La Catequesis y los Desafíos de la Iniciación Cristiana

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La Catequesis y los Desafíos de la Iniciación Cristiana
I. LA URGENCIA DE UNA NUEVA EVANGELIZACIÓN
El deber de evangelizar
Antes de su ascensión, Jesús dejó a sus discípulos una tarea: "Vayan por todo el mundo y
anuncien el Evangelio a todos los pueblos" (Mc 16, 15). Esta tarea es el norte que debía tener la
comunidad cristiana a lo largo de los siglos y en todas las latitudes donde se congregara:
anunciar el Evangelio animada por una gran valoración por todo hombre, más aún si éste es
marginado y despreciado.
La Iglesia ha intentado cumplir con ese mandato a lo largo de dos milenios. Sin desconocer que
la comunidad cristiana ha visto surgir la figura de grandes santos, maestros, místicos, pastores,
instituciones de caridad, congregaciones religiosas, profetas de la verdad y de la justicia; y que
son innumerables los pueblos y personas que han conocido al Señor Jesús por medio de ella, los
errores, las lentitudes, las omisiones, el pecado percibido entre sus integrantes y estructuras,
hicieron que progresivamente se fuera oscureciendo la dimensión de misterio que tiene la
Iglesia, y que por siglos prevaleciera su aspecto visible, jurídico y ritual, estrechándose
gravemente su campo de acción, reduciéndose peligrosamente la conciencia de la tarea
pastoral que tiene cada bautizado, realizando múltiples acciones sin conexión entre sí.
Hubo que esperar al siglo XX para recuperar paulatinamente la conciencia de la tarea primordial
que tiene la Iglesia. Junto al Vaticano II y las múltiples corrientes de renovación, de "vuelta a las
fuentes" que le precedieron, debemos citar sin duda a Pablo VI y su encíclica Evangelii
Nuntiandi. En ella el Papa afirmó: "Evangelizar constituye… la dicha y vocación propia de la
Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar…" (EN 14).
Esta tarea primordial es designada con el término evangelización.
Nuevos tiempos, nuevos desafíos
Hace casi cincuenta años atrás, los obispos reunidos en el Concilio Vaticano II dijeron: «El
género humano se halla en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios
profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero». Estos cambios se
multiplicaron en el período posterior y, a diferencia de aquellos años, ya no inducen sólo a la
esperanza, sino que también se miran con desconfianza y temor. Solamente los primeros once
años de este nuevo siglo ha visto transformaciones inimaginables unos pocos años atrás, y
procesos históricos inéditos.
No hay duda de que estamos en un momento histórico de grandes cambios y tensiones, de
pérdida de equilibrio y de puntos de referencia. Esta época nos lleva a vivir cada vez más
sumergidos en el presente y en lo provisional, haciendo siempre más difícil la escucha y la
transmisión de la memoria y la tradición, y el compartir valores sobre de los cuales construir el
futuro de las nuevas generaciones. En este contexto la presencia de los cristianos, la acción de
sus instituciones, se percibe en modo menos favorable y con mayores sospechas.
1
La tarea de la evangelización se encuentra así frente a nuevos desafíos, que cuestionan prácticas
ya consolidadas, que debilitan caminos habituales y estandarizados; en una palabra, que obligan
a la Iglesia a interrogarse nuevamente sobre el sentido de sus acciones de anuncio y de
transmisión de la fe.
En nuestro continente esta transformación se nota cada vez con mayor fuerza. Como cualquiera
puede darse cuenta, la configuración política, social y económica de A. Latina ha sufrido fuertes
cambios. Es fruto tanto de procesos internos como externos a nuestras fronteras y ya no somos
los mismos de hace cuarenta años atrás. En el contexto cultural de nuestros países los
esquemas religiosos de antaño sufren una desconexión con las actuales vivencias y opciones. El
decrecimiento del número de católicos, el nuevo protagonismo de la mujer, la confusa
identidad de la familia, el pluralismo, la creciente soledad en medio de una explosión
informática, la pregunta por lo ecológico, la velada pero poderosa presión por el consumismo
de ciertos sectores a través de los Medios de Comunicación Social, etc., son algunos trazos del
nuevo estado de cosas. Y esto es verdad ya sea en el ámbito rural, en el de las pequeñas
ciudades o en las capitales de nuestros países.
“Nueva evangelización” como reenfoque de lo tradicional
