La Anunciación, “Scripta de Maria”

Anuncio
LA ANUNCIACIÓN
JUAN LUIS BASTERO DE ELEIZALDE
Palabras clave: Anunciación - San Lucas - Plenitud de los tiempos.
Resumen: el autor, basándose en el texto de san Lucas en el que se narra la
Anunciación del arcángel san Gabriel a María de Nazaret, procura explicar con
palabras sencillas la grandeza del momento que da origen a “la plenitud de los
tiempos”. Para ello comienza mostrando el ritual y los diversos pasos de los
desposorios en el pueblo judío. También presenta las diversas realidades que
intervienen en esta escena: el esposo de María, José hijo de David, de profesión
artesano; la figura del arcángel san Gabriel; la ciudad de Nazaret. A continuación
se centra en la embajada angélica, desgranando la riqueza contenida en el
diálogo entre María y Gabriel. Finaliza glosando los sentimientos de la Virgen
tras el fiat.
THE ANNUNCIATION
KEY WORDS: the Annunciation - St. Luke - The fullness of time.
SUMMARY: the author based on the text of Luke which tells the Annunciation of
the Archangel st. Gabriel to Mary of Nazareth, seeks to explain in simple words the
greatness of the moment that starts the “fullness of time”. This paper begins showing the
various steps of the betrothal in the Jewish people. It also presents the different realities
involved in this scene: the husband of Mary, Joseph, son of David, a professional
craftsman; the figure of the Archangel Gabriel; the city of Nazareth. It then focuses on
the Angel’s embassy, stressing the riches contained in the dialogue between Mary and
Gabriel. It ends glossing the feelings of the Virgin after the fiat.
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En el año 2011 en la revista Scripta de Maria se publicó un trabajo mío
en el que, con lo pocos datos ciertos que poseemos, intentaba mostrar a un
público amante de la Santísima Virgen algunos aspectos de la vida de María
hasta el momento de la Anunciación1. El presente artículo pretende ser una
continuación del anterior y desearía exponer, de una forma sencilla y a la
vez objetiva, la riqueza teológica y espiritual del relato del evangelio de san
Lucas en el que el arcángel Gabriel comunica su embajada a la Doncella de
Nazaret.
1. Preparación para la Anunciación
1.a. El desposorio
El Evangelio de san Lucas al narrar la escena de la Anunciación comienza
el relato afirmando que María estaba “desposada con un varón de nombre José,
de la casa de David” (Lc 1,27). A la vez nos dice de forma explícita y reiterada
que en ese momento a pesar de estar desposada era virgen (cfr. Lc 1,26.27).
De ahí que tengamos que explicar cómo era el rito del matrimonio entre los
judíos.
Según la práctica judía, el matrimonio se efectuaba cuando los posibles
cónyuges llegaban a la edad núbil; o sea, los jóvenes a los dieciocho años y
las mujeres a partir de los doce. Lo normal es que la mujer se desposara entre
los catorce y los dieciocho años. La elección de esposa o de marido la hacían
los padres con la aprobación de los interesados. Era una costumbre habitual
el que los dos cónyuges procedieran del mismo estrato social. En el caso de
María, como era la primogénita, la Ley de Moisés ordenaba que se desposara
con uno de su misma estirpe2. Algunos exegetas y mariólogos basan en esta
prescripción la pertenencia de la Virgen a la estirpe de David.
La Sagrada Escritura no nos relata los pormenores del desposorio de
María con José. Seguramente se realizó siguiendo la praxis habitual. María
tendría unos catorce o quince años y José sería un joven con una edad algo
1. Cfr. J. L. Bastero, “La vida de María hasta la Anunciación”, Scripta de Maria, serie II, 8
(2011), pp. 205-233.
2. Cfr. Tob 7,14; núm. 33,6.
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superior. Tampoco sabemos si los padres de María vivían en ese momento.
Entre los diversos autores que han tratado de estos temas hay opiniones
para todos los gustos. Lo que parece seguro es que María conocía a José y
lo consideraba “justo” (cfr. Mt 1,19). Sabía que era “hijo de David” y de
profesión artesano. Como se ha dicho anteriormente3 es muy verosímil que
María haya informado a José de su decisión de vivir en virginidad antes
del desposorio. “En tales circunstancias la declaración de ésta de haberse
consagrado a Dios y de no contraer desposorio ni matrimonio sino con la
condición de permanecer fiel a su propósito, sería para José como una voz
del cielo, al cual había hecho él, por su parte, el mismo voto”4.
En esta decisión de contraer matrimonio, así como en toda su vida, María
se abandonó por completo en los brazos de la Providencia divina. Porque el
objeto de todas sus oraciones y de toda sus acciones era identificarse con la
divina voluntad y seguirla. Y como Dios nunca se deja ganar en generosidad
con los que se abandonan en Él, de una forma inefable, le hizo conocer su
designio respecto al desposorio con san José. El Señor le otorgó la certeza de
que ese matrimonio no sólo no atentaba a su pureza virginal, sino que era
lo más conveniente para ella y la Virgen aceptó ser la esposa de José, el cual
compartía idéntica decisión virginal.
