T LA TECNOLOGÍA Energías renovables, tecnología, ecosistemas y paisajes Josep Puig i Boix Doctor ingeniero industrial Profesor de Energía en la UAB – ICTA En los últimos tiempos se han puesto en evidencia algunas controversias cuando, desde diferentes ámbitos (privados y públicos), se ha planteado llevar a cabo algún aprovechamiento de los bienes comunes biosféricos que pueden tener una utilidad energética para los humanos. Así, hemos visto como, desde algunos sectores sociales, se ha manifestado la oposición a proyectos de aprovechamiento del Sol y del viento, propuestos en algunos lugares de Cataluña. Y las razones de esta oposición han sido desde proteccionistas o conservacionistas (poner en peligro hábitats de determinadas especies animales) hasta puramente paisajísticas (alteración del paisaje). Los humanos, como todos los seres con los que compartimos este bonito planeta llamado Tierra, somos transformadores de energía. Sin embargo, desde que se ha impuesto la visión del mundo y la cultura industrialistas, nos hemos convertido en consumidores de energía. Desde sus orígenes, la humanidad ha vivido del aprovechamiento de las fuentes de energía renovables. La mayor parte del tiempo en que ha habitado el planeta Tierra, ha transformado la radiación del Sol en alimentos (cultivando), calor (quemando leña) y cobijo (construyendo). Así, durante milenios, los humanos aprendieron a aprovechar el Sol, el agua, la biomasa, el viento, la fuerza muscular, etc., para cubrir todas sus necesidades de energía. Eran fuentes de energía que, por más que los humanos las utilizasen, se regeneraban y volvían a estar disponibles para utilizarlas. Y, si se transgredían determinados umbrales, como en el caso de la biomasa, la sociedad incluso se podía colapsar. Esto hizo que la humanidad debiese aprender a vivir al ritmo del Sol. Vivir al ritmo del Sol significa reconocer que la vida en el planeta Tierra tiene unas limitaciones, ya que la cantidad de energía disponible para aprovecharla y transformarla se ve limitada por la constante solar (la cantidad de energía solar por unidad de superficie que el sistema atmósfera-Tierra capta en su viaje alrededor del Sol). Ha sido sólo muy recientemente, a partir de la industrialización, cuando la humanidad fue abandonando el aprovechamiento de las fuentes de energía renovables y se fue volviendo adicta a los combustibles fósiles, que no son sino energía solar almacenada en forma química, procedente de la fosilización de material biológico en épocas geológicas muy lejanas en el tiempo. Es tan grande esta adicción que incluso en la actualidad se está poniendo en peligro la estabilidad climática, por el hecho de emitir a la atmósfera el carbono fosilizado que se ha extraído, y que continúa extrayéndose, del subsuelo de la Tierra para quemarlo y poder disponer de energía. Lo más sorprendente de todo es que, durante más de un siglo, hemos quemado estos combustibles fósiles no renovables en artefactos termomecánicos que tienen unas eficiencias muy pobres. Por ejemplo, las centrales térmicas de ciclo de vapor sólo transforman en electricidad un 35 % de la energía liberada al quemar el combustible en la caldera; las modernas centrales de ciclo combinado todavía malgastan más del 40 % de la energía liberada al quemar el gas; incluso los automóviles equipados con motores de combustión tienen eficiencias muy bajas, del orden del 20 %, ya que sólo transforman en movimiento un 20 % de la energía contenida en el combustible que queman. C Paralelamente, tuvo lugar otro hecho que supuso el trastorno de las relaciones entre los humanos y las fuentes de energía renovables que estaban a disposición de todos, fluyendo por la biosfera, relaciones que se habían mantenido más o menos estables durante milenios. El hecho de que las fuentes de energía libres y renovables fuesen sustituidas por las fuentes de energía no renovables (primero fósiles y posteriormente nucleares) comportó una pérdida de acceso a la energía. Los humanos dejaron de ser captadores y aprovechadores directos de las energías libres y renovables para convertirse en consumidores de energía que era suministrada de diferentes formas, por instituciones que se habían apropiado (o tenían el control) de las fuentes no renovables. El hecho de basar la sociedad en las fuentes de energía no renovables comporta que la humanidad (al menos la que tiene un acceso relativamente fácil a la energía) tenga la posibilidad de practicar estilos de vida muy por encima de los umbrales que la sostenibilidad del planeta permite. Así, hoy en día se puede hacer casi cualquier cosa en cualquier lugar, siempre que se disponga de combustibles fósiles, baratos y accesibles con facilidad. El uso de todos los combustibles fósiles en todos los ámbitos de la sociedad nos hace vivir una ficción (una especie de cuento de hadas) que no tardará demasiado en mostrar la cruda realidad, ya que estamos a las puertas del llamado pico del petróleo. Cuando en la actualidad se propone el aprovechamiento de los flujos biosféricos con contenido energético (las fuentes de energía renovables), muy pocas veces se tiene en cuenta el cambio de paradigma que implica su aprovechamiento y su uso. El hecho de dejar de basar nuestra sociedad en energía obtenida mediante la quema de combustibles fósiles (materias que, una vez quemadas, dejan de estar disponibles para los humanos) y empezar a basarla en la captación y el aprovechamiento de flujos biosféricos hace que los humanos se puedan liberar del yugo del consumo de energía, ya que dejan de ser consumidores de materias energéticas y se convierten en aprovechadores de flujos de energía, lo que implica que dejen de ser dependientes de una economía extractiva para pasar a ser miembros de la comunidad biosférica y, de esta forma, integrarse en sus ciclos naturales. 