Unidad V - enp-historia-mex

Anuncio
Unidad V
1. Benito Juárez y el período del liberalismo triunfante.
El gobierno republicano volvió a establecerse en la ciudad de México en julio de 1867. La
ruina del bando conservador era absoluta, y sin embargo las tareas del régimen liberal se
antojaban imponentes:
a) hacer plenamente efectiva la vigencia de la Constitución de 1857;
b) restablecer la hacienda pública y reiniciar el progreso material del país;
c) organizar la educación pública;
d) reformar al ejército como condición indispensable para consolidar la ansiada paz interna;
e) rehacer en lo posible las relaciones y el crédito exterior del país.
Los principales logros del penúltimo período presidencial de Juárez fueron los siguientes:
a) En agosto de 1867 se convocó a elecciones presidenciales y del Congreso. Juárez
propuso junto con los comicios una consulta popular para que se autorizara la creación del
Senado (o “cámara alta” del Congreso). Con esta medida pretendía crear un contrapeso a la
Cámara de Diputados para impedir que sus constantes discusiones entorpecieran la labor
del Poder Ejecutivo. La idea fue mal recibida por la prensa y la mayoría de los políticos
liberales: el pueblo en general se abstuvo de votar. De todos modos, Juárez fue electo
nuevamente como mandatario constitucional para el período 1867-1871, y el nuevo
Congreso quedó instalado. Las libertades ciudadanas esenciales fueron respetadas.
b) El ministro de Hacienda José María Iglesias enmendó en algo la situación de la hacienda
pública. Consiguió eliminar todas las reclamaciones por los préstamos y gastos ejercidos
por el Imperio de Maximiliano. Redujo la deuda externa de 450 millones de pesos a sólo 84
millones. Reorganizó la recaudación de impuestos anulando las facultades extraordinarias
que se habían otorgado a los jefes militares. Formuló y mantuvo un presupuesto suficiente
para pagar al ejército y los mandos políticos superiores. Sin embargo, la burocracia en
general no mejoró sus ingresos, ni quedaron fondos disponibles para la promoción del
crecimiento económico. El país seguía empobrecido y descapitalizado: los hacendados y
comerciantes ricos en general no deseaban arriesgarse a emprender inversiones
importantes.
En la agricultura, actividad básica de la economía nacional, comenzó a acelerarse el
proceso de concentración de la propiedad de la tierra en favor de los hacendados, a costa de
las propiedades nacionalizadas a la Iglesia católica y de la parcelación forzada de las tierras
comunales de los pueblos de indios; la diversificación y modernización técnica de los
cultivos fue escasa o nula. La industrialización hizo sus primeros progresos y hasta
surgieron los primeros “sindicatos”, que se agruparon en el Gran Círculo de Obreros de
México (1872). Se inició la construcción de los ferrocarriles, su primera ruta fue de la
Ciudad de México al Puerto de Veracruz. Se dependía en gran medida de escasas
inversiones y préstamos extranjeros que se pudieron conseguir.
c) Se promulgó una nueva Ley de Instrucción Pública que hizo obligatoria la primaria. El
Gobierno comenzó a abrir escuelas oficiales y laicas. La Escuela Nacional Preparatoria,
creada en 1867, inició sus labores en febrero de 1868.
d) El ejército se redujo de 60 mil a 28 mil hombres, iniciando su profesionalización.
En 1871 Juárez volvió a reelegirse en medio de crecientes protestas. El general Porfirio
Díaz se levantó en armas contra él y fracasó. Sin embargo, Juárez murió víctima de un mal
cardíaco en julio de 1872.
Blanca A. Vargas Villanueva y Mauricio Cruz García.
Registro de Derechos de Autor Núm. 03-2001-081013501200-1
V.2. El gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada
y el ascenso de Porfirio Díaz al poder.
De acuerdo con las disposiciones de la Constitución de 1857, al morir Benito Juárez la
presidencia provisional correspondió al titular de la Suprema Corte de Justicia: Sebastián
Lerdo de Tejada. Además de ser uno de los ministros que se mantuvieron fieles a Juárez
durante los años de guerra contra conservadores, franceses e imperialistas, Lerdo de Tejada
tenía gran prestigio como orador y funcionario capaz.
