Bloque 12. Alfonso XIII. La crisis de la Restauración DONEZAR

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Bloque 12.­ Alfonso XIII. La crisis de la Restauración DONEZAR DÍEZ, J. ; MARTÍNEZ LILLO, P.A.; NEILA HERNÁNDEZ, J. Luis; SANTA OLALLA SALUDES, P.M.; SOTO CARMONA, A. (2008) Historia de España. Siglos XIX‐XX. Madrid. Silex KINDER, H; HILGEMANN, W., HERGT, M. (2007) Akal. Atlas Histórico Mundial: De los orígenes a nuestros días. Akal. Madrid TUSELL, Javier (1990) Manual de Historia de España. Siglo XX. Historia 16. Madrid. 12.1 Regeneracionismo y revisionismo político. La crisis de 1909 y 1917. La guerra colonial de Marruecos. El desastre de Annual En 1902 subía al trono Alfonso XIII iniciando un reinado caracterizado por la inestabilidad de los gobiernos, que se sucedieron en número de treinta a lo largo del periodo (1902‐1931). Pueden distinguirse en el reinado cuatro etapas fundamentales, la primera (1902‐
1907) estuvo caracterizada por el respeto al turnismo establecido en la restauración. La segunda (1917‐1923) es conocida por la historiografía como “La crisis del Parlamentarismo” durante la cual la crisis económica y las convulsiones sociales complicaron extremadamente la escena política y dificultaron el orden establecido por la constitución de 1876. La situación de crisis llevó a Alfonso XIII a amparar el golpe de Estado del general Primo de Rivera, que constituye la tercera parte de este reinado (1923‐1930). Tras la caída del dictador el rey trató de volver al sistema de la Restauración pero la presión social y política lo impidió e hizo patente el rechazo al mismo en las elecciones municipales de abril de 1931 en las que nació la II República española. (1930‐31) En 1902 con el país aun afectado por la pérdida colonial de Cuba y Filipinas, el rey nombraba a Sagasta presidente de gobierno. La avanzada edad de Sagasta y la erosión de su figura tras la pérdida de las colonias que se había producido bajo su presidencia anterior, llevó a que apenas seis meses después el gobierno pasara a los conservadores. El partido conservador había perdido a su máxima figura, Canovas del Castillo, pero contaba con políticos de gran talla como Francisco Silvela o Raimundo Fernández Villaverde, por encima de todos ellos comenzaba a destacar Antonio Maura, quien acabaría liderando el partido hasta 1909. En 1905 los liberales vuelven al poder, pero hasta el año 1907 en el que los conservadores recobran el gobierno, se suceden seis gabinetes. La inestabilidad y el descontento social se hacen patentes en el atentado anarquista del 31 de mayo de 1906, cuando al paso del cortejo nupcial de los reyes Mateo Morral arroja una ramo de flores con un artefacto explosivo dentro que provoca veintitrés muertos. En el mismo año 1906 se celebra la Conferencia de Algeciras, en la que las potencias europeas resuelven la división de Marruecos en un doble protectorado, una provincia a cargo de Francia y la provincia del norte a cargo de España. El protectorado de Marruecos constituyó una ocasión esplendida para los militares de hacer carrera y las diferentes revueltas de la provincia servirían a toda una generación de militares para subir puestos en el escalafón por méritos de guerra. En 1907 vuelve a la presidencia el partido conservador y Antonio Maura se hace cargo del gobierno. Este fue el gobierno más largo de todo el periodo (cerca de treinta y tres meses) pero también fue el que se enfrentó a la crisis más grave, la Semana Trágica. Los sucesos de la Semana Trágica tienen su origen en la impopularidad de los reclutamientos que se hicieron para enviar tropas a Marruecos. El régimen de quintas suponía que fueran fundamentalmente las clases populares las que sostuvieran el esfuerzo militar. Un esfuerzo que además se hacía en unas condiciones penosas de equipamiento y preparación. El decreto del gobierno de julio de 1909 que ordenaba el envío de más tropas provocó un estallido de protestas que comenzaron en Barcelona, donde se realizaban buena parte de los embarques de soldados. En la organización de las protestas coincidieron los seguidores del político radical, Alejandro Lerroux, Solidaridad Catalana (que agrupaba a buena parte del movimiento nacionalista catalán), el PSOE y Solidaridad Obrera (agrupaba a más de un centenar de sindicatos de tendencia anarquista). La conjunción de fuerzas obreras planteó una huelga general que comenzó el 26 de julio,. El gobierno declaró el estado de guerra y a consecuencia de los enfrentamientos entre huelguistas y el ejército comenzó una insurrección general que se extendió a varias localidades de Cataluña. En el curso de la misma se asaltaron depósitos de armas, se