VII Concurso de relato corto “Ángel Luis Mota” VII CONCURSO DE RELATOS CORTOS “ÁNGEL LUIS MOTA” (2015) Fallo Reunido el jurado del Concurso de relatos cortos “Ángel Luis Mota”, compuesto por todos los miembros del Departamento de Lengua castellana y Literatura del IES Alfonso VIII de Cuenca, Dña. Juana Camacho, Dña. Belén Cordero, Dña. Carmen Guzmán, Dña. Mª José Martínez, Dña. Pilar Sáez y D. Miguel Mula, actuando como Presidenta de Honor Dña. Mª Carmen Palomares, directora del centro, el martes 7 de abril de 2015 en sesión ordinaria de reunión de departamento, delibera y falla los siguientes premios, de acuerdo con las bases establecidas: 1ª CATEGORÍA: 1º ciclo ESO: (1º y 2º) 1º premio: Lidia Isabel Martínez Redondo (2º ESO C) por “Los cazadores de Kandra” 2º premio: Ignacio Cascón Hernández (1º ESO B) por “El triángulo” 2ª CATEGORÍA: 2º ciclo ESO: (3º y 4º) 1º premio: Silvia de la Fuente Migallón (4º ESO A) por “Dulce” 2º premio: Laura Ortega Herraiz (4º ESO A) por “Un último adios” 3ª CATEGORÍA: Bachillerato y F.P. 1º premio: Juan Manuel Garcés Cabanillas (2º BACH. C) por “Y comieron perdices” 2º premio: Gemma Isabel Martínez Redondo (2º BACH. A) por “El beso de la muerte” La entrega de premios se hizo el día 23 de abril de 2015, conmemorando el Día del Libro, y el aniversario del fallecimiento de los insignes D. William Shakespeare y D. Miguel de Cervantes Saavedra, en el salón de actos del instituto, actuando como madrina del acto Dña. Mª del Carmen Utanda, viuda de D. Ángel Luis Mota 3 Curso 2014-15 IES Alfonso VIII 4 VII Concurso de relato corto “Ángel Luis Mota” 1º Y 2º DE ESO / 1º premio: Lidia Isabel Martínez Redondo (2º ESO) LOS CAZADORES DE KANDRA El sonido del claxon de un coche avivó mis sentidos. −¡Eh, niñato! –me gritó el conductor desde el desgastado automóvil− ¡Ten más cuidado la próxima vez! Sin percatarme había cruzado la carretera cuando el semáforo presentaba el color escarlata. Corrí hacia la otra acera y seguí caminando, con mi tabla de skate bajo el brazo, por las abarrotadas calles de Nueva York en un contaminado atardecer. Deseaba impacientemente arribar junto a mi madre que estaba en nuestro viejo apartamento. Había sido un día duro: primero, el director me había retenido en su despacho tras las clases para hablar de mis nefastos resultados académicos; y después, cuando me disponía a abandonar el recinto y coger el autobús que me conduciría hasta mi casa, percibí que hacía cinco minutos que éste había partido. Así que tuve que esperar a que llegara otro, el cual me dejó a quince manzanas de mi hogar. Mientras andaba a través de los tumultos de personas, pensaba en la cena que me habría preparado mi madre. La había llamado desde la cabina de teléfono de la parada para avisarle de que volvería tarde, pero ella no me cuestionó por qué. Ya preguntaría más tarde. Súbitamente, cuando pasé junto a un callejón, escuché los sonidos de una pelea. Giré la cabeza y divisé, a pesar de la tenue luz originaria de las rotas y parpadeantes farolas, a un grupo de fornidos muchachos golpeando a un chico de cuyo cuerpo solamente pude ver sus piernas moviéndose a causa de las patadas. No aparentaba tener más de catorce años. −¡Eh, vosotros! –les grité antes de percatarme de mi gran error− ¿Por qué no os metéis con alguien de vuestro tamaño? Los camorristas se volvieron hacia mí descubriendo sus horrendas caras. Sus ojos eran completamente negros y su rostro estaba cubierto por unos finos tentáculos azules con finas vetas oscuras. De espaldas, había pensado que eran adolescentes normales puesto que en la parte posterior de su cabeza su cabello era como el de un humano; pero en su parte delantera, cada brizna de pelo era una afilada púa púrpura que supuraba un espeso líquido verde. Parecía un mutante entre pulpo, erizo de mar y humano. Mi cuerpo se quedó paralizado. Cada vez que mi cerebro intentaba ordenar a mis piernas que corrieran, una especie de tapón cerraba mi circuito nervioso. Se me escurrió el monopatín de mis manos. −¡Eres tú! –vociferó el que se encontraba más próximo a mí. Su voz era como un chuchillo al ser afilado, por lo que nada más escucharla, tuve que reprimir el intento de llevarme las manos a las orejas. 