Buscando a los buscadores de la verdad Preguntas desnudas/1 – Hay un libro en la Biblia en el que hay sitio verdaderamente para todos Luigino Bruni Publicado en Avvenire el 01/11/2015 Qohélet es un libro ascético, el único libro real y duramente ascético del canon hebreo, a pesar de que no prescribe ayunos ni abstinencias. Sólo Job lo iguala en altura. Pero las espinas de Qohélet, libres de suaves metáforas, se clavan con más fuerza y desmoronan mejor la ciencia mundana. Ahoga un buen número de afanes superfluos, pero no deja que se extinga la llama del conocimiento, aun con todo su escarnio y su enemistad con la transcendencia. Guido Ceronetti, Qohélet. El que toma la palabra Hay libros enormemente valiosos para los momentos de transición individuales y colectivos. Son de gran ayuda para comprender en profundidad la naturaleza de las crisis que vivimos. Dan voz a las emociones, a los sentimientos y a los dolores. Iluminan zonas oscuras a las que sólo palabras más grandes que las nuestras logran dar nombre, llamándolas, iluminándolas. Resucitándolas. ¿Cómo podríamos aprender a hablarnos y a mirarnos de nuevo a los ojos después de las guerras y los holocaustos, si no tuviéramos “La Divina Comedia”, “Los Cantos” de Leopardi, “Los Demonios” de Dostoievski, “José y sus hermanos” de Mann, “Los Miserables” de Hugo, “El Extranjero” de Camus o “Si esto es un hombre” de Primo Levi? Estos y otros grandes libros siempre producen el mismo efecto admirable que produjo Esquilo con “Los persas”, haciendo que los atenienses lloraran y se ensimismaran con el dolor de los persas a los que ellos mismos habían derrotado en la batalla. Estos mitos y otros grandes libros reconstruyen lo que la política no puede reconstruir, curan con un beso heridas que parecen incurables, regeneran una nueva fraternidad humana. Algunos libros, además, son valiosos no sólo durante la edad de las crisis: son esenciales. Cuando un mundo se acaba y todavía no se ve asomar otro nuevo, en los “sábados santos” de la existencia de las personas y de los pueblos, la compañía de unos pocos libros se convierte en el pan de cada día del alma. Qohélet es uno de ellos. Siempre me ha cautivado este libro tan distinto de todos los demás textos bíblicos, únicamente comparable a Job y a algunas páginas de Jeremías, de Isaías, de los Salmos y del Evangelio de Marcos. Un libro cuya lectura puede cambiarnos la vida, puede introducirnos en una fe y en una humanidad nueva y adulta. Qohélet es, con Job y como Job, una profunda y eficaz cura para las dos principales enfermedades de todos los credos religiosos y laicos: la ideología y la búsqueda del fácil consuelo a través de respuestas banales a preguntas difíciles y tremendas. Qohélet se ha escrito para los que quieren salvar su vida de la eterna tentación de la ideología. Los hombres religiosos y sensibles a la acción del espíritu comienzan su historia de fe siguiendo una voz que les llama. Siguen esa voz con otros compañeros y compañeras de viaje y después crean instituciones para guardarla y servirla en la historia. Pero puntualmente llega la invencible tendencia-tentación de no conformarse con la desnudez de esa voz. Alrededor de la primera fe de los padres pronto nace la ideología de los hijos. Así se forman las religiones, donde junto con el grano bueno de la fe se acumula con los años y los siglos la envoltura de la ideología de la fe, que crece y se multiplica a lo largo del tiempo. Y si los profetas y los sabios, cada uno a su manera, no salvaran el grano bueno, la envoltura llegaría a cubrir todo el trigo hasta asfixiarlo. Esta dinámica vale para todos los credos religiosos y laicos, donde, si no son idolátricos, hay profetas y sabios, que son la principal prevención y cura de las ideologías. Con Job y con Qohélet, la tradición sapiencial bíblica alcanza una cima altísima, quizá insuperable, y se convierte en don universal para todas las mujeres y los hombres que intentan proteger su fe de la ideología. La ideología es la muerte de la fe porque toda ideología religiosa es siempre idolatría: la transformación de YHWH en un becerro de oro. Así es como la fe se convierte en ética, en un manual de buena convivencia cívica, en prácticas de piedad, en una colección de falsos consuelos, en religión económica. Qohélet, junto a Job y como Job, es el gran inquisidor y confutador de la religión retributiva, de esa idea tan radicada en su cultura (y en la nuestra) de que el justo es recompensado con bienes, salud, hijos y providencia, y que el malvado es desgraciado y pobre porque es culpable de una culpa suya o de sus abuelos. Leer el Qohélet desnudos y desarmados es un antídoto contra la nueva y antigua idolatría meritocrática que está invadiendo, sin encontrar resistencia