Taller de Letras N° 41: 215-218, 2007 issn 0716-0798 Jorge Volpi y la novela como albacea de lo inolvidable Por Antonio Tenorio Embajada de México en Chile atenorio@emexico.cl Con talento y probada destreza técnica, No será la Tierra, de Jorge Volpi, nos recuerda, desde el presente, que la relación de las cosas que “han sido” y que, por tanto, “no son más”, ocurre fundamentalmente en el punto en el que imaginación y memoria apuntan hacia el futuro y no hacia el pasado como fin en sí mismo. ¿Cuánto dura un siglo? ¿Tres vidas? ¿La suma de las vidas de la larga lista de personajes que atraviesan su relato? ¿Quince años que servirán para comprender unas horas, para escribir el ajuste de cuentas? ¿El segundo de más que Yuri Mijáilovich invoca, tal y como lo hiciera Dante al reclamarle al tiempo que se detenga un instante? Sabiendo que el poeta Valéry acertaba cuando definía a la escritura como la tarea de nunca acabar, y al escritor como un moderno Sísifo, Jorge Volpi, sin duda el autor mexicano menor de 45 años con mayor reconocimiento en México y el extranjero, ha vuelto a subir, empeñoso como es, esa su piedra de ese su contar del mundo, que es el contar del tiempo, de su tiempo y del tiempo que es de todos, para mirarla rodar de nuevo. Como en sus dos novelas anteriores, En busca de Klingsor y El fin de locura, se sabe ya, Volpi vuelve a andar de modo distinto pero concurrente por el sinuoso sendero de la memoria herida del siglo XX. 215 ■ Taller de Letras N° 41: 215-218, 2007 Ese tiempo, ese siglo, fugaz e interminable, en el que, para recoger una bella y devastadora imagen propuesta por Heidegger, los dioses se han marchado para siempre. Novela que es ensayo, dilucidación detectivesca de un crimen, mirada panorámica de la Historia a través de las historias, fresco sobre las intersecciones entre ciencia, poder y sociedad, disección de las historias empalmadas, contenidas, confundidas con la Historia, relato de los vericuetos irresolubles del amor y sus sinrazones, la pasión y sus preguntas siempre abiertas, No será la Tierra recupera para el género, en un momento en el que la prisa y la incitación de la rentabilidad imagológica cunden, su estatuto de complejidad, ambigüedad y ambición por contener y ser contenida por todos los géneros, tal y como se lo reconocía y demandaba Ortega y Gasset. Volpi rehúye, con inteligencia y dominio escritural, la tentación de convertirse en ese juez supremo que todo lo juzga y se esmera, en cambio, en dotarla de una voz narrativa que, paradójicamente, en su distanciamiento logra concitar un sentido de apropiación de lo contado por parte del lector. Así, en la misma medida en que el autor biográfico Jorge Volpi consigue disolverse en el aire, juego con la famosa frase atribuida a Marx, en esa misma medida el lector se va adentrando, acaso sin percatarse del todo, en un mundo que le reclama su propia capacidad de vivencia a través de su disposición para reflexionar. Mas no se trata, voy a decir una obviedad, de un llamado desde el discurso de la historia o de la filosofía, aunque estén estos ahí contenidos. El acierto mayor de Volpi, me parece, es que da a leer al mundo a leer-se una novela. Y por tanto apela a un lector que, como ella misma, se torne en un envenenado sospechante de las verdades absolutas, un caminante que es conducido a través de un viaje que lo devuelva a sí mismo. De ahí, quizá, que el tercer acto de No será la Tierra adopte el sugerente título de “La esencia de lo humano”. Habiéndose desnudado con parsimonia, cuenta Volpi en esa última parte de la novela, frente al coreano ataviado con su infaltable bata púrpura, Oksana, la hija de Irina Gránina, admira el resplandor de la navaja con la que el hombre ha vuelto del baño. Ambos saben lo que ocurrirá. El lector también. No queda sino esperar; esperar. No hay a donde ir. Es este el mundo. En esa lejanía, en ese oscuro resplandor del mundo como yermo, se lee: “Como presos que salen de la cárcel,/ sabemos algo del otro,/ algo terrible. Nos hallamos en un círculo infernal/ tal vez ni siquiera somos nosotros”. ■ 216 Antonio Tenorio Jorge Volpi y la novela como albacea de lo inolvidable Es cierto, no somos nosotros, lectores, a los que les ocurre nada de lo que en la novela (no) ocurre. Pero no es menos real que en medio de ese entramado tejido entre lo no real y lo real, quiero decir lo históricamente verificable, el lector que atraviesa el siglo de No será la Tierra es más él, es más una parte de todas las partes, para usar un verso luminoso de Paul Celan. A través de la palabra y el hacer de esos otros, egos