81 MA46 CAST OK.indd 81 12/07/10 12:00 T Energías renovables, tecnología, ecosistemas y paisajes Josep Puig i Boix De los espacios naturales protegidos a la protección de los bienes comunes naturales En unos espacios como los que conforman las biorregiones situadas en la cuenca mediterránea, resulta difícil determinar cuáles son los espacios naturales a los que se les debe dar la categoría de protegidos. También resulta difícil argumentar por qué un determinado espacio natural disfruta de un determinado nivel de protección. Esta dificultad reside en el hecho de que todos los espacios de la cuenca mediterránea han sido sometidos desde antiguo a la acción humana. Los humanos han interactuado en ellos y los han utilizado para aprovechar los bienes comunes naturales que los respectivos ecosistemas les ofrecían de forma gratuita. Y lo han hecho para proveerse de los servicios que hacen posible la vida en la Tierra. Precisamente ha sido el uso que se ha hecho de estos bienes comunes el que ha llevado en muchas ocasiones al agotamiento del bien común natural (por haberlo extraído en cantidades superiores al ritmo de reposición) o a la perturbación del sistema natural en cuyo seno se llevaba a cabo el aprovechamiento (por haberlo llevado a cabo sin respetar la capacidad de carga de los sistemas naturales). En nuestro país, la situación heredada de los años de la dictadura franquista y de la promoción del desarrollismo sin límites que fomentó se tradujo en graves agresiones a los sistemas naturales, culturales y sociales. Una vez recuperada la democracia, y al mantenerse y fomentarse los estilos de vida basados en el crecimiento ilimitado (al estilo de aquella forma de hacer y de comportarse propia de lo que en Cataluña se ha conocido como la de «l’hereu escampa», o la del malgastador), se ha ido introduciendo una política proteccionista de espacios aislados (espacios que se habían mantenido más o menos conservados) y/o de espacios emblemáticos (humedales, deltas de ríos...). El resultado han sido unas pequeñas islas más o menos limpias dentro de un amplio territorio bastante menospreciado y demasiado maltratado. Estas políticas, herederas de las primeras concepciones de protección, iniciadas a lo largo del siglo xix por ámbitos culturales anglosajones, se han convertido, en la actualidad, en obsoletas, como ya se reconoció en el IV Congreso Mundial de Parques Nacionales y Áreas Protegidas (Caracas, 1992) y como empieza a reconocerse por parte de sectores crecientes de la sociedad. 1 Nickerson, M. Planning for Seven Generations: Guideposts for a Sustainable Future,Voyageur Publishing, Hull (Quebec), 1993. Los siete objetivos que este congreso propuso para las áreas protegidas son los siguientes: Espacios naturales, bienes comunes y servicios para los humanos 1- Salvaguardar áreas que son excepcionales en términos de salud, belleza natural y significación cultural como fuente de inspiración y como lugares irremplazables. Los bienes comunes que los espacios naturales ofrecen a los humanos son el agua, el aire, el suelo, la biomasa, etc. También los sistemas naturales proveen a los humanos de muchos de los servicios que son necesarios para el mantenimiento de la vida: agua limpia para beber, aire limpio para respirar, suelo fértil para que crezca la vegetación y alimentos sanos (biomasa), lugares y entornos para disfrutar y visitar, etc. 2- Mantener la diversidad de los ecosistemas, las especies, las variaciones genéticas y los procesos ecológicos que garanticen la existencia de la vida. 3- Proteger a las especies y las variedades genéticas que la humanidad necesita, especialmente para alimentos y medicinas. 4- Proveer de hogar a las comunidades humanas con culturas y conocimientos tradicionales sobre la naturaleza. 5- Proteger los paisajes que reflejan la historia de la interacción humana con el entorno. 6- Suministrar las necesidades científicas, educativas, de ocio y espirituales de la sociedad. 7- Proveer de beneficios a las economías locales y nacionales, y convertirse en modelos de desarrollo sostenible para su aplicación en cualquier lugar. Sin embargo, todos los espacios naturales, además de albergar comunidades animales y vegetales que deben preservarse, son atravesados por los flujos de energía natural que discurren por la biosfera: la radiación solar, las corrientes de aire y de agua, el calor de la Tierra, etc. El flujo de radiación solar, calentando de una forma distinta las diferentes superficies donde incide, da lugar a los movimientos de las masas de aire (vientos) y de las masas de agua (ciclo hidrológico y corrientes oceánicas). También la radiación solar es la base del crecimiento de la biomasa (energía solar acumulada en forma de tejidos vegetales). Por todo ello, aquí y ahora, se parte de la premisa de que lo que deben protegerse no son únicamente los espacios, sino también los bienes comunes que los sistemas naturales de estos espacios ponen a disposición de los humanos, ya que, en definitiva, los servicios que nos proporcionan estos bienes comunes son los que posibilitan la vida de cualquier sociedad. La protección de estos bienes comunes debería basarse en los criterios de sostenibilidad del bien común, de forma que se permita su producción y reproducción continua, así como su uso. La interacción de la circulación general de la atmósfera (que da lugar a las situaciones climatológicas de cada momento), junto con las formas y los relieves de los espacios naturales, provoca que en determinados espacios se manifiesten, más que en otros, estos bienes comunes naturales que poseen cualidades energéticas. Asimismo, en algunos de estos espacios se dan unas características que los hacen más adecuados que otros para llevar a cabo el aprovechamiento de estos bienes comunes energéticos que se manifiestan en el lugar. Criterios de sostenibilidad