Al poco tiempo, se organizaron nuevas elecciones, y Lerdo de Tejada resultó electo como
presidente constitucional para el período 1872-1876. Su trabajo continuó en general los
principios y propósitos ya defendidos y practicados por Juárez.
En el aspecto económico, la administración Lerdo prosiguió los esfuerzos para sanear la
hacienda pública (después de más de medio siglo de desorden y bancarrota), así como para
fomentar la inversión productiva nacional y extranjera. En 1873, logró completar la
construcción de la vía ferroviaria: Ciudad de México - Puerto de Veracruz. Intensificó la
modernización de algunos puertos y amplió notoriamente la red de telégrafos. Algunas
inversiones inglesas comenzaron en pequeña escala la reactivación de la minería. Proseguía
la expansión de las haciendas.
En el aspecto social, Lerdo anhelaba establecer las condiciones de paz, seguridad,
educación pública y prosperidad económica necesarias para el crecimiento demográfico,
que entonces se juzgaba indispensable para el engrandecimiento de la nación. Sin embargo,
los levantamientos armados de caciques o militares inconformes, las epidemias, el lento
progreso de la economía y la tradicional pobreza de las mayorías resultaron obstáculos
insuperables a corto plazo. Se dictaron algunas leyes para moderar la explotación contra los
peones de hacienda, pero resultaban cada vez más difíciles de cumplir frente a la creciente
riqueza e influencia de los hacendados.
El movimiento obrero de la naciente industria se hizo sentir con más de una docena de
huelgas registradas en el cuatrienio de Lerdo de Tejada.
En el aspecto político, Lerdo trató de consolidar la paz interna, que nuevamente se había
visto perturbada por quienes se habían rebelado contra la última reelección de Juárez. Se
dictó una Ley de Amnistía o perdón para los sublevados. Se persiguió a los caciques
regionales. El principal de ellos, Manuel Lozada, que desde los años de la intervención se
había adueñado de gran parte de Nayarit, fue capturado y ejecutado por las fuerzas
gobiernistas: otros continuaron resistiendo. Pese a los deseos de paz y orden de la población
civil, caciques y caudillos orillaron a Lerdo de Tejada a suspender las garantías individuales
en diversos períodos de su mandato. Por otra parte logró el establecimiento de la Cámara de
Senadores, que Juárez había pro-puesto sin éxito, así como la incorporación definitiva de
las Leyes de Reforma a la Constitución de 1857. Lerdo de Tejada fue aún más estricto que
Juárez en lo referente al control del clero católico.
En las elecciones presidenciales de 1876 Lerdo de Tejada se proclama nuevamente
triunfador. José María Iglesias lo desconoce desde Guanajuato, así como Porfirio Díaz y
sus partidarios, que lanzan el Plan de Tuxtepec. Proclamándose defensor de la Constitución
de 1857, las Leyes de Reforma y el principio de no reelección presidencial, Díaz combate
hasta vencer a los lerdistas en Tecoac, Puebla, en noviembre de 1876. Así, es nombrado
presidente provisional en febrero de 1877, y tras nuevas elecciones asume el mandato
constitucional en mayo siguiente.
Blanca A. Vargas Villanueva y Mauricio Cruz García.
Registro de Derechos de Autor Núm. 03-2001-081013501200-1
V.3. El porfiriato. Progreso económico.
El modelo de desarrollo vigente en México durante el porfiriato fue el que los economistas
actuales denominan primario-exportador. Se le define como una economía cuyo motor fue
la expansión constante de actividades primarias; agricultura, ganadería, minería y
extracción de petróleo. La producción de estas actividades se orientaba primordialmente a
la exportación o “crecimiento hacia afuera”. Se buscó obtener productos de valor comercial
relativamente alto para venderlos al extranjero y obtener divisas. Con esto se lograba una
notoria prosperidad para los propietarios de los medios de producción; capitalistas
extranjeros y nacionales, así como hacendados, pero no para el mercado interno, ni mucho
menos para las mayorías trabajadoras. Los rasgos esenciales de este modelo fueron:
a) Una estrategia asociativa ante el mercado mundial: se procuró conscientemente fomentar
las relaciones y la cooperación entre la economía nacional y la mundial.
b) Se abrieron las facilidades a la participación de capitales extranjeros y a la competencia
privada: el gobierno redujo su papel económico al mínimo posible.
c) En este sentido, si bien la Constitución de 1857 propiciaba la eliminación de las
funciones económicas de corporaciones tradicionales (Iglesia, comunidades indígenas), este
marco fue ampliado con leyes como la de Terrenos Baldíos y la Minera (1884), que
concedían las mayores ventajas posibles a los hacendados, en el primer caso, y a los
inversionistas extranjeros interesados por los recursos nacionales del subsuelo, en el
segundo.
d) Se estimuló intensamente el mercado de tierras, para hacer productivas y
comercialmente atractivas las que estaban ociosas (en beneficio del latifundio privado).
e) La incipiente industrialización, y por otra parte los ingresos del Estado, dependen de los
productos de la agricultura y minería de exportación.
