Jesús María - Actividad Cultural del Banco de la República

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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Jesús María
Gómez Duque
En un país en el que históricamente se han ultrajado los
derechos de los trabajadores, resulta quijotesco pretender
asumir la defensa de estos. Tal es la tarea que ha encarado
de manera consistente Jesús María Gómez Duque desde
el momento en que se graduó como Doctor en Derecho
y Ciencias Políticas el 8 de marzo de 1976. Él —quien
hace parte de una excelsa generación de abogados de la
universidad, dentro de los que se destacan, entre otros,
los exmagistrados José Fernando Ramírez Gómez, Nicolás
Bechara Simancas, Juan Diego Ocampo Ramírez y Carmenza
Correa Pérez— optó por el camino del litigio, que quizás es
uno de los que más vicisitudes entraña en el ámbito jurídico.
Ha sido ejemplo por excelencia del abogado litigante,
claro en su pensamiento —que se refleja en la precisión
argumentativa y en la nitidez lingüística de sus escritos—,
luchador incansable de causas perdidas, vehemente en sus
posiciones y cumplidor con abnegación y pulcritud de una
labor llena de obstáculos judiciales y extrajudiciales. Se ha
ganado merecidamente el reconocimiento profesional en
el gremio de los funcionarios judiciales y de sus colegas,
incluidos quienes han fungido como sus contrapartes.
Aunque se formó académicamente con anterioridad
a la Constitución de 1991, su criterio jurídico y su diáfana
concepción política resultan coherentes con los postulados
de la Carta, de la cual es defensor radical. Su vocación
democrática y la preocupación por la justicia social se han
traducido en la apuesta permanente por poner al servicio de
los trabajadores su sólida formación profesional, lograda al
amparo de una época que signó a la Facultad de Derecho del
Alma Máter como una de las mejores del país. Sin haber sido
docente —a lo que siempre se ha negado, por su persistente
intención de no querer figurar— ha creado escuela en
quienes lo han acompañado en su trasegar profesional,
convirtiéndose en paradigma para las nuevas generaciones
de abogados.
Su filantropía ha trascendido el mundo del derecho,
encarando una lucha casi perdida: la de editar libros y
fomentar su lectura. Desde la década del setenta, a través
de sus editoriales (La Pulga y Hombre Nuevo Editores) y
desde el espacio de la Alegría de Leer ha incentivado con
devoción el amor por la cultura. En su aventura editorial ha
privilegiado la divulgación de la obra de autores nacionales
que permanecían en el anonimato y que han encontrado
un espacio que difícilmente se hubiera abierto en otras
partes; ello sin olvidar autores reconocidos (Estanislao Zuleta,
Alberto Donadío, Silvia Galvis, Juan José Hoyos, entre otros),
de quienes ha publicado importantes textos.
De su amplitud de corazón —pese a su falsa apariencia
de dureza— dan fe permanente su compañera de vida Luz
María Restrepo y sus cuatro hijos varones, formados con
especial afecto y carácter. De su formación humanística y
de su vocación cotidiana por servir al otro damos fe quienes
hemos tenido la fortuna de ser sus amigos. Su agudeza
mental es heredada de su emblemática madre Fidelina
Duque.
Antonio Machado decía que “Hay dos clases de hombres:
los que viven hablando de las virtudes y los que se limitan
a tenerlas”. Jesús María es la representación cabal de los
segundos.
Perfil: Juan Carlos Gaviria Gómez / Fotografía: Diego González Torres
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Tulio Elí
Chinchilla Herrera
Tulio Elí, su nombre de pila, es oriundo del Cesar, no de
las tierras propiamente vallenatas, sino del sur, en linderos
con Santander, y por esto quizá, aquí, en Antioquia, se dice
que el profesor Chinchilla Herrera es de Santander. Lleva, sí,
en su sangre y en su alma la música. No solo los bambucos
y guabinas que interpreta maravillosamente con su tiple,
también con fruición conversa y a veces interpreta a Queen,
Norah Jones, Louis Armstrong, Duke Ellington, y por supuesto,
a Leandro Díaz, Rafael Escalona, Octavio Daza, entre otros. Su
carácter de melómano cosmopolita ejemplifica muy bien su
compromiso con el pluralismo.
Se hizo abogado de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Antioquia a finales de la década del
setenta. Desde entonces y hasta hoy ha enseñado derecho
constitucional, semestre tras semestre, en las aulas de su
querido bloque 14. Antes de la vigencia de la Constitución
Política de 1991 se las ingeniaba para impartir un curso
amplio, crítico y liberal del constitucionalismo conservador
y confesional de la Constitución de 1886. Yo que fui su
alumna en los tiempos de esta constitución no extrañé
significativamente el cambio de paradigma político de 1991
porque mi profesor me había preparado para estos posibles
retos.
