LA GUITARRA Empieza el llanto de la guitarra. Se rompen las copas de la madrugada. Empieza el llanto de la guitarra. Es inútil callarla. Es imposible callarla. Llora monótona como llora el agua, como llora el viento sobre la nevada Es imposible callarla, Llora por cosas lejanas. Arena del Sur caliente que pide camelias blancas. Llora flecha sin blanco, la tarde sin mañana, y el primer pájaro muerto sobre la rama ¡Oh guitarra! Corazón malherido por cinco espadas Edita el equipo de apoyo de la Biblioteca escolar "Julio Pérez Santander" DÍA DE LA LECTURA 16 de Diciembre de 2011 HOMENAJE A FEDERICO GARCÍA LORCA 1898-1936 1º de ESO CANCION PRIMAVERAL 28 de Marzo de 1919 (Granada) I Salen los niños alegres de la escuela, poniendo en el aire tibio del abril canciones tiernas. ¡Qué alegría tiene el hondo silencio de la calleja! Un silencio hecho pedazos por risas de plata nueva. II Voy camino de la tarde, entre flores de la huerta, dejando sobre el camino el agua de mi tristeza. En el monte solitario, un cementerio de aldea parece un campo sembrado con granos de calaveras. Y han florecido cipreses como gigantes cabezas que con órbitas vacías y verdosas cabelleras pensativos y dolientes el horizonte contemplan. ¡Abril divino, que vienes cargado de sol y esencias, llena con nidos de oro las floridas calaveras! SI MIS MANOS PUDIERAN DESHOJAR Yo pronuncio tu nombre en las noches oscuras, cuando vienen los astros a beber en la luna y duermen los ramajes de las frondas ocultas. Y yo me siento hueco de pasión y de música. Loco reloj que canta muertas horas antiguas. Yo pronuncio tu nombre, en esta noche oscura, y tu nombre me suena más lejano que nunca. Más lejano que todas las estrellas y más doliente que la mansa lluvia. ¿Te querré como entonces alguna vez? ¿Qué culpa tiene mi corazón? Si la niebla se esfuma, ¿qué otra pasión me espera? ¿Será tranquila y pura? ¡¡Si mis dedos pudieran deshojar a la luna!! LOS REYES DE LA BARAJA Si tu madre quiere un rey, la baraja tiene cuatro: rey de oros, rey de copas, rey de espadas, rey de bastos. Corre que te pillo, corre que te agarro, mira que te lleno la cara de barro. Del olivo Entre mariposas negras va una muchacha morena junto a una blanca serpiente de niebla. Tierra de luz, cielo de tierra. Va encadenada al temblor de un ritmo que nunca llega; tiene el corazón de plata y un puñal en la diestra. ¿Adónde vas, siguiriya, con un ritmo sin cabeza? ¿Qué luna recogerá tu dolor de cal y adelfa? Tierra de luz, cielo de tierra. me retiro, del esparto yo me aparto, del sarmiento me arrepiento de haberte querido tanto. EL PASO DE LA SIGUIRIYA LA TARARA La Tarara, sí; la Tarara, no; la Tarara, niña, que la he visto yo. Lleva la Tarara un vestido verde lleno de volantes y de cascabeles. La Tarara, sí; la tarara, o; la Tarara, niña, que la he visto yo. Luce mi Tarara su cola de seda sobre las retamas y la hierbabuena. Ay, Tarara loca. Mueve, la cintura para los muchachos de las aceitunas. BALADILLA DE LOS TRES RÍOS El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos Los dos ríos de Granada bajan de la nieve al trigo. ¡Ay, amor, que se fue y no vino! El río Guadalquivir tiene las barbas granates. Los dos ríos de Granada uno llanto y otro sangre. ¡Ay, amor, que se fue por el aire! Para los barcos de vela, Sevilla tiene un camino; por el agua de Granada sólo reman los suspiros. ¡Ay, amor, que se fue y no vino! Guadalquivir, alta torre y viento en los naranjales. Dauro y Genil, torrecillas muertas sobre los estanques. ¡Ay, amor, que se fue por el aire! ¡Quién dirá que el agua lleva un fuego fatuo de gritos! ¡Ay, amor, que se fue y no vino! Lleva azahar, lleva olivas, Andalucía, a tus mares. ¡Ay, amor, que se fue por el aire! SORPRESA Muerto se quedó en la calle con un puñal en el pecho. No lo conocía nadie. ¡Cómo temblaba el farol! Madre. ¡Cómo temblaba el farolito de la calle! Era madrugada. Nadie pudo asomarse a sus ojos MUERTE DE ANTOÑITO EL CAMBORIO A José Antonio Rubio Sacristán Voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. Voces antiguas que cercan