LUNES 4 DE ABRIL DE 2016 4 EDITORIALES Farsa en 3 actos D ecía famosamente Lincoln que es posible engañar a algunas personas todo el tiempo, y a todas las personas algún tiempo, pero no es posible engañar a todas las personas todo el tiempo. Y eso es lo que ha buscado hacer la PGR desde su primera “verdad histórica” sobre el basurero de Cocula y el caso de Ayotzinapa. Engañar. Tapar. Tergiversar. Manipular. Pero de manera cada vez más burda y más obvia, con resultados cadas vez menos creíbles. Las encuestas lo revelan, la opinion pública lo sabe, la comunidad internacional lo entiende. El gobierno de México vía sus instituciones de procuración de justicia y los medios que manipula está tratando - desesperadamente - de ocultar lo que realmente ocurrió en Iguala esa noche, la más triste. Y está recurriendo a los golpes más bajos para lograrlo. Un escenificación fársica en tres actos, cada uno peor que el anterior. Primer Acto: Cuando ya lo inocultable comenzó a ser visible a través del trabajo de Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, intentó obstaculizar el trabajo que todavía tenían que hacer. Las pruebas que aún faltaba conseguir. Las entrevistas al Batallón 27 que necesitaban realizar. Durante semanas que se volvieron meses, la PGR fue negando acceso, información, colaboración. De allí pasó a la segunda estapa del proceso de desinformación. Comenzó a desacreditar a los miembros del GIEI, sobre todo a las dos mujeres que habían sido fiscales y procuradoras en Colombia y Guatemala. Comenzó a filtrar información falsa a medios que la reprodujeron sin chistar. Construyó una narrativa que pintaba al GIEI como mercenarios, vinculados a intereses oscuros, manipulados por la izquierda y ONGs antigubernamentales. Acribilló a hombres y mujeres independientes invitados aquí para hacer lo que instituciones mexicanas no han logrado. Una investigación profunda. Una indagación imparcial. Una labor intachable. Segundo Acto: Al presenciar el montaje grotesco, la comunidad internacional reaccionó con vigor y solidaridad. Premios Nobel y tantos más unidos en su respaldo al GIEI, aplaudido afuera mientras era vilipendiado adentro. Atacado por gatilleras a sueldo como Isabel Miranda de Wallace, sembrando infundios, diseminando falsedades, esparciendo rumores. En el tercer acto de esta farsa vimos Denise Dresser cómo la PGR - tan ineficaz para actuar contra Moreira y otros - eficazmente aceptó la demanda contra Emilio Alvarez Icaza, Secretario General de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El que fuera presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y “defensor del pueblo” durante el plantón, y el caso del News Divine, y la acción de inconstitucionalidad contra la despenalización del aborto. El hombre recto descalificado por un gobierno que no lo es. El hombre vertebrado golpeado por un gobierno sin espina dorsal. Tercer Acto: Una PGR que hace públicos de manera unilateral los resultados parciales del tercer peritaje del basurero, rompiendo acuerdos de confidencialidad suscritos con el GIEI. Una PGR que presume un peritaje inmediatamente cuestionado por el equipo de forenses argentinos que afirma “hasta la fecha no hay ninguna identificación de restos de los 43 estudiantes desaparecidos realizada sobre restos que se hayan recuperado en el basurero de Cocula”. Sí, en efecto, hay restos óseos alli, ha habido fuego allí. No hay evidencia de que los restos correspondan a los normalistas o que fuegos anteriores estén vinculados a su supuesta incineración. Pero la PGR insiste en la versión del basurero porque necesita esa falsificación para hacer habitable el pasado. Si la “verdad histórica” resulta ser la “mentira histórica” detectada por el GIEI, habría mucho que el Estado mexicano aún tendría que investigar, explicar, justificar, reconocer. Todo lo que está contenido en el informe del GIEI que ha sido desestimado por la PGR, obsesionada con regresar al basurero de Cocula. La existencia y el destino del quinto autobus. La participación de la policía municipal, estatal y federal en el ataque perpetrado a los jóvenes - ya tantos más en Iguala - esa noche. La presencia inexplicada del Ejército, descrita en el magnífico documental Mirar Morir, que se estrena esta semana. Las líneas de investigación que el GIEI señaló y la PGR ignoró porque prefiere ofrecer excusas o mancillar a los mensajeros o pensar que puede seguir engañando