Esta realidad que configura el inicio del siglo XXI hace inaceptable el catolicismo cómodo,
pasivo, rutinario, el denominado "a mi manera". Mundo nuevo implica exigencias nuevas a los
cristianos y un modo nuevo de evangelizar. Los signos de los tiempos indican como perentorio
que quien quiera considerarse discípulo del Señor ponga el acento en su testimonio de vida, en
la conversión continua, en una espiritualidad de alegre servicio a los demás, cualquiera sea su
estado de vida; que se sienta miembro activo de su comunidad eclesial. Es un camino obligado
para que la Buena Noticia del amor de Dios por el hombre sea creíble por el mundo.
En virtud de lo anterior, se ha ido gestando desde hace unas décadas un nuevo concepto que,
providencialmente, puede ser el inicio de una respuesta al estado de cosas. Tal concepto es
“nueva evangelización”.
El Papa Juan Pablo II, inicialmente –sin un particular énfasis, y sin presagiar el papel que habría
de asumir con los años– durante su viaje apostólico en Polonia1, expresó el término “nueva
evangelización”, el que con el tiempo sería retomado y relanzado por el mismo Pontífice sobre
todo en su Magisterio dirigido a las Iglesias de América Latina. A los Obispos latinoamericanos
les habló así: «La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación
plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles;
compromiso, no de re-evangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor,
en sus métodos, en su expresión»2. El término fue después retomado y relanzado por el Papa
pero dirigido a toda la Iglesia universal. «Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos,
proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva
evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los
cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los
1
Cf. Juan Pablo II, Homilía durante la Misa en el Santuario de la S. Cruz, Mogila (9 de junio de 1979), 1: AAS 71
(1979), 865.
2
Juan Pablo II, Discurso a la XIX Asamblea del CELAM (9 de marzo de 1983), 3: AAS 75 (1983), 778.
2
misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu»3; la nueva
evangelización es una acción sobre todo espiritual, es la capacidad de hacer nuestros, en el
presente, el coraje y la fuerza de los primeros cristianos. Por lo tanto, es una acción que exige
un proceso de discernimiento acerca del estado de salud del cristianismo, la verificación de los
pasos cumplidos y de las dificultades encontradas.
Una preocupante situación eclesial
La Nueva Evangelización no mira, sin embargo, solamente a los desafíos externos. En la
búsqueda de respuestas pertinentes, se encuentra con desafíos al interior de la Iglesia.
No hay duda de que el siglo XX fue un siglo de mucha conciencia y creatividad en la vida de la
Iglesia. El Vaticano II ha sido el acontecimiento eclesial más trascendente que recogió los dones
que el Espíritu Santo ya había promovido durante las décadas anteriores. Sin embargo, junto a
las grandes intuiciones, orientaciones y acciones, ha habido espacios importantes que no han
sido llenados, desafíos aún sin responder; uno de ellos es la pastoral que se ofrece a los adultos.
La pastoral, y en ella la catequesis, generalmente se ha centrado en la etapa de la niñez y en la
adolescencia, concentrando así la organización, los agentes y los recursos eclesiales.
¿Resultados? Un alto porcentaje de adultos no suficientemente evangelizados, poco
practicantes y hasta alejados. Personas con presencia activa en diferentes ámbitos de nuestros
países “cristianos” que no descubren en su fe mayores orientaciones; adultos en puestos de
influencia social, muy sólidos en su área laboral, pero inmaduros en su fe; personas con fuertes
experiencias de desorientación, sufrimiento, preguntas, que no encuentran en la Iglesia agentes
con formación pertinente para iluminarlas con el Evangelio. La adhesión sólo nominal a la Iglesia
Católica de gran parte de nuestra población se nota en la América Latina que estamos
construyendo, con un grave y hasta escandaloso divorcio entre fe, vida y cultura.
Esta nueva conciencia eclesial nos permite comprender que hay un abundante número de
adultos, pero también de jóvenes y niños bautizados que no han recibido a Cristo vivo en sus
vidas; existe una muchedumbre de católicos a quienes se les sacramentalizó, pero no han
sabido de la alegría desbordante que ocurre al encontrarse con el Señor. Esto debido
