Caja Negra, Francis Sánchez

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Edición: Jesús David Curbelo
Diseño e ilustración de cubierta: Raúl Valdés González
(Raupa)
Diagramación: Onelia Silva Martínez
© Francis Sánchez, 2006
© Sobre la presente edición:
Ediciones UNIÓN, 2006
ISBN 959-209-736-4
Ediciones UNIÓN
Unión de Escritores y Artistas de Cuba
17 no. 354 e/ G y H, El Vedado, Ciudad de La
Habana
E-mail: editora@uneac.co.cu
A Jesucristo y la virgen de la Caridad del Cobre.
A Rafael Batalla, el amigo, el sacerdote.
Mi alma está llena de recuerdos.
APOLLINAIRE
¿Cómo empezaré mis cantos
en la noche azul que está llegando?
En la gran noche mi corazón saldrá afuera.
Las sombras vienen hacia mí sonando.
(Anónimo del pueblo pápago)
corazón del arpista
perfectos oidores, acérquense
a mi madero, sinfonía en adarmes.
la muerte es un trabajo que no cansa.
no muere este cansancio que trabaja por mí
del otoño al molar, del patriotismo al sueño.
sopla la cortadura al árbol contra el lente
y puedo ver y tengo en mi mano esta flor
que ha esperado un viejo discurso junto a la hoguera.
sea limpia mi náusea, cubra el amanecer
en lugar de la chispa que se desprende del durmiente.
la forma va a subir, sí volveremos al camino
sin báscula de alivios del ojo en noche nueva,
sin más luz para azorar murmullos del camino
—sostendré el
silencio de mi flor
otra vez tan medido y esparcible
como miedo de sierpes confinado al desierto.
¿sí, verdad que es santo el vacío
del corazón? ¿verdad que rozas el miedo
a tener tu cabeza tallada en un armario?
la carne de la flor no descansa en sus laberintos.
puedes vencer la puerta que da al ansia del perfume
sin voz con que envolver su atrocidad.
sólo es medio kilogramo de carne
pasado por el frío, salva: hueco donde dejar la mano
después de escribir por qué el frío llena, por ejemplo.
coman mi corazón que no adoptó otra burla
cuando se consumía en los platillos
de la balanza. guías
jóvenes y afilados en las utilidades
—vidrio blando del oído,
música desesperadamente afuera—,
mi mano es este idioma que arde junto a la flor.
puerta al balcón
oigo a través de mi cuerpo el vacío cósmico.
mi cuerpo estalla al fondo. piedra al pozo.
por sobre la cabeza tiembla el árbol del caos
en un perfecto número. árbol de luces vivas.
he salido a la noche, a observar las estrellas
como un rey destronado que habla a la corte
por última vez.
me aguarda al final de la casa
una vida pequeña y gris como un alacrán.
deseché mosto agrio de la verdad sumisa.
en vez de hacer distancias, mal actor, he sufrido.
se corre el maquillaje, se deshiela heroísmo
hereditario
entre provincia insulsa y agua falsa.
me he dejado inundar por mi dulce veneno.
soy todo lo feliz que un ser vivo puede ser.
pero no aplica uso ni cambio esta moneda.
pero no existe el circo, insondable teatro
donde mi hijo —su risa grande— llene la sombra.
bajo intermitencia de estrellas quizás muertas
espacio malabares, defiendo entre mis dedos
el gotear de su risa: ¿cómo un día alcanzarla
aquí
sin que jamás
deje de desprenderse?
ciudadela ostentosa da vueltas en el lecho
de la aurora latente, mientras se concentra
en la superficie,
mientras se corrompe el agua de Heráclito
fija en una burbuja como mi corazón
—de nombre tan gastado por el
uso.
a mis espaldas, dentro de la casa, se dobla
el silencioso árbol de las constelaciones.
primavera
he tenido mi primera flor. muda en un vaso
atravesó la noche como nada
hacia el amanecer en que enterré a mi padre.
la trajo el loco de Ceballos con manos opacas
de limpiar botellas
y aún sudaba su olor cuando huí a casa.
intento asirla ahora, o lo mismo, imaginar
que la siento abiertamente con la ayuda
de una rigidez rota a través de mí.
odio haber presentido siempre antes de esta ofrenda
cómo escarba
el viento en las pinturas de pueblos de madera
y casi sin nombre.
yo prometía órbita a un girasol hacia el taller
en el patio,
echaba al piso un juego de alicates y buscaba
armarlo y desarmarlo estérilmente como niño
que interrumpe una conversación.
nuestro amor exigía audacia de hombre a hombre
para subir al lirio pobre, diariamente:
jorobado dormido dentro del campanario.
la lid de las estrellas concedía, anunciaba
flor intocada desde el sueño de Coleridge.
por puente urdido a casa, el de la noche, nunca tuve
memoria,
cómo podían vestirse estatuas, centros de mesa,
cómo el cabello.
jamás corté los nombres tan grises y gastados
de las flores de un día. jamás pensé un jardín.
dentro de esta ignorancia aún acepto el amanecer
con todos mis sentidos, incapaz de interrumpirte,
padre.
he visto una pregunta imposible de ser devuelta.
dudo si la felicidad o el dolor serán brisas suficientes
para que se acomode como un perfume
el aislamiento.
sólo aspiro a caber en la mano pequeña
que me corta.
CASA DE LA ESCRITURA
EN LA OSCURIDAD
(I)
Salgo a escarbar en mi ojo por envidia
al cielo giratorio del cernícalo.
Por el plazo vidente del musgo a la rocalla.
Por una burla más y que hubiera entrado a tiempo
a escena
rebotan el balón en círculo y soy el centro, un día
soy quien siente irse entre sus manos juego anhelante,
hondo estampido de una palabra no hecha.
Punza un deseo roto y bajo mis pies falta
el humus de la escuela que gira y se hunde fértil.
Un día soy el que está al centro y debe asir de un salto
el balón
como quien dice casi colores azul y rojo
y cualquier otra sombra de escándalo en la tierra.
Otro día soy el fondo del grito que no repercute
en la feria ni lleva intención de volver por mí otro día.
Mansas todas las manos sobre mi corazón hacen
retroceder
espinilla madura sobre el tabique de la geisha
que danza.
Cruza el magnicidio oculto desde el templo
al loto. Y gira. A mis espaldas se desnuda
y abastece de risa todo amor impalpable.
Extraen de mi soledad el país y el hambre como
una bandera.
Misericordia mi ser, cordial misericordia.
Misericordia, cruce de bicicletas sobre cuerda floja,
lágrimas, telón.
Misericordia mi ser, soldadito dispensador de cuerda,
misericordia.
Misericordia my casting, recuerda testigo, concuerda
castigo.
Misericordia espacios, a, sin, por, estar misericordia.
Vuelvo a Ceballos después de obedecer ciudades
instantáneas.
Saltar del tren en marcha, ser acompasado tren
que pasa
y desposa la fiesta de chispas en la hereje
soledad del paisaje, sorprender nueva aldea
como en un presente esquizoide como un barco
dentro de una bombilla, libélulas y gatos sin pestañear
emulaban por la arborescencia, había llovido,
era tarde, no quedaban huellas
de que jamás volvía a tierra sino a mí
en edades imposibles de armar con pinzas en la claridad
cuando Ileana seguía esperando allá, sin esquife ni casa,
me sentía solo, o sea fuerte bajando del tren, de leer
Orígenes:
la pobreza irradiante de Arcos,
humedad sin tierra embistiendo el aire que escondía
el rostro
y descubrir cuerpo dentro de mi cuerpo otro
que es mayor que yo y los hechos desde el tablero
a la cruz.
Numeroso como príncipe acostado alzo mi casa
con incisiones por donde ver venir astros y raíces,
con cuchillo de ónice me abro el pecho de príncipe
y extraigo entre brumas espiga de mi sangre,
palabra que latir puede sólo unida a otras palabras,
selecciono entre el sueño, aparto de las nubes
el pájaro de cuya vida depende el árbol de mis venas.
