REVISTA HISTORIA NAVAL Año XI Núm. 42 INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL ARMADA ESPAÑOLA - INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL ARMADA ESPAÑOLA REVISTA DE HISTORIA NAVAL Año XI 1993 Núm. 42 REVISTA DE HISTORIA NAVAL CONSEJORECTOR: Presidente: Director del Instituto de Historia y Cultura Naval, José Ignacio Gon zález-Aller Hierro, contralmirante. Vicepresidente y Director: Cervera José Pery, coronel auditor. Periodista. Vocales: Secretario general del Instituto de Historia y Cultura Naval, Juan Antonio Viscasillas Rodríguez-Toubes. Redacción: Higueras Lola Rodríguez, Luisa Martín-Merás, Hugo O’Donnell y Duque de Estrada, Isabel Hernández Sanz, Paloma Moreno de Alborán. Administración: Ovidio García Ramos, comandante de Intendencia de la Armada, Cristina Sánchez de Neyra Espuch. DIRECCIÓN Y ADMINISTRACIÓN: Instituto de Historia y Cultura Naval Juan de Mena, 1, 1.a plta. 28071 Madrid (España). IMPRIME: Servicio de Publicaciones de la Armada. Publicación trimestral: tercer trimestre 1993. Precio del ejemplar suelto: 650 ptas. Suscripción anual: España y Portugal: 2.600 ptas. Resto del mundo: 30 $ USA. Depósito legal: M. 16.854-1983. ISSN-0212-467X. NIPO: 098-93-009-2. Printed in Spain. CUBIERTA: Logotipo del Instituto dc Historia y Cultura Naval. SUMARIO Págs. NOTA EDÍTORIAL 5 . Santiago en las antiguas Armadas de España, por Carlos MartínezValverde7 La carta de Juan de la Cosa (II), por Ricardo Cerezo Martínez .... Santo Domingo y España: Historia de una reincorporación fa llida, por María Dolores Merlin45 Una colección de Historiografía Náutica del siglo xvi, por María del Pilar Cuesta61 El regreso de la escuadra de los bajeles del mar del Sur, por Ana María García-Junco del Pino71 La Edad Media, los años obscuros del poder naval, por F. Fernan do de Bordejé y Morencos89 Documento111 XIX Coloquio de Historia Militar en Estambul. España tuvo a su cargo dos ponencias, por J. C. P117 Las aulas del mar de Cartagena alcanzan su novena edición119 Noticas generales121 Recensiones125 21 NOTA EDITORIAL La presencia otoñal de la REVISTA enfatiza de nuevo su diversidad. Los estudios y trabajos en ella contenidos son la mejor prueba de la existencia de una esencial preocupación por .presentar un amplio espectro en la temática histórico-naval. Así la especial relevancia del año jacobeo encuentra su acer tado tratamiento en el documeñtado estudio del contralmirante MartínezValverde «Santiago en las antiguas Armadas de España». El capitán de navío Cerezo nos ofrece la segunda entrega de su análisis sobre «La Carta de Juañ de la Cosa», y la doctora María Dolores Borrell, nos traslada al escenario americano con su interesante trabajo «Santo Domingo y España: historia de una reincorporación fallida». La historiografía náutica del siglo XVI de la que tanto hay aún por decir, es el tema del estudio de la historiadora María Pilar Cuesta, y otra especialis ta, Ana María García-Junco del Pino ilustra las páginas de la REVISTA con su investigación sobre «El regreso de la escuadra de los bajeles del Mar del Sur». La táctica naval en la Historia tiene su espacio en la habitual crónica del contralmirante Bordejé, a la que acompañan los espacios también habituales de las noticias generales entre las que pueden destacarse las reseñas del Colo quio Internacional de Historia Militar de Estambul (en el que la REVISTA DE HISTORIA NAVAL estuvo presente), de las Aulas del Mar de Cartagena y de la XI Semana de Estudios del Mar celebrada recientemente en Almería. Un interesantísimo y poco conocido documento sobre la actuación del ter cer Mar que de Santa Cruz en el asalto y conquista de Burdeos, y las acostum bradas recensiones de los últimos libros recibilos, culminan el presente número, que como todos deseamos sea del agrado de nuestros suscriptores y favorecedores. SANTIAGOENLAS ANTIGUASARMADAS DE ESPAÑA (En este Ao Jacobeo y Santo) - Carlos MARTÍNEZ-VALVERDE Contralmirante Elección. Conducción.Amparo En este año en que lo católico de España, que es mucho y bueno, muestra con mayor fuerza la devoción al Apóstol y que tantos peregrinan a Composte la, parece oportuno recordar en el medio naval—y a quien leyere—esa devo ción de los marinos de España, combatientes en la mar, especialmente en los tiempos en que por la grandeza de nuestra Patria en general, entonces mere cieron ser llamados «Siglos de Oro». En esta devoción que es ímpetu, en nuestras Armadas como en nuestros Ejércitos, hay un proceso de crecimien to...; después habrá un declive, un difuminarse por acción de diferentes cau sas que trataré de esbozar al menos. Los españoles escogen a su Apóstol, titulándole de modo peculiar: «el Señor Santiago», como capitán celestial en sus luchas contra moros, «los infieles». Lo será seguidamente en toda clase de combates contra gentes de otras naciones, a veces no católicas. También será el capitán en la lucha con tra los indios, en América, en las forzadas contiendas que allí, como en las lejanas islas del Pacífico, tendrán lugar. Año 1993 CARLOS MARTÍNEZ-VALVERDE En la Edad Media Citemos, en lugar primero, y de honor, a la pequeña escuadra del compos telano obispo Gelmírez, armada eminentemente santiaguista. Los españoles se obstinan en representarse a Santiago a caballo, portando un guión con cruz y blandiendo fulgurante espada (1). El Cid Campeador, cuando está en gran peligro, dice que «si de mortales feridas fincare muerto le fagan la huesa junto al altar de Santiago», dice: «Amparo de lides nue sas...». Desde la batalla de Clavijo (o desde alguna otra cercana en el tiempo y en el espacio; hay dudas), Santiago se ha manifestado como indiscutible capitán. Se le invoca y acude a la batalla, y eso lo hacen los nuestros, tanto en lo campal como en lo marino. Realmente, salvo casos excepcionales, los que combaten en tierra lo hacen también en la mar, y al contrario. Tenemos un ejemplo con la Orden de Santa María de España fundada en Cartagena, «para fecho de Mar». Acaba la Orden en Moclin, en Granada, cabalgando sus Caballeros con los de la Orden de Santiago (1280). Caen en una celada de los moros y mueren muchos: los que quedan de la Orden constituida para «fecho de Mar» pasan a la Orden de Santiago, y muerto el maestre de ella es nom brado como tal el de Santa María, Pedro Núñez. En los combates navales medievales luchan los Caballeros, pero no hay constancia de embarque de la Orden de Santiago corno tal yen esa época los Caballeros de la Orden, en tierra, con su mesnada de peones se baten for mando cuerpo, podríamos decir. Al embarcar los Caballeros en general, éstos tienen las mismas inquietudes y devociones en los barcos que montados a caballo en tierra. Hay constancia del embarco de Alfonso XI de Castilla cuando la campaña del Estrecho y toma de Algeciras, y hasta del embarco de Caballeros ingleses, que concurrían como si de cruzada se tratase. Si sentían a Santiago como caudillo en tierra, también lo sentirían en la mar. Y los extranjeros también, ya que tenían muchos el deseo de peregrinar a Compos tela. Ello suponía una inquietud europea. Y la enseña del Apóstol (a caballo, sobre fondo carmesí), seguía muy de cerca al pendón real, y al de la Cruzada, en cualquier manifestación de victo ria, y así hasta la llegada de los reyes de la Casa de Austria. Cuando la Casa de Austria El fervor jacobeo veremos que entonces se manifiesta aún más en las ban deras de los capitanes generales de la mar. Sin haber una marcada divisoria, hay muchos que a la mar dedican especialmente sus esfuerzos. Los Caballeros (1) En el Romancero del Cid, manifestación de sentir popular, aparece un obispo, Astia no, que viene de Oriente en peregrinación. Le extraña eso de que el Apóstol Santiago sea capi tán «que entra en las grandes lides armado yen un caballo»; dice que es pescador... Se duerme. S le aparece él Apóstol y le dice ser Caballero de Cristo y ayudador de cristianos: «Traído le fte un caballo; / Blanco era y muy hemoso, / Santiago le ha cabalgado / Guarnido de todas armas, / Limpias, blancas, relumbrando...». Va a ayudar al rey Fernando que sitia a Coimbra. 8 42 SANTIAGO EN LAS ANTIGUAS ARMADAS DE ESPAÑA o E o o o o -o oo o o oo E o o o1-o o o o o rJ Año 1993 9 CARLOS MARTÍNEZ-VALVERDE de Santiago ya no se presentan en las lides «formando cuerpo», pero sí sueltos y los hay muchos y muy importantes. Uno es don Luis de Requesens (de la Casa de Cardona); —de ella, hay otros—. Requesens ese! consejero naval de Don Juan de Austria en !as campañas de Lepanto. Es comendador de Castilla en la Orden de Santiago. Santiaguistas son también !os Bazán. Habrá varios. El primero, marino, don A!varo («e! Viejo»), consigue la victoria sobre los franceses, corsarios reunidos en fuerza, cerca de !a ría de Muros; precisa mente un 25 de julio, el de 1543. En el combate recibe el bautismo de fuego don Álvaro («el Mozo»), el que !uego será primer Marqués de Santa Cruz. Parte del botín es enviado a Compostela desde La Coruña. El joven don Alvaro estaba ofrecido a la Orden y Apóstol desde los dos años. A la sazón tenía dieciséis; era un fervoroso Caballero santiaguista. En la batalla de Lepanto se baten cerca dé don Juan muchos Caballeros de Santiago. En las enseñas, sin embargo, aparecen más que Santiago, el Cristo y !a Santísima Virgen. Entre los barcos hay a!guna galera con el nombre del Apóstol Santiago; más no hay tantas como pudiera pensarse. En !a expedición para conquista de las Azores, sí aparece la enseña de Santiago, según se refleja de! fresco que decora en el Escorial la «Sala de las Batal!as» (2). Don Alvaro en el desembarco del año siguiente que hace en !a isla Tercera, en la pequeña cala de !as Molas; puesto de rodil!as enardece a sus hombres lanzando las voces de ¡Santiago! y ¡España! Tanto esta operación de guerra como la del año anterior, la victoria naval es el 26 de julio; sus pro!egó menos, sus preparativos han tenido lugar en días del Apóstol Santiago; las salvas hañ sido augurios de victoria. Y hay un buen manojo de los Bazán, todos fervorosos santiaguistas, que cosechan laureles inmarcesibles, avanzando triunfantes en la historia naval. Otro grupo lo componen los Oquendo (se entremezclan épocas): don Miguel combatió, a las órdenes del primer Marqués de Santa Cruz en las Azo res. Es después un magnífico general en la Jornada de Inglaterra. Le sigue su hijo don Antonio, que vence a Hans Pater, el almirante holandés en el com bate de los Abrojos. Su capitana, el Santiago, se libra de perecer por el remol que que le da otro buque, cuando iba a volar la capitana de Holanda con la que estaba aferrado... Será después vencido, el de Oquendo, después de haber pasado socorro a Flandes, luego de recibir su capitana más de 1.700 balazos en su casco (en las Dunas). Con don Antonio de Oquendo llega a su paroxismo el santiaguismo de los generales de la mar en España: su estandarte con la imagen del Apóstol; el nombre de su capitana, Santiago; el llevar ésta pintada a popa, también, la imagen ecuestre del celestial capitán de los españoles (3). (2) Aparece la bandera con el Apóstol Santiago en la pintura relativa a la victoria naval sobre la isla de San Miguel (1582). Por el otro lado debe llevar las Armas Reales, pues así consta en la relación que hace don Alvaro en que dice los trofeos de guerra (de los propios). Se refiere a esa bandera con el Apóstol que se arboló en la popa del galeón capitana, el San Martín. (3) También llega con don Antonio de Oquendo a su clímax el combate al abordaje entre buques que ya montan muchos cañones. Y su táctica es brillante, heroica, pero poco efectiva: 10 42 SANTIAGO EN LAS ANTIGUAS ARMADAS DE ESPAÑA Hay otro «clan» de genera les de la mar que merecen lau reles y ser bien recordados, también «santiaguistas»: Los Toledo, Marqueses de Villafranca. Uno (volvemos a tener que entremezclar la cronolo gía) es don García. Fue subor dinado de Doria, en tiempos del Emperador, y fue jefe de don Alvaro de Bazán. Su hijo don Fadrique fue también un magnifico general. Es el que inmortalizó Castelo en su cua dro de la recuperación de la isla de San Cristóbal. Combatió victoriosamente en el Atlántico y en el Mediterráneo. Está tam bién otro don Fadrique, hijo póstumo del antenor, igual mente capitán general de la mar y Caballero de Santiago. Tenemos otro ejemplo de estandarte con la imagen del Apóstol Santiago en los cua dros de Juan de la Corte, donde representa el socorro que se dio a la isla de San Martín en el Brasil por la escuadra de don Lope de Hoces (1635): en la parte central del estandarte un Cristo, a un lado la Virgen y al otro la imagen ecuestre del résolver la acción por choque de naves capitanas antagónicas; poca maniobra con las demás; algunas quedan sin combatir. El combate moderno, de la época, claro está, no se basa en la lucha cuerpo a cuerpo de los tripulantes de los buques enemigos, aunque aún se mantenga como último recurso el abor daje. ¿Gusta todo esto a los entusiastas del «Hijo del Trueno»? Va a ir palide ciendo su estrella en lo que a conduc ción de combatientes se refiere. Se deja de invocar a Santiago. Año 1993 Don Fadrique de Toledo, capitán general de la Armada del Océano, de la Orden de Santiago. (Del cuadro de la recuperación de la isla de San Cristóbal. Cuadro de Castelo. Museo del Prado). 11 CARLOS MARTÍNEZ-VALVERDE Señor Santiago. El socorro era dirigido a Pernambuco. Una acción contra los holandeses, de gran mérito por parte de los nuestros. Don Lope de Hoces habrá de morir heroicamente en las Dunas. En lo que a galeras se refiere, no podemos dejar de citar a un Caballero de Santiago, de elevada estirpe y gran pericia, el Duque de Alburquerque, don Francisco Fernández de la Cueva, capitán general de las galeras de España. Con seis de ellas (una era de Nápoles) batió y rindió a cuatro navíos franceses, fuerza muy superior a la suya (4). Y otro exponente de santiaguismo en galeras lo tenemos en el tapiz que se conserva en el Museo Naval, en su sala principal, como presidiendo aquel ámbito. No es talmente un estandarte, pero sí está pintado como lo fue el de galeras cuando las mandaba don Alonso de los Ríos (Gutiérrez de los Ríos), el que fue el primer conde de Fernán Núñez. Mandó hacer el tapiz, forrando una vela de una galera turca tomada en Lepanto. Aparte de un gran Cristo y una Purísima del estilo de las de Murillo, y escudos, tiene una hermosa ima gen del Apóstol Santiago matando no moros, sino turcos (se nota en la vesti menta). La vela en cuestión le cupo en el reparto del botín a un antepasado de don Alonso... Descendientes de él fueron generales de galeras y con ellos nos introducimos en el siglo siguiente, el «de las Luces». En su ambiente no va a encontrarse en él el antiguo fervor jacobeo guerrero de los Bazán, de los Oquendo y de los Toledo. Yano se va a invocar a Santiago para lanzarse al combate. En el siglo XVIII y en el xix Las banderas serán blancas, color de la Casa de Borbón y los escudos serán los del rey, completos o resumidos (solamente castillos y leones), según el caso... Se estudia, se investiga, se combate en la mar principalmente al cañón. Los hombres más mueren por bala, algo menos por metralla y mucho más por astillazos producidos por los proyectiles de cañón. No está desechado el combate al abordaje, pero ya no son los Lempos de «Santiago y a ellos1». Se grita «Viva el Rey!», alguna vez «Viva España!». (Viva el rey es el grito, también, que se usa en los saludos a la voz). Pero se tiene en mucho ser Caba llero de la Orden de Santiago. Y en las Ordenanzas de 1748se prevé que San tiago puede ser patrón de alguna expedición de guerra. Se especifica el saludo al cañón para los casos en que su sagrada imagen embarque. También, natu ralmente, la triple salva para los días del Santo Patrón de España. En 1789, por real decreto se señalan encomiendas de las Órdenes Militares «para pre mio y estímulo, en proporción a las que obtienen los Cuepos y Clases del Ejér cito». La Orden de Santiago es una de tantas, si bien en posición preeminen te. De ella hay diez encomiendas dedicadas a la Armada, pero hay otras diez (4) El Duque de Alburquerque había sido soldado <‘conuna pica»; había sido después general de Caballería (había precedente en galeras). El rendimiento de los buques franceses fue un acto de audacia, pero aprovechando muy bien el que hubiese viento en calma. 12 42 SANTIAGO EN LAS ANTIGUAS ARMADAS DE ESPAÑA de la Orden de Calatrava, y hay cinco de la Orden de Alcántara y una tan sólo de la de Montesa (5). Y sigue siendo la Orden de Santiago una de tantas cuando en las Ordenanzas de 1793se estipula que los oficiales que lleven ocho años de servicio (sin mácula, se entiende) pueden pedir por instancia que el rey les conceda cruzarse en alguna de las Ordenes de.«Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa». Un Caballero de Santiago, Mazarredo, es el director y principal redactor de las Ordenanzas del 93 y su principal ayudante es otro Caballero de Santiago: Escaño. Naturalmente, no fueron elegidos por ello, ni el santiaguismo influyó, pero se cita para mostrar los oficiales —conspicuos— de los de Marina, que vestían el hábito de Santiago. A lo largo del siglo xviii vemos que Caballeros de la Orden ocupan prime ros puestos: tenemos a don José Patiño, como ministro, el primer intendente general, el que forma en verdad la Armada de Felipe V. También a don José del Campillo. Tenemos como directores generales de la Armada a otros Caballeros de Santiago, tales son el Conde de Bena Masenaro;el Marqués de Casa Tilly; a don Antonio de Ulloa, también sabio eminente, y a don José de Mazarredo, ya citado, que descollaba en todas las artes de la profesión naval. Entre los capitanes generales de la Armada tenemos algunos de los nombra dos: a Del Campillo y al de Casa Tilly; pero también a don José Solano, Mar qués del Socorro,, por su mérito en el del ejército en Pensacola (6). Yen siglo siguiente a Alava, el segundo jefe en Trafalgar y de brillante his torial, en el que predomina la acción, ocupar puestos preeminentes en el almi rantazgo y capitanías generales. Fue director general de la Armada. También a Escaño, de enorme inteligencia y valor, que fue ministro de Marina y después uno de los regentes del Reino. Se había distinguido siempre este Caba llero de Santiago. Fue mayor general de Gravina en Trafalgar. Don Federico Gravina también era Caballero santiaguista. Y lo eran otros héroes de aquella batalla, tal lo fue uno de los más destacados don Francisco Alsedo Bustaman te. Los Caballeros de Santiago se batieron siempre de modo distinguido, luciendo en su pecho la venera de la Orden como está prevenido. «Nobleza obliga»... Y en la guerra de la Indepenencia se destaca otro santiaguista, don Diego de Alvear, en la defensa de la Isla de León, atacada por los franceses. (5) Las encomiendas de la Orden de Santiago dedicadas a Marina fueron: Aguilarejo, Carrizosa, Estremera y Valdelarete, Mayor de Montalbán, Ocaña, Orcheta, Palomas, Villa franca, Villoria y Usagre. En la relación se especifica lo que produce, en reales de vellón. La que más, la de Usagre: 13.921reales y laque menos, la de Aguilarejo, 4.009. (6) Muchosmás nombres merecerían ser citados, pero supondría un gran alargamiento de’ este trabajo. Nombraremos a algunos: González Castejón (fue ministro de Marina), Whithuy sen, Rosendo Porlier, Bustamante Guerra, Pareja Serrano, Pardo de Grandallana, Marqués de Casa Rojas, Mourelle, Gutiérrez de Rubalcaba. De estos tiempos podrían nombrarse más; per dónense las involuntarias omisiones. También quedaron en el tintero algunos de tiempos más antiguos: Leiva, Díaz Pimienta, Laya. Abundaron, en verdad, en las Armadas los Caballeros de Santiago. Debemos hace constar que hubo marinos ilustres pertenecientes a otras Órdenes Militares españolas y a la de Malta, muy marinera ésta en su índole. Una de las más importantes figuras de la Real Armada es el bailío don Antonio Valdés. Gobernó la Marina durante mucho tiempo. Año 1993 CARLOS MARTÍNEZ-VALVERDE El almirante dón CrisóbalCÓ1ónde Carvajal, Duque de Veragua, Adelantado Mayor de las Indias; caballero del Hábito de Santiago. Por lo que era y cómo lo era, fue elegido como obje tivo por enemigos de España. Así murió por la Patria. 14 Núm. 42 SANTIAGO EN LAS ANTIGUAS ARMADAS DE ESPAÑA De él decía el general Castaños que tenía más fama que Pizarro en Lima. Merecerian ser citados otros de menos nombradía, pero de mucho mérito. Las Cortes de Cadiz dan un frenazo a las cosas de la nobleza tradicional; una fue la supresión de las pruebas para sentar plaza de guardiamarina. Tenía que sufrir también lo que podemos llamar «idea santiaguista». Todo ello tuvo que repercutir en el ánimo de los oficiales de Marina. El hecho es que, revi sando los retratos qüe se conservan, cada vez se van viendo menos generales de Marina con la Cruz de Santiago. Los tiempos cambiaban; había otras inquietudes, la existencia de otras recompensas, algunas muy valiosas: Toi són de Oro (ya más antigua), lo mismo la Orden de Carlos III. Otras más modernas: la valiosísima Laureada de San Fernando (creada por las Cortes); la Diadema Real, de Marina... Y la República de 1873 disolvió las cuatro Órdenes Militares españolas. En 1875, restaurada la monarquía, igualmente se restablecen. En fin, vaivenes que nada, favorecieron la inquietud santia guista de los oficiales de Marina... Y llegamos al presente siglo. En la devo ción jacobea habrá algún resurgimiento. Tiempos modernos Vemos al rey Alfonso XIII luciendo sobre su uniforme de capitán.general de la Armada la venera de las Órdenes de Caballería españolas. En el con junto de cruces se da prioridad a la de Santiago, que es la central más alta del rumbo que forman todas (7). Parece la real figura a modo de una llamada, un recordatorio al antiguo fervor militar-religioso, mas ello no produce gran reacción positiva en tal aspecto; el número de oficiales de Marina santiaguis tas es pequeño (pasa lo mismo con las otras Órdenes). Las probanzas son exi gentes, sí, pero habría muchos que las superarían. Es más bien que no se piensa en ello, se está lejos de la inquietud por tener el hábitó de una Orden, que aún perduraba en el siglo XVIII. La República de 1931suprime las Órdenes Militares en un principio, más posteriormente les da un carácter legal. El Movimiento Nacional de 1936, celoso por hacer reverdecer las glorias tradicionales, las reaviva junto con el restablecimiento del Patronázgo de España del (<SeñorSantiago»... Se reanu dan las ofrendas anuales, ofrendas que al propio tiempo son invocaciones, peticiones de ayuda, si bien no tengan el estrambote del fragor de las armas, como ocurría con el «Cierra España!» de los tiempPs de los Bazán, de los Oquendo y de los Toledo (8). Y el combate naval varió mucho e irá variando más y más; ya se descarta el combate próximo (aunque pueda haberlo en determinadas raras condicio (7) Aun teniendo alguna mayor antigüedad la Orden de Calatrava (incluso teniendo en cuenta los prolegómenos de la de Santiago como «Frates de Cáceres»), siempre se le dio priori dad a la Orden de Santiago. Y la Cruz de Santiago vino a ser, aparte de venera de la Orden, corno genuina expresión de españolismo. (8) Él grito de guerra tenía variantes: «Santia,go y España!». «Santiago y cierra Espa ña!», «Santiago, España cierra!» o «Santiago y a ellos!»... Año 1993 CARLOS MARTÍNEZ-VALVERDE nes), el cañón quedó como cosa de corto alcance (aunque los haya cn mucho, con proyectil ayudado). Lo normal es no ver al enemigo: sentirlo sí, y localizarlo a través de sensores. Es un clima ciertamente poco a propósito para «echar el Santiago» y lanzarse a la lucha. ¡Así son las cosas! Mas pode mos tener fervor jacobeo, y lo tenemos, al modo moderno. El Ejército de Tierra, cuando estableció su emblema actual, tuvo muy en cuenta a Santiago y puso como núcleo central su cruz con su más pura forma de espada; lo que en realidad es. La Caballería fue la que conservó como patrón genuino a Santiago y mantiene lo que ellos llaman «Espíritu Jinete», pese al progreso de los medios de acción; al cambio de los caballos por vehícu los y carros de combate. Tuve la ocasión de asistir con el entonces capitán de navío Meléndez; éste representando al almirante de la Flota, a una peregrina ción a Compostela de ese Arma que tanto conserva la tradición. ¡Acto her moso! También la Armada la conserva. Ha habido muchas peregrinaciones desde El Ferrol y desde otros Departamentos, algunas por mar. Tomé parte en una y, a fe, que fue de emoción intensa. Era con alumnos de la Milicia Naval Universitaria y de la Reserva Naval y ponían bien su alma. en lo que hacían. Respondían con entusiasmo a toda noble llamada que se les hacía (9). La Armada, en esos años, acudió a Santiago dentro del contexto nacional cristiano predominante entonces. Y lo hizo con devoción, con entrega. Rea vivando antiguos tiempos. Santiago y España, hoy Hoy se centra la devoción a Santiago de distinta manera que cuando su nombre, unido al de España, era el grito de guerra de los españoles. Nuestros antepasados pensarían de distinto modo a cómo se piensa ahora en algunos aspectos, pero hemos de sentir por ellos respeto, amor y reconocimiento por su descomunal esfuerzo para formar la nación española venciendo tantas adversidades. Hoy se mira a Santiago como santo peregrino; realmente no es propio, pues a él, en verdad, se peregrina; valga, sin embargo, su atuendo, porque así vestido se une espiritualmente a los que hacia su sepulcro caminan. Pescador transformado en peregrino es, sin que por ello se deje de tenerle por protector, por valedor. Parece como si se hubiese salido con la suya el obispo Astiano, el que en Romancero del Cid disentía de la idea de Santiago Caballe ro. Ahora es santo de a pie, pescador de hombres y que lo fue con éxito al con quistar a los españoles, que le aclamaron su capitán en la gran contienda emprendida para expulsar a los infieles de su territorio. Sigue siendo «ayuda dor de cristianos», mas no a caballo. (9) Dos minadores. Cuando se estuvo en lo que podemos llamar «aguas jacobeas», se canto varias veces el himno al Apóstol. El cambiar el orden en la línea de fila, a la señal hacía posible cantar a una con los hombres de uno y otro buque. Un alumno en uno de ellos «sacó» una trompeta y daba el tono arrastrando a todos. 16 42 SANTIAGO • EN LAS ANTIGUAS ARMADAS DE ESPAÑA Ahora los españoles del presente van a Compostela año tras año. Cada cinco de ellos con una mayor riada; «muita longada de gente», al ser decla rado santo; uno de ellos es el éste en que vivimos. Los marinos se incorporan a las peregrinaciones nacionales generales o hacen, los que quieren, su pere grinación particular; y son muchos los que van a Compostela. El rey hace una ofrenda en nombre de todos, él o el representante que designa. El postrarse la nación ante el «Señor Santiago» es también una petición de ayuda para los embates de la vida moderna. Sigue, pues, un «Santiago y España!», aimque de distinto estilo al que lanzaban nuestros capitanes de antaño. Estas líneas son a modo de una peregrinación «in mente»; las termino con la palabra de salutación de los antiguos: «ULTREYA!». Año 1993 CARLOS MARTÍNEZ-VALVERDE APÉNDICE i Sobre el Apóstol Santiago Santiago, uno de los hijos del Cebedeo, era marinero y pescador, si bien su mar fuese el no muy grande de Tiberiades. Dejó las redes de cordelería para cambiarlas por las sobrenaturales, tejidas por el Espíritu Santo, para dedicarse a la milagrosa pesca de hombres, según les había dicho a todos Nuestro Señor Jesucristo. Le tocó, en el reparto de tierras a evangelizar la lejana Hispania, como era llamada nuestra península por los romanos; Tierra brava. Y a ella llegó por mar. En Cartagena hay un pequeño monumento, en el barrio de Santa Lucía, en el sitio donde la piadosa tradición ubica el desem barco. Se adentró en las tierras; trabajó de firme y convirtió a gran cantidad de los que andando los tiempos serían los españoles, que tanto habrían de amarle. Volvió a Palestina a cierto concilio y allí sufrió martirio: fue degollado por orden de Herodes Agripa (10). Y sigue la piadosa leyenda: fue traído a España su cuerpo, muy milagrosamente, en una barca de piedra tripulada por algunos de sus discípulos. Llegaron a Iria Flavia, esto es, al Padrón de hoy en día, yen una carreta tirada ¡por toros bravos, que se amansaron!, fue llevado a un terreno del gobierno de la misteriosa reina Lupa. Allí fue enterrado y así quedó todo hasta que, pasados muchos años, empezó a brillar insistente mente sobre el lugar una desconocida estrella. El campo se llamó de la Estre lla, y de ahí Compostela. Se construyó una pequeña iglesia, que fue agran dándose poco a poco. Tomó cuerpo una fortísima devoción a Santiago y empezaron las peregrinaciones. Sí; pero los españoles, enamorados del modo de ser de su nuevo patrón Bonaerges, el «Hijo del Trueno», le tomaron como capitán para sus batallas. Corría la lucha por la reconquista y el «Señor San tiago», que había traído aquí la fe de Cristo, era el más a propósito capitán para conducirles a la victoria. Idealmente, le montaron en un caballo blanco (el único que existe todo blanco). Esa sobrenatural cabalgadura era adecuada al caso: podía cabalgar por los cielos, sobre la tierra y también sobre el mar. Los reyes y los capitanes pidieron su ayuda y, ellos y todos sus hombres, vieron delante de ellos a Santiago en los combates. Su invocación fue el grito de guerra: la señal para acometer. Muy gráficamente llegó a decirse: «Echar el Santiago». No disminuía la expresión el respeto, pero es como si de un poderoso proyectil se tratase. Se le «echaba», se le disparaba a los enemigos. (10) En el sitio está una iglesia .e Armenios No Unidos. El lugar del martirio está bajo un altar marcado por un círculo de latón. Los Reyes de España, en varias ocasiones, ayudaron al sostenimiento del templo, yen los muros se ven escudos de nuestros monarcas. 18 42 SANTIAGO EN LAS ANTIGUAS ARMADAS DE ESPAÑA Una vez hecho esto, los nervudos brazos y las armas hacían el resto; pero ya, ¡de qué manera! Él Marqués de Lozoya define el fenómeno como una clase de cultura. Cul tura guerrera podríamos decir. Cultura religiosa, de costumbres y de guerra, podríamos completar. u APÉNDICE Sobre buques que en las Armadas del Rey de España llevaron el nombre de Santiago 1502.—Una carabela de Palos, en el cuarto viaje de Colón. 1513.—Una carabela forma parte de la expedición de Ponce de León. 1520.—Una de las naos de Magallanes. Naufraga en el Río de Santa Cruz. 1525.—Un patache de la expedición Loaysa. 1527.—Una de las naves deja expedición de Alvaro de Saavedra. 1536.—Una nave de las de Pizarro y Almagro (llega hasta Chile). 1542.—La capitana de López de Villalobos en su expedición a las islas de Poniente. 1571.—En Lepanto hay una galera en el cuerno izquierdo (de Nápoles). 1582.—Hay una nao con este nombre en la expedición al Río de la Plata. 1582.—Hay un galeón de la escuadra de Bazán en las expediciones contra las Azores. 1583.—Hay una zabra de Castro y.una carabela (portuguesa). Desembarco. 1. Tercera. 1584.—Naufraga una galera Santiago en la costa de Santo Domingo. 1588.—En la Jornada de Inglaterra hay un galeón (portugués) llamado San tiago. 1588.—En la misma expedición hay, en la escuadra de Castilla, otro galeón, - Santiago el Mayor. 1588.—En la misma hay un galeón llamado San Felipe y Santiago. 1588.—En la misma hay en la escuadra de Recalde una nao Santiago. 1588.—En la misma expedición hay una urca (alemana) llamada, igualmen te, Santiago. 1596.—Cuando el saqueo de Cádiz es hundido el galeón San Felipe y San tiago. 1596.—En el mismo ataque se hunde otro galeón Santiago, de Pedro Linés. 1596.—En el mismo es hundido el Santiago de la Tercera. 1625.—Se pierde una galera Santiago en la barra de la Mámora. 1627.—Hay un galeón Santiago en la escuadra de don Fadrique de Toledo. 1631.—La capitana de Oquendo, en el combate de los Abrojos, se llama Santiago. Año 1993 CARLOS MARTÍNEZ-VALVERDE 1647.—En la Sonda de Campeche naufraga un galeón Santiago. 1658.—Naufraga otro del mismo nombre en Costa Firme. 1660.—Naufraga otro de la Guarda de la Carrera de Indias en la costa de Honduras. 1676.—Hay un navío Santiago en la escuadra de la batalla de Agosta. 1681.—Naufraga un galeón Santiago a la salida de Cartagena de Indias. 1717.—Hay noticia de haber una fragata llamada Santiago. 1720.—Lo mismo, hay una balandra Santiago. 1732.—Hay un navío Santiago en la escuadra del general Cornejo (expe dición a Orán). 1755.—Hay una fragata de ese nombre, mandada por el teniente de navío don Bruno Hezeta. 1773.—Hay noticia de que hay un navío Santiago (alias Nueva Galicia). 1779.—Lo mismo de habér un bergantín Santiago. 1779.—Hay una corbeta Santiago entre los barcos de De la Bodega y Quatra. 1786.—Hay noticia de una balandra llamada Saniwgo (Ti). - BIBLIOGRAFÍA FERNÁNDEZ DURo, Cesáreo: La Armada Española desde la unión de los Reinos de Castilla y Aragón. PADRE MARIANA:Historia General de España. Romancero del Cid. Conjunto de Anónimos. MARQUÉSDE LOZOYA: Santiago, Patrón de España. FERNÁNDEZDURO, Cesáreo: Disquisiciones Náuticas. Tomo III. FERNÁNDEZDURO, Cesáreo: Naufragios de la Armada Española. DE LA GUARDIA, Ricardo: Datos para un Cronicón de la Marina Militar de España. LANDÍN, Amancio, y otros: Descubrimientos españoles en el mar del Sur. VIGNAU, Vicente, y R. UHAGÓN, Francisco: Indice de las Pruebas de los Caballeros que han vestido el hábito de Santiago. FERNÁNDEZ GAYTÁN,José: Banderas de la Marina de España. MANERA, Enrique, y otros: El buque en laArmada española. OYARZÁBAL, 1.: Listas de buques de la Armada española. PULIDO, Alfonso, y O’DONNELL, Hugo: El Museo Naval a través de sus colecciones, y revisión de cuadros-retrato del mismo. FERNÁNDEZDURO, Cesáreo: La conquistade lasAzores (listas de buques). CASADO SOTO, José Luis: Los barcos españoles del siglo xviyla GranArmada de 1588. MARTÍNEZ-VALVERDE, Carlos: GloriosasEfemérides de laMarina de Guerra Española. (11) Yse van concluyendo los barcos con el nombre de Santiago.Sí hubo, pasado el tiempo (ya en el siglo xix), un escampavia así llamado, ¡poca cosa! En verdad, no hubo muchos barcos que se llamasen Santiagopara el largo espacio de tiempo que hemos considerado. Parece como si los que ponían el nombre a los barcos, constructores y gente de mar, no tenían tanto entusiasmo jacobeo como los que mandaban en verdad los barcos en el combate y lanzaban a su gente a la pelea, entre ellos capitanes de mar, pilotos y marineros; todos electrizados por el grito de guerra de «Santiago y España!». Así, por lo menos hasta adentrarse el siglo XVIII. Las galeras conservaron mucho del antiguo estilo, pero no todo. Fue quedando lejos el grito y la enseña con la imagen del Apóstol Santiago. 