incendiaron iglesias y conventos se multiplicaron los enfrentamientos armados en las calles que se prolongaron durante siete días. El ejército se impuso finalmente sobre los huelguistas y la insurrección fue sofocada dejando un centenar de muertos en las refriegas. Solidaridad Catalana y los lerrouxistas se apartaron del comité de huelga cuando este reclamó entre sus reivindicaciones, la instauración de una república, la defección de estos grupos debilitó el movimiento. Tras los sucesos de la Semana Trágica se inició una durísima represión que duró tres meses en los cuales cientos de personas fueron puesta bajo la jurisdicción militar, se dictaron sesenta cadenas perpetuas y se ordenó la ejecución de cinco personas, entre las cuales estaba el anarquista y director de la Escuela Moderna, Francisco Ferrer i Guardia. La ejecución de Ferrer i Guardia provocó un escándalo internacional, tanto por las irregularidades del proceso como por la importancia del condenado, quien con la Escuela Moderna había creado un modelo racionalista, laicista y de carácter libertario cuyo ejemplo había cundido en toda Europa. A consecuencia de estos hechos el rechazo al gobierno de Maura se intensificó y el rey no tuvo más remedio que destituir al presidente del gobierno, cuya figura política caería en desgracia a partir de entonces. La caída de Maura llevó al gobierno a los liberales, estos estaban dirigidos por un político con una gran experiencia ministerial, José Canalejas. La presidencia de Canalejas sería también de las más prolongadas aunque cuajada de cambio ministeriales. Canalejas inició algunas medias de carácter social que intentaron poner remedio a la inestabilidad social. La más significativa fue sin duda la conocida como Ley del Candado, cuyo objetivo era controlar el número de congregaciones religiosas establecidas en España. En 1911 suprimió el impopular impuesto de consumos. También reformó el servicio militar, origen del las revueltas barcelonesas de la Semana Trágica, y lo convirtió en obligatoria. También sacó adelante una serie de medidas sociales sobre la reglamentación de las jornadas de trabajo en las minas o la prohibición del trabajo nocturno para las mujeres. A pesar de ello las medidas no alcanzaron la trascendencia deseada y su gobierno sufrió los ataque de la izquierda sindical que se materializó en una serie de huelgas como la que en 1812 paralizaría el ferrocarril durante un mes entero. Canalejas logró resolver la situación militarizando al personal ferroviario. El 12 de noviembre Canalejas era asesinado en plena calle. El rey mantuvo a los liberales en el gobierno, sustituyendo al asesinado Canalejas por el conde de Romanones, uno de los más claros exponente de las oligarquías de la restauración y del sistema caciquil. Durante su corta presidencia se planteó el problema de las alianzas europeas en las vísperas de la I Guerra Mundial, Romanones fue partidario de la alianza con Francia fundada sobre los intereses compartidos en Marruecos. En 1913 el rey retiraba la confianza a Romanones y nombraba presidente del gobierno a Eduardo Dato, nuevo líder de os conservadores tras las caída en desgracia de Maura. Los conservadores estaban en ese momento divididos entre dos posturas, Maura y sus seguidores entendían prioritario desmontar la obra reformadora emprendida por los gobiernos liberales de Canalejas y Romanones. Para Dato y sus aliados lo más importante en ese momento era reforzar a la monarquía y por ende al propio régimen. Durante su mandato estalló la I guerra Mundial, conflicto en el cual el gobierno de Dato decidió permanecer neutral. En política interior Dato organizó la conocida como Mancomunidad de Cataluña. Una y otra decisión acabaron por provocar un intenso debate político que se intensificó con los gobiernos de Romanones (diciembre de 1915‐abril 1917) y de García prieto (abril 1917). Dato, de nuevo en el gobierno, decretó el cierre del Parlamento para poner fin a la crisis. El año 1917 marca el inicio del periodo conocido como “crisis del parlamentarismo” que se prolongaría hasta 1923. Durante ese tiempo se suceden trece gobierno que intentaron sin éxito poner freno a la conflictividad social y el enfrentamiento político. La ruina del sistema había dado alas a los diferentes movimientos que se oponían al régimen. El nacionalismo catalán constituyó en Barcelona una Asamblea de Parlamentarios bajo la dirección de la Lliga catalana presidida por Frances Cambó y donde se dieron cita todos los partidos que no tenían un lugar dentro del oficialismo turnista. El nacionalismo catalán acabaría por crear a través de la Comisión Extraparlamentaria y de la Mancomunidad, un proyecto