para actividades humanas Se propone que estos flujos de energía que se manifiestan en espacios concretos y que se concentran en sistemas naturales concretos se consideren, también, bienes comunes naturales. Y no sólo esto, sino que se propone que los criterios que rigen su aprovechamiento sean los mismos que los que rigen para cualquier bien común natural: los criterios de sostenibilidad. Veamos, a continuación, cuáles son los criterios que determinan que una actividad pueda considerarse sostenible o no sostenible.1 Se puede afirmar que una actividad es sostenible cuando: - utiliza materiales en ciclos cerrados; - utiliza de forma continua fuentes de energía limpias y renovables; - provee de los potenciales del ser humano: comunicación, creatividad, coordinación, apreciación, desarrollo intelectual y espiritual. Asimismo, se puede afirmar que una actividad es insostenible cuando: - requiere aportaciones continuas de recursos no renovables; - utiliza recursos renovables a un ritmo superior al de su regeneración; - provoca la degradación del entorno; - necesita recursos en cantidades que nunca estarán disponibles para todos; - lleva a la extinción de otras formas de vida. Espacios naturales y energía Hasta la actualidad, se ha tendido a separar en compartimentos estancos tanto los espacios naturales (a los que se otorgan diferentes calificativos de protección) como los espacios donde se llevan a cabo aprovechamientos energéticos (a los que se autoriza, en demasiadas ocasiones, a llevar a cabo cualquier cosa, de cualquier forma). Ejemplos de ello los tenemos en los espacios destinados a embalses para aprovechamiento hidroeléctrico, los espacios destinados a centrales térmicas y nucleares, los espacios destinados a explotaciones de minerales energéticos –carbón, uranio– o los espacios destinados a extracciones de petróleo o petrogás en el mar o en tierra firme. Las actuaciones energéticas convencionales han ido normalmente 82 MA46 CAST OK.indd 82 12/07/10 12:00 acompañadas de grandes impactos ecológicos en el lugar donde se llevaba a cabo la actuación. Pero hoy en día nos damos cuenta de que, además, sus impactos abarcan extensiones de territorio mucho más amplias (lluvias ácidas, calentamiento global, envenenamiento radioactivo) que el territorio donde se lleva a cabo la actuación energética. Sin embargo, en la actualidad, se empiezan a desarrollar y a llevar a cabo actuaciones energéticas que no tienen por qué comportar grandes impactos y/o impactos irreversibles sobre los sistemas naturales de los espacios donde se lleva a cabo la actuación. En primer lugar, porque son actuaciones de menor envergadura (menos potencia instalada). Y, en segundo lugar, porque al aprovechar un bien común (el viento, el Sol) que se manifiesta de una forma dispersa y no concentrada, esto obliga a llevar a cabo aprovechamientos dispersos. La cuestión de la compatibilidad o incompatibilidad de una actuación concreta para aprovechar un bien común natural, como el viento o el Sol, en un espacio natural, dependerá principalmente de la escala de la actuación, de la tecnología que se utilizará y de la sensibilidad de las personas implicadas en la actuación (promotores, constructores, obra civil, ingenierías, Administración, etc.). También se verá condicionada por otros usos, presentes o futuros, que tenga o se puedan dar en el espacio donde se propone la actuación (usos agrícolas y/o ganaderos, usos para el ocio –excursionismo, turismo–, etc.). En el caso que estamos tratando, el aprovechamiento de los flujos biosféricos con cualidades energéticas, como la fuerza del viento o la radiación solar en espacios naturales concretos a través de actuaciones concretas, debería llevarse a cabo de forma que su aprovechamiento siguiese los criterios de sostenibilidad tanto en relación con el bien común (viento o Sol), como en relación con los sistemas naturales y las comunidades humanas que viven en los lugares donde el viento y el Sol se manifiestan. En relación con el bien común, sea el viento o el Sol, su aprovechamiento debe hacer posible la renovabilidad y el no agotamiento del bien común. En cuanto a los sistemas naturales, por una parte, estos ecosistemas pueden servir como base de apoyo de los sistemas convertidores de energía eólica (aerogeneradores) o solar (calentadores de agua, generadores fototérmicos, generadores fotovoltaicos) con los que se lleva a cabo el aprovechamiento de un bien común natural y energético (el viento o el Sol); por la otra, al ser también los ecosistemas la base de apoyo de otros servicios (agrícolas, ganaderos, diversidad biológica y cultural, paisajística, estética, etc.), deben permitir su regeneración, de forma que el aprovechamiento eólico o solar no ponga en peligro la continuidad del conjunto de servicios que el espacio natural nos ofrece. Respecto a las comunidades humanas, las personas que viven en los lugares donde el viento o el Sol se manifiestan tienen derecho a poder continuar viviendo en los lugares donde viven. Y no sólo esto, sino que deben tener reconocido el derecho a la captación y al aprovechamiento del viento y del Sol. Asimismo, estas comunidades deberían ver, de una forma concreta y tangible, como el aprovechamiento del viento y del Sol repercute en beneficio de la comunidad local en conjunto. Todo ello debe servir para garantizar la continuidad del aprovechamiento de los servicios que los bienes comunes naturales ofrecen a los humanos, sin que el uso que se haga de ellos ponga en peligro la continuidad de la vida de las comunidades vegetales, animales y humanas en el lugar donde se lleva a cabo el aprovechamiento. El derecho de acceso a los bienes comunes naturales Cuando aparece un conflicto referente al aprovechamiento de un bien común natural, como el Sol o el viento, en un espacio determinado, aunque