voz de clavel varonil. Les clavó sobre las botas mordiscos de jabalí. En la lucha daba saltos jabonados de delfín. Bañó con sangre enemiga su corbata carmesí, pero eran cuatro puñales y tuvo que sucumbir. Cuando las estrella clavan rejones al agua gris, cuando los erales sueñan verónicas de alhelí, voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. abiertos al duro aire. * Que muerto se quedó en la calle Antonio Torres Heredia. Camborio de dura crin, moreno de verde luna, que con un puñal en el pecho y que no lo conocía nadie. voz de clavel varonil: ¿Quién te ha quitado la vida cerca del Guadalquivir? Mis cuatro primos Heredias Hijos de Benamejí. Lo que en otros no envidiaban, ya lo envidiaban en mí. Zapatos color corinto, medallones de marfil, y este cutis amasado con aceituna y jazmín. ¡Ay, Antoñito el Camborio, digno de una Emperatriz! Acuérdate de la Virgen porque te vas a morir. ¡Ay Federico García, llama a la guardia civil! Ya mi talle se ha quebrado como caña de maíz. * Tres golpes de sangre tuvo y se murió de perfil. Viva moneda que nunca se volverá a repetir. Un ángel marchoso pone su cabeza en un cojín. Otros de rubor cansado encendieron un candil. Y cuando los cuatro primos llegan a Benamejí, voces de muerte cesaron cerca del Guadalquivir. 3º de ESO ROMANCE DE LA LUNA, LUNA A Conchita García Lorca La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira, mira. El niño la está mirando. En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño. Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. Niño, déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados. Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. Niño, déjame, no pises mi blancor almidonado. El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño, tiene los ojos cerrados. Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. Cómo canta la zumaya, ¡ay, cómo canta en el árbol! Por el cielo va la luna con un niño de la mano. Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. El aire la está velando. ROMANCE SONÁMBULO Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas le están mirando y ella no puede mirarlas. * Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...? Ella sigue en su baranda, verde carne, pelo verde, soñando en la mar amarga. * Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando, desde los montes de Cabra. Si yo pudiera, mocito, ese trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. Compadre, quiero morir decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda. ¿No ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta? Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. Dejadme subir al menos hasta las altas barandas, dejadme subir, dejadme, hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua. * Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas. Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal, herían la madrugada. * Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento, dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca. ¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está mi niña amarga? ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda! * Sobre el rostro del aljibe se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua. La noche su puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos, en la puerta golpeaban. Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña. SAN MIGUEL (GRANADA) A Diego Buigas de Dalmáu Se ven desde las barandas, por el monte, monte, monte, mulos y sombras de mulos cargados de girasoles. Sus ojos en las umbrías se empañan de inmensa noche. En los recodos del aire, cruje la aurora salobre. finge una cólera dulce Un cielo de mulos blancos de plumas y ruiseñores. cierra sus ojos de azogue San Miguel dando a la quieta penumbra canta en los vidrios; un final de corazones. efebo de tres mil noches, Y el agua se pone fría fragante de agua colonia para que nadie la toque. y lejano de las flores. Agua loca y descubierta * por el monte, monte, monte. El mar baila por la playa, * un poema de balcones. San