“Comprendemos bien que estas nupcias destinadas a no tener
descendientes, antes bien contraídas precisamente porque
garantizaban la integridad virginal, debían presentarse circundadas
por una aureola de misterio hasta para el espíritu de María, que en
este punto se hallaba bien lejos de sospechar a qué grandes cosas
Dios la tenía reservada. Mas la oscuridad que envuelve las obras y los
procedimientos de Dios podrá, sí, chocar y disgustar la susceptibilidad
de las mentes indóciles y soberbias, pero jamás incomoda a aquéllos
que humildemente se confían a Dios y se dejan conducir por Él. Por
esto, María entró sin titubear en el estado matrimonial, a pesar de
las sombras que velaban su porvenir, porque en esta oscuridad Ella se
sentía sostenida por la mano del Dios omnipotente. En las místicas
comunicaciones que frecuentemente tenía con Dios, muchas veces
3. Cfr. J. L. Bastero, “La vida de María hasta la Anunciación”, op. cit., p. 232.
4. F. M. Willam, Vida de María, Barcelona 2009, p. 65.
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sintió resonar en su alma aquella verdad que más tarde Jesús repetiría
a uno de Sus Apóstoles, reacio a creer: ‘Bienaventurados porque sin
haber visto han creído’”5.
El matrimonio judío comprendía dos momentos distintos: los esponsales
y las nupcias. El primero estos actos (los esponsales) era denominado, según
la terminología rabínica, ‘erûsîn, o bien aiddûsîn (santificación) porque el
matrimonio, para la mujer, era considerado como algo santo. Desde este
momento se hacía efectivo el contrato matrimonial, otorgando unos derechos
recíprocos a las dos partes, aunque la esposa seguía viviendo con sus padres
durante un año. La ceremonia era bastante sencilla. Según el Talmud, las
familias de los dos cónyuges se reunían junto con algunos testigos. El novio
entregaba a la prometida, como prenda del matrimonio, un anillo de oro o
algún otro objeto de valor, diciendo la fórmula de compromiso: “Por este
anillo tú serás mi esposa, según la ley de Moisés y de Israel”. Finalizaba este
acto con un ágape celebrativo6. A partir de este momento, los novios pasaban
a ser marido y mujer, y si nacían hijos, se reconocían como legítimos. De
hecho si el novio en este tiempo decidía romper el matrimonio era necesario
que diera el libelo de repudio y la infidelidad de la mujer se penaba con la
lapidación7.
El segundo acto, las nupcias, se denominaba nîssû’în o liqquhîn. Consistía
en la solemne conducción de la esposa a la casa del marido. A partir de ese
instante comenzaban a cohabitar, y el esposo se ocupada del mantenimiento
de la mujer. Esa ceremonia se acompañaba con un suntuoso banquete
que duraba una semana, en el que los esposos eran acompañados por sus
parientes, amigos y conocidos8.
1.b. San José, esposo de la Virgen María
Los datos más ciertos que poseemos sobre la vida de san José proceden de
los primeros capítulos de los evangelios de san Mateo y san Lucas. Éstos son
prácticamente los únicos fiables.
5.
6.
7.
8.
E. Campana, Maria nel dogma cattolico, Torino 1946, p. 729.
Cfr. Gn 24,54; 29,22.
Cfr. Dt 22,23-25.
Cfr. Jn 2,1-12.
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En la literatura apócrifa existen bastantes datos sobre el santo Patriarca.
Sin embargo, aun cuando se pueda dar por cierto que varios de los hechos
allí recopilados puedan estar fundados en tradiciones auténticas, la mayoría
de las noticias relatadas en ellos son imaginarias, carentes, por tanto, de
toda verosimilitud. Entre esos libros apócrifos citaremos el Protoevangelio de
Santiago, el Pseudo-Mateo, el Evangelio de la Natividad de la Virgen María, la
Historia de José, el Carpintero, y la Vida de la Virgen y Muerte de José.
San Mateo9 sostiene que san José es hijo de Jacob, en tanto que san
Lucas10 afirma que Elí es su padre. No es éste el lugar apropiado para
resolver las divergencias entre ambas genealogías, basta recordar al
lector que muchos exegetas actuales admiten que en ambos documentos
poseemos la genealogía de José, y que es bastante factible conciliar ambos
datos. Los evangelios afirman que José pertenece a la estirpe de David.
Como Belén es la ciudad de David y de sus descendientes, numerosos
autores proponen esa ciudad como lugar de nacimiento del santo
Patriarca. Su ubicación en Nazaret en el momento de la Anunciación
se justifica al suponer que sus precarias circunstancias económicas le
obligaron su traslado a esa ciudad.
Los evangelios11 nos dicen que san José fue un tekton. Ese término
significa tanto artesano como carpintero; san Justino se inclina por esta
última acepción12, que se ha convertido en tradicional entre los cristianos.
Es muy probable que los esponsales se realizaran en Nazaret, ciudad donde
tuvo lugar la Anunciación.
