Diseño Institucional y Virtud Cívica Treball de Recerca de Doctorat Autor: Jordi Tena Sánchez Director: José Antonio Noguera Ferrer Universitat Autònoma de Barcelona Departament de Sociología Juliol de 2007 Introducción 4 Bloque I: Diseño institucional y virtud cívica 6 I- Conceptos básicos 6 I.1- La virtud cívica 6 Normas sociales establecidas 6 La conducta motivada por normas 8 ¿Motivaciones o disposiciones? 9 ¿Motivaciones o conductas? 10 Virtud cívica y confianza social 11 Virtud, altruismo y egoísmo 12 Los peligros del altruismo 15 I.2- Instituciones y diseño institucional 17 II- La justificación normativa de la virtud cívica 18 II.1- El pluralismo razonable de las sociedades libres 18 II.2- La neutralidad del Estado frente a las concepciones razonables del bien 20 II.3- El privilegio de la justicia social 21 II.4- El papel de la virtud cívica y de las ideas del bien en una sociedad libre 22 Las ideas del bien 22 Las virtudes cívicas 25 II.5- La estructura básica como primer objeto de la justicia 27 III- Sobre la relevancia política y sociológica de la virtud cívica 30 III.1- Algunos bienes sociales derivados de la virtud 30 III.2- La virtud como un bien no superfluo 31 III.3- Virtud y eficiencia 33 IV- Motivación humana y dinámicas evolucionarias del diseño institucional 35 IV.1- La reciprocidad fuerte 35 a- El principio de realismo como base de la ciencia 35 b- El pluralismo motivacional en la especie humana 38 c- La reciprocidad débil y las reciprocidad fuerte 40 La reciprocidad débil y sus limitaciones 40 La reciprocidad fuerte 41 IV.2- Dinámicas evolucionarias del cambio institucional 45 V- Estrategias de diseño institucional 47 V.1- Seguir y cumplir normas 47 a- La irreductibilidad de las normas a racionalidad instrumental 47 b- El cumplimiento de normas sociales 49 V.2- Las normas sociales y las emociones 50 a- La irreductibilidad de las emociones a racionalidad instrumental 50 b- Una caracterización de las emociones asociadas a las normas sociales 51 c- El dilema de la aplicación de las normas sociales 53 1 V.3- La estima y las normas sociales 56 a- Una caracterización de la estima 56 b- La estima y la falacia de los subproductos 59 V.4- Creación, cambio y desaparición de normas sociales 61 a- Condiciones para la emergencia de normas sociales a partir de patrones de 61 aprobación y desaprobación basados en la estima b- Procesos de emergencia de normas sociales 65 c- Procesos de cambio y desaparición de normas sociales 67 V.5- Regulación contraproducente 68 V.6- La mano intangible 71 V.7- Estrategias centradas en la desviación y estrategias centradas en el 75 cumplimiento a- Estrategias centradas en la desviación 76 Efectos contraproducentes de las estrategias centradas en la desviación 77 b- La estrategia centrada en el cumplimiento 83 Primer principio: filtros antes que sanciones 83 Segundo principio: sanciones deliberativamente alentadoras 85 El gran cañonazo 86 Una estrategia que economiza virtud 88 V.8- La creación de virtud 90 a- La deliberación interna 91 b- La deliberación colectiva 92 c- El tributo que el vicio rinde a la virtud 94 Recapitulación de la primera parte 100 Bloque II: Renta Básica e incentivos hacia el trabajo 102 I- Conceptos básicos 102 I.1- El trabajo 102 I.2- Los incentivos hacia el trabajo 103 I.3- La Renta Básica 103 II- Renta Básica y civilidad 105 II.1- Renta Básica y actitudes cívicas 105 Renta Básica, racismo y xenofobia 106 Renta Básica, estigmatización y cohesión social 107 II.2- Renta Básica y virtudes cívicas más exigentes que las actitudes cívicas 109 a- Renta Básica y preocupaciones verdes 109 b- Renta Básica, participación ciudadana y deliberación 110 III- Renta Básica y trabajo voluntario 116 IV- Renta Básica, trabajo doméstico-familiar y preocupaciones feministas 118 V- Renta Básica y trabajo remunerado 122 V.1- Renta Básica y disposición a realizar trabajo remunerado 122 2 V.2- Renta Básica, fraude y trampas de la pobreza y del paro 127 a- La crisis del modelo de bienestar de posguerra 127 b- La construcción de un Estado de Bienestar pasivo 127 c- El workfare 130 d- La Renta Básica como instrumento de activación de la fuerza de trabajo 133 V.3- Renta Básica y motivación para hacer bien el trabajo 138 V.4- Renta básica y poder de negociación de los trabajadores 140 a- Las posturas críticas 140 b- Renta Básica y poder de negociación 144 c- Algunas cuestiones adicionales 145 Recapitulación de la segunda parte 148 Observaciones finales 150 Bibliografía 152 3 INTRODUCCIÓN La virtud cívica, la motivación para actuar de forma públicamente orientada, constituye, a mi juicio, un tema del máximo interés no sólo académico sino también político. En primer lugar, el pedigrí académico de la cuestión resulta indudable: el origen del debate se encuentra ya en la Grecia clásica, cuna de nuestra civilización, y se extiende hasta nuestros días con las discusiones en torno al capital social o la confianza. Por otra parte, mientras redacto este trabajo, está teniendo lugar en España un agrio debate político y mediático en torno a la nueva asignatura de educación para la ciudadanía que el gobierno pretende incluir en el currículo escolar. En estas páginas planteo la cuestión de la creación y mantenimiento de la virtud cívica esencialmente como un problema de diseño institucional. A desarrollar esta idea dedico la primera parte del presente trabajo. En el primer capítulo defino los conceptos básicos que aparecerán en la misma, a saber, virtud cívica y diseño institucional. En el segundo capítulo presento una justificación normativa de la virtud cívica. Tal vez haya quien pretenda articular una crítica global al objeto de este trabajo argumentando que no resulta lícito explorar estrategias de diseño institucional con la finalidad de influir sobre la motivación de los ciudadanos dado que estos deben ser libres de escoger el estilo de vida que deseen sin interferencias estatales. No puedo más que estar de acuerdo con la idea de fondo subyacente a esta crítica y, por eso, la defensa de la promoción de la virtud cívica que aquí se expone es estrictamente liberal y se limita a una defensa de la promoción de aquellas virtudes que resulten necesarias para el bien común y, siempre, bajo la restricción impuesta por la prioridad de lo correcto sobre lo bueno. El tercer capítulo de esta primera parte versa sobre la importancia de la virtud cívica para el buen funcionamiento de nuestras sociedades. Este es un tema periférico para este trabajo ya que yo aquí me intereso por la forma de crear virtud o de reproducirla si ya existe, no por cuales son sus efectos. No obstante, este segundo problema no puede ser obviado, pues en él radica la importancia política de la cuestión. Un crítico de la virtud cívica podría sostener, à la Kant, que cuál sea la motivación de los agentes carece de importancia ya que es la ley y no la virtud la que debe garantizar el buen funcionamiento de nuestras sociedades. Dedicaré el tercer capítulo a responder esa posible crítica, aunque otros argumentos en el mismo sentido irán siendo ofrecidos a lo largo de toda la primera parte del trabajo. Trataré de mostrar que, siendo la ley –obvio es decirlo- un elemento crucial para el orden social, ninguna ley por sí sola podría servir para gobernar un pueblo poblado por demonios. El cuarto capítulo abordará la cuestión del pluralismo motivacional de la especie humana. Allí sostendré que los seres humanos pueden albergar, y albergan de hecho, una amplia gama de motivaciones distintas que van desde el altruismo hasta el egoísmo. La motivación más importante en los humanos, no obstante, es la que denominaré strong reciprocity, a saber, la motivación de cumplir con las normas de cooperación y de sancionar a quienes no lo hacen. Este capítulo es importante porque ofrece supuestos básicos sobre las motivaciones humanas y sobre el modo en que el contexto institucional se interrelaciona con las mismas, que serán claves en el resto del trabajo. El quinto y último capítulo de la primera parte es, de hecho, el capítulo central de este bloque. En él se presentan los dos tipos básicos de estrategias institucionales. Allí planteo una distinción entre dos estrategias de diseño institucional: en primer lugar, la centrada en la desviación, que, partiendo de supuestos erróneos sobre la motivación humana, es concebida para lidiar con 4 villanos, de modo que se fundamenta en fuertes incentivos y sanciones. Este tipo de estrategia genera todo tipo de efectos contraproducentes y dilapida la virtud de la sociedad. En contraposición a esta forma de diseño podemos situar la estrategia centrada en el cumplimiento. En esta segunda estrategia se parte de la base de que debemos dirigirnos en primer lugar al común de los ciudadanos que estará razonablemente dispuesto a cooperar. En la segunda parte del trabajo se propone un objeto de estudio concreto sobre el que aplicar el esquema anterior. En esta parte me centro en la propuesta de Renta Básica de ciudadanía en su dimensión de incentivo hacia el trabajo en contraposición con los sistemas de bienestar condicional (tanto en la forma de prestaciones contributivas –condicionadas a haber cotizado- como en la de asistencia social que caracteriza, por ejemplo, las rentas mínimas –condicionada a carecer de recursos y a la realizar (o mostrarse dispuesto a realizar) algún tipo de contraprestación laboral o formativa-). Se efectúa una lectura de la Renta Básica como estrategia centrada en el cumplimiento, que trata a los ciudadanos como cumplidores y que confía en su virtud, frente a muchas de las medidas del bienestar condicional que se centran en la desviación y tratan a los beneficiarios como potenciales villanos. Un ejemplo paradigmático de esto último vendría dado por los sellados intensivos a los que en ocasiones se somete a los perceptores del subsidio de desempleo. La propuesta de Renta Básica se ha ido abriendo paso a lo largo de los últimos años en el debate sobre la reforma de los Estados de Bienestar. Tanto la sólida fundamentación de aquélla como el relativo fracaso de éstos a la hora de enfrentar los nuevos retos que amenazan al sistema de bienestar europeo han contribuido sin duda a dicho avance. En estas páginas yo examino la Renta Básica en la que quizá constituya su faceta más contraintuitiva, en la de incentivo hacia el trabajo. Adopto aquí un concepto amplio de trabajo que además del que se lleva a cabo de forma remunerada incluye también el que se desarrolla en las esferas voluntaria y el doméstica y trato de evaluar el impacto que podría tener la implementación de una Renta Básica sobre cada una de estas esferas. Argumento que cabría esperar efectos positivos así como una extensión de la virtud cívica en cada una de ellas. Barcelona, julio de 2007. 5 BLOQUE I: DISEÑO INSTITUCIONAL Y VIRTUD CÍVICA I- CONCEPTOS BÁSICOS I.1- La virtud cívica Normas sociales establecidas Entenderé virtud cívica como aquella conducta motivada por normas sociales establecidas públicamente orientadas (Pettit 1999). Esta definición resulta muy plausible a nivel intuitivo, casa perfectamente con muchas de nuestras intuiciones morales más fuertes en esta materia. Inmediatamente nos vienen a la cabeza ejemplos de actividades ciudadanas de todo tipo que no dudaríamos en calificar de virtuosas y que así pueden ser designadas a partir de esta definición. Ciudadanos que dedican una parte de su tiempo a actividades en beneficio de la comunidad, que forman parte de organizaciones reivindicativas que trabajan por los derechos de tal o cual grupo desfavorecido, que albergan valores tolerantes y de respeto hacia sus conciudadanos o que, simplemente, utilizan los contenedores de reciclaje o compran, en la medida de sus posibilidades, productos que no dañan el medio ambiente, se encuentran generalmente motivados por normas sociales públicamente orientadas y no dudaríamos en calificar su conducta como virtuosa. Sin embargo, esta caracterización, aunque correcta, es aún demasiado vaga. La falta de precisión en la definición de los conceptos es, a mi modo de ver, un grave problema en muchas corrientes de las ciencias sociales y, a la inversa, el afán de precisión y de claridad conceptual constituye una importante virtud de la teoría social analítica (Hedström 2005; Noguera 2006). El concepto de virtud, pese a su enorme recurrencia a lo largo de la historia de las ciencias sociales y de la filosofía, no constituye una excepción al problema de la imprecisión. En cuanto intentamos profundizar mínimamente en las implicaciones de la anterior definición, empiezan a surgir las dudas. ¿Qué es lo virtuoso, las disposiciones o las motivaciones de las acciones concretas? ¿Cual es la relación entre virtud y altruismo? ¿Tiene siempre la virtud un carácter deontológico o admite la racionalidad instrumental? La lista de dudas podría ser inmensa. No obstante, en este capítulo trataré de caracterizar, de forma algo más precisa, como entenderé el concepto. Algunas de las normas requeridas por la virtud serán de alcance social global (Pettit 1999), a saber, normas que afectan al comportamiento cotidiano de cualquier individuo en sociedad. Una norma en este sentido sería, por ejemplo, la que sostiene que no se debe arrojar basura en los espacios públicos. Otras normas pueden ser específicas para individuos que ocupan determinados cargos o que pertenecen a determinados grupos (Pettit 1999). Las normas referentes a la forma en que debe desempeñarse un cargo público serían un ejemplo del primer tipo. Normas y leyes se pueden relacionar de formas diversas (Pettit 1999). Puede que la norma prescriba el mismo tipo de conducta que la ley, puede haber normas que prescriban conductas que contribuyen a la observancia forzosa de la ley o, tal vez, por ejemplo, la norma prescriba un comportamiento encaminado a conseguir que la ley aborde tal o cual problemática social olvidada. 6 Cuando una sociedad goza de un alto grado de difusión de la virtud cívica, este tipo de normas se encuentran socialmente establecidas. Existen cuatro tipos de requisitos que debe cumplir una norma (de virtud o de cualquier otro tipo) para que pueda decirse en propiedad que está establecida (Pettit 1999). En primer lugar, para que una norma esté establecida es necesario que todas las partes relevantes (o una amplia mayoría) se atengan a las regularidades exigidas por la misma. En el caso de las normas de alcance social global, todos los ciudadanos (o, la mayoría de ellos en la mayoría de situaciones) deberán comportarse tal y como dicta la norma. Si esta primera condición no se cumple la norma no está establecida, quizá fuera deseable (o no) que lo estuviera, pero no lo está. Tal vez fuese deseable (o no) que existiese una norma que prescribiese, por ejemplo, que cuando hay un incendio, todos los ciudadanos deben acudir inmediatamente al bosque para ayudar en las tareas de extinción en la medida de sus posibilidades pero, es evidente que no existe tal norma y que la regularidad por ella exigida no se da. Por otro lado, esta condición es necesaria pero no suficiente. Si fuese condición suficiente, nos veríamos obligados a aceptar ideas contraintuitivas como la de que las regularidades fisiológicas constituyen normas sociales. En segundo lugar, cuando una norma está establecida, las partes relevantes (nuevamente, la amplia mayoría de los ciudadanos en el caso de las normas de alcance social global) aprueban la presencia de la conducta prescrita o desaprueban su ausencia. La mayoría de los ciudadanos desaprobarían que alguien se montase fumando en un autobús violando de este modo la norma establecida de que no se debe fumar dentro de los autobuses (norma que en este caso, por cierto, prohíbe la misma conducta que la ley) mientras que nadie desaprobaría que su vecino tuviese una característica genética que hace que no necesite dormir (en todo caso, sería percibido como un rasgo más o menos extraño, variopinto o, tal vez incluso, interesante.) De este modo, en una comunidad cívica los ciudadanos aprueban las conductas virtuosas y desaprueban su ausencia o las conductas incívicas. Pero nótese que en una comunidad corrupta los ciudadanos podrían aprobar comportamientos incívicos, como eludir el pago de impuestos o colarse en el metro, por ejemplo, y tales comportamientos podrían muy bien responder a normas sociales establecidas. Promover la virtud será por tanto, en este sentido, promover un determinado tipo de normas sociales, normas públicamente orientadas. Una tercera condición que deben cumplir las normas sociales establecidas la constituye el hecho de que la aprobación de la norma debe contribuir a afianzarla. No voy a entrar aquí más de lo necesario en el intenso debate acerca de las normas sociales, simplemente quisiera limitarme a destacar que esta tercera característica es muy importante para asegurar la observancia de las normas. Hemos visto que los individuos no sólo tienen que aprobar la observancia de la norma sino que paralelamente tienen que desaprobar su incumplimiento. En consecuencia, es de suponer que aunque dichos individuos actuarán normalmente motivados para seguir las normas (de forma deontológica o incuestionada), pero en caso de que en un momento dado no lo estén, es de esperar que cumplan con la norma debido a la amenaza de sanciones que puede 7 acarrear su incumplimiento (motivados por el autointerés) 1 . Lógicamente esas sanciones no cobran la forma de sanciones legales, o no necesariamente, sino que se basan en el rechazo social que genera el incumplimiento de la norma. Esta tercera característica nos permite también distinguir los comportamientos prescritos por normas de aquellos que, sin estarlo, resultan socialmente admirados. Que un ciudadano entre en una casa en llamas y, con grave riesgo para su propia vida, rescate a una niña indefensa, muy probablemente despertará la admiración de la ciudadanía, la conducta será aprobada pero, dicha conducta no se encuentra prescrita por una norma social establecida, nadie habría sancionado al ciudadano si no hubiese tenido el valor o la destreza suficientes para actuar de ese modo y el tampoco se habría visto sometido a la vergüenza ni a la culpa racional. La cuarta condición que, según Pettit, debe cumplir una norma para que pueda decirse de ella que está establecida es la condición de que el cumplimiento de las tres condiciones anteriores debe ser de conocimiento común (debe serlo, al menos, para los miembros del grupo relevante.) Decir que la virtud tiene que ver con seguir normas no implica de ningún modo, huelga decirlo, apartarse lo más mínimo de la senda del individualismo metodológico. Las normas sociales han sido un tema históricamente muy recurrente en las distintas tradiciones holistas metodológicas en ciencias sociales y podría parecer que pretendo adoptar aquí un enfoque de ese tipo pero, nada más lejos de la realidad. Entenderé las normas sociales exactamente igual que a la racionalidad, en tanto que fuentes de motivación para los individuos (Elster 1990, 1991, 1997). La conducta motivada por normas Otro problema relacionado con el hecho de entender la virtud como la conducta guiada por normas sociales tiene que ver con qué significa estar motivado por una norma. Es este un debate de enorme enjundia que escapa en mucho al cometido que aquí me planteo y en el que, por tanto, voy a entrar en la mínima medida posible. Hay algo de contraintuitivo en el hecho de considerar a la virtud como conducta motivada u orientada por normas sociales según como entendamos a éstas. En muchas ocasiones seguimos las normas porque sí, de forma más o menos incuestionada y no reflexionamos sobre ellas, no evaluamos su corrección 2 . Sin embargo, no es esta la idea intuitiva que albergamos acerca de lo que constituye una conducta virtuosa. No parece demasiado plausible sostener que el ciudadano genuinamente virtuoso es aquel que hace lo correcto de forma rutinaria, simplemente porque nunca se ha planteado hacer otra cosa y porque todo el mundo en su comunidad hace lo mismo. Seríamos reacios a concebir a nuestro ciudadano modelo como aquel que, por ejemplo, participa en la asociación de vecinos de su barrio del mismo modo que no sale desnudo a la calle en verano por mucho calor que haga. No se trata de que el comportamiento virtuoso no pueda estar más o menos rutinizado o resulte más o menos incuestionado. Sin duda que puede calificarse como virtuosa a una persona que no haya 1 Utilizo aquí los conceptos de seguimiento y cumplimiento inspirándome en la distinción wittgensteiniana entre seguir y cumplir una regla (García-Carpintero 1996). Mi tratamiento de la cuestión no es, pese a todo, asimilable al del autor. 2 En todo caso, puede haber trasvases con la racionalidad y podemos violar una norma si tenemos fuertes incentivos para hacerlo pero no es esto a lo que me refiero. 8 llegado jamás ni tan sólo a plantearse el asesinar a sus padres para cobrar una herencia y que, en caso de que alguien se lo plantease, lo encontrase moralmente horroroso sin más. No obstante, intuitivamente parece plausible exigir algo más de la virtud. También podríamos considerar virtuoso, o incluso –genuinamente virtuoso-, aquel comportamiento motivado por algo similar a buenas razones normativas (Boudon 2003), razones (Elster 2002; Searle 2000) o la fuerza del mejor argumento (Habermas 2001). No dudaríamos, por ejemplo, en calificar como virtuoso a un ciudadano que, actuando motivado por un principio de justicia rawlsiano, llegue a violar algunas normas sociales injustas pero establecidas, ganándose de este modo la reprobación general. Esto es lo que le ocurre al príncipe D. Nejliúdov del relato de Tolstói, basado en una experiencia autobiográfica del autor (Tolstói 2006). El príncipe (Tolstói) se encuentra pasando unos días en un lujoso hotel de Lucerna cuando tiene la oportunidad de conocer a un viejo vagabundo que se gana la vida interpretando bellas canciones centroeuropeas por las calles. El príncipe comprueba consternado que, después de un maravilloso recital, tan sólo él le da unas monedas al músico mientras que los ricos clientes del hotel, y hasta los miembros del servicio, se burlan cruelmente del hombre. Contrariado, decide invitar al músico a cenar, beber y charlar con él en el restaurante del hotel y es entonces cuando todos los presentes empiezan a reprobar la actitud del príncipe burlándose también de él y mostrándole abiertamente su rechazo, a saber, aplicándole algunas de las típicas sanciones de ostracismo previstas para aquellos que violan una norma social. El problema radica en cómo se concibe la noción de norma social. Yo subsumo aquí el actuar motivado por una razón moral como un caso del actuar motivado por una norma públicamente orientada. En una referencia a las normas sociales que vienen en apoyo de las leyes, Pettit sostiene que "las razones de que la mayoría de la gente obedezca la ley en comunidades ajustadas a derecho derivan no tanto del miedo a las sanciones jurídicas, cuanto de una percepción de que las leyes son justas o equitativas. Más específicamente, o al menos eso tienden a mostrar los estudios, las razones para la obediencia de la mayoría de la gente derivan de que la percepción de que las leyes son procedimentalmente equitativas, hechas y aplicadas sobre bases informadas y de principio, y descargadas de influencias indebidas procedentes de perspectivas banderizas. La gente no sopesa las sanciones legales para dejarse disuadir por ellas. Las ven como leyes legítimas, lo que les lleva, al menos dentro de ciertos límites, a una observancia incuestionada" (Pettit, 1999, p. 320). Esta concepción de las normas se ajusta mucho más a nuestras intuiciones sobre lo que puede significar la virtud y combina el actuar motivado por razones morales con la obediencia incuestionada. ¿Motivaciones o disposiciones? Otro debate recurrente acerca de la virtud se refiere al hecho de si lo que constituye a ésta son las disposiciones motivacionales y los rasgos estables del carácter o las motivaciones concretas que encontramos tras una acción virtuosa específica. Siguiendo a T. Hurka (2006) optaré por la segunda postura 3 . De este modo, nada impediría que considerásemos como virtuoso un acto de generosidad de un ciudadano que se comporta habitualmente de forma egoísta (siempre que se trate de generosidad genuina, claro está). Puede incluso que nos sorprenda agradablemente ese 3 Podría decirse que el punto de vista que aquí se adopta se centra en la acción y no en el agente. 9 comportamiento inusualmente generoso y que lo alabemos por ello animándolo a trabajar su carácter y continuar por ese camino. Del mismo modo, nada impide tampoco, desde esta perspectiva, que, sin negar su trayectoria ni su integridad moral, critiquemos un acto incorrecto puntual de una persona que alberga disposiciones correctas y que suele actuar de la forma adecuada pero que, en un momento dado, puede haber sucumbido, por ejemplo, a la debilidad de la voluntad. Desde este punto de vista, no se trata de que las disposiciones no sean importantes para la virtud, al contrario, son de una importancia fundamental. De lo que se trata es de que las disposiciones tienen un papel instrumental para la virtud. Damos mucha importancia a las disposiciones virtuosas pero se la damos porque y sólo porque las disposiciones virtuosas generalmente tenderán a generar motivaciones virtuosas mientras que las disposiciones viciosas tenderán a generar motivaciones viciosas. ¿Motivaciones o conductas? Otro debate muy relacionado con el anterior es el de si lo importante es la conducta o la motivación. Evidentemente, ser virtuoso no es simplemente actuar de forma correcta sino hacerlo además por los motivos correctos (Johnson 2003; Ovejero, Martí y Gargarella 2004). Está claro que si el único motivo por el que pago mis impuestos es para evitar la prisión, mi conducta será correcta, realizaré mi contribución al bien común, pero no virtuosa, no me encontraré motivado para actuar en aras de dicho fin. Sin embargo, de forma análoga al caso anterior, lo que realmente importa aquí es la conducta siendo la motivación un mero instrumento para la misma (Goodin 1992). En síntesis, considero la motivación como constitutiva de la virtud pero la virtud no es constitutiva de la conducta correcta sino sólo instrumental para la misma. La corrección de una acción es independiente de los motivos que la impulsen. Darle mi ropa usada a un vagabundo que se encuentra sentado en la puerta de mi casa cuando yo salía con ella dispuesto a arrojarla al container es una acción correcta. Da igual que el motivo por el que se la he dado haya sido que me daba pereza andar hasta el container de la esquina teniendo al vagabundo allí mismo, la acción sigue siendo correcta. En cambio si yo, después de valorar que mis motivaciones para dar la ropa no eran virtuosas, hubiese decidido llegar hasta la esquina y arrojarla al container, mi acción no habría sido correcta. En segundo lugar, tal y como va dicho, lo importante aquí son las acciones 4 . Nuestro objetivo debe ser conseguir que la gente cumpla con sus deberes de ciudadanía independientemente de las razones por las que lo haga. Lo que debe preocuparnos es que los ciudadanos paguen los impuestos, da igual si lo hacen por qué se encuentran motivados por el bien común o si simplemente no quieren ir a la cárcel. Nuevamente, no se trata de que las motivaciones no sean importantes, que lo son y mucho. La cuestión es que la motivación (la virtud) tiene un valor exclusivamente instrumental. Si nos preocupan las motivaciones virtuosas es porque generalmente estas dan lugar a acciones correctas mientras que 4 Me refiero a importante desde un punto de vista normativo. A nivel sociológico es fundamental, claro está, atribuir motivaciones a las acciones para poder explicarlas. 10 las motivaciones viciosas suelen dar lugar a acciones incorrectas en cuanto los incentivos para defraudar son lo suficientemente altos o el riesgo de ser descubierto es lo suficientemente bajo 5 . Virtud cívica y confianza social Aunque aún no se ha dicho de forma explícita, en mi argumentación se supone que existe una fuerte relación entre virtud cívica y confianza social, a saber, se supone que en una sociedad donde la virtud cívica se encuentra ampliamente difundida, la confianza social lo está del mismo modo (Pettit 1999; Putnam 2000). Este supuesto no está exento de polémica, podría argumentarse, como, por ejemplo, hace Herreros (2002), que la confianza social es incompatible con la virtud cívica, concretamente con el principio republicano de vigilancia virtuosa, a saber, la norma de segundo orden según la cual los ciudadanos deben estar en todo momento vigilantes a la conducta de los demás, en especial a la conducta de los cargos públicos, para asegurar que estos cumplirán correctamente con su cometido (Pettit 1999). Herreros (2002) sostiene que una comunidad caracterizada por grandes niveles de confianza social sería una comunidad de primos a los que es fácil explotar. Unos ciudadanos que albergasen una confianza social ilimitada serían totalmente ciegos, por ejemplo, a comportamientos corruptos por parte de sus líderes políticos. Pettit (1999) salva este problema introduciendo una distinción entre mostrar confianza y albergar confianza. Confiar en alguien (un cargo político, por ejemplo) en un sentido fuerte, significa albergar confianza en la virtud de esa persona. Pero albergar esa confianza no implica necesariamente manifestarla (ni tampoco a la inversa, desconfiar de alguien no implica manifestarle nuestra desconfianza.) De este modo, la vigilancia virtuosa implica tan sólo desconfianza expresiva. Los ciudadanos pueden confiar vivamente unos en otros y, particularmente, en sus cargos públicos y, simultáneamente, demandarse pruebas de virtud a través de los controles institucionales pertinentes. Este argumento podría replicarse utilizando otro argumento de Herreros (2002) referido al capital social. Podría sostenerse que, aun aceptando que la confianza social (en el sentido de albergar confianza en la virtud de los demás) y la virtud cívica (particularmente, la vigilancia virtuosa del cumplimiento de los demás) no son incompatibles, la confianza resulta superflua, siendo los mecanismos de control institucional (la desconfianza expresiva) lo único importante. Podría sostenerse que, por ejemplo, cuando llevamos el coche al mecánico, resulta absolutamente indiferente si confiamos en el como en un hermano o si, por el contrario, lo tenemos por el villano más desalmado sobre la faz de la tierra, en otras palabras, nuestras creencias sobre la bondad del mecánico son superfluas. Lo que es real y exclusivamente importante es que exista una estructura institucional que obligue al mecánico a cumplir con su deber y que nos permita a nosotros, en tanto que principales, confiar en que nuestros intereses serán satisfechos independientemente del grado de estima en el que tengamos a nuestro agente. 5 Hay aquí una cuestión importante que aparco por el momento pero que abordaré en este mismo capítulo. Dicha cuestión tiene que ver con los casos en que las motivaciones morales dan lugar a acciones incorrectas mientras que motivaciones egoístas dan lugar a acciones correctas. 11 Me encuentro profundamente en desacuerdo con esta conclusión y dedicaré el tercer capítulo de este bloque a tratar de argumentar acerca de la importancia de la virtud en tanto que instrumento insubstituible para la consecución de determinados bienes sociales como puede ser la justicia distributiva. Virtud, altruismo y egoísmo Otro problema frecuente al referirse a la virtud es el del papel que juegan en ella las motivaciones altruistas y egoístas o, más bien, el altruismo y la persecución del propio interés. Veamos cómo se resuelve este tema desde dos concepciones clásicas de la virtud 6 : la de Tocqueville y la de Kant. En la concepción de Tocqueville los ciudadanos persiguen lo que denominaba como el interés personal bien entendido (Putnam 2000). Los ciudadanos persiguen su propio interés pero son conscientes que la mejor forma de perseguirlo no es dejándose llevar por la perspectiva cortoplacista de la racionalidad instrumental sino cooperando en la persecución del bien común si los demás también lo hacen. Ser virtuoso en este sentido es ser perfectamente racional, a saber, estar dispuesto a colaborar en los dilemas sociales si los otros también lo hacen aunque eso implique sacrificar una parte de sus intereses a corto plazo. Se trataría, por usar los términos de la moderna teoría de juegos, de un caso de cooperación condicionada o de juego de la seguridad. La segunda concepción clásica acerca de la virtud que quisiera traer aquí a colación es la de Kant. Esta es ya una concepción estrictamente deontológica. Según Kant los individuos virtuosos deben anteponer el bien común a su interés privado independientemente de lo que hagan los demás, independientemente, por tanto, de la utilidad y de las consecuencias de su acción (Herreros 2002). La concepción de la virtud que trato de sostener aquí se apoya ampliamente en la idea de Tocqueville y parcialmente en la de Kant. Entenderé que el comportamiento virtuoso es aquel que se encuentra motivado hacia la cooperación, perfectamente racional (aunque egoísta al fin y al cabo), pero que también requiere dosis de altruismo y solidaridad. Goodin (1992) sitúa en la base de la motivación para actuar moralmente en política el estar dispuesto a cooperar si los demás también lo hacen, lo que denomina como la Golden Rule. Dedicaré un capítulo a la cuestión de las motivaciones humanas pero permítaseme apuntar ya aquí que Goodin sostiene que las disposiciones para la colaboración tienen una presencia muy relevante en la naturaleza humana. Goodin deriva este concepto de la célebre máxima kantiana según la cual debemos tratar a los demás tal y como desearíamos ser tratados por ellos. De modo general, no defraudaremos si no deseamos que los demás nos defrauden a nosotros. Tal vez desearíamos no colaborar y que todos los demás lo hiciesen pero asumimos que eso no es viable y colaboramos de buen grado. Goodin piensa que este principio es aplicable a la mayoría de situaciones de interacción social y se basa en él para justificar el apoyo de los ciudadanos a las políticas redistributivas de los Estados de Bienestar o las garantías constitucionales de los derechos civiles y políticos. Me detendré un instante a explicar algo mejor 6 Cito a los clásicos con el único fin de utilizar una herramienta que me permita ordenar las ideas con mayor facilidad pero no pretendo entrar en ningún debate filológico ni de historia de la filosofía. Podría ser que la interpretación de los clásicos en la que me baso no fuese totalmente precisa, pero ese problema, en caso de darse, no afectaría a mi argumentación. 12 cómo es posible esto. En el nivel más básico, la máxima kantiana de tratar a los demás como nos gustaría ser tratados por ellos se refiere a dar y recibir el mismo “bien”. Seré respetuoso con los demás si me gustaría que ellos lo fuesen conmigo. El bien en este caso, por así decirlo, será el respeto. Para poder aplicar esta máxima a situaciones de intercambio es necesario aumentar un grado la complejidad. En un intercambio de mercado se intercambian bienes distintos, de otra manera el intercambio no tendría ningún sentido. En este caso, la Golden Rule requiere, como ya se ha apuntado, cumplir las reglas del intercambio. Yo cumpliré las reglas si pienso que los demás también lo harán. Pero, para poder justificar a partir de este principio las prestaciones del Estado de Bienestar aún es necesario aumentar otro grado la complejidad. Como es bien sabido, el mercado produce lo que los economistas denominan como fallos del mercado. En el caso que nos ocupa, el mercado es incapaz de producir bienes públicos y es necesaria la intervención de un agente regulador externo. Por lo que hace referencia a los bienes públicos podemos aplicar la Golden Rule del modo anterior, yo colaboraré en la producción de un bien público (reciclaré las basuras, por ejemplo) si pienso que los demás también van a hacerlo. Este sería el caso de determinadas prestaciones universales del Estado del Bienestar pero no de la mayoría de ellas. Muchas de las prestaciones del Estado del Bienestar no son universales sino que van dirigidas a grupos concretos y otras, aunque sean universales, no son utilizadas por los grupos de renta media y alta. Dichos grupos no suelen utilizar mayoritariamente servicios como la educación pública y, desde luego, no utilizan nunca otras prestaciones como las rentas mínimas de inserción, por ejemplo. Goodin introduce aquí la cuestión de la incertidumbre. En un mundo como el nuestro, caracterizado por elevados niveles de incertidumbre, apoyaré esas medidas si soy perfectamente racional ya que existe la posibilidad a medio o largo plazo de que termine necesitándolas. Esta predisposición a la colaboración, a mi modo de ver, no es más que la operativización de la persecución del interés personal bien entendido que hemos encontrado en Tocqueville. Nótese que consiste en motivaciones egoístas. De hecho, puede acabar transformando en egoístas a individuos originariamente altruistas. Yo puedo apoyar las ayudas estatales para los desfavorecidos por puro altruismo o solidaridad, pese a que yo pueda pensar que nunca las necesitaré. Sin embargo, si se promueve la Golden Rule de Goodin, puede que yo acabe apoyando esas medidas debido a que me vuelvo consciente de que si, por ejemplo, hubiese una crisis económica que afectase seriamente al sector industrial en el que desarrollo mi actividad laboral, yo necesitaría esas ayudas y que, por tanto, si soy perfectamente racional, debo apoyarlas incluso ahora que no las necesito. La motivación para la cooperación es por tanto, a mi modo de ver, el primer componente de la virtud. Nótese que este componente demanda muy poco en términos de moralidad, de hecho, demanda más aversión al riesgo que moralidad. De todas formas, como mínimo es necesario algún tipo de sentido moral que nos permita identificar cual es la acción correcta que los demás esperan de nosotros. Pero el estar motivado para cooperar en los dilemas, siendo mucho más importante de lo que a primera vista puede parecer, no resulta suficiente. Sostendré que la virtud puede requerir en algunas situaciones importantes de un grado más importante de moralidad, puede requerir de motivaciones altruistas y/o solidarias. 13 Imaginemos el caso de un grupo desfavorecido perfectamente delimitado, por ejemplo, la población negra en los Estados Unidos del esclavismo o de la segregación. Si yo soy un ciudadano blanco perfectamente racional en esa situación lo que haré será apoyar la explotación de los miembros de ese grupo. Imaginemos que soy el propietario de una plantación de algodón. Mi interés a corto, medio y largo plazo consistirá en la perpetuación de esa situación y, por muy mal que puedan llegar a irme las cosas, sé que nunca me volveré negro de modo que nunca me encontraré yo en esa situación. Obviamente, en estos casos, poco numerosos pero muy importantes, la virtud requiere ir más allá de la Golden Rule 7 . Estos grupos se encuentran en una situación de dependencia estructural que hace que puedan ser explotados por los poderosos. Goodin hace referencia en este caso a otra célebre máxima kantiana que sostiene que quien está en una posición de poder tiene la obligación moral de no explotar y de proteger a los que se encuentran en una posición de debilidad. Goodin entiende por altruismo el estar motivado, de forma más o menos imperfecta, por este principio. Del mismo modo que con la Golden Rule y como tendremos oportunidad de ver en posteriores capítulos, Goodin identifica estas motivaciones altruistas en la naturaleza humana. Conceptos como el de piedad cristiana que regía en las sociedades medievales o en la España franquista, o el conservadurismo compasivo neoconservador en EEUU, podrían, a mi modo de ver, ser entendidos a la luz de esta idea. El señor feudal podía disponer de la vida y de la muerte de sus súbditos pero se esperaba de él que en la práctica se comportase de modo caritativo y evitase la crueldad innecesaria. Goodin se queda aquí en su demanda de moralidad política pese a que reconoce que el altruismo es un second best, siendo el first best la eliminación de las condiciones estructurales que hacen posible la dominación. Dado que lo que a mi me interesa es la virtud, resultaría profundamente contraintuitivo que yo también me detuviese en este punto y que aceptase la caridad cristiana o el conservadurismo compasivo como el grado más elevado de motivaciones virtuosas. Para poder ir más allá me apoyaré en los conceptos de solidaridad y solidaridad radical de Arnsperger y Varoufakis (2003) y de altruismo perfecto de Kolm (1983). Según Arnsperger y Varoufakis la solidaridad se dirige hacia un grupo desfavorecido. Existen ciertas características que son producto de algún infortunio y que escapan de la responsabilidad del que las padece, por ejemplo, el ser víctima de una catástrofe natural. El compartir esa característica nos permite identificar a un grupo, por ejemplo, podemos hablar de las víctimas del tsunami que asoló las costas del sureste asiático. Cuando somos solidarios se da una empatía de los individuos solidarios con los miembros del grupo desfavorecido. Esa empatía permite que dirijamos nuestra generosidad hacia los miembros de ese grupo de forma absolutamente desinteresada, sin necesidad de que exista un requerimiento moral explícito para que lo hagamos aunque, eso sí, argumentamos nuestra acción sobre la base de fuertes razones específicas de tipo moral. Según Arnsperger y Varoufakis, cuando la característica desgraciada que identifica al grupo tiene, como en la mayoría de los casos, un origen social (cuando descubrimos que, por ejemplo, con un sencillo y barato sistema de alertas podrían 7 Aunque en ocasiones se plantea este principio de forma más amplia y se trata de explicar a partir del mismo, por citar un caso, un buen trato a los esclavos de mí ejemplo debido a que así se mejorará su productividad o se evitarán revueltas o a cualquier otro motivo autointeresado. Dejo a un lado en mi argumentación este tipo de extensiones. 14 haberse evitado las desastrosas consecuencias del tsunami), la solidaridad se torna radical ya que se produce un sentimiento de injusticia que se dirige contra las causas sociales del problema. Motivaciones solidarias de este tipo deben ser consideradas, a mi juicio, como constitutivas de la virtud. Pienso, sin embargo, que es aún posible dar un paso más en la caracterización de las motivaciones virtuosas, pienso que estas pueden incluir también el altruismo perfecto. Por altruismo perfecto se entiende la creencia de que todos los seres humanos somos iguales y el deseo de obrar en consecuencia (Kolm 1983). Se trata, por ejemplo, el actuar motivado por la consecución de la justicia práctica. Debe quedar claro que no consiste en sacrificar de forma incondicional el propio bienestar en aras del bienestar de los demás. Esta idea escapa de lo que yo concibo aquí como virtud y, pese a que pueden encontrarse multitud de ejemplos de comportamientos admirables en este sentido, también se abre la puerta, como tendré oportunidad de comentar más adelante en este mismo capítulo, a derivas muy peligrosas. Lo que es el altruismo perfecto se comprende mejor con un ejemplo que pone el propio Kolm, el de San Martín quien encontrándose a un vagabundo en una fría noche de invierno no le dio su abrigo sino que lo partió en dos mitades. Tal vez el altruismo perfecto, según cual se entienda que es el objeto de la igualdad, pueda resultar excesivo para lo que intuitivamente parece que podemos exigir de la virtud, yo tendería a conformarme con el hecho de desear vivir en una sociedad donde se promueve la libertad real de los ciudadanos 8 (Van Parijs 1996) y actuar en consecuencia. Los peligros del altruismo Existe aún una cuestión importante acerca de lo que puede considerarse o no como virtud cívica que he insinuado más arriba y en la que desearía detenerme ahora. Antes he apuntado que podemos encontrar motivaciones viciosas que den lugar a resultados positivos y motivaciones morales con consecuencias desastrosas. Este segundo hecho acaba de volver a ser insinuado hace un momento cuando he sostenido que el sacrificio incondicional del propio interés en aras del bien común puede acabar produciendo monstruosidades. Se ha venido sosteniendo que las motivaciones virtuosas tienen una relación instrumental con las acciones correctas. Esto significa que el vínculo es empírico, no analítico, la experiencia práctica nos dice que cuando actuamos motivados de forma virtuosa solemos llevar a cabo acciones correctas y, a la inversa, cuando actuamos siguiendo motivaciones viciosas, en ausencia de medidas institucionales de control, solemos llevar a cabo actos incorrectos pero, esto no tiene por qué ser así en todos los casos. Empezaré con el primer caso que resulta más sencillo. Argumentaré a partir de un ejemplo real. Hace ya algunos años tuve oportunidad de ver en televisión un acto promocional del partido de fútbol benéfico que se celebra cada año para recaudar fondos para la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD). Entre los impulsores de esta iniciativa se encuentran, si mal o recuerdo, Johann Cruyff, el juez Baltasar Garzón y los periodistas Luis del Olmo y José María García. El partido se disputaba por aquel entonces un año en Barcelona y otro en Madrid. Aquella era, si no me falla la 8 Grosso modo, la libertad real consiste en el reconocimiento de los derechos y libertades civiles de y en la distribución maximín de la oportunidad real (no sólo formal) de hacer cualquier cosa que se pudiese querer hacer. 15 memoria, la segunda edición. La primera se había disputado en Barcelona con un rotundo éxito de asistencia de público. El caso es que en un momento del acto, José María García comenzó a dirigirse a los madrileños más o menos en estos términos: “Ya sé que no está bien utilizar este tipo de argumentos y que va contra el código deontológico de mi profesión pero..., por una vez, permitidme que me dirija a los madrileños para preguntarles si vamos a dejar que los catalanes...que, entre nosotros..., ya sabemos la fama de tacaños que tienen..., pasen por ser más generosos, más solidarios y más comprometidos que nosotros.” Finalmente, los catalanes acabamos siendo, al menos en aquella ocasión, más virtuosos que ellos pero, sea como sea, está claro que es lo que pretendía García, conseguir que los madrileños hiciesen lo correcto aunque fuese por los motivos incorrectos. Podríamos encontrar ejemplos muchísimo más serios que éste pero creo que el que he escogido resulta muy ilustrativo. Una tema mucho más complejo es el inverso, actos morales que acaban teniendo consecuencias nefastas. Como ya he comentado, dedicaré un capítulo a la cuestión de los beneficios (y males) que pueden esperarse de la virtud pero, necesito decir alguna cosa aquí sobre esta materia para acabar de caracterizar adecuadamente el concepto. Tal y como señala Noguera, "pueden existir "santos" inmorales, por no hablar de "santos" ignorantes, irresponsables o estúpidos: la "virtud altruista" no siempre es garantía de buenos actos, y los "santos" morales pueden llevarnos al desastre moral a nivel social, sobre todo si se enfrentan con "santos" de otras religiones contrarias a la suya. En sus orígenes, el liberalismo trató precisamente de evitar que los "santos" de uno y otro bando nos arrastraran a todos hacia la destrucción, aunque evitarlo tuviese el precio de la extensión de una cierta "mediocridad moral" a nivel individual." (Noguera, 2003, p.18). Efectivamente, en ocasiones se da por supuesto que las motivaciones altruistas son positivas por naturaleza pero esta es una tesis que dista mucho de ser obvia. En un mundo en el que el terrorismo internacional constituye uno de los principales desafíos para las sociedades libres, parece evidente que determinados tipos de motivaciones morales (en particular el altruismo entendido como el sacrificio incondicional del interés individual en aras de algún bien colectivo) resultan extremadamente peligrosas. Como destaca Noguera en el pasaje anterior, el liberalismo en sus orígenes trató de conjurar esos peligros precisamente extendiendo una cierta mediocridad moral. Permítaseme realizar una sugerencia a modo de ejemplo 9 . Pienso que podríamos plausiblemente tratar de argumentar que ETA empezó a perder capacidad de reclutar nuevos militantes a medida que la juventud vasca, del mismo modo que ha sucedido en la mayoría de democracias occidentales, se fue despolitizando progresivamente. Nótese que lo que se sugiere no es que la juventud fue abandonando los postulados abertzale para abrazar tesis democráticas y de tolerancia y, finalmente, oponerse a la violencia. Lo que se sugiere es que disminuyó el grado de politización de la juventud mientras que aumentó el interés por la vida privada. Tal y como argumenta Goodin (1992) una salida fácil y frecuente para este problema pasa por argumentar que eso no son realmente conductas morales o lo son sólo parcialmente. Por esta vía se acaba armando una tesis puramente definicional, en ocasiones incluso tautológica, acerca de lo que es o no moral. De este modo acabamos abocados irremediablemente al problema de no poder decidir 9 Debo esta sugerencia a Irkus Larrinaga, compañero del Grupo de Teoría Social Analítica (TSA). 16 si una motivación es o no moral hasta que no comprobemos los resultados de la acción que genera. Paradójicamente, esto es justo lo contrario de lo que pretendíamos y produce, además, insuperables dificultades de cara al diseño de instituciones moralizantes. Goodin plantea que es otra muy distinta la vía que hay que elegir para solventar esta dificultad. Nuevamente, se trata de asumir que el vínculo entre motivaciones morales y acciones correctas es empírico, no constitutivo. Goodin salva el problema limitando mucho la carga moral que debemos tratar de imprimir a la política, como hemos visto, lo reduce a la Golden Rule y a una concepción muy modesta del altruismo. Yo he sido más ambicioso en este sentido y he incluido en el concepto de virtud la solidaridad radical y el altruismo perfecto. Considero, sin embargo, que, como en el caso de Goodin, esta caracterización no es excesiva. Ninguno de los principios defendidos conduce en modo alguno a la intolerancia, al contrario, se trataría, de hecho, de encontrar una forma de institucionalización de una regla de tolerancia. I.2- Instituciones y diseño institucional En el presente trabajo adopto una concepción restringida de lo que es una institución que las limita al conjunto de reglas formales que rigen en una sociedad 10 . Mi concepción es, no obstante, amplia en un sentido diferente. Entiendo por institución tanto las reglas formales que rigen en la sociedad como las organizaciones que se encargan de aplicarlas o que son regidas por ellas 11 . Finalmente, basándome en Pettit (2003), por diseño institucional no haré referencia sólo, ni principalmente, a la creación de acuerdos institucionales formales totalmente nuevos sino, más bien, al examen cotidiano de los ya existentes para determinar si resultan satisfactorios y de modificarlos cuando se considere necesario. 10 Por ejemplo, North (2001, 2005) incluye también en su definición las reglas informales y las condiciones de aplicación de ambas. He descartado dicha opción simplemente en aras de evitar malentendidos conceptuales. 11 De este modo, el Estatuto de Cataluña o la Renta Básica, en caso de aplicarse, serían instituciones. Pero al mismo tiempo, el Parlamento de Cataluña o el Futbol Club Barcelona serían también instituciones. Pese a que, por ejemplo, North (2001) no lo considera así ya que piensa que estas últimas son ejemplos de organizaciones, estoy de acuerdo con Searle (1997) en que dichas organizaciones no son más que las reglas formales que las conforman y que, por tanto, no hay ninguna diferencia entre ambas. 17 II- LA JUSTIFICACIÓN NORMATIVA DE LA VIRTUD CÍVICA II.1- El pluralismo razonable de las sociedades libres El pluralismo razonable es un fenómeno normal, inevitable, y positivo que caracteriza a las sociedades libres 12 . El mismo ideal de lo que representa una sociedad libre tal y como la concebimos se basa en la constatación del hecho de que la gente discrepa razonable y profundamente acerca de lo que constituye la vida buena, la vida que merece la pena ser vivida, y de que su libertad consiste, precisamente, en poder perseguir dicho ideal 13 . En este sentido, el único medio para mantener a una sociedad unida en torno a una serie de concepciones de la vida buena es el uso ilegítimo de medios tales como el poder represivo del Estado o la violencia sectaria 14 . Siguiendo a Rawls (1996, 2002) entenderé por pluralismo el hecho de que, en una misma sociedad exista una gran variedad de doctrinas comprehensivas (Rawls 1996, 2002) o filosofías de vida (Cohen 2001) que incluyen, entre otras cosas, diferentes ideas del bien y de la virtud o de la vida buena. Dichas doctrinas son contradictorias e irreconciliables entre sí (Rawls 1996, 2002). En el pluralismo simple, dichas doctrinas existen como un hecho de facto pero éstas y las personas que las albergan no son, mayoritariamente, ni tolerantes ni razonables y los diferentes grupos tratan de imponer su concepción a los demás por medios ilícitos (Rawls 1996, 2002). Esta era la situación en la Europa de las guerras de religión o de la mayoría de los países árabes en la actualidad. Por el contrario, se da pluralismo razonable cuando las doctrinas comprehensivas existentes en la sociedad (o las más importantes) son razonables y aceptan y asumen el principio de tolerancia. En una situación así las personas pueden albergar una determinada doctrina comprehensiva pero saben que puede haber, y que hay de hecho, otras personas también razonables que no comparten su doctrina y que tienen argumentos razonables para no hacerlo. Las personas razonables aceptan y valoran positivamente esa situación y no tratan de imponer sus ideas por medios ilegítimos. Existe pluralismo razonable cuando las personas que albergan doctrinas comprehensivas distintas se ponen de acuerdo y apoyan efectivamente un marco común y equitativo de convivencia que incluya cosas como unas instituciones y reglas del juego que permitan a todos perseguir libremente sus ideales razonables de la vida buena (Rawls 1996, 2002). Por doctrinas comprehensivas 15 entenderé una concepción moral general que incluye ideales acerca de lo que es una vida buena, acerca del carácter de la persona, de las relaciones sociales y familiares y, en el límite, cuando hablamos de doctrinas plenamente comprehensivas, esos ideales abarcan la globalidad de nuestra vida (Rawls 1996, 2002). Religiones como el cristianismo o el islam, ideologías como el comunismo, el anarquismo o el liberalismo clásico de autores como Kant o Mill o las formas de nacionalismo más identitario constituyen ejemplos de este tipo de doctrinas comprehensivas. Nuevamente, dichas doctrinas son razonables cuando aceptan realmente (no de modo puramente 12 Cohen (2001); Habermas (2001); Rawls (1979, 1996, 2002); Van Parijs (1996). Rawls (1979, 1996, 2002); Van Parijs (1996). 14 Evidentemente no sostengo que el uso de la violencia o del poder del Estado sean ilegítimos sino que pueden ser usados de forma ilegítima, de forma banderiza, sectaria, fuera de procedimientos conocidos y equitativamente establecidos. 15 J. Cohen (2001), en una formulación muy similar, se refiere a filosofías de vida, etiqueta que, probablemente, resulta más afortunada para una comprensión intuitiva del concepto. 13 18 táctico) el hecho del pluralismo y no tratan de imponerse de forma ilícita (Rawls 1996, 2002). El florecimiento de tales doctrinas es un hecho normal de la vida humana. Son principalmente productos de nuestra razón teórica aplicada a asuntos de vital importancia para nosotros (como el sentido de nuestra existencia). En tanto que productos de la razón teórica y dada la complejidad de los temas tratados, no podemos esperar que se alcance un acuerdo racional entre personas razonables; es por este motivo que el pluralismo es un hecho inevitable, constitutivo de nuestra naturaleza 16 . Debemos aceptar, por tanto, el principio postmetafísico según el cual la vida buena, a diferencia de la virtud, no puede ser materia de acuerdo racional 17 (Habermas 2001; Van Parijs 1993). Siendo, como se ha comentado, principalmente productos de la razón teórica, las doctrinas comprehensivas son también resultado de la razón práctica en un determinado sentido. Las condiciones de la realidad social en la que se desarrollan influirán sobre dichas doctrinas 18 (Rawls 1996, 2002). En este sentido, es de esperar que el normal funcionamiento de las instituciones de una sociedad libre influirá sobre las doctrinas comprehensivas de manera que éstas se irán tornando razonables. 19 20 La mayoría de las personas no obstante no suele albergar doctrinas plenamente comprehensivas (Rawls 1996, 2002). Más bien, su forma de ver el mundo incluye creencias derivadas de distintas doctrinas comprehensivas diferentes. Pese a que no podemos estar seguros de que nuestra doctrina comprehensiva sea verdadera y probablemente sea errónea en una importante medida, no podemos imaginar un mundo en el que las personas no alberguen doctrinas siquiera parcialmente comprehensivas. Dichas doctrinas incluyen ideas acerca del bien y de la vida buena, incluyen por tanto los fines de nuestro proyecto de vida. Sin ellas nuestra existencia no tendría sentido, ni tan sólo sabríamos que hacer porque no podríamos fijarnos objetivos (Rawls 1996, 2002, 2002b). 16 Arnsperger y Van Parijs (2002); Habermas (2001); Rawls (1996, 2002); Van Parijs (1993, 1996). Nótese que la razonabilidad de una doctrina comprehensiva no nos dice nada acerca de su veracidad (Rawls 1996, 2002). Las diferentes doctrinas comprehensivas son incompatibles entre sí de modo que no pueden ser todas verdaderas y probablemente ninguna lo sea. Puede que las personas que albergan una determinada doctrina comprehensiva irrazonable estén en posesión de la verdad. Puede que, por ejemplo, Ben Laden tenga razón y su interpretación del Corán sea la correcta de modo que todos los que no creemos en Alá tengamos asegurada la condena eterna. Sin embargo, Al-Qaeda debería aceptar si fuese razonable que existen razones que personas razonables pueden esgrimir para no aceptar esa doctrina y que esas personas gozan de libertad para escoger su propio camino, aunque dicho camino sea el camino de la condena eterna, porque la libertad es libertad para escoger el bien o el mal. En este sentido, lo correcto goza de prioridad sobre lo bueno (Rawls 1996, 2002; Van Parijs 1993). 18 Esto no es sorprendente, al fin y al cabo, lo único que se afirma es que las condiciones de la realidad social influyen sobre las creencias de los individuos. 19 Nótese que este es el argumento que se utiliza cuando se permite la entrada en las instituciones de grupos radicales como, por ejemplo, el reconocimiento legal formal de la banda de jóvenes latinos Latin Kings en Barcelona. Este es un tema, o quizá el tema, crucial del presente trabajo. No voy a entrar aquí, sin embargo, a desarrollar el mecanismo concreto a través del cual Rawls sostiene que cabe esperar que doctrinas que no son razonables lo acaben siendo. Puede encontrarse dicha explicación en Rawls (2002) o, de forma más detallada, en Rawls (1996). 20 Pese a esto, siempre habrá ciudadanos que alberguen doctrinas comprehensivas que no sean razonables, que sean incluso demenciales. Nos hayamos aquí con la cuestión clásica de la tolerancia con los intolerantes. Para estos casos Rawls prescribe la regla del peligro claro e inminente (Rawls 1996). A saber, el intolerante debe ver respetados sus derechos más básicos como la libertad de expresión política. Tales derechos sólo le pueden ser conculcados en una situación de peligro claro e inminente, cuando se produce una crisis constitucional de un tipo tal que las instituciones políticas no pueden operar correctamente o no pueden tomar las medidas necesarias para asegurar su propia existencia. 17 19 En síntesis, en una sociedad libre las personas albergan ideas totalmente dispares y hasta contradictorias sobre lo que es una vida buena, una vida que merece la pena ser vivida. Si dichas concepciones son razonables, el Estado tiene la obligación de respetarlas y, más aún, de proporcionarles a los ciudadanos medios para que puedan hacer realidad sus ideales en la medida de lo posible (Rawls 1996, 2002). II.2- La neutralidad del Estado frente a las concepciones razonables del bien Del hecho del pluralismo razonable se deriva lógicamente la obligación del Estado de mostrarse neutral entre las diferentes doctrinas comprehensivas y concepciones de la vida buena que sean razonables. El Estado no puede, como principio general, hacer nada que vaya deliberadamente en contra de una determinada doctrina comprehensiva o que favorezca a otra por encima de las demás (Rawls 1996, 2002). Por poner un ejemplo, resulta inaceptable desde el punto de vista de la justicia que la iglesia católica reciba en España un trato de favor frente a las demás religiones que albergan los españoles. Pero que el Estado deba ser neutral frente a las distintas doctrinas comprehensivas puede querer decir muchas cosas y no todas ellas son correctas. Podríamos entender que nos estamos refiriendo a una neutralidad meramente procedimental. Se trataría de encontrar un procedimiento que regule la vida en común que pueda ser justificado sin recurrir a valores morales o, dado que esto parece imposible, que pueda sostenerse únicamente a partir de valores neutrales como la imparcialidad o la consistencia. Pero no es este el sentido en que el Estado debe ser neutral. Los principios que rigen la vida en común en una sociedad libre son principios de justicia substantivos (Rawls 1996, 2002). La neutralidad es neutralidad de propósitos de la acción política. Pero esto continúa pudiendo querer significar cosas distintas. Puede significar que el Estado debe abstenerse de cualquier actividad que aumente la probabilidad de que los ciudadanos apoyen a una doctrina comprehensiva en lugar de a otra (o que, como mínimo, establezca medidas compensatorias si lo hace). Este no es tampoco el sentido en el que el Estado debe mantenerse neutral. La acción estatal tiene importantes y dispares efectos sobre las doctrinas comprehensivas. Tales efectos son normalmente imposibles de evitar y no suponen ningún tipo de injusticia o de parcialidad de la acción estatal 21 (Rawls 1996, 2002). 21 Ilustraré la cuestión con un ejemplo. La globalización cultural y el hecho de poder consumir diferentes estilos musicales en cualquier parte del mundo pueden poner en peligro, y de hecho lo hacen, a los estilos musicales tradicionales autóctonos de Cataluña. Algunos de ellos, como la rumba catalana, parecen estar siendo capaces de adaptarse a lo nuevos tiempos y estilos pero, sin embargo, otros, como el tradicional baile de la sardana, parecen irremediablemente condenados a la desaparición. Que la sardana desapareciese podría ser considerado un hecho lamentable desde el punto de vista del empobrecimiento cultural que tal acontecimiento representaría pero no podría ser considerado injusto. Teniendo en cuenta que la justicia no tiene por qué ser la única preocupación del Estado en una sociedad libre (aunque sí la más importante), podría ser deseable que el gobierno de la Generalitat tomase medidas positivas, como de hecho ya hace, para promover la sardana (puede incluso que tales medidas puedan ser justificadas en términos de justicia aunque no es imprescindible). Pero, pese a todo, puede que tales medidas no tengan éxito y la sardana termine desapareciendo de todas formas. En una primera visión optimista sobre la cuestión, Rawls (1979) pensaba que en una sociedad libre sólo las prácticas o creencias socialmente negativas se verían condenadas a la desaparición. Posteriormente (1996) sin embargo, él mismo se percató de lo ingenuo de su postura y rectificó su planteamiento y asumió la tesis de Berlin (2004) según la cual, no hay mundo social sin pérdida. En el mundo social hay espacio para muchos valores pero no para todos los que pueden existir. Muchos de esos valores chocan entre sí. Estamos condenados a elegir y al hacerlo renunciamos a algunos de esos valores por positivos que puedan ser. 20 Otra concepción de lo que debe significar la neutralidad del Estado puede consistir en que el Estado debe garantizar a los ciudadanos iguales oportunidades para perseguir cualquier concepción razonable del bien. Este es ya un sentido aceptable de lo que significa que el Estado se debe mantener neutral. Yo mismo he afirmado algo similar en el último párrafo de la sección anterior. No obstante, habría que matizar que se entiende aquí por iguales oportunidades. No voy a entrar en detalle en esta cuestión pero, obviamente, el Estado no tiene porque garantizarle a alguien la satisfacción de unos gustos extremadamente caros o extravagantes o el disfrute de alguna actividad para la que no está capacitado o cosas por el estilo. El sentido más preciso en el que el estado se debe mantener neutral es en el de que debe abstenerse de llevar a cabo actividades con la finalidad de promover a determinada doctrina comprehensiva en detrimento de otras o de prestar más asistencia a quienes la abracen 22 . 23 II.3- El privilegio de la justicia social En mi argumentación hasta el momento en el presente capítulo vengo utilizando el término sociedad libre como sinónimo de sociedad justa 24 y mantengo en todo momento dicha justicia como el objetivo a alcanzar y como el referente a la luz del cual juzgar la actuación del Estado. En este sentido he venido sosteniendo que en una sociedad justa debe darse el hecho del pluralismo razonable que es constitutivo de la misma y que el Estado debe mantenerse neutral ante las distintas concepciones razonables de la vida buena si no quiere socavar la justicia de la sociedad. En este punto el lector podría preguntarse por la razón de otorgar un papel tan preeminente a la justicia social. ¿Por qué otorgar más importancia a ese bien que a otros como, por ejemplo, el crecimiento económico, la preservación de la identidad nacional o la promoción de la virtud? La respuesta a esta pregunta se encuentra ya contenida en lo que he dicho hasta el momento pero pienso que vale la pena que la explicite brevemente antes de continuar. La justicia social o distributiva se refiere al reparto de los beneficios y las cargas, de los derechos y los deberes, entre los miembros de una sociedad 25 . El lugar privilegiado de la justicia social se debe a que dar respuesta al tipo de problemas que a ella incumben es más importante que responder a otras cuestiones éticas como las relativas a lo que es una sociedad buena o a preocupaciones de otro tipo como el crecimiento económico. Que la justicia es más importante que otras cuestiones éticas se desprende de lo afirmado hasta el momento. Si bien cada uno de nosotros puede determinar Si, continuando con mi ejemplo, esta fuese la situación de la sardana, sólo habría una forma de salvarla de la desaparición, a saber, el uso ilegítimo del poder del Estado. El gobierno podría, por ejemplo, establecer algún tipo de censura que prohibiese el consumo de estilos musicales foráneos y/o modernos, o podría obligar a los ciudadanos a participar en ballades de sardanas para acceder a determinados derechos sociales. Si el gobierno actuase así, cosa que evidentemente no hace, no estaría siendo neutral y estaría restringiendo los derechos y libertades de los ciudadanos de forma ilegítima, incurriendo de tal modo en una injusticia. 22 O, a la inversa, tampoco puede obviamente perjudicar deliberadamente a los que abracen una determinada doctrina comprehensiva. 