Miguel lleno de encajes Las orillas de la luna en la alcoba de su torre, pierden juncos, ganan voces. enseña sus bellos muslos, Vienen manolas comiendo ceñidos por los faroles. semillas de girasoles, Arcángel domesticado los culos grandes y ocultos en el gesto de las doce, como planetas de cobre. Vienen altos caballeros en el primor berberisco y damas de triste porte, de gritos y miradores. morenas por la nostalgia de un ayer de ruiseñores. Y el obispo de Manila, ciego de azafrán y pobre, dice misa con dos filos para mujeres y hombres. * San Miguel se estaba quieto en la alcoba de su torre, con las enaguas cuajadas de espejitos y entredoses. San Miguel, rey de los globos y de los números nones, Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejía La cogida y la muerte A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde. Un niño trajo la blanca sábana a las cinco de la tarde. Una espuerta de cal ya prevenida a las cinco de la tarde. Lo demás era muerte y sólo muerte a las cinco de la tarde. El viento se llevó los algodones a las cinco de la tarde. Y el óxido sembró cristal y níquel a las cinco de la tarde. Ya luchan la paloma y el leopardo a las cinco de la tarde. Y un muslo con un asta desolada a las cinco de la tarde. Comenzaron los sones del bordón a las cinco de la tarde. Las campanas de arsénico y el humo a las cinco de la tarde. En las esquinas grupos de silencio a las cinco de la tarde. ¡Y el toro, solo corazón arriba! a las cinco de la tarde. Cuando el sudor de nieve fue llegando a las cinco de la tarde, cuando la plaza se cubrió de yodo a las cinco de la tarde, la muerte puso huevos en la herida a las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. A las cinco en punto de la tarde. Un ataúd con ruedas es la cama ¡Eran las cinco en todos los relojes! a las cinco de la tarde. ¡Eran las cinco en sombra de la tarde! Huesos y flautas suenan en su oído a las cinco de la tarde. El toro ya mugía por su frente a las cinco de la tarde. El cuarto se irisaba de agonía a las cinco de la tarde. A lo lejos ya viene la gangrena a las cinco de la tarde. Trompa de lirio por las verdes ingles a las cinco de la tarde. Las heridas quemaban como soles La sangre derramada. ¡Que no quiero verla! Dile a la luna que venga, que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena. ¡Que no quiero verla! La luna de par en par, caballo de nubes quietas, y la plaza gris del sueño a las cinco de la tarde, con sauces en las barreras y el gentío rompía las ventanas ¡Que no quiero verla¡ a las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. ¡Ay qué terribles cinco de la tarde! Que mi recuerdo se quema. ¡Avisad a los jazmines con su blancura pequeña! ¡Que no quiero verla! los tendidos y se vuelca sobre la pana y el cuero La vaca del viejo mundo de muchedumbre sedienta. pasaba su triste lengua ¡Quién me grita que me asome! sobre un hocico de sangres ¡No me digáis que la vea! derramadas en la arena, No se cerraron sus ojos y los toros de Guisando, cuando vio los cuernos cerca, casi muerte y casi piedra, pero las madres terribles mugieron como dos siglos levantaron la cabeza. hartos de pisar la tierra. Y a través de las ganaderías, hubo un aire de voces secretas No. que gritaban a toros celestes, mayorales de pálida niebla. ¡Que no quiero verla! No hubo príncipe en Sevilla que comparársele pueda, Por las gradas sube Ignacio ni espada como su espada, con toda su muerte a cuestas. ni corazón tan de veras. Buscaba el amanecer, Como un río de leones y el amanecer no era. su maravillosa fuerza, Busca su perfil seguro, y como un torso de mármol y el sueño lo desorienta. su dibujada prudencia. Buscaba su hermoso cuerpo Aire de Roma andaluza y encontró su sangre abierta. le doraba la cabeza ¡No me digáis que la vea! donde su risa era un nardo No quiero sentir el chorro de sal y de inteligencia. cada vez con menos fuerza; ¡Qué gran torero en la plaza! ese chorro que ilumina ¡Qué gran serrano en la sierra! ¡Qué blando con las espigas! ¡Qué duro con las espuelas! Que no hay cáliz que la contenga, ¡Qué