principalmente a que sus familias han ido decayendo en su servicio evangelizador, debido a su
vez, entre otras razones, al fuerte secularismo que nos invade desde diferentes frentes. No es
sorpresa que en las instancias pastorales de nuestras parroquias y movimientos, así como las
comunidades escolares, sea cada vez mayor el número de niños católicos que llegan sin
elementos básicos de la vida cristiana, que eran típicos hace unas décadas. Este estado de cosas
nos invita a relevar el tema de la iniciación cristiana.
3
Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 30: AAS 83 (1991), 276; cf. también 13, ibid.: AAS 83 (1991), 249-252.
3
II. LA INICIACIÓN CRISTIANA4
Naturaleza de la iniciación cristiana
El término iniciación designa, etimológicamente, la introducción de una persona en un
determinado grupo humano, asociación o religión, e indica el conjunto de enseñanzas y de ritos
encaminados a producir un cambio radical en la persona iniciada. Representa, pues, un proceso
de aprendizaje, de asimilación y adquisición progresiva de una doctrina o de una práctica
determinada, de unas creencias y valores o de unas costumbres y comportamientos nuevos. Es
un aprendizaje, en definitiva, que afecta a toda la persona y supone una renovación profunda
de su ser.
La iniciación cristiana, teniendo puntos de contacto con las formas iniciáticas comunes, es, sin
embargo, de naturaleza diferente. Su originalidad esencial consiste en que Dios tiene la
iniciativa y la primacía en la transformación interior de la persona y en su integración en la
Iglesia, haciéndole partícipe de la muerte y resurrección de Cristo.
Por iniciación cristiana, pues, ha de entenderse la incorporación del candidato, mediante los
tres sacramentos de iniciación, en el misterio de Cristo, y en la comunidad de la Iglesia; de tal
modo que el iniciado, profundamente transformado e introducido en la nueva condición de
vida, muere al pecado y comienza una nueva existencia hacia su plena realización. Esta inserción
y transformación radical, llevada a cabo dentro del ámbito de fe de la comunidad eclesial,
donde ha de integrarse la respuesta de fe del candidato, exige, por lo mismo, un proceso
gradual o itinerario catequético que ayude a madurar en la fe.
En consecuencia, podemos concretar ya lo que es la iniciación cristiana:
1. Obra del Amor de Dios. La iniciación cristiana es, ante todo, obra del amor de Dios, que en su
bondad y sabiduría ha querido "revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad: por
Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre
y participar de la naturaleza divina" (DV 2).
Es Dios quien sale a nuestro encuentro amorosamente, nos manifiesta su proyecto de salvación
para la humanidad, y nos da con abundancia los tesoros de la vida divina. Es Dios solo quien
puede cambiar en el hombre su corazón de piedra por un corazón de carne (ver Ez 36,26); dar
vida a los huesos secos y quebrantados (ver Ez 37,5); hacer que el ser humano vuelva a nacer
por el agua y el Espíritu (ver Jn 3,5); injertarle en la vid verdadera que asegura la permanencia
en la vida (ver Jn 15,5).
La iniciación cristiana es gracia benevolente y transformadora, que nos precede eligiéndonos
para ser sus hijos adoptivos, y nos da la vida verdadera, bendiciéndonos en Cristo, de modo que,
en verdad, podemos decir: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha
elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en
el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según
4
Se sigue de cerca la voz iniciación cristiana de Manuel DEL CAMPO GUILARTE, en M. Pedrosa, M. Navarro, R.
Lázaro y J. Sastre, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999.
4
el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en
el Amado" (Ef 1,3-6).
2. Por la Iglesia y en la Iglesia. Esta obra se realiza en la Iglesia y por la mediación de la Iglesia. A
ella le ha encomendado Cristo la misión que, a su vez, él había recibido del Padre, de anunciar y
llevar a plenitud la salvación (ver LG 5; AG 1).
Y así la Iglesia, asociada a la obra de la redención, sale al encuentro de los hombres, a quienes
anuncia la buena noticia, les acoge y acompaña en el camino de la fe, pone los fundamentos de
la vida cristiana, les incorpora al misterio de Cristo por los sacramentos de la iniciación, les hace
partícipes de la vida y misión de la Iglesia, y guía a estos hijos suyos, que acaba de engendrar, y