23 Arnsperger y Van Parijs (2002); Kymlicka (2001); Patten (2001); Rawls (1996, 2002); Van Parijs (1993, 1996). 24 Como se apuntó en el capítulo anterior, asumo una concepción liberal igualitarista de la justicia social o distributiva, concretamente asumo el concepto de sociedad justa de Van Parijs (1996), a saber, una sociedad justa es aquella que realiza una distribución maximín (o leximín) de la libertad real de sus ciudadanos. 25 Arnsperger y Van Parijs (2002); Rawls (1979, 1996, 2002); Van Parijs (1996). 21 fácilmente cual es su particular concepción de la vida buena, que es lo importante para su propia existencia, esto sólo puede llevarse a cabo en el marco de instituciones que regulan y hacen compatible que todos podamos hacer lo mismo de un modo razonable. Dichas instituciones han de ser aceptadas por todos y su principal virtud para tal efecto debe consistir en que sean justas (Arnsperger y Van Parijs 2002). Nuevamente, por tanto, vemos que lo correcto goza de prioridad sobre lo bueno. Volveré sobre esta cuestión en la última sección de este capítulo. La justicia también goza de prioridad sobre otros fines sociales en tanto en cuanto constituye un bien social de primera magnitud y como tal es reconocido (Rawls 1996, 2002). Una sociedad buena no es reducible sin más a una sociedad justa, puede haber otros fines sociales valiosos. Pero no está claro en que salimos beneficiados si nos apartamos de la senda de lo que dicta el igual respeto y la igual consideración 26 (Arnsperger y Van Parijs 2002; Van Parijs 1993, 1996). Desde una perspectiva liberal, la justicia es la primera virtud de las instituciones sociales (Rawls 1996, 2002) y haremos bien en ceñirnos a lo dictado por ella en la persecución de otros fines valiosos. II.4- El papel de la virtud cívica y de las ideas del bien en una sociedad libre Llegados a este punto, el objeto del presente trabajo parecería encontrarse en aprietos. Yo me interrogo en estas páginas por mecanismos de generación de virtud cívica pero, al mismo tiempo, adopto un enfoque normativo a partir del cual considero que los individuos albergan diferentes concepciones de la vida buena (probablemente la mayoría de ellas divergentes y hasta incompatibles con lo que he caracterizado como virtud cívica) y que el Estado debe mantenerse neutral ante las mismas y abstenerse, por tanto, de promover cosas como la virtud cívica a no ser que quiera violar el más importante de los bienes sociales, la justicia distributiva. En las dos próximas secciones trataré de mostrar de qué modo el Estado, no sólo puede sino que está normativamente obligado a promover una civilidad ampliamente difundida. Las ideas del bien Abordaré en primer lugar la cuestión más general de las ideas del bien. La tesis de la neutralidad del Estado no supone que una concepción política de la justicia no pueda incluir ideas del bien, tal cosa sería imposible (Rawls 1996, 2002). Una concepción política liberal de la justicia incluye diversas ideas del bien. Me referiré aquí a la concepción de Rawls 27 . En primer lugar, el bien se incluye en la 26 La prioridad de la justicia es aquí una cuestión de grado. Para Rawls (1996) no resulta admisible en ningún caso sacrificar parte de la justicia de la sociedad en aras de otros objetivos como pueda ser el crecimiento económico o la cohesión social. En cambio Van Parijs (1996) asume una concepción más laxa de esta tesis y acepta que grandes beneficios en término de algún otro bien pueden justificar pequeñas pérdidas en términos de justicia. Quedaría no obstante por determinar que es lo que consideramos como grandes beneficios y como pequeñas pérdidas. 27 Vale la pena hacer notar que me refiero a la postura más definitiva de Rawls, tal y como la formula en El liberalismo político y La justicia como equidad. Puede entenderse que en esas obras contemplamos a un “segundo Rawls” (Noguera 2003) en contraposición al Rawls más ambiguo en esta materia de la Teoría de la justicia. También Van Parijs (1993) habla de la existencia de dos Rawls diferentes aunque en ese caso se refiere a la concepción del valor atribuido a las libertades básicas iguales. Supongo que podría hablarse de “dos Rawls” en muchos sentidos distintos. Teoría de la justicia fue una obra de una profundidad y un alcance temático impresionantes que revolucionó la filosofía política del siglo veinte pero que, obviamente, tuvo que ser sometida a importantes modificaciones a lo largo de las tres décadas posteriores. 22 concepción rawlsiana en tanto en cuanto se adopta una concepción filosófica de la persona como capaz de albergar ideas del bien así como una concepción plena y coherente de lo que es la vida buena y de perseguirla a lo largo de un ciclo vital completo. A esto se refiere el concepto de Rawls de bondad como racionalidad (Rawls 1996, 2002, 2002b). En segundo lugar, la teoría de la justicia de Rawls incluye una lista de bienes primarios. Los bienes primarios consisten en aquellos bienes básicos que los ciudadanos necesitarán para poder perseguir su ideal razonable de la vida buena independientemente de la forma específica que adopte éste. Rawls reformuló en diversas ocasiones los contenidos concretos de dicha lista en respuesta a las críticas recibidas por su primera formulación. Dicha lista incluye los derechos y libertades básicos de las personas, la libertad de movimientos y la libre elección de empleo en un marco de oportunidades variadas, poderes y prerrogativas de cargos y posiciones de responsabilidad en las instituciones políticas y económicas de la estructura básica de la sociedad 28 , los ingresos y la riqueza y las bases sociales del autorrespeto (Rawls 1996). En tercer lugar, tal y como he apuntado en la anterior sección, la sociedad política justa constituye en sí misma un bien de primera magnitud 29 (Rawls 1996, 2002). Finalmente, la última forma en que las ideas del bien se encuentran incluidas en una teoría de la justicia se refiere al papel de la virtud dentro de la misma, el tema central del presente capítulo, a continuación me referiré a esta cuestión. Antes empero es necesario puntualizar qué limitaciones debe cumplir la utilización de ideas del bien. Las ideas del bien que se utilicen deben ser independientes de las doctrinas comprehensivas existentes. Por independencia se entiende que su aceptación no debe presuponer la aceptación de ninguna doctrina comprehensiva particular. En una situación ideal todas las doctrinas comprehensivas aceptarán las ideas del bien, así como todos los principios de la concepción política de la justicia como integrantes de la propia doctrina pero eso no quiere decir que lo sean, son independientes (Rawls 1996, 2002, 2002b). La idea es sencilla, veámoslo con un ejemplo. La concepción política de la justicia que estamos manejando aquí comprende que todos los miembros de la sociedad son libres e iguales. Esta es, no cabe duda, una concepción de la persona que es hija del liberalismo. Sin embargo, puede ser presentada de forma independiente del liberalismo comprehensivo de Kant o Mill o de cualquier otra doctrina por el estilo y, a su vez, puede ser asumida como propia por cualquier doctrina que sea razonable. El ciudadano Mill, por ejemplo, que alberga una doctrina plenamente comprehensiva de corte liberal podría sostener que él es liberal y que, por tanto, cree firmemente que todos los hombres deben ser libres e iguales. A su vez, el ciudadano Pedro que alberga una doctrina comprehensiva plena de corte católico, podría creer firmemente en que todos los hombres deben ser libres e iguales porque ese es el auténtico mensaje de Cristo, y así sucesivamente. Eso no significa que la concepción política sea ni liberal, ni católica, es independiente de doctrinas comprehensivas, se trata de una forma de ética sin moral 30 (Arnsperger y Van Parijs 2002). 28 La estructura básica engloba las instituciones sociales formales e informales que reparten las cargas y los beneficios de la cooperación social (Rawls 1996, 2002, 2002b). 29 Una sociedad así constituye un bien de varias maneras distinguibles entre sí. No voy a entrar en dicha distinción que resulta algo compleja, puede encontrarse una discusión en profundidad de la misma en Rawls (1996) o, de forma algo más introductoria, en Rawls (2002). 30 Esto no quita, sin embargo, que reconozcamos que, evidentemente, el liberalismo comprehensivo gozará en una sociedad así de una cierta preeminencia entre las doctrinas comprehensivas abrazadas por los ciudadanos. 23 Cuando las diferentes doctrinas comprehensivas alcanzan un consenso de este tipo en torno a una concepción política de la justicia, se logra lo que Rawls (1996, 2002, 2002b) denomina un consenso entrecruzado de doctrinas comprehensivas razonables. Unas cuantas precisiones resultan adecuadas en este punto. La diferencia entre una concepción política y una doctrina comprehensiva es una cuestión de alcance (Rawls 1996, 2002, 2002b). La concepción política afecta sólo a las instituciones básicas formales e informales de la sociedad que regulan el reparto equitativo de las cargas y beneficios de la cooperación. Es en este sentido preciso en el que utilizamos el adjetivo política para referirnos a tal concepción, es política, no metafísica (Rawls 1996, 2002, 2002b). Las doctrinas comprehensivas van mucho más allá y, como vimos, afectan a la vida entera de las personas. La construcción de un consenso entrecruzado no tiene nada que ver con una negociación política entre personas que albergan distintas doctrinas comprehensivas y buscan algún punto intermedio entre todas ellas. Enlazando con una discusión anterior, la concepción política tampoco es neutral en este sentido. El mecanismo es justo el contrario, primero elaboramos una concepción política que sea equitativa y, después, serán las diferentes doctrinas comprehensivas las que tendrán que adaptarse a la misma si son razonables. Como se dijo más arriba, normalmente las personas no albergan doctrinas plenamente comprehensivas, cosa que facilita el consenso. De hecho, cuando encontramos a alguien que sigue a rajatabla los principios de alguna doctrina comprehensiva particular no podemos evitar una cierta sonrisa maliciosa al otra que nos encontramos ante un personaje peculiar. Pensemos en la sensación que nos produce encontrarnos con un beato de comunión diaria, o con un anarquista o un comunista ortodoxo que nunca ha probado una Coca-Cola. Normalmente las personas albergan creencias y deseos procedentes de doctrinas comprehensivas diferentes y que, en muchos casos, resultan bastante inconsistentes y contradictorios entre sí. Personas de este tipo es más fácil que asuman los principios de una sociedad política justa. Como vimos, las personas valoran dichos principios como un bien social de primera magnitud. Si en un momento dado encontrasen que alguno de esos principios es contradictorio con alguna de sus creencias, resulta mucho más probable que renuncien a su creencia en lugar de renegar del principio (Rawls 1996). En síntesis, el Estado puede y debe promover todas aquellas ideas del bien que sean necesarias para asegurar la justicia de la sociedad. La única restricción a la que debe someterse en ese ejercicio es, nuevamente, la de la primacía de lo justo sobre lo bueno, a saber, el Estado debe abstenerse de promover ideas del bien con la intención de favorecer o perjudicar a una determinada doctrina comprehensiva. Insisto en la cuestión de la intención porque es la idea clave aquí. El Estado debe promover una determinada idea del bien si es un medio necesario para alcanzar o estabilizar la justicia de la sociedad pero no puede hacerlo con el propósito de beneficiar o perjudicar a tal o cual doctrina. Como vimos, la neutralidad se reduce en este punto a neutralidad de propósitos, no se trata de buscar la neutralidad de consecuencias que sería imposible y, en muchos casos, indeseable (Rawls 1996, 2002). 24 Las virtudes cívicas La virtud cívica constituye un caso particular de la discusión anterior pero, al tratarse del tema central del presente trabajo, la abordaré por separado aquí. Pese a que el liberalismo político 31 es neutral en el sentido especificado, ello no le impide afirmar la superioridad de determinadas formas de carácter moral y estimular determinadas virtudes políticas (Rawls 1996, 2002). Una teoría liberal de la justicia como la de Rawls incluye determinadas virtudes políticas de primera magnitud como la tolerancia, la razonabilidad o el sentido de la justicia (Rawls 1996, 2002). Una concepción política liberal no supone a los ciudadanos únicamente como racionales sino también como razonables. Los ciudadanos no se limitan a cumplir con lo establecido por los principios rectores de la cooperación social por un simple cálculo estratégico (para evitar las sanciones derivadas del incumplimiento, por ejemplo). El sentido de la justicia de los ciudadanos no se reduce a suponerlos capaces de comprender lo que la justicia requiere sino que incluye el actuar motivados para la realización de dichos requerimientos (Rawls 1996, 2002). Como se dijo, el normal funcionamiento de las instituciones de una sociedad libre influye sobre las doctrinas comprehensivas (sobre las creencias y deseos) de las personas que tienden a tornarse razonables si no lo eran. Obviamente este hecho incluye el desarrollo de virtudes políticas como las mencionadas 32 (Rawls 1996, 2002). Volvemos a toparnos en este punto con la cuestión de la neutralidad. Vemos que el Estado no es neutral en cuanto a las consecuencias de su actuación. Tal cosa sería imposible para una importante extensión y además, en casos como éste, indeseable. En efecto, que el normal funcionamiento de las instituciones tenga como subproducto la creación de virtud cívica resulta vital para la estabilidad de una sociedad libre. Pero lo que el Estado puede y debe hacer en materia de virtud no se agota aquí. Existen muchas otras virtudes que son necesarias para alcanzar o estabilizar una sociedad justa y que no son promovidas (o no lo son en suficiente medida) por el normal funcionamiento institucional. Puede incluso, si nos atenemos a la lógica subyacente al ejemplo de la sardana, que el normal funcionamiento institucional debilite ciertas virtudes importantes para la justicia 33 (Van Parijs 1993). Por ejemplo, la proliferación sin límite de estilos de vida diferentes e incluso antagónicos, siendo positiva en tanto que manifestación de la libertad individual de los ciudadanos, podría deteriorar las bases de la cohesión social (Van Parijs 1993). Bien, en respuesta a este tipo de cuestiones diremos que el Estado debe promover todas aquellas virtudes necesarias para alcanzar o estabilizar la justicia de la sociedad 34 . Es necesario precisar la anterior afirmación. Afirmo que el Estado debe promover dichas virtudes, no que pueda hacerlo (siempre y cuando, obviamente, se preocupe por la justicia de la sociedad). La promoción de la virtud es un imperativo exactamente igual que puede serlo el garantizar la igualdad 31 Nuevamente, el adjetivo político distingue (limita el alcance) al liberalismo de Rawls del liberalismo comprehensivo de Kant o Mill. 32 Es esta una cuestión de primera magnitud para el presente trabajo ya que yo me pregunto aquí, precisamente, acerca de los mejores mecanismos institucionales para la creación de virtud cívica. 33 O, de modo más general, importantes para otros bienes sociales que no son la justicia pero que también son importantes. 34 Arnsperger y Van Parijs (2002); Kymlicka (2004); Patten (2004); Rawls (1996, 2002); Van Parijs (1993, 1996). 25 de oportunidades. Suele acusarse al liberalismo desde posturas comunitaristas y republicanas de sucumbir ante el vicio dado que el principio de neutralidad le impide promover las virtudes necesarias para dotar de estabilidad a sus ideales de justicia 35 . En la misma línea acostumbra también a argumentarse que los liberales, presos entre cuernos de un dilema, no tienen más remedio que cometer violaciones puntuales del principio de neutralidad en aras de poder salvar al menos una parte de su ideal de justicia 36 . Bien, vemos que existen elementos suficientes para responder a esas críticas. No se trata de que el Estado pueda, como mal menor, promover algunas virtudes si no hay más remedio. El Estado está normativamente obligado a promover todas aquellas virtudes necesarias para alcanzar o estabilizar la justicia de la sociedad. En segundo lugar, el Estado sólo debe fijar un límite en la promoción de la virtud. A estas alturas ya debería estar claro cual es ese límite, se trata de la línea roja marcada por la prioridad de lo correcto sobre lo bueno. Otra vez, no podemos introducir determinadas virtudes en la concepción política porque pertenecen a tal o cual doctrina comprehensiva que nosotros apoyamos, debemos hacerlo porque, y sólo porque, resultan necesarias para alcanzar o dotar de estabilidad a la justicia de la sociedad. En este sentido, las virtudes deben ser, como la concepción política en su conjunto, independientes de las distintas doctrinas en el sentido que he especificado más arriba, a saber, debe tratarse de virtudes a las que ciudadanos razonables que albergan doctrinas comprehensivas razonables podrían prestar su apoyo 37 . Y una tercera aclaración, la virtud es instrumental para la justicia no constitutiva de la misma (Van Parijs 1996; Kymlicka 2004; Patten 2004). Esta afirmación, central para el presente capítulo, necesita a su vez de posteriores aclaraciones. La virtud, un determinado tipo de motivaciones, no es parte constitutiva de la justicia, no nos dice nada sobre lo que la justicia es (Patten 2004; Kymlicka 2004; Van Parijs 1996). Lo que dictamina que una sociedad sea justa es que se cumpla lo estipulado por unos determinados principios de justicia 38 (los dos principios de la justicia como equidad rawlsiana o el maximín de la libertad real de Van Parijs, por ejemplo). Los principios de justicia que deban regir la cooperación social se encuentran inscritos, obviamente, dentro de la concepción política. La concepción política, no obstante, incluye, tal y como hemos visto, muchas más cosas, entre ellas virtudes, ideas del bien y una concepción de la persona. Esto no significa, sin embargo, que todas esas cosas constituyan la justicia, se incluyen en la concepción política simplemente para dotar de estabilidad a la misma 39 . Esto no implica, obviamente, que la virtud cívica no sea importante. Tal y 35 Véase, por ejemplo, Sandel (2004). En la misma línea, suele acusarse a las teorías de la justicia liberales de ser ideales en el sentido negativo de desconectadas de la realidad e inviables. Véase, por ejemplo, Bertomeu y Domènech (2005). 37 Nótese que digo que podrían hacerlo, no que lo hagan realmente, se trata de un supuesto hipotético no empírico. Sobre el uso de supuestos hipotéticos en la elaboración de una teoría de la justicia véase Rawls (1990, 1996, 2002, 2002b) o Rawls en Habermas y Rawls (1998). 38 Nótese que sostengo que los principios deben cumplirse, no que las instituciones formales deben hacer que se cumplan. Esta precisión será importante en la siguiente sección. 39 Rawls nunca fue claro a este respecto (o yo no soy capaz de entenderlo). Él incluye ideas del bien y virtudes en la concepción política, del mismo modo que incluye las libertades políticas iguales y la democracia. Sin embargo, afirma que tales cosas, las libertades políticas iguales, por ejemplo, tienen una importancia mucho menor que otras libertades “civiles” o “modernas”. En este sentido “el papel de de las libertades políticas quizá no sea sino fundamentalmente instrumental para la concepción de las demás libertades” (Rawls 1996, p. 336). Entiendo que el “quizá” denota la voluntad de no entrar en cuestiones en las que, dada su manera de plantear el 36 26 como trataré de argumentar en el próximo capítulo, su importancia resulta vital en una sociedad libre. Simplemente se dice que no es constitutiva de la justicia pero, una vez dicho esto, es necesario añadir sin la menor dilación que representa un instrumento indispensable para la justicia (Kymlicka 2004; Patten 2004; Van Parijs 1996). II.5- La estructura básica como primer objeto de la justicia En esta sección quisiera profundizar algo más acerca de qué debemos entender exactamente en referencia a la función instrumental y no constitutiva de la virtud respecto de la justicia. Tal y como sostuve en la sección anterior, una sociedad es justa cuando se cumple lo estipulado por una determinada concepción pública de la justicia; por ejemplo, cuando se cumplen los principios de la justicia como equidad de Rawls (1996, 2002). Eso y no otra cosa es lo que constituye la justicia. Pienso que interpreto correctamente la postura del liberalismo político a este respecto si digo que lo que constituye la justicia son los citados principios, no quién o qué se ocupe de que se cumplan. Al discutir estas cuestiones salimos, a mi entender, del plano normativo y entramos en el plano instrumental, abandonamos la filosofía política para adentrarnos en los dominios de la sociología política. Demos ahora pues ese paso, entremos en la discusión sobre los medios para la justicia. La estructura básica de la sociedad es el principal objeto de la justicia (Rawls 1979, 1996, 2002, 2002b). La estructura básica de la sociedad consiste en “las principales instituciones políticas, sociales y económicas de una sociedad, y al modo en que se disponen en un sistema unificado de cooperación social” (Rawls 2002b, p. 190). La estructura básica incluye instituciones como la familia (Rawls 1996, 2002, 2002b) y, de modo general, se encuentra compuesta tanto por instituciones formales como informales (Arnsperger y Van Parijs 2002). Algunos autores liberales afirman en ocasiones que la justicia depende única y exclusivamente del diseño institucional formal o, simplemente, de la ley. Esta postura se deriva de la célebre tesis de Kant según la cual “el problema del establecimiento del Estado tiene solución incluso para un pueblo de demonios (…) y el problema se formula así: ordenar una muchedumbre de seres racionales que, para su conservación, exigen conjuntamente leyes universales, aun cuando cada uno tienda en su interior a eludir la ley, y establecer su constitución de modo tal que, aunque sus sentimientos particulares sean opuestos, lo contengan mutuamente de manera que el resultado de su conducta pública sea el mismo que si no tuvieran tales malas inclinaciones.” (Kant en Noguera, 2003, p. 11). Pienso que esta tesis, así formulada, no se sostiene y que puede ser refutada sin desviarse ni un milímetro de lo defendido por el liberalismo político. La justicia es simplemente imposible en un pueblo de demonios. Si todos los miembros de una sociedad fuesen demonios, las instituciones justas no podrían alcanzar la estabilidad 40 . La justicia se aplica sobre la estructura institucional (formal e informal) básica por diferentes razones. Los principios no pueden aplicarse directamente sobre las organizaciones sociales, no me voy a problema, no necesitaba entrar. Sea como sea, la formulación de Rawls se me antoja profundamente compleja en estas cuestiones y escapa a mi capacidad de entendimiento. Sin embargo, la elaboración del problema resulta absolutamente nítida en el resto de la tradición liberal como en las formulaciones citadas de Van Parijs (1996) o Patten (2004) con las que yo me encuentro de acuerdo. 40 No me detengo a justificar esta afirmación porque trataré en profundidad este tema en los próximos capítulos. 27 extender en ello pero espero que resulte intuitivamente plausible que no tendría sentido exigir que las universidades o las iglesias aplicasen, por ejemplo, el principio de la diferencia 41 rawlsiano (Rawls 1979, 1996, 2002, 2002b). Dichas organizaciones aplican sus propias reglas de funcionamiento. Dichas reglas se encuentran limitadas por los principios rectores de la estructura básica pero sólo de forma indirecta, no directamente (Rawls 1979, 1996, 2002). En segundo lugar, los principios de la justicia afectan principalmente (pero no únicamente) a las instituciones sociales (formales o informales) más que a las conductas individuales (Arnsperger y Van Parijs 2002). Esto es así también por varios motivos. En primer lugar, como vimos más arriba, cada cual goza del derecho de determinar lo que es importante para su propia existencia, su ideal de la vida buena pero es necesario establecer constricciones institucionales que hagan posible que todos puedan disfrutar de ese derecho de manera equitativa (Arnsperger y Van Parijs 2002). Por otro lado, como tendremos oportunidad de ver en el quinto capítulo de este trabajo, siempre que se pueda conseguir el cumplimiento a través de la ley, debemos recurrir a ella en lugar de hacerlo a la virtud. Debemos economizar virtud y moralidad (Ayres y Braithwaite 1992; Brennan y Hamlin 1995; Brennan y Pettit 2000, 2004). Pero debe quedar claro que estamos en un debate sobre medios. Tal vez la ley sea más importante que la virtud para la justicia pero esa mayor importancia simplemente se refiere a que sirve para solucionar un mayor número de casos. Tanto la ley como la virtud son medios para un fin. Ese fin, la justicia, no presupone ningún medio, que medio utilizar en cada circunstancia es una cuestión empírica. En este trabajo argumentaré que: a- tanto la ley como la virtud son medios indispensables para la justicia y b- ley y virtud (o, de modo más general, estructuras formales e informales de la sociedad) se encuentran en una interacción constante de modo que actuar sobre una sin tener en cuenta los efectos sobre la otra suele tener consecuencias desastrosas 42 . Tal y como se acaba de sostener, es aconsejable economizar moralidad y, por tanto, no hacer depender de la buena voluntad de las personas cosas que se puedan solucionar con la ley. En este sentido, tal y como argumenta Noguera (2003) no tendría ningún sentido esperar que la redistribución de la riqueza se diese fruto de las aportaciones voluntarias de los ciudadanos. Parece plausible suponer que un sistema fiscal bien diseñado tendrá más éxito en ese cometido 43 . Pero, la ley no puede ni debe llegar a todos los rincones de la sociedad. Veámoslo con un ejemplo 44 . Imaginemos que vivimos en un país donde rigen unos principios de justicia sólidamente establecidos. Imaginemos que en una ciudad de ese país, Santa Coloma de Gramenet, por ejemplo, una familia gitana decide ir a un acontecimiento cultural organizado en un parque de la ciudad por una popular emisora de radio. Al llegar allí se les permite la entrada al recinto, se les venden consumiciones en la barra y, de modo general, todo el mundo respeta sus derechos legalmente establecidos. Sin embargo, ninguna de las miles de personas asistentes al acto (todas ellas profundamente racistas aunque perfectas observadoras de la ley) les dirige la palabra en toda la jornada, ni responde a ninguna de sus 41 El principio de la diferencia prescribe un reparto maximín (o leximín) de los beneficios de la cooperación social. Véase Rawls (1979, 1996, 2002). 42 Esta última afirmación muestra un panorama más complejo del que se desprende de mi afirmación anterior de que la ley es más importante porque sirve para más casos. En cada caso se debe tener en cuenta la interacción entre ambos factores de modo que aún se podría matizar más la supuesta mayor importancia de la ley. 43 No obstante, la virtud afianzará el cumplimiento. 44 Debo este ejemplo a un compañero de Departamento, Óscar Valiente. 28 preguntas, ni se sienta a su lado, ni permite a sus niños jugar con los hijos del matrimonio gitano, etc. aduciendo (de forma muy educada) que la ley no les obliga a ello y que, por tanto, no tienen porque hacerlo porque sus ideales de la vida buena no incluyen el relacionarse con gitanos. Es evidente que una situación así no puede ser regulada por ley directamente. Sí que puede ser regulada indirectamente, tomando medidas institucionales para influir sobre las motivaciones de las personas, pero eso no convierte en menos importantes las motivaciones, la voluntad de hacerse mutuamente justicia por utilizar la expresión rawlsiana. Para salir del ejemplo particular y expresar de modo formal lo que pretendo decir, la cuestión clave aquí vuelve a estar, a mi modo de ver, en como entendemos la prioridad de lo justo sobre lo bueno. Tal y como argumenta Kymlicka (2004), la distinción entre lo correcto (el derecho en su formulación) y lo bueno se refiere a las justificaciones de la política pública, no a sus objetos. Lo importante no es cual es el objeto de la política (los derechos legales, la virtud cívica o alguna otra cosa por el estilo), lo importante es cómo se justifica dicha política. Una vez más, debemos justificarla por su importancia en la promoción de la justicia social, nunca porque nos permita promocionar tal o cual doctrina comprehensiva particular. En este sentido, no hay ningún problema, ni es menos liberal, asumir que para luchar contra la discriminación racial (como en el ejemplo) es fundamental, claro que sí, asegurar legalmente los derechos de todas las personas sea cual sea su etnia pero también lo es (no sé si más o menos) promover los cambios necesarios en las motivaciones de las personas. 29 III- SOBRE LA RELEVANCIA POLÍTICA Y SOCIOLÓGICA DE LA VIRTUD CÍVICA El presente trabajo se centra en los mecanismos de diseño institucional que pueden contribuir a generar, o a reproducir, virtud cívica. La cuestión de qué consecuencias cabe razonablemente esperar que sean producidas por una civilidad ampliamente difundida no afecta, por tanto, a mi argumentación. No obstante, si concluyésemos que la virtud no aporta ningún beneficio social remarcable, o bien que no aporta nada que no pueda ser alcanzado de modo más efectivo por otros medios, eso, que duda cabe, socavaría la relevancia política y sociológica del objeto de estudio. Creo no obstante que existen argumentos de sobra con los que fundamentar la importancia de la promoción de la virtud cívica en nuestras sociedades. El más importante de ellos es, lo acabamos de ver en el capítulo anterior, tiene que ver con su carácter indispensable para la consecución y el mantenimiento de la justicia social, pero en la literatura pueden encontrarse otros muchos. Dedicaré la primera parte de este capítulo a exponer sintéticamente algunos de los bienes sociales más destacables que pueden ser atribuidos (total o parcialmente) a la virtud cívica. Presentaré de forma genérica posibles argumentos en favor de dos tesis diferenciables aunque muy relacionadas acerca de los productos de la civilidad. Por un lado, sostendré, como acabo de decir, que la virtud cívica puede contribuir a la consecución y el mantenimiento de importantes bienes sociales. Por otra parte, sostendré también que la virtud cívica no puede ser considerada superflua para la consecución de esos bienes, es decir, defenderé que hay buenas razones para pensar que esos bienes no podrían ser alcanzados igualmente, o incluso, de forma más eficiente, en un contexto de villanía, simplemente a través de imperativos institucionales formales. Finalmente, concluiré el capítulo revisando algunas consideraciones críticas con la virtud cívica que son de una naturaleza distinta a las que he tratado en el primer capítulo. III.1- Algunos bienes sociales derivados de la virtud La cantidad de beneficios atribuidos en la literatura a la virtud cívica resulta ingente, enumero aquí esquemáticamente algunos de los más relevantes. Putnam (2000) sostiene que la virtud cívica influye positivamente en el rendimiento institucional y el capital social. En su famoso estudio del capital social en Italia, concluye que la mayor extensión de la civilidad en las regiones del norte frente a las del sur constituye el factor explicativo del mayor crecimiento económico y del mejor rendimiento institucional de las primeras frente a las segundas. En un sentido similar, como hemos tenido oportunidad de ver más arriba, Goodin (1992) sostiene que la moralidad hace posible la cooperación y contribuye a mejorar las condiciones de vida de los más débiles. J. Cohen (2001) sostiene que la virtud cívica (“unos valores morales determinados”) constituye un requisito imprescindible para el pluralismo razonable. Es un rasgo común en toda la tradición republicana el sostener que la virtud cívica es un elemento indispensable para la democracia deliberativa, con todos los beneficios que, a su vez, se atribuyen a esta última, y/o para la libertad republicana 45 . 45 Domènech (1989, 2003, 2004); Gambetta (2001); Habermas (2001); Nino (1997); Ovejero, Martí y Gargarella (2004); Pettit (1999); Sunstein (2004). 30 A. Sen (2000) vincula la participación activa de los ciudadanos en política con el desarrollo económico. Esta tesis es distinta de la anterior de Putnam. Putnam se refiere al crecimiento económico, a saber, al aumento del PIB. Sen, en cambio, se refiere al desarrollo económico. Para éste, el desarrollo consiste, grosso modo, en la extensión de las libertades. El crecimiento sólo es deseable en la medida en que genere desarrollo pero no es un bien por sí mismo. En su trabajo expone numerosos ejemplos de como la solidez de la democracia puede ser un factor clave para la eliminación de las hambrunas en África. En definitiva, esta somera revisión bibliográfica sugiere, desde mi punto de vista, que parece plausible suponer que la virtud cívica se encuentra detrás de numerosos bienes sociales. III.2- La virtud como un bien no superfluo Aun aceptando el argumento anterior todavía se podría sostener un segundo argumento crítico con la virtud. Se podría aducir que todos los fines valiosos que la virtud nos promete podrían ser alcanzados, más fácil y más eficientemente, de otras maneras, principalmente, a través de imperativos institucionales formales 46 . Se trata del mismo caso del ejemplo citado más arriba sobre la necesidad de albergar o no confianza en el mecánico. Se podría decir que, en aquel caso, la virtud resulta superflua. Da igual si el mecánico es o no virtuoso, a saber, resulta indiferente si se encuentra o no motivado para hacer bien su trabajo y arreglar nuestro coche lo mejor que pueda o si, por el contrario, se trata de un villano sin escrúpulos dispuesto a estafarnos a la mínima oportunidad que se le presente. De lo que se trata, nos dirá quien sostenga esta tesis, es única y exclusivamente, de que exista un diseño institucional eficiente que proteja nuestros derechos en tanto que principales y que obligue al agente (al mecánico en este caso) a hacer bien su trabajo si no quiere ser sancionado 47 . Se trata, al fin y al cabo, de la vieja máxima kantiana según la cual la estructura institucional de una sociedad liberal tiene que ser tal que garantice el correcto funcionamiento de ésta aunque estuviese poblada por demonios (Noguera 2003). Aceptar esta conclusión tendría importantes consecuencias tanto para la virtud cívica en general como para este trabajo en particular. Aunque, si bien es cierto, el estudio de los mecanismos de producción y reproducción de la virtud cívica continuaría siendo una cuestión pertinente en términos académicos, carecería de relevancia social. En este sentido, se trataría de un debate puramente intelectual en el sentido despectivo que, en ocasiones, se suele dar a la expresión. Tal y como he apuntado en el primer capítulo, me encuentro profundamente en desacuerdo con esta tesis. Todos los autores a los que se ha hecho referencia en la sección anterior conciben la virtud como una herramienta insubstituible para poder alcanzar todos aquellos bienes sociales. Como 46 En el capítulo anterior se ha rechazado que esto pudiese ser así en el caso de la justicia. Ninguna estructura institucional, se dijo, podría garantizar la justicia para una sociedad poblada por demonios. En esta sección trataré esta cuestión con algo más de detalle. 47 El denominado problema del principal (o fideicomitente) y el agente (o fideicomisario) consiste en la asimetría de información (y en la posible y presumible divergencia de intereses) entre las dos partes de un determinado tipo de contrato. “Un fideicomitente, P, es alguien que encarga una tarea, T, que él mismo, por los motivos que fuere, no está en condiciones de realizar (ni de controlar cabalmente la realización de la misma), a otro individuo, A, el cual no necesariamente está interesado por si mismo en la realización de T.” (Domènech, 2004, p. 198). 31 sostiene P. Pettit, las instituciones formales “(...) no pueden andar por si mismas. Son resortes muertos, mecánicos, y sólo ganarán vida y cobrarán impulso si se hacen un sitio en los hábitos de los corazones de las gentes. (...). Ninguna institución puramente jurídica tiene la menor posibilidad de sobrevivir a un nivel substancial de divorcio y escepticismo popular. No puede esperarse efectividad de sistema jurídico alguno, si las leyes no concitan una medida considerable de adhesión y respeto" (Pettit, 1999, 313). Tal vez el contenido del pasaje resulte algo matizable, supongo que sería cuestión de precisar que entendemos por un nivel sustancial de divorcio y de escepticismo, así como por una medida considerable de adhesión y respeto. Los impuestos, gran parte de las medidas previstas por el código de circulación o los beneficios penitenciarios para determinados presos sobreviven pese a la poca consideración que logran entre los ciudadanos. No obstante, continúa siendo cierto que con la virtud logramos una aplicación más efectiva y eficiente de la ley incluyendo en ella la reducción de los efectos contraproducentes de la misma. El propio Rawls (1996, 2002) incluye una moderada benevolencia entre los condiciones para la justicia. Si los ciudadanos fuesen, no ya demonios, sino, simplemente, los maximizadores de utilidad egoístas que prevé la teoría económica, la justicia distributiva no sería un fin realizable. Desde un ámbito diferente del de la mayoría de autores citados hasta el momento, la explicación del cambio institucional efectuada por North (2001, 2005) también puede venir en apoyo de la importancia de la virtud. Más adelante se tratará más en detalle esta cuestión pero, permítaseme anticipar algunas ideas aquí. Un cuerpo de imperativos institucionales formales que tiene éxito en un contexto social determinado puede fracasar en otro debido precisamente a que las normas establecidas en ambos contextos son diferentes. Según North, este es, por ejemplo, el caso en el fracaso de muchos países Latino Americanos que, a finales del s. XIX, copiaron la Constitución estadounidense. Dicha Constitución estaba dando, ya entonces, un buen rendimiento en un país de cultura anglosajona pero, su exportación a contextos que habían padecido el yugo español durante siglos y en los que la cultura clientelar y caciquil se encontraba profundamente establecida, constituyó un absoluto fracaso. Así pues, del argumento de North se deriva que no sólo el diseño institucional formal, sino también las normas sociales, son importantes para generar determinados bienes sociales, crecimiento económico en este caso. Pettit (1999) ofrece toda una serie de razones para que las leyes se encaucen con normas cívicas, a continuación recojo algunas que son especialmente pertinentes aquí. En primer lugar, en un contexto de civilidad escasa, la gente cumple la ley con reluctancia, simplemente cuando los costes de hacerlo son mayores que los beneficios de infringirla. Este es el caso del mecánico que no nos engañará sólo si la probabilidad de ser descubierto es elevada y el castigo severo. Según Pettit, en un contexto así, el cumplimiento de la ley resulta tan contingente de las circunstancias que la ley no puede garantizar la libertad de las personas. 32 En segundo lugar, si no se da una civilidad ampliamente difundida, no habrá personas o organizaciones que se articulen para defender los derechos de grupos minoritarios, o de la sociedad entera, que pudiesen no estar suficientemente reconocidos o garantizados 48 . El tercer argumento de Pettit que recojo aquí se refiere sostiene que, en ausencia de una civilidad ampliamente difundida, los ciudadanos no ejercerán de forma efectiva la vigilancia virtuosa resintiéndose de este modo el grado de cumplimiento de la ley. En definitiva, considero que la virtud cívica tiene una importancia fundamental para la consecución de multitud de bienes sociales como la justicia, el capital social o el crecimiento económico. Como ya se ha apuntado y se expondrá en mayor detalle en el siguiente capítulo, la virtud es a menudo economizable y, cuando lo sea, debemos economizarla. No debemos dejar en manos de la virtud algo que pueda ser solucionado con la ley. No obstante, la virtud no es economizable en contextos en los que el control directo resulta más costoso, imposible o indeseable (por ejemplo, porque daña derechos o libertades) y más economizable en las condiciones inversas. Por otro lado, también la ley resulta fundamental para el cumplimiento y puede que lo sea más y en más circunstancias. III.3- Virtud y eficiencia Anteriormente, en el primer capítulo, se ha hecho referencia a un determinado tipo de peligros que los críticos suelen atribuir a la virtud cívica, o a la moralidad en general; se trataba de problemas relacionados con la intolerancia y el fanatismo. En esta sección abordaré otro tipo de problemas que suelen ser generalmente atribuidos a la virtud por sus críticos, se trata, en esta ocasión, de problemas, por así decirlo, de ineficiencia. El argumento ha sido formulado de multiplicidad de maneras y aplicado a otros tantos casos distintos pero, de forma general, puede sintetizarse en la vieja idea de A. Smith (Gintis 2005; Goodin 1992) de que es el vicio privado y no la virtud el que hace posible el bienestar de las sociedades 49 . Construimos instituciones como el mercado en las que es la interacción de individuos egoístas que persiguen su propio beneficio la que posibilita que se generen de forma eficiente los bienes y servicios demandados por los ciudadanos. Como principal ventaja, esta interacción permite que se revele la información privada acerca de las preferencias de los individuos. Por el contrario, suele suponerse que estas ventajas no podrían alcanzarse con individuos de otro tipo. En primer lugar, cabe hacer notar que este problema no afecta a la caracterización de la virtud cívica aquí sostenida ya que ésta es compatible con la persecución del propio interés. Pero, además, Kolm (1983) demuestra que también pueden alcanzarse equilibrios eficientes basados en un completo altruismo. No sólo esto sino que, por otro lado, las interacciones basadas en el altruismo podrían contribuir a solucionar algunos importantes fallos del mercado como la incapacidad de proveer bienes públicos. 48 Naturalmente, a la inversa, en muchas ocasiones la ley también protege a las minorías de la voluntad mayoritaria. 49 Aunque la idea como tal es incluso anterior y puede encontrarse ya, por ejemplo, en la fábula de las abejas de Mandeville. 33 No obstante, con esto no es aún suficiente. No basta con decir que la virtud no aumenta los problemas de coordinación que, de por sí, ya generan las motivaciones viciosas. No basta tampoco con sostener que ésta puede ser más efectiva que el vicio para solucionar algunos de esos problemas (la provisión de bienes públicos) porque aún nos quedarían sin solucionar multitud de problemas que más arriba, en este mismo capítulo, se ha sostenido que la virtud ayuda a solucionar. Permítaseme avanzar en este punto a partir de un ejemplo inventado. Imaginemos dos edificios en llamas, dos facultades de sociología por ejemplo, una de ellas abarrotada de maximizadores egoístas de utilidad esperada y la otra abarrotada de sociólogos virtuosos. Es fácil suponer lo que podría llegar a suceder en el primer caso, se trata de una situación con la estructura típica de un dilema del prisionero con varios jugadores. Probablemente se produciría una catástrofe con montones de víctimas que morirían, no ya por causa del fuego sino asfixiadas o aplastadas por una avalancha de individuos tratando de salvarse a sí mismos a cualquier precio. Pero, lo interesante de este ejemplo es ver que podría suceder en el segundo caso. Paradójicamente, el resultado podría ser tan catastrófico o incluso peor que en el primero. Imaginemos que cuando se declara el incendio ninguno de los sociólogos que abarrota la facultad trata de escapar sino que todos se dedican a intentar ayudar en la infructuosa labor de extinción o, sencillamente, se niegan a salir ellos los primeros, rehúsan abandonar el edificio mientras quede alguien dentro. La situación resulta muy inverosímil porque la conducta descrita choca frontalmente contra el instinto de supervivencia que suele guiar nuestra actuación en situaciones así pero, nótese que ese sería el resultado si todos actuaran de forma puramente virtuosa. Más allá del ejemplo, ese tipo de efectos contraproducentes podría producirse en una infinidad de situaciones cotidianas en un contexto de civilidad ampliamente difundida. Para solucionar este dilema es necesario volver sobre una idea apuntada muy periféricamente en la sección anterior. Tal y como se ha sostenido allí a partir del ejemplo de la exportación de la Constitución estadounidense al contexto de algunos países latinoamericanos, las normas sociales establecidas resultan un elemento fundamental del crecimiento económico, en el caso de North, y, de forma general, de los bienes sociales a los que se ha ido haciendo referencia a lo largo de este capítulo. Pero, como se ha apuntado allí, para una completa comprensión de la cuestión, el argumento se puede, y se debe, girar. Las normas sociales virtuosas son un elemento indispensable para alcanzar multitud de bienes sociales pero, los imperativos institucionales formales también lo son, no lo olvidemos, la virtud por sí sola tampoco puede garantizar los beneficios que promete. Todos esos beneficios se obtienen cuando existe un determinado cuerpo de imperativos institucionales correctamente encauzado por un conjunto de normas sociales públicamente orientadas. Volvamos a nuestro ejemplo con estos nuevos mimbres. Los sociólogos que abarrotan la facultad en llamas podrán salvarse si: 1-existe un protocolo de evacuación en caso de emergencia que establezca claramente cual es el procedimiento a seguir (por ejemplo, que mujeres, niños y ancianos deben ser evacuados con prioridad) y 2- los sociólogos se comportan de forma virtuosa y cumplen lo que dice el protocolo en lugar de actuar como villanos y tratar de huir ellos los primeros a cualquier 34 precio. De este modo, es la correcta articulación entre diseño institucional y virtud cívica la que puede suponer un óptimo social 50 . IV- MOTIVACIÓN HUMANA Y DINÁMICAS EVOLUCIONARIAS DEL DISEÑO INSTITUCIONAL IV.1- La reciprocidad fuerte Esta primera parte del cuarto capítulo, dedicado a las motivaciones humanas tiene una doble importancia para el presente trabajo. Por un lado se muestra que mi caracterización de lo que es la virtud no tiene simplemente un carácter filosófico sino que, además, se encuentra bien fundamentada sobre los descubrimientos científicos acerca de la conducta humana. En segundo lugar, contar con supuestos realistas sobre las motivaciones humanas volverá a ser importante cuando me refiera al impacto de los dispositivos institucionales sobre la conducta. Antes de entrar en lo que propiamente se refiere a las motivaciones humanas, empero, discutiré en una breve subsección la necesidad de utilizar supuestos realistas cuando se hace ciencia. a- El principio de realismo como base de la ciencia Para hacer ciencia social, desde la perspectiva que aquí se sostiene (individualista metodológica, racionalista, etc.), es necesario contar con algunos supuestos acerca de las motivaciones humanas y del funcionamiento de la mente en general, no se puede hacer buena ciencia social “sin psicología” (Mundó 2007). La cuestión radica en determinar cuales deben ser esos supuestos. Desde la teoría de la elección racional en su versión estándar (TER) se sostiene el supuesto del agente maximizador de utilidad esperada 51 . Este supuesto es tan clásico y existe un volumen de literatura tan ingente que resulta imposible de abordar aquí en detalle 52 . Para lo que aquí nos afecta me limitaré a recordar que se concibe al agente como egoísta e instrumental. Esto es, los agentes tienen unas preferencias acerca de su propio bienestar y actúan tratando de maximizarlo a partir de las oportunidades de que disponen y de sus creencias acerca de cuales son los mejores medios para alcanzar sus objetivos. Se concibe a los agentes como disponiendo de información completa sobre el contexto de decisión en el que se encuentran y con una capacidad perfecta de procesamiento de dicha información. Que los agentes sean egoístas, o autointeresados, significa que son indiferentes respecto del bienestar de los demás, esto no sólo excluye el altruismo sino también emociones negativas como la malicia o la envidia 53 . 50 Nótese que en este óptimo la virtud toma, más que nunca, la forma de actuar motivado por normas sociales establecidas y no tanto la persecución espontánea de alguna idea intuitiva del bien. 51 Sin embargo, puede argumentarse que para muchos de los autores que trabajan con teoría de la elección racional, sobretodo en economía, este no es necesariamente un supuesto psicológico sino meramente metodológico. De hecho, como sostiene Elster (1990b, 1997), la teoría de la elección racional es habitualmente concebida como una teoría que explica la acción a partir de preferencias y oportunidades sin tener en cuenta las creencias. En este sentido, en muchas ocasiones la TER ha sido también concebida como una manera de hacer ciencia social sin psicología (Mundó 2007) e, incluso, como una perspectiva holista (Satz y Ferejhon 1994). 52 Para tal fin, véase, por ejemplo, Coleman (1990). 53 Los autores que trabajan con la racionalidad limitada (bounded rationality) (o TER enriquecida conductualmente) han ido relajando muchos de los supuestos de la teoría clásica. Los trabajos de H. Simon desde 35 Estos supuestos son, evidentemente, incompletos en unos casos y directamente falsos en otros. De forma igualmente obvia, los autores que trabajan con dichos supuestos son conocedores de este hecho pero sostienen el supuesto de maximización de utilidad instrumentalmente (Hedström 2005). Dicho instrumentalismo puede tomar dos formas analíticamente diferenciables: respecto a la predicción o respecto a la modelización. El primer caso de concepción instrumental de la teoría puede ser ejemplificado con los trabajos de Friedman o de Jasso (Hedström 2005). Para estos autores una teoría no debe estar comprometida con el realismo sino con la explicación y predicción de los fenómenos sociales. En este sentido, el irrealismo es prácticamente un requisito lógico para una teoría. Una buena teoría debe ser parsimoniosa, a saber, debe explicar mucho con poco, predecir complejos hechos sociales a partir de unos pocos supuestos muy sencillos. En este caso, nadie puede negar que la TER sea muy parsimoniosa. En este caso, el problema radica en confundir la explicación con la predicción y la parsimonia con el irrealismo (Hedström 2005; Sen 1980). El objetivo de la ciencia es dar explicaciones causales de los fenómenos que se estudian pero esto no implica necesariamente poder predecir, especialmente en un terreno como el de las ciencias sociales en el que no es posible contar con leyes determinísticas. Pensemos, por ejemplo, en que antes de Newton la gente ya sabía (ya podía predecir) que si se rompía la rama que sujetaba una manzana a un árbol, esta caería al suelo. Sin embargo, hasta que se formuló la teoría de la gravedad no fue posible dar una explicación científica de ese hecho. A la inversa, es posible, por ejemplo, explicar a posteriori un determinado hecho social o psicológico a través de pares de mecanismos como los desarrollados por Elster (1997, 1998, 2002) sin que sea posible predecir a priori cual de los dos mecanismos del par va a ser el que se active o el que termine imponiéndose y con que intensidad. Por tanto, aunque pueda ser deseable, la ciencia no implica necesariamente predecir los fenómenos sino explicarlos causalmente. El segundo problema del uso instrumental de la teoría en aras de la predicción consiste en la confusión de la parsimonia con el irrealismo. Evidentemente, hacer ciencia es, entre otras cosas, un ejercicio de reduccionismo (Noguera 2007). Una buena teoría es aquella que explica mucha realidad a partir de pocas y sencillas proposiciones; en esto consiste el requisito de parsimonia al que la ciencia debe ceñirse. Pretender hacer lo contrario, pretender construir una teoría sociológica que represente al máximo la realidad es caer en el error de confundir el mapa con el territorio (Noguera 2007) y concebir la teoría sociológica como si se tratase de una suerte de antropología filosófica (Aguiar y de Francisco 1999; García 2005). La cuestión aquí es la de cuáles deben ser esos pocos y sencillos supuestos a los que reduzcamos la realidad. En este sentido, no se entiende demasiado bien por qué razón debería ser prácticamente un requisito lógico del reduccionismo el trabajar con supuestos falsos. Imaginemos que un fenómeno social está compuesto por los elementos “a, b, c, d, e”. Aplicando el desideratum de parsimonia podríamos tratar de explicarlo utilizando sólo los elementos “b” y “c” que, según nuestro punto de vista, son los más relevantes. Lo que no parece tener demasiado sentido es tratar de explicarlo a través de los elementos “v” y “x” que no se encuentran en el conjunto. De este mediados del pasado siglo supusieron el nacimiento de esta corriente. Hoy en día la cantidad de autores que trabajan con teoría de la elección racional enriquecida conductualmente resulta también ingente. Véase, por ejemplo, Camerer, Loewenstein y Rabin (2004) o Mansbridge (1990). 36 modo queda claro, bajo mi punto de vista, que la necesidad de reduccionismo de una explicación científica no está reñida de modo alguno con el principio de realismo. Llegados a este punto es necesario que matice lo que estoy diciendo. No estoy sosteniendo que el supuesto de egoísmo sea falso. La evidencia empírica que presentaré en este capítulo demuestra que aproximadamente una cuarta parte de los resultados hallados en condiciones experimentales corresponden a conductas motivadas por la persecución del interés propio en sentido estricto 54 . El supuesto de egoísmo debe ser incluido en nuestras explicaciones pero junto con éste debemos tener en cuenta otros supuestos motivacionales, en particular el de reciprocidad fuerte (strong reciprocity) 55 . Dedicaré el presente capítulo a caracterizar dicho supuesto pero, por el momento, permítaseme señalar que no sólo se trata de un supuesto a incluir “junto” con el de egoísmo sino que se trata de la más importante de las disposiciones motivacionales del ser humano en tanto que especie. Finalmente, hemos visto que el supuesto de la maximización de utilidad como única forma de motivación humana no puede sostenerse apelando, de forma instrumental, a su potencial predictivo. Pero además, ahora estamos en condiciones de añadir que, como veremos a lo largo del presente capítulo, el recurrente argumento del potencial predictivo de la teoría resulta también falso ya que el supuesto de maximización no predice bien el comportamiento en innumerables e importantes situaciones tanto experimentales como reales y no resiste el escrutinio empírico. Tal y como se ha apuntado unas líneas más arriba, el uso instrumental de la teoría suele adoptar dos versiones analíticamente diferenciables. Hasta el momento hemos visto la versión que apela al potencial predictivo de la misma. Repasaré ahora brevemente la segunda, la que apela a las posibilidades de modelización (Hedström 2005). También en muchas ocasiones suele defenderse el uso de la teoría estricta de la racionalidad dada su facilidad de modelización. En este mismo sentido, se suele apelar a las dificultades de modelización para criticar las posturas de aquellos autores que optan por tratar enriquecer conductualmente los supuestos de la teoría. Desde mi punto de vista existen dos comentarios relevantes a introducir aquí. En primer lugar, la facilidad de modelización (cuestión puramente técnica) no puede ser de ningún modo un argumento sustantivo a favor de un determinado supuesto 56 . Tal y como sostiene Boudon (2003), defender un argumento así representa incurrir en la paradoja del borracho que, en mitad de la noche, busca sus llaves bajo la luz de la única farola de la calle en la que se encuentra pese a que las ha perdido en el otro extremo de la misma. Preguntado por su conducta, nuestro borracho responde que busca las llaves bajo la farola porque el lugar donde las ha perdido está muy oscuro y le resultaría muy difícil encontrarlas allí. En segundo lugar, cabe destacar que, tal y como se mostrará en el presente capítulo y en la parte empírica de este trabajo, el supuesto de reciprocidad fuerte presenta también un elevado potencial de modelización gracias, entre otras cosas, a la aplicación a la ciencia social de novedosas herramientas técnicas y metodológicas como la simulación social. 54 Bowles y Gintis (2001b); Fehr y Fischbacher (2005); Ostrom (2005). Bewley (2005); Bowles y Gintis (2000, 2001b, 2005); Boyd, Gintis, Bowles y Richerson (2005); Falk y Fischbacher (2005); Fehr y Fischbacher (2005); Fong, Bowles y Gintis (2005); García (2005); Gintis (2000, 2003, 2007); Gintis, Bowles, Boyd y Fehr (2005); Kaplan y Gurven (2005); Silk (2005); Ostrom (2005). 56 Boudon (2003); Gintis, Bowles, Boyd y Fehr (2005); Hedström (2005); Sen (1980). 55 37 b- El pluralismo motivacional en la especie humana El ser humano es un animal capaz de albergar una amplia variedad de motivaciones diferentes. En la presente sección repasaré brevemente algunas de las más destacadas en la literatura para en la siguiente sección centrarme ya exclusivamente en la reciprocidad fuerte. Antes de empezar a enumerar tipos de motivación, vale la pena apuntar que, como en el caso de la virtud, sería bastante pobre suponer que existe una clase de individuos que siempre está motivado de forma totalmente egoísta mientras que existe otra clase de individuos que siempre son totalmente altruistas y así sucesivamente. En primer lugar, los diferentes motivos pueden variar de intensidad. En segundo lugar, de modo más importante, todos nosotros albergamos diferentes tipos de motivaciones dependiendo de toda una serie de factores. Esta es una cuestión muy importante en el próximo capítulo y en el conjunto del presente trabajo. Podemos distinguir entre preferencias sociales y no sociales (Fehr y Fischbacher 2005). El caso paradigmático de preferencias no sociales es el de las preferencias autointeresadas. Este tipo de preferencias ya ha sido brevemente caracterizado en la sección anterior y no me voy a volver a detener en ellas. Simplemente vale la pena recordar que, como se ha dicho, el egoísmo goza de buena salud entre nosotros. Sin embargo, contra lo que prevé la TER, ésta no es ni la única ni la más importante de las formas de motivación que albergan los seres humanos. Las motivaciones sociales son aquellas que se dirigen hacia otras personas, no son, por tanto, indiferentes respecto de las preferencias o los intereses de los demás 57 . Un primer tipo de preferencia social es la aversión a la inequidad (inequity aversion) (Fehr y Fischbacher 2005). Las personas motivadas de esta forma quieren alcanzar una distribución equitativa de los recursos. Agentes motivados de este modo serán altruistas con los más desfavorecidos pero también sentirán envidia por los más afortunados 58 . En muchas ocasiones agentes motivados de este modo se comportarán en la misma forma que los cooperadores fuertes, sin embargo, la reciprocidad fuerte es un motivo mucho más importante en términos cuantitativos (Fehr y Fischbacher 2005). Un segundo tipo de preferencia social que podemos encontrar en la literatura especializada es el altruismo incondicional (Fehr y Fischbacher 2005). El altruista incondicional trata de satisfacer las preferencias o los intereses de los demás 59 . Se trata de una conducta incondicional y no recíproca en el sentido de que no se espera que los destinatarios de nuestro altruismo nos correspondan en un futuro más o menos cercano 60 . 57 Podría argumentarse que la conducta egoísta también se dirige en ocasiones hacia los demás. La diferencia radica en que cuando la conducta egoísta se dirige hacia los demás lo hace sólo instrumentalmente en aras de alcanzar el beneficio propio mientras que en las conductas sociales los demás son importantes por sí mismos (Jenks 1990). 58 Nótese que esta idea casa bien con el altruismo perfecto de Kolm que he incluido en mi caracterización de la virtud cívica. 59 También anteriormente, hemos visto que este tipo de motivación puede traer importantes beneficios para el bien común pero también graves peligros. 60 Merece la pena destacar que, independientemente de cuestiones cuantitativas, el egoísmo goza de prioridad lógica sobre el altruismo (Elster 1990c). La razón es que, si bien nos resulta posible concebir algo así como un estado de naturaleza en la que todos los individuos se comportan única y exclusivamente de modo egoísta, no nos es posible hacer lo contrario. El altruista asume como propias las preferencias egoístas de un segundo. Si no hubiese individuos con preferencias egoístas tampoco podría haber otros individuos, altruistas, que se esforzasen 38 La evidencia experimental también muestra que un importante tipo de preferencias sociales son de carácter malicioso y envidioso (Fehr y Fischbacher 2005). Jon Elster (1991) identifica la envidia como uno de los pilares del orden social 61 . Bowles y Naidu (2005) identifican en los humanos una fuerte predisposición a la dominación y a la subordinación aunque, también, una igualmente destacable aversión a ser mandado así como la ya mencionada aversión a la inequidad 62 . Pese a que no se trata exactamente de un tipo de motivaciones, quisiera referirme aquí brevemente a una capacidad de la mente humana que necesitaré traer a colación en el próximo capítulo, se trata de la capacidad de identificación (Pettit 1999; Coleman 1990), generosidad comunitaria (comunitarian unselfishness) (Jenks 1990) o identidad de grupo (group identity) (Dawes, van de Kragt y Orbell 1990). Los individuos humanos tienen la capacidad de identificarse con los grupos a los que pertenecen o creen pertenecer y actuar para promover los intereses de dichos grupos. Se deja de pensar en clave de mis propios intereses en tanto que individuo y se empiezan a promover los intereses del nosotros (mi nación, mi grupo social, el partido u organización al que pertenezco, mi familia, etc.) Fiske (1991), en un trabajo ya clásico de la psicología evolucionaria, demuestra que los seres humanos no procesamos información a partir de módulos dominio-general sino que lo hacemos a través de módulos dominio-específico. Uno de los cuatro módulos identificados por Fiske es precisamente el de comunidad que es el que permite a los humanos establecer relaciones basadas en un modelo en el que los miembros del grupo son equivalentes e indiferenciados en un sentido moral. Individuos así motivados superan dilemas de cooperación ya que promueven los intereses del grupo sin esperar recibir ningún tipo de recompensa por su conducta. La identificación opera independientemente de los dictados de la conciencia. Yo no decido identificarme con un grupo voluntariamente, simplemente me 63 64 identifico. Identificarse es un estado que esencialmente un subproducto . El repaso que se ha llevado a cabo en esta sección no es ni pretende ser exhaustivo. En la literatura se pueden encontrar otros tipos de motivaciones diferentes de los que aquí se han expuesto y caracterizaciones mucho más detalladas de los tipos que sí que he presentado. Del mismo modo, la capacidad de identificación no sería una forma de motivación en el mismo sentido en que lo son el en procurar utilidad a los primeros. Por tanto, para poder existir el altruismo requiere que también exista el egoísmo, cosa que no sucede a la inversa. 61 Nótese que las motivaciones envidiosas o maliciosas no son racionales en el sentido técnico del término pero sí que son sociales. El propio Elster cita una fábula popular que ejemplifica bien esta cuestión. En una ocasión hace ya muchos años, un genio mágico se apareció a un aldeano que se encontraba trabajando la tierra. El genio le dijo al aldeano que le pidiese cualquier deseo y que él se lo concedería. La única condición que le puso fue que concedería a su vecino el doble de lo que le concediese a él. Después de pensarlo por unos instantes el aldeano se dirigió al genio y le pidió que le arrancase un ojo. 62 Se me ocurre sugerir que tal vez pudiese interpretarse esta aparente paradoja en términos de pares de mecanismos tal y como hace Elster (1998, 2002). 63 Volveré sobre la cuestión de los subproductos en el próximo capítulo. Puede encontrarse una discusión muy completa del concepto en Elster (1988). 64 Dawes, van de Kragt y Orbell (1990) aportan novedosa evidencia experimental que muestra como la identificación aumenta la cooperación independientemente de los pagos asociados a la misma. No obstante, como en el caso del altruismo, este mecanismo no sólo puede comportar beneficios para la cooperación sino también crear importantes peligros para la convivencia. 39 egoísmo o el altruismo pero la he incluido en esta sección porque necesitaré hacer referencia a ella en el próximo capítulo. Insisto una vez más, aun a riesgo de hacerme repetitivo (prefiero eso antes que arriesgarme a que el lector pierda el hilo de la argumentación en este extenso trabajo), en que poco a poco vamos viendo como los argumentos que se han ido aportando en los capítulos anteriores se encuentran bien fundamentados en la evidencia empírica disponible sobre las motivaciones humanas. Los supuestos motivacionales que estoy exponiendo aquí volverán a ser importantes cuando aborde la cuestión de cómo los dispositivos institucionales afectan a la conducta. Dedicaré los siguientes apartados a presentar de forma detallada el tipo de motivación que caracteriza al ser humano como especie de forma más importante, la reciprocidad fuerte. c- La reciprocidad débil y la reciprocidad fuerte La reciprocidad débil y sus limitaciones Las explicaciones sobre la cooperación que propone la psicología evolucionaria tienen como precedente propuestas respecto a comportamientos cooperativos como el altruismo y la reciprocidad generados desde la biología evolucionaria (Cosmides y Tooby 1992). Hamilton postuló a la aptitud inclusiva (inclusive fitness) posteriormente llamada por Maynard Smith “kin selection” (selección de parientes), que argumenta que existen comportamientos altruistas entre individuos parientes en una especie, los que pueden incluso sacrificar su vida para salvar a un pariente, si esto permite que el número de copias de los genes del individuo altruista, se transmita a través de sus parientes, hecho que no ocurriría si el comportamiento altruista de sacrificio no se hubiera producido (García 2005). El altruismo recíproco fue propuesto por Trivers, quien señala que individuos realizan actos de altruismo con terceros a cambio de ser reciprocados por estos en el futuro. Este comportamiento de altruismo recíproco fue seleccionado evolutivamente porque es adaptativo; se trata de un rasgo diseñado por la selección natural y que guía las acciones de los individuos hacia el altruismo mutuo (García 2005). Los postulados del altruismo recíproco fueron corroborados por Hamilton y por Axelrod que, desde la teoría de juegos, particularmente a partir de la búsqueda de soluciones al dilema del prisionero iterado, encontraron que la estrategia llamada tir for tat 65 (toma y daca) que sugiere la cooperación fundada en la reciprocidad es evolutivamente estable (Axelrod 1986; García 2005). Este tipo de estrategias casan bien con el supuesto de egoísmo. Si bien la estrategia dominante en un dilema del prisionero para un individuo racional es defraudar, cuando el dilema se itera el tit for tat se convierte en la estrategia evolutivamente estable, en esto consiste la reciprocidad débil. De este modo se han realizado importantes avances en la investigación de la cooperación social y de la emergencia de normas aplicando el instrumental de la teoría de juegos y de la elección racional. Sin embargo, como se ha dicho, el tit for tat fracasa al tratar de explicar la cooperación y la emergencia de normas en la mayoría de situaciones importantes y existe numerosa evidencia sobre sus limitaciones. En el 65 Diseñada por Rapoport y que indica que se debe iniciar el juego cooperando y luego tomar la misma decisión cooperar o no cooperar- que haya realizado el otro jugador en el movimiento previo. 