de Estatuto para Cataluña en 1919. En 1910 se había fundado en Barcelona la CNT (Confederación Nacional de Trabajadores) surgida de Solidaridad Obrera. La CNT y la otra gran central sindical, la socialista UGT, llegaron a un pacto de colaboración mutua, que llevaría a la huelga general de 1916. El sindicalismo ampliaba su influencia en todo el país, rebasando los límites de las ciudad y llegando a organizar revueltas campesinas, especialmente virulentas en Andalucía donde el sindicalismo anarquista alcanzó una amplia representación. Los propietarios medianos del norte de Castilla, sin embargo, fueron más sensibles a la doctrina social de la Iglesia que al sindicalismo internacionalista y crearon un sindicato de inspiración católica, la Confederación Nacional Católico Agraria (CONCA). En medio de esta situación el ejército creo sus propias organizaciones representativas, organizándose en las conocida como Junta Militares, que fueron aceptadas por el gobierno de Dato, consciente de la necesidad de contar con el apoyo del ejército para mantener la situación. La Revolución Rusa contribuyó a agitar el panorama sindical y materializó las esperanzas revolucionarias de muchos de los líderes sindicales de la época. Dentro del ámbito socialista surgieron voces partidarias de unirse a la Tercera Internacional (la fundada por los comunistas soviéticos), de las cuales surgiría en 1920 el Partido Comunista de España. La ciudad de Barcelona era en estos comienzos de la década de los años veinte un polvorín en el que se enfrentaban los pistoleros de la patronal y de los sindicatos. Dato se vio obligado a recuperar la calma de la ciudad sometiéndola a una brutal represión a cargo del gobernador militar. La violencia de la represión acabó por romper los pocos puentes existentes entre la izquierda sindical y el gobierno. El 8 de marzo de 1921 el propio Dato era asesinado por un pistolero anarquista en las cercanías de la Puerta de Alcalá. Se suceden a partir de entonces una serie de “gobiernos de salvación” tan breves como poco efectivos. En Marruecos la situación se había tornado también muy compleja, pues bajo el caudillo rifeño Abd‐el‐Krim, la rebelión anticolonial había logrado hacerse fuerte. El general Silvestre trazó un plan para controlar la bahía de Alhucemas, en poder de las tropas de Abd‐el‐Krim e inició un avance de sus tropas que se verían sorprendidas en la localidad de Annual. La acción sorpresa de los rifeños provocó el pánico de las tropas españolas que cayeron masacradas sin capacidad para organizarse. Lo sucedido recuperó el adjetivo de “desastre” que había sido utilizado en la crisis de 1898, el conocido como “Desastre de Annual”, provocó una profunda crisis de gobierno y una crítica profunda a la organización del ejército. Para dilucidad responsabilidades se creó una comisión que concluiría en el llamado “Informe Picasso”, el cual lejos de resolver nada, complicó aun más la situación política y agitó a los propios militares. Las conclusiones del general Picasso, aludían no sólo a responsabilidades políticas sino también a graves responsabilidades militares, particularmente de los generales Berenguer y Navarro. El golpe de estado de Miguel Primo de Rivera paralizó la exigencia de unas y otras, dejando el sistema político de la Restauración en suspenso hasta 1930. 12.2.­ La dictadura de Primo de Rivera. De la monarquía alfonsina a la Segunda República La grave situación de deterioro político había convencido a buena parte de la opinión pública de la necesidad de un golpe de fuerza del ejército. El descrédito de la clase política permitió que el pronunciamiento de Miguel Primo de Rivera en Barcelona, aunque planeado desde meses antes en Madrid, no tuviera respuesta en contra, sino más bien, cierta aquiescencia de la opinión pública, y especialmente del Rey Alfonso XIII, quien por su posición, estaba llamado a garantizar el orden constitucional. Precisamente la actitud del rey ante el golpe de Primo de Rivera ha sido utilizado por la historiografía para explicar la propia caída de la monarquía en 1931, puesto que su actitud había deslegitimado el orden político de la Restauración. El manifiesto que el dictador hizo público el 14 de septiembre era más una declaración de intenciones que un programa político, una llamada a la regeneración, muy cercana al espíritu del 98 y una exaltación del la “masculinidad” que llevaría a Miguel de Unamuno a criticar el manifiesto como pornográfico. Unamuno, Pérez de Ayala y Azaña fueron los únicos intelectuales que se opusieron al dictador de manera clara. (Azaña explicaba el éxito del pronunciamiento porque “el país estaba presidido por la impotencia