¡Ah, el amor! Cuánto misterio encierra esta palabra. Amar y ser amado. ¿Quién no ha perseguido experimentar esta emoción para convertirla a menudo en el motor de su existencia? ¿Os imagináis un mundo sin amor? Amor maternal, amor filial, amor al prójimo, amor a dios, amor a la tierra, amor...humano, a fin de cuentas. ¿Qué otro ser vivo siente con tal intensidad y de forma tan consciente? Todos sabemos o creemos saber qué es el amor; lo sentimos cuando llega y notamos su presencia a través de gestos (caricias, miradas, sonrisas, besos, palabras gratas al oído...). El amor nos proporciona satisfacción, entusiasmo, bienestar, plenitud,... ¡ganas de vivir! Recibimos amor mucho antes de darnos cuenta. Cuando somos pequeñitos, apenas unos bebés, los mimos de nuestra madre y del resto de nuestra familia nos enseñan a apreciar que el amor es algo bueno y deseable. Crecemos y pasando el tiempo también nosotros aprendemos a darlo, a mostrarnos cariñosos, y con ese intercambio de gestos nos sentimos a gusto y satisfechos. Pero, ¡ay!, un día ese amor tan protector nos resulta insuficiente. De pronto, despierta en nosotros el deseo de experimentar otra emoción, más plena quizá, que nos anuncia que ya hemos abandonado nuestra etapa infantil. Un abanico de sensaciones nuevas comienza a desplegarse y es entonces cuando aparece en nuestra vida la idea y la conciencia del AMOR con mayúsculas, al que consideramos único, irrepetible y que desencadena en nosotros una tormenta de sentimientos y sensaciones. Todos ellos se concentran ahora en un rostro, el de él o el de ella. Ya no hablamos del amor como una emoción vaga, difusa, sino que ahora se ha individualizado y concretado. Ya tiene un perfil reconocible al que nombramos con deleite, añadiendo frases como “él /ella es mi deseo y mi adoración”. Surge entonces en nosotros una fuerte inclinación por el otro. Nace por vez primera en nuestro pensamiento la conciencia de la dualidad. “Creo que he encontrado mi media naranja”, decimos entusiasmados, “Ya me siento completo/a; es lo que he estado esperando”. Y por fin dejamos de “mirarnos el ombligo” y buscamos dedicarnos y atender a esa nueva e importante persona. Pero también nosotros aspiramos a ser mirados, a ser tenidos en cuenta y valorados por ese TÚ que ha aparecido en nuestras vidas. Queremos ser apreciados, pero no por cualquiera, sino especialmente por esa persona que nos “gusta tanto”. Es entonces cuando el sentimiento amoroso abre la puerta a la inseguridad y al temor. “¿Le gustaré yo también? ¿Se fijará en mí como yo lo he hecho? ¿Me querrá como yo lo/la quiero?” El amor de nuestros padres, hermanos, amigos incluso, parece fácil de conseguir. Da la impresión de que es algo que nos viene dado de forma natural, sin apenas esfuerzo. Sin embargo, ahora este otro amor lo vivimos como encuentro casual, como descubrimiento gozoso de otra persona, y por ello viene acompañado de la certeza de que puede tener un final o que incluso esa naciente historia amorosa puede no cuajar, y eso nos atormenta. Gozar y padecer; estar alegre y a la vez preocupado/a; amar y sufrir son todo uno. ¡Ah, la fuerza del amor! Se dice que el amor “allana caminos, mueve montañas, rompe barreras...” ¡Qué virtudes, casi mágicas, se le atribuyen! Lo cierto es que ejerce sobre nosotros un cambio, nos “golpea” con su fuerza y hace que se tambaleen nuestros hábitos más cotidianos. Nace así el enamoramiento, un estado de cierta “anormalidad”, porque todas las cosas adquieren un aspecto especial, gracias a la presencia o al recuerdo agradable de ese TÚ que ya forma parte de nosotros. Nuestros pensamientos se descontrolan y tienden a concentrarse obsesivamente en el otro. “¡Qué guapo/a es! ¡Qué mirada! ¡Cómo me gusta cuando sonríe...!” La persona que ama se siente viva de otra manera, brota en ella una nueva ilusión que la hace encontrarse diferente del resto y que rompe con la rutina o monotonía que haya en su vida. Ya nada es igual. Todo está traspasado por esa nueva emoción tan compleja y tan difícil de