sobreprotección infantil y salud mental

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SOBREPROTECCIÓN INFANTIL Y SALUD MENTAL
Miñambres Redondo, M.; Ruiz Porras, D.; Fernández Ocaña, L.; Zomeño Picazo, T.; Valero Moya, L.;
Bermúdez García, P.
Enfermeras Residentes de Psiquiatría 2011-2012. Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones. Parc de
Salut Mar de Barcelona.
mmr081988@gmail.com
Sobreprotección, Estilos de Crianza, Salud Mental.
RESUMEN:
La sobreprotección parental provoca en el niño un mensaje de incompetencia y le hace sentir inútil,
temeroso e incapaz de cuidar de sí mismo. Aprender a afrontar y resolver problemas es un proceso
que empieza a edades tempranas y crece con la interacción padre-hijo. La sobreprotección
promueve en los niños una incapacidad para desarrollar habilidades y actividades normales en el
desarrollo normal del ser humano, que benefician a la autonomía y a la posterior independencia
necesarias para el desarrollo psicosocial. El concepto que los padres tengan del hijo influye en el
auto-concepto del niño y, por consiguiente, a su autoestima. La sobreprotección parental puede
conducir a una disminución de las expectativas de la conducta del niño y a la evitación o pasividad
ante situaciones amenazadoras y de las que no creen que puedan afrontar con éxito. Se ha
demostrado que existe relación entre la sobreprotección a niños y el futuro desarrollo en éstos de un
trastorno obsesivo-compulsivo, un trastorno de angustia, temores disfuncionales, fobias, trastornos
de ansiedad, etc. Esta disfunción en la crianza de los niños también está relacionada con miedos
inadecuados o persistentes en determinadas edades en las que el niño ya los debería haber
superado. No hay que olvidar que la sobreprotección también es una de las características de las
familias de alta emotividad expresada, relacionadas con mayor índice de recaídas en los pacientes
con los que conviven y a los que sobreprotegen.
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Durante el crecimiento, los niños pasan por muchos procesos y experiencias que les ayudan a ganar
autonomía y confianza y a aumentar su libertad. Sus actos deben tener consecuencias coherentes
para que éstas les ayuden a aprender a desenvolverse en la vida adulta. Durante este proceso se les
debe alentar a ganar independencia y a que reduzcan la necesidad de sus padres (1). Aprender a
afrontar y resolver problemas es un proceso que empieza a edades tempranas y crece con la
interacción padre-hijo (2).
Según la teoría de del apego de Bowlby, el papel de las experiencias tempranas y de la crianza de
los hijos es vital para el desarrollo infantil y la salud mental (3).
La familia es considerada como la instancia mediadora entre el ser humano y la sociedad, ya que en
ella se establecen las bases de su interacción con los demás, las cuales le permitirán identificarse y
posteriormente definir su propia identidad (1). Dentro de ella, el concepto que los padres tengan del
hijo influye en el auto-concepto del niño y, por consiguiente, a su autoestima.
En el crecimiento del niño y en su desarrollo, hemos de aportarle ideas sobre la realidad para que le
ayuden a madurar y a enfrentarse al mundo en el que vive y que le rodea. Debe ir desprendiéndose
de la imagen protectora paterna para dar paso a una imagen de acompañamiento y apoyo;
debemos dejar de lado la sobreprotección.
Para los niños, los padres son un marco referente que les hace sentirse seguros, queridos,
protegidos. Esta imagen de padre protector es positiva en un inicio, ya que ayuda a crecer la
seguridad de los hijos, les otorga autonomía y disminuye su miedo. Los niños también necesitan ver
a sus padres como un modelo a seguir, el cual intentan imitar y ayuda a que se marquen metas, a
poder superarse; pero nunca hay que dejar que este hecho natural de idealización se convierta en
una fabulación (4).
Los niveles de protección que emplean los padres se encuentran relacionados con la madurez de los
niños, es decir, a menor protección sobre las emociones negativas que sufren los niños, adquieren
mayor madurez. Las emociones negativas son necesarias para que los niños las resuelvan y
aprendan a crecer emocional y socialmente (5).