y la imbecilidad”). En el marco internacional, el golpe de estado de Primo de Rivera estaba en sintonía con la oleada autoritaria que afectaba a los países del entorno, como Italia o Portugal. La dictadura tuvo dos grandes etapas, caracterizadas por el origen de los miembros de sus gobiernos. La primera etapa (1923‐1925) es conocida como el Directorio Militar. La segunda (a partir de diciembre de 1925) se denomina Directorio civil. Durante el Directorio Militar, Primo de Rivera adoptó las medidas precisas para asegurar su régimen autoritario: se prohibieron los partidos políticos, se clausuró el Parlamento, se persiguió a los sindicatos y los movimientos obreros, se estableció una férrea censura de prensa, se disolvieron los ayuntamientos y también la Mancomunidad de Cataluña. Para apoyar su programa, creó un partido único, la Unión Patriótica, surgida de los círculos de catolicismo político que vieron en ella una oportunidad para desarrollar su programa regeneracionista. Sin embargo el partido no pasó jamás de la indefinición política en la que nació y se convirtió en mera organizador de las muestras de adhesión al régimen. En 1927 Primo de rivera decidió que la mayoría de los ayuntamientos y diputaciones fueran formadas por miembros de la UP, sin embargo su carácter de partido único, inspirado en el modelo fascista italiano, fue muy vago. Junto a la Unión Patriótica, Primo de Rivera extendió a todo el país el Somatén, una organización de origen catalán de apoyo al orden público. Una de las primera iniciativas que hubo de tomar el régimen fue la solución del problema planteado por el desastre de Annual. El dictador hizo de la campaña un escaparate de su recién estrenada política y preparó una operación en colaboración con el gobierno francés que llevó al desembarco en la bahía de Alhucemas en septiembre de 1925 de un poderoso ejército franco‐español que logró reducir a los rifeños de Abd‐el‐Krim. El éxito de Alhucemas contribuyó a la estabilidad del régimen que, llegado a este punto, consideró dejar a un lado la tutela militar y pasar a un Directorio Civil que se estrenaba el 3 de diciembre de 1925. La oposición al régimen no se resignaba a la vuelta al régimen parlamentario, y comenzó a organizarse en contra de la dictadura. El intento más importante de acabar con la dictadura se produjo en la noche de San Juan de 1926 (la Sanjuanada) en la que un grupo de conspiradores entre los que se contaban los generales Agulera y Weyler, que habían sido ministros con Alfonso XIII, el monárquico Romanones y algunos elementos republicanos, intentaron poner fin al régimen. El fracaso de este intento convenció a Primo de Rivera de seguir con sus propósitos de institucionalizar la dictadura. El siguiente paso fue poner en marca la llamada Asamblea Nacional Consultiva, en octubre de 1927, siguiendo una estructura corporativa que inspiraría décadas más tarde las Cortes Orgánicas de Franco. El éxito económico del régimen mantuvo la oposición al mismo en niveles muy bajos. Las protestas más intensas venían desde la intelectualidad y no es extraño por eso que fuera la universidad la que se levantara de manera más evidente contra el régimen, aprovechando la oposición a una reforma del Estatuto Universitario que permitía realizar exámenes oficiales a las universidades privadas, (la de los Agustinos de El Escorial y la de los Jesuitas de Comillas). La protesta provocó una huelga universitaria que llevó al gobierno a decretar el cierre de las universidades. La situación se enconó con las declaraciones de Primo de Rivera de desprecio hacia la universidad y los universitarios, así como por la sustitución de los rectores por comisionados del gobierno, lo que llevó a algunos importantes catedráticos como Ortega y Gasset, Sánchez Román o García Valdecasas a renunciar a sus cátedras. En 1929 la crisis económica mundial provocó un rápido deterioro de la economía, la balanza comercial española era deficitaria y la peseta se depreció. Los conflictos sociales se recrudecieron y se convocaron de nuevo numerosas huelgas. La situación política y el deterioro de la salud del Dictador le convencieron de buscar una salida a su régimen, en medio de las amenazas de conspiración militar que se preparaban. Primo de Rivera dimitía el 30 de enero de 1930, cosa inaudita en un régimen dictatorial, provocando la ira del Rey al que Primo de Rivera no informó en ningún momento de su decisión. El encargado de sustituir a Primo de rivera fue el general Dámaso Berenguer, quien había mantenido una moderada oposición a la dictadura y que iniciaba el periodo conocido en la historiografía como “la dictablanda”. El programa de Berenguer era