el conflicto se presenta en la forma de impacto ambiental o afección paisajística, casi siempre esconde una realidad más profunda: el derecho de acceso al bien común natural. ¿Quién tiene derecho a aprovechar el Sol y el viento en un espacio determinado? ¿La persona que tiene la propiedad del espacio? ¿La comunidad que vive en él? ¿Las personas que lo utilizan? ¿La persona que tiene acceso fácil a capital para invertir en él? Desde el advenimiento del industrialismo y del Estado moderno que lo justifica y defiende, los bienes comunes naturales con cualidades energéticas, sobre todo los materiales energéticos que se encuentran en la corteza terrestre, han acabando siendo de titularidad pública (un eufemismo que se utiliza para camuflar la propiedad del Estado), lo que conlleva que cuando se localiza algún yacimiento energético (carbón, petróleo, petrogás, uranio) la persona o la comunidad propietarias acaban perdiendo la propiedad, que pasa a manos del Estado (expropiación), que ejerce directamente los derechos de explotación o concede la explotación a grandes consorcios energéticos. Pero, ¿qué sucede con el Sol y el viento? ¿Quién es su propietario? ¿Quién tiene acceso a ellos? El Sol y el viento son bienes comunes naturales con cualidades energéticas que desde siempre han estado a la libre disposición de los humanos, para llevar a cabo aprovechamientos con total libertad. La radiación solar que recibe un territorio, al nivel del suelo, ha sido utilizada tradicionalmente por la humanidad, desde hace milenios, y especialmente por el campesinado, para el cultivo de plantas, que no son sino captadores solares para la creación de otro tipo de energía renovable almacenada en forma de biomasa. Asimismo, también ha sido uti- lizada tradicionalmente por la humanidad, desde hace milenios –especialmente por el campesinado y la naciente burguesía–, la fuerza del viento que se manifiesta por un territorio, en las capas bajas de la atmósfera, para moler grano, bombear agua, triturar, etc., y, a partir de finales del siglo xix, para generar electricidad. Muchos municipios rurales de Dinamarca vieron por primera vez la luz eléctrica a partir de la generación eólica a principios del siglo xx. C Son bien conocidos los casos de Dinamarca 2 y Austria, 3 donde, a raíz de la primera crisis del petróleo del año 1973, la iniciativa ciudadana sentó las bases de lo que hoy son las modernas industrias de la fabricación de aerogeneradores y de calentadores solares. En todos estos casos, la ciudadanía ejerció el derecho al viento y al Sol, sin intermediarios, directamente. En el caso de las cooperativas eólicas danesas, las personas interesadas buscaban un lugar (normalmente rural) y se agrupaban formando una cooperativa para la generación de electricidad a partir del viento. Debe decirse que el marco legal lo facilitaba y no ponía trabas para ello (Ley de inyección a la red y precios primados de la electricidad vendida a la red). En el caso de los autoconstructores de captadores solares térmicos austriacos, se transformaba un tejado convencional en un captador solar que permitía disponer de agua caliente. En Cataluña, aunque en teoría se favorece el uso de la energía solar y la energía eólica, en la práctica la ciudadanía encuentra muchas dificultades para ejercer su derecho a la captación y la utilización de los bienes comunes naturales, como el Sol y el viento. Aunque, a finales de los años noventa y principios del siglo xxi , muchos municipios adoptaron ordenanzas solares 4 (obligación de instalar sistemas solares térmicos en edificaciones de nueva construcción y de rehabilitación integral) y que, desde el año 2006, el Código Técnico de la Edificación, vigente en el Estado español, obliga a equipar los nuevos edificios con captadores solares, cualquier 2 «Cooperatives - a local and democratic ownership to wind turbines», Danmarks Vindmolleforening, agosto del 2009, en la web de la Danish Wind Turbine Owners’ Association: www.dkwind.dk/eng/index.htm. 3 Ornetzeder, M. Old Technology and Social Innovations. Inside the Austrian Success Story on Solar Water Heaters, Technology Analysis & Strategic Management, 165-3990, volumen 13, tema 1, 2001, pp. 105-115. 4 Puig, J. «Barcelona and the Power of Solar Ordinances: Political Will, Capacity Building and People’s Participation», en Urban Energy Transition: From Fossil Fuels to Renewable Power, editado por Peter Droege, Elsevier, Ámsterdam, 2008. 83 MA46 CAST OK.indd 83 12/07/10 12:00 T Energías renovables, tecnología, ecosistemas y paisajes Josep Puig i Boix familia que desee disponer de una instalación solar (sea térmica o fotovoltaica) en un edificio existente debe superar numerosas dificultades (que se agravan en caso de vivir en un edificio de multipropiedad). Y ya no digamos si lo que quiere es instalar un aerogenerador. En la práctica, el derecho de acceso a los bienes comunes naturales con cualidades energéticas se ve entorpecido (cuando menos, dificultado) por marcos legislativos concebidos más a la medida de las grandes empresas o de los grandes inversores de capital que de la ciudadanía. Un ejemplo de todo ello lo tenemos en el decreto que regula el aprovechamiento de la energía solar fotovoltaica y de la energía eólica en Cataluña. Las energías renovables y el paisaje Este decreto introduce un nuevo concepto: el llamado impacto sobre el paisaje de las instalaciones para el aprovechamiento de la energía solar y la energía eólica. En la práctica, el decreto significa poner muchas más trabas al derecho de acceso a las fuentes de energía limpias y renovables, como el Sol y el viento, con la excusa de que tienen un «impacto sobre el paisaje». Los humanos, desde que están en la Tierra, interfieren en el paisaje. Y lo hacen con cualquier actuación que emprendan: cuando cultivan alimentos, cuando talan árboles