tierno con el rocío! que no hay golondrinas que se la beban, ¡Qué deslumbrante en la feria! no hay escarcha de luz que la enfríe, ¡Qué tremendo con las últimas no hay canto ni diluvio de azucenas, banderillas de tiniebla! no hay cristal que la cubra de plata. Pero ya duerme sin fin. No. Ya los musgos y la hierba !Yo no quiero verla! abren con dedos seguros la flor de su calavera. *** Y su sangre ya viene cantando: cantando por marismas y praderas, resbalando por cuernos ateridos vacilando sin alma por la niebla, tropezando con miles de pezuñas como una larga, oscura, triste lengua, para formar un charco de agonía junto al Guadalquivir de las estrellas. ¡Oh blanco muro de España! ¡Oh negro toro de pena! ¡Oh sangre dura de Ignacio! ¡Oh ruiseñor de sus venas! No. !Que no quiero verla! 4º de ESO LA CASA DE BERNARDA ALBA Se está celebrando el funeral por el segundo marido de Bernarda. Las criadas (Poncia y otra) limpian la casa; en su La Poncia: Sobran. Que se sienten en el suelo. Desde que murió el padre de Bernarda no han vuelto a entrar las gentes bajo estos techos. Ella no quiere que la vean en su dominio. ¡Maldita sea! Criada: Contigo se portó bien. conversación ponen de manifiesto su odio por Bernarda, a la que La Poncia: Treinta años lavando sus sábanas, treinta años comiendo sus presentan como una persona autoritaria, clasista y mezquina. sobras, noches en vela cuando tose, días enteros mirando por la rendija La Poncia: (A voces.) ¡Ya viene! (A la Criada.) Limpia bien todo. Si Bernarda no ve relucientes las cosas me arrancará los pocos pelos que me quedan. Criada: ¡Qué mujer! La Poncia: Tirana de todos los que la rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara. ¡Limpia, limpia ese vidriado! Criada: Sangre en las manos tengo de fregarlo todo. La Poncia: Ella, la más aseada, ella, la más decente, ella, la más alta. Buen descanso ganó su pobre marido. para espiar a los vecinos y llevarle el cuento; vida sin secretos una con otra, y sin embargo, ¡maldita sea!, ¡mal dolor de clavo le pinche en los ojos! Criada: ¡Mujer! La Poncia: Pero yo soy buena perra: ladro cuando me lo dice y muerdo los talones de los que piden limosna cuando ella me azuza; mis hijos trabajan en sus tierras y ya están los dos casados, pero un día me hartaré. Criada: Y ese día... La Poncia: Ese día me encerraré con ella en un cuarto y le estaré escupiendo un año entero. «Bernarda, por esto, por aquello, por lo otro», hasta ponerla como un lagarto machacado por los niños, que es lo Criada: ¿Han venido todos sus parientes? que es ella y toda su parentela. Claro es que no le envidio la vida. Le La Poncia: Los de ella. La gente de él la odia. Vinieron a verlo muerto, y mayor, que es la hija del primer marido y tiene dineros, las demás, le hicieron la cruz. mucha puntilla bordada, muchas camisas de hilo, pero pan y uvas por Criada: ¿Hay bastantes sillas? quedan cinco mujeres, cinco hijas feas, que quitando a Angustias, la toda herencia. (…) Tales rasgos de su carácter lo confirmará Bernarda ante las mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordaros mujeres que acuden a la casa a darle el pésame. Tras retirarse el ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar éstas, Bernarda impone a sus cinco hijas (Angustias, Magdalena, sábanas y embozos. Magdalena puede bordarlas. Martirio, Amelia y Adela) un riguroso luto de ocho años; permanecerán encerradas en la casa, sin ninguna relación con el mundo exterior. Las muchachas se inquietan; el rigor inflexible del luto contrasta con sus deseos de amar y su vitalismo. La Poncia: No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el pueblo. Bernarda: Sí, para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas. Amelia: ¡Madre, no hable usted así! Bernarda: Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo sin río, pueblo de pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada. La Poncia: ¡Cómo han puesto la solería! Bernarda: Igual que si hubiera pasado por ella una manada de cabras. (La Poncia limpia el suelo) Niña, dame el