Sobre tales bases, México experimentó un gran crecimiento económico, en promedio, del
7.5% anual durante el porfiriato, pero no un desarrollo integral. Se aprovecharon los altos
flujos de inversión que las grandes potencias industrializadas podían canalizar hacia los
países económicamente “atrasados”, como el nuestro, pero por lo mismo se fortaleció
decididamente la dependencia de México frente a los vaivenes comerciales y financieros
del exterior.
La agricultura continuó siendo la actividad principal de nuestra población: unos pocos
cientos de hacendados se adueñaron de colosales latifundios, enriqueciéndose con la
exportación de algunos productos como caña de azúcar, café, y henequén; entre otros.
La minería renació, y al lado de los tradicionales metales preciosos, comenzaron a
exportarse los de uso industrial: hierro, zinc, estaño, cobre, etc. La explotación de los
grandes yacimientos petroleros de las costas del Golfo, inició con capitales británicos y
estadounidenses en 1901. Se incrementó la manufactura de bienes de consumo como:
textiles, calzado, herramientas, etc., pero no se estableció industria pesada. El gobierno
subsidió en gran cantidad la red de ferrocarriles y creció hasta casi 20 000 km de vías.
En 1884 surgieron los primeros bancos privados, y comenzó a imprimirse y utilizarse el
papel moneda. Los ministros de Hacienda, como José Ives Limantour, completaron la
reorganización fiscal, suprimiendo impuestos obsoletos como la alcabala. Se arregló la
deuda externa en términos de una virtual condonación. Por primera vez se acumularon
reservas monetarias, hasta por 80 millones de pesos.
Blanca A. Vargas Villanueva y Mauricio Cruz García.
Registro de Derechos de Autor Núm. 03-2001-081013501200-1
V.4. El porfiriato. Situación social.
El crecimiento económico se produjo a base de una fuerte explotación de las clases
trabajadoras, paralela a las grandes facilidades otorgadas a terratenientes e inversionistas.
Por lo tanto, dicho crecimiento en general, lejos de mejorar el nivel de vida del pueblo,
profundizó la desigualdad socioeconómica. Mientras los obreros y el campesinado
subsistían pobremente, y las esperanzas de prosperidad de las “clases medias” se
estancaban o frustraban, los favorecidos del régimen (nacionales y extranjeros) aumentaban
sus propiedades e influencia casi sin parar.
Aunque simplifica excesivamente la situación real, el siguiente cuadro es útil para
visualizar aproximadamente la división de clases de la sociedad porfiriana:
Campo
Hacendados
Ganaderos
Administradores
Capataces
Arrieros
Rancheros
Peones acasillados
Campesinos “libres”
Indígenas comuneros
Clases
Dominantes
“Medias”
Explotadas
Ciudad
Capitalistas industriales
y banqueros
Ejecutivos y altos
funcionarios
Pequeños comerciantes
Burócratas
Profesionistas
Artesanos
Obreros
Lumpenproletarios
a) Las clases dominantes: en el medio rural, los hacendados latifundistas (beneficiarios de
la ganadería o la agricultura) concentraban la propiedad, el prestigio y la influencia: eran
los que se identificaban más claramente con el régimen. A través de sus allegados,
controlaban los más importantes cargos de gobierno a nivel estatal y hasta nacional. En la
ciudad, los capitalistas nacionales y extranjeros así como su personal ejecutivo, disfrutaban
de las ganancias de sus negocios, y de los favores de un gobierno deseoso de inspirar
confianza.