Gran parte de la literatura apócrifa afirma que san José era ya anciano y
viudo cuando se desposó con María. Más aún, sostienen que de su anterior
matrimonio procedían seis hijos (cuatro varones, el más joven de ellos era
Santiago el Menor, y dos mujeres). Esta opinión adquirió con el paso de los
años cierta popularidad, porque en este dato algunos escritores eclesiásticos
buscaban la respuesta a la bien conocida dificultad surgida a partir de la
mención en los Evangelios de “los hermanos del Señor”.
9. Cfr. Mt 1,16.
10. Cfr. Lc 3,23.
11. Cfr. Mt 13,55; Mc 6,3.
12. Cfr. san Justino, Dial. cum Tryph., 88, PG 6, 688.
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La iconografía josefina de siglos pasados también nos lo representa como
un varón anciano. La base existencial de esa representación está en la defensa
y salvaguarda de la perfecta y perpetua virginidad de su esposa María. Sin
embargo, debemos decir que esta hipótesis es reductiva e incorrecta.
Por parte de Dios, porque es peregrino que el Padre, en su designio eterno,
haya decidido que el Hijo se encarne y viva en el seno de un matrimonio que
sorprenda por la enorme disparidad de los cónyuges: el hecho de que la esposa
sea una doncella de unos 14 ó 15 años y el marido un hombre muy anciano
y viudo con hijos mayores llama la atención y extraña sobremanera. No es lo
normal y cae incluso casi en lo insólito y extravagante. San Josemaría afirma:
“Joven era el corazón y el cuerpo de san José cuando contrajo matrimonio con
María, cuando supo el misterio de su Maternidad divina, cuando vivió junto a
Ella respetando la integridad que Dios quería legar al mundo, como una señal
más de su venida entre las criaturas”13.
Por parte de los hombres, pues parece que se parte del supuesto de que es
imposible el que un hombre en su juventud pueda vivir una perfecta y total
entrega al Señor en cuerpo y alma. María y José eran dos almas que vibraban
al unísono, elegidas por Dios desde la eternidad con una predilección única
y singular, y que, en su providencia ordinaria, hizo que coincidieran en el
tiempo, para formar un hogar. Debían, pues, ser bastante semejantes entre
sí en la plenitud de la gracia y de la virtud, en las aspiraciones del alma, en
la finura del trato, en el amor por la pureza virginal y en la íntima unión de
la mente y del corazón con Dios, vida de sus vidas.
En mi artículo anterior se ha afirmado que la decisión de virginidad fue
comunicada por María a José antes de sus desposorios, y éste la aceptó de
forma total y absoluta para toda su vida. Esta hipótesis es del todo coherente,
pues la determinación de vivir en perpetua virginidad tomada por María
repercute directamente en los deberes mutuos de los cónyuges. De ahí que
sea necesaria la libre aceptación y el consentimiento de esa decisión por
parte de san José. Por eso santo Tomás afirma que “una vez que (María)
recibió esposo, según las costumbres de aquel tiempo lo exigían, junto con
el esposo hizo voto de virginidad”14. Así pues, José fue el hombre elegido
13. San Josemaría, Es Cristo que pasa, Madrid 2010, n. 40.
14. Sto. Tomás, S. Th., III, q. 28, a. 4, c.
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por el Hijo de Dios para proteger la virginidad de su Madre; y Ésta, con su
presencia, con su santidad y con su encanto, inflamaba en su esposo el amor
a la castidad.
Estas lógicas suposiciones nuestras encuentran la más amplia
confirmación en el Evangelio, que nos presenta a José como a un hombre
“justo”, o sea “santo”, porque la justicia, según el concepto escriturístico y
según el sentimiento del pueblo hebreo, es una rectitud general del espíritu
que implica la perfecta posesión de todas las virtudes. Por eso el término
“justo” del Evangelio constituye la más auténtica y solemne canonización
de José.
Éste es, de forma resumida, el perfil de san José, el varón fiel y justo
elegido por Dios Padre para ser digno esposo de María, y con el que formó
en la tierra el hogar donde iba a vivir el Redentor del mundo.
2. La Anunciación
La Anunciación es el momento que da razón de ser a la vida de María.
Todas las gracias recibidas precedentemente por Ella se hallaban ordenadas
a ese momento, y todo el acontecer posterior brotará, como de un manantial
refulgente, de ese suceso único y singular.
Es san Lucas en el capítulo I de su Evangelio quien narra de una manera
sencilla y, a la vez, sublime el evento más importante de la Historia de
la Humanidad: la Encarnación del Hijo de Dios en el seno purísimo de
la Santísima Virgen. Es, muy probablemente, una encantadora narración
recibida de los mismos labios de María. No hay en ella ningún artificio,
todo es natural, espontáneo y verdadero. En esta narración se da una perfecta
armonía entre lo genuino y lo excelso, entre lo sencillo y lo inefable, que
causa una sensación indeleble de autenticidad y de encanto.