describir. Experimentamos sensaciones tan variadas....: mariposas en el estómago, nerviosismo, palpitaciones, sonrojos, balbuceos, flaquear de piernas...sobre todo en presencia del otro. También nos volvemos más ensimismados (soñamos despiertos, ajenos a lo que nos rodea), suspiramos y nos “atrapa” cierta melancolía, sobre todo cuando él o ella están ausentes. Incluso a veces perdemos hasta el apetito y comprobamos horrorizados cómo también se nos altera el sueño. Ya no hay tranquilidad en nuestro espíritu. Ha llegado el desasosiego, y es por lo que decimos que el amor nos “ha tocado” y “trastocado”. Pero, ¡bienvenido sea! Estar enamorado/a se percibe como un privilegio (el amor no se busca, se encuentra, “el amor ha llamado a mi puerta”, se dice); se participa de un cierto “estado de gracia”, y si somos correspondidos...entonces creemos haber llegado casi a la perfección, al estado ideal al que todo ser humano aspira tarde o temprano. Porque el deseo último de cualquier enamorado/a es compartir (dar y darse y recibir del otro), es construir juntos, es aprender a comprenderse y a admirarse mutuamente, es conocer al otro y descubrirse uno a sí mismo en el día a día de la relación amorosa. Si esto se logra, si la complementariedad funciona, se roza el techo de la felicidad. Si el AMOR cambia y mueve nuestras vidas, ¿cómo no ha de ser desde siempre un “tema estrella” en todas las obras literarias de todos los tiempos y culturas? El amor ha sido siempre una preocupación constante en poetas, narradores y dramaturgos: el deseo por hallarlo, la pena al perderlo, la melancolía al recordarlo cuando ya no está presente, la felicidad y dicha al disfrutarlo...e incluso la rabia al ser arrebatado por un competidor o por las circunstancias. Ha creado, además, todo un conjunto de símbolos que todavía hoy reconocemos y utilizamos: arcos y flechas, corazones, antorchas encendidas, angelotes... Todo proviene de la imagen de Cupido, diosecillo mitológico, servidor de Venus, diosa del amor, al que se dibuja con su carcaj repleto de flechas que, ciego, (suele aparecer con los ojos vendados, “el amor es ciego”), dispara a veces al azar, formando parejas casuales (“amor a primera vista”, “flechazo amoroso”) que, de pronto, sienten arder sus corazones con la pasión amorosa. Y ¿qué mejor imagen que la del “corazón partido en dos” para reflejar su ruptura? Encontramos en la literatura infinitos ejemplos de cómo pueblos ricos y pobres, más o menos civilizados, antiguos y modernos han cantado al sentimiento amoroso y sus consecuencias a través de historias de enamorados: Romeo y Julieta, Otelo y Desdémona, Penélope y Ulises, Don Juan y Doña Inés, Hero y Leandro, Calisto y Melibea, Werther y Carlota, Lanzarote y la reina Ginebra, Don Quijote y Dulcinea, Orfeo y Eurídice, Diego e Isabel (los amantes de Teruel)... Amores apasionados, ideales, adúlteros, soñados tan sólo... Aunque es cierto que siempre se ha preferido cantar a los amores imposibles, desgraciados e incluso trágicos, quizá para demostrar que el AMOR, aunque no siempre venza, ata a los amantes con lazos que no rompen ni las dificultades, ni tan siquiera la muerte. ¡Morirán los enamorados, pero nunca su amor! ¿Qué es más sensato, escapar o rendirse al amor? ¿Sucumbir a la pasión? ¿Qué emociones hay tras ese extraño código de miradas, suspiros y taquicardias? "Todo está en los libros, pero cuando te enamoras dejas de leer" (Javier Marías, escritor) "¡Qué alegría ser par, amor, amada y alto bajo el ejemplo de la pluma y qué pena no serlo eternamente!" (Miguel Hernández, poeta) "Una vez nada más, se entrega el alma, con la dulce y total renunciación, y cuando ese milagro realiza el prodigio de amarse, hay campanas d e fiesta que cantan en el corazón." (Bolero de Agustín Lara) "La forma de querer tú es dejarme que te quiera. El sí con que te me rindes es el silencio. Tus besos son ofrecerme los labios para que los bese yo." (Pedro Salinas, poeta) NOCTURNO "Llévame, o tráeme, o piérdeme por esta amarga y dulce tierra