les sostiene a lo largo de su camino, desde el nacimiento hasta la madurez de la vida nueva en
Cristo. Como dice el Catecismo de la Iglesia católica: "La participación en la naturaleza divina
que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el
origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los fieles renacidos en el
bautismo se fortalecen con el sacramento de la confirmación y, finalmente, son alimentados en
la eucaristía con el manjar de la vida eterna, y así, por medio de estos sacramentos de la
iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan
hacia la perfección de la caridad"5. La Iglesia, mediante la iniciación cristiana, manifiesta su
identidad de madre y, a la vez que incorpora al hombre a Cristo, lo incorpora al Cuerpo de
Cristo; a la vez que engendra al cristiano, edifica la Iglesia, de modo que podemos afirmar que
por la iniciación cristiana la Iglesia engendra a la Iglesia.
3. Con una decisión libre. Este don de Dios realizado por la Iglesia requiere la decisión libre del
hombre. Como afirma la constitución Dei Verbum, "a Dios revelador debe prestársele la
obediencia de la fe (Rom 16,26), por la que el hombre se entrega entera y libremente a Dios y le
ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad" (DV 5).
A la iniciativa gratuita de Dios ha de responder el hombre libremente, auxiliado por la gracia
divina y de la mano de la comunidad eclesial. En el seno de la comunidad ha de recorrer un
camino de conversión, de liberación del pecado y de crecimiento en la fe, hasta el encuentro
con Jesucristo. Es el itinerario catequético de la iniciación cristiana. Un camino progresivo que
ha de conducirle a la adhesión incondicional a Dios, a la confesión de la fe y al reconocimiento
cabal y consecuente de la nueva realidad sobrevenida.
En este itinerario de fe, queda implicada toda la persona, todas las esferas y dimensiones de su
ser; pues toda ella debe abandonar su anterior modo de vida, para entregarse a Dios y entrar
gozosamente en la comunión de la Iglesia.
Asimismo, este proceso o camino de crecimiento exige guardar la necesaria vinculación entre la
acción de la gracia divina y la respuesta personal de la fe. En definitiva, es necesario que el
hombre: 1) alcance a descubrir las maravillas del amor de Dios y de su iniciativa salvadora; 2)
logre comprender el sentido de la mediación eclesial; y, finalmente, 3) asuma con
responsabilidad las implicaciones concretas de su respuesta libre para su vida personal, eclesial
y social. Todo esto requiere un itinerario catequético que ayude a garantizar el enraizamiento,
aprendizaje y maduración de la fe.
5
CATIC 1212.
5
4. En resumen. El cristiano recibe de Dios el don de la fe en la Iglesia. Es en la Iglesia donde
llegará a captar la verdad, la realidad y la significación de la fe, fuente de vida para su existencia
como creyente. Y es en el seno de la comunidad eclesial donde podrá responder de modo libre
e incondicionado a Dios. La profesión de fe del bautizado y la ratificación de la alianza de Dios
con el hombre alcanzarán su expresión más alta en la celebración de la eucaristía, que es el
centro de la vida de la Iglesia.
Conforme a todo lo expuesto, concluimos afirmando que la iniciación cristiana comprende los
siguientes elementos esenciales: 1) el misterio pascual de Cristo; 2) la Iglesia, comunidad de
salvación; 3) la unidad indisoluble de los tres sacramentos de la iniciación; 4) el anuncio de
Jesucristo y su mensaje de salvación; 5) la fe y la adhesión personal a la intervención salvadora
de Dios en Cristo por el Espíritu Santo; 6) la maduración de esa fe, el progresivo y radical cambio
de mentalidad y de estilo de vida, en la comunidad eclesial.
De este modo lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: "Desde los tiempos apostólicos,
para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este
camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos
esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del evangelio que lleva a la conversión, la
profesión de fe, el bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística"
(CATIC 1229).
III. EL CATECUMENADO, MODELO DE ITINERARIO DE INICIACIÓN CRISTIANA
Sus orígenes
La palabra catecumenado procede del verbo griego katejéin, que significa resonar, hacer sonar
en los oídos y, por extensión, instruir, catequizar. Así, catecúmeno es el que está siendo
instruido, catequizado; más en concreto, el que está siendo iniciado en la escucha de la Palabra