20 42 LA CARTA DE JUAN DE LA COSA (II) Ricardo CEREZO MARTÍNEZ Capitán de navío Consideraciones previas al trazado de la carta Los descubrimientos realizados en los dos primeros viajes convencieron a Colón que era cierta su hipótesis de encontrar tierras asiáticas, navegando rumbo al Oéste, a una distancia mucho menor que las vaticinadas por Tosca nelli y los componentes de las juntas de matemáticos portugueses, las de Alcalá de Henares y Salamanca. Las 1.100 leguas navegadas entre lislade Hierro y Guhananí y las 820 leguas —en cifras aproximadas aquéllas y éstas— que surcaron las 17 naves que componían la flota del segundo viaje entre la Gomera y Dominica, parecían confirmarla. Había alcanzado la isla de Cipango y puesto el pie en la tierra firme de Cathay, en la península de Cuba que, conforme con los conocimientos geográficos que en 1492 se tenían del este de Asia, la situaban frente a Cipango, es decir, la isla La Española. La mayor distancia que indicaban los mapas de la época, entre Cipango y Cathay, en relación con la proximidad real que existía entre ambas, no con tradecía su teoría, toda vez que no sólo esa distancia, sino las distancias que separaban las costas de Asia de las de Europa que figuraban en esos mapas los de Martellus Germanus o el globo de Behaim, por ejemplo— eran fruto de la conjetura y nadie más que él las había comprobádo en sus viajes. La noticia del descubrimiento en 1497 de un largo tramo de costa recono c?do por Caboto, al norte de Cuba y de La Española, pertenecientes al Gran Khan, según le comunicó por carta y mapa adjunto su descubridor y amigo, el mercader inglés John Day (1), debió recibirla Colón antes de emprender su tercer viaje, el 30 de mayo de 1498, puesto que Day la escribió en el otoñoinvierno del año anterior. No sabemos el efecto que esta noticia causó en las ideas geográficas del Almirante, en particular por la discordancia de la orien tación este-oeste de la costa descubierta por Caboto con la imagen geográfica de aquella región septentrional de Asia. Pero cuando descubrió la tierra de Paria, que creyó ser una isla grandísima por la que discurría un caudaloso río —el Orinoco—, que parecía proceder del Paraíso Terrenal, no pudo menos que imaginar que aquél era otro mundo (2). No porque creyera que esa tierra no pertenecía a Asia, sino por razón del desconocimiento real que se tenía en — (1) Carta transcrita por Juan Gil y Consuelo Varela en Cartas de Particulares a Colón y relaciones coetáneas, págs. 266-269. (2) Martín Fernández de Navarrete, Colección de los viajes, tomo 1: «La historia del viaje que el Almirante don Cristóbal Colón hizo la tercera vez que vino a las Indias...», pág. 386; edi ción de Buenos Aires, 1945. Año 1993 RICARDO CEREZO MARTÍNEZ Europa del este asiático. La idea de que su nuevo hallazgo era una isla le llevó a imaginar que al Oeste debía existir un acceso al mar Indico y pensó entonces despachar a su hermano Bartolomé con unos navíos a reconocer la costa a poniente de Paria, pero no pudo hacerlo porque antes fue desposeído de la gobernación de las Indias y enviado por Bobadilla a España junto con sus her manos Bartolomé y Diego. Cuando el rey Fernando decidió suprimir el monopolio de los viajes de descubrimiento concedido a Colón y dar licencias a capitanes y navegantes castellanos de probrada experiencia, en el primer viaje, al mando de Ho jeda, Vespucio y Juan de la Cosa quedaron convencidos de que habían reco nocido costas asiáticas. Lo mismo pensaban los navegantes que les siguieron, Niño, Cristóbal Guerra, Pinzón, Lepe y Vélez de Mendoza, y lo reafirmó el propio Colón, en su cuarto y último viaje, al igual que en 1508 lo creyeron Solís y Pinzón cuando reconocieron la costa de tierra firme del oeste de Cuba, que prolongaba hacia el norte la bojeada por Colón. Es más, las instrucciones que el rey Católico dio a Juan Díaz de Solís, en 1515, le ordenaban navegar por el sur de la que se creía ser península del sudeste asiático, remontarla hasta alcanzar las espaldas de Castilla del Oro —Panamá— y explorar mil setecientas leguas de costa, hasta el Sinus Magnus de Ptolomeo, donde estaba el cabo de Cattigara, en la región de Ciguaré, a diez jornadas de la desembo cadura del Ganges, como escribió Colón a los reyes en la relación de su cuarto viaje. Se ha de tener muy en cuenta, pues, que las ideas geográficas de Juan de la Cosa, cuando elaboraba su carta de 1500, eran que estaba pintando islas y costas del este de Asia, en posición y figura muy distintas de las que se supo nía, pero del este asiático. La identificación de esas islas y costas como per tenecientes a otro continente era una idea que no se afirmó en las mentes de cosmógrafos y navegantes hasta muchos años después. El mismo Waldsee müller, que en su carta mapamundi de 1507 denominó América a la región brasileña descubierta por Vespucio en 1501, rectificó su opinión cuando Colón, en su cuarto viaje, comprobó la continuidad de la costa de tierra firme y en las cartas que aquél elaboró en 1513 y en 1516 —esta última denominada Carta Marina— no escribió ese nombre y tituló la parte norte de las Indias occidentales Terra de Cuba. Asie Partis. Y Vespucio, que acuñó el término de Nuevo Mundo en una de sus célebres cartas a Lorenzo di Pier Francesco de Medici, no volvió a utilizar ese apelativo en el resto de sus días. También conviene destacar que la composición de la carta —arrum bada— de Juan de la Cosa difiere de las composiciones de las cartas anteriores de Cristóbal Colón, una de las cuales anunció en el prólogo del Diario del pri mer viaje y manifestó a los reyes su propósito de hazer una carta nueva de navegar. La alusión a la carta nueva indica que disponía de otra anterior, la que construyó para gestar su proyecto de viaje y mostró a los monarcas y a quienes discutieron con él la factibilidad o no de su plan náutico de viaje, y le sirvió de guía en su navegación. En todo caso, la carta que Colón pensaba ela borar era una carta plana, no una carta arrumbada, de trazado imposible en 22 42 LA CARTA DE JUAN DE. LA COSA (II) el Atlántico al oeste de las Azores, toda vez que antes de 1492se desconocían aún las aguas oceánicas hasta las supuestas costas e islas de Asia y se carecía de información de rumbos y distancias para poder trazar una carta de este tipo. Por si esta afirmación puede ser susceptible de duda remitimos al lector a la carta de relación que, en enero de 1494, escribió el Almirante abs reyes (3) en La Española, en la que describe cómo es la carta de marear que les envía adjunta. Se trata de una carta plana con meridianos y paralelos separados un grado entre sí formando un reticulado de cuadrados de un grado de lado. Si éste era el tipo de carta que por primera vez enviaba a Fernando e Isabel mos trándoles los descubrimientos hechos hasta entonces, después de haber reali zado dos viajes de ida a las Indias y uno de regreso, en los que se acopió abun dante información geográfica, con mayor razón debía ser plana la carta que elaboró inspirado en fundamentos teóricos para realizar su primer viaje. Después de esta carta de marear Colón trazó otra relativa a su tercer viaje de 1498 cuando anunció a los reyes el descúbrimiento de la tierra firme, que él creyó que se trataba de una gran isla. Pero de esta carta sólo se sabe que sir vió de guía a Cristóbal Guerra y Alonso Niño, y a Hojeda y Juan de la Cosa para llevar a cabo sus respectivas exploraciones en la tierra firme. Se desco noce si era arrumbada o plana. La carta que trazó Juan de la Cosa después de su viaje de 1499rompió los moldes colombinos de las cartas planas, discrepó de la posición de la línea equinoccial, que Colón creía que pasaba sobre San Jorge de Mina 5° más al norte de la realidad—, utilizó distinto módulo de relación entre el grado y la milla, y en lo que respecta a la continuidad de la costa de tierra firme al oeste de Coquibacoa —donde Colón creía que existía un estrecho—, Juan de la Cosa y Vespucio estaban convencidos de que habían reconocido una gran parte de la continua costa oriental de Asia. Asignar, por tanto, a Juan de la Cosa algún tilde de servilismo cartográfico respecto de la cartografía de Colón no pasa de ser un supuesto que hasta ahora nadie ha intentado demostrar. Esto, por supuesto, al margen de que Juan de la Cosa aprendiera cosmografía y, quizá, algún tipo de cartografía durante los años que navegó con el Almirante, de quien,•por otra parte, no cabe olvidar que fue su maestro de hacer cartas y le trazó no pocas, como se puede comprobar leyendo muchos de los testimonios de marineros y testigos que prestaron declaración en las Probanzas de los Pleitos de Colón. El trazadode la costa descubierta por Caboto al norte de las Antillas Juan de la Cosa jalona con cinco banderas—que representan el estandarte real de Enrique VII de Inglaterra— la costa descubierta por Juan Caboto en 1497, orientada en sentido este-oeste. En el tramo oriental de esta costa, com (3) Transcrito por Antonio Ruméu de Armas, Manuscrito de Libro Copiador de Cristóbal Colón, págs. 451-452, «Testimonio>),Madrid, 1989. Año 1993 RICARDO CEREZO MARTÍNEZ prendido entre la primera y cuarta banderas, hay escritos veinte nombres, mientras que en el occidental, limitado por las dos últimas banderas, sólo figura la leyenda mar descubierto por ingleses. Los veintiún topórlimos que se leen de este a oeste en la copia calcada que en 1837 hizo el historiador La Sagra cuando se descubrió la carta, para informar al Gobierno español para su adquisición (4) y se encontraba menos deteriorada que en la actualidad son: Y. Berde, S. gnigor, Cavo de Ynglaterra, C. fastanarro, agron, Cavo de S. ihoan, S. nicholas, illa de la irenidat, C’°longo, fonte, argra —puede ser angra—, meniste, S. luzia, C° de lisarte, pisque, r. conilia, C° de S. luzia, lago fon, C° de s. Jorge, Cavo descobierto, Mar descubierto por ingleses. La escritura de esos topónimos denota que Juan de la Cosa tuvo acceso a alguna copia de la carta levantada en el viaje de Caboto: bien fuera la que el mercader inglés John Day envió a Cristóbal Colón en el otoño-invierno de 1497 (5) o la que el embajador, Pedro de Ayala, tenía en su poder según anun ció a los Reyes Católicos en un amplio informe cifrado sobre Inglaterra, su rey ylos ingleses, rendido e125 de julio de 1498 (6); ambas copias son desconoci das en nuestros días. Otra fuente informativa coetánea del viaje de Caboto es una carta que el mercader veneciano Lorenzo Pascualigo escribió el 23 de agosto de 1497 a un hermano comunicándole que Caboto decía haver trovato lige 700 lontam di qui terra, ch’e el paexe e del Gran Cam ed é andato per la costa lige 300 (...) á impiantado, su Ii terreniá trovato una gran croxe con una bandiera de Ingeltera e una di san Marcho (7); estas distancias, que corresponden a 2.800 y 1.200 millas romanas usadas por los pilotos italianos —como Caboto—, españoles y portugueses, dan una idea falsa de la posición de la tierra alcanzada por el navegante veneciano y de la extensión de la costa que reconoció. La noticia afirmó la creencia de que ésta era costa asiática conforme con la opinión gene ral imperante en Europa. La misiva de John Day a Colón proporciona datos discrepantes con los de Pasqualigo en cuanto a las distancias, pero aporta una interesante noticia que nos permite comprender por qué Juan de la Cosa dio en su carta una orienta ción en el sentido este- oeste a la costa visitada por Caboto, tan distinta de la que realmente tiene. dice Day: (...) por la dicha copia comprenderá Vuestra Señoría lo que quiere saber, que en la misma copia están nombrados los cabos de la tierra firme y las islas, y por allí mismo berá dónde fue la primera vista porque a la vuelta sefalló la mayor parte de la.tierraque descubrió; y así sabrá Vuestra Señoría que el cabo más cercano a Irlanda está MD CCC millas —450 leguas— al hoest de cabo Dursel que es en Irlanda y la parte más baxa de la isla de las Siete Cibdades está al hoest del río de Bordeos (...) y al tiempo qu’el par tió de Inglaterra era afin de mayo y estaría en el camino XXXV días antes que (4) En el Museo Naval de Madrid existe una reproducción de esta copia. (5) Archivo General de Simancas, Patronato Real, 52-166, 1 y II descifrada. (6) Archivo General de Simancas, Estado, Autógrafos 103, reproducida por Juan Gil y Consuelo Varela en Cartas de Particulares a Colón y relaciones coetáneas, págs. 267-269. (7) Raccolta di Documenti e Studi. Parte III, vol. II, pág. 109. 24 42 LA CARTA DE JUAN DE LA COSA (II) 1 z o cf) cf) o -o -o L) Año 1993 25 RICARDO CEREZO MARTÍNEZ fallase tierra y el viento hera est y nordeste y las mares eran bonanças, asi a la ida como a la vuelta, salvo un día que le hizo tormenta, que sería dos o tres días antes de fallar la tierra; y yendo tan abante le falesçio en el aguja de marear el punto del norte, que se le desconçertó dos puntos por baxo. Y andaría en descu briendo la costa un mes poco más o menos y el cabo susodicho de la tierrafir me, que es más çercano a Islanda, estando en la venida y llegarfasta la costa d’Europa XV días (8). El trazado de la costa en dirección este-oeste se debe al error de dos cuar tas —22°,5-—en la aguja magnética, imputado a la tormenta acaecida antes de avistar tierra, aunque en realidad el desvío de la aguja debió ser producido por el acusado efecto de la declinación magnética en aquella región donde la proximidad del polo magnético terrestre origina notables gradientes en el campo de líneas de fuerza geomagnéticas. Si para compensar este efecto dis torsionador se gira el dibujo de la costa hacia la izquierda en la cuantía de dos cuartas y media la orientación que adquiere es, con mucha aproximación, la del este-nordeste, que realmente tiene esa costa desde cabo Race hasta cabo Cod, pasando por cabo Sable. Day se equivocó en la fecha de partida de Caboto, que fue el 2 de mayo, y en el número de días de navegación durante el viaje de ida, 54 en vez de 35 (9). La distancia de 450 leguas difiere de la que se deduce de la carta de Pas cualigo (700 400 = 300) y se aproxima a las 390 leguas medidas en la carta de Juan de la Cosa a partir de Irlanda. La diferencia de 60 leguas por menos respecto a las cifras dadas por Day pueden justificarse con la deformación sufrida por la carta en el curso del tiempo o incluso al montaje que se hizo de ella cuando se restauró después de su recuperación. En todo caso la diferencia de 60 leguas no atenúa el error de situar la costa descubierta por Caboto a una distancia un 35 por 100 más próxima a la isla de Irlanda que la real. Existe una gran discrepancia entre la distancia de 300 leguas de costa bojeada por Caboto, según Pascualigo, y las 550 que Juan de la Cosa da al tramo de litoral delimitado por las banderas extremas pintadas en la carta, todas con el pendón del rey de Inglaterra y ninguna con el león de San Mar cos, razón que mueve a inferir que Cosa no conoció la carta de Pascualigo. Y tampoco parece que nuestro cartógrafo tuviera acceso a la información facili tada por Day a Colón ya que, como piloto y técnico en el arte de la cartogra fía, no habría trazado la costa en sentido este-oeste sin corregir su orienta ción, sabiendo que la aguja estaba dosorientada en dos cuartas y media hacia abajo. Es presumible, pues, que Juan de la Cosa se guiara por la información que recibieron los reyes según se desprende del informe remitido a éstos por el embajador Ayala, del que incluimos el párrafo siguiente: Los de Bristol ha siete años que cada año an armado dos, tres, quatro carabelas para ir a buscar — n.° (8) Reproducida por Juan Gil y Consuelo Vareta, op. cii. (9) Arthur Davies, The «English» Coasts on de Map of Juan de la Cosa, «Imago Mundi’>, XIII, pág. 26. 26 42 LA CARTA DE JUAN DE LA COSA (II) la isla del Brasil i las Siete Ciudades con la fantasia deste genoves (10). El rey determino de enbiar porque el año pasado le truxo certinidad havian hallado tierra, del armada que hizo, que fueron cinco naos, fueron avitualladas por un año. Ha venido nueva, la una en que iva un otro fray Buil aportó a Irlanda con gran tormenta, roto el flavio. El genoves tiró su camino. Yo vista la derrota que llevan y la cantidad de camino, hallo que es lo que han hallado o buscan, lo que vuestras altezas poseen, porque es al cabo que a vuestras altezas cupo por la conveniencia con Portugal. Sperase seran venido para el septiembre. Hagolo saber a vuestras altezas. El rey me hafablado algunas vecessobrello;spera ayer muy gran interesse. Creo que no hay quatrocientas leguas. Lo (sic) le dixe creya era las halladaspor vuestras altezas i aun le dia la una razon, no lo querria. Por que creo vuestras altezas ia tendran aviso de todo esto y asimismo la carta o mapamundi que este ha fecho, io no le embio ahora, que aqui le ay, ya mi ver bien falso por dar a entender que son de las islas dichas. Ayala se refiere aquí a varios viajes realizados por los ingleses antes de la fecha de su informe y a un viaje en curso cuyo regreso se esperaba para el mes de septiembre, el segundo realizado por Juan Caboto. De los viajes anteriores hace especial mención al de 1497, a las 400 leguas, que cree ser falsas, y a la carta trazada durante la navegación, que de momento no envía porque supone que los reyes saben que Caboto ha hecho ese viaje y, quizá, espera del regreso de la segunda expedición, que el veneciano está realizando en aquella fecha,para ampliar su información. La carta de Juan de la Cosa es, por tanto, una fuente de información del viaje de Caboto que complementa las noticias dadas por Day y Pasqualigo. De su estudio comparativo con otros documentos pueden deducirse impor tantes consecuencias que confirman la adecuación de la geografía de la región explorada, representada en la carta con el conocimiento que se tenía de ella en el año 1500, a pesar de las notables deformidades que presenta (11). Pese a la generalidad informativa de los documentos anteriores, a la vista de la extensión y perfil de la costa trazados en la carta de Juan de la Cosa y en base a que en la carta mapamundi que Sebastián Caboto fechada en 1544 se deduce que la isla de Cabo Bretón fue la primera tierra avistada en el viaje de su padre —el Cavo descobierto de la carta de Juan de la Cosa——y se identifica con el actual cabo Sable. Fue desde este lugar donde la exploración debió din girse hacia el oeste al Mar descubierto por ingleses, hasta el cabo señalado por la última bandera en cabo Cod, situado aproximadamente a 300 leguas de la Y. Berde, donde Caboto invirtió el rumbo. La bandera pintada al este de la anterior puede indicar el extremo occidental de Nueva Escocia, cuya recor tada costa avistada desde lejos pudo parecer como una serie de pequeñas islas, tal y como figuran en la carta. La bandera siguiente, donde se escribe C. deS. luzia, indicaría la punta más oriental de la isla de cabo Bretón; la (10) El embájador Pedro de Ayala creía que el veneciano Juan Caboto era de Génova. (11) John T. Juricek, en John Cabot’sfirst vovage, estudia con acierto el viaje de Caboto y algunos aspectos de la toponimia, aunque discrepamos con él en la derrota de regreso que le atribuye al navegante veneciano. Año 1993 RICARDO CEREZO MARTÍNEZ situada más a levante en la illa de la trenidat y el Cavo de S. ihoan delimitaría la pequeña península de Burin; y la última bandera, la más próxima a Inglate rra, Cavo de Ynglaterra, señalaría el que limita la bahía de Plasentia por el este. Entre este último cabo y el topónimo S. grigor, junto al actual cabo Race, estaría la bahía de St.a Mary y la Y. Verde sería la parte oriental de la península de Avalón (12). Juan de la Cosa no tuvo noticia del viaje que en 1498 realizó Juan Caboto con su hijo Sebastián, futuro piloto mayor de la Casa de la Contratación de Sevilla. Ambos bojearon las costas del noroeste atlántico desde la gran isla de Groenlandia hasta Nueva Inglaterra, de las que no hay rastro en la carta, dado que desde la pequeña Y. Verde hacia el norte el trazado de la costa es convencional y no hay nombre escrito que indique cualquier identificación geográfica, salvo el conocido de Islandia, pintada al noroeste de Irlanda. Ante el supuesto infundado de algún historiadorque imaginó encontrar en la carta indicios geográficos del segundo viaje de Caboto, hacemos.notar que las cartas de Cantino, Caverio, King Hamy, Oliveriana de Pesaro y Kunstman II, posteriores a la de Juan de la Cosa entre dos y seis años, tampoco presentan rasgos que puedan interpretarse como procedentes de información recibida de los dos viajes de Juan Caboto. El trazado de la costa se prolonga al oeste de la última banderola, for mando un golfo y una península frente a una isla innominada pintada de rojo. Este engañoso accidente geográfico ha sido identificado por algún historiador con la península de Florida, descubierta doce años después por Ponce de León, creyendo que era una isla. El perfil de este tramo de costa hasta la viñeta de San Cristóbal, nada parecido al real, desvirtua el supuesto de que fuera conocido todo o en párte, como han supuesto algunos críticos de la car ta, responde al propósito del autor de conjugar la idea que se tenía entonces del litoral levantino de Asia con el espacio marítimo que tenía que dejar libre en el dibujo para ubicar las islas descubiertas por Colón en su primer y segundo viajes. La pretendida península de la Florida no es más que una adaptación pictórica del promontorio peninsular de Cathay que en los mapas antiguos aparece frente a la isla de Cipango. Lo mismo puede decirse de las islas convencionales pintadas frente a este tramo de costa, al norte de Cuba, con el fin de dar idea de que en aquella región asiática existían numerosos archipiélagos, de los que no se tenía aún información fidedigna. La representación cartográficade las Antillas El mayor interés testimonial de la carta de Juan de la Cosa reside en la pri macía dela representación geográfica de las grandes y pequeñas islas del (12) Ala vista de la discrepancia entre la distancia de la costa trazada por Juan de la Cosa en su carta y las que dan las noticias de la época para establecer la correspondencia entre los topónimos de la carta y los actuales accidentes geográficos hemos recurrido a la similitud —rela tiva— de los perfiles de la carta entre cabo Cod y cabo Race, cuya distancia entre ambos es de unas 300leguas conforme a la noticia de Pasqualigo. 28 42 LA CARTA DE JUAN DE LA COSA (II) Caribe y de la tierra descubierta al sur de las mismas a partir del tercer viaje de Colón. La información que sirvió a Juan de la Cosa para delinear los archi piélagos antillanos era la adquirida en la época en que estuvo al servicio de Colón en su primer y segundo viajes. Conforme con el acabado de los perfiles de las costas de Cuba, La Española y Jamaica —no así la de Puerto Rico que aparece apenas esbozada—y visto el colorido que presentan, en todo igual al de Europa, Africa y la parte de Asia representada en la carta, puede decirse que a estas tres islas antillanas las consideraba Juan de la Cosa incorporadas al conocimiento general de la geografía del mundo. La latitud que ocupan es la que se supuso en el primer viaje del Almirante; es decir, la de las islas Cana rias, comprobada—erróneamente—durante la segunda estancia de Colón en La Española, cuando se calculó que estaba en los 27° al norte (13) del trópico de Cáncer. Aparte de esta latitud de 27°, de las discordantes latitudes citadas en el Diario del primer viaje, 42° los días 30 de octubre y 21 de noviembre, cuando las carabelas bojeaban la costa norte de Çuba, de la de 34°, calculada con el cuadrante en la costa de La Española el 13 de diciembre, y de la de 26° que Colón comunicó por carta al escribano de ración Luis de Sántángel y al teso rero de Aragón, Rafael Sánchez, dándoles razón y novedad de sus descubri mientos (14), el Almirante hizo nuevas referencias a las latitudes de la isla Española: 25° para la ciudad de Isabela y 18° para la costa meridional de la isla, sorprendentemente exacta, hallada en Saona cuando en el viaje de regreso del bojeo de la costa de Cuba reconoció la costa meridional de La Española antes de regresar a Isabela. Como partícipe en esta expedición, Juan de la Cosa no pudo ignorar estas latitudes y si en su carta situó la costa norte de Cuba en los 36° de latitud es porque no las consideró fiables o hubo condicionantes en el trazado que le obligaron a no tenerlas en cuenta. En todo caso este notable exceso en la lati tud, respecto de la real de las Antillas, no es exclusivo de la carta de Juan de la Cosa. En las cartas posteriores de Cantino, Nicoló Caverio, Contarini, Waldseemüller, Johanes Ruysch y en otras varias de principios del siglo XVI, estas islas están, asimismo, desplazadas al norte casi el mismo número de grados. Para Pedro Martir de Anglería (15) la forma de la isla La Española era semejante a una hoja de castañó. Pero más peculiar es la figura de Cuba como consecuencia de la diversa e incierta información que de su región occidental tenía Juan de la Cosa. Gracias a la singularidad del perfil que éste dio a la isla, su carta es autenticada con su exacta reproducción en la carta Oliveriana de Pesaro, elaborada algunos años después. El dibujo en forma de bucle que pre Antonio de Herrera, Década primera, libro III, cap. 1, pág. 29. Transcrita por Martín Fernández de Navarrete, Colección de los viajes, tomo 1, pag. 319. La carta dirigida a Luis de Santángel es de contenido similar a la que remitió Sán chez; esta la transcribe Consuelo Varela en Cristóbal Colón, textos y documentos completos, págs. 139-146. (15) Década tercera, libro VII, cap. II, pág. 262. (13) - (14) Año 1993 RICARDO CEREZO MARTÍNEZ senta el litoral de la isla en su tramo sudoccidental se explica por las muchas caídas de rumbo alSur Suduest y Suduest y Oest (16) de las carabelas capita neadas por Colón en las últimas singladuras del reconocimiento de la costa sur cubana en 1494, antes de que el Almirante decidiera abandonarlo. Los cam bios de rumbo se apreciaron muy acusados a causa de las falsas indicaciones de la aguja de marear, sometida al influjo de una declinación magnética de sentido noroeste, del orden de 10 a 15°. Las constantes caídas de rumbo a babor, en lugar de haber sido en sentido contrario, como correspondería si aquella costa fuera el término de una isla, indujeron a Colón a creer que se encontraba en el lugar de unión de la península cubana con la tierra firme de Asia; la misma península que figuraba en las cartas de la época. Juan de la Cosa pintó a Cuba en forma de isla sin conocer su perfil comple to. Esto significa un notable progreso en la información geográfica de esta región, máxime si se tiene en cuenta que Colón y quienes compartían sus ideas permanecían en la creencia de que formaba parte del continente asiáti co. Por el contrario, el trazado de la porción nordoriental de Cuba, que Juan de la Cosa bojeó con Colón en el primer viaje y, en el año 1500, en el de regreso a España con Hojeda —hasta donde indica la banderola—, se apro xima mucho a la realidad. El grado y medida del conocimiento objetivo del litoral de la isla lo dan los nombres que lo ilustran, numerosos en la parte meridional y del nordeste, ninguno en la del oeste y noroeste. La singularidad de dibujar Cuba como una isla, en 1500, fue motivo para que algunos eruditos trataran de descalificar cronológicamente la carta ale gando que la circunnavegó por vez primera Sebastián de Ocampo en 1509,sin reparar que en 1502la carta de Cantino también presentaba a Cuba como una isla y que la Oliveriana de Pesaro de c.1504-1505 la reproducía exactamente como la pintó Juan de la Cosa. Ignoraron que la misión de Ocampo era la de realizar un reconocimiento previo para la conquista de la isla. Y no tenían idea de que Juan de la Cosa hizo viajes interinsulares de descubrimiento y res cate mientras estuvo a las órdenes de Colón en su segundo viaje hasta su regreso a España, y con su experiencia personal y las noticias adquiridas por medio de los nativos adquirió amplios conocimientos de la geografía del archipiélago indiano; entre éstos el de que Cuba era una isla aun sin haberla bojeado, razón que le llevó a representar mediante un trazo convencional la porción de costa que aún no se había reconocido, como se comprueba obser vando el perfil occidental de la isla. Quizá la idea de la insularidad de Cuba, sustentada por Juan de la Cosa, datara del año 1494, cuando en el reconocimiento de la costa meridional, diri gido por Colón, creyó en la veracidad de la figura de los yndios que laponian por ysla, mientras el albedrio del Almirante se afirmaba en que estava en la provinçia de Mago, que comiença con la nobilisimaprovinçia del Catayo (17), (16) Testimonio de Juan de la Cosa en el acta de Pérez de Luna, Martín Fernández de Navarrete, Colección de los viajes, tomo II, pág. 174. (17) Manuscrito del Libro Copiador de Cristóbal Colón, tomo II, pág. 492. Trañscrito por Antonio Ruméu de Armas. 30 42 LA CARTA DE JUAN DE LA COSA (II) aunque ¡o más probable es que se percatara de ello durante el tiempo que estuvo en La Española hasta que volvió a España en 1496, antes de la funda ción de Santo Domingo —el 5 de agosto de ese año—, ya que entre los topó nimos de la isla La Española no figura el nombrede esta ciudad. La ausencia del nombre de Santo Domingo en la carta es un inestimable detalle del que nadie parece haberse apercibido y que nos lleva a concluir que no en 1500, sino cuatro años antes de que elaborara la carta, Juan de la Cosa disponía ya de la información respecto a Cuba que le inspiró a trazarla en forma de isla. Hasta esa fecha se llevaron a cabo varios viajes interinsulares (18) que tuvieron por consecuencia el enriquecimiento de la toponimia de La Española e islas adyacentes que Juan de la Cosa traza y designa con sus nom bres indígenas. Frente al litoral norte de La Española figuran samana, haiti —actual Acklins—, baaruco —Gran Inagua—, maiuana —Mayaguana— y jucayo, caicemon, que pueden identificarse con los grupos de las Caicos y Gran Tur co. Al este de las anteriores están guanahaní, samoeto, yumay y habacoa, o sea, San Salvador —Watling—, Fernandina —Long Island— e Isabela —Crooked— y Andros, respectivamente. Al sur de La Española aparecen saona, monge, anigua, arecifes, en el de mediodía. Al este, la isla borinquen —Puerto Rico— figura aún sin topónimos que identifiquen su accidentes costeros. Seguidamente se dibuja en la carta el rosario de las pequeñas Anti llas conforme con la información obtenida cuando fueron descubiertas en el segundo viaje de Colón. La orientación del eje medio de las islas principales, respecto de la línea ecuatorial, presenta un giro de unos 110 hacia la derecha en relación con la inclinación que realmente debe tener ese eje. Este desvío que se explica por los efectos de la declinación magnética existente en torno a 1492-1496en esta región sobre la aguja de marear, los que, como se sabe, inciden en el trazado de todas las cartas arrumbadas. Este exceso de inclinación, sumado a la erró nea posición en latitud de Cuba, influye en el hecho de que esta isla aparezca representada muy al norte de la línea tropical, siendo así que en realidad toda ella debe quedar al sur. Las diferencias de la geografía real con la representada por Juan de la Cosa en su carta para las Antillas y la costa de tierra situada al sur de ese archi piélago se aprecian de forma general, superponiéndola sobre una carta mer catoriana —reducidas ambas a una misma escala—, de modo que coincidan los ejes geográficos de alineación de las islas de Cuba, La Española, Puerto Rico y Guadalupe de ambas cartas y comparando los perfiles de la geografía trazada en cada una de ellas. De este modo se visualizan las similitudes en la figura de unas porciones de costa, las grandes diferencias que hay en otras, los errores en las distancias y las discrepancias entre las latitudes de los lugares representados y las reales. El giro de 11° a la izquierda que se ha de efectuar en una de las cartas superpuestas respecto de la otra parw compensar los efec ibídem, tomo 1, pág. 157,y tomo II, págs. 537 y 538. (18) Año 1993 RICARDO CEREZO MARTÍNEZ tos de la declinación magnética reduce sensiblemente los errores en latitud si ésta se mide respecto de la línea equinoccial de la carta mercatoriana. No es ocasión de detenerños en el estudio detallado de la toponimia anti llana escrita en la carta de Juan de la Cosa, pero haremos notar que el autor pintó cuatro banderas en otras tantas islas del archipiélago, cuyo significado es distinto; la del norte de Cuba indica el lugar alcanzado en el bojeo de la costa en el viaje de Hojeda; la del extremo oriental de La Española simboliza el último punto de la costa bojeada en el primer viaje de Colón antes de regre sar a España, y las pintadas en las islas de yumay y haiti indican los lugares visitados por Juan de la Cosa en los viajes interinsulares que hizo por orden de Colón, si bien debió realizar alguno más, dado que en la carta hay nombres de islas no citadas en el Diario del primer viaje: habacoa, baanuca, haiti, maiauana, jucaya, caicemon, todas denominadas con los nombres dados por los indígenas en contra de la costumbre de Colón de bautizar con nombres castellanos sus descubrimientos. Es de notar también el nutrido número de topónimos escritos en las costas septentrionales de Cuba, Jamaica y La Española en relación con las meridio nales, en coincidencia con los bojeos realizados en los dos primeros viajes del Almirante. La falta de topónimos en toda la costa noroeste de Cuba confirma que en 1500 aún no se había reconocido. E insistimos en destacar que la ausencia del nombre de Santo Domingo es un indicativo de que la informa ción utilizada por Juan de la Cosa para dibujar y denominarlas islas y acciden tes geográficos del archipiélago ño remonta la fecha de fundación de esa ciu dad, cuando la capital de La Española era Isabela, cuyo nombre figura escrito en la carta. Por último, el detalle de trazar en la costa septentrional de Borinquen unos nimios accidentes geográficos, en contraste con el perfil insignificativo de la meridional, da a entender que la derrota seguida por Colón en su segundo viaje, cuando descubrió las Antillas de barlovento, pasó por el norte de la isla, no por el surcomo generalmente se suele creer. La cartografía de las costas de Tierra Firme y Brasil La grandiosidad de la tierra infinita que descubrió Colón (19) en su tercer viaje queda confirmada en la carta de Juan de la Cosa con el perfil del larguí simo tramo de costa trazado entre la viñeta de San Cristóbal, que insinúa el lugar del acceso marítimo a la India vaticinado por Colón, y el término más meridional donde la costa se incurva hacia el oeste en forma de promontorio peninsular. La representación de la costa comprendida entre el m. St! Eufe mia y la desembocadura del Orinoco se asemeja a la real en la orientación general este-oeste, pero difiere en el perfil y las proporciones de la península de Coquibaco —Guajira— y en el de todo el tramo de costa hasta el golfo de Paria e isla Trinidad, no nombrada en la carta. (19) Carta, relación del tercer viaje de descubrimiento, transcrita por Antonio Ruméu de Armas en el Manuscrito del Libro Copiador de Cristóbal Colón, tomo LI,pág. 562. 32 42 LA CARTA DE JUAN DE LA COSA (II) :1 > z o 1 bI -o o ‘o E 1 o -o 1- o Lo -o o o o o -o N (o uo -o o / •0 L) -o o u Año 1993 33 RICARDO CEREZO MARTÍNEZ A partir del entorno del golfo de Paria-Trinidad el trazado del litoral, apa rece francamente desorientado con una acusada caída hacia el sur que se corrige, grosso modo, a partir de la desembocadura del Amazonas —región donde las naves de Pinzón se detuvieron algunas semanas— hasta el p. fer moso escrito en la carta, actual río Acarú. Además, hay una gran despropor ción en las distancias, mayores las de la carta que las reales. Desde el p. fer moso hasta el máximo cabo saliente —cabo San Roque— la divergencia entre las orientaciones costeras de la carta y las reales vuelve a ser grande hasta con vertirse en el trazado hipotético del término de una península, la del sudeste asiático, cuyo extremo meridional en el mar de Poniente (20) —como aparece escrito en la carta— se adivina, pero no acaba de perfilarse porque el autor de la carta no lo ha visto ni tiene información fidedigna. Las dos islas atlánticas pintadas frente al saliente oriental de la costa de Brasil —una en color verde, la otra sóló con el perfil esbozado con los fondea deros del Monte Pascoal y Puerto Seguro— representan la tierra de Santa Cruz, hallada por Alvarez Cabral —a finales de abril de 1500—, reconocida en un principio como isla. El extraño tratamiento pictórico que dio Juan de la Cosa a estas islas lo justifica la falta de datos claros que llegaron a su poder del descubrimiento de Cabral, limitándose a insinuarlo al sur de las tierras reco nocidas por Pinzón y Lepe. El perfil de la costa comprendida al sur Pan a-Trinidad así como la toponi mia utilizada en ella los trazó Juan de la Cosa en base a la información aco piada por él mismo durante el viaje de 1499-1500y de las noticias que le debie ron facilitar Lepe y Pinzón cuando regresaron a Sevilla. La gran dificultad estriba en discernir con los escasos datos detallados que hoy se conocen de los tres viajes en cuestión, en los que los pilotos trazaron cartas de marear de aquella costa, cuáles son los topónimos que se les puede atribuir a cada uno de ellos. Unos párrafos de la carta de Vespucio a Medici, su antiguo patrón, el simbolismo que expresa la posición de las cuatro banderolas que jalonan las costas de las actuales Guayanas y Brasil, así como los lugares que ocupan las dos carabelas pintadas frente al último tramo de costa y los nombres y leyen das escritos en diversos lugares, ayudan a dilucidar en parte esta cuestión, tanto como la de las distancias navegadas frente a las costas brasileñas. El lugar de recalada, después de los veinticuatro días de navegación inver tidos desde que las dos carabelas de Hojeda abandonaron las islas Canarias, lo señala la banderola situada al norte de la costa a la que nos referimos y, como puede verse, «no apoya el asta sobre la costa», como sucede en la que le sigue más al sur. En torno a ese paraje figuran los topónimos tierra llana, arrecifes, playa anegada y en letras de mayor tamaño, mar dulce, cuyo signifi cado coincide con lo que Vespucio escribe en su carta: era tierra baja, que no permitió entrar tierra adentro, en vista de lo cual llenamos los barriles (...), • (20) Debido al deterioro en la pintura de la carta junto a esta leyenda, algunos autores han interpretado que Juan de la Cosa escribió Oriente. 34 42 LA CARTA DE JUAN DE LA COSA (II) levamos anclas y nos hicimos a la vela poniendo proa hacia el mediodía (21); el agua dulce recogida en los barriles era del río Esequibo. Siguiendo la navegación rumbo al mediodía, Hojeda y sus hombres vieron dos grandes ríos, uno que corría de poniente a levante y el otro de mediodía hacia el septentrión —que identificamos con el Amazonas y el Pará—, en cuyos aledaños costeros la tierra resultaba ser aún más baja, y yo creo que estos dos ríos eran la causa de ser dulce el mar (22). Este comentario de Vespucio, enjuiciado en el contexto geográfico de la desembocadura de los dos grandes ríos y los efectos de sus corrientes con las mareas y la corriente marina del sudeste que incide en esta costa, queda descrito con la toponimia usada por Juan de la Cosa: costa anegada, el macareo, tierra llana, más alta la mar que la tierra, costa plaida. Dice Vespucio que en este lugar fondearon las carabelas y durante dos días navegaron unas dieciocho leguas con los botes a remo y encontraron que seguía siendo tierra baja. Juan de la Cosa lo señala en la carta con una bande rola, «con el asta apoyada en la costa», en 2° de latitud Sur, indicando con ello el límite alcanzado en el litoral, coincidente con la ribera meridional de la desembocadura del Pará. Por temor a que las carabelas corrieran peligro en caso de mal tiempo, los que embarcaron en los botes regresaron a bordo a tiempo para levar anclas de inmediato y arrumbar al sur cuando saltó el viento de travesía, es decir, perpendicular a la costa. Miéntras las carabelas permanecieron fondeadas en una de las bocas del Amazonas, Juan dela Cosa tuvo ocasión de determinar, con un muy pequeño margen de error, la posición geográfica de la línea ecuatorial. Vespucio nos ilustra sobre esta importante aportación cartográfica que él y Juan de la Cosa debían tener in mente. A veces se veían las cuatro sombras del Sol, por cuanto el Sol se hallaba en el cenit al mediodía, digo que cuando el Sol se hallaba en el meridiano no teníamos sombra ninguna (...), que una vez veía la sombra al mediodía y otra al septentrión, y otra al occidente y otra al oriente, y alguna vez, una hora o dos al día, no teníamos sombra ninguna (23). No le debió ser muy difícil a Cosa calcular la latitud del lugar a poca idea que tuvieran del valor de la declinación del Sol. La determinación de la posición geográfica de la línea equinoccial en las Indias fue un verdadero logro en el progreso de la cartografía, ya que desde entonces se pudo avanzar en la elaboración de cartas de marear con una coor denada exactamente situada en la Tierra para medir las latitudes. En el posi cionamiento de la línea ecuatorial fue igualmente fundamental el conoci miento de la latitud de un lugar de la costa africana como San Jorge de Mina, calculada con exactitud entre 1585 y 1492. En la carta figura una tercera banderola con el asta sobre el mar, «no apo yada en la costa», que indica el lugar en el que teniendo continuamente la proa (21) Cartade 18 de julio, Vespucio a Medici, transcrita por Levillier en El Nuevo Mundo, págs. 97 y 99. (22) Ibídem, pág. 99. (23) Ibídem, pág. 101. Año 1993 RICARDO CEREZO MARTÍNEZ hacia el mediodía, y navegando en este rumbo y estando lejos en la mar al pie de las cuarenta leguas (...) una corriente marina, que corría del siroco —sudeste— al maestral —noroeste—, que era tan grande y corría con tanta fuerza (24) que obligó a los navegantes a invertir el rumbo y dirigirse hacia el norte en demanda de la costa de Paria. En este lugar figuran las dos carabelas pintadas por Juan de la Cosa para rememorar los momentos que, según Ves pucio, el mar les causó gran pavor. En la navegación desde Paria rumbo a poniente, a lo largo de la costa de Guayana, Venezuela y Colombia, el extracto de la declaración de Alonso de Hojeda (25) explícita buena parté de la toponimia escrita en la carta de Juan de la Cosa, aunque en él hay nombres que no constan en ella como los Frayles y los Gigantes (26), ni Coquibacoa. Sí figuran el golfo de Venecia, escrito veneçuela, y otros topónimos que indudablemente fueron dados por Hoj eda y sus hombres, puesto que antes nadie había visitado ese largo tramo de costa, salvo Guerra y Niño, pero éstos se limitaron a llegar al golfo de las Perlas y acopiar una buena cantidad de ellas y regresar a España. Andrés de Morales atestiguó que Hojeda y Juan de la Cosa bautizaron el cabo de la vela (27). Antes del cabo de la Vela están los nombres de aguada y lago hoy Bahía Hon da, y después de aquél los de soto de nerbos y monte de Santa Eufemia, hoy Sierra Nevada. De los diecinueve nombres escritos entre la isla Trinidad y el cabo de la Vela son de origen colombino los de Boca del Drago, isla Margarita, golfo de las Perlas y tres br, seguramente las tres isletas juntas que el Almirante llamó los Testigos, el Romero y las guardias. Los demás topónimos fueron asignados en este viaje de Hojeda, Juan de la Cosa y Vespucio. La exploración de la costa al sur de la última de las banderolas que Juan de la Cosa pintó debajo de la línea equinoccial la realizaron Vicente Yáñez Pinzón y Diego de Lepe, que emprendieron sus expediciones después que Hojeda. Juan de la Cosa recibió información de los viajes de ambos capitanes cuando regresaron a Sevilla en 1500—segunda quincena de agosto y finales de septiembre, respectivamente—, y eligió los nombres geográficos que estimó oportunos. Como Lepe volvió a Sevilla antes que Pinzón, es de supo ner que utilizara mayor número de topónimos de aquel puesto que recibió antes sus noticias y no podía prever cuándo regresaría Pinzón para hacer uso de su información. Sin embargo, como ambos bojearan gran parte de la misma porción de costa brasileña, es difícil discriminar la procedencia de los nombres que Juan de la Cosa escribió en su carta. La cuestión se complica más si se tiene en cuenta que Lepe reconoció la costa situada al sur del cabo que figura en la carta como descubierto por Pin zón y en ella no hay ningún topónimo que, en todo caso, sería atribuible a (24) Ibídem, pág. 101. (25) CoDoIn Ultramar, tomo 7, «Pleitos de Colón 1», pág. 205. Ed. Guadarrama. (26) Testimonio de Diego de Morales, CoDoIn Ultramar, «Pleitos de Colón 1», tomo 7, pág. 226. (27) Ibídem, pág. 202. 