Son mis ojos mi casa. Son la puerta y el teocali.
Hacia adentro los abro resignado a la luz.
Qué descarnada, ingenua, ciegamente haberme ido
como una diferencia y donde intuía inconexión
volver, descender como todos los ríos por perezas
más lastimadas.
tarea
esta misma mañana volví a dejar la escuela
con la camisa sucia y el cabello revuelto.
dormido, esta mañana misma de pronto he vuelto.
sobre mi espalda el sol repujaba una espuela.
angostura del cielo como humedad de tiza
hundía entre los dedos sin ver dónde rayaba.
ciego el aire por montes de jazmín me aguijaba.
¡qué jinete tan ágil yo era sobre mi risa!
cuando mañana vuelva allá, pondré en un vaso
ángeles de alas negras y hondas como los rizos
de aquella niña alegre que nunca me hizo caso.
aprenderé a guardar mis labios en los suyos
y a cazar con la astilla de un lápiz más sumisos
silencios —¿ya mañana?—, los obesos cocuyos.
asunto para un poema del coloquialismo
Jatibonico es una ciudad negra y dormida bajo
el agua.
debieran perdonarme esta visión
tantos hombres sin rostro ni salario
que daban pico y pala río arriba un junio de un 2002.
si aquella presa entonces se dejaba atar
en el último instante y nadie era aplastado
por la pared de lluvia, nadie perdió la vida,
eso no será obstáculo a la verdad, a la belleza.
cada portal, el ánfora donde se pudre el óleo
de las conversaciones. cada ventana, un viaje,
un comercio pospuesto. vajillas sumergidas.
cuantos ojos salvaban sus prendas sobre árboles
aún buscan un susto igual para volver allí.
(llegaron políticos de La Habana, arquitectos,
y, como pasa siempre cuando ronda el desplome,
se auspició la victoria con gran gasto de luces.)
perdonen mi sombría mirada desde el agua.
nadie debe cantar. nadie debió volver.
aquí ascendía al poder —por la fuerza— el silencio
del agua honda, el prestigio del silencio.
había llegado el día de empezar otras casas sobre
otra colina.
el poeta Roberto González Calero, de haberse
cortado
y apilado las horas como son,
quizás no se hubiera prendido fuego
desde el cuello a los pies —Jatibonico, 8 de enero
de 2003—
tan imparcialmente como quien lava un árbol.
jamás lo llevarían a las afueras de una ciudad
que no podía verlo pasar limpio, dormido.
glaucoma
pedaleabas dulce / vorazmente.
girado como prisma nuevo en mitad del país.
deshacías distancias entre asentimiento / colores,
fatiga voluptuosa / invulnerable fantasía.
le pusiste el candado viejo a la bicicleta
y llegaste corriendo a la consulta.
“si te esmeras no hay por qué acabar ciego”,
adornó en un susurro la especialista.
ese día por primera vez mirabas
dentro de la cerradura antes de hundir la llave.
el camino / el paisaje de regreso
hace ruido. veloz fiesta sin rostros.
tienes la sensación de que ningún obstáculo
claro o gris, cerca o lejos, se deja recordar.
cuerpo velado
somos los dos cadáveres
que deben estar limpios a la vuelta del sol.
dos rostros, dos espejos sin presente posible
que se buscan, se inventan en la bulla de un sueño.
para estar juntos hemos velado altas horas.
creíble hubiese sido perder sobre la arena
de tu pecho, ofenderte mi sangre derrotada
en vez del humo y las palabras.
pero mucho más abierto sucede el no saber,
no ser, no hallar con qué triángulo de qué calles
deseo y soledad forman edicto escurrido en cerveza.
incluso si esperases al fondo de una tarde minúscula
jamás —tal vez— habrías tenido necesidad
de que alguien
huyera amándote así, un loco, un borracho sin dinero
que en cualquier momento podía sacar un cuchillo.
“Beatriz” invoqué dentro del fuego o la cobardía
que es la fantasmagórica inminencia del fuego
en todas partes.
vacuos nombres y máscaras
tienen la pervivencia de
devolvernos a un estado larval.
como una cierva blanca
rodando yo a tus pies noches, monedas,
y a veces era —Borges— ciego miniaturista.
soñaba con un vicio más dable al ostracismo
de la verdad
o la carne. te defendía del sueño.
indecibles esencias por el bosque
planeaban menos hijos, la gordura y la nieve,
y era infeliz con mi última ilusión
de arrastrar tu pureza en la caída y ser real.
intocado en el vano de otras puertas
me adhiero a mi ignorancia
como esclavos llevaban riscos a las pirámides:
ni siquiera son míos mis actos más oscuros,
hablar poco, la risa, pensar en el suicidio.
ahora, cuando siento al hado
temiendo si incluir
hollín de estas dudas entre
acotaciones a diálogos,
pensamientos: adornos
inferiores,
sólo actúo.
víctima de la sed
estoy soñando solo (estarte
conduciendo
a algún tipo de lástima) mientras
a mis espaldas
velas cómo un magnate saca
apuntes indiferente:
qué he hecho, de qué espacios
en blanco se me acusa.
prever existas por la misma injusticia improbable
con que existo, agrega cierta calma, vigor
propio de un onanista
en un cine en penumbras.
desvarío entonces fuera de mí:
sin un nombre, sin un tallo por donde asirte
andas La Habana, Oaxaca, el Cairo o el Tíbet
en gentíos tan densos como la tempestad, los ojos
o el fósforo momentáneo
donde a veces tuve participación
—¿abrazarme podrías
con una mano abierta
que cruce la pantalla?
pocas, muy pocas novias
se me habrá conocido
y aún serán menos. nadie. nada. sólo tú
entrabas y salías por mi ojos cosidos con espanto.
la mano tuya es casi mi mano
que dibuja
un gran pájaro visto de lejos
en la infancia.
nos tienen juntos boca arriba sobre una piedra
como si el sacrificio fuera hecho desde siempre.
sacerdotes de ojos calientes abren caminos en la carne
y van salvando partes blandas y partes mudas
en un vaso pequeño.
la noche ha oído a las mentiras
ensañarse con nuestro corazón.
vivimos días últimos del mundo lejos de nuestro
alcance,
sin podernos rozar pétalos de las manos,
a esta altura: ¿posible herirnos
más?
somos los dos cadáveres
que deben estar limpios a la vuelta del sol.
payaso
mis hermanos son más fuertes. caminan solos.
aunque creyón quemante oculta a veces
pagodas de mi cara, olfato, pupilas,
subo tras sus victorias disueltas en el aire.
soportan ojeada del tiempo como un brillo
que no anduvo en las bocas ni en la estrella.
conversaban, cantaban dónde había hambre y sed
sólo después de haber rezumado sangre la caja,
los zapatos.
con mis pies yo hago menos
que ellos con un cansino temblor de las pestañas.
nuestro olvido común, botón de rosa último.
mi alma está previsto que entre y emerja
en doble gasa fría. de un martillazo
a un nudo o una corneta, encabritándome
entre armes y desarmes de jaulas y redes
—se negoció así— yo corro,
busco, tropiezo por fuera de las bombillas
y vuelvo tarde al círculo.
irme huyendo delante
de mí: estaba escrito que esto da risa.
más hermanos silenciosos. más fuertes.
ardían sin dar luz.
partieron con oblicuas
uñas de aves la tira del contrato.
Novás. Pavese. Arenas. Storni. ahora
tienen su propio asiento, su acto en la oscuridad.
CASA DE LA ESCRITURA
EN LA OSCURIDAD
(II)
Esperanzas errantes por la tierra prohibida / mi voz,
cabeza hueca
apoyo en el saliente, Señor, en la limosna de silencio
asequible que rueda al borde del abismo.
