frase y su anécdota son viejas, remiten, en la versión que

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u | América Latina
“Naides mAs que naides”
José Mujica como nuevo presidente uruguayo
Gerardo Caetano
La
frase y su anécdota son viejas, remiten, en la versión que
conozco, al siglo XIX. En relación al relato que da sustento a la expresión, como suele ocurrir, con seguridad existe
más de una versión y se remite a más de un documento. Yo se lo
escuché varias veces en las clases del Instituto de Profesores Artigas de Montevideo a Juan Pivel Devoto, el recordado historiador
uruguayo del que este año se conmemoran los cien años de su
nacimiento. Y luego se lo volví a escuchar, casi con las mismas
palabras, nada menos que a Wilson Ferreira Aldunate, el líder
nacionalista que fue un duro opositor de la última dictadura,
que retornó de un largo exilio de más de una década en junio de
1984, siendo detenido por los militares e impedido de comparecer en las elecciones nacionales de noviembre de ese año. Usó
esa misma expresión precisamente al ser liberado en diciembre
de 1984, pocos días después de la elección en la que estuvo proscripto por su ignominiosa prisión por la dictadura.
En estos últimos tiempos, la anécdota y la expresión han vuelto del recuerdo por intermedio del nuevo presidente del Uruguay, José Mujica, primero como candidato del Frente Amplio
y luego como presidente. A Pivel le gustaba mucho la anécdota
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pues decía que ella encerraba una de las principales esencias históricas del Uruguay. En medio del aluvión de inmigrantes de
la segunda mitad del siglo XIX, un visitante extranjero habría
bajado de un barco recién llegado a la bahía de Montevideo y
al entrar en conversación con un paisano le habría preguntado
por qué debía quedarse en este país, a lo que su interlocutor le
respondió sin dudar: “Porque aquí naides es más que naides”.
Hace casi un año, en momentos en que todavía era precandidato y aún debía afrontar las elecciones internas del Frente Amplio y todo el ciclo electoral posterior, un periodista le
preguntó a José Mujica qué significaría finalmente que él se
convirtiera primero en el candidato único de su partido y luego en el presidente del Uruguay. La respuesta fue también inmediata: “Que en verdad es finalmente cierto que aquí naides
es más que naides”. Y así fue. Como dijo el ex presidente Julio
María Sanguinetti, en un arranque de honestidad brutal, en el
Uruguay de hoy “un viejo ex guerrillero con pinta de verdulero
y habla vulgar” (su definición de Mujica) le puede ganar en
forma concluyente a un “caballero” (su opinión de Lacalle).
Mirando la ceremonia de transmisión del mando del 1º de
marzo, costaba en verdad desmentir el sentido último de la
vieja aseveración. “Naides más que naides”. En verdad ese día
convergieron muchas señales que parecieron dar crédito a la
expresión. Tras la imagen de José Mujica (y su saco) “lidiando”
literalmente con la banda presidencial podían agolparse muchos registros de muy diversa índole: la singularidad extrema
de su biografía personal y política; las peripecias y las huellas
de su lucha política, de sus años de guerrillero y de su sobrevivencia tras los duros años como rehén de la dictadura; la lenta
y progresiva consolidación de su liderazgo como principal dirigente político del Movimiento de Participación Popular, devenido progresivamente uno de los sectores más importantes
de la izquierda uruguaya; su peregrinaje en el Poder Legislativo
como el primer tupamaro legislador, primero como diputado y luego como senador; la progresiva construcción de su
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“naides mas que naides”
“personaje” político irrepetible, amado y denostado, objeto de
admiración y de rechazo pero también de menoscabo, surgido
como expresión de un fenómeno de comunicación popular de
perfiles inéditos en la historia reciente del país.
“Como dijo el ex presidente Julio María Sanguinetti,
en el Uruguay de hoy ´un viejo ex guerrillero con
pinta de verdulero y habla vulgar´ (su definición de
Mujica) le puede ganar en forma concluyente a un
´caballero’ (su opinión de Lacalle)”.