Comienza el relato con la siguiente expresión: “En el sexto mes fue
enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada
Nazaret” (Lc 1,26). El dato cronológico hace referencia a una anunciación
previa del mismo ángel a Zacarías, sacerdote de la tribu de Abías y esposo
de Isabel, en la que Gabriel anuncia la prodigiosa concepción de Juan el
Bautista.
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Nazaret en aquella época era un pequeño e ignorado pueblo situado en
Galilea a unos 140 km. al norte de Jerusalén. De hecho es llamativo que su
nombre nunca se mencione en el Antiguo Testamento, ni en los extensos
volúmenes del Talmud. Situado en la falda del monte Nebi Sain y orientado
hacia el valle de Esdrelón a unos 300 metros sobre el nivel del mar. Como
muchos pueblos de aquellos tiempos, las casas se construían en las faldas del
monte donde se excavaban unas cuevas a las que se añadía por delante una
rudimentaria habitación. Todas esas casas estaban alrededor de una fuente
que abastecía de agua a todos los habitantes y a las caravanas que transitaban
por aquel lugar.
El nombre del ángel Gabriel significa “Fortaleza de Dios” y por tres
veces aparece en la Sagrada Escritura cumpliendo un mandato divino: la
primera cuando se muestra ante Daniel para revelarle el tiempo preciso en
el cual el Mesías nacería y fallecería15; la segunda ante Zacarías en el Templo
de Jerusalén para anunciarle el nacimiento de Juan Bautista16; y finalmente,
en este momento.
“A una virgen desposada con un varón que se llamaba José de la casa
de David y el nombre de la Virgen era María” (Lc 1,27). Muchos exegetas
sostienen que María, al igual que José, pertenecía a la familia de David; y
que no debe extrañarnos encontrar descendientes del Rey Profeta viviendo
en una ciudad tan lejana de Belén, cuna de esa familia, ya que hacía mucho
tiempo que los miembros de esa estirpe vivían una vida sencilla y apartada.
“Ni siquiera en tiempo del resurgimiento nacional bajo los Macabeos habíase
ella señalado por méritos especiales. Esta vida de simples particulares había
favorecido también el alejamiento de los descendientes de la familia de su
lugar de origen, muchos de los cuales habían ido a establecerse en diversas
localidades de Palestina, donde sus intereses los llamaban sin olvidar,
empero, los propios vínculos con el lugar de origen”17.
“Y entró donde ella estaba y le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor
es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba qué podía
significar este saludo” (Lc 1,28-29).
15. Dn 9,25-26.
16. Lc 1,11-23.
17. J. Ricciotti, Vida de Jesucristo, Madrid 2004, p. 208.
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El ángel se presentó en la casa de María de forma visible bajo la apariencia
de un hombre, al igual que lo hizo en la aparición de Daniel. A pesar de ello
la Virgen lo reconoció como un enviado divino, como un ángel. El saludo
fue dicho en arameo, aunque el texto del evangelio lucano esté redactado
en griego. Esta frase contiene un triple saludo: “alégrate”, para muchos
exegetas, este vocablo orienta la mente y el corazón de la Virgen hacia el
inminente anuncio de la salvación mesiánica, que en el Antiguo Testamento
está presentada por los profetas como una invitación a la alegría18.
Prosigue a continuación “NH[DSLWZμH́X ”19 palabra cuya traducción en las
versiones de la Vulgata, siríaca y hebrea es “llena de gracia”. Esta expresión
en boca de Gabriel indica que María posee de un modo único y singular
la abundancia de la gracia divina. Es decir, según el ángel, la Doncella de
Nazaret ya antes de ser Madre de Dios, estaba plenificada por la gracia; más
aún, era casi la gracia personificada, porque el título “llena de gracia” es el
nombre propio con el que Dios, por boca de su Enviado, denomina a María.
Según los Padres y la enseñanza de la Iglesia, esta plenitud de gracia abarca
a todos los momentos de la vida de María, desde el primero hasta el último,
ya que su concepción, a diferencia de todas las demás personas humanas,
fue inmaculada. Desde la caída de Adán es la primera vez que en la Sagrada
Escritura una persona humana recibe una alabanza tan sublime de boca de
un ángel. Es una forma de indicar el inmenso amor con el cual Dios Padre la
amó, desde toda la eternidad, a la futura Madre de su Hijo.
Las palabras angélicas finalizan con “el Señor está contigo”, expresión
encontrada con cierta frecuencia en el Antiguo Testamento. Esta frase se
utiliza, a veces, aplicada al conjunto del pueblo de Israel, elegido y amado por
Dios, pero especialmente está referida a una persona particular a quien Dios
elige para una misión importante. Con esas palabras se desea aludir a una
presencia operativa de Dios en su elegido para realizar la tarea encomendada.
Escribe san Lorenzo de Brindis comentando esta frase: “¡El Señor es contigo!
Nunca Satanás estuvo con María: Ella fue siempre llena de gracia, como el
18. Cfr. Sof 3,14-17; Lam 4,21; Joel 2,21; Zac 9,9.
19. Es el participio perfecto pasado del verbo NH[DSLWoZ. Los verbos griegos finalizados en oZ
conllevan un sentido de abundancia y plenitud.