abanico. Adela: Tome usted. (Le da un abanico redondo con flores rojas y verdes.) Bernarda: (Arrojando el abanico al suelo) ¿Es éste el abanico que se da a una viuda? Dame uno negro y aprende a respetar el luto de tu padre. Martirio: Tome usted el mío. Bernarda: ¿Y tú? Martirio: Yo no tengo calor. La hija mayor, Angustias, de 39 años (hija del primer marido de Bernarda y dueña de la mayor parte de la herencia) es solicitada en matrimonio por un atractivo joven, Pepe el Romano, atraído por la dote. Magdalena: (Con intención.) ¿Sabéis ya la cosa...? (Señalando a Angustias.) Amelia: No. Magdalena: ¡Vamos! Martirio: ¡No sé a qué cosa te refieres...! Magdalena: Mejor que yo lo sabéis las dos. Siempre cabeza con cabeza como dos ovejitas, pero sin desahogaros con nadie. ¡Lo de Pepe el Romano! Martirio: ¡Ah! Magdalena: (Remedándola.) ¡Ah! Ya se comenta por el pueblo. Pepe el Romano viene a casarse con Angustias. Anoche estuvo rondando la casa y creo que pronto va a mandar un emisario. Martirio: ¡Yo me alegro! Es buen hombre. Amelia: Yo también. Angustias tiene buenas condiciones. Magdalena: Ninguna de las dos os alegráis. Martirio: ¡Magdalena! ¡Mujer! Magdalena: Si viniera por el tipo de Angustias, por Angustias como Bernarda: Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que dure el mujer, yo me alegraría, pero viene por el dinero. Aunque Angustias es luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta nuestra hermana aquí estamos en familia y reconocemos que está vieja, que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de enfermiza, y que siempre ha sido la que ha tenido menos méritos de todas nosotras, porque si con veinte años parecía un palo vestido, ¡qué Adela: ¡Con qué ganas te has quedado de ocuparlo! será ahora que tiene cuarenta! Martirio:(En voz más alta.) Ha llegado el momento de que yo hable. Martirio: No hables así. La suerte viene a quien menos la aguarda. Esto no puede seguir. Amelia: ¡Después de todo dice la verdad! Angustias tiene el dinero de Adela: Esto no es más que el comienzo. He tenido fuerza para su padre, es la única rica de la casa y por eso ahora, que nuestro padre adelantarme. El brío y el mérito que tú no tienes. He visto la muerte ha muerto y ya se harán particiones, viene por ella! debajo de estos techos y he salido a buscar lo que era mío, lo que me A figura del Romano perturba y altera el ambiente familiar. Adela y Martirio, las dos menores, se enamoran de él. Será Adela la que mantenga relaciones amorosas con el joven, ante la observación envidiosa y celosa de Martirio. Una noche, Martirio sorprende a Adela cuando sale del corral, donde ha estado con Pepe. Llama a la madre; Bernarda acude presurosa y dispara contra Pepe cuando huye a caballo. Erra el tiro y Pepe escapa. No obstante, hacen creer a Adela que su amante ha muerto y, desesperada, se encierra en su habitación y se ahorca. Martirio: (En voz baja.) Adela. (Pausa. Avanza hasta la misma puerta. pertenecía. Martirio: Ese hombre sin alma vino por otra. Tú te has atravesado. Adela: Vino por el dinero, pero sus ojos los puso siempre en mí. Martirio: Yo no permitiré que lo arrebates. Él se casará con Angustias. Adela: Sabes mejor que yo que no la quiere. Martirio: Lo sé. Adela: Sabes, porque lo has visto, que me quiere a mí. En voz alta.) ¡Adela! Martirio:(Desesperada.) Sí. (Aparece Adela. Viene un poco despeinada.) Adela: (Acercándose.) Me quiere a mí, me quiere a mí. Adela: ¿Por qué me buscas? Martirio: Clávame un cuchillo si es tu gusto, pero no me lo digas más. Martirio: ¡Deja a ese hombre! Adela: Por eso procuras que no vaya con él. No te importa que abrace a Adela: ¿Quién eres tú para decírmelo? Martirio: No es ése el sitio de una mujer honrada. la que no quiere; a mí, tampoco. Ya puede estar cien años con Angustias, pero que me abrace a mí se te hace terrible, porque tú lo quieres también; ¡lo quieres! Martirio:(Dramática.) ¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos. ¡Sí! Déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura. ¡Lo quiero! Adela: (En un arranque y