40 próximo capítulo discutiré esta estrategia desde una óptica distinta pero, permítaseme comentar aquí brevemente alguna de esa evidencia. Bowles, Gintis, Boyd y Fehr (2005) hacen referencia a utilizaciones experimentales de juegos del ultimátum 66 en diferentes culturas y con la participación de miles de individuos en los que sólo una exigua minoría se comporta según lo previsto por la teoría económica. En general, los proponentes hacen ofertas mucho más altas de lo previsto y, de modo mucho más importante, los receptores rechazan ofertas de cuantías considerables si no las perciben como justas 67 . Sería de suponer que un ofertante racional ofrecería una reparto 9-1 y que un receptor también racional lo aceptaría. Se puede tratar de explicar la conducta de los ofertantes apelando a que no tienen manera de saber si el receptor es racional, pero no se puede explicar la conducta de los receptores sin salirse de los supuestos del homo economicus. Cuando, por el contrario, la oferta no era hecha por un ofertante humano sino por un ordenador de forma aleatoria, los receptores tendían a aceptar todas las ofertas fuese cual fuese su monto. En los mismos experimentos se cambiaron las reglas del juego y se pasó a jugar juegos del dictador 68 . Tampoco en este caso, en el que el diseño institucional ofrece unos incentivos muy importantes para la conducta egoísta, la conducta prevista por la teoría económica fue mayoritaria entre los ofertantes. Puede descartarse también, por tanto, que en los juegos del ultimátum los ofertantes no ofrezcan 9-1 simplemente para evitar que sus ofertas sean rechazadas 69 . He destacado esta evidencia experimental simplemente a modo de ejemplo, en las referencias citadas puede encontrarse muchos más experimentos con resultados igualmente inequívocos 70 . Pero la evidencia contra la plausibilidad de la reciprocidad débil como única base de la cooperación y de la emergencia de normas en las sociedades humanas no se limita a resultados experimentales. La reciprocidad débil puede explicar por qué los individuos cooperan cuando existen expectativas de futuras interacciones pero tiene muchas más dificultades para explicar por qué se coopera en la última ronda o en jugadas de ronda única. Aplicado al mundo real, la reciprocidad débil no pudo en modo alguno asegurar la cooperación en los frecuentes momentos en que los grupos humanos que vivían en el Pleistoceno se encontraban enfrentados a profundas crisis que podían llevarlos a la desaparición. Paradójicamente, por tanto, la estrategia no servía para asegurar la cooperación en los momentos en que era más importante que lo hiciese (Bowles y Gintis 2003). De hecho, es 66 En el juego del ultimátum hay dos jugadores y algún bien valioso y divisible a repartir (en los experimentos citados, 10 dólares). Una de las partes (el ofertante) le hace una oferta de repartición a la otra parte, el receptor, que sólo puede aceptar o rechazar la oferta. Si el receptor acepta, el dinero se reparte según lo acordado, si rechaza, ambos lo pierden todo. Los experimentos citados, además, se realizaron en condiciones de anonimato entre las partes aumentando así los incentivos para defraudar. 67 Resultados muy similares en experimentos del mismo tipo pueden encontrarse en Bewley (2005), Bowles y Gintis (2000, 2001b, 2005), Boyd, Gintis, Bowles y Richerson (2005), Falk y Fischbacher (2005), Fehr y Fischbacher (2005), Fong, Bowles y Gintis (2005), Gintis (2000, 2003, 2007), Kaplan y Gurven (2005) u Ostrom (2005). 68 La diferencia consiste en que en este tipo de juego el receptor no cuenta con la opción de rechazar la oferta de modo que el ofertante puede hacer la distribución que le parezca sin tener que preocuparse por la racionalidad de la otra parte. 69 Bewley (2005); Bowles y Gintis (2000, 2001b, 2005); Boyd, Gintis, Bowles y Richerson (2005); Falk y Fischbacher (2005); Fehr y Fischbacher (2005); Fong, Bowles y Gintis (2005); Gintis (2000, 2003, 2007); Gintis, Bowles, Boyd y Fehr (2005); Kaplan y Gurven (2005); Ostrom (2005). 70 Tal vez podría aún aducirse que los sujetos de los experimentos podían no entender bien la lógica de los mismos o no eran capaces de relacionarlos con situaciones de su vida cotidiana. Esta conclusión es también errónea. Para éstas y otras cuestiones acerca del diseño de los experimentos, véase la bibliografía citada. 41 prácticamente imposible que la especie humana hubiese tenido éxito evolucionario si hubiese albergado únicamente motivaciones egoístas (Gintis 2005; Jenks 1990). En segundo lugar, muchos tipos de interacciones humanas que fueron de crucial importancia en la historia evolucionaria de la especie toman la forma de juegos de bienes públicos con n jugadores en los que, aunque se itere el dilema, la cooperación basada exclusivamente en el tit for tat constituye un equilibrio altamente inestable (Bowles y Gintis 2003). Finalmente, existe evidencia de innumerables e importantes conductas prosociales en la vida real, no en casos experimentales, que no pueden ser explicadas en términos de reciprocidad débil (Bowles y Gintis 2003). La reciprocidad fuerte Por reciprocidad fuerte se entiende “una propensión a cooperar y compartir con aquellos que tienen una predisposición similar y una voluntad de castigar a aquellos que violan la cooperación y otras normas sociales, aun cuando el hecho de compartir y el castigo conlleven costos personales (Bowles y Gintis 2001b, p. 173). La reciprocidad fuerte es la forma de motivación más importante en la especie humana y se encuentra englobada dentro de lo que he denominado como motivaciones sociales. Es la motivación cuantitativamente más importante que se identifica en condiciones experimentales y explica satisfactoriamente los resultados de los experimentos citados anteriormente. Por ejemplo, en el caso del juego del ultimátum, el rechazo de los receptores de ofertas consideradas injustas se explica fácilmente como la sanción que el receptor impone al proponedor (incluso incurriendo en costes personales) por haber violado una norma de equidad. El hecho de que una amplia mayoría de los proponedores efectúen ofertas generosas incluso en juegos del dictador puede explicarse igual de fácilmente por la voluntad de estos de actuar conforme a dichas normas 71 . En la cooperación fuerte la disposición a cooperar es condicional mientras que la predisposición a sancionar es altruista (Gintis 2000; Gintis, Bowles, Boyd y Fehr 2005). Que la cooperación es condicional resulta bastante evidente, sólo se coopera con aquellos que también lo hacen. Pero el sancionar es incondicional 72 y altruista. Se sanciona en todos los casos generando de este modo un beneficio colectivo aunque al hacerlo se incurra en costes individuales y no existan expectativas de ganancia futura. Un acto tan irracional (en el sentido técnico del término) como la venganza puede interpretarse fácilmente en clave de reciprocidad fuerte (Bowles y Gintis 2001b). Los cooperadores fuertes sancionan principalmente las motivaciones villanas independientemente de cuales sean sus resultados aunque los malos actos con buenas motivaciones también suelen ser sancionados pero con menor intensidad (Gintis 2000; Gintis, Bowles, Boyd y Fehr 2005). Si yo trato de engañarle a usted en una interacción entre ambos pero soy tan idiota y lo hago tan mal que acabo generándole un beneficio, recibiré de usted su represalia, no su gratitud. Sí, por el contrario, trato de ayudarlo de 71 Bewley (2005); Bowles y Gintis (2000, 2001b, 2005); Boyd, Gintis, Bowles y Richerson (2005); Falk y Fischbacher (2005); Fehr y Fischbacher (2005); Fong, Bowles y Gintis (2005); Gintis (2000, 2003, 2007); Gintis, Bowles, Boyd y Fehr (2005); Kaplan y Gurven (2005); Ostrom (2005). 72 Esta es una afirmación compleja. De forma general, pueden darse trasvases entre diferentes formas de motivación. En el próximo capítulo entraré en detalle en algunas de las cuestiones que trato aquí superficialmente aunque lo haré desde una perspectiva muy distinta. 42 buena fe pero, nuevamente debido a mi idiotez, le termino causando un perjuicio, probablemente recibiré también su represalia aunque no en todos los casos y con una intensidad menor. De forma crucial para el presente trabajo, cabe destacar la estrecha relación entre estar motivado para actuar como un cooperador fuerte y seguir normas en el sentido que se le viene dando a ese concepto en estas páginas. Un cooperador fuerte está motivado para seguir las reglas de la cooperación vigentes en una sociedad determinada. La reciprocidad fuerte ofrece por tanto un mecanismo para la aplicación descentralizada de normas sociales (Sethi y Somanathan 2005). De este modo, la presencia de cooperadores fuertes sirve como elemento de disuasión para potenciales gorrones y convierte en estable la cooperación 73 (Fehr y Fischbacher 2005; Sethi y Somanathan 2005). Como se ha venido apuntando y como tendrá oportunidad de verse en detalle en el próximo capítulo, no se trata tanto de que en una determinada sociedad exista un cierto número de cooperadores fuertes, de altruistas o de gorrones, como de que todas esas y muchas más son motivaciones que los seres humanos albergamos. Todos nos comportamos amoralmente en determinadas ocasiones y algunos lo hacen casi todo el tiempo pero, también todos, hasta los más villanos, nos comportamos moralmente en determinadas ocasiones. Pero normalmente existe una reserva moral suficiente para garantizar la cooperación (Gintis 2003, 2007). Contra lo que puede parecer a priori, los seres humanos desarrollamos la capacidad de interiorizar normas como un mecanismo adaptativo (Gintis 2003, 2007; Sethi y Somanathan 2005). Las preferencias de los seres humanos son, al menos en una importante extensión, programables socialmente en el sentido de que pueden ser alteradas por socialización. No se trata sólo de que exista un aprendizaje cultural sino que nuestros objetivos (nuestra concepción de la vida buena por así decirlo) pueden ser definidos culturalmente. Esta es una característica de nuestra especie que resulta enormemente extraña en el mundo animal (Gintis 2003, 2007). Los seres humanos no respondemos sólo a incentivos materiales sino que también valoramos bienes como el poder, la estima de los demás o la propia autoestima (Gintis 2003, 2007). En este sentido, determinadas emociones como la vergüenza, la culpa o la empatía tienen un papel central en nuestra conducta y resultan cruciales para el seguimiento, el cumplimiento y la interiorización de normas 74 . Emociones como la vergüenza, la culpa, el orgullo o la gloria juegan un papel central en el seguimiento y cumplimiento de normas. Los individuos siguen habitualmente las normas de forma deontológica pero, en caso de que en algún momento puedan sentir la tentación de violarlas o las violen de forma efectiva, el deseo de evitar las emociones negativas o de no perder las positivas les puede mantener o devolver a la senda del cumplimiento. En este sentido, la vergüenza es la emoción más importante en relación con el cumplimiento de normas sociales 75 . Los mecanismos a través de los cuales acontecen estos procesos son principalmente motivacionales, no cognitivos 76 (Bowles y 73 Todas estas son cuestiones de extrema importancia para el presente trabajo. Como va dicho, en el próximo capítulo volveré sobre ellas desde un enfoque harto diferente. 74 Gintis (2003, 2007); Gintis, Bowles, Boyd y Fehr (2005); Sethi y Somanathan (2005); Bowles y Gintis (2002). 75 Me limito a apuntar aquí esta idea. Este será uno de los temas centrales en el próximo capítulo aunque lo abordaré desde una perspectiva diferente. 76 Este es el principal motivo por el que, pese a valorar positivamente los importantes esfuerzos efectuados desde la bounded rationality para enriquecer conductualmente los supuestos de la TER, no tengo demasiado en cuenta esas aportaciones en el presente trabajo. En mi modelo, los individuos se apartan de lo prescrito por el modelo 43 Gintis 2002; Gintis 2000; Elster 2002). La sanción altruista del violador de una norma no se produce principalmente como resultado de un proceso cognitivo sino por la intensa indignación que nos produce contemplar la actuación de un villano 77 (Bowles y Gintis 2000; Gintis 2000; Elster 2002). El cooperador fuerte no es indiferente al bienestar de los otros ni a los procesos que determinan los resultados sociales. Esos procesos deben ser equitativos (Bowles y Gintis 2001b). Deben ceñirse, por recuperar el concepto de Goodin al que hice referencia en el primer capítulo, a la Golden Rule 78 . En tiempos pasados, cuando la sociedad estaba dividida en estamentos sociales que contaban con privilegios basados en concepciones religiosas o ideas por el estilo, una situación justa podía ser altamente desigual. Sin embargo, en las sociedades modernas, la justicia suele entenderse como equidad. Suele concebirse que todos los individuos deben contar con las mismas oportunidades y que los resultados del azar o de procesos fuera de nuestro control deberían también repartirse de forma igualitaria. No sucede lo mismo con los beneficios obtenidos a través del mérito y del esfuerzo 79 (Bowles y Gintis 2001b). Por tanto, la reciprocidad fuerte no sólo asegura el cumplimiento de normas sino que incorpora una clara concepción de la equidad y de la solidaridad como motores rectores de la vida social. Entre todos los iguales debe existir un balance ajustado de derechos y obligaciones capaz de regular el intercambio social (Bowles y Gintis 2001b). canónico de la racionalidad, no tanto porque sean incapaces de llevar a cabo complicados cálculos de costes y beneficios sino más bien porque están sometidos a poderosas fuerzas psíquicas que los llevan a actuar más o menos independientemente de aquellas consideraciones. 77 De modo general, las sanciones (positivas o negativas) en forma de emociones intensas en sentido amplio son un motor motivacional mucho más importante en nuestra especie que los procesos cognitivos (Frank 1990). Es la sensación de hambre la que nos impulsa a comer y no los cálculos sobre las necesidades calóricas de nuestro organismo (Frank 1990); del mismo modo, es el orgasmo el incentivo selectivo que nuestro organismo nos ofrece para perpetuar nuestra carga genética (Domènech 1997). 78 También en consonancia con lo sostenido por Goodin (1992) acerca de la obligación de no explotar y el deber de proteger al desfavorecido, Frohlich y Oppenheimer (1992) demuestran a partir de una serie de experimentos que los seres humanos albergan también una fuerte generosidad de las necesidades mínimas (floor constraint78). Los autores realizan series de experimentos entre individuos de diferentes culturas, procedencias sociales, etc. en los que se demanda a los participantes que se pongan de acuerdo sobre los principios de justicia que deberían regir la vida social. En todos los casos se acuerda que las personas deberían tener aseguradas sus necesidades básicas. Los humanos albergamos una fuerte motivación para compartir con otros para asegurarles algún mínimo vital 78 , especialmente en forma de provisión directa de alimentos, vivienda o cuidado. La predisposición a compartir aumentaba exponencialmente cuando la situación de necesidad era causada por algún suceso desgraciado fuera del control del agente (Frohlich y Oppenheimer 1992). 79 En los experimentos referidos en este capítulo, los proponedores tendían a hacer ofertas más generosas cuando percibían que estaban en la posición de ofertantes por pura casualidad que cuando tenían que ganársela a través de algún proceso previo. 44 IV.2- Dinámicas evolucionarias del cambio institucional He dedicado la primera parte de este capítulo, la más extensa, a las motivaciones humanas, dedicaré esta segunda a las dinámicas evolucionarias del cambio institucional. Puede entenderse la civilización humana como un proceso a través del cual tratamos de reducir la incertidumbre 80 del entorno. Durante la mayor parte de la historia la incertidumbre ha venido derivada del entorno físico. Poblaciones humanas enteras han desaparecido a lo largo de los siglos víctimas de plagas, enfermedades, hambrunas o catástrofes naturales. A fin de superar esas dificultades desarrollamos, y lo continuamos haciendo, la ciencia y la tecnología y construimos complejas arquitecturas institucionales. Pero, conforme el mundo físico se iba tornando más previsible, el mundo cultural humano se ha hecho tan complejo, tan interrelacionado, que se ha convertido en la principal fuente de incertidumbre para las sociedades modernas y los problemas derivados del mismo constituyen los principales retos a los que se enfrenta la humanidad en nuestros días (North 2001, 2005). Modificamos nuestras instituciones para enfrentarnos a los problemas que nos afectan pero ese cambio genera irremediablemente efectos no esperados negativos que generan nuevos problemas que nos llevarán a nuevas reformas y así sucesivamente. No conocemos bien la realidad de los sistemas políticos y económicos pero tenemos que tomar decisiones sobre los mismos constantemente. Decidimos a partir de las creencias que nos formamos bajo condiciones de incertidumbre, con información muy incompleta. En un contexto así la teoría de la elección racional estándar supone que no podemos formarnos creencias pero el caso es que lo hacemos, y lo hacemos a partir de las más variadas heurísticas 81 , llegando a generar sistemas de creencias tan complejos como las ideologías. Dichas creencias son a la vez descriptivas de cómo el sistema funciona y normativas de cómo debería funcionar 82 (North 2001, 2005). A partir de esas creencias se desarrolla con el tiempo una compleja estructura de instituciones formales y de normas sociales informales que determina el funcionamiento futuro del sistema político y económico. La estructura resultante impone severas limitaciones a los márgenes de decisión de los agentes. El proceso es, en este sentido, path dependent 83 . La dependencia de la trayectoria anterior supone que el cambio se produzca por acumulación y que sólo en determinadas condiciones extremas se produzcan rupturas bruscas (North 2001, 2005). El hecho de que el proceso dependa de la trayectoria y que se desarrolle en el largo plazo supone que pequeños cambios en el presente pueden tener consecuencias muy importantes en el futuro si no se hace algo para adaptar la institución a la nueva situación. A la inversa, dado que la estructura institucional forma un conjunto, si introducimos un pequeño cambio en la estructura para adaptarnos a una también pequeña 80 Los seres humanos no somos animales omniscientes sino que tenemos información incompleta y, normalmente, inexacta acerca de la realidad. En muchísimas ocasiones, los humanos debemos tomar decisiones en contextos de riesgo o incertidumbre, me intereso aquí por el segundo caso. En sentido estricto, la incertidumbre surge cuando se da una situación en la que el agente carece de información hasta el punto de que “no puede especificar probabilidades numéricas, ni siquiera dentro de un rango de límites inferiores y superiores. O, aún más fundamentalmente, ni siquiera puede especificar un conjunto completo de los posibles estados del mundo, sin mencionar su probabilidad”. (Elster, 1990 b, p. 71). 81 Sobre esta cuestión, véase, por ejemplo, Camerer y Loewenstein (2004) o North (2005). 82 Generalmente, a lo largo de la historia de la humanidad, es a partir de las creencias de los agentes dominantes que se diseñan y rediseñan las instituciones (North 2001, 2005). 83 Para una completa caracterización de este concepto, véase, por ejemplo, Mahoney (2000) o Pierson (2001). 45 transformación en la realidad, podemos estar alterando el equilibrio del sistema. En este sentido, un pequeño cambio en la realidad puede requerir de una profunda transformación de la estructura institucional 84 (North 2001, 2005). Contra lo que se prevé en la economía convencional, no podemos esperar que nuestro conocimiento del sistema político y económico se vaya perfeccionando paulatinamente a través de un proceso de ensayo-error hasta llagar a tener una perfecta comprensión del mismo. Esto sería así si el mundo social, como el físico, fuese ergódico, a saber, si no se generasen realidades nuevas. En un contexto así podríamos generar unas hipótesis que podrían resultar más o menos ajustadas a la realidad pero que, en cualquier caso, se podrían ir afinando por ensayo-error. Pero esto no puede funcionar de ese modo en un mundo no-ergódico (North 2005). Nuestro éxito depende en gran medida de lo cerca que se encuentren las nuevas situaciones de los modelos derivados de nuestra experiencia anterior. Cuando las situaciones son realmente nuevas, nuestros esquemas cognitivos pueden no ser adecuados para hacerles frente (North 2001, 2005). En este sentido, necesitamos construir instituciones con eficacia adaptativa, esto es, con la suficiente flexibilidad como para poder adaptarse a los continuos cambios en la realidad 85 (North 2001, 2005). Los EEUU o la UE hemos tenido un éxito notable en este cometido y nuestras economías han sido capaces de sobreponerse a golpes terribles como guerras y crisis profundas y de procurarnos unos considerables niveles de desarrollo y de bienestar de forma continuada durante los últimos siglos. Sin embargo, esto no es lo habitual en la historia de la humanidad. No existe un único tipo de instituciones que pueda asegurar el éxito pero, éste requiere de un cierto equilibrio entre distintos factores que en pocas ocasiones logramos reunir (North 2001, 2005). Existen algunos errores básicos que los humanos solemos cometer cuando diseñamos instituciones 86 . Uno ya lo he comentado, se trata del problema de los pequeños cambios, pero hay otros. En primer lugar, como ya habrá quedado claro, nuestras creencias acerca de la realidad política y económica son imperfectas, cosa que nos lleva a equivocarnos con frecuencia. En segundo lugar, sólo podemos actuar fácilmente sobre la estructura institucional formal pero, como se ha venido sosteniendo en este trabajo, las normas sociales son también muy importantes. Este será el tema central del siguiente capítulo y de este trabajo y, como veremos, sabemos poco acerca de cómo actuar sobre las normas sociales y podemos hacerlo sólo indirectamente. Los cambios en la estructura formal se desarrollan, además, en largos períodos de tiempo (North 2001, 2005). 84 Coram (2003) sostiene este mismo argumento en referencia a las segundas mejores alternativas de una medida institucional. Intuitivamente solemos pensar que el second best de cualquier cosa es el que más se parece al primero. Si yo quiero un coche con cuatro ruedas, aire acondicionado y de color azul marino pero no puedo permitírmelo y el vendedor me ofrece un coche con cuatro ruedas y aire acondicionado pero de color azul celeste, ése será mi second best. Pero esto no funciona así con el diseño institucional. Diseños muy parecidos pueden tener resultados muy diferentes. Lo que debe preocuparnos no es que la forma del second best sea cercana a la de nuestra primera opción sino que lo sean sus resultados. De este modo, tal vez el second best de un diseño institucional determinado sea otro totalmente distinto. 85 Klein (2003) ofrece algunos ejemplos de este tipo de instituciones. 86 En el próximo capítulo me detendré a comentar algunos tipos habituales de regulación contraproducente. Me limitaré aquí a algunos principios generales. 46 V- ESTRATEGIAS DE DISEÑO INSTITUCIONAL Este es el capítulo central del primer bloque de este trabajo. En las próximas páginas expondré en detalle en que consisten dos tipos ideales distintos de estrategias de diseño institucional, a saber, estrategias centradas en la desviación y estrategias centradas en el cumplimiento, así como, cuales son sus efectos sobre la motivación y la conducta de los agentes. Antes de empezar a presentar las estrategias empero, necesitamos recorrer aún un largo trecho. Necesitamos caracterizar de forma adecuada el objeto sobre el que esas estrategias se aplican a fin de poder después explicar adecuadamente cuales serán los efectos de dicha aplicación. He empezado a hacer eso en el capítulo anterior donde realice un repaso de las principales motivaciones humanas. Allí se sostuvo que el ser humano ha sido diseñado por la evolución para seguir normas. Precisamente, definí la conducta virtuosa como aquella que se encuentra motivada por un particular tipo de normas sociales, a saber, normas públicamente orientadas. Antes de centrarnos en el diseño institucional es necesario pues decir algo sobre las normas sociales, sobre la manera en que orientan nuestra conducta, así como sobre el modo en que emergen y desaparecen, sobre su relación con la racionalidad instrumental, etc. Pero, al mismo tiempo, no podemos referirnos a las normas sociales sin decir nada sobre otro elemento que resulta vital para las mismas, las emociones. Dedicaré las primeras secciones del presente capítulo a tratar de aclarar estas cuestiones. Soy consciente, una vez más, de que mi argumentación empieza desde muy atrás y recorre un largo camino antes de centrarse propiamente en el diseño institucional. Pienso, no obstante, que todos los temas que previamente se exponen son importantes para una correcta comprensión de la cuestión. V. 1- Seguir y cumplir normas a- La irreductibilidad de las normas a racionalidad instrumental A lo largo de este trabajo se ha venido entendiendo la virtud cívica como la conducta motivada por un particular tipo de normas sociales, a saber, normas públicamente orientadas. En esta sección quisiera abordar con algo más de detalle la cuestión del significado concreto de estar motivado por una norma. Quisiera dejar claro que, desde mi punto de vista, las normas no son reducibles a racionalidad instrumental 87 . Las normas sociales constituyen, en consecuencia, una fuente de motivación para la conducta del mismo modo en el que lo hace la racionalidad instrumental. A continuación precisaré algo más esta afirmación. Muchos teóricos sostienen que las normas sociales son reducibles a racionalidad instrumental, o, más generalmente, a intereses de algún tipo, dándole a esta tesis diferentes significados concretos. Revisaré algunos que me parecen especialmente interesantes. En una primera formulación de la tesis se sostiene que las normas no son más que racionalizaciones ex post de una conducta racional. El número de normas que pueden llegar a existir en una sociedad determinada resulta inmenso y, con un poco de atención, podemos llegar a encontrar normas que nos permitan justificar una gran variedad de comportamientos contradictorios entre sí. Resulta muy plausible suponer que, por ejemplo, en la negociación de un convenio los trabajadores menos 87 Brennan y Pettit (2004) ; Elster (1990, 1991, 1997, 2001, 2002); Pettit (1993, 1999, 2002). 47 remunerados apelarán a normas de igualdad que les permitan sostener demandas de mayor igualdad salarial mientras que los trabajadores más cualificados (y más remunerados) probablemente apelarán en mayor medida a principios meritocráticos. Las normas pueden usarse, evidentemente, de modo estratégico, pero esto no puede ser todo. Precisamente, no tendría ningún sentido utilizar las normas de modo estratégico si no hubiese personas dispuestas a dejarse convencer por ellas. Si todo el mundo utilizase las normas de forma estratégica y nadie creyese que son legítimas y obligatorias, sería inútil tratar de convencer a alguien recurriendo a ellas (Elster 1990, 1991, 1997). La segunda versión de la tesis reduccionista es la que en mayor medida afecta al contenido de este trabajo ya que pone directamente en tela de juicio que exista algo como seguir normas que sea distinto de limitarse a cumplirlas. Se sostiene que la gente cumple las normas para evitar las sanciones derivadas de no hacerlo y/o, a la inversa, para obtener la recompensa por hacerlo. Pero esto no puede ser verdad, o al menos, nuevamente, no puede ser toda la verdad. En primer lugar, las normas no necesitan de sanciones externas para ser efectivas. Violar normas nos produce un sentimiento de culpa que puede disuadirnos de hacerlo aun en aquellas circunstancias en que no existe riesgo de ser descubiertos 88 . Parafraseando un ejemplo de Elster (2002), no robo el libro de fundamentos de teoría de la elección racional de la biblioteca aun cuando he logrado arrancar el dispositivo de alarma y Josep, el bibliotecario, no está mirando, porque pienso que no sería correcto hacerlo y que me sentiría culpable por ello. 89 En segundo lugar, está la cuestión de por qué sancionamos a alguien que viola una norma. Podría aducirse que lo hacemos para evitar, a su vez, ser sancionados por violar la norma de segundo orden que dicta que hay que sancionar a los incumplidores. Sin embargo, sancionar siempre tiene costes aunque sean bajos mientras que la intensidad de las sanciones se reduce conforme ascendemos en esta espiral. En consecuencia, debe haber motivos independientes del miedo a las sanciones para que sancionemos a los infractores, debe haber, en términos de Elster (1990, 1991), un motor inmóvil. Volveré también sobre esta cuestión a lo largo del presente capítulo. Revisaré una tercera versión de la tesis reduccionista. Se sostiene que las normas pueden explicarse por sus beneficios sociales, en particular, porque motivan a la cooperación en los dilemas sociales (Opp 2001). Este argumento presenta muchos problemas, por destacar alguno, cabe señalar que existen muchas normas sociales resultan inútiles e ineficientes mientras que no existen otras que, de existir, generarían eficiencia (Elster 1990, 1991, 1997; McAdams 1997). Por otra parte, si no se explicita el mecanismo causal que produce el efecto mencionado, el argumento incurre en la teleología (Elster 1990, 1991, 1997). Desde la teoría de la elección racional se han dado explicaciones satisfactorias acerca de la racionalidad de cumplir con las convenciones sociales, como, por ejemplo, conducir por la derecha 88 Brennan y Pettit (2004) ; Elster (1990, 1991, 1997, 2001, 2002); Pettit (1993, 1999, 2002). Podría replicarse este argumento sosteniendo que lo único que hay que hacer para solventar este problema es incluir la culpa entre los costes que el agente debe afrontar al seguir un curso de acción. Volveré sobre esta cuestión en este mismo capítulo cuando aborde la cuestión del papel de las emociones en la conducta guiada por normas. 89 48 (Axelrod 1986, 1986b; Opp 2001; Pettit 2002). Sin embargo, no parece plausible tratar de extender este tipo de explicaciones a la cooperación en dilemas, situaciones en las cuales, a diferencia de las convenciones sobre el sentido de la circulación, existen incentivos para defraudar (Pettit 2002). Como vimos en el capítulo anterior, la cooperación basada en el tit for tat no sirve para explicar porque cooperamos en un determinado número de casos relevantes. Hasta aquí por lo que se refiere a seguir normas de forma incuestionada y/o deontológica, veamos que sucede ahora con el mero cumplimiento instrumental. b- El cumplimiento de normas sociales Sería muy poco fructífero tratar de separar entre tipos de acciones guiados por normas y tipos de acciones guiados por la racionalidad instrumental. A pesar de que, como se ha dicho, las normas sociales no son reducibles a racionalidad instrumental, si que se dan trade-offs o interacciones entre unas y otras (Elster 1990, 1991, 1997). En este punto resulta adecuado volver al ejemplo utilizado más arriba sobre la posibilidad de robar el libro de fundamentos de la elección racional de la biblioteca. En esa situación, se producía una contradicción entre lo que dicta la racionalidad y lo que dictan las normas sociales. Como veremos con algún detalle más adelante, si existen fuertes incentivos para ello, puedo acabar violando una norma; o, a la inversa, determinadas consideraciones morales me pueden llevar a renunciar a importantes beneficios. Solemos infravalorar ex ante la culpa que sentiremos a priori por violar una norma. Sin embargo, el intenso sentimiento de culpa puede conducirnos ex post a tratar de reparar el daño causado o, en caso de que esto no sea posible, intentar otras medidas reparadoras y de autocastigo que, en los casos más extremos, pueden llegar a conducirnos al suicidio (Elster 1997, 2001, 2002). En la siguiente sección me dedicaré a la cuestión de la relación entre emociones y normas sociales. Lo que quisiera dejar meridianamente claro aquí es que, evidentemente, también podemos limitarnos a cumplir normas. Habitualmente cumplimos con la conducta prescrita por muchas normas que no tenemos interiorizadas o que, aun interiorizadas, tendríamos fuertes incentivos para violar, simplemente para evitar las sanciones derivadas del incumplimiento o motivados para conseguir los beneficios derivados del cumplimiento. Esos beneficios pueden estar relacionados con evitar la culpa o aumentar nuestra autoestima pero, de modo más importante para la presente discusión, pueden estar también relacionados con las sanciones y recompensas que esperamos que nos den los demás. Esas sanciones se dan generalmente en términos de emociones como la estima, el honor o la gloria pero también pueden tomar formas mucho más tangibles si afectan a nuestro capital social y a los beneficios materiales que obtenemos del mismo. Para ver todo esto con más detalle, resulta necesario abordar el problema de la relación entre normas sociales y emociones. 49 V.2- Las normas sociales y las emociones a- La irreductibilidad de las emociones a racionalidad instrumental En esta sección me planteo la cuestión de cuál es el papel de las emociones en el seguimiento y cumplimiento de las normas sociales. No voy a definir qué entiendo por una emoción 90 , me limitaré a ir definiendo las emociones concretas a las que haga referencia. Tampoco voy a hablar de las emociones en la conducta humana en general. Sin ir más lejos, las emociones pueden conducirnos a violar normas sociales. También existen normas sociales que nos dicen qué emociones resulta apropiado sentir o expresar en un momento dado (Elster 1997, 2001, 2002). Estas cuestiones exceden en mucho la cuestión que aquí me ocupa. Me limitaré a decir algunas cosas sobre el papel que juegan las emociones en el seguimiento y cumplimiento de normas sociales. Son las emociones las que finalmente imponen las normas sociales. Como va dicho, la violación de una norma puede acarrear costes materiales para el infractor pero, en este trabajo sostendré que son las emociones el auténtico sostén de las normas sociales. Éstas en general actúan a través de la vergüenza y el desprecio. Concretamente, Elster sostiene que la vergüenza constituye el apoyo de las normas sociales (Elster 2002). Por decirlo sintéticamente, normalmente la mayoría de nosotros seguimos la mayoría de normas de forma incuestionada. Esto nos aporta, como subproductos, emociones positivas como estima, autoestima, honor, gloria u orgullo y nos evita emociones negativas como culpa, vergüenza o desestima. En caso de que, en un momento dado, tengamos fuertes incentivos para violar una norma, la perspectiva de sufrir pérdidas emocionales puede disuadirnos de violar la norma (en caso de que se trate de una norma que no tenemos interiorizada, las sanciones únicamente serán externas y no sufriremos, por ejemplo, culpa). En caso de que ya hayamos violado la norma, los costes emocionales sufridos pueden llevarnos a tratar de recomponer la situación en diversas formas. A continuación, trataré de explicitar estos procesos con algún detalle. Las emociones, como las normas sociales, no son reducibles a racionalidad instrumental pese a que, también como en el caso de las normas, existen trade-offs con aquella. (Elster 1997, 2001, 2002). Normalmente los economistas que trabajan con emociones suelen limitarse a incluirlas en las funciones de utilidad de los agentes. Regreso a mi ejemplo sobre el robo del libro para ilustrar el por qué dicho ejercicio carece de sentido 91 . Podría replicarse el argumento presentado en la sección anterior sosteniendo que lo único que hay que hacer para solventar el problema es incluir la culpa entre los costes que el agente debe afrontar al seguir un curso de acción. De este modo, robaré el libro de fundamentos de teoría de la elección racional de la biblioteca en algún momento en que Josep esté despistado y no exista riesgo de ser descubierto, si los beneficios que espero obtener de tal acción superan a los costes en términos de culpa de la misma. El argumento es interesante porque pone el acento en la cuestión de la interconexión entre racionalidad, emociones y normas sociales pero, formulado de este modo, simplemente no tiene sentido. Tal y como sostiene Elster (2002) en un ejemplo ya clásico, siguiendo 90 Para una completa discusión de la cuestión, véase Elster (2001, 2002). Que no tenga sentido incluirlas en una función de utilidad no implica, obvio es decirlo, que no puedan ser incluidas en un modelo teórico de mecanismos. 91 50 esa misma lógica, si existiese una pastilla a un precio módico en el mercado que me permitiese evitar sentir culpa por violar normas sociales (por robar el libro, por ejemplo) un individuo que contase la culpa como un mero coste más o menos elevado, debería comprarla. Pero, conceptualmente esto nos aboca a una paradoja. Ninguna persona susceptible de ser disuadida por la culpa compraría la píldora ya que ello le produciría una culpa tal vez aún mayor. Por otra parte, si hubiese alguien dispuesto a comprarla, no necesitaría hacerlo puesto que ya se trataría de un villano sin escrúpulos. En este sentido, no existe ninguna diferencia entre querer ser inmoral y serlo realmente (Elster 2002). 92 b- Una caracterización de las emociones asociadas a las normas sociales En esta subsección realizaré una caracterización, puramente fenomenológica y muy superficial, de las emociones asociadas al seguimiento de normas. La primera de ellas es la culpa. La culpa no es un coste sino una fuerza psíquica muy poderosa (Elster 2002). Sin embargo, nuevamente, referirnos a emociones como la culpa “como si” se tratase de un coste, nos permite poner el acento en los tradeoffs existentes entre emociones y racionalidad. Como va dicho, en ocasiones, si existen fuertes incentivos para ello, podemos acabar violando una norma que tenemos interiorizada aun a pesar de acabar sufriendo culpa. 93 Hay dos factores que hacen más fácil que esto suceda. Por un lado, solemos infravalorar el sufrimiento que nos producirá la culpa o la vergüenza (Elster 2002). Por otra parte, la vergüenza es una emoción más importante que la culpa para el cumplimiento de normas, como se ha dicho, constituye el apoyo para las normas sociales. La culpa, a diferencia de la vergüenza, no incluye la valoración de otros sobre nuestra conducta sino sólo la de nosotros mismos y es mucho más susceptible de ser eliminada o mitigada mediante mecanismos de autoengaño que permiten al individuo racionalizar su conducta. Vale la pena apuntar que resulta mucho más sencillo que nos engañemos a nosotros mismos que no que engañemos a todos los demás de modo que la vergüenza produce la modificación del comportamiento en mayor medida que la culpa. En este sentido, la vergüenza, a diferencia de la culpa, no sólo afecta a nuestra autoestima sino también a la estima que nos ofrecen los demás (Elster 2002). Sin embargo, una vez que la culpa está operando, si ésta es demasiado intensa y no es posible racionalizar la conducta, dicha emoción también nos induce a modificar nuestro comportamiento y a tratar de reparar el daño causado así como a confesar nuestra mala acción (preferentemente ante las personas que han sufrido sus consecuencias) y a infligirnos autocastigos que pueden llegar, en los casos más extremos, incluso al suicidio (Elster 2002). Hasta aquí me he referido, casi en exclusividad, a emociones de tipo negativo pero, también hay emociones positivas que sirven de apoyo a las normas sociales. Ajustando nuestra conducta a lo que 92 Aún podría contraargumentarse que no es necesario que las normas o las emociones sean realmente reducibles a racionalidad instrumental ya que tal reducción es simplemente una herramienta analítica con finalidades predictivas. Sin embargo, ya he argumentado más arriba que comparto la idea de que el principio de realismo debe constituir un desiderata central de cualquier ciencia y que, por tanto, no comparto las concepciones instrumentales de la teoría. 93 Nuevamente, como veremos, a la inversa las emociones también nos pueden conducir a asumir costes materiales irracionales. 51 prescriben las normas, no sólo evitamos sufrir emociones negativas sino que también podemos alcanzar honor, gloria, orgullo, autoestima, estima y todo tipo de recompensas positivas. 94 Comportarnos según lo prescrito por las normas sociales nos aporta, de modo general, la estima de los demás y, en una gama más restringida de ocasiones, puede aportarnos también autoestima (Brennan y Pettit 2000, 2004; McAdams 1997; Pettit 1993, 2002). Además, aplicar lo prescrito por las normas en determinadas esferas de la vida social en las que los resultados están guiados por competición, puede aportarnos también recompensas como el honor, el orgullo y la gloria (Elster 2002). Imaginemos una esfera competitiva de la vida social como podrían ser la actividad académica o la participación en competiciones deportivas. Puede a que yo aspire a ser simplemente bueno. Es este un reconocimiento, como los demás en estos ámbitos, evidentemente comparativo. Yo soy bueno porque hay otros que no lo son pero no necesito destacar por encima de los demás para ser bueno. Alcanzo la gloria cuando soy el mejor, la victoria es un componente inexcusable de la misma. Buscamos la gloria en una competición activa. La recompensa que ofrece la gloria procede en no poca medida de saber que el rival sabe que los demás lo consideran inferior a uno y que se siente molesto por ello (Elster 2002). El honor, sin embargo, no requiere de la victoria. Se puede salir derrotado “con honor”. El honor no es, en este sentido a diferencia de la gloria, un recurso de suma cero. Sin embargo, nuevamente a diferencia de la gloria, la competición por honor es obligatoria. Si no se defiende el honor del que se goza, se pierde y se incurre en vergüenza. Para obtener honor hay que mostrar valor o coraje (en un sentido amplio) durante la competición. Igualmente, la obtención de honor implica la existencia de incertidumbre respecto del desenlace de la contienda, nadie obtiene honor por vapulear a un rival inferior, al contrario, puede perderlo (Elster 2002). Una tercera emoción positiva que quisiese destacar es el orgullo. El orgullo se define por la creencia en la bondad (socialmente definida) de uno mismo. A diferencia del honor y la gloria, el orgullo no requiere del reconocimiento de otros. Yo puedo estar orgulloso de ser muy caritativo, puede que también, si esa condición se conoce, obtenga estima u honor por ello pero, también puedo sentirme aún más orgulloso del hecho de mantener en secreto mis donativos renunciando de ese modo a las recompensas externas a las que podría tener derecho (Elster 2002). En Elster (2002) puede encontrarse una exhaustiva caracterización fenomenológica de las emociones, por lo que respecta al presente trabajo, además de lo que ya va dicho, me limitaré a apuntar algunas características más de las principales emociones relacionadas con el seguimiento y cumplimiento de normas sociales. La vergüenza es una emoción negativa provocada por una creencia acerca de nuestro propio carácter; el desprecio y el enojo son emociones negativas provocadas por creencias acerca del carácter de otra persona; la culpa es una emoción negativa provocada por una creencia acerca de una acción propia; el orgullo es una emoción positiva provocada por una creencia acerca de una acción propia y, finalmente, la admiración es una emoción positiva provocada por una creencia 94 Nótese que el disfrute de algunas de estas emociones constituye estados que son esencialmente subproductos (Elster 1988). Más adelante, en este mismo capítulo, entraré en más detalle en los procesos concretos a través de los cuales se obtienen dichas recompensas, por el momento, me limitaré a seguir caracterizando algunas de las emociones más importantes relacionadas con la implementación de normas sociales. 52 acerca de una acción de otra persona. El aspecto evaluativo de estas emociones está, de este modo, estrechamente ligado a las normas sociales que regulan tanto el carácter como el comportamiento (Elster 2002). Tanto la vergüenza como la culpa son formas de autoacusación pese a que la primera es inducida por la actitud de otras personas hacia nosotros. La vergüenza es una emoción interna (igual que la culpa) pero el enojo que la provoca es externo. La vergüenza se refiere al conjunto del carácter de una persona, mientras que la culpa es específica de acciones concretas (soy una mala persona/cometí una mala acción) (Elster 2002). El hecho de que los demás descubran que hemos violado una norma nos produzca vergüenza y no culpa nos da una pista nos da una pista de la importancia de las normas para la estima y autoestima de que gozamos (Elster 2002). El enojo es la otra cara de la moneda de la vergüenza. Sentimos vergüenza al violar una norma porque sabemos que el público que nos esté observando siente enojo hacia nosotros. Del mismo modo, es la profunda indignación que nos causa ver a otros violar una norma lo que constituye el “motor inmóvil”, por utilizar el término de Elster, que nos lleva a sancionar a los incumplidores aunque nos suponga costes el hacerlo (Elster 2002). Me detengo un momento en esta cuestión. c- El dilema de la aplicación de las normas sociales Desde la teoría de la elección racional suele sostenerse lo que se denomina como el dilema de la aplicación de las normas sociales 95 . Este dilema señala el hecho de que la aplicación de una norma (que, por ejemplo, soluciona un dilema de acción colectiva) supone en si mismo otro dilema de acción colectiva ya que sancionar a los infractores también genera costes y abre las puertas a nuevos freeriders que, en este caso, no se abstienen de cumplir con la norma sino de sancionar a los que no lo hacen. De este modo, se genera un efecto de espiral irresoluble. Concretamente, los costes asociados al hecho de sancionar son de dos tipos distintos, existen costes asociados a recopilar información sobre el cumplimiento de los otros y existen los costes específicamente relacionados con el hecho de sancionar esos incumplimientos. No obstante, observando la cuestión con algo más de detalle, parece que el problema planteado por ese dilema no es tan importante como pudiese antojársenos. En primer lugar, los costes asociados a recabar la información sobre el cumplimiento de los otros son, normalmente, cercanos a cero. Ni tan sólo es necesario que esa recogida de información sea un acto intencional sino que recibimos información como subproducto de otras actividades. En nuestro interactuar cotidiano con los demás observamos su conducta, no ya sin tener que proponérnoslo sino sin ni tan sólo poder evitarlo (Brennan y Pettit 2000, 2004; McAdams 1997; Pettit 1993, 2002). En segundo lugar, en la vida cotidiana, el recoger información sobre el comportamiento de otros no es experimentado como un coste sino como un placer. En efecto, la selección natural nos ha programado para estar 96 predispuestos para el cotilleo (gossip) (Kuran 1995; McAdams 1997) . 95 Brennan y Pettit (2000, 2004) ; McAdams (1997); Pettit (1993, 2002). La relación entre el cotilleo y el cumplimiento de normas es muchísimo más compleja de lo que expongo aquí. También podemos, por ejemplo, difundir informaciones falsas sobre la conducta de los demás que los lleve a los miembros del grupo relevante a restarles estima a ellos y a dárnosla a nosotros (McAdams 1997). 96 53 En tercer lugar, en muchas ocasiones, podemos tener fuertes incentivos que nos lleven a invertir directamente en información (McAdams 1997), como el esposo celoso que trata de obtener información sobre lo que impulsa a su mujer a ir a cenar con las amigas dos veces por semana. Por otra parte, tal y como sostienen numerosos autores, los costes asociados al propio acto de sancionar también pueden ser cercanos a cero. No es necesario que el compañero de Departamento que me ha pillado arrancando el dispositivo de alarma del libro de la biblioteca, diga o haga absolutamente nada para sancionarme, su sola presencia ya producirá en mí una intensa sensación de vergüenza. En otras ocasiones muy numerosas, un simple arqueo de cejas o una sonrisa de desprecio son suficientes para sancionar 97 . Pese a lo anterior, se me ocurren otras muchas ocasiones en las que sancionar si que implica importantes costes. Incluso, con Elster, podríamos decir que sancionar siempre implica algún coste aunque sea bajo. De este modo, el dilema quedaría sin solución, al menos parcialmente. Imaginemos que vemos a alguien fumando en el interior del vagón del metro en el que nos encontramos. Sin duda ese ciudadano conoce la existencia, no ya de una norma social, sino de una ley que prohíbe fumar en ese lugar. En este caso, nuestra mera presencia no sirve como mecanismo de sanción y lo que se requiere de nosotros es que tomemos una postura activa que puede llegar a demandar que nos dirijamos al ciudadano para llamarle la atención. En esta situación, es evidente que existen costes nada despreciables asociados al sancionar. De hecho, es probable que alberguemos la creencia (probablemente verdadera) de que un individuo que viola una norma con tal desfachatez no reaccionará positivamente ante nuestro requerimiento. Conozco un caso real, acaecido en el metro de Barcelona, en el que el ciudadano que llamó la atención al violador de la norma acabó necesitando de atención médica debido a que los transgresores reaccionaron a su requerimiento propinándole una paliza. Es evidente que en un caso como este se da un problema de acción colectiva y que por eso en muchas ocasiones la gente no sanciona las violaciones de normas. Pero, la cuestión aquí es –desde mi punto de vista- por qué en muchas otras ocasiones, quizá la mayoría de ellas, sí que se sanciona. Creo que en este punto resulta conveniente apelar a la idea del motor inmóvil, no reducible a racionalidad instrumental, al que hace referencia Elster. Sancionamos porque existe una fuerza psíquica muy poderosa que nos impulsa a hacerlo y que, nuevamente, desborda cualquier cálculo de costes y beneficios que podamos hacer. El enojo que nos produce el ver a alguien violando una norma es el motor inmóvil que nos empuja a sancionar aunque, otra vez, existen trade offs entre esa emoción y la racionalidad que nos puede llevar a no sancionar si los costes que anticipamos son muy elevados. 98 Otra cuestión estrechamente relacionada con el aplicar normas es la de los costes materiales. Violar una norma puede tener importantes costes materiales para el destinatario de la sanción. Puede, por ejemplo, suponerle costes en términos de capital social o directamente en términos de capital físico si los demás se niegan a establecer relaciones económicas con él. La amenaza de sanciones de este 97 Brennan y Pettit (2000, 2004) ; McAdams (1997), Pettit (1993, 2002). Nuevamente también, puede que nos limitemos a cumplir la norma de segundo orden que prescribe que hay que sancionar al violador de una norma de primer orden simplemente para evitar ser nosotros sancionados por no cumplir con la norma de segundo orden. Pero, como se ha comentado, el conjunto no se aguantaría si esto fuese lo único que sucede. Debe haber un número importante de sancionadores deontológicos que siguen y no sólo cumplen la norma de segundo orden. 98 54 tipo también constituye, como va dicho, un incentivo para cumplir con lo prescrito por las normas sociales. Sin embargo, la cara más interesante de este fenómeno, desde mi punto de vista, se encuentra en el lado contrario, en las motivaciones que impulsan al sancionador a incurrir en costes materiales al ejecutar la sanción. McAdams (1997) propone una explicación en términos de competición por la estima de los demás. Una vez que todos han mostrado su valoración negativa de la acción de un trasgresor, yo tengo la oportunidad de ganarme su estima si voy un paso más allá y le impongo sanciones materiales que me suponen un coste a mi mismo. Pese a que la explicación de McAdams me parece interesante, una vez más, esto no puede ser todo. Más adelante abordaré esta cuestión en detalle pero, permítaseme apuntar que otro argumento en favor de que la gente sigue las normas deontológicamente y no para ganarse la estima de los demás o para aumentar su propia autoestima es la de que, este tipo de recompensas son, al menos en parte, bienes que sólo pueden lograrse como subproductos de otras actividades (Brennan y Pettit 2000, 2004). Pienso que la explicación de por qué la gente llega a incurrir en costes materiales para sancionar al violador de una norma vuelve a encontrarse en el enojo y el desprecio que nos produce observar a alguien violando normas sociales que nosotros respetamos sinceramente. “El aspecto material de la sanción que importa es cuánto le cuesta al sancionador penalizar al destinatario y no cuánto le cuesta al destinatario ser penalizado. Cuanto más me cueste negarme a tratar contigo, con más fuerza sentirás el desprecio que hay detrás de mi negativa y más acuciante será tu vergüenza. (…). Aunque los elevados costes para el sancionador suelen ir acompañados de costes elevados para el destinatario, (…), ése no tiene porque ser el caso. E incluso cuando es el caso, lo que afirmo es que los costes para el sancionador es lo que convierten la sanción en realmente dolorosa para el destinatario”. (Elster, 2002, pp. 180-181). Hasta aquí me he concentrado, principalmente, en exponer y caracterizar algunas de las emociones más destacables relacionadas con la aplicación de normas sociales. Sin embargo, pese a que se han ido apuntando algunas ideas centrales para mi trabajo, pienso que la argumentación no es aún todo lo clara y sintética que resultaría deseable. Dedicaré la siguiente sección a dicho objetivo. Presentaré la cuestión del seguimiento/cumplimiento de normas poniéndola en relación con el concepto de estima (esteem) 99 . 99 Brennan y Pettit (2000, 2004); McAdams (1997); Pettit (1993, 2002). 55 V.3- La estima 100 y las normas sociales a- Una caracterización de la estima La estima es uno de los bienes más preciados para los seres humanos 101 . Podemos valorar la estima de forma instrumental, por los beneficios que obtenemos de ella 102 . A través de la estima podemos obtener autoestima. Recibir estima de los demás me permite tener una buena consideración de mi mismo y, por ejemplo, sentirme orgulloso de ser como soy. Pero, a través de la estima también podemos obtener, como va dicho, otro tipo de bienes mucho más tangibles. Si los demás me tienen estima depositarán confianza en mí y eso me permitirá acceder a las redes sociales que proporcionan capital social o físico. Al contrario, si los demás me desestiman, eso generará en mí, como hemos visto, sentimientos de vergüenza que lapidarán mi autoestima y mis redes sociales se deteriorarán. Una vez más, vale la pena hacer notar que, en muchas ocasiones, desde posturas reduccionistas se suele sostener que los seres humanos sólo valoran la estima por los beneficios en términos de bienes materiales que esperan obtener de ella (Brennan y Pettit 2000, 2004). Permítaseme añadir un argumento más a todos los ya mencionados en contra de las tesis reduccionistas. Buscamos estima y tratamos de evitar la desestima incluso en aquellas situaciones en las que no hay ningún otro bien en juego, buscamos también la estima de desconocidos y de individuos con los que nunca volveremos a interactuar y, de modo más significativo, nos preocupamos por ser estimados por las generaciones futuras que vivirán una vez que nosotros ya hayamos muerto (Brennan y Pettit 2000, 2004). Brennan y Pettit (2000, 2004) sostienen que valoramos la estima también intrínsecamente, independientemente de sus beneficios indirectos. 103 Tanto las acciones como las disposiciones están sujetas a la estima y la desestima de los que nos observan. En este sentido, también cosas tales como nuestras habilidades físicas o mentales son susceptibles de ser estimadas o desestimadas (Brennan y Pettit 2000, 2004). Yo puedo ser reconocido como un gran cantante (puedo pasar a la posteridad como el mejor solista de todos los tiempos) y ser desestimado por ser un pésimo sociólogo de modo que nadie esté dispuesto a querer dirigir mi tesis doctoral. La estima depende, principalmente, de la actitud de los otros hacia nosotros y no tanto de sus acciones, es, en este sentido, actitud-dependiente. Como vimos cuando me referí al hecho de sancionar el incumplimiento de una norma, en muchas ocasiones la sola presencia del observador es 100 El vocablo castellano “estima” se refiere a la opinión que se tiene de alguien y, en ese sentido, esta puede ser buena o mala. Yo aquí, para facilitar la comprensión, entenderé por estimas sólo la concepción positiva y llamaré a la segunda “desestima” en una traducción libre del inglés desesteem (Brennan y Pettit 2000, 2004; Pettit 1993, 2002) 101 Brennan y Pettit (2000, 2004); McAdams (1997); Pettit (1993, 2002). 102 Brennan y Pettit (2000, 2004); Pettit (1993, 2002). Intuitivamente no me acaba de convencer esta tesis y estaría más cercano a sostener, à la Elster, que la estima o la desestima son importantes por las emociones internas que generan en nosotros y que, a su vez, afectan a nuestra autoestima. Si nos desestiman por violar una norma, por ejemplo, la vergüenza se apodera de nosotros. Sin embargo, esta observación es complicada porque, como veremos, la estima y la desestima se refieren a conductas o disposiciones concretas mientras que la vergüenza, como se comentó, afecta a la valoración global que hago de mi mismo. En ese sentido, como también se dijo, cabría esperar que el descubrimiento de que hemos llevado a cabo un acto incorrecto causase en nosotros culpa y no vergüenza. 103 56 ya suficiente para que el trasgresor sea sancionado. En otras muchas ocasiones, basta con mostrar una actitud de desaprobación que puede tomar formas tales como un mero arqueo de cejas. De igual modo, no es necesario realizar un reconocimiento explícito para ofrecer estima a alguien que se ha mostrado virtuoso 104 (Brennan y Pettit 2000, 2004). Tal y como se ha comentado, la estima se refiere a dimensiones específicas. Se estima o desestima a alguien por tal o cual conducta o disposición de carácter. Sin embargo, al final, también podemos estimar o desestimar globalmente a una persona si consideramos que reúne un gran número de virtudes o vicios (Brennan y Pettit 2000, 2004). Aunque valoramos el ser estimados de un modo general, damos mayor importancia a la estima de aquellas personas a las que, a su vez, nosotros estimamos, así como de los miembros del grupo relevante en cada dimensión. Es probable, por ejemplo, que L. Armstrong valore en mayor medida ser reconocido como el mejor ciclista del mundo por E. Merx o por M. Induráin que recibir tal consideración de los lectores de una revista estadounidense para adolescentes. Dar estima comprende una actitud evaluativa, comparativa y directiva (Brennan y Pettit 2000, 2004). Es evaluativa en la medida en que evaluamos el rendimiento de alguien en tal o cual faceta de su personalidad. Valoramos, por ejemplo, su generosidad en una escala que variará entre ser extremadamente generoso y ser un absoluto miserable. En este sentido, para cada dimensión que valoremos habrá una dualidad de este tipo. A este respecto la estima difiere de otras emociones como el amor que se dirigen al conjunto de la persona y que son difícilmente racionalizables. Tal vez la segunda consideración resulte algo más sorprendente, se trata de una actitud comparativa. Cuando evaluamos a un individuo lo identificamos como miembro de un grupo (que, en ocasiones, puede ser el conjunto de la sociedad) y le damos estima en función no de cómo se comporta en términos absolutos, sino respecto de la mediana o la media del comportamiento del grupo en el cual lo ubicamos. Esto puede ser evidente en aquellas facetas intrínsecamente relacionales como, por ejemplo, ser inteligente. Decimos de alguien que es inteligente si consideramos que lo es más que la media de las personas. Pero esto es también así en casos menos obvios. Brennan y Pettit se refieren al caso de los dueños de perros de una localidad. Si en dicha localidad existe una norma social (además de la legal) sólidamente establecida que prescribe que los dueños de perro deben recoger los excrementos de estos de la vía pública, probablemente no otorgaremos un reconocimiento demasiado importante a nuestro vecino si lo vemos recogiendo los excrementos de su animal de compañía mientras que pensaremos muy mal de él si se marcha sin hacerlo. Al contrario, si la misma norma social se encuentra muy débilmente establecida en la localidad vecina, los habitantes de la misma considerarán un gesto admirable el del vecino que recoge los excrementos mientras que no se sentirán tan enojados ni tan predispuestos a sancionar al que no lo hace (Brennan y Pettit 2000, 2004). 105 Nótese que esta cuestión es importante para el tema que nos ocupa ya que pone de 104 Sin embargo, como apunté, en ocasiones sí que es necesario llevar a cabo una acción explícita, como llamar la atención, para hacer efectiva la sanción por el incumplimiento de una norma. Creo que el problema aquí es meramente definicional. Si Brennan y Pettit entienden el desestimar como exclusivamente actitud-dependiente siendo la acción accesoria e innecesaria, entonces, desde mi punto de vista, en ocasiones, hará falta algo más que mostrar desestima para sancionar adecuadamente una trasgresión. 105 Esta faceta comparativa de la estima nos pone sobre la pista de dos cuestiones adicionales que serán abordadas más adelante. Por un lado, la estima es un bien escaso en el sentido que los economistas dan a esta 57 manifiesto que la apreciación de la virtud, como la estima que ofrecemos al virtuoso si nos encontramos en un contexto en el las normas establecidas están públicamente orientadas, puede ser relativa. Finalmente, una tercera característica de la estima consiste en que esta es una actitud directiva en el sentido de que se da en áreas en las que el agente puede esforzarse en mejorar (Brennan y Pettit 2000, 2004). 106 La estima convierte a la conformidad con las normas sociales es autoreforzante (McAdams 1997). Cuanto más sólidamente establecida se encuentra una norma (cuanta más gente se ajusta a lo prescrito por ella), más fuertes serán las sanciones impuestas a los incumplidores y menores las recompensas para los defraudadores, esto es lo que McAdams denomina como el efecto feedback 107 (McAdams 1997). Imaginemos una sociedad en la que existe una norma que está surgiendo o que se encuentra débilmente establecida por cualquier otro motivo. En dicho contexto, las sanciones por violar una norma son bajas y las recompensas por cumplirla elevadas (es el caso del ejemplo anterior acerca de un pueblo donde los dueños de perro no recogen los excrementos). En dicho contexto, las sanciones en términos de desestima pueden hacer que el número de incumplidores disminuya. Puede que algunos de ellos quieran evitar la desestima sufrida y empiecen a comportarse según la norma. Puede que otros no estén dispuestos a cumplir la norma pero también quieran evitar la desestima y terminen optando por una opción salida del estilo de mudarse a otra localidad o deshacerse de su perro, etc. El caso es que en T1 el grado de cumplimiento habrá aumentado, cosa que hará que las sanciones para los incumplidores aumenten aún más y así sucesivamente. La lógica de este proceso consiste en que cuanto más se distingue negativamente un comportamiento más costoso resulta (McAdams 1997). El proceso también puede darse a la inversa. Si el consenso acerca de una determinada norma social empieza a quebrarse (por ejemplo, las normas contra la homosexualidad en las sociedades occidentales), los costes de trasgredirlas descienden con él, cosa que a su vez hará descender más el consenso y así sucesivamente (McAdams 1997). Por otra parte, la recompensa por cumplir con lo estipulado por una norma desciende, al menos a partir de un determinado nivel, de forma proporcional al aumento del cumplimiento. En el extremo, el último cumplidor de una norma no recibe ninguna estima por su conducta pero, sin embargo, el primer trasgresor recibirá el máximo posible de desestima (McAdams 1997). expresión (Brennan y Pettit 2000, 2004). No todo el mundo puede ser muy estimado en todas las dimensiones y sólo unos pocos pueden alcanzar la gloria. De aquí se deriva que según sea mayor o menor el grado de implementación de una norma, mayor o menor será el esfuerzo requerido para lograr estima o para evitar la desestima (McAdams 1997). 106 Nótese que con esta definición de la estima como “directiva”, Brennan y Pettit dejan fuera la admiración o el desprecio que solemos sentir por características de otras personas que, como el ser guapo o feo, son puramente arbitrarias. Pienso, inspirándome en las reflexiones de Elster (2002), que tales sentimientos pueden ser catalogados de irracionales, así como también pueden serlo el orgullo y la culpa generada en el receptor aunque quizá no su vergüenza. 107 Recuérdese que ya en el primer capítulo, cuando se hizo referencia a las condiciones que debe cumplir una norma para que podamos considerar que se encuentra establecida en una determinada sociedad, se afirmó que la tercera condición en ese sentido la constituye el hecho de que la aprobación de la norma debe contribuir a afianzarla. 58 Los ejemplos expuestos nos dan pistas sobre la importancia de la presente discusión para el tema que nos ocupa. Recuérdese que la conducta virtuosa es aquella que se encuentra motivada por normas sociales públicamente orientadas. Evidentemente, no toda conducta motivada por normas puede ser considerada virtuosa. Como se dijo, muchas de las normas sociales que se encuentran establecidas en una determinada sociedad son contrarias a la virtud. El ejemplo de las normas contra la homosexualidad resulta ilustrativo en este sentido. Las estrategias de diseño institucional encaminadas a generar virtud cívica deben tener por objetivo, por tanto, hacer emerger normas de virtud y cambiar o eliminar normas de vicio. Antes de entrar en esas cuestiones empero, debo exponer con mayor detalle de qué modo concreto opera la estima en el seguimiento y cumplimiento de normas teniendo en cuenta que esta recompensa es esencialmente un subproducto 108 (Elster 1988). b- La estima y la falacia de los subproductos La búsqueda de estima incurre en una importante medida en la falacia de los subproductos. 