La sobreprotección es una implicación emocional intensa y excesiva que, además, conlleva la
necesidad de controlar al hijo. Esto lleva a una dependencia recíproca, tanto de los padres hacia los
hijos como de los hijos hacia los padres. Un niño que ha crecido en un ambiente de excesiva
atención, preocupación asfixiante, con los deseos de los padres convertidos en obligaciones o
expectativas demasiado altas para la capacidad del hijo, puede encontrarse en su edad adulta con
graves problemas, ya que provoca en él un mensaje de incompetencia y le hace sentir inútil,
temeroso e incapaz de cuidar de sí mismo (6).
La sobreprotección parental puede conducir a una disminución de las expectativas de la conducta del
niño y a la evitación o pasividad ante situaciones amenazadoras y de las que no creen que puedan
afrontar con éxito. Este estilo de crianza promueve en los niños una incapacidad para madurar
habilidades y actividades normales en el desarrollo del ser humano, que benefician a la autonomía y
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a la posterior independencia necesarias para el desarrollo psicosocial (7). Este estilo de crianza
basado en la sobreprotección puede ser un riesgo para el futuro desarrollo de trastornos
psiquiátricos en general (8).
Muchos padres confunden las necesidades reales de los niños, creen que necesitan todo lo que
puedan darles y en realidad para ser plenos y alcanzar el desarrollo de una manera adecuada no hay
que sobreprotegerlos. Hay que brindarles adaptación y reconocimiento de lo que realmente son,
respeto y tolerancia de sus ideas y sentimientos, libertad para tomar decisiones, hay que valorar las
cualidades y aceptar sus limitaciones y potenciar su creatividad, así como brindarles la oportunidad
de compartir los sentimientos de pérdida, dolor o rabia (1).
Pueden existir diversos motivos por los cuales los padres necesiten ser más protectores con sus
hijos: falta de autoestima propia que intenten compensar demostrando que puede ser un buen
padre o madre, experiencias personales pasadas de sufrimiento que no quieren que su hijo padezca
sin entender la necesidad de éstas en nuestro desarrollo, sentimiento de culpa o incomodidad por
fracasos pasados que quieren evitar en su descendencia, sentimiento de vacío interior por
problemas maritales o familiares, ausencia o pérdida de uno de los cónyuges que el otro quiere
paliar sobreprotegiendo, o también para paliar la propia ausencia debido a temas de trabajo, dar
más atención y regalos para tranquilizar por no tener herramientas más efectivas para calmarlos (1).
Se han desarrollado diversos instrumentos para valorar las actitudes de los progenitores en la
infancia, de los cuales uno de los más utilizados entre los clínicos y los investigadores es el Parental
Bonding Instrument (PBI) (9).
El PBI es un cuestionario desarrollado por Gordon Parker, Hilary Tupling y L.B. Brown, de la
Universidad de New South Wales, Australia, en 1979. Basado en la Teoría del Vínculo de John
Bowlby, mide la percepción de la conducta y actitud de los padres en relación con el sujeto en su
infancia y adolescencia, hasta los 16 años (10).
De manera retrospectiva, evalúa la imagen mental que los individuos tienen de sus cuidadores antes
de los 16 años mediante un cuestionario autorreportado que consta de 25 afirmaciones, entre ellas
12 evalúan el “afecto” y 13 evalúan la “protección” de los sujetos (9).
Cada ítem se puntúa a través del método Likert. De este modo cada respuesta se puntúa en un
rango de 0 a 3 puntos, quedando la escala de cuidado con una puntuación máxima de 36 puntos y
la de sobreprotección con 39 puntos. El sujeto debe elegir aquella alternativa que mejor describa la
relación con cada uno de sus padres, por separado; es decir, se contesta uno para el padre y otro
para la madre (10).
Este cuestionario se ha utilizado tanto en poblaciones no clínicas como en pacientes con diferentes
trastornos mentales. Aunque se suele utilizar para medir dos dimensiones se ha propuesto un
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modelo de tres factores que incluye una tercera dimensión (restricción) y que mejora la precisión del
instrumento (Murphy y cols., 1997) (11). La versión española del instrumento utiliza el modelo de
tres factores: afecto, restricción y sobreprotección (Gomez-Beneyto et al, 1993) (12).
