José Antonio Pagola Ternura El misterio de Dios supera infinitamente lo que la mente humana puede captar. Pero Dios ha creado nuestro corazón con un deseo infinito de buscarle de tal manera que no encontrará descanso más que en él. Nuestro corazón con su deseo insaciable de amar y ser amado nos abre un resquicio para intuir el misterio inefable de Dios. En las páginas del delicioso relato de El Principito escrito por Antoine SaintExupéry se hace esta admirable afirmación: «Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos». Es una forma bella de exponer la intuición de los teólogos medievales que ya entonces decían en sus escritos: «Ubi amor, ibi est oculus»: «donde reina el amor, allí hay ojos que saben ver». San Agustín lo había dicho también de un modo más directo: «Si ves el amor, ves la Trinidad». Cuando el cristianismo habla de la Trinidad quiere decir que Dios, en su misterio más íntimo, es amor compartido. Dios no es una idea oscura y abstracta; no es una energía oculta, una fuerza peligrosa; no es un ser solitario y sin rostro, apagado e indiferente; no es una sustancia fría e impenetrable. Dios es Ternura desbordante de amor. Ese Dios trinitario es fuente y cumbre de toda ternura. La ternura inscrita en el ser humano tiene su origen y su meta en la Ternura que constituye el misterio de Dios. Por eso, la ternura no es un sentimiento más; es signo de madurez y vitalidad interior; brota en un corazón libre, capaz de ofrecer y de recibir amor, un corazón «parecido» al de Dios. La ternura es sin duda la huella más clara de Dios en la creación; lo mejor que ha desarrollado la historia humana; lo que mide el grado de humanidad y comprensión de una persona. Esta ternura se opone a dos actitudes muy difundidas en nuestra cultura: la «dureza de corazón» entendida como barrera, como muro, como apatía e indiferencia ante el otro; el «repliegue sobre uno mismo», el egocentrismo, la soberbia, la ausencia de solicitud y cuidado del otro. El mundo se encuentra ante una grave alternativa entre una cultura de la ternura y, por tanto, del amor y de la vida, o una cultura del egoísmo, y por tanto, de la indiferencia, la violencia y la muerte. Quienes creen en la Trinidad saben qué han de promover. LA FIESTA DE DIOS ¿Cómo se comunicaba Jesús con Dios?, ¿qué sentimientos despertaba en su corazón?, ¿cómo le experimentaba día a día? Una cuidadosa investigación lleva a una doble conclusión: Jesús le sentía a Dios como Padre, y lo vivía todo impulsado por su Espíritu. Jesús se sentía «hijo querido» de Dios. Siempre que se comunica con él, lo llama Padre. No le sale otra palabra. Para él, Dios no es el «Santo» del que hablan todos, sino el «Compasivo». No habita en el Templo acogiendo sólo a los de corazón limpio y manos inocentes. Jesús lo ve llenando la creación entera, sin excluir a nadie de su amor compasivo. Cada mañana disfruta porque Dios hace salir su sol sobre buenos y malos. Ese Padre tiene un gran proyecto en su corazón: hacer de la tierra una casa habitable. Jesús no duda. Dios no descansará hasta ver a sus hijos e hijas disfrutando juntos de una fiesta final. Nadie lo podrá impedir: ni la crueldad de la muerte ni la injusticia de los hombres. Como nadie puede impedir que llegue la primavera y lo llene todo de vida. Jesús vive lleno de Dios, y movido por su Espíritu, sólo se dedica a una cosa : hacer un mundo más humano para todos. Todos han de conocer la Buena Noticia, sobre todo los que menos se lo esperan: los pecadores y los despreciados. Dios no da a nadie por perdido. A todos busca, a todos llama. No vive controlando a sus hijos, sino abriendo a cada uno caminos hacia una vida más humana. Quien escucha hasta el fondo su propio corazón, le está escuchando a él. Ese Espíritu le empuja a Jesús hacia los que más sufren. Es normal, pues ve grabados en el corazón de Dios los nombres de los más solos y desgraciados. Los que para nosotros no son nadie, ésos son precisamente los predilectos de Dios. Jesús sabía que a ese Dios no le entienden los grandes sino los pequeños. Su amor lo descubren quienes le buscan porque no tienen a nadie que enjugue sus lágrimas. La mejor manera de creer en el Dios trinitario no es tratar de entender las explicaciones de los teólogos, sino seguir los pasos de Jesús que vivió como Hijo querido de un Dios Padre y que, movido por su Espíritu, se dedicó a hacer un mundo más amable para todos. Es bueno recordarlo hoy que celebramos la fiesta de Dios.