Y, claro, la profundización de su relevancia política como
interlocutor de los otros partidos y como uno de los sustentos
principales (en una perspectiva que trasciende largamente su
tarea como ministro) del gobierno de Tabaré Vázquez; los avatares novelescos de su candidatura presidencial, negada inicialmente por él mismo (además de por propios y ajenos) y luego
finalmente triunfante tras un ciclo electoral con episodios de
asombro; la tozuda perseverancia en el mantenimiento de su
estilo intransferible, tan a contramano de los cánones tradicionales que hacen a los contornos más aceptados y previsibles
del paradigma político uruguayo; su apuesta, tal vez calculada
y pragmática, a ser consecuente sin concesiones con lo que le
indicaba su sentido común y su olfato político, en procura de
enfrentar paso a paso los retos del camino.
Podrían agregarse muchas otras razones, ilustradas además
por hechos por todos recordados, para fundamentar por qué,
más allá de partidismos y aun de preferencias, la elección de un
presidente como José Mujica admite en verdad la lectura (entre
otras posibles) de esa asociación entre la vieja utopía republicana y algunas de las raíces más hondas de la política uruguaya
contemporánea. Con seguridad, a muchos todavía les cuesta
creerlo, necesitarán por bastante tiempo ser “pellizcados” para
dar crédito a lo que ven sus ojos, no entenderán ese “enigma”
gigantesco que confiesan pero no atinan siquiera a encarar.
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A mi juicio, si se pone sólo el foco sobre Mujica y no se indaga acerca de lo que su encumbramiento expresa en términos
más colectivos e históricos, si no se concentra la atención y el
análisis en las transformaciones profundas que han sufrido el
modelo y las prácticas predominantes de la ciudadanía en el
Uruguay reciente y que encuentran una de sus traducciones
más salientes en los éxitos del nuevo presidente, no se terminará de advertir y de entender qué es lo que pasa.
“Mujica entendió necesario reiterar y aclarar por
enésima vez lo que debería resultar un consenso
nacional en el país: ya nadie puede entender un
compromiso serio con la integración regional
como el retorno a una ‘economía enjaulada y
cerrada al mundo’”.
Hay varias pistas en esa dirección que surgen de los discursos del propio Mujica en la fiesta cívica del 1º de marzo.
En especial del que leyó ante la Asamblea General, pero también del que “cantó a capela” en la plaza Independencia de
Montevideo. En primer lugar, no parece razonable que alguien
siga dudando del talante negociador que el nuevo Presidente
pretende imponerle a su gobierno. Su énfasis en la necesidad
de construir “políticas de Estado” en ciertas áreas estratégicas
y en particular su afirmación conceptual (que expresamente
reiteró) acerca de que, para él, “gobernar empieza por crear las
condiciones políticas para gobernar”, refiere a mi juicio a un
diagnóstico sagaz tanto de lo que el país necesita como de lo
que la ciudadanía, en un porcentaje muy mayoritario, le está
exigiendo no sólo al gobierno sino también a los partidos de la
oposición. En esa definición no sólo hay apuesta sino que fundamentalmente hay diagnóstico, a mi juicio también certero.
Para encarar las reformas más importantes de esta nueva
etapa y para continuar una senda de transformaciones, en el
Uruguay de hoy no basta un partido con mayorías legislativas.
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“naides mas que naides”
La metáfora sobre la imprescindible complementariedad entre
“los tornillos” y “las tuercas” que se requieren de manera recíproca e imprescindible, usada en su discurso inaugural, resulta
en ese sentido tan sencilla como concluyente, tiene la persuasividad de hablar de lo concreto, la llaneza de lo popular. Y sin
duda que dan mayor carnadura a la apuesta, la nítida ejemplificación en los desafíos que implican temas cruciales como los
de la educación (“los gobernantes deberíamos ser obligados
todas las mañanas a llenar planillas, como en la escuela, escribiendo cien veces ´debo ocuparme de la educación´”), la
reforma del Estado o la seguridad, temas sobre los que desde
hace tiempo se insiste con escaso resultado y sobre los que el
país no puede permitirse un lustro más sin éxitos sustantivos.
