El país de Timochenko El 2 de Octubre acudirán a las urnas los ciudadanos colombianos para decidir, en plebiscito, si aceptan o rechazan los pactos negociados entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y los jefes guerrilleros. Pocos habrán leído hasta entonces las trescientas páginas que contienen los detalles del acuerdo; deberán contentarse con lo que diga la campaña “pedagógica” del gobierno y lo que digan los opositores del pacto. Hasta ahora todos, incluso la prensa, han incumplido el dictamen de la Corte Constitucional y hablan de la guerra y la paz. La Corte dijo que no se trataba de elegir entre la guerra o la paz sino solamente de aceptar o rechazar el acuerdo del gobierno con las FARC y obligó a plantear la pregunta en términos claros y precisos. Pero la publicidad es otra cosa; divide a los colombianos en dos bandos: los que quieren la paz, la reconciliación, una nueva Colombia; y los que quieren la guerra, el castigo de los crímenes, la vieja Colombia. Esta división ficticia en bandos contrarios facilita la decisión de tomar partido; pero la realidad es más compleja. Quienes se oponen al acuerdo, bajo el liderazgo del expresidente Álvaro Uribe, dicen que buscan la paz verdadera, que se oponen que se entregue el país a los guerrilleros; quienes promueven el acuerdo, bajo el liderazgo del presidente Juan Manuel Santos, dicen que el rechazo del acuerdo condena a Colombia a continuar en guerra. Una periodista colombiana se preguntaba en qué momento se cambiaron los papeles y Uribe empezó a hablar de la paz y Santos a amenazar con la guerra. La confusión es tal, que parece que Colombia será, en cualquier caso el país de “Timochenko”. Si se aprueba el acuerdo de paz porque será cogobernante de Colombia y si es derrotado el acuerdo de paz porque será quien impida el gobierno de Colombia. La Colombia de la paz y la guerra Hay buenas razones para aprobar los acuerdos pero hay también buenas razones para desconfiar de los acuerdos. Es difícil imaginar el futuro de Colombia porque depende de la buena fe de los participantes y la esperanza en los beneficios de la paz. Cuando el periodista Yamit Amat le preguntó al presidente Santos qué le hacía pensar que los guerrilleros cumplirán lo acordado, respondió que en cuatro años de negociaciones han aprendido a confiar entre ellos. Las razones para aprobar el acuerdo son: 1. La paz estará siempre por encima de la guerra. Cincuenta años de guerra han demostrados que solo hay perdedores. No se presentará otra oportunidad como la actual para la paz en Colombia dicen los partidarios del acuerdo. 2. Colombia ganará por la reducción del costo de la guerra, ampliará la frontera agrícola, incrementará el turismo, cambiará su imagen internacional. 3. Si estando en guerra ha recibido cada año más de diez mil millones de dólares en inversiones del exterior, con la paz multiplicará los recursos para el desarrollo del país 4. Recibirá importantes aportes de Estados Unidos y Europa para financiar la implementación de los acuerdos de paz. 5. Colombia asumirá un rol más importante en la geopolítica, con un nivel de desarrollo que le permitirá proyectos tan ambiciosos como pertenecer a la OTAN. Las razones para la desconfianza son: 1. El Estado colombiano se equiparó con un movimiento guerrillero y negoció de igual a igual. Otros movimientos se agrandarán con el ejemplo de las FARC 2. Se prometió no apartarse de la Constitución pero se ha pactado una especie de Constitución paralela y un plan de gobierno controlado por los exguerrilleros. 3. La guerrilla ha logrado la impunidad porque nadie pisará la cárcel. Se establecerá una Jurisdicción Especial para la Paz que podrá otorgar amnistías e indultos e incluso revisar fallos de la justicia ordinaria. Serán 72 magistrados, 15 de ellos extranjeros, dotados de plenos poderes y por tiempo indefinido. 4. El Congreso ha cedido facultades porque solo puede aprobar o no aprobar los acuerdos pero no puede modificarlos. 5. Una reforma agraria anticuada permitirá distribuir tierras, títulos, créditos, semillas; todo bajo la supervisión y control de los exguerrilleros. 6. Entregarán las armas a las Naciones Unidas para que su fundición permita construir tres monumentos, pero no habrá manera de certificar que no hayan escondido parte del armamento. 7. Los cultivos ilegales continuarán o se ampliarán porque el cambio de cultivos será voluntario y ningún cultivo será más rentable que los ilegales. 8. La guerrilla no ha pedido perdón ni disculpas. El costo de las reparaciones a las víctimas correrá a cargo del gobierno. La guerrilla, convertida en partido político, tendrá garantizados hasta 26 congresistas en dos períodos y el Estado pagará los costos de la organización del nuevo partido. Echar bala o echar mentiras Hasta la hora de votar en las urnas los colombianos estarán dudando entre los pacifistas y los guerreristas y los políticos que todo reducen a un eslogan sonoro harán más difícil la decisión. Le han regalado el país a Timochenko, dicen de un lado; mejor tener a Timochenko echando mentiras en el congreso que echando bala en el monte, dicen del otro lado para valorar el ahorro de vidas tanto de los guerrilleros que ignoran los propósitos de la guerra como de sus víctimas que nunca tomaron partido. El presidente Santos había quemado las naves, ya no tenía vuelta atrás y tenía que firmar un acuerdo por imperfecto que sea. O se convertía en candidato para el Nobel de la paz o era el hazmerreír de la política colombiana. Los guerrilleros advirtieron esa posición de Santos y presionaron para conseguir hasta lo que parecía imposible, pero los más realistas piensan que incluso al precio impuesto por la guerrilla, la paz resultará una ganga. El futuro de los políticos y los militares Qué pasará en la política cuando los montaraces lleguen al congreso, es difícil adivinar. La izquierda que apoya devotamente el acuerdo puede ser la que más pierda frente al nuevo partido que, al parecer, quiere tener su electorado en el campo y recuperar la olvidada vocación de abanderados de los pobres con la reforma agraria. Qué pasará con los militares después de la aprobación de los acuerdos de paz, es fácil anticipar. Los militares pensarán que los acuerdos no son sino la forma de concretar una victoria militar porque los señores de la guerrilla, dice el comandante del ejército, Alberto Mejía, no se sentaron en Cuba por voluntad sino porque se redujeron de 23.000 a 6.200; estamos orgullosos de la victoria militar de nuestros soldados, concluye. Hay un tema que no será de fácil implementación, el sometimiento de los militares a la Justicia Transicional como quieren los guerrilleros y el encargo de velar por la seguridad de los guerrilleros convertidos en políticos como ha dicho el presidente Santos. Según lo dicho por el general Mejía, Santos ha prometido cosas diferentes a los militares y a los guerrilleros. A los militares les prometió convertir en ley, con puntos y comas, lo acordado con los mandos militares que se resume en que “todo lo que hicieron las FARC se presume ilegal y todo lo que hicieron los militares se presume legal” y añade: “la Justicia Transicional de las FARC se hizo en Cuba. La nuestra en el palacio de Nariño” El Sí a los acuerdos lidera las encuestas incluso antes de iniciarse la publicidad que promete ser voluminosa. Hace pocos meses parecía asegurada la victoria del NO. El presidente Santos, que se ha mostrado tan sagaz hasta ahora, no cometerá errores graves tan cerca como está del premio Nobel de la paz.