Entierra aquí toda esperanza, argonauta. No domeñas
derecho a llorar pitagórico pasando el corrientazo
que hace virar los ojos al cerdo en su excremento
caliente.
Darwin juega ajedrez, se juega el silencio de las esferas
emocionado hasta el punto de esperar hijo idéntico;
máquina autosuficiente, entretanto, memoria perfecta
vacía, lubrica, espesa, estalla y alígero es sentir
cómo gasta el gato vidas sobrantes en saltar
atrás a ver la presa desde distintos ángulos:
por más que arriba, parto; por más que elijo, elijo.
Nuestra libertad roza caída sin fricción común
a oscuras celdas.
Dentro del cuarto alquilado por Percy Tibbles,
carnicero
prestidigitador, entallan al bebé ropas cocidas al alba,
mujeres dan carmín a cachetes después que lo bañaban
con cucharas y esponja, y el traje sin usar
queda demasiado ancho. Está creciendo el traje.
Prensil la mosca hambrienta vuela cuando alcanza
prescindir de tu vómito, ocasional entraña, más latas
de refresco
vacías sobre el césped: su hambre aún en el aire
después que envuelves todo en un nailon
y miras temblando por el espejo retrovisor.
Habrá centímetros de cables sin chisporretear
dentro del cemento, populoso cartílago,
sumas, composiciones, voces de lancha a lancha.
Inmanencias habrá de piedra sobre piedra y cuerpos
intocados
zurciendo con desplomes el espejo del día.
Callando tienes que irte a darle un rostro
a cada eco, chispas, cada cual con su racimo
y su transformación ardiente en la sombra,
descorazonadas agujas de brújula,
túneles, ataúdes colgantes de los Ba, en el alfiletero
invisible.
Enfant avec uniforme cuidaba cangrejo sin camino
en los pies
y a veces intentaba sembrarlo entre encinas junto
al lavadero
porque diera anchas hojas de pacífica sombra.
Huía el animal entonces por habitaciones,
transformándose
huía, era hojarasca, ave de paso, mosca de invierno:
sin opinión,
parecía nada ex profeso su defensa, adaptabilidad
natural
hurgando siempre nuevas avenidas más cortas
para sobrevivir, Geómetras del abedul o el lagarto
de Kingy
o dogmas de la reencarnación o la rueda tras
la muralla china.
Y cuando llegaba al aspecto de perro, mullido,
saliva significante
y leal pero perro, aprovechaba enfant avec uniforme
para saltar sobre él e inmovilizarlo
fijando su garganta bajo algo de pasión.
Conjunto evolutivo: cercanía del coro
ascendente por psiquis del perro atrapado
en su naturaleza
y el órgano gótico formado entre huesos y uñas
en torno a la garganta, producía tercera anécdota,
ejército sonámbulo, silencio como un hombre
de pie en la sombra para hablar bajo un balcón.
Le auxilian cerdos al matadero apuros de la caricia
en la piel de bebé que se estira, se adapta
y nos lega el negar, discurso excedente, ayunar sobre
la hierba
lúcidos como latas de refresco vacías.
curso órfico
a Antonio y Arzola
la práctica sexual de robar libros
me dio el suplicio para pasar la juventud,
dormirme en costas blancas y hacerme siempre
al océano
con la ilusión de entrar a un laberinto.
hurgué el lomo diverso de Dios, voces pesadas
y fijas como hojas de inmensas puertas,
sin asirlo, porque alguien vigilaba.
violé sepulcros, raras ediciones
que a través de la ropa, desde cintura abajo,
en el pecho, a la espalda, tornaban a la vida.
florecían helado fragor de las entrañas
y me quitaban la respiración.
sólo ese placer, sólo esa oscura corriente
me hacía naufragar por ciudades utópicas
como Santa Clara, Sancti Spíritus, La Habana.
burlé muros de toda antigua biblioteca.
bruñía en cada templo el amor incestuoso
de las sacerdotisas con sus dioses, la búsqueda
de una verdad callada, viva, amoral y dulce.
pasó la juventud o está pasando.
poco o nada recuerdo el camino en el mar.
creo que leí una parte de mis caudales,
aunque estoy más seguro de haberlos soñado
en los días febriles en que vagué tras ellos.
guardo —sí— certeza de que hubo una caricia
al menos, un dolor infinito, insaciable
como un libro imposible de cerrar.
cuerpo del cuerpo
necesitas un árbol capaz de alimentarse
de ti
desperdicios
jabón
materia en fuga.
antes ibas a pie para acercarte un día
a merecer el mar
—al menos el fondo de su eternidad sin salvación.
no. basta con un árbol que recicle tu sangre.
poco importa si desde arriba se ve el mar.
punto de fuga para díptico de retablo
va el dragón a la mano del niño que ilumina abanicos
y se deja recordar. se deja perder una pupila
bajo bolsa del pecho. “la muerte, cuando es verdad,
enamora a cazador y sueño mendicante juntos”,
oye el copista de pinceles ligeros.
amanece al fondo del paisaje demente tristeza
concedida por la ira paternal, imagen execrada
de la inocencia. “entre castigo y ocultamiento,
el orden”,
piensa el de pasos blancos cual cartas al concilio.
y todo el tiempo
que disponen los bulbos bajo tierra
sufre en el pincel suave donde se seca el óleo.
un ovillo va haciéndose el dragón en la lanza
como si no quedase más espacio entre el fuego
y el vientre.
sancta sanctorum
sólo el infierno se merece. y nos busca.
por una extraña esferecidad de las iluminaciones
fondeas cómodo no en el límite
sino con la más clara conciencia de inconclusa
imagen.
comensal abotonado, viandante de bien
sonríe con ausencia correcta y cifrada y vive
para ver el motete de la espuma en las zanjas.
tu ilusión se alimenta como
un padrastro
en la habitación contigua —deseas esa hambre
para ti como un hijo de verdad.
desfalcas té y vítores para pagar ópera china
que cante el grito mudo que te da a escanciar risa.
enjundiosa espiritualidad aerodinámica del dinero,
es tan falsa tu mano sin aire que lo estruja
y más, más falso el ojo.
a la playa asciendes
linajes del ahorcado, bordear sólo paciencia
hasta que se compruebe horizontalidad de la falta
de oxígeno,
cómo puedes pagarte striptease solo,
blanquear tercera orilla.
acuestas al país un hijo arrancado como perla
a la corona.
¿nada golpea súbito sin que haya sido imaginario?
ah prótesis común de virgen madre rancia
que salva con sentido la úlcera, el alquiler.
inútil gran tintero. y nos buscamos.
CASA DE LA ESCRITURA
EN LA OSCURIDAD
(III)
Hazle justicia al caos, a la llameante inocencia
que avanza por encima de tu espiga y tu oído
en lenguajes nudosos de honda legión romana.
Alquiler de esta hermética ciudad pagado en ruinas.
Hazle descanso a cada destronamiento.
¿Por qué el hombre sentado alumbra por la pradera
furtiva?
¿Por qué comprende el don de escribir sobre agua
nombres, oficios nocturnos, sellada ovación
que nadie amansaría sin lagrimear el risco?
¿Por qué su arte soberbio, mondos, mansos lingotes
descomponiendo en ruidos cada descomposición,
ah suspiros que pasan detector de metales,
colector de promesas hechas sin tiempo al tiempo,
al pez de fuego blanco que desova en las manos,
por qué, sábanas, sotos?:
desmigaja castillo el esposo en la noche,
atleta que se sienta a dar conversación
entre enviados de Roma. —¿No vendrá una pregunta
como espiga seca
inflamándose entre el haz de preguntas?
Soy el zócalo de doble silencio, colina zanjada aprisa,
todos apilan bloques, ecos de Jericó,
aceras rodantes aumentan y se reducen como
un jurado.
¿No eras yo, el perro fiel que mordía tu mano,
malabarista desentendido de sí por la ilusión
de travesear con ojos sin fijarse en el pentagrama?