imaginarios que son los personajes, incluso los que hemos de llamar históricos, son convocadas nuestras propias palabras y nuestro propio hacer. No porque vayamos a salir de la novela como se sale de un mitin político o de una ceremonia religiosa, sino porque el imaginar es, qué duda cabe, también, y fundamentalmente, un hacer. Y lo es porque Jorge Volpi consigue enhebrar imaginación, memoria e historia sobre el cauce de las historias con las que puebla su siglo escrito. Una escritura que convoca a la acción de leer. Y a esa acción de leer-imaginar como proceso de mediación en la que se resuelve, sin anularlos, el acoplamiento del mundo del texto y el mundo del lector. Entre el universo imaginado por el autor y el tiempo vivido que el lector necesita imaginar para hallar su propia hondura en el mundo de lo real. La novela de Volpi posibilita no solo la vuelta a poner en escena de acontecimientos y circunstancias determinantes en el siglo XX, sino, además, de manera paradójica, al ponerse de cara a la ausencia irremediable de ese tiempo pasado, tiempo cerrado, nos abre la posibilidad al lector de experimentar el propio tiempo. De ahí que en No será la Tierra el acto de imaginar-leer se despliegue como un recordar, rememorar, renombrar. Como un llamado a concelebrar de modo permanente operaciones de resignificación de acontecimientos que, como los mismos textos, no se reducen a su materialidad, a su hechicidad de hechos consumados. Aprender del futuro, pudiera sugerir en algunas de sus múltiples posibilidades la novela de Jorge Volpi, no será posible sino a costa de escribir el pasado. Inventar, imaginar, componer, hacer la relación entre los hechos constatables y los que han sido creados y recreados, no es pues, no puede ser, mero acopio suma de datos y de ocurrencias. La necesidad de relatar y la condición para hacerlo con la hondura que lo hace Volpi parece descansar entonces en una ecuación que no por fácil de señalar lo es en su despliegue: gracias a lo que podemos ser (aún), no todo se reduce a lo que ya ha sido. 217 ■ Taller de Letras N° 41: 215-218, 2007 En No será la Tierra, el pasado imaginado es germen y semilla de esa reactivación de lo que ha sido ya; pero a la vez, el texto, la novela se torna en el germen y la semilla de esa operación del lector que le permite reapropiarse el pasado y reactivarlo. Se configura lo contado y se reinterpreta la vivencia del tiempo. Vivencia que no puede ser sino toma de postura frente a la existencia misma, manifestación de un estar en el aquí del mundo. Manifestar y transfigurar resultan, así, al calor de una novela como la que el tesón de Volpi ha producido, inseparables. Parafraseando a Carlos Fuentes, se recuerda, se desea, se inventa, todo, simultáneo, en una sola operación, vital, reveladora y transformadora. ¿Y si alguno de nosotros terminara siendo el último representante de la especie? El último hombre o mujer sobre la Tierra. ¿Qué podría significar atisbar la extinción absoluta de la raza?, podríamos preguntarnos al igual que Oksana, y como ella mirar cómo la idea nos resulta tan inquietante y perturbadora que apenas podemos apaciguarnos, y como ella tomar un lápiz y escribir: “No hay poder más formidable, más terrible en el mundo que la palabra profética del poeta”. El poeta, y Jorge Volpi lo es en el sentido que a poesis como creación daba Aristóteles, sabe que el pasado está retenido en el presente, tanto como se asume, desde Agustín, que la memoria es el presente del pasado. Por eso, en el intenso y no pocas veces desconcertante trayecto del siglo que como una cartografía de la memoria, la historia y la imaginación se despliega en No será la Tierra, es el afilado oficio del escritor Jorge Volpi quien tiende puentes y concita nuestra capacidad, nuestra necesidad de recorrer y remontar el tiempo. Entre el aullido de Anatoli Diátlov con que comienza la novela y el inevitable silencio que sobrevendrá una vez que ese otro segundo por el que clama Yuri Mijailovich dé paso al final del relato, el siglo XX deambula de igual manera, entre el grito, de terror o euforia, y el mutismo anonadado y exhausto ante la barbarie o sorprendido aún de la capacidad humana para crear tanto cuanto se destruye. En medio de ese periplo, Jorge Volpi nos entrega un libro que devuelve a la novela el sitio desde el cual esta se erigió como la conciencia crítica del experimento moderno. Una novela que le devuelve al género su distinción como albacea de lo inolvidable, como espacio privilegiado y múltiple de la exploración de la existencia. Santiago de Chile, junio de dos mil siete ■ 218