para hacer leña o construir cobijos, cuando abren un camino, etc. Todo afecta al paisaje; los paisajes no son más que el resultado de la actuación de los humanos. El problema no es tanto la alteración del paisaje que pueda provocar una actuación humana, sino la alteración que esta actuación puede ocasionar sobre las funciones ecológicas de los sistemas naturales que albergan el paisaje. En muchas ocasiones, se observan los sistemas naturales y se ve únicamente el paisaje, en vez de advertir las funciones ecológicas que llevan a cabo los sistemas naturales. Una actuación puede alterar el paisaje y, a la vez, mejorar las funciones de los sistemas naturales. En cambio, en demasiadas ocasiones, se llevan a cabo actuaciones que se justifican para mejorar el paisaje, cuando en realidad alteran las funciones ecológicas de los sistemas naturales. Los paisajes reflejan, también, la visión del mundo que los humanos tienen en cada momento histórico. La visión industrialista del mundo contempla los sistemas naturales y sólo ve un conjunto de cosas por explotar. Un bosque se ve como madera y leña para cortar; un río, como agua para trasvasar o almacenar; un valle montañoso, como un espacio para inundar con un embalse; una montaña, como una fuente para la extracción de materiales, etc. Esta visión del mundo se ha ido imponiendo sobre las culturas rurales que han sufrido las consecuencias del llamado desarrollo industrialista. Así, las concepciones de que «el aprovechamiento de la energía solar directamente sobre el terreno podría implicar un impacto paisajístico» y de que «el aprovechamiento de la fuerza del viento podría implicar un impacto paisajístico» son propias de determinada cultura industrial urbana, que se afana por imponer, desde hace un tiempo, su particular concepción del mundo sobre la concepción rural tradicional de aprovechamiento de los bienes comunes locales (dominio sobre la naturaleza en oposición a la cooperación con ella), presentando el paisaje como un valor de consumo para las personas que viven en la ciudad, y no como un valor de uso para las personas que viven del aprovechamiento sostenible de los sistemas naturales. Por lo tanto, el supuesto impacto sobre el paisaje se convierte, en la práctica, en una entelequia subjetiva, pensada por personas que están al servicio de las fuerzas sociales que quieren mantener el presente sistema energético ineficiente, sucio, no renovable y dominado por un pequeño puñado de grandes corporaciones que monopolizan la energía, que impiden su democratización y que impiden, también, que las fuentes de energía libres, limpias y renovables puedan convertirse en dominantes en el sistema energético de una sociedad e incluso puedan suministrarla en un 100 % . Hoy en día, con la tecnología disponible para la captación de la radiación del Sol y de la fuerza del viento, no se puede pretender que las actuaciones que se puedan llevar a cabo para aprovecharlas se realicen sin interferir en el paisaje. Hace algunos años, cuando los aerogeneradores tenían potencias inferiores a 50 kW y unas dimensiones de 10 m de altura (de torre) y 15 m de diámetro (del círculo que forman las palas al girar), para disponer de una potencia eólica de 20 MW debían instalarse 400 aerogeneradores con su correspondiente ocupación superficial. En la actualidad, esto mismo se logra con 10 aerogeneradores de 2 MW cada uno, lo que comporta una menor ocupación superficial, pero una mayor visibilidad en el paisaje (son más grandes: palas que forman grandes diámetros al girar y torres de mayor altura). Nos podríamos preguntar qué opción es la mejor. ¿Mejor para el paisaje, mejor para los sistemas naturales o mejor para la sociedad? Esta es la cuestión que no resuelve, ni de lejos, el decreto que regula el aprovechamiento de la energía solar fotovoltaica y de la energía eólica en Cataluña. La cuestión del tamaño Hace ya tiempo que E. F. Schumacher puso de moda su conocido lema «lo pequeño es bonito», 6 pero él mismo dejó escrito que este lema no debía interpretarse al pie de la letra: «Pequeño, evidentemente, no significa infinita y absurdamente pequeño, sino que el orden de magnitud debe ser aquel que la mente humana pueda abarcar».7 Pero, ¿cuál es concretamente este orden de magnitud? Godfrey Boyle, pionero del movimiento de la tecnología alternativa en los años setenta, se lo preguntaba en el marco del Grupo de Investigación Alternativa 8 de la Open University inglesa, diciendo: «¿Cómo de grande puede llegar a ser lo que es pequeño antes de dejar de ser bonito?» y «¿Cómo de pequeño puede llegar a ser lo que es grande antes de dejar de ser eficiente?».9 El tipo de tecnología energética que suelen producir las grandes corporaciones industriales tiende, por descontado, al refuerzo de las tendencias de la sociedad industrialista, consumidora y derrochadora. Así, se producen artefactos que contribuyen al mantenimiento del control centralizado sobre las fuentes de energía. Este es el caso de las grandes centrales térmicas y de los grandes embalses hidráulicos. Pero, ¿qué sucede cuando estas mismas grandes corporaciones, al ver que el aprovechamiento del Sol y del viento empieza a ser efectivo, deciden ponerse a desarrollar tecnologías y sistemas para el aprovechamiento solar y eólico? De una forma demasiado simplista, muchos activistas han creído que la solución estaba en el otro extremo, en los microsistemas energéticos a escala familiar, sin darse cuenta de que este planteamiento puede beneficiar al sistema económico industrialista, sin percibir que los requisitos materiales para la construcción de multitud de artefactos a escala doméstica son muchos más que los necesarios para la construcción de artefactos de mayor tamaño. Godfrey Boyle, a finales de los años setenta, ya aconsejaba «concentrar los esfuerzos en el desarrollo de