Aquiles, hombre parado, insomne, desliza armadura
bajo escoltas del polvo entregado al origen a punta de
polvo,
y a veces, incluso deponiendo anfiteatros,
a pesar del vinagre en la herida que significa esperar
sólo en la verdad, el gesto de Galileo
que se empoza entre pasiones residuales
pero “se mueve” / pero el polvo, convicto: escucha
estrellas,
el pie casi desnudo como una adolescente
encentrando las torres sin tablero.
¿Por qué —toda sucesión festonea un sentido
y la expresión vendrá o no, sola—, por qué?
¿Por qué mi flecha aún persigue mi talón aunque
he desvelado?
¿Por qué servir dos copas y encender siete cirios
pero velar oculta luz de las diferencias?
lo que hay oculto en el patio
a Iván e Ivel
en la otra orilla.
respiraba mis huesos callando solo, a gritos
para que nadie imaginase un crimen.
para que nadie oyese ola sucia en casa
rasgué, escarbé el odio hasta extirparle al polvo
filamentos negros, sillares de memoria oleaginosa,
láminas de cansancio
—desvencijado sueño ardiente bajo otra isla
que se había ido formando entre plumas
y excremento de aves migratorias.
tocaba fondo y daba aún más diente en la noche.
febril un telegrama era lo último que descendía
del manicomio, tras mi fuga, a las naranjas.
“paciente no está aquí”, decía el aguacero.
“paciente no está aquí”, cloqueaba página
agujereada.
“sirgador no despierta”, decía el aguacero.
pensé en un pensamiento blanco como la línea
de flotación de un bote donde cupiese un hombre
solo, apretado. con el oro dieciocho,
celajes de la boca de abuelo tan sin pies,
tan señor bajo las hierbas,
pagué una trusa, peine, gafas de sol.
más que al viento envilecido o a los guardafronteras
solía temerle a amables vecinos sin patio
donde cosechar otros bulliciosos cadáveres.
he esperado el examen del sol
en medio de las calles.
el odio que me alquilan
se ha vuelto cada vez más insignificante,
un poco de ceniza azul en cada pie.
vigilo mi memoria deletreando las velas
y el descabezamiento del vacío.
hice un barco que nunca pudo adaptarse al agua.
primer milagro
¿con qué frío han asido mi amor a esta aguja
entre almohadas de novia? ¿qué tachaduras
de semillas
para espulgar mi insomnio en los acantilados
domésticos, qué amargura nueva?
a la casa han subido extáticos braceros del exilio.
a la casa han traído sus mercancías húmedas
que pasearon por todos los discursos del reino.
nadie compraba. ¿nadie?
¿liviana canción voy a esconder en mis besos?
¿durmiente sonajero de estrellas lavadas
cansando el horizonte y encubriendo las formas
obscenas de las puertas?
me han hecho otros regalos
tan grandes, tan casuales, imposibles de contar.
¿puedo arrojar —vigilo— al piso las vasijas?
me han hecho los regalos en el idioma impenetrable
de gente huraña y pobre, el plato abollado del cielo,
el girasol, la curva
de la luz cuando va entrando en el agua.
idioma ofendido por los rincones, ajeno, peligroso
como el perro del hombre que no bebe.
¿no voy a estar allí cuando escarabajos dopados
vuelvan por mi quijada? bebo más, en seco: ¿tendré
libre el camino a casa para ver por delante
rodar mi infancia, el vaso?: ¿y aún habrá boda?
como una novia he contado las noches, huecas,
duras lentejas, sintiéndolas golpear el fondo.
koimetirion
lo que sea estoy bajo llave al lado del horizonte
hombro con hombro, ningún derrumbe ya me puede
asir.
ido desde una altura que apenas justifico
completamente, empiezo a darme la palabra,
segundo vientre de la pulga, mi enorme uña.
buhardillas a beber con mártires de la glorieta.
llegan al fin en verdes overoles a decir del aire
como un animal,
como si fueran a hacerse elecciones de pronto
para odiar bajo la tierra.
pienso apenas espacios. supuro espacios como antenas
o semen.
ningún espacio que herir ahora que pierdo en todas
partes.
oigo el temor políglota de la pavesa viuda.
alumbrado, pocas gaviotas lloran sobre mí
por el único placer
de convertirse en sal movida, dinero en el recuerdo.
disminuyo oceánicamente hacia todos lados
y aunque cierre los ojos ni logro verme pasar
entre la eternidad del daño al que me aplico.
todo cuanto pudiera aprender a vivir sin ejemplos
se reduce a baldear la máscara en flor y juntar
el bosque
y secarme a la luz de otoño, con la cabeza apoyada en
cualquier énfasis,
lo que dura la mordida de una pulga.
vaciado ya, inútil es que me escupan esos vacíos
ardientes
de esas formas que lancean a través de un despertar.
encarnaría línea quebrada sobre el fango por jugar
a planetas.
infierno de habichuelas donde conversar a la sombra
acerca de los perros mudos que me persiguen,
cada doctrina partida, vuelta relámpago:
¿por qué hacer un rasguño en la moneda del deseo
antes de devolverla?
disciplina matinal o Rodrigo de Triana
no estás ahí, tierra. te has vuelto contra mí.
pájaro de memoria menos que transparente.
sales cuando entro. te petrificas si avanzo
como un rayo más, fijo, en la alta rueda.
no. ¿por aquel vano lucro de ajar las tardes
con amor de atleta dormido al fuego?
veo descomponerse
agnóstica paridad que decía envolver
la chispa de mi cuerpo
y llevarla a otra orilla,
sucio país más alto.
ay tierra de mis ojos.
¿entonces nunca fuiste, breve espuma?
sumisiones agujereadas cercan el mar donde iba
el tacto.
se mueven por instinto, atraídas por ausencia.
—¿no?— hubiéramos empezado
opima bestia de difusa coronación
y sería más fácil mendigar nuestra joya,
convencer al rey de que nadie sabe dar
silencio sin ver oro.
no veo cómo enyugar quimeras en mi diario hacia
el punto final.
y he aquí que el final de todo eres tú
arrebatada al agua, abierta piedra al grito.
—¿con qué lealtad me salvas
de quien siempre florido te salvó?
vendrá un origen como por añadidura
al salterio, al bufón puesto en lo oscuro,
soledades que a nadie despierten sin espalda.
vamos a almohazar desesperación dulce
obligada un instante a recordar la espiga.
pastaremos ayer
juntos oveja y tigre.
toda fe cabe menos que la trampa en el aire.
toda paloma que asusto, vuelve.
no estás ahí, tierra: tierra.
CASA DE LA ESCRITURA
EN LA OSCURIDAD
(IV)
Confino blindajes de la respiración del mar,
pospuesto ya el motín, a una esquina del lecho,
y, sentado, en catálogo inaccesible voy a hundir
gérmenes desprendidos del dosel, bozos, bífidos,
ávido abecedario con playas donde la noche perdura.
Encima de Babel secuestran aviones con abrelatas.
Encima del afeite del azar de Pollock desvían
más aviones
con máquinas espulgadoras tan simples que son
para las cejas.
¿Y no vamos a salvar todo lo que hemos sido perdiendo,
emociones sin poesía, alvéolos sin sentidos abusadores,
antes que se transformen en brevísimas armas?
Por la estera desfilan cajas de entrada y salida.
Vivo-Dito acuño en la espalda del rastrero que orina
afanoso contra las gomas. Ocupo su cargamento.
Me aúpa cada hora de apetito ensombreciéndose
al borde de las horas. Es la imposibilidad lo único
seguramente frágil que puedo ser sin riesgo.
Me empujan fuera de la vía con demasiadas señas
el orín, la colilla de cigarro aún húmeda,
el tránsfuga que cose chanclos, la puta que no ha leído
un cuento mordaz donde un hombre puede ser una
mariposa
que sueña ser un hombre.
Me amenazan —a veces— de muerte natural.