36 42 LA CARTA DE JUAN DE LA COSA (II) aquél. También entorpece el origen de los nombres en la costa al norte del Amazonas, debido al hecho de que fuera reconocida primero por el mismo Juan de la Cosa, luego por Lepe y seguidamente por Pinzón. Pero se puede dilucidar ese origen teniendo en cuenta las vicisitudes de los respectivos viajes. El último topónimo legible en la carta, p. fermoso, y el escrito a su dere cha, ilegible debido a una rotura de la carta, que comienza con una r, a la que, sin duda, seguiría la palabra fermoso, indica el lugar en el que quiso Pinzón dar fe a su alteza y señal de posysyon fisieron ciertas crucesy pusieron nombre alli donde tomaron este dia Rostro hermoso el dia que la dicha tierra se descu brió (28). Pero como más abajo, donde se inflexiona la costa hacia el sur, figura la leyenda este cavo se descubrio en ano de mil CCCCXCIX por Casti ¡la, syendo descobridor vicentians, y Pinzón lo bautizó con el nombre de Santa María de la Consolación —nombre omitido por Juan de la Cosa en su carta—, resulta que este cabo y el de Rostro hermoso son distintos. Con seguridad, pues, puede decirse que rostro fermoso —roto en la carta—, p. fermoso, C° de S. M (del Mar Dulce) (29) e isla de Mayo (30)—al norte de Trinidad— son nombres que pueden atribuirse a Pinzón. A Lepe, pese a ser, lógicamente, el primero que facilitó información a Juan de la Cosa, sólo le podemos atribuir con seguridad el nombre de r° de baziabariles, conforme al testimonio del físico de Palos, GarcíaHernández, que refiriéndose al viaje de Lepe dice que allí se vaciaron las vasijas para lle narlas del agua que manaba de un gran río (31). Aparte de los topónirnos que hemos atribuido a cada una de las tres expediciones que bojearon la costa tra zada por Juan de la Cosa en su carta, la procedencia de los demás quedan por ahora en el anonimato. Llama la atención que Juan de la Cosa date el descubrimiento del cabo de Santa María de la Consolación en el año 1499, siendo así que la fecha de reca lada en ese lugar, comúnmente aceptada por historiadores como Pedro Mar tir de Anglería, Bartolomé de Las Casas y Francisco López de Gómara, está comprendida entre el 20 y el 26 de enero de 1500, el error de Juan de la Cosa puede atribuirse a que escribió el año de partida de Vicente Yáñez Pinzón o, como supone Juan Manzano (32), al hecho de que recibió primera informa ción sobre el viaje de Pinzón a través de los hombres de Lepe (33) que llega ron antes a Sevilla y alguien debió facilitar ese dato creyendo que Pinzón, en (28) Probanza diligenciada en Palos a petición del Fiscal el 1 de octubre de 1515, CoDoin Ultramar, tomo 8, «Pleitos de Colón II», pág. 188. (29) Capitulación otorgada a Pinzón sobre los territorios descubiertos por él, en Granada, 5 de septiembre de 1501 (transcrita por Juan Manzano. Los Pinzones y el descubrimiento de América, tomo III, pág. 61). (30) Testimonio de Pero Ramírez en las Probanzas del Fiscal, tramitadas el 19de septiem bre de 1515 en Lepe. CoGoin Ultramar, tomo 8, «Pleitos de Colón II», pág. 151. (31) Archivode Indias, Patronato 12, n.° 2, ramo 23, transcrito por Juan Manzano, Los Pinzones y el descubrimiento de América, tomo 1, pág. 339. (32) Los Pinzones y el descubrimiento de Américá. (33) Ibídem, págs. 339-340. Año 1993 RICARDO CEREZO MARTÍNEZ efecto, alcanzó la costa brasileña en el año anterior. Esta hipótesis es plausi ble, ya que las naves de estos dos capitanes se encontraron en Paria y sus hom bres tuvieron ocasión de relatarse mutuamente las vicisitudes de sus viajes, y bien Lepe o uno de sus pilotos pudo recibir información del viaje de Pinzón y comunicársela a Juan de la Cosa cuando llegó a Sevilla. Pero la duda sobre esta hipótesis surge cuando a la vista de la carta sólo se puede identificar un solo topónimo de origen lepeño. El Viejo Mundo Al estudiar en el epígrafe siguiente los aspectos cartológicos de la obra de Juan de la Cosa se verá que la extensión en longitud que éste dio al Viejo Mundo dista mucho de ser la que le atribuyó Ptolomeo. Una de las pruebas de esta afirmación son las proporciones del mar Mediterráneo, correctas y conformes con las que presentaba la depurada cartografía portulana de ese mar a finales del siglo xv. La carta de Juan de la Cosa es el resultado ecléctico de los conocimientos objetivos de la geografía de Europa, Africa y parte del Asia sudoccidental, complementados en el sur de este continente, con un per fil costero muy primario, que acaba antes del Sinus Magnus, y una isla Tapro bana muy desplazada a levante respecto del lugar donde la situaba la geogra fía ptolemaica. La tierra descubierta por el Rey don Manuel de Portugal, escrita debajo de la península indostánica, rubrica el origen de la fuente de información geográfica utilizada por el autor de la carta. La representación de Europa principia en el norte con el mar océano setentrional y se prolonga hacia el sur con la costa Noruega, frente a la cual figuran varias islas menores sin nombre y otras mayores, una de ellas denomi nada frislanda —Islandia— y otra más al norte, islanile, no identificada pero que puede ser una porción figurativa de Groenlandia. Otra isla más meridio nal, nombrada eltilanda, debe representar el grupo constituido por las actua les Mainland. El Báltico aparece trazado en dirección este-oeste, sin indica ción de su gran golfo septentrional. Desde Dinamarca hacia el sur, incluidas Inglaterra e ibernia —Irlanda—, las costas de Francia, Portugal y el Medite rráneo y su entorno responden al trazado de una carta portulana de su época, tanto en los perfiles como en las deformaciones; la del mar Negro es del orden del 45 por 100, normal en este tipo de cartas, aunque excede en un 5 por 100 conforme con la latitud media de ese mar. El interés que despierta la carta por ofrecer la primera representación geográfica realista de las tierras descubiertas a poniente del océano distrae la atención que merece la primacía de representar el continente africano orien tado en la dirección norte-sur, en contraste con las cartas anteriores en el tiempo de Henricus Martellus de c. 1490y 1492que lo presentan muy acusada mente inclinado en dirección noroeste-sudeste. Juan de la Cosa se liberó de la tendencia heredada de Ptolomeo de representar la masa terrestre de Afri ca, torcida en esa dirección corno reminiscencia de la antigua creencia de su unión con Asia, que hacía del Indico un mar Mediterráneo. 38 42 LA CARTA DE JUAN DE LA COSA (II) La evolución de la representación de la geografía de África hasta alcanzar un perfil costero de trazado realista y la existencia de un océano Indico abierto por el sur se observa en la sucesión de mapas anteriores al de Henricus Martellus y a la carta de Juan de la Cosa, cuales son: el mapa de Petrus Ves conte —c. 1320—,que desecha el concepto de un mar Índico cerrado y separa el sur de Africa del sur de Asia; el de Andrea Bianco —1436—; el de Andreas Walsperger —1448—; el atribuido a Toscanelli —1457—; el de Fra Mauro —c.1459——; y los de Henricus Martellus —de c.1490 y de 1492—; el célebre globo de Martin Behaim —1492— que reproduce un perfil de Africa muy similar a los de Martellus; y el de Francisco Roselli, asimismo, trazado antes del año 1500; todos circulares, salvo el elíptico de Toscanelli, los dos cordifor mes de Martellus y en forma de esfera el de Behaim. En relación con todos esos mapas la carta de Juan de la Cosa significa un paso adelante hacia una concepción cosmográfica realista del mundo, apun tada antes por las aportaciones intuitivas de Toscanelli y Martin Behaim, y confirmada por la experiencia de los pilotos portugueses en la explóráción de las costas africanas, que culminó con el primer viaje a la India de Vasco de Gama en 1497, por el cabo de Buena Esperanza. El continente africano aparece acortado en la carta de Juan de la Cosa a causa del acusado error en la posición del cabo de Buena Esperanza situado en 28°,6, más próxima a la real de 34°,6 que los 45°, que escribió Colón en la apostilla 23b del Imago Mundi, de Pierre d’Ailly. Este error en latitud, atri buible a los cálculos de los pilotos del viaje de Vasco de Gama, contrasta con la exactitud de San Jorge de Mina, mina de portogal en la carta, situada en 5°,1 de latitud Norte, conforme con la apostilla 860 de la Historia rerum ubi que gestarum, de Eneas Silvio Piccolomini; exactitud explicable por los cálcu los que de ella se hicieron después del de Diogo d’Azambuja en 1481 —que usó por primera vez el astrolabio en aquel lugar(34)— y de los realizados en 1485 por José Vizinho. El mérito representativo de Juan de la Cosa y la notable densidad de topó nimos que ilustran las costas del continente negro no lo menoscaban la defor midad en las longitudes que presentan sus costas meridional y la levantina, imputable al primerizo trazado que de ellas hicieron los pilotos de Vasco de Gama, ni la omisión del saliente del cabo de Guardafuí, que denota un tra zado de costa hipotético a partir del último lugar reconocido por esos pilotos cuando perdieron de vista la costa africana a la altura de Mogadisco para cru zar el golfo Arábigo hasta Calicut. Estos defectos quedaron subsanados en buena parte en la carta de Cantino, c.1502, cuyo autor anónimo dispuso de ulterior información —seguramente acopiada en el viaje de Alvares Cabra!— y pudo perfilar las costas dándoles formas mucho más parecidas a las reales. El perfeccionamiento en el trazado de la figura de las costas de Africa y el notable cambio de la forma de la península indostánica en la carta de Cantino, (34) JoaquimBnsaude, vertes, pág. 281. Año 1993 L ‘Astronornie nautique au Portugala l’époque des grandes décou RICARDO CEREZO MARTÍNEZ es uno de los detalles de esta carta que ratifican la anterioridad de la de Juan de la Cosa, o lo que es lo mismo, legitiman la fecha de su elaboración. La inmensa mayoría de los topónimos de la costa occidental de Africa están escritos en Castellano, incluso los de las islas y: de antonio o bel cavo verde; las Canarias se denominan y: de canaria o bel fortunad. La plaza fuerte de San Jorge de Mina, principal factoría mercantil portuguesa de Africa, figura como mina de porto gal. A partir del C. de boa esperança y en el Indico predominan los topónimos en portugués, aunque abundan nombres que no tienen significado en ninguno de los dos idiomas, seguramente por haber sido anotados por los pilotos lusitanos con las denominaciones de los nativos. En la posición de la isla de Madagascar, Juan de la Cosa dibuja una isla sin nombre y denomina y. madagascar a otra situada muy al este, al sur de y. s. zanzibar, ambas al sur de la ysla trapobana y casi en su misma longitud. Siguiendo la costa oriental de, Africa hacia el norte, la carta nombra tres mares: mar etiopico oriental—Indico oriental—, golfo arabigo Rubro —mar Rojo— y ya en el continente asiático el golfo persico. En la costa meridional de Asia destacan la boca de yndo, rio yndo, tam bién denominado r° yndo o sando, que desemboca en el mare indico. Y como ya se ha indicado, el trazado de esta costa acaba en la región de ladesemboca dura del río Ganges, sin alcanzar el sinus Magnus de Ptolomeo, quedando sin representar el mítico cabo de Cattigara, límite occidental del Aurea Querso neso, la fabulosamente rica región asiática que se quería alcanzar por el este en las expediciones de Bastidas-Cosa y de Cristóbal Colón, que en 1500esta ban en vías de preparación. La posición de la ysla trapobana sobre la línea equinoccial la fija Cosa al sur de las bocas del Ganges, unos 300 más al oeste de la que le asignó Ptolo meo. La gran extensión de esta isla, su curiosa forma triangular y el color verde con que la destaca Juan de la Cosa le dan el significado especial deser considerada como objetivo del cuarto viaje del Almirante, una vez hallado el estrecho supuestamente situado a poniente de las costas de Coquibacoa, Urabá y Darién. - Consideraciones cartológicas El sistema de trazado utilizado por Juan de la Cosa en su carta carece de relación alguna con el tipo de carta plana —con meridianos y paralelos— que explicó Colón a los Reyes Católicos en su escrito de enero de 1494,que hemos comentado más arriba. La carta mapamundi del piloto de Santoña es, por tan to, la representación geográfica más antigua en forma de carta arrumbada que comprende todo el océano. Por la finalidad de su elaboración, esta carta puede incluirse entre las que Rey Pastor y García Camarero definen como cartas náutico geográficas, no se tata, por tanto, de una carta náutica pura (35). (35) 40 La cartografía mallorquina.. 42 LA CARTA DE JUAN DE LA COSA (II) Su colorido recuerda la carta de Abraham Cresques de 1375, y, en gene ral, los perfiles de Europa y áreas circundantes responden al estilo de la escuela mallorquina; lo muestran también el diseño de los montes, figuras humanas y animales, el trazado de las islas en el Atlántico norte, la forma y el color azul del Báltico. Basta ver la carta de Masiá Viladestes de 1413 y la anónima atribuida a Cristóbal Colón —c. 1492— para darse cuenta de que obedecen a una misma escuela. La geografía representada en la carta cubre dos pergaminos contiguos que forman un rectángulo de 1,83 por 0,96 metros. El trazado de la geografía se rige por dos circunferencias directrices determinadas cada una de ellas por 16 nudos —o vértices—, de los que parten los 32 rumbos principales. Separadas 2.500 millas, dichas circunferencias, están centradas en dos ombligos alineados sobre un paralelo —no trazado en la carta— situado 250 millas al sur del tró pico de Cáncer; uno de los ombligos está al sur de la India, representado por una rosa déFosvientos de mayor tamaño quejas demás y el otro se encuentra en medio del Atlántico, distinguido con una imagen de la Virgen María. De los 16 nudos de la circunferencia directriz situada al este, cuatro están representados por rosas de los vientos, mientras que en la otra sólo hay tres de estas rosas. Las dos circunferencias. y sus respectivas telas de araña se representan en cada uno de los dos pergaminos sobre los que se construyó la carta. En la parte occidental de la carta, y a la altura del trópico, hay una viñeta con la imagen de San Cristóbal y el Niño Jesús sobre sus hombros; al pie de la imagen aparece la leyenda Joan de la cosa la fizo en el puerto de sa en anno de 1500. El hecho de que las circunferencias directrices sean externas, y no tangen tes como en la carta de Cantino y en la posterior de Turín, pudo haber tenido dos motivos: la falta de experiencia del autor ante el problema de encuadrar toda la extensión del mundo en una carta arrumbada, o el propósito de distri buir la representación geográfica en los dos pergaminos. Para hacer esta com posición, Juan de la Cosa debió valerse de.una d las tantas cartas portulanas comprensivas de Europa, el Mediterráneo, islas atlánticas conocidas y alguna otra de la costa occidental de Africa, anterior al viaje de Vasco de Gama (36). Las costas meridional y oriental de este continente las trazó a partir de la información acopiada por los pilotos portugueses durante ese viaje. Sobre esta base geográfica trabajó la conjunción de las tierras indianas descubiertas hasta la fecha de acabado de la carta. La línea de unión de los pergaminos no coincide con la mediatriz del eje que une los ombligos de las circunferencias directrices, razón por la que los vientos terminales de las correspondientes telasde araña no se cortan simétri camente. La línea oscura que de norte a sur pasa por el extremo meridional de Italia y atraviesa Africa indica la «sutura» de ambos pergaminos,. No obs (36) Una de estas cartas, o similar, pudo seria portuguesa anónima de c. 1470, conservada en la biblioteca Estense, que representa la costa africana, incluida la costa norte del golfo de Guinea, islas Azores, Madera, Canarias y Cabo Verde, reproducida en PortugaliaeMonumenta Cartographica, estampa n.° 2. Año 1993 RICARDO CEREZO MARTÍNEZ tante, la unión de los pergaminos es perfecta en cuanto a la continuidad grá fica de los perfiles de costa, como no podía menos de suceder, ya que en cada una de las circunferencias directrices hay nudos de vientos comunes al Viejo Mundo y a las regiones asiáticas del este y del oeste que hacen posible la con junción de la geografía representada en los dos pergaminos. No puede aceptarse, pues, como ha sugerido algún historiador, que a la geografía conocida de Europa y Asia añadiera groseramente Juan de la Cosa la de las Indias descubiertas por Colón. Lo desmiente también el hecho de que el trazado de parte de la península Ibérica y de Africa quede determinado por los rumbos de la misma circunferencia de rosas de los vientos, en la que están las Antillas y los últimos descubrimientos de las costas meridionales. Lo mismo ocurre en el Mediterráneo oriental, en la costa africana del este y la de Asia, que se daba por conocida. Otra cosa muy distinta es que la carta pre sente grandes errores en distancias y latitudes que, como se verá seguidamen te, tienen justificación. En sus partes superior e inferior, la carta contiene dos troncos de leguas, divididos en tramos de 50 millas romanas, que muestran una imprecisión apreciable a simple vista, en gran parte debido al deterioro propio del paso del tiempo. Mas a pesar de la apariencia desmañada de las divisiones se com prueba que el máximo error que se puede cometer midiendo distancias con las divisiones de dimensión extrema —las más grandes y las más pequeñas— no alcanza al del 4 por 100; pequeñísimo en relación con los errores en las distan cias a causa de la deformación producida al representar en un plano cualquier porción superficial de la Tierra (37). En las Indias occidentales representadas en la carta de Juan de la Cosa la deformación por esta causa distorsionante determina también errores en las distancias. Pero éstas deben considerarse en cada caso por comparación directa de las distancias medidas en la carta con las verdaderas, toda vez que las deformaciones que se observan no se atienen exactamente a ley de la secante de la latitud como sucede con las cartas mercatorianas construidas con criterio matemático. La carta presenta una notable novedad respecto a las portulanas de elabo ración anterior: la línea equinoccial situada en posición correcta respecto de la costa africana del golfo de Guinea y desembocadura del Amazonas; y el trópico de Cáncer igualmente trazado en su lugar en relación con la geografía africana, no así en lo que atañe a la posición errónea de las Antillas, situadas muy al norte de su latitud real. La presencia de estos dos paralelos permite hallar el módulo de conversión de millas en grados de circunferencia terres tre: 70 millas por grado —o 17°,5 leguas de cuatro millas—, como resultado de la división de las 1.650 millas que separan a la línea ecuatorial del trópico de Cáncer por los 23°,5 de inclinación de la eclíptica. También se puede dedu cir ese módulo dividiendo las 210 millas medidas en la carta que separan el (37) Queremos significar que las medidas de referencia se tomaron sobre la carta original, con ocasión de haber sido extraída de su estuche protector, para someterlas a estudio y análisis por los especialistas del museo del Prado. 42 42 LA CARTA DE JUAN DE LA COSA (11) cabo de San Vicente y el centro de la mayor de las Berlingas por los 3° de dife rencia de latitud entre ambos puntos, supuestamente situados en la carta sobre un mismo meridiano. Conocido el módulo, la latitud de un lugar cual quiera de la carta se halla dividiendo por 70 el número de millas que lo sepa ran de la línea equinoccial. Otra particularidad de la carta es la del meridiano que pasa por el archipié lago de las Azores, que materializa el que cruzaron las tres naves de Colón en su primer viaje cuando las agujas magnéticas cambiaron de orientación del nordeste al noroeste el 13 de septiembre de 1492. La perpendicularidad de este meridiano singular con la línea equinoccial es un error propio del desco nocimiento del fenómeno declinación en el año 1500. La irregularidad de las formas curvas de las líneas de fuerza del campo geomagnético, entre ellas las agónicas —si agónico pudiera considerarse este meridiano—, impide que se corten ortogonalmente con los paralelos terrestres. También lo hace imposi ble la no coincidencia de los polos magnético y terrestre. Surge con esto la importante cuestión de determinar en esta carta mapa mundi la dirección del norte indicado por la aguja de marear, ya que estando afectada por los efectos de la declinación magnética, variable en el espacio y en el tiempo, la falta de registros de sus valores en los diarios de navegación del siglo xv, impide que puedan conocerse hoy. Sin embargo, a similitud de lo que se observa en cartas portulanas representativas de regiones limitadas de la Tierra, como las del Mediterráneo,en ésta de Juan de la Cosa es posible obtener valores medios de la variación de las agujas—y, por tanto, de la decli nación magnética— en áreas restringidas como las aguas próximas al litoral del noroeste del océano y en el mar Caribe, y saber cuál es la dirección del norte de la aguja en estas zonas: dos cuartas en aguas del noroeste atlántico y del orden de 11° en el entorno antillano, según se ha dicho más arriba. La carta representa la geografía de Europa, Africa, Asia —hasta el Gan ges con la gran isla de Taprobana— y las islas y costas descubiertas a partir de 1492 a poniente del océano. La línea tropical que figura trazada casi en la mitad de la carta se extiende 235°, de los que 140° pertenecen a la masa con tinental del Viejo Mundo —contados desde la más occidental de las islas Canarias hasta el Sinus Magnus— y unos 85° a la porción de océano compren dida entre las Canarias y la estampa de San Cristóbal. Los 125°de línea tropi cal que restan a los 235° para completarlos 360° del paralelo, omitidos por el autor, corresponden a la porción del este de Asia. Si la longitud de la línea tropical se convierte en medida angular de 70 millas náuticas por grado, la cobertura geográfica de la carta es de 220° en longitud, de los que 133°son del Viejo Mundo (38). Como la medida angular de 235°, reducida a la línea equi noccial —mediante la secante de la latitud 23°,5—, es de 258° y le faltan 102° para completar los 360° de la circunferencia terrestre, en ningún caso la carta es un mapamundi propiamente dicho. En relación con la proporción de la masa coñtinentíl que cubre el planeta (38) 1.853. Año 1993 Parahacer esta conversión, multiplicar el número de millas medidas por 0.8 = 1.480/ RICARDO CEREZO MARTÍNEZ respecto de la superficie de mar océano aceptada por Colón, Juan de la Cosa presenta un reparto similar al del Almirante, pero en un mundo más grande porque sus grados de Ecuador miden 70 millas, mientras que los de Colón contenían sólo 562/3millas, de modo que para Juan de la Cosa la longitud geo gráfica del Viejo Mundo, medida en la parte más extensa del océano, es de 3600 85° x sec 23°,5 = 2700, y para Colón era de 280°, correspondientes a las 750 leguas (39) que él creía que separaban la isla de Hierro de Cipango y las 375leguas que se creía que mediaban entre esta isla y Cathay (40). En efecto, las 1.125 leguas que hay entre la isla de Hierro y Cathay representan unos 80° de extensión oceánica y 280° de masa continental. Esta semejanza distributiva de continente y océano, sin embargo, no debe llevarnos a engaño, dado que los grados de Juan de la Cosa y los de Colón medían distinto número de millas; por tanto, las distancias entre los lugares citados son muy diferentes para uno y para otro. Algunos historiadores, atraídos por la similitud del trazado de las costas asiáticas del Indico con los mapas ptolemaicos, trataron de demostrar que nuestro maestro de hacer cartas representó la totalidad del mundo, con lo cual, desde el principio, mediatizaron sus razonamientos y conclusiones. Del mismo modo, la idea preconcebida de que las tierras representadas por Juan de la Cosa al oeste del océano pertenecían al continente que hoy llamamos América era anacrónica, ya que en 1500 aún no había germinado esa noción en las mentes de navegantes y cosmógrafos. Lo que Juan de la Cosa trató de representar como novedad en su carta fueron las islas y costas del este de Asia, destacando con distintos tonos de color y firmeza de trazo en los perfiles de costa el grado de conocimiento que se tenía de ellas. De ahí que en la carta original se perciba que las costas de las grandes Antillas estén más acabadas y presenten mayor número de topónimos que las correspondientes a las costas del norte y del sur de este grupo de islas, cuyo trazado tiene el aspecto de pro visionalidad. — (39) SegúnHernando Colón y Bartolomé de Las Casas en sus respectivas Historias. Equi valen a la séptima parte de la superficié terrestre que medía lá longitud del océano, según el libro IV del seudo Esdras, tenido como dogma de fe geográfica por el Almirante. (40) Las 375 leguas que mediaban entre Cathay y Cipango son las 1.500 millas que relata Marco Polo en su célebre libro. Transcrito por Juan Gil en El libro de Marco Polo anotado por Colón, pág. 248. Núm. 42 SANTO DOMINGO Y ESPAÑA: HISTORIA DE UNA REINCORPORACIÓN FALLIDA María Dolores BORRELL MERLIN Historiadora «Cualquier intento de aproximación histórica a la segunda mitad del siglo XIX español hace imprescindible la referencia al problema de los territorios ultramarinos y, en concreto, el espacio geográfico de las Antillas». ESPADAS BURGOS, Manuel: Alfonso XII y/os orígenes de la Restau ración, 1990; pág. 271. La Españaisabelina y las colonias en el siglo xix La política exterior de la España isabelina estuvo marcada con gruesas limitaciones, era un país colonial venido a menos desde Fernando VII. El sis tema se empecinó en reproducir una segunda versión del Imperio ultramarino de siglos anteriores. Ahora bien, «consumada definitivamente la independencia de América, el antiguo Imperio sólo mantenía las islas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, además de algunas escasas posesiones en el norte de Africa. La pérdida de influencia en uno de los continentes más ricos del planeta consolidó la entrada de España en el siglo xix como una potencia colonial de segundo orden» (Saiz Pastor, C.: 1988). Y es que el modelo colonial español podemos calificarlo de residual, regresivo y no expansivo; más aún adolecía de una indefinición y de falta de cohesión. Sin embargo, España no estuvo aislada del tablero internacional, viéndose implicada en los vaivenes de adaptación al nuevo orden interna cional. Paradójicamente, la debilidad y fragilidad interna del sistema liberal espa ñol fueron las qUe ayudaron a mantener nuestra presencia en las Antillas. Por todo ello, el tema que voy a desarrollar en este artículo constituye un intento de conocer las causas por las que la isla de Santo Domingo, y más exactamente la República Dominicana, se erige como el caso típico donde tienen lugar las contradicciones de una política colonial de simple «presti gio», y desencadenante en última instancia del fracaso del 98. No obstante, dicha política fue ventajosa para la burguesía mercantil, apoyada en las muletas del proteccionismo. Un ejemplo al respecto lo consti tuiría la familia Zulueta, con gran poder económico en Cuba y con intereses esclavistas (Elorza, A.: 1988). Habida cuenta de que la situación política interna bajo el reinado de Isa bel II se sustentaba en un sistema muy frágil institucionalinente, el período que analizo de lbs sucesivos gobiernos de la Unión Liberal inaugura una etapa Año 1993 MARÍA DOLORES BORRELL MERLÍN de gran estabilidad, para ello O’Donnell evitó conflictos interiores y «recurrió con excesiva frecuencia a aventuras exteriores que distraían la atención de los problemas del país, a la par que satisfacían ansias de expansión de los sectores burgueses» (Espadas Burgos, M., y Urquijo Goitia, J. R.: 1990). El hecho de ir a remolque de la política exterior francesa hizo que «Du rante el gobierno largo de don Leopoldo, su política de prestigio—muy inspi rada (en tono menor) por la del II Imperio francés— se tradujo en empresas de relumbrón, como la guerra de África, que promocionaron a un amplio sec tor militar» (Seco Serrano, C.: 1984). Como ha señalado Tufión de Lara, «La política exterior efectista, pero muy poco efectiva, de intervenciones militares fue practicada por el gobierno español, partiendo de los fragamentos dispersós de lo que otrora fuera su Imperio; desde Cuba se actuó sobre Santo Domingo; desde Filipinas, sobre Cochinchina, y desde las mismas costas españolas, sobre Marruecos» (Tu ñón de Lara, M.; Valdeón Baruque, J., y Dominguez Ortiz, A.: 1991). La política de expediciones militares se desarrolló según se indica a conti nuación: 1. 1848: expedición a Italia en defensa del Papa. 2. 1848: gran despliegue naval y ocupación de las Chafarinas frente a Francia. 3. 1858: toma de posesión efectiva de Fernando Poo por la escuadra de Chacón. 4. 1858: expedición a la Çochinchina. 5. 1859-1860:guerra de Africa. 6. 1861-1862:expedición a Méjico. 7. 1861: reincorporación de la República Dominicana. 8. 1863-1865:guerra de insurrección en Santo Domingo. 9. 1864-1865:guerra del Pacífico contra Perú y Chile. Esta política de «acciones» en el exterior estuvo protagonizada por la iris titución militar a causa de la poca vitalidad de las otras instituciones políticas y diplomáticas. «El Ejército, por tanto, habría de mantener una serie de acciones bélicas en el terreno colonial. En todos estos acontecimientos la actuación militar distó de ser brillante; condicionantes de todo tipo así se lo impedían. Ni la situación política, ni la económica y menos aún la deficiente organización que padecía el Ejército permitían otra cosa. De todas estas expediciones sólo una galvanizó la opinión pública, siendo seguida con interés por el país. Fue la llamada «guerra de África», que apenas duró seis meses. México y Santo Domingo tuvieron eco en el país sólo en escasa medida» (Fernández Bastarreche, F.: 1978). La lejanía geográfica en este caso produjo mayor distanciamiento entre los hechos que tuvieron lugar en los distintos escenarios (muy especialmente en Santo Domingo) por la despreocupación del gobierno de Madrid y como consecuencia por la falta de noticias aportadas por éste. 46 42 SANTO DOMINGO Y ESPAÑA: HISTORIA DE UNA... «Aunque hubo españoles que en su día se apasionaron por el tema colo nial, sin embargo, lo que dominó fue la apatía, tal vez porque para ellos el “desastre” solamente será no el punto de arranque, sino el final de un gran proceso decadentista. A esta apatía de los medios selectos se uniría la falta de atención por parte del pueblo, que sólo es llamado cuando se requiere su esfuerzo militar para catastróficas aventuras o que pretenden poner fin a su miseria con una emigración que entenebrççe todavía más sus destinos. El intelectual nada espera de la experiencia colonial y vive más pendiente de las fronteras cercanas de Europa; el recién nacido proletario español tiene un papel mucho más protagonista en el primer telar catalán que en la muerte y disentería, máximas recompensas de su ida a la manigua; la masa tercera de administradores y militares retirados sí ven los premios prestados en un des tino en ultramar. Pudiera decirse, con palabras de Segismundo Moret, que se va perfilando un complejo de frustración nacional ante unos destinos no cumplidos: “Se observa que la colonización española no adelanta, que el comercio no prospe ra, que la riqueza no se desarrolla; en una palabra, que la civilizaciónespañola parece como que no toma posesión de aquél suelo”» (Mesa, R.: 1990:37-38). Desmembración, crisis e independenciade Santo Domingo «La historia de Santo Domingo (República Dominicana y Haití) es la mejor expresión y resumen de lo que el colonialismo ha producido en tantos pueblos. Este pedazo de tierra fue laboratorio colonial para España, tenta ción para las ambiciones de los demás países europeos y, por fin, enclave de plantación y finca de recreo de los Estados Unidos. Hasta el descubrimiento de México (1519), la isla fue el punto más impor tante de las colonias americanas de España. El trasvase de interés hacia el continente hizo dé la isla una plataforma de simple paso. Se agotaron las minas y se apagaron los ingenios, quedando su población disminuida y empo brecida. De la mina y el azúcar se pasó al pastoreo y al comercio de contra bando de los países europeos. Tan poco interés revistió esta tierra para España (a excepción del momento de la reincorporación en 1861) que siem pre la consideró como ofrecimiento posible en la negociación de arreglos de fronteras con otras potencias europeas» (Madruga, J. M.: 1986: 46-47). Cronológicamente la crisis de Santo Domingo empieza por el Tratado de Ryswick (1697), en el que España permite que Francia tome posesión de la mitad occidental de la isla de Santo Domingo. Esta escisión insular hizo peli grar la parte española, numéricamente inferior en habitantes. La causa última de las crisis dominicanas queda fijada en la cesión que España hizo de la parte oriental de la isla a Francia por medio del Tratado de Basilea, «considerado generalmente como uno de los grandes traumas de la historia de la nación dominicana, pues interrumpió el orden colonial español y sumergió al país en una turbulenta corriente de revoluciones, guerras e Año 1993 MARiA DOLORES BORRELL MERLÍN invasiones que lo llevaron a la ruina y lo apartaron del curso general de las demás colonias hispanoamericanas» (Bethell, Leslie: 1991: 130). La firma del Tratado tuvo lugar el 22 de julio de 1795, siendo ratificado por la Convention National y por Carlos IV varios días después. La evacua ción de tropas y habitantes que dejaban definitivamente la isla (fundamental mente mediante cesión de tierras en Cuba) produjo «serios descontentos y consternación en La Española» (Sevilla Soler, M. R.: 1980: 396) que durante todo el siglo XVIII había luchado en contra de la presencia y de la cultura fran cesas. En 11801tuvo lugar la primera invasión haitiana del siglo xix, los hispanodominicanos (tras la invasión de la península ibérica por Napoleón) comenza ron un movimiento de reconquista, que culminó con la derrota francesa en Palo Hincado (1808), volviendo a formar parte de España el 9 de julio de 1809, reconociéndose la soberanía española por el Tratado de París de 1814. La ineficacia gubernamental por parte de una metrópoli empobrecida yen guerra dio origen a una administración desprovista de toda consistencia, que fue llamada merecidamente «España boba». El resultado fue un deterioro económico, que llegó al nivel más bajo en el comercio y en la producción. Frente a esto, los criollos de la ciudad de Santo Domingo, al mando de Núñez de Cáceres, teniente gobernador de la colonia, dieron un golpe de estado, estableciendo en 1821 el «Estado Independiente de Haití Español», que tam bién es conocido como primera independencia de la República Dominicana. El presidente haitiano Boyer, el 9 de febrero de 1822, invadió el país y dominó a los dominicanos durante veintidós años. Juan Pablo Duarte, líder independentista, elaboró en 1843un proyecto de Constitución, en que se sancionaba como Ley Suprema «la existencia política del pueblo dominicano como nación libre e independiente de toda domina ción, protectorado, intervención e influencia extranjera». Al año siguiente, en febrero, fueron asaltados y vencidos los cuarteles hai tianos provocando la capitulación del destacamento de Santo Domingo, al mando de Desgrotte, y un grupo, encabezado por Francisco Rosario Sán chez, declaraba la independencia el 27 de febrero de 1844. Tuvo lugar una nueva invasión haitiana, que fue repelida con la derrota definitiva entre el 19 y el 30 de marzo a manos del general Santana, quien dio un golpe de estado imponiéndose a los liberales de Duarte y proclamando una Constitución de signo conservador (6 de noviembre de 1844); se consumaba así la segunda independencia. En esa coyuntura, es decir entre 1843 y 1844, «cuando O’Donnell man daba en Cuba, varios enviados dominicanos le pidieron su apoyo y la protec ción de España para el movimiento revolucionario. O’Donnell les concedió armas y munición, pero en un lúcido memorial advirtió al gobierno de Madrid de los peligros de la reincorporación y las demandas que ésta supondrían para la deficiente administración colonial española» (Durán, Nelson: 1979: 251). Como ha señalado Céspedes del Castillo (1988: 448) «en la Constitución española de 1845 se establece que las Provincias de Ultramar serán regidas y 48 42 SANTO DOMINGO Y ESPAÑA. HISTORIA DE UNA... administradas por leyes especiales, quebrándose así la línea de la Constitu ción de Cádiz, que proclamó la igualdad de todos los españoles de ambos hemisferios». Esto, unido a los avatares de las relaciones internacionales y a las reiteradas demandas dominicanas de reincorporarse a la monarquía, darían como resultado una política española de vacilación respecto a Santo Domingo. Haití pretendió reunificar la isla, volviendo a la situación anterior a 1844, todo ello mediante sucesivas expediciones militares, siendo la más destacada la invasión de 1855, que no tendría éxito. Este acontecimiento precipitaría a los dominicanos a pedir la anexión a los Estados Unidos. Son los días en que llegan lós buques norteamericanos a Samaná e inicia su misión el general Cazneau. La situación se agrava, ya que Kinney ha invadido Nicaragua y Walker ha entrado en Costa Rica. Ambos hechos se vinculan con la amenaza a Cuba. «Para evitar esta llamada a los norteamericanos, España estaba dispuesta a hacer lo necesario para “proteger, hasta por la vía de hecho, la independen cia de la República”, pero no sin contar antes con la anuencia de los gobiernos de Francia y de Inglaterra. Desde ese momento sería suficiente para detener a los Estados Unidos que los agentes de las tres potencias marchasen “en armonía”» (Robles Muñoz, Cristóbal: 1987: 66). La acción diplomática se desplegaba para hacer firmar la paz a Haití con la República Dominicana como forma de reconocimiento definitivo de la parte oriental de la isla, las presiones de Francia y de Inglaterra (éstas de carácter naval) se sumaron las de España, que enviaba a Luján ante Soulou que con el texto del Tratado firmado entre España y la República Domini cana el año anterior, es decir, el 18 de febrero de 1855. El núcleo central de dicho Tratado era el siguiente: «En consecuencia, S. M. Católica reconoce como nación libre, soberana e independiente a la República Dominicana, con todos los territorios que actualmente la constituyen o que en lo sucesivo la constituyeren...» (Robles Muñoz, C.: Ibídem: 69). A mediados de 1856 Santana dejó la presidencia interina al general Báez, quien fue derrocado por una revolución, y Santana volvió de nuevo al poder ocupando por tercera vez la presidencia de la República En 1859 tuvo lugar la firma de un armisticio entre Haití y la República Dominicana, garantizado por Francia e Inglaterra. «En octubre de 1860 el ministro de Estado dominicano visitó al general Serrano en La Habana y le rogó que anexionase Santo Domingo a España o, por lo menos, que anun ciase el protectorado español sobre la República. Serrano hizo llegar esta petición a O’Donnell, quien recomendó la reincorporación, aun a riesgo de guerra con Estados Unidos... La respuesta de O’Donnell fue pedir un aplaza miento a las aspiraciones dominicanas. Sin embargo, el 18 de marzo de 1861, mientras Serrano intentaba dar cumplimiento a las instrucciones de Madrid, _____ Año 1993 MARÍA DOLORES BORRELL MERLÍN el gobierno dominicano le presentó el hecho consumado de la proclamación oficial de la reincorporación de Santo Domingo a la monarquía española. Serrano no perdió un minuto y el 7 de abril los primeros soldados españoles desembarcaron en la isla... Un keal Decreto de 19 de mayo de 1861proclamó la reincorporación de Santo Domingo a la Corona de España, Washington protestó rutinariamente —poco más podía hacer con once Estados en franca rebeldía— y algunas repúblicas hispanoamericanas rehusaron reconocer la anexión, pero esto fue todo, nadie en el extranjero disputó seriamente la acción española» (Durán, Nelson: op. cit.: 252y 253). La reincorporaciónde la RepúblicaDominicanaa España La calificada política de «prestigio» de la Unión Liberal quedaría plas mada en las «expediciones militares» al exterior, uno de cuyos capítulos fue la efímera reincorporación de Santo Domingo. «El tratado hispano-domini cano de 1855, por el que España reconocía la República insular, comprome tía a nuestro país a «garantizar» la independencia de Santo Domingo. Invo cando esta garantía envió a Madrid, en misión especial, a Felipe Alfau: para entonces Soulouque había sido derrotado en Haití, pero desde Norteamérica se alentaba la idea de fomentar una gran colonización negra para Santo Domingo. Santana, en 1860 como en 1843, pensaba que Santo Domingo no podía subsistir independiente y que necesitaba reincorporarse a España, única potencia a la que cabía acudir de no ser a Francia o a los Estados Uni dos. La misión Alfau llegó a Madrid en el momento oportuno, cuando O’Donnell desarrollaba su «política de prestigio» (Palacio Atard, V.: 1988: 297). En marzo de 1861 el general Santana, ante la inestabilidad interior y el peligro haitiano, realizó la reincorporación, en nombre de la aristocracia insular, de un amplio sector de opinión y mediante la ratificación de los prin cipales ayuntamientos de la isla. Adelantándose así a la aceptación por parte de España. El Acta de proclamación de la reincorporación recoge los siguientes ex tremos: — — — — — 50 Santo Domingo, a los 18 días de marzo de 1861. Reunidos en la sala del palacio de justicia de esta capital. Solemnemente proclamamos como Reina y Señora a la excelsa prin cesa doña Isabel II, en cuyas manos depositamos la soberanía que hasta ahora hemos ejercido como miembros de la República Domini cana. Que todo el territorio de la república sea anexado a la corona de Cas tilla. Firmamos y rubricamos: Pedro Santana.