109 Buscar la estima de los demás es una actividad desestimable en sí misma, damos nuestra estima a aquellos que no la buscan intencionalmente (Brennan y Pettit 2000, 2004). Si alguien percibe que yo finjo ser honesto ante él cuando realmente soy un villano a fin de conseguir que confíe en mí, ese individuo no me dará su estima porque será consciente de que soy un vicioso y de que traicionaré su confianza en cuanto tenga oportunidad. La idea de fondo que subyace aquí es la de que no existe conducta menos impresionante que aquella diseñada para tratar de impresionar (Brennan y Pettit 2000, 2004; Elster 1988). Sin embargo, la estima incurre en la falacia sólo parcialmente, existen diversos matices que pueden ser introducidos en este punto. En primer lugar podemos falsear nuestras preferencias y mostrarnos como motivados por la norma cuando no lo estamos realmente (Brennan y Pettit 2000, 2004). Elster (1988) apunta que no se puede engañar a todo el mundo durante todo el tiempo pero, en muchas ocasiones no necesitamos hacerlo para conseguir los beneficios derivados de mostrarnos como virtuosos y por tanto confiables. Puede bastarnos con engañar a alguien durante un breve período de tiempo. En segundo lugar, la conducta diseñada para impresionar será no impresionante sólo en la medida en que esté diseñada para tal fin pero, normalmente, existen diferentes motivaciones detrás de una conducta determinada. El mismo principio es aplicable a la conducta diseñada para buscar estima (Brennan y Pettit 2000, 2004). 108 Un subproducto es un tipo de bien que, por su naturaleza, no puede ser buscado intencionalmente, incurriendo en resultados paradójicos si tratamos de hacerlo. Es absurdo, por ejemplo, que un insomne trate de esforzarse para conseguir dormir. El sueño es un estado que no puede alcanzarse intencionalmente, o se tiene sueño o no se tiene pero, el esfuerzo mental que se verá obligado a realizar un insomne que se esfuerce en dormirse le generará tal estado de excitación que hará que le resulte imposible conciliar el sueño. Ideas muy recurrentes como la de tratar de ser espontáneo son ejemplos típicos de este tipo de falacia. El ser espontáneo constituye un rasgo de carácter no planificado por definición, tratar de planificar formas de espontaneidad nos lleva a situaciones paradójicas (Elster 1988). 109 Dar estima también constituye un subproducto (Brennan y Pettit 2000, 2004). No podemos decidir pensar bien o mal de alguien intencionalmente o, al menos, no de forma directa. Yo, sin embargo, sólo me ocuparé de la búsqueda de estima. 59 En tercer lugar, sí que resulta posible buscar estima directamente en determinadas dimensiones, sobre todo, en aquellas que tienen que ver con habilidades que poseemos (Brennan y Pettit 2000, 2004). Alguien puede tratar de impresionarme, por ejemplo, con sus habilidades papirofléxicas y conseguirlo realmente. Tal vez yo lo desestimaré por ser un pedante y por creerse superior a mí por ser capaz de hacer figuras de papel más bellas que las que sé hacer yo pero, paralelamente me veré obligado a reconocer su destreza en esa materia. Una cuarta consideración nos permite dudar de que realmente la búsqueda de estima resulte, en todos los casos, tan desestimable como puede parece a simple vista. El ejemplo anterior del individuo que finge ser honesto, falsea sus preferencias, para parecer virtuoso cuando no lo es y ganarse así nuestra confianza, hace referencia a una conducta claramente desestimable. Pero, imaginemos a alguien que cuenta con una disposición virtuosa y que trata de hacernos consciente de ello para ganar nuestra estima. Imaginemos que un vecino del nuevo edificio al que acabamos de mudarnos nos ofrece un obsequio porque tiene un manifiesto interés en tener una buena relación de vecindad con nosotros. No parece que este tipo de conductas resulten tan desestimables como la del ejemplo anterior. Es incluso probable que el vecino gane alguna de nuestra estima aunque quizá no tanta como si su actitud fuese fruto de una generosidad totalmente desinteresada. En general valoramos mucho mejor que la gente se preocupe porque los demás piensen bien de ellos que no que les sea totalmente indiferente. Una persona totalmente indiferente a la opinión de los demás nos parecería un monstruo moral y, probablemente, tal actitud sería síntoma de algún tipo de trastorno mental. La idea central en este punto es que, mientras que un nivel muy alto de búsqueda de estima está penalizado, en un nivel inferior no es así. Al contrario, valoramos más positivamente que la gente se preocupe por lo que los demás piensen de ella que no que les sea totalmente indiferente (Brennan y Pettit 2000, 2004). Por último, aunque no me voy a detener a presentarlas, también existen estrategias intencionales indirectas para tratar de lograr estima intencionalmente. Una posibilidad consiste, por ejemplo, en trabajar para mejorar la situación del grupo al que se pertenece (Brennan y Pettit 2000, 2004). En definitiva, la búsqueda intencional de estima incurre sólo parcialmente en la falacia de los subproductos cosa que nos permite sostener que la gente en ocasiones se limita a cumplir con lo prescrito por las normas sociales sólo para tener acceso a las recompensas y evitar las sanciones relacionadas con estas. Pero por otra parte, como se ha dicho, tampoco tiene sentido suponer que esto es todo lo que sucede y, ni siquiera lo más importante. En síntesis, la idea central que he tratado de defender en lo que llevamos del presente capítulo es que, las personas siguen las normas de forma incuestionada porque están de acuerdo con lo prescrito por las mismas. Las personas consiguen importantes beneficios como subproductos de seguir las normas. Esos subproductos pueden ser consecuencias manifiestas aunque no buscadas de la acción o pueden también ser consecuencias que, aunque beneficiosas, no son percibidas o, al menos, de las que no se percibe cual es la causa. 110 Pero, en ocasiones, se encuentran en situaciones regidas por 110 Versiono libremente un buen ejemplo de consecuencias positivas no buscadas y ni tan sólo percibidas puede encontrarse en Pettit (1993, 2002, 2004) aunque él, desde mi modesto punto de vista, con mal criterio, no lo formula en estos términos. Imaginemos que los ejecutivos de las empresas de toda una región van a jugar al golf al mismo campo. Los motivos por los que van allí pueden ser muy variados. Puede que unos vayan porque les 60 normas que no tienen interiorizadas o en las que existen importantes incentivos para violarlas. En esas situaciones, la anticipación de sanciones puede disuadirlos de violar la norma y llevarlos a cumplir con lo prescrito por la misma. Si, pese a las amenazas, violan la norma, dejarán de recibir los beneficios que estaban recibiendo y empezarán a sufrir sanciones. Eso hará que se vuelvan conscientes, en caso de que no lo fuesen, de los beneficios que obtenían y de las sanciones que evitaban por el hecho de comportarse de acuerdo con lo prescrito por la norma y tratarán de volver a la situación anterior. Probablemente, esa vuelta a la conducta establecida consistirá en cumplir con la norma aunque, del mismo modo, también es de esperar que ésta vuelva a seguirse de forma incuestionada en un plazo más o menos corto de tiempo. El presente trabajo se interesa por como generar un particular tipo de normas, normas de virtud, así de como cambiar o eliminar normas de vicio. En la siguiente sección exploraré con algún detalle algunos mecanismos que se encuentran detrás de la emergencia, cambio y desaparición de normas sociales. V.4- Creación, cambio y desaparición de normas sociales a- Condiciones para la emergencia de normas sociales a partir de patrones de aprobación y desaprobación basados en la estima Como se comentó en el capítulo anterior, sabemos muy poco acerca de como se producen los cambios en las normas y sobre como intervenir adecuadamente sobre ellas 111 . Sin embargo, para el cometido que se plantea este trabajo, suficientes cosas pueden ser dichas sobre esta materia. Diversos autores coinciden en que, bajo determinadas condiciones, el deseo de estima de los seres humanos puede hacer emerger nuevas normas sociales así como modificar o hacer desaparecer las ya existentes 112 . McAdams (1997) enumera tres condiciones bajo las que cabe esperar que surjan normas sociales: consenso, posibilidad de detección y publicidad. En primer lugar, tiene que haber un número significativo de individuos en la población relevante que consideren que un determinado comportamiento es digno de recibir estima o desestima. En segundo lugar, tiene que darse un riesgo inherente de que un individuo que se comporte de esa forma sea descubierto. En tercer lugar, tiene que ser de conocimiento común que las dos anteriores condiciones se cumplen. Los seres humanos nos formamos opiniones evaluativas sobre la conducta de otros. Se da consenso cuando un número significativo de individuos comparte una opinión. Nótese que sostener esto no implica asumir la propia conclusión, puede existir un consenso sin que una norma haya sido ya establecida. La existencia de consenso, tal y como lo entiende McAdams, ni siquiera requiere de la gusta el golf, que otros vayan para hacer ostentación de riqueza, etc. Pero, el hecho de reunirse allí puede tener efectos positivos que ninguno de ellos busca y de los que, tal vez, ni siquiera son conscientes pese a disfrutarlos. Puede que, como consecuencia de juntarse allí, obtengan información de primera mano sobre las últimas novedades en gestión de empresas, puede que establezcan redes sociales que les permitirán acceder a nuevos y mejores empleos, etc. Puede que, como efecto agregado, la existencia del campo de golf sea buena para toda la economía de la región pese a que ni los dueños del campo ni los usuarios sean ni tan sólo conscientes de ello. 111 Elster (1990, 1991, 1997); North (2001, 2005). 112 Brennan y Pettit (2004); McAdams (1997); Pettit (1993, 2002); Posner (2000). 61 existencia de una mayoría. Puede haber una extensa minoría que aprueba o desaprueba una determinada conducta mientras que la mayoría es indiferente. Lo que es necesario es simplemente que la mayoría de los que tienen opinión sobre la conducta en cuestión comparta el mismo punto de vista. Incluso este último requerimiento puede no ser imprescindible en algunas circunstancias. Como ya se ha apuntado, los seres humanos valoramos más la estima de unas personas que de otras y aprobamos o desaprobamos con diferentes niveles de intensidad. De este modo, aunque, por ejemplo, la desaprobación de una conducta no resulte mayoritaria ni tan sólo entre los individuos con opinión sobre la misma, se puede establecer una norma que la prohíba si la minoría está formada por individuos relevantes en la población y desaprueban intensamente la conducta en cuestión. Aunque las opiniones estuviesen distribuidas aleatoriamente en la población, resultaría sencillo que se formasen consensos acerca de la bondad o no de multitud de conductas pero existen además diversos mecanismos que favorecen este hecho. Pettit (2002) señala un mecanismo que denomina localización egoísta de la estima (selfish esteem allocation). Los individuos aprueban aquellas conductas que creen que los benefician y desaprueban las que creen que los perjudican. De este modo es sencillo que se formen consensos acerca de la bondad o maldad de conductas que se cree que perjudican o benefician a un grupo o al conjunto de la sociedad 113 . Probablemente, la mayoría de trabajadores de un establecimiento estarían de acuerdo en desaprobar que uno de ellos fuese a trabajar con varicela, poniendo en riesgo la salud de todos, o aprobarían que otro compañero se quedase a echarles una mano a los responsables de hacer la caja en un día de mucho trabajo. Un segundo mecanismo a través del cual puede formarse un consenso (y publicitarse) es la deliberación pública 114 . Concretamente, esto puede suceder de dos formas distintas. En la forma más obvia, la deliberación puede aportar nueva información que haga cambiar las creencias de los individuos pero, también puede suceder que una parte de la población cambie su posición y se ajuste al punto de vista aparentemente dominante por temor a posibles sanciones en términos de estima (Kuran 1995; McAdams 1997). Un tercer mecanismo que puede generar consenso es el de “salida” (McAdams 1997). Una vez que la localización egoísta de la estima genera un mínimo consenso, algunos de los individuos que no estén de acuerdo con el mismo pueden decidir abandonar el grupo si existe la posibilidad de hacerlo. La segunda condición mencionada es la existencia de un riesgo inherente de detección de la conducta. Ya mencioné más arriba, en este mismo capítulo, que los costes de obtener información sobre la conducta de los demás no constituyen una dificultad demasiado difícil de salvar así que no volveré a detenerme en esta cuestión. La tercera condición para que una norma pueda emerger es la de publicidad (McAdams 1997). Si no resulta públicamente conocido que las dos anteriores condiciones son satisfechas, es probable que algunos individuos se comporten de formas inadecuadas debido a que no anticipan las sanciones a las que se verán sometidos como consecuencia de su actuación. Es de esperar, sin embargo, que 113 Una idea similar puede encontrarse en Opp (2001). Por su parte, Axelrod (1986b) menciona que la existencia de condiciones de dominación hace más probable el surgimiento de normas. Se trataría de normas que favorecen los intereses del grupo dominante. 114 Elster (2001); McAdams (1997); Nino (1997); Ovejero, Martí y Gargarella (2004); Pettit (1999, 2004); Sen (2000); Sunstein (2004). 62 esto no constituya normalmente un equilibrio ya que el comportamiento generará desaprobación haciéndose, de este modo, públicos el consenso y el riesgo de detección. No obstante, en el caso del consenso, existen varios mecanismos que permiten explicar cómo éste puede mantenerse oculto en muchas ocasiones impidiéndose la emergencia de nuevas normas y/o la desaparición de las ya existentes 115 . Puede que en una situación determinada exista consenso pero que no se exprese desaprobación porque existen dudas acerca de la existencia de dicho consenso (Kuran 1995; McAdams 1997; Posner 2000) 116 . Este mismo problema se encuentra en la situación inversa de normas que se mantienen pese a haber dejado de contar con el soporte necesario por miedo a las sanciones derivadas de criticar una norma 117 . Miller y Prentice (1994) y Kuran (1995) hacen referencia a lo que ellos denominan como ignorancia pluralística (pluralistic ignorance). Ésta se da cuando la gente cree que sus creencias y deseos son diferentes de los de sus pares cosa que les lleva a ocultar sus puntos de vista y a comportarse del modo del modo requerido por lo que ellos creen que es el consenso. Este fenómeno tiene numerosas consecuencias, de forma destacada, la mencionada perpetuación de normas impopulares. La ignorancia pluralística se produce cuando representaciones sociales de las motivaciones, ampliamente compartidas pero falsas, conducen a la gente a creer que sus motivaciones propias no ejercen una influencia similar sobre los demás. De este modo los individuos se comportan públicamente en formas que no están acorde con sus creencias y preferencias privadas. Esto supone dos errores interrelacionados. En primer lugar los individuos malinterpretan las preferencia y creencias de los demás. Nadie cree en lo que hace pero cada uno cree que cada uno cree en lo que hace. En segundo lugar, los individuos se perciben a sí mismos como desviados respecto a la media del grupo. Hay tres condiciones bajo las cuales una norma impopular puede resultar estable merced a la ignorancia pluralística. En el primer caso, una norma es sostenida por una minoría no representativa. Una segunda posibilidad es que la norma represente los valores idealizados del grupo pero no los reales y, finalmente, también puede suceder que la norma fuese válida en el pasado pero que ya no lo sea. En todos estos casos, la amenaza percibida de sanciones impide a los individuos apartarse de lo estipulado por la norma o criticarla (Miller y Prentice 1994). Kuran (1995) se refiere a la falsificación de preferencias privadas como un fenómeno que ocurre tanto en sociedades democráticas como dictatoriales. Kuran utiliza esta idea para explicar casos extremos como la estabilidad de las dictaduras comunistas de la Europa del Este. En estos casos, las preferencias no se falseaban por las amenazas en términos de estima, o no sólo, sino por la amenaza de sanciones legales y la ignorancia respecto de las alternativas existentes. Sin embargo, como se verá más adelante, un cierto grado de falsificación de preferencias es inherente a los seres humanos en tanto que animales normativos que aprueban y desaprueban determinadas conductas y que albergan motivaciones plurales. La misma idea de cumplir una norma consiste precisamente en 115 Brennan y Pettit (2004); Dharmapala y McAdams (2001); Elster (2001b, 2002); Kuran (1995); McAdams (1997, 2000); Miller y Prentice (1994); Pettit (2000); Posner (2000); Sunstein (1996). 116 Por otra parte, como ya se apuntó, cuando el consenso es bien conocido, puede que expresar las desaprobación no resulte necesario (Brennan y Pettit 2000, 2004; McAdams 1997). 117 Brennan y Pettit (2004); Kuran (1995); McAdams (1997); Miller y Prentice (1994) Pettit (2002); Posner (2000). 63 ocultar nuestras auténticas creencias y preferencias. Conocer los mecanismos que se ocultan detrás de este fenómeno y la forma de aprovecharlos es de vital importancia para el diseño institucional. La tarea que se plantea en este trabajo puede entenderse como la de dilucidar a través de qué mecanismos se puede aprovechar este hecho para alcanzar los resultados deseados de la forma más eficiente. Cuando se dan situaciones de fuerte ignorancia pluralística, determinadas modificaciones en alguna o en varias de las tres condiciones mencionadas pueden producir súbitos cambios en las normas. Cuando estos cambios son muy repentinos y producen cadenas en las que los cambios en una norma repercuten en otras y así sucesivamente hasta llegar a afectar a un amplio número de ellas, suele hablarse de cascadas de normas 118 . Existen varias formas en que la ley puede utilizarse de forma expresiva para satisfacer la condición de publicidad incidiendo así sobre las normas. Comentaré aquí brevemente el primero de ellos ya que es el que más directamente afecta al contenido de este trabajo. Se trata de un mecanismo de tipo actitudinal (McAdams 1997, 2000). Cuando los mecanismos de representación de la democracia funcionan razonablemente bien, los ciudadanos tenderán a pensar que las decisiones del parlamento representan la voluntad mayoritaria y, por tanto, la legislación ofrecerá información sobre los patrones de aprobación y desaprobación. Las legislaciones contra el tabaco en espacios públicos cerrados, por ejemplo, pueden hacer pública la existencia de un consenso contra la práctica de fumar en dichos espacios y puede hacer que los fumadores, para evitar ser desestimados por los fumadores pasivos, cambien sus hábitos incluso en situaciones donde la ley no prohíbe fumar. No me voy a extender mucho más con este mecanismo, puede encontrarse una completa caracterización del mismo en las referencias citadas, pero, nótese que existe un margen para la utilización de la función expresiva de la ley por parte del Estado 119 . Por ejemplo, prohibir una conducta o gravarla con impuestos tienen efectos expresivos muy diferentes. Prohibir la circulación en vehículo privado por el centro de la ciudad transmite la señal de que dicha práctica es manifiestamente incívica mientras que gravarla con impuestos no tiene el mismo efecto. No obstante, la función expresiva no lo es todo. Por ejemplo, aunque el mercado de derechos de emisión previsto por el protocolo de Kyoto puede transmitir un mensaje muy negativo, puede tener otras muchas ventajas que lo hagan preferible a medidas de prohibición más drásticas y que compensen sus efectos negativos en términos expresivos (Sunstein 1996). Aunque no me voy a detener a argumentarlo, la legislación local es la que tiene mayor capacidad expresiva y también los tribunales de justicia pueden ejercer una función expresiva con sus resoluciones (McAdams 2000). Por otra parte, la percepción de que el parlamento alberga intereses sectarios y el descrédito de la política en general reducen el poder expresivo de la ley. En un sentido similar, puede haber legislación que tenga poco o ningún poder expresivo 120 . 118 Brennan y Pettit (2004); Dharmapala y McAdams (2001); Kuran (1995); McAdams (1997, 2000); Miller y Prentice (1994); Sunstein (1996); Pettit (2000); Posner (2000). 119 Existe margen, por ejemplo, para ocultar la existencia de un consenso o publicitar la existencia de otro que en realidad no es tal con la finalidad de reforzar o erosionar tal o cual norma social. 120 Los otros dos mecanismos a través de los que la ley puede ejercer una función expresiva son menos importantes para el contenido de este trabajo. La función expresiva de la ley puede darse también a través de un mecanismo informativo (Dharmapala y McAdams 2001). En este caso, el diseño del proceso legislativo agrega la información privada de los legisladores de tal forma que, incluso en los casos en los que los legisladores no 64 Cuando las tres condiciones citadas se encuentran satisfechas es de esperar que los mismos patrones de aprobación y desaprobación generen una norma 121 (McAdams 1997). Una vez que la norma existe, el mantenimiento de las condiciones asegura la resistencia de la misma (Brennan y Pettit 2000, 2004; McAdams 1997; Pettit 1993, 2002). b- Procesos de emergencia de normas sociales Existen dos procesos diferentes a partir de los cuales una norma puede surgir a partir de las condiciones anteriores dependiendo de si previamente se da o no una regularidad en el comportamiento (McAdams 1997). Pueden existir y existen regularidades de comportamiento (más allá de las puramente fisiológicas como comer o dormir) sin que tenga que haber necesariamente una norma social establecida. Mucha gente puede desaprobar cosas como que otras personas fumen en los espacios públicos cerrados. Si se produce un consenso en torno a alguna de esas cuestiones, una vez que éste es conocido, se crean nuevos costes para las personas que quieran seguir manteniendo tales conductas. Como ya se ha apuntado más arriba, el hecho de que la estima sea comparativa hace que la sanción recibida por los incumplidores varíe en función del grado de cumplimiento. Si un treinta por ciento de los fumadores fuma habitualmente en lugares públicos cerrados, la sanción por incurrir en ese comportamiento no será tan elevada como lo será si el porcentaje de fumadores que incurre en dicho comportamiento tan sólo representa un tres por ciento del total. Del mismo modo, la recompensa por abstenerse de incurrir en tal conducta será mucho más elevada en la primera situación que en la segunda. Como se dijo, cuanto más se distingue negativamente un comportamiento más costoso resulta. Como consecuencia de lo anterior, cada vez que un individuo se abstiene de incurrir en un comportamiento sujeto a desaprobación aumentan los costes del mismo para todos los demás agentes. Este es el efecto feedback del cumplimiento de normas que ya se había mencionado (McAdams 1997). Por ejemplo, imaginemos que se genera un consenso en torno a que fumar en un espacio público cerrado supone una falta de respeto y una actitud reprobable. Una vez que el consenso es conocido, la conducta en cuestión tendrá unos costes la intensidad de los cuales irá en función del número de incumplidores. La cuantía de esos costes, en ese momento T0, puede llevar a unos cuantos individuos de la población a abstenerse de incurrir en el comportamiento. Si esto es así, en el momento T1 los costes habrán aumentado ya que habrá una cantidad menor de trasgresores. Ese aumento de los costes puede disuadir a más trasgresores de involucrarse en el comportamiento proscrito y así sucesivamente. Tal y como se dejó apuntado, otros mecanismos, como la opción salida, disponen de más información que los ciudadanos de a pie, los ciudadanos reciben señales sobre las características intrínsecas de la situación. Un tercer mecanismo a través del que puede darse la función expresiva de la ley es el de punto focal (Dharmapala y McAdams 2001). En este caso, la ley puede convertir en focales ciertos equilibrios creando de este modo expectativas sobre las estrategias futuras de los agentes. 121 En Brennan y Pettit (2004) y en Pettit (2002) pueden encontrarse caracterizaciones similares del proceso de surgimiento de normas a partir de patrones de aprobación y desaprobación basados en la estima. 65 pueden venir en apoyo de esta tendencia. Si yo no estoy de acuerdo con la norma que se está estableciendo pero tampoco quiero verme sometido a sanciones, puedo dejar de fumar o marcharme a otro país. En el sentido inverso, ceñirse a lo prescrito por la norma y abstenerse de fumar delante de los no fumadores, tendrá cada vez menos recompensa. Para el último trasgresor, ya no habrá ninguna recompensa en estima por cumplir con la norma pero si una importante sanción por violarla. De este modo, nuevas normas sociales pueden quedar sólidamente establecidas. En un proceso inverso, el mismo efecto de feedback puede llevar a que pequeños incrementos en el incumplimiento de una norma social acaben por erosionarla. Este puede ser el caso de las normas contra la homosexualidad en nuestro país que, pese a estar aún fuertemente establecidas en algunos sectores, han perdido muchísima fuerza en el transcurso de unas pocas décadas. Las normas también pueden establecerse por el procedimiento contrario, es decir, la emergencia de la misma da lugar a una regularidad en el comportamiento. McAdams (1997) ofrece un interesante ejemplo de este tipo de proceso a partir de la extensión del reciclaje de basuras en EEUU. Imaginemos que en un vecindario existe un consenso ideal acerca de las bondades del reciclaje de las basuras pero que nadie actúa en consecuencia porque mientras que la conducta resultaría colectivamente beneficiosa resulta costosa para cada uno de los individuos particulares (nos encontramos nuevamente ante una típica estructura de dilema del prisionero con varios jugadores). Imaginemos que algunos vecinos pueden empezar a reciclar por diversos motivos. Pueden tener unas preferencias ambientalistas especialmente intensas o, tal vez, pueden actuar motivados por ganarse la estima de los demás. 122 Sea por la razón que sea, estos primeros vecinos pueden a acceder a importantes dosis de estima, tal vez incluso al honor y a la gloria. Pasado este primer momento, otros individuos se unirán a estos incurriendo ellos también en los costes asociados a reciclar 123 . En este momento T1, la recompensa asociada al comportamiento se ve reducida necesariamente, cuando el comportamiento se vuelve ordinario deja de ser heroico. Pero, paralelamente, los costes asociados a no reciclar empiezan a aumentar y así sucesivamente. Pese a que McAdams no lo considera necesario, en algún momento del proceso las normas se tienen que internalizar, tienen que empezar a seguirse de forma incuestionada 124 . McAdams sostiene que, en caso de producirse, la internalización puede suceder desde el principio del proceso pero él piensa que frecuentemente esta se produce después de la creación de la norma por procesos de estima. Se produzca cuando se produzca, la internalización, el seguimiento incuestionado, constituye, como va dicho, una característica fundamental de las normas sociales. Una vez que está internalizada, la norma se fortalece y se dificulta su rápido cambio (McAdams 1997). La internalización de la norma implica un cambio de preferencias (McAdams 1997). Esta es una cuestión central para el presente trabajo. Más adelante, en este mismo capítulo, entraré en profundidad en este asunto pero, por el 122 De hecho McAdams plantea como única fuente de motivación la búsqueda activa de estima, sin embargo, además de todos los problemas asociados a este punto de vista que se han comentado a lo largo de las primeras secciones de este capítulo; la idea en sí no me parece demasiado plausible. Los primeros impulsores de cualquier iniciativa novedosa de este tipo corren un importante riesgo de aparecer ante los ojos de los demás como personajes pintorescos y naïves. 123 Nuevamente McAdams identifica la búsqueda activa de estima como el único motivo de involucrarse en tal comportamiento pero, nuevamente, tal asunción no me parece necesaria ni plausible. 124 Brennan y Pettit (2000, 2004); Elster (1990,1991, 1997); Pettit (1993, 1999, 2002). 66 momento, nótese que el objetivo central aquí es el de identificar mecanismos a partir de los cuales generar virtud. Se ha definido virtud como aquella conducta motivada por un determinado tipo de normas. Si sostenemos que el establecimiento de normas genera mecanismos que llevan a los agentes a cambiar sus preferencias de modo que interiorizan dichas normas, el problema de la generación de virtud debe consistir en identificar mecanismos institucionales que hagan emerger el tipo requerido de normas 125 . Hasta aquí me he referido, básicamente, a la emergencia de nuevas normas sociales. A continuación mencionaré algunos mecanismos que pueden encontrarse presentes en el cambio y desaparición de las mismas. c- Procesos de cambio y desaparición de normas sociales Si una norma originariamente emerge como resultado de sanciones externas, patrones de aprobación y desaprobación, cambios en sus condiciones de aplicación pueden debilitarla o eliminarla. Estos procesos pueden acelerarse si la norma está débilmente establecida (McAdams 1997). Si aplicar la norma se vuelve más difícil, aquellos que no la tengan internalizada (los que habitualmente se limitan a cumplirla) podrán violarla ahora con menor riesgo o hasta con impunidad. De modo general, los incentivos para defraudar aumentarán. Conforme aumenta el incumplimiento, cabe esperar que el compromiso psicológico de los que sí que siguen la norma se vaya perdiendo. Cabe esperar, por tanto, que en un momento T1 haya más incumplimiento y que el efecto feedback mencionado más arriba acabe por socavar la norma o por debilitarla en una importante medida. Los costes de aplicación harán más difícil sancionar a los incumplidores. Aun así, puede todavía mantenerse una norma primaria pero ésta será muy débil (McAdams 1997). McAdams (1997) pone el ejemplo de normas contra el aborto en comunidades pequeñas. Imaginemos una comunidad donde existen normas contra el aborto fundamentadas en sólidos principios morales o religiosos. Imaginemos que existe en dicha comunidad una minoría significativa de mujeres que no tienen internalizada la norma pero que la cumplen por la amenaza de sanciones (en términos de vergüenza y aislamiento social, no sanciones legales). Supongamos ahora que un avance técnico facilita a las mujeres de la población poder abortar con total seguridad y discreción con escaso riesgo de ser descubiertas. En caso de que se extienda la creencia en la población de que muchas mujeres están abortando a través de ese método (cambio en el consenso percibido) esto reducirá las sanciones en estima para las que sean descubiertas generándose el mencionado efecto feedback. Otro mecanismo que puede generar cambios o desapariciones de normas es la crítica 126 . Sunstein (1996) utiliza el concepto de emprendedores o promotores de normas (norms entrepreneurs) para referirse a aquellos agentes sociales que critican activamente las normas establecidas o promueven la aparición de otras. Cuando una norma se encuentra sólidamente establecida la crítica puede tener importantes costes. Si alguien iniciase, por ejemplo, una campaña en favor de la despenalización de las prácticas sexuales con niños, resulta plausible suponer que recibiría importantísimas sanciones en términos de estima. Sin embargo, en otros casos como en las situaciones de ignorancia pluralística o 125 Más adelante mostraré algunos mecanismos a través de los cuales podemos esperar que las normas que emergen acaben siendo internalizadas y no meramente cumplidas para evitar sanciones. 126 Kuran (1995) ; McAdams (1997); Sunstein (1996). 67 en algunos de los casos estudiados por Kuran que se han comentado más arriba, la crítica puede desencadenar auténticas cascadas de normas (Kuran 1995; Sunstein 1996). McAdams (1997) hace referencia a dos mecanismos diferentes a través de los cuales la crítica puede debilitar o eliminar una norma. En el caso más simple, la crítica puede aportar nueva información que modifique el consenso. Una persona puede estimar un determinado comportamiento porque cree que le reporta beneficios. Tal vez, en un caso de localización egoísta de la estima, valore positivamente que otros desarrollen un determinado comportamiento porque cree que el sale beneficiado. Si la crítica aporta información que demuestra que dicha creencia es falsa, las bases del consenso se verán afectadas. La segunda posibilidad se acaba de mencionar unas líneas más arriba, ésta se refiere a aquellas situaciones en las que la crítica no modifica las bases del consenso sino que aporta información acerca de diferencias entre el consenso percibido y el real. Imaginemos que una amplia mayoría de los individuos son indiferentes respecto de un comportamiento pero que existe la percepción, errónea, de que dicho comportamiento es desaprobado. En este caso la crítica producirá una rápida desaparición de la norma. Normalmente, en un régimen democrático que garantiza la libertad de expresión y elecciones periódicas con voto secreto, una norma así será, si llega a emerger, muy inestable. Consecuentemente los cambios en la misma no tendrán un impacto demasiado importante sobre el conjunto del sistema de normas en ese grupo o en la sociedad en su conjunto. En este sentido puede esperarse que la posibilidad de crítica de las sociedades democráticas no permita la existencia de grandes series de normas impopulares. Pero, tal y como se mencionó más arriba, ni tan sólo en sociedades democráticas con principios de tolerancia fuertemente establecidos, puede esperarse que la crítica esté siempre presente en el grado requerido (Kuran 1995; McAdams 1997). V.5- Regulación contraproducente Llegados a este punto se hace necesario recapitular brevemente algunas de las ideas más importantes que se han expuesto hasta el momento en el presente trabajo. Tal y como vimos, ser virtuoso consiste en actuar motivado por un tipo determinado de normas sociales, a saber, normas públicamente orientadas. Hemos visto que los seres humanos no somos los maximizadores de utilidad esperada previstos por la teoría sino que albergamos fuertes motivaciones intrínsecas para adecuarnos a lo prescrito por las normas de cooperación. Hemos visto también el importante papel que las emociones, en particular de la necesidad de estima, juegan en el seguimiento y cumplimiento de normas. Por último, también vimos que normas sociales informales y estructuras formales se encuentran en una compleja interacción y que actuar sobre las segundas sin tener en cuenta las primeras puede tener consecuencias desastrosas. Los gobiernos, así como las organizaciones en general, actúan sobre la realidad a través del diseño institucional. Todo lo que hemos ido repasando hasta el momento nos ofrece herramientas indispensables para que esas intervenciones resulten eficientes pero, como ya se ha argumentado, esto no es así en muchas ocasiones. En esta sección repasaré algunos de los tipos más frecuentes de regulación contraproducente mientas que en la siguiente presentaré un tipo de estrategia que tiene en cuenta todos los elementos expuestos en este trabajo y que puede ayudar a paliar o superar 68 muchos de los problemas mencionados, la mano intangible (Brennan y Pettit 2000, 2004; Pettit 1993, 1999, 2002). Grabosky (1995) identifica algunos tipos frecuentes de regulación contraproducente. El primer tipo es la escalación. Este tipo corresponde a lo que Sunstein (1990) denomina como paradojas de la regulación. Se trata de medidas que alcanzan justo el efecto opuesto del que se proponen (Grabosky 1995; Sunstein 1990). Grabosky se refiere a medidas de discriminación positiva de minorías étnicas y raciales en EEUU que tuvieron como efecto el aumento del racismo y la discriminación y el consecuente empeoramiento de la situación de dichas minorías. El segundo tipo consiste en la seducción inintencional (unintentional enticement) (Grabosky 1995). El simple hecho de alertar sobre los peligros de algo o el hecho de prohibirlo puede llevar a los individuos a interesarse por ello, cosa que no habría sucedido si no se hubiese llamado su atención a través de la regulación. El tercer tipo es la adaptación creativa (creative adaptation). Este es el tipo de fenómeno mencionado por Ayres y Braithwaite (1996) y que comentaré con algún detalle más adelante. La regulación estricta puede llevar a los agentes a buscar nuevas y más sofisticadas formas de eludir la legislación generándose efectos perversos de muy diverso tipo que desembocan en auténticos juegos de gato y ratón entre reguladores y regulados. El cuarto tipo de efecto contraproducente mencionado por Grabosky es el de etiquetaje. Este concepto, ya clásico en sociología, se refiere al hecho, muy conocido entre los pedagogos que trabajan con adolescentes, de que etiquetar a alguien como desviado atribuyéndole unas determinadas características negativas pueden llevar a que las acabe desarrollando de forma efectiva. El quinto tipo de regulación contraproducente consiste en la infraaplicación de la misma. La aplicación suavizada de una regulación de forma deliberada, por falta de recursos o por cualquier otro motivo, puede reducir los niveles de cumplimiento. El sexto tipo de regulación contraproducente constituye también un fenómeno clásico de los estudios sociológicos. Se trata de la profecía que se autocumple ya identificada por Merton (1980) hace algunas décadas. El séptimo tipo consiste en lo que Grabosky denomina como desplazamiento (displacement). Este es también un fenómeno recurrente en la literatura en ciencias sociales. El desplazamiento puede consistir en que, como consecuencia de una regulación inadecuada, la tendencia al no cumplimiento se desplaza a otras áreas diferentes de la regulada o, en otros casos, se da una substitución de la externalidad negativa por otra. Este segundo caso de desplazamiento constituye la versión sustantiva del mismo (Grabosky 1995). Pensemos en el caso de las medidas medioambientales. Las medidas de este tipo que se toman en un determinado país o en una determinada región pueden producir un proceso deslocalización industrial en el que las empresas contaminantes se desplacen hacia otros lugares donde la legislación puede ser incluso más permisiva de lo que lo era en un primer momento la del país de origen. De este modo, el daño medioambiental a nivel global puede llegar incluso a aumentar. En su versión sustantiva en un primer momento la nueva legislación puede llevar a la industria a invertir en innovaciones tecnológicas que le permitan reducir el impacto de la externalidad regulada 69 pero, puede que las alternativas generen nuevas externalidades aún peores que las que se trata de regular. En esta clave puede leerse el debate abierto en la UE sobre la energía nuclear a raíz de la aplicación de medidas para reducir las emisiones de CO2 tal y como prevén los compromisos adquiridos en el protocolo de Kyoto. El octavo tipo de regulación contraproducente consiste en la sobredisuasión (over-deterrence). Este es también un caso muy tratado en la literatura (Ayres y Braithwaite 1996; Pettit 1999, 2002, 2003). Éste puede ser entendido también como un caso de regulación paradójica (Sunstein 1990). Trataré este fenómeno en profundidad en este mismo capítulo y que este es el tipo que se encuentra tras lo que denominaré como estrategia centrada en la desviación. Por el momento, me limitaré a apuntar que las sanciones draconianas pueden acabar produciendo infraaplicación de la regulación ya que los responsables de aplicarla se abstienen de hacerlo (Grabosky 1995). Sí la sanción prevista por orinar en la vía pública fuese la pena de muerte, es probable que los policías empezasen a hacer la vista gorda ante tal comportamiento y que los jueces dejasen de dictar sentencias condenatorias en la medida de lo posible. Al final, paradójicamente, podría aumentar el número de personas que incurren en dicho comportamiento incívico. El noveno tipo de regulación contraproducente destacado por Grabosky es la transferencia (spillover). A diferencia del caso del desplazamiento, en este caso los costes de la nueva regulación acaban siendo desviados hacia terceros. El décimo tipo consiste en la generación de pánico (fear generation). Ciertas medidas para garantizar la seguridad pueden señalar tal o cual producto o actividad como peligroso y extender un pánico infundado entre la población. Las últimas crisis alimenticias vividas en Europa, con ministras aconsejando maneras de cocinar determinados alimentos a fin de reducir riesgos y conseguir un toque especial en nuestros platos, constituyen un buen ejemplo de este fenómeno. El undécimo tipo identificado por Grabosky resulta también especialmente interesante para el contenido de este trabajo. Se trata de la generación de incentivos perversos. Determinadas medidas pueden generar incentivos para que los agentes, o parte de ellos, defrauden. Este fenómeno suele estar detrás de las paradojas de la regulación (Sunstein 1990). Sí, por ejemplo, un gobierno contrata las tareas de extinción de incendios a una empresa privada y les paga según el número de intervenciones que se tengan que llevar a cabo, se generan unos incentivos terriblemente perversos para dicha empresa. El duodécimo tipo de regulación contraproducente consiste en el azar moral como un incentivo para asumir riesgos (moral hazard as an incentive to risk taking). La seguridad ofrecida frente a posibles pérdidas ocasionadas por incumplimientos de la regulación puede incentivar el incumplimiento. De modo general, incrementos en la seguridad pueden aumentar el número de conductas imprudentes. El último tipo de regulación contraproducente identificado por Grabosky es el de los costes de oportunidad (opportunity costs). La regulación tiene costes. Estos costes se asumen porque se espera algún retorno positivo de la misma (por ejemplo, se espera que los costes de las regulaciones medioambientales sirvan para reducir la polución). Pero, cada control adicional aumentará los costes marginales de la misma. Podemos suponer que las medidas destinadas a reducir el primer 5% de polución serán mucho más baratas que las destinadas a eliminar el último 5%. Siguiendo este 70 razonamiento, es de esperar que exista algún punto en el que lo racional será destinar los recursos a otro tipo de medidas en lugar de seguir aumentando la regulación en una dimensión determinada (Grabosky 1995). Grabosky identifica cuatro factores principales entre las causas más frecuentes de este tipo de problemas: una mala ciencia, una mala planificación, fallos en la implementación y malas políticas. Podría sostenerse que lo que se denomina como regulación contraproducente no es en realidad tal cosa sino que se trata de políticas con unos objetivos reales diferentes de los que se explicitan en las declaraciones públicas y que son impulsadas por poderosos grupos de interés. En este sentido, puede argumentarse, por ejemplo, que los resultados antisociales de muchas las políticas sociales implementadas en España durante los años del gobierno del presidente Aznar no constituyen casos de regulación contraproducente, subproductos no buscados ni deseados, sino el resultado exitoso que unas políticas diseñadas deliberadamente para producir esos resultados. Esto puede ser verdad en muchas ocasiones, probablemente lo sea en mí ejemplo, pero la investigación empírica demuestra que se exagera sobremanera la importancia de este tipo de razonamientos que, además, suelen incurrir con facilidad en teleologías (Sunstein 1990). Sunstein (1990) señala que todos estos problemas tienen que ver con que no se comprenden adecuadamente las estrategias que desarrollarán los gestores y los receptores de la regulación, en particular, no se tienen suficientemente en cuenta los incentivos perversos que ofrece la regulación. En el presente trabajo se han presentado toda una serie de factores que, tal y como se ha sostenido, deben ser incorporados por una estrategia reguladora eficiente, es ahora el momento de presentar de forma sistemática las bases de dicha estrategia, la mano intangible. V.6- La mano intangible En los debates sobre regulación suelen plantearse en torno a dos estrategias presentadas como incompatibles entre sí, una estrategia desreguladora, también conocida como de mano invisible, o una estrategia de regulación burocrática por parte de alguna agencia centralizada o de mano de hierro 127 . La estrategia de mano de hierro se basa en la amenaza de sanciones y en la otorgación de recompensas por parte de algún tipo de autoridad corporativa centralizada como puede ser el Estado. Como veremos más adelante en este mismo capítulo, este tipo de regulación es necesaria en cualquier sociedad desarrollada pero una regulación eficiente no puede basarse únicamente ni en primer término en este tipo de estrategia 128 . Existen algunos problemas sobradamente conocidos asociados a la estrategia de la mano de hierro. El primero de ellos es el que los clásicos formularon con la máxima latina de Quis custodiet custodes? Efectivamente, esta estrategia requiere de estructuras jerárquicas de control que ponen una gran cantidad de poder en manos de los comisarios de los puestos más altos de la misma. Este tipo de jerarquías abren la puerta al abuso de poder y de autoridad, al peligro, también alertado por los clásicos, del imperium (Brennan y Pettit 2004; Pettit 1993, 1999). El problema, obviamente, no resulta insalvable, de lo contrario no podrían existir sociedades libres como la nuestra, y el Estado de 127 128 Ayres y Braithwaite (1996); Brennan y Pettit (2004); Pettit (1993, 1999). Ayres y Braithwaite (1996); Brennan y Pettit (2004); Pettit (1993, 1999). 71 Derecho cuenta con mecanismos para mitigarlo lo máximo posible (Pettit 1999) pero se sugiere que debemos tratar de economizar este tipo de regulación, se debe recurrir a la misma sólo cuando resulte imprescindible 129 . El segundo problema asociado muy directamente a esta forma de regulación es el del principal y el agente que ya ha sido caracterizado anteriormente en este mismo trabajo. Por muchos recursos que se destinen al control de la tarea del agente, éste siempre tendrá posibilidades e incentivos para defraudar (Pettit 1993). Un tercer problema, muy estrechamente relacionado con el anterior, consiste en que, si no se contemplan otras estrategias de regulación alternativas, la conclusión es –tal y como señala Herreros (2002)- lamentablemente autoritaria. Cuanto menores sean las posibilidades de ser descubierto, más y más desproporcionadas deben ser las sanciones para los incumplidores. Desde este punto de vista, tal vez sólo se pueda evitar que los repartidores de pizzas pierdan tiempo deliberadamente cuando salen a hacer un reparto si se ajusticia en la plaza mayor a los pocos que, ocasionalmente, son descubiertos fumando un cigarro en un banco en lugar de estar repartiendo. A la inversa, sólo se podrán reducir las sanciones a costa de invertir más y más recursos en medidas de control y vigilancia. Como suele decirse, un sistema basado exclusivamente en estos principios requeriría que hubiese un policía en cada esquina, debería construirse un auténtico Estado policial a fin de garantizar el cumplimiento (Ayres y Braithwaite 1996; Pettit 1993). Este tipo de medidas, además de cuestionables desde un punto de vista ético, resultarán tremendamente ineficientes y contraproducentes en diversas formas tal y como veremos más adelante. En definitiva, basta con ver los resultados de las dictaduras comunistas y fascistas a lo largo del s. XX para comprender que esta clase de estrategias, aunque necesarias, no pueden ser la única ni la principal herramienta de regulación. Ante los problemas de excesiva burocratización y de falta de flexibilidad y de capacidad de adaptación de las estructuras estatales, a partir de los años 70 del siglo pasado se iniciaron fuertes presiones desreguladoras (Ayres y Braithwaite 1996). Se trataba de apostar por lo que Adam Smith denominó la mano invisible, a saber, la interacción entre individuos que se dedican a perseguir su propio interés producirá, como resultado agregado, productos colectivamente beneficiosos. Este es un tipo de estrategia descentralizada donde, además, las sanciones y recompensas se aplican no intencionalmente. Consideremos un contexto de mercado competitivo. El hecho de que los consumidores dejen de comprarle a un productor que infla demasiado los precios y lo hagan a otro que se ajusta al equilibrio de mercado sancionará al primero y premiará al segundo. El resultado será colectivamente beneficioso porque el productor avaro se verá obligado a ceñirse a los precios del equilibrio. No será necesaria una autoridad centralizada para administrar las sanciones, cada uno de los consumidores se encargará de ello. Del mismo modo, la aplicación de sanciones no será necesariamente intencional ya que no está en el propósito de los consumidores que cambian de proveedor el penalizar a éste a fin de obligarle a bajar los precios. De este modo, la búsqueda del interés propio puede generar, si se dan las condiciones adecuadas –esto es, mercados competitivosmecanismos de mano invisible que nos lleven a resultados colectivamente beneficiosos (Pettit 1993). 129 Ayres y Braithwaite (1996); Brennan y Pettit (2004); Pettit (1993, 1999). 72 Pero, tal y como se ha comentado en este mismo capítulo, las estrategias de mano invisible no sirven en la mayoría de aquellas situaciones, muy numerosas y tremendamente importantes, en que la estrategia dominante para los agentes no consiste en cooperar sino en defraudar. En dichas situaciones, la mano invisible puede operar como un auténtico pie invisible que da lugar a resultados tremendamente contraproducentes (Brennan y Pettit 2004; Pettit 1993, 2002). Los desastrosos resultados de las experiencias de aplicación de políticas neoliberales en muchos países del tercer mundo, principalmente en América Latina, durante el último tercio del siglo pasado constituyen un buen ejemplo de lo que se está tratando de mostrar (Stiglitz 2002, 2003). En Brennan y Pettit (1993, 2000, 2004) y en Pettit (1993, 1999) se propone un tercer tipo de estrategia de regulación, la estrategia de la mano intangible. Más allá de lo novedoso o no de la idea subyacente que, tal y como reconocen los mismos autores, puede encontrarse ya en los clásicos de la filosofía o, en versiones más actuales, en los trabajos de numerosos autores como, por ejemplo, Ayres y Braithwaite (1996); lo que se sostiene es que la necesidad de estima de los seres humanos puede dar lugar a una estrategia intermedia de regulación. Se trata de fundamentar una estrategia de regulación sobre la base que constituye todo lo dicho en el presente capítulo acerca de las normas y las emociones. Del mismo modo que la mano invisible, la mano intangible también funciona de forma descentralizada y es inintencional. Sin embargo, en este caso la no intencionalidad tiene una naturaleza distinta. Aquí se trata de que, como vimos, el otorgar estima o desestima no es un acto voluntario, yo no puedo decidir pensar bien o mal de alguien. La estima es actitud-dependiente, no acción-dependiente (Brennan y Pettit 1993, 2000, 2004; Pettit 1993, 1999). La mano intangible no es incompatible con las otras dos manos sino todo lo contrario pero, en este caso, se sugiere que esta debe ser la estrategia prioritaria y que debe ser explotada siempre que resulte posible (Brennan y Pettit 1993, 2000, 2004; Pettit 1993, 1999). En este sentido, la mano intangible puede constituir una posible vía de solución para algunos de los problemas asociados a las otras dos manos. Es, por ejemplo, una estrategia barata y sencilla de implementar y no incurre en problemas como el de quis custodiet custodes? 130 En este caso, la voluntad de lograr la consideración y el respeto de los demás y de evitar la vergüenza, constituyen el fundamento de una estrategia regulativa del mismo modo que la búsqueda del interés propio fundamenta la posibilidad de una mano invisible. Será la voluntad de evitar ser desestimado por los demás lo que nos llevará a ajustarnos a la conducta adecuada en cada caso. Así como la mano invisible necesita de condiciones de competencia para poder funcionar, la mano intangible requiere que se satisfagan tres condiciones para poder ser efectiva. A estas alturas dichas condiciones ya nos resultan bastante familiares. En primer lugar, es necesario que sea de conocimiento común que un determinado comportamiento es aprobado y que su opuesto es desaprobado. Cada uno sabe que ese comportamiento es aprobado, cada uno sabe que cada uno sabe que ese comportamiento es aprobado y así sucesivamente (Brennan y Pettit 1993, 2004; Pettit 1993). En segundo lugar, es necesario que sea también de común conocimiento que existen posibilidades de que la conducta de cada uno sea conocida por los demás y que tal descubrimiento 130 Brennan y Pettit (1993, 2000, 2004); Pettit (1993, 1999). 73 supondrá una pérdida o una ganancia de estima para el agente en función de si su conducta ha sido correcta o no. La tercera condición consiste en que la conducta requerida no suponga unos costes materiales tan elevados para el agente que resulte irracional seguirla 131 (Brennan y Pettit 1993, 2004; Pettit 1993). Una vez que estas condiciones se encuentran satisfechas, la mano intangible generará normas sociales a través de los mecanismos descritos más arriba. En este punto es necesario detenerse y tratar de sintetizar que es lo que se está intentando decir exactamente. En primer lugar, la mano intangible no garantiza que las normas que se generan sean siempre y solamente las que el bien común requiere. Nada de lo que se ha dicho impide que la mano intangible de lugar a normas absolutamente indeseables. Las personas pueden alcanzar, y generalmente alcanzan, consensos en torno a cosas tales como la aceptabilidad o no de las preferencias sexuales de los demás que dan lugar, por ejemplo, a normas sociales que condenan las prácticas homosexuales. Será tarea de los representantes públicos aplicar en cada caso las medidas de diseño institucional adecuadas para que la mano intangible genere las normas correctas y no se acabe convirtiendo en lo que Brennan y Pettit (1993, 2004) denominan el pie intangible (intangible foot) 132 . Un programa de reformas consistirá en buscar los mecanismos de diseño institucional adecuados para generar o reforzar ciertas normas y debilitar o eliminar otras. En segundo lugar pero aún más importante si cabe, la mano intangible no es, en un primer momento, un instrumento para generar virtud cívica tal y como he definido yo aquí ese concepto. Recuérdese que he caracterizado la virtud como el andar motivado por un determinado tipo de norma, es decir, seguirla en el sentido de estar motivado internamente por ella. Sin embargo, por el momento no se está sosteniendo que la mano intangible nos vaya a llevar a seguir las normas sino solamente a cumplirlas para evitar ser desestimados por los demás. A diferencia de la educación moral que está pensada para generar virtud, el primer cometido de la mano intangible es, más bien, aprovechar nuestra virtud innata. Recuérdese que esto era precisamente lo que sostenía Goodin (1992) al hacer referencia al diseño institucional y a la Golden Rule. No se trataba de que estrategias de diseño institucional como el constitucionalismo fuesen a llevar a los villanos a estar motivados por la Golden Rule. Seguir dicha regla, ser imparciales, era más bien una motivación innata del ser humano y el constitucionalismo era una medida de diseño institucional que nos autoimponíamos para lograrlo y evitar sucumbir a las tentaciones de parcialidad. Por el momento esto es lo único que se ha dicho de la mano intangible, es un mecanismo de gestión, por así decirlo, de la virtud cívica previamente existente. En segundo lugar, muy relacionado con esta idea, la mano intangible es también un mecanismo de reproducción o de mantenimiento de la virtud en el sentido de que, a diferencia de otras estrategias como la mano de hierro, no lapida la virtud ya existente. En este sentido, la mano intangible puede además reforzar el compromiso de los que ya son virtuosos de entrada. Pero este trabajo pretende sostener algo más 131 El lector habrá notado que estas son las condiciones que, siguiendo a McAdams (1997) se estipularon para el surgimiento de una norma social. McAdams las formulaba empero de una forma algo distinta. Las dos primeras condiciones se desglosaban en tres en aquel caso y, una vez satisfechas, se sostenía que el patrón de aprobación y desaprobación generaría una norma en cuanto los costes asociados al incumplimiento resultasen más elevados que los beneficios del mismo. 132 Aunque no me voy a detener en esta cuestión, Brennan y Pettit (2004) identifican también algunos factores que impidan que la mano intangible pueda funcionar o que pueda hacerlo adecuadamente. La función expresiva de la ley mencionada anteriormente puede ser una vía de solución para algunos de ellos (Brennan y Pettit 2004). 74 que esto. Pretendo sostener que, en un segundo paso (la distinción probablemente es más analítica que secuencial) se produce virtud de forma efectiva ya que, como se comentó más arriba, en algún momento las normas se interiorizan, produciéndose de este modo un cambio de las preferencias. En esto último consiste el tributo que el vicio ofrece a la virtud (Elster 2002; 2001b). Las últimas afirmaciones que he realizado requieren ser argumentadas más sólidamente, a ello dedicaré el resto del presente capítulo. V.7- Estrategias centradas en la desviación y estrategias centradas en el cumplimiento El principal objetivo del presente trabajo consiste en la identificación de instrumentos de diseño institucional capaces de generar virtud cívica. Obviamente, el Estado no puede renunciar a medios de otro tipo como la educación pero, sin embargo, no se puede confiar en exclusiva, ni de forma demasiado importante, en este tipo de instrumentos ya que, por desgracia, en sociedades como la nuestra este tipo de medidas suelen ser de poca utilidad y, como apunta P. Pettit, “fácilmente degeneran en una suerte de propaganda aburrida y alienante” (Pettit, 1999, p. 328). Como se dijo en el primer capítulo de este trabajo, lo que debe preocupar al Estado, el objetivo del diseño institucional en este sentido, es que la gente actúe correctamente independientemente de cuales sean sus motivaciones. Teniendo en cuenta lo dicho hasta el momento a lo largo de estas páginas, resulta evidente sostener que un buen diseño institucional será aquel capaz de explotar al máximo la virtud de los ciudadanos, su motivación innata para cooperar, éste será, por tanto, un diseño institucional que opere a través de la mano intangible. Denominaré a este tipo de estrategias de diseño institucional estrategias centradas en el cumplimiento (o en los cumplidores). Frente éstas, presentaré otro tipo de estrategias de diseño institucional que denominaré estrategias centradas en la desviación y que, como se mostrará, generan una amplia variedad de efectos contraproducentes, entre ellos, erosionan la motivación de los virtuosos. Sabemos bastante poco acerca de como generar virtud cuando ésta ha sido destruida, paradójicamente, sabemos mucho más acerca de como destruirla cuando existe (o, si se prefiere, para no sonar excesivamente cínico, acerca de como no destruirla). No obstante, también aportaré argumentos en favor de la tesis según la cual, las estrategias centradas en los cumplidores no sólo prometen una gestión eficiente de la virtud y la reproducción o el mantenimiento efectivo de la misma sino también su creación. Como se ha venido diciendo, un diseño institucional adecuado establecerá normas sociales públicamente orientadas. Es probable que mucha gente se limite, en un primer momento, a cumplir con dichas normas pero, más tarde o más temprano, esas normas irán siendo interiorizadas por un número creciente de individuos que cambiarán sus preferencias adecuándolas a lo prescrito por la norma. Durante ese proceso, por decirlo en los términos que han venido utilizándose hasta el momento, dichos ciudadanos pasarán de cumplir a seguir la norma de un modo más o menos incuestionado. Empezaré discutiendo las estrategias centradas en la desviación dejando para el final del capítulo las estrategias centradas en el cumplimiento. 75 a- Estrategias centradas en la desviación Las viejas tradiciones de pensamiento socialista y anarquista en todas sus versiones coincidían en caracterizar al ser humano como intrínsecamente virtuoso. Si los seres humanos reales no eran así, simplemente se debía a que las condiciones de existencia de explotación y dominación los habían alienado de su auténtica naturaleza. Se trataba sencillamente de superar esas condiciones para que el hombre nuevo emergiera. Hoy en día sabemos de lo erróneo de dicha postura así como que los seres humanos simplemente albergamos motivaciones plurales. Un diseño institucional que concibiese a los seres humanos como intrínsecamente virtuosos sucumbiría ante el vicio (Ayres y Braithwaite 1996; Pettit 1999). En el otro extremo, como vimos, otras ilustres tradiciones de pensamiento han concebido al ser humano como intrínsecamente corrupto o, como mínimo, han dado por sentado que cuando nos ponemos a diseñar instituciones ese debe ser nuestro presupuesto a fin de que tales instituciones pudieran llegar a funcionar aunque la sociedad estuviera poblada por demonios. Como veremos, un diseño institucional de este tipo, corre el riesgo de sucumbir ante la virtud (Ayres y Braithwaite 1996; Frey 1997; Pettit 1999). Ante estas dos concepciones, lo que aquí se propone es describir a los ciudadanos de acuerdo con la evidencia empírica que se ha presentado en este trabajo, como intrínsecamente corruptibles pero no corruptos. Como se ha visto, existe en nuestra naturaleza una fuerte predisposición a la cooperación aunque todos podemos incurrir en el vicio si existen incentivos para ello. Esta es la idea de fondo de la estrategia centrada en el cumplimiento. Mientras que a nadie se le ha ocurrido construir instituciones concibiendo a los seres humanos como intrínsecamente virtuosos 133 , la estrategia contraria, concebirlos como intrínsecamente viciosos, constituye un hito común en el diseño institucional, en ella se basan las estrategias centradas en la desviación (Pettit 1999, 2002, 2003). Se supone que, dado que el interés egoísta puede llevar a los individuos a defraudar, hay que diseñar las instituciones de un modo tal que cumplir se convierta en la opción racional. En una situación ideal habría que buscar los motivadores adecuados para cada individuo pero, dado que esto resulta imposible en un mundo como el nuestro, debemos encontrar las sanciones (positivas y negativas) adecuadas para motivar como mínimo al individuo más egoísta, al más perfecto de los maximizadores de utilidad esperada 134 . Una estrategia de este tipo suministrará, por tanto, una dosis de motivación muy superior a la requerida por la mayoría de los individuos. El problema de esta estrategia consiste 133 Podría argumentarse que esta idea ni siquiera tendría sentido. Si todo el mundo estuviese motivado para cumplir incondicionalmente tal vez no sería necesario establecer acuerdos institucionales que garantizasen dicho objetivo. Tanto en la tradición anarquista como en la socialista la sociedad sin clases terminaría funcionando de forma mecánica sin necesidad de instituciones formales. El mismo Rawls (1996, 2002) establece entre las condiciones para la justicia, una benevolencia moderada. Moderada en el sentido de que la justicia no sería posible en un mundo de demonios pero, tampoco tendría sentido establecer principios de justicia externos en un mundo de santos morales. Sin embargo, desde mi punto de vista, tal y como se argumentó en el tercer capítulo de este trabajo con el ejemplo de las dos facultades de sociología en llamas, aun en un mundo de cumplidores incondicionales serían necesarios los acuerdos institucionales. 134 El “como mínimo” resulta aquí interesante. Dado que no nos encontramos en un mundo con información perfecta sino que, en cada situación, existe la posibilidad más o menos grande de defraudar sin ser descubierto, las sanciones pueden requerir ser aún mayores si tienen que disuadir a un villano absoluto. 76 en la imagen que se proyecta de los receptores de la misma, se les presenta como auténticos villanos. No ya las penalizaciones sino las mismas recompensas pueden ser percibidas como ofensivas por los destinatarios que pueden verse desmoralizados y su virtud socavada (Ayres y Braithwaite 1996; Pettit 1999, 2002, 2003). Una estrategia de este tipo generará una gran variedad de efectos contraproducentes, a continuación destacaré algunos de ellos. Efectos contraproducentes de las estrategias centradas en la desviación Como se ha dicho repetidamente, los seres humanos solemos cumplir con los requisitos de la cooperación de forma más o menos incuestionada. Determinadas opciones ni siquiera se encuentran dentro de nuestro abanico de alternativas pertinentes. Probablemente, cuando nos hallamos en la biblioteca pública consultando la nueva edición (con tapas duras) del manual de fundamentos de teoría de la elección racional y, en un mal momento, se nos pasa por la cabeza la tentación de robarlo, ni tan sólo nos enfrascamos en un cálculo minucioso de las probabilidades de hacerlo sin ser descubiertos. El simple hecho de plantearnos tal opción probablemente nos haría sentir culpables y nos llevaría a vernos a nosotros mismos como unas malas personas. Sin embargo, la aparición en escena de fuertes recompensas o penas por determinadas acciones, puede hacer que esas opciones, hasta el momento excluidas, entren en nuestro conjunto de opciones disponibles. Podemos pasar de un régimen de deliberación no egocéntrica a otro de deliberación egocéntrica (Pettit 1999, 2002, 2003). Si, por ejemplo, en mi lugar de trabajo, mi sueldo es aumentado drásticamente, puede que yo empiece a plantearme que, hasta el momento he estado trabajando por mucho menos de lo que me correspondía. De este modo, las nuevas sanciones pueden actuar como una alerta que me hace estar más atento a la promoción de mi ventaja personal. Otra forma a través de la cual, nuevas sanciones pueden reducir la virtud consiste en marginar o eliminar mis razones no egocéntricas en lugar de, como en el caso anterior, hacerme estar más atento a mi interés privado (Pettit 1999, 2002, 2003). Si todos los incentivos se dan en forma de sanciones positivas o negativas que inciden sobre mi interés egoísta, pueden llevarme a deliberar en términos de interés egoísta cuando previamente no lo hacía. Sanciones lo suficientemente elevadas como para motivar a un canalla pueden eclipsar la virtud de los ciudadanos normales (Pettit 1999, 2002, 2003). Sí, por ejemplo, el Estado pasa a ofrecerme una remuneración muy elevada por una actividad que yo realizaba de forma altruista, es probable que mi motivación altruista se vea socavada 135 . Una tercera vía por la que se puede producir el mismo efecto es a través del mecanismo de la profecía que se autocumple que se ha mencionado más arriba (Pettit 1999, 2002, 2003). Si, por ejemplo, se impone un régimen de control férreo sobre un determinado grupo de trabajadores que, hasta el momento, por lo general cumplían con su deber de forma razonable, este hecho proyectará una imagen estereotipada y negativa de los mismos que hará que otras personas los vean como villanos que sólo cumplen ante la amenaza de férreas sanciones. Esto puede generar perniciosos 135 Un razonamiento muy similar puede encontrarse tras los mecanismos de impaired self-determination, impaired self-esteem y overjustification effect en Frey (1997). 