tecnologías y productos para cubrir las necesidades humanas no tanto a escala familiar o doméstica, sino a escala comunitaria», aunque reconocía que «determinados tipos de tecnologías tienen sentido a escala doméstica, otros tipos a escala de pequeña comunidad, y otros a escala regional e incluso nacional». La cuestión de la tecnología La sociedad industrial actual se enfrenta a unos problemas que provienen de la tecnología y del modo de producción actual, y a los que es difícil encontrar una solución a partir de los mismos principios en los que se ha basado hasta ahora: jerarquización, división y explotación del trabajo, o expolio de la naturaleza, entre otros. Para E. F. Schumacher, «la elección de la tecnología es la opción más crítica que deben afrontar las sociedades actuales». Sin embargo, por sí solas, ni la ciencia ni la tecnología, en palabras de Robin Clark, «podrán encontrar una salida a la crisis actual, pero cualquier salida real implicará una ciencia y una tecnología, incluso en el caso de que estas actividades no tengan demasiado que ver en un futuro, tanto cualitativa como cuantitativamente, con lo que hoy consideramos ciencia y tecnología». 10 La alternativa tecnológica la constituyen las máquinas y las herramientas, las estructuras políticas y sociales, y la organización del trabajo, mediante las que tanto la persona como la naturaleza se liberarán del dominio y la explotación inherentes a nuestra tecnología actual. Para Michel Bosquet 84 MA46 CAST OK.indd 84 12/07/10 12:00 (seudónimo de André Gorz), «sin una lucha por tecnologías diferentes, la lucha por una sociedad diferente es en vano».11 El cambio en la tecnología debe ser paralelo a otros cambios en las relaciones sociales para que pueda provocar los efectos deseados. La ciencia y la tecnología actuales –en conjunto– son la causa y el efecto del desarrollo del capitalismo industrialista-consumista actual. La división del trabajo, las clases sociales y el dominio sobre el ser humano son consecuencia del principio de dominio sobre la naturaleza. Por este motivo se reproducen las relaciones industrialistas, aunque haya desaparecido la propiedad privada. Ivan Illich12 dedicó gran parte de sus esfuerzos a erosionar el culto que las sociedades industrializadas profesaban a determinadas instituciones; la escuela, el transporte, la medicina... Este trabajo se llevó a cabo en el marco del Centro Intercultural de Documentación (CIDOC). En él se organizaron incontables seminarios sobre las vías y los medios para evitar que en Latinoamérica hubiese una expansión del monopolio radical de la industria y de la dominación profesional. Se exploraron las condiciones en las que los beneficios de la ciencia moderna podrían utilizarse de una forma equitativa en una sociedad, no sólo para la gente, sino por la gente. La teorización que se hizo de los conceptos ciencia para el pueblo y ciencia del pueblo es básica para cualquier persona implicada en los asuntos de la ciencia y de la tecnociencia. Así, en el CIDOC se acuñó el término herramienta convivencial para referirse a dispositivos, programas e instituciones modernas que permiten que la gente común genere valores de uso que la liberen de las necesidades producidas por las mercancías comercializadas. Se trató especialmente la creciente dependencia popular respecto a las mercancías intangibles, es decir, los servicios. Se exploraron específicamente las vías y las formas que la gente podía utilizar para vivir sin el diagnóstico profesional y la terapia profesional de sus necesidades; necesidades como aprender, como el cuidado de la salud, o como el hecho de tener tutores de administración o de puestos de trabajo. También en el marco del CIDOC se concretó qué se quería decir cuando se hablaba de sociedad convivencial: una sociedad en la que en el centro de la economía se encuentra lo que la gente crea o hace personalmente, en grupos primarios; una sociedad en la que se da prioridad a estas actividades a través de las cuales la gente determina y satisface sus necesidades; una sociedad en la que se asigna valor social a las mercancías, puesto que fomentan la habilidad de la gente para generar valores de uso. Ivan Illich también reconocía que «no es fácil imaginar una sociedad donde la organización industrial estuviese equilibrada y compensada con modos de producción distintos y complementarios, y de elevada eficiencia. Estamos tan deformados por los hábitos industriales que ya no nos atrevemos, ni siquiera, a considerar el abanico de posibilidades. Para nosotros, renunciar a la producción en masa significa volver a las cadenas del pasado, o adoptar la utopía del buen salvaje. Pero si queremos ampliar nuestro ángulo de visión hacia las dimensiones de la realidad, tendremos que reconocer que no existe una única forma de utilizar los descubrimientos científicos, sino, al menos, dos, que son contrapuestas. Una consiste en la aplicación del descubrimiento que conduce a la especialización de las tareas, a la institucionalización de los valores, a la centralización de poder. En ella, el ser humano se convierte en un accesorio de la megamáquina, en un engranaje de la burocracia. Pero hay una segunda forma de hacer fructificar el invento: la que aumenta el poder y el saber de cada uno, que permite el ejercicio de su creatividad, con la única condición de no coartar esta misma posibilidad al resto de personas». André Gorz afirmaba que el hecho de que la convivencialidad exija herramientas convivenciales no significa que las herramientas convivenciales por sí mismas generen de una forma automática la convivencialidad. No existe ninguna herramienta que sea inherentemente buena. Las herramientas serán o seguirán siendo convivenciales sólo si las personas que las utilizan quieren expresamente que lo sean. Todo lo que se puede decir es que algunas