¿Se trata entonces de que el país entra en una suerte de limbo
político en el que se esfuman las diferencias entre gobierno y
oposición, entre izquierdas y derechas? ¿Se trata de un fenómeno mágico de acelerada desaparición de las contradicciones entre los partidos políticos que tanto se marcaron durante el ciclo
electoral del año pasado? Nada de eso. Se afirma la necesidad
de encontrar acuerdos en áreas decisivas y difíciles (educación,
seguridad, energía, medio ambiente, transformación del Estado) y de establecer un buen clima político para tramitar el resto
de los asuntos. “Los temas de Estado deben ser pocos y selectos. (…) Para todo lo demás, (…) el gobierno en el gobierno y
la oposición en la oposición. Con respeto recíproco, pero cada
uno en su lugar”. Ese discernimiento, además de claro, resulta
bienvenido para evitar confusiones que no le hacen bien a la necesaria dialéctica de cooperación y competencia que caracteriza
el juego democrático. Queda claro, por ejemplo, que más allá
de invocaciones genéricas no hay espacio realista para “políticas
de Estado” en materia de política exterior. El rechazo enfático
de algunos líderes de la oposición uruguaya a la ratificación del
compromiso del nuevo gobierno en favor de la integración regional, de las apuestas por el Mercosur y por América Latina,
resultan sintomáticas de los límites y alcances del rumbo proAmérica Latina
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puesto. Y por cierto que la caricatura de confrontar, en una falsa
dicotomía, la apuesta por la región con la apertura al mundo ya
no puede resultar mínimamente creíble.
Mujica entendió necesario reiterar y aclarar por enésima vez
lo que debería resultar un consenso nacional en el país: ya nadie
puede entender un compromiso serio con la integración regional como el retorno a una “economía enjaulada y cerrada al
mundo”. Todo lo contrario. Más bien los que amenazan generar
el peligro del aislamiento del país en el mundo son aquellos que
invocan, un día sí y otro también, que “cuanto más lejos de
Brasil y de la Argentina” mejor será para el Uruguay. ¿Alguien
puede fundamentar en el Uruguay de hoy que una aseveración
de esa naturaleza no es ideológica sino fruto de un “realismo
pragmático”? ¿Alguien puede seguir creyendo que se puede “llegar al mundo” sin la región y aun contra la región? Pues esa
visión estuvo en la base de la propuesta de Lacalle para volver a
ser el presidente de los uruguayos. Si bien su derrota se debe a
múltiples factores, uno de ellos tiene que ver con el hecho relevante de que esa visión internacional no es la que prefieren y por
la que optaron la mayoría de los uruguayos.
En la fiesta cívica del 1º de marzo quedó también claro que
hay poco espacio para otra tentación peligrosa: la de la simple
emulación y el continuismo de un gobierno exitoso que termina. Tal vez Mujica advierte que su tiempo es otro, que tiene
menos poder que Vázquez en el 2005, que su ecuación de
gobierno debe apostar más a la decisión a través de la negociación, que sus relaciones con la oposición deben ser diferentes
y tener resultados concretos. En este sentido, no resulta imaginable un nuevo lustro sin integración efectiva de la oposición
en la dirección de los entes autónomos y servicios descentralizados, sin renovación en la integración de los organismos de
contralor, sin mayor jerarquización de la negociación con la
oposición en el Parlamento.