de Dios y en la comprensión y vivencia del Misterio Pascual de Cristo. La definición más antigua
de catequista tiene también el mismo significado. Catequista es el que instruye en la Palabra (Cf.
Gál 6, 6) al discípulo o catecúmeno.
En sentido estricto, el catecumenado es la institución de la Iglesia al servicio de la iniciación
cristiana de los adultos recién convertidos que se preparan para recibir el Bautismo y ser
incorporados en la comunidad eclesial6.
El catecumenado cristaliza como institución eclesial en la Iglesia del siglo III, pero recoge la
herencia de un proceso de evangelización que se remonta a la misión apostólica y a la misión
del mismo Jesús. En función de esta evangelización originaria ha de ser entendido el
catecumenado posterior.
Restauración del catecumenado
Casi olvidado durante toda la Edad Media y en la época moderna, la restauración del
catecumenado ha ido madurando lentamente en la Iglesia, tanto en tierras de misión como en
países de vieja cristiandad. Su necesidad se ha ido haciendo sentir en el contexto de una
6
Cf. CATIC n.º 1230.
6
progresiva secularización del mundo contemporáneo. Teniendo por antecedentes previos las
experiencias catecumenales en África a fines del s. XIX, el Concilio Vaticano II (1962-1965)
ordenó el restablecimiento del catecumenado: “Restáurese el catecumenado de adultos,
dividido en distintas etapas”7. Asimismo, prescribió la revisión del Ritual del Bautismo de
Adultos teniendo en cuenta la restauración del catecumenado. En cumplimiento de esta
orientación conciliar, la Congregación para el Culto Divino publicó en 1972 el Ritual de la
Iniciación Cristiana de Adultos (RICA), una aportación decisiva y muy valiosa a la restauración
actual del catecumenado8.
La progresiva toma de conciencia de que es preciso evangelizar a los bautizados es nota
característica del tiempo posconciliar. Esto fue asumido con carácter de urgencia y con
tratamiento catecumenal por Pablo VI9. También Juan Pablo II recogió el problema de la
reiniciación cristiana de los ya bautizados, pero insuficientemente evangelizados, ampliando el
uso de los términos tradicionales10.
En 1997, el nuevo Directorio General para la Catequesis señala que una de las funciones del
ministerio de la Palabra es la de iniciación. “La Iglesia realiza esta función, fundamentalmente,
por medio de la catequesis, en íntima relación con los sacramentos de la iniciación, tanto si van
a ser recibidos como si ya se han recibido. Formas importantes son: la catequesis de adultos no
bautizados, en el catecumenado; la catequesis de adultos bautizados que desean volver a la fe, o
de los que necesitan completar su iniciación; la catequesis de niños y jóvenes, que tiene de por sí
un carácter iniciatorio. También la educación cristiana familiar y la enseñanza religiosa escolar
ejercen una función de iniciación”11.
Recientemente, los obispos latinoamericanos reunidos en Aparecida han señalado: “Se impone
la tarea irrenunciable de ofrecer una modalidad operativa de iniciación cristiana que además de
marcar el qué, dé también elementos para el quién, el cómo y el dónde se realiza. Así
asumiremos el desafío de una nueva evangelización, a la que hemos sido reiteradamente
convocados”12.
Etapas del catecumenado
Recogiendo la tradición viva de la Iglesia, el Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos señala las
distintas etapas que se suceden en el proceso catecumenal. Son etapas lógicas y pedagógicas
que han revelado su eficacia a lo largo de los siglos13:
a) El pre-catecumenado
7
Cf. VATICANO II, Constitución Sacrosanctum Concilium, n.º 64.
Sobre lo previsto al respecto en el Código de Derecho Canónico, ver cánones 206, 788, 851 y 865.
9
Ver EN nº 44. 52.
10
Sin desconocer el sentido original de los conceptos, el Papa Juan Pablo II llamó “cuasi-catecúmenos” a los ya
bautizados que asumen un proceso de iniciación cristiana (ver JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Catechesi
Tradendae n.º 44; también Exhortación Apostólica Christifideles Laici n.° 61). Ver, además, DA 288.
11
DGC n.º 51.
12
Aparecida n.° 287.
13
Durante todo el proceso hay diversas celebraciones, cuyos referentes aparecen detallados en el RICA, por lo que
aquí y no se describen más que globalmente. Estas pueden ser asumidas, tal como en el mismo RICA se sugiere,
aunque, más aún, deben ser adaptadas para el caso de los adultos ya bautizados.
8
7