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sol está lleno de luz... Dios estuvo con María al principio, en el medio, en el
fin; con María en la concepción, para que fuese concebida inmaculada, pura,
santa, llena de gracia, como única y singular hija de Dios; con María en la vida,
enriqueciéndola siempre con los inmensos tesoros de las celestiales riquezas y de
los méritos de la virtud; con María en la muerte, para librarla de la muerte y de la
corrupción y para llevarla al cielo, coronándola de eterna gloria y exaltándola por
encima de todos los coros de los Ángeles. De esta manera Dios estuvo siempre con
María; cosa que de ninguna otra mujer ni de ningún otro hombre puede decirse,
excepto de la Virgen Santísima y de Cristo su Hijo”20.
Es patente que María no esperaba la aparición angélica, y mucho menos
esas palabras laudatorias de salutación. Podemos afirmar que Ella, en ese
momento, –como siempre– se hallaba en permanente coloquio divino. Pues
aun cuando estuviese afanada en las tareas domésticas, su mente y su corazón
estaban anclados en Dios, a quien nunca dejaba de tratar, ya que era su
verdadero Amor y Señor.
Según san Lucas, la respuesta de la Virgen a la salutación angélica no
se realizó con palabras, sino con una profunda turbación interior. Para
comprender el verdadero origen de esa turbación es preciso fijarse en
el contexto. María no se alteró por la presencia del Ángel sino ante sus
palabras: “Ella se turbó al oír estas palabras”. Eran demasiado elogiosas y
sorprendentes. Por esto se pregunta, de forma espontánea y natural, “qué
podía significar este saludo”.
Realmente la salutación angélica era totalmente comprensible en su
sencillez, y Ella captaba del todo su hondo significado. Por eso mismo,
para María, que se veía delante de Dios como su esclava, era demasiado
misteriosa. Porque “para el alma humilde nada despierta más admiración
que el sentir exaltar la propia excelencia”21. Su humildad rechazaba el que
esas palabras, llenas de admiración y alabanza, pudiesen ser dirigidas a
Ella, tan conocedora de su propia bajeza. Además, María debió intuir que
esa salutación, proferida por el ángel Gabriel, debía ser el preludio –como
realmente lo fue– de algún evento extraordinario que iba a suceder. Era un
prólogo de luz que iluminaba horizontes insospechados.
20. San Lorenzo de Brindis, Mariale, Madrid 2004, p. 226.
21. Santo Tomás, S. Th., III, q. 49, a. 4, ad. 1.
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La inquietud de María fue advertida inmediatamente por el Ángel, que se
apresuró a sacarla de su turbación. A continuación Gabriel dijo a la Virgen: “No
temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios” (Lc 1,30). Debe notarse
el afecto y la cercanía con que el Enviado de Dios la trata al llamarla por su nombre
y reitera la benevolencia divina hacia Ella al colmarla de gracia y santidad.
“Ella no se detiene ante la primera inquietud por la cercanía de Dios a
través de su ángel, sino que trata de comprender. María se muestra por
tanto como una mujer valerosa, que incluso ante lo inaudito mantiene
el autocontrol. Al mismo tiempo, es presentada como una mujer de
gran interioridad, que une el corazón y la razón y trata de entender el
contexto, el conjunto del mensaje de Dios. De este modo, se convierte
en imagen de la Iglesia que reflexiona sobre la Palabra de Dios, trata de
comprenderla en su totalidad y guarda el don en su memoria”22.
Serenada la Virgen y sosegado su temor, el Ángel pasa a comunicar el
sublime mensaje divino: “concebirás en tu seno y darás luz a un hijo, a quien
pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y
le dará el Señor Dios el trono de David su padre, y reinará en la casa de
Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1,31-33). María siente en
estas palabras el cumplimiento de la profecía de Isaías, realizada 700 años
antes, al anunciar: “He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo a
quien pondrá de nombre Emmanuel” (Is 7,14). Los términos utilizados son
idénticos e incluso hay una equivalencia verbal entre los nombres Emmanuel
(Dios con nosotros, es decir, Dios que nos ayuda) y Jesús (Dios es salvación).
El ángel Gabriel le comunica el mensaje ardientemente esperado por
el pueblo de Israel siglo tras siglo: la venida del Mesías. Una generación
a otra transmitía la promesa e Israel vivía de su esperanza. Todo el pueblo
suspiraba por su venida y las oraciones se multiplicaban suplicando a Dios
la pronta llegada del Salvador.
Los teólogos se han preguntado con cierta frecuencia, ¿hasta qué punto
María captó la hondura del mensaje de Gabriel? Ya hemos indicado en el
artículo anterior23 que la Virgen tuvo la ocasión de familiarizarse con los
22. J. Ratzinger, La infancia de Jesús, Madrid 2012, p. 40.
23. Cfr. J. L. Bastero, “La vida de María hasta la Anunciación”, op. cit., pp. 228-229.
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libros del Antiguo Testamento y, por tanto, conocía los pasajes mesiánicos.