No nos extraña que hoy el profesor Chinchilla sea muy
reconocido en todas las escuelas de derecho del país por una
obra suya sobre los derechos constitucionales fundamentales
que fue publicada por Temis. Sé que en todas las aulas de
derecho es un texto obligado. Los derechos fundamentales
que son consecuencia del pluralismo político. En ausencia
de una impronta plural, resulta casi imposible escribir una
dogmática de los derechos. Recientemente, y cuando ya
me habían solicitado estas notas, tuve la ocasión de ver en
el estante de derecho constitucional iberoamericano de la
preciosa librería El Ateneo de Buenos Aires, reconocida por
la Unesco como una de las más importantes del mundo, su
texto “Qué son y cuáles son los derechos fundamentales”. Su
obra ya trasciende nuestra cultura constitucional colombiana.
Tulio Elí ha sido un celoso guardián de su vida privada.
He compartido durante años con él la oficina del cuarto
piso del bloque de Derecho y he advertido cómo cuida y
protege su mundo personal, íntimo y privado. Muestra ante
los extraños un carácter algo tímido y frente a sus alumnos
un derroche de cortesía, amabilidad, y veo cómo se entrega
totalmente a cada uno de ellos como si fuera el único que
requiriera su acompañamiento, no obstante las largas filas
que a veces se hacen en la puerta de nuestra oficina común.
Es un maestro de nuestra Alma Máter, no hay duda, y así
lo reconoció la universidad hace unos años al otorgarle la
distinción “excelencia docente”.
En nuestra región no hay foro, debate, simposio académico
sobre derecho constitucional en que no esté presente el
profesor Tulio. Es un personaje obligado en estas lides. Creo
que en nuestra facultad es ya maestro de otros maestros. Su
ausencia de las aulas, que inevitablemente llegará, se verá
colmada por sus propios alumnos que cuidadosamente se
ha encargado de formar. No es celoso sino de su privacidad,
no de lo que tiene y sabe; es un verdadero dilapidador
porque es pródigo con su saber. Creo que su tono apacible
se debe a que ha entendido que su partida de la universidad,
donde siempre ha estado, no será seriamente traumática,
ha construido su heredad. Ha enseñado a otros lo que él ha
sabido recibir, como él mismo lo ha dicho evocando a Steiner.
Como columnista de El Espectador acredita sus prolijas y
cuidadosas lecturas, así como su carácter de hombre plural:
se pasea en la historia, la música, la pedagogía, la política, las
artes, la literatura.
Para mí, en síntesis, estamos ante un hombre que acredita
con creces el pluralismo, tan urgente en estos tiempos.
Perfil: Bernardita Pérez Restrepo / Fotografía: Juan Fernando Chinchilla Martínez
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Jaime
Sierra García
La historia de Jaime Sierra García, hombre ilustrado y
destacado político antioqueño, está presente en sus libros y
en los recuerdos de sus familiares y amigos más cercanos.
Este lector voraz, maestro ejemplar, escritor consagrado y
amante de la música popular nació en Medellín el 6 de abril
de 1932 y murió en la misma ciudad el 26 de julio del 2004.
Creció en el barrio La América y fue el segundo en una
familia de diez hermanos. Cuando aprendió a leer, se dejó
seducir por los libros y, en muchas ocasiones, cambió los
juegos por largas jornadas de lectura. Estudió la primaria en
una escuela parroquial y siempre se distinguió por ser un
alumno dedicado y brillante. En el año 1944, ingresó al Liceo
Antioqueño, donde conoció maestros que influyeron en su
vida y en su carrera profesional. Después de su graduación,
empastó y conservó todos los textos que lo acompañaron en
su paso por este centro educativo.
Fue uno de los primeros estudiantes de la Facultad de
Derecho de la Universidad de Medellín, una institución que
nació el 1 de febrero de 1950 por iniciativa de un grupo de
profesores de la Universidad de Antioquia. En 1954, recibió
el título de abogado y una mención honorífica por su tesis
Latinoamérica: un ensayo sociológico, un libro que le dedicó
a Alfonso Lopera, uno de sus primeros maestros, y que fue
publicado en 1962.
Su vida política la ejerció en el Movimiento Revolucionario
Liberal (MRL), liderado por Alfonso López Michelsen.
Después de su graduación, ocupó varios cargos públicos. Fue
juez municipal de Sopetrán, Santa Bárbara y Santo Domingo;
concejal de Medellín, fiscal del Contencioso Administrativo,
diputado a la Asamblea de Antioquia y Representante
a la Cámara. En 1976, fue nombrado gobernador de
Antioquia, cargo que desempeñó durante dos años. En su
administración, impulsó el desarrollo de la industria regional
y diseñó programas sociales y educativos que beneficiaron
a las comunidades más vulnerables. Su hermano, Iván
Sierra García, lo recuerda como un político intachable y
un gobernante bondadoso: “Él se consideraba un hombre
público. Fue una persona honesta que siempre se preocupó
por el bienestar de su familia y de sus amigos”.
La academia y la docencia fueron otras de sus grandes
pasiones. Su nombre está vinculado a la historia de
reconocidas instituciones de educación superior de la ciudad.