Significado del nombre: Recibe ese nombre por ser la etapa previa al período que es
como “el corazón” de todo el proceso, el catecumenado.

Interlocutores: Llamados “simpatizantes”, son adultos no católicos o no cristianos, que
tienen interés por la persona de Jesús y desean enraizar cierto sentimiento de
conversión a Él. También, hoy es cada vez más común la presencia de católicos alejados,
que pueden haber tenido o no en su momento una preparación a la Confirmación y/o a
la Eucaristía, pero ahora desean renovar su compromiso cristiano con radicalidad.

Sentido: En esta etapa, a partir de las realidades humanas más acuciantes para la mente
y el corazón humano, se anuncia al Dios vivo y a Jesucristo, con decisión e incidencia
(kerigma). Por lo tanto, durante este período los catequistas, diáconos y sacerdotes, y
también los laicos, explican de modo global lo central del Evangelio a los simpatizantes;
se les ayuda para que, con la intención más lúcida, cooperen con la acción del Espíritu
Santo, brote la fe y la conversión inicial, así como la real voluntad de seguir a Cristo.
Durante la primera etapa los candidatos se mueven de una postura de curiosidad o de
una intención vaga de "tener un sacramento" a una convicción personal incipiente de
que Jesús es la clave profunda de su existencia, el único que les ofrece vida plena. Jesús
deja de ser una figura religiosa conocida sólo culturalmente y se convierte en una
persona viva, real.

Celebraciones: Esta etapa concluye con el “Rito de Admisión al Catecumenado”, el cual
es de gran importancia, porque en él los simpatizantes, presentándose oficialmente por
primera vez a la comunidad eclesial, manifiestan su voluntad de llegar a ser miembros
activos suyos.
b) El catecumenado
 Significado del nombre: proviene de griego katejeo, que significa “hacer resonar”. Similar
a “catequesis”, indica el tiempo destinado a fortalecer especialmente el aprendizaje de
la doctrina cristiana.