El evangelio de san Lucas nos muestra el carácter reflexivo de la personalidad
de la Virgen. Dos veces se dice en el texto sagrado que “María ponderaba
todo esto meditándolo en su corazón” (Lc 2,19.51). Por otra parte, la
plenitud de gracia divina, que Dios le concedió desde el primer instante de
su concepción, le otorgaba una comprensión singular y única de los misterios
sobrenaturales contenidos en los Libros Sagrados. Esa santidad eximia de
María orientaba, además, su interpretación de los textos sagrados en un
sentido correcto, y la protegía de las reducciones a unos planteamientos
meramente terrenos, tan del gusto de esa época en la que proliferaba una
concepción mesiánica de corte político y nacionalista.
María respondió al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco
varón?” (Lc 1,34). Tanto en esta escena como en la anunciación a Zacarías
hay una pregunta por parte del sujeto que recibe el mensaje. Algunos
opinan que en ambos casos se advierte una duda formal respecto al mensaje
recibido. No es correcta esa afirmación, porque en la anunciación a Zacarías
hay una verdadera falta de fe: éste no acepta el que pueda ser padre dada la
esterilidad de su mujer y lo avanzado de la edad de ambos. Sin embargo,
la pregunta de la Virgen no se refería al hecho en sí mismo, sino al modo
de realizarse. Dice san Ambrosio: “(María) no dudó de su realización, sino
que inquirió sobre el modo de verificarse”24. Porque quien indaga de qué
modo se cumplirá la acción, admite de hecho su realización o, al menos, su
posibilidad. Por eso la respuesta de Gabriel es bien distinta, no hay ninguna
recriminación, sino que le explica la forma de verificarse el anuncio.
Lo mismo afirma Benedicto XVI cuando escribe: “por el contrario, María
no duda. No pregunta sobre el qué, sino sobre el cómo puede cumplirse la
promesa, siendo esto incomprensible para ella”25.
La pregunta de María se centra, pues, en la existencia de una opción
previa tomada por Ella para toda su vida: “no conozco varón”. Esta frase
muestra su situación actual de virginidad, y, a la vez, la firme decisión de
permanecer en tal estado. Dice san Agustín: “Si hubiese tenido intención de
conocerlo, no le hubiese causado extrañeza. Esta extrañeza suya es la prueba
24. San Ambrosio, Exp. in Lucam, liber II, a. 14, PL 15, 1639.
25. J. Ratzinger, La infancia de Jesús, cit., p. 41.
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de su propósito”26. La Virgen, cuando escuchó las palabras del ángel, las
aceptó totalmente, pero, al mismo tiempo, sentía en su interior la moción
divina de la consagración en perfecta virginidad. Por eso pregunta al ángel
cómo pueden compaginarse ambas realidades: el ser Madre de Dios y a la
vez siempre virgen.
A la ponderada explicación solicitada por María, el arcángel Gabriel
respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te
cubrirá con su sombra y por eso el que nacerá santo, será llamado Hijo de
Dios. E Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez y éste
es el mes sexto de la que era estéril, porque nada hay imposible para Dios”
(Lc 1,35-36). El ángel le comunica cuatro cosas: la concepción virginal, el
parto virginal, sus consecuencias y una señal de confirmación.
El ángel informa que Jesús será obra exclusiva del Espíritu Santo quien
la cubrirá con su sombra y de una manera milagrosa formará en las entrañas
de la Virgen el cuerpo del Hijo. No será, por tanto, concebido por obra de
varón. Su concepción será virginal. Ahora bien, como toda obra ad extra esta
generación prodigiosa es común a las tres personas divinas; sin embargo, es
atribuida al Paráclito, porque “el Espíritu Santo es el amor del Padre y del
Hijo... Que el Hijo de Dios se encarnase en el seno virginal, no tiene otra
causa sino el máximo amor de Dios, según dice san Juan: ‘De tal modo amó
Dios al mundo, que le dio a su Unigénito Hijo’”27.
La expresión angélica “el que nacerá santo” muestra con claridad que
el adjetivo “santo” califica al “nacimiento”. Ahora bien, el “nacer santo”
implica la ausencia de contaminación y, más en concreto, la contaminación
de la efusión de sangre que hacía impura a la mujer. En efecto, toda mujer
judía cuando daba a luz a un hijo contraía una impureza legal (cfr. Lv 12,1-8),
por la efusión de sangre producida en el parto y a los cuarenta días debía
purificarse en el Templo. Por tanto, cuando el ángel afirma que “nacerá
santo” está indicando que el parto será virginal.
Una vez indicados de la manera más patente y sencilla la concepción y
el parto virginal de Jesús, Gabriel revela en tercer lugar la extraordinaria
26. San Agustín, Sermo 225, 2, Obras completas de San Agustín, t. XXIV, Madrid 1983, p. 279.
27. Santo Tomás, S. Th., III, q. 32, a. 1, c.
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consecuencia de la intervención del Paráclito en la generación: el Niño
engendrado “será llamado Hijo de Dios”. Ahora bien en la mentalidad judía
“ser llamado” equivale a “ser”. Es decir, “será el Hijo de Dios” en el sentido
pleno y fuerte de la expresión. Jesús, que por ser hijo de María es hombre, a
su vez es el Hijo consustancial al Padre, o sea es Dios verdadero.
