juventud rebelde DOMINGO OPINIÓN 06 DE SEPTIEMBRE DE 2009 03 Gracias a tantas manos… por ALINA PERERA ROBBIO perera@juventudrebelde.cu EN prueba de fino cariño, alguien me regaló un libro lleno de historias que encierran moralejas para la vida. Una de las parábolas más conmovedoras cuenta que durante el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a la ciudad alemana de Nüremberg, vivía una familia con 18 niños. Para que no faltara el pan, el padre de aquella prole trabajaba duro en las minas de oro y en cualquier otro lugar donde fuera posible. A pesar de la pobreza, dos de aquellos hijos soñaban con estudiar arte. Hicieron un trato: lanzarían una moneda al aire. El perdedor trabajaría en las minas para pagar al otro los estudios. Después, el primer graduado haría posible —con la venta de sus obras u otros medios— el anhelo del hermano que había cubierto la retaguardia. Fue así como Albrecht Durer se fue a estudiar a Nüremberg y comenzó su meteórica carrera. Para los días de su graduación, había comenzado a ganar considerables sumas con la venta de su arte. Volvió a la aldea para decir al hermano que era su turno de estudiar, que él sustentaría el despegue. Pero el segundo dijo que era tarde: las manos se le habían deformado; no podrían tomar un pincel o un compás con delicadeza y precisión. Para rendir homenaje al sacrificio de su hermano, Albrecht dibujó un par de manos unidas, con los dedos apuntando al cielo. El mundo entero conoce esa obra como Manos que oran. Sucesivas generaciones han contemplado en los museos otras creaciones de Durer, quien pudo tocar sus sueños gracias a tener talento… y a la entrega fraternal de otro. Usted, querido lector, preguntará a qué viene esta narración en la cual se nos recuerda que nadie, jamás, triunfa solo… Es Valor agua por HUGO RIUS digital@juventudrebelde.cu HAY que despojarse el sombrero ante el gigantesco proyecto de trasvase de agua Este-Oeste cuya primera etapa se inauguró en Holguín en fecha reciente. Se trata de una obra monumental, de enormes alcances económico y social, estratégico, a la que se vuelcan ingeniosidad y talentos para concluirla en los próximos años. Habrá que seguir su desarrollo con todas las justificadas expectativas. Y con ello retener sobre todo una avizora sentencia enfatizada por Raúl en el acto inaugural: el agua valdrá más que el níquel, más que el petróleo. Si tuviéramos que llevar el vital líquido a conceptos macroeconómicos se me ocurre llamarlo valor agua. En ese habitual ir y venir de asociaciones, que suelen provocar los discursos, me trasladé al año 1985, cuando en El Cairo, el entonces secretario de Estado, y años después Secretario General de la ONU, Boutros Ghali, en entrevista periodística, resumió con denuedo su tesis de que el dominio del agua se convertiría en candente fuente de conflictos internacionales. Como apropiado telón de fondo, desde su despacho se divisaba el río El Nilo, la portentosa corriente fluvial, que ha condicionado durante milenios la vida de los egipcios y de otros pueblos africanos a partir de su fuente primigenia del lago Victoria, un mar interior también compartido multinacionalmente. Otros alertados politólogos han venido coincidiendo después en la potencial conflictividad de las fuentes acuíferas compartidas, reclamadas o pretendidas en un mundo caracterizado por saqueos y derroches de recursos no renovables, en el que ya se registran disputas y enfrentamientos por ese motivo. Con criterios egoístas países desarrollados trasladan por ejemplo sus industrias textiles a países pobres productores algodoneros para aprovecharse de las aguas que requieren en flujo constante, dilapidador, provenientes entonces de fuentes ajenas dominadas. En nuestro país también tenemos por delante una guerra que librar por el agua, pero sin ejércitos ni cañones, sino con inteligencia y sentido común en pos de su conservación y uso racional, que requiere de cada uno de nosotros forjar una sensibilidad sobre un asunto tan crucial. Cierto día, contemplando alarmado cómo corría a raudales por una de las calles, un indeseable paisaje harto frecuente, hizo exclamar asombrada a una anciana que me acompañaba, en su propio tempo: «esto llora ante los ojos de Dios». Y al final pasó bastante tiempo para que los responsables de reparar la avería dieran solución al problema. Pero si aspiramos a llevar la vigilia por el agua a las viviendas, no quedará más remedio que pensar en cómo facilitar el acceso estable a pequeñas soluciones como las zapatillas para las pilas y los flotantes de los depósitos, por solo mencionar las más socorridas, que casi se conviertan en actos de suerte o de magia, en un mercado en el que no falta la abusiva especulación al margen de los circuitos establecidos. De lo contrario, me temo que el enorme esfuerzo del trasvase pueda escurrirse por los conductos de la irresponsabilidad y la imprevisión. Si no actuamos todos con sensatez, podemos, sí, vernos envuelto en un conflicto, pero con nuestra propia subsistencia, con nuestro desarrollo y bienestar. Acabemos de reconocer en serio el inconmensurable valor del agua. que, quizá un poco exagerada para lo que quiero decir, no es menos cierto que ella se conecta con esa verdad a menudo olvidada, según la cual cada alegría y logro nuestros, incluso cada acto de sobrevida —como dijera un poeta de esta Isla—, tienen mucho que agradecer a otros que pusieron manos y hombros para nuestro ascenso; que donaron sus bríos, casi siempre en el anonimato, para que disfrutásemos de la luz del sol o de los reflectores que alumbran el espectáculo de la existencia. Ahora mismo —y sé que comprenderán este acto de justicia—, quiero acordarme de quienes asumieron estos meses de verano como jornadas de labor sin tregua para que los demás pudieran ir en busca de las playas, los bailables, los museos, los espacios diversos. Con frecuencia pude ver en estos días de calor sofocante, a algún policía custodiando un tramo de avenida para que nadie la tocara mientras era asfaltada y retocada con líneas blancas y amarillas. Bajo el sol, las mangas largas del uniforme militar inspiraban consideración y respeto. Y a ese agente del orden podemos sumar la lista larga de conductores de ómnibus, dependientes gastronómicos, obreros de Comunales,médicos y enfermeras,artistas, fumigadores, salvavidas apostados a la orilla del mar, montadores de espectáculos, bibliotecarios, comunicadores, maestros que impartieron cursos de verano, campesinos, obreros, y todos los que concibieron y concretaron algo en pos de los demás. Haber llegado hasta aquí sin haber descendido al desconcierto total, sin habernos dejado arrastrar por la desesperanza y los coletazos de la crisis planetaria, no es triunfo que podamos ostentar como fruto exclusivo de nuestra fortaleza íntima. Desde muy lejos, las campanas han doblado por nosotros. Nuestra paz, nuestros caprichos más delicados y hasta la risa, tienen debajo el esfuerzo de muchas manos rudas, como aquellas que catapultaron, hace más de 400 años, el talento de quien llegara a ser icono del Renacimiento alemán.