abrazándola.) Martirio, Martirio, yo no tengo La Poncia: ¿Pero lo habéis matado? Martirio: ¡No! ¡Salió corriendo en la jaca! Bernarda: Fue culpa mía. Una mujer no sabe apuntar. la culpa. Magdalena: ¿Por qué lo has dicho entonces? Martirio: ¡No me abraces! no quieras ablandar mis ojos. Mi sangre ya no Martirio: ¡Por ella! ¡Hubiera volcado un río de sangre sobre su cabeza! es la tuya, y aunque quisiera verte como hermana, no te miro ya más que como mujer. (La rechaza.) _____________________________________________________ Bernarda: ¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta? (Sale corriendo.) (Aparece Amelia por el fondo, que mira aterrada con la cabeza sobre la pared. Sale detrás Martirio.) Adela: ¡Nadie podrá conmigo! (Va a salir.) Angustias: (Sujetándola.) De aquí no sales tú con tu cuerpo en triunfo, ¡ladrona!, ¡deshonra de nuestra casa! Magdalena: ¡Déjala que se vaya donde no la veamos nunca más! La Poncia: ¡Maldita! Magdalena: ¡Endemoniada! Bernarda: ¡Aunque es mejor así! (Suena un golpe.) ¡Adela! ¡Adela! La Poncia: (En la puerta.) ¡Abre! Bernarda: Abre. No creas que los muros defienden de la vergüenza. Criada: (Entrando) ¡Se han levantado los vecinos! Bernarda: (En voz baja como un rugido.) ¡Abre, porque echaré abajo la puerta! (Pausa. Todo queda en silencio.) ¡Adela! (Se retira de la puerta.) ¡Trae un martillo! (La Poncia da un empujón y entra. Al entrar da un (Suena un disparo.) grito y sale.) ¿Qué? Bernarda: (Entrando.) Atrévete a buscarlo ahora. La Poncia: (Se lleva las manos al cuello.) ¡Nunca tengamos ese fin! Martirio:(Entrando.) Se acabó Pepe el Romano. (Las hermanas se echan hacia atrás. La Criada se santigua. Bernarda da Adela: ¡Pepe! ¡Dios mío! ¡Pepe! (Sale corriendo.) un grito y avanza.) La Poncia: ¡No entres! Bernarda: No. ¡Yo no! Pepe, tú irás corriendo vivo por lo oscuro de las alamedas, pero otro día caerás. ¡Descolgadla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestidla como una doncella. ¡Nadie diga nada! Ella ha muerto virgen. Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas. Martirio: Dichosa ella mil veces, que lo pudo tener. Bernarda: Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija.) ¡A callar he dicho! (A otra hija.) ¡Las lágrimas cuando estés sola! ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio! ¡Silencio he dicho! ¡Silencio! Telón 2º de Bachillerato Poeta en Nueva York Calles y sueños La aurora La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean en las aguas podridas. La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada. La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible. A veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños. Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraísos ni amores deshojados; saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces. Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre. Introducción a la muerte Muerte A Luis de la Serna ¡Qué esfuerzo! ¡Qué esfuerzo del caballo por ser perro! ¡Qué esfuerzo del perro por ser golondrina! ¡Qué esfuerzo de la golondrina por ser abeja! ¡Qué esfuerzo de la abeja por ser caballo! Y el caballo, ¡qué flecha aguda exprime de la rosa!, ¡qué rosa gris levanta de su belfo! Y la rosa, ¡qué rebaño de luces y alaridos ata en el vivo azúcar de su tronco! Y el azúcar, ¡qué puñalitos sueña en su vigilia! y los puñales, ¡qué luna sin establos, qué desnudos!, piel eterna y rubor, andan buscando Y yo, por los aleros, ¡qué serafín de llamas busco y soy! Pero el arco de yeso, ¡qué grande, qué invisible, qué diminuto!, sin esfuerzo. New York los interminables trenes de leche, Oficina y denuncia los interminables trenes de sangre, A Fernando Vela por los comerciantes de perfumes. y los trenes de rosas maniatadas Los patos y las palomas Debajo de las multiplicaciones y los cerdos y los corderos hay una gota de sangre de pato. ponen sus gotas de sangre Debajo de las divisiones debajo de las multiplicaciones; hay una gota de sangre de marinero. y los terribles alaridos de las vacas estrujadas Debajo de las sumas, un río de sangre