—Antonio A. Alafan.— Jacinto de Castro.—Felipe Fernandez de Castro. 42 SANTO DOMINGO Y ESPAÑA: HISTORIA DE UNA... Posteriormente, con fecha 30 de marzo, el gobernador general de aquella provincia (Santana) comunicó el completo pronunciamiento de la isla a las personas más notables de la misma..., obrando ya en su poder los pronuncia mientos favorablesde las provincias de Santo Domingo, Seybo, Azua, Vega y Santiago (La Iberia, 9-5-1861: 2). La prensa progresista de la época no acaba de entender la forma cómo se había llevado a cabo la incorporación, tanto por la rapidez, la falta de claridad y la ausencia de consulta democrática. Dicho acto fue catalogado incluso como «un verdadero y vergonzoso golpe de Estado: Santana era traidor per juro y vendía su país á una nación aborrecida». Más aún, según noticias de La Habana, de ese puerto salían buques cargados de emigrantes para Santo Domingo, lo cual tenía algo de inexplicable (La Iberia, 24-4-1861:2). En Aranjuez firma el Real Decreto de 19 de mayo de 1861 5. M. la Reina «En consideración a las razones que me ha espuesto mi Consejo de Minis tros... Artículo 1. El territorio que constituía la República Dominicana queda incorporado a la Monarquía. Artículo 2. El Capitán General Gobernador de la isla de Cuba dictará las disposiciones oportunas para la ejecución de este decreto. Artículo 3. Mi gobierno dará cuenta a las Cortes» (Robles Muñoz, C.: op. cit.: 120). La mayor parte de la prensa de Madrid recibió con júbilo el aconteci miento (El Reino, La Esperanza, El Pensamiento Español, La España, El Diario Español, La Época) el martes 21 de mayo de 1861, excepto el Clamor Público y los reparos del diario progresista La Iberia. A continuación hago una breve síntesis de las diferentes posturas en torno a la reincorporación. De una parte, la prensa conservadora, a través de La Época, afirmaba: «Y de Europa pasamos a América, vemos allí el mayor lustre del nombre y del poder de Espana, el mejor barómetro para apreciar esta diferencia, el cariñó y el respeto que volvemos a inspirar a los países independientes..., con el cri terio del patriotismo se resolverán las cuestiones pendientes» (La Época, 21, mayo 1861: 2). Desde la prensa progresista se plantea la dificultad de las condiciones de la anexión: «Si se les han de conceder libertades que a los hijos de las Antillas se niegan, la anexión es un peligro; si se ha de establecer en Santo Domingo el régimen de Cuba, la anexión es ociosa, no durará y no ocasionará más que gas tos; la anexión nos parece conveniente, aceptable y digna de elogio si ha de ser vir para que se introduzcan en Cuba las prudentes reformas que reclama la opi nión y que exige la época en que vivimos» (La Iberia, 1 de mayo 1861: 2). En tercer lugar, la opinión dominicana no era tan unánime a favor de España, siempre existió una incomodidad que sería patente en el movimiento insurreccional de 1863, posteriormente recogido en la historia de laRepú Año 1993 MARIA DOLORES BORRELL MERLÍN blica Dominicana: «Un cúmulo de circunstancias propicias a favor de los tor pes intereses partidistas indujo á Pedro Santana á deshonrar al país y á manci llar su propia historia, solicitando el protectorado de España, que ésta no otorgó, sino en forma de simple ocupación... el poder extraño que repudiaba el país se evidenció inmediatamente, pues en 1865 volvía la República Domi nicana al disfrute de su cabal soberanía, no sin que la sangre del pueblo corriera copiosamente» (Deschamps, Enrique: 1902: 117). Con la llegada de España no se pacificó la isla de Santo Domingo en lo concerniente al vecino Haití, sino que por el contrario, se produjo una viru lenta reacción por parte del presidente de Haití, Geffrard, quien llamaba a las armas, mediante proclama del 18 de abril, con el propósito de «que el poder español sea completamente arrojado del territorio haitiano». El argumento esgrimido por los haitianos era el siguiente: «Haitianos. ¿Consentiréis en pasar de la libertad a la esclavitud? ¿podréis en pleno siglo XIX, cuando Italia, Hungría, Polonia y todos los pueblos oprimidos por una esclavitud menos temible que la de España impone a nuestros hermanos de sus colonias, están luchando por conseguir su independencia, consentir la presencia en nuestro territorio de ese gobierno extranjero que, secreta ó abiertamente, medita la destrucción de nuestra independencia?» (La Iberia, 14 de mayo de 1861: 2). El vecino país de los Estados Unidos de América, que ya había dado muestras de su interés por las Antillas, no pudo oponerse frontalmente a la nueva presencia de España por hallarse en plena guerra civil; no obstante, protestaron formalmente (La Iberia, 19 de mayo, 1861: 2). El presidente Lin coln hizo una velada advertencia: «Si España toma posesión de la isla de Santo Domingo, lo hará de su cuenta y riesgo» (citado por La Iberia del perió dico La Verdad, 6 de junio de 1861). Estas dificultades se vieron acrecentadas por la desvertebración territo rial, la fragmentación socio-cultural y la distancia por los años transcurridos entre la metrópoli y aquella antigua colonia. Como se ha señalado con bas tante exactitud: «Los españoles descubrieron que el pueblo que ellos venían a gobernar no era tan hispánico como esperaban. No sólo había diferencias raciales (la mayor parte de la población de Santo Domingo era de color), sino que después de mucho tiempo de aislamiento colonial, seguido de veintidós años de convivencia con los haitianos y de otros diecisiete de independencia, sus costumbres diferían mucho de las de España» (Bethell, Leslie 1991: 151). Los proyectos de integración racial, la amortización de la moneda, la construcción de un nuevo puerto, la transformación de Samaná en un astille ro, la construcción de un ferrocarril que uniera el interior de la isla, etc., no se vieron cumplidos. Mas aún se produjeron diferencias entre la población y los ocupantes, no se respetó la graduación de los militares dominicanos ni las costumbres en la regulación de los matrimonios, se implantó la legislación y la organización administrativa peninsular sin tener en cuenta el derecho con suetudinario y el funcionamiento de las instituciones dominicanas. Como señalaría el congresista español Figuerola: «Santo Domingo se ha perdido 52 42 .SANTO DOMINGO Y ESPAÑA: HISTORÍA DE UNA.. por la imprudencia de los hombres que la Unión Liberal mandó allí..., debíatilos haber respetado sus leyes, su tolerancia de cultos, su organización y haber velado contra todo asomo de exclavitud. Esos malos pasos de la Unión Liberal nos llevaron a la situación de ver insurrecionada la isla, a perder miles de soldados, a derrochar más de 300 millones de reales» (Figuerola, D. S. núm. 98, 30 de mayo de l$óñ). Insurrección, guerra de la restauración y abandono de España - La reincorporación de Santo Domingo a España se fundamentó sobre bases muy frágiles, prueba de ello fue que ya en 1863 comenzó una insurrec ción antiespañola, que llevó al país a una cruenta guerra hasta julio de 1865, en que se produjo el abandono definitivo de la isla, dando lugar a la tercera independencia de la República Dominicana. La insurrección dominicana contra la presencia de España fu apoyadá indirectamente por los Estados Unidos, que ya tenían puesta la mira en las Antillas como base de operaciones para sus intereses estratégicos y comercia les. Además de lo dicho, conocidos eran «los antiguos deseos norteamerica nos de incorporar a Cuba dentro de la Unión, manifestados en adquirirla por compra los presidentes Polk, Buchanam y Grant, también era cierto que desde el punto de vista económico Cuba dependía ya muy principalmente de la gran nación americana, especialmente en el azúcar, su principal produc ción» (Díez Alegría, Manuel; 1984: 11). Las facciones políticas opuestas al gobierno dominicano, que había obte nido la reincorporación, transfirieron su hostilidad a España, «todo parece indicar que la verdadera razón de la insurreción dominicana fue el descon tento popular con los frutos de la anexión. Dominicanos y españoles se hacían reproches mutuos..., ya para 1863 algunos españoles habían comenzado a poner en tela de juicio las ventajas de la reincorporación, algunas voces se alzaban ahora coléricas para exigir el abandono de la isla... José de la Concha, unionista, dos veces capitán general de Cuba y ministro de la Guerra cuando estalló la insurrección, era uno de los principales abogados de la evacuación» (Durán, Nelson: 1979: 254 y 255). Según noticias dadas por el propio Gobierno, y otras recogidas por los periódicos Las Novedades y El Constitucional, fechadas en Santo Domingo, a 9 de marzo de 1863, el inicio de la insurrección era ya un hecho. Se afirmaba: «Que en las provincias de Santiago y de Cibao, que caen al Norte, se notaban síntomas de descontento y se preparaba una revolución, estallando un movimiento amenazador y alarmante a mediados de febrero. En Guayubín los efectivos de los insurrectos fueron engrosándose hasta alcanzar 5.000 ó 6.000 hombres. En la ciudad de Santiago de los Caballeros los habitantes dieron los gritos de independencia y república en la noche del 24 de febrero, la insurrección se extendió en Monte Christi, Puerto Plata, Mangar y otras poblaciones» (La Iberia, 5 de abril de 1863: 2). Año 1993 MARIA DOLORES BORRELL MERLÍN «El jefe de los insurrectos había sido Lucas de la Peña, antiguo jefe de milicias de la isla, y que a la sazón se encontraba en el Norte» (La Iberia, 12 de abril de 1863: 2). El propio Lucas de Peña hizo la proclama insurreccional, que en síntesis consistía en lo siguiente: «Dominicanos: el sol del año 63 alumbra de nuevo nuestro glorioso pabe llón... El árbol de la libertad hace dos años que está marchito, alimentado por el escaso jugo de una denominación extraña por la traición del infame general Santana. Éstos son los principios que profesamos y éstas son las causas de nuestro pronunciamiento: Viva la libertad, la religión, la unión, los valientes domini canos. Guayubín, 25de febrero de 1863». (La Iberia, 21 de mayo de 1863: 2). La respuesta militar a la insurreción de Santo Domingo no respondió en ningún momento a una campaña en toda la regla, no hubo un mando especí fico con rango de general, sino que la dirección de las operaciones fue enco mendada a militares de segundo orden sin autonomía, sino dependientes de las órdenes y de los refuerzos provinientes de Cuba y Puerto Rico, asimismo se puso en evidencia lo inadecuado de nuestra trayectoria en política naval, que se reflejaría en la escasa preparación técnica, tanto de la oficialidad como de la marinería. Una guerra de tales características implica hacer un somero análisis sobre el estado de la marina española en contraposición a la modernización de las marinas francesa e inglesa, e incluso norteamericana. «Ni económica, ni cien tífica, ni tecnológicamente España poseía entonces los instrumentos básicos para una colonización como exigían las circunstancias e imponían las poten cias hegemónicas» (Hernández Sandoica, Elena, 1989). Para entender la evolución, el estancamiento y la debilidad progresiva del resto del imperio colonial español, es preciso recordar las distintas etapas por las que atravesó la Armada española en el siglo XIX y muy particularmente durante el reinado de Isabel II. «Sepamos que en 1795 la Armada española alineaba 76 navíos de línea, 50 fragatas y nueve corbetas; en 1808aún poseía 42 navíos, 30 fragatas y nueve corbetas, y seguía siendo el tercer poder naval mundial tras Inglaterra y Francia. Más importante que la derrota en la batalla de Trafalgar sería el hecho de que desde 1798, por espacio de más de cin cuenta años, no se volvió a botar ninguno hasta los Isabel II y Francisco de Asís, entre 1852-54, dando como resultado que en 1833nuestra Armada sólo contaba con tres navíos, tres fragatas y tres corbetas» (Rodríguez González, Agustín R.: 1988: 89-90). Pero ésto no era lo más grave, lo verdaderamente preocupante que suce dió fue «el hundimiénto de los hermosos astilleros del siglo XVIII, en Ferrol, La Carraca, Cartagena y La Habana, auxiliados por los de Guarnizo, Pasajes, Mahón y Cavite. Un simple dato lo ilustra todo: en Ferrol trabajaban en el 54 42 SANTO DOMINGO Y ESPAÑA: HISTORIA DE UNA... astillero unos 3.500 obreros en 1790, en 1833 sólo quedaban 37> (Ramírez Cabarrús, M.: 1980: 30). Entre 1834 y 1845 se adquirieron por diversos medios once vapores de casco de madera (dos de hierro), la mayor parte eñGran Bretaña, algúno en Estados Unidos y otros en Francia. Pero esto no significaba realmente un renacimiento de la escudra_española, dichos barcos eran en su mayoría buques mercantes transformados y armados sumariamente. «La situación varid a partir de 1845a causa de una mayor estabilidad polí tica, crecimiento económico, el impacto beneficioso de la desamortización sobre la Hacienda, unido a la gestión de ministros capaces de Marina, espe cialmente Molíns, crearon las condiciones para un impulso decisivo a las construcciones navales. Los presupuestos de Marina subieron espectacularmente: desde casi 17 millones de pesetas en 1850a los 53 de 1864-65»(Cousi has, J.: 1907: 697). La línea de mejora se vio reforzada en 1860 con la ley de «Incremento de las fuerzas navales», que permitió «la creación de una modesta pero moderna escuadra “blindada” de buques de vapor, integrada por ocho fragatas» (Sal gado Alba, Jesús: 1989: 14). A pesar de todo, la situación de la Armada durante esta época no ofrece un panorama demasiado esperanzador. «En el período 1851-1867se suceden cuarenta y cinco ministros en la cartera de Marina, aunque alguno de ellos ve repetido varias veces su apellido, lo que provoca tal despliegue burocrático que ni siquiera resulta posible sentar unas mínimas bases» (Serrano Montea varo, Miguel Angel: 1988: 87). Pero, además, las primeras unidades acorazadas de la Marina española se construyeron en los astilleros ingleses de Balnckwall, las fragatas Numancia y Victoria, a esas deficiencias habría que añadir los siguientes: «a) Las máquinas de mayor potencia, parte de la artillería, las brújulas y otros instrumentos siguieron sin fabricarse en España; b) El atraso chenuestros astilleros y del sector siderometalúrgico impi dieron botar un buque metálico hasta los años 80; c) La deficiente administración y contabilidad del Ministerio de Mari na» (Rodríguez González, Agustín R.: 1988: 98). En tales circunstancias estaba por ver si la endeblez de nuestra Marina (tengamos en cuenta que la fortaleza del colonialismo del siglo XIX se basaba en el potencial y en la modernización de la flota) sería capaz de tener éxito en un campo de batalla tan distante y complejo. Las primeras rebeliones contra la presencia española fueron sofocadas con energía. En efecto, el general Santana, reuniendo a todos los hombres de la reserva, hizo frente a la insurrección. «Felipe Rivero, Gobernador y Capi tán General de la isla, comunicó la derrota de los insurrectos, y el 16de marzo publicó un bando, en nombre de la Soberana, por el que se concedía el indulto a los participantes en el motín de Santiago, salvo a los jefes y oficiales Año 1993 MARÍA DOLORES BORRELL MERLÍN de la sublevación» (La Iberia, 22-4-1863). Posteriormente llegaría una amnis tía general. A continuación se intenta tomar cartas en la reorganización administra tiva de la isla, se enviaron refuerzos desde La Habana, todo ello con miras a la pacificación y normalización de Santo Domingo. No obstante, las cosas fueron a peor y la dinámica de la guerra se imponía paulatinamente. La escalada llevó al ataque frontal: «Los españoles han bom bardeado Puerto Plata, destruyendo la villa entera y matando a muchos habi tantes» (La Iberia, 29-9-63: 1). Los refuerzos militares seguían llegando, «10.000 hombres habían reci bido orden de embarcar para Cuba y Santo Domingo» (Las Novedades, 2011-63: 2). Pero las dificultades para los poco entrenados soldados españoles seguían siendo una trampa mortal: «Aquí sólo se piensa en morir..., no hay caminos..., la vegetación, imposible de describir..., detrás de cada árbol hay un fusil, los heridos se dejan allí» (La Iberia, 29-11-63: 2). Nuevas remesas de tropas y municiones arriban a las Antillas: «8.000 fusi les, numerosos voluntarios a bordo del Alava con el segundo batallón de arti llería de Marina, otros 3.000 en la fragata Villa de Madrid y 2.000 irán a bordo del San Antonio» (Las Novedades, 1-11-1863: 2). Ahora bien, al mismo tiempo que se recrudecía la contienda se daban las primeras peticiones desde España para abandonar y salir de la isla, «el ab andono es de imperiosa necesidad, esto es una rémora, esto no es una cosa aislada, algunos son de la opinión de que se abandone» (Las Novedades, 1-11-63: 2). Del lado dominicano, el movimiento independentista, cuyo jefe era Benigno de Rojas, articulaba mensajes en clave política tanto al otro conten diente como a la comunidad internacional. La fórmula adoptada se manifestó en dos actos: proclamación de un gobierno provisional en Santiago de los Caballeros y Acta de independencia manifestada en la misma ciudad el 14 de septiembre de 1863 (la noticia no llegaría a España hasta el martes 8 de diciembre, publicada en el rotativo Las Novedades). La respuesta española no se hizo esperar, al Acta de proclamación de independencia por los insurrectos dominicanos, en la sesión celebrada en el Congreso de los Diputados del 21 de diciembre del mismo año, el diputado de la Unión Liberal Rivero Cidraque respondió contundente: El Gobierno de la Unión Liberal, que aceptó la reincorporación de Santo Domingo, obró como deben obrar los gobiernos dignos, miró por la gloria de nuestra bande ra» (Las Novedades, 22-12-1863: 3). Con ello no se prestaba consideración alguna al punto central de la reivindicación del Acta de independencia que decía taxativamente: nuestra anexión a la Corona no fue la obra de nues tra espontánea voluntad, sino el querer del general Santana y de sus secuaces, quienes en la desesperación de su indefectible caída del poder tomaron el par tido de entregar la República». Antes de prodiicirse el abandono definitivo, a mediados de 1865, tuvieron lugar movimientos pro españoles y otras reacciones en contra, creándose una situación confusa en la que los dominicanos —sobre todo los notables «espa «... <... 56 42 SANTO DOMINGO Y ESPAÑA: HISTORIA DE UNA... ñolistas»— buscaban el apoyo de España para liquidar a sus rivales, en esta ceremonia de la confusión que se había iniciado con la misma reincorporación deI 61, estuvieron como protagonistas los Polanco, Rojas, Salcedo y Pedro Martínez. Mientras tanto en España se inició un debate parlamentario sobre la per manencia o el abandono de Santo Domingo, apoyado en el Dictamen de la Comisión (Apéndice primero del Diario de Sesiones del Congreso, núm. 41, de 3 de marzo de 1865). Los debates discurrieron los días 24, 27, 28, 29, 30 y 31 de marzo. Me limito a sintetizar la intervención del congresista señor Silvela, que sin paliativos abogó por el abandono: la situación de Santo Domingo sola mente la mantiene sujeta un cabo, que es el Real Decreto de incorporación de 1861: el gobierno os dice: cortad ese cabo». En suma, no puede negarse que hoy la guerra, la conservación de Santo Domingo, es un grave obstáculo, un embarazo notorio para la gobernación del Estado» (D. S. núm. 64, 31 de marzo de 1865, cois: 1364-1368). El 1 de abril de 1865 el Congreso enviaba el proyecto de Ley al Senado. En el debate intervinieron personalidades relevantes: Serrano, Miraflores, el Marqués de Lema y el ministro de Ultramar. La comisión dictaminó el pro yecto, conservando íntegro el texto: artículo 1.° «Queda derogado el Real Decreto de 19 de mayo de 1861 por el cual se declaró reincorporado a la Monarquía el territorio de la República Dominicana». (Palacio del Senado, 11 de abril de 1865) (Robles Muñoz, C.: op. cit.: 237, 238 y 239). Tras estos acontecimientos se llegó a firmar un Convenio que establecía las condiciones de la evacuación definitiva de la isla, dicho Convenio fue fir mado por Gándara (España) y Pimentel (República Dominicana). Pese a dicho Convenio, «la evacuación de Santo Domingo se llevó a cabo de manera tan desastrosa que España tuvo que recurrir al bloqueo de la isla para conse guir la devolución de sus prisioneros de guerra. No se exigió ninguna ventaja comercial ni se retuvo base militar alguna para la protección de Cuba y Puerto Rico. Tan sólo tres años habrían de transcurrir antes que los sombríos vatici nios de Cánovas se tornasen realidad y también Cuba se lanzase a la guerra por su independencia» (Durán, N.: op. cit.: 256). El 11 de julio de 1865, Gándara, las tropas y las autoridades reunidas en la capital se embarcaron para Cuba y Puerto Rico. Paradójicamente, el general O’Donnell (liberal) aceptó la reincorpora ción y el general Narváez (conservador) decretó la evacuación de Santo Domingo. «... «... Santo Domingo y el 98 La guerra de la Independencia de los Estados Unidos (1779-1783)permite la constitución de nuevos flujos comerciales para las Antillas (Serrano, Car los: 1984) y de modo especial con la isla de Cuba, que a partir de este momento empezará a dirigirsus exportaciones y a recibir importaciones y téc Año 1993 MARIA DOLORES BORRELL MERLÍN nicos —cuando no a formar sus dirigentes— en los Estados Unidos, finalmen te, el inicio de mundialización del mercado hará que a partir de 1870la isla sea apetecible como nudo estratégico de las comunicaciones interocéanicas. Como consecuencia, las torpezas de índole econónica que España arbitró en 1857, las repercusiones de la guerra civil norteamericana, la falta de una tecnología para el refino del azúcar en la isla (La Iberia, 1863) y la insurrec ción de Santo Domingo en 1863, con las connotaciones del esclavismo, intro ducen factores de turbación en la isla y en el archipiélago de las Antillas que con fases de intermitencias producirán la primera señal de alerta con el grito de Yara en 1868. Pero, además, la guerra de Santo Domingo se realizó en gran medida con recursos cubanos (Fernández Bastarreche, 1978), tuvo lugar en el espacio geográfico común de las Antillas, perjudicó las relaciones con los Estados Unidos —a pesar de hallarse en plena guerra civil— y suscitó la alarma de las repúblicas iberoamericanas (Paredes, Alonso: 1991). Las contradicciones del paradigma colonial español, agravadas por las expediciones militares isabelinas, fueron determinantes no sólo para eviden ciar nuestra incapacidad de administrar Santo Domingo, sino también para facilitar el naufragio definitivo de nuestra política americana en Cuba y Puerto Rico, en 1898. El debate sobre la anexión y abandono de Santo Domingo fue anticipo delos conflictos del 98. El futuro de España en las Antillas peligraba ante la debilidad de la que se había dado signos inequívocos. Había empezado a ter minarse un tiempo y había que pensar en el futuro, el sistema colonial español estaba tocado de muerte en América (Robles Muñoz, Cristóbal: 1987). Pero el paso en falso que se había dado ponía de manifiesto que la metró poli era un figurón tristemente solitario, hábil solamente para ridículas expe diciones, careciendo del elemento fundamental: el desarrollo social y econó mico de la metrópoli (Mesa, R.: 1990). Mas aún en este contexto hay que situar el real decreto de 25 de noviem bre de 1865, que encargaba a una Junta de Información el estudio de las posi bilidades de mejora de las relaciones entre la isla de Cuba y Madrid. Además, se puso de manifiesto la falta de dirección —sin un solo general al frente de las tropas— (Silvela, 1865), la deficiencia estratégica y logística y, en definitiva, la asintonía total de la población en España con la guerra de Santo Domingo, todo ello como presagio de la pendiente por la que se desli zaría el país en 1898. El reflejo de los acontecimientos de Santo Domingo en Cuba volvería a producirse de nuevo —anteriormente tras el Tratado de Basilea— y ahora tras el Decreto de abandono (11julio 1865), esos miles de dominicanos «espa ñolistas» tendrían, sin duda, que ver con los acontecimientos de emancipa ción que se producirían en Cuba entre el 68 y el 98. La inestabilidad político-administrativa de la Armada ocurre precisa mente cuando la guerra naval, además de militar, es un problema económico. 58 42 SANTO DOMINGO Y ESPAÑA: HISTORIA DE UNA... e industrial de gran envergadura que España no se encuentra preparada para resolver ni en 1863 ni en 1898 (Serrano Monteavaro, M. A., 1988). El hecho de que se creara un militarismo más burocrático que guerrero demostraría su ineficacia en las campañas de Filipinas y Cuba, Por ende, la hipertrofia de los escalafones erosionó los recursos económicos en detri mento de la calidad del material y la instrucción de los soldados, sin que el poder político pareciera preocuparse, dado que no estaba interesado en un ejército apto para la guerra, sino para el orden público (Cardona, Gabriel, 1991). En definitiva, España se proyectó en el resto de sus colonias solamente en el terreno militar pero no profesionalmente, pero este tipo de pretendida denominación fracasó estrepitosamente y a partir de Santo Domingo, España perderá las sucesivas guerras coloniales, viéndose obligada a mirar hacia el interior de sus propias fronteras. «Los acontecimientos del 98 supusieron el ocaso del poder marítimo espa ñol, pero el descalabro del 98 no fue sólo naval, en su entorno gravitaron —como ya he puesto de manifiesto— acontecimientos políticos, sociales y económicos que condicionaron nuestra trayectoria» (Alvarez-Arenas, Eliseo, 1990). En última instancia, «en que la Monarquía española dejase el que fue su primer establecimiento en el Nuevo Mundo, y con él a los dominicanos que confiaron en ella y en su ayuda, tenía mucho de trágica premonición» (Céspe des del Castillo, Guillermo: 1988). BIBLIOGRAFÍA ALVAREZ-ARENAS, E.: Lo naval en el noventa y ocho. 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ESPADAS BURGOS, 60 42 UNA COLECCIÓNDE HISTORIO GRAFIA NÁUTICADEL SIGLOXVI María del Pilar CUESTA Historiadora Desde hace años la Cátedra de Historia de los Descubrimientos Geográfi cos y Geografía de América de la Universidad Complutense de Madrid ha dado muestra constante de un elevado interés por la investigación de la histo ria marítima: el entusiasmo de los catedráticos Paulino Castañeda Delgado (ahora en la Universidad de Sevilla) y, su continuador, Mariano Cuesta Domingo por el tema náutico y las ediciones primitivas con él relacionado se ha puesto ya varias veces en evidencia; cuando estaba relativamente próxima la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América, hicieron partícipes a las instituciones, especialmente las relacionadas con la Armada, de un proyecto que, de ser aceptado, sería muy provechoso. Y así es. Se trataba de la conveniencia de recuperar una significativa historiografía del siglo xvi, desconocida por los no estudiosos de esta materia, desatendida de alguna manera, que incluso, a veces, pudo no ver la luz pública quedando inédita; además, resultaba generalmente difícil su compra y hasta su consulta. En su propuesta se manifestaba como prioritario la difusión, es decir, hacér selo más accesible al gran público y, paralelamente, era un beneficio para los más entendidos. Todo conducía a estimular el interés, a lo que se sumó la atención de la Editorial Naval (la más ligada a la Armada) que se encargó de su publicación, editorial que se vio respaldada por los directores del Museo Naval y del Instituto de Historia y Cultura Naval de Madrid. Evidentemente, los libros de náutica del siglo xvi tuvieron una importan cia intrínseca y fueron muy apreciados en Europa en su época; recordemos, igualmente, que el hecho de que la Casa de la Contratación de las Indias estu viera ubicada en Sevilla motivó que en dicha ciudad se centrara el esplendor de las ciencias náuticas, además de ser foco de comercio y exploración; por otra parte, las prensas hispalenses fueron las más activas en cuanto a produc ción de libros, en ellas se imprimieron obras geográficas, tratados de navega ción y libros de viajes. Como consecuencia, en el transcurso de la última década, la Editorial Naval ha ido publicando unos cuantos títulos rememorando una época impor tante en la Historia. En 1983 salía a la luz el Quatri partitu, de Chaves (pri mera edición completa) y, sucesivamente, la Luz de Navegantes, de Velleri no; el Itinerario, de Escalante; la Suma, de Fernández de Enciso; el Compen dio, de Cortés y, en 1993, la Instrucción, de García de Palacio; una serie de obras valiosas que aparecen muy bien presentadas y que responden a una cui dada edición; el resultado ha sido esta singular colección. Año 1993 MARÍA DEL PILAR CUESTA Las seis obras seleccionadas, entre las escritas en la Edad de Oro de la náutica española (siglo xvi), tratan de cosmografía, navegación, geografía, astronomía, hidrografía y construcción naval; son testimonio de un brillante pasado fáctico y científico y dignas de interés en el presente. Solamente tres fueron impresas en el mismo siglo; las restantes se conservaron manuscritas e inéditas hasta la actualidad en que se han editado por primera vez. En el caso concreto de las que ya vieron la luz hace siglos se ha procedido a su publi cación basándose en la primera edición. Todas y cada una de ellas van prece didas de un documentado estudio de prestigiosos especialistas en temas náu ticos. Cronológicamente (1983-1993), los volúmenes que han ido formando la colección son los siguientes: Primeramente, la publicación de una obra hasta entonces manuscrita y cuyo autor fue el entonces piloto mayor y cosmógrafo de la Casa de la Contra tación de Sevilla don Alonso de Chaves, titulada Quatripartitu en cosmograp hia pratica ipor otro nobre llamado Espeio de nauegantes: obra mui vtilissima i compendiosa en toda la arte de marear i mui necessaria i de grand prouecho en todo el curso de la nauegacion principalmente de España, escrita cerca de 1538. El manuscrito quedó inédito en su época, según conjeturas en base a la política del siglo siguiendo el criterio del Consejo de Indias, como protección del tráfico indiano (Chaves, 1983, p. 37), se daba demasiada información que no interesaba divulgar, particularmente en su Libro cuarto. Los contenidos de la obra están distribuidos en cuatro partes o libros prin cipales, que a su vez se subdividen en diversos tratados y capítulos: — Libro primero (en dos tratados): • Tratado primero, repartido en cuatro capítulos que tratan: sobre el calendario romano; el círculo lunar o áureo y cómo se halla; sobre el círculo solar y cómo hallarlo y sobre las fiestas movibles y cómo regularlas. • Tratado segundo: trata de todos los instrumentos necesarios en el arte de marear y de su fábrica y uso. Se divide en nueve capítulos. Libro segundo: Trata de todo lo celeste y tocante a la cosmografía práctica y arte de marear, el cual se divide en cinco tratados principales con otras subdivisiones. Libro tercero: Trata de todo lo práctico en la navegación y de todo lo necesario y tocante a la ejecución del marear y de los peligros, infortunios y batallas que acontecen en la mar, y de los remedios y avisos que en cada cosa se deba proveer. Libro cuarto y último: Trata de todo lo tocante a las Indias del mar Océano, y a todas sus partes y navegaciones particulares y generales. Libro dividido en veinticinco capítulos. — — — 62 42 UNA NÁUTICA DEL SIGLO XVI Este trabajo manuscrito, de indiscutible importancia científica y de utili dad al navegante, se conserva en la Real Academia de la Historia; si bien una parte del mismo, concretamente el Libro IV, ya se había publicado en 1977, la primera edición completa ha tenido lugar en 1983 con un título algo más breve: Quatri partitu en cosmografía práctica, y por otro nombre Espejo de navegantes. El volumen lo componen la transcripción del Espejo de navegan tes y un importante estudio preliminar y notas, todo ello realizado por los cita dos P. Castañeda y M. Cuesta, con P. Hernández (de la Biblioteca Nacional de Madrid); con esta obra se daba inicio a la colección, intercalados en el texto del Espejo se reproducen los dibujos existentes en la obra manuscrita. A este primer volumen de la colección le sucedieron otros dos que tam bién habían permanecido ajenos a la imprenta hasta la actualidad; ambos vie ron la luz en letras de molde en 1985; curiosamente se han editado en el orden contrario al que se escribieron en el siglo XVI. Baltasar Vellerino de Villalobos, interesado por afición en el arte de nave gar, escribió en 1592: Luz de navegantes donde se hallarán las derrotas y señas de las partes marítimas de las Indias, Islas y Tierrafirme del Mar Océano; es un derrotero manuscrito profusamente ilustrado, apaisado, y que permane ció inédito por considerarse un plagio de la obra de Escalante (que se comenta a continuación); un trabajo que hasta debió ser ignorado por sus contemporá neos, no obstante, se ha publicado ahora solamente como complemento ilus trativo del de Escalante. El contenido de la Luz de navegantes se divide en: Libro primero: De las derrotas de las Indias, Islas y Tierra firme del mar Océano. Libro segundo: De las señas de las partes de las Indias y Tierra firme del mar Océano. Esta parte incluye CXIII dibujos numerados y dos sin nume rar, a toda plana, de vistas de costas y algunos puertos, todos muy sencillos. Tomada la determinación de hacer una reproducción facsímil del manus crito, sirvió para la edición el ejemplar que se custodia en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca (otra copia manuscrita se halla en la Real Acade mia de la Historia). El facsímil de 1985 va precedido de un estudio realizado por María Luisa Martín-Merás (jefa de investigación del Museo Naval de Madrid). Veinte años antes que Vellerino escribiera y dibujara su obra, el entonces capitán general de la flota de la Nueva España don Juan de Escalante de Men doza escribía: Libro nombrado regimiento de la navegación de las Indias Oci dentales [sic] compuesto por el Capitan Ihoan Escalante de Mendoza escripto en modo de Dialogos de preguntas y respuestas entre un filosofo graduado maestro en Artes y un piloto muy practico y censado en la mesma navegacion de lasmesmas Yndias, va dividido en tres libros i en diversos dialogos, trabajo que concluyó el autor en 1575. Dicho título figura tachado en parte como se observa en el manuscrito, a la vez que quedaba sustituido por este otro: Itinerario de navegación de los mares y tierras Occidentales. — — • COLECCIÓN DE HISTORIOGRAFÍA Año 1993 MARÍA DEL PILAR CUESTA Distribución de esta obra de Escalante: Libro primero: Del itinerario de navegación de los mares y tierras occi dentales, en que habiendo llegado el interlocutor nombrado al puerto del río de Sevilla vio un barco presto para ir por el mismo río al puerto de Sanlúcar de Barrameda y, preguntando al Arráez y marineros si le quieren llevar en él, se le excusan de ello; y llegado el piloto, que lo tenía fletado a su costa para su navegación, se comienza entre ambos el primer diálogo sobre la navega ción del mismo río, hasta llegar al puerto de Sanlúcar, en que se platican y tra tan cosas útiles y necesarias a ello. Libro segundo: Del itinerario de los mares y tierras occidentales, en que después de haber salido todas las naos de la flota fuera de la barra de San lúcar y, estando repasando, amainadas y surtas, se comienza entre los interlo cutores el diálogo que trata de la navegación que se debe hacer desde allí hasta llegar a las islas de Canarias. Libro tercero: Comienza el diálogo que trata de las navegaciones que se deben hacer desde los puertos de la Nueva España, Honduras y el Nombre de Dios, en demanda del puerto de La Habana, y de lo que se debe advertir tocante a las mismas navegaciones. — — — Esta obra de Escalante superaba a la de sus célebres antecesores pero, sin embargo, no se le dio licencia para imprimir (el Real Consejo de Indias retuvo el permiso para publicación durante cuarenta y ocho años), por razones simi lares a las del Espejo de navegantes, de Chaves, es decir, ante el cúmulo de información que se ofrecía a los enemigos de España; el trabajo permaneció inédito. Fue en 1985 cuando se hizo realidad la publicación de la primera edición; para ello se decidió utilizar el manuscrito de la Biblioteca del Museo Naval (Ms. 523) que, a su vez, es una copia del códice original que Martín Fernán dez de Navarrete confrontó en 1791 con el conservado en la Bilioteca Real, hoy en la Biblioteca Nacional de Madrid (Ms. 3.104). Ha salido con el título de Itinerario de navegación de los mares y tierras occidentales, 1575, y de la edición se ha encargado, así como del estudio preliminar, Roberto Barreiro Meiro, quien ha creído oportuno respetar casi en su totalidad la transcripción de Navarrete; pero, por el contrario, ha incorporado ilustraciones en algunas páginas del texto del Itinerario que son ajenas a la copia manuscrita de que se sirvió. Respecto a los ejemplares manuscritos de esta obra de Escalante, ha habido cierta preocupación por la determinación del verdadero original. Según Fernández de Navarrete el de la Biblioteca Nacional era el borrador original (en él se constatan numerosas correcciones y tachaduras, así como los huecos donde habrían de ir las figuras correspondientes que lo ilustrarían); por otra parte, se tenían noticias de la existencia de otros dos ejemplares, siendo el último una aportación ofrecida por Navarrete. Después de la adqui sición en 1992, por la Dirección General de Bellas Artes y Archivos, de un ejemplar subastado en París, que incluye los dibujos, algunas láminas, esque 64 42 UNA COLECCIÓN DE HISTORIOGRAFÍA NÁUTICA DEL SIGLO XVI mas y tablas de declinaciones solares, se podría considerar éste como el manuscrito original preparado parala impresión. Precisamente este embelle cido ejemplar manuscrito, recientemente recuperado para el Patrimonio His tórico Español, se trata del que en su día aludió el citado Navarrete y que desde hace poco tiempo custodia el Museo Naval de Madrid. Estas obras permiten tener una idea muy aproximada del conocimiento náutico en España durante el siglo xvi, época de hegemonía marítima indis cutible española y que pusieron muy alto el nivel profesional de los navegan tes españoles. Los otros títulos de la colección corresponden a escritos publicados hace cuatro siglos y algunos casi cinco; no obstante, siguen constituyendo impor tantes documentos para conocer una parcela de la historia española si, ade más, resulta ser consulta de difícil acceso, la opurtunidad de volverse a estam par hace que el empeño editorial sea elogiable y merecedor de gratitud. Me refiero a las siguientes obras, obviamente, publicadas dentro de la colección: Una nueva edición de la Suma de geographia que trata de todas laspartidas y prouincias del mundo, en especial de las Indias, y trata largamente del arte de marear, juntamente con la espera [sic] en romance, con el regimiento del Sol y del Norte: nueuamente hecha, del bachiller Martín Fernández de Enciso, cuyos datos de impresión se hallaban reflejados en el colofón; impresa en Sevilla, por Jacobo Cromberger, en 1519. El propio título es indicativo del contenido; de hecho, comienza con el estudio de la Esfera terrestre, sigue con una introducción a la Geografía, Tablas solares y Regimiento del Norte; a continuación, trata de la Descrip ción de las provincias y partes del mundo (Europa, Asia, Historia Sagrada, Africa, Segunda India, Indias Occidentales). Fue una primicia dentro del siglo xvi, ya que esta obra dio impulso con precisión a una larga andadura geográfica americana (Suma, 1987, p. 5), siendo el primer libro que trata de la navegación a las nuevas tierras descu biertas; el autor, además, había participado en los descubrimientos y explora ciones de ellas. De la Suma, de Enciso, hubo otras ediciones posteriores; en el siglo xvi, dos españolas (de Sevilla, 1530 y 1546) y una traducida al inglés (Londres, 1578); y en el siglo xx se han publicado: en Madrid, 1948 (facsímil de la de 1519), con una tirada de 250 ejemplares, y en Bogotá (1974), además de la edición inglesa de 1932. En 1987 se ha hecho la última ediciÓnde la Suma de Geographia, encar gándose del cuidado de la misma, así como del estudio que la precede, el pro fesor M. Cuesta Domingo; transcribe el texto de la primera edición de 1519, pero tiene en cuenta las otras del mismo siglo. El por qué de la edición de 1987 se debe a la idea primera de la colección, es decir, facilitar la difusión de esta obra a todo investigador que se interese en conocer mejor el estadoen que se encontraba la ciencia durante los años de los grandes descubrimientos geo gráficos, así como del conocimiento que por entonces se tenía de la imagen física de la Tierra (Suma, 1987, p. 53). Año 1993 &iue comPcndio bela rpbcra ia arrcbe naucar,cnnucuonflrwncnrc’t relaç_ccmplsScadO con mufubt1lea oemonftracioiic:C0flipuCflOpOÍDl0rt1fl oflcO flaturalDe hurlelaro3 fl clrC)n0beZhaon pCter%te”c3tnobC la CIUdOdDC C.dI3: btr(ido al fuuictifl mo onarcba Larto uinto 1lctDC ta icfpaias cta. Seño1ilUcflro. 