5 Curso 2014-15 IES Alfonso VIII No sabía a qué se había referido con lo de “¡Eres tú!”, pero no tenía intención de preguntar. Uno de los mutantes se acercó a mí con paso enérgico. Antes de que pudiera reaccionar, el muchacho al que los pulpos-erizo estaban pegando se incorporó con asombrosa agilidad aprovechando el estupor de sus agresores. Recogió la tapa de un cubo de basura que se encontraba en el suelo y golpeó con todas sus fuerzas la cabeza del monstruo que se dirigía hacia mí. En ése instante pude verlo con detenimiento. Calculé que tendría unos trece años, no muchos menos que yo; su cabello oscuro, desgreñado y un poco largo, combinaba con sus opacos y profundos ojos, los cuales dejaban ver reflejos de duras y pasadas épocas; y su cuerpo, demacrado y enjuto, estaba vestido con ropajes negros, acompañados por unas botas militares y una cazadora de cuero; pero lo que más llamaba la atención de él era que, a pesar de su delgada anatomía, sus golpes cargaban contra los monstruos con una fuerza inhumana. El combate evolucionó satisfactoriamente hasta que surgió el arma. El muchacho luchó fieramente contra los mutantes con tan solo una chapa de metal mientras que éstos se defendían a duras penas. Me gustaría decir que participé en la refriega y que vencí a los villanos con gran valentía; que me uní al demacrado chico y que combatimos codo con codo, juntos, como si fuéramos uno; que estuve a nada de dar la vida por un chaval al que apenas conocía y que se encontraba en apuros. Pero lo más bravo que en aquel instante pude hacer fue quedarme allí mirando, con mis piernas flaqueando debido al terror. De repente, el mutante que parecía el jefe desenvainó de su cinto una daga elaborada con lo que parecía hueso. Intenté advertir al chico, pero me falló la voz. Demasiado tarde. El erizo-pulpo introdujo el arma en el vientre del chaval mientras que éste estaba asesinando a otro de sus súbditos. El muchacho se dobló y cayó de rodillas apretándose el vientre con sus huesudas manos mientras la sangre recorría sus dorsos con rapidez y humedecía su camiseta. −¡Noooooo! –vociferé. Sentí hacia él un deseo de protección. No conocía al chico, pero me había salvado la vida. “No puede morir. Es demasiado joven”, pensé. Mis sentidos renacieron, la adrenalina recorrió mi cuerpo y mis reflejos parecieron avivarse en mi interior. Corrí hacia el enemigo, e improvisto de armas, comencé a arrear a los monstruos restantes con mis cerrados puños. Mientras peleaba, intentaba ignorar al chaval tumbado en el suelo, el charco de sangre que estaba bajo él y los continuos gemidos que me hacían sentir a mí también indefenso. Intenté no tocar las puntiagudas púas que sobresalían de las cabezas de los mutantes, pero no pude evitar que alguna atravesara mi piel. Deseé que el líquido verde no fuera veneno. 6 VII Concurso de relato corto “Ángel Luis Mota” Al final, sólo permanecimos en combate el jefe de los erizo-pulpo y yo. Nos observamos en silencio durante unos minutos. Ya había anochecido y la ciudad desprendía un aire de vida y ocio. Los coches dejaban oír sus cláxones y sus contaminantes motores. Nadie parecía detenerse frente al callejón a pesar del estruendo que se había producido y a pesar de que cientos de personas habían recorrido la avenida que conectaba con la callejuela. Tal vez los paseantes estuvieran demasiado absortos en sus pensamientos o conversaciones telefónicas; al fin al cabo, estaban en Nueva York. ¿O simplemente no podían ver al malvado monstruo que estaba frente a mí? Entonces, ¿por qué yo sí? El mutante me había dicho “Eres tú”. A lo mejor era por eso por lo que tenía la capacidad de divisarlo. Pero era imposible: el herido chico había dado signos de poder mirarlo; aunque era posible que simplemente hubiera observado a una banda de chavales que intentaban atracarle. Puede que fuera yo el que estuviera loco. Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando el muchacho, tumbado sobre la acera, comenzó a revolcarse por el suelo a causa del dolor. De repente, advertí que un leve humo estaba surgiendo del charco de sangre. La hoja estaba envenenada. La misma hoja del arma que empuñaba el mutante en aquel instante. Si no me daba prisa, el chaval moriría. −Vamos, cara pulpo –le irrité sin pensar en lo que hacía. Él gruñó: A lo mejor no tienes lo que hay que tener para ser un… -me encogí de hombros como si estuviera pensando−. ¿Qué eres exactamente? ¿Un “pulrizo” malvado que quiere vengarse de todos los conejitos submarinos que te robaron las zanahorias? El monstruo volvió a gruñir. −¡Ya sé! –exclamé− Tu madre no te hace caso y tienes que hacerte el durito con tus amigotes y llamar la atención para reclamar su amor. No pensaba lo que decía. Simplemente hablaba con la intención de ganar tiempo y pensar un plan. Nada. Lo único