77 efectos de etiquetaje o de provocación que terminarán haciendo que empiecen a conformarse a la conducta prescrita por el estereotipo. En los tres casos presentados hasta el momento, la introducción de fuertes sanciones socava la virtud a través de cambiar las bases del régimen de deliberación de formas distintas. Pero la estrategia centrada en la desviación puede tener dos tipos adicionales efectos contraproducentes sobre el cumplimiento y la virtud que, pese a ser similares a los anteriores, pueden ser tratados de forma diferenciada. Un cuarto efecto consiste en la desviación de la atención de los agentes hacia las posibilidades de deserción (Pettit 1999, 2002, 2003). Pettit (2003) ofrece un ejemplo muy ilustrativo de este efecto. Imaginemos un trabajador al que se obliga a estar constantemente pendiente del reloj bajo la amenaza de fuertes sanciones por llegar tarde al lugar de trabajo. En primer lugar, es probable que se desmoralice y pierda gran parte de su motivación virtuosa como resultado del efecto de profecía autocumplida que se ha mencionado más arriba. Pero, además, el hecho de verse obligado a prestar tanta atención a esa cuestión lo hará volverse más consciente de las posibilidades de que dispone para evitar cumplir con sus deberes sin ser descubierto. El último efecto sobre la motivación que quisiera destacar aquí es aquel merced al cual las nuevas sanciones actúan a modo de señal que me permite descubrir que, mientras que yo cumplo sistemáticamente con mis obligaciones, existen agentes que no lo hacen (Pettit 1999, 2002, 2003). Como se vio en el caso del efecto feedback en el deterioro de normas sociales (McAdams 1997), la constatación del incumplimiento socava las bases del cumplimiento. Llegados a este punto cabe recordar que, como se dijo anteriormente, un régimen egocéntrico de deliberación, por efectivas que sean las sanciones, generará menor nivel de cumplimiento que otro en el que los agentes se encuentran razonablemente motivados para cumplir. De este modo, la introducción de elevadas sanciones positivas o negativas diseñadas para aumentar el grado de cumplimiento puede tener el efecto paradójico de disminuirlo (Pettit 1999, 2002, 2003). Los efectos mencionados hasta el momento se refieren a diferentes mecanismos a través de los cuales la imposición de sanciones desactiva la virtud pero, las estrategias centradas en la desviación pueden afectar también negativamente a la selección, generándose un efecto de selección adversa. La introducción de penas muy severas puede desincentivar a los virtuosos de acercarse a un determinado campo de actividad mientras que las recompensas muy elevadas pueden atraer a los villanos (Pettit 1999, 2002, 2003). Los descubrimientos de la psicología cognitiva parecen venir en apoyo de los efectos contraproducentes de este tipo de regulación identificados por Pettit. Lindenberg (2001) hace referencia a la teoría del encuadre (theory of framing). Según dicha teoría, los objetivos de la acción se encuentran en el centro de los procesos mentales a través de los cuales atribuimos motivaciones a nuestra propia conducta y experimentamos, o no, una sensación de control, de autodeterminación, de nuestra actividad. En cualquier situación en la que nos encontremos habrá una diversidad de objetivos activos, suelen existir diferentes motivaciones tras una conducta no necesariamente todas virtuosas ni viciosas. Los objetivos dirigen, si se me permite la metáfora intencional, los procesos cognitivos de forma tal que compiten por erigirse en el objetivo central de la acción. Los recursos 78 cognitivos son escasos, de modo que, el objetivo que se convierte en central configura un encuadre dentro del cual se desarrollan determinados recursos cognitivos y no otros. Se activan ciertas heurísticas, ciertos estereotipos, se moviliza cierto tipo de conocimiento, se es particularmente sensible a determinado tipo de información, etc. De modo particularmente importante para la discusión que aquí nos ocupa, ciertas opciones son seleccionadas como alternativas de elección relevantes mientras que otras no lo son. Las alternativas seleccionadas son ordenadas en función de su contribución a la realización del objetivo (Lindenberg 2001). A la inversa, el efecto de encuadre también reduce la notabilidad de los demás objetivos no centrales que son relegados al background. Pero, dichos objetivos no son eliminados, se mantienen activos en el background y, dependiendo de su fuerza y de su compatibilidad con los objetivos centrales, debilitarán o reforzarán el control que el encuadre tiene sobre los recursos cognitivos escasos 136 (Lindenberg 2001). Una vez más, me basaré libremente en un ejemplo del propio Lindenberg para mostrar como funciona este proceso. Imaginemos que yo trato de iniciar una carrera académica como sociólogo porque aspiro a alcanzar un estatus socio-económico elevado y a disfrutar de mi trabajo. Existen por tanto dos objetivos prioritarios tras mi acción que, simplificando, pueden ser denominados como hacer dinero y disfrutar. Supongamos que el objetivo de hacer dinero se impone finalmente, aunque, obviamente, no tiene por qué ser así en todos los casos. Se crea así un encuadre en el que todos aquellos aspectos relevantes de la situación relacionados con hacer dinero empiezan a sobresalir ante mí. Pero el proceso es algo más complejo que esto, como se ha dicho, el objetivo de disfrutar, pese a ser relegado al background, no desaparece sino que se mantiene activo. Este objetivo en el background será decisivo para determinar cual de las múltiples formas en que se pueden ordenar las alternativas pertinentes resultará escogida. Dichas alternativas variarán entre hacer mayores o menores cantidades de dinero. Un aspecto clave en este proceso consiste en si el objetivo del background es o no compatible con el objetivo principal y en que medida lo es (Lindenberg 2001). Si hacer dinero y disfrutar fuesen objetivos incompatibles en la vida académica, nos encontraríamos con que conforme las alternativas relevantes van siendo menos útiles para hacer dinero, irán simultáneamente ofreciéndome mayor posibilidad de disfrute. Teniendo en cuenta que la opción de hacer dinero goza de prioridad para mí, el disfrute se convierte en un sesgo que tendrá mayor o menor incidencia en función del peso relativo del objetivo secundario frente al principal. Si la diferencia de intensidad es muy grande (por ejemplo, si en una situación hay mucho dinero y poco disfrute para ser ganados) el objetivo del disfrute prácticamente no ejercerá ningún sesgo sobre mi ordenación de las alternativas disponibles, si la situación es más equilibrada, el sesgo será mayor y las recompensas económicas tendrán un menor impacto sobre la conducta. Si como es de esperar, los objetivos de hacer dinero y disfrutar de la carrera académica resultan razonablemente compatibles, el objetivo en el background incrementará el impacto de las recompensas económicas tienen sobre los procesos cognitivos y el comportamiento. Dado que la 136 Vamos viendo pues como la psicología cognitiva apoya las tesis que se han ido exponiendo en este apartado, sobre determinadas opciones u objetivos que no se encuentran presentes en nuestras deliberaciones pero que, como veremos, determinados tipos de intervención institucional pueden situar en el centro de la escena. 79 compatibilidad no es total, los individuos en determinadas ocasiones escogerán alternativas que representan second bests en términos de hacer dinero (Lindenberg 2001). Así pues, se constata que las recompensas económicas no son siempre negativas para la motivación virtuosa de los agentes, en ocasiones, cuando, como en el ejemplo, hacer dinero es compatible con objetivos de virtud, la recompensa puede reforzar la virtud. Se trata pues de ver en que situaciones un tipo determinado de recompensa puede generar un efecto u otro. El panorama es aun incompleto a nivel teórico, para completarlo algo más presentaré la teoría de las funciones sociales de producción (theory of social production functions) también de Lindenberg (2001). Lindenberg identifica dos jerarquías de objetivos de naturaleza distinta. La primera se refiere a lo que podríamos denominar como objetivos substantivos y la segunda a objetivos de tipo operacional (Lindenberg 2001). La primera sitúa el bienestar subjetivo en lo más alto mientras que la segunda hace lo propio con la búsqueda de la mejora de la situación de uno mismo. Los segundos están concernidos por los cambios en la realización de los primeros. La idea básica consiste en que los seres humanos producen su propio bienestar con los medios que son capaces de encontrar. En ese proceso, como vimos en el capítulo dedicado al cambio institucional, los seres humanos aprendemos y somos capaces de mejorar o sustituir los medios de que disponemos por otros más eficientes (Lindenberg 2001). Ambas estructuras constituyen estructuras de medios y fines funcionalmente relacionados y, es en este sentido que podemos hablar de funciones de producción. Esas funciones son además sociales debido a que se encuentran poderosamente influenciadas por el contexto social en el que se desarrollan. Una función es mejor cuanto más efectivos y eficientes para la producción de una unidad del objetivo resultan los medios. Sin embargo, la jerarquía no es estricta debido a que un mismo medio puede ser utilizado para producir diferente tipo de bienes de nivel superior 137 (Lindenberg 2001). En lo más alto de la jerarquía de objetivos sustantivos se sitúan tres objetivos instrumentales. Debajo de ellos, los objetivos instrumentales pueden ser específicos de cada cultura, grupo o, incluso, de individuos particulares. Cuanto más descendemos en la jerarquía, más idiosincrásicos son los objetivos. En lo más alto de la jerarquía encontramos el bienestar subjetivo, justo a continuación encontramos otros dos tipos de bienestar, el social y el físico. El bienestar físico comprende, obviamente, ausencia de todo dolor o enfermedad, pero no necesaria ni habitualmente, ausencia de todo esfuerzo o actividad (confort), al contrario (y esto será importante en la segunda parte de este trabajo), en muchas ocasiones una intensa actividad física o mental (estimulación) puede contribuir de forma determinante a nuestro bienestar subjetivo. En definitiva, tanto el confort como la estimulación pueden ser instrumentos para el bienestar físico. Estos dos tipos de bienestar producen conjuntamente el bienestar subjetivo de las personas. El rol del bienestar social resulta crucial para el objeto de este trabajo. Una vez más, comprobamos que lo que se ha venido argumentando en estas páginas se encuentra sólidamente apoyado por los últimos 137 En aras de la claridad conceptual, haré aquí como Lindenberg y hablaré de medios o recursos cuando un agente utiliza un medio de producción, mientras que cuando dicho agente trata de obtener dicho medio de producción me referiré al mismo como a un objetivo instrumental. De este modo, por ejemplo, el dinero será un medio o un recurso cuando los agentes lo utilicen para obtener otros bienes mientras que lo consideraremos como un objetivo instrumental cuando, como en el ejemplo de más arriba, el agente trata de conseguir dinero. 80 avances teóricos y empíricos, en este caso, de la psicología cognitiva. El bienestar social, cuyos instrumentos –estatus, confirmación de comportamiento y estima- gozan de un gran pedigrí tanto en la tradición sociológica como -ni que decir tiene- en la filosofía política, constituye un bien intrínseco de primera magnitud para los seres humanos sin que dicho bien pueda ser reducible a bienestar físico 138 139 . Todas las dimensiones de ambos objetivos pueden ser catalogadas de necesidades básicas. Todo el mundo necesita un cierto grado de confort físico o de estima. No obstante, en línea con lo que viene sosteniéndose aquí, a partir de un cierto nivel (no especificado) puede haber sustitución, pueden darse trade offs por volverlo a decir con Elster. Por lo que se refiere a los objetivos operacionales, como se dijo, la voluntad de mejorar la propia condición se encuentra en el nivel más alto de la jerarquía. Los instrumentos asociados al objetivo son: las formas de mejorar la calidad de las propias funciones de producción; las formas de mejorar la manera en que uno se siente; y el objetivo de actuar de manera apropiada (Lindenberg 2001). Cada uno de esos instrumentos cuenta, a su vez, con medios concretos. Me centraré en el tercer objetivo que es el más importante para el presente trabajo. A simple vista parece que este objetivo no tenga que ver con el bienestar sino, más bien, con seguir normas. Tal y como se ha argumentado extensamente en el presente trabajo, para que una norma esté establecida es necesario que una parte importante de los destinatarios de la misma la sigan de forma más o menos deontológica o incuestionada y que no se limiten a cumplirla por miedo a sanciones. Por tanto, es importante que las personas sigan la norma también cuando no son observados, cuando no es posible o, como mínimo, probable que el incumplimiento sea descubierto. Tal y como se ha venido sosteniendo, la confianza y la estima se vinculan a no albergar, o, más bien, a no parecer albergar, ningún motivo para seguir la norma que vaya más allá de mostrarse conforme con la misma. Lograr ser estimado o confiado son, en buena medida, estados que sólo pueden ser alcanzados como subproductos de otras actividades 140 . Si tratamos de conjugar la teoría de los objetivos con la teoría del encuadre expuesta anteriormente, entendemos como el proceso puede funcionar. El objetivo consciente en determinados cursos de acción es el de actuar de forma adecuada. Sin embargo, en el background podemos albergar otros objetivos adicionales que resultan compatibles con el mismo. En este caso, dicho objetivo será lograr aceptación social. Los objetivos en el background no definen la situación que, de esta forma, es posible que no cuente con más objetivo que hacer lo correcto deontológicamente. Sin embargo, la satisfacción paralela de los objetivos compatibles del background refuerza el encuadre que, de otra manera, correría el riesgo de verse debilitado con el tiempo. 138 Lindenberg ofrece razones evolucionarias en favor de esta tesis que no voy a desarrollar aquí. Como se sostuvo en el capítulo anterior, argumentos similares se pueden encontrar en Bowles (2005), Bowles y Choi (2003) o en Bowles y Naidu (2005). 139 Pienso que la argumentación de Lindenberg, en la cual la estima constituye un instrumento para el bienestar social entendido como un sentimiento interno, refuerzan mi argumento, basado en Elster (2001, 2002), de que, contra lo sostenido por Pettit y Brennan (2004), la estima no tiene valor por sí misma y tiene únicamente un valor instrumental en tanto que proveedora de autoestima o, porque no, de algún otro tipo de bien como, por ejemplo, capital social. 140 No obstante, tal y como se dijo, puede existir alguna extensión para la cual la búsqueda deliberada de estima no sea sancionada. 81 En este punto, el rol de las recompensas tangibles en este equilibrio merece una mención detallada. Las recompensas tangibles como el dinero afectan al encuadre y crean o impiden la creación de estándares para la estima y la autoestima. Cuando las recompensas vienen después de la acción, no afectan al encuadre. La constatación de este hecho casa bien con la evidencia empírica disponible. Por ejemplo, Frey (1997) mostró hace ya algunos años que pese a que la introducción de recompensas económicas disminuía las motivaciones virtuosas, si estas se ofrecían a posteriori en forma de premios por una actuación especialmente destacada tenían el efecto de aumentar la motivación. En cambio, cuando las recompensas son esperadas a priori y, además, estas tienen fuerza suficiente como para cambiar la jerarquía de objetivos, tendrán importantes consecuencias sobre el encuadre pudiendo transformar, por decirlo en términos de Pettit, un régimen de deliberación no egocéntrico en uno egocéntrico. Lindenberg sostiene que existe numerosa evidencia empírica, aportada por experimentos, en favor de esta tesis. Él se refiere a este fenómeno como la emergencia de un encuadre de ganancia (gain frame), un encuadre en el que el objetivo de ganar los recursos tangibles se convierte en central. El segundo efecto de las recompensas tangibles esperadas se encuentra relacionado con la estima recibida de actuar correctamente. Lindenberg distingue entre tres tipos distintos de recompensas. En primer lugar se refiere a task-no-contingent rewards como, por ejemplo, ofrecer dinero a alguien simplemente por asistir a un determinado lugar. En segundo lugar menciona engagement-andcompletion-contingent rewards. En este caso, el sujeto recibe la recompensa si realiza tarea. La última posibilidad mencionada es la de performance-contingence rewards. El sujeto recibe la recompensa si hace bien su tarea. Según Lindenberg, el primer caso no tiene ningún efecto porque no afecta al encuadre de realización de la tarea. El segundo caso tiene un efecto negativo evidente. Produce un encuadre de ganancia. Sin embargo, no se ofrecen elementos para evaluar si la tarea se realiza bien o no con lo cual no generará posibilidades de estima que puedan contrarrestar el efecto de encuadre de ganancia. En cambio, en el tercer caso también se produce un efecto de encuadre de ganancia pero se ofrecen elementos normativos que permiten la generación de estimas y de autoestima. Estos efectos contrarrestarán el efecto de encuadre de ganancia. El resultado dependerá de la fuerza relativa de cada uno de los dos efectos (Lindenberg 2001). Nuevamente, Lindenberg ofrece evidencia empírica en favor de estas tesis 141 . Llegados a este punto ha quedado ya sólidamente argumentado como y porque las estrategias centradas en la desviación generan todo tipo de efectos contraproducentes para la motivación de los agentes. En la siguiente sección veremos como resulta plausible esperar que las estrategias centradas en el cumplimiento, por contra, refuercen los objetivos virtuosos conscientes cuando estos existen, induzcan al cumplimiento tanto a viciosos como a virtuosos y, en última instancia, transformen en virtuosos los objetivos conscientes de algunos viciosos. 141 Antes de dar por cerrada esta disertación, vale la pena, desde mi punto de vista, traer brevemente a colación un aspecto ya discutido en el primer capítulo de este trabajo. Pese a que aquí, por simplificar, he asimilado motivación egoísta a viciosa y negativa y motivación normativa a virtuosa y positiva, recuérdese que esto no es necesariamente tan sencillo. En este sentido, en ocasiones, el bien común puede requerir que se desactive un encuadre normativo y que se active uno hedónico o de ganancia. 82 b- La estrategia centrada en el cumplimiento Como se ha dicho, una estrategia de diseño institucional centrada en el cumplimiento, una estrategia que actúe como una mano intangible, no parte de la base de suponer a los seres humanos como villanos ni como virtuosos por naturaleza. Esta estrategia concibe a las personas como fuertemente motivadas para cumplir con las normas de cooperación aunque, al mismo tiempo, intrínsecamente corruptibles. Este supuesto no es defendido en este trabajo porque derive de tal o cual tradición teórica más o menos venerable, ni tampoco por su mayor o menor posibilidad de modelización, por contra, el supuesto se sostiene en tanto en cuanto los descubrimientos de otras ciencias de la conducta humana, aledañas a la sociología, como la psicología y la biología evolucionarias o la ciencia cognitiva, lo presentan como plausible. El diseño institucional, de este modo, debe dirigirse en primer lugar a las personas normales, razonablemente motivadas para cumplir, y no a los villanos (Ayres y Braithwaite 1996; Pettit 1999, 2002, 2003). Veamos esta estrategia paso a paso. Primer principio: filtros antes que sanciones Para el primer caso, Brennan (2003), Brennan y Pettit (1993) y Pettit (1993, 1999, 2002, 2003) sugieren que antes de elaborar sanciones se deben explorar todas las opciones de filtro disponibles, a saber, se debe tratar de seleccionar a las personas más adecuadas, mejor motivadas, para cada cargo. Se debe explorar la posibilidad de filtrar, de entrada, aquellas opciones e individuos indeseables. El mecanismo de filtro más conocido consiste en la depuración de agentes. Existen mecanismos institucionales que permiten, por ejemplo, que las partes recusen a los miembros de un jurado o de un tribunal si se considera que pueden albergar algún interés específico sobre el resultado de la sentencia o que existe el riesgo de que no sean imparciales por cualquier otro motivo. En un ejemplo similar, existe un régimen de incompatibilidades que se aplica a los cargos públicos y que impide que los individuos con responsabilidad de legislar tengan intereses en la materia legislada. Este mecanismo no supone que esas personas son viciosas sino que tienen fuertes incentivos para serlo. Cribándolas se evita la necesidad de diseñar fuertes sanciones y mecanismos de vigilancia para garantizar el cumplimiento. Los filtros aplicados sobre los agentes también pueden requerir de lo contrario, cribar positivamente, incluir a determinados agentes que se encuentren excluidos. El caso del jurado puede volver a servir como ejemplo. En el momento de configurar un jurado puede que no sólo requiramos cribar negativamente, a saber, eliminar a aquellos individuos que puedan albergar intereses particulares sobre el resultado del proceso. Puede que también sea preciso que el jurado presente una determinada pluralidad en su composición y que requiera que discriminemos positivamente a determinados aspirantes. Además de filtrar positiva o negativamente a los agentes, también podemos filtrar positivamente las opciones 142 . Pettit (1999, 2002, 2003) cita ordenamientos a través de los cuales los individuos tengan 142 Pettit (2003) contempla la posibilidad de cribar negativamente las opciones pero, a mi juicio con buen criterio, en 2002 y 1999 rectifica y subsume las cribas negativas a sanciones (las fechas corresponden a las ediciones en 83 la posibilidad de expresar sus quejas o la introducción de facilidades para que un tribunal o un parlamento puedan obtener asesoramiento experto sobre una determinada cuestión como ejemplos de criba positiva de opciones. Brennan (2003) lleva a cabo una interesante discusión acerca del posible papel de la moneda de la retribución como mecanismo de filtro, a la vez que de sanción, de cara a conseguir el acceso a determinadas esferas de los más adecuadamente motivados. La propuesta de Brennan es especialmente interesante debido a que las características del incentivo hacen que, aunque a priori no podamos saber quienes son los virtuosos y quienes los viciosos, éste se dirija sólo a los primeros, filtrándolos de este modo adecuadamente. Brennan utiliza como ejemplo el tipo de incentivos (sanciones positivas) que pueden dar las universidades para fichar a los investigadores noveles más motivados y que mejor rendimiento van a dar a la institución. Si se utiliza una sanción positiva basada en ofrecer exclusivamente altos salarios no se va a poder filtrar a los más adecuadamente motivados e, incluso, se podría producir un efecto de selección adversa, tal y como vimos más arriba. Sin negar que otros instrumentos puedan ser útiles para paliar este problema (incentivar económicamente la productividad, seleccionar a partir del currículum…) Brennan propone actuar sobre la moneda de la retribución 143 . El autor propone que, en lugar de ofrecer todo el incentivo en dinero, se ofrezca una parte más o menos importante del mismo en otro tipo de bienes que sólo sirvan para el ejercicio de la producción intelectual (buenas bibliotecas, disponibilidad de buena tecnología para la investigación, buenos becarios, posibilidad de trabajar con otros académicos de prestigio…). Aunque a priori no sepamos quienes son los virtuosos, este tipo de incentivos sólo van a resultarles atractivos a ellos, con lo cual se podrá realizar un adecuado filtro de los candidatos. Generalizando este caso, se puede concluir que un acuerdo institucional sostendrá un proceso de selección particular en la medida en que recompense a determinados tipos de agentes más que a otros (Brennan 2003). Las remuneraciones pueden diferenciarse adecuadamente por medio de la “moneda de la retribución”, es decir, la combinación de los distintos medios de pago que las componen. Incluso pueden diferenciarse aunque no sea posible identificar a los agentes de distintos tipos (Brennan 2003). Sin embargo, si nos salimos de las instituciones de los contextos de mercado el efecto del mecanismo resulta más problemático. Ciertamente, el pagar sueldos elevados a los representantes políticos y a los funcionarios públicos en general tiene mala prensa y, además, resulta bastante contraintuitivo. Es comúnmente aceptado que los representantes políticos o cierto tipo de funcionarios públicos, como por ejemplo, los jueces, no deberían estar motivados principalmente por el dinero sino por la voluntad del servicio público. En este sentido, los altos salarios no permiten diferenciar a los adecuadamente motivados e, incluso, puede tener un efecto de selección adversa. Pero, por otra parte, no está nada español, no a los originales en inglés). Sin embargo, tal vez pudiésemos imaginar algún caso, poco importante, en que sea posible eliminar (quizás físicamente) una opción sin necesidad de introducir una sanción. 143 Además, si lo pensamos bien, la selección de la moneda presenta algunas ventajas frente a esos otros mecanismos. El currículum, por ejemplo, ofrece información sobre la motivación pasada del académico aunque no necesariamente sobre la futura. 84 claro cual podría ser la moneda de la retribución alternativa al dinero en estos casos y, además, pagar salarios bajos a este tipo de empleados públicos, o a otros, como la policía, por ejemplo, suele acarrear problemas mucho más graves que los planteados, como puede ser una mayor tendencia a caer en la corrupción, a dejarse sobornar por los poderosos, etc. (Brennan 2003). Los filtros no son aplicables a todas las situaciones y, en ocasiones, aunque lo puedan ser resultarán demasiado costosos. Pero, más allá de este hecho más o menos obvio, debemos tener presente que, aun cuando en un mundo futuro ideal pudiésemos encontrar filtros adecuados para todas las situaciones, sería necesario seguir contando con sanciones en la recámara (Pettit 1999, 2002, 2003). Veamos algunos argumentos en favor de esta tesis. En primer lugar, se ha caracterizado a los individuos como generalmente motivados para cumplir pero, también como corruptibles. La ausencia de sanciones podría facilitar que las alternativas egoístas relegadas en el background pasasen a un primer plano. Los individuos virtuosos cumplirán habitualmente porque están motivados para ello, sin fijarse en la sanción. Las heurísticas activadas por el encuadre normativo no resaltarán las sanciones pero, la ausencia de éstas podría facilitar la transición a un encuadre de ganancia ya que la posibilidad manifiesta de defraudar sin ser descubierto llamará la atención de los individuos y facilitará la transición de un régimen de deliberación a otro (Pettit 1999, 2002, 2003). Una segunda razón en favor de esta tesis se refiere, no a la motivación del agente sino a la percepción del mismo de la motivación de los demás. Aunque él, en un primer momento, no modifique sus motivaciones y siga cumpliendo de forma incuestionada, puede que empiece a preguntarse si los demás también lo hacen o si es él el único primo que continúa cumpliendo con su deber 144 (Pettit 1999, 2002, 2003). Segundo principio: sanciones deliberativamente alentadoras El segundo principio de la estrategia centrada en el cumplimiento consiste en sancionar de forma deliberativamente alentadora (Pettit 1999, 2002, 2003). Se debe tratar de evitar en la medida de lo posible las sanciones basadas en recompensas muy altas y penalizaciones severas como las que vimos cuando me referí a la estrategia centrada en la desviación. De modo general, se deben seleccionar sanciones que no generen alguna o varias de las siguientes consecuencias: - Sanciones que induzcan a un cambio de régimen de deliberación al presentar la situación actual de cumplimiento como insatisfactoria desde el punto de vista del propio interés. - Sanciones que induzcan a un encuadre de ganancia al poner en el centro de la escena aquellas dimensiones de la situación relacionadas con la persecución del interés egoísta. - Sanciones que conduzcan a los agentes a creer que los demás, en especial sus principales, tienen un mal concepto de ellos y no les ofrecen estima y confianza. - Sanciones que ofrecen información a los agentes sobre opciones disponibles para defraudar que antes no conocían. 144 Esto tiene que ver con la distinción entre albergar confianza y mostrar confianza que se estableció en el primer capítulo. Los ciudadanos pueden confiar realmente los unos en los otros pero ese hecho no está reñido, sino todo lo contrario, con la existencia de mecanismos de diseño institucional que precisamente permiten que sea de conocimiento común que generalmente se hace honor a esa confianza (Pettit 1999, 2002). 85 - Sanciones que inducen a los agentes a creer que los demás no han estado cumpliendo con su deber y que ellos han sido los únicos primos que han estado sacrificando su interés personal por el bien común. - Sanciones con efectos selectivos contraproducentes. Determinadas sanciones pueden desalentar a los virtuosos de un área determinada y/o motivar a los villanos para acercarse a la misma. Este es el conocido efecto de selección adversa mencionado anteriormente (Pettit 2003). Las sanciones, por contra, deben encontrarse neutralmente motivadas, a saber, no deben suponer la villanía de los destinatarios de modo que no resulten afrentosas para los mismos. No hay razón para suponer que sanciones de este tipo tengan efecto negativo alguno sobre la motivación de los agentes (Pettit 1999). Existe un segundo requisito que, en la medida de lo posible, se debe procurar que satisfagan las sanciones que va más allá de la neutralidad motivacional, se trata de que éstas se encuentren optimistamente motivadas (Pettit 1999). Este principio entronca directamente con todo lo que se ha venido sosteniendo extensamente a lo largo de este capítulo. Las sanciones deben proyectar una buena imagen de los destinatarios que deben poder creer que son depositarios de estima y de confianza y deben tener la posibilidad de hacer honor a las mismas 145 . Las sanciones deben, por tanto, basarse también en el respeto y la admiración, deben, en síntesis, movilizar la mano intangible. El gran cañonazo El tercer principio de la estrategia centrada en el cumplimiento remite a la necesidad de prever sanciones estructurales para lidiar con los villanos (Pettit 1999, 2002, 2003). Como hemos visto, pese a que quepa razonablemente esperar que la mayoría de las personas andará generalmente motivada para cumplir, siempre podemos toparnos con villanos, con aquellos demonios que tanto temor infundaban a Kant o, de forma más general, deberíamos reconocer que cualquiera de nosotros, sin ser un demonio, suele comportarse en determinadas ocasiones, por usar la expresión de Noguera (2003), como un diablillo. Se ha sostenido que el diseño institucional debe dirigirse en primer lugar a los cumplidores pero, del mismo modo, también debe prever sanciones contra el vicio sino quiere, como se ha dicho, terminar sucumbiendo ante éste (Ayres y Braithwaite 1992; Pettit 1999, 2002, 2003). En este caso si que debemos contemplar sanciones suficientes para motivar a completos villanos pero, a diferencia de lo que sucedía con la estrategia centrada en la desviación, estas sanciones no se aplican sobre la totalidad de los individuos sino selectivamente sobre aquellos que no están dispuestos a cumplir en primer término (Ayres y Braithwaite 1992; Pettit 1999, 2002, 2003). Obviamente, ningún diseño institucional que deba aplicarse en el mundo real conseguirá alcanzar un grado de cumplimiento perfecto pero, existen diferentes tipos de medidas que pueden tomarse de cara a conseguir un buen nivel de cumplimiento. Pettit (1999, 2002, 2003), basándose precisamente en el trabajo de Ayres y Braithwaite (1992), recomienda establecer una escala progresiva de sanciones cada vez más estrictas. Se trataría de gestionar con mano intangible a los individuos 145 Ya Frey (1997) había demostrado que las intervenciones externas deterioran lo que el había denominado como motivación intrínseca cuando se presentan en forma de controles mientras que la potencian cuando son percibidas como gestos de reconocimiento. 86 comunes mientras se reservan medidas excepcionales para los puntuales villanos. Veamos con más detalle esta idea a través de los propios Ayres y Braithwaite. Los citados autores abogan por lo que ellos denominan como un principio de suficiencia mínima (minimal sufficiency) de las sanciones. El regulador debe hablar suave (speak softly) en primer término para tratar de persuadir al agente para que cumpla por propia voluntad. Si esto no resulta deberá ir subiendo paulatinamente por una pirámide de sanciones, siempre sin pasar al siguiente nivel de la pirámide hasta haber agotado totalmente las posibilidades del anterior. En la parte más alta de la pirámide encontraríamos el gran cañonazo 146 (benign big gun). Como vimos más arriba, los mismos Ayres y Braithwaite aportaban diversos argumentos contra una regulación que sólo proveyese sanciones a prueba de villanos. En sentido contrario, también vimos que una regulación que no contempla sanciones resultaría aún más ineficaz si cabe. Tal y como se ha argumentado, la primera sucumbiría ante la virtud y la segunda ante el vicio, así que no me voy a extender más sobre esta cuestión. Quizá sorprendentemente, cuanto mayores sean las sanciones sin utilizar que el organismo regulador alberga en la recámara, mayor será la eficacia de su persuasión (Ayres y Braithwaite 1992). La persuasión es más barata que el control estricto, además, presenta la sanción como razonable y puede generar culpa o arrepentimiento (Ayres y Braithwaite 1992). Una vez que empezamos con una estrategia de persuasión, hay que recompensar siempre el cumplimiento (también el de los villanos habituales) y penalizar siempre el incumplimiento (también el de los virtuosos habituales). De este modo, es de esperar que la estrategia de cooperación se convierta en dominante para el grueso de los agentes pero, para los casos en que esto no sea así, hay que continuar penalizando con sanciones cada vez más severas hasta conseguir que se produzca cumplimiento o hasta llegar al gran cañonazo que puede consistir en medidas tan drásticas como, por ejemplo, la expulsión o la retirada de la licencia de un agente si nos encontramos en una situación como las de mercado o en el encarcelamiento del mismo en otros tipos de situaciones. El contenido de la pirámide de sanciones variará de un contexto al otro. Diferentes sanciones resultarán pertinentes en distintas arenas. Pero la lógica es siempre la misma (Ayres y Braithwaite 1992). Nótese que en una misma situación, puede haber (y es de esperar que así sea en prácticamente todas las situaciones) agentes que estén en diferentes niveles de la pirámide. El grueso de agentes puede ser tratado “suavemente” mientras que algunos villanos compulsivos puntuales pueden estarse viendo sometidos a drásticas medidas de penalización. En un sentido similar en lo referente a este aspecto concreto, Frey (1997) aporta evidencia en favor de evitar la uniformidad en el trato con los agentes regulados de modo que la conducta correcta de uno de ellos sea siempre reconocida independientemente de cual haya sido su conducta anterior o la de sus pares 147 . 146 He encontrado esta traducción en Pettit (1999). He encontrado también otras traducciones al castellano de este concepto como, por ejemplo, gran garrote o gran revolver (Pettit 2003). Ninguna de ellas me parece demasiado adecuada si nos ceñimos al significado literal de las palabras pero, gran cañonazo capta mejor, a mi modo de ver, el sentido que los autores pretenden otorgar al concepto. Por esta razón esa será la traducción que utilice yo aquí. Por razones obvias, renuncio a proponer yo una traducción alternativa. 147 Lógicamente, Frey se refiere a tratar diferente a las conductas diferentes pero, se debe tratar con uniformidad a los agentes en el sentido de que todos deben ser iguales ante la ley y se deben evitar los prejuicios y las discriminaciones. 87 Una pirámide es siempre mejor que albergar una sola sanción aunque ésta sea muy dura entre otras cosas porque, como ya vimos y sin volverme a detener en argumentarlo, pretender aplicar sanciones muy duras sobre incumplimientos leves acaba generando infraregulación. Las sanciones en la recámara funcionan como elemento disuasorio. En este sentido, suele pensarse en tales sanciones como elementos de disuasión pasiva. Sin embargo, éstas también pueden consistir en una dinámica activa en cierto sentido. Ayres y Braithwaite (1992) se refieren, en un ejemplo quizá políticamente polémico pero bastante gráfico, a la escalada militar entre las superpotencias durante la guerra fría como un ejemplo de modelo dinámico de disuasión. Pese a que, como se ha dicho, la naturaleza de las sanciones variará de una esfera a otra, Ayres y Braithwaite proponen que estas sigan un patrón general, un patrón de súper penalizaciones (superpunishments). Estas están caracterizadas por un breve periodo de penalización (stick) seguido por un periodo más largo de reinserción (carrot). Además, el agente sancionado es inducido a colaborar en su propia sanción durante el período de penalización. Cuanto más colabore, más breve será el período de penalización y antes se pasará al de reinserción. Ayres y Braithwaite (1992) hacen referencia también a unos cuantos efectos de esta estrategia que resulta especialmente interesante señalar aquí. Una estrategia de pirámide donde las sanciones van aumentando de intensidad pueden hacer que el regulador aparezca ante los agentes regulados como mucho más poderoso de lo que en realidad es, con una imagen de invencibilidad (image of invincibility). En segundo lugar, de forma coherente con los descubrimientos de la psicología evolucionaria que se han aportado anteriormente, Ayres y Braithwaite sostenían hace ya más de quince años que la presencia de sanciones en la recámara favorecía que los agentes deliberasen de forma socialmente responsable. Como se ha argumentado a partir de Lindenberg (2001) si las sanciones se situasen en un primer plano la deliberación responsable no sería posible pero, en el otro extremo, una total ausencia de sanciones convertiría también en infactible tal posibilidad (Ayres y Braithwaite 1992). También en buena sintonía con lo que se viene argumentando en el presente trabajo, una atribución de motivaciones virtuosas a los agentes en primer término favorece la interiorización de tales motivaciones mientras que fuertes sanciones externas a priori la dificultan (Ayres y Braithwaite 1992). Una estrategia que economiza virtud Un debate recurrente en este punto es el de si las instituciones deben o no economizar virtud. ¿Qué debemos hacer cuando, en una determinada situación, resulta posible promover el cumplimiento confiando en la virtud de los agentes o incentivándolos con recompensas externas? Para autores como Frey (1997) o como Hirschman (1982) se debe apostar por la primera opción. Los incentivos externos eclipsarían irremediablemente la virtud. Para este tipo de autores, la virtud sería como un músculo o como un hábito que si no se practica se atrofia o se pierde. Tal y como hemos visto, esta tesis es altamente matizable. 88 Por el contrario, autores como Ayres y Braithwaite 148 (1992), Brennan y Hamlin (1995) o Brennan y Pettit (1993) apuestan por economizar virtud. Utilizaré un ejemplo de Brennan y Hamlin para explicitar esta cuestión. Imaginemos a un panadero que se encuentra motivado para ofrecer el pan lo más barato posible a sus clientes (siempre, claro está, respetando las normativas sobre seguridad alimenticia, pagando todos sus impuestos, etc.) y que ese es su principal objetivo. Imaginemos además que nuestro panadero se encuentra en un pueblo donde se da una situación de competencia perfecta entre las distintas panaderías. En tal situación, tanto la virtud como el interés egoísta requerirán de la misma conducta. Según Brennan y Hamlin (1995) en esta situación la virtud no se verá socavada sino todo lo contrario, será reforzada porque no existen incentivos para apartarse de la conducta correcta. Esta idea casa bien con las tesis de Lindenberg (2001) examinadas más arriba. El objetivo del primer plano se verá reforzado por los objetivos alternativos en el background. Sin embargo, este tipo de situaciones no suelen ser las más frecuentes en el mundo real. Imaginemos ahora que nuestro panadero no se encuentra en un mercado de competencia perfecta sino que es el dueño de la única panadería del pueblo lo que lo coloca en una posición de monopolio con un amplio margen para aumentar los precios por encima del precio de mercado. En este caso según Brennan y Hamlin es mucho más probable que la virtud de nuestro panadero desaparezca. Nuevamente, esto es coherente con la formulación de Lindenberg ya que se dan incentivos para pasar de un encuadre normativo a uno de ganancia. La virtud debe ser, por tanto, economizada, sólo se debe recurrir a ella en la medida en que resulte necesario y se debe reservar a los más virtuosos para aquellos puestos de especial responsabilidad (Brennan y Hamlin 1995; Brennan y Pettit 1993). Nótese que esta conclusión, aunque a primera vista pueda parecer sorprendente, casa bien con lo dicho hasta el momento. Si los mecanismos de filtro para acceder a un puesto de responsabilidad funcionan bien, las recompensas podrán aumentar sin temer provocar efectos de selección adversa (siempre teniendo en cuenta las precauciones comentadas sobre el uso de recompensas). Al aumentar las recompensas aún se reforzará más la motivación de los virtuosos que ocupen esas posiciones (Brennan 2003; Brennan y Hamlin 1995). Por otra parte, está conclusión se encuentra también en consonancia con otro punto de vista central en este trabajo, a saber, lo importante es que los agentes cumplan sea cual sea su motivación (Goodin 1992). En el pueblo con competencia perfecta, también los colegas de nuestro panadero que se encuentren egocéntricamente motivados se esforzarán por ofrecer el pan lo más barato posible tanto o más que nuestro panadero virtuoso 149 . Hasta el momento he sostenido diferentes tesis en relación con las estrategias de diseño institucional centradas en el cumplimiento que vale la pena recoger ahora de forma sintética. Lo que más 148 Ayres y Braithwaite (1992) hacen referencia a economizar motivación y no virtud, sin embargo, la idea es la misma que en los demás casos. 149 Tal vez en este punto sea necesaria alguna aclaración adicional del argumento ya que según y cómo se interprete esta idea podría parecer que entra en contradicción con lo que se ha dicho anteriormente. No se trata, claro está, de que para economizar virtud haya que dar incentivos capaces de motivar a villanos. Se trata más bien de una idea que va en consonancia con muchas de las cosas que han ido apareciendo a lo largo de este trabajo. Se trata por una parte de que no conviene hacer depender de la virtud cosas que se pueden solucionar adecuadamente con la ley. Anteriormente puse el ejemplo del pago de impuestos. Si lo que se desea es redistribuir la riqueza de la sociedad es mucho mejor instaurar un sistema de impuestos que confiar en las donaciones voluntarias de la gente. Por otra parte, la economización de virtud también se refiere a la necesidad de que el diseño institucional no genere situaciones en las que los agentes tienen fuertes incentivos para comportarse como villanos. 89 sólidamente he argumentado hasta el momento es que estas estrategias son eficientes de cara a asegurar el cumplimiento de los agentes. Tienen en cuenta que las personas no son generalmente villanas sino que se encuentran fuertemente motivadas para cumplir con las reglas de la cooperación social (strong reciprocity) y que se preocupan y valoran por la estima que les ofrecen los demás así como por mantener la propia autoestima. Al tener en cuenta todo esto aseguran un alto grado de cumplimiento de forma eficiente, no generan efectos contraproducentes y reproducen la virtud existente ya que no la socavan tal y como hacen otras formas de diseño. Lo más importante que garantiza la estrategia es que los que se encontraban motivados para seguir las normas de forma más o menos incuestionada seguirán haciéndolo mientras que los que no se encontraban motivados por la norma como mínimo la cumplirán de forma estratégica para evitar las sanciones asociadas al incumplimiento y/o para tener acceso a las recompensas que se derivan del cumplimiento. Sin embargo en este trabajo estoy tratando de sostener algo más que esto. Estoy tratando de sostener que se puede esperar razonablemente que este tipo de medidas de diseño institucional generen virtud de forma efectiva. Teniendo en cuenta que definí virtud como el actuar motivado por normas públicamente orientadas, lo que estoy diciendo en definitiva es que podemos esperar razonablemente que este tipo de estrategias de diseño institucional tiendan a cambiar las preferencias de los agentes 150 . Dedicaré la siguiente sección a exponer algunos mecanismos a través de los cuales resulta plausible suponer que la estrategia centrada en el cumplimiento nos permita dar ese paso adelante adicional, a saber, pasar del aprovechamiento y la reproducción a la generación de virtud. V.8- La creación de virtud La tesis según la cual las estrategias centradas en el cumplimiento pueden generar virtud de forma efectiva resulta intuitivamente muy plausible. Por ejemplo, en Benkler y Nissenbaum (2006) se argumenta la existencia de una doble conexión causal entre la virtud cívica y la participación en commons-based peer production 151 . Por un lado, es necesario recurrir a la virtud para explicar la participación en este tipo de actividades colectivas. No es necesario suponer que la es la virtud es la única fuente de motivación de los participantes, ni tan sólo la principal para todos ellos pero, si que es plausible pensar que es la principal motivación de una parte muy significativa de los mismos (Benkler y Nissenbaum 2006). A este lado de la relación causal nos encontramos todavía en la tesis de Goodin (1992) según la cual no es necesario suponer que el diseño institucional genere virtud sino que es una estrategia que utiliza de forma efectiva nuestra motivación innata para producir los resultados correctos. En este caso, los commons-based peer production aprovechan bien nuestro altruismo innato para producir bienes públicos como, por ejemplo, el software libre. Pero Benkler y Nissenbaum sostienen algo más que eso, sostienen una segunda relación causal entre diseño institucional y virtud que es la que yo estoy tratando de mostrar aquí. Sostienen que, la 150 Según cómo se interprete a Pettit (1999) puede entenderse que se encuentra de acuerdo con esta tesis general pero, a mí personalmente, me resulta más dudoso que sea eso exactamente lo que dice. 151 Commons-based peer production son los nuevos sistemas de producción de estructura reticular que están emergiendo en los últimos años principalmente asociados a Internet. La producción del denominado software libre (como Linux) sería un ejemplo de este tipo de actividades. 90 interacción en una estructura como la de los commons-based peer production 152 puede generar virtud también entre participantes que toman parte por motivos no virtuosos como, por ejemplo, el tratar de seducir a algún otro participante 153 . Estos procesos son muy plausibles intuitivamente así como, tal y como estamos viendo, recurrentes en la literatura. Trataré ahora de ofrecer algunos mecanismos a través de los cuales tratar de microfundamentar de forma plausible la tesis de que las estrategias de diseño institucional centradas en el cumplimiento pueden transformar las preferencias de los agentes en un sentido virtuoso, pueden llevarlos a interiorizar y a seguir normas que en un principio sólo cumplían por miedo a las sanciones 154 . a- La deliberación interna La primera forma de transformación de preferencias que quisiera explorar es la que podríamos denominar como deliberación interna. En ese proceso puedo escrutar mis creencias y preferencias a la luz de la información o de las razones disponibles. Yo aquí me intereso por la transformación de las preferencias o, en un sentido más amplio, de los deseos. Me intereso particularmente por lo que Hedström (2005) denomina deseos primarios 155 . En este sentido, la deliberación en solitario, en un proceso monista epistemológico (Nino 1997), puede ser una vía de transformación de preferencias racional 156 tal y como sostienen, de formas muy distintas, autores como Nino (1997), Searle (2000), Rawls (1979, 1996, 2002) o Boudon (2003). Esta idea ya se encontraba implícita en la definición de virtud que ofrecí en el primer capítulo de este trabajo. El príncipe Nejliúdov del relato de Tolstói (2006) que invita a cenar en el lujoso hotel de Lucerna en el que se encuentra hospedado a un pobre músico callejero llegaba a la conclusión de que las normas sociales que regían la vida de la alta sociedad de la época eran injustas y que debía enfrentarse a ellas. El príncipe llega a la citada conclusión a través de un proceso deliberativo en el que entran en juego razones normativas sobre lo que es correcto y lo que no. De este modo, el primer proceso a través del cual podemos transformar nuestras preferencias es a través de una deliberación interna en términos morales que nos lleve a reconocer que nuestras preferencias no son correctas y que debemos esforzarnos en cambiarlas 157 158 . 152 Voluntaria, horizontal, no jerárquica, etc. Para una completa caracterización de los mismos ver el artículo citado. 153 Un ejemplo extremo de este fenómeno de cambio de preferencias (en este caso, no virtuoso) es el de los agentes secretos infiltrados en organizaciones terroristas que acaban integrándose en las organizaciones en que se encuentran infiltrados. 154 Sin ser un mecanismo en el sentido estricto, las tesis de Lindenberg (2001) desarrolladas más arriba (y que no voy a repetir aquí) aportan ya una vía de explicación de cómo los agentes pueden pasar de un encuadre de ganancia a otro normativo. 155 Un deseo primario es un deseo sustantivo mientras que un deseo secundario es el deseo instrumental de un bien que necesito para poder realizar un deseo primario. Yo puedo desear tener el coche del anuncio y desear a su vez tener el dinero necesario para poder comprar dicho coche. Dejo de lado aquí la cuestión de que podríamos encontrar situaciones en las que cualquier deseo primario es en realidad un deseo secundario (tal vez deseo el coche del anuncio porque creo que así seré más feliz). 156 Racional no tiene aquí el sentido técnico de maximización de la utilidad esperada sino que se refiere a un cambio de preferencias sujeto a buenas razones de tipo cognitivo, por utilizar la expresión de Boudon (2003). 157 He planteado la cuestión de forma extremadamente simple para evitar entrar en debates de filosofía política y de la mente que desbordan sobremanera los objetivos de este trabajo, sin embargo, cabe destacar que, si bien en 91 Puede argumentarse que el proceso que acabo de exponer puede ser muy interesante a nivel, por así decirlo, intelectual, pero muy poco útil a efectos de gestión política. Si de lo que se trata es generar una civilidad ampliamente difundida, de establecer normas públicamente orientadas, poca importancia tiene que algunos ciudadanos reflexionen aisladamente sobre la corrección moral de sus preferencias y de su conducta cotidiana. Esto es sin duda cierto pero me he decidido a incluir esta posibilidad por dos razones. La primera es, debo reconocerlo, el mencionado interés intelectual. La deliberación interna entronca directamente con temas clásicos de la filosofía como la autonomía o el libre albedrío. Pero, por otra parte, creo que el Estado (o las instituciones en un sentido amplio) si que pueden hacer cosas para incentivar la deliberación de los ciudadanos. La escuela puede capacitar a los adolescentes para que se conviertan en ciudadanos autónomos y los medios de comunicación pueden alimentar la reflexión. En este segundo sentido, los poderes públicos pueden también alimentar la reflexión a través de las diferentes variantes de la función expresiva de la ley tal y como se ha expuesto más arriba. Nos situamos en este punto en la frontera con el segundo procedimiento de transformación de preferencias que quiero explorar brevemente, la deliberación colectiva 159 . b- La deliberación colectiva Pese a que no se había mencionado explícitamente, Pettit (1999) sostiene que un mecanismo de aplicación de la estrategia centrada en los cumplidores incluye que determinadas instancias institucionales como el legislativo o la judicatura estén obligadas a funcionar deliberativamente. Esta opción es sostenida como una forma de permitir que actúe la mano intangible. Si un representante público se ve obligado a argumentar ante un auditorio en base a razones, las bases de la consideración y el respeto lo empujarán, generalmente, a argumentar en términos de bien común. la formulación de Boudon lo que se produce es, efectivamente, un cambio de deseos, esto no es así para los demás autores. No tengo claro cual sería la postura de Nino y de Rawls a este respecto. Ambos coinciden en que podemos llegar a conocer lo que es correcto a través de un proceso monista epistemológico. Rawls defiende, en este sentido, la aplicación a temas de filosofía política del concepto goodmaniano de equilibrio reflexivo. Sin embargo, ninguno de los dos se preocupa (no es su cometido) por la forma en que las conclusiones que obtengamos de dicho ejercicio pueden llegar a motivar la acción. Como es bien sabido, conocer el bien no implica necesariamente estar motivado para hacer el bien. Por atraparte, siguiendo a Searle (2000) y a Ross (1994) se puede argumentar que existen razones que son independientes de los deseos. No voy a entrar aquí a caracterizar, en un ejercicio que nuevamente se escaparía de los contenidos de este trabajo, lo que es una razón. Se puede encontrar una caracterización exhaustiva en Searle (2000) pero, sí que sostengo que el resultado de mi deliberación interna me puede dar una razón que sirva efectivamente como motivador de mi acción sin que cambien mis deseos. Puedo acabar actuando motivado por esa razón, motivado, por ejemplo, por un sentido del deber o de la responsabilidad (Ross 1994; Searle 2000), aunque lo que yo desearía sería hacer otra cosa. Coleman (1990), en una tesis que resulta pertinente traer aquí a colación, también apunta a la existencia de una diferencia entre aceptar como legítima una norma e interiorizarla. No obstante por lo que respecta al presente trabajo, reduciré esto a un caso de transformación de preferencias. En un sentido similar, también reduzco la interiorización de una norma a una transformación de preferencias, ejercicio con el que evito otro draconiano debate, el que gira en torno al significado de actuar motivado por una norma. 158 Evidentemente, la deliberación interna es tan sólo un procedimiento y en modo alguno está garantizado que el resultado de dicho ejercicio sea correcto. Nuestro intento puede sucumbir, por ejemplo, ante la racionalidad limitada (Nino 1997). 159 Depende de cómo se defina la deliberación colectiva o pública, puede sostenerse que, de hecho, ya se ha traspasado la frontera. Sin ir más lejos, Stokes (2001) incluye la comunicación pública en su concepción de democracia deliberativa 92 Lo que se sostiene ahora es que la deliberación pública puede llevar a la transformación de las preferencias, a saber, a un cambio endógeno de las mismas como resultado de la comunicación (Stokes 2001). Nuevamente, la deliberación puede producir el cambio de creencias o preferencia a través, por ejemplo, de la aportación de nueva información no disponible previamente acerca de cuestiones fácticas 160 . No obstante, nuevamente, aquí me intereso exclusivamente por los deseos primarios que tienen que ver con actuar de forma correcta 161 . Efectivamente, la discusión pública puede llevarnos a cambiar de postura a través de lo que Habermas (2001) denomina como la fuerza del mejor argumento 162 . Creo que el argumento general resulta bastante evidente y no me voy a detener mucho más en él. Yo puedo actuar de una determinada manera sin percatarme o sin que me importe el hecho de que mi conducta resulte negativa para el bien común. Entonces, otros que observan mi conducta me ofrecen razones morales que van contra mi actuación (no me reprenden -tal vez yo no estoy violando una norma establecida- sino que me ofrecen razones). Yo puedo admitir como válidas sus razones y modificar, en consecuencia, mi conducta. Hay algunas vías indirectas a través de las cuales la deliberación podría también transformar las preferencias que quisiera comentar aquí brevemente. En un trabajo clásico de la filosofía, Stuart Mill (1997) ya apuntaba que el hecho de ejercitar la deliberación colectiva mejoraba el carácter de los participantes. Fearon (2001) sostiene que la discusión pública favorece, como subproducto, el desarrollo de virtudes humanas o cívicas y la misma conclusión se derivaba del estudio de Benkler y Nissenbaum (2006) sobre la participación en commons-based peer production (que presentan muchas de las características formales de la deliberación pública) que hemos tenido oportunidad de ver más arriba. En las siguientes subsecciones sugeriré algunos mecanismos que podrían estar funcionando en estos procesos. Hasta aquí se ha argumentado que la deliberación puede generar un cambio de preferencias racional en un determinado sentido. Este es el tipo de proceso de cambio de preferencias que suelen sostener los defensores de la democracia deliberativa. Sin embargo, la deliberación también puede transformar las preferencias de modos normativamente más dudosos aunque sociológicamente interesantes. En primer lugar cabe recordar que la deliberación pública es un mero procedimiento y que como tal no garantiza que vaya a producir un cambio de preferencias ni que, si lo produce, lo haga en el sentido adecuado. En segundo lugar, la deliberación también puede hacer emerger preferencias virtuosas a través de mecanismos irracionales cognitivos y motivacionales como los que explora Elster (1988, 1995, 1997, 1998, 2001, 2002). Stokes (2001) y Przeworski (2001) mencionan diversos mecanismos a través de 160 Cohen (2001); Elster (2001b); Fearon (2001); Gambetta (2001); Gargarella (2001); Habermas (2001); Johnson (2001); Mackie (2001); Nino (1997); Ovejero, Martí y Gargarella (2004); Pettit (1999); Przeworski (2001); Stokes (2001); Sunstein (2001, 2004). 161 Algunos autores, véase por ejemplo Przeworski (2001), sostienen que la deliberación se refiere principalmente a creencias instrumentales. Se discute sobre medios, casi nunca sobre fines. Puede que sea cierto, no lo sé – aunque intuitivamente me parece una afirmación muy exagerada-, pero en cualquier caso no afecta a lo que yo estoy argumentando aquí. Me limito a decir que existe la posibilidad de un cambio racional de preferencias a través de la discusión pública. (Racional, nuevamente, en el sentido de motivado por razones, en sentido comunicativo por decirlo ahora à la Habermas). 162 También nuevamente aquí, siguiendo a Searle (2000), podríamos imaginar casos en los que no se produce un cambio en nuestras preferencias sino que se nos ofrecen buenas razones normativas para no tenerlas en cuenta. 93 los cuales la deliberación puede ser manipulada por grupos de poder de modo que, entre otros efectos, las preferencias de los ciudadanos se adecuen los intereses de dichos grupos. Los mecanismos y casos expuestos por los autores resultan incuestionables, sin embargo, bajo mi punto de vista, no se puede descartar a priori que ciertas formas de presentar la información que implican una re-escritura de la misma puedan resultar convenientes en determinadas circunstancias, pienso que esa será una cuestión empírica, no normativa. Como vimos, aunque no se refiere concretamente a la deliberación, McAdams (1997) sostiene que el Estado tiene un margen para decidir que información hace pública y cual no y poder así debilitar o fortalecer las normas sociales. Por ejemplo, si existiese un amplio consenso a nivel social acerca de que no se deben respetar los derechos religiosos de la minoría musulmana en nuestro país pero la existencia de dicho consenso no fuese de conocimiento público (con lo cual no se satisfaría uno de los requisitos mencionados para el establecimiento de una norma social); el Estado (y otras instituciones como los medios de comunicación) haría bien en impedir en la medida de lo posible el conocimiento de dicho consenso 163 . La deliberación pública, en virtud del funcionamiento de lo que se ha denominado como la mano intangible, obliga a los participantes a argumentar de forma públicamente orientada. No tendría ningún sentido que alguien, ya sea en un foro institucional formal como el parlamento, ya sea en una reunión de amigos, argumente que habría que hacer X porque de esa manera sus intereses personales resultarían favorecidos en detrimento de los de los demás. Si alguien actuase así sería sancionado con la desestima y hasta con la burla de los demás participantes 164 . Por tanto, el individuo en cuestión se verá obligado a buscar las razones públicamente orientadas que mejor puedan venir en apoyo de sus intereses y serán esas razones lo que se convertirá en objeto de escrutinio público. Como se ha comentado repetidamente, hasta aquí poco más o menos es hasta donde podemos llegar con la mano intangible. El villano continuará siendo un villano pero el marco institucional le limitará en mayor o menor medida la posibilidad de perseguir sus intereses egoístas en detrimento de los de los demás. Sin embargo, como también va dicho, existen mecanismos que pueden permitirnos ir más allá en la argumentación. c- El tributo que el vicio rinde a la virtud Existen otros muchos mecanismos interesantes de transformación de preferencias aunque no tengan directamente que ver con la deliberación pública, mencionaré algunos de ellos. Me centraré principalmente en mecanismos de creación o cambio de preferencias aunque también mencionaré algunos de creación o cambio de creencias en tanto que estas influyen sobre las preferencias. El primero de ellos es el conocido mecanismo de las preferencias adaptativas o de uvas amargas (Elster 1988, 1995, 1997, 1998, 2002). Este mecanismo es fruto de la disonancia cognitiva 165 , es 163 El ejemplo es a título puramente ilustrativo, tal vez si examinásemos en detalle el caso concreto podríamos pensar que sería más conveniente hacer otra cosa. Simplemente pretendo mostrar que no es descartable de entrada. 164 Elster (2001b, 2002) ofrece algunos ejemplos que permitirían matizar esta tesis. 165 El concepto de disonancia cognitiva fue utilizado por primera vez por L. Festinger en los años cincuenta del pasado siglo. El significado de dicho concepto puede resumirse diciendo que, ante una tensión entre los elementos de un sistema mental se genera incomodidad psíquica. Tal tensión empujará hacia un cambio de forma 94 motivacional (o caliente) y consiste en una forma irracional de cambio o formación de preferencias. En la fábula de La Fontaine una zorra ve un hermoso racimo de uva madura en lo alto de una parra. Se acerca y trata de alcanzarlo pero éste se encuentra demasiado alto y le resulta imposible. Finalmente, desiste de su propósito y se aleja diciéndose a sí misma que, bien pensado, estaban demasiado verdes...et faits pour des goujats (La Fontaine, 1989). De forma general, este mecanismo se desencadena como respuesta a la disonancia cognitiva derivada de la frustración de un deseo. Este es un caso en el que, contra lo que prevé la teoría, las oportunidades influyen sobre los deseos. El mecanismo es irracional además porque, a diferencia de otras formas de reaccionar a la frustración de un deseo como la aceptación consciente de mi incapacidad para satisfacerlo, genera un cambio en mis preferencias de modo que, si en una ocasión futura tengo oportunidad de satisfacer mi deseo rechazaré hacerlo, cosa que no haría si fuese consciente de la fuerza psíquica que ha operado sobre mi. El mecanismo opera, en este sentido, “a mis espaldas” (Elster 1988, 1995, 1997, 1998, 2002). Está claro que un mecanismo de este tipo no podría operar a nivel consciente, yo puedo esforzarme para cambiar mis preferencias pero, la idea de decidir creer que no prefiero algo que de hecho prefiero es absurda. Tal y como se ha dicho, es un misterio la forma concreta en la que estos mecanismos operan a un nivel inconsciente. Sin embargo, es evidente que este tipo de mecanismos guían muy frecuentemente nuestra conducta. El mecanismo de las uvas amargas forma un par de mecanismos con su opuesto, las preferencias contraadaptativas o fruta prohibida (Elster 1988, 1995, 1997, 1998, 2002). La forma concreta en la que opera este mecanismo es aún más misteriosa que en el caso anterior dado que, ahora, se produce disonancia en lugar de eliminarse. Por lo demás, el mecanismo es también motivacional e irracional aunque en este caso, como el nombre sugiere explícitamente, los deseos se orientan hacia objetos que no poseemos simplemente porque no los poseemos 166 . Hedström (2005) presenta un catálogo de mecanismos a través de los cuales la interacción con otros individuos puede provocar que mis deseos cambien. Si los otros con los que interactúo hacen A, eso puede hacer que A se vuelva más (o menos) atractivo para mí. Un ejemplo típico es el de las innovaciones tecnológicas. Compraré el reproductor de vídeo que opera con el mismo sistema que los que tienen todos mis amigos a fin de poder intercambiar películas con ellos. A la inversa, si colaboro con una ONG local a fin de proyectar una determinada imagen de mi mismo; a medida que cada vez más gente participa en dicha ONG, mi conducta puede resultar menos útil para mis propósitos y mi deseo se puede debilitar. En un segundo caso del mecanismo, el que los otros hagan A influye sobre mi deseo de hacer A a través de mis estados mentales. Volvemos a encontrarnos aquí con el fenómeno de la disonancia cognitiva. Un segundo mecanismo expuesto por Hedström es aquel a través del cual el que los otros hagan A influye sobre mi deseo de hacer A debido a que yo quiero parecerme (o diferenciarme) de ellos. No queda claro, sin embargo, el nivel de conciencia en que opera este mecanismo y si es de naturaleza que alguno de los elementos en tensión ceda y se adapte al otro. Tal y como sostiene Elster (2002) es un misterio la forma concreta en la que esto ocurre aunque, indudablemente, ocurre. 