tierna. llenan de dolor el valle Un río que viene cantando donde el Hudson se emborracha con aceite. por los dormitorios de los arrabales, Yo denuncio a toda la gente y es plata, cemento o brisa que ignora la otra mitad, en el alba mentida de New York. la mitad irredimible Existen las montañas, lo sé. que levanta sus montes de cemento Y los anteojos para la sabiduría, donde laten los corazones Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo. de los animalitos que se olvidan Yo he venido para ver la turbia sangre, y donde caeremos todos la sangre que lleva las máquinas a las cataratas en la última fiesta de los taladros. y el espíritu a la lengua de la cobra. Os escupo en la cara. Todos los días se matan en New York La otra mitad me escucha cuatro millones de patos, devorando, orinando, volando en su pureza cinco millones de cerdos, como los niños en las porterías dos mil palomas para el gusto de los agonizantes, que llevan frágiles palitos un millón de vacas, a los huecos donde se oxidan un millón de corderos las antenas de los insectos. y dos millones de gallos No es el infierno, es la calle. que dejan los cielos hechos añicos. No es la muerte, es la tienda de frutas. Más vale sollozar afilando la navaja Hay un mundo de ríos quebrados o asesinar a los perros y distancias inasibles en las alucinantes cacerías en la patita de ese gato que resistir en la madrugada quebrada por el automóvil, y yo oigo el canto de la lombriz Oda al rey de Harlem en el corazón de muchas niñas. Óxido, fermento, tierra estremecida. Tierra tú mismo que nadas Con una cuchara por los números de la oficina. arrancaba los ojos a los cocodrilos ¿Qué voy a hacer?, ¿ordenar los paisajes? y golpeaba el trasero de los monos. ¿Ordenar los amores que luego son fotografías, Con una cuchara. que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre? Fuego de siempre dormía en los pedernales, San Ignacio de Loyola y los escarabajos borrachos de anís asesinó un pequeño conejo olvidaban el musgo de las aldeas. y todavía sus labios gimen por las torres de las iglesias. Aquel viejo cubierto de setas No, no, no, no; yo denuncio. iba al sitio donde lloraban los negros Yo denuncio la conjura mientras crujía la cuchara del rey de estas desiertas oficinas y llegaban los tanques de agua podrida. que no radian las agonías, que borran los programas de la selva, Las rosas huían por los filos y me ofrezco a ser comido de las últimas curvas del aire, por las vacas estrujadas y en los montones de azafrán cuando sus gritos llenan el valle los niños machacaban pequeñas ardillas donde el Hudson se emborracha con aceite. con un rubor de frenesí manchado. Es preciso cruzar los puentes y llegar al rubor negro para que el perfume de pulmón nos golpee las sienes con su vestido de caliente piña. Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente a todos los amigos de la manzana y de la arena, y es necesario dar con los puños cerrados a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas, entre paraguas y soles de oro, para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre, los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco, para que los cocodrilos duerman en largas filas y el viento empañaba espejos bajo el amianto de la luna, y quebraba las venas de los bailarines. y para que nadie dude de la infinita belleza de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas. Negros, Negros, Negros, Negros. ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba. No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos, No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles, a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro, viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes, a tu violencia granate sordomuda en la penumbra, bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de cáncer. a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje. Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardos, Tenía la noche una hendidura cielos yertos, en declive, donde las colonias de planetas y quietas salamandras de marfil. rueden por las playas con los objetos abandonados. Las muchachas americanas llevaban niños y monedas en el vientre, Sangre que mira lenta con el rabo del ojo, y los muchachos se desmayaban hecha de espartos exprimidos, néctares de subterráneos. en la cruz del desperezo. Sangre que oxida el alisio descuidado en una huella y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana. Ellos son. Ellos son los que beben el whisky de plata Es la sangre que viene, que vendrá junto a los volcanes por los tejados y azoteas, por todas partes, y tragan pedacitos de corazón para quemar la clorofila de las mujeres rubias, por las heladas montañas del oso. para gemir al pie de las camas ante el insomnio de los lavabos y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo. Aquella noche el rey de Harlem, con una durísima cuchara Hay que huir, arrancaba los ojos a los cocodrilos huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos, y golpeaba el trasero de los monos. porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas Con una cuchara. para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse Los negros lloraban confundidos y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química. Jamás sierpe, ni cebra, ni mula Es por el silencio sapientísimo palidecieron al morir. cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua El leñador no sabe cuándo expiran las heridas de los millonarios los clamorosos árboles que corta. buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre. Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey a que cicutas y cardos y ortigas tumben postreras azoteas. Un viento sur de madera, oblicuo en el negro fango, escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros; Entonces, negros, entonces, entonces, un viento sur que lleva podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas, colmillos, girasoles, alfabetos poner parejas de microscopios en las cuevas de las ardillas y una pila de Volta con avispas ahogadas. y danzar al fin, sin duda, mientras las flores erizadas asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo. El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo, el amor por un solo rostro invisible a flor de piedra. ¡Ay, Harlem, disfrazada! Médulas y corolas componían sobre las nubes ¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza! un desierto de tallos sin una sola rosa. Me llega tu rumor, me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores, A la izquierda, a la derecha, por el sur y por el norte, a través de láminas grises, se levanta el muro impasible donde flotan sus automóviles cubiertos de dientes, para el topo, la aguja del agua. a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos, No busquéis, negros, su grieta a través de tu gran rey desesperado para hallar la máscara infinita. cuyas barbas llegan al mar. Buscad el gran sol del centro hechos una piña zumbadora. El sol que se desliza por los bosques seguro de no encontrar una ninfa, el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño, el tatuado sol que baja por el río y muge seguido de caimanes. Negros, Negros, Negros, Negros. Vals en las ramas Cayó una hoja y dos y tres. Por la luna nadaba un pez. El agua duerme una hora y el mar blanco duerme cien. La dama estaba muerta en la rama. La monja cantaba dentro de la toronja. La niña iba por el pino a la piña. Y el pino buscaba la plumilla del trino. Pero el ruiseñor lloraba sus heridas alrededor. Y yo también porque cayó una hoja y dos y tres. Y una cabeza de cristal y un violín de papel y la nieve podría con el mundo una a una dos a dos y tres a tres. !Oh, duro marfil de carnes invisibles! ¡Oh, golfo sin hormigas del amanecer Con el numen de las ramas, con el ay de las damas, con el croo de las ranas, y el geo amarillo de la miel. Llegará un torso de sombra coronado de laurel. Será el cielo para el viento duro como una pared y las ramas desgajadas se irán bailando con él. Una a una alrededor de la luna, dos a dos alrededor del sol, y tres a tres para que los marfiles se duerman bien.