Finalmente Gabriel da a María un signo que avala y confirma la veracidad
del mensaje recibido: el milagroso embarazo de su pariente Isabel, anciana
y estéril. Lo que para el hombre es imposible no lo es para Dios, quien
en su misericordia y por su poder ha hecho fecundo el seno de “la que era
estéril”. También para Dios es posible que una virgen conciba y sea madre
sin menoscabo de su virginidad.
Contestada por parte del mensajero divino la pregunta de María, Gabriel
espera en anhelante y respetuoso silencio la respuesta de la Doncella de
Nazaret. Llegamos al momento más importante de la Historia de la
humanidad, es el momento del que depende el futuro de la vida humana.
Parece que el cielo se detiene en espera de la respuesta: los ángeles están
pendientes de los labios de la Virgen y la Trinidad Beatísima está a la
expectativa del querer de la mujer que, desde toda la eternidad, fue elegida
para colaborar en el designio divino de la salvación del género humano.
La Virgen María, en ese instante, plenificada con todos los dones y gracias
del Espíritu Santo, debió captar y ponderar toda la portentosa gravedad
de su respuesta. Antes de darla, debió penetrar dentro de sí misma, en la
más íntima profundidad de su ser. Ese momento de anhelante espera es, sin
ninguna duda, el más solemne de la historia del mundo: es el instante en el
cual el cielo, con sus riquezas, está por inundar la tierra.
Muchos teólogos y escritores espirituales han glosado este momento. San
Bernardo de Claraval¸ denominado el Doctor Mellifluus, escribe lleno de admiración:
“Ya has oído, Virgen, el hecho; ya has oído también el modo. Las dos cosas son
maravillosas, las dos son jubilosas. Alégrate, hija de Sión; grita exultante, hija
de Jerusalén. Ya que a tus oídos se les anunció el gozo y la alegría, escuchemos
también nosotros de tu boca que anhelamos, para que se alegren los huesos
quebrantados. Repito que has oído el hecho y lo creíste; cree también lo que oíste
sobre el modo como se va a realizar. Ya sabes que has de concebir y darás a luz un
hijo; ya has oído que no será por obra de varón, sino del Espíritu Santo. El ángel
está aguardando la respuesta; es hora ya de que suba al que lo envió.
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LA ANUNCIACIÓN
Señora también nosotros esperamos esa palabra tuya de conmiseración,
oprimidos miserablemente por la sentencia de nuestra condena. Mira que te
ofrecen nada menos que el precio de nuestra salvación; si tú lo aceptas, seremos
liberados inmediatamente. Todos fuimos creados en la eterna Palabra de
Dios; pero estamos muriéndonos vivos. Con tu brevísima respuesta seremos
reanimados para recuperar la vida. Así te lo pide, Virgen entrañable, el
compungido Adán, arrojado del paraíso con su infeliz descendencia. Te lo
suplican Abrahán y David y todos los Santos Padres, padres tuyos también,
que habitan la tierra mortal de sombras. Todo el mundo te espera expectante
y postrado a tus pies. Y no sin razón; ya que de tu boca cuelga el consuelo de
los afligidos, la liberación de los cautivos, la redención de los condenados y
la salvación, en fin, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.
Responde ya, oh Virgen; que nos urge. Señora, respóndele eso que ansían
los cielos, los infiernos y la tierra. Ya ves que el mismo Rey y Señor de
todos se ha prendado de tu belleza y desea ardientemente el asentimiento
de tu palabra, por la que se ha propuesto salvar al mundo. Hasta ahora le
has complacido con tu silencio. Pero ahora suspira por escucharte. A voz
en grito está diciéndote desde el cielo: Tú, que eres la más hermosa entre las
mujeres, déjame oír tu voz. Y si le dejas oír tu voz, hará que tus ojos vean a
nuestro Salvador. ¿No es esto lo que buscabas, aquello por lo que gemías
y suspirabas día y noche? ¿A qué esperas? ¿No eres tú la mujer a quien se
han hecho estas promesas? ¿O tenemos que esperar otra? No, no; eres tú y
ninguna otra. Tú la prometida, la esperada, la deseada. Precisamente de ti
esperaba la vida eterna tu santo padre Jacob, cuando decía a las puertas de
la muerte: Espero tu salvación, Señor. Tú eres la mujer por medio de la cual
Dios mismo, nuestro Rey, dispuso desde el principio realizar la salvación
del mundo.
¿Por qué esperas de otra lo que se te ofrece a ti? ¿Por qué exiges a
otra lo que ahora mismo puede realizarse gracias a ti, sólo con que des
tu asentimiento y respondas una palabra? Contesta enseguida al ángel.