con lo que podría tener posibilidades para matarle era la tapa del cubo de basura, pero ésta estaba completamente aboyada, por lo que ahora, en vez de tener una forma aplanada, parecía un balón de fútbol. El mutante contraatacó. Mis reflejos hicieron que me echara a un lado, por lo que conseguí incorporarme ileso, aunque un poco magullado. El erizo-pulpo se chocó contra el muro de hormigón y cayó aturdido mientras se frotaba su puntiaguda frente. Observé a mi alrededor y pude ver una pequeña daga al fondo del callejón. Posiblemente los camorristas se la habían quitado al enfermizo muchacho. Corrí hacia allí y la recogí con mis temblorosos dedos. El monstruo se levantó enfurecido y cargó contra mí. No pude reaccionar a tiempo. Él me tumbó y me quitó la daga de las manos tan rápido que, si no lo hubiera visto, hubiera dudado que acabara de golpearse la cabeza. 7 Curso 2014-15 IES Alfonso VIII Su rostro quedó a tan solo unos centímetros del mío. Le olía el aliento a pescado podrido, y su lengua, que había lamido sus finos y asquerosos labios, era bífida y de un blanco espectral. −Despídete, Elegido –me susurró mientras agarraba mis antebrazos con sus manos, y mis piernas con sus rodillas− Ya no podrás cumplir lo que se predijo… Antes de que hincara sus puntiagudos y amarillentos dientes sobre mi cuello, un disco metálico del tamaño de un CD cruzó el aire desde la entrada del callejón y atravesó el cráneo de mi agresor con un fino corte. La sangre, que era de color azabache, se escurrió cerca de sus orejas y cayó sobre mi cara. Aparté el cadáver de un empujón y giré la cabeza hacia la entrada del callejón. Una docena de chicos y chicas, que aparentaban más o menos mi edad, me observaban detenidamente con sus armas en las manos. Uno de ellos se me acercó. Al principio me arrastré hacia la pared para evitar que me matara a mí también, pero tras coger el disco que se había incrustado en la pared, me tendió la mano. La agarré y me puse en pie. Observé al enfermo muchacho que estaba siendo atendido por un par de chicas y un chaval más pequeño que tenía lágrimas en los ojos. Antes de poder preguntar si se pondría bien, el fornido joven que me había ayudado a levantarme volvió a extenderme la mano y me dijo: −Derek Goode. Encantado de conocerte. Dentro de poco serás uno más de los Cazadores de Kandra, amigo mío. La verdad, tienes estilo. PSEUDÓNIMO: Percy Valdez 8 VII Concurso de relato corto “Ángel Luis Mota” 1º Y 2º DE ESO / 2º premio: Ignacio Cascón Hernández (1º ESO) EL TRIÁNGULO El frío era horrible y Juan, un ejecutivo que trabajaba en una multinacional, esperaba su turno para declarar por el asesinato de María, su mujer durante 16 años, que había aparecido muerta en circunstancias desconocidas. Dijeron su nombre, y Juan entró en una sala más cálida que la anterior, aunque con una decoración austera y simple en la que los únicos muebles eran una mesa de madera antigua, como las que hay en las farmacias de toda la vida, una silla de estilo regio, en la que se sentaba la jueza, y dos sillas de metal, que parecían muy incómodas, una para el abogado y otra para el imputado. En la sala le esperaba su abogada, Irene, a quien había avisado cuando aparecieron un par de Policías Nacionales aporreando su puerta, y la jueza esperaba sentada en su silla. Las dos mujeres se giraron en cuanto le oyeron entrar y, en cuanto se sentó, la jueza empezó a interrogarle: - Señor Ramírez, ¿dónde estuvo usted el martes 13 de noviembre a las 20:25? Juan miró a su abogada antes de contestar. - Estaba en un bar cercano a la casa de un amigo, donde habíamos quedado para ver el partido del Real Madrid. - Enhorabuena, ganaron, ¿y hay alguien que pueda verificar su versión de los hechos? - Sí, me imagino que a mi buen amigo Iván, no le importará testificar. Así siguieron durante dos largas horas, en las que no habían conseguido sacar nada en claro, ya que Juan seguía defendiendo su versión, pero la jueza no terminaba de creérsela, ya que los vecinos habían declarado que la pareja atravesaba una crisis, que se les oía discutir prácticamente a diario y que el día anterior a la muerte de María habían oído a Juan pedirle el divorcio. Pero la jueza prefería guardarse este as en la manga y sacarlo cuando viera que Juan titubeaba al contar su versión de los hechos y así, a lo mejor, conseguir que se desplomara y reconociera el crimen. Juan llegó a su casa tarde, cenó una mandarina y se disponía a meterse en la cama cuando sonó el teléfono; era su amante Laura, una diseñadora de moda que tenía celos desde hacía tiempo de la difunta María, que siempre había sido mejor que ella. Ya en la facultad siempre era María la que ganaba, y Laura la que quedaba en segundo lugar. - Juan, cariño, ¿qué tal se te ha dado? ¿has dicho algo de mí? - Muy bien. Me han hecho las preguntas que esperábamos. Menudo lío hemos organizado, me aseguraste que no la iban a matar. - No te irás a echar ahora atrás. 