nuestra, pero este anochecer del verano moribundo no me saques del laberinto sin salida de tus ojos" (Antonio Colinas, poeta) "No hago otra cosa que pensar en ti..., por halagarte y para que se sepa, tomé lápiz y esparcí las prendas de tu amor sobre la mesa. Buscaba una canción y me perdí en un montón de palabras gastadas. No hago otra cosa que pensar en ti y no se me ocurre nada." (Joan Manuel Serrat, cantante) "Puede que el amor sea una forma de locura, pero es la única cosa cuerda, sin él no hay inteligencia, ni gracia, ni belleza. Sin él no quedan más que la riqueza y la respetabilidad. Es decir, una cuenta corriente o una mesa camilla” (Antonio Gala, escritor) WONDERFUL WORLD, by Sam Cooke Don’t know much about History Don’t know much Biology Don’t know much about the Science book Don’t know much about the French I took But I do know that I love you And I know that if you love me too What a wonderful world this would be. Don’t know much about Geography Don’t know much Trigonometry Don’t know much about Algebra Don’t know what a slideruler’s for But I do know one and one is two And if this one could be with you What a wonderful world this would be. “Now” I don’t claim to be an ace student But I’m trying to be For maybe by being an ace student, baby, I could win your love for me. NO QUIERO ESTAR SIN TI SI TÚ NO ESTÁS AQUÍ ME SOBRA EL AIRE NO QUIERO ESTAR ASÍ SI TÚ NO ESTÁS, LA GENTE SE HACE NADIE SI TÚ NO ESTÁS AQUÍ, NO SÉ QUÉ DIABLOS HAGO AMÁNDOTE SI TÚ NO ESTÁS AQUÍ, SABRÁS QUE DIOS NO VA A ENTENDER POR QUÉ TE (VAS NO QUIERO ESTAR SIN TI SI TÚ NO ESTÁS AQUÍ ME FALTA EL SUEÑO NO QUIERO ANDAR ASÍ LATIENDO UN CORAZÓN DE AMOR SIN (DUEÑO SI TÚ NO ESTÁS AQUÍ... DERRAMARÉ MIS SUEÑOS SI ALGÚN DÍA (NOTE TENGO LO MÁS GRANDE SE HARÁ LO MÁS PEQUEÑO PASEARÉ EN UN CIELO SIN ESTRELLAS ESTA (VEZ TRATANDO DE ENTENDER QUIÉN HIZO UN INFIERNO EL PARAÍSO NO TE VAYAS NUNCA PORQUE NO PUEDO ESTAR SIN TI SI TÚ NO ESTÁS AQUÍ ME QUEMA EL AIRE ROSANA ARBELO (cantante) Esperaré a que sientas lo mismo que yo, a que a la luna la mires del mismo color. Esperaré que adivines mis versos de amor, a que en mis brazos encuentres calor. Esperaré a que vayas por donde yo voy, a que tu alma me des como yo te la doy. Esperaré a que aprendas de noche a soñar, a que de pronto me quieras besar. Esperaré que las manos me quieras tomar, que en tu recuerdo me quieras por siempre llevar, que mi presencia sea el mundo que quieras sentir, que un día no puedas sin mi amor vivir. Esperaré a que sientas nostalgia por mí, a que me pidas que no me separe de ti. Tal vez jamás seas tú de mí, mas yo mi amor esperaré. Armando Manzanero (Cantante de boleros) BERTA Rosa Montero Cerca de mi casa apareció un día una humilde pintada sobre una pared: “Te quiero, Berta”, decía la leyenda escrita con aerosol negro y en una letra redonda y confiada. Una semana después, otra esquina del barrio amaneció decorada con la misma frase elemental; y casi un mes más tarde, cuando los vecinos nos habíamos olvidado ya de esa pasión mural, la entrada a la autopista se encendió con la sencilla tozudez de un nuevo mensaje: “Te sigo queriendo, Berta”. Leo que Romualdo, un electricista francés de veintinueve años, ha alquilado una valla publicitaria para decirle a su novia, Anne, con la cual había roto, que la amaba. Pero la valla es de una cursilería espeluznante y además está firmada por el chico, lo cual le da a la cosa cierto toque exhibicionista y egocéntrico. Quiero decir que, puestos a echarle imaginación y empeño a la conquista, prefiero a mi vecino anónimo. Prefiero su simpleza sustancial, y esa obcecada autenticidad con la que informa al mundo entero de su estado de esclavitud sentimental, de su subyugación y su esperanza. Debe de ser un enamorado adolescente, porque reconozco, en esa desmesura, la tórrida entrega de la pasión primera, cuando crees que el universo entero gira en torno al amado, cuando el nombre del otro, o de la otra, adquiere la potencia vital y evocadora de un conjuro mágico: con sólo mencionarlo saltan