Van a irse y nunca pueden llevarse un diario oculto
para entrar pesadillas a la pasada fiesta.
Del camino ni el borde ni el recuerdo del sueño existen.
Me amenazan de muerte a veces natural.
Vivo-Dito. Bajó el ómnibus por la luna y, en la casa,
le circunscribí al cedro del patio o a cualquier cigarra,
fue lo que soñé: un ómnibus al final de una cuerda
como tilde obligatoria de una palabra esdrújula
encima de la casa y de la madrugada.
Y creí haber huido tan lejos en mi último viaje
para que un candil en la ventana, donde ya no vivía
con mi padre al alcance de una escupida caliente,
significara un salto evasivo atrás, que él siguiese
vivo despierto dentro
y su pie lastimado y su caja de destornilladores.
Le debía un gran beso o el mar de una palabra.
Le pedí, por saber si había vuelto,
como si se tratase de un pellizco, un abrazo.
Y mientras mi corazón entraba en la adultez
de su piel olorosa a filtraciones de aceite, no era un eco,
no el miedo descosido de un catálogo en blanco.
Antes de la separación, pensé:
“Hay que recordarlo y apartarlo todo para escribir”,
como en un juego que la fe se hunda
tras cada sucesión hasta que permanezcan,
y me soltaba y dijo:
“Tampoco es la mentira lo que buscas”
y desperté con su media sonrisa
antes de la separación.
pedaleo
pedaleo calle arriba con cierto orgullo
después de estibar gritos mohosos de mi mujer
y extraerle filo momentáneamente
a la idea de pagarme un disparo.
si estoy libre será porque he salido a sustituir aire,
creo,
y odiarla, medir desde lejos
la ciudad que se pudre y descompone.
a través del hueco que deja la idea de una bala
pueden verse las burlas más pequeñas.
entre Napoleón y yo, por ejemplo, sólo caben
circunstancias.
mi infancia envuelta en un pabellón de perfumes
le está vendiendo el cuerpo a soldados heridos
de muerte.
pero esta placidez con que brota un castigo
por el surco que va dejando el sueño, no es menos
sempiterna
que el corsé de la virgen o la joroba de Miguel Ángel
dormido en el andamio.
puede pasar —oyendo a este espejo tullido:
algún día me juzgan por mis actos.
no seré un expatriado. no estaré boca arriba
sobre el cemento como un pájaro con los oídos
rotos.
aunque nunca dé fruto
aún mi destino ha de cumplirse fatal como una flor.
¿qué breve diferencia hay entre mis dos piernas
sin rumbo que amargan el vacío de la ciudad
y las de aquel chino
—pataleó en la horca—
cuando detenía avalancha de blindados en la plaza
Tihanamen
momentánea, simbólicamente?
coordino movimientos, me ahogo cielo abajo
y vigilo la mirada lívida de Dios,
la carroza de fuego o sus dos grandes ventanas
vacías
por el túnel que va dejando
—soplo, a veces hundo los dedos, etc.—
este disparo imposible atrás de mi cabeza.
habitaciones Ángel Escobar
este es el edificio del que habló el señor k.
senil penumbra orlada de dios y oficinistas.
pájaros ciegos beben melodiosas aristas
del boceto de un blanco desierto sin maná.
a oficiar nos quedábamos invisible espejismo
en la burbuja eléctrica de este grito apagado.
ves, nadie aquí nos mira y ya nos han nombrado.
oyes último vuelo viril sobre el abismo.
crece desde las uñas. gira lleno de puertas.
son túneles que llevan siempre a aulas más grandes.
temblando contra el eco la voz pequeña blandes.
este es el edificio. herida en que despiertas.
alzas dentro los ojos y abrazado te expandes
en busca de más sombra y más calles desiertas.
depósito
con la sombra de un prestamista que osaría decirse
W. Butler Yeats
retomo la escalera interior de mi casa,
la caída impracticable de una religión
que conduce a primer peldaño, a camino enterrado
en la sortija como un ropero que fue el arca,
secreto óxido y fermentos de piel y abrigos.
palpo en la oscuridad entradas y salidas
con que fueron clavadas la madera y la sombra
por donde voy urdiendo símbolos contra símbolos.
la escalera permuta, creo, con cada roce.
mi salud, las estrellas, tapas de libros petrificantes.
vanas herencias raudas que han puesto en alto.
se curvan engañosas capas de óleo. no te rueden
a escoger
orificios practicados con un velo para imantar el aire.
eternidad, buches de cerveza negra, encía enferma
del mar.
no vayas a aislarte en tus pasos hasta superar
aposentos
donde encandila el vaho de cuerpos dormidos.
desbancan vena a vena y es que se desea ilustrar
molusco,
vidrioso vacío entre dos manos.
no te rueden a perder cavando como una luz fija
cuando todas las playas quiebran y se demoran
ante la aguja ciega de tu corazón.
paz interior, banderas, barcos si giran en el levante
y toda tierra amasada con tu sangre pequeña,
que han puesto en alto,
obedecen la sierpe de un tiempo que no nos obedece.
vacían por la curva de su ímpetu nuevo hilo de voz
mientras lanzamos lunas a la novia en el agua. mientras
el fuego
interroga los ojos que no devuelve el agua.
tema para tramoya
reserva palco. si aún recuerdas qué amapola,
qué invierno en la solapa de tu abrigo
iba a ser soplado por el miniaturista
como mancha de tinta a usar en nuevos contornos.
date oportunidad hasta oír deshacerse
luctuosas carretas fuera de diciembre enjundioso.
la escena es ancha: tuya. reserva palco.
dilatadas palabras en la oscuridad impaciente
que espera
a alguien de perfil como polvo de huevo,
sudores, navajas en el ómnibus, posibilidades
más menos: sobrevivir a un hijo, mudar la casa
por ligera escudilla.
el espectáculo te posee como un último billete
estrujado y descolorido
en el hueco del catre.
vas del sexo al estadio. inflas miedos tan dulces.
coses banderas. echas a correr kilómetros
por canecas de oxígeno.
pasa por las nupcias, pasa la mano al domador
que está al saltar cuando anuncia un ala el vendedor
de fósforos.
se seca el pensamiento aún contigo, enflaquecen
linternas
y a veces sopla como ratón blanco el monje
que te dibuja con pluma de avestruz y codos
de muchacha.
nueva es la embarcación fúnebre crecida por
los ojos.
reserva palco. después que no costeabas estadía
suficiente
y creías limarle indiferencias a la ergástula.
deja rodar la tarde en el centro de puesta en escena
tragicómica. apenas alcanzas a sostener disfraz
con la mano de no pellizcar acertijos
donde el frío cantable.
ni debes saber dentro de qué bosque se cierra
la flor de tu conversación, trazo de pluma al vuelo,
agua de amapolas filtradas por la luz y la garra
secante.
perfil que se torcía sobre el pecho al modo de otra
máscara ardiente
vendida en la puerta del edificio.
mientras el miniaturista no levante su mano del papel
la tinta es joven, la escena ancha: tuya. sólo un
primer apunte.
y tienes libertad de perder y alzarte el cuello
del abrigo
como enamorado llegando a puerto.
reserva palco. quedan laúdes, cajas
de instrumentos —para flojo tambor,
cinchas de tus riñones—, apoteósicos umbrales
acordando la luz de un pétalo tras otro pétalo
si ocasionalmente el último cae dentro de la jaula.
cita en calle Pizarnik
mírame tan parado al fondo del cuchillo
el minuto en que bañan las lágrimas del pez.
no fui completo un árbol blanco vuelto al revés.
iba casi conforme rompiendo dobladillo
de angostos y pasados pantalones de lana.
me acostumbré a callar aguardando otros ecos,
a apurarme sin fechas ni más exangües flecos
que intentaba brillarte en la sucia mañana.
mírame boca arriba flotando como un grito.
la pizarra del cielo más blanca es que mi tiza.