1’ O de}saiegcfon delos muerrasOc’ )‘-ickntaies:.iT’ 1 N E R..A R.l - .UtOMPVFSTO PORL CAPfTAN t}ÍOnIESCALANTE DO DE 4INSTRVC ION. / V T Hl CA. PA RA EL BVEN V(o,y rcgimicnto dc laelleos, tu iuçe.y y gouielnoconfoimeila ¡horadeMURO. 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La primera impresión había tenido lugar en Sevilla, en casa del impresor Antón Alvarez, en 1551, titulada: Breue compendio de la sphera y de la arte de nauegar, con nueuos instrumentos y reglas exemplificado con muy subtiles demonstraciones, compuesta por Martín Cortés, quien se lo dedicaba a Car los y, rey de las Españas (de ahí que en la portada vaya grabado el escudo de las armas imperiales). El contenido se distribuye en tres partes con varios capítulos: Prólogo. Parte primera del compendio: trata de la composición del mundo y de los príncipes universales que para el arte de la navegación se requieren. For mado por veinte capítulos. Parte segunda: trata de los movimientos del Sol y de la Luna y de los efectos que sus movimientos se causan. Dividido en veinte capítulos. Parte tercera: trata de la composición y uso de instrumentos y reglas de la arte de navegación. Dividida en trece capítulos. Circo años después salió la segunda edición española (en Sevilla, 1556) y, cuatro siglos más tarde, se hizo edición facsímil de la primera en Zaragoza (1954); se publicó en Londres, en lengua inglesa, varias veces durante el si glo xvi (1561, 1572, 1579, 1584, 1589, 1596) y tres más en el xvii (1609, 1615, 1630). Haber sido tan editada evidenciaba el marcado interés ofrecido por esta obra, y particularmente a los británicos (manifestaba uno de los traducto res que ningún otro país culto contaba con una cátedra de estudios náuticos como poseía España en la Casa de la Contratación de Sevilla). Asombra el hecho de que el autor no practicara el arte de navegar, aunque ello no fue inconveniente su presentación cultural y científica le sirvieron en su aplicación a la náutica; es más, su interés por el «arte de marear» le llevó a hacer de su teoría algo dotado de sencillez (Cortés, 1991,p. 33), al alcance de todos; así se justifica la difusión y el éxito. Sin duda este texto fue una de las más brillantes aportaciones técnicas de la náutica de la Era de los Descubri mientos peninsulares. En las páginas que preceden al Breve compendio de la Esfera, de 1991, el profesor Cuesta hace un estudio sobre los descubrimientos geográficos y pro gresos técnicos, y otro sobre Martín Cortés y su obra, que complementa con datos y noticias de las distintas autoridades citadas por el autor en el trans curso del texto; asimismo, es el responsable de la transcripción del texto correspondiente a la primera edición objeto de esta nueva publicación; incluye las ilustraciones relativas a esferas y figuras astronómicas que en la primera aparecieron grabadas en madera; con todo ello, el editor literario facilita y estimula su lectura y la publicación posibilita la accesibjlidad de una obra importante, «rara», y difícil de encontrar en las bibliotecas por los inves tigadores de estos temas. — — — — Año 1993 MARIA DEL PILAR CUESTA El último volumen de la colección, por ahora, corresponde a una obra cuya primera edición vio la luz en Ultramar, mientras su autor era oidor en la Real Audiencia de la ciudad de México; el título que llevaba era el siguiente: Instrución náuthica para el buen vso y regimiento de las naos, su traça y gouierno conforme á la altura de México, compuesta por Diego García de Palacio e impresa en casa de Pedro Ocharte, en México, el año 1587 (si bien había sido escrita en 1583). La Instrucción náutica se halla dividida en cuatro libros, después del proe mio, y termina con un vocabulario marítimo: Libro primero, dividido en nueve capítulos, trata sobre la esfera mate rial y disposición para entender las alturas; las tablas de la declinación; el uso y demostración del cuadrante; el uso del astrolabio; cómo hacer la ballestilla y sobre el uso de la misma; reglas necesarias para saber, con la estrella del Norte; qué hora es de la noche; sobre la forma del crucero y polo del Sur y sobre el nordestear y norestear de la aguja. Libro segundo, dividido en nueve capítulos, trata sobre el áureo número; sobre la epacta: cómo hallar de cabeza todas las conjunciones de la Luna con el Sol; sobre la Luna y el Sol; las mareas; cómo saber cuándo hay pleamar o bajamar y, por último, cuántas leguas se andan por cada una de las siete cuartas. Libro tercero, dividido en tres capítulos: astrología rústica y señales por el Sol, Luna, etc.; carta de marear, su construcción y forma; tablas de la Luna. Libro cuarto, dividido en 35 capítulos: sobre la cuentay traza que ha de tener cualquier nao; sobre las velas, vergas, aparejos, etc., y cables; sobre el capitán, maestre, piloto y demás personas y oficiales de la nao y, finalmen te, sobre la nao de guerra. Vocabulario de los nombres que usa la gente de la mar. El estudio de dicha terminología es francamente enriquecedor. — — — — — García de Palacio era jurista e historiógrafo; tuvo un gran interés por la náutica, aparte de practicar la navegación y saber utilizar, para bien, su expe riencia. La empresa ultramarina del xvi exigía un desarrollo de la náutica a todos los niveles; todo ello incidió en la preocupación que el autor tenía por la normalización de la arquitectura naval (como se desprende del estudio rea lizado por M. Cuesta en la edición de 1993). Se trata de la primera obra de náutica impresa en la América hispana e incluye gráficos de la arquitectura naval, «cuyos dibujos han servido para ilus trar infinidad de obras referentes a la historia marítima» (Instrucción, 1993, p. 44); por tanto, varios planos y grabados pueden considerarse los primeros estampados sobre la construcción de navíos. No cabe duda de que la «Instruc ción» es un testimonio de la calidad constructora naval de la España de su tiempo. Sorprendentemente, no se volvió a editar hasta 1944 (en Madrid, por Cul tura Hispánica) mediante reproducción facsímil. Siendo una obra muy desta 68 42 UNA COLECCIÓN DE HISTORIOGRAFÍA NÁUTICA DEL SIGLO XVI cada y relevante en la época y pasando a formar parte del grupo de las consi deradas obras «raras» en las bibliotecas importantes (un ejemplo significativo es que la Biblioteca Nacional de Madrid carece de ejemplar alguno de la pri mera edición dentro de su rico fondo antiguo), hace que su elección, aprove chando la posibilidad de ofrecer al público este sugestivo trabajo para la histo ria de la Marina, sea muy acertada. Cuesta Domingo se ha encargado de la edición de este nuevo volumen de la colección, Instrucción náutica, de Diego García de Palacio, quela Editorial Naval acaba de sacar en 1993; un interesante estudio previo sobre la vida y obra del autor, acompaña al texto náutico del que el editor literario ofrece una cuidada transcripción de la primera edición, incorporando la reproduc ción de los representativos grabados que en ella se contenían, al igual que todas las tablas. Si bien es cierto que esta obra de Diego García de Palacio ha sido publi cada un año después de la fecha mágica de conmemoración del 92, también puede convertirse en el punto de enlace que anuncie el devenir de las siguien tes publicaciones, y de esta manera se difundirá la brillante aportación de los navegantes y científicos españoles al mayor conocimiento del mundo que se iba descubriendo y la interrelación existente con el desarrollo de la ciencia. Después de estas líneas se puede concluir que el deseo de todos cuantos han colaborado en hacer realidad la publicación de esta peculiar colección de Historiografía Náutica ha sido el de ayudar a promover el estudio e investiga ción de la Marina en la Historia, lo cual va siendo un hecho. Por nuestra parte deseamos que la tarea emprendida, y que ya alcanza un volumen apreciable, se continúe con otras obras tan importantes como las hasta aquí presentadas y confiamos persista la excepcional acogida entre aquéllos a quienes investi gan sobre esta parte de la ciencia o, simplemente, son atraídos por estos temas. Particular mención debe hacerse de la Editorial Naval por la meritoria labor que está desarrollando. Año 1993 EL REGRESO DE LA ESCUADRA DE LOS BAJELES DEL MAR DEL SUR • Ana María GARCÍA-JUNCO DEL PINO (Licenciada en Historia de América) El 22 de junio de 1779España declara oficialmente el rompimiento de hostili dades contra Gran Bretaña. Al día siguiente sale de Cádiz, para unirse en Brest a la francesa, la escuadra de don Luis de Córdoba. Su meta es la invasión de Gran Bretaña. En esta campaña participa el capitán de navío Antonio Bacaro, como coman dante del navío de 70cañones Angel de la Guarda,formando parte de la escuadra de retaguardia, bajo el mando de don Miguel Gastón. Fracasado el intento regresa a Cádiz (1). Estemismo año es nombrado Antonio Bacaro comandante en jefe de la escua dra de los bajeles del sur. Su cometido será dirigir la escuadra para defender el mar del Sur, las costas chilenas y el paso a ellas por el estrecho de Magallanesdurante el conflictoarma do. Esta escuadra estaba compuesta por navíos de Su Majestad y otros particula res, armados para la ocasión e incentivadospor la real cédula de 8 de julio de 1779, que garantizaba que toda presa enemiga hecha por navíos particulares estaba exenta de pagar el quinto real y cualquier otro derecho antiguo; las presas le per tenecían íntegramente (2). No hay que olvidar que el 12 de octubre de 1778se dio la gran medida comer cial del siglo, al decretarse la supresión del monopolio del tráfico con las Indias adscrito a Cádiz y establecerse una amplia libertad de comercio, que atrajo a las clases burguesas (3). Durante estos años formaron parte de esta escuadra las fragatas Santa Paula, Nueva Galicia, Princesa de Aragón y las particulares Santa Bárbara, Begoña y Aguila; los navíos San Pedro de Alcántara, Peruano, Santiago La América y los particulares San Miguel, Belén y Aquiles; la urca Monserrat;el bergantín San Joa quín y Santa Ana, y el paquebote Merceditas,fletado por la Real Hacienda (4). Los caudales necesarios para mantener esta escuadra salían de las cajas reales de Lima y los pertrechos de los reales almacenesde El Callao. El procedimiento, desde 1780en que se separa la función de la superintendencia de la Real Hacienda del cargo del virrey, consistía en que el comandante general de ésta presentara al (1) Fernández Duro, Cesáreo: Armada Española. Museo Naval, Madrid, 1973, tomo VII, capítulo XII. (2) Fernández Duro, Cesáreo: Op.cii., pag. 235. (3) Comellas, J. L.: H.” de España Moderna y Comtemporánea. Edit. Rialp. Madrid, D. 1, 1971. (4) ArchivoGeneral de Indias: Lima, 1511; Lima, 1512. Año 1993 ANA MARÍA GARCÍA-JUNCO DEL PINO virrey los presupuestos que hacía la Junta de Marina —formada por comandan tes, segundos comandantes y con asistencia del oficial ingeniero y los maestros mayores—. Y una vez reconocidos eran remitidos al superintendente delegado de la Real Hacienda. Esto se fundaba en el artículo 719 de las Ordenanzas de Arse nales, que quedará derogado el 27 de agosto de 1785, pasando los presupuestos directamente al intendente de El Callao. Las recorridas y carenas que necesitaba esta escuadra se realizaban en el asti llero de Concepción. Antonio Bacaro solicita, repetidamente desde 1781,al virrey del Perú, Jáure gui, permiso para que la escuadra regresase a El Callao para reparar los daños, alegando la falta de capacidad del astillero de Concepción. El virrey denegaba el permiso por temor a dejar paso libre a los enemigos y creyendo ver en esta peti ción una excusa de los marinos para así poder vivirestos más cómodamente en El Callao; además, se veía presionado por los comerciantes, clase burguesa ascen dente, que veía en peligro la arribada de sus buques mercantes. Una vez recibida la noticia de la paz con Gran Bretaña en el virreinato del Perú, a principios de 1783, Jáuregui determina que Bacaro reúna la Junta de Marina y sea ésta la que tome la determinación. Se decide que la escuadra regrese a El Callao a realizar las carenas necesarias a las naves durante el invierno. De esta manera, el 20 de julio de 1783cesa la comisión de esta escuadra guar dacostas del mar del Sur, iniciadaa primeros de enero de 1780.El gasto que repre sentó para la Real Hacienda se cifróen 9.686.191reales de plata fuerte entre suel dos, medicinas, víveres, pertrechos, obrajes..., según la certificaciónde Francisco Martínez, oficial segundo de la Contaduría principal de Marina (5). La paz con Gran Bretaña estaba concertada y el estado de las arcas reales dejaba mucho que desear, pero quedaban muchas tareas por concluir: las guarniciones movilizadas durante el conflicto armado habían de ser devueltas a su lugar de origen... Jorge Escobedo, superintendente delegado de la Real Hacienda del virreinato del Perú, se quejaba al rey del gasto que suponía el mantenimiento de esta escuadra para realizar estos cometidos, que podían desempeñar las naves particulares, suponiendo un coste menor y una mayor rapidez de ejecución. Estos motivos, unidos a la necesidad de recibir caudales en la península, hizo que el rey decidiera que la escuadra saliese rumbo a España, con cargo de frutos y caudales, el 21 de junio de 1783. Así pues, el regreso fue impulsado por razones económicas; sería un ahorro, pues, las arcas reales, de un lado, gastarían menos al no tener que pagar a la aduana los gastos de manteni miento de la Marina y de sus barcos, la reparación de éstos, tres veces más cara en El Callao que en España y, de otro lado, el transporte de caudales en naves de guerra sería más económico que en las mercantes, por mor del artí culo 47 del Reglamento de Librecomercio, que concedía que las naves mer cantes pudiesen cargar libremente hasta 1.000 pesos por tonelada, cuando ninguna nave de la Real Armada pudiese transportarla a España. (5) 72 Archivo General de Indias: Lima, 1511. Expediente 683. 42 EL REGRESO DE LA ESCUADRA DE LOS BAJELES DEL MAR DEL SUR Bacaro, pues, recibe del virrey de Lima la orden de regreso a España y escribe a José de Córdoba, comandante del navío Peruano, el 19 de septiem bre de 1783, comunicándole que cuantos barcos de esta Armada estén en dis posición de hacerlo han de partir rumbo a Cádiz este mismo mes (6). Al día siguiente contesta Córdoba diciendo que su navío queda preparadc para recibir la carga que hayan de acomodarle, aunque se le está constru yendo un nuevo palo mayor y repasando la quilla. No obstante, sólo tiene «vasigería (sic) para la aguada» para cuatro meses y para la dotación con la que salió de Cádiz. El día 19 de noviembre del mismo año (7), la Junta de Marina aprueba las disposiciones del virrey con respecto al regreso de la escuadra. Es entonces cuando el ingeniero de la Armada comienza a realizar el arqueo de las cargas a transportar por los tres navíos que saldrían en la expedición de retorno a la península: el Peruano, San Pedro de Alcántara y la fragata Santa Paula. El día 24 de diciembre del mismo año, Bacaro comunica a Escobedo el arqueo de las naves, realizado por el ingeniero de la Armada (8): - Peruano: — — — — Arqueo: 104 cajones de cascarilla, 7.000 quintales de cobre Carga para el rey: 48 cajones de cascarilla, 156 quintales de cobre. Carga para Marina: 56 cajones de cascarilla, 2.185,5 quintales de cobre. Carga del comercio: 4.814,5 quintales de cobre. San Pedro de Alcántara: — — — — Arqueo: 454 cajones de cascarilla, 17.000 quintales de cobre. Carga para el rey: 208 cajones de cascarilla, 368 quintales de cobre. Carga para Marina: 246 cajones de cascarilla, 10.410 quintales de çobre. Carga del comercio: 6.222 quintales de cobre. Santa Paula: — — — Arqueo: 336 cajones de cascarilla, 7.000 quintales de cobre. Carga del rey: 100 cajones de cascarilla. Carga del comercio: 236 cajones de cascarilla, 7.000 quintales de cobre. (6) Archivó General de Indias: Indiferente General 2529. Anexo A, a carta de 4-3-85, de Córdoba. (7) A. G. 1.: Indiferente General 2529.Documento 232. (8) A. G. 1.: Indiferente General 2529. Carta de Bacaro a Escobedo de 24-12-1783. Año 1993 ANA MARIA GARCÍA-JUNCO DEL PINO A los cinco días de recibir el arqueo, Escobedo manda un oficio a Antonio Bacaro mostrando su sorpresa por éste. Se queja de la escasez de fletes que se conceden al comercio y de la diferencia del mismo con repecto a los de otras ocasiones. Estas desavenencias entre el superintendente de la Real Hacienda del Perú y los «individuos de la Marina» se plasman en la carta de Escobedo a Gálvez, a la sazón ministro de los asuntos de Ultramar, fechada el 16 de marzo de 1784, en la que el primero dice que los comandantes y oficiales de los buques de la Armada embarcan con el producto de sus sueldos y genera las, efectos a su nombre o al de otros comerciantes para negociarlos ellos; que otorgan los fletes de comercio de manera arbitraria y que privan al rey de sus fletes. Sigue diciendo que también defraudan a la Real Hacienda poniendo los fletes de los comerciantes como suyos propios, para que no paguen dere chos de aduana y ganar ellos algo más. Se queja de la elasticidad de los fletes; la capacidad del buque crece cuando se les da libertad para que ellos mismos embarquen la carga; si la carga transportada es del rey, que no les produce beneficios, el tonelaje se reduce y se alega peligro de sobrecarga. Se basa Escobedo en la ordenanza número 7, título 4, tratado 6 de las de Marina, que otorga la facultad de disponer las cargas de los barcos de guerra que regresen a España al presidente de la Casa de la Contratación y, en su defecto, al superintendente de la Real Hacienda, que en el Perú hacía sus veces. Molesto por estos abusos, solicita Escobedo de Gálvez que los barcos que en adelante salgan de Cádiz traigan un oficio para la Superintendecia con las órdenes, expresando el tonelaje, las generalas correspondientes a cada indivi duo y si se les concede la libertad de aranceles. Alude, además, al continuo choque entre las autoridades civiles y militares. Resultado de estas quejas es la real orden del 23 de septiembre de 1784, por la que el presidente de la Casa de Contratación de Cádiz ha de cobrar todos los derechos a fletes a la escuadra del mar del Sur, incluso a las gene ralas (9). El arqueo presentado a Escobedo es aprobado, aunque varía la distribu ción de las cargas (10): Peruano: — — 1. A) — — Carga para el rey: 31 cajas de cascarilla. Resto: 73 cajas de cascarilla, 7.000 quintales de cobre. Carga de plata y oro: 7.382.210 pesos, 5,3/4 reales, pertenecientes: Al Estado: Del ramo de Correos: 175.000 pesos. Del ramo de temporalidad: 45.000 pesos. (9) A. G. 1.: Indiferente General 2529. Documento 232. (10) A. G. 1.: Indiferente General 2529. Carta de Echenique a Gálvez, de 21-8-1784. Núm. 42 EL REGRESO DE LA ESCUA DRA DE LOS BAJELES DEL MAR DEL SUR — — — — — — Del ramo de naipes: 20.000 pesos. Del ramo de artillería: 10.000 pesos. Del Cuerpo de Marina: 55.033 pesos, 4 reales. De la Real Orden de Carlos III, por pensiones cargadas a la mitra y Cabildo de Chile: 14.980 pesos, 6,5 reales. Del ramo de condenas y multas de Chile: 701 pesos, 6 reales. De redención de cautivos: 50.570 pesos. Además, de los Santos Lugares, 33 barras de plata con 5.311 marcos y siete onzas, con un valor de 45.911 pesos y cuatro reales; 26 barretones y un tejito de plata con 2.186 marcos, cinco onzas y un adarme, yen ellos incluidos 50 marcos, siete onzas, una ochava, cuatro tomines y 9,66/88 gramos de oro. Y dos cajoncitos rotulados al R. Ntro. Sr. que contienen principales de plata y oro vendidos en esta Real Casa de Moneda. B) — — 2. A) A particulares: En plata y oro acuñado: 6.853.015 pesos, 3/4 reales. En barras de plata, tejos de oro, plata labrada, piedras de mineral y alhajas: 111.698 pesos, 1/2 real. Frutos: De Su Majestad: 31 cajones de cascarilla para la Real Botica con 3.110 libras, cuatro cajo nes de Peje Tollo con 16 arrobas y 73 cajones con productos naturales de la zona. B) Particulares: 1.752 barras de cobre con 3.195 quintales y 25 libras; 407 cajones de casca rilla con 75.635 libras; 84 zurrones de cacao de Guayaquil; 20 cajones de cas carilla; siete cajones de cacao de montaña (27 arrobas, ocho libras); un cajón de Calaguala; dos zurrones de Yerba Culer; un fardo con una alfombra hecha en Cuzco; un cajón con plumeros; un cajón con una pintura; cuatro cajones con curiosidades y guaqueros indios; un cajón con una momia índica, y seis fruteritos de piedra de Huamanga. San Pedro de Alcántara: — — Carga para el rey: 135 cajones de cascarilla; 1.200 quintales, 22,5 libras de cobre. Resto a fletar: 319 cajones de cascarilla; 15.799 quintales, 77,5 libras de cobre. Año 1993 ANA MARIA 1. DEL PINO Plata y oro: 7.487.913 pesos y cuatro reales. A) plata B) plata pesos. 2. GARCÍA-JUNCO Del Estado: acuñada, 309.691 pesos y siete reales; plata en pasta, 55.794 pesos. Particulares: yoro acuñado, 7.000.796 pesos y siete reales; plata labrada, 121.631 Frutos: A) Delrey: 1.200 quintales y 22,5 libras de cobre; 135 cajones de cascarilla de 550 arrobas y cuatro libras; cuatro cajones de Peje Tollo con 16 arrobas; diez cajo nes de Canchalaina con 27 arrobas y once libras; dos cajones de Balaimo Peruviano con cinco arrobas y 19 libras; un cajón con huevos petrificados; 53 cajones con productos naturales de la zona; seis estufas con 28 macetas; tres cajoncitos con cebollas o plantas de ellas, y dos cañones de bronce, uno de 24 y otro de cuatro. B) Particulares: 12.150 quintales y72 libras de cobre; 1.050 cajones de cascarilla con 8.339 arrobas y 13 libras; 559 arrobas de cacao de Guayaquil; 12,5 libras de Cala guala; 14 libras de Canchalagua, y 12,5 libras de Yerba Culer. Santa Paula: — — — Carga para el rey: 336 cajones de cascarilla. Resto a fletar: 100 cajones de cascarilla; 7.000 quintales de cobre. Carga transportada (11): 1.507 barras de cobre con 2.776 quintales; siete cajones de Calaguala con 32 arrobas; 379 cajones de cascarilla con 2.342 arrobas; 163 zurrones de cacao con 946 arrobas; 197.561 pesos de oro en cruz; 815.322 pesos de plata en cruz; 45.861 pesos de 5.792 marcos y cinco onzas en plata labrada y en barras, y un cajoncito con monedas de plata y oro para Su Majestad. La carga de estos tres buques la encontramos en la correspondencia de Escobedo (12). La mayor parte de los fletes concedidos al comercio la cubre en este viaje el comerciante Antonio López Escudero. Además, en esta oca Sión se embarcan los resultados de la expedición botánica de Mr. Dombey y los boticarios. Mr. Dombey fue un médico francés familiarizado con el estudio de la botánica, elegido por la Academia de las Ciencias de París con permiso del monarca español Carlos III para recuperar los materiales dejados en el Perú (11) A. G. 1.: Indiferente General 2529. Expediente 122. (12) A. G. 1.: IndiferenteGeneral2529. Documento232. CartadeEscobedoaGálvez,de 16-3-84. 76 42 EL REGRESO DE LA ESCUA DRA DE LOS BAJELES DEL MAR DEL SUR por Joseph de Jussieu, uno de los miembros de la expedición franco-española de 1735 para medir y estudiar la superficie terrestre del Ecuador, de la que formaron parte Jorge Juan y Ulloa. José Gálvez, ministro de Indias, agregó a esta expedición dos botánicos españoles —Hipólito Ruiz y José Pavón— y dos dibujantes —Brunete y Gál vez—. Esta expedición enviaba muestras de los estudios relizados y materia les recolectados periódicamente a España. Uno de los envíos iba embarcado en el San Pedro de Alcántara, perdiéndose totalmente en el naufragio (13). La presencia de botánicos en las expediciones americanas responde a una necesidad de renovación científica en la España borbónica en el campo far macéutico y en la política comercial con las colonias (14). Volviendo a las tres naves, el virrey del Perú dio providencias para que éstas zarpasen en enero de 1784; pero esto no fue ejecutado al tener las embarcaciones más averías de las previstas y por la escasez de maestranzas en El Callao, pues éstas habían sido embarcadas en las naves particulares que llevaban de regreso a Panamá a dos regimientos. El 7de febrero de 1784, Antonio Bacaro escribe a José de Córdoba cómu nicándole la orden del virrey de que se den a la vela las tres naves el día 19. Para ello éste podía pedir cuanto necesitase. Al día siguiente recibe la res puesta; de nuevo le solicita, como en repetidas ocasiones lo había hecho de palabra, gente de mar, ya que su tripulación era escasa y entre ella había bas tantes enfermos, por lo que sólo cuenta para terminar los trabajos con la ter cera o cuarta parte de la tripulación (15). De nuevo, otra real orden, ésta del 24 de febrero de 1784, conminaba a los buques de la escuadra a efectuar el regreso a Cádiz con los caudales, y sin dila ción, para evitar gastos al erario. Las que no estuviesen en condiciones de rea lizar el trayecto se venderían a particulares o serían desguazadas. El navío Santiago La América y la urca Monserrat estaban en muy malas condiciones, por lo que se decide que el material reunido para su arreglo se utilice para acondicionar al San Pedro de Alcántara. El coste de esta reparación importó 116.655 pesos de plata fuerte y dos reales (16). Bacaro ordena la salida a la mar, tras esta demora, para el día 8 de marzo, pero por la correspondencia entre éste y Córdoba (17) sabemos que proble mas diversos van retrasando la partida. El 4 de marzo Córdoba ve imposible que pueda darse a la vela cuatro días más tarde, pues aún no ha recibido la leña de estiba solicitada para completar (13) DeIPino Díaz, Fermín, y Guirao de Vierna, Ángel: Las expediciones ilustradas ye! Estado Español, en «Ciencia y Contexto Histórico Nacional en las expediciones ilustradas a América». CSIC. Madrid, 1988; pág. 41. (14) Puerto Sarmiento, F. J., y González Bueno: Renovación sanitaria y utilidad co mercial, las expediciones botánicas en la España ilustrada, en Ciencia y Contexto... (op. cit.); pág. 129. (15) A. G. 1.: Indiferente General 2529. Documento 232. (16) A. G. 1.: Indiferente General 2529. Carta 450 de Escobedo, de 5-4-1785. (17) A. G. 1.: Indiferente General 2529. Aáo 1993 ANA MARÍA GARCÍA-JUNCO DEL PINO la aguada, y la carga para el consumo en el viaje. Expresa la necesidad de reci birla por lo avanzado de la estación y por ir las naves muy cargadas. El día 16, sin haber tenido respuesta a la petición realizada, vuelve a comunicarle que el Peruano puede comenzar a recibir la carga de plata regis trada a partir del día siguiente; al no tener respuesta, el día 18 vuelve a escri birle, encargando a. su ayudante de órdenes, el alférez de navío Josef Esco bar, que la entregue en mano, pidiéndole que no se demore más la carga de la plata registrada para el Peruano y el Alcántara. Habría que zarpar antes de final de mes por estar muy avanzada la estación y ser peligroso el paso por el cabo de Hornos. En ésta le comunica que sólo le queda embarcar el rancho y el ganado que ya están en la playa. Insiste en que no es prudente demorar la salida por el peligro del mal tiempo, pues entre ambas naves llevan de 16 a 18 millones de pesos de registro. Ante la ausencia de contestación, vuelve Córdoba a escribir a Bacaro el día 28, insistiendo en la premura de la salida para evitar el mal tiempo y comu nicándole que ya se han embarcado en ambas naves más de siete millones de pesos. Finalmente, tiene noticias de éste comunicándole que sin falta han de salir rumbo a Cádiz, tanto el Peruano como el Alcántara, el próximo 7 de abril. Tampoco esta fecha es la de salida, ya que dos días más tarde aún están en puerto y Bacaro comunica a Córdoba que será el jefe de la expedición, como mandan las Ordenanzas, y que debe salir ala mayor brevedad protegiendo la carga de los enemigos. Le avisa, además, de que ha de conseguir conserva para estos barcos, como mandan las Reales Órdenes. Este mismo día 9 le res ponde éste diciendo que partirá en el mismo momento que tenga a bordo todo lo que ha solicitado anteriormente, además de un armero que le es muy pre ciso. El día 10, Córdoba, como jefe de la expedición, comunica al brigadier Fernández Bedoya, comandante del San Pedro de Alcántara, que desea salir el día 11; desea saber si esta nave podrá zarpar o si necesita algo para ello. Si no existe ninguna objeción, le remitirá las señales y documentos de la Comi sión. El mismo día le responde Bedoya que hasta el lunes por la mañana no terminará la aguada, retrasada por estar fuera la lancha y no haberla podido embarcar a causa del estado de la mar. Se queja, también, de tener poca «va sijería» —apenas 580 pipas y viejas— que no le bastarán, aunque la tripula ción vaya racionada, ya que transporta muchas plantas vivas, que hay que regar a diario, y presidiarios. Además, le faltan otras menudencias que, aun que las había comunicado al ingeniero del Detall, éste aún no las ha suminis trado. Tras recibir estas noticias, le avisa de que recibirá de Bacaro, no obstante, órdenes para darse a la vela. En la carta, empero, le comunica algunas normas a seguir durante la travesía; los barcos no deben separarse durante ésta, ya que la carga de plata que transportan, de 18 millones, atraerá al enemigo; además, la navegación es larga y difícil, por lo que hay que prever que puedan aparecer enfermedades y epidemias. Si se encuentran en el mar, recalarán en 78 42 EL REGRESO DE LA ESCUA DRA DE LOS BAJELES DEL MAR DEL SUR las islas Terceras y cabos de San Vicente y Santa María para defender el teso ro. En la misma comunicación le incluye las señales que habrán de observar en la navegación, la derrota a seguir en caso de separación y el «rendebú» (sic). El día 11, Córdoba en persona sube a bordo del San Pedro de Alcántara para supervisar que todo esté dispuesto para zarpar el día siguiente. Al no encontrar en el mismo a su comandante, ordena al oficial de guardia que reúna a los oficiales de cargo, con objeto de saber en qué condiciones se encuentra el buque. Estos le informan de que todo está preparado para darse a la vela; ese mismo día se esperaba embarcar la vasijería que estaba en la aguada y la mitad de las gallinas para la comida de dieta, que estaban en la playa esperando ser recibidas por el despensero. En vista de que las naves se encontraban listas, Córdoba lo comunica a Bacaro en espera de recibir los pesos que habían de embarcar y la orden de salida, que esperaba poder señalarse para el día siguiente. El día 12, Fernández Bedoya comunica a José de Córdoba que se encuen tra a bordo y su barco dispuesto para darse a la vela; al mismo tiempo, vuelve a quejarse de la escasez de «pipas y cuarterolas» venidas de la aguada, pues prevé un consumo de cuatro pipas diarias, de que le falta la mitad de las 600 gallinas que había de embarcar y de que aún no le han entregado los pedidos los ingenieros del Detall. Finalmente, tras pasar diez meses desde que se dio la primera real orden tendente a ello, zarpan de El Callao el San Pedro de Alcántara y el Peruano. En el primero de estos se embarcan los presos indígenas que habían parti cipado en la revolución independentista del cacique Tupac Amaru, descen diente de los incas, que se había levantado en armas en 1780contra la domina ción española. Entre los apresados iban algunos familiares del mismo. El estado de las embarcaciones, la excesiva carga y lo avanzado de la esta ción para iniciar tan larga singladura, hacen que pronto empiecen a surgir difi cultades. El San Pedro de Alcántara decide regresar, por las averías sobrevenidas cuando se encontraba a los 43° 30’ de latitud Sur (prácticamente al sur de la isla de Chiloé), a Concepción de Chile, pasando el navío de la ensenada de Quinquina al puerto de Talcahuano; allí es amarrado bajo el cañón del fuerte de Gálvez y comienza su descarga a fin de poder reparar los daños (18). El día 23 de junio se le proporcionan al maestre de la plata del navío, Gas par de Amenabar, en Talcahuano, almacenes y bodegas para guardar la car ga, al mismo tiempo que gente armada para que la proteja. Pero quedaba otra cuestión por resolver. El maestre de campo general de las Fronteras de Chile, Ambrosio Higgins, negaba el permiso para que fuese desembarcada la familia de Tupac Amaru que iba presa. Abundaban, a decir de aquél, en la zona indios revoltosos con caudillos infieles y alborotadores que podrían acabar con la tranquilidad de la zona al tratar de rescatar a los indios cautivos. (18) A.G. 1.: Indiferente General 2529. Documento 52. Año 1993 ANA MA RÍA GARCÍA-JUNCO DEL PINO Ante este peligro recomendó Higgins que se extremasen las medidas de seguridad; así, se aislaron los presos mestizos e indios del país y se enviaron dos destacamentos a defender el barco, uno de Infantería y otro de Dragones que se encargaría de la pólvora. Otra disposición fue embarcar a los presos en la urca Monserrat, mientras se procedía a la reparación del San Pedro de Alcántara. Todas las disposiciones ejecutadas fueron comunicadas por Hig gins al virrey del Perú por medio del paquebote Perla Chilena, que hacía el trayecto entre Talcahuano y El Callao, y de nuevo, con fecha del 23 de junio, en el navío de comercio Santa Bárbara. La primera comunicación no llegó a su destino. Al conocerse la noticia de las averías sobrevenidas al San Pedro de Alcán tara y su regreso a Talcahuano, el comercio recibió un duro golpe al ver que sus fletes no llegaban a su destino; en vista del perjuicio que sobrevenía tanto a estos como a la misma corona, se dieron providencias para una pronta repa ración, a la vez que se iniciaba una investigación para averiguar las verdaderas causas del retorno (19). Cumpliendo esta orden del virrey, Bacaro, comandante general de los bajeles del Sur, inició la causa. Recluyó en el navío a su comandante y oficia les para que la reparación se siguiese de cerca y atentamente, y tomó los dia rios de todos estos y los de los pilotos para examinar todas las posibles causas. El origen de los desperfectos, según reflejó la investigación, se debió a la mala estiba de la carga, que hacía balancear peligrosamente la embarcación. Según las ordenanzas, la responsabilidad era exclusivamente del comandan te, ya que los oficiales se limitaban a obedecerle por su cargo y experiencia. El brigadier Fernández Bedoya, comandante del navío, enfermó en el ínterin y, trasladado al hospital de Bellavista, falleció sin haber podido justifi car su conducta. Al faltar la justificación de su proceder por parte del acusa do, no pudo ultimarse el proceso; lo averiguado se remitió al capitán general de la Armada, siguiendo las ordenanzas, para que diese cuenta de los hechos al rey y éste dispusiese lo justo. Paralelaménte, para acelerar las obras de reparación, se nombró un nuevo comandante, cargo que recayó en el brigadier Manuel de Eguía y se consi guieron 30.000 pesos para efectuarlas; éstos fueron entregados por los oficia les de la Real Hacienda, por orden del visitador general Escobedo, al coman dante de la Escuadra, quien a su vez los había solicitado al virrey, a cuenta del presupuesto de Marina (20). Pero este dinero se agota pronto. Paracontinuar las obras, la tesorería de Marina tuvo que recibir 164.933 pesos y seis reales (21). La Real Hacienda estaba sumida en la penuria y se necesitaba con urgen cia que el navío estuviese operativo, para que no se perjudicasen más los inte reses de los comerciantes y los del rey. El día 16 de noviembre, el visitador general, Escobedo, comunicaba al (19) (20) (21) 80 A. G. 1.: Indiferente General 2529. Carta del virrey Croix a Gálvez, de 18-12-1784. A. G. 1.: Indiferente General 2529. Carta de Escobedo a Croix, de 2-10-1784. A. G. 1.: Indiferente General 2529. Carta del 11-11-1784. 