volver a la constitucionalidad anterior a la dictadura, media que fue acogida favorablemente por la opinión pública. Sin embargo Berenguer se encontró con la frialdad de la antigua clase política liberal y con la incongruencia del sistema caciquil en el que aquella se había apoyado. Resultaba complicado volver el tiempo atrás, tal y como pretendió Berenguer, como si la dictadura hubiera sido un inocuo paréntesis. La oposición al régimen entre tanto había logrado estructurarse y dotarse de cierta organización, el 2 de agosto de 1930, se firmaba el Pacto de San Sebastián, donde toda la oposición republicana planteaba la posibilidad de sustituir la monarquía contando con algunos elementos militares. Serían estos elementos militares los que impacientes encabezarían dos sublevaciones la de Jaca y la de Cuatro Vientos, que fueron sofocadas y duramente reprimidas por el gobierno. La ejecución de los cabecillas del levantamiento de Jaca Fermín Galán y Ángel García, aumentó la impopularidad de la monarquía. Berenguer entendió que el mejor modo de legitimar la monarquía era a través de una elecciones. El proyecto de Berenguer de organizar una elecciones generales fue seguida por la amenaza de abstención de todas las fuerzas opositoras, lo que llevó al rey a prescindir de Berenguer nombrando para sustituirle al almirante Juan Bautista Aznar. El gobierno de Aznar fue un intento de concentración monárquica que permitiera salvar el régimen. Para ello se planteó de nuevo el tema de las elecciones, que a diferencia de lo mantenido por Berenguer serían en primer lugar las municipales, que quedaron convocadas para el 12 de abril. Las elecciones fueron entendidas por la opinión pública como un plebiscito en el que lograron la victoria las candidaturas republicanas o de izquierdas en la mayor parte de las capitales de provincia y en las grandes ciudades. Los resultados electorales sorprendieron al país, especialmente a los republicanos que no esperaban un éxito tan rotundo. Aznar, interrogado a propósito de la crisis política que pudiera desatarse contestó: “¿Qué más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta monárquico y se levanta republicano?”. El rey, consciente de la gravedad de los resultados decidió marcharse al exilio y evitar un enfrentamiento civil. El 14 de abril era proclamada la II República. 12.3.­ Evolución económica. La sociedad (1902­1931) La economía española sufría a comienzos del siglo XX un notable atraso respecto a la de sus vecinos europeos, desde luego, muy lejos de las potencias económicas del momento. La industrialización española era muy débil, estaba localizada en dos regiones, el País Vasco y Cataluña, y su desarrollo se limitaba a los sectores textil y siderúrgico. En 1907 se aprobó la Ley de fomento de la Industria Nacional a la que seguiría diez años después la Ley de Protección de la Industria Nacional, a pesar de las cuales, durante el reinado de Alfonso XIII la mayor parte de la población española estaba ocupada en la agricultura y la pesca (66%). En los años veinte el porcentaje había descendido a un 57% de población dedicada a la agricultura y el sector industrial ocupaba para entonces a un 18 % de la población. Los niveles de pobreza eran muy amplios y los niveles de renta eran en 1930 la mitad de los ingleses. Las bajas rentas provocaban que el efecto de la inflación en las economías populares fuera dramática y explica la intensa conflictividad social. También explica la importancia que durante estas primeras décadas tuvo la emigración a Latinoamérica, la emigración levantina al norte de África y en el interior la emigración hacia los núcleos industriales y urbanos, singularmente hacia el País Vasco y Cataluña, que elevaron notablemente la población de las grandes ciudades españoles. La extensión del movimiento sindical permitió canalizar las protestas de las clases obreras, aunque estas adoptaran en ocasiones un marcado carácter violento que acabó por someter al movimiento sindical a la presión de las fuerzas del orden. La expresión más clara de la violencia del enfrentamiento entre trabajadores y patrones fue el pistolerismo de la patronal y los sindicatos en la Barcelona de los años veinte. A pesar de la represión a la que fue sometido el movimiento obrero, durante el periodo aumentó su influencia social, especialmente del sindicalismo anarquista reunido en torno a la CNT. La participación sindical en la Semana Trágica en 1909 o la Huelga General de 1917 ejemplifican la capacidad organizativa que alcanzó el sindicalismo obrero en esta época. A parte del sindicalismo obrerista el sindicalismo católico, alrededor de organizaciones inspiradas en la doctrina