Interlocutores: los simpatizantes que han celebrado el Rito de Admisión, y que les
permite ser llamados ahora “catecúmenos”.

Sentido: En esta etapa se recibe una formación cristiana completa, aunque global, a fin
de que el catecúmeno se introduzca de a poco en las diversas dimensiones de la vida
cristiana. Esto se logra por tres vías convergentes: por momentos de catequesis, por
medio de celebraciones litúrgicas de su Comunidad Eclesial, y por medio de la práctica
de la vida cristiana, con la cooperación de todos los responsables.

Celebraciones: El catecumenado concluye con la celebración del “Rito de la Elección” o
“Rito de la Inscripción del Nombre”. En ella se hace de parte de la Iglesia la admisión de
los catecúmenos que por sus disposiciones son considerados aptos para participar por
primera vez de los sacramentos de la iniciación en la próxima celebración, o para
renovar los sacramentos recibidos, según sea el caso.
c) La purificación o iluminación
8

Significado del nombre: El primer término dice relación con el breve pero intenso tiempo
de espera penitencial, en vistas a la recepción o renovación del compromiso de los
sacramentos de iniciación cristiana. Y el segundo se relaciona con el Bautismo que
recibirán o cuyo compromiso renovarán, sacramento que es entrada a la vida cristiana y
que es llamado “iluminación” pues mediante él se derrama ya sobre los elegidos la luz
de la fe.

Interlocutores: son los catecúmenos que han pasado por el Rito de la Elección, tras lo
cual son llamados ahora “elegidos” o también “iluminados”.

Sentido: Esta etapa tradicionalmente coincide con el tiempo de Cuaresma y está
dedicada a una preparación más intensa de los sacramentos de iniciación. Los elegidos
son invitados a permanecer vigilantes, a orar, a purificar y renovar sus corazones por la
conversión y a asistir a las experiencias formativas, que son más jornadas de oración o
retiros, que catequesis.

Celebraciones:
1. Los exámenes o escrutinios: son breves liturgias que se celebran solemnemente los
domingos de este etapa, y tienen una doble finalidad: descubrir en el corazón de los
elegidos lo que es débil a fin de sanarlo; y lo que es bueno, para fortalecerlo.
2. Las entregas: Son celebraciones en las que se entrega solemnemente el Credo y el
Padrenuestro como elementos identitarios del ser cristiano..
3. Deseablemente en la mañana del Sábado Santo, o cuando en la Vigilia Pascual se realice
el Bautismo de los no cristianos o la renovación del compromiso bautismal de los
cristianos, ocurre el rito del Effeta, descrito con claridad en el RICA.
Finalmente, los elegidos se bautizan, son confirmados y comulgan o renuevan tales
compromisos sacramentales, normalmente en la solemnidad de la Vigilia Pascual y
preferentemente celebrada por el Obispo o su Vicario.
d) La mistagogía

Significado del nombre: literalmente significa “iniciación a los misterios”.

Interlocutores: son los nuevos cristianos que, en virtud de su bautismo, son llamados
ahora “neófitos”, es decir, “brotes nuevos”. Junto a ellos están aquellos cristianos que,
habiéndose bautizado alguna vez, renovaron ahora su compromiso bautismal. Ambos
son similares, ya que, en cierto modo, ambos son renacidos, aunque cualitativamente de
modo diverso.

Sentido: La última etapa, tradicionalmente realizada durante todo el tiempo pascual, se
dedica a la catequesis mistagógica, es decir, a la profundización en la nueva experiencia
de los sacramentos y de la comunidad.
La comunidad cristiana acoge a los neófitos y con ellos, por la meditación del Evangelio,
la participación de la Eucaristía y el ejercicio de la caridad, va adelantando en la
profundización del Misterio Pascual y en el testimonio existencial del mismo.
9