tecnologías dejan espacio para la autodeterminación convivencial, mientras que otras, no. Sin embargo, ninguna tecnología puede determinar la autodeterminación y cualquier tecnología puede utilizarse de forma que haga imposible la autodeterminación. Cualquier tecnología se puede pervertir según el contexto sociopolítico en el que se utilice. Valentina Borremans, en la obra Reference Guide to Convivial Tools,13 lo planteaba de la siguiente forma: «[...] los descubrimientos científicos pueden utilizarse, al menos, de dos formas diferentes. La primera conduce a la especialización de funciones, a la institucionalización de los valores, a la centralización del poder. Convierte a la gente en accesorios de las burocracias o de las máquinas. La segunda amplía el nivel de competencias, de control y de iniciativa de cada persona, limitado únicamente por los derechos que el resto de personas tienen a un mismo nivel de poder y libertad». Para André Gorz, «toda tecnología puede utilizarse para reforzar el control de la burocracia sobre la gente, ya que no existen tecnologías “buenas” sin ambigüedades, si con esto se quiere afirmar que una tecnología no se puede utilizar de otra forma que no sea una forma convivencial. Sin embargo, hay tecnologías malas, como las que, por sus características, requieren una dominación tecnocrática de muchos por parte de pocos. Las grandes herramientas son medios de centralización y de control, sin importar cuál haya sido la intención de sus inventores». Para André Gorz, el único sentido posible de la revolución posindustrial y el propósito de la acción política es utilizar la producción heterónoma de forma que posibilite que cada persona expanda su nivel de autonomía –lo que implica volver a pensar y volver a modelar la tecnología y la organización social de una forma adecuada–. El resto de proyectos son caminos hacia el horror. C Tecnologías energéticas convivenciales En la actualidad, en pleno debate sobre la energía, tiene sentido recordar lo que escribió Ivan Illich, en el año 1974: «Creer en la posibilidad de altos niveles de energía “limpia” como solución a todos los males representa un error de juicio político. Es imaginar que la equidad en la participación del poder y el consumo de energía pueden crecer juntos. Víctimas de esta ilusión, los hombres industrializados no ponen el menor límite al crecimiento en el consumo de energía, y este crecimiento continúa con la única finalidad de proveer cada vez a más gente de más productos procedentes de una industria controlada cada vez por menos gente. [...] Mi tesis sostiene que no es posible lograr un estado social basado en la noción de equidad y, a la vez, aumentar la energía disponible, si no es con la condición de que el consumo de energía per cápita se mantenga dentro de unos límites». Y continuaba diciendo: «Ahora es necesario que los políticos reconozcan que la energía física, una vez ha traspasado una determinada barrera, se convierte en inevitablemente corruptora del entorno social. 6 Schumacher, E. F. Small is Beautiful: Economics as if People Mattered, Blond & Briggs, 1973. 7 Schumacher, E. F. «The critical question of size», Resurgence (3), 1976. 8 En la actualidad recibe el nombre de Sustainable Technologies Group. Véase: Energy and Environment Research Unit. http://eeru.open.ac.uk/. 9 BOYLE, G. «Community Technology – Scale versus efficiency», Undercurrents (35), 1979. 10 Clarke, R. «Technology for an alternative society», New Scientist, 11, enero de 1973. 11 Bosquet, m. (André Gorz). Écologie et Liberté, Éditions Galilée, París, 1977. 12 Todas las obras de Ivan Illich están disponibles en http://www.ivanillich.org.mx/Principal.htm. 13 Borremans, V. Reference Guide to Convivial Tools, Library Journal Special Report #13, Bowker, Nueva York, 1979. 85 MA46 CAST OK.indd 85 12/07/10 12:00 T Energías renovables, tecnología, ecosistemas y paisajes Josep Puig i Boix Aunque se lograse producir una energía no contaminante y producirla en cantidad, el uso masivo de la energía siempre tendrá sobre el cuerpo social el mismo efecto que la intoxicación por una droga físicamente inofensiva pero psíquicamente esclavizante. Un pueblo puede elegir entre una droga sustitutiva y una desintoxicación realizada a voluntad, pero no puede aspirar simultáneamente a la evolución de su libertad y convivencialidad, por una parte, y a una tecnología intensiva en energía, por la otra». de mantenimiento. Es una energía en la que no pensamos mucho, porque nos llega suavemente, sin prisas. Y es difícil que alguien la acapare. Debido a las disparatadas cuentas de nuestra economía, que contabiliza sólo los beneficios para algunos seres humanos, sin tener en cuenta los costes sobre la mayoría de la población ni sobre los sistemas naturales, consideramos que es cara. Pero ni es cara ni contamina, y está aquí para ser captada y utilizada, tan pronto como estemos dispuestos a aprovecharla». También conviene recordar lo que dejaron escrito algunos autores sobre la llamada fusión fría, que debía convertirse en una fuente ilimitada de energía. Por ejemplo, Donella Meadows dejó escrito, en el año 1989: 14 «Hay gente que ha reflexionado profundamente sobre el papel que tiene la energía en los asuntos humanos». Su conclusión fue sintetizada de la siguiente forma por el biólogo Paul Ehrlich, de la Universidad de Stanford: «Obtener energía abundante y barata sería como dar una pistola a un niño idiota. Imaginemos qué ocurriría si desapareciesen todas las limitaciones sobre la energía. [...] No faltarían nunca materias primas, ya que se podrían obtener triturando las rocas, por ínfima que fuese su ley, pero se olvidaría que el 95 % de las rocas de la corteza terrestre son rocas ordinarias que acabarían en amontonamientos de estériles. Se podrían producir tantos fertilizantes como fuese necesario, sin