b) Las clases medias rurales incluían a los empleados que administraban las haciendas, y
hacían trabajar a los peones, o bien a algunos pequeños propietarios privados. Su modo de
vida les confería capacidad de mando, manejo de armas y caballos, expectativas muy
superiores a las del campesino común. Las clases medias urbanas, tuvieron grandes
esperanzas de progreso en los primeros años del porfiriato, pero poco a poco descubrieron
que la riqueza y el poder ya estaban reservados para unos cuantos. Por otra parte, debido a
su nivel de instrucción e información, estos “pequeño-burgueses” eran los más capacitados
para criticar al régimen y proponer soluciones y alternativas.
c) Las clases explotadas: en el ámbito rural, los peones acasillados eran campesinos que
comenzaban a trabajar por contrato en las haciendas, pero a través de las deudas quedaban
arraigados. Las comunidades indígenas como los yaquis y los mayas, fueron
sistemáticamente atacadas para despojarles de sus tierras y obligarles a trabajar para los
hacendados. En las ciudades, el crecimiento manufacturero hizo aumentar muy rápidamente
a un sector de asalariados mal remunerados.
Blanca A. Vargas Villanueva y Mauricio Cruz García.
Registro de Derechos de Autor Núm. 03-2001-081013501200-1
V.5. El porfiriato. Política y cultura.
Cuando el Gral. Díaz accedió al poder se enfrentaba a la crónica inestabilidad de la política
nacional y a la desconfianza de las potencias extranjeras. Tanto por sus convicciones
personales, como por las circunstancias que le rodeaban, proclamó una ideología liberal,
adoptando la teoría del liberalismo clásico, y los postulados de la filosofía positivista que
comenzaba a predominar en Europa a finales del siglo XIX. Dos lemas resumen el rumbo
político que mantuvo permanentemente:
“Orden y progreso” y “Poca política, mucha administración”.
En sus ejes básicos, el rumbo político porfirista tuvo una continuidad virtualmente
invariable, tanto bajo la presidencia del propio Díaz (1877-1880 y sus reelecciones: 18841911) como en la de su colaborador Manuel González (1880-1884).
Díaz se apoyó decididamente en las clases dominantes. Supo ganarse la confianza
de los representantes de las potencias extranjeras, a las que convenía la estabilidad interna
de un país tan rico en recursos naturales. Nombró a colaboradores de gran eficiencia en las
secretarías de Estado y procuró asegurarles una prolongada permanencia en sus puestos.
Hizo otro tanto con los gobernadores de los estados y con los mandos superiores del
ejército que le mostraban fidelidad personal. Sacó un provecho óptimo de las innovaciones
tecnológicas como el telégrafo, el teléfono, y los ferrocarriles que le permitieron tener un
control más estrecho y eficaz sobre la vida política del país que a cualquiera de sus
antecesores.
Díaz practicó una política de conciliación respecto a la iglesia católica y los restos
del bando conservador, a quienes había combatido tantos años, permitiéndoles diversas
violaciones a las Leyes de Reforma. A cambio de ello, el clero se mostró cada vez más
favorable a su régimen, y con frecuencia lo apoyó desde el púlpito. Por otra parte, Díaz
logró atraerse la simpatía de los juaristas y lerdistas, que al principio lo combatían,
concediéndoles honores o la oportunidad de enriquecerse.
Contra los opositores decididos, los periodistas que lo criticaron radicalmente, como
los hermanos Flores Magón, y contra los obreros, campesinos y comuneros indígenas que
se resistían a sus políticas de explotación y despojo, se aplicó una drástica represión:
persecuciones, encarcelamientos, cierre de periódicos independientes, encarcelamiento,
deportación, ejecuciones, asesinatos. En el caso de los indios yaquis de Sonora o los mayas
de Yucatán, se llegó a practicar el genocidio.
No sin dificultades, logró el reconocimiento político y la normalización de
relaciones diplomáticas con los Estados Unidos y con las principales potencias europeas.
Debió enfrentar algunos conflictos graves, como el de las pretensiones de Gran Bretaña por
mejorar su posición en Belice a costa de la soberanía mexicana, o las de Guatemala sobre
las costas del sur de Chiapas, apoyadas por presiones estadounidenses.