a algunos todo el tiempo. Y quizás gane porque cuenta con la fuerza bruta del Estado. Pero no convencerá, porque para convencer necesita persuadir. Y para persuadir necesitaría lo que no tiene: derecho y razón. Aún hay más Por: HELIOFLORES La civilización de los trenes Jesús Silva-Herzog Jaque Mate Sergio Sarmiento Cambio sin ahorro i usted se siente cansado, confundido y falto de concentración, seguramente está resintiendo el cambio de horario. Dos veces al año estos síntomas acompañan a millones. Ernesto Zedillo impulsó la medida en México en 1996, hace 20 años, quizá porque pensaba que era una forma de modernidad ya que Estados Unidos, Canadá y los países de Europa la aplicaban. Vicente Fox la ratificó, pero Andrés Manuel López Obrador opuso resistencia y la Suprema Corte declaró que el presidente no tenía facultades para modificar el horario. El Congreso tuvo que legislar el cambio. Todos los años las autoridades federales afirman que la medida genera ahorros de energía. El Fideicomiso para el Ahorro de Energía Eléctrica (FIDE) señala, por ejemplo, que en 2015 el ahorro fue de 1,046.47 gigavatios hora. Pero ¿cuánto representa esto del consumo anual? En 2014 cité la página del FIDE que daba para 2013 una cifra de ahorro de 0.044 por ciento. Días después un funcionario me dijo que el monto era incorrecto y que había pedido que se eliminara de la página del fideicomiso. Hoy la página no da un porcentaje de ahorro. Sin embargo, el Banco Mundial estimaba para México en 2011 un consumo per cápita de electricidad de 2,074 kilovatios hora en un momento en que el país tenía una población de 119.4 millones de habitantes. Esto significaba que el consumo total de ese año fue de 247,635.6 millones de kilovatios hora o 245,635.6 gigavatios (un gigavatio es mil millones de vatios o un millón de kilovatios). El ahorro por el cambio de horario sería, pues, de 0.43 por ciento (supongo que en 2013 los señores del FIDE se equivocaron por un punto decimal). Aun así el monto es minúsculo. Quizá por eso ni usted ni yo vemos el ahorro en nuestro recibo de electricidad. De hecho, a mí cada año me cobran más. En realidad el ahorro que pregona el FIDE es teórico. El consumo nacional no está bajando sino subiendo, pero el fideicomiso estima lo que se ahorraría si todo el mundo en- S “El amor prefiere el atardecer que la luz del día.” Oliver Wendelll Holmes Sr. cendiera sus focos una hora más tarde y no los encendiera en la mañana. El problema es que la mayor parte del consumo ya no proviene de los focos sino de equipo industrial, refrigeradores, aire acondicionado, computadoras, electrónicos y otros dispositivos cuyo uso no se modifica por el cambio de horario. Charles Q. Choi escribía en el Scientific American el 1o de marzo de 2009: “La gente puede pensar que con el cambio de horario está conservando electricidad que de otra forma se aprovecharía para iluminación, pero estudios recientes han generado dudas sobre el argumento de la energía; algunas investigaciones, de hecho, han sugerido que [el cambio] lleva a un aumento en el uso de la electricidad.” El estado de Indiana, por ejemplo, empezó a utilizar el cambio de horario en 2006, pero Matthew Kotchen y sus colegas de la Universidad de California encontraron un aumento de 1 por ciento en el uso de electricidad. Aunque el cambio de horario parecía reducir el uso de focos, aumentaba el de aire acondicionado. Otros estudios han sugerido que sí puede haber un ahorro, pero de 0.5 por ciento o menos, lo cual cae dentro del margen de error estadístico. La verdad es que no hay pruebas de que el cambio de horario ahorre electricidad. Si no lo hace en Estados Unidos, donde la diferencia en la duración del día y la noche entre invierno y verano es muy grande, menos lo hará en México. Así que si usted se siente hoy mareado, adormilado, llegó tarde a trabajar, perdió un avión o estuvo a punto de tener un accidente, lamento decirle que sus malestares no son compensados por un ahorro de energía. Lo que usted sospechaba al ver su recibo de luz es cierto. El cambio de horario no ahorra electricidad. TERCER PERITAJE Lo sensato sería determinar si el tercer peritaje sobre la incineración de cuerpos en el basurero de Cocula es acertado, pero la discusión se centra en si es políticamente correcto. Hay grupos que simplemente no quieren que se sepa qué pasó con los 43. Twitter: @SergioSarmiento eorge Steiner veía Europa en sus