El obtener puntuación de ambas escalas permite elaborar cinco tipos de vínculos parentales: vínculo
óptimo, vínculo ausente o débil, constricción cariñosa, control sin afecto y promedio (10).
Parker confirmó la fiabilidad y la validez del PBI. Actualmente se considera que su puntuación refleja
la actitud de crianza real de los padres en el pasado y que su método de evaluación retrospectiva
tiene una gran validez (9).
Diversos estudios han relacionado ambientes sobreprotectores en la infancia con distintos tipos de
patología psiquiátrica en la etapa adulta. A continuación haremos una revisión y un resumen de
todos de los que durante esta revisión se ha hallado bibliografía, para hacernos una idea de hasta
qué punto esto que hablamos puede afectar y minar el desarrollo pleno de la persona.
Trastorno de personalidad dependiente
Los sujetos con trastorno de personalidad dependiente se sienten ansiosos ante la soledad y
eufóricos en compañía de figuras protectoras. Al no haber desarrollado una personalidad autónoma,
se muestran indecisos, conformistas y con poco sentido crítico ante ellas. Están más orientados
hacia las necesidades y deseos de las personas que aman que a las suyas propias y suelen ser
vulnerables ante la crítica de los demás, sintiendo un gran temor al fracaso (13).
Según el jefe del servicio de Psiquiatría del hospital Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, Vicente
Rubio Larrosa, “hay que tener en cuenta que sólo en un 30% de los trastornos de personalidad el
origen guarda relación con componentes biológicos, genéticos o de daño cerebral, mientras que el
70% está relacionado con condicionantes educacionales y ambientales” (14).
Los resultados de diversas investigaciones sugieren que la unión de los padres con el niño y los
diferentes tipos de apego juegan un papel crucial en el desarrollo de la personalidad (3).
Las personas con trastorno de personalidad dependiente han tenido a menudo padres que les han
subrayado más los peligros de la autonomía que los beneficios, haciendo que éste sienta la
necesidad de defenderse de ese mundo peligroso, se sienta débil y vulnerable, y vea a los otros
poderosos. Los padres han sido a menudo autoritarios, protegiendo a los niños ante las dificultades
y fomentando actitudes pasivas en ellos, impidiendo que aprendieran a ser autónomos (13).
Un niño que ha crecido en un hogar con un exceso de permisividad y sobreprotección, encuentra
todo lo contrario en la sociedad: un exceso de competitividad donde no existe la compasión,
ocasionándole esto frustración (14).
Esta sobreprotección ante los problemas del entorno es tanto más evidente en el caso de las
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mujeres, en quienes no se fomentan las actitudes hacia la autonomía, sino las actitudes pasivas y
dependientes.
A menudo, en estos casos de niños sobreprotegidos, también ocurre que la única fuente de
estimulación en el medio ha sido la madre. Estas personas han desarrollado un apego inseguro a
ella, lo que les lleva a sentir más ansiedad a la separación. Con padres hiperprotectores, los niños
aprenden que no pueden funcionar independientemente.
Los patrones de figuras protectoras que ha introyectado la persona dependiente le conducen a la
elección de compañeros protectores y a la dependencia hacia cualquier figura protectora, más que
hacia figuras concretas de apego.
Hay que tener en cuenta además, que si los padres hiperprotectores generan hijos dependientes, y
esta conducta dependiente de los niños genera la hiperprotección de los padres. De cualquier forma,
cabe señalar que en la sociedad occidental está bien visto que los niños o los adolescentes sean
dependientes (12).
A medida que crece, el niño va internalizando los esquemas de interacción social y
conformando sus modelos de trabajo internos. Para la mediana infancia los niños con este ambiente,
en su desarrollo han introyectado una autoimagen caracterizada por la debilidad, la ineficiencia y la
necesidad de la protección de personas más poderosas, lo que les llevará en el futuro a un trastorno
de personalidad dependiente.
Respondiendo a frustraciones y gratificaciones excesivas en la niñez, han desarrollado un carácter
oral pasivo, lo que a menudo se traduce en debilidad de carácter y tendencia al alcoholismo (13).
Trastorno límite de la personalidad
En la revisión encontramos un estudio que halló pruebas para relacionar el papel de la
sobreprotección en la infancia con diagnósticos de trastorno límite de la personalidad en la etapa
adulta.