Fue cofundador, presidente y profesor de la Universidad
Autónoma Latinoamericana; catedrático de la Universidad
de Antioquia y decano de la Facultad de Derecho de la
Universidad Cooperativa de Colombia.
También se destacó como historiador, folclorista y escritor.
Su respeto por las letras y su riqueza intelectual lo llevaron
a ser miembro y presidente de la Academia Antioqueña de
Historia. Sus investigaciones sobre las tradiciones culturales
de Antioquia quedaron plasmadas en su obra. Atraído por los
proverbios, las leyendas, los piropos y las exageraciones de los
paisas, escribió libros como El refrán antioqueño, Diccionario
folclórico antioqueño y Anecdotario antioqueño. Además,
dejó numerosas publicaciones que recogen su pensamiento
político y muestran su preocupación por las crisis económicas
y sociales de América Latina. Su hermano Iván fue testigo de
ese afán que sentía por ampliar sus conocimientos: “Jaime les
dedicaba mucho tiempo a sus investigaciones. Él se leía dos
o tres libros por semana. Su biblioteca personal, que hoy se
encuentra en la Universidad Cooperativa de Colombia, tiene
cerca de doce mil libros que guardó como un tesoro”.
Su existencia estuvo cargada de méritos y logros que se
transformaron en valiosos aportes a la historia, la política,
la economía y la cultura de Antioquia. Su espíritu libre, su
intelecto y sus ideas permanecen en la memoria de quienes
conocieron a este hombre bohemio que le entregó su vida a
la academia y les declaró su amor a los libros.
Perfil: Lina María Martínez Mejía / Fotografía: Archivo familiar
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
María Victoria
Fallon Morales
Cuando conocimos la obra Espíritus Libres, se cruzó un
pensamiento por nuestra mente: “… En este libro tiene
cabida María Victoria Fallon Morales”, abogada penalista,
defensora de los derechos humanos quien, a juicio nuestro
mío y de muchas personas que conocen su filosofía de vida,
merece ocupar una página en ese significativo homenaje.
Renuente a ataduras, ha levantado la voz para clamar
justicia cuando los derechos de un indefenso ser humano
son vulnerados, sin que medie en su denuncia ningún
interés político, religioso o económico. Cuando está en lo
suyo, poco le importa si tiene que cuestionar a quien tiene
la autoridad y el poder, como cuando cuestionó en foro
público al Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza,
por el intento de desconocer el Sistema Interamericano
de Derechos Humanos, o cuando denunció ante la Corte
Interamericana a Álvaro Uribe Vélez, siendo este Presidente
de la República, por el asesinato de Jesús María Valle.
Dejó la Ingeniería Química para dedicarse al Derecho y ahí
encontró el camino de su verdadera vocación social, primero
en el derecho penal y luego en el derecho internacional.
Gracias a su relevante perfil de humanista, a su decisión de
lucha por desenmascarar y pregonar la verdad y la justicia —
en su sentido más amplio—, María Victoria ha ennoblecido
la vida de quienes “no cuentan” en esta inequitativa sociedad,
en la que pareciera que la ley hubiese sido formulada “para
los de ruana”.
Activista del Comité de Derechos Humanos de Antioquia
desde el año 1986 —junto con los insignes mártires Héctor
Abad Gómez, Leonardo Betancur, Luis Fernando Vélez, Carlos
Gónima y Jesús María Valle Jaramillo—, tuvo el coraje de
levantar las banderas de sus compañeros martirizados por
causa de su compromiso con la denuncia de la corrupción
y la impunidad, que infortunadamente han caracterizado al
Estado colombiano.
En 1993, cuando en Colombia apenas se conocían los
tribunales internacionales de derechos humanos, lideró la
presentación ante la Comisión Interamericana del caso de la
masacre de los niños de Villatina, ejecutada por agentes de
la Policía en noviembre de 1992. Sin apoyos financieros, con
escasos recursos recaudados entre los propios activistas del
Comité, el caso se ganó. A las madres se les pidió perdón en
un acto en el Palacio de Nariño. En el Parque del Periodista
se levantó un monumento que mantiene viva la memoria
de los niños. Este fue el primer monumento que se hizo en
Colombia por mandato de la Comisión Interamericana, con
dinero del Estado.
Desde entonces, ha compartido sus experiencias por
medio de la docencia en varias universidades públicas y
privadas en Colombia, y ha sido conferencista invitada en
varias universidades internacionales.
En 1998, cuando asesinaron al Jesús María Valle a causa
de sus denuncias contra el paramilitarismo, recogió las
banderas y con un grupo de defensores presentaron ante
tribunales internacionales los casos de las masacres de La
Granja y El Aro. En el año 2006, la Corte Interamericana de
Derechos Humanos condenó al Estado de Colombia por las
masacres de Ituango. Para entonces, el Comité Permanente
había sido transformado en Grupo Interdisciplinario por los
Derechos Humanos.