42 EL REGRESO DE LA ESCUA DRA DE LOS BAJELES DEL MAR DEL SUR virrey Croix que finalmente saldría hacia España el Alcántara, tras recoger los caudales dejados en Concepción (Talcahuano). La fecha de su segunda salida no coincide en la documentación manejada. Fernández Duro la sitúa en septiembre de 1784 (22); Escobedo da diversas fechas en las cartas, situán dola el 22 y el 24 de diciembre del mismo año (23). Lo cierto es que en el mes de marzo de 1785, el Alcántara aún sigue en el mar del Sur, en Talcahuano (24). El problema que impide la salida en esta ocasión es la falta de tripulación, ya que la marinería prefería enrolarse en las naves mercantes antes que en las del rey, sobre todo desde que se había publi cado el decreto del Librecomercio. Sobre el problema de las matrículas de mar es interesante consultar el manuscrito 440del Archivo del Museo Naval. Aunque se reclutaba marinería por el sistema de levas, mucha solía deser tar y adentrarse en el interior del país para evitar tener que pasar a España, enfrentándose, para ello, a un largo e incierto viaje. Muestra de ello lo tene mos en las Datas de Sueldo de los libros de contabilidad, donde aparecen asientos por los pagos realizados a los soldados que entregaban a las autorida des marineros desertores; en 1781 la recompensa por capturar a un desertor de la escuadra ascendía a 160 reales, mientras que un colchón costaba cuatro reales; una manta, 20; la fanega de fríjoles, 20, y una gallina, 2,5 reales (25). El comandante del San Pedro de Alcántara, Eguía, tuvo que sustituir en Talcahuano 86 hombres; 38 marineros y el resto de «guazos» del país; murie ron 45 de viruelas y tuvo ocho desertores —seis tripulantes y dos hombres de la guarnición—. Planeó darse a la vela, si el tiempo no lo impedía, el primero de abril de 1785 (26). Al realizar la carga y estiba del buque se vio obligado a dejar en tierra parte de aquélla; en total, 216 cajas de cascarilla. El destino de este buque fue trágico. La noche del 2 de febrero de 1786, estando sobre las costas de Portugal, chocó contra una peña y se hundió, muriendo 14 jefes y oficiales, y 152 individuos de marinería, tropa y algunas mujeres que viajaban como pasajeros. El comercio de Cádiz y Su Majestad enviaron rápidamente al brigadier Francisco Muñoz y Goosens para salvar el tesoro. Lograron recuperar 7.286.000 pesos de oro y plata y 6.625 barras de cobre. El 19 de junio se saca a tierra la quilla del barco y apenas quedaba por rescatar un 5 por 100 de la carga (27). El navío Peruano, comandado por Córdoba, continuó su viaje hacia Cádiz una vez que el Alcántara decidió regresar a Concepción. Sus problemas apa recen a la altura del cabo de Hornos, a los 590 41’ de latitud Sur; a los 58° 51’, según su diario de navegación, se le rompe la cabeza del timón verticalmente hasta la pala, logrando con dificultad alcanzar los 36° 32’ y pensando entrar en (22) (23) (24) (25) (26) (27) Año 1993 Fernández puro, Cesáreo: Op. cit., pág. 353. A. G. 1.: Indiferente General 2529. çarta 394, de 7-1-1785, y Carta 406,de 20-1-1785. A. G. 1.: Indiferente General 2529. Carta 450. A. G. 1.: Lima, 1511. Expediente 683. A. G. 1.: Indiferente General 2529. Copia adjunta a la carta 226, de 30-3-1785. Fernández Duro, Cesáreo: Op. cit., pág. 353. ANA MARÍA GARCÍA-JUNCO DEL PINO el puerto de Montevideo; pero el mal tiempo, unido a la avería, hicieron que llegara a los 27° de latitud Sur, a unas 200 leguas de la costa, el día 9 de julio de 1784. A esta altura divisan una saetía çatalana con rumbo a Montevideo, por lo que el jefe de la expedición decide enviar noticias y una copia del «dia rio de navegación» al virrey del Perú y a Gálvez a través de ella. El «diario» relata las incidencias del viaje hasta el día 15 de julio y muestra los desperfectos ocurridos al navío. Hasta la feçha habían muerto 23 hombres a bordo —entre ellos se contaba al hijo de Tupac Amaru— y alrededor de 40 estaban enfermos (28). Tras avistar la saetía, continúan su rumbo, y debido a un fuerte viento «pampero», el día 4 de julio arriban a San Sebastián de Río de Janeiro. Al lle gar frente a los castillos que guarecen dicho puerto, solicitó al virrey portu gués permiso para entrar a puerto afin de resguardarse del mar y alegando lle var averías. Tras ser inspeccionado el navío por el intendente general del oro y la Real Hacienda, según ordenanza del rey portugués con respecto a las navesextran jeras que tocaran sus puertos americanos —formalidades nuevas y desconoci das para el jefe de esta escuadra española— entraron a puerto y tuvieron todo tipo de facilidades; los enfermos y heridos fueron internados en hospitales, los presos se custodian en la prisión real, los frutos y caudales se depositan en oficinas del erario, Casa de la Moneda y Palacio Virreinal, sitio seguro y pró ximo al muelle... Al punto, Córdoba, como jefe de la expedición y como mandan las orde nanzas, fonnó una Junta para reconocer las averías y proceder a su repara ción con prontitud. Esta lo integraban el capitán de fragata y bandera don Benito Ximénez de Guzmán; su segundo, el capitán de fragata Antonio Gar cía del Postigo; los tenientes de navío Pedro Colmenares y Miguel Quadrado, el teniente de fragata Prudencio Gastañaduy, el contador habilitado José Vargas Machuca y maestros carpinteros y calafates. De otro lado, Córdoba intenta por todos los medios que la noticia de su arribada a este puerto sea conocida, para no inquietar al comercio y autorida des españolas, pensando que el retraso pudiese interpretarse como un desas tre irremediable. De ahí la variedad de caminos por la que dirige su corres pondencia. Al no tener prevista la salida próximamente de este puerto, ningún barco con destino a Lisboa, que pudiese llevar noticias de su paradero, decide man darlas en un barco que salía hacia Río Grande, ya cerca de la frontera con Uruguay, dirigida al virrey de Buenos Aires, quien a su vez la transmitiría al rey español. En ésta, fechada el 14 de agosto, le comunicaba que estaban ulti mando la descarga_del navío para proceder a su reparación con la mayor bre vedad, pensando que podrían zarpr para la península en el mes de diciem bre (29). (28) (29) 82 A. G. 1.: Gidiferente General 2529. Carta 92. A. G, 1.: Indiferente General 2529. Carta de Echenique a Gálvez, de 21-8-1784. 42 EL REGRESO DE LA ESCUADRA DE LOS BAJELES DEL MAR DEL SUR Un mes más tarde, el 27 de septiembre, la tercera nave que formaba la expedición, la fragata Santa Paula, recala en este puerto pensando reparar los daños que traía antes de cruzar el Atlántico. Córdoba, empero, decide seguir adelante y no esperar la compostura de ésta por el retraso que supondría. Una vez finalizadas las obras, Córdoba larga velas y llega a Cádiz. En marzo se halla en la isla de León, como lo testifica su carta de 4 de marzo de 1785. La fragata Santa Paula, comandada por el capitán de navío don Benito Antonio Lira, salió de El Callao el 25 de mayo de 1784 rumbo a Cádiz. Cerca del Cabo de Hornos, debido a los fuertes vientos y golpes de mar ocurridos, observaron que entraba agua por la amura de estribor hacia proa, deteriorán dose las jarcias y velamen que se hallaban en el pañol del primer contramaes: tre. Esto se atribuyó a la mala distribución de los imbornables, que impedían desaguar los recios golpes de mar sobre la cubierta. El 31 de agosto se perciben terribles golpes del timón contra su codaste y se decide lanzar un bote al agua para descubrir la causa de éstos. La herrum bre se había comido los clavos, planchas y abrazaderas. La caña del timón estaba formada por dos grandes planchas de hierro aseguradas por cuñas, también de hierro, embutidas a fuerza de golpes de mandarria y de forma dis tinta a las que se construían para nuestras fragatas. Necesitaban una repara ción urgente, y para ello deciden recalar en Río de Janeiro el puerto más cer cano, dada la imposibilidad de efectuar este tipo de reparación navegando. Además, los fuertes vientos del sudeste habían rendido el mastelero de gavia desde su tamborete hasta lo último de su caz, y se había perdido durante la noche un botalón de alas y otro rastrero. Por estas causas arriban a Río de Janeiro el 27 de septiembre, siendo bien atendidos por las autoridades portuguesas y recibiendo todo tipo de facilida des. A su llegada a este puerto, llevan 40 enfermos a bordo, habiendo muerto durante el trayecto siete personas (30). Es interesante el documento de este expediente, realizado a bordo del navío Peruano por el comandante de la citada fragata, fechado el 4 de octubre de 1784. En él nos muestra el estado de la fragata tras arribar a Río de Janei ro. Podemos encontrar en él múltiples informaciones: número de tripulantes, nombre de jefes y oficiales de la dotación, pertrechos que portaba, armas, características técnicas del buque, estiba y víveres. Su carga nos muestra la diferencia existente con el arqueo presentado antes de zarpar de El Callao al superintendente de la Real Hacienda del Perú. Pero regresemos al virreinato del Perú. Desde que se había iniciado la operación de regreso a Cádiz de estos tres buques de la escuadra, hasta que finalmente iniciaron la definitiva singladura, habían recibido de las Cajas Reales de Lima 331.789 pesos de plata fuerte y seis reales, sin contar el gasto de subsistencia, que llegó a ascender a 658.556 pesos (31). (30) A. G. 1.: Indiferente Genéral 2529. Expediente 122. Anexo a la carta de Córdoba a Gálvez, de 4-10-1784. (31) A. G. 1.: Indiferente General 2529. Carta 450. Año 1993 ANA MARÍA GARCÍA-JUNCO DEL PINO Aún quedaban por regresar otras naves que habían formado parte de la escuadra de los bajeles del mar del Sur. La real orden de regreso, de 24 de febrero de 1784, vuelve a repetirse el 24 de junio. Pero el cumplimiento de ésta no es posible por mor del estado en que se encuentran las embarcaciones, la escasez de presupuesto y la falta de operarios, unida a la de los materiales necesarios para su reparación. Se duda entre vender las naves o arreglarlas y se procede a estudiar lo más conveniente al erario. La urca Monserrat y el navío América eran los buques que tenían aproba do, en esos momentos, el presupuesto para ponerlas a punto, a fin de iniciar !a singladura; pero la vuelta a Talcahuano del San Pedro de Alcántara hizo que los pertrechos reunidos para la reparación de aquéllos se utilizase para aprestar con urgencia a éste. De otro lado, la urca tenía oferta de compradores, por ser muy útil para la carga, pero el América no Las dudas sobre la venta o reparación de estos buques se puede seguir en la correspondencia mantenida entre el virrey del Perú, Croix, y el superintendente Escobedo. Este opina que sería más venta joso que ambos buques saliesen rumbo a Cádiz llevándose consigo a todas las gentes de la Marina. Con ello se lograría evitar el pago que la Aduana hacía a ésta, para su mantenimiento y el de sus barcos, suponiendo un gran alivio para las arcas reales. La forma de lograr poner operativos a ambos buques sería hacer la reco rrida que necesitase el Monserrat para la travesía, exigiendo para ello a su comandante que diese el presupuesto real de la obra y la fecha de terminación de la misma, así como la de salida hacia Cádiz. Una vez en este Departamento podría ser arreglada enteramente, ya que allí los costes serían tres veces menores. Con respecto a la América —piensa Escobedo— se podría llegar a un arreglo con los comerciantes para que ellos mismos la fletasen a Cádiz, para allí proceder a su recorrida. Alega Escobedo que éstos estaban acostum brados a realizar este viaje en naves más viejas que las de guerra. El 26 de febrero de 1785 el comandante del América remite a Escobedo el presupuesto para la carena de la nave. Lo fija en 100.000 pesos y la duración de la obra en ocho meses. Apunta, además, que el coste se podrá amortizar si regresa a Cádiz, una vez realizada la obra, cargado como una nave mercan te. Escobedo da su aprobación, aunque señala que si, llegada la fecha prevista para la terminación de la misma, no está ultimado, o si se aumenta el presu puesto, suspenderá la obra y obligará a todo el personal de Marina a embar carse en naves mercantes rumbo a España. Se fija la fecha de regreso para diciembre de 1785. Así, pues, se inician las obras de apresto de la nave, pero Escobedo mues tra su escepticismo con respecto a las promesas de pronta salida y a los presu puestos presentados. Su experiencia le ha enseñado que éstos se superan una vez comenzadas las obras, las cuales se eternizan. Además, se queja de la poca voluntad de la gente de la Armada pará dejar el virreinato. Alega que es de dominio público esto y la dejadez que mostraba ésta, ya que se desprendía de los útiles necesarios para la carena de la nave, vendiendo las maderas que 84 42 EL REGRESO DE LA ESCUA DRA DE LOS BAJELES DEL MAR DEL SUR podían utilizar al dueño del mercante Aquiles y construyéndole un bote al señor comandante, cuyas maderas doradas y pinturas suponían unos miles de pesos, gasto superfluo si se pensaba emprender una travesía transoceá nica (32). Eiila misma carta, muestra lo insostenible de la situación. Para pagar las carenas y sueldos de la Marina se ha tenido que echar mano de la Casa de la Moneda y de la renta de Tabacos de 200.000 pesos, tras haber agotado los que había enla Aduana, donde enla actualidad no quedaban más de 22.119 pesos y un real y medio, a pesar de ser este ramo el más saneado. Otro problema se suma al económico: la falta de tripulación debido a que la marinería prefería embarcar en las naves mercantes, que navegaban más rápido y con mejor sueldo, ya que necesitaban menos personal. Mientras tanto, la urca Monserrat continúa navegando y transportando tropas desde ElCallao a Anca (al 2.° Batallón del Regimiento Extremadura, destinado por el virrey de Buenos Aires a La Paz), llevando pertrechos a Tal cahuano. La real orden del 3 de junio de 1785 parece alegrar a Escobedo. Se ordena a Bacaro y a su escuadra regresar a la península como sea (33). Igualmente, se ordena que se proceda a la venta de la urca Monserrat. Dos días después (34), vuelve a quejarse Escobedo a Gálvez de las dificul tades económicas. Amén de los 100.000 pesos necesarios para carenar el América, la Marina había recibido 40.311 pesos y dos reales y medio, para pago de la tripulación del América, Monserrat y Princesa de Aragón, por los haberes vencidos en el primer tercio del año; 10.400 pesos por las raciones de diaria del primero y tercero hasta el segundo tercio; 13.855 pesos por los víve res reunidos para las comisiones realizadas por el segundo; 2.700 pesos por gratificaciones de mesa y criados de oficiales; 500 para reemplazar medica mentos; 4.000 para posibles gastos en los puertos que se hayan de tocar; 2.000 para devolver los que, del fondo para la carena del América, se dieron al comandante del Africa por gastos de su comisión; 6.870 pesos y tres reales para pagar al asentista de jarcias por el material que entregó; 2.000 para gas tos menores de almacenes y 640 para los del despacho del Ministerio. En total, había entregado 83.276 pesos y 5,5 reales. Con tantos pagos disminuían los caudales de lar Arcas Reales y la situa ción de las mismas empeoraba al decrecer los ingresos de la Aduana, por la falta de naves que viniesen de Europa; hay que tener en cuenta, además, que en las naves de guerra y comercio, desde abril de 1784, habían salido del virreinato 22.567.241 pesos y dos reales de plata y oro amonedado. La situación era penosa. El 6 de agosto de 1785, una real orden dirigida a los virreyes de Nueva España, Santa Fé, Buenos Aires y Lima, concede a éstos, como representantes reales, disponer de los buques de la Real Armada (32) (33) (34) A. G. 1.: Indiferente General 9. Carta A. G. 1.: Indiferente General 2529. Carta 394.:. A. G. 1.: Indiferente General 2529. Documento 499. Año 1993 ANA MARÍA GARCÍA-JUNCO DEL PINO para que regresen a España. Sigue diciendo que, cuando vean que los coman dantes de éstos se demoran en el regreso, por miras particulares, deben hacerse obedecer por ser autoridad de rango superior. Es a partir de este momento cuando se empieza a pensar en serio en el retorno a España, ya que está dictada la sumisión de la autoridad militar a la del virrey. El 28 de octubre de 1785 se ordena, pues, a Bacaro, que se suspen dan las obras de carena que se efectuaban al Monserrat y que sus tripulantes pasen al América, así como todo el personal de Marina, que saldrá para Cádiz en él (35). ElAmérica aún no había terminado su carena; es más, el 28 de septiembre el presupuesto ascendía ya a 537.372 pesos (36). Y llegó diciembre, fecha en que se cumplía el plazo impuesto para finalizar las obras y debía emprender el viaje. La nave continuaba en el dique. Los comerciantes se quejaban en el Consulado de los perjuicios que le cau saban la demora en la salida de sus mercancías y caudales; crecían sus segu ros, aumentaban los gravámenes de los premios... y pidieron que se les dejase fletar sus cargas en naves del Librecomercio, a razón de 1.000pesos por tone lada, apoyados en la real orden de 15 de mayo de 1785 (37). Finalmente, éstos obtienen autorización del virrey y el fiscal del Comercio para utilizar dos naves mercantes que saldrían en el mes de marzo, por ser la estación más segura, y por dejar hueco alAmérica, si finalmente salía ese mes también. En marzo, terminada la carena, se procede a habilitar al América; Bacaro quiere una tripulación de 200 marineros europeos, pero se muestra contrario a que éstos se recluten por el sistema de levas. Alega a que los más peritos se esconden para así poder embarcarse en naves mercantes, que les dejan más beneficios. Logra, finalmente, que se le conceda la facultad de elegirlos por sí mismo y que se ponga a su disposición tropa de guarnición para capturarlos. De esta forma, y con gente traída desde Concepción, se completa la tripula ción. El día 16 de marzo de 1786 se cierra el registro de plata que transportaría el navío y se publica la salida de éste para el día 20. Pero una vez más comien zan las demoras y excusas para zarpar, viéndose obligado el virrey a esgrimir la real orden de 6 de agosto de 1785, que supeditaba la autoridad de la Marina a la suya. De esta manera obligó a que se cumpliese y dispuso que ningún ofi cial abandonase la nave hasta que estuviese lista para darse a la mar. Como otras tantas veces, en honor a la verdad, esta última demora no se debió a los «individuos de la Marina». La razón fue que Bacaro solicitó 22.244 pesos y siete reales y medio para sufragar los últimos gastos destinados a la habilitación del navío, que la Junta de Marina consideraba indispensables. El virrey Croix suspendió la entrega de estos caudales amparado en la real orden (35) A. G. 1.: Indiferente General 2529. Copia 2de la carta 6i3. (36) A. G. 1.: Indiferente General 2529. Copia 2 de la carta 614. (37) A. G. 1.: Indiferente General 2529. Documento 614. Carta de Escobedo a Gálvez, de 5-3-1786. 86 42 EL REGRESO DE LA ESCUADRA DE LOS BAJELES DEL MAR DEL SUR de 22 de septiembre de 1785. Esta decía que entregar dinero a la Marina, sin que se solicitase por la vía de Indias, sería penado pagándose del propio bol sillo. Tras consultar a Escobedo, como superintendente delegado de la Real Hacienda en Perú, se resolvió, a fin de que se pudiese solventar el problema y con ello poderse desembarazar, por fin, de esa Armada, queparecía causar al virrey y a la Hacienda tantos problemas en tiempos de paz, dar al coman dante el dinero de la Caja de las Soldadas, para que cubriese los antedichos gastos. De otro lado, esta era la mejor solución, pues, en esas fechas, las Cajas Reales del reino sólo contaban con 8.000 pesos (38); En definitiva, como las reales ordenes mandan que los barcos de guerra que regresen a España lleven en las Cajas de Soldadas el importe de las pagas de los soldados que venzan durante el viaje, en plata, pareció una buena idea que Bacaro dispusiese de éstas y diese cuentas del dinero gastado al llegar a Cádiz. Solventadas estas dificultades, el América zarpa rumbo a España. Una vez en la península, el intendente de Marina de Cádiz decide que la tripulación siga en su puesto hasta que se justifique la merma producida en la Caja de Soldadas y se puedan pagar los sueldos. Mientras tanto, consulta a Valdés el 8 de septiembre de 1786 y solicita de su Ministerio la orden de apro bación, para proceder a reintegrar el dinero extraído de.éstas en Lima, que ascendía a 177.959reales y 17 maravedíes de plata fuerte. El rey decidió que no se abonase ninguna cantidad hasta que el asunto fuese llevado a la Junta de Estado, ya que se estaba reuniendo información acerca de la Armada del mar del Sur. Debido a las constantes quejas de Escobedo, con respecto al comporta miento de la Marina y los roces surgidos entre éstos ylos funcionarios civiles, el rey había optado por encargarle, el 23 de diciembre de 1785, un informe exhaustivo acerca de la conducta y manejos que habían acaecido durante la última guerra, referidos al personal militar que había estado destinado en esos puertos del mar del Sur; asimismo, había de averiguar las causas de las malas carenas realizadas a ésta en barcos de guerra; la verdadera razón de la arribada a Río de Janeiro de los buques Peruano, Alcántara y Santa Paula; los manejos de los oficiales y comandantes con respecto al comercio y en detri mento de la Real Hacienda, y en qué puntos han faltado a sus obligaciones, para poder tomar medidas en lo sucesivo. Prácticamente, al año de haberse solicitado, el intendente de Marina de Cádiz, Gutiérrez de Rubalcaba, pudo despedir el equipaje del América y pagar el remate con el dinero que venía en la Caja de Soldadas y el que suplió la Tesorería de la Consignación del Departamento. Para efectuar el pago completo a los oficiales mayores y de mar, se formaron presupuestos (39). Dos cuestiones quedan por reseñar: la primera es que el navío Aquiles fue (38) (39) 1787. A. G. 1.: Indiferente General 2529. Carta 368 del virrey Croix, de 31-3-1786. A. G. 1.: Indiferente General 2529. Documento 586. Carta de Rubalcaba, del 21-9 de Año 1993 ANA MARIA GARCÍA-JUNCO DEL PINO armado en guerra en El Callao, ellO de enero de 1781. Era propiedad del teniente de navío Manuel Calvo, al que se nombró su segundo comandante. Formó parte de la escuadra Guardacostas durante los años que nos ocupan y, por sus méritos y recomendación de Antonio Bacaro, Eguía y Jáuregui, entre otros, fue nombrado comisario de Guerra de los Reales Ejércitos el 8 de agosto de 1795(40). Por tanto, induce a error Escobedo al considerarlo «mer cante». La segunda cuestión es hacer notar el perjuicio que causó a la Real Hacienda el nuevo Reglamento de Librecomercio, aunque en beneficio de los comerciantes. Por los caudales que salieron de El Callao a bordo de los navíos Peruano, Alcántara y la fragata Santa Paula, se debían pagar en Cádiz, según el nuevo Reglamento, 706.462 reales y 13,5 maravedíes; según la práctica antigua, como certifica el contador general de la Real Aduana de Lima, Fran cisco Uralde, se hubiese pagado por esta misma carga 1.605.642 reales y 13 maravedíes. (40) (41) 88 A. G. 1.: Estado 75. Documento 94. A. G. 1.: Estado 75. Documento 84. 42 LA EDAD MEDIA. LOS AÑOS OBSCUROS DEL PODER NAVAL (Tercera y última parte) F. Fernando DE BORDEJÉ Y MORENCOS Contralmirante Los reinos cristianospeninsulares La característica esencial de la Edad Media española fue la de verse presi dida por un acontecimiento capital, la Reconquista, cuyas peculiaridades no sólo diferenciaron desde el primer momento al núcleo cantábrico del pirenái co, sino que en ambos casos modeló la vida política, social, económica, mili tar y hasta religiosa del conjunto peninsular, cuyos pueblos, con sus propios medios y ante la indiferencia absoluta del resto de la cristiandad, se vieron obligados a luchar durante ocho siglosen un conflicto de liberación nacional. Derivado de ello, esos siglos de continuas confrontaciones en el ámbito ibérico convirtieron a sus moradores en eminentemente castrenses, pudiendo citarse al Cid como su mejor exponente, produciéndose en consecuencia un continuo movimiento migratorio interno que se vinculara insensiblemente al terreno conquistado y, por lo mismo, colonizado. Sin embargo, la Reconquista, que no se podía soslayar, tuvo para noso tros aspectos muy negativos que pesaron en lo sucesivo sobre nuestros desti nos y que nos encaminaron a quedar al margen del nuevo Renacimiento que alcanzó a toda Europa. Fomentando el espíritu bélico y absorbiendo las cons tantes luchas las energías nacionales, se acostumbró a los peninsulares a dejar a un lado las actividades económicas, impidiéndose de tal modo el desarrollo de la vida y espíritu comercial que tanto iba a incidir sobre España en siglos posteriores, al faltarnos esa masa burguesa activa, tenaz y laboriosa, base del posterior poder de los países centroeuropeos y sajones, que hubiera podido encauzar y poner en marcha nuestros esfuerzos con el fin de encontrarnos preparados en el siglo xvi, política y técnicamente, para hacer frente a las pre siones externas con las que nos veríamos obligados a enfrentarnos. No hay que olvidar que la Edad Media, que en sí fue una larga época mar cada por el signo de la guerra, iba a obligar al hombre a volver a reemprender el esfuerzo técnico y cultural desde sus más humildes orígenes, obra gigan tesca y generalmente desapercibida, pero que finalizaron con el triunfo de las nacionalidades y del progreso material, sobresaliendo, entre otros factores, a partir del siglo xi, el auge del transporte marítimo. Después de sufrir el pase de las mareas bárbaras, sarracenas y normandas que anegaron a Europa, Occidente reaccionó, y gracias a las corrientes humanas y comerciales que desde el norte del Viejo Continente se dirigieron hacia el Próximo Oriente, se lograría abrir de nuevo el Mediterráneo como vía de bienestar y unión, al igual que lo fuera siglos atrás con el Imperio Romano. Año 1993 F. FERNANDO DE BORDEJÉ Y MORENCOS Pero es que, además, ese renacer comercial originará el paso de la econo mía urbana de ciertas ciudades nórdicas y mediterráneas a economía nacio nal, y después, incluso, internacional, desarrollo e impulso basados en el papel predominante de la mar, que conducirá a un crecimiento extraordinario de los transportes marítimos y al fortalecimiento del poder naval de ciertos pueblos. Pero, por desgracia, todo eso no se logró entre nosotros, pues, como ya vimos en otros trabajos, las características de nuestro adversario, el Islam, pueblo de eminente mentalidad continental, sí nos hizo desarrollar la capaci dad militar, tanto por el escenario en el que las acciones bélicas tenían lugar como por las facetas e impulso de los actores que en ellas intervenían, para lizó las tendencias marítimas, ya de por sí harto disminuidas y desatendidas desde hacía varios siglos. Por ello, es inexacto decir que la Reconquista impulsó el progreso de la navegación española convirtiendo a los habitantes de los diferentes reinos peninsulares en expertos navegantes, pues, aunque los árabes que durante largo tiempo dominaron la mayor parte de la Península Ibérica y sus aguas adyacentes parecía que iba a obligar al mar latino a que volviese a jugar su papel tradicional, al dar los musulmanes la espalda al mar, el líquido ele mento no iba a ser en los ocho siglos de luchas sino un escenario limitado de enfrentamiento de dos núcleos antagónicos, pues, incluso, cuando se acuda a él, será para dirimir en acciones particulares luchas, asimismo, particulares, por lo que las decisiones que se obtengan en la mar influirán muy poco en el conjunto político-militar de la Reconquista o de los diferentes Reinos. De ahí, que aunque se llegaría a alcanzar el control y dominio del Estre cho y aguas mediterráneas próximas a la península, las divisiones internas impedirán que se pudiera explotar aquel dominio, incluso, frente a un Islam ya vencido y muy debilitado, perdiéndose la ocasión de haber proseguido la reconquista de la otra orilla mediterránea, lo que nos hubiera permitido resta blecer la unidad del Mare Nostrum, con consecuencias fáciles de prever, entre otras, asegurar la retaguardia de Europa aun en nuestros días. Por todo ello se hace muy difícil dictaminar cuándo realmente y quién sin tió la mar en los reinos peninsulares cristianos, y menos aún a quien achacar, si a castellanos o aragoneses, la visión de lo que la mar podía significar como elemento esencial de poder. Está fuera de toda duda de que tanto en León como más tarde en Castilla y Aragón las actividades, recursos y energías se polarizaron a la lucha contra los moros y, si es verdad, que la mejor forma de combatirle hubiera sido ata car sus líneas de comunicaciones con su retaguardia para evitar la llegada de combatientes desde Africa, por encontrarse sus bases de partida en la región del Estrecho, muy lejos de los frentes de combate, ello sería imposible al fal tar precisamente a los reinos cristianos una visión marítima y, por tanto, un adecuado Poder Naval. Pero contra lo que repetidamente se ha afirmado, de los dos principales núcleos cristianos, Aragón sería el que formularía más claramente las líneas 90 42 LA EDAD MEDIA. LOS AÑOS OBSCUROS DEL PODER NAVAL de acción del porvenir desde el mismo momento de su unión con Cataluña, líneas de acción que se apoyarían en la mar y de ahí sus alianzas con otros pue blos de vocación marítima y sus ejes de expansión en el Mediterráneo. Reino de Castilla Si atendemos a la Crónica Compostelana, todo parece indicar que el naci miento de la marina de Castilla debe situarse alrededor del año 1124,fecha en la que el arzobispo Gelmírez creó el primer núcleo naval de carácter militar, si bien hay quien estima que dicha creación debe atribuirse al rey leonés Alfonso VII, al constituir una escuadra para participar en el bloqueo y sitio de Almería en 1147, sin ignorar a quienes señalan como años antes, en 1130, una agrupación de buques vasco-asturianos habían intervenido en el bloqueo de Bayona en una operación dirigida por Alfonso 1 de Aragón. Pero sea cual fuere la fecha que deba tomarse como origen, de lo que no hay duda es que fue en el siglo xiii cuando se sintió en Castilla un cierto interés por los problemas de la mar en sus dos vertientes, la comercial y la militar. Dicho interés se manifestó en el doscientos, cuando en 1295se constituye ron dos poderosas hermandades, la de las Villas de la Marina de Castilla, nacida en Castro Urdiales y que englobaba a todos los puertos vascos y la Her mandad de los Reinos de León y Castilla, establecida en Valladolid y en la que figuraban representantes de los puertos gallegos y asturianos. A éstas muy pronto se añadieron otras, como la Hermandad Guipuzcoana, la de las Cuatro Villas de la Marina, la de las Villas del Mar de Vitoria, etc., siendo la característica esencial de todas ellas la de constituir una comunidad de intere ses y costumbres, por lo que pudieran considerarse sus divisiones un tanto artificiales y coyunturales, debiendo advertirse, para quienes deseen profun dizar en su estudio, el interés que suscitan las relaciones y luchas de las her mandades en la política interior castellana. En el ámbito naval, fue Fernando III quien desde muy joven sintió unas ciertas inquietudes por los temas marítimos, así como por su incidencia en la Reconquista, el que animó la construcción de la Armada que conquistó Sevi lla al mando de Ramón Bonifaz, sobre cuya figura y ascendencia se ha polemi zado, inclinándonos por la tesis que sostiene su procedencia francesa y su asentamiento en Burgos como mercader, después de haber peregrinado a Santiago como romero. San Fernando y su futuro almirante Bonifaz parece ser que se conocieron en Jaén en 1247, siendo este último alcaide de la vieja ciudad castellana en la que se había afincado, ordenándole el monarca que «se tornasse e hiciese una flota de naos y galeras de armada, la mayor de pudiese y que viniesse con ella para Sevilla». En menos de cinco meses la orden fue cumplimentada, y en agosto de 1247 llegaba Bonifaz a la desembocadura del Guadalquivir, en cuyas aguas libró su primer encuentro con los árabes, a los que derrotó, lo que le permitió remontar el río hasta alcanzar Sevilla, ciudad sitiada por los cris Año 1993 F. FERNANDO DE BORDEJÉ Y MORENCOS tianos. Entre agosto del mencionado año y abril del siguiente no cesaron las escaramuzas fluviales entre las dos escuadras, la cristiana y la musulmana, para, finalmente, el 3 de mayo, fiesta de la Santa Cruz, Bonifaz, con una galera construida en Santander, forzar el puente de barcas de Triana, que dando aislados definitivamente los árabes sevillanos, preludio de su ruina, que se verificaría cinco meses más tarde con la caída de la ciudad. Al morir San Fernando, su sucesor Alfonso X, imbuido como su padre del valor de la mar, tanto en el plano político como en el militar, concedió una especial atención al incremento del comercio marítimo otorgando para ello privilegios y franquicias a los armadores, mientras que en la esfera puramente naval se impuso como objetivo llevar a cabo una política que le permitiera alcanzar el pleno control del estrecho de Gibraltar, con el fin de cortar la lle gada de todo tipo de apoyo logístico y refuerzos humanos procedentes del Africa del Norte. A ese fin, el monarca contrató carpinteros de ribera genoveses y venecia nos para que le construyesen las flotas que necesitaba, al mismo tiempo que levantaba la Atarazana de Sevilla, cuyas ruinas han llegado a nuestros días sin que se las prestase la atención que merecía tan venerable arsenal, conti nuando con la fundación de las de Castro Urdiales y Santander. Simultánea mente, el citado rey instituyó dos mandos operativos, el Almirantazgo de Sevilla con jurisdicción sobre las aguas del Estrecho, sus accesos y mar de Alborán, a cuyo frente iba a figurar Ruy López de Mendoza y otro en Burgos, al mando de Pedro Martínez de la Fe, con plena responsabilidad en el área cantábrica y gallega, hasta la desembocadura del Miño, estableciendo un curioso ceremonial para su nombramiento que figura en la Ley Tercera de la Segunda Partida. Esas realizaciones fueron las que le permitieron que la marina castellana pudiese desempeñar un valioso papel en su política exterior, participando en múltiples campañas, entre otras, en el apoyo prestado a la conquista de Car tagena y en la persecución de las intervenciones contra los ingleses a media dos del mencionado siglo xiii. conflicto de carácter intermitente iniciado hacía muchas décadas por los marinos cántabros y que finalizaría, de momen to, con la firma del Tratado de Toledo en abril de 1254. No obstante, su fra caso e incapacidad por mar y tierra para conquistar Algeciras, restaría poder y prestigio a la naciente marina castellana. A finales del siglo xiii las operaciones navales de los cántabros contra los anglobayoneses adquirieron tal notoriedad e intensidad que Eduardo 1y San cho IV decidieron detener en 1293, mediante una tregua, que sería rota por los citados marinos norteños en 1309, prosiguiendo sus ataques indiscrimina dos contra Inglaterra. Tal terror inspirarían sus correrías, que en el año 1350 el rey inglés Eduardo III ordenaría celebrar rogativas para librar a sus súbdi tos de los piratas «castellanos». De esa rivalidad se aprovecharía el monarca francés Felipe IV, al contra tar un cierto número de naos de los puertos del Cantábrico, a cuyo frente figu raba el infante de Castilla Luis de la Cerda. Este, al frente de sus buques a 92 42 LA EDAD MEDIA. LOS AÑOS OBSCUROS DEL PODER NAVAL sueldo, efectuaría numerosas operaciones ofensivas contra el tráfico inglés y contra las costas del canal de la Mancha, siendo de destacar su participación en las dos más importantes batallas del tiempo, la de Guenesey y la de Win chelsea, en las que se obtendrían logros desiguales. Si atendemos a la crónica de Alfonso XI, en la primera de ellas, desarro llada victoriosamente en 1342,los castellanos hicieron uso por primera vez de una sorpresa técnica, la artillería de pólvora, afirmación que debe tomarse con suma prudencia, puesto que hasta el momento no se han encontrado otras pruebas que lo confirmen. El segundo encuentro tuvo lugar en la desembocadura del río Támesis en 1350, batalla muy sangrienta pero sobre cuyo resultado no se pusieron de acuerdo ambos actores, al presentar cada contendiente informes contradicto rios y poco claros, por lo que es preciso suponer que finalizaría en tablas, con el hecho cierto del repliegue a sus bases de los barcos castellanos. Esas luchas, que implicaban para el tráfico marítimo inglés y para las mis mas costas insulares una continua sangría, motivarían que Pedro 1de Castilla se aviniese a firmar el Tratado de Londres en 1352, sieñdo curioso señalar que, por parte castellana, lo rubricarían tres miembros de las hermandades que representaban al monarca. Las rivalidades internas en Castilla en tiempo del mencionado rey, moti vadas por las apetencias al trono de Enrique de Trastamara, repercutieron negativamente en la política exterior del reino, al recibir Pedro 1 el apoyo de Inglaterra como consecuencia deuna alianza derivada del citado Tratado de Londres, mientras que el pretendiente se veía respaldado por Francia. Al subir al trono Enrique de Trastamara, con el nombre de Enrique II, se apresuró a suscribir un acuerdo con Carlos Y de Francia, lo que condujo a Castilla a intervenir abiertamente en la guerra de los Cien Años contra Ingla terra, conflicto que proseguiría todavía con Juan II y Enrique III. Dicha participación se caracterizó por ser eminentemente naval, siendo célebres los encuentros en los que tomaron parte las escuadras castellanas al mando de Ambrosio Bocanegra, Sánchez del Tovar, Diego Hurtado de Men doza o Pero Niño. Sus depredaciones y ataques se extendieron a toda la costa adversaria del canal de la Mancha, pudiéndose citar como las operaciones más significativas en ese largo conflicto, el bloqueo y saqueo de Lisboa al declararse Portugal aliado del rey de Inglaterra, acción que no nos compensa ría de nuestra derrota en Aljubarrota el año 1385;el desembarco en la isla de Jersey y, principalmente, la batalla naval de la Rochela en 1381, en la que las flotas cántabras al mando de Bocanegra obtuvieron un resonante éxito, puesto que, además de hundir la totalidad de los buques enemigos, lograron capturar 8.000 hombres, entre ellos al almirante inglés y 400 nobles. Ese apoyo naval se mantendría durante el reinado de Juan II para cesar en 1453, año en que capitularon las plazas de Burdeos y Bayona en manos inglesas, signo precursor de la expulsión definitiva de éstos del suelo de Francia. Con independencia de las operaciones efectuadas en dicha contienda franco-británica, acciones todas ellas que tuvieron por escenario el que Año 1993 F. FERNANDO DE BORDEJÉ Y MORENCOS podríamos llamar Teatro Marítimo del Atlántico y en el que sus principales protagonistas fueron las flotas y los marinos del Cantábrico, a lo largo de los siglos xii al xiv tampoco cesó la actividad naval de las flotas castellanas en el Mediterráneo y zona del Estrecho, en muchos casos, con el concurso de escuadras aragonesas, debiendo señalarse como hechos más sobresalientes el sitio, ataque y toma de Gibraltar en 1309, plaza que se perdería veintidós años más tarde; el control de las aguas del Estrecho que logró alcanzar el almirante Jofre de Tenorio o el bloqueo y apoyo prestado por las flotas durante la con quista de Algeciras en 1344. Pero con independencia de la actividad reseñada, puede afirmarse que en el siglo xv la marina castellana perdería importancia, sumergiéndose con Enrique IV en una fase de franca decadencia de la que comenzaría a recupe rarse bien avanzado el reinado de los Reyes Católicos, siendo de justicia seña lar que, a lo largo de toda la Edad Media, jamás tuvo la pujanza, estructura y organización que el resto de las marinas mediterráneas. Reino de Aragón Los antecedentes de la marina aragonesa se sitúan en tiempo de los prime ros Condes de Barcelona, por lo que, en realidad, más bien deberíamos hablar de una marina catalana, núcleo sobre el que posteriormente se basaría el poderío aragonés en el Mediterráneo. Ese alejamiento inicial de Aragón de la mar, en tanto no concluye su unión con Cataluña, se explica fácilmente si se tiene en cuenta que durante los primeros siglos de la Reconquista permaneció aislado y en parte sujeto al yugo musulmán, razón de que su política exterior y militar tendiese a alcanzar el mismo objetivo que el resto de los reinos peninsulares, la de liberarse de aquel yugo. Lo lógico para resolver dicho problema hubiera sido destruir las bases de partida dél enemigo común en la costa norteafricana. Pero conscientes sus reyes de que un reino interior no podía aspirar a poseer un Poder Naval, su única opción era establecer alianzas y uniones con otros pueblo de tradición marítima, como era Cataluña, con la que se fundiría en 1137, puesto que, como se sabe, los primeros contactos de los condes catalanes tributarios del Imperio Carolingio con la mar se remontan al siglo ix, cuando Armengol, Conde de Ampurias, atacó una agrupación naval árabe que provenía de Cór cega, cerca de las Baleares, capturando ocho naves y liberando a 500 corsos cautivos. Si en los primeros momentos de la invasión árabe para el conjunto del Condado de Barcelona sus problemas y objetivos fueron análogos a los de Aragón, su contacto con las aguas del Mare Nostrum y cierta tradición mari nera fueron los factores que impulsaron la creación de unos iniciales núcleos navales que, por otro lado, se verían acompañadas de unas sabias disposicio 94 42 LA EDAD MEDIA. LOS AÑOS OBSCUROS DEL PODER NAVAL nes, lo que nos indica cómo desde muy antiguo los catalanes consideraban y tenían en cuenta el valor de la mar. Una clara demostración de ello nos la ofrece Ramón Berenguer 1 (10351076), a quien se deben unas medidas que no se observan en los orígenes navales castellanos. Nos referimos a la jurisprudencia relativa a la esfera marítima que se difunde en tan baja época y que, como nos recuerda tanto Mahan como un eminente estratega naval británico llamado Roskill, consti tuye uno de los factores que favorecen el fomento de un poder naval y un activo comercio por la mar, dado que fue dicho conde quien ordenó la redac ción de un código conocido çomo «Usatges», que iba a sustituir en gran parte al Fuero Juzgo godo y en el que, entre otras disposiciones, aparecía aquella que estipulaba que contarían con la protección del príncipe todos los buques que navegásen entre cabo Creus y Salou y hasta doce leguas mar adentro. Pero cuando Cataluña advierte la necesidad de dotarse de un Poder Naval y de que su futura expansión comercial y política e, incluso, su propia seguri dad pasa por las aguas mediterráneas, es en tiempos de Ramón Berenguer III tras la conquista en 1114 de las Baleares y de su inmediato abandono al año siguiente, empresa en la que participó como aliada de Pisa, pero a ella subor dinada. La convicción catalana de no volver a actuar en el futuro como mera com parsa de los intereses de otro estado fue