RÉGIMEN FINANCIERO DE LAS CONFESIONES RELIGIOSAS Títulos o Principios que sirvieron de fundamento y justificación a la financiación del Estado antes y después de la Constitución española de 1.978 “El Estado, teniendo en cuenta las creencias religiosas existentes en la sociedad española, establecerá, en su caso, acuerdos o convenios de cooperación con las Iglesias, Confesiones y Comunidades religiosas inscritas en el Registro que por su ámbito y número de creyentes hayan alcanzado notorio arraigo en España. En todo caso, estos acuerdos se aprobarán por Ley de Cortes Generales”, (art. 7,1 de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa). No obstante, los antecedentes no han disfrutado de la claridad con que se redactó este artículo. Los frecuentes enfrentamientos entre las jerarquías temporal y eclesiástica españolas durante los últimos años del franquismo habían evidenciado lo anacrónico de la regulación contenida en el Concordato de 1.953. Los numerosos privilegios concedidos mutuamente y la confesionalidad expresa, doctrinal y excluyente, impedían que el Concordato sirviese de norma central de las relaciones entre un Estado en proceso de secularización y una Iglesia que, tras el Vaticano II, caminaba hacía una progresiva destemporalización. Durante los últimos años del régimen de las Leyes Fundamentales los intentos de revisión del Concordato fracasan. Las opciones de revisión presentadas no llegaron a cristalizar en un decisión concreta de ambos poderes. Es después de la caída de este régimen cuando y desde uno muy diferentes condicionamientos políticos se facilita la labor. El primer paso fue la firma del ‘Acuerdo con la Santa Sede y el Estado español, por el que se revisaban los artículos del Concordato de 27 de agosto de 1.953, relativos al Derecho de presentación episcopal y el Fuero eclesiástico, (ratificado el 20 de agosto de 1.976). En el punto del derecho de presentación las nuevas condiciones políticas facilitaron su solución dado el planteamiento de la reforma política, ya que dejaba de tener interés para el Estado la conservación de sus facultades en materia de nombramientos episcopales, puesto que el pluralismo político de los eventuales candidatos de la Santa Sede para regir las diócesis españolas sería siempre menor que el que el Gobierno estaba dispuesto a admitir en el conjunto de la vida política española. El punto relevante se encontraba en la idealización del compromiso por ambas partes para proceder a la conclusión de lo que hemos llamado los acuerdos específicos y que significaban la revisión completa del Concordato de 1953. De esta forma, previa anuencia de la Santa Sede, se propuso sustituir un Concordato, en el que no pocos de sus artículos eran incompatibles con el régimen político que se intentaba construir, mediante la apertura de un proceso de negociación y firma de acuerdos específicos que culminarían con el agotamiento en la regulación de las materias mixtas. El sistema de acuerdo quedaría concluido, más allá de los dos años, con la firma de los cuatro Acuerdos del 3 de enero de 1979. Ese retraso se explica por el deseo del Gobierno de acompasar la elaboración de los acuerdos con la redacción de la Constitución, la cual sería aprobada un mes antes. La razón principal de la elección de un sistema de sustitución, en lugar de una denuncia directa y derogación subsiguiente se debe al entendimiento de que en los momentos en que esto ocurre la regulación bilateral de las materias mixtas respondería mejor a la necesidad de buen entendimiento entre la Iglesia y el Estado. Es más que evidente que la historia de la cooperación entre Estado e Iglesia no puede desprenderse del enorme compromiso existente entre el Estado y la Iglesia católica. El acuerdo de 1.976 constituyó una pieza básica. Aspecto importante de los compromisos asumidos se refiere al cauce formal que regulará la relación; es decir, los instrumentos jurídicos que las partes eligen por considerarlos adecuados en la obtención del fin propuesto; siendo de subrayar la elección de los instrumentos bilaterales para la regulación de las llamadas materias mixtas, y la decisión a favor del sistema de acuerdos específicos como fórmula preferible a instrumento concordatario. De esta forma, se prefiere una paulatina sustitución del Concordato por un sistema de acuerdos parciales. Régimen anunciado por el convenio programático de 1.976, y que significó la prolongación de la regulación bilateral en las relaciones entre Iglesia católica y el Estado, y se vio cumplido en dos años y medio después, cuando se firman cuatro acuerdos con la Santa Sede en enero de 1.979. El proceso de regulación pacticia de las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado tiene su culminación con la firma de los cuatro acuerdos con la Santa Sede el 3 de enero de 1.979, cuya autorización para la ratificación por las Cámaras significa la consagración del régimen de fuentes bilaterales en las relaciones Iglesia-Estado. Por otro lado, la coincidencia entre la inclinación de la jerarquía católica por la vía de los acuerdos específicos como fórmula de adaptación a las nuevas circunstancias del Concordato de 1.953, y los tratamientos en política eclesiástica del programa de reforma política configurado fueron los factores primordiales por los cuales se escogió este sistema de relaciones entre la Iglesia y el Estado. No obstante, en realidad el sistema de acuerdos firmados entre la Santa Sede y el Estado español tiene grandes semejanzas formales y esenciales con un Concordato en el concepto tradicional del término. No solo por la función encomendada al conjunto de acuerdos sino por la previsión de construirlos de tal manera que en un futuro pudieran constituir un auténtico Concordato, previsión que motivó la denominación de acuerdos específicos. Sin embargo, la antigüedad de estos acuerdos y la plasmación de los instrumentos y métodos de relación utilizados con la Iglesia católica, contrasta con la juventud de los acuerdos con las demás confesiones religiosas, englobando dentro de este ‘demás confesiones religiosas a la judía, islámica y el grupo de las evangélicas, FEREDE, cuyas regulaciones se concretan en las Leyes 24, 25 y 26 de 1.992.