Se estudiaron pacientes de un hospital psiquiátrico y de una clínica de salud mental y, a través del
PBI, se demostró que pacientes con trastorno de la personalidad límite recuerdan a sus padres muy
sobreprotectores y poco cuidadores o atentos, atendiendo a las partes ya mencionadas de dicho test
(15).
Miedo y ansiedad
El conductismo y las teorías del aprendizaje destacan el papel de los refuerzos positivos en el
mantenimiento de la situación de miedo o ansiedad cuando el niño recibe exceso de atención,
caricias, mimos o caprichos en el momento de sentir miedo. Si los comportamientos de las personas
que rodean al niño en esta situación son inadecuados, pueden crearse trastornos o fobias (7).
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Incluso algunos estudios señalan que las niñas son más propensas a tener miedos, determinando
dos causas de este hecho: la biológica, que plantea menos dotación física en la mujer y la necesidad
adicional de protección durante el embarazo y la lactancia, y la causa cultural, por la que se señala
una educación diferencial que hace que la mujer esté más sobreprotegida, lo cual induce en ellas
más respuestas de miedo ante desconocidos.
La sobreprotección, relacionada con los miedos, tiene dos efectos negativos: ofrece al niño la idea
de que el mundo está lleno de peligros ya que ve la preocupación excesiva de los padres, y, por otra
parte, hace que el niño se encuentre menos capacitado para superar por sí mismo los problemas y
enfrentarse con momentos difíciles, por la falta de oportunidades para encarar las situaciones.
La independencia adecuada a su edad le llevará a tener confianza y a valerse por sí mismo. Son
importantes los comportamientos educativos que fomenten una independencia adecuada a cada
etapa evitando la sobreprotección, dándole al niño herramientas para que pueda por sí mismo
encarar los distintos miedos que le provocan ansiedad (7).
Depresión
Se ha podido demostrar que la falta de cuidado de los padres y la sobreprotección dada a los hijos
(experiencias de desvinculación parental), están vinculadas con síntomas depresivos en la edad
adulta (9).
También, ambas se han vinculado con una serie de características de la personalidad, como son baja
autoestima, introversión, angustia e inestabilidad emocional; todas ellas ligadas a el estado
depresivo (3).
Médicos e investigadores han observado que actitudes en detrimento de la autonomía y
favorecedoras de un ambiente sobreprotector están ligadas a la aparición de depresión en adultos
(9).
En cambio, el alto cuidado y la ausencia de sobreprotección se han vinculado con un aumento de
confianza en sí mismo en la etapa adulta, menos angustia y una disminución de los síntomas
depresivos.
Los resultados están en línea con la teoría del apego de Bowlby, ya que muestran la necesidad de
una vinculación padre-hijo para un completo desarrollo y salud mental (3).
Angustia
La literatura sobre los trastornos de ansiedad en general sugiere que algunos individuos pueden
estar predispuestos a presentar dichos trastornos y que cuando esta vulnerabilidad se combina con
otros factores, es más posible que la patología se desarrolle. La literatura que habla del tema
informa de bajos niveles de afecto y altos niveles de protección parental en pacientes con trastorno
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de angustia (TA) cuando se comparan con sujetos normales (12).
Wiborg y Dahl (1997) encuentran bajos niveles de afecto y elevada protección en los pacientes con
TA comparados con los controles, pero solamente cuando el grado de agorafobia era elevado.
En un estudio llevado a cabo por la Universidad de Cantabria, se confirmó que los pacientes
diagnosticados de trastorno de angustia percibían a sus madres significativamente más
sobreprotectoras que la población general, aunque no se encontraron diferencias significativas en
cuanto al grado de afecto y restricción de ambas muestras. También se observó este aumento de
sobreprotección en las madres respecto a los padres de los sujetos del estudio; y esta diferencia no
se encontraba en la población general.
Sin embargo, los estudios que investigan la asociación entre comportamientos parentales en la
infancia y TA muestran resultados inconsistentes, no encontrando algunos de ellos diferencias
significativas entre pacientes y controles. Además la mayoría de estos estudios se limitan a valorar
la percepción que los sujetos tienen de los estilos de crianza de cada progenitor sin prestar atención
al grado de discrepancia en el estilo parental entre ambos padres (12).