fruto de tres profundas reflexiones: — — — Para el condado, las coaliciones y los resultados de las mismas demos traban que aunar los intereses privativos de dos estados era difícil y a ello se debía el haber tenido que resignarse Cataluña a perder una posición estratégica avanzada, las Baleares, que geográficamente y hasta políticamente le era necesaria. Las islas le suponían disponr de una base vital para comenzar una futura expansión hacia el Este, por lo que su conquista debería reali zarse por ella misma, sin ayuda de nadie que la hipotecase, aspiracio nes y más tarde realidades que en nuestros días se presentan como argumento histórico y precedente jurídico de los pretendidos derechos catalanes sobre el citado archipiélago. Finalmente, estimaban como un deber poseer navíos propios de com bate, tanto en su diseño y construcción como en sus dotaciones, para no depender de Pisa u otro estado, tal como hasta allí había ocurrido. Que la acción de dicho conde fue decisiva, lo demuestra el hecho de que en 1118, tres años después de tener que abandonar Mallorca, el conde pudo visitar embarcado en sus propias naves los territorios que de él dependían y que se extendían desde Niza a la desembocadura del Ebro, así como realizar un viaje a Italia, estableciendo las bases para desarrollar una política ultrapi renáica y transmediterránea que desembocaría en la futura expansión cata lano-aragonesa en el mar latino. Año 1993 F. FERNANDO DE BORDEJÉ Y MORENCOS La unión de dos reinos tan dispares, uno de vocación continental, como era Aragón, y otro esencialmente marítimo, gobernado por Ramón Beren guer IV, se debió a dos causas que favorecían a ambos estados: — — Para Cataluña suponía el ver asegurado su flanco terrestre, pudiéh dose consagrar a su política mediterránea, así como disponer de un área en la que desarrollar su comercio. Para Aragón, que quizá por entonces no compartía la idea de la expan sión marítima, implicaba el intervenir y hacerse escuchar en la vida internacional mediterránea, al mismo tiempo que veía reforzado su poder militar frente a su vecina Castilla, de la que temía una posible absorción. El nuevo reino unificado pronto tendría la ocasión de establecer unas pri meras líneas de acción marítima aprovechando las guerras internas entre almohades y almorávides. Consecuencia directa será la conquista de Almería en 1147, en coalición con Alfonso VII de Castilla y García Ramírez de Nava rra, mandando la flota combinada Dalrnau de Pinos, operación a la que seguirá la toma de Tortosa. Pero lo que más interesa destacar es que sobre los catalanes recaerá la glo ria de haber sido los primeros en Europa en constituir un cuerpo de Ordenan zas para la contratación náutica, reglas y preceptos que se convertiría en uni versales durante largo tiempo, dado que el único precedente legislativo pro cedente de la antigüedad lo constituían hasta allí las Leyes Rodias o de Rodas, que fueron las que por primera vez establecieron una codificación de las costumbres marítimas del Mediterráneo, en cierto modo, recogidas más tarde en el derecho romano, si bien las leyes marítimas se confundieron con las ordenanzas legislativas, llegándose así a la conocida codificación de Justi niano. Dado que posteriormente no había aparecido una superior autoridad que impusiera una doctrina legal, podemos afirmar que el primero y único monu mento que se conserva es el Libro del Consulado del Mar, cuyos antecedentes se encuentran en las Ordenanzas que, ya en 1258, se dictaron en Barcelona por la «Junta de prohombres para el buen orden del comercio marítimo» y que conduciría a que desde 1265 se empezaron a establecer cónsules en los puertos extranjeros, los cuales debían fijar las normas que regulasen el tráfico y comercio marítimo. Del Consulado del Mar de Barcelona surgió el citado libro que por espacio de cinco siglos será el derecho común de los estados ribereños del Mare Nos trum. El primer lugar de España en donde se implantó fue en Valencia, el pri mero de diciembre de 1283, aunque fuera de España se anticiparon en el esta blecimiento de un Tribunal Marítimo las ciudades de Mesina, Venecia y Génova. Pedro IV lo otorgaría a Mallorca en 1343y a Barcelona cuatro años después, mientras que en la corona de Castilla los Consulados fueron de his toria más reciente al surgir en el siglo xv. 96 42 LA EDAD MEDIA. LOS AÑOS OBSCUROS DEL PODER NAVAL El éxito del libro del Consulado del Mar reside en que dejando de lado los avances tecnológicos, sus preceptos han quedado inconmovibles a través de los tiempos, pues nada escapó a la visión de sus redactores y recopiladores, si bien, puesto que la navegación aragonesa-catalana llegaría a adquirir un gran auge en el siglo xiv, se hará preciso redactar otras disposiciones especiales para la protección del comercio marítimo, como fue el caso del «usaje» titu lado «Omnes quippe navis». Sin embargo, a partir del siglo xvi comenzará a desaparecer esa particular legislación, al tenderse a una unificación en los rei nados de Carlos 1 y Felipe II. Pero es de justicia hacer constar que cuando se habla de catalanes o arago neses-catalanes, tal designación genérica comprendía en la Edad Media a quienes eran naturales de un reino federativo, por lo que decir catalanes era tanto como hablar de aragoneses, mallorquines o valencianos, si bien, los pontífices de’nominaron como catalán a cualquier soldado de la península ibé rica, especialmente Clemente y y Clemente VII, diciéndose, por ejemplo, de Raimundo Lulio, que era catalán de nación pero nacido en la isla de Mallorca. Dentro del desarrollo naval aragonés merecen una especial atención los acontecimientos acaecidos en el reinado de Pedro III el Grande. Es bien conocida la forma en la que la dinastía francesa de los Anjou se hizo con el trono de Sicilia y, asimismo, cómo en 1282 estalló en Palermo una revuelta popular contra la opresión de dicha casa francesa, movimiento civil que ha pasado a la posteridad con el nombre de «Vísperas sicilianas», rebelión que ganó a toda la isla y aprovechó Pedro III para desembarcar en Tripani y bajo el pretexto de ayudar a los sublevados proclamarse rey de la isla, basándose en los derechos que le concedía su matrimonio con Constanza de Suabia, hija de Manfredo, soberano de Sicilia expulsado por los Anjou. Fue así como se inició el largo conflicto angevino-aragonés, en el que no intervendrían direc tamente Génova y Venecia y que finalizaría en 1302 con la paz de Caltebe llota que consagraría la instalación aragonesa en la isla. Dicho conflicto fue rico en hechos navales en los que aparece como princi pal protagonista Roger de Launa, quien junto con Guillén de Garcerán y Juan de Proxita, fue uno de los tres personajes que Pedro III nombró gober nadores de Sicilia en su ausencia. Sinduda alguna, se debe considerar a Roger de Launa como el verdadero creador de la marina de guerra aragonesa más exactamente catalana. Nacido en Lauro, cerca de Potenza en Italia, era hijo del aya de la hija de Manfredo, quien al trasladarse a Barcelona para contraer matrimonio con el rey aragonés la llevó consigo, así como a su hijo Roger, quien llegaría a convertirse en colaborador de Conrado Lanois, otro italiano a quien Pedro III había encomendado organizar su marina. Roger de Launa pronto se convirtió en un experto marino nombrándosele a los veinte años almirante de la flota aragonesa, resultado de su victoria sobre las naves angevinas en cabo Vaticano, prosiguiendo su carrera en la mar, de éxito en éxito: entrada en Malta desafiando a sus adversarios; derrota del virrey francés Carlos de Boiteux en aguas de Nápoles; victorias consecuti vas sobre flotas francesas en Rosas y Niza, así como frente a Catania, destruc Año 1993 F. FERNANDO DE BORDEJÉ Y MORENCOS ción de una escuadra angevina en la decisiva batalla de Castellamare di Stabia y nuevos éxitos navales en aguas de Ponza y Gallo. Esa serie de victorias son las que permitieron considerar a Roger de Lau ria en su época como a un gran conductor de fuerzas y excelente táctico y, pos teriormente, incluirle como uno de los grandes capitanes marítimos de todos los tiempos. Hábil, inteligente y audaz, era tan buen estratega como valeroso táctico no rehuyendo ninguna acción naval, además de destacar como buen organizador y por poseer un gran ascendiente sobre sus hombres. Pero la objetividad obliga también a señalar que se trataba de uñ personaje ávido de honores y riquezas, mostrándose en muchas ocasiones muy cruel e inhumano con sus enemigos. Habiendo acumulado enormes feudos y privilegios así como la dignidad de almirante supremo de Cataluña, moriría a los 59años al finalizar la citada contienda. Bajo su dirección, la marina catalana, que puede considerarse como el más importante núcleo naval de la futura marina española, adquirió fuerza, experiencia y conciencia de sus grandes posibilidades, sirviendo de vehículo de la expansión aragonesa por todo el Mediterráneo y mar Negro. No vamos a detallar los acontecimientos que siguieron a la guerra de Sici lia pero sí recordar las hazañas que protagonizaron los soldados embarcados en las flotas de Roger de Launa, a quienes era ya imposible reintegrarse a la vida cotidiana, entre otras razones, por tratarse en su gran mayoría de merce narios. Ese fue el motivo que impulsó a Fadrique de Sicilia, sin duda para libe rarse de ellos, de proponer a Roger de Flor marchar a oriente en ayuda del emperador bizantino Andronico II, que luchaba contra los turcos. Hijo de un halconero del emperador alemán Federico II, expulsado de la orden del Tem ple y acusado de haberse enriquecido a la caída de Acre en 1912, acabó por ofrecerse a la nueva dinastía aragonesa establecida en la mencionada isla ita liana, acogiendo con placer la sugerencia de Fadrique y organizando una serie de compañías que pasarían a la historia como «las campañías catalanas», for madas por veteranos de las guerras de Sicilia y Calabria y por unos cuatro mil «almogávares», palabra que significaba «hombre de guerra». Fuerza irregu lar y muy heterogénea que en 1303 llegaría a Asia Menor embarcada en 32 galeras, lograría con sus éxitos y fracasos estimular las ambiciones marítimas aragonesas hacia Levante y convencer a Venecia que el antiguo imperio griego se encontraba en descomposición y era incapaz de contener a las masas turcas que se expandían por el mar Egeo ylos Balcanes. Después de rechazar hacia el interior de Anatolia a los musulmanes dejaron muy alto el nombre de su patria, al alzarse con los ducados de Atenas y Neopatria que mantuvieron en su poder casi un siglo, comenzando a desaparecer todo rastro de aragone ses-catalanes en Oriente y Grecia hacia 1388. Posteriormente, las actividades navales aragonesas se centrarían en ope raciones de apoyo a la Reconquista, siendo Pedro IV el primero en advertir la necesidad de dominar el estrecho de Gibraltar y en considerar a Castilla como la adelantada de la liberación de la península, al mismo tiempo que 98 42 LA EDAD MEDIA. LOS AÑOS OBSCUROS DEL PODER NAVAL mantendría el dominio relativo de la mar balear y golfo de León en sus enfrentamientos con Génova, a causa de Cerdeña. No obstante, a partir de entonces, decaeran las actividades navales arago nesas, tanto con Juan 1 como con.Fernando de Antequera y Alfonso V, quien incorporaría Nápoles en 1442 y a quien debemos reconocer su protección al comercio catalán con Levante, así como la fundación del Consulado de Bar celona en Alejandría. Sin embargo, fracasaría en su intento de retrasar el avance de Mahomet II sobre Constantinopla, alcanzándose el año 1469,fecha de la unión de Aragón y Castilla, sin nuevos proyectos marítimos o navales dignos de mencionar. Repúblicas de Amalfi, Pisa, Génova y Venecia Aunque limitado en el tiempo, cuatro ciudades italianas desempeñaron un destacado papel en la Edad Media, puesto que su florecimiento duraría tres siglos para Amalfi, cuatro para Pisa, cinco para Génova y catorce para Venecia. Amalfi, situada en la península de Salermo y puerto de refugio en la anti güedad, nació como república en el año 840 aprovechando diseñsiones inter nas de los lombardos que la dominaban. Hasta finales del siglo Ix su política fluctuó con sumo tacto entre las apentencias napolitanas y las de los sarrace nos asentados en Sicilia, quienes establecieron en su puerto la base de sus incursiones en el mar Tirreno. En general, en los conflictos contra Nápoles y árabes que amenazaban Italia central, la acción militar de Amalfi se desarro llaría esencialmente en tierra, luchas de una importancia limitada si se las compara con las que alcanzaron al resto de las repúblicas italianas. No obstante, Amalfi se caracterizará por ser una pacífica república marí tima con una clara vocación comercial, estableciendo derrotas, puntos de apoyo e intercambios con Egipto, Bizancio y puertos del mar Negro. Según se nos dice, a estos esforzados navegantes se les debe la mejora de la aguja magnética, que habían conocido de los árabes y, también, las tablas Amalfita nas, documento o código de comercio marítimo que posteriormente serviría de modelo a otros códigos que se redactaron en el Mediterráneo y que se basaban en las «Pandectas» de Justiniano aunque adaptadas a los nuevos tiempos. Sin entrar en la polémica que suscita el tema, parece ser que se debe a Amalfi la creación de la Orden de los Hospitalarios. Después de la ocupación árabe de Jerusalén y por haber quedado la iglesia del Santo Sepulcro en manos de cismáticos griegos, Amalfi solicitó y obtuvo la autorización del califa del Cairo para levantar en dicha ciudad una iglesia de rito romano, un hospital y un albergue para peregrinos, constituyéndose una orden religiosa, denominada de San Juan, para atender a dichos establecimientos y más tarde, para defender otros levantados a lo largo de Tierra Santa. Fue así como se transformó la orden religiosa en militar, trasladándose a la isla de Rodasen Año 1993 F. FERNANDO DE BORDEJÉ Y MORENCOS 1319 al apoderarse los turcos de Jerusalén y en 1522 a la de Malta, de donde sería expulsada en 1798 por Napoleón. El esplendor de Amalfi debe situarse hacia el año 1000, prosperidad debida a su política de no intervención en los conflictos del tiempo. Sin embargo,’ esa política contribuyó’a Su ruina en el momento en que los flor-. mandos se establecieron en Sicilia y pusieron sus miras en la opulenta repúbli ca, a la que atacarían en 1073, viéndose empujada a someterse a los vikingos dada su debilidad militar, transformándose en ducado, del que el normando Roberto Guiscard se declararía titular. A pesar de la pérdida de su independencia, sus flotas prosiguieron sur cando el Mare Nostrum, aunque bajo otro pabellón, para terminar sucum biendo a manos de otra república marítima, la de Pisa, que después de afir marse en el Tirreno septentrional quiso extender su influencia más al sur, a unas regiones que el citado ducado todavía controlaba. El 6 de agosto de 1135 la flota pisana ocupaba Amalfi por sorpresa, siendo inútiles sus intentos para hacer renacer su tráfico marítimo comercial. Se ha dicho que el error de Amalfi fue el constituirse en república eminentemente mercantil olvidando su situación geográfica, que aconsejaba disponer de una poderosa fuerza naval que su saneada economía la hubiera permitido crear y sostener. En cuanto a Pisa, antiguo puerto romano a orillas del río Amo, comenzó su andadura marítima al intervenir sus naves contra los bizantinos formando parte de las fuerzas navales del Duque de Lombardía. Pero su claro deseo de afirmarse como poder marítimo puede atribuirse a las incursiones de los ára bes procedentes de Sicilia y de la península ibérica, deseo que compartía su población y causa de que naciese antes una marina militar que comercial. Pero será en 1010cuando se liberará de la dependencia feudal del marqués de Toscana, convirtiéndose en estado soberano en 1081, año en el que el Papa reconocería su plena autonomía. En contraste con Amalfi, los pisanos pronto apercibieron que sólo podría mantener su seguridad si lograban alcanzar la iniciativa en la mar y operar lejos de sus costas. A esa idea responderían sus acciones navales contra Boni ficación en Córcega y contra los árabes de Sicilia, estimando que debían ocu par Calabria para asegurar los flancos de sus principales derrotas comerciales, las que les conducían a Túnez y al levante mediterráneo, objetivo que les movería a atacar Regio Calabria en 1015, sin poder ocuparla. Fue en esos años cuando Pisa vio surgir un poderoso competidor, la ciu dad de Génova, asimismo, antigua villa romana que había sido arrasada por los lombardos en el 641 y por los sarracenos en el 935, lo que le supuso esperar tres siglos para poder jugar un cierto papel en el mar Tirreno. Dichas catástro fes fueron las que incitaron a los genoveses a transformarse en potencia naval aunque de una forma muy original, puesto que sería una asociación privada, la llamada «Compagna», la que levantaría una flota militar al tiempo que otra comercial, no sin asegurarse sus dirigentes una gran influencia política y eco nómica, que les conduciría en el año 1100 a que sus cónsules se convirtieran en soberanos de la naciente república de San Jorge. ioo 42 LA EDAD MEDIA. LOS AÑOS OBSCUROS DEL PODER NAVAL Durante el siglo xi la actividad comercial genovesa por la vía de la mar fue modesta, luchando junto a Pisa para detener las incursiones de los árabes españoles instalados en Mallorca, que habían puesto sus miras en Cerdeña, pues su conquista hubiera supuesto para los musulmanes poseer una base avanzada capaz de cortar y, desde luego, controlar el movimiento marítimo a lo largo del mar Tirreno. Dicha amenaza se neutralizaría en 1017, al obligar ambas ciudades italianas a replegarse aquellos a sus bases en las Baleares. A finales del siglo xi el comercio exterior pisano alcanzó su punto culmi nante, bien apoyado por una marina de guerra que controlaba los espacios marítimos del Mediterráneo Occidental y Central, elevando el prestigio de la república e induciendo a reyezuelos africanos y del levante español a otorgar a Pisa franquicias comerciales muy favorables. Cuando aparecen los normandos en el Mediterráneo, Pisa no dudó en prestarles su colaboración para conquistar Sicilia, asaltando Palermo y obte niendo un enorme botín que aplicarían en la construcción de su conocida catedrál o duomo. Hacia 1088, las restricciones que imponía Túnez al comer cio pisano movió a esta república a emprender una acción de castigo aso ciando a su empresa a Amalfi y Génova, por lo que puede decirse que en dicha fecha se constituyó la primera liga cristiana, afianzando Pisa su dominio del Mediterráneo y señalando el fin, durante décadas, de la piratería nortea fricana. Similares operaciones llevarían a cabo las escuadras de Pisa y Génova contra Valencia y Tortosa, a petición del rey Alfonso VII de Castilla, reci biendo en compensación sustanciosos privilegios comerciales. En lo que concierne a Venecia, se trataba de la antigua Aquilea romana, puerto en el que se estacionaron varias legiones, se creó un arsenal y se con virtió en la base de operaciones de la conocida flota «Classis Ravennatium>, una de las dos escuadras pretorianas, por lo que sus moradores se considera ban romanos y, por ello, habían permanecido fieles a los últimos representan tes legítimos del desaparecido imperio, los emperadores bizantinos, habiendo acrecentado su cohesión nacional la transferencia de los restos de San Marcos desde Alejandría. Dadas sus condiciones naturales, una serie de islas sin recurso alguno y ante su repugnancia a relacionarse con los estados bárbaros surgidos de las invasiones, Venecia se vio obligada a establecer una política que impulsase su comercio por las derrotas de la mar, con el fin de importar las subsistencias que precisaba y, de paso, obtener beneficios económicos. Ante las disensiones internas y los recelos que en el exterior suscitaba el acrecentamiento de su poder, se decidió en el año 697 imponer sobre los tri bunos que la gobernaban una autoridad superior, el dogo o dux, tipo de gobierno único en la historia y que no cambiaría a lo largo de once centurias. Entre los siglos ix al xii Venecia practicaría una política oscilante, al alter nar períodos de amistad con Bizancio o Carlomagno u otros reyes francos con otros de abierta hostilidad, de acuerdo con lo que en cada momento reclama ban sus propios intereses. Dada la posición geográfica que ocupába, era lógico que advirtiera que para proteger sus vías de comunicación le era indis Año 1993 F. FERNANDO DE BORDEJÉ Y MORENCOS pensable poseer una verdadera flota de guerra, iniciando en el año 841 la construcción de una escuadra permanente. Serían sus fuerzas navales las que le permitirían en el siglo x extender su área de influencia a la costa de Istria y luego a ciertas zonas costeias de Dal macia, obteniendo a comienzos del afto 1000 importantes concesiones políti cas y comerciales por parte de Bizancio e, incluso, de los árabes, asegurando-así la libertad de navegación a su tráfico por todo el ámbito mediterráneo. Pero serían las cruzadas, que se inician en 1097, las que iban a incidir deci sivamente en el desarrollo, potencia y prestigio de las repúblicas italianas de Pisa, Génova y Venecia, dado que Amalfi se hallaba ya sumida en una franca decadencia. Para ello aprovecharían el intenso tráfico marítimo que dichas cruzadas generarían ante la necesidad de enviar a Oriente un flujo constante de hombres y aprovisionamientos, tráfico que monopolizarían los barcos ita lianos, obteniendo amplios beneficios al regresar con mercancias exóticas lle gadas a Palestina por medio de caravanas. Por ello hay que reconocer que sin el concurso y apoyo de las flotas navales y mercantes de las mencionadas repúblicas, no solo dichas expediciones no podrían haberse realizado sino que se habrían visto abocadas al desastre y los condados cristianos fundados en Tierra Santa no hubieran sido capaces de sobrevivir mucho tiempo, por lo que sus marinas contribuyeron decisivamente a que las Cruzadas fueran con sideradas como un gran movimiento de expansión extraeuropeo. La partici pación de Pisa fue modesta y terminaría atrayendo la enemistad de Venecia, mientras que Génova actuó con energía y aunque la república de San Marcos fue la última en intervenir en aquella magna gesta, al final lograría sobrepasar en actividad y beneficios a los alcanzados por las otras dos ciudades rivales. Entre los siglos xi y xii Pisa y Génova se hicieron dueñas incontestables del Mediterráneo Occidental y Central, lo que produjo una serie de conflictos entre ambas repúblicas por alcanzar el liderazgo en dicho mar. Por su parte, Venecia, en sus enfrentamientos con Bizancio dio origen al nacimiento de corso de Estado, surgiendo así un tipo de guerra que perduraría hasta nues tros días. En el siglo xiii Pisa desaparecería como potencia naval. Ese aconteci miento se produjo en agosto de 1284 en la batalla naval de Melaria, en la que la flota pisana, integrada por 72 galeras, fue destrozada por 93 galeras geno vesas, languideciendo a partir de entonces la república hasta verse absorbida por Florencia en 1406. Sería ese mismo siglo xiii cuando Venecia arrebatase a Bizancio la actual costa croata, Albania, las islas Jónicas, Morea, Creta, la Tracia y el control del mar Egeo, instituyendo la ceremonia de los «esponsales con la mar» para simbolizar su hegemonía marítima, que en cifras se veía representada por 17.000 obreros de su arsenal, 25.000 marinos, 3.000 buques mercantes y 300 de guerra. Esa expansión supuso para la República, no solamente alzarse con el monopolio financiero y comercial en el Mare Nostrum y Europa sino con vertirse en la mayor potencia del tiempo, extendiéndose su prestigio hasta el propio Extremo Oriente, que visitaría Marco Polo entre 1272 y 1295. 102 42 LA EDAD MEDIA. LOS AÑOS OBSCUROS DEL PODER NAVAL • • Muestra de ese vigor lo encarnaban sus cinco flotas comerciales que enla zaban a Venecia con el mar Negro, Siria, Egipto, a la espera de las caravanas procedentes del mar Rojo: Africa del norte, mientras la última navegaba hacia el Canal de la Mancha y mar del Norte, llegando a tal punto su poderío, que no dudaría en proclamar al mar Adriático como mar interior en el que ningún buque extranjero podía penetrar sin recibir una autorización y pagar un derecho de tránsito. Pero lo que se debe señalar, es que esa fuerza y esplendor de la República de San Marcos se producía en una época en la que la mayor parte de Europa, por no decir en su totalidad, continuaba consti tuida por estados poco desarrollados y sumidos en múltiples conflictos. Esa ascensión de Venecia incidió muy negativamente sobre Génova, que al no resignarse a perder influencia en el levante mediterráneo la condujo a enfrentarse con la Perla del Adriático, a la que arrebató Corfúy,. más tarde Creta en 1206. Después de intervenir en la luchas entre guelfos y gibelinos a mediados del xiii, Génova trató de alzarse con la supremacía naval en el mar latino, apoyándose para ello en los intereses que había generado una nueva cruzada, que respondía a la toma de Jerusalén por los turcos en 1244. En su acción, y como ya apuntamos, Génova comenzó por eliminar a Pisa y luego establecer una alianza con Bizancio dirigida contra Venecia, lo que aprovecharía Constantinopla para recobrar sus antiguas provincias y domi nios desde hacía décadas en manos de la Serenísima, alianza que permitiría a Bizancio reconvertirse de nuevo en gran potencia, finalizando así el primer período de la hegemonía veneciana en el Mediterráneo que, además, perdía el monopolio comercial con Levante. Claro es que esa resurrección bizantina sería a la larga fatal para la Cris tiandad, puesto que Constantinopla no conseguiría jamás rehacerse total mente y, por ello, sería incapaz de hacer frente al continuo progreso turco hacia los Dardanelos. La citada batalla naval de Melaria, que implicó la desaparición de Pisa, señaló el cenit pero también el punto de inflexión de la potencia genovesa, al enzarzarse en conflictos civiles y perder sus dominios en Palestina. Esas luchas políticas interiores debilitarían a la República de San Jorge, llegán dose a suspender todo tipo de operaciones navales y a paralizar las construc ciones. Claro es que esa decadencia no la imposibilitó para chocar con Vene cia en un momento en que esta república se encontraba sumida en una preca ria situación en la mar, estimando, por ello, la república de San Jorge que podría asestar a su rival un golpe mortal, lo que efectivamente lograría al derrotar a la flota de San Marcos en el encuentro naval de Curzola. Sin embargo, Génova no solamente no sabría aprovechar esa victoria sino que volvería a sumergirse durante cerca de cuarenta años en nuevas confrontacio nes civiles, terreno abonado que aprovecharían los güelfos y gibelinos para dividir en dos bandos a su población al tiempo que se incrementarían los desórdenes y tensiones, triste panorama que terminaría en 1344. Esa situación, que engendraba un vacío de poder estatal, empujó a los armadores privados genoveses a hacerse cargo de la Marina militar y empren Año 1993 F. FERNANDO DE BORDEJÉ Y MORENCOS der por su cuenta operaciones navales y comerciales, con la pretensión de mantener la potencia marítima de la república, si bien, tales esfuerzos serían inútiles al verse amenazada en la mar por la expansión aragonesa, expuesta en tierra a las apetencias del duque de Milán y desangrada por los enfrentamien tos internos, encontrándose, por lo mismo, abocada, a una decadencia irre mediable. A comienzos del siglo xiv Venecia trataría de sacar provecho de los malos momentos por los que atravesaba su rival, por entender que se hallaba en plena recuperación económica y militar, no dudando en atacar los intereses de Bizancio en unos momentos en que los turcos presionaban amenazadoramente la propia capital del antiguo imperio griego. Restablecido el orden y autoridad en Génova a mediados del siglo xiv, esta república intentó, una vez más, intervenir en los asuntos del Mediterrá neo Oriental ocupando la isla veneciana de Chio y produciéndose en la boca del Bósforo una de las mayores batallas navales de toda la Edad Media entre una flota genovesa de 70 galeras y otra constituida por 45 galeras venecianas, 30 aragonesas y 14 bizantinas, encuentro acaecido en febrero de 1352 en el que no hubo vencedor ni vencido pero sí enormes pérdidas por ambos ban dos, acción que merece estudiarse con detalle pues si se analiza se compren derá que la maniobra efectuada por los venecianos y aragoneses no debe ser jamás imitada. Ese nuevo conflicto causó a ambas repúblicas grandes perjui cios, en unos momentos en que se veían amenazadas por un nuevo perturba dor, el turco. Si la paz de Turín, en agosto de 1381, puso fin al conflicto veneciano-geno vés y la República de San Marcos logró recuperar su prestigio de gran poten cia europea, marítima y colonial, reintegrando a su soberanía infinidad de territorios perdidos, por el contrario, la República de San Jorge salió agotada de dicho enfrentamiento y volvió a ser presa de luchas intestinas, de tal vio lencia, que se saldarían con la pérdida de su independencia política y con su declive como poder naval, comercial y colonial. Así se transformó en un estado de segunda categoría, similar a otros muchos existentes en la penín sula italiana, hasta caer bajo la protección de Francia en 1389y, más tarde, del Conde Sforza y sucumbir en 1487ante Lorenzo el Magnífico, Señor de Floren cia, dominio qúe se mantendría hasta 1499 en que de nuevo Génová se verla sometida a Francia, entrando bajo tal dependencia en la Edad Moderna. Por su parte, Venecia dio pruebas de una gran vitalidad, reanimando sus comunicaciones e intercambios con el Levante mediterráneo, Africa del nor te, Francia, España, e incluso, Inglaterra. Deseosa de recuperar los territo rios perdidos no dudaría en intervenir en múltiples conflictos, consiguiendo añadir a su imperio, a mediados del siglo xv, las provincias italianas de Bres cia, Bérgamo, Ravena y Mantua, entrando en la Edad Moderna como gran potencia, nuevo apogeo que coincidiría con la desaparición del Renacimiento en Italia. 104 42 LA EDAD MEDIA. LOS AÑOS OBSCUROS DEL PODER NAVAL El Pontificado Aunque se acostumbra a señalar al siglo viii como aquel en el que nace la Marina pontificia, e incluso, se nos habla de la participación de dos dromones construidos por Juan VIII en la batalla naval de Terracina, en el 877 o, tam bién, de la flota papal que sostenida por otra napolitana liberó Civitavechia del yugo sarraceno el año 889, habrá que esperar al siglo XII para que débiles núcleos navales de la Iglesia intervengan modestamente en la actividad que promovieron las cruzadas en el Mediterráneo. Sin embargo, parece existir un cierto acuerdo para afirmar que la forma ción de la mencionada Marina, como fuerza operativa y organizada, no se materializaría hasta el momento en que surge en Asia Menor la amenaza tur ca, peligro que moverá al papado en 1334a participar con siete galeras en una alianza contra el infiel, en la que, asimismo, se integrarán Francia, Venecia y los caballeros de Rodas. Posteriormente, las galeras pontificias prestarán un cierto apoyo a Bizan cio, estimándose que hacia mediados del siglo xiv el papado disponía ya de más de cincuenta unidades, de ellas, treinta y tres galeras, cuyas futuras ope raciones se polarizarán a la lucha contra el poder naval turco, principalmente en aguas del Adriático, entrando en la Edad Moderna en los momentos en que se crea una escuadra específica para la defensa de su propio litoral, repre sión de la piratería y apoyo al tráfico.marítimo que arribará a sus puertos con mercancías y peregrinos, con motivo del jubileo que se celebraría en 1500. •Las enseñanzas que nos depara tan singular Marina son que jamás estuvo a la altura de lo que parecía reclamar su poder terrenal, sin duda alguna, por que el papado siempre confió en que su autoridad moral e influencia sóbre el conjunto de la Cristiandad le permitiría, llegado el caso y tal como la historia nos enseña en múltiples ocasiones, verse apoyado en sus fines políticos por alianzas o ligas establecidas con otros países europeos, Así creía eliminar los gastos que hubiera originado la creación y mantenimiento de un fuerte poder naval y, también, las críticas que pudieran levantarse ante la posesión de una Marina de Guerra perteneciente a un estado considerado pacífico y espiri tual. Imperio bizantino El hecho de que pese a su progresivo declive interno el imperio bizantino lograse sobrevivir durante mil años, cuando los reinos de la Europa Occiden tal sometidos a múltiples conflictos exteriores, luchas intestinas y padeciendo cíclicamente períodos de anarquía retardarían su consolidación como esta dos fuertes y soberanos, se debió, exclusivamente, tanto a poseer una con ciencia nacional, que hoy llamamos patriotismo, como por disponer de una eficiente organización naval y militar. Año 1993 F. FERNANDO DE BORDEJÉ Y MORENCOS La riqueza del imperio y la vitalidad y potencia de Constantinopla, en tanto que fortaleza, así como la reglamentación y regulación de la guerra debida a los emperadores Mauricio en el siglo vi a León el Sabio en el ix, reglas y preceptos recogidos en los manuales «Strategicon» y «Táctica», ofre cían a sus ejércitos no sólo una motivación para combatir, sino para afirmar su moral, disciplina y hasta su propia estabilidad, algo que desconocían los ejércitos occidentales. Para los bizantinos, la guerra se consideraba y acogía desde un punto de vista práctico y no como una respuesta a una finalidad exclusivamente reli giosa o heroica, lo que implicaba que no se buscase la batalla si ella no se hacía imprescindible, pues era demasiado costoso el sacrificio de vidas humanas para alcanzar un determinado objetivo, si éste podía obtenerse por medio de estratagemas, fintas y sorpresa y, en caso de enfrentamiento directo, llevando la iniciativa, puesto que una actuación contraria se consideraba como prueba de un mando incompetente e incapacitado. En la vertiente terrestre las fuerzas se agrupaban en tres armas: la caballe ría, dotada de idéntico armamento que las europeas, esto es, de espadas y lan zas pero constituidos sus efectivos sin distinción de clases por razón de naci miento; la infantería, que en el siglo xi se estructuraría en un sentido muy moderno, dividiéndose las fuerzas en secciones, compañías y batallones y por su utilización en ligera y pesada, en función del armamento y, por último, la que podríamos denominar artillería, cuerpo en el que se incluían todos los ingenios, catapultas o máquinas capaces de lanzar proyectiles, así como el lla mado «fuego griego». En el orden naval, la inicial inexistencia de una Marina que pudiera ame nazar a Bizancio, dado que los vándalos, únicos poseedores de una flota importante se encontraban demasiado lejos e iniciaban su declive, había motivado que el imperio bizantino se hubiera limitado a heredar las escasas fuerzas navales romanas que habían sobrevivido a las invasiones bárbaras, así como su organización y métodos de combate, situación que se mantendría inamovible hasta, por lo menos, bien avanzado el siglo VIIIen que se hace visi ble el peligro árabe. Por ello, las flotas continuarían denominándose «classis» la nave capitana «nave pretoria», permaneciendo para los mandos los apelati vos de «navarca», «tetrarca» o «magistri navium», para la marinería el de «nautas» y «remiges» para los remeros. Como consecuencia de las citadas invasiones, el emperador Constantinó comprendió la necesidad de establecer la capital del imperio, próxima a la frontera más expuesta, la del Danubio. Constantinopla, emplazada en el punto de contacto de Europa y Asia cumplía dicho requerimiento, y, además, dominaba las derrotas entre el Mediterráneo y mar Negro. De ahí que pronto se convirtiera en una ciudadela que, quien la controlase, disfrutaría de una clara ventaja en la esfera marítima y terrestre, razón de que durante un mile nio el poder en ella establecido rechazase sucesivos ataques venidos de las estepas y resistiese varios siglos el asalto turco. 