he perfumado vísceras de esa flor de grafito
con la que sigo estaba helándome solo, en la esquina,
aquí.
lluvias de ayer soñando van bajo el puente aprisa.
rota la noche junta sus labios contra mí.
apostilla dejada en el hotel Inglaterra
lloro sobre el hombro humeante de los amigos
inmortal como el pájaro de ala rota que picotea
la nieve en las celosías.
larga uña de té de nubes cobija este nombre azaroso
y virgen
donde van cristalizando delicadamente mis lágrimas
y tobillos frotados con rocío.
invento hondas ausencias, congestionados pulmones,
infinitas rodajas de limón y el caballo ciego
de San Jorge
ante el desfiladero de mis instintos encabritado. lloro.
viejos amigos reservan luces comestibles más
holgadas en los bares,
invocan, redactan por mí palomas,
caleseros desollados de frío.
cierta mañana hasta arrastraron al capellán
para esquilar su bestia
bajo el nogal contrito de mis muslos,
donde él mismo nos había prometido infancia,
discontinuo collar de perlas naturales.
muerden por mí hueca moneda, apuestan
al moscardón
melifluo de los mingitorios: invento
un dolor: una duda: una cita: una adolescencia
para mí.
amigos cantan rock bajo el mármol del espejo
y destrenzan sus puentes,
sufren a veces celos y florecen.
van de manera sorda mondando mis almendras
al resplandor del pánico para curtir mi virginidad.
indefensos arrojan colmado al piso el cepo,
ripios, vastos y ponzoñosos almohadones
de la ortografía.
un día van a saber como un relámpago que nunca
me atrajo
el cirio de la cárcel. después tampoco
apuraba redactar con razón o fe,
nunca aprendí a lanzar así los dados.
menos a la realidad me estaba enviciando,
al residuo de vísceras de mi mujer y mi hijo.
incluso cuando oraba a Dios como perro sarnoso
que me dejase dar un retoño sano.
el día que claudiqué a la sombra de trenes,
puertas que adosé incluso a la arena de playas
con la que hice una trenza con ayuda de un ultraísta.
allí sobre el abismo sólo veía venir mano firme
en la niebla,
alguien súbito con quien asentar y revolver últimos
carbones.
limpio estaba de sangre, culpable
como flecha trémula en la brisa.
inmortal pájaro de ala negra agujereado
por la nieve, feroces canciones jóvenes.
un hilo de té frío íbamos pasando de ojo en ojo,
camello cargado de candelabros.
después no fue Eurídice, lo blanco de su espalda no
era el paso
de su amor sobre la ola como mirada fija,
soledad del arquero.
mentían más aquellos cariciosos jinetes
brindándome ventaja en el estadio del atardecer.
quemo mis trampas, mis naves provinciales,
el reloj de bolsillo y el endecasílabo providencial.
lloro. quiero estar llorando aún si alumbra, si se bebe
la noche
mis tímpanos y quiebra, aunque pueda elegir
mejilla más ardiente, capullo de sus manos,
la taza de su voz rota en el aire.
CASA DE LA ESCRITURA
EN LA OSCURIDAD
(V)
Tu oficio / la orfandad llenaba ayer las plazas.
¿Era con Dios nuestra conversación?
Alma y esposo era el cendal de los labios
herido sobre imantada pulcritud. “Salvos signos
a su pesar engarzan éxodos por exceso”.
De la pamela rueda sin vida el pajarillo
sobre la mesa como un vals en años juntos.
Agraz retorno a casa iba por raíl frío
haciendo equilibrio con ojos, canastos de hierba
y sal para caballos que estorban en la sombra.
Despiertas de bruces en el caracol de la biblioteca,
hollado por la lluvia, enfermo sin visajes,
cuando esperas de ti pacto mejor que el polen.
Ves en ese silencio fehaciente, entre uñas,
epidérmicas, tontas orejas del gigante
que eres de pronto en medio de una cristalería.
Podía miniarse el viento o la maldición en el viento
podía darse al telar, la ciencia del mendigo
despoblando preguntas como el que alza falda doble
sobre una cabecita morada del ángel que afina voces.
No dejaba de prestársenos oído aún en cada derrota.
Aún en el aislamiento, vocal pulida
a sol y lluvia, cráneo de cordero, acordeón de novias,
era con el tullido sirgador cuya espalda
no se ofrece, sellado exvoto a sed y niebla,
combustionada máquina de las postrimerías.
Castillo del suicida en el relente
era encima y delante, al salto, música.
Orquesta encerrada en quien ve y escribe sin tocar.
En desuso Tántalo en soledad
pasada por el ojo de la aguja hecho briscas.
Tiresias provinciano palpa en las noticias por satélite
el logaritmo de las apostasías a que es propenso
desde un pasado probable como dislocarse hombros.
No era el peor oficio. No pasabas de peso
si intentabas quedarte a dormir bajo el mar.
Pero alguien siega incienso y afina lomo al lápiz.
Alguien deja mensajes en la contestadora.
Alguien surte las balsas de metal si desbastan
el solio de la atmósfera, vomitando agujeros
negros, tanto que crecen, cómo se reproducen.
Alguien tiene una línea blanca desconocida
y no sabe perderla dentro de tanto párrafo.
Niño por un raíl frío, alza a veces los ojos.
electrodos
en los abrevaderos de tarde en tarde la humillación
medita
con oídos
almendrados
por la espera.
celosas convulsiones
descarga que produce
memoria a través de círculos
un pétalo en el final del pozo.
llamado del bosque reducido a eco táctil
entre veleidades, vacíos volumétricos
que se suceden frente al aprisco hasta arder,
hasta aceptar en toda la herradura de la carne
martillos del silencio que ilumina,
la cura de oírse uno multiplicado,
sentir cómo en la espera esparcen mordeduras.
hornos de la humillación: arrimo dulcemente
clavijas y pebeteros al túnel.
ensamblo al verano murmullo infértil y azul
por sobre las congojas de los cedros y cirros
dados a ser noticias del barco que queremos ver.
sombreado o dormido vas a sobreponerte a la gloria
que anulaba el tambor, que resistía el golpe
sin cambiar de sonido ni de corazonada.
portazos como un viento ondulan acordeón
de tus abismos.
y volverás a tiempo al cine, al trono en última fila
donde ni alcanzas a ver ni a oír completamente, hundido
como atiendes,
salvadas como son otras cabezas juntas en seto
de interjecciones,
debes traer tu propio ruido si quieres dialogar,
con la sed agua propia,
con tus ojos hundidos el trapo de palabras
y luz en movimiento.
te sentarás delante del mantel derramado con manos
cruzadas
a sentir rostros blancos de la madre y el padre partiendo
un pan blanco.
alza el martillo en derredor de tu cabeza chispas,
cristales,
alfileres de silencio golpeado.
se alza sobre la sólida palmera de tus hombros
y cae como una fuerza más el silencio multiplicándose.
montoncito de fósforo cada salud aviesa
que va sedando lágrima sin fuste
donde oteabas como señuelo en cetrería.
capitán
de velero
comercia risas
entre noviciados
y a veces, sólo a veces deliran las antorchas
como sábana halada entre corvas y omóplatos,
vacuidad de estatua desprendida de torsos desechos
en la arena.
combates demasiado redondos. circos de un solo cuerpo
como un puño.
debes oprimir con tu quijada el ave, la cáscara
de tu éxtasis
y bailar para el hielo.
es el vacío como gárgola en primavera
que echábamos a rodar por una noticia de la felicidad.
cristales, embriaguez de primavera, imágenes cayendo,
perdiendo otra vez apartadamente.
secreta puñalada limpia al rey.
la desnudez se tuerce traicionada en mi cuerpo.
un pétalo rozando el fin de mi inconsciencia
y revienta, levanta más desnudos
olvidados a mitad del cuerpo como un eco
gigantón que se ahoga, que no da pie en la tarde.
nos dejamos censar entre mapas astrales,
cábalas de Bizancio y térmicas piscinas.
obstruidas novias iban a alfilerar así nuestro sueño
de repente.
intentamos mirar a un mismo tiempo la moneda
de la humillación
con nuestras dos caras. las mismas dos caras
de la moneda.
bajo golpes de equidistante hundimiento
se acostumbra el silencio al último peldaño:
¿con qué similitud
aprender a alumbrar
soberbiamente
distintas
culpas?
entrando a tus heridas serás última inocencia
que haga falta
si comprendes un círculo, si escuchas
como un alma derramada fuera del vaso.
deliberación
gasté doblez de mis manos en desfogar perfidias
de la casta de alcobas heladas con pavo real.
inquirí verticalmente a la mujer ceñida por espectros
y me adosé a la cruz, al rasgón de vetustas alforjas.
nos lo cobrarás todo, dije, a cambio de una visión.
cópula que no sé
oscila circular
tras estrella de almizcles aglutinando fugas
de tacto en sentido, de ampolla en ampolla
transparente.
bordado edredón bajo el que sueño morir
como un anfibio pagado a las lavanderas.