tener en cuenta que los fertilizantes acaban contaminando las aguas superficiales y subterráneas. Se podría fabricar todo lo que se necesitase, sin tener en cuenta la consiguiente producción de residuos de todo tipo. Pero se podría utilizar una parte de la energía abundante para combatir la polución, sin tener en cuenta que la mayoría de los métodos para “combatir” la contaminación simplemente cambian de lugar los residuos (del suelo al aire, del aire y/o del agua a los fangos, de los países contaminadores a los países contaminados, etc.). Si la avidez material de la humanidad continúa siendo ilimitada y la conciencia planetaria continúa siendo primitiva, simplemente se utilizaría la energía para producir más residuos. Sin limitaciones energéticas, la sociedad se vería rápidamente abocada a limitaciones ambientales. [...] Soy de los que deseo que la fusión fría sea un espejismo, lo que probablemente será. Deseo que los seres humanos tengan más tiempo para aprender a vivir dentro de unos límites, a vivir en armonía con los demás y con la Tierra. Deseo que la humanidad tenga más tiempo para aprender a encontrar propósitos más dignos que la acumulación de poder o riqueza. Es divertido saber que si algún día y de buena gana deseamos vivir tranquilamente, con moderación y sin egoísmos, nos daremos cuenta de que ya tenemos la fusión fría al alcance de la mano. La fusión es la energía que hace brillar las estrellas, incluyendo el Sol. La energía de la fusión nos llega en cantidades muy superiores a las que necesitamos, generada por un reactor que está localizado a una distancia de ciento cincuenta millones de kilómetros y que tiene una vida esperada de varios miles de millones de años. No necesita ningún gasto de inversión ni Ahora bien, ya nos advertía André Gorz de que «algunos ecologistas creen ingenuamente que las energías renovables son buenas por sí mismas y que su desarrollo será fuente de libertad y convivencialidad». Y Valentina Borremans nos prevenía contra esta ingenua creencia: «La tecnología renovable no conduce por sí misma a la convivencialidad». Borremans ponía ejemplos de ello: la producción de metanol a partir de la madera, o de biogás a partir de los desechos orgánicos, o de electricidad a partir de células solares o aerogeneradores pueden ser convivenciales o tecnofascistas. Serán convivenciales si la gente tiene acceso directo a estas energías y a un control completo sobre los materiales y las herramientas que le permitan determinar por sí misma sus necesidades y la forma de satisfacerlas. El vínculo obvio entre producción y consumo, nivel de necesidades y cantidad de trabajo que deberá realizarse exigirá transacciones y se traducirá en una autolimitación espontánea de las necesidades. Serán tecnofascistas si el metanol, el biogás, la electricidad, etc. se producen en enormes plantas propiedad de grandes corporaciones o en gigantescos satélites geoestacionarios que captan la luz del Sol y envían la energía hacia la Tierra, o en gigantescos aerogeneradores fijados a gran altura, donde se manifiestan las corrientes en chorro. Las energías renovables se pueden captar y utilizar de la misma forma a como se genera electricidad en un reactor nuclear y con los mismos resultados sociales. La única diferencia social entre las tecnologías nuclear y solar es que la energía solar favorece la descentralización y la autodeterminación convivenciales, mientras que la tecnología nuclear, no. vencionales, que se basan en la degradación y la destrucción de materiales energéticos, y hacen que estos dejen de estar disponibles para las generaciones venideras, las tecnologías para la captación y el aprovechamiento de las fuentes de energía renovables pueden utilizarse de una forma contrapuesta. Por una parte, se pueden utilizar reforzando la tendencia de la sociedad al mantenimiento del control centralizado que la tecnoburocracia sustenta sobre las fuentes de energía (y también sobre las fuentes renovables que son, de forma natural, descentralizadas), hecho que incrementa la degradación de los sistemas naturales. Pero, por la otra, se pueden utilizar para favorecer la autonomía de las personas y las comunidades, respetando la integridad de los ecosistemas. Que se lleve a cabo de una forma u otra tiene repercusiones muy diferentes sobre los sistemas naturales, ya que es la plasmación de la visión del mundo que llevan incorporadas: dominar la naturaleza (reventar la corteza terrestre para extraer materiales energéticos, con agresiones ecológicas y sociales de todo tipo; quemándolos y emitiendo gases con efecto invernadero a la atmósfera, o fisionándolos y envenenando radiactivamente la biosfera, etc.), o cooperar con ella (integrarse en los flujos biosféricos para llevar a cabo su captación, respetando los ciclos de la naturaleza). Los colectores solares, las huertas solares, los parques eólicos, etc. pueden ser utilizados como instrumentos de control tecnofascista, pero pueden no serlo, ya que se pueden utilizar de forma convivencial. Por este motivo, André Gorz llamó tecnologías de salidas abiertas a estas tecnologías. En cambio, las centrales nucleares sólo se pueden utilizar de una única forma, que es principalmente tecnofascista y que se apropia de las opciones de futuro, por lo que André Gorz las llamó tecnologías sin salida. Para la ecología política, esta distinción entre tecnologías de salidas abiertas y tecnologías sin salida es tan importante como la distinción entre tecnologías duras (hard) y tecnologías suaves (soft). A diferencia de las tecnologías energéticas con- 14 Meadows, D. «When We’re Ready for Fusion Energy, It’s Ready for Us», The Donella Meadow Archive, 1989. h t t p : / / w w w. s u s t a i n e r. o r g / d h m _ a r c h i ve / i n d e x . php?display_article=vn277fusioned 86 MA46 CAST OK.indd 86 12/07/10 12:00