166 Elster (1988, 1998, 2002) distingue tres variantes del mecanismo que no voy a desarrollar aquí. 95 cognitiva o motivacional. Tal vez pudiésemos encontrar subcasos del mismo a partir de dichas variables. El tercer mecanismo descrito por Hedström se refiere a aquellos casos en los que hacer lo mismo que hacen los otros con los que interactúo aumenta (o disminuye) mis posibilidades de conseguir algo que deseo primariamente. En este caso sí que resulta evidente que el mecanismo opera a nivel consciente y, concretamente, corresponde a lo que Kuran (1995) denomina como falsificación de preferencias 167 . Pese a que no me voy a detener a comentarlas en detalle, en Hedström (2005) o en Boudon (1981) se encuentran referencias a diversas vías a través de las cuales cambios en las oportunidades disponibles pueden alterar las preferencias de los individuos. Esta idea no debería resultar sorprendente a estas alturas, como vimos con Lindenberg (2001), cambios en los incentivos pueden provocar cambios en el encuadre. Como vimos en el capítulo anterior, Pettit (1999) y Coleman (1990) hacen referencia al fenómeno de la identificación. Cuando éste se da, nos identificamos con un grupo determinado (o con la sociedad en su conjunto) y actuamos motivados por los intereses de dicho grupo. Kuran (1995) señala diferentes mecanismos de creación y transformación de preferencias a partir de la falsificación de preferencias. Como se ha apuntado más arriba, la falsificación de preferencias se produce cuando las preferencias que se expresan públicamente difieren de las que en realidad albergamos en privado. Falsificamos preferencias por miedo a las penalizaciones de cualquier tipo que podríamos sufrir (o las recompensadas que podríamos dejar de ganar) si se desvelan nuestras auténticas preferencias. Nótese que los cumplidores de normas no son más que agentes que falsean sus preferencias. En primer lugar Kuran (1995) se refiere a la utilización de la heurística de la prueba social 168 . La racionalidad humana, como es sabido, es limitada. Los seres humanos tan sólo podemos albergar un conocimiento experto sobre un número limitado de temas (quizá sobre ninguno) pero, como se vio a partir de D. North (2001, 2005), eso no impide que nos formemos creencias sobre un gran número de cuestiones. Una de las heurísticas que utilizamos para formarnos creencias sobre materias en las que no tenemos la posibilidad (o, frecuentemente, la voluntad) de recopilar más información es la heurística de la prueba social. Si existe un amplio consenso en torno a una determinada cuestión es probable que tendamos a asumir como válida la opinión de la mayoría. Nótese que, con McAdams (1997), vimos que, cuando se produce un consenso y este hecho es conocido, individuos ajenos al consenso tenderán a comportarse según lo que este establece para evitar sanciones o para optar a las recompensas. Ahora el argumento es distinto aunque complementario. Cuando se da el consenso, individuos sin una opinión firme en la materia tenderán a aceptar como válido su contenido. Para ser precisos, en el proceso descrito por Kuran los individuos se forman un determinado tipo de creencias y, posteriormente, dichas creencias influyen sobre sus preferencias. La idea de Kuran vuelve a centrar la atención sobre un fenómeno que ha ido apareciendo repetidamente a lo largo de este capítulo, los 167 Podría objetarse no obstante que el mecanismo no resulta pertinente aquí debido a que no se produce cambio alguno en las preferencias. En seguida mencionaré algunas vías a través de las cuales preferencias falsificadas pueden llegar a interiorizarse. 168 También Axelrod (1986b) utiliza este mecanismo para explicar el origen de las normas sociales. 96 falsos consensos. No es necesario que el consenso percibido sea real. Puede que los patrones de aprobación y desaprobación (o incluso las sanciones legales) hagan que los individuos falseen de forma masiva sus preferencias produciéndose lo que he denominado como un estado de ignorancia pluralística. No es necesario limitarse a ese tipo de casos extremos. La gente cumple normas con las que no está de acuerdo y falsea por tanto cotidianamente muchas de sus preferencias. Como se ha venido explicitando a lo largo de este capítulo, el diseño institucional puede y debe apoyarse en este hecho. La heurística de la prueba social es otro mecanismo que nos puede permitir ir más allá de lo previsto por la mano intangible. No sólo es posible garantizar el cumplimiento, también de los que no se encuentran motivados, sino que resulta plausible esperar que los indiferentes adapten sus creencias y preferencias al consenso percibido 169 . La repetición puede también servir como prueba social (Kuran 1995). La repetición de un mismo mensaje repetidamente hace que los individuos se familiaricen con el mismo y le otorguen mayor veracidad. La heurística de la prueba social es un mecanismo irracional y cognitivo, frío, según la categorización de Elster (1988, 1998, 2002). Kuran (1988, 1995) distingue también entre lo impensable y lo impensado. Algunas de mis preferencias pueden situarse en el terreno de lo impensable. Existen poderosas presiones sociales o legales que me impiden expresarlas. Por contra, una opción entra en el terreno de lo impensado cuando ni tan sólo puedo llegar a planteármela dentro de mi conjunto de opciones posibles. Si las presiones sociales existentes impiden que los individuos que albergan un determinado tipo de preferencias puedan expresarlas, dichas preferencias tenderán a convertirse en (o permanecer) impensadas para los demás. Paulatinamente, el conjunto de los individuos prestará cada vez menos atención a las posibilidades de dichas opciones mientras que se centrará en los beneficios posibles de las opciones disponibles. La heurística de la prueba social trabajará decisivamente en esta dirección. En el largo tiempo, las opciones apartadas de la esfera de la discusión pública tenderán a volverse impensadas para las nuevas generaciones. Los individuos que albergaban las preferencias impensables pueden acabar modificando también sus preferencias a lo largo de este proceso. Un primer mecanismo que puede operar aquí es el del error de atribución fundamental (Kuran 1995: fundamental attribution error). Los humanos tendemos a infravalorar la distancia entre nuestras preferencias públicas y privadas. Así, un individuo que reiteradamente se vea obligado a falsear una determinada preferencia, puede acabar pensando que, en realidad, la falsificación no es demasiado importante o, incluso, que la preferencia que expresa públicamente es, de hecho, su auténtica preferencia. Un segundo mecanismo que puede operar en el mismo sentido descansa sobre el poder de las creencias públicamente aceptadas. Cualquier creencia servirá para dar cuenta de unos hechos 169 Pese a que lo he dicho en innumerables ocasiones, no está de más recordar que nada garantiza que ninguno de estos mecanismos generen virtud. Este mecanismo, por ejemplo, explica sólo que los individuos indiferentes o, para ser más precisos, con un conocimiento no experto, tenderán a aceptar la opinión percibida como mayoritaria. El Estado puede utilizar otros muchos mecanismos (como, por ejemplo, el poder expresivo de la ley) para situar el consenso (real o percibido) en el ámbito de la virtud pero, naturalmente, como en algunos de los casos estudiados por Kuran, estos mismos instrumentos también pueden ser utilizados para los más horrendos fines imaginables. Al fin y al cabo el diseño institucional, como cualquier tecnología humana en un sentido amplio, es un instrumento neutral que puede ser utilizado para fines moralmente muy distintos (Elster 1990b). Si alguien piensa que la ciencia debería abstenerse de investigar sobre diseño institucional porque los frutos obtenidos pudiesen ser utilizados con fines de dominación, debería empezar por cortarse las manos ya que esas fueron las armas con las que Caín, según el relato bíblico, cometió el primer crimen de la historia. 97 mientras que será discutida por otros. Las creencias públicamente aceptadas resultan ampliamente incuestionadas y no están obligadas a dar cuenta de sus debilidades mientras que los individuos que alberguen creencias impensables se verán constantemente presionados para dar cuenta de las limitaciones de las mismas. Este hecho puede darse además en un contexto en el que el individuo no tenga acceso a información relevante ni esté en contacto con otros individuos que albergan sus mismas creencias. Estas presiones, unidas a las de la heurística de la prueba social, pueden dar lugar a un progresivo debilitamiento de las creencias en cuestión así como de las preferencias asociadas a las mismas (Kuran 1988, 1995). La falsificación de preferencias también genera disonancia cognitiva. Kuran (1988) distingue entre la disonancia expresiva y la moral. La falsificación de preferencias, tal y como se acaba de presentar, genera disonancia expresiva. Los individuos sienten malestar por tener que esconder sus preferencias. Los dos mecanismos que se acaban de presentar, el error de atribución fundamental y el cambio de preferencias inducido por la fuerza del conocimiento públicamente orientado eliminan dicha disonancia a través de la modificación de las preferencias privadas. Kuran (1988) se refiere a disonancia moral cuando la contradicción no se da entre preferencias sino entre valores. Yo puedo sufrir disonancia si se produce un desajuste entre lo que me gustaría ser y lo que en realidad soy o si, por ejemplo, dos valores fundamentales para mi entran en contradicción. Puede que yo haya siempre deseado ser un gran sociólogo y me de cuenta de que no lo soy y que, por mucho que lo intente, nunca lo voy a ser. O puede que yo desee ser un gran sociólogo y, paralelamente, un gran padre de familia pero que, en un momento dado, me vea obligado a optar entre una cátedra de prestigio o una reducción de jornada para dedicarme a la educación de mis hijos. Kuran (1988) señala la redención y la racionalización como dos posibles mecanismos de salida para estas tensiones. Se produce racionalización cuando, manteniendo inalterados los valores, modifico mi percepción acerca de las tareas requeridas por dicho valor. Puede que llegue a la conclusión de que, la mejor manera de cumplir con mis responsabilidades para con mis hijos sea aceptar la cátedra que me dará acceso a unos considerables ingresos con los que pagarles una buena educación y darles un buen nivel de vida. Se produce redención cuando el individuo mantiene la conducta contraria a sus valores pero busca formas de compensación en otros ámbitos. Para que la estrategia de redención pueda producirse requiere que existan agentes diseñadores de la misma que puedan convencer al sujeto de su viabilidad. Una alternativa más compleja para la superación de la disonancia moral consiste en la reconstrucción del sistema de valores de la sociedad (Kuran 1988). Esta tarea requiere de la acción coordinada de grupos de individuos. Todos los mecanismos apuntados por Kuran son de tipo cognitivo. Estoy de acuerdo con las consideraciones escépticas de Elster (2002) a este respecto. Como hemos visto, Elster propone un mecanismo motivacional (caliente) como las uvas amargas como la vía de superación de lo que Kuran denomina disonancia moral. Elster hace referencia al mecanismo de la transmutación de preferencias (Elster 2001b, 2002). Imaginemos que me encuentro en una situación susceptible de requerir que falsifique alguna de mis 98 preferencias privadas viciosas. Imaginemos que me encuentro inmiscuido en una discusión con los vecinos de mi escalera sobre algún asunto de la comunidad que nos afecta a todos. Como se ha mostrado, en un contexto deliberativo como ese yo no puedo argumentar que habría que hacer X porque de esa manera mis intereses resultarán favorecidos en beneficio de los de los demás. No puedo proponer, por ejemplo, que se reduzca la contribución a los vecinos de los pisos más bajos y se compense aumentando la de los más altos porque yo vivo en uno de los pisos bajos. En primer lugar, puedo tergiversar mis preferencias de forma consciente y voluntaria (Elster 2001b, 2002). Puedo disfrazar mi interés egoísta vistiéndolo con la retórica del bien común 170 . Podría argumentar, por ejemplo, que no es justo que los vecinos de las plantas más bajas paguen determinados servicios como el mantenimiento del ascensor dado que casi no hacen uso del mismo. Pero, y esto es muy importante, no puedo escoger una razón públicamente orientada que coincida perfectamente con mis intereses. En primer lugar, puede que tal razón no exista y, en segundo lugar, aun de existir, resultaría tan evidente que estoy actuando cínicamente que sería duramente sancionado por los demás. Me veré obligado por tanto a escoger una razón que vaya parcialmente en contra de mis intereses y a favor de los de los demás. Esta transacción en determinadas ocasiones puede tener que ser bastante amplia aunque nunca tanto como para que me produzca más perjuicio que beneficio. Este es el requisito de la restricción de la imperfección (Elster 2001b, 2002). En segundo lugar, también deberé ceñirme a una restricción de coherencia. En el futuro tendré que continuar defendiendo la misma postura aun en situaciones en las que yo resulte perjudicado (Elster 2001b, 2002). Pero es probable que no me limite a tergiversar mis preferencias sino que acabe por transmutarlas (Elster 2001b, 2002). Como apuntaba Kuran, verme obligado a ocultar mis auténticas motivaciones y a actuar cínicamente me generará disonancia cognitiva. Probablemente pensaré que soy un cínico y un villano que trata de aprovecharse de la buena fe de mis vecinos. Sometido a una tensión psíquica de esa naturaleza, es probable que mis preferencias se transmuten y acabe interiorizando los argumentos que sostengo públicamente 171 . La transmutación es un mecanismo irracional y motivacional, caliente, y constituye un caso más específico que el autoengaño (Elster 2001b, 2002). Es a través de estos procesos que se produce la transformación de preferencias que permite pasar del cumplimiento al seguimiento de normas sociales. El proceso sería como sigue: a través del diseño institucional podemos tratar de promover la cooperación a través del cumplimiento de normas sociales. Esas normas sociales pueden ya existir previamente o podemos utilizar el diseño institucional para hacerlas emerger (así como para erosionar aquellas otras orientadas hacia el vicio). En un primer momento (sobretodo si tratamos de generar normas nuevas) es posible que mucha gente se limite a cumplir para evitar sanciones en términos de estima. En un segundo paso, muchos de los iniciales cumplidores terminarán por interiorizar las normas merced a la entrada en escena de los mecanismos expuestos. Las motivaciones, originariamente viciosas, se transmutarán en virtuosas. De este modo, 170 La tergiversación no tiene porque ir sólo desde el interés hacia la razón, podría, por ejemplo, disfrazar de intereses egoístas lo que no es más que una acción orientada por el resentimiento y la venganza. Para una completa caracterización del mecanismo, véase Elster (2002). 171 En J. Cohen (2001) puede encontrarse un mecanismo similar de cambio de preferencias en contextos de deliberación pública. 99 en un ejercicio de alquimia mental aún insuficientemente comprendido, el vicio habrá pagado su tributo a la virtud. RECAPITULACIÓN DE LA PRIMERA PARTE Dedicaré este breve apartado a sintetizar de forma esquemática las ideas más importantes que he ido exponiendo a lo largo de este, extenso, primer bloque del trabajo. En el primer capítulo se ha definido la virtud cívica como aquella conducta motivada por normas cívicas públicamente orientadas. Con el término institución he incluido las reglas y las organizaciones formales. Por diseño institucional he entendido tanto la creación de las mismas partiendo de cero como, de forma más importante, el continuo rediseño de las ya existentes. En el segundo capítulo se ha realizado una justificación normativa de la virtud cívica en tanto que instrumento indispensable para la realización de la justicia social. La promoción de la virtud debe estar sometida a la prioridad de lo correcto sobre lo bueno y debe huir de derivas perfeccionistas de cualquier tipo. El argumento del segundo capítulo entronca con el del tercero en el que se sostiene que la virtud es un instrumento indispensable para toda una gama de bienes sociales que va más allá de la justicia. En este punto se torna importante el adjetivo “indispensable” con el que pretendo dejar claro que la virtud no es un instrumento superfluo para la consecución de dichos bienes. En este punto radica la importancia social del contenido del presente trabajo. En el cuarto capítulo se abordan las cuestiones de las motivaciones humanas y de las dinámicas evolucionarias del cambio institucional. Ambos temas son importantes en este trabajo aunque probablemente el primero lo sea en mayor medida. Sostengo que el ser humano es un animal que alberga motivaciones plurales que pueden ir desde el egoísmo hasta el altruismo pasando por la malicia o la aversión a la inequidad. La más importante de las motivaciones humanas empero es la que he denominado reciprocidad fuerte, a saber, la motivación para cumplir con las normas de la cooperación. Los contenidos de ese capítulo son importantes para el presente trabajo por distintas razones. En primer lugar se pone de manifiesto que mi caracterización de lo que es la virtud resulta coherente con los conocimientos científicos sobre la motivación humana. Dejo claro por tanto que no estoy proponiendo un ideal de conducta virtuosa irrealizable en condiciones normales. Por otra parte, dado que yo aquí me pregunto por los efectos sobre la motivación de los dispositivos institucionales, es necesario tener un buen conocimiento de cuales son y cómo funcionan dichas motivaciones a fin de poder aportar posteriormente hipótesis plausibles sobre los productos del diseño institucional en términos de virtud. En este mismo sentido, para un futuro desarrollo empírico de este trabajo, en forma de tesis doctoral, tendré que volver sobre esos supuestos motivacionales de cara a elaborar un modelo explicativo. El quinto capítulo de esta primera parte es el capítulo central de la misma. He dedicado la primera parte del mismo a discutir el papel de las normas sociales en la conducta humana así como la naturaleza de éstas y los mecanismos a través de los que emergen, cambian y desaparecen. Esta discusión es complementaria a la del cuarto capítulo. Por un lado, el ser humano es un animal normativo. De hecho, la reciprocidad fuerte es una motivación para cumplir con las normas de la 100 cooperación. Por otra parte, la virtud cívica se definió como la conducta motivada por normas sociales públicamente orientadas. En la segunda parte de ese quinto capítulo me he centrado ya en el núcleo de la discusión. Allí he sostenido que la generación de virtud cívica es, primordialmente, una cuestión de diseño institucional. A partir de la constatación de ese hecho de caracterizado dos tipos ideales de estrategias de diseño institucional. Las estrategias centradas en la desviación, o bien asumen una concepción errónea del ser humano que lo presenta como un villano motivado para defraudar, o bien suponen que, pese a que no todos los ciudadanos son villanos, cuando de diseñar instituciones se trata ese el supuesto con el que hay que trabajar. Sea como sea, la mala comprensión de la naturaleza de las motivaciones humanas y de su funcionamiento lleva a la creación de instituciones que tratan a los ciudadanos como canallas y que acaban socavando la virtud innata de los mismos y generando todo tipo de efectos contraproducentes. Por el contrario, el segundo tipo ideal expuesto, a saber, el que forman las estrategias de diseño institucional centradas en el cumplimiento, no conciben al ser humano como corrupto sino como virtuoso aunque potencialmente corruptible. Este tipo de estrategias en primer lugar aprovechan bien la virtud innata de los ciudadanos, no la socavan sino que la reproducen y contribuyen a fortalecerla. En segundo lugar, crean virtud de forma efectiva haciendo emerger normas sociales públicamente orientadas y promoviendo la interiorización de las mismas. 101 BLOQUE II: RENTA BÁSICA E INCENTIVOS HACIA EL TRABAJO Tal y como expuse en la introducción de este trabajo, dedicaré esta segunda parte a la discusión de la propuesta de Renta Básica de ciudadanía en su dimensión de incentivo hacia el trabajo en contraposición con los sistemas de bienestar condicional. Realizo una lectura de la Renta Básica en clave de dispositivo institucional centrado en el cumplimiento, que trata a los ciudadanos como cumplidores y que confía en su virtud, frente a muchas de las medidas del bienestar condicional que se centran en la desviación y tratan a los beneficiarios como potenciales villanos. En este primer capítulo del segundo bloque me limito a presentar los principales conceptos teóricos que irán apareciendo a lo largo de la discusión. Dedico los restantes a discutir los posibles efectos sobre el trabajo que podría tener la implementación de una Renta Básica. Adopto aquí un concepto amplio de trabajo que además del que se lleva a cabo de forma remunerada incluye también el que se desarrolla en las esferas voluntaria y el doméstica y trato de evaluar el impacto que podría tener la implementación de una Renta Básica sobre cada una de estas esferas. Argumento que cabría esperar efectos positivos así como una extensión de la virtud cívica en cada una de ellas. Lo que pretendo en esta segunda parte es, además de la exploración teórica sistemática del objeto de estudio, esbozar un pequeño catálogo de posibles hipótesis de investigación sobre las relaciones entre Renta Básica y virtud cívica en la esfera del trabajo. I- CONCEPTOS BÁSICOS I.1- El trabajo Durante muchas décadas cuando se utilizaba el concepto de trabajo se quería hacer referencia estrictamente al empleo. Esta comprensión restringida de lo que es y lo que no es trabajo ha venido siendo puesta en cuestión, cada vez con mayor intensidad, a lo largo de los últimos años, gracias en una importante medida, a las reivindicaciones de las feministas. Este debate ha tenido el efecto indirecto de poner de manifiesto la paradójica dificultad de encontrar una definición que capture de forma suficientemente precisa nuestras intuiciones acerca de lo que es el trabajo. En efecto, pocos conceptos son tan centrales para la sociología y resultan, a la vez, tan complicados de definir 172 (Noguera 2000). Quizá una de las definiciones más acertadas del concepto sea la que aporta Van Parijs. Para el autor belga, para poder calificar como trabajo una actividad supone que “debe tratarse de una actividad que está vinculada a la producción (sea placentera o no) de un beneficio que es externo a la ejecución de la misma actividad –y que, por tanto, también es capaz de ser disfrutado por otros-. Este beneficio no tiene por qué ser un objeto material. Puede tratarse tanto de las canciones que cantamos como de las patatas que cultivamos. Y también puede consistir tanto en bienes de consumo como de producción” (Van Parijs, 1996, p. 169). No obstante, yo me voy a abstener de apostar por una definición concreta del concepto. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que no sea importante hallar una definición, simplemente se trata de 172 En Noguera (2000) puede hallarse una completa discusión del problema. Así mismo en Noguera (1988, 2002e) puede encontrarse también una completa discusión acerca de la evolución del concepto de trabajo en la tradición marxista. 102 que yo aquí puedo permitirme pasar con una clasificación de actividades que resulta intuitivamente plausible denominar trabajo. Naturalmente, una clasificación de actividades no es una definición (Noguera 2000) pero pienso que tengo suficiente para continuar. El primer tipo de trabajo al que haré referencia será al trabajo remunerado. El trabajo asalariado (o empleo) es un subconjunto del trabajo remunerado. Existen otras actividades que no son trabajo asalariado y que se realizan de forma remunerada en el mercado como puede ser el trabajo llevado a cabo por los trabajadores autónomos o por los empresarios. El trabajo remunerado no sólo se efectúa en el mercado, también existe trabajo remunerado fuera del mercado como el que llevan a cabo los funcionarios públicos por ejemplo. El segundo tipo de actividades que contemplo aquí como trabajo son las que generalmente se engloban bajo la etiqueta de trabajo doméstico-familiar. Entenderé por trabajo doméstico-familiar, por ejemplo, cosas tales como la limpieza, la preparación de alimentos, la compra, el cuidado de los menores y de los ancianos, así como de los enfermos de la familia o unidad de convivencia. Este tipo de trabajo, obvio es decirlo, es llevado a cabo mayoritariamente por las mujeres 173 . El tercer tipo de trabajo al que haré referencia aquí es al conjunto de actividades que se engloban bajo la etiqueta de voluntariado. I.2- Los incentivos hacia el trabajo Utilizo el término de incentivos hacia el trabajo en lugar de incentivos laborales porque pretendo abarcar una gama más amplia de casos de la que habitualmente se trata con éste último. Por incentivo hacia el trabajo entenderé un determinado tipo de mecanismos institucionales, aquellos que tienen un efecto sobre la conducta de los ciudadanos respecto al trabajo. Como he dicho, al hablar de trabajo no me referiré sólo a aquel que se lleva a cabo de forma remunerada, de modo que trataré también como incentivos hacia el trabajo a todos los mecanismos que afectan a la conducta de los ciudadanos respecto del trabajo doméstico-familiar o del voluntario. En segundo lugar, trataré como incentivos hacia el trabajo tanto a aquellos mecanismos institucionales que tratan de afectar a la conducta respecto al trabajo de forma deliberada como a aquellos que, habiendo sido diseñados para otras finalidades, tienen igualmente un efecto de incentivo laboral. Finalmente, utilizaré el término incentivo tanto en su acepción positiva como en la negativa (desincentivo). Aunque, en ocasiones, también me referiré a incentivos (exclusivamente en sentido positivo) y a desincentivos. El contexto dejará claro en todo momento en qué sentido se está utilizando el término. I.3- La Renta Básica El debate en torno a la Renta Básica (RB en adelante) presenta una doble complejidad semántica. Por un lado, diversos autores hacen referencia a la misma idea con nombres distintos (ingreso básico, renta de ciudadanía, etc.), por el otro, en ocasiones se usa esa etiqueta con significados diferentes. 173 Nótese que lo que marca que una actividad se englobe en uno u otro tipo de trabajo no es tanto el contenido de la actividad misma sino las estructura de relaciones en que se inserta. Por ejemplo, si las actividades a las que acabo de hacer referencia se contratan en el mercado o son prestadas por los voluntarios de una ONG ya no las consideraré como trabajo doméstico-familiar. 103 En aras de la unificación conceptual, adoptaré la definición ofrecida por la Xarxa Renda Bàsica. Por RB entenderé “un ingrés pagat per l’Estat a cada membre de ple dret o resident, fins i tot si no vol treballar de forma remunerada, sense pendre en consideració si és ric o pobre, o dit d’una altra manera, independentment de quines puguin ser les altres fonts de renda, i sense importar amb qui convisqui” (Xarxa Renda Bàsica 2006, p.3). Aunque pienso que la definición es bastante clara, permítaseme efectuar algunas precisiones. El ingreso puede ser pagado también por algún otro órgano de nivel territorial diferente al estatal como las Comunidades Autónomas en España, la Unión Europea o, en el nivel más ideal de la propuesta, la Organización de Naciones Unidas. La insistencia en el hecho de que sea independiente de con quien se viva, de si se trabaja o no o de cuales sean las fuentes de ingresos de que se disponga, pretende poner de manifiesto que se trata de una prestación totalmente incondicional y que se otorga a los individuos 174 . En la formulación que aquí se sostiene, la cuantía de la prestación debe ser la máxima que se pueda garantizar de forma sostenible 175 . El término “básica” hace referencia a que se trata de un derecho del que los ciudadanos deben disfrutar por el mero hecho de existir como tales y al que pueden ser añadidos otros tipos de ingresos y prestaciones. No se refiere de ningún modo a que deba limitarse a un ingreso que garantice algún tipo de necesidades básicas ni nada por el estilo 176 . En este trabajo trataré la RB como un incentivo hacia el trabajo dado que cabe esperar que tenga efectos muy importantes por lo que respecta a la conducta de los ciudadanos hacia el mismo. Creo que la afirmación resulta obvia así que no me detendré más en esta cuestión. En consonancia con lo expuesto en la primera parte de este trabajo, entenderé la RB como una medida centrada en el cumplimiento. Aunque tendremos ocasión de abordar en profundidad esta cuestión en el próximo capítulo pero permítaseme anticipar que la RB concibe a los ciudadanos como cumplidores. Se presupone que la introducción de una renta incondicional no supondrá una huida masiva del mercado de trabajo y la constitución de una sociedad de ociosos o, aun peor, de corruptos. Al contrario, se confía en la motivación para cooperar de las personas y se sostiene que la introducción de dicha renta generará toda una serie de efectos positivos. La RB se concibe como un derecho básico que debe ayudar a construir un ideal de ciudadanía robusta. Por el contrario, algunas de las prestaciones de lo que podríamos denominar como el bienestar condicional 177 pueden ser entendidas como medidas centradas en la desviación. Conciben al receptor como un potencial villano, 174 El hecho de que la RB esté garantizada para todos los ciudadanos independientemente de si trabajan o no, no supone ninguna contradicción con que, en la primera parte de este trabajo, asumiese el concepto de reciprocidad fuerte de Bowles y Gintis. En materia de justicia distributiva entiendo la reciprocidad fuerte como equidad (fairness), como estar motivado para no pretender llevarse más parte del beneficio de lo que en justicia le corresponde a uno (Van Parijs 1999). En cualquier caso, y dado que el tema suele suscitar controversia, conviene precisar que la cuestión de si la RB es o no una medida justa no afecta al contenido de este trabajo que propiamente se centra en si esta puede o no contribuir a generar virtud cívica en determinados contextos. 175 De modo puramente orientativo, Arcarons, Boso, Noguera y Raventós (2005) han mostrado la viabilidad económica de una RB para Cataluña de 5414,4 euros anuales a distribuir en 12 pagas. 176 Noguera (2001, 2001b, 2005b, 2002b, 2002c, 2002d, 2003, 2004, 2005); Van Parijs (1996, 2001); Van Parijs y Vanderborght (2006); Xarxa Renda Bàsica (2006). 177 Con este concepto pretendo abarcar tanto las prestaciones contributivas típicas de los Estados de Bienestar (que presentan la condición de participar o haber participado en el mercado de trabajo para poder acceder a ellas) como las medidas asistenciales (también sometidas a la condicionalidad de no disponer de recursos y, generalmente, de estar dispuesto a participar en el mercado de trabajo). 104 motivado para defraudar y al que hay que presionar para que cumpla. Dedicaré los restantes capítulos de este segundo bloque a formular de manera más sistemática las ideas que acabo de esbozar. II- RENTA BÁSICA Y CIVILIDAD En mi opinión resulta razonable esperar que la implantación de una medida como la RB promueva determinados bienes sociales y virtudes cívicas de primera magnitud tales como la tolerancia, la cohesión social, la confianza generalizada entre los ciudadanos y de éstos hacia las instituciones, el apoyo hacia dichas instituciones, etc.; así como que favorezca una reducción del ocio basado exclusivamente en el consumo en aras de otro tipo de actividades como la participación ciudadana y el trabajo voluntario. Dividiré este capítulo en dos bloques, en el primero de ellos examinaré la relación que se podría establecer entre la RB y algunas, por así llamarlas, “actitudes” cívicas. Me refiero con este término a virtudes como la tolerancia, que no demandan (al menos en principio) un esfuerzo activo de los ciudadanos. En el segundo bloque me referiré a la disposición hacia la participación en asociaciones y movimientos sociales, que demanda de los ciudadanos la realización de una actividad con determinados costes asociados a la misma 178 . Probablemente, podría tratar de relacionarse la RB con más virtudes de las que se presentan aquí y, sin duda, podría hacerse de forma más sistemática, ofreciendo más mecanismos y mejor microfundados. En este capítulo intento simplemente presentar un catálogo de posibles efectos beneficiosos en términos de virtud cívica que una RB podría ayudar a producir. Se trata de esbozar posibles hipótesis cada una de las cuales requeriría de una exploración empírica sistemática. II.1- Renta Básica y actitudes cívicas En el segundo capítulo de la primera parte, dedicado a la justificación normativa de la virtud cívica, se argumentó que el normal funcionamiento de las instituciones de lo que se denominó como una sociedad bien ordenada, promovía por sí mismo el desarrollo de determinados bienes y virtudes como los mencionados. Se dijo que tal cosa no debería resultarnos sorprendente ya que simplemente se afirmaba que el contexto institucional ejerce una influencia causal sobre las creencias y deseos de las personas. En ese sentido, el hecho de vivir en una sociedad (máximamente) justa 179 y disfrutar el bien que ello representa, produce que ciudadanos razonables valoren dicha situación y alberguen preferencias favorables hacia las instituciones que lo hacen posible 180 . Así formulada, la idea resulta aún demasiado abstracta; trataré de desarrollarla paso por paso a fin de que pueda parecernos más plausible. Es el hecho de vivir en una sociedad justa lo que se sostiene que desarrolla la virtud en los ciudadanos. Obviamente, la RB no es un elemento constitutivo de la justicia ni puede tampoco realizarla por ella sola. La RB es una política de un paquete mucho más 178 La distinción se realiza meramente con finalidades de claridad argumentativa. Evidentemente, podemos imaginar multitud de situaciones en que mostrar una actitud tolerante pueda tener importantes costes asociados (el Irak de posguerra, por ejemplo) y otros en los que no participar activamente en la acción colectiva tenga unos costes mucho más elevados que el hacerlo (en el contexto de una huelga con episodios de violencia, por ejemplo). 179 Recuérdese que, siguiendo a Van Parijs (1996), se definió justicia como el maximín de la libertad real. 180 Rawls (1996, 2002) explica de este modo cómo es posible el paso de un mero modus vivendi a un consenso entrecruzado. 105 amplio de políticas, garantías jurídicas, etc. que pueden constituir instrumentos para la realización de la justicia. Pero el reconocimiento de la verdad trivial de que la RB, por sí sola, no puede garantizar la justicia de la sociedad, no le quita ni un ápice de verdad a la afirmación de que dicha medida promoverá dicha justicia. Además, pese a que la RB no es un elemento constitutivo de la justicia sino que se trata de una de las políticas sociales que puede contribuir a realizarla, no resulta baladí el tener en cuenta que cuando, una vez garantizados los derechos y libertades básicos, nos preguntamos por las políticas sociales que mejor pueden promover el maximín de la libertad real para hacer cualquier cosa que pudiéramos querer hacer, la RB ocupa un lugar privilegiado entre las mismas. En efecto, el objetivo de la promoción de la libertad real en una determinada sociedad determina en una muy importante medida que nos decidamos por esta medida a la hora de escoger entre el conjunto de políticas sociales disponibles 181 . Podría decirse que, si concebimos la justicia de la sociedad en términos de libertad real, estamos prácticamente obligados a apoyar la implantación de una RB tal y como aquí la he definido (Noguera 2005). Una vez aceptado que la RB contribuye de manera muy importante a la realización de la justicia de la sociedad, cabe esperar que, en un segundo paso del razonamiento, contribuya también a promover (algunos de) los bienes y virtudes que se derivan del normal funcionamiento de una sociedad justa. Pienso que, abandonando el razonamiento puramente abstracto, se pueden ofrecer diversos mecanismos que ofrecen plausibilidad a esta hipótesis. Renta Básica, racismo y xenofobia En primer lugar, pienso que resulta plausible suponer que la RB puede servir para reducir y/o prevenir el racismo y la xenofobia hacia la nueva inmigración extracomunitaria que desde hace algunos años viene recibiendo nuestro país 182 . Es un hecho bastante contrastado que cuando, en un contexto de escasez de recursos, se hace competir por los mismos a dos grupos sociales con fronteras bien delimitadas, se producen conflictos entre ambos. Esto es lo que sucede con los servicios y prestaciones sociales de tipo condicional que, en muchas ocasiones, no se conciben como derechos de ciudadanía a disposición de quien los necesite sino que sólo se ofrecen en función del presupuesto disponible 183 . La RB en cambio, al concebirse como un derecho de ciudadanía y al ser independiente de cualquier otro factor como el nivel de renta o de recursos o el origen de las personas, evita hacer competir a los ciudadanos por recursos escasos y desactiva esa potencial fuente de racismo y xenofobia. 181 Aunque, una vez más, también deberemos escoger otras muchas cosas como, por ejemplo, garantizar constitucionalmente el derecho a la sanidad o a la educación pública. 182 Agradezco este comentario a Àlex Boso, compañero del TSA (Grupo de Teoría Social Analítica). 183 Este es el caso, por ejemplo, de las rentas mínimas de inserción en Cataluña (RMI) durante los años del gobierno convergente (Adelantado y Noguera 2001.) 106 Renta Básica, estigmatización y cohesión social Los Estados de Bienestar europeos se construyeron sobre una serie de supuestos entre los que destacaba el pleno empleo masculino. Las familias accedían al bienestar (sanidad pública, pensiones de jubilación y viudedad, etc.) a través de las cotizaciones del cabeza de familia. El desempleo, cuando se daba, era de corta duración 184 . Con la crisis de los Estados de Bienestar se extiende el desempleo, la precariedad y la pobreza, y los programas de protección social (como el subsidio de desempleo) tienen que enfrentarse a situaciones para las que no estaban diseñados (Noguera 2001, 2002c, 2003). Es en ese contexto en el que, con distintas denominaciones, empiezan a aparecer en Europa los salarios sociales o rentas mínimas (Ayala 2000). Tal y como se acaba de mencionar, ese tipo de medidas no son concebidas como derechos de ciudadanía y, en consecuencia, podemos esperar que fracasen al promover gran parte de las virtudes y bienes sociales que le he atribuido a aquellos. Uno de los efectos contraproducentes más importantes de este tipo de medidas es la estigmatización de los perceptores 185 . 186 Para acceder a muchos de estos programas (como los salarios sociales o rentas mínimas) se tiene que superar un test de recursos (means test) que, en ocasiones, puede constituir un proceso humillante para los solicitantes (Raventós 2001, 2001c). Los perceptores de ese tipo de medidas son señalados como pobres (o como vagos, marginales e inadaptados) por la misma política 187 (Raventós 2001, 2001c). De modo general, se divide la sociedad entre aquellos que contribuyen y aquellos otros que necesitan de asistencia pública para subsistir (Mitschke 2002). Los participantes en este tipo de programas se vuelven conscientes de su situación real y pueden ver aún más reducida su motivación 188 (Adelantado y Noguera 2001). De modo general, cualquier beneficio restringido sólo a pobres suele ser estigmatizador (Van Parijs, Jacquet y Salinas 2002) y produce daños psicológicos y morales en los perceptores (Xarxa Renda Bàsica 2006). La misma definición individualizante de los programas genera culpa en los perceptores, los cuales se sienten responsables de una situación que, en realidad, normalmente tiene su origen en fenómenos socioeconómicos que escapan a su control (Adelantado y Noguera 2001). Nótese que estamos ante otro caso de culpa irracional tal y como se definió ésta con anterioridad (Elster 2002). Podría considerarse racional que los perceptores sintiesen vergüenza por su situación en tanto en cuanto sus conciudadanos les discriminasen (serían los conciudadanos quienes actuarían irracionalmente, no 184 Healy y Reynols (2002); Noguera (2001, 2002c, 2003). En ocasiones se distingue entre el estigma de la pobreza (asociado al hecho de ser pobre), el estigma del paro (asociado a encontrarse desempleado) y (en lo que, tal vez, podría considerarse como una generalización del anterior) el estigma asociado a vivir de los subsidios (de la caridad) públicos. 186 Adams, Brewer y Shephard (2006, 2006b); Adelantado y Noguera (2001); Casassas y Raventós (2002); Francisco (2001); Goodin (1992); Mitschke (2002); Noguera (2001, 2002c, 2003); Offe (1992); Raventós (2001, 2001c); Raventós y Casassas (2003); Schwartz (1968); Standing (1986, 1988, 1992); Van Oorschot (2003); Van Parijs (1992, 1996); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002); Wright (2000); Xarxa Renda Bàsica (2006). 187 Pese a que no afecta al contenido del presente trabajo, nótese que uno de los efectos negativos más destacables de dicho fenómeno es que muchos potenciales demandantes de la asistencia pública rehúsan solicitarla para evitar el estigma de la pobreza asociado a la misma. Eso es lo que sucede, por ejemplo, en el caso de las rentas mínimas en Cataluña (Adelantado y Noguera 2001). Este fenómeno no resulta sorprendente, los lectores de cierta edad recordarán la figura de los “pobres vergonzantes” que durante los años más negros de la dictadura se abstenían de ir a pedir limosna a las puertas de las iglesias para que sus vecinos no se percatasen de su situación y optaban por sufrir el hambre en silencio en el interior de sus hogares. 188 Por ejemplo, Standing (1986) argumenta que los trabajadores con empleos públicamente subsidiados en EEUU desarrollan frustración al tomar conciencia de encontrarse en un mercado para fracasados, generan dependencia respecto al programa y sufren la erosión de su capital humano. 185 107 ellos por avergonzarse), pero de ningún modo puede ser racional que sientan culpa si ellos no podían haber hecho nada para impedir llegar a esa situación. Es el (mal) diseño del programa el que les causa ese sentimiento de culpa. Noguera (2001) extiende el efecto estigmatizador y descohesionador de la sociedad a las prestaciones contributivas. La contribución no es sólo un mecanismo económico generador de rentas, es también un indicador social y moral que marca positivamente al integrado a través del empleo estable y negativamente a los demás como vagos y dependientes de la caridad estatal. Evidentemente, la RB eliminaría los problemas de estigmatización vinculados a este tipo de políticas 189 . La RB elimina la pobreza por definición y difumina las fronteras entre parados y ocupados con lo que se difumina también la base para los estigmas del paro, de la pobreza y de la dependencia de la ayuda pública (Wright 2000). Es además, resulta mucho menos intrusiva que los programas condicionados al control de medios con lo cual, en ningún caso se la puede considerar una medida humillante (Goodin 1992). El hecho de que la RB, en comparación con los programas contributivos y condicionales, no sea una medida estigmatizadora ni segregue a la ciudadanía en grupos diferenciados es de capital importancia para el tema que nos afecta. Al desaparecer la pobreza y los estigmas asociados al hecho de encontrarse en paro, ser pobre o vivir de la asistencia social (sea a través de un programa de rentas mínimas, de un empleo subvencionado o de cualquier otra medida por el estilo), muchas de las formas de exclusión social desaparecerían y aumentaría la cohesión de nuestras sociedades (Offe 1992). La RB es concebida, tal y como se ha venido sosteniendo, como un derecho de ciudadanía. Es una medida que trata de promover la mano intangible y trata con respeto a los ciudadanos. Es de esperar que una política así atraiga para sí el apoyo de los ciudadanos (de Wispelaere 2007; Pettit 1999, 2002, 2003) y que genere un efecto de transferencia (spillover effect) hacia la comunidad política en general (de Wispelaere 2007). Ciudadanos tratados con respeto se sentirán empoderados y aumentará su identificación con la comunidad y sus instituciones. Por el contrario, como se ha visto, políticas asistencialistas que no ofrecen derechos de ciudadanía sólidos, estigmatizan a los perceptores, fragmentan la comunidad, generan dependencia, etc. En esa situación, los ciudadanos se sienten frustrados y se ven a sí mismos como receptores pasivos de asistencia. Este hecho produce también un efecto de transferencia que se extiende a todos los ámbitos de la vida política (de Wispelaere 2007). 189 Casassas y Raventós (2002); Francisco (2001); Goodin (1992); Noguera (2001, 2002c, 2003); Offe (1992); Raventós (2001, 2001c); Raventós y Casassas (2003); Schwartz (1968); Standing (1986, 1988, 1992); Van Parijs (1992, 1996); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002); Wright (2000); Xarxa Renda Bàsica (2006). 108 II.2- Renta Básica y virtudes cívicas más exigentes que las actitudes cívicas a- Renta Básica y preocupaciones verdes En un mundo como el actual, resulta imposible hablar de valores de buena ciudadanía tales como la tolerancia o el civismo y no detenerse en aquellas disposiciones de carácter relacionadas con la sostenibilidad medioambiental de nuestras sociedades. El primer sentido en que la RB es una medida positiva para la sostenibilidad medioambiental es en el de que desvincula el bienestar del crecimiento económico sin fin. Actualmente en nuestras sociedades las personas acceden al bienestar a través del trabajo remunerado que, como es bien sabido, requiere de elevadas tasas de crecimiento económico para poder ser generado. La RB rompe esta relación y es, por tanto, una medida que puede contribuir al desarrollo sostenible de nuestras sociedades sin tener que pagar a cambio un aumento de la pobreza que resultaría a todas luces inaceptable (Van Parijs 1992, 2001, 1996, 2006). No desarrollaré este argumento aquí porque no afecta a la temática del presente trabajo. Pero la RB podría ser positiva desde un punto de vista medioambiental en un segundo sentido que sí que nos incumbe directamente. La RB podría incentivar una reducción de la jornada laboral para los trabajadores que fuese paralela a un debilitamiento de las preferencias consumistas y a la incentivación de otro tipo de actividades y trabajos no pagados (Fromm 1968; Van Parijs 1992, 1996, 2001, 2006). Veamos este argumento paso por paso. Desde la teoría neoclásica se sostiene que un aumento de la renta salarial puede desencadenar dos posibles mecanismos de signo opuesto: el efecto renta y el efecto sustitución. Se da un efecto renta cuando el aumento salarial lleva a los trabajadores a reducir su jornada laboral y aumentar el tiempo de ocio dado que en la nueva situación pueden mantener su salario trabajando menos horas. Por el contrario, se da un efecto sustitución cuando el aumento del salario por hora trabajada lleva a los empleados a aumentar su jornada laboral debido a que el coste de oportunidad de cara hora de ocio es más alto en la nueva situación 190 . La evidencia empírica parece mostrar que en los segmentos más elevados de renta, un aumento adicional de la misma genera un efecto de sustitución. La RB, sin embargo, no es una renta salarial y no tiene ninguna incidencia (al menos a corto plazo) sobre el coste de oportunidad de cada hora de ocio con lo cual cabe esperar que tenga un efecto neto de renta 191 (Raventós 2001). De este modo la RB se 190 Adam, Brewer y Shephard (2006, 2006b); Ayala (2000); Raventós (1999). Este modelo contempla dos simplificaciones que vale la pena comentar. Por una parte, se asume que la renta es el único incentivo que impulsa a los individuos hacia el trabajo remunerado, cosa que es falsa. No obstante, la renta, no siendo el único incentivo, sí que puede ser considerado como el más importante (o, al menos, como uno de los más importantes). Por otra parte, se asume también que los individuos pueden escoger a su antojo la duración de su jornada laboral. Esta asunción también es falsa, sin embargo, esto no quita que una RB pueda impulsar a los individuos a preferir una reducción de su jornada y a provocar un retraimiento de la oferta, cosa que, en el largo plazo, es plausible suponer que acabe teniendo repercusión sobre la demanda de trabajo (Casassas y Raventós 2002, 2003; Offe 1992; Raventós 2001). Además, hay que tener en cuenta que el efecto renta no sólo puede plasmarse a través de una reducción de la jornada laboral sino también de otras formas como un mayor espaciamiento entre empleo y empleo. 191 109 convertiría en un incentivo para que los empleados que actualmente trabajan a tiempo completo redujesen su jornada laboral y optasen por empleos a tiempo parcial 192 . 193 Sí lo anterior es cierto, los ciudadanos gozarán, como promedio, de más tiempo libre que podrán dedicar a otras actividades, ya sea al ocio y al consumo o a otros tipos de trabajo como el domésticofamiliar y el voluntario o a actividades cívicas como la participación en asociaciones o en movimientos sociales. La RB otorga libertad real a los ciudadanos para hacer cualquier cosa que pudiesen querer hacer. En ese sentido, es coherentemente liberal y no contiene sesgos favorables a determinadas concepciones de lo que es la vida buena 194 . De este modo, cabe la posibilidad de que las personas decidan dedicar su tiempo libre al ocio sin implicarse en ningún tipo de actividad cívica y, sin duda, habrá ciudadanos que, en pleno uso de su libertad, escogerán esa opción. No obstante, también resulta plausible suponer que un número no despreciable de personas dedicará parte de su tiempo a otro tipo de actividades de tipo cívico y no consumistas, reduciéndose de este modo el excesivo consumismo de nuestras sociedades, un objetivo tradicional de las demandas medioambientalistas 195 . 196 Existen diversos mecanismos que se puede esperar que operen a favor de un mayor reparto del trabajo doméstico-familiar y de una mayor implicación en actividades voluntarias y asociativas. Algunos de esos mecanismos son comunes a los tres tipos de actividades, otros, por el contrario, resultan más específicos. Los iré desgranando a lo largo de las secciones dedicadas a cada tipo de actividad. b- Renta Básica, participación ciudadana y deliberación La relación entre la RB y determinadas virtudes como la disposición hacia la participación ciudadana se me antoja mucho más complicada de sostener que en el caso de lo que he denominado como actitudes cívicas. Sin embargo, pienso que podemos encontrar mecanismos que, a falta de una indagación empírica en profundidad, como mínimo nos permitan apuntar una posible influencia positiva. 192 Al valorar este argumento, es preciso evitar caer en una falacia de la composición (Noguera 2002b). Es posible suponer que la RB produciría una reducción de la jornada laboral estándar y, a la vez, pensar que se podría llegar a producir un aumento del volumen total de trabajo remunerado en la sociedad debido a que aumente el número de personas que trabajen de manera remunerada en el mercado. Más adelante volveré sobre esta cuestión. 193 Arcarons, Boso y Noguera (2005); Beer (2002); Fitzpatrick (1999); Groot y Van der Veen (2002); Jordan (1992); Noguera (2002b, 2002c, 2003, 2004, 2005b, 2006c, 2007b); Offe (1992); Pinilla (2004, 2006); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Standing (1988, 1986, 1992, 2002); Vanderborght (2006); Van Parijs (1993, 1996, 2001, 2002, 2002b, 2004); Van Parijs y Vanderborght (2006); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002); Wright (2000); Xarxa Renda Bàsica (2006). 194 Noguera (2005); Van Parijs (1996, 2001, 2002); Van Parijs y Vanderborght (2006). 195 No estoy diciendo que con una RB desaparecería la sociedad de consumo. Tal cosa se me antoja imposible si no es a través de un régimen absolutamente totalitario que restrinja en una muy importante medida las libertades de los ciudadanos y que, además, nos llevaría al colapso económico. Tal objetivo tan sólo puede concebirse desde la óptica del izquierdismo más trasnochado y antiliberal. Tan sólo sostengo que las personas podrían tender a consumir menos y dedicar parte de su tiempo a realizar otro tipo de actividades (además del consumo contra el que, personalmente, no tengo ningún problema). Una reducción del consumo en nuestras sociedades sería positivo para el equilibrio medioambiental (y, como se ha argumentado, podría efectuarse sin condenar a la pobreza a los ciudadanos que se viesen afectados por la desaceleración del crecimiento económico que comportaría). 196 Van Parijs (1996, 2001, 2002); Van Parijs y Vanderborght (2006). 110 Es un hito común en la tradición filosófica republicana el sostener la tesis de la tangente ática (Domènech 1989, 2003, 2004). Según dicha tesis, sin independencia socioeconómica no resulta posible la virtud. Dicho así, con esa tesis aún pueden estarse diciendo cosas distintas y requeriría de posterior aclaración. Casassas y Raventós (2002) y Raventós y Casassas (2003) la presentan como una tesis causal. En su formulación sostienen que no se trata de que sea imposible la virtud sin independencia socioeconómica, se trata más bien de la existencia de una fuerte correlación entre tener garantizada la independencia socioeconómica y la plena ciudadanía en un sentido republicano. La gente sin recursos tenderá a tener menos tiempo, menos poder de negociación y menos capacidad intelectual para participar activamente en los asuntos públicos. Estos tres factores influirán negativamente sobre la participación. Estoy de acuerdo con la intuición de fondo que subyace al argumento pero pienso que cabría matizarla y, sobretodo, aclarar cual es el mecanismo subyacente. En primer lugar, aunque evidentemente esta es una cuestión empírica que necesitaríamos testar, no me parece evidente que exista tal correlación causal. La historia de la humanidad está repleta de ejemplos de movimientos populares de gentes que no tenían garantizada su independencia socioeconómica, siendo ese, precisamente, el motivo de su activismo. Al contrario, parece que el advenimiento de la sociedad de consumo ha venido de la mano de la despolitización de la ciudadanía 197 (Noguera 2005). Por otra parte, no parece que se dé un elevado índice de participación ciudadana entre los grupos más bienestantes de nuestras sociedades (o, como mínimo, no en el sentido que se está entendiendo en este trabajo la participación virtuosa, a saber, aquella que tiene por objeto promover la justicia de la sociedad). Sin embargo, sí que me parece plausible argumentar que las situaciones de extrema miseria (no sólo material) despolitizan a las personas y, entre otras cosas, pueden desembocar en realidades de dependencia y caciquismo. Supongo que en este sentido se puede interpretar la sugerencia de Fromm (1968) según la cual la psicología de la escasez produce envidia y egoísmo mientras que la psicología de la abundancia produce iniciativa y solidaridad. Así pues, pienso que sí que resulta intuitivamente plausible suponer que existe algún tipo de relación, en algún sentido, entre el grado de independencia socioeconómica del que se disfruta y la disposición a participar en los asuntos de la comunidad y a hacerlo de forma públicamente orientada. No obstante, pienso que los mecanismos a través de los que opera esa relación distan de estar claros, al menos para mí 198 . Dicho lo dicho, no quisiese dar la impresión de mantener una postura totalmente escéptica a este respecto. Tómese lo anterior más como una precaución, como una cura en salud argumentativa, que no como una tesis contraria a la de la tangente ática. Pienso que resulta posible apuntar algunos mecanismos a través de los cuales una RB, si lo hace, podría incentivar la participación en 197 Aunque tampoco me atrevería a sostener que tal fenómeno se debe a la existencia de una relación de causa y efecto en sentido contrario. 198 Se me ocurre sugerir que podríamos tratar de explorar sistemáticamente la relación a partir de un modelo de catástrofes como el propuesto por Tesser y Achee (Elster 2002). Los autores observan que en muchas circunstancias sociales, la función que relaciona las variables independientes a la dependiente tiene dos valores más que uno solo, por lo que la distribución de las conductas es bimodal antes que unimodal. Sin embargo, Tesser y Achee argumentan que la indeterminación desaparece una vez que vamos más allá de las variables e introducimos la dependencia de trayectorias o la histéresis. 111 asociaciones y en movimientos cívicos (con independencia de que quizá pueda incluso llegar a desencadenar mecanismos en sentido contrario 199 . En primer lugar, la RB maximiza la oportunidad real de los ciudadanos para poder hacer cualquier cosa que puedan querer hacer. Sin duda en nuestras sociedades existe un gran número de gente a la que le gustaría participar de forma activa en alguna asociación o movimiento cívico y que no lo hace porque no dispone de suficiente tiempo 200 201 . Como se ha argumentado en la subsección anterior, con una RB estas personas podrían reducir su jornada laboral y dedicar algo de tiempo a este tipo de actividades 202 . La RB ofrece libertad real para que quien quiera participar en alguna entidad o movimiento social pueda hacerlo. Esta idea casa bien con lo que se ha venido diciendo a lo largo del presente trabajo. La RB, en tanto que estrategia centrada en el cumplimiento, se limita, en un primer paso, a permitir que se desarrolle la virtud que albergan los ciudadanos y a no socavarla. Muchos ciudadanos en nuestras sociedades albergarán disposiciones favorables a la participación ciudadana y la RB les permitiría que las desarrollasen. No obstante, tal y como se ha venido argumentando, la RB permitiría también muchas otras cosas, entre ellas, dedicarse a una vida absolutamente pasiva o, como en el clásico ejemplo de Van Parijs, a pasarse la vida haciendo surf en Malibú y fumando marihuana. Esta es una posibilidad real y, sin duda, habrá ciudadanos que se decidan por esta opción 203 . Obviamente, si el porcentaje de ciudadanos que se decidiese por dedicar su vida a yacer pasivamente sin llevar a cabo ningún tipo de actividad socialmente beneficiosa fuese elevado, la RB llevaría a nuestra sociedad hacia el precipicio, pero esto no parece probable desde el punto de vista de la concepción del ser humano que se está manejando en este trabajo. En primer lugar, a partir de lo que se denominó como strong reciprocity (Bowles y Gintis 2001b), se caracterizó al ser humano como un animal fuertemente motivado para la cooperación. En segundo lugar, también se argumentó que el ser humano no puede lograr el bienestar físico a través del reposo absoluto sino que necesita realizar algún tipo de actividad que le suponga esfuerzo (Lindenberg 2001). La combinación de estos dos factores nos permite suponer que una amplia mayoría de ciudadanos se seguirá sintiendo motivado para realizar algún tipo de aportación activa en la medida de sus posibilidades. Esa aportación puede tomar diversas formas y una de ellas puede ser la participación en asociaciones o en movimientos sociales. A su vez también vimos que los seres humanos son animales necesitados de estima y autoestima. Tal y como sostiene 199 En este sentido de desincentivación de la participación, se podría sugerir, por ejemplo, que la RB podría tender a encerrarnos en nosotros mismos y aislarnos de los demás. 200 Si se me permite la anécdota personal, el presidente de la AAVV del barrio de Rocafonda (Mataró) me decía en el transcurso de una entrevista que los presidentes de las entidades vecinales tenían que ser jubilados ya que eran los únicos que disponían del suficiente tiempo libre para hacer frente a la dedicación que tal cargo requería. 201 O, en determinadas circunstancias, de suficiente poder de negociación (Raventós y Casassas 2003; Casassas y Raventós 2002). 202 Francisco (2001); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Van Parijs (1992, 1996); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002); Wright (2000). 203 Tal decisión no debe preocuparnos en un sentido normativo y debemos aceptarla sin ambages si, desde un punto de vista consecuentemente liberal, aceptamos que las personas son libres de perseguir activamente cualquier idea razonable de la vida buena que puedan llegar a formarse (Noguera 2005, Van Parijs 1996, Van Parijs y Vanderborght 2006). 112 Elster (1993), la participación política puede ser una de las principales fuentes de autoestima y de autorrealización para los seres humanos 204 . Pienso que aún es posible dar un paso más allá en la argumentación y sugerir posibles mecanismos a través de los cuales la RB sí que podría incentivar el surgimiento de preferencias favorables a la participación ciudadana y no limitarse a aprovechar las ya existentes. Fromm argumenta que el hecho de verse forzado a trabajar para asegurarse la subsistencia “obligó al hombre no sólo a actuar de acuerdo con lo que se le exigía, sino también a pensar y sentir de manera que no experimentase la tentación de proceder de distinto modo” (Fromm, 1968, p. 265). En este sentido, la RB, el fin de la obligación de trabajar para asegurar la subsistencia propiciará el advenimiento del hombre nuevo. Por decirlo en un lenguaje más analítico, Fromm parece sugerir un mecanismo de preferencias adaptativas o de uvas amargas 205 . Efectivamente, cuando observamos las sociedades occidentales modernas constatamos que los índices de participación ciudadana son bajos o, al menos, no son lo elevados que podría resultar deseable. Existen dos posibles causas para esta situación. Puede que los ciudadanos, en una forma autónoma, simplemente no desarrollen ese tipo de preferencias. Como bien notó Rawls (1990, 1996, 2002) la participación política no ocupa un lugar destacado entre los ideales de realización personal de los ciudadanos razonables de las sociedades modernas. Pero esa baja predisposición a la participación también puede deberse, en determinados casos, a un mecanismo de preferencias adaptativas. Puede en que una situación en la que se diesen oportunidades reales de participar activamente en los asuntos públicos, un determinado número de ciudadanos se encontrase motivado para aprovecharlas. Sin embargo, el hecho de que esas oportunidades no se encuentren disponibles, o lo estén en poca medida, puede producir que esos mismos ciudadanos acaben adaptando sus preferencias al conjunto de oportunidad disponible a fin de evitar la disonancia cognitiva que les produciría albergar un ideal de la vida buena que no pueden realizar 206 . La RB ofrecería oportunidades reales para que los ciudadanos que así lo deseasen pudiesen dedicar algo de su tiempo a la participación activa y no fuesen víctimas de mecanismos irracionales de preferencias adaptativas. Como en el caso anterior, pienso que sería de esperar que la liberación de estas preferencias tuviese un impacto no despreciable sobre la participación ciudadana 207 . 204 A su vez, también puede ser una fuente de estima, enseguida desarrollaré una sugerencia adicional a partir de esta última idea. 205 Elster (1988, 1993, 1995, 1997, 1998, 2001, 2002). 206 Tal y como he comentado anteriormente en este mismo trabajo, estoy de acuerdo con Elster en que este es un mecanismo motivacional, “caliente”, no cognitivo como lo plantea Kuran (1995). 207 No obstante, si se me permite volver a echar algo más de agua al vino e introducir un nuevo contraargumento escéptico, pienso que también es cierto que la RB, siendo un mecanismo que puede contribuir a fomentar la participación ciudadana, constituye una estrategia muy subóptima para dicho fin. Como se ha venido sosteniendo reiteradamente, pese a que la RB abre la puerta a que los ciudadanos puedan participar activamente a través de los mecanismos expuestos, también es cierto, tal y como sugieren Francisco (2001), Domènech (2001) o Noguera (2005), que dicha medida, en sí misma, es compatible con muchos tipos distintos de democracia (e incluso con alguna forma de dictadura), así como con una ciudadanía absolutamente pasiva y despolitizada. En ese sentido, pienso que si de incentivar la participación ciudadana se trata, existen mecanismos mucho más eficientes de tipo estrictamente político tal y como puede ser el promover procesos de participación ciudadana a nivel local cuyos resultados sean realmente vinculantes y que tengan por objeto reforzar el tejido asociativo (Botella 1999; Brugué, Donaldson y Martí 2003; Font 2001, 2003; Sánchez 2000). Tal vez el principal mérito de la RB a este respecto 113 Algunos de los autores republicanos que defienden la RB, como, por ejemplo, Casassas y Raventós (2002), Raventós y Casassas (2003) o Larrinaga (2004) la vinculan positivamente a la deliberación entre ciudadanos 208 . Según estos autores, una RB (además de otorgar más tiempo y más poder de negociación a los ciudadanos) podría permitirles una mayor autonomía de juicio, de modo que pudiesen desarrollar su capacidad de razonar independientemente de otras cuestiones de oportunidad derivadas de la dependencia económica respecto de otros participantes en el proceso económico. En la misma línea, Larrinaga afirma que con una RB “podrían liberarse de las estructuras cognitivas inducidas por los procesos de jerarquización y corporatización de la sociedad. Al vernos libres de la necesidad de asentir en la empresa para conservar el puesto de trabajo y en la plaza para conservar el status, se crearían condiciones para que ejerzamos la reflexión con mayores grados de libertad, ya que, entre otras cosas, el miedo al error en las propias creencias sobre los propios intereses se verá reducido por la posibilidad constante de juzgarlas y asumir su evolución. Esto por un lado nos posibilitará para entablar diálogo sincero con otros asumiendo la transformación de nuestras propias preferencias y por otro nos permitirá desarrollar anticuerpos frente a la dominación ideológica” (Larrinaga, 2004, p. 16) 209 . En consonancia con lo que se sostuvo en la primera parte de este trabajo, pienso que aún estamos en condiciones de llevar el razonamiento un paso más allá. Podríamos esperar que si, merced a los mecanismos sugeridos, la RB contribuye a una extensión de las preferencias favorables hacia la participación ciudadana, la valoración social de ésta mejorará. Precisamente en la subsección anterior dedicada a la relación entre la RB y las preocupaciones conservacionistas ya se dejó apuntado, aunque no se argumentó suficientemente, que la RB podría mejorar la valoración social de actividades como el trabajo doméstico-familiar, el voluntario o la participación ciudadana. Tanto el aumento de personas dispuestas a dedicar parte de su tiempo a las mismas, como el hecho de que la RB podría ser entendida como un reconocimiento simbólico y material de estas actividades y, por tanto, ejercer una función expresiva, serían elementos favorables a esta tendencia 210 . Aunque no voy sea, como se ha sugerido más arriba, el asegurar un mínimo de subsistencia que otorgue mayor posibilidad de éxito a posteriores medidas más directamente dirigidas a incentivar la participación. Sin embargo, pese a todo, por muy subóptima que pudiésemos llegar a convenir que resulta la RB, si los mecanismos que se están presentando aquí realmente funcionan, seguiría siendo cierto que la RB puede tener efectos positivos sobre las disposiciones favorables a la participación ciudadana. 