alguna, las empresas, la política, la sociedad civil y ahora también algunos sectores de las iglesias. Las ideologías son empresas colectivas, pero también son creaciones individuales, pues cada creyente produce su propia ideología que anida en el corazón de la experiencia religiosa. Fe e ideología crecen juntas, entrelazadas, y sólo un trabajo duro y deliberado puede (y debe) de vez en cuando distinguir, separar, introducir la cuchilla en las fibras para cortar, curar y volver a ponerse a la escucha, con docilidad y pobreza. La producción de falsos (por fáciles) consuelos es el fruto típico de una fe convertida en ideología. Inventamos paraísos artificiales, seguros y claros, en lugar del verdadero paraíso, incierto y misterioso, y generamos ilusiones sólo porque no somos capaces de elaborar las desilusiones que comporta toda fe no vana. La Biblia, judía y cristiana, ha querido custodiar el Qohélet como uno de sus libros más valiosos, un libro donde no aparece YHWH ni la fe de los patriarcas, donde no se ve la tierra prometida ni la Ley de Moisés. Si Qohélet está dentro de la Biblia, eso quiere decir que en el corazón del humanismo bíblico hay sitio para cualquiera que, como “el que habla en la asamblea” (ese es el significado de Qohélet, el Eclesiastés), le haga a la vida y a la fe las preguntas más extremas, radicales, desnudas y escandalosas. Algunas incluso son tan inconvenientes que los antiguos editores y redactores del texto sintieron la necesidad de enmendarlas. La presencia del Qohélet en el corazón de la Biblia y de la tradición judeo-cristiana es una herida; para que la lectura de Qohélet sea generativa debemos sentir el dolor, nuestro y del mundo, mientras escuchamos sus palabras. Pero, como muchas heridas fecundas, esta presencia es también una apertura de la Biblia hacia todo hombre y toda mujer que busquen la verdad, también para los que no sientan la necesidad de dar un nombre religioso a su búsqueda. Desde la ventana del Qohélet, el humanismo bíblico sale y llega hasta el último dubitativo ser humano amante y buscador de la verdad. Pero también, a través de esta ventana, la humanidad entera entra en la Biblia y la hace más hermosa, más humana, más verdadera. Con su honesta humanidad, la revisten también con la carne de los que no entendían el libro de Isaías o el Evangelio de Marcos pero entienden y aman al cantor de la vanitas. El libro del Qohélet fue escrito en Israel durante la conquista griega, cuando un gran imperio estaba imponiendo su lengua y su cultura. Algunos intelectuales hebreos estaban fascinados por aquel nuevo mundo y sus valores de búsqueda de felicidad, beneficio, bellos cuerpos, placer y juventud. Pero entre sus contemporáneos no faltaban quienes veían en esta “globalización” la crisis profunda de la cultura de Israel. Qohélet era uno de estos últimos, y por eso la lectura de su libro es una meditación muy útil y tal vez necesaria para los que hoy, en una nueva era de globalización y uniformización de los valores, quieren pensar en profundidad la naturaleza del nuevo mundo y sus dogmas. Qohélet es un compañero de viaje inestimable para cualquiera que trate de ver de forma no ideológica y despiadada los dogmas y los cultos engañadores de los imperios que llegan para dominarnos. La gran fuerza de este antiguo libro está en su capacidad única para ver en su desnudez lo nuevo y lo fascinante, sin ceder ni un centímetro moral a la necesidad de consuelo ante el mundo tal como es. El antiguo autor anónimo tuvo la fuerza y el valor ético y espiritual de plantear preguntas radicales a su mundo en crisis, que logran hablar con una fuerza y una profundidad inmensas también hoy, también a nosotros. Despierta en nosotros el deseo de pensar sin miedo y con valor en nuestros propios imperios y en el sometimiento a los ídolos del placer y del dinero. Qohélet es un guía leal en la edificación de una vida adulta, no ideológica, verdadera; un amigo incómodo y a veces desconcertante, que nos ama porque no nos suelta hasta que no intentamos responder a sus preguntas dolorosas y liberadoras. Cuando llega el día (¡ay de nosotros si no llega!) en el que se cae el velo de la primera fe y la vida se desvela, todo lo que había constituido la trama de nuestra experiencia espiritual e ideal parece una comedia o una tragedia. Los compañeros de ayer se convierten sólo en actores o máscaras de un guión escrito por nadie, una obra de teatro del absurdo, con nosotros en el papel protagonista. De repente nos encontramos solos en un teatro vacío, con las escenografías desmontadas y arriadas. Ese día, dramático y estupendo, siempre se abren dos posibilidades. Podemos empezar a escribir nosotros, esta vez intencionadamente, un guión para una nueva comedia-tragedia