9 Curso 2014-15 IES Alfonso VIII - No, pero me dijiste…. - No importa lo que dije, ya está muerta. Ahora podemos ser felices. - Tienes razón, estoy confuso, me voy a dormir. Ya hablaremos – y colgó. Juan se fue a dormir. Esperando despejarse un poco, ya que mañana por la mañana declaraba Iván, con el que había estado viendo el partido. Y por la tarde, tenía una reunión con su abogada para preparar su defensa y luego otra sesión con la jueza. Iván salía de los juzgados y Juan lo esperaba en la cafetería de la esquina para comer. De camino a la cafetería, Iván pensaba qué decirle a Juan cuando lo viera. Pensó en regañarle, pero cuando lo tuvo delante y recordó todos los momentos que habían pasado juntos, fue incapaz de discutir y se derrumbó. - Juan, ¿qué has hecho? - Nada, yo me enteré cuando aparecieron dos policías en la puerta de mi piso de Don Ramón de la Cruz–. espera un segundo. Me llama mi abogada, luego te veo. Y se fue rápidamente a preparar su defensa con Irene, su abogada. - Hola Juan, cuéntame todo desde el principio. - Yo estaba en mi casa en Madrid, mientras mi mujer descansaba en la casa de campo que habíamos comprado hace poco y así aprovechaba para que se le ocurrieran ideas para su nueva colección de ropa de sport, cuando aparecieron unos policías en mi puerta diciendo que había aparecido muerta en el coche. El resto ya te lo sabes. - Juan, te conozco desde hace tiempo, sé cuando mientes y ahora lo estás haciendo. Dime todo lo que sabes. En mí puedes confiar. Se sostuvieron las miradas durante un rato hasta que Juan cedió. - Está bien, Laura. La diseñadora de moda me convenció para que le ayudase a que fuera ella la que consiguiera el contrato con los chinos y no mi mujer. Yo pensaba que la extorsionaría un poco, pero no sabía que fuera a matarla. - No te preocupes, podemos conseguir que solo le condenen a ella. Tú déjame la defensa a mí. Tres días después, estaban todos sentados, pero esta vez era Laura la que se sentaba en el banquillo de los acusados, a punto de ser condenada a 17 años de cárcel por asesinato premeditado y por persuadir a Juan, que fue absuelto de todos los cargos y pudo volver a llevar una vida normal; bueno, todo lo normal que puede ser la vida de un hombre que ha sido cómplice del asesinato de su mujer… PSEUDÓNIMO: Mithrandir 10 VII Concurso de relato corto “Ángel Luis Mota” 3º Y 4º DE ESO / 1er. premio: Silvia de la Fuente Migallón (4º ESO) DULCE Los bafles rugían. El suelo temblaba al ritmo de la música. Con cada golpe del altavoz, los vasos repiqueteaban, creando un acorde demasiado dulce, demasiado celestial para la melodía tan agresiva que se internaba hasta el rincón más alejado del local. Apenas había anochecido, pero la discoteca estaba ya hasta los topes, no se podía caminar, si te movías hacia los lados te chocabas con todo el mundo y continuamente caían gotas de los vasos que todos llevaban en la mano. No quise saber entonces ni quiero saber ahora qué líquidos contenían. Yo, que fui porque mis amigos me obligaron, enseguida me sentí fuera de lugar y me arrepentí de haber ido. Los sillones rodeaban la pista de baile, suaves, mullidos y sorprendentemente vacíos. La canción de moda estaba sonando y todo el mundo parecía querer bailarla. Conseguí llegar al sillón más cercano después de un angustioso camino. Allí estabas tú, sentada prácticamente fuera del asiento, con la mirada perdida y las manos sobre el regazo. Me fui acercando poco a poco, cauteloso. Ni siquiera me miraste. Entonces decidí sentarme a tu lado, y fue cuando te percataste de mi presencia. Me observaste durante apenas un segundo, pero había sido suficiente, pude ver tus preciosos ojos verdes relucir bajo la escasa luz de los neones que había en todo el local, ellos me dijeron que era el último sitio donde querías estar en ese momento, que ansiabas salir a respirar algo de aire fresco, que necesitabas libertad… y yo, aprovechando la oportunidad de robarte unos momentos a tu lado, te la ofrecí. Salimos afuera. De lejos se oía el tenue ir y venir de las olas en el mar, y el olor a salitre en