208 La deliberación, según yo entiendo el concepto, va más allá de la participación ciudadana. Por lo que se refiere a las instituciones del Estado, debe ser aplicada también a las esferas de la democracia representativa y a la judicatura. En el ámbito de la ciudadanía, la deliberación, en el límite, debe erigirse en una disposición que guíe la vida entera de los ciudadanos. Estos extremos se escapan, no obstante, a la presente discusión que se centra exclusivamente en la participación ciudadana. Sobre la cuestión de la participación ciudadana deliberativa véase, por ejemplo, Nino (1997) o Cohen (1995). 209 Nuevamente, es posible que la RB tenga estos efectos sobre un número no despreciable de ciudadanos, no obstante, desde mi punto de vista, no podemos descartar a priori la hipótesis contraria. Como en el caso anterior, si de lo que se trata es de promover una actitud más deliberativa entre los ciudadanos, podríamos sin duda encontrar mecanismos mucho más eficientes, como, por ejemplo, los propuestos por Nino (1997). En una sociedad con RB los ciudadanos no necesitan deliberar sus preferencias con nadie y no sería descabellado suponer que la RB pudiese tener incluso el efecto (en principio) negativo de desincentivar la deliberación (Noguera 2005). 210 Sobre la concepción de la RB como reconocimiento de aquellas actividades socialmente útiles que se realizan sin remuneración económica, véase, por ejemplo: Arcarons, Boso, Noguera y Raventós (2005); Casassas y Raventós (2002); Offe (1992); Pinilla (2004, 2006); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Robeyns (2000); 114 a abordar este tema en detalle, permítaseme apuntar algunos mecanismos que pueden dar consistencia a la hipótesis. Por un lado, que haya un mayor número de personas que dedican parte de su tiempo a la participación ciudadana podría mejorar la valoración social de la misma a través de varios de los mecanismos que se expusieron en la primera parte de este trabajo. Podría, por ejemplo, percibirse la existencia de un consenso social en torno a la bondad de esas actividades. Si se percibiese la existencia de ese consenso, entonces podrían actuar mecanismos como, otra vez por ejemplo, la mencionada heurística de la prueba social (Kuran 1995) o producirse un efecto feedback (McAdams 1997) a partir del cual cada vez más gente se involucrase en movimientos sociales. Por otra parte, recuérdese que en el quinto capítulo del primer bloque también se argumentó que la ley podía tener una función expresiva, podía informar a los ciudadanos de la existencia de un consenso social acerca de la bondad o maldad de una determinada conducta 211 . Si se percibe que la RB otorga reconocimiento social a la participación en asociaciones, los ciudadanos percibirán también la existencia de un consenso social acerca de la bondad de las mismas y, nuevamente, pasarán a valorar positivamente dedicar parte de su tiempo a ellas. Si la RB, además de incentivar, a través de los mecanismos sugeridos, que un mayor número de personas participe activamente en asociaciones y movimientos sociales, mejora la valoración social de este tipo de actividades, este hecho haría aumentar aún más y más deprisa la cantidad de ciudadanos políticamente activos. En consonancia con lo que se dijo en este mismo trabajo respecto del surgimiento de normas sociales a partir de patrones de aprobación y desaprobación social basados en la estima, si una masa crítica de ciudadanos llegase a implicarse en movimientos sociales y entidades asociativas, la no participación podría empezar a ser vista como una actitud de gorroneo (free riding) y, por tanto, desestimable. Si esto fuese así, tal y como vimos, podríamos esperar la emergencia de normas sociales favorables a la participación ciudadana. Este último argumento, como todos los sugeridos a lo largo de este capítulo, es puramente especulativo y requeriría de posterior contrastación empírica. Sin embargo, debo reconocer que alcanzar una masa crítica de ciudadanos políticamente activos, suficiente como para hacer emerger normas sociales favorables a la participación ciudadana (ya sea merced a la RB o a cualquier otro dispositivo institucional y aun en la mejor de las coyunturas imaginables) se me antoja una posibilidad harto irrealista. Standing (1992); Vanderborght (2006); Van Parijs (1992, 1996); Van Parijs, P. y Vanderborght (2006); Xarxa Renda Bàsica (2006). 211 La ley también podía ejercer una función expresiva de otras dos formas que ahora no nos afectan aquí. 115 III- RENTA BÁSICA Y TRABAJO VOLUNTARIO Pese a que la literatura los trata, en ocasiones, de manera indistinta, creo que vale la pena diferenciar entre la participación ciudadana (se articule esta en clave de protesta y/o de propuesta) y el trabajo voluntario y por ese motivo los abordo yo aquí separadamente 212 . Pienso que el trabajo voluntario representa un activo para las sociedades desarrolladas. Los voluntarios llevan a cabo trabajos de una importante utilidad social que en muchas ocasiones no pueden ser pagados y que, en muchas otras, tal y como sugieren Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002), convendremos que no deben serlo si estamos de acuerdo en que hay determinadas relaciones sociales que es positivo que mantengamos fuera del entramado de las relaciones mercantiles. No obstante, que el trabajo voluntario pueda ser positivo no constituye una tesis ontológica, no está inscrito en su naturaleza. Sería ingenuo no tener presente que en determinadas ocasiones resulta una actividad inútil, que no aporta ningún valor añadido, y en otras, los peores, puede enmascarar una degradación de los servicios públicos y una precarización de la situación de los trabajadores que lo llevan a cabo (Van Parijs, Jacquet y Salinas 2002). Podríamos encontrar numerosos ejemplos de actividades inútiles promovidas por determinados colectivos, más o menos pintorescos. Los ejemplos de trabajo voluntario, por así decirlo, “negativo”, son mucho menos pintorescos. Podemos pensar, por ejemplo, en los numerosos jóvenes estudiantes o recién licenciados que se ven obligados a realizar actividades catalogadas de voluntarias pero que deberían ser consideradas como empleos, en todo tipo de instituciones públicas o que viven de subvenciones, a fin de crearse un currículum y una red de contactos sin los que nunca podrán acceder a un empleo formal en ese campo de actividad. La otra cara de esta moneda suele mostrarnos lo que deberían ser prestaciones de bienestar entendidas como derechos de ciudadanía y que el Estado y las demás administraciones, en un ejercicio de elusión de su responsabilidad, dejan en manos de las ONG’s 213 . Cuando la RB sirva para promover este tipo de actividades no estará aportando un bien social en este sentido (aunque sí muchos otros, claro está). Sin embargo, pese a que esta es –una vez más- una cuestión empírica que puede variar entre distintas realidades sociales, no creo que debamos alarmarnos ante la posibilidad de que una RB pudiese incentivar de manera importante este “voluntariado negativo” en sociedades como la nuestra. Más bien al contrario, por ejemplo, dado que, como veremos, la RB aumenta el poder de negociación de los trabajadores, en especial de los más precarios, pienso que podemos esperar razonablemente que los jóvenes que se encuentran actualmente llevando a cabo actividades de voluntariado que deberían ser consideradas como empleos, estarán en mejores condiciones para reclamar sus derechos con una RB 214 . Que la implementación de una RB sería positiva para el trabajo voluntario, constituye una tesis muy recurrente en la literatura especializada 215 . La RB afectaría a la centralidad del empleo y a la ética del 212 No obstante, reconozco que la frontera es en ocasiones realmente difusa. Sobre la institucionalización del trabajo voluntario en España, véase, por ejemplo, Madrid (2001). 214 Eludo aquí la cuestión de cómo justificar normativamente que modalidades de trabajo voluntario pueden ser consideradas positivas o negativas. En cualquier caso, la hipótesis aquí es que la RB puede favorecer determinadas modalidades de trabajo voluntario que serán beneficiosas para el bienestar colectivo. 215 Euzéby (2002); Jordan (1992); Noguera (2002b, 2003, 2004, 2005b); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Van Parijs (1996; 2001); Vanderborght (2006); Van Parijs y Vanderborght (2006); Wright (2000); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002); Xarxa Renda Bàsica (2006). 213 116 trabajo (Vanderborght 2006) mientras que, como se ha dicho, mejoraría el reconocimiento social de otro tipo de trabajos y de actividades generadoras de utilidad social. De este modo se promovería una distribución más racional entre trabajo pagado y no pagado (Jordan 1992) y se facilitaría una cierta desprofesionalización del trabajo asalariado (Standing 1986; Van Parijs 1992). A favor de la tesis según la cual la RB sería positiva para el voluntariado, se podrían ofrecer todos los mecanismos expuestos en la discusión acerca de la participación ciudadana, en síntesis: 1- la RB abriría la puerta a que quien quisiera dedicar algo de tiempo a ese tipo de actividades pudiese hacerlo, 2- eso “liberaría” las preferencias autónomas de ciudadanos que tal vez ahora mismo no se muestran predispuestos a dedicarse a ese tipo de trabajos debido a que adaptan sus preferencias al conjunto de oportunidades abiertas, 3- la RB mejoraría la consideración social del trabajo voluntario lo que, a su vez, podría aumentar aún más el número de personas dispuestas a dedicar parte de su tiempo al mismo y 4- si todos estos mecanismos permiten alcanzar una determinada masa crítica, podemos esperar que surjan normas sociales a favor del voluntariado. Tal vez debamos ser más optimistas respecto del efecto beneficioso que una RB pudiese tener sobre este tipo de trabajo de lo que podríamos serlo acerca de su incidencia sobre la participación ciudadana. Esto no pasa de ser una intuición que, una vez más, necesitaría ser contrastada empíricamente pero, pienso que el trabajo voluntario se encuentra mucho más valorado en nuestras sociedades de lo que (por desgracia) lo está la participación ciudadana y creo que cabría esperar que hubiese mucha más gente que si tuviese la oportunidad real de hacerlo se enrolaría en algún tipo de trabajo altruista de la que lo haría en algún tipo de campaña reivindicativa. 117 IV- RENTA BÁSICA, TRABAJO DOMÉSTICO-FAMILIAR Y PREOCUPACIONES FEMINISTAS Pese a que, como señala Raventós (1999) la RB no puede (ni pretende) ser, “la” solución a las desigualdades de género en nuestras sociedades, sí que es de esperar que tenga importantes consecuencias sobre la misma. La literatura especializada presenta opiniones dispares sobre el efecto que una RB tendría sobre el trabajo doméstico-familiar en particular y sobre la situación de las mujeres en las sociedades occidentales en general. Hay autores (los más) que consideran que podría tener un impacto positivo y los hay (los menos) que piensan que sería negativo. Hasta aquí, todo resultaba predecible, pero tal vez lo más curioso sea que tampoco existe un gran acuerdo entre los autores que defienden que el impacto sería positivo cuando de lo que se trata es de determinar en qué consistiría el exactamente dicho impacto y qué es exactamente lo que deberíamos considerar positivo. En consonancia con lo argumentado respecto al trabajo voluntario y a la participación en asociaciones y movimientos sociales, un primer efecto resultante de la implementación de una RB podría consistir en un mayor reparto del trabajo doméstico-familiar, dado que los hombres tendrían la posibilidad de escoger empleos a tiempo parcial y dedicar alguna parte del tiempo libre conseguido a la realización de ese tipo de trabajo 216 . En esta ocasión no creo que se pueda esperar que los mecanismos a los que hice referencia en los casos del trabajo voluntario y de la participación actúen de la misma manera que en aquellos casos y tampoco creo que sea razonable esperar que lo hagan todos. Al mismo tiempo, pienso que debería prestarse atención a mecanismos particulares para este caso. En primer lugar, no creo que pueda suponerse, en el mismo sentido en que se hacía antes, que exista un importante número de hombres que trabajan a tiempo completo y que si tuviesen oportunidad real de hacerlo se dedicarían al trabajo doméstico-familiar. La única (importante) excepción que se me ocurre es el cuidado de los hijos 217 . Me parece muy plausible suponer que una importante mayoría de los padres desearían tener algo más de tiempo libre para dedicarlo a sus hijos 218 . No obstante, no creo que el razonamiento sirva para el grueso de las actividades que podemos englobar en lo que he denominado trabajo doméstico-familiar. No puedo imaginar que nadie anhele disponer de más tiempo libre para poder fregar el lavabo o poner la lavadora. Puedo imaginar que muchos hombres desearían hacer ese tipo de actividades pero que ese “desear” tendría un sentido diferente al que yo pretendía darle en el caso de la participación y el voluntariado. Puede que lo deseen porque consideran que es su deber o que no es justo que tenga que ser su compañera quien cargue en exclusiva con esas tareas pero no pienso que puedan mejorar su autoestima, ni mucho menos autorealizarse, a través de la realización de actividades como las descritas ya que no cumplen con las características que debe tener una actividad para poder ser autorealizadora (Elster 1993). En este sentido, recuérdese que, siguiendo a Searle (2000) y a Ross (1994) distinguí entre deseos y razones como posibles motivadores para la acción. Yo podría desear continuar durmiendo en lugar de levantarme a poner la 216 Jordan (1992); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Standing (1986); Schroeder (2001); Xarxa Renda Bàsica (2006). 217 Tal vez podríamos añadir a ésta, algunas otras actividades como la cocina o el cuidado de los animales y plantas domésticos, pero no demasiadas más. 218 Y quizá tampoco a esta, sin ir más lejos, en España el porcentaje de padres que solicita actualmente el permiso de paternidad se sitúa por debajo del 5%. 118 lavadora, no obstante, puede que termine poniéndola porque tengo una razón normativa que me impulsa a ello, pienso que es mi deber. Por otra parte, me cuesta imaginar que exista un importante número de hombres que, si tuviese oportunidad real para ello se dedicaría al trabajo doméstico-familiar y que, al no poder hacerlo, adapta sus preferencias al conjunto de oportunidad disponible. Es decir, considero que difícilmente podríamos esperar que el mecanismo de preferencias adaptativas juegue un papel aquí. Sí que me parece plausible suponer que la RB sirviese para aumentar la valoración social del trabajo doméstico-familiar exactamente de la misma forma que podría hacerlo con el voluntario con lo que tal vez no resulte del todo descartable que en el largo plazo algunos hombres puedan preferir el trabajo doméstico-familiar al remunerado. Si los factores mencionados llevan, como pienso que podría suceder, a un mayor reparto de las tareas domésticas, entonces podemos razonablemente esperar que los hombres que dejen esa carga de trabajo bajo la responsabilidad exclusiva de sus parejas sufrirán la desestima creciente de los demás y, de este modo, los patrones de aprobación y desaprobación basados en la estima pueden actuar a favor de la emergencia de normas sociales en la correcta dirección. No creo que sea demasiado descabellado suponer que esto puede ocurrir. Tal vez la implementación de una RB en la España de los años 40 del pasado siglo hubiese representado un elemento más que empujase hacia la reclusión de las mujeres en la esfera privada, pero en el contexto de las sociedades occidentales de nuestros días que, como señalan Raventós (1999) o la Xarxa Renda Bàsica (2006), se caracteriza por la erosión de la figura del cabeza de familia tradicional (y por el creciente consenso en torno a la igualdad de derechos de la mujer, por cierto), la RB podría ser un elemento más que empujase en la dirección contraria. Hasta el momento me he fijado exclusivamente en la influencia que una RB podría tener sobre la actitud de los hombres hacia el trabajo doméstico-familiar. No obstante, el análisis sería incompleto si nos detuviésemos en este punto. No creo que el sentido del deber o de la equidad sea el principal factor que impulse a los hombres a asumir una mayor responsabilidad en el trabajo doméstico-familiar si la RB no incide sobre las mujeres en una forma complementaria. En este sentido, la RB aumenta el poder de negociación de las mujeres dentro del hogar (Casassas y Raventós 2002; Raventós 1999; Xarxa Renda Bàsica 2006;) y las coloca en una situación más favorable para exigir un reparto más equitativo de las tareas domésticas. Tal y como sostiene De Francisco (2001), la RB facilita las opciones de salida y voz para las mujeres debido a que, como destaca Noguera (2002c) es una medida individualista y, en un determinado sentido, antifamiliarista (a diferencia de las prestaciones contributivas y condicionales) que concede autonomía a los individuos no sólo ante el mercado sino también ante las situaciones de dominación en el ámbito doméstico-familiar. Por otra parte y en la línea del comentario anterior de Raventós (1999), personalmente pienso que la RB se implementaría sobre un terreno que ha ido siendo abonado a lo largo del siglo XX y en el que el reparto del trabajo doméstico-familiar es cada vez más una cuestión a deliberar en el seno de cada familia. En este sentido, pienso que no resulta ingenuo pensar que muchos hombres estarán (y de hecho están) dispuestos a compartir ambos tipos de cargas con sus compañeras porque piensan que hay buenas razones para ello y que si no lo hacen en muchas ocasiones se debe únicamente a la existencia de 119 unos dispositivos institucionales que lo dificultan (por ejemplo segregando a hombres y mujeres entre empleo a tiempo completo y parcial, pagando más a los hombres por la realización del mismo trabajo o diseñando unas jornadas laborales que hacen inviable la conciliación de la vida doméstica y laboral). En la medida en que, como veremos más adelante, una RB puede ayudar a paliar algunos de esos problemas, pienso que resulta razonable pensar que pueda incidir positivamente en el reparto de las tareas domésticas. En la misma línea, la RB no sólo podría favorecer que los hombres redujesen su jornada laboral y dedicasen más tiempo al trabajo doméstico-familiar sino que también podría incentivar una mayor incorporación de las mujeres al mercado de trabajo y una mejora de las condiciones en las que lo hacen. Tal y como expondré más adelante en este mismo capítulo, la RB podría constituir un mecanismo para el reparto del empleo. Si los hombres actualmente empleados reducen su jornada laboral quedarán empleos vacantes para que puedan aprovecharlos las personas que actualmente se encuentran involuntariamente desempleadas 219 . A este hecho hay que sumarle en el caso de las mujeres que si esos hombres “cabeza de familia” asumen una mayor porción del trabajo domésticofamiliar, ellas se verán liberadas para acceder al mercado de trabajo 220 . Finalmente, del mismo modo que el conjunto de los trabajadores, las mujeres que se incorporen al mercado de trabajo (o permanezcan en él) disfrutando de una RB tendrán un mayor poder de negociación para exigir mejores condiciones laborales 221 . No obstante, este es sólo un primer conjunto de efectos que cabría esperar que produjese una RB. Entre los defensores de la medida, empero, existen autores que consideran que la RB, siendo en conjunto favorable para las mujeres, tendría unos efectos prácticamente opuestos a los que se acaban de mencionar. Van Parijs y Vanderborght (2006) argumentan que, dado que la participación de las mujeres en el mercado de trabajo es menor que la de los hombres, cualquier RB que se obtenga de las rentas salariales las beneficiaría en conjunto. Pero una de las cuestiones centrales aquí, a mi juicio, radica en ver cómo influiría esa mejora de las rentas en el reparto de las cargas de trabajo entre los géneros. Van Parijs (2001) sostiene que sin duda algunas mujeres actualmente empleadas reducirían su jornada laboral. No obstante, nótese que esto no tiene por qué significar necesariamente un problema (al menos a priori). Si optasen por esa opción aligerarían las cargas asociadas a la doble presencia mejorando también su situación. Y podrían hacer eso, como vimos, sin ver amenazada su independencia socioeconómica respecto de sus compañeros ya que la RB constituye la base que la asegura. Wright (2000) no cree que vaya a producirse ningún cambio en los patrones de género 219 Arcarons, Boso, Noguera y Raventós (2005); Beer (2002); Casassas y Raventós (2002); Noguera (2002b, 2002c, 2003, 2004, 2005b); Pinilla (2004, 2006); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Raventós y Casassas (2003); Standing (1986, 1988, 1992, 2002); Van Parijs (1996, 2001); Van Parijs y Vanderborght (2006); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002); Xarxa Renda Bàsica (2006). 220 Arcarons, Boso, Noguera y Raventós (2005); Jordan (1992); Noguera (2002b, 2002c, 2003, 2004, 2005b); Pinilla (2004, 2006); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Standing (1986, 1988, 1992, 2002); Van Parijs (1996, 2001); Van Parijs y Vanderborght (2006); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002); Xarxa Renda Bàsica (2006). 221 Arcarons, Boso, Noguera y Raventós (2005); Casassas y Loewe (2001); Casassas y Raventós (2002); Francisco (2001); Noguera (2002b, 2002c, 2003, 2004, 2005b); Pinilla (2004, 2006); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Raventós y Casassas (2003); Standing (1986, 1988, 1992, 2002); Van Parijs (1996, 2001); Van Parijs y Vanderborght (2006); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002); Xarxa Renda Bàsica (2006). 120 merced a una RB, pero que esta constituiría una forma de recompensa material por la realización del mismo. En la misma línea se muestra Robertson (Schroeder 2001) que, sin embargo, añade que la RB podría ser utilizada para subcontratar ese tipo de tareas en el mercado (a través de guarderías, empleadas domésticas, etc.) con lo que la RB acabaría produciendo un cambio en las cargas de trabajo de las mujeres aunque éste no se diese de la forma prevista por los autores más optimistas respecto a la redistribución de cargas. Otros autores, en cambio, argumentan que, precisamente porque puede producir un retraimiento de la oferta de trabajo femenina, la RB tendría unos efectos negativos netos sobre las mujeres. Gorz 222 (Jordan 1992) argumenta que la RB tan sólo produciría un reajuste de los incentivos laborales. Las mujeres casadas se retirarían de sus empleos de media jornada que serían ocupados por trabajadores precarios, cosa que retardaría la igualdad entre hombres y mujeres. Para estos autores, la igualdad está intrínsecamente relacionada con la independencia financiera lograda a través del mercado de trabajo (Robeyns 2000). El trabajo más sistemático que conozco acerca de la relación entre RB y desigualdad de género es el de Robeyns (2000). La autora distingue los posibles efectos que cabría esperar a corto y largo plazo para diferentes tipologías de mujeres. El principal beneficio que aporta la RB en este sentido sería el de otorgar valor a ese tipo de actividades y, paralelamente, eliminar las trampas de la pobreza 223 . Precisamente, el gran desafío en la reforma de los Estados de Bienestar desde una perspectiva de género consiste en encontrar formas de revalorizar el trabajo doméstico-familiar sin reforzar el rol de las mujeres en el desarrollo del mismo. Más específicamente, las mujeres con poca capacidad de generar rentas (total o parcialmente excluidas del mercado de trabajo) parecen ser el colectivo que resultaría más beneficiado de la introducción de una RB según Robeyns. Dependen financieramente de sus compañeros (o de la asistencia pública) y no tienen las capacidades necesarias para mejorar su situación a este respecto. La RB mejoraría su renta disponible de manera inmediata y aumentaría su independencia. En el otro extremo, aquellas mujeres bien insertadas en el mercado laboral y con una elevada independencia no parece que vayan a ganar nada de la implementación de una RB. Sus problemas de género están más bien vinculados al hecho de sufrir determinadas discriminaciones en el mercado de trabajo relacionadas con los roles de género. Su interés pasa, por tanto, en acelerar el proceso de erosión de esos roles. Robeyns es de la opinión 224 de que la RB no sólo no hace nada para debilitar esos roles sino que contribuye a reforzarlos al incentivar el retraimiento de la oferta laboral femenina y la incorporación de la mujer al mercado de trabajo e incentivar su dedicación exclusiva a las tareas domésticas que se encontrarían ahora remuneradas y más reconocidas. 222 No obstante, en textos posteriores Gorz se desdijo de sus críticas a la RB. Grosso modo, se produce este tipo de trampa cuando existe algún tipo de desincentivo para abandonar la condición de pobreza. Por ejemplo, una persona que se encuentra cobrando el subsidio de desempleo tiene fuertes incentivos para (si puede hacerlo) rechazar los empleos que se le ofrezcan ya que si acepta alguno de ellos perderá la prestación. Más adelante detallaré las múltiples formas y dimensiones de este tipo de trampas, por el momento nótese que la RB, gracias a su incondicionalidad, elimina este tipo de incentivos perniciosos del diseño institucional e incentiva la activación de la fuerza de trabajo. 224 Compartida, como hemos visto, por otros autores como Wright (2000). 223 121 Entre esos dos extremos Robeyns sitúa otros tipos de mujeres sobre los que la RB podría tener unas consecuencias más ambiguas. Finalmente la autora acaba convergiendo, creo que de forma acertada, con la tesis de Raventós (1999) con la que he empezado este capítulo, según la cual la RB no puede ser considerada “la” solución de las problemáticas relacionadas con la desigualdad de género pero si que puede tener un efecto positivo en el marco de un paquete de medidas más amplio. V- RENTA BÁSICA Y TRABAJO REMUNERADO V.1- Renta Básica y disposición a realizar trabajo remunerado Una de las críticas más frecuentes que, de forma demasiado apresurada, suele hacerse a la RB es la que la conecta con la vagancia y el parasitismo 225 . Digo que la “conecta” porque la tesis se puede formular de dos formas distintas. En primer lugar, se podría tratar de argumentar que la RB “abre la puerta” a la vagancia. Esta es una crítica de carácter esencialmente normativo y no podríamos refutarla limitándonos a demostrar que muy poca gente optaría en la práctica por pasar su vida sin realizar ningún tipo de actividad que en modo alguno pudiésemos catalogar como de utilidad social 226 (Noguera 2007b). Los defensores de esta crítica suelen argumentar que la RB viola el principio de reciprocidad al permitir que pueda haber ciudadanos que se beneficien de la cooperación social sin ofrecer nada a cambio. No pretendo entrar en debates normativos en este capítulo pero, pienso que es posible argumentar que esa crítica resulta infundada 227 . No obstante, a este respecto, recuérdese que la RB es normativamente neutral frente a las diferentes concepciones razonables del bien y de la vida buena y que por tanto no pretende discriminar entre aquellos ciudadanos “vagos” (o, por evitar el juicio de valor de la etiqueta, con preferencias orientadas hacia el tiempo libre) y aquellos otros con preferencias orientadas hacia la participación política, el trabajo doméstico-familiar, el voluntariado o la acumulación de renta salarial a través del trabajo en el mercado. Sin embargo, la crítica se puede formular de otra forma. Se puede sostener que la RB “incentivará” la vagancia y que, por tanto, no sólo será una medida insostenible en el medio-largo plazo sino que incluso se puede esperar que traiga otros males a nuestras sociedades como el debilitamiento de las tan cacareadas éticas del esfuerzo y de la responsabilidad 228 . Esta es una tesis empírica 229 . 225 Arcarons, Boso, Noguera, Raventós (2005); Fromm (1968); Noguera (2002b, 2004, 2005b, 2006c, 2007b); Pinilla (2004, 2006); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Van Parijs (1992, 1996, 2001); Van Parijs y Vanderborght (2006); Xarxa Renda Bàsica (2006). 226 Tal vez podríamos aún defender la RB como un second best. Podríamos argumentar que, en condiciones ideales, deberíamos escoger otra medida pero que, dadas las circunstancias la RB es la mejor medida de que disponemos ya que ofrece beneficios que compensan sus efectos nocivos o cualquier otra formulación por el estilo. Sobre posibles defensas de la RB como un second best, véase, por ejemplo: Noguera (2002b, 2004, 2005, 2006c, 2007b), Vanderbroucke y Van Puyenbroeck (2002); Van Parijs (1996, 1999, 1992), Van Parijs y Vanderborght (2006). 227 Bowles y Gintis (2001b); Elster (1986); Noguera (2001, 2002b, 2004, 2005, 2006c, 2007b); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Schroeder (2001); Segall (2005); Van Parijs (1992, 1996, 1999, 2001); Van Parijs y Vanderborght (2006); Widerquist (2006, 2006b); Xarxa Renda Bàsica (2006). 228 Arcarons, Boso, Noguera y Raventós (2005); Fromm (1968); Groot y Van der Veen (2002); Fitzpatrick (1999); Noguera (2002b, 2004, 2005b, 2007b); Pinilla (2004, 2006); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Schroeder (2001); Standing (1986, 1988, 1992, 2002); Theobald (1968); Van Parijs (1996, 2001, 2002); Van Parijs y Vanderborght (2006); Van der Linden (2004); Widerquist (2002); Wright (2000); Xarxa Renda Bàsica (2006). 122 En una formulación más sofisticada de la crítica, suele hablarse de la paradoja de la RB (Francisco 2001; Wright 2000). Esta paradoja consiste en el hecho de que, si defendemos la implantación de una RB, nos vemos obligados a optar entre una RB de cuantía elevada que desincentivará el trabajo remunerado y que, por tanto, resultará insostenible a medio-largo plazo o una RB mínima que no desincentivará la participación en el mercado pero que será tan escasa que no producirá los efectos positivos esperados. La paradoja puede resumirse en la máxima según la cual la RB que merecería la pena apoyar es imposible y la RB que es posible no merece ser apoyada. Sin embargo, no creo que detrás de ese argumento se encuentre una paradoja sino simplemente la necesidad de encontrar un óptimo. La RB conecta con el principio rawlsiano del reparto maximín del producto de la cooperación social. En este sentido, se trataría de encontrar el nivel máximo sostenible de RB. Deberemos ir aumentando la cuantía de la RB hasta que alcancemos un punto en el que un incremento adicional produciría efectos nocivos que podrían poner en peligro la sostenibilidad de la medida en cuestión. Tal y como argumenta Wright (2000), determinar donde se encuentra ese punto es una cuestión empírica pero, como también apunta Van Parijs (1996, 2001) la evidencia parece mostrar que, al menos en las sociedades desarrolladas, el punto de equilibrio se encuentra bastante por encima del nivel de subsistencia. Tal y como se ha argumentado en las secciones anteriores, parece que la RB incentivaría a los trabajadores a reducir su jornada de trabajo (y/o a tomarse períodos de tiempo más largos entre dos empleos) pero no a abandonar el mercado de trabajo 230 (Standing 1986, 1988). Por otra parte, debemos evitar caer en una falacia de la composición al pensar en las consecuencias de este fenómeno. El hecho de que los trabajadores que se encuentran actualmente empleados a tiempo completo redujesen, como promedio, la duración de su jornada laboral, no debe llevarnos a pensar que el volumen total de horas de trabajo en una determinada sociedad sufriría un descenso, más bien podríamos esperar que sucediese lo contrario (Noguera 2002b, 2005b). Efectivamente, podríamos esperar que la RB funcionase como una técnica suave para el reparto del trabajo de modo que los empleos que queden libres como consecuencia del retraimiento de la oferta laboral de los empleados a tiempo completo fuesen ocupados por personas que actualmente se encuentran excluidas del mercado de trabajo o precariamente insertadas 231 . De este modo, la RB puede contribuir a una mayor 229 Nótese que se apunta que la RB puede introducir el vicio en la sociedad y desincentivar a los ciudadanos de realizar aportaciones al bien común a través del trabajo en el mercado. No obstante, esto resulta más complejo. En primer lugar, no todo trabajo en el mercado contribuye al bien común ni todo el mundo trabaja motivado por una voluntad de contribuir a dicho objetivo. Por el contrario, la RB no sólo fracasaría si todo el mundo abandonase el mercado de trabajo para dedicarse a hacer surf en Malibú sino que también podría morir de éxito si, por ejemplo, todo el mundo abandonase su empleo para dedicarse a la participación ciudadana o a colaborar con organizaciones filantrópicas. 230 Se abriría la puerta a la superación de la denominada trampa del empleo o de la inclusión (Van Parijs, Jacquet y Salinas 2002). A saber, muchas de las personas que se encuentran bien integradas en el mercado de trabajo podrían desear reducir su jornada laboral y optar a un empleo a tiempo parcial o eventual pero no gozan de la oportunidad real de hacerlo ya que, o bien no existe demanda de empleo de esas características o bien la reducción salarial que comportaría les resultaría imposible de asumir. 231 Arcarons, Boso, Noguera y Raventós (2005); Beer (2002); Fitzpatrick (1999); Groot y Van der Veen (2002); Jordan (1992); Noguera (2002b, 2002c, 2003, 2004, 2005b, 2006c); Noguera y Raventós (2002); Offe (1992); Pinilla (2004, 2006); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Van Parijs (1992b, 1996, 2001, 2002, 2004); Van Parijs y Vanderborght (2006); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002); Standing (1986, 1988, 1992, 2002); Vanderbroucke y Van Puyenbroeck (2002); Van der Veen (2004); Wright (2000); Xarxa Renda Bàsica (2006). 123 flexibilización del mercado de trabajo, entre otras cosas, a través de incentivar el empleo temporal y a tiempo parcial, sin que dicha flexibilización se traduzca en un incremento de la pobreza ni la precariedad. En este sentido, la RB es la mejor o una de las mejores políticas disponibles hoy por hoy para incentivar la participación en el mercado de trabajo y conseguir un funcionamiento más eficiente del mismo sin producir exclusión social (Noguera 2005b). Como señala Raventós (1999), con una RB el empleo a tiempo parcial (o eventual) sería cada vez más una opción libre para los ciudadanos, a diferencia de lo que sucede hoy en día en que la mayoría de personas empleadas en esas modalidades lo están porque no gozan de oportunidades reales de acceder a un empleo estable a jornada completa 232 . Dado que, como se dijo, podría producirse una cierta erosión de la centralidad del empleo que fuese paralela al aumento de la valoración de otras formas de trabajo, sería lógico esperar que la opción de una presencia discontinua en el mercado dejase de ser vista como un second best y que el empleo parcial pasase a ser considerado la opción preferida para mucha gente, incluso en aquellas situaciones en que el pleno fuese posible (Offe 1992). Como consecuencia de este proceso es de esperar que se difuminasen las fronteras entre los activos y los inactivos (Noguera 2002b). Esto sería bueno debido a que suprimiría los estigmas asociados a la inactividad cosa que, como vimos, influiría positivamente sobre la cohesión social. Existen múltiples razones para suponer que los trabajadores actualmente activos no abandonarán el mercado de trabajo y que muchos de los inactivos querrán incorporarse al mismo con una RB. El primer mecanismo resulta bastante obvio. Pese a que la RB aseguraría la subsistencia de los ciudadanos, la mayoría de estos tiene unos estándares de vida que se sitúan muy por encima del mismo. De este modo, el incentivo económico continuaría siendo el principal (o uno de los principales) estímulo para incorporarse al mercado de trabajo (Xarxa Renda Bàsica 2006; Noguera 2005b). En este sentido, vale la pena traer aquí a colación que la mejora de la condición de uno mismo constituye, según Lindenberg (2001), el principal objetivo operacional del ser humano. De este modo, es de esperar que la mayoría de los ciudadanos no se conformarían con mantener la vida de subsistencia que la RB les garantizaría y tratarían de mejorar su situación. En segundo lugar, la RB fomentaría la autoocupación debido a que reduciría la aversión al riesgo producida por la anticipación de las consecuencias de un posible fracaso 233 . 234 En este sentido, se podría entender la RB como un subsidio frente a las deseconomías de la producción a pequeña escala, obstáculo característico de los inicios de procesos productivos (Ayala 2000). En la misma línea, también podría esperarse que fomentase las cooperativas y otras iniciativas innovadoras y de contenido social (Van Parijs 1996). 232 No voy a entrar aquí a discutir las múltiples formas en que la implementación de una RB podría suponer un aumento de la flexibilidad y de la eficiencia económica. Sobre algunas o todas esas formas, véase, por ejemplo: Arcarons, Calonge, Noguera y Raventós (2004); Beer (2002); Goodin (1992b); Groot y Van der Veen (2002); Noguera (2000d, 2001, 2001b, 2002c, 2002d, 2003, 2005b); Noguera y Raventós (2002); Standing (1986, 1988, 1992, 2002); Van der Veen (2004); Van Parijs (1992b, 1996, 2001, 2002, 2004); Van Parijs y Vanderborght (2006); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002); Xarxa Renda Bàsica (2006). 233 Pese a que los autores hacen referencia a una reducción de la aversión al riesgo, pienso que, siendo estrictos, lo que reduciría no sería la aversión sino la gravedad de las consecuencias de un fracaso. Un fracaso que comporte la pérdida del capital invertido tendrá consecuencias menos graves (producirá menor desutilidad) si se dispone de una RB. Lo cual, en teoría, ante personas aversas al riesgo, les hará asumir riesgos que no asumirían en caso de costes más elevados del fracaso. 234 Noguera (2002b, 2003, 2005b); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Van Parijs (1996). 124 Contra lo que un análisis apresurado pudiese hacernos creer, la renta salarial no es el único incentivo que impulsa a la gente a trabajar. Pese a que la RB pueda reducir la fuerza (que no eliminar) del incentivo monetario, no alterará los demás (o lo hará sólo parcialmente). El trabajo en el mercado también ofrece (o puede ofrecer en algunos casos más o menos numerosos) otros beneficios adicionales a los trabajadores como pueden ser estima, autoestima o autorrealización (Noguera 2005b ; Xarxa Renda Bàsica 2006). Pese a que el trabajo en el mercado pudiese perder, tal y como se ha dicho, parte de su centralidad, podemos suponer que seguirá ofreciendo ese tipo de beneficios. Adicionalmente, la RB haría menos costoso el aceptar determinados trabajos intrínsecamente atractivos pero que, dada su baja productividad, no pueden ser suficientemente remunerados 235 . A su vez abriría la puerta a la aceptación por algo menos de remuneración de empleos también altamente gratificantes y que se encuentran muy bien remunerados (Noguera 2005b; Raventós 1999) 236 . Evidentemente, las personas que se encuentran en situaciones de precariedad laboral o en empleos muy poco gratificantes, tienen mucho más difícil poder ver reforzada su autoestima y no pueden aspirar a la autorrealización a través de la ejecución de tareas que en seguida se vuelven monótonas y aburridas 237 . Me detendré a analizar en algún detalle el posible impacto de una RB sobre estos colectivos cuando me refiera a la incidencia de la medida sobre el poder de negociación de los trabajadores, así como su incidencia sobre el fraude y las trampas de la pobreza pero, permítaseme anticipar aquí algunos de los efectos que podemos razonablemente esperar que se produzcan. Si se da un aumento del poder de negociación de los trabajadores, en especial de los que se encuentran en peor situación, resulta plausible suponer que esto se traducirá en un aumento de los salarios y/o en una mejora de las condiciones laborales 238 . En el primero de los supuestos, esos trabajos se volverán más atractivos debido a un incremento del incentivo económico, en el segundo, merced a un aumento de los demás incentivos comentados. En este sentido, la RB puede ser entendida como una subvención al empleo menos productivo con la característica de que, en lugar de ofrecerse a los empresarios, se le otorga directamente a los trabajadores para que sean ellos quienes decidan que tipo de empleos merece la pena subvencionar 239 . En el medio o largo plazo, los empresarios tendrán incentivos para mecanizar o simplemente eliminar esos empleos en caso de que les resulte imposible ofrecerlos por mejores salarios o en mejores condiciones (Noguera 2002b, 2005b; Xarxa Renda Bàsica 2006). Contra lo que en ocasiones puede 235 Noguera (2003, 2005b); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Van Parijs (1996). Este último hecho, unido al aumento del poder de negociación de los trabajadores que se encuentran en peor situación en el mercado, podría conducir a un acortamiento de la brecha existente entre los salarios más altos y más bajos. No obstante, pese a que soy optimista respecto a las posibilidades de que una RB repercuta en un aumento de los salarios más bajos, soy más escéptico respecto de la posibilidad de que puedan producirse reducciones de los más altos, sobre todo teniendo en cuenta que esas franjas salariales se verán sometidas a una mayor presión impositiva para poder financiar la RB (Van Parijs 1996). Sea como sea, de modo general, se podría esperar que la RB contribuyese a una reducción de la polarización del mercado de trabajo (Noguera y Raventós 2002). 237 Tal y como señala Elster (1993), ese tipo de empleos, pese a que aún pueden reportar la autoestima derivada de estar contribuyendo a algo que tiene utilidad social, no cumplen los requisitos que tiene que tener una actividad para poder ser autorrealizadora para quien la lleva a cabo. 238 Casassas y Loewe (2001); Casassas y Raventós (2002); Raventós y Casassas (2003). 239 Noguera (2002b, 2002c, 2003, 2004, 2005b); Noguera y Raventós (2002); Standing (1986, 1988, 2002); Van der Veen (2004); Van Parijs (1992b, 1996, 2001, 2002, 2004); Van Parijs y Vanderborght (2006); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002); Xarxa Renda Bàsica (2006). 236 125 parecer, esto no tendría por qué suponer ningún problema irresoluble para la sociedad. Resulta difícil concebir un trabajo que la sociedad valora tan poco que no esté dispuesta a pagar un sueldo digno por su realización y que, a la vez, sea fundamental para el bienestar colectivo. Imaginemos, por ejemplo, que como consecuencia de la implementación de una RB las pizzerías no encuentran trabajadores dispuestos a trabajar como repartidores y que tampoco están dispuestas a mejorar los salarios ni las condiciones de esos trabajos. Bien, en el peor de los casos, lo único que sucedería sería que los clientes tendrían que acercarse en persona al establecimiento, pero eso no daría al traste con el orden social 240 . La evidencia empírica disponible parece mostrar que tan sólo deberíamos esperar una retirada del mercado de trabajo por parte de los trabajadores más precarios y cabe esperar además que eso se viese compensado de sobras por la incorporación de los trabajadores del mismo segmento de mercado que la RB sacaría de las trampas de la pobreza y por la mejora de las condiciones de esos empleos a medio plazo (Xarxa Renda Bàsica 2006). Pero, en cualquier caso, aunque la RB produjese un descenso del volumen de trabajo global en nuestras sociedades, eso no debe preocuparnos, no debemos perder de vista que el empleo no es un objetivo en sí mismo (Noguera 2005b ; Van Parijs 1996). Tal y como afirma Van Parijs (1996), nadie puede desear sensatamente vivir en una sociedad hiperactiva o sobreempleada y en consecuencia, como destaca Noguera (2005b), no habría nada de malo sino todo lo contrario en que algunas personas abandonasen sus empleos precarios para dedicarse temporalmente a otras actividades socialmente útiles. Una vez que, creo, ha quedado sobradamente argumentado que la RB de ningún modo extendería el vicio y la vagancia en nuestras sociedades sino que seguirían existiendo incentivos de sobra para que las personas continuasen trabajando (o, incluso para que aumentase el volumen total de trabajo en la sociedad) y que además, como se ha venido sosteniendo, la RB incentivaría también la realización de otro tipo de actividades virtuosas como el trabajo voluntario, la participación ciudadana, el reparto del trabajo doméstico-familiar, la creación de cooperativas y de todo tipo de proyectos de interés social, etc. no habría ningún problema sino todo lo contrario en que, tal y como sostienen Raventós y Casassas (2003), el salario perdiese algo de importancia como incentivo laboral y la opción de trabajar o tuviese menos que ver con la necesidad y más con preferencias personales. Existe todavía, empero, un aspecto importante de la relación entre RB e incentivos laborales que está directamente relacionado con la virtud de los trabajadores y que he ido dejando aparcado en mi argumentación. Se trata de la relación entre RB, fraude y trampas de la pobreza. 240 Raventós (1999) sugiere que en caso de que no sea posible encontrar mano de obra dispuesta a llevar a cabo algún trabajo que sí que resulte realmente vital para la sociedad, cabría establecer algún tipo de servicio social obligatorio. No se me ocurre cuál podría ser ese trabajo (atención: que cumpla el requisito de ser vital y cuya oferta fuese eliminada como consecuencia de la implementación de una RB), pero la propuesta se me antoja éticamente difícil de justificar. En cualquier caso, tal obligación debería ceñirse a los requisitos de necesidad (debe ser imposible internalizar recompensas por llevar a cabo la tarea de modo que los objetivos puedan ser alcanzados sin forzar a nadie), igualdad (todos deben ser capaces de cumplir con el deber –o con alguna carga equivalente- por la misma recompensa) y minimización del impacto (el deber se debe restringir a aquellas situaciones de emergencia que lo hayan justificado y debe ser levantado lo más pronto posible de cara a minimizar la interferencia ejercida sobre cada uno) (Widerquist 2006). 126 V.2- Renta Básica, fraude y trampas de la pobreza y del paro a- La crisis del modelo de bienestar de posguerra Como es bien sabido, los Estados de Bienestar fueron diseñados de forma tal que las familias accedían a la mayoría de las prestaciones sociales a través de las cotizaciones del cabeza de familia. Se trató pues de un sistema familiarista, pensado para una situación de pleno empleo masculino y de lógica contributiva. Los sistemas contributivos en los Estados de Bienestar europeos de la posguerra presentaban las siguientes características: eran sistemas públicos; de reparto (en los que las contribuciones actuales financian a las prestaciones actuales); obligatorios; con prestaciones relacionadas con las cotizaciones previas, esto es, que se dirigen a reponer o mantener el salario previo en una cierta proporción (que puede ser variable según el programa específico de que se trate) (Noguera 2001). Incluso en lo que se denominó como la época dorada de los Estados de Bienestar (Noguera 2003), los sistemas contributivos generaban importantes inequidades y efectos perversos (Noguera 2001, 2002c), el que más directamente afecta al presente trabajo se refiere al potencial estigmatizador de los mismos al que he hecho referencia más arriba. Tal y como destacan Healy y Reynols (2002) los sistemas de bienestar social, tal y como se los diseño en la posguerra mundial, pueden funcionar cuando se dan las siguientes condiciones: el pleno empleo masculino es la norma; la participación de la fuerza de trabajo femenina es baja; el desempleo, cuando se da, es de corta duración; los pagos del bienestar social actúan simplemente como un mecanismo de transición para sostener a las personas durante períodos de enfermedad o desempleo; el empleo suele ser de tiempo completo y con una remuneración suficiente como para poder mantener a una familia y los empleos son permanentes. Sin embargo, como también es bien sabido, el sistema entró en crisis durante los años 70 del siglo pasado. El desempleo masivo y el aumento de la desigualdad, de la exclusión social y de la pobreza en un contexto de profundos cambios sociales se convierten en la norma. Los mecanismos de protección social tales como la prestación por desempleo, que fueron diseñados para ser residuales y transitorios, tuvieron que hacer frente a unas nuevas realidades para las que no estaban preparados (Noguera 2001). b- La construcción de un Estado de Bienestar pasivo La reacción europea durante los años 80 consistió en la introducción de medidas de lucha contra la pobreza y de mantenimiento de rentas, se extendieron los salarios sociales o rentas mínimas. “En general, el concepto de renta mínima se asocia a una prestación económica, de naturaleza diferencial, sujeta a la comprobación de recursos financiada fundamentalmente a través de impuestos y cotizaciones sociales y que constituye la última malla de seguridad económica frente al riesgo de pobreza” (Ayala, 2000, p.88). Las rentas mínimas tienen dos objetivos diferenciables y, hasta cierto punto, contradictorios en la situación actual. Por un lado, se trata de una política de mantenimiento de rentas que trata de evitar que los perceptores caigan en la pobreza. Por otra parte, se trata de conseguir la reinserción social de los mismos, reinserción que se define en esas políticas, casi exclusivamente, como inserción en el 127 mercado de trabajo 241 . Eso, en un contexto en que el empleo estable y de calidad, el que marcaba la inserción en los Estados de Bienestar europeos de posguerra, se ha convertido en un bien escaso, sitúa a las rentas mínimas en una encrucijada. Son numerosos los autores que sostienen en que las economías occidentales se produce un trade-off entre pobreza y desempleo 242 . Si se pretende crear empleos nuevos y a tiempo completo sólo puede hacerse a costa de precarizarlos y de, por tanto, condenar a la pobreza a los trabajadores que los ocupen. Si se pretende que el empleo tenga la calidad suficiente como para asegurar los estándares de vida de los trabajadores, debemos aceptar unas elevadas tasas de desempleo. Las sociedades deben por tanto, desde esta lógica, elegir cual es la combinación de desempleo y de pobreza que están dispuestas a aceptar y las rentas mínimas y los subsidios de desempleo deben jugar el papel de parches que ayuden a paliar los efectos más nocivos de la elección. Como no podía ser de otra forma, el éxito de las rentas mínimas en su doble objetivo de eliminación de la pobreza y de inserción social entendida como inserción en el mercado de trabajo ha sido muy escaso 243 . No sólo su éxito ha sido escaso sino que, además, han acabado generando una amplia gama de efectos contraproducentes. Me centraré aquí sólo en los que tienen que ver con el objeto de este trabajo, a saber, a través de las rentas mínimas de inserción y de los subsidios de desempleo se corre el riesgo de generar trampas de la pobreza, incentivar el fraude, generar dependencia y estigmatizar a los perceptores 244 (Noguera 2001). Veámoslos con más detalle 245 . En primer lugar, tanto el subsidio de desempleo como las rentas mínimas son prestaciones condicionales. Para tener derecho a recibirlas se tienen que cumplir una serie de requisitos, el más importante para lo que aquí nos afecta consiste en que son incompatibles (en mayor o menor grado, dependiendo de los casos concretos) con el disfrute de rentas salariales 246 . En el momento en que se obtiene un empleo, se pierde la parte correspondiente (o la totalidad) del beneficio. Este hecho provoca las denominadas trampas de la pobreza y del paro 247 . En primer lugar, la trampa de la pobreza consiste en el hecho de que una persona que está cobrando una renta mínima tiene un fuerte desincentivo para aceptar un empleo dado que estará sometida a una tasa impositiva marginal del 100%, esto es, por cada euro de ingreso que reciba merced a su nuevo empleo se le descontará otro 241 Adelantado y Noguera (2001); Ayala (2000); Euzéby (2002); Goodin (1992b); Noguera (2000c, 2001, 2003, 2005b); Noguera y Ubasart (2003); Pinilla (2004, 2006); Raventós (1999); Standing (1986, 1988, 2002); Van Oorschot (2003); Xarxa Renda Bàsica (2006). 242 Beer (2002); Groot y Van der Veen (2002); Vanderbroucke y Van Puyenbroeck (2002); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002). 243 Adelantado y Noguera (2001); Ayala (2000); Euzéby (2002); Noguera (2000c, 2001, 2003, 2005b); Noguera y Ubasart (2003); Pinilla (2004, 2006); Raventós (1999); Xarxa Renda Bàsica (2006). 244 Para una visión más global de los problemas (y logros) de este tipo de prestaciones, véase, por ejemplo: Adelantado y Noguera (2001); Aguilar, Gaviria y Laparra (2001); Alonso-Borrego, Arellano, Dolado y Jimeno (2004); Ayala (2000); Ayala y Pérez (2003); Ayala y Rodríguez (2007); Euzéby (2002); Laparra, Corera, García, Macías, Orte y García (2003); Noguera (2000c, 2001, 2003, 2002c, 2005b); Noguera y Ubasart (2003); Sarasa (2000). 245 Comenté con anterioridad la cuestión de la estigmatización de los perceptores de modo que no me detendré otra vez en ello. 246 En el caso de las rentas mínimas, la incompatibilidad se extiende a cualquier otro tipo de renta o de capital, incluidos los de otros miembros de la unidad familiar. Existen empero algunas excepciones dependiendo de los programas concretos. 247 Este tipo de prestaciones también producen otras trampas, como la del ahorro (Standing 1986, 1988), en las que no voy a detenerme ya que escapan al propósito de este trabajo. 128 euro de su prestación 248 . Para eliminar el efecto de la trampa, el salario del nuevo empleo tiene que superar ampliamente la cuantía de la prestación, cosa que no suele suceder dado que los empleos a los que optan los beneficiarios de las rentas mínimas suelen ser precarios 249 . Independientemente de cual sea la incidencia real de esta trampa, es evidente que el mecanismo institucional genera un fuerte incentivo contraproducente y que, conforme a lo que se sostuvo en la primera parte de este trabajo, podemos concluir que está mal diseñado 250 . A este respecto, existe un amplio consenso entre los diseñadores de políticas públicas en que hay que evitar prestaciones que conduzcan a las familias pobres a enfrentar tasas marginales muy altas al tomar un empleo o aumentar las horas de trabajo. Los sistemas demasiado selectivos se ven afectados por trampas de la inactividad y desalientan la empleabilidad de las personas con bajas cualificaciones (Van Parijs, Jacquet y Salinas 2002). Por su parte, la trampa del paro constituye un subcaso de la anterior (Raventós 1999, 2000, 2001, 2001c). Una persona que se encuentra cobrando una prestación por desempleo perderá la totalidad de la prestación si acepta un empleo. Esta trampa tiene, además, dos dimensiones adicionales que van más allá del componente meramente económico de la misma y que no siempre son suficientemente tenidas en cuenta. La segunda dimensión de la trampa es la de incertidumbre 251 . Tal y como se ha dicho, los beneficiarios de rentas mínimas suelen verse abocados, si a alguno, al empleo precario. El miedo de no estar a la altura y perder rápidamente el empleo y luego tener que volver a hacer trámites para recuperar la prestación que, en el mejor de los casos, supondrán pasar un tiempo sin percibirla, desincentiva la aceptación y búsqueda de empleos. Contra lo que suele pensarse, esta segunda dimensión de la trampa es más importante que la primera. La tercera dimensión de la trampa del paro consiste en una confluencia de factores 252 . Por un lado, la persona desempleada sufre una erosión de su capital humano. Esta puede producirse por la pérdida de conocimientos técnicos adquiridos o puede ser fruto de los avances tecnológicos. En segundo lugar, las personas que se encuentran un largo período de tiempo desempleadas sufren una transformación de sus aspiraciones. Volvemos a estar ante un caso de preferencias adaptativas o uvas amargas, los desempleados reorientan sus aspiraciones hacia otras esferas a fin de evitar la disonancia cognitiva que les produce su situación. El tercer proceso tiene que ver con la demanda de trabajo. Los empleadores conocen bien los dos fenómenos anteriores y rechazan contratar a personas que llevan un largo período desempleadas 253 . 248 En algunos casos de renta mínima, la tasa impositiva marginal es menor ya que se establecen períodos transitorios de eliminación de la prestación (Ayala 2000; Euzéby 2002; Laparra, Corera, García, Macías, Orte y García 2003). 249 Adam, Brewer y Shephard (2006, 2006b); Adelantado y Noguera (2001); Arcarons, Boso, Noguera y Raventós (2005); Ayala (2000); Ayala y Rodríguez (2007); Ayala y Pérez (2003); Euzéby (2002); Laparra, Corera, García, Macías, Orte y García (2003); Noguera (2003, 2002c, 2005b, 2006c, 2000c); Noguera y Ubasart (2003); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); ; Sarasa (2000); Standing (1986, 1988, 1992); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002). 250 Nótese que el desincentivo afecta de manera especial al trabajo a tiempo parcial y eventual y al empleo por cuenta propia. En el primer caso, puede llegar a suponer perder la prestación por un trabajo que en ningún caso puede garantizar la subsistencia. En el segundo, se pierde la prestación por una opción que entraña mucho riesgo de fracaso (Ayala 2000; Raventós 1999, 2000, 2001, 2001c; Standing 1986, 1988). 251 Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Van Parijs (1996); Van Parijs y Vanderborght (2006). 252 Van Parijs (1996); Van Parijs y Vanderborght (2006); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c). 253 Euzéby (2002) hace referencia a evidencia empírica que confirma esta tesis en el caso del RMI francés. 129 Otro efecto de este tipo de medidas condicionales, estrechamente relacionado con los anteriores, es el fraude (Adelantado y Noguera 2001; Raventós 1999, 2000, 2001, 2001c). Como hemos visto, las prestaciones condicionales incentivan a los desempleados a permanecer al margen del empleo formal. Sin embargo, la cuantía de estas prestaciones es muy escasa y se sitúa por debajo de la línea de subsistencia 254 . Estos dos factores unidos incentivan fuertemente a su vez la realización de trabajos en negro, no declarados. Este fenómeno es especialmente destacable en el caso español donde, a diferencia de otros países de la Unión Europea, existe todavía un gran volumen de economía sumergida que demanda mano de obra no declarada 255 . Todos estos factores abren la puerta a que se acabe generando en los beneficiarios una dependencia respecto de los programas de asistencia social 256 (Noguera 2001). De modo general, y más allá de la incidencia empírica real de cada uno de estos problemas, la cuestión central aquí es que cuando se le da dinero a alguien por tener una determinada característica, se le está dando un incentivo para conservarla (o adquirirla) (Adam, Brewer y Shephard 2006). De esta forma, los subsidios condicionados a situaciones de pobreza y exclusión generan unos incentivos profundamente perversos que inducen a los beneficiarios a no esforzarse por mejorar su situación y que incentivan conductas netamente viciosas como el fraude. Los beneficiarios son los perdedores de este sistema no, contra lo que en ocasiones se argumenta, los ganadores. Estas características han convertido a los Estados de Bienestar europeos en lo que Van Parijs (1992b, 2001, 2002, 2004) ha denominado Estados de Bienestar pasivos, a saber, sistemas en los que se incentiva a la mano de obra (o a parte de la misma) para que se mantenga fuera del mercado de trabajo. La preocupación por superar esta situación y activar a la fuerza de trabajo ha impulsado a los países occidentales durante los últimos años a introducir políticas de tipo workfarista. Este tipo de políticas tiene por objeto atacar la pasividad tanto de los perceptores de la política como la de la burocracia administrativa. Se trata, por decirlo con Groot y Van der Veen (2002), de desterrar de las mentes de los solicitantes la expectativa legítima de acceder a un beneficio social con la sola condición de cumplir con el ritual de presentarse en el centro de empleo a constatar que no hay ningún empleo adecuado en el camino. Por el otro lado, se intenta obligar a la burocracia de la administración del bienestar a interesarse activamente en capacitar a los solicitantes para lograr una inserción permanente en el mercado laboral. c- El workfare Los tipos de medidas de activación que se han venido tomando a lo largo de estos años varían mucho de unos contextos a otros pero, de modo general, consisten en lo siguiente: se introducen (o se expanden) beneficios en el empleo (Van Parijs, Jacquet y Salinas 2002) tales como reducciones de las aportaciones de los empresarios a la seguridad social; reducciones de las aportaciones de los 254 A excepción de los subsidios de desempleo de los trabajadores de altos salarios, quienes, de todas formas, no se ven sometidos a las trampas. 255 Aguilar, Gaviria y Laparra (1995) cuestionan la incidencia real del fraude en los programas de rentas mínimas. 256 No obstante, nuevamente existe evidencia empírica que permite poner en duda la importancia real de este último supuesto (Aguilar, Gaviria y Laparra 1995; Ayala 2000; Ayala y Rodríguez 2007; Laparra, Corera, García, Macías, Orte y García 2003). 130 trabajadores a la seguridad social; subsidios directos al empleo o créditos impositivos a las empresas en función del número de trabajadores que emplean; subsidios directos al salario o créditos impositivos reembolsables dirigidos sólo a los trabajadores; o subsidios para estimular empleos en el sector público. Este tipo de beneficios puede dirigirse: sólo a los empleos de bajo salario; a todos los empleos (pero arrojando un beneficio neto sólo para los empleos de bajos salarios debido al modo en que se financia el programa); o sólo a los empleos que tienen alguna característica correlacionada con los bajos salarios (como emplear a discapacitados o personas con un bajo nivel educativo). A su vez, las condiciones de acceso a los programas de mantenimiento de rentas se vuelven cada vez más restrictivas y el hecho de recibir un salario social se vincula de forma cada vez más estricta con la realización de algún tipo de trabajo 257 . En el caso más extremo de workfare, la administración crea directamente empleos en el sector público para aquellos beneficiarios imposibles de insertar en el mercado de trabajo normal y cuyo principal objetivo es mantenerlos activos 258 . La evaluación de este tipo de programas escapa a los objetivos del presente trabajo pero, de modo general, puede sostenerse que su éxito es bastante limitado 259 . En lo que se refiere exclusivamente a los objetivos del presente trabajo, no parece que el workfare solucione los problemas que he ido mencionando a lo largo de esta sección e incluso parece que en algunos casos los agrava. Standing (1986) señala que los empleos subsidiados que se han creado en el Reino Unido no demandan prácticamente ninguna capacidad a los trabajadores que los llevan a cabo de modo que no les ofrecen posibilidades de realización ni de mejorar su autoestima y no superan el problema de la estigmatización ya que tanto los beneficiarios como el resto de ciudadanos son conscientes de que se trata de un mercado de trabajo para fracasados. En muchos casos los empleos subsidiados se habrían creado igualmente sin necesidad de subvenciones 260 y, por tanto, sin carga estigmatizadora. Standing concluye que no parece que estas actividades tengan un efecto positivo sobre la actitud hacia el trabajo o que ayude a promover el desarrollo de habilidades. De hecho, los resultados de este tipo de programas en EEUU muestran que este tipo de empleos han empeorado las capacidades de algunos de los beneficiarios que se han vuelto menos adaptables y capaces y han desarrollado dependencia respecto al programa. Es dudoso que los subsidios salariales y las medidas de sostenimiento de rentas destinadas a facilitar la transición de la prestación al empleo que se aplican en Europa tengan demasiado éxito en activar a los desempleados. Parece, más bien, que la mayoría de esos empleos pueden ser ocupados por 257 Adelantado y Noguera (2001); Aguilar, Gaviria y Laparra (1995); Alonso-Borrego, Arellano, Dolado y Jimeno (2004); Arcarons, Boso, Noguera y Raventós (2005); Ayala (2000); Ayala y Rodríguez (2007); Ayala y Pérez (2003); Euzéby (2002); Groot y Van der Veen (2002); Van Oorschot (2003); Laparra, Corera, García, Macías, Orte y García (2003); Noguera (2000c, 2001, 2002c, 2003, 2005b); Noguera y Ubasart (2003); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Sarasa (2000). 258 Adam Brewer y Shephard (2006, 2006b); Adelantado y Noguera (2001); Aguilar, Gaviria y Laparra (1995); Alonso-Borrego, Arellano, Dolado y Jimeno (2004); Arcarons, Boso, Noguera y Raventós (2005); Ayala (2000); Ayala y Pérez (2007); Ayala y Pérez (2003); Beer (2002); Groot y Van der Veen (2002); Standing (1986, 1988, 1992, 2002). 259 Beer (2002); Creedy y Dawkins (2002); Euzéby (2002); Fitzpatrick (1999); Goodin (1992b); Goodin y Le Grand (1987); Groot y Van der Veen (2002); Laparra, Corera, García, Macías, Orte y García (2003); Noguera (2001, 2003, 2002c, 2005b, 2000c); Noguera y Ubasart (2003); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c); Sarasa (2000); Standing (1986, 1988, 1992, 2002); Van Oorschot (2003). 260 Este es el denominado efecto de peso muerto (Beer 2002). Se destinan subvenciones públicas a crear puestos de trabajo que se habrían creado igualmente. 