¿qué puedes ver tú,
mujer de una quijada de hierro
en mi corazón?
¿para prevenir sobre polvo este naufragio,
esta escama en los ojos que
despeja el azar?
¿qué puedes con la flor, el mutismo y los huecos
anhelantes en mis rodillas: tú?
antiguamente en tiempos de revolución sabía
descender escalinata
como un acorazado con multitudinario
retumbe de existencias empotradas en hambre.
sentía dilatarse mi esperma entre mis dedos
por la chispa de ver, por la altura de desmontar
gavetas
acarreando lámparas embebidas en limo.
el glóbulo de la expiación atávica
porteaba lencerías de tarántula.
y acercaba el papiro al fuego, a la mentira,
para traducir montes abiertos a ebriedad y hastío
de una cornucopia como Dylan Thomas,
purgatorios sin playas como cerámica
de Matsuo Basho
que discuten la cigarra y la luna.
palafito mi pecho, colmena de gerundios
donde apilar a salvo polen, recuerdos absolutos,
minucioso alquiler dentro del agua botada de los ojos
como quien sostiene respiración
que no le pertenece ante el postigo.
trafico mi infancia sin devaluaciones, el cristal
de un ropero bajo cerillas y falsas fugas,
sin golpearse:
después podría inaugurar
algodón del azoro, mocedad de montañas
cualquier llama hacia mí:
será último y más limpio
odio que me permita
hasta dialogar con abates castrados por el río,
infantes palafreneros de
barbas duras.
será abeja que nadie ha visto donde el olmo.
no importa si han metido seis dedos en mi herida
sin lucidez, si punzan el heno en las carretas
y alambican mi rostro como gotas, mi imagen
paralizada.
esquivo santiamén, esquivas y pequeñas adivinaciones.
en la concha del techo y en las paredes de mi
corazón se disimula
a veces bien el canto, la joroba del pavo real.
ascensores
debo aprender a hacerlo todo mal si quiero andar
todavía ahí
cuando mi criptador cierre ojos de tijera
y articule el rocío en la ergástula. duermevela
de cuervo justo.
suceder anudado, que me deslice por la eviterna
sensación —afuera, creo yo.
coronable bosquecillo de muérdago si mi otra mejilla
crecía como una suela rota y el olvido
tan carnicero y culto
que invita a anotar consignas en el hielo.
lo sabes, creo, debes haberlo oído de otros hijos
muertos: son palabras
nada más lo que puedes hacer para abrazar
la causa de tu amor astillado por cualquier idea
—una ofensa. y hacerlo mal.
qué hondo convencimiento desde el vano de las
reencarnaciones
convertirse en un túnel.
¿no oyes falaz antorcha por hilvanar que exonera
con renovada isla entre gaviota y gaviota
como viejo acordeón?
paseante por los fosos colgantes: irse a dormir
al trigo bajo tierra, convertirse
en el brillo de máscaras sin surgir, sin uso de razón
que disputan pupilas del poseso.
retorno a tiempo siempre para deberle al dolor
allá afuera
postales, giras turísticas de náufragos, intemperies
por dentro.
y no haber mezclado el corno de la lluvia con brindis
de terrazas.
debo negar la esfera que me aguarda en la cáscara
hedionda de la sed
y su vano sopor. ni tendré espalda endeble con que
taparme el pecho
ni en conversar vicios asertivos de la cárcel efímera.
para invitarles mal a mi libertad,
al silencio que trazo con ala en el asfalto.
para despabilar equivocado el vino.
para urdir sin memoria las puertas de salida
que están disimuladas en mi cuerpo.
tercer discurso
me falta un hermano. se lo he dejado ver
a mi madre,
el frío ampuloso /un mar que no hace eco
/
cierta deformidad entre las plantas
de las manos / las plantas
de los pies—,
no sin sentir vergüenza
como el tercero de sus hijos, pobre varón
velludo y demasiado blanco bajo la tela.
comprendo hasta qué punto ella no era el cuchillo
que partía y curaba
oscura parquedad interior de las carnes.
pero me falta, la acuso —con su perdón.
es a veces el miedo inmemorial
a desplomarme
entre falsos tabiques.
esquina de menos entre ladrillos.
rectilíneo hueso extraído a mis huesos.
su ausencia es cada vez más pobre,
cada vez más
llena de significados pendientes
y absurdamente arde.
cuando viejos arponeros descubran esta hendija y
ensanchen la noticia por el valle, sin dudas habrá
quienes hiendan círculos, quienes despidan palomas
contra mí y hagan el mar picado en torno a mi
ridículo grano de arena o alpiste, mi hambre de
realidad o simpleza. ¿o quizás ya me asaltan? ¿quizás
nunca fue accidental mi muerte lenta a mano de
amigos aparentemente torpes que lo ensuciaban y
rompían todo al pasar al fondo de la casa?
bastaría el primer adeudo de una mano
empozándome la boca, azul cepa de un cáncer, para
poner en orden mi adiós, excluir tantos verdugos
inocentes y encumbrarme de un solo paso en la
cuchilla, solo.
vine a crecer al gran rompecabezas
sin un gesto, empalme de un abatimiento
que me diese cabida indistinta en el paisaje.
—un hermano salvando candados desde dentro
sería suficiente.
vería bajo mi ropa por qué uso las palabras
para hacernos más daño.
por qué venderlo en piezas, herir y aislar el cuerpo.
vería esta fe tan espejo que se ajusta
cobarde como un arado a la tierra.
CASA DE LA ESCRITURA
EN LA OSCURIDAD
(VI)
Cantan juguetes luego que han cortado los hilos,
crecen sin tiempo al lado del mar que anda de viaje
los juguetes que cantan pegándole a un tambor.
Un corazón bajado del mar cuando era sordo.
No palpites, no bailes para ellos felicidad mezclada,
amanecer de pronto al lado de un cuerpo de mujer
y un hijo como si el hilo encuevase la arruga
de la mano.
Muerta el ave en los ojos desea la jaula de una mano
donde comer en paz corazón de ave.
Buscan salir al día, al mundo los juguetes
y pasarán escena de lado a lado como en un suspiro.
Ser todo lo humano que no tenga que ser
hasta colmar oruga del salto inminente.
Buscando por la línea horizontal en el lienzo teñido
grave luz viva, entera, que ni acerque ni aleje
en transmisión mecánica de poleas a instintos.
Para ellos esquiva cualquier aplauso del mar sobre
la tierra.
Para ellos no descepes la tierra manoseada
bajo el corazón que canta sin más tiempo.
/ Oye, oye el vacío afilarse como agua
entre uñas de juguetes, al final de las huellas
cual burbujas
la externa canción de la libertad /
Crece el mar como la promesa de un tambor
para la tierra.
Como un sentido nuevo nacido al cuerpo crece
el mar bajo el cuchillo del sol que muda un sueño.