seguida nos rodeó. Apenas quedaba luz natural, el sol se ocultaba temeroso tras la lejana línea del horizonte. En silencio, comenzamos a caminar hacia la playa. Las palabras pugnaban por salir de mi boca, pero no tenía el valor suficiente, por suerte vimos una heladería cercana y la conversación salió sola. Crema de leche y vainilla, combinación perfecta. Ambos comíamos del mismo cucurucho y en más de una ocasión solo escasos centímetros nos separaban. Llegamos a la playa, solos nosotros y el mar. Te quitaste los zapatos y dejaste que el agua acariciara tus pies. Yo no podía dejar de mirarte y en algún momento te debiste dar cuenta, pues lo siguiente que recuerdo es la emoción que 11 Curso 2014-15 IES Alfonso VIII me embargó al sentir tus labios sobre los míos, tus manos sobre mi pecho y tus cabellos rozándome la cara. Un ligero aroma a melocotón y fresas llegó hasta mí, dulce, suave, encantador. Jamás olvidaría aquel perfume. Tu perfume. Paseamos de la mano a lo largo de la playa. Nadie hablaba, no era necesario. El imponente faro nos marcó el final del camino. De regreso a la discoteca, me contaste que era tu cumpleaños, y que había sido el mejor de todos. Yo, avergonzado, sorprendido y al mismo tiempo orgulloso, elegí el más bonito de los peluches de aquel tenderete al lado de la fuente, tan cerca del lugar que nos había unido como del que nos separaría de nuevo. Tus amigas te esperaban en la puerta del local. Cuando me vieron comenzaron los susurros y los comentarios. Antes de marcharte, quedamos en encontrarnos de nuevo al año siguiente, mismo día, mismo lugar. Un fugaz beso nos sirvió de despedida, y yo me interné de nuevo en aquel sitio apestoso mientras tú, y contigo una parte de mí, te alejabas. El verano pasó y dio lugar a un otoño melancólico y triste, fiel reflejo de mi interior. El invierno llegó y tras él la primavera, las flores mostraban exultantes sus preciosos colores y los pájaros entonaban alegres melodías, ajenos al tumulto de emociones que hervía en mi interior. Por fin llegó el esperado día. Los bafles rugían. El suelo temblaba al ritmo de la música. Incapaz de aguantar allí dentro un segundo más, salí al exterior. Aguardé impaciente con tu regalo de cumpleaños en la mano, cuidadosamente envuelto. Un lacito lo adornaba. Los minutos pasaban y la angustia me invadía. La calle estaba desierta, solo se oía de lejos el sordo ruido de las olas del mar. Me rendía, no aguantaría mucho más allí esperando. Iba a pasar a la discoteca a calmar mi ansiedad con algún tipo de alcohol fuerte que me hiciera olvidar cuando una ráfaga de aire me golpeó la cara, animándome a seguir. Traía consigo el olor del mar, de las olas, del puesto de algodón dulce de la calle contigua… y un ligero aroma a melocotón y fresas, dulce, suave, encantador. Jamás olvidaría aquel perfume. Tu perfume. PSEUDÓNIMO: Atalanta 12 VII Concurso de relato corto “Ángel Luis Mota” 3º Y 4º DE ESO / 2º premio: Laura Ortega Herraiz (4º ESO) UN ÚLTIMO ADIÓS 14 de febrero de 1996 Querida amiga: Llevo dos años enfrentándome a este papel en blanco. De repente, todo el abecedario que conocía se ha reducido a una sola letra, la hache muda. Finalmente, no me ha quedado más remedio que hacer frente a mis miedos y sentimientos. Por eso, me he adentrado en esta empresa imposible, escribirte en un papel seco de lágrimas. Hace unos meses quise apartarte de mi vida. La razón la he olvidado, pero el dolor que me causó abandonarte, cada día está presente. Nadie dijo que luchar sólo contra esta enfermedad sería fácil, pero nadie me avisó de que mi corazón sería triturado. De todas formas, no me importa, pues sé que si permanecieras a mi lado te llenaría el alma de espinas y me niego a hacerte algo así. Cada mañana al levantarme, descubro que mi mente ha sido vaciada de nuevo. No soy capaz de recordar en qué lado de la cama dormías o si le echabas dos o tres cucharadas de azúcar al café. Ya ni siquiera sé tu nombre. Desde pequeño, me puse un objetivo en la vida, averiguar la palabra más bonita del mundo. Durante años he estado dudando entre amor, felicidad o solidaridad. Era un gran dilema, pero el día que el Alzheimer arrancó de mi mente tu nombre, ese misterio me fue desvelado. Siempre he querido ser recordado, que la mitad del mundo supiera de mi existencia. Es irónico, ¿verdad?, pues me moriré y ni siquiera yo mismo me acordaré de lo que he hecho en la vida. Los médicos dicen que lo que antes se olvida es el presente, por eso quiero dejar por escrito el por qué, cómo