106 42 LA EDAD MEDIA. LOS AÑOS OBSCUROS DEL PODER NAVAL No es preciso relatar las guerras de Bizancio contra los persas, hunos, ostrogodos o vándalos, puesto que ningunas de ellas implicó encuentros nava les de importancia, por lo que el imperio de Oriente podía considerarse seguro en tanto no surgiese un rival en la mar. Ese adversario aparecería a finales del siglo vii, cuando los árabes o sarra cenos, como se les denominaba en Europa, se pusieron en movimiento hacia el norte y oeste apoderándose de Siria, Persia, Palestina y algo más tarde Egipto, habiéndose extendido al entrar en el siglo viii desde el Indico al este y Samarcanda y el Cáucaso al norte hasta las orillas del Atlántico en el oeste, imperio en forma de cimatarra que corría por la costa africana hasta el cora zón de la península Ibérica amenazando a toda la Cristiandad, progresión árabe sin parangón en la Historia por su rapidez, extensión y permanencia. Si se exceptúa la batalla de Poitiers, perdida por los árabes en un excéntrico escenario, el único obstáculo que encontraron en su camino fue el imperio bizantino, advirtiendo que no sólo no podrían eliminarle sino luchar contra él mientras no lograrán alzarse con el dominio del mar. Dicha presión musulmana motivará la creación de unas fuerzas navales ofensivas en las que aparecerá un nuevo tipo de nave, el «dromon», transición entre la «liburna romana» y la posterior «galera», amenaza que en el siglo VIII conquista Creta y efectúa desembarcos en Sicilia y Cerdeña, deshaciendo la tesis bizantina de que los sarracenos tenían adversión a la mar y olvidando que, aunque ello fuese verdad, los árabes disponían de pueblos de tradición marinera convertidos a su fe, como eran los berberiscos. Se debe señalar que el «dromon» persistirá hasta el momento de la inva sión turca y desaparición de Bizancio, ocho siglos más tarde y que, en el Medi terráneo, cristianos y árabes combatirán con idénticos tipos de unidades navales puesto que los musulmanes se limitaron a copiar las embarcaciones que capturaban a sus adversarios sin aportar ninguna mejora de relieve en el campo de la arquitectura naval, aunque debamos reconocerles la introduc ción en el siglo xii, a través de los normandos de Sicilia, de la aguja de marear y del astrolabio, inventos atribuidos a los chinos. El primer asalto árabe contra Bizancio tuvo lugar en el 655para volver a repetirse el en 673, años en los que el emperador Constantino IV comprendió el interés que para su defensa representaba el «fuego griego», utilizándolo en el 677 contra las flotas árabes que atacaban Constantinopla, arma que otorga ría más de una victoria a los bizantinos y que demostraría, una vez más, que una sorpresa técnica puede dar la superioridad mientras se mantenga en secreto, principio de la guerra que continua teniendo plena validez en nues tros días. Sin embargo, tampoco se debe ignorar que en los éxitos bizantinos tuvieron mucho que ver la correcta utilización de dos principios de la guerra, la «unidad de mando» y «conducción de la maniobra», que buscaba dividir a los buques enemigos en pequeños grupos que fácilmente eran destruidos al aplicar otro principio bélico, el de la «concentración de fuerzas», en un punto y en el momento oportuno. Año 1993 F. FERNANDO DE BORDEJÉ Y MORENCOS Asimismo, debe resaltarse que la resistencia bizantina ha sido poco valo rada en Occidente, pues muy pocos han recordado que la defensa de Constan tinopla durante siglos permitió a Europa, cuando los turcos la conquistaron en el siglo xv, hacerles frente al habérsela garantizado siglos de seguridad en los que se fortaleció y colaboró a que se constituyesen estados unificados y poderosos. Desde un punto de vista naval, la decadencia de los árabes en el Próximo Oriente, debida a sus luchasintestinas y fragmentación de sus conquistas, permitió que surgiese una amenaza mayor, la encarnada por los turcos que, inicialmente, no disponían de ningún tipo de fuerza naval pero que ya en el siglo x habían conquistado la mayor parte del Asia Menor. En su ansia expansiva no dudaron los otomanos en atacar a Bizancio, al que vencieron en la batalla de Manzikert el año 1071,encuentro tan catastró fico para Europa como para el imperio de Oriente. Para la primera, porque para poner a Europa al abrigo de la nueva amenaza el papa Urbano II apeló a la Cristiandad a recurrir a las armas y emprender la primera cruzada, mien tras que para Constantinopla, porque a partir de allí su potencia e influencia comenzaría a declinar, aunque todavía se mantendría erguida durante cuatro siglos. A lo largo de las cruzadas la Marina bizantina se consagró, como las de Génova y Venecia, a transportar fuerzas a Palestina sin encontrar oposición turca, al no poseer éstos en esa época un poder naval. En relación con las cru zadas se debe señalar que durante su desarrollo cesó prácticamente la pirate ría, por ser más provechoso el transporte de peregrinos a Tierra Santa, a quie nes se esquilmaba con los altos precios cobrados por el pasaje. Sin embargo, la suerte de Bizancio se jugaría en la segunda mitad del si glo xiv, cuando Mahomet 1 y luego Mura II y Mahomet II decidieron prose guir hacia su más preciado objetivo, la conquista de Constantinopla, a la que este último puso sitio conquistándola en mayo de 1453,fecha en la que desa pareció un Imperio de más de mil años. Realmente la precaria debilidad de Bizancio la motivaron una serie de fac tores, entre ellos: las divisiones internas; la falta de recursos económicos y naturales al haber ido perdiendo paulatinamente las más ricas regiones del imperio; su creencia de poseer la verdad en el ámbito religioso y su rechazo a reconocer el poder divino del papa, que les produjo el alejamiento de Occi dente y que nunca le llegarán los socorros prometidos por los estados Cristia nos, especialmente, a partir de 1439; la reducción geográfica del imperio, prácticamente reducido a su capital a partir de 1380;la cada vez mayor depen dencia económica de Génova y Venecia desde que se abre el siglo XIII; la prác tica inexistencia de una flota mercante capaz de abastecer al estado y, por últi mo, una relajación en las costumbres con pérdida de valores, como era el patriotismo, lo que incidiría negativamente sobre la moral y virtudes de sus fuerzas armadas. A ello, además, se añadía la inexistencia de una fuerte Mari na, como consecuencia de no haber encontrado en la mar a flotas otomanas dignas de tal nombre, por lo que sus relativamente escasas fuerzas navales se 108 42 LA EDAD MEDIA. LOS AÑOS OBSCUROS DEL PODER NAVAL mantuvieron grandes períodos de tiempo inactivas, puesto que hasta comien zos del siglo xvi los turcos, forzados por su ansia expansionista y dominadora, no adivinarían el valor de una poderosa Marina. Con la caída del imperio de Oriente, los europeos dejaron de tener un acceso al mar Negro, perdiendo así su vía de comunicación con la India y el Extremo Oriente, lo que indirectamente influiría en la búsqueda de ese enlace por el oeste, lo que conduciría a Colón al continente americano. Imperio otomano A comienzos del siglo xv los turcos todavía no habían establecido un con tacto serio y permanente con la mar, quizá, por encontrarse desde hacía déca das demasiado ocupados en detener las incursiones mongolas por el Este y por dirigir sus esfuerzos militares a la por entonces su principal línea de acción estratégica, la expansión por los Balcanes para presionar a Occidente por su flanco más débil. De ahí que no hubieran formulado todavía unas directrices de política marítima y naval, debiendo recordarse su tímida oposición a una escuadra cristiana en 1401en aguas de Anatolia, lo que indicaba que la actividad naval de los otomanos se reducía a expediciones corsarias a cargo en general, de osados mercenarios al servicio del Sultán. Era pues lógico que tanto Génova como Venecia no se preocupasen, de momento, por la aparición de una nueva amenaza turca en la mar, repúblicas que, incluso, mantenían cordiales relaciones con dicho pueblo como lo atesti guaba el tratado de 1399, renovado en 1413, por el que el sultán reconocía el control del mar Egeo por parte de las flotas de la serenísima. Dicha política sería muy criticada dado que, ante el precario equilibrio de poderes existente en el Mediterráneo, aquella diplomacia iba a permitir al turco afianzar sus conquistas y reforzar su poder militar. Pero el principal reproche que se haría a Génova y Venecia se basaría en la aportación de constructores y marinos al sultán, quienes actuando como verdaderos mercenarios enseñarían a los otomanos las técnicas de la cons trucción naval occidental así como sus tácticas de combate, haciéndoles com prender la importancia que tenían las aguas del Mare Nostrum para quien desease dominar el Mediterráneo Oriental y hasta el Central, animando las ideas expansionistas y de hegemonía de aquellos. Esas repúblicas replicarían a tales acusaciones afirmando que sus respec tivas flotas mandaban en la mar y hacían respetar su autoridad, como lo demostraban sus cíclicas operaciones tendentes a castigar los desmanes pro ducidos por la piratería turca. A tal fin ponían como ejemplo la campaña de 1419 en los propios Dardanelos, en donde saquearon Negropontp y captura ron quince naves otomanas, cuyas dotaciones la componía, en gran parte, marinos cristianos, tal como nos lo recuerda Pierre Loredan, comandante de las fuerzas venecianas, quien en su informe al dogo afirmaba que «sobre - Año 1993 F. FERNANDO DE BORDEJÉ Y MORENCOS dichas galeras se encontraban patrones, contramaestres, carpinteros y calafa tes genoveses, sicilianos, catalanes, cretenses y del mediodía francés... a quienes he hecho colgar, entre ellos, al veneciano George Calergi, rebelde a Su Señoría y a quien he hecho decapitar en la popa de mi galera», acciones, por otra parte, que ponían de manifiesto la incapacidad turca en la esfera naval. Dicho panorama cambiaría a mediados del siglo xv, al manifestar los tur cos una mayor agresividad en la mar y lanzar sus ejércitos contra Constantino pla, mientras que Venecia, que temía perder Salónica, se avendría a firmar un tratado para conservar aquel puerto griego a cambio de pagar un fuerte tri buto anual, demostración del decaer de la serenísima. Esa debilidad veneciana se haría palpable dos años después, al romper la tregua los otomanos y apoderarse de Salónica, siendo ya incapaz la flota vene ciana de abatir a otra turca inferior frente a Gallípoli y sin que la cruzada pre conizada por el papa, en 1442, sirviera para otra cosa que para demostrar la insolidaridad de la Cristiandad y la pujanza turca. La política de Mohamet II a partir de 1451, en que sube al trono, buscará hacerse con los restos del imperio bizantino, volviéndose a poner de manifies to, una vez más, la incapacidad occidental, cuando en abril de 1453 se inicie el sitio de Constantinopla, en el que participarán ochenta galeras turcas y unas trescientas unidades menores al mando del renegado búlgaro Bataglu. La caída de la capital con su emblemática basílica de Santa Sofía implicaba, asimismo, la pérdida de las últimas posesiones que mantenían las repúblicas italianas en el mar Negro, Grecia y Mediterráneo Oriental, por lo que tanto Génova como Venecia tratarían de encontrar un modo de convivir con los turcos. Al llamamiento de Pio II en 1463para iniciar una nueva cruzada. respon derá Mahomet II presentándose desafiante en el mar Egeo y poniendo de manifiesto los rápidos progresos de su Marina en la guerra y de sus tácticas, al ser ya capaces de batir a las flotas venecianas, algo impensable cincuenta años antes. Ello se comprobaría, tanto ante la isla de Lesbos o Mytilene, donde las naves de San Marcos se vieron forzadasa refugiarseen Modon o cuando el sultán alcanzó Negroponto, en la isla de Eubea, centro de los ¡ilte reses comerciales de aquella república en el Egeo y gran base logística y naval de la serenísima, como cuando en 1478se asentase aquel en Albania asomán dose al Adriático, desde donde sus escuadras atacarían objetivos en Sicilia y La muerte de Mahomet II impondrá una cierta tregua, al decidir su suce sor, Bayaceto II, consolidar las conquistas de aquél, entrándose así en la Edad Moderna, en la que se conocerá una nueva expansión turca conducida por Selin ¡ y Soliman el Magnífico. 110 42 DOCUMENTO Ataque español en Burdeos (1653) Aprovechando las guerras civiles que asolaban a Francia, el 30 de abril de 1650 se pactó con la Duquesa de Longueville y el Marqués de Turenne el auxi lio de fuerzas navales y terrestres españolas para hostigar las tropas del carde nal Mazarino, máximo enemigo de Felipe IV, y forzar así una paz general favorable a los intereses españoles. En su virtud, don Alvaro de Bazán, tercér Marqués de Santa Cruz, recibió orden real terminante de atacar Burdeos con la Armada del Mar Océano, lo que efectuó con el éxito que pregona esta rarísima «relación», no conocida por Fernández Duro, quien en el volumen 5.° de su Armada Española, pro porciona conjeturás sobre este brillante y muy desconocido hecho de armas, basado tan sólo en un documento manuscrito de la Real Academia de la His toria. Año 1993 RFLACION VERDADERA DE LA FAMOSAVITORIA que ha tenido el Ece1entifsimo feficr D.AIbaroBaçanMrques deS.Cruz, General dejaArrnadaRea1déEfpaia0 que efi fobreJaRia deJaCiudad de Burdeos:fucedjdaa20.de Oaübredei6ç3. .‘ eflereJe el numerodel4s Galeras,P’erganttnes,yOtraseiilars caciones que fe !ellan cogida, y quenado al enemgo, y.c1gr4ndioIoJacode 24ortaFia,ydeotr4s -la• r&a CON L!CENCrA. . Ano 1993 ImptCIIO cii Scuilla por Juan ouez Año de de D1as 113 ST A N lO El Excelentiísimo feior Don Albaro Baçan Marcues de fanta Cuz,co laArrnadaReal de EípañaÁ bre ljtidde Pollac, chPcadiez kgii is la tierra adentro dela.P,iade Bprdcos,i pidindilafá!ida d.ciAma R1•e rancia)ctice acerralada junw a Bur deós: viofExcclcnciaquep0r elCn1 d Blanc(e ue es vn braço de la Riaçne fe diuide porotra e)baxau..trcs Galerasy och Vcrgantines,para11euar focorfo .4 la Ariadade Frai cía u.porét}ar.eI banco de por1edofr no fue po!ible impedirleseIDaífo.Rcconocioíed.eÍpuesçnefc auin entradcne1 Caño deEretañay lo ducho coniienia impedirks çl,pa.ffo.,yquitarle eft erbarcaciones al çemigo, juntamente con elloccrro cu e lleuauan. Mandíu Excelencia que fuellen quatroFragatasde gu’err., y’dsNauios de fuego a tQmarla boca de aquel (.año,para impedirla falida al en cmi go.,y afs’i’lo executaroncoii rndc’prómpti’tid.’Del’escletr rnh- íu’Exceletciayr,co’m’ofue’areco c’erddiCho Caíoy vio que fino era con agus iuasno podianíali los dichosBa xclcs;conquefe aguard6a ticinpoacómodado. En eRa ocafion.llcg a nueara Armada el (‘eñorFrincipede Marfi,que ese1mifmo que gouerii a Barcelonapor el Rey de Francia?y fcfaho (durante ‘elfitiode açul!a Ciudad) para yríe a Íruir al feñorPrincipede Conde’,yafiifIi en Burdeostodo el tiempo que fus habiradoresfiguieronla voz del dicho feñor Principe de CondydeÍptiesqucfcfaliode aquella Ciudad la feñora Princeíade.Con&fe partio el dicho üñor Principe de Maifi a la Corte dvEÍpaíia3adódefuMageílad(Diosle guarde) le manda hof ediy tratar con grande of}entacionygrande7a, y le embi muy faorccido,’y i’ic’o.dedpnesprel’eas,para que Como CapitanGencralgoucrn4lfe1.gente çueialtaffcen tierra de la Armada Realde.Elpaña,que eíH en la Ria de Burdeos a cargo del ExcelenuL’simo1ñ.oMarqucsde fanta Cruz, como ‘vaichadicho. Juntos puesfu Excelencia,, ylo feñorcsPr4ncipede MaríLy el: Duque de Veragua&Don.M4cho dela Çuçua 1ñor Du,quede Alburcjuerque,DonFernandoAriasde Sa.ué dra;Don Facif&fdeMeñe1y ótd iicEms nCaua . 114 llcros aeRros deCarnp de la d{diairmadabo1uicron a reco nocer, floter el eefreno, y recónóc omand fu Excelencia qrie ri ;brcafTe alguna gente de iaArniada,y dioorden abs Mtc, ...us de Campo los tetiores .Don Mclchordela Cueua, y alDuc;ue de Veaguas.ya Don Erancifco:deMe.ncfes,delo. que atiian de hazer,como [oexecutaroa ‘alos veinte de Oetubre a lastres de la mañana. Lleuaua IÁVángiadia clfeor Don Melchor de la Cu eua y el feñor Du,ue de Veragaas embi1io po lapaite del dicho €año,y e1teñor.Don.Franci1cod:Meaels po.ra.parce de xo,y todosa vn milmo tiempo embiflieron al cenigco el .va!orde iLIsperfonasygencroíal’angre. Viendopes os .ccies que n.ueba gente les pretenda:coger el paifo portodas .. partes.trat de huirdeímparandálasCalerasy eo:a Sa X .Lesyal’sirn.iÍmola.vil!a.de Mortaña,quec muy e.rte,.y.de elenemigofe pudofortificar,y hazernos notable dño, porue cl. eu lLlgar.errlinente,yes muy agría L fubda. En ij; os tros fueron liguiendo a los Franeles haifa embofarboi en montañas circunuezinas;y no fe pais mas aedlate,poce ci feñor Prineipe.Maríi mandÓ detener la gentey que (‘ehizieiT’e .alto,reparando en que los enemigos nos podrian hacr alguri dafio en lo eifrecho de los montes. En fin t’ehizo:akro por tLern pode éis horas,por auerlo afi ordenado el ícfiorPrínJpe Marli, y lo pudo mandar corno Capitan General que es de todo o cj nueílragentefuere obrando en tierra. En dIc tiempo nofe defcuydaua el1’eícir Maru esdefanta Cruz por la parte dela Ria,pues cogiolas dichas tres GaJe ras,y fiete Vergar.unes que los enemigos teman en la boca del Caño; y las incorpor?connucifra Armada, y quernÓ mas de treinta Nauios1Saetias,Barcoslorigosy otrasembarcaciones menores, que eifauan dentrodel dicho Caño,las quales no. (‘epudiçrori car por cítar baxa la mar,y fer ya muy tarde. Sac1ucfe a Mortaña,vi!laque tiene léilcientos vczinós,coIl qúe nucifrosSoldadosquedaron muy apronechades, potE1hu no ricasalajas1buena ropa,y mucho dinero, por fer ellugar mas rico que tiene coda aquella comarca. y es de aduertir,que deíla can grandioia prefa no ha querido clfeñor Macciucs defanta Cruzparcicipar cofaalguria, tocan dole los dos cuintos,cl vno por General,y e!otro (que es.elc ue tocaua al Rey nucifro feñor)por auerle (‘iiMagellad hecho gra cia1el a fu ExceIeucia;cóque1l o fue el íacopara los Soldad Dems 115 Dmas detlo quernnueíha genteal enmige el A!niazert de la ?oluora, dnde..auia.gtande.cñtidad della i7 deralas,y Otr.S municionesçue ternañ pre.tenidasarafu Arrnada.Y a1. fi mi 1n, ó fe;abrafaron los Ah iaze sLtrigoy auena, y en fo’ lo vno.tenia.nmasde quatro milfanc.gastrigo,ymasde milcóf taesde harinay grande cantidadde facos,de lana, cjue pomo auer ticmpo para 1aado todo1fe c1uem. En otro.s AImae— nesfe derram grandenu.rneró’dearrobasd&vino afsi nueuo, comomiejo fin otras muchas partidas confiderablesque fe dcÉramaron en cafas particulares,que todo fe’perdio,por no au er tiempo para poderloconduzir a nuePcraAmn-i ada. Qjicmaronfe muchas,caíasdc:lavilla,.yfe leshizo ajos ene inigos tOdO el dafio que:dczii.fepuedeelqtialfeha reputado.en mas de quatrocientosmil ducadosde valor. Los enenl’lgos,aunclue.vcian c.uemaríus.cafas, :y perderíus haziendas , nok atreuieion a baxara pelearconlos nueflra, fiendo alsi que fe hallanan con trcteIcios de inanteria, fin l gente que fe les fue agregando.de aquel!a tierraque todos:ha rian numerode.trcsmil hombresy la gente que defembarcde nu cifraArmada no .f.eron masde mil y dozientos ,hobres4 libien de los-masluzidos ycsforçadosSoldadosque ay COella:, donde yuan todos los grandesleñoresque fe han.refcrido,du do exemplo y valor a.vodoslosdemas,tcnicndoal :deÇembQr car,y al embarcar, cl’.aguaa ia.cirtura,conmucbapena}idad. Las tres Galerasy losfieteVergantines ne:fele han.og. do al enemigo,nos han de ferxle.granditirn importancia por aucrios acrecentado a nueara Armada1yauer minorado kdI Ducuc de Vandoma:conquees fuerca cjue cifedafio fe tienta mucho enla Francia,y particularmente en Burdeos:adonfe efperan nu cuosalborotos,e inquietudes. Lo que ay mas cue ponderar en cfIa faccion,esque.n.o por dim os hombreninguuo,ni lehuno herido tampoco,quefarecc cofa de milagro. Vna Igletiaviejaque los Francefestcnianen1a dihariita, eflaiia mt:y naltratada,y cafi.arrtiinada,ybien Íercc’nc,cta el poco Culto que ellos dauana Dios:euehla:.potenian yii Tcrn pb nueuarncnte fabi icado,dondchazian íusprcdicas y ccrc monias1por ¡‘cm losmasHcregesdflc1oearonsnr4Iros. Fualmente la gente de ni dcraArada h* faqHeadoa Ro.. 116 yan,y todoslos lugares confinan con laRia ,d doik hcra do uauchoganado1trigovitoy orosaftnnz. ‘ tN. XIX COLOQUIO DEHISTORIA MILITAR EN ESTAMBUL. ESPAÑA TUVOA SU CARGODOSPONENCIAS • Durante los días 17 al 24 de julio último ha tenido lugar en Estambul las sesiones correspondientes al XIX Coloquio de Historia Militar, que ha con gregado a historiadoresy expertosde treinta y un países, y comportadoel desarrollo de cincuenta y dos ponencias, entre ellas las desarrolladas por el coronel audi tor José Cervera Pery, que disertó sobre la influencia naval en la guerra civil española (1936-1939) y el capitán de navío Alejandro Cuerda que expuso el tema del pensamiento militar de don Manuel Azaña. Los coloquios de História Militar se célébran ánialmente, siendo acogi dos por la Comisión de Historia Miliar del país miembro a cuyo cargo queda la organización, celebrándose igualmente cada cinco años Inter nacional de Historia Militar, dependiente a su vez del Congreso Internacional de Ciencias Hstóricas, con sedé en París. j 1 En él coloquio de Estam bul se han abordado diferen tes temas dentro del contexto general de «Europa entre las dos guerras mundiales de 1914 y 1939», siendo objeto todas las ponencias de un debate posterior y estando modera das por historiadores militares de relevante significación. Así, la participación españo la, que tuvo lugar en la tarde del jueves 22, fue presidida por el teniente general Bitos de las Fuerzas Armadas de Grecia, y junto a los dos ponentes españoles intervi nieron en la misma sesión el profesor Quatrefagues, de la Universidad de París y el doc tor Haragan de los Estados Unidos de América. Los actos comenzaron con la lectura de un mensaje del anunciador dei XIX Coloquio Internacional de jefe de Estado Mayor de las Panel Historia Militar. -. Año 1993 117 Momento de la intervención española en el XIX Coloquio Internacional de Historia Militar. Fuerzas Armadas turcas, y el discurso inaugural pronunciado por el presi dente de la Comisión turca de Historia Militar, teniente general de Aviación Erdogan Oznal. Hicieron también uso de la palabra el presidente de la Comi sión de Historia Militar Internacional, doctor Cornelius Schulten, así como el presidente de honor de dicha Comisión, doctor André Corvisier. Todas las conferencias y debates se impartieron en las magníficas instala ciones del Centro Cultural de las Fuerzas Armadas turcas, contiguo al Museo Militar, que goza justa fama de ser de los mejores de Europa, programándose igualmente diversos actos sociales a cargo de las distintas autoridades mili tares. Por su parte el Comité Internacional de Bibliografía Histórica Militar, que tiene a su cargo la publicación de las distintas ponencias celebró una sesión de trabajo para la recepción de las diversas actas que integrarán el pró ximo volumen relativo al Coloquio de referencia. J.C.P. 118 Núm. 42 LAS AULAS DEL MAR. DE CARTAGENA ALCANZAN SU NOVENA EDICIÓN Se han celebrado en Cartagena la novena edición de las Aulas del Mar que abarcan una extensa gama de actitudes marítimas en los marcos de la navega ción, la acuicultura, la pesca, la medicina subacuática e hiperbárica, la cons trucción naval e ingeniería marítima, la arqueología subacuática, la contami nación marina y la historia naval. Cada una de dichas aulas ha estado dirigida por un experto de la materia tratada, y han impartido conferencias personali dades del mundo de la ciencia, la universidad, la medicina y la Annada. La inauguración conjunta de las Aulas dél Mar tuvo lugar en la mañana del lunes 13 de septiembre en un solemne acto presidido por el rector de la universidad de Murcia, al que acompañaban el almirante jefe de la Zona Marítima del Mediterráneo, el alcalde de Cartagena, el consejero del Medio Ambiente de la Comunidad Autómona Múrciana y el directorde las Aulas del Mar. Todos pronunciaron unas palabras de salutación y gratitud, y el director de las aulas, catedrático don Salvador Zamora, explicó los logros y alcances de las ediciones anteriores, cifrando sus esperanzas en una continui dad futura. A continuación el almirante García de Lomas Ristori, pronunció la confe rencia inaugural sobre el tema «España y la mar: Mentalidad marítima nacio nal» que constituyó una espléndida exposición de la problemática naval espa ñola a lo largo de la historia, con sus éxitos y frustraciones, significando con claridad y acierto cuanto ha supuesto el mar en el devenir patrio. El acto inaugural proclamado en nombre de S. M. el Rey por el rector de la universidad de Murcia, tuvo lugar en la sala de actos del aula cultural de la Caja de Ahorros de Murcia (Caja Murcia) y seguidamente se constituyeron las distintas aulas correspondiendo a la de historia naval el salon de actos de la Caja de Ahorros del Mediterráneo. En dicha aula, dirigida por el coronel auditor José Cervera Pery, miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia, se pronunciaron las siguientes conferencias: «La España de las luces» a cargo de don José Manuel Cuenca Toribio, catedrático de historia moderna y contemporánea de la universidad de Córdoba; «La América de las luces» pronunciada por don Luis Navarro García, catedrático de historia de América de la universidad de Sevilla; «Las constantes navales del resurgir borbónico» del coronel Cervera Pery, director de la «Revista de Historia Naval»; «Tofiño ylos trabajos para la realización del Atlas Marítimo deEspa ña» expuesta por don José M. Cano Trigo, cartógrafo jefe de primera e investigador naval; «La escuela de guardiamarinas de Cartagena: El arque tipo de una élite», por doña Rosa Hervás Avilés, licenciada en Historia; «El Baylio Valdés y las reformas de la Armada» que fue el tema de don José M. Blanco Núñez, capitán de fragata e investigador naval; «La sanidad naval en Año 1993 el siglo XVIII» del teniente coronel don Manuel Gracia Rivas; «La construc ción naval ene! siglo XVIII» a cargo del capitán de navío don Alvaro de la Piñe ra; «La Marina en el fina! del descubrimiento de América», expuesta por don Francisco Fuster Ruiz, profesor de biblioeconomía de la universidad de Mur cia: «Los apostaderos navales de América» tema desarrollado por e! profesor titular de Historia de América de la universidad de Sevilla don Juan Mar chena Fernández; «Malaspina y las expediciones científicas» pronunciada por doña María Dolores Higueras, jefe de Investigación del Museo Naval; «La infraestructura naval del siglo de la luces», por el capitán de fragata e investi gador naval don Antonio de la Vega Blasco, y «El acoso extranjero a la marina ilustrada», que estuvo a cargo de don Pedro Pérez Guerrero, profesor titular de historia de América de la universidad complutense de Madrid. Las Aulas del Mar promovidas por el vicerrectorado de investigación, ser vicio de promoción educativa de la universidad de Murcia, han contado con numerosos apoyos y colaboraciones, entre las que hay que destacar, la del Ministerio de Defensa, (DRISDE), Dirección General de la Marina Mércan te, Escuela de Guerra Naval e Instituto de Historia y Cultura Naval. J.C.P. 120 42 NOTICIAS GENERALES CONGRESO SOBRE ALEJANDRO MALASPINA Y SU EXPEDICIÓN CIENTÍFICA 1789-1794 Los días 24 a 26 de septiembre ha tenido lugar en Mulazzo (Italia), con sesiones solemnes en Lerici y Castiglione del Terziere, un importantísimo congreso internacional, convocado por el Comune di Mulazzo y organizado por el Centro di Studi Malaspiniani «Alessan dro Malaspina» cuyo presidente director es el estudioso Dario Manfredi. Las sesiones han convocado a los más importantes estudiosos del tema de Estados Unidos, Canadá, Australia, Inglaterra, Perú, Eduador, México, Checoslovaquia, Uruguay, Argentina, España e Italia. Durante las importantes sesiones científicas han tenido lugar, asimismo, unas emotivas sesiones en las que se nombró hijo adoptivo de Mulazzo al señor Alex Malaspina descendiente directo de la rama familiar de la noble familia Malaspina a la que perteneciera el ilustre marino cuya memoria era objeto de las sesiones científicas del Congreso. Esta reunión científica, cuyas actas está previsto publicar en breve plazo ha aportado a la comunidad científica malaspiniana importantes novedades y ha presentado a los estudiosos de medio mundo los logros administrativos y científicos del Centro de Estudios Alejandro Malaspina de Mulazzo, surgido hace muy pocos años por impulso del sindaco de Mulazzo Gian Lorenzo Rosi y la delegada de Cultura del Ayuntamiento de Mulazzo doctora Francesca Guastalli y presente hoy en el primer plano de los estudios malaspinianos por la acción de su director el estudioso italiano Dario Manfredi. Sólo nos queda agradecer a los organizadores su hospitalidad y felicitarlos efusivamente por el éxito de estas trascendentales jornadas científicas. XI SEMANA DE ESTUDIOS DEL MAR EN HUELVA La asociación de Estudios del Mar ha celebrado este año en Huelva su tra dicional ciclo de conferencias anuales, con un amplio programa en el que han sido Iratado los más diversos aspectos de la temática marítima (historia, ocea nografía, derecho, política pesquera, ingeniería naval, ácuicultura, estrate gia, etc.), con asistencia de numerosos becarios (este año su número ha sido superior a los setenta) que al final del ciclo recibieron sus correspondientes diplomas. Tras la sesión inaugural bajo la presidencia del alcalde onubense, y con la presencia del almirante jefe de la Zona Marítima del Estrecho, altos directi vos de la fundación «El Monte» patrocinadora de la Semana y de otras autoridades locales, y de las palabras introductorias del presidente de ASESMAR, vicealmirante Albert Ferrero, se impartió la primera de las conferen cias a cargo del coronel auditor y director de la REVISTA DE HISTORIA NAVAL, José Cervera Pery, que disertó sobre la aportación onubense al Descubri Año 1993 NOTICIAS GENERALES miento centrada en las figuras de sus codescubndores los hermanos paleños Martín Alonso y Vicente Yáñez Pinzón, directos cooperadores de Cristóbal Colón en la gran empresa, cerrándose los actos del primer día con la confe rencia del comandante médico del Cuerpo de Sanidad Militar Asís Fernán dez-Riestra que desarrolló el tema de la vida marítima en la Antártida. En los días sucesivos se desarrollaron el resto de las conferencias progra madas, entre las que pueden destacarse por su ámbito marítimo político la pronunciada por el contralmirante Salgado Alba que trató de la segundad del Mediterráneo Occidental y la impartida por la jefa de Investigación del Museo Naval, Lola Higueras, que tuvo a su cargo las expediciones marítimas del siglo xviii. CONGRESOS Y SIMPOSIOS 1993-octubre 21-23. Annapolis, Maryland (EE. UU.). II Simposio de Historia Naval. Organizado por el Departamento de Historia de la Academia Naval de Estados Unidos, se celebrará un ciclo de conferencias que abarcan la siguiente temática: Navegaciones antiguas, segunda guerra mundial, tec nología naval durante la guerra civil, arqueología submarina, embarca ciones europeas del siglo xix. Para más información dirigirse a Robert W. Love, Director Naval History Simposio. United States Naval Academy, 121 Blake Road. Annapolis. Maryland 21402-5000.USA. 1993-noviembre 4-6 Cambridge, Massachusetts (USA). Simposio sobre la longitud. Ciclo de conferencias sobre los comienzos de la determinación de la longi tud en el mar, tendrá lugar en la Universidad de Harvard. Para más información dirigirse a: Longitude Symposium Harvard Univer sity. Science Center B6, Cambridge MA 02138. 1993-diciembre 6-10. Fremantie (Australia). Nuevas orientaciones en historia marítima, organizado por la Comisión Internacional de Historia Marítima y la Asociación Australiana de Histo ria Marítima, el propósito de la conferencia es establecerlas líneas de tra bajo de la historia marítima entendida como disciplina. Abarcará estudios de historia naval, hidrografía de los océanos, desarrollo de la historiogra fía en los distintos países, y la posición de la historia marítima en la comu nidad. Para más información dirigirse a: New directions in Maritime His tory Department of History. University of WA. Nedlands, WA 6009. Australia. 122 42 NOTICIAS GENERA LES 1994-enero 5-6. Bancouver, British Columbia (Canadá). Conferencia sobre arqueología histórica submarina de 1994. Se centrará en la problemática de la recuperación de emplazamientos prehistóricos en lugares sumergidos. Para más información: NA. Easton. Director of Research, Northern Research Institute Box 2799, Whitehor se, Yukon, Canadá Y1A 5K4. EXPOSICIONES 1993-septiembre 20-23. Pontevedra (España). Exposición conmemorativa del 50 Aniversario del traslado de la Escuela Naval Militar. En el marco de las actividades celebradasen conmemoración de este ani versario el Museo Naval de Madrid ha organizado en las Salas de Exposi ción de la Excelentísima Diputación de Pontevedra una exhibición cen trada en la tradición de la compañía de Guardias Marinas. La muestra se acompañó de un ciclo de conferencias patrocinada por el Instituto de Historia y Cultura Naval y las dos instituciones anteriormente mencionadas, sobre la aportación científica de la Armada para resasltar la formación científica y humanística de los hombres educados en la Escuela Naval Militar. 1993-octubre 12-24. Pontevedra (España). Méndez Núñez y su proyección histórica. El Museo Naval de Madrid en colaboración con el Museo Provincial de Pontevedra organiza una exposición sobre los fondos que posee relaciona dos con la figura de Méndez Núñez. Dicha muestra se celebrará en las salas que la Excelentísima Diputación Provincial ha puesto a disposición de ambos centros. Dado el relevante interés de las piezas, se editará un catálogo que se pon drá a disposición del público asistente. 1993-octubre 17-diciembre 31. Madrid (España). Muestra antológica sobre el arquitecto Sabatini. Organizada por la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Comu nidad de Madrid, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en las cocheras de la reina Isabel de Farnesio del Palacio de Aranjuez, se va a presentar una brillante muestra sobre una relevante figura que hasta la fecha no había sido suficientemente difundida. Año 1993 RECENSIONES MONTOTOY DESIMÓN,Jaime de.: Precursores. Instituto de Historia y Cultura Aeronáutica. Madrid, 1993. 530 págs. Jaime de Montoto y de Simón, es teniente coronel del Ejército del Aire DEM, actualmente está destinado de agregado de Defensa Militar, Naval y Aéreo en Bruselas, habla varios idiomas. Tiene los cursos de caza y ataque, transporte, cartografía y fotografía, entre sus anteriores destinos destacan el Ala 21, Dirección General de Política de Defensa y ser ayudante de S. M. el Rey. En este libro, se relata la historia de la Aeronáutica militar mundial desde sus principios en el siglo XVIII hasta la primera gran guerra. Se trata de un relato muy ameno en el que el autor logra interesar al lector por la espontanei dad de su pluma y la gran vocación que apunta en todas sus líneas. Hay un gran esfuerzo de síntesis y exposición documentadas, también la parte gráfica es esmerada y completa. El índice tiene los siguientes capítulos: 1. Los primeros pasos; II. La Revolución Francesa; III. La primera mitad del siglo XIX: compás de espera; IV. De la guerra de secesión a la guerra franco-prusiana; V. Reaparece la aeronáutica militar en todo el mundo; VI. Globos, dirigibles y cometas; VII. Los mecenas; VIII. Los hermanos Wright; IX. El dirigible se perfec ciona; X. Empieza a pensarse en una aviación militar; XI. De la artesanía a la serie industrial; XII. Primeras pruebas de un aeroplano militar; XIII. La creación de la aviación militar; XIV. El cruce del Canal de la Mancha; XV. La campaña de Melilla y las primeras exhibiciones aéreas; XVI. Primeros intentos de armar los aeroplanos; XVII. La aviación en las grandes manio bras; XVIII. Nace la Aviación Española; XIX. La aviación militar se expan de; XX. Los primeros vuelos militares en España; XXI. El concurso militar francés; XXII. El aeroplano entra en campaña; XXIII. La técnica se perfec ciona; XXIV. La quinta arma; XXV. Un lujo imprescindible; XXVI. Los Military Trials; XXVII. Alemania empieza a despertar; XXVIII. La pri mera guerra balcánica; XXIX. La reorganización de la aeronáutica militar; XXX. Se empieza a pensar en una aviación de combate; XXXI. La escuadri lla expedicionaria a Marruecos; XXXII. Preparando la gran guerra; XXXIII. Todo listo; XXXIV. Las fuerzas enfrentadas. Completan tan minucioso estudio 13 apéndices y la oportuna bibliografía. Libro de gran interés para los aficionados y aun los profesionales de la Aeronáutica, en el que sólo se nota ausencia de unos índices toponímico y onomástico usuales en este tipo de publicaciones. Antonio DE LA VEGA Año 1993 RECENSIONES T. BRADLEY: Navegantes británicos. Colección mar y América. Edito rial Mapfre. Madrid, 1992. 352 págs. PETER Peter T. Bradley, nacido en Lancaster (Gran Bretaña) en 1943, es doctor en Historia y profesor de estudios españoles e hispanoamericanos en la uni versidad de Newcastle Upon Tyne y ha escrito varias obras sobre temas náu ticos y sobre el Perú. Nos relata el autor, en esta importante investigación histórica, las vicisitu des de los navegantes británicos desde los primeros días en que se decidieron a navegar y cruzar el Atlántico, bien como piratas o corsos, bien intentando comerciar con los habitantes de América y sus posteriores vicisitudes, nave gaciones y asentamientos. Fueron los primeros pasos hacia la conquista del poder naval que lograrían siglos después. Afirma Bradley que las causas que motivaron la presencia de ingleses fueron «la envidia de la riqueza comercial de España, así como la reducción de sus tradicionales exportaciones de paños», y nos recuerda que la historia de la marina británica se inicia con la dinastía Tudor, que ya sostenía una escuadra a su costa. El libro cuenta con el siguiente índice: Introducción. El mar Caribe; 1. Las primeras intenciones en el Caribe; II. Los viajes de John Hawkins y el tráfico de esclavos (1562-1569); III. La guerra de represalias (1569-1578); IV. La guerra de los corsarios 1(1585-1595); V. La guerra de los corsarios II (1595-1604); VI. Viajes de comercio y colonización (1604-1655); VII. La Armada Real en el Caribe (1655-1762). Norteamérica. 1. Los primeros exploradores (1480-1547); II. El desper tar de un nuevo interés (1576-1590); III. El estrecho del noroeste (16021631); IV. La creación de colonias permanentes (1591-1681). El Atlántico sur y el mar del Sur. 1. Brasil y la fascinación con el Perú; II. Francis Drake y su famoso viaje de circunnavegación (1577-1580); III. Los sucesores de Drake rumbo al Perú (1582-1594); IV. Brasil yla costa de Gua yana (1580-1631); V. El retorno al Mar del Sur (1670-1690); VI. Los nuevos circunnavegadores y los últimos corsarios (1703-1712); VII. Las primeras expediciones de la Marina Real (1740-1766). Epílogo. Apéndices: Cronolo gía, biografías, bibliografía, índice onomástico e índice toponímico. Es un texto riguroso, metódico y desapasionado, que nos hace conocer la perspectiva inglesa de unos acontecimientos de gran influencia en nuestra his toria marítima. Antonio DE LA VEGA Juan Bautista.: Mapas, Planos y Fortificaciones Hispánicas de Marruecos (siglos xvi-xx). Ministerio de Asuntos Exteriores. Madrid, 1992; 604 págs. VILAR RAMÍREz, El profesor Juan Bautista Vilar, catedrático de Historia Contemporá nea de la Universidad de Murcia, que en el año 1988 publicó la obra Pla 126 42 RECENSIONES nos y Mapas Históricos de Argelia (siglos xvii y xviii), a la que siguió, en 1991, Mapas, planos y fortificaciones hispánicas de Túnez (siglos xví-xix), acaba de publicar Mapas, Planos y Fortificaciones Hispánicas de Marrue cos (siglos xví-xix), a la que próximamente se añadirá el correspondiente sobre Libia, con lo que quedará completada totalmente la cartografía his pánica de los países del Magreb. Denominar hispánica a esta cartografía obedece a que entre sus numero sos autores, existen bastantes no españoles, pero al servicio de España. La obra que reseñamos, presentada en un volumen apaisado de 604 pági nas, en edición bilingüe español-francés, se inicia con una detallada introduc ción de las relaciones hispano-magrebíes a lo largo de la Historia, que van a dar origen a la cartografía y a su reflejo en los monumentos arquitectónicos de rasgos comunes y, entre ellos, especialmente los militares. El elenco cartográfico está compuesto por un total de 842 piezas de las que 510 son mapas, 297 planos, y una adenda de 125 piezas más. De todas ellas se reproduce una notable proporción. En primer lugar se encuentran los mapas generales de Marruecos, seguido de los mapas sectoriales relativos a zonas geográficas bién delimitadas, como son la costa del Estrecho, la fachada Atlántica, la frontera con Argelia, y el interior del país, seguida también por los mapas temáticos que ilustran períodos históricos fundamentales, como la crisis hispano-marroquí de 1859-60 o la intervención española con anteriori dad a la constitución del Protectorado (1909-1912), así como los planos que muestran un retrato retrospectivo de las principales ciudades marroquíes. La ficha técnica que acompaña cada pieza ofrece, además de su contenido y descripción, una amplia visión y juicio sobre ella, su origen, título original y abreviado, centro donde se custodia, signatura, autor y, en muchos casos, sus principales datos biográficos, dimensiones, escala, sistema de protección, técnica pictórica, grabador e imprenta, etc., así como su relación con otras piezas del catálogo. La excelente metodología empleada manifiesta los extensos conocimien tos, el rigor y la experiencia del profesor Vilar, que ha sabido exponer de forma magistral sus amplias investigaciones en las cartotecas y archivos de España, Francia, Italia, Inglaterra y Marruecos, principalmente. A través de sus páginas muchos oficiales del Ejércitos y de la Armada recordarán con agrado y nostalgia, costas, tierras y ciudades que a lo largo de su quehacer profesional se les hicieron familiares. En resumen, una vasta y valiosa documentación cartográfica, digna de ser presentada a especialistas y a cuantos se interesan, dentro y fuera de España y Marruecos, por la historia de estos dos países. Alvaro Año 1993 DE LA PIÑERA Y RIVAS Con objeto de facilitar la labor de la redacción, se ruega a nuestros posibles colaboradores se ajusten a las siguientes líneas de orientación en la presentación de sus artículos: El material que se ofrezca para su publicación será enviado al director. Los autores pondrán en la página del título su nombre y apellidos completos y su dirección postal para posible correspondencia. L.osartícuIos deben estar mecanografiados a dos espaciosen hojas DIN-A4. por una cara, dejando un amplio margen a la derecha, que se utilizará para las correcciones. A principio de párrafo se dejarán cinco pulsaciones en blanco. Se evitará la utilización de abreviaturas. Se subrayarán los nombres de barcos, títulos de libros y revistas, así como las citas literales, para indicar el empleo de la cursiva en imprenta. Las notas a pie de página se reservarán exclusivamente para datos y referencias directamente relacionados.con el texto. Se redactarán en la forma más sintética posible y se presentarán en una hoja aparte con numeración correlativa. Los títulos de las publicaciones periódicas se citarán íntegros la primera vez que se mencionen. y despuésse emplearán las abreviaturas existentes. Los autores proporcionarán las ilustraciones para sus trabajos, in dicando su localización en el texto; los originales de éstas tendrán la calidad necesaria para su reproducción. En todo casodeberán citar la procedencia del original y realizar los trámites precisos para que se autorice su publicación; la REisT no se responsabilizará del incum plimiento de estos trámites. Todas las ilustra-iones enviadas pasarán automáticamente a for mar parte del archho de la RrvIsTs. La lista bibliográfica deberá presentarse en orden alfabético; en caso de citar varias obras del mismo autor, se seguirá el orden crono lógico de aparición de las mismas. Cuando la obra sea anónima, se alfabetizará por la primera palabra del título que no sea artículo. (Jomo es habitual, se darán en listas independientes las obras impresas y las manuscritas.