Ante la luz cae un títere como un vestido usado.
Por el cielo las aves ruedan sin vida en todas
direcciones.
Has oído musculatura del armario fluyendo en la noche.
“Dos puertas —de un armario— tengo que clavar yo:
infancia y noche.” ¿O somos arrastrados, frutos
sin semillas,
más allá del comienzo sin comienzo del árbol?
Stevenson lo vio venir y enconarse como isla
en un mapamundi.
Brodie el Diácono oía un sueño y clavaba con apuro
su horca por piezas, huir por hilos de baba.
Al niño le han cantado el corazón sin aletas ni nubes.
Falta sobre la palma de la mano aquel fruto.
Huyendo entraba fuerte como hombre al armario
y sale convertido en un puzzle de burlas,
llanto pequeño de juguete para armar.
Huyendo es la pureza de un zoo como pelota
en las olas
y nace, baja del agua sin mojarse.
Sensual o mudo delante del niño
el horizonte duerme un pájaro con hambre,
un corazón que lavan con tierra viejos títeres
en el armario, en una canción que se repite.
/ Oye, oye abrir la vida y deslizarse como agua
en defensa del mar, en defensa de todos los que caen
y cantan /
señal interrumpida
morir de verdad, idea simple, deja en blanco
en medio del mercado
y se siente un nudo como si debiera pagar burlas
y golpes
tan carne de mi carne
y llevarlos a casa,
—dios, legumbre de un día—, los gritos
y las cáscaras
de quienes ven por donde van,
celebran sólo el desconocimiento
que se les abre
y me ciñen como ejército rabioso ante la posibilidad
de entrar al yugo.
pero no siempre fue así.
no siempre
tuve que pedir disculpas por la oscuridad.
la primera vez era un país sin discurso, estudiosa
joroba, violines sus visiones —y durmió
oscuridad perfecta como un tazón de cerveza helada
en el hueco de mi ciudadanía.
iba a ser mi primera mujer, se convirtió en la última
puerta
que echaría abajo / fuera. única abotonadura.
dijo mi hermano cómo yo no sabía pasar la aguja
por las cosas.
te vas poniendo lento, no atinas por qué irte, ni una
castidad en vuelo rasante.
ni domingo cortés, dijo,
/ las cosas /
ojo de la aguja sin querer empujó a soñar guerras
de África
como pliegos del tabernáculo y cualquier nombre
rociado allí entre ceniza,
tórax cosido a tierra limpia entre tierra
incandescente.
pero no obtenía desvestirme, leer tan lejos ni tan
rápido que viniese a escurrir
mi castillo de hierba,
mi casa apretada en una clepsidra desde
la cocina al televisor
pasando por la arruga de la madre bajo colcha doble.
morir —la verdad— era otro idioma, contemplación
distinta a sumar
o restar novias con los dedos,
un juego de cubiertos
nunca visto en la mesa.
idea tan cerrada me hacía disiparme en constelaciones
gesticulantes a los costados. abierto deseo vivo.
necesité mi llegada: era cuando aceptaba todas
las cosas unidas,
trabadas entre sí, que no parecían el vaso
de una trampa.
medía cómo obtener acorde que hiciese rodar
campana de la noche
sobre mi cabeza. y la certidumbre
del recuerdo vibrante como cuerda
daba energías para esperar entrasen más animales
antes del golpe,
se uniesen bajo la campana
en su oscuro apetito
nuevas cansadas bestias.
será después de la serie mundial, pensé. y tuve tiempo
para seguir por Radio Martí
jonrones de Canseco dándole cielos a Oakland sobre
San Francisco.
será —pensé después— después,
cuando el baseball debute en las olimpiadas.
no sin la alegría de esperar despierto la primera noche
televisiva por satélite
y entrar y salir —hice algo parecido a un croquis—
por cordón umbilical y aislante
de un zeppelín atado a Cayo Hueso,
atado para mí a la sombra blanca de
la virgen triste
como un beso febril sin dejar huella.
podía anticiparme a Juana Borrero
y visitar la tierra de jardín donde iban a hundir
el lagar de su carne.
será —entonces parecía pronto—
más tarde, mejor
cuando bíceps y tríceps de World Series
pasen como una máquina sobre césped de nuestros
amateurs borrachos y mujeriegos.
y tenía tiempo, aunque parecía que no,
/ el tiempo /
para seguir la aguja con que mi madre fabricaba
flores
del sueño al piso al sillón a la mesa al sueño:
desde el dedo tan negro al botón rojo.
el poco tiempo para convertirme en mi hermano
y sacarme
a pasear / a pasar
por las pequeñas horas una obediencia más fina.
zona de desastre
la madurez, hermanos, se diferencia a una velocidad
distinta.
distinta al deseo que nos trae en cerco al refrigerador
vacío
toda la noche
como moscas que alteran por la pulpa de un cuerpo.
/ el cuerpo / herido: vivo
o pasado mejor o peor por la
memoria.
no he dormido ni un solo asesinato entre indomables
viajes que me aíslan en haber protestado mediano
equilibrio.
me transformo, me vendo por provincias
—completaría el canto quien se quedase a conversar
fuera del templo
con todos los jirones de su palabra muerta—:
sólo por media libra de carne más oculta.
anotaba un mapa donde crecía puente roto, serpiente
bajo piedra,
y hasta allí no sabía volar, acostumbrarme, encanecer
sin un grito
/ el grito /
sin levantar la jarra de agua helada y darle señas
al cuerpo
que —cómo, por qué— estoy en este lado de mi país
también
ácimo y febril cambiándome por fósforos y boinas.
pero ningún barco va a pasar hambre en mi ventana
de Ciego de Ávila.
no va a pasar el hambre. ministros no acomodan
lomos lanudos sobre espinazo de mi desesperación,
en esta i —y sin puntico—
que es mi claraboya bajo el atardecer de occidente.
garrapateo, raspo, vivo de pie en provincia,
tierras inundadas,
para ver acercarse los ojos de mis ahorcados y
tenerles listo el discurso
antes de que duela, hermanos míos, antes de que el
habla subterránea
penetre devociones y tengan qué deber, de qué
gobierno defenderse
ante el refrigerador
toda la noche
detrás / encima / dentro
del vacío
individual sin nombre
—manivela de incienso que giraba revés—,
qué palabra tan dura, qué partida líquida y ligada
al hueso
para dejar continúe creciendo como golpe de luz.
hay quien prueba que siempre laboreo
y parece pudiesen quitarme así
la gota de verdad
fabricada,
por artificial,
cuando sólo aleteo debajo de la bombilla
—tú / yo tan gordo en zancos
y de espaldas al mar—,
solo no duermo.
abro y tiro
la puerta
con la ilusión de ver mi cabeza pasar
por el fondo de la jarra de agua caliente.
Índice
corazón del arpista / 6
puerta al balcón / 8
primavera / 10
Casa de la escritura en la oscuridad / 12
tarea / 15
asunto para un poema del coloquialismo / 16
glaucoma / 18
cuerpo velado / 19
payaso / 23
Casa de la escritura en la oscuridad / 25
curso órfico / 28
cuerpo del cuerpo / 30
punto de fuga para díptico de retablo / 31
sancta sanctorum / 32
Casa de la escritura en la oscuridad / 34
lo que hay oculto en el patio / 36
primer milagro / 38
koimetirion / 40
disciplina matinal o Rodrigo de Triana / 42
Casa de la escritura en la oscuridad / 44
pedaleo / 47
habitaciones Ángel Escobar / 49
depósito / 50
tema para tramoya / 52
cita en calle Pizarnik / 55
apostilla dejada en el hotel Inglaterra / 56
Casa de la escritura en la oscuridad / 59
electrodos / 61
deliberación / 65
ascensores / 68
tercer discurso / 70
Casa de la escritura en la oscuridad / 72
señal interrumpida / 75
zona de desastre / 79
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