lírico. J u a n Ramón Jiménez t a m p o c o escapó a sus injustas críticas. Salvador Dalí y
Luis Buñuel estaban en París, en enero de
1929, inmersos en la fiebre del surrealismo y enviaron una carta injuriosa al poeta de M o g u e r . La decían, entre otras groserías, «merde para Platero y yo».
Javier Garau y
Salvador Dalí
J . M . Tejerina
Javier Garau A r m e t , el que fuera presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Palma de Mallorca, solía referirm e m u y sabrosas anécdotas de sus t i e m pos en la Residencia de Estudiantes
de
Madrid.
Federico García Lorca, Salvador Dalí, Luis
B u ñ u e l , eran los gallitos de la Residencia
de la Colina de los Chopos.
Dalí se gastaba el primer día de recibirla,
t o d a la mensualidad que le enviaba su padre, un notario de Figueres librepensador
y blasfemo, en cualquier extravagancia. Alquilaba, por ejemplo, los taxis que encontraba a su paso, diez o d o c e , m o n t a b a en
el p r i m e r o de ellos y, en caravana, t o c a n do t o d o s los vehículos el claxon, se dirigían a la Residencia atravesando las principales calles madrileñas. En una ocasión
adquirió n u m e r o s o s loros y los soltó, con
gran p a s m o de la gente, en plena Puerta
del Sol.
Otros a d m i r a d o s a m i g o s míos, t a m b i é n
m é d i c o s insignes m e hablaron, a su vez,
de aquella Residencia de los años veinte:
Severo Ochoa, Germán S o m o l i n o s .
M o r e n o Villa sintetiza el recuerdo de Salvador Dalí recién llegado a la Casa. Un joven de diecisiete años, d e l g a d u c h o , cetrin o , m u y t í m i d o . Parecía un niño abandonado por su padre y su hermana, al borde
de la esquizofrenia. Vestía, al decir de Buñuel, de manera estrafalaria; enorme sombrero, desproporcionada chalina, chaqueta
de terciopelo hasta las rodillas, polainas.
La melena le llegaba a los h o m b r o s . Era
m u y sucio. Encerrado en su cuarto pintaba o dibujaba s i e m p r e , c u a n d o no leía un
libro de Freud o un tratado de pintura m o derna. Hablaba rara vez, c o n voz grave y
acento catalán.
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Peor librado q u e d ó el padre de Salvador.
Contra el que se rebeló su hijo, siguiendo
los consejos de Freud. Le envió una muestra de esperma desecada, al t i e m p o que
le escribía: «Ya estamos en paz».
Javier Garau A r m e t guardaba, j u n t o al impresentable dibujo de Dalí, una cuartilla
c o n unos versos manuscritos por García
Lorca. Que hablan de un relojito que se
deshace en la l u m b r e , de un ayer de azúcar, rosa y papel; de un mañana esperanz a d o s c o m o una llama. Los dos dispares
recuerdos de la Residencia tuvieron t a m bién un final m u y distinto. El dibujo acabó en el f u e g o . El poema le fue regalado
a Camilo J o s é Cela.
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