131 trabajadores recién incorporados al mercado o por mujeres, mientras que los desempleados continuarían atrapados en las trampas de la pobreza y el desempleo sin que los subsidios lograsen reactivarlos (Beer 2002). Ayala (2000) destaca que el aumento de las restricciones para acceder a una renta mínima parece estar incrementando el impacto de las trampas del desempleo y de la pobreza ya que los que tienen unos ingresos que aún les permiten acceder a la prestación, pueden renunciar a ellos si la prestación se vuelve más selectiva. Van Oorschot (2003) sostiene que las políticas activas llevadas a cabo en Dinamarca y Holanda se han limitado a ofrecer a los beneficiarios empleos sin salida que hacen que los beneficiarios vayan alternando empleos precarios con temporadas en el desempleo, en el caso danés además, pueden haber llegado a empeorar la situación de exclusión de los beneficiarios que llevaban más tiempo en los programas. Del mismo modo, los programas de ambos países generan estigmatización en los beneficiarios. De un modo similar, Malmberg-Heimonen y Vuori (2005), en un estudio sobre los incentivos financieros implementados en Finlandia, concluyen que estos no parecen tener ningún impacto sobre el reempleo o la búsqueda activa de trabajo. Se observa un impacto positivo sobre los grupos de desempleados con un incentivo financiero para participar en el programa. No obstante, entre los desempleados con los beneficios más bajos no se hallan efectos positivos sobre la calidad del reempleo y el impacto decrece cuando el desempleo es de larga duración. Estas medidas parecen incrementar el reempleo entre aquellos desempleados que tienen más opciones en el mercado mientras que son insuficientes con los más desaventajados. Se suele pensar que reduciendo los beneficios de las prestaciones y fortaleciendo los incentivos financieros bajará el paro. Sin embargo, la evidencia empírica no parece apoyar esa tesis. Por el contrario, parece que las medidas mínimas y means test están asociadas con reducidas tasas de reempleo. Este resultado se puede explicar en parte debido a que los beneficiarios de estos programas son los que tienen más dificultades de integración en el mercado. No obstante, aun teniendo en cuenta esto, los resultados parecen mostrar que la pobreza crea barreras a la búsqueda de trabajo y al reempleo en lugar de producir reactivación. Recibir prestaciones muy bajas está asociado con reducidas oportunidades de reempleo, baja calidad del mismo, pobreza y poco bienestar mental y mala salud. El problema de fondo vuelve a ser el mismo que ya se ha mencionado anteriormente, se aplican programas individualizantes que sitúan al perceptor como responsable de su situación en un contexto de crisis del empleo en el que hace imposible que dichos programas tengan éxito en una mayoría de casos independientemente de lo que hagan o dejen de hacer los beneficiarios de los mismos 261 . En lo que más directamente afecta al presente trabajo, las medidas de workfare acosan a los beneficiarios que son permanentemente tratados como sospechosos (Van Parijs y Vanderborght 2006). Podemos catalogar a este tipo de medidas, según la distinción presentada en la primera parte de este trabajo, como de mecanismos centrados en la desviación y, como tales, vemos que afectan negativamente a 261 A no ser que por éxito se entienda mantener al perceptor indefinidamente en un empleo subsidiado, precario y de bajos salarios y no su normal inserción en el mercado de trabajo no subsidiado y su salida de la situación de riesgo de exclusión y pobreza. 132 la motivación de los beneficiarios estigmatizándolos, atrapándolos en trampas, abocándolos al fraude, reduciendo la confianza social y hacia las instituciones, debilitando la cohesión social, etc. d- La Renta Básica como instrumento de activación de la fuerza de trabajo La RB, al igual que el workfare y tal y como hemos ido viendo a lo largo de las dos últimas secciones, es una estrategia de activación de la fuerza de trabajo 262 . La RB, sin embargo, evita los efectos contraproducentes atribuidos a las estrategias de workfare. Me centraré aquí exclusivamente en los problemas que más directamente afectan al objeto del presente trabajo, a saber, las trampas de la pobreza y el desempleo, el fraude, la estigmatización de los perceptores y la exclusión social. En primer lugar, la RB eliminaría las trampas de la pobreza y del paro 263 . 264 Se elimina el incentivo pernicioso que supone ofrecerle un beneficio a la gente sólo en la medida en la que conserven su situación de necesidad (Standing 1986). En el caso de la trampa de la pobreza, es evidente de que modo la RB la supera, la tasa impositiva marginal que se le aplicaría a una persona desempleada por acceder a un trabajo en el mercado sería del 0%, a diferencia de lo que hemos visto que sucede con las rentas mínimas con las que dicha tasa puede llegar a ser del 100%. En el caso de la primera dimensión de la trampa del paro, el cambio es aún más drástico con la nueva medida ya que hoy en día, generalmente se pierde la totalidad de la prestación en el momento en que se accede a un empleo aunque sea a tiempo parcial o de carácter eventual. La RB también enfrentaría directamente la segunda dimensión de la trampa del desempleo, la de la inseguridad (Raventós 1999, 2000, 2001, 2001c; Van Parijs 1996, 2001). Por muy averso al riesgo y muy poca confianza en sí mismo que pueda tener un determinado desempleado, la aceptación de un determinado trabajo no supone ningún riesgo para su derecho a la RB. La posible incidencia de la RB sobre la tercera dimensión de la trampa del paro que se expuso más arriba no es tan directa pero pienso que puede ser igualmente positiva. Evidentemente, con una RB una persona que pase un largo tiempo desempleada verá erosionado su capital humano del mismo modo que le sucedería sin RB y los empresarios serán conscientes de este hecho exactamente de la misma forma que lo son ahora. Sin embargo, esta no es toda la historia y, desde mi punto de vista, aún podemos ofrecer algunos argumentos para el optimismo. Por una parte, con una RB las personas gozan de libertad real para aprovechar el tiempo en que se encuentren desempleadas para formarse y mejorar su capital social. Es más, aunque no se ha comentado aquí, una de las posibles razones para tomarse un tiempo sabático o para reducir la jornada laboral puede ser precisamente la de dedicar ese tiempo a mejorar la propia formación 265 . Por otra parte, sería ingenuo pensar que con una 262 Noguera (2005b); Van Parijs (1992, 1992b, 1996, 2001, 2002, 2004); Van Parijs y Vanderborght (2006); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002). 263 Nótese que, de modo particular, en consonancia con lo que se ha venido sosteniendo a lo largo de este capítulo, la RB elimina los desincentivos para acceder al empleo parcial (Groot y Van der Veen 2002; Jordan 1992; Noguera 2000c, 2002b, 2003, 2004, 2005b; Van Parijs 1996, 2001, 2002). 264 Ayala (2000); Beer (2002); Groot y Van der Veen (2002); Jordan (1992); Noguera (2000c, 2001, 2002b, 2002c, 2002d, 2003, 2004, 2005b); Noguera y Ubasart (2003); Raventós (1999, 2000, 2001, 2001c, 2002); Schroeder (2001); Standing (1986, 1988, 1992, 2002); Van Parijs (1992, 1992b, 1996, 2001, 2002, 2004); Van Parijs y Vanderborght (2006). 265 Arcarons, Boso, Noguera y Raventós (2005); Ayala (2000); Fitzpatrick (1999); Jordan (1992); Noguera (2002b, 2002c, 2003, 2004, 2005b); Noguera y Raventós (2002); Pinilla (2004, 2006); Standing (1986, 1988, 133 RB nunca más habrá nadie que se encuentre desempleado de forma involuntaria. Ni la RB ni ninguna otra medida puede garantizar a todo el mundo de una forma sostenible un empleo estable y de calidad que le aporte bienestar y autorrealización. Pero la RB es la medida que mejor (o, tal vez, una de las que mejor) puede garantizar el maximín de oportunidad real de acceder a un empleo de esas características y eso es, nada más pero nada menos, todo lo que desde un punto de vista liberal se puede y se debe garantizar (Van Parijs 1996). De este modo, la RB incentivaría el acceso al empleo de los grupos con más dificultades de inserción (Raventós 2002). En la sección anterior hemos visto que no sería descartable que, a corto plazo, se produjese una suave retirada del mercado de algunos trabajadores de la franja salarial más baja. Bien, sin necesidad de entrar a valorar cual sería la evolución a medio y largo plazo dado que cabe esperar que esos empleos mejorasen su atractivo con una RB, podemos suponer que la eliminación de las trampas produciría un aumento de la oferta de trabajo en ese grupo que compensaría con creces los efectos de la citada retirada 266 267 . A su vez, al evitar la trampa de la pobreza y no sólo la del paro, no sólo incentivaría a las personas en desempleo para acceder al mercado de trabajo sino que las incentivaría para progresar en el mismo y no quedarse estancadas en ocupaciones de cualificación y remuneración bajas (Noguera 2005b). Vale la pena recuperar aquí de manera conjunta dos ideas que han sido expuestas con anterioridad. Por una parte la RB puede ser entendida como una subvención al empleo de bajos salarios que se le ofrece directamente a los trabajadores para que sean ellos y no los empresarios los que decidan que empleos merece la pena subvencionar. Por otra parte, la RB aumenta el poder de los trabajadores para poder rechazar empleos degradantes o mal remunerados. La primera dimensión incentiva y aumenta las posibilidades de empleo de los trabajadores menos cualificados, la segunda garantiza que eso no se traducirá, como sucede hoy en día, en un aumento de la pobreza y de la precariedad 268 . Volveré sobre esta cuestión más adelante en este mismo capítulo. La RB también puede contribuir a evitar el fraude a la seguridad social en forma de trabajo no declarado (Noguera 2002b; Standing 1986, 1992) aunque, a mi modo de ver, esta relación es menos mecánica que en el caso de las trampas de la pobreza y el desempleo. Pienso que es necesario distinguir aquí entre el impacto sobre la oferta y la demanda de trabajo en negro. Por una parte, la RB, al eliminar las trampas, elimina también el incentivo al fraude que era un efecto lateral de las mismas. No creo que sea necesario extenderse más sobre esta dimensión. De modo general, la RB ofrecería a los que se encuentran trabajando en negro involuntariamente, porque no tienen acceso al mercado de trabajo regulado, la oportunidad real de escapar de esa situación (Noguera 2005b). Es no obstante 1992, 2002); Vanderborght (2006); Van Parijs (2001); Van Parijs y Vanderborght (2006); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002). 266 Además, recuérdese que tampoco deberíamos preocuparnos en exceso si se produjese un, inesperado, retraimiento de la oferta de trabajo en los empleos menos productivos. 267 Aunque escapa a los objetivos de este trabajo, nótese que las tasas impositivas marginales a las que se enfrentan las personas apresadas en las trampas son mucho más elevadas que aquellas a las que harían de hacer frente los trabajadores de las franjas salariales más altas si tenemos en cuenta los aumentos impositivos que supondría la aplicación de una RB. Dado que, además, las tasas impositivas para estos últimos serían progresivas, no es probable que los trabajadores de altos salarios se vean desincentivados para participar en el mercado de trabajo (Creedy y Dawkins 2002; Wright 2000). 268 Van Parijs y Vanderborght (2006); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002). 134 dudoso, bajo mi punto de vista, que se pueda esperar que la RB vaya mucho más allá de estos dos casos concretos (estadísticamente poco significativos), en particular en lugares como España donde existe un importante volumen de economía sumergida. No me parece, por ejemplo, que la RB pueda tener ninguna incidencia sobre aquellos trabajadores autónomos que trabajan en negro. Standing (1986) sostiene que la RB erosionaría la legitimidad social para trabajar en negro al eliminar las trampas. Estoy de acuerdo con este argumento, pero creo que se reduce a las personas atrapadas en trampas. Resulta moralmente justificable, a mi modo de ver, que una madre soltera con un hijo a cargo que está cobrando una renta mínima de 450 euros mensuales 269 prefiera trabajar en negro como camarera de fin de semana (e ingresar, pongamos por caso, 300 euros mensuales más) que hacerlo de forma legal y renunciar a toda o a una buena parte de su renta mínima. No obstante, creo que, con Standing, podemos convenir que ya no sería justificable si en lugar de cobrar una renta mínima percibiese una RB de la misma cuantía. Dando un paso más allá a partir del argumento de Standing y teniendo en cuenta lo dicho en la primera parte de este trabajo acerca de las condiciones para la emergencia de normas sociales, tal vez resultase plausible esperar que, si como parecería probable, se alcanzase una determinada masa crítica de personas que, en caso de existir una RB, desaprobasen el empleo en negro, una vez más, los patrones aprobación basados en la estima pudiesen llevar a la emergencia de normas sociales contrarias al trabajo en negro. Como vimos, los seres humanos albergamos una fuerte predisposición a cumplir con las normas de la cooperación y sancionar a quien no lo hace (strong reciprocity). El requisito es que esas normas sean percibidas como equitativas. En una sociedad como la nuestra, marcada por grandes y crecientes desigualdades sociales, resulta intuitivamente difícil de sostener que las condiciones en que se encontraría la mujer de mi ejemplo pudiesen ser consideradas equitativas. En este sentido, tal y como argumenta Van Parijs (1996) la RB podría ser concebida como parte fundamental de un nuevo contrato social que, ahora sí, estableciese unas bases equitativas para la cooperación social. Si esto fuese así, cabría esperar que quien, en esas nuevas condiciones, violase las normas de la cooperación, merecería la desestima de sus conciudadanos. Una vez llegados a este punto, tal vez pudiese darse un mecanismo de transferencia (spillover 270 ) que extendiese la desaprobación a todo el trabajo en negro, también el efectuado por los trabajadores autónomos. Una vez más, esta es una cuestión empírica pero intuitivamente, yo no sería demasiado optimista a este respecto. Como se ha dicho en diversas ocasiones en este trabajo, la RB no es la solución para todos los problemas sociales y seguramente la eliminación (o la reducción) del trabajo ilegal en España (más allá de la fracción del mismo asociada a las trampas) requiere de un conjunto de medidas mucho más amplias que la implementación de una RB. Mitschke (2002) argumenta que debemos esperar que el impulso contra el trabajo ilegal provenga más desde el lado de la demanda que desde el de la oferta. El argumento se refiere al efecto de un impuesto negativo sobre la renta (INR) pero es aplicable de la misma forma a una RB. Un INR puede 269 Esta es una cuantía sostenible para una RB en Cataluña según muestra el estudio Arcarons, Boso, Noguera y Raventós (2005). 270 “(…) el efecto de transferencia se da si una persona que sigue una cierta pauta de comportamiento, P, en un ámbito de su vida, X, también sigue P en el ámbito Y. (Elster, 2002, p. 44). 135 seguir permitiendo que haya trabajo en negro (seguirán existiendo impuestos que puede interesar eludir). No obstante, el INR puede permitir, como hemos visto para el caso de una RB, una mucho mayor flexibilidad del mercado de trabajo cosa que, a su vez, puede disminuir los incentivos de los empresarios para emplear en negro, máxime cuando esa práctica se encuentra severamente sancionada. Si nos referimos globalmente a las trampas de la pobreza y el desempleo y al fraude derivado de las mismas, existe, a mi modo de ver, un sentido en el que la RB es una estrategia de diseño institucional especialmente acertada. Tal vez alguien pueda pensar que la RB no hace nada por la virtud al eliminar las trampas ya que no cambia las motivaciones de las personas sino que simplemente permite, otorga honorabilidad por así decirlo, a una práctica que con los subsidios actuales es ilegal, a saber, trabajar y recibir un subsidio. No estoy de acuerdo. La RB es una medida especialmente acertada en este sentido ya que, como buena estrategia centrada en el cumplimiento, economiza moralidad (o virtud) en el sentido que se le ha dado a este concepto en la primera parte del presente trabajo. La RB no hace entrar en contradicción la motivación de los ciudadanos por alcanzar un nivel de renta que les permita mantener un cierto nivel de vida y la motivación paralela de contribuir al bien común de una manera razonable (en este caso a través de los impuestos con que se grava su renta salarial). De este modo, como en el caso del panadero de mi ejemplo de la primera parte de este trabajo, no se generan incentivos negativos que puedan socavar las motivaciones virtuosas y favorecer la adopción de una conducta corrupta. De modo general, diversos autores sostienen, como ya se ha apuntado, que la RB tendría un efecto muy beneficioso sobre la eficiencia económica. El tratamiento sistemático de esta tesis escapa en mucho a los objetivos de este trabajo pero, en breve y centrándome en lo que más directamente nos afecta, la RB se adecuaría mejor que las políticas actuales a los rápidos y profundos cambios a que se ven sometidas hoy en día nuestras sociedades (Noguera 2003). Las sociedades modernas se diversifican a un ritmo creciente y aparecen problemáticas muy concretas a las que se hace frente con políticas cada vez más particulares y específicas de modo que se acaba configurando una maraña de medidas no siempre bien coordinada que generan inequidades e ineficiencias dado que rápidamente aparecen nuevas realidades a las que no son capaces de adaptarse. Tal y como argumenta Noguera (2003), creer que ante un mundo cada vez más diversificado hacen falta más políticas específicas para cada caso concreto es una chapuza lógica, precisamente lo necesario son derechos universales vinculados a la ciudadanía misma, independientes de los estilos de vida de cada uno. En este sentido, me permito sugerir que la RB cumple el requisito de ser una “institución adaptable” tal y como se caracterizó este concepto en la primera parte de este trabajo. Como vimos a partir de North (2001, 2005) los seres humanos nos vemos abocados tener que diseñar las instituciones que regulan la vida social en situaciones de incertidumbre, con un conocimiento, en el mejor de los casos, incompleto sobre el funcionamiento de las problemáticas a las que nos enfrentamos. En este contexto, como argumenta Goodin (1992), la RB reduce al mínimo imprescindible las presunciones sobre el funcionamiento de la realidad social necesarias para que la medida funcione correctamente. En consecuencia, estamos ante una medida muy flexible, capaz de adaptarse rápidamente a realidades sociales cambiantes y distintas. Este era el requisito que, tal y como vimos a partir de Klein (2003) y 136 North (2001, 2005), debe cumplir una institución para tener éxito y no generar efectos contraproducentes en un mundo como el nuestro. La RB evita también cualquier posibilidad de estigmatización de los beneficiarios de la política, al contrario, es concebida como un derecho fundamental de ciudadanía. Sin ánimo de volver a extenderme aquí sobre esta cuestión que ya he tratado más arriba, nótese que, de modo particular y además de lo que ya se ha dicho, al aumentar el poder de negociación de los trabajadores, en especial de los más desaventajados, la RB abre la puerta a la dignificación de muchos empleos (Raventós 2002) que no gozan actualmente de esa cualidad. La RB suprimiría los falsos empleos públicos que hoy en día se crean simplemente para mantener activos a los perceptores de determinados beneficios sociales y que, como he argumentado, terminan por estigmatizarlos (Noguera 2005b; Standing 1992). La RB elimina también, obviamente, los humillantes controles means test que tienen que pasar los demandantes de prestaciones condicionas para poder acceder a las mismas (Raventós 1999, 2000, 2001, 2001c). Por otra parte, la RB mejora las oportunidades de inserción social. Tal y como se ha argumentado, en los programas actuales la inserción prácticamente se reduce a encontrarse empleado en el mercado de trabajo. Aun aceptando que esto fuese así, la RB ya sería una buena estrategia de inserción en tanto que es la mejor (o una de las mejores) estrategias disponibles para incentivar la activación de la fuerza de trabajo. Pero la inclusión no tiene por qué reducirse al trabajo en el mercado (Adelantado y Noguera 2001; Raventós 1999; Standing 2002). En un número muy importante de casos, el único problema que tienen las personas catalogadas de excluidas por los programas de inserción es la no disponibilidad de una renta (Aguiar, Gaviria y Laparra 1995). Además, tal y como se ha comentado, la pobreza incide negativamente sobre la búsqueda de trabajo y el reempleo en lugar de producir reactivación. Recibir prestaciones muy bajas está asociado con reducidas oportunidades de reempleo, baja calidad del mismo, pobreza y poco bienestar mental y mala salud (Malmberg-Heimonen y Vuori 2005). Por el contrario, la mayoría de expertos demandan hoy en día separar el derecho a percibir una renta del derecho a la inserción social (Ayala 2000). La implementación de una RB no tiene por qué suponer la desaparición de los programas de inserción social (no sólo laboral). Al contrario, con una RB los trabajadores sociales y todos aquellos profesionales que trabajan en el campo de la inserción podrán dedicarse realmente a su cometido en lugar de tener que desviar gran parte de su potencial a fiscalizar a los beneficiarios tratando de impedir que, por ejemplo, incurran en el fraude (Adelantado y Noguera 2001; Aguiar, Gaviria y Laparra 1995; Ayala 2000). Pero si hablamos de inclusión social, existen dos tipos de realidades que, bajo mi punto de vista, deben ser diferenciadas. Por una parte, existe toda una serie de problemáticas de exclusión social que tienen que ver con problemáticas de salud mental. En ese caso estamos ante una problemática de tipo sanitario que como tal debe ser tratada 271 . Para el resto de casos, como va dicho, teniendo en cuenta que la RB tendrá un impacto positivo, no hay ningún problema en seguir manteniendo todos aquellos mecanismos adicionales específicos de inclusión social y laboral que sean necesarios. Hay dos 271 Y, precisamente, otra vez, la RB libera a los profesionales para que puedan dedicarse plenamente a estas problemáticas. Para un acercamiento a la RB como una medida adecuada para afrontar los nuevos retos de las problemáticas de salud mental, véase Raventós (2007). 137 consideraciones a tener en cuenta en este punto. En primer lugar, no resulta éticamente legítimo utilizar el derecho a la renta para forzar a los beneficiarios a integrarse en el mercado de trabajo tal y como se hace hoy en día con las políticas de workfare. No querer trabajar en el mercado forma parte de la libertad individual de las personas y no significa necesariamente estar excluido. En segundo lugar, pese a que sin duda una parte de las personas que se encuentran cobrando hoy en día una renta mínima, con una RB, en uso de su libertad, no participarían en los programas de inserción en el mercado de trabajo y renunciarían al empleo, no es de esperar que esta sea la conducta mayoritaria. Como demuestra la evidencia empírica, gran parte de los participantes en los programas de inserción laboral desean de hecho acceder a un empleo y participarían en los mismos aunque dicha participación se desvinculase del derecho a cobrar la prestación (Ayala 2000). V.3- Renta Básica y motivación para hacer bien el trabajo El Departamento de Trabajo de la Generalitat de Cataluña llevo a cabo hace ya algunos años una campaña cuyo eslogan rezaba así: “La feina mal feta no té futur, la feina ben feta no té fronteres”. Se trataba de una campaña destinada a potenciar el compromiso de los trabajadores y trabajadoras catalanas para hacer bien su trabajo y, de ese modo, hacer avanzar al país y aumentar su competitividad. Podríamos aquí preguntarnos si la RB, además de poder ser, como hemos visto, una herramienta de activación (cuantitativa, por así decirlo) de la fuerza de trabajo, podría tener también una incidencia más “cualitativa” sobre la motivación hacia el trabajo, si podría servir como fuente de motivación para fer la feina ben feta. Tal y como argumenta Ayala (2000), apenas se sabe algo sobre la relación entre prestaciones y el esfuerzo o la intensidad del trabajo, el atractivo de la actividad o el riesgo. Parece que, como ya se ha comentado, los empleos subsidiados no afectan positivamente a la actitud hacia el trabajo e incluso podrían producir el efecto contrario (Standing 1986). Pero derivar de esa constatación que la RB sí que tendrá ese efecto positivo parece ya harina de otro costal. Personalmente vuelvo a ser escéptico sobre el alcance de tal posibilidad, no obstante, la literatura ofrece, nuevamente, algunas vías a través de las cuales se podría esperar que la RB mejorase la predisposición hacia el trabajo en este sentido “cualitativo”. Hoy en día, el trabajo de calidad, bien remunerado e intrínsecamente satisfactorio, se ha convertido en un bien escaso (Noguera 2002b, 2007b; Segall 2005; Van Parijs 1996; Widerquist 2006). Buena parte de los empleos demandados por el mercado no pueden aportar realización personal a quien los lleva a cabo (Raventós 1999, 2000, 2001, 2001c). Esto es especialmente cierto en el caso de lo que se ha denominado como empleo falso, aquel empleo que no existiría si no fuese por las subvenciones o, en los casos más extremos de workfare, porque la administración lo crea directamente. Tal y como señala Elster (1993), gran parte de estos trabajos tienen la característica de que no son realizadores (son monótonos y aburridos) y tampoco generan ningún valor de uso que los justifique. Son trabajos cuya principal finalidad es mantener a la gente ocupada y que se destinan a actividades que la sociedad no valora lo suficiente como para pagarlas 272 . Si lo anterior es cierto, pienso que sería 272 Nótese que se podría argumentar que tras estos empleos se da un problema de subproductos. La autorrealización es un bien que constituye un estado que es esencialmente un subproducto, no se puede tratar de 138 plausible sostener que la RB puede mejorar la motivación hacia el trabajo de una manera indirecta. La RB no puede hacer nada para aumentar la motivación hacia el trabajo de alguien que realiza una actividad intrínsecamente desagradable pero, a mi modo de ver, tal vez pueda hacerlo indirectamente. Como hemos visto reiteradamente, y no voy a volver a extenderme en ello, la RB genera incentivos para que los empresarios eliminen o mejoren las condiciones de los empleos desagradables, la RB contribuiría, por decirlo en palabras de Wright (2000), a humanizar el trabajo. Pienso que resulta plausible suponer que a consecuencia de esa humanización del trabajo, se produzca un aumento de la motivación hacia el mismo por parte de los trabajadores. En segundo lugar, como también se ha dicho ya, la RB convertiría a la relación laboral en un acuerdo más libre y menos coercitivo. El optar por el trabajo en el mercado sería más una cuestión de las preferencias de cada uno y menos un asunto de necesidad. Sería de esperar que este factor mejorase también la motivación de los que se encuentran dentro del mercado de trabajo. Aquellos descendientes de los filósofos griegos que consideren el trabajo como una actividad inhumana en sí misma y prefieran dedicarse a otra cosa podrán hacerlo, mientras que, cabe esperar que aquellos que permanezcan o se incorporen al mercado de trabajo estén mínimamente motivados para ello. En este sentido, al ser más libres, cabe esperar que los trabajadores puedan optar a más realización en el trabajo (Francisco 2001). Conectando este segundo factor con el primero, a mi modo de ver cabe esperar que si la relación laboral se vuelve menos coercitiva y es más una cuestión de preferencias, las reglas que rigen en los empleos deberán ser menos autoritarias, menos basadas en amenazas de sanciones y más en otro tipo de incentivos, a saber –esta música debería ya sonarnos-, menos diseñadas para lidiar con villanos. Si esto fuese así, por esta vía también cabría esperar que el cambio en el trato que los empresarios dispensasen a sus trabajadores aumentase la motivación de estos últimos. En resumen, tal y como argumenta Noguera (2005b), es de esperar que unos trabajadores más satisfechos y libres sean más productivos. Por otra parte, el hecho de que la RB favoreciese la autoocupación debería repercutir también bajo mi punto de vista en la motivación para cumplir. Creo que parece plausible esperar que el trabajador autónomo esté más motivado para hacer bien su trabajo por todo un cúmulo de factores que podrían ir desde la autointeresada constatación de que cuando se trabaja por cuenta propia hacerlo bien y mantener satisfechos a los clientes va directamente a favor del propio interés hasta el hecho de que poder diseñar y dirigir autónomamente el propio trabajo aumenta su potencial de autorrealización (Elster 1993). Finalmente, como también se dijo, la RB permitiría poder llevar a cabo trabajos poco remunerados dada su baja productividad pero intrínsecamente atractivos 273 y, por tanto, autorealizadores. A la alcanzarla directamente sino que, si se obtiene, sólo puede ser de manera indirecta, a través de la realización de actividades que tienen otros objetivos. Un gran cirujano puede hallar una gran satisfacción en el hecho de salvar una vida pero, para conseguirlo, su objetivo cuando entra en el quirófano no puede ser el de realizarse sino el de salvar vidas. Paralelamente, es difícil imaginar que alguien pueda hallar una gran satisfacción en realizar un trabajo que él mismo sabe que es inútil y que nadie demanda. 273 Piénsese, por ejemplo, en el potencial de recuperación de los oficios artesanos tradicionales de interés cultural. 139 inversa, la RB permitiría suprimir los mencionados empleos falsos que estigmatizan y no permiten la realización de quienes los llevan a cabo 274 . Pienso que, pese a que no soy optimista respecto a la incidencia real de la RB sobre la motivación para realizar bien el propio trabajo, los factores comentados pueden incidir positivamente sobre la misma aunque sea en una medida más bien modesta. De todas formas, la cuestión de si dicha incidencia se da o no y si su medida es más bien modesta, como yo intuyo, o si, por el contrario, es de una intensidad notable, constituye, una vez más, una cuestión que habría que comprobar empíricamente. V.4- La Renta Básica y el poder de negociación de los trabajadores Dedicaré la última sección del presente capítulo a la posible incidencia de la implementación de una RB sobre el poder de negociación de los trabajadores, en particular sobre aquellos que se hallan en una peor situación en el mercado de trabajo. Este también es, como no podía ser de otra forma, un tema que genera controversia entre los expertos. a- Las posturas críticas M. Friedman, el conocido economista neoliberal, es uno de los más inesperados partidarios con los que cuenta la RB (Francisco 2001). Desde su punto de vista, la RB haría viable y socialmente soportable la existencia de un sector del mercado de trabajo ampliamente desregulado y precario, principalmente el de servicios y trabajo manual no cualificado. Friedman no defiende exactamente una RB (del nivel más alto sostenible) tal y como ésta ha sido definida aquí sino que se decanta por una renta mínima que no introduzca distorsiones en el funcionamiento del mercado pero sus argumentos se encuentran en la línea de los de algunas personalidades del mundo académico, político y social que, desde posiciones ideológicas opuestas a las suyas, sostienen que la RB podría empeorar la situación de los sectores más desprotegidos del mercado de trabajo así como la de aquellos que se encuentran total o parcialmente excluidos del mismo. Digamos que estos críticos son escépticos respecto de algo que en este trabajo se ha venido presentando como una virtud de la RB, a saber, respecto de la posibilidad de que abra la puerta a una liberalización importante (si no total) del mercado de trabajo evitando que ello se traduzca en mayor inseguridad. Los críticos temen que una RB, que en el mejor de los casos se limita a asegurar el mínimo de subsistencia, legitime efectivamente la citada liberalización pero sin que se activen los demás mecanismos a que se ha hecho referencia y que deberían asegurar un mayor reparto del empleo, una mayor igualdad en la escala salarial así como un aumento de la medida en que esta refleja la relación entre los salarios y la relativa desventaja de ciertos tipos de trabajo antes que simplemente la escasez relativa de ciertos tipos de mano de obra, etc. En ocasiones se aduce que con una RB se verá reducido el incentivo para mejorar las propias habilidades y, en consecuencia, la propia capacidad de captar ingresos (Van Parijs, Jacquet y Salinas 2002). Diferentes factores permitirían llegar a esta conclusión. Por una parte, como se dijo, la 274 Nótese que nos encontramos aquí, una vez más, con la concepción de la RB como un subsidio al empleo poco productivo pero que se ofrece a los trabajadores para que sean ellos los que decidan cuales son los trabajos que merece la pena subvencionar. 140 implementación de una RB comportaría un aumento de las tasas impositivas marginales sobre la renta salarial que podrían desincentivar el esfuerzo para progresar en el mercado de trabajo. Por otra parte, tal vez muchas personas jóvenes, en edad de incorporarse al mercado, estarían satisfechas con completar su renta básica con un empleo de baja cualificación mientras que en ausencia de RB se habrían preocupado por adquirir mayores cualificaciones 275 . Sin embargo, como argumentan los autores, no parece que esta amenaza deba preocuparnos en exceso. En primer lugar, como ya se dijo, el trabajo en el mercado ofrece incentivos no monetarios que no se verían afectados por una RB. Pero además, una vez en el mercado, la promoción dentro del mismo ofrece también incentivos adicionales que tampoco se ven afectados (poder, reconocimiento, estima y autoestima, beneficios no imponibles, etc.). En segundo lugar, los aumentos en las tasas impositivas marginales pueden ir acompañados, si se dan en un contexto de creciente desigualdad en la captación de ingresos brutos, tal y como por otra parte sucede hoy en día, de aumentos en los beneficios marginales. En tercer lugar, como ya se dijo, precisamente la RB puede ser una importante herramienta de cara a mejorar la cualificación de la fuerza de trabajo. Precisamente, la RB, contra las preocupaciones de los críticos en este sentido, pretende ser un instrumento para sacar a los trabajadores precarios y a los desempleados de las trampas de la pobreza y el desempleo y permitirles así avanzar en el mercado de trabajo. En un análisis más global, Gorz (1992) contempla dos posibles escenarios que se podrían derivar de la implementación de una RB. Por un lado tendríamos el escenario “positivo” que he ido describiendo a lo largo del presente capítulo pero, por otro lado, Gorz alerta sobre la posibilidad de un segundo escenario. En este segundo escenario la RB se convierte en un instrumento que incentiva y legitima una creciente polarización 276 social y del mercado de trabajo. A un lado encontraríamos a aquellas personas (mayoritariamente hombres) que disfrutan de buenos empleos, estables, bien pagados, intrínsecamente satisfactorios y de jornada completa. En el otro extremo tendríamos a una creciente subclase de trabajadores descualificados que se mantienen entre el desempleo y el empleo precario a tiempo parcial. Esta es, obviamente, una realidad creciente en nuestras sociedades pero, la RB contribuiría a acelerarla y le otorgaría una legitimidad de la que hoy carece. La RB sería entendida como un sustituto de los actuales sistemas de bienestar y no como una base para los mismos, los empleadores la utilizarían como un subsidio para poder precarizar aún más las condiciones de trabajo, ofrecerían empleos que no pasarían de ser meros complementos de la RB. El resultado sería lo que Gorz ha denominado como la Sur-Africanización (South-Africanization) de la sociedad 277 (Gorz 1992; Jordan 1992). 275 El argumento se refiere a los posibles efectos de una RB parcial, por debajo del nivel de subsistencia (como la propuesta por Friedman, por cierto). Cabe esperar que con una RB del máximo nivel sostenible estos efectos serían, en caso de darse realmente, aún más importantes. Nótese que, por otra parte, este argumento podría aplicarse también a los complementos salariales y a las desgravaciones a la seguridad social que se aplican a los empleos menos productivos. 276 Polarización no significa exactamente lo mismo que desigualdad pese a que ambas suelen ir juntas. Por polarización “en cualquier distribución de características (por ejemplo, renta) entendemos (…) el grado en el que la población se encuentra agrupada en torno a polos distantes” (Esteban y Ray en Aguiar 2001). 277 Se pueden encontrar exposiciones críticas de la misma tesis en Van Parijs y Vanderborght (2006) o en Vanderborght (2006). 141 Gorz continúa argumentando que la RB, por sí sola, no puede garantizar que vaya a producir el primer escenario “positivo” y no el segundo. En este sentido propone complementarla con toda una serie de medidas adicionales. Dichas medidas deben situarse a lo largo de tres ejes: 1- La duración de la jornada debería ser reducida paulatinamente de manera sustancial. Cada reducción en la renta salarial producida por la reducción de la jornada debe ir siendo compensada por aumentos paralelos de la RB hasta alcanzar el equilibrio adecuado. 2- Los empleos que vayan quedando disponibles como consecuencia de las reducciones de jornada deben ir haciéndose accesibles para los desempleados a través de programas formativos adecuados que hagan posible que cualquiera pueda mejorar su formación en cualquier momento y a cualquier edad. 3- Debe haber una política de promoción del trabajo voluntario que contribuya a dotar al mismo de reconocimiento social. Gorz hace referencia aquí a medidas como ofrecer espacios y facilidades para que las entidades puedan llevar a cabo sus actividades, permisos laborales temporales para que, quien lo desee, pueda dedicarse a este tipo de trabajo, reconocimiento social para los voluntarios a través de mecanismos tales como la creación de cuasi-contratos para los que se dedican a esas forma de trabajo o la concesión de determinados privilegios como podría ser, por ejemplo, la garantía de que las personas que se dediquen a la atención altruista de las personas mayores tendrán derecho a recibir ese tipo de cuidados cuando sean ellos quienes los necesiten en el futuro (Gorz 1992). Personalmente considero que si realmente la situación de la RB es tal y como Gorz la concibe, el futuro que le espera a esta medida resulta muy negro. No voy a entrar a discutir en profundidad las tres líneas de medidas complementarias propuestas por Gorz pero pienso que si nos detenemos por un momento a pensar sobre lo que significaría la aplicación de cada una de ellas veremos que se trata de propuestas muy problemáticas. La cuestión aquí sería que, a mi modo de ver, que existe un claro dilema. Si esas medidas quieren ser realmente efectivas, habría que aplicarlas radicalmente de manera que nos acercaríamos a una hiper-planificación inaceptable; y si no se aplican así, entonces son pura cosmética que sólo tranquiliza conciencias pero no añade nada sustancial a la RB. Sobre los dos primeros ejes, no creo que haya mucho que decir. Cualquiera que, como sostiene Van Parijs (2001), no confunda la economía con la aritmética, se percatará de que es imposible plantearse repartir el empleo en una economía desarrollada como la nuestra a no ser que se recurra a medidas autoritarias, éticamente inaceptables desde cualquier punto de vista, que, además, nos llevarían al colapso económico y provocarían todo tipo de efectos contraproducentes 278 . De hecho Gorz, igual que todos aquellos que defienden el reparto del trabajo, no dice nada acerca de cómo deberíamos llevar a cabo dicha propuesta. Esta falta de concreción, ya denunciada por Noguera (2002b), debería hacernos sospechar que estamos ante una idea que puede parecer intuitivamente plausible pero que resulta inaplicable en la práctica. De hecho, tal y como se ha venido argumentando, la RB es la mejor medida de que disponemos para conseguir un mayor reparto del empleo. Un reparto que no se llevaría a cabo a través de medidas autoritarias sino de forma suave, indirecta. El tercer eje de actuación al que hace referencia Gorz me parece algo más salvable. Se hace referencia a la: apromoción y b- reconocimiento del trabajo voluntario. Sobre el primer aspecto, no puedo más que 278 Sobre esta cuestión véase especialmente: Noguera (2002b) y, de forma complementaria: Noguera (2004, 2007b) y Elster (1988). 142 estar de acuerdo. Sobre el segundo también, aunque creo que debemos ir con cuidado acerca de las formas concretas en que pretendemos alcanzar el objetivo para no caer de cuatro patas en la falacia de los subproductos. Una vez más, el reconocimiento es un tipo de bien que no se puede lograr directamente sino de manera indirecta, a través de la realización de actividades que tienen una finalidad distinta de la obtención de reconocimiento. Nuevamente Gorz no es todo lo preciso que sería deseable en su argumentación pero debo decir que las sugerencias que hace se me antojan difíciles de aplicar y generadoras de potenciales efectos contraproducentes. Se me hace difícil, por ejemplo, ver cómo habría que articular en la práctica los permisos para el trabajo voluntario. La creación de cuasi-contratos para voluntarios o la adquisición de determinados privilegios merced a la realización de actividades voluntarias me parecen también propuestas controvertidas. No voy a detenerme a explorarlas en detalle pero nótese, por ejemplo, que generan incentivos perniciosos para la realización de dichas actividades y que, según vimos en la primera parte de este trabajo, pueden funcionar como alarmas que lleven a los voluntarios a plantearse el potencial valor de mercado del trabajo que llevan a cabo 279 . Podríamos por tanto estar ante un incentivo a evitar si pretendemos favorecer el funcionamiento de la mano intangible. Como vimos, este tipo de incentivos puede tener el efecto pernicioso de impulsar a los agentes a pasar de un encuadre normativo a uno de ganancia. Por el contrario, como se sostuvo en el tercer capítulo de este segundo bloque, la RB puede, precisamente, ser un elemento de revalorización del trabajo voluntario y ofrece además libertad real a las personas para poder dedicar parte de su tiempo al mismo si así lo desean. Así pues, los tres ejes a través de los cuales Gorz contempla que deberíamos complementar la RB me parecen difíciles de sostener. Sea como sea y desde un punto de vista más general, no veo de que forma concreta la RB (sin complementos) podría llevarnos al segundo escenario (“negativo”) sobre el que Gorz nos alerta. No veo cómo un instrumento que mejora las condiciones materiales de la parte más débil del contrato de trabajo y que la dota de mayor poder real para rechazar y/o negociar un cambio en las condiciones de aquellos empleos que no cumplan con unos mínimos de dignidad, podría conducir a una mayor precarización de la fuerza de trabajo y a una mayor polarización social 280 . 279 De todas las propuestas de Gorz, con la que más de acuerdo estoy es con la de dotar a las entidades con los espacios y los medios necesarios para llevar adelante sus actividades. De hecho esta es una problemática importante en una ciudad como Barcelona donde, si se me permite el comentario, por ejemplo, las entidades del barrio de Sant Andreu hace ya tiempo que llevan adelante una campaña para reclamar al consistorio municipal que les ceda espacios donde poder llevar a cabo sus actividades en condiciones y de manera autónoma. 280 Aguiar (2001) sostiene una tesis más matizada. En esta ocasión no se trata de que la RB sea causa de polarización, al contrario, se está de acuerdo en que puede ser un elemento que la mitigue. Lo que se argumenta en este caso es que no está lo suficientemente bien armada para enfrentar este problema y que una RB que no fuese universal sino que tuviese un carácter condicional que la restringiese a aquellas personas que no alcanzasen una determinada renta sería un instrumento mucho más óptimo en este sentido. Imaginemos una sociedad fuertemente polarizada donde existen dos grupos sociales que son extremadamente homogéneos internamente y, a la vez, extremadamente desiguales el uno respecto del otro. Si introdujésemos una RB universal tal y como la que aquí se ha definido que fuese financiada con impuestos que gravasen los ingresos de los miembros del primer grupo, sin duda, dice Aguiar, la polarización disminuiría. No obstante, la polarización disminuiría mucho más si, en lugar de introducir una RB universal, aplicásemos una RB restringida a los miembros del segundo grupo. Pienso que esta crítica no debería preocuparnos tanto como la de Gorz dado que no se dice que la RB cause polarización sino, simplemente, que no es el mejor instrumento de que disponemos para combatirla. Aunque aceptásemos el argumento, aún podríamos continuar prefiriendo una RB universal, tal y como la concibo yo aquí, dado que es de esperar que ésta puntuaría mejor que la versión condicional en muchos otros parámetros, en 143 b- Renta Básica y poder de negociación Cuando hablamos de poder de negociación, éste sin duda se encuentra determinado por una amplia gama de factores que pueden ir desde la presencia de líderes carismáticos hasta el grado de apoyo del que se goce ante la opinión pública. No obstante, de cara a diseñar un modelo explicativo, tal y como señalan Casassas y Loewe (2001), Elster (1991) y Raventós y Casassas (2003), tres son los elementos fundamentales del mismo 281 , a saber, las preferencias temporales de los agentes, su grado de aversión hacia el riesgo y lo que en teoría de juegos se denomina los valores de desacuerdo. Las preferencias temporales son importantes porque cuando existen diferentes tasas de preferencia temporal, el resultado favorece a la parte menos impaciente. El hecho de conceder muestras de urgencia anima a la otra parte a estirar el proceso de negociación, aun a costa de incurrir en mayores costes, con la esperanza de que, en el margen, el adversario se vea obligado a renunciar a sus pretensiones iniciales y ceder sus posiciones. En segundo lugar, por lo que respecta a la actitud frente al riesgo 282 , un excesivo conservadurismo tiende a constreñir el conjunto de resultados favorables para un agente determinado. Finalmente, los valores de desacuerdo con que los agentes pueden contar se refieren a la utilidad que estos obtendrían en caso de ruptura de las negociaciones. Bien, la RB mejora la situación en cada una de las tres dimensiones de los trabajadores que se encuentran en una posición más débil en el mercado de trabajo (Casassas y Loewe 2001; Raventós y Casassas 2003). Conviene mantenerse atentos en este punto para no incurrir en una falacia. El hecho de que todos los agentes que toman parte en el mercado de trabajo (o que quieren hacerlo) reciban la misma RB no comporta, en modo alguno, que la RB deje inalterado su poder relativo en el mismo 283 . La utilidad marginal del dinero es decreciente y, por tanto, los menos favorecidos serán los que más se beneficiarán de la implementación de una RB y los que verán aumentar en mayor medida su poder relativo en el mercado. En primer lugar, verán cómo su utilidad marginal en el punto de desacuerdo aumenta en mayor proporción que el del resto de los agentes. En segundo lugar, si aceptamos que la utilidad de la renta influye positivamente sobre la paciencia (Casassas y Loewe 2001), los menos favorecidos reducirán su tasa de descuento temporal en mayor medida que cualquier otro agente. Finalmente, la RB reduce también la aversión al riesgo de los menos acaudalados en mayor medida que la de los demás. Por todo ello, se puede suponer que la implementación de una RB tendría un impacto positivo sobre la fuerza negociadora de los más débiles. particular, probablemente una RB condicional podría tener más dificultades para enfrentarse a las trampas de la pobreza o a la estigmatización. Pero, además, tal y como muestran Noguera y Raventós (2002), no es la condicionalidad o no de la RB lo que determina su éxito frente a la polarización social sino su cuantía y la manera en que se financia. 281 Recuérdese que en la primera parte de este trabajo se sostuvo que una buena explicación requiere de la simplificación de una realidad que resulta mucho más compleja. Esa simplificación debía contener empero los principales elementos del conjunto que forma la realidad. 282 La teoría económica explica la actitud frente al riesgo a través del análisis de las preferencias de los individuos ante la incertidumbre. En este sentido, un amante del riesgo prefiere tener el 10% de probabilidades de obtener 1000 unidades de algún bien frente a la garantía de disfrutar de 100 unidades. Los aversos al riesgo en cambio preferirán la opción contraria (Casassas y Loewe 2001). 283 Casassas y Loewe (2001); Raventós y Casassas (2003); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002). 144 c- Algunas cuestiones adicionales La exposición anterior ha sido muy esquemática y, bajo mi punto de vista, dista aún de estar suficientemente clara la forma concreta en que se traduciría ese aumento del poder de negociación de los segmentos más precarizados de la clase obrera. En particular, no sé si la implementación de una RB favorecería en mayor proporción la opción salida o la opción voz (Hirschman 1977) de los más débiles. Directamente relacionado con lo anterior, no sé si deberíamos esperar que ese aumento del poder de negociación se diese a nivel individual o colectivo. En ocasiones se sostiene que la RB podría actuar a modo de caja de resistencia para los trabajadores que se encontrasen en huelga reivindicando sus derechos 284 . De este modo, la RB aumentaría su poder de negociación que sería además, poder en tanto que colectivo. Esto es sin duda cierto pero creo que resulta interesante observar que, tal y como sostienen Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002), se trataría de una caja de resistencia algo sui generis ya que no estaría bajo el control del sindicato, el comité de empresa, la asamblea o cualquier otra forma de organización colectiva sino que estaría en manos de cada trabajador en tanto que individuo. Este hecho me hace dudar de que la RB aumente el poder de negociación “colectivo” de los trabajadores. Al contrario, podría llegar a tener una incidencia negativa en la capacidad de movilización de los sindicatos. El carácter individual de la RB no sería el único elemento de la misma que podría afectar negativamente a la capacidad movilizadora de los sindicatos. En segundo lugar, como también argumentan Van Parijs, Jacquet Salinas (2002), la RB haría disminuir la centralidad del empleo en la vida de las personas así como el porcentaje de la renta total que se deriva del mismo. De este modo, se verá reducido el porcentaje de la renta que se percibe como, en un determinado sentido, controlada por los sindicatos, pudiendo ver estos erosionada su capacidad de influencia sobre los trabajadores 285 . No pretendo que estos últimos argumentos deban ser entendidos como una crítica hacia la RB. Podría resultar que la RB fuese negativa para los sindicatos, en tanto que organizaciones con intereses propios, y que continuase siendo buena para los trabajadores que se encuentran en peor situación en el mercado o directamente excluidos del mismo 286 . Simplemente pretendo sostener que no estoy seguro de que el citado aumento del poder de negociación de los trabajadores se traduzca en un aumento de la acción colectiva, sea a través de las organizaciones sindicales o a través de otros tipos de organizaciones como, por ejemplo, las asambleas de trabajadores. Podría perfectamente suceder que la RB incidiese negativamente sobre la acción colectiva de los trabajadores y que les otorgase, en cambio, un mayor poder de negociación a nivel individual. No obstante, también se podrían aducir razones para sostener lo contrario, a saber, que la RB influiría positivamente sobre la acción colectiva de los trabajadores. Es indudable que, pueda o no ser entendida como una caja de resistencia en sentido estricto 287 , la RB aumentaría, como se ha visto, la 284 Vanderborght (2006); Van Parijs y Vanderborght (2006); Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002); Xarxa Renda Bàsica (2006). 285 Esta percepción constituye, claro está, una ilusión, pero eso no le resta ni un ápice de poder de influencia sobe la conducta de los trabajadores. 286 En Vanderborght (2006) puede hallarse una completa discusión sobre la posible incidencia que una RB podría tener sobre los sindicatos. 287 Por otra parte, los sindicatos siempre podrían imponer una tasa sobre la RB de sus afiliados que se destinase, precisamente, a financiar cajas de resistencia (Vanderborght 2006). 145 fuerza negociadora de los trabajadores y, por tanto, su capacidad de convocar y prolongar huelgas en defensa de tales o cuales derechos. Además no es ni tan sólo necesario esperar que una RB se traduzca en un aumento de las huelgas o de su duración, tal y como destacan Van Parijs, Jacquet y Salinas (2002) el simple aumento de la capacidad para realizar amenazas creíbles ya desembocará en acuerdos más favorables para los trabajadores. Por otra parte, tal vez esté yo aquí planteando el aumento del poder de negociación individual y colectivo como si fuesen objetivos contradictorios entre sí cuando, en realidad, son complementarios. Tal vez, como argumenta Vanderborght (2006), la RB aumente el poder de negociación de los trabajadores tanto a nivel individual como colectivo. Así, un trabajador individual tendrá más poder para plantearle una reivindicación determinada a su jefe con una RB y, al mismo tiempo, el conjunto de trabajadores de esa empresa tendrá también más poder para organizarse y plantear una reivindicación colectiva. Quizá sería necesario introducir en este punto una distinción adicional. Una cosa es convenir que la RB ofrece más poder potencial a los trabajadores en el sentido puramente material, de que les da más capacidad para arriesgarse a ser despedidos o para aguantar un período prolongado de huelga, y otra cosa es prever cómo puede afectar la RB a la disposición de los trabajadores para la reivindicación de sus derechos (individual y colectivamente). La segunda cuestión que me planteo es la de sí la RB favorecería en mayor medida la opción salida o la opción voz de los trabajadores. Esta cuestión está, bajo mi punto de vista, estrechamente relacionada con la anterior. Si estamos hablando de acción colectiva, nos referimos exclusivamente a la opción voz. Pero si hablamos de poder de negociación individual podemos estarnos refiriendo al uso de la opción salida o de la opción voz 288 . La literatura especializada suele hacer referencia a lo que correspondería con una opción de salida o de retirada (fallback position). Como se ha sostenido en repetidas ocasiones a lo largo de este capítulo, la RB ofrecería a los trabajadores que se encuentran en peor situación en el mercado la opción real de dejar sus empleos o de no aceptarlos y tomarse un tiempo para buscar otro que ofrezca mejores condiciones, para autoemplearse, para formarse y aumentar el propio capital humano y poder así optar a un empleo más cualificado, etc. De este modo, por medio de un mecanismo de mano invisible, los empresarios se verían obligados a mejorar las condiciones de esos empleos mejorando así la situación de los que están peor. No me extiendo más en esta cuestión que, espero, ya ha quedado clara. Pero, por otra parte, la RB también podría aumentar el poder de negociación individual de los trabajadores que se hallan en los segmentos más débiles del mercado en un sentido estricto, a saber, podría ofrecerles la opción real de ejercer la voz a nivel individual. Soy más escéptico sobre la extensión real que tendría esta posibilidad pero no me parece descartable. La posibilidad de ejercer la opción de voz a nivel individual suele asociarse más a los profesionales liberales que reúnen una serie de características con las que, desde luego, no cuentan las fracciones más bajas de la clase obrera. Su poder de negociación individual se deriva de que cosas tales como el disponer un 288 Bien, para ser estrictos, si me refiero al “poder de negociación” debería ceñirme exclusivamente a la opción voz. En este sentido debo reconocer que he escogido un término que no es lo preciso que sería deseable. He optado por él, no obstante, porque es el que suele emplearse en la literatura. Yo lo utilizo aquí tanto en el sentido estricto de negociar las condiciones del empleo como en el más laxo de tener la opción de dejar el empleo o de no aceptarlo y buscar otro que ofrezca mejores condiciones. 146 importante y específico capital humano que les hace difícilmente sustituibles o de un amplio rango de oportunidades alternativas de empleo. No obstante, no me parece descartable que, con una RB, también los trabajadores poco cualificados pudiesen gozar de oportunidades en este sentido. Por ejemplo, si se produce un reparto del empleo, también ellos gozarán de oportunidades alternativas de empleo. O, también por ejemplo, en ámbitos como el de la pequeña y mediana empresa, pese a que un trabajador poco cualificado no pueda ser considerado como imprescindible en el sentido en que lo sería un prestigioso cirujano en una prestigiosa clínica privada, sí que se establecen relaciones de confianza que pueden llevar al jefe a aceptar mejorar las condiciones de trabajo o el salario de un determinado empleado al que valora si sabe que aquel goza de la oportunidad real de cumplir su amenaza de marcharse al disponer de una RB y de oportunidades de empleo alternativas. En otros casos, la opción me parece más inverosímil. Por ejemplo, no me imagino una cajera de una cadena de supermercados sentándose a negociar individualmente un aumento salarial con algún representante de la empresa. Se me antoja más plausible suponer que la empresa se percate de que un importante número de cajeras se han negado a renovar sus contratos y se han marchado a la cadena de la competencia que ofrece mejores condiciones (o se han declarado en huelga) y que, al mismo tiempo, empiece a encontrar dificultades para encontrar nuevas cajeras dispuestas a incorporarse a la empresa y que, finalmente, se vea obligada a mejorar los sueldos y las condiciones que ofrece. Así como en el caso del poder de negociación individual o colectivo no estoy seguro, en este caso, sí que me parece evidente que ambas opciones (voz y salida) no son de ningún modo incompatibles entre sí y que una RB favorecería ambas (aunque probablemente la opción salida sería predominante). Sea como sea, lo que se ha sostenido a lo largo de esta sección dedicada a la influencia de la RB sobre el poder de negociación de los trabajadores que se hallan en una posición más débil en el mercado de trabajo o excluidos del mismo constituye, una vez más, una cuestión empírica. 147 RECAPITULACIÓN DE LA SEGUNDA PARTE En este segundo bloque del trabajo he propuesto un objeto de estudio concreto sobre el que aplicar los contenidos desarrollados en la primera parte. En esta parte me he centrado en la propuesta de RB en su dimensión de incentivo hacia el trabajo en contraposición con los sistemas de bienestar condicional. He llevado a cabo una lectura de la RB como una estrategia centrada en el cumplimiento, que trata a los ciudadanos con respeto y que confía en su virtud, frente a muchas de las medidas del bienestar condicional que se centran en la desviación y tratan a los beneficiarios como potenciales villanos. He adoptado un concepto amplio de trabajo que además del que se lleva a cabo de forma remunerada incluye también el que se desarrolla en las esferas voluntaria y el doméstica-familiar y he tratado de evaluar el impacto que podría tener la implementación de una RB sobre cada una de estas esferas. He argumentado que cabría esperar efectos positivos así como una extensión de la virtud cívica en cada una de ellas. Lo que he pretendido en la segunda parte, además de la exploración teórica sistemática del objeto de estudio, ha sido esbozar un pequeño catálogo de posibles hipótesis de investigación sobre las relaciones entre RB y virtud cívica en el mundo del trabajo. Al igual que en el primer bloque del trabajo, he dedicado el primer capítulo a presentar los conceptos centrales del mismo. He asumido la definición de RB ofrecida por la Xarxa Renda Bàsica, a saber, por RB he entendido un ingreso pagado por el Estado a cada miembro de pleno derecho de la sociedad o residente, independientemente de cualquier otra consideración. Con el concepto de trabajo, como va dicho, he englobado tanto el que se realiza de manera remunerada como el voluntario y el domésticofamiliar. He dedicado el segundo capítulo a explorar la posible influencia que podría tener una RB sobre la civilidad de la sociedad más allá de la esfera del trabajo. Se ha tratado de una exploración parcial y superficial en la que me he limitado a valorar el posible impacto de una RB sobre unas pocas virtudes cívicas concretas. He sostenido que la RB podría enfrentar mejor el problema del racismo y la xenofobia que las medidas condicionales y también podría servir mejor que aquellas a la causa de la promoción de otras virtudes y bienes sociales como la tolerancia, la confianza social o el apoyo a las instituciones democráticas. En la segunda parte del capítulo he argumentado que la RB podría contribuir a debilitar el consumismo y el productivismo y que, por tanto, casa bien con los ideales medioambientalistas. Finalmente he explorado el posible impacto de una RB sobre la participación ciudadana y la deliberación. He ofrecido algunos mecanismos a través de los cuales la RB podría favorecer estas actividades pero me he mostrado más escéptico que con el resto de posibles efectos de la RB explorados en el capítulo. He dedicado el tercer capítulo de esta segunda parte a explorar posibles impactos de la RB sobre el trabajo voluntario. Como en el caso de la RB, he ofrecido algunos mecanismos a través de los cuales podríamos esperar que la RB favoreciese la realización de actividades voluntarias pero, nuevamente, no me he mostrado excesivamente optimista. En ambos casos considero que, si bien cabe esperar que la RB tuviese efectos positivos, si el objetivo es promover la realización de esas actividades, podríamos encontrar instrumentos mucho más óptimos. En este sentido, tal vez la RB sería un buen instrumento entro de un conjunto de medidas más amplio. 148 En el cuarto capítulo me he centrado en el impacto que una RB podría tener sobre el trabajo doméstico-reproductivo y sobre la situación de las mujeres. He concluido que tal cuestión dista de estar clara pero que, si bien la RB no puede ser concebida como la solución a la desigualdad de género, una vez más, sí que puede tener un impacto positivo si se la engloba en un conjunto más amplio de medidas. En el quinto y último capítulo he estudiado la posible incidencia de una RB sobre el trabajo remunerado. He concluido que, contra lo que a primera vista pudiésemos suponer, la RB constituye uno de las mejores herramientas de activación laboral con las que contamos hoy en día. En lo que más directamente afecta al presente trabajo, he argumentado que podríamos esperar que la RB acabase con las trampas de la pobreza y del paro, con la estigmatización y la dependencia que producen las actuales prestaciones condicionales. Del mismo modo, he ofrecido algunos mecanismos que podríamos esperar que tuviesen un efecto positivo en la erradicación del fraude. Por otra parte, también he ofrecido mecanismos a través de los que cabría esperar que la RB tuviese una incidencia positiva en la motivación de los trabajadores para hacer bien su trabajo. Finalmente, he argumentado que la RB daría más poder de negociación a los sectores más precarizados de la clase obrera aunque habría que explorar en más detalle las formas concretas en que se podría traducir ese mayor poder. 149 OBSERVACIONES FINALES A lo largo de este trabajo he explorado la relación existente entre e diseño institucional y la virtud cívica, a saber, la conducta motivada por normas sociales públicamente orientadas. He argumentado que la creación de virtud cívica es, primordialmente, una cuestión de diseño institucional. He empezado abordando dos problemas que, si bien resultan secundarios para los objetivos del trabajo a un nivel estrictamente académico, son cruciales para la relevancia social de los mismos. El primer problema es de índole normativo. Podríamos tratar de sostener que no ha siquiera lugar a preguntarnos por los mejores instrumentos institucionales para crear virtud cívica ya que ese es un fin ilegítimo en sí mismo. Dicho de otro modo, se podría decir que es ilegítimo que el Estado trate de influir sobre las motivaciones de las personas ya que la distinción entre lo que cuenta como virtud o como vicio y lo que constituye la vida buena, corresponde hacerla a cada persona en el pleno ejercicio de su libertad individual. Estoy de acuerdo con la intuición subyacente a este punto de vista pero pienso, y así lo he argumentado, que el Estado puede y debe promover la virtud cívica manteniéndose neutral, en el sentido adecuado, ante las diferentes concepciones razonables del bien y de la vida buena, esto es, la promoción de la virtud debe estar sometida a la prioridad de lo correcto sobre lo bueno y debe huir de derivas perfeccionistas de cualquier tipo. El segundo problema planteado es de orden empírico. Se podría argumentar que la virtud es un bien superfluo ya que, o bien no nos ofrece ningún beneficio demasiado valioso o bien, en caso de ofrecerlo, se trata de un beneficio que se podría obtener de forma más eficiente utilizando otros medios. He rechazado este punto de vista y he sostenido que la virtud cívica es un instrumento indispensable para la realización de innumerables bienes sociales de primera magnitud, el más destacado de los cuales es la justicia de la sociedad. De este modo, pienso que ha quedado sobradamente argumentada la legitimidad y la relevancia social de los objetivos del presente trabajo. A partir de aquí he presentado dos tipos ideales de estrategias de diseño institucional, las estrategias centradas en la desviación y las centradas en el cumplimiento. Las estrategias centradas en la desviación, o bien asumen una concepción errónea del ser humano que lo presenta como un villano motivado para defraudar, o bien suponen que, pese a que no todos los ciudadanos son villanos, cuando de diseñar instituciones se trata ese el supuesto con el que hay que trabajar. Sea como sea, la mala comprensión de la naturaleza de las motivaciones humanas y de su funcionamiento lleva a la creación de instituciones que tratan a los ciudadanos como canallas y que acaban socavando la virtud innata de los mismos y generando todo tipo de efectos contraproducentes. Por el contrario, el segundo tipo ideal expuesto, a saber, el que forman las estrategias de diseño institucional centradas en el cumplimiento, no conciben al ser humano como corrupto sino como virtuoso aunque potencialmente corruptible. Este tipo de estrategias en primer lugar aprovechan bien la virtud innata de los ciudadanos, no la socavan sino que la reproducen y contribuyen a fortalecerla. En segundo lugar, crean virtud de forma efectiva haciendo emerger normas sociales públicamente orientadas y promoviendo la interiorización de las mismas. En la segunda parte del trabajo he aplicado la anterior tipología a la RB y a las políticas del bienestar condicional en tanto que incentivos hacia el trabajo. Como acabo de exponer en la recapitulación de la 150 segunda parte, y no me extenderé mucho más en ello, pienso que es posible entender la RB en la doble faceta de: a-incentivo hacia el trabajo (trabajo en un sentido amplio, no únicamente remunerado) y de b- estrategia centrada en el cumplimiento. A partir de esa idea de fondo he argumentado que la RB puede tener efectos positivos y extender la virtud cívica en cada una de las dimensiones del trabajo. En esta segunda parte lo que he pretendido, además de llevar a cabo una exploración teórica sistemática del objeto de estudio, ha sido esbozar un pequeño catálogo de posibles hipótesis de investigación sobre las relaciones entre RB y virtud cívica en el mundo del trabajo. El presente trabajo constituye mi treball de recerca de doctorat. El posterior desarrollo del mismo será ya propiamente mi tesis doctoral. Pretendo abordar allí empíricamente alguna de las cuestiones que he esbozado a modo de hipótesis preliminar en el segundo bloque del trabajo, preferentemente aquellas que tienen que ver con la relación entre Renta Básica y poder de negociación de los trabajadores que se encuentran en los sectores más precarizados del mercado de trabajo. 151 BIBLIOGRAFÍA - Adam, S.; Brewer, M. y Shephard, A. (2006): The poverty trade-off. Work incentives and income redistribution in Britain. Bristol, The policy press. - Adam, S.; Brewer, M. y Shephard, A. 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