En el aspecto educativo, la instrucción pública hizo algunos progresos bajo la guía
de Gabino Barreda y Justo Sierra: expansión del sistema de escuelas primarias de gobierno,
desarrollo de la Escuela Nacional Preparatoria, refundación de la Universidad Nacional en
1910. Pese a ello, más del 85% de la población siguió hundida en el analfabetismo.
Culturalmente, floreció la obra de escritores, como Manuel Gutiérrez Nájera y
Amado Nervo; artistas gráficos: José Guadalupe Posada, José María Velasco; músicos:
Manuel M. Ponce, Juventino Rosas; y estudiosos de disciplinas científicas: Francisco M.
Covarruvias, Andrés Molina Enríquez.
Blanca A. Vargas Villanueva y Mauricio Cruz García.
Registro de Derechos de Autor Núm. 03-2001-081013501200-1
V.6. La decadencia del porfiriato
y los orígenes de la revolución mexicana.
En el aspecto económico, la decadencia del porfiriato se hizo evidente a partir de 1907. El
rápido crecimiento económico que se había sostenido durante el Porfiriato, con su
promoción de la gran hacienda latifundista y las inversiones extranjeras, tenía puntos
débiles que, precisamente, se manifestaron por coincidencia en aquél año.
La agricultura latifundista había prosperado, sobre todo, por la explotación extensiva de la
mano de obra, sin un desarrollo técnico adecuado. Por lo mismo, era tan vulnerable como
siempre a los ciclos naturales de depresión. En 1907 comenzó uno más de los periodos de
bajas cosechas, escasez, inflación y carestía. Por otra parte, el mundo capitalista en general
resintió una breve pero seria recesión económica en aquél año. De especial gravedad para
México fue la caída de los precios internacionales de la plata, ya que por un lado, al bajar el
valor de las exportaciones de plata mexicana, hizo perder al país parte de las divisas que
esperaba del exterior, y por la otra acarreó una devaluación del peso mexicano frente al
dólar que en poco tiempo alcanzó el 100%. La confluencia de estos dos procesos agravó
sensiblemente problemas sociales y políticos que la nación ya venía arrastrando.
En el aspecto social, la resistencia de movimientos campesinos frente a los despojos de
tierras seguían en pie de lucha. Algunos grupos comunales, como los de Morelos, se
fortalecían y estaban dispuestos a tomar las armas. En la zona oriental de aquel estado
comenzó a surgir el liderazgo de Emiliano Zapata, quien ya era reconocido como
“calpuleque” (jefe comunal) para luchar por la recuperación de las tierras.
La clase obrera, fuertemente explotada por los patrones mexicanos o extranjeros, había sido
completamente abandonada por el gobierno porfirista. Fueron célebres los movimientos
huelguistas de los mineros de Cananea (Sonora) y los textileros de Río Blanco (Veracruz),
a quienes el gobierno había pedido que regresaran a sus labores para después desatar una
sangrienta represión. Estos hechos, ocurridos en 1906, motivaron a los obreros a ver como
un enemigo al régimen de Díaz.
La oposición se fortalecía también entre las clases medias. En especial, surgían grupos
políticos deseosos de acabar con la dictadura reeleccionista, a la que juzgaban como
traidora del auténtico liberalismo de la Reforma. El nuevo Partido Liberal Mexicano, donde
destacaban los hermanos Flores Magón, trataba de aglutinar a los descontentos para con un
programa coherente de lucha y de nuevo gobierno.
En lo político, la permanencia de los mismos hombres en los mismos cargos durante
décadas iba generando decadencia e ineptitud. Al aproximarse las elecciones presidenciales
de 1910 se desató la lucha entre los aspirantes a sustituir al Gral. Díaz, particularmente José
Ives Limantour y el Gral. Bernardo Reyes. Tan sólo consiguieron desprestigiarse
mutuamente. Los grandes monopolistas y el gobierno estadounidenses también estaban
deseosos de ver un cambio de mandos en México, ya que les perjudicaba la política proeuropea de Díaz.
Un gesto representativo de esta tendencia fue la visita en 1908 del periodista James
Creelman, quien entrevistó a Díaz con grandes elogios, pero insinuando la conveniencia de
que dejara el poder. Díaz respondió asegurando que veía al pueblo mexicano “preparado
para la democracia”, animando a la formación y competencia electoral de partidos
independientes. Cuando Díaz se postuló nuevamente y se proclamó vencedor en 1910,
estalló la inconformidad de todos los sectores.
Blanca A. Vargas Villanueva y Mauricio Cruz García.
Registro de Derechos de Autor Núm. 03-2001-081013501200-1
Descargar