Celebraciones: todas aquellas que sean de la comunidad cristiana.
IV. EL PROCESO DE FORMACIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS14
La vocación y el compromiso de ser hoy discípulos y misioneros de Jesucristo en América Latina
y El Caribe, requieren una clara y decidida opción por la formación de los miembros de nuestras
comunidades, en bien de todos los bautizados, cualquiera sea la función que desarrollen en la
Iglesia. Miramos a Jesús, el Maestro que formó personalmente a sus apóstoles y discípulos.
Cristo nos da el método: “Vengan y vean” (Jn 1, 39), “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn
14, 6). Con Él podemos desarrollar las potencialidades que están en las personas y formar
discípulos misioneros. Con perseverante paciencia y sabiduría Jesús invitó a todos a su
seguimiento. A quienes aceptaron seguirlo los introdujo en el misterio del Reino de Dios, y
después de su muerte y resurrección los envió a predicar la Buena Nueva en la fuerza de su
Espíritu. Su estilo se vuelve emblemático para los formadores y cobra especial relevancia
cuando pensamos en la paciente tarea formativa que la Iglesia debe emprender en el nuevo
contexto sociocultural de América Latina.
El itinerario formativo del seguidor de Jesús hunde sus raíces en la naturaleza dinámica de la
persona y en la invitación personal de Jesucristo, que llama a los suyos por su nombre, y éstos lo
siguen porque conocen su voz. El Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos
y los atraía a sí, llenos de asombro. El seguimiento es fruto de una fascinación que responde al
Cristo a quien reconoce como el maestro que lo conduce y acompaña.
Aspectos del proceso
En el proceso de formación de discípulos misioneros destacamos cinco aspectos fundamentales
que aparecen de diversa manera en cada etapa del camino, pero que se compenetran
íntimamente y se alimentan entre sí:
a) El Encuentro con Jesucristo. Quienes serán sus discípulos ya lo buscan (cf. Jn 1, 38), pero es el
Señor quien los llama: “Sígueme” (Mc 1, 14; Mt 9, 9). Se ha de descubrir el sentido más hondo
de la búsqueda, y se ha de propiciar el encuentro con Cristo que da origen a la iniciación
cristiana. Este encuentro debe renovarse constantemente por el testimonio personal, el anuncio
del kerygma y la acción misionera de la comunidad. El kerygma no sólo es una etapa, sino el hilo
conductor de un proceso que culmina en la madurez del discípulo de Jesucristo. Sin el kerygma,
los demás aspectos de este proceso están condenados a la esterilidad, sin corazones
verdaderamente convertidos al Señor. Sólo desde el kerygma se da la posibilidad de una
iniciación cristiana verdadera. Por eso la Iglesia ha de tenerlo presente en todas sus acciones.
b) La Conversión: Es la respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en
Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de
pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la
vida. En el Bautismo y en el sacramento de la Reconciliación se actualiza para nosotros la
redención de Cristo.
14
Ver DA 276- 278.
10
c) El Discipulado: La persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento
de Jesús maestro, profundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina.
Para este paso es de fundamental importancia la catequesis permanente y la vida sacramental,
que fortalecen la conversión inicial y permiten que los discípulos misioneros puedan perseverar
en la vida cristiana y en la misión en medio del mundo que los desafía.
d) La Comunión: No puede haber vida cristiana sino en comunidad: en las familias, las
parroquias, las comunidades de vida consagrada, las comunidades de base, otras pequeñas
comunidades y movimientos. Como los primeros cristianos, que se reunían en comunidad, el
discípulo participa en la vida de la Iglesia y en el encuentro con los hermanos, viviendo el amor
de Cristo en la vida fraterna solidaria. También es acompañado y estimulado por la comunidad y
sus pastores para madurar en la vida del Espíritu.
e) La Misión: El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de
compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y
resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una
palabra, a construir el Reino de Dios. La misión es inseparable del discipulado, por lo cual no
debe entenderse como una etapa posterior a la formación, aunque se la realice de diversas
maneras de acuerdo a la propia vocación y al momento de la maduración humana y cristiana en
que se encuentre la persona.
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