y dónde me enamoré de ti, antes de que me sea arrebatado. Será precioso revivir juntos cada palabra de amor, cada beso inocente… Era un 10 de diciembre de 1951. Me había levantado temprano, era mi primer día de trabajo. En pocas horas me convertiría en el nuevo chico del tiempo. En ese instante comenzaron a caer unas blancas y frías perlas del cielo. No podía ser. Esa nevada no entraba dentro de mi previsión del tiempo para aquel día. Empecé a caminar cada vez más deprisa, pero de repente mis pies se quedaron pegados al suelo y mis ojos clavados en ti. Estabas sentada en el suelo, tiritando y llorando desconsoladamente. Nunca se me dio bien animar a la gente, así que hice lo que mejor sabía hacer, te levanté y te di un abrazo lleno de esperanza y energía. No volví a saber de ti hasta la semana siguiente. Estaba trabajando en el plató y no pude evitar fijarme en ti. Nadie habría reparado jamás en la chica que traía el café, pero tú ya te habías convertido en mi carga positiva y yo en tu carga negativa. Pensé que nunca nos separaríamos hasta que tu madre 13 Curso 2014-15 IES Alfonso VIII cayó enferma. Notaba cómo te alejabas de mí y yo no sabía qué hacer para recuperarte. Pasamos semanas sin vernos. Hasta que un día, te encontré de nuevo sentada en el suelo, llorando desconsoladamente, mientras la nieve rozaba tu rostro. Esta vez, no te di un abrazo, sino el mejor beso de la historia. Después me despegué de ti y con voz firme, te dije: - Hace tiempo que perdí la llave que abría tu corazón y cuando la encontré ya habías cambiado de cerradura. Levantaste la mirada y con un tono de reproche, contestaste: - Los ladrones no necesitan llaves para llevarse las riquezas de una casa. - Yo no soy un ladrón- dije, molesto. Entonces, tú me respondiste con aquella frase que quedará guardada para siempre en un órgano más poderoso que la mente: - En eso te equivocas, pues hace tiempo que robaste mi corazón. Soy incapaz de recordar cuánto tiempo hemos pasado juntos desde que tus labios pronunciaron aquellas palabras. Tal vez, treinta o cuarenta años. Solo sé que ahora me encuentro solo y la Muerte llama impaciente a mi puerta. Una vez más el miedo se apodera de mi cuerpo. Para muchas personas morir tan sólo significa cambiar un “es” por un “era”, una presencia por un recuerdo y una casa por una tumba, pero para mí significa estar a más de cinco centímetros de ti, sin oler tu perfume, sin rozar tus labios. PSEUDÓNIMO: Destello 14 VII Concurso de relato corto “Ángel Luis Mota” BACHILLERATO Y F.P.: 1er. premio: Juan Manuel Garcés Cabanillas (2º BACH.) Y COMIERON PERDICES El aire estaba tan gélido que podía sentir partículas de hielo agujereando mis pulmones. Pero ya no me importaba pues este era mi último encargo. Nunca volvería a tener miedo de las preguntas de un policía. Nunca volvería a ponerme mi capucha para ocultar mi rostro de indeseables. Nunca volvería a ser algo que no soy, alguien no querido, alguien marginal. Cuando se lo conté a Álex Leñas, mi mejor amigo del instituto, se alegró mucho por mí. Recuerdo que le costó un poco acercarse a mí. Es lo que tiene ser un desconfiado radical. Nunca me preguntó por la granja infantil en la que vivía ni por qué no tengo a nadie. Un día decidí confesarle el porqué y también mi situación en el mundo de los narcos. Desde entonces ha sido mi único y mejor amigo, sin juzgarme ni una vez. Vaya, acababa de llegar a la frontera del barrio periférico con el bosque de pinos. Aun podía ver las últimas luces del atardecer de octubre. En breve anochecería. Solo me quedaba hacer una cosa: el repaso mental de las instrucciones. Mientras me sumergía en una nube, ya casi negruzca, de ramas y hojas de pino rememoré mi último encuentro con la doctora M, una mujer que podría ser mi madre. Era una especie de subdirectora del laboratorio clandestino donde transformaban la cocaína sudamericana. Me dio una mochila pardusca que, de lo dura y gastada que estaba, era más bien una cesta de mimbre. Recuerda, Capuchas: no te desvíes del camino, asegúrate de que la recoge el cliente y no hables con extraños. Solo dale la mercancía a la Abuela. Ya lo sé, tranquila doctora M, por algo me confiáis estos paquetes a mí. El dinero ya está ingresado en tu cuenta. No la jodas. Suerte. Ya llevaba diez minutos andando. La luz tenue anaranjada daría paso al azul iridiscente de la luna. Pronto me quitaría mi consigna “Capuchas”. El mote me lo había ganado a pulso ya que siempre llevaba una bonita cazadora (la única que tengo) para los