chispas. ¿Quién no ha sentido, en algún momento arrollador e inocente de la vida, el impulso embobado de llenar los márgenes de los libros, las servilletas de papel de los bares, las paredes del metro y cualquier superficie, en fin, que exista en el planeta, con el nombre glorioso del amado? Los hay que no tienen imaginación (qué aburridos); los hay que sueñan, pero no hacen; y los hay, muy pocos, que hacen lo que sueñan. Berta, hija, yo que tú le haría caso. San Valentín, de sacerdote casamentero a patrón de los enamorados La celebración del día de los enamorados responde a una tradición antiquísima que se remonta a la antigua Roma. Cuatro siglos antes de Cristo, los romanos festejaban a mediados de febrero las llamadas lupercales o fiestas en honor del dios Lupercus, perseguidor de ninfas, protector de los rebaños de ovejas, dios de los bosques, de los campos y de la fertilidad. Tras inmolar a alguno de estos animales para ofrecérselos al dios, los hombres se cubrían con sus pieles y de esta guisa, se lanzaban por las calles de Roma a perseguir a las mujeres, a las cuales golpeaban con correas de cuero con el pretexto de que, tras el vapuleo, ellas se volvían más fértiles y propensas al amor. Por supuesto, la fiesta, del todo incruenta y más ritual que otra cosa, terminaba siempre entre revolcones con tintes orgiásticos. En esos días, también se conmemoraba a la diosa Juno, esposa de Júpiter, como representante de la mujer, de la que se festejaba su dignidad, su rango de matrona romana. De ahí pasó a ser una fiesta en conmemoración del amor, cuya finalidad era la de relacionar a los jóvenes entre sí. Por ello, en sendas tinajas se colocaban escritos los nombres de chicos y chicas en edad de merecer. Se emparejaban al azar durante todo un año, en el que constituían una pareja de hecho, independientemente de sus verdaderos sentimientos. Pero el mes de febrero también es importante en los cultos primitivos de Inglaterra y Escocia, donde se celebraba una fiesta de la fertilidad en esas fechas previas a la primavera. Es la época en la que los pájaros empiezan a aparearse, y quizá emulando a estos animales, los jóvenes de cada tribu escogían pareja por sorteo. La Iglesia cristiana ya en el s.III d. C. aprovechó el “tirón” que tenía esta fiesta y la cristianizó. S. Valentín, obispo de una ciudad italiana, fue elegido para presidir ese día, porque había casado a decenas de parejas en secreto desobedeciendo un edicto del emperador Claudio II, quien había prohibido celebrar bodas, pues según él, el matrimonio entontecía a los varones y los disuadía de dedicar su vida a la milicia. Como consecuencia, fue martirizado hasta la muerte, que tuvo lugar el 14 de febrero del año 269 d.C. En el s.V y debido a su gran fama, el Papa Gelasio decidió abolir la antigua fiesta romana de las lupercales y sustituirla por las fiestas valentinianas, cuyo día grande era el 14 de febrero que conmemoraba la muerte del santo que, a fin de cuentas, había muerto por santificar el amor. Otras curiosidades: En torno a la figura de San Valentín se elaboró toda una leyenda, según la cual, el santo obró un milagro al devolver la vista a la hija de su carcelero Asperius, quien se había enamorado de él durante su presidio. Dice la tradición que la flor de San Valentín es el azafrán, y que si se lleva 24 horas sin que se marchite, es un buen augurio de felicidad amorosa. También se decía que si se veía ese día un pájaro amarillo, era signo de buena suerte en el amor. Si primer éste era un gorrión, se vaticinaba que la muchacha se casaría con un campesino; si era un petirrojo, con un marinero, y si era un mirlo, con un clérigo (en los países de religión protestante). Las tarjetas de San Valentín se empezaron a utilizar desde muy temprano. La más antigua que se conserva data de 1414 y la escribió estando preso el Duque Carlos de Orleáns a su amada (se conserva en el British Museum). Algunas tarjetas de esta época y de los siglos XVI y XVII son verdaderas obras de arte, pintadas y decoradas a mano.