En el primer mes y medio de su gestión, Mujica ha desplegado una actividad particularmente intensa. Ha viajado por
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los países de la región, con visitas especialmente significativas
a Chile, Bolivia, Brasil, la Argentina y Venezuela. Su apuesta
regionalista y latinoamericana se confirma de manera plena
y auspiciosa. En lo interno ha marcado la agenda política en
forma permanente aunque sin apearse un instante de su estilo
eminentemente táctico y a menudo desprolijo. Ha insistido en
la necesidad de reformar el viejo Estado uruguayo, pregonando
y practicando austeridad. Ha consolidado su apuesta a profundizar las políticas sociales, en particular con un acento enfático
en un ambicioso programa de viviendas para los sectores carenciados. Ha insistido una vez más en su idea –no siempre
compartida por quienes conforman el equipo económico de su
gobierno– de usar las reservas para impulsar proyectos productivos y de infraestructura, aunque al mismo tiempo ha ratificado
por enésima vez que no correrá riesgo alguno en el campo de los
equilibrios macroeconómicos. Ha alentado de manera personal
la radicación de inversiones extranjeras en el país.
“(Mujica) advierte con sensatez sus límites y
parece estar muy alerta respecto de los vicios de
la soberbia, del personalismo y de la tozudez,
lamentablemente habituales en varios de los
principales dirigentes políticos de la región”.
También ha impulsado iniciativas muy polémicas, en especial dentro de las filas del Frente Amplio. De manera muy particular ha defendido dos ideas muy revulsivas: la de afrontar
el flagelo de la “pasta base” entre los jóvenes con internación
compulsiva y apelación a “instrucción militar”, en flagrante contradicción con el programa frentista y con las ideas de
quienes tienen la responsabilidad de las políticas públicas en la
materia dentro de su gobierno; la propuesta de habilitar por ley
la posibilidad de que los militares y civiles presos por delitos de
lesa humanidad cometidos durante la última dictadura, luego
de cumplir setenta años de edad puedan cumplir sus penas con
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prisión domiciliaria, en casos de enfermedad grave o circunstancias afines. En relación a esta última iniciativa, mientras la oposición y los militares aplaudían, la gran mayoría de los sectores
frenteamplistas expresaron de manera contundente su rechazo
y la decisión de no acompañar en el Parlamento un proyecto de
ley con esas características. Luego de algunos amagues e incertidumbres, Mujica se reunió con todos los legisladores oficialistas para anunciarles que no enviaría un proyecto de ley con ese
contenido al Parlamento, pero al mismo tiempo les reclamó un
acercamiento con las Fuerzas Armadas. Con esa decisión salvó
una situación tempranamente conflictiva en el partido de gobierno y ratificó su capacidad de “dar marcha atrás” cuando las
realidades lo imponen. De todos modos, aunque su popularidad es muy grande e incluso se ha acrecentado a nivel nacional
e internacional, su forma de tramitar los asuntos de gobierno a
menudo resulta demasiado desprolija y arriesgada: no mide sus
dichos, se sobrexpone ante la prensa, piensa “en voz alta”, genera
expectativas desmesuradas que luego no puede cumplir.
Combina una rara mezcla de idealismo y pragmatismo y pese
a que se lo ha comparado con Mandela, advierte con sensatez sus
límites y parece estar muy alerta respecto de los vicios de la soberbia, del personalismo y de la tozudez, lamentablemente habituales en varios de los principales dirigentes políticos de la región.
Es que tiene mucha razón Mujica cuando advierte que “sólo
el dogmatismo quedó sepultado”, que “no está fácil navegar”
pues “las brújulas ya no están seguras de dónde quedan los
puntos cardinales”. De allí que hoy importe mucho para todo
gobierno el horizonte de valores que se elija, el emblema que
sintetice la marcha y el camino elegidos. La invocación de “la
patria con todos y para todos”, con la que el presidente Mujica
terminó su discurso ante la Asamblea General el 1º de marzo
resulta precisa y persuasiva. Le viene al país desde lo más profundo de su travesía como “comunidad espiritual”, entronca
mucho mejor con aquella vieja utopía republicana que ha sido
la manera que los uruguayos elegimos para ser nación. u
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