¿Qué digo yo? Al Señor mismo en la persona del ángel. Di una palabra
tu humildad y confianza tu pudor. Ahora no es contraproducente y recibe
la Palabra; pronuncia la tuya y engendra la divina; expresa la transitoria y
abraza la eterna. ¿Por qué tardas? ¿Qué temes? Cree, manifiéstalo, dispón
tu acogida. Cobre atrevimiento tu humildad y confianza tu pudor. Ahora
no es contraproducente, que tu sencillez virginal olvide la prudencia. Ésta
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es la única razón por la que tú, Virgen prudente, no puedes sospechar de
tu posible engreimiento. Es encantador el silencio pudoroso, pero es más
necesaria la palabra sumisa. Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los
labios al consentimiento y las entrañas al Creador. Mira que está a la puerta
llamando el deseado de todos los pueblos. ¡Ay, si por retrasarte pasa de
largo! Después tendrás que volver angustiada a buscar de nuevo el amor de
tu alma. ¡Levántate, corre, abre! Levántate por la fe, corre con la devoción,
abre con el consentimiento”28.
Tras ese instante de silencio meditativo en el que María ponderó en
su corazón las palabras del oráculo divino, Ella decidió entregar todo su
ser y toda su vida al Hijo del Altísimo que debía encarnarse en su seno y
sus preclaros labios profirieron las siguientes palabras: “He aquí la esclava
del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). ¡Qué grandeza la de
María al tener plena conciencia de que su ser y su vida entera no tenían más
finalidad que servir siempre y en todo al Creador! Ella, la más amada de Dios
entre todos los seres creados, la criatura en la que el Señor ha puesto todas
sus complacencias otorgándole desde su concepción la plenitud de gracia,
se ve y se siente como la esclava de Dios. Por eso María “había aplicado,
por decirlo así, sus fuerzas al amor de Dios, de tal manera, que nada podía
existir ni coexistir a su lado, sin que tuviese su origen inmediato en aquel
amor a Dios”29.
Estas palabras, en su sencilla simplicidad, muestran la grandeza de sus
virtudes. En primer lugar, una exquisita prudencia, al meditar en un silencio
orante las palabras del oráculo divino. También reflejan la profunda fe de la
Doncella de Nazaret porque, al contrario de Zacarías, sin ninguna duda
acepta el mensaje angélico; mensaje que supera la capacidad de comprensión
de toda mente humana, porque ¿puede caber en la inteligencia del hombre
el que Dios asuma la naturaleza humana en el seno virginal de una mujer?
Además, en esta frase se contempla su excelsa obediencia al acatar de
inmediato y con firmeza la voluntad de Dios con un ardiente y apasionado
fiat mihi secundum verbum tuum! De la misma forma se contempla su excelsa
28. San Bernardo, In Laudibus Virginis Matris, hom. IV, 8, en Obras Completas, t. II, Madrid
1984, pp. 671-673.
29. F. M. Willam, Vida de María, cit., p. 82.
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LA ANUNCIACIÓN
humildad, pues, a pesar de ser elevada por el Señor desde su concepción por
encima de toda criatura y de haber recibido la plenitud de gracia, Ella, ante
Dios, se rebaja con gozo y alegría a ser su esclava, es decir, una criatura cuya
función y misión se reduce a ser una pobre sierva. Finalmente expresa su
egregia y singular caridad hacia Dios y su profundo amor a las criaturas, pues
al dar su consentimiento a la encarnación del Verbo en su seno, consagraba
toda su vida a la salvación de los hombres, convirtiéndose en singular Madre
de los redimidos y Mediadora digna y grata a Dios.
Cuando María pronunció desde el fondo de su corazón y con plena
entrega de su vida “hágase en mí según tu palabra”, “la Palabra se hizo
carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14); o sea, en ese mismo momento el
Espíritu Santo formó en el seno puro e inmaculado de la Virgen el cuerpo
de su Hijo, Dios infundió el alma en ese cuerpo y también en ese instante
el Verbo se unió al cuerpo y alma, originando a Jesucristo, Dios y hombre
verdadero. Es del todo seguro que en ese momento la Virgen María quedó
embargada de una inmensa e inefable felicidad y fue arrebatada a un éxtasis
celestial inigualable.
Parece que el evangelista san Lucas no quiere disturbar ese momento
sublime de Nuestra Señora y concluye el relato con una digna simplicidad:
“Y se fue de ella el ángel” (Lc 1,38). El arcángel Gabriel se marchó de la
presencia de María y vino el mismo Dios a habitar en su purísimo seno
virginal.
“El gran momento del encuentro con el mensajero de Dios, en el que
toda la vida cambia, pasa, y María se queda sola con un cometido
que, en realidad, supera toda capacidad humana. Ya no hay ángeles
a su alrededor. Ella debe continuar el camino que atravesará por
muchas oscuridades, comenzando por el desconcierto de José ante
su embarazo hasta el momento en que se declara a Jesús fuera de sí
(Mc 3,21; cfr. Jn 10,20), más aún, hasta la noche de la cruz”30.
Juan Luis Bastero
Facultad de Teología
Universidad de Navarra
30. J. Ratzinger, La infancia de Jesús, cit., pp. 43-44.
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