En el valle de las rosas En Afganistán está un valle en quelos habitantes rechazan la entrada no sólo de Taliban sino también de los soldados americanos. En conjunto cuidan del bosque, cultivan y cosechan las rosas raras y entre los mismos se enfadan con una manera bastante tradicional. La paz cerca de la frontera paquistana En la tierra baja alrededor de la ciudad Džalalabád se disipa el calor de la tarde. Ya por la mañana estaba casi 40 grados. En las montañas las sierras crecen de la niebla de leche y entre las bajadas se extende el jardín; con un río en centro, con las moreras antiguas y los nogales y con las rosas en las laderas. Los amigos de Kabul nos avisan: el alrededor está peligroso, sin cualquier control del gobierno o de los grupos militares extranjeros. Pero justamente eso era el motivo para nosotros porque vinimos aquí: para que encontremos, en este valle de montaña apartado cerca de la frontera paquistana, Afganistán sin los extranjeros, sin los millones de la ayuda en desarrollo, sin los grupos militares. Para que tratemos a comprender lo que mueve con este país en su interior real. Afganistán nunca era el estado unido. Siempre era el país no unido donde se aceptaron varios areglos de la solución de la disputa entre las comunidades tribales malquistos. El camino a las montañas es buena ocasión para ver como los afganos manipulan con las rosas de las cuales se destila lo más deseado aceite rosa en el mundo. El valle de los descreídos “Valle de la luz” – Darah-i-Nur – así en otro tiempo el rey Abdur Rahman nombró el valle que se llamó ya hace 120 años Darahi-Kafiri – “Valle de los descreídos”. Hasta hoy aquí se habla con los idiomas que nadie fuera de las montañas entiende. Hoy todos los habitantes son musulmanos. Desde el tiempo del rey Abdur Rahman nadie extranjero acasalló este valle. Los rusos bombardeaban los pueblos de la altura, pero no se llegaron muy lejo. Taliban dió la vuelta alrededor de los pueblos, porque supo que aquí no viven los enemigos, pero la gente que quiere la paz. Sólo los americanos al principio no entenderon nada. Pero el mensaje era claro y los americanos después lo comprenderon. Los viajeros están bienvenidos, los obsequian con té, pasas y almendras. Pero si vinieran con los grupos militares para que impongan su voluntad a los hombres de Darah-i-Nur, lo significaría la guerra. Los americanos se fueron. La riqueza de las montañas Hasta hoy en el fin del valle se encuentra algo de que ya Afganistán no tiene nada: la selva con árboles centenarios los cuales nadie puede aserrar hasta que la junta de los viejos así no decidió. En los lados secos de montaña en otro tiempo crecía el bosque del cedro sin fin, en las laderas estaban abetos y robles. La paz y la separación del mundo eran útiles al bosque. Pero las guerras y las carreteras lo arruinaron. Después de la invasión de los rusos en año 1979 y de la desintegración del estado los ladrones de madera vinieron y desmontaban lo que los aborígenes protegían por centenarios. ¿Cómo lo empieza? – Por la bagatela... En todos los conflictos en el valle siempre versa sólo la paga, nunca el perdón. La gente de Darah-i-Nur sabe como desaconsejar los invasores, pero al mismo tiempo ellos enfadan entre los mismos. De este lugar podría ser un edén peqeño en la tierra. Darah-i-Nur tiene aqua, buena tierra y rosas crecen hasta Sutan. Casi todos proyectos que tenían a facilitar la vida de los campesinos fracasaron por la corrupción de las organizaciones las cuales defraudaron el dinero de las colecciones. Sólo un único proyecto funciona: la más grande producción afgana del aceite rosa. El oro rosa Este proyecto fundó el alemano Norbert Burger en el año 2004. Burger puso de su lado 340 campesinos en el valle a cultivar Rosa damascena f. trigintipetala, la rosa damasca; hoy para este proyecto trabaja más que 700 campesinos. Las rosas se cosechan desde abril, en el tiempo del primer cierne, después se cocen en la destilería con la máquina de vapor destilada. De 4000 hasta 5000 kilogramos de los pétalos se hace un kilógramo del aceite que se vende al fabricante de cosmética alemano Wala por 6000 euros. Burger y su grupo afgano sin embargo tiene un problema: cuando las flores se abren, todas deben quitar antes de las diez de la mañana. Cada cuarto cambia la química de flor y los aceites se vaporizan. Aún así en ese día muchos campesinos como primero bebe su té. Y las chicas tampoco pueden ayudar. Aunque el pueblo Sutan que se encuentra lejos de la zona de combate no tenía nada de nada con el conflicto, los labriegos aún así influe; si bloqueen sólo único camino, estén cerrados del mundo exterior. Lo signifiqué el fin de las rosas en el valle que Afganistán personifica en su la más clara y la más radical forma: en la sabiduría como desaconsejar los invasores y al mismo tiempo en su tontería enfadan entre los mismos.