encargos, con su enorme capucha que ocultaba mi rostro. En el caso de que me la tuviera que quitar, no pasaría nada ya que la gente solo vería a un niño débil y bajo, con unos ojos grandes y redondos, ojos enmarcados por un manojo de pecas. Un inocente rostro angelical. El rostro de un hijo con unos buenos padres. El rostro de chico con unas notas excelentes. El rostro de alguien que no llevaría cuatro kilos de coca encima. Pero pronto se acabaría y dejaría esta montaña rusa de Narcolandia. Entonces me lo encontré. Lo llamaban Depredador, un treintañero canoso que trabajaba para otro laboratorio narco como matón a sueldo. Solía violar a sus presas y era dado a morder. Estaba entre dos pinos de tamaño medio, con sus ojos brillantes y 15 Curso 2014-15 IES Alfonso VIII desorbitados, oliendo la corteza de estos. Me puse la capucha. La cordura brillaba por su ausencia. Hola, tierno pequeñín ¿Qué hace un niñito como tú en un bosque como este? Llevar unas patas a mi abuela. Sufre una tremenda gripe. ¿De qué son? A ti no te importa. ¿Quieres cazar ardillas conmigo? Será divertido… No. Gracias. Salí corriendo lo más rápido que pude al ver su mano ir hacía mí. Aunque lo esquivé bastante bien, noté cómo su enorme zarpa se aferraba a mi gemelo. En dos movimientos bruscos él estaba sobre mí, sonriendo. Veía cada encía rojiza, cada diente amarillento y brillante, con ganas de descuartizar a su presa ¿su presa? Yo. Al acercarse a mi cuello olí el hedor de se boca, como si un pescado muerto se hubiera podrido lentamente bajo su lengua durante siglos. No lo dudé. Hinqué mi rodilla en sus partes nobles, si es que se les podía seguir llamando nobles, y salí corriendo. Corrí y corrí, no miré atrás. El oscuro bosque tuve que atravesar. Garras de madera y agujas de pino me arañaron las sienes y los mofletes, dejando hilos rojos finos como el cabello por mi cara. Esto no podía estar pasando, no podía ser real. Mis jadeos fueron la alarma que me hizo parar. El aliento fue apoderándose de mis pulmones, como si se tratara de fantasmas buscando cobijo entre mis traqueas. Cuando recuperé la respiración dejé de apoyarme en las rodillas. Observé el perímetro. No había camino bajo mis pies, y por lo que pude comprobar, a la vista tampoco. Tomé dirección Oeste fiándome de mi intuición, mirando detrás de cada árbol pendiente de ver la mata desgreñada canosa de Depredador. El bosque de la ciudad era un sitio con cierto aire tétrico, sobretodo en este oscuro atardecer. Corren pequeñas ráfagas de aire seco, removiendo la hojarasca que crujía bajo mis pies. En todos los viajes que había hecho hacia el molino abandonado de la Abuela nunca me había encontrado un animal, solo piñas secas. Después de andar durante unos 15 minutos me encontré con el río seco desde hace ya décadas. Ya quedaba menos para llegar al hogar de la vieja drogadicta. Supuse que ese psicópata aun seguía merodeando por ahí a si que intenté ir lo mas rápido que pude. Y entonces llegué. El molino se basaba en una vieja estructura de madera y argamasa con chapas de metal tapando el techo y las paredes. Allí vivía la Abuela, una mujer anciana enganchada a la cocaína desde que lucía un cinturón por falda esperando a su próxima presa o esperando ser la presa, depende de por donde se mire, por las calles de la ciudad. Como siempre hacía, abrí la puerta destartalada que daba paso a una de las cocinas más mugrientas que he visto nunca. Grité varias veces su mote pero no 16 VII Concurso de relato corto “Ángel Luis Mota” oí respuesta. Decidí quitarme la cazadora e ir a buscarla por la casa con la pesada mochila en las manos. La encontré envuelta en una crisálida de sabanas con olor a orina de gato. Puede que hubiera muerto de sobredosis. No, aun respira. Abuela, te dejo la mercancía en la cocina. No, muchacho. Déjala en mi mesilla, cerca de mí. Vaya, tienes la voz muy grave. Deberías dejar de fumar. Ven para que te vea mejor. Mire, señora, me tengo que ir ya. Aquí se la dejo. Y entonces me cogió con una fuerza anormal para ser una vieja desgastada. Vi su pelaje cenizo, sus enormes ojos y, sobretodo, su enorme boca... reconocí esos asquerosos incisivos que habían perdido su tono blanco con el tiempo. Los reconocí. Le reconocí a él y a mi inminente muerte. Con un potente salto me tiró al suelo cogiéndome por las muñecas, presionando sus muslos contra los míos. Por el rabillo del ojo, vi a la Abuela, desnuda y ensangrentada en el pasillo, despellejada desde el vientre hasta la garganta. Sus babas en mi