En este sentido un estilo de crianza caracterizado por sobreprotección en pacientes con TA se
encuentra en Faravelli y cols. (1991); Wiborg y Dahl (1997); (Pacchierotti y cols. (2002); Turgeon y
cols. (2002) (12).
Ansiedad
Se llevó a cabo un estudio basado en datos obtenidos del European Study of the Epidemiology of
Mental Disorders (ESEMeD), examinándose la asociación entre las tres dimensiones de crianza de
los padres, definidas en el PBI, y los trastornos de ansiedad. Se halló una fuerte asociación entre
trastorno de ansiedad con los ítems “afecto” y “protección”. Sólo se encontraron leves variaciones
más específicas en los datos de cada país (8).
Incluso llegaron a mantenerse las puntuaciones en el tiempo después de que los niveles de ansiedad
fueran controlados (9).
Se sugiere una asociación entre la crianza de hijos con sobreprotección y el riesgo de desarrollar un
trastorno de ansiedad, en particular, así como trastornos psiquiátricos en general (8).
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Trastorno Obsesivo Compulsivo
Se ha demostrado una correlación positiva entre una alta puntuación del ítem protección y una baja
en afecto en el PBI y las tendencias obsesivas. Diversos estudios han indicado que un estilo de
crianza sobreprotector está relacionado con el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), obteniendo
pacientes diagnosticados de este trastorno puntuaciones significativamente mayores a las de la
población sana en el ítem de protección del PBI (9).
Es sabido que los niños con este trastorno involucran demasiado a sus familias. Las madres, en
particular, emplean más tiempo en sus hijos cuando tienen este trastorno y pueden verse
involucradas en la sintomatología obsesiva, lo que puede causar un incremento a su vez de la
protección que le brindan al niño.
Se ha sugerido que la actitud sobreprotectora de los padres puede ser un posible mecanismo
etiológico en el desarrollo del TOC. Esa actitud paterna de sobreprotección llega a ser una imagen
ideal de cómo ellos ven el control de las emociones y deseos, y así, se esforzarían por seguir normas
e imponerse disciplina para mantener su autoimagen. Sin embargo, a medida que crecen,
experimentan cambios de rol y es lo natural flexibilizar el autocontrol para superar la frustración.
Pero los sujetos sobreprotegidos realizan un esfuerzo por el control que puede fallar, generando un
incremento de ansiedad y una baja autoestima. Como no pueden aceptar esta situación de
descontrol, siguen intentando controlar en exceso (9).
Como hemos visto, la sobreprotección se relaciona con varias enfermedades psiquiátricas y puede
afectar gravemente a la autonomía y al desarrollo saludable del niño.
Por lo tanto, a modo de resumen haremos un repaso por la actitud adecuada que los padres deben
compartir con sus hijos para disminuir el factor de riesgo del estilo de crianza sobreprotectora.
Es importante aceptar al hijo tal y como es, sea cual sea su punto débil, su virtud, su forma de ser,
etc. Los padres deben intentar no obsesionarse con él; enseñarle las cosas que no sabe y no
sustituirlo en las que sepa, aunque inviertan mucho tiempo en ellas.
No debemos tener un miedo asfixiante hacia los hijos, ya que esto no ayuda sino empeora la
capacidad del niño para enfrentarse a sus propios miedos. Hemos de ser conscientes de que el hijo
es capaz de lo que se proponga, debemos animarlo en sus intentos y no proporcionarle un miedo
innecesario al fracaso, ni creer que éste ocurrirá de un modo inevitable.
Es saludable utilizar la comunicación como un ejercicio diario, escuchar, comprender y ser
empáticos, aunque sus ideas y sus convicciones sorprendan o no las compartamos. También se
aprende que los sentimientos se han de expresar, sean de tristeza o de pena, y por ello debemos
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aprender nosotros mismos también a expresarlos.
Es importante alabar sus virtudes o logros igual que aceptar y reconocer sus fallos; esto ayudará a
que logre su autonomía y se convierta en un ser independiente.
Como fin a nuestra reflexión, diremos que debemos entender e interesarnos en la vida de los hijos,
pero nunca querer controlarla.
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