social de la Iglesia, ganó influencia, especialmente en el campo castellano. El campo andaluz se inclinó por el sindicalismo anarquista y en las ciudades, anarquistas y socialistas repartieron su influencia. Para poner remedio a la llamada “cuestión social” el estado creó una serie de instituciones dirigidas a la mejora de las condiciones de vida de las clases trabajadores. Ejemplos de esta iniciativa fueron el Instituto de Reformas Socales (1903) o el Instituto Nacional de Previsión (1908) cuyo objeto era atender a los trabajadores en las situaciones de enfermedad o vejez. No sería sin embargo hasta 1918 cuando se aprobara una legislación que hiciera obligatorio el seguro de vejez y se reformara todo el sistema de seguros sociales (1917). En 1919, cuando ya se habían adoptado en otras naciones occidentales, se aprobó la jornada laboral de ocho horas. A pesar de la miseria y las condiciones de vida la población creció intensamente, llegando en 1930 a 24 millones. En este aumento tuvo una importante incidencia el aumento del gasto en Sanidad que redujo las tasas de mortalidad en un punto en apenas diez años. La dictadura de Primo de Rivera retomó la política sanitaria del gobierno largo de Maura y consiguió similares efectos. La dictadura de Primo de Rivera intentó mejorar la situación económica e industrial española para lo cual creó una serie de consejos consultivos y técnicos dedicados a estas materias, el Consejo Superior de Trabajo, el de Comercio e Industria o el Nacional de Economía. La estrategia económica de la dictadura estaba basada en las ideas del regeneracionismo de principios de siglo y en un nacionalismo autárquico que llevó a la adopción de medidas proteccionistas, especialmente con las industrias en vías de desarrollo. También se acudió al establecimiento de monopolios, los dos más principales fueron el de las Telecomunicaciones, entregado a la ITT norteamericana y en 1927 el de Petróleos (Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos Sociedad Anónima) CAMPSA. Otra estrategia fue la obra pública, en la que destacó el impulso dado a la construcción de escuelas, política que procuró poner remedio al retraso educativo que suponía en España el mantenimiento de unas tasas de alfabetización del 53 %. La inversión lograría elevar esa tasa en diez años al 70% de la población. Se construyeron cerca de 3000 kms de carreteras y se creó el circuito Nacional de Firmes Especiales, que se encargó de administrar otros 7000 kms de carreteras asfaltadas. Otra importante iniciativa fue la creación, bajo la dirección del ingeniero aragonés Lorenzo Pardo, de las Confederaciones Hidrográficas, destinas a aprovechar íntegramente las posibilidades de riego y energéticas de las cuencas fluviales españolas. Precisamente durante la dictadura se crearon 70.000 hectáreas de riego y se mejorar otras tantas. La actividad industrial creció durante la dictadura de manera importante, con incrementos notables en la producción de hulla, cemento, electricidad, industrias químicas y siderúrgicas. La actividad industrial animó la actividad financiera que quintuplicó sus operaciones. Las emisiones de deuda sirvieron para financiar el esfuerzo, tanto deuda privada como pública. Las emisiones de deuda pública fueron una herramienta esencial del esfuerzo inversor del estado, una vez que el ministro de Hacienda, Calvo Sotelo, fracasó en el intento de reforzar los impuestos sobre la renta. Si en los primeros veinte años del siglo la situación social se había tratado de resolver mediante las instituciones de reforma social y de la previsión, durante la dictadura la obra social de Primo de rivera pretendió apoyarse en una organización corporativa de la sociedad que integrara las demandas del movimiento obrero. Su idea es que los diferentes grupos sociales no se enfrentaran entre sí sino que colaborasen en una proyecto común que era el del propio país. Esa política estaba inspirada en las medidas tomadas por Mussolini en Italia. En el pensamiento social de la dictadura tenía un peso importante la doctrina social de la Iglesia, que convertía al estado en tutor de estas organizaciones.. La organización corporativa tenía su base en el comité paritario, sobre él las comisiones mixtas provinciales y un tercer peldaño eran los consejos de corporación que eran el órgano superior de cada corporación. En todos ellos la representación de patronos y trabajadores eran iguales, siendo presididas por un representante de la administración. El resultado de estas medidas fue un éxito que se vio reflejado en el descenso espectacular de conflictos laborales y huelgas. 
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