En el 2008, ante la Corte Interamericana intervino para
señalar a los asesinos de su maestro Valle. Ganó la demanda
contra el Estado colombiano, declarándose impedida para
recibir dinero alguno que se derivara de la misma, por su ética
y por la significación que para ella encerró su militancia, con
el doctor Valle, en pro de la defensa de los derechos humanos.
Quienes la conocemos, sabemos de sus extenuantes
jornadas de trabajo —acompañada de Emilio, su labrador
chocolate— dedicadas a acompañar y representar en
estrados nacionales e internacionales, con seriedad y respeto,
tanto a líderes populares como a magistrados de la Corte
Suprema de Justicia, sindicalistas, fiscales y otros defensores.
Su espíritu mantiene vigente un bastión de humanista, que
hace de la defensa de los derechos humanos una postura
ética y un compromiso de vida.
Perfil: Patricia Fuenmayor Gómez - Beatriz Jaramillo de González / Fotografía: Diego González Torres
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Álvaro León
Cardona Saldarriaga
Álvaro Cardona se viste como un médico e intelectual
reconocido, saluda como un político experimentado. Extiende la
mano con soltura, recuerda nombres y hace una mueca amable
cuando se acerca a un conocido. No le gusta hablar de sí mismo,
parece ordenar las ideas con las manos y en la solapa del saco lleva
un prendedor con el escudo de la Universidad de Antioquia que
lo acompaña la mayoría del tiempo.
Le gusta el deporte, nadaba con frecuencia y ahora lo hace
ocasionalmente, practicaba béisbol, basquetbol, y aunque no es
hincha de ningún equipo, le gusta el fútbol, que jugaba cuando
era niño en las calles de Manrique Central, el barrio donde creció
en medio del ambiente de un vecindario para trabajadores que
en ese entonces sonaba a tango.
En realidad tiene tanto de académico como de político. Fue
concejal de San Rafael y luego de Medellín durante la época de
mayor persecución contra las organizaciones y los activistas de
izquierda. En 1988, tras las amenazas y la muerte de muchos de
sus compañeros, viajó a Bogotá y desde allí a Checoslovaquia.
Durante ese exilio dejó en Colombia a su primera esposa y a
su único hijo —se casó por segunda vez hace 18 años—, y
vivió desde la distancia los asesinatos de su padre y luego de su
hermana Diana, quien murió en 1990 mientras ejercía como
alcaldesa de Apartadó por la Unión Patriótica.
No regresó a Medellín hasta 1995 y en ese mismo año se
vinculó como profesor de la Facultad Nacional de Salud Pública,
de la que es decano desde el 2009. Su formación —primero
como médico, luego como magíster en Salud Pública (1990)
y posteriormente como doctor en Ciencias Socio sanitarias y
Humanidades Médicas en la Universidad Complutense— ha
estado marcada por una concepción social de la medicina, por
eso insiste en “el respeto por la dignidad humana, el compromiso
social, la responsabilidad y la transparencia”como principios éticos.
Durante los debates que suscitó el proyecto de reforma a la
ley de educación superior durante el 2011, participó como un
universitario más, con la corbata puesta, bajo la consigna de que
es deber del Estado garantizar la subsistencia económica de la
universidad pública. Su discurso, que expuso con firmeza ante
las directivas, entre los profesores y en las asambleas estudiantiles,
hizo que recordara las banderas de su compromiso en la defensa
de lo público y se convirtiera en uno de los referentes de la
movilización que se adelantaba en la universidad.
Su más reciente incursión en la dinámica de las entrevistas, los
corrillos de campaña y los debates fue durante su candidatura a
la rectoría de la universidad, aspiración a la que renunció, como lo
había anticipado, luego de no ganar en las consultas a profesores
y estudiantes.
Desde sus años en el Liceo Antioqueño (1969) y más tarde
en su paso por la Facultad de Medicina, de donde se graduó
en (1978), su vida se debate entre los vértigos de un dirigente
social y el interés académico que durante los últimos años logró
que la suya fuera reconocida como una de las voces autorizadas
para hablar sobre temas relacionados con el sistema de salud en
Colombia. Por eso, aunque evita señalar las debilidades de sus
contrapartes, ha sido un enérgico crítico del sistema de seguridad
social en Colombia y de la gestión de quienes lo han administrado.
La época de agitación social de los años 70, las muertes de
las figuras míticas de la Universidad y la protesta incentivada
por el papel de los estudiantes en lo que María Teresa Uribe
considera el paso de la lucha por la inclusión social a la lucha
por el cambio político marcaron el carácter y las posturas de
muchos universitarios de la época, quienes al igual que Álvaro
Cardona Saldarriaga se formaron en medio de las confrontaciones
ideológicas como herederos del sueño de ser realistas para hacer
posible lo imposible.
Perfil: Juan David Ortiz Franco / Fotografía: Archivo personal
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
José Reinaldo
Spitaletta Hoyos
Sonrisa amplia y palabra certera. Mano diestra en la
escritura y en el gesto. Cerebro bien puesto, de esos que
no necesitan cachucha. Y unas ganas inmensas de estar
vivo, que no esconde ni presta. Un hombre así (un uomo
così) se llama Reinando Spitaletta Hoyos, el primer apellido
por un pueblo al sur de Italia; el segundo, por algún lugar
en Rionegro que daba mujeres rubias de ojos claros, buenas
para leer en voz alta Las mil noches y una noches.
Spitalertta, como le decimos los amigos, es un hombre (el
diría que un man) de barrio obrero, de esos que no le temen
a la alegría ni a los sueños, y que militan en todo lo que sea
cambio, honestidad y mejoras de vida. Porque no se puede
estar vivo y bien, si los demás no lo están. Y es, como todo
barrio obrero, una voz de protesta. Y aclaro, Spitaletta es un
barrio, es un barrio en un hombre solo, en el que habitan
muchachas en bicicleta, jugadores de fútbol en la calle,
jugadores de billar y lectores de libros viejos, no por baratos
sino por lo difícil que es encontrar un libro decente.
A Reinaldo lo conocí en El Colombiano, cuando era
reportero y columnista reciente. Después lo conocí en la
amistad, en los relatos del gran Buenos Aires, en el tango
liberado y sin fosilizar. Y en estos andares, lo conocí en la
literatura, en la crítica severa, en las ganas de mamar gallo, en
los calores del trópico y en un lapicero que me trajo cuando
conoció Nueva York. Un lapicero del Museo de Arte moderno,
para que no se diga que se los compró a los chinos.
Y lo he seguido conociendo como maestro de
periodismo en la Facultad de Comunicación Social de la UPB,
en las columnas de El Espectador, en los libros recientes, en
su furor por el Medellín (alias el deportivo independiente), en
las semillas del semillero de periodismo y en ese documento
histórico-radial que se llama Medellín al derecho y al revés. Y
en la amistad que sigue, que no se tuerce, que el Spitaletta
es derecho como la forma de caminar que lo caracteriza, de
costeño de tierras frías.
Reinaldo es fácil de definir: Es de la de Antioquia, sabe de
fotografía, dicta seminarios sobre El Quijote y Los miserables,
preside el Centro de Historia de Bello, entiende de tango
moderno, sabe de Guillermo Buitrago, habla en inglés con el
hijo y estudia italiano para que el apellido no le salga gratuito.
Y es un respetuoso de lo que tiene sentido.
Con Reinaldo he compartido amigos de izquierda y de
derecha, hinchas de Nacional y de Medellín, viajes delirantes
y mucho conocimiento, que no esconde sino que comparte.
Y que usa para vivir y no para asustar bobos. Es un hombre
digno y fino, que no mira hacia atrás. Y ya nunca se va a morir
porque ha dejado muchas huellas, lo que lo hace existir sin
necesidad de espantar.
Y, ya se sabe, gente así nunca está en venta. Son por la
crianza, por las fabulaciones acumuladas, por el conocimiento
sazonado con pasión, por la curiosidad, por la alegría y el ir por
el mundo a lo que venga, asombrándose, maravillándose. De
Spitaletta, he sabido que estudió, además de periodismo e
historia, música. Y va en la buena música y saltando ruidos.
Descripción para una foto: de gafas, pelos que a veces
se le paran en la cabeza, camisa por fuera, zapato cómodo,
un bolso al hombro, una sonrisa en la cara. Y en la voz, si se
presenta, Reinaldo Spitaletta. Lo demás de él se puede buscar
en bibliotecas, archivos de periódico, grabaciones de radio
y televisión, conversaciones de amigos y, para entenderlo
mejor, en dos palabras: buen amigo. Y en otras dos: digno
de confiar.
Perfil: Memo Ánjel / Fotografía: Julián Roldán Alzate
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Haydeé del Socorro
Montoya Restrepo
Licenciada en Matemáticas y Física, apasionada por la
naturaleza. Filósofa y humanista por convicción. La disciplina
de las matemáticas y el análisis filosófico de los fenómenos
físicos la llevaron a escoger su carrera y a formarse como una
profesional “ni tan inmediata ni tan panfletaria”, como ella
lo dice, recordando que muchos de sus compañeros nunca
vieron futuro en una licenciatura, desertaron y terminaron en
ingeniería.
Fue crítica con la universidad. Inició estudios en Psicología
e Historia, poco convencida del contenido académico y
del análisis de la realidad que reclamaba la década de los
ochenta por parte de las ciencias sociales. Para ella, era un
momento coyuntural que exigía la reflexión para generar
movilización social.
Se graduó de la Facultad de Educación en 1989, casada y con
dos hijos. Alejandro Cárdenas Villa, su esposo, era un líder
político de la Unión Patriótica reconocido por su trabajo con
las comunidades vulnerables siendo alcalde del municipio
de Mutatá, pero las amenazas y la presión política de grupos
de extrema derecha en Urabá lo obligaron a radicarse en
Medellín, donde trabajó con la Corporación de Vivienda
y Desarrollo Social, Corvide. Su convicción no le permitió
alejarse de la política y fue asesinado por sicarios en una
reunión de trabajo al norte de la ciudad, en 1989.
Madura, sensible, aguerrida, lleva en su rostro la marca de
las dificultades y satisfacciones de una vida en la lucha por
la equidad social. Una lideresa convencida de que la mujer
es un actor social fundamental en los movimientos políticos.
Su vida universitaria transcurrió en grupos conformados
por esposas e hijas de los hombres que hacían parte de
la UP. Tomó banderas en los movimientos de mujeres que
se gestaron en la universidad y trabajó con académicas
como la maestra María Teresa Uribe en movimientos como
Nosotras las Mujeres y Mujeres de los Lunes, espacios para la
reivindicación de derechos, para la discusión sobre el rol de la
mujer en la sociedad, y semillas para programas como Vamos
Mujer y Mujeres que crean.
Sus dos hijos fueron una motivación para darle otro rumbo
a su vida después de la pérdida de su esposo, que menguó
su participación en los movimientos políticos y transformó
su vocación cuando se dedicó al trabajo comunitario en la
Empresa Antioqueña de Energía —Eade— hasta el 2005. Allí
asesoró comunidades rurales en el empleo de los recursos
naturales y el medio ambiente. “Mi trabajo ambiental en
Eade es paralelo al de construcción de memoria del conflicto;
aunque no parezca, están relacionados. Fundamentalmente,
las acciones de guerra, disparar o tirar una bomba hacen
parte del deterioro ambiental”. De esta manera, reconoce que
la formación integral en la Universidad de Antioquia, tanto
en lo académico como en el ejercicio de la ciudadanía, fue
la base para desarrollar el respeto por el medio ambiente y
transmitirlo a las comunidades.
Esta mujer idealista, como una de las principales
dolientes del genocidio sistemático de la Unión Patriótica,
continuó trabajando con familiares de otras víctimas de la
violencia. Desde el 2011 gestiona un grupo de teatro con
desplazados por la violencia en Urabá, en el que participan
familiares y amigos de los líderes asesinados de la UP para
trabajar procesos de elaboración de duelo y construcción de
memoria del conflicto. Ella lo describe como un exorcismo:
“Reflexionamos sobre qué nos pasó, por qué nos pasó y qué
queremos lograr. Es contar una historia dolorosa desde otra
perspectiva”.
Haydeé participa anualmente en el encuentro para la
conmemoración de los asesinatos de la Unión Patriótica que
realiza en Bogotá la Corporación Reiniciar cada 11 de octubre
con motivo de la muerte de Jaime Pardo Leal, el primer líder
de la UP que fue asesinado.
Perfil: Juan Esteban Vásquez Mejía / Fotografía: Natalia Botero Oliver
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William
Botero Ruiz
¿Vale la pena, William, vale la pena hasta morir por eso?
¿Valen la pena el cambio social, la universidad pública?
¿Vale la pena saber que tus compañeros de lucha, como
Leonardo Betancur, fueron asesinados impunemente?
¿Valen la pena el miedo, la persecución? “Vale la pena, claro.”
Y lo dices tan seguro, confiado. Lo dices así, pues ya
has pensado mucho en eso, y a estas alturas de la vida las
conclusiones son evidentes: vale la pena.
“Porque aunque muchas cosas no hayan cambiado y el
país en general siga siendo clasista, de apellidos, en el plano
personal a muchos nos sirvió por lo menos para conocer
que había otras cosas por qué vivir. Hasta entonces, siempre
nos habían dicho que valía la pena vivir para construir una
familia, para conseguir plata, para subir de estrato social.
Y no. El pensamiento de izquierda, el trabajo social nos
enseñaron que había otras cosas, por ejemplo, defender
una institución pública como la Universidad de Antioquia
para que continuara siendo pública. Vale la pena vivir por
eso. Y aún más: a veces hasta vale la pena morir por eso.”
Estás –estamos– en tu consultorio, en el piso trece
de un edificio en el centro. A través del ventanal se ven
montones de pájaros en el aire. Fumas y miras. Piensas bien
cada respuesta.
Hablas sin retórica, mas con conocimiento de causa.
Una causa que comenzó desde el Liceo Antioqueño, a
principios de los sesenta, pero que se hizo militancia y
acción cuando ingresaste a la Facultad de Medicina, en
1965. Eran los tiempos de la canción protesta, tiempos muy
agitados (¡cuándo no!). “Tiempos en los que al rector no le
daba nada decir que a Medicina no debían entrar negros
ni pobres, tiempos en los que todavía se podía ingresar a
la universidad por roscas políticas, tiempos de abuso del
poder.” Y si algo puede darte ira es eso: el abuso del poder.
Al lado de quien siempre has considerado uno de tus
maestros, Leonardo Betancur, hiciste parte de comités,
grupos de estudio, marchas, huelgas. Hiciste tuya la
universidad, pasabas la mayor parte del tiempo en ella,
y la defendías así: pública, autónoma, libre. Una lucha de
siempre y que ha dado victorias y derrotas: la sensación de
que ciertas cosas han cambiado, pero ciertas otras siguen
inamovibles.
Te vinculaste como profesor a la Facultad de Medicina
en 1977, luego de hacer el año rural en Tolima y de adelantar
una especialización en ginecología y obstetricia. Fuiste
coordinador del claustro de profesores de dicha facultad
durante muchos años, representante de los profesores
al Consejo Superior, representante de la Asociación de
Profesores y candidato a la rectoría. Hiciste parte del
grupo que denunció ante la Comisión Iberoamericana de
Derechos Humanos las desapariciones y persecuciones
en la universidad. Recibiste sufragios por ello, llamadas
anunciando tu muerte.
¿Miedo? Quizás. “Pero podía más la sensación de que no
estaba solo, de que aunque muriera, había otras personas
que seguirían defendiendo nuestras políticas, defendiendo
la universidad.”
Y qué hubiera sido sin ellas, sin gente como tú que
siempre ha visto a la Universidad de Antioquia como uno
de los estandartes de la defensa de lo público, que debe
existir como un ejemplo de libertad, de compromiso social.
Qué hubiera sido sin esos profesionales que, formados en
el Alma Máter, salieron a defender tantas causas justas.
Un Héctor Abad Gómez, un Jesús María Valle, un Leonado
Betancur. Tantos más.
Muchos de ellos, tus amigos. Amigos que murieron
asesinados. Un final que, por algo de suerte, no te tocó a ti.
Ahora estás jubilado. Sesenta y cuatro años. Sigues en
gremios como Asmedas, pero tu corazón, literalmente, ya
no aguanta ciertos trotes. Piensas en los amigos muertos.
Piensas en los años de lucha. Miras otra vez por la ventana y
vuelves a decir: “Vale la pena”.
Perfil: Juan Camilo Jaramillo Acevedo / Fotografía: Diego González Torres
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Carlos
Gaviria Díaz
Todos sabemos que la utopía platónica, en la que los
más sabios son gobernantes, es una afrenta a la realidad;
que el arte de la política siempre ha estado divorciado del
arte del saber, y, en fin, que entre saber y poder siempre ha
habido un ingrato y costoso divorcio o que sus encuentros
son laceros o esporádicos.
Pero algunos tuvimos la osada esperanza de que esa
utopía fuera posible en la persona del profesor Carlos Gaviria
Díaz cuando se presentó como candidato a la Presidencia
de la República, después de haber dejado un profundo
y ejemplar surco como maestro en la Universidad de
Antioquia, de su liderazgo jurisprudencial como Magistrado
de la paradigmática Corte Constitucional que se creó en la
Constitución de 1991 y después de su vitalidad intelectual
en la Senaduría. Como la impúdica realidad histórica
escamotea sin contemplación la pasión Atenea por el
poder del conocimiento, se desvaneció la oportunidad de
que un maestro de la Filosofía y de la teoría del Estado y del
Derecho fuera gobernante. Pero aprendimos en persona
del profesor Gaviria que la realidad es muy tozuda, que las
vidas paralelas de la sabiduría que produce el conocimiento
y de la argucia maliciosa que sustenta la política raramente
se tocan, como no sea para conveniencias especiales; y
nos hizo recordar también que la ilustración liberal en la
que él escanció vinos conceptuales, casi siempre termina
avasallada por la vorágine de la acción política.
Nos queda, sin embargo, la convicción de que existe
una dirigencia ética incuestionable cuando está sustentada
en la rectitud moral que reúne tres características: a) un
acendrado respeto por el Derecho abstracto e imparcial, b)
una teoría del Estado en la que la lucha por los derechos
de los más débiles no sólo es principio ético rector de la
política, sino también objetivo pragmático terminal y, c) la
voluntad política para tratar con gran determinación que
las dos características anteriores sean compatibles.
En varias ocasiones he afirmado que mi estirpe socialista
ha encontrado refinamiento en el magisterio del profesor
Gaviria por su estricto liberalismo. Y solo por una cosa. Nada
más importante para una teoría de la democracia sustancial
que reconocer los derechos individuales de tradición liberal
ortodoxa como principios incuestionables para contener la
casi natural tendencia de todo poder y de toda autoridad a
extralimitarse, pero no menos importante que reconocer
que los derechos sociales siguen siendo miserablemente
aplazados. Y que de esa disparidad debemos sacar como
conclusión que la democracia no ha sido democrática y que
ya debería ser principio ético político aquella máxima de
Aristóteles, magistralmente incorporada a la modernidad
por Bobbio, según la cual “la democracia no es sólo un
forma de gobierno, sino un clase de sociedad”.
Esta apretujada semblanza de los más recientes actos
públicos del profesor Gaviria me sirve solo para terminar
diciendo que, por su trayectoria intelectual y política y como
defensor de los derechos humanos, tengo la seguridad
de que, como es tan tozudo como la realidad que quiere
cambiar, persistirá en el intento.
Sin hacer genuflexiones o plegarias, reconozco hoy
en él a la misma persona moral e intelectual que conocí
cuando recién entraba al Instituto de Estudios Políticos de la
Universidad de Antioquia, de cuya creación fue responsable.
En esa época compartimos, además, gustos intelectuales
como los libros, la música, el humor y algunos otros más
prosaicos como el buen yantar y el buen beber porque
tanto él como yo somos gente de este mundo que, parados
en la realidad, no renunciaremos al ideal de la Ilustración:
buen gusto intelectual, buen gusto estético y buen gusto
ético político.
Perfil: Fabio Humberto Giraldo Jiménez / Fotografía: Julián Roldán Alzate
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Fidel
Cano Gutiérrez
Fidel Cano Gutiérrez (1854-1919) fue un eminente protagonista
del pensamiento moderno en lo que hoy es Colombia. Perteneció
a la generación siguiente a los próceres de la Independencia.
Cuatro años antes de su nacimiento, la hegemonía de los
regímenes conservadores había llegado a su fin tras siete años de
vigencia. Sin embargo, algunos de los dictámenes conservadores
siguieron tal y como los había establecido el modelo de Estado
clerical. Entre ellos, el patrón educativo según el cual la Iglesia y el
Estado eran inseparables. En consecuencia, la educación religiosa
era obligatoria en las escuelas y en las universidades, y se exigía
una disciplina férrea y represiva que, como estudiante, padeció
Fidel en el Colegio del Estado en 1870.
Desde veinte años atrás, 1850, se había impuesto el federalismo
liberal que se nutría del mundo anglosajón, y del espíritu abierto
y tolerante de la cultura francesa que proclamaba la libertad de
enseñanza y la separación de la Iglesia y el Estado. Esto situaba a
los intelectuales granadinos a tono con las corrientes modernas
de ese momento. La vida de Fidel transcurrió entre consolidar esas
conquistas y enfrentar los esfuerzos del regenerador Rafael Núñez
y los conservadores por restablecer el Estado clerical, objetivo
que estos últimos consiguieron con la Constitución de 1886.
De cara al triunfo del Regenerador, el movimiento estudiantil
de la Universidad de Antioquia levantó la consigna: “¡Abajo la
vergonzosa regresión al fanatismo y al oscurantismo clerical!”.
A pesar de la oposición, el Regenerador logró su propósito y la
reforma educativa de carácter regresivo se abrió camino.
Fidel Cano entendió que no había espacio para él en la
instrucción pública, actividad que siempre ejerció. Se decidió,
entonces, por un “destierro” temporal en Envigado y El Retiro,
a donde llegó a dirigir un colegio privado. Al constatar que el
Regenerador coartaba las libertades básicas, regresó a Medellín
y puso en marcha su imprenta. Así, fundó en 1887 el periódico El
Espectador, con el ideal de defender esas libertades esenciales y el
pensamiento liberal que abarcaba los derechos fundamentales,
la separación entre la Iglesia y el Estado, y las libertades de
imprenta, cultos y de expresión. En ese ejercicio, fue perseguido
y encarcelado durante un año, por publicar un discurso de Juan
de Dios El Indio Uribe, líder liberal, opositor del régimen. El resto
de su historia es un correlato de ese diario, al que convirtió en un
medio nacional.
En 1878, Fidel Cano impulsó, como vicerrector de la
Universidad de Antioquia, y aprobó, como diputado de la
Asamblea Legislativa, la ley orgánica de la Universidad del Estado,
llamada, en diferentes momentos, Colegio del Estado, Colegio
Central y Universidad Antioquia. Allí divulgó y compartió los
ideales modernos con colegas y compañeros como Rafael Uribe
Uribe, Manuel Uribe Ángel, Juan B. Posada, Manuel José Álvarez.
Todos ellos ofrecían clases allí y la Universidad otorgaba títulos
honoríficos de Jurisprudencia, Ciencias Políticas, Medicina y
Cirugía, y Artes y Oficios.
Por eso no es extraño que en los años cuarenta del siglo XX, el
movimiento estudiantil de la Universidad de Antioquia, liderado
por Gerardo Molina, exigiera, como acto de reconocimiento
y justicia histórica, colgar una imagen de Fidel Cano Gutiérrez
en el Paraninfo, aula máxima de la institución. Tal petición fue
aprobada por la asamblea estudiantil y luego por el Consejo
Directivo; sin embargo, este ente, temeroso de la reacción de
los sectores conservadores, incumplió el mandato, razón por la
cual los estudiantes entraron al recinto y levantaron el cuadro
del prócer hijo de la Universidad, quien fuera profesor, vicerrector
académico y rector en 1881. Por ese acto de justicia histórica, aún
hoy incumplido, aquellos líderes del siglo XX fueron expulsados
de su universidad.
Fidel Cano Gutiérrez fue un espíritu libre, un universitario e
intelectual ejemplar; su memoria y realizaciones aún reclaman el
más digno de los espacios en su Universidad de Antioquia, para
que allí se conozca y divulgue su ideario.
Perfil: Álvaro Cadavid Marulanda / Fotografía: Cortesía periódico El Espectador
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