cuello. Su gran nariz recorriendo mi esternón. La repulsión no sabía de qué manera podía explotar en mi cuerpo. Mi corazón latía tan fuerte como una locomotora, como si quisiera dar el máximo de latidos posibles antes de apagarse para siempre. Cerré los ojos y dije adiós a la vida en silencio. Pero no. Un hombre alto de complexión fuerte entró con un hacha, apartando de mí con estrépito al viejo pederasta. Antes de que el Depredador se pusiera en pie, mi salvador le asestó un hachazo en el vientre, rociando de sangre caliente toda la estancia. Solo notaba las gotas de sangre seguir las líneas de mi rostro como un velo o, mejor dicho, una caperuza. Una roja caperuza de sangre que se espesaba sobre mi piel lentamente, formando costras. Antes de desmayarme, vi como el ángel encapuchado se desenmascaraba, revelando una cara conocida. Revelando a Álex, con su hacha ensangrentada, un leñador sádico. Y entonces desistí. FIN. PSEUDÓNIMO: JM 17 Curso 2014-15 IES Alfonso VIII 18 VII Concurso de relato corto “Ángel Luis Mota” BACHILLERATO Y F.P.: 2º premio: Gemma Isabel Martínez Redondo (2º BACH.) EL BESO DE LA MUERTE Había caído la noche y la oscuridad cubría las calles barcelonesas, simplemente iluminadas por el tenue fulgor de la luna llena y las farolas. El joven Josep Llaudet se dirigía a casa de su prometida, enferma de tuberculosis desde hacía ya varios meses, sin mejora alguna. Todas las noches iba a visitarla con la esperanza de verla recuperada y ésta no era una excepción. Cuál sería su sorpresa al descubrir que Laia, el cual era su nombre, había exhalado su último aliento unas horas antes. Llamó a la puerta como siempre, pero una vez atravesó el umbral la melancolía que se palpaba en el ambiente lo inundó. Dejó caer el ramo de rojas rosas que llevaba e irrumpió corriendo en la alcoba de Laia. Su cuerpo yacía sobre la cama, gris como las cenizas y frío como el hielo, mientras su alma era ya una sombra más de la habitación. La noticia fue como un puñal atravesando el corazón de Josep, partiéndolo en mil pedazos. Las lágrimas se le agolpaban en los ojos negándose a aceptar la realidad, entretanto los padres de Laia cubrían sus restos con una sábana. Josep no pudo soportarlo más y salió corriendo de la casa, huyendo del recuerdo doloroso de su prometida. Cuando llegó a la entrada del cementerio de Poblenou oyó al viento gritar su nombre, “Josep”. Josep se detuvo y escuchó más atentamente. “Josep”, volvió a llamar. Parecían evocarle desde otra realidad. Se adentró entre las tumbas, buscando el origen de la voz hasta que llegó a una escultura de mármol blanco. “Josep” parecía decir el cráneo sin vida de la tétrica estatua. Representaba la Muerte, retratada como un fúnebre esqueleto alado. Josep la conocía; era obra de un tío suyo por encargo del cementerio, para recordar a los visitantes que la muerte espera, seas quién seas, preparada para volar a buscarte. Rodeó el pedestal en el que se alzaba, buscando el origen de la voz, mas no encontró a nadie. “Josep” volvió a oír, esta vez más cerca. Alzó la vista y se topó con las hendiduras vacías de sus ojos, mirándolo fijamente. La Muerte lo tomó de la mano y lo hizo subirse al pedestal. Josep, hipnotizado por el rostro que de su amada le parecía, se dejó llevar, aunque con cierta prudencia pues no pertenecía a esa realidad. Con un solo gesto de sus dedos huesudos, la Muerte le hizo arrodillarse sobre la fría piedra; acercó su sombrío rostro al de Josep, lo agarró por el costado derecho y por el brazo izquierdo, mientras plegaba las alas en actitud sobrecogedora. Josep cerró los ojos, aceptando su sumisión, mientras la Muerte besaba su mejilla. Nada más rozar el hueso su piel, comenzó a notar pesadas y frías sus piernas que se tornaban piedra. Su rostro permaneció impasible entretanto la capa de mármol subía por el tronco. Cuando alcanzó su corazón, el doloroso recuerdo de su 19 Curso 2014-15 IES Alfonso VIII prometida muerta le invadió, viéndose reflejado en su rostro. Echó la cabeza hacia atrás, esperando su destino, y la piedra lo cubrió por completo acabando con su sufrimiento y su vida. Pasaron unas semanas antes de que sus padres lo encontraran, fusionado con la Muerte en un beso triste y apasionado. Y en aquel pedestal donde su hijo estaba, escribieron estas palabras para poder recordarlo: “Mas su joven corazón no puede más; en sus venas la sangre se detiene y se hiela y el ánimo perdido con la fe se abraza, sintiéndose caer al beso de la muerte”. PSEUDÓNIMO: Ártemis Olyphant 20