cafés. Esos lugares llenos de gente y de palabras, eran el sitio de encuentro que resumía una civilización viva, dialogante, inconforme. Alrededor de una taza de café, de un bocadillo, una cerveza se encienden conversaciones, chismes, conjuras; refugios de soledad, de amistad, de juego. Una mesa para hablar y para aislarse, para conspirar, para discutir, para crear. Ni el arte ni la revolución podrían entenderse sin ese espacio. El café está abierto a todos, pero también es una especie de club, un cenáculo. Steiner ve en el café una especie de templo de la crítica: un nido de la oposición, una escuela del debate, una revista efímera, un germen revolucionario. Más que en los parlamentos y en los museos, la cultura y la política europea se ha hecho en el café. Mientras existan, concluye el crítico, tendrá sentido la “idea de Europa”. Tony Judt bosquejó el perfil de otra civilización: la de los trenes. El historiador inglés amaba a los trenes y creía que su amor era correspondido. Desde chico se sentía incómodo encerrado en su casa, recluido en algún cuarto: sólo yendo a otro sitio se sentía feliz. Le gustaba caminar, montar en su bicicleta, treparse al camión. Los trenes eran el paraíso. Desde los 7 años solía tomar el metro para recorrer Londres. Iba de una punta a otra de la línea. Al llegar al final del recorrido, bajaba en la estación, caminaba un rato, comía un sándwich y tomaba el metro para llegar al otro extremo. Los trenes eran la modernidad, la conquista del espacio, la reordenación del tiempo. Para Judt eran, sobre todo, un nuevo vehículo de lo social. El tren permite viajar juntos. Antes se viajaba solo o en familia. A caballo o en un carruaje privado. No podía viajarse con frecuencia y pocos se atrevían a viajar lejos. El tren inauguró para muchos la posibilidad misma del viaje. La compañía de otros era tan importante en la experiencia como la velocidad. Si el café encarna para Steiner el fermento creativo del diálogo, el tren expresa, para Judt, las posibilidades de lo público. “Mi Europa se mide en trenes”, escribió. Los trenes no eran solamente una forma de transportarse velozmente: eran una forma de viajar con otros. No se trataba, por supuesto, de vehículos igualitarios: podía haber primera y quinta G clase. Con todo, eran transporte, espacio público, sitio de encuentro, sincronización de tiempos. Una plaza cívica en movimiento. Tiene razón: las naciones también se hacen con ingeniería. El argumento de Judt es que la nota característica de la modernidad no es el Estado omnipotente ni el individuo solitario, es eso que está entre uno y otro: la sociedad civil. Las vías del tren son expresión de su emergencia. Son proyectos que requieren una fuerte inversión pública, una ambiciosa visión de futuro, un sensato anticipo del beneficio económico. Para el brillante historiador de la posguerra, los trenes representan una de las mejores herencias cívicas del Estado benefactor. Un modelo de las prioridades que compartieron socialdemócratas y democristianos. Judt defendía los trenes, cuando la idea misma de lo público era satanizada. ¿Será casualidad que Margaret Thatcher presumiera que nunca viajó en tren? La mirada nostálgica de Judt lanzaba una advertencia: si abandonamos los trenes no perderemos solamente una inversión histórica, golpearemos la idea misma de la convivencia. Si nos olvidamos del transporte público “reconoceríamos que hemos olvidado cómo vivir juntos”. Ese olvido es nuestra ignorancia. El desprecio del transporte público es una embestida contra la sociabilidad. Lo sabemos bien nosotros que pagamos las consecuencias de esa desatención. Llevamos décadas imaginando la ciudad como una autopista, décadas premiando, estimulando, consintiendo al automovilista como si éste fuera el ciudadano auténtico. Construir para él caminos por encima de los caminos, abrirle túneles por debajo de los cerros, eliminarle impuestos, obsequiarle estacionamiento en las vías públicas en lugar de cobrar por su uso. Décadas de olvido del transporte público, de subordinación a sus mafias, de imprevisión, de capricho, de corrupción. Ni siquiera la izquierda ha logrado defender lo público. La izquierda en el poder ha seguido ofreciendo premios a la segregación, recomendando el blindaje de los particulares. Lo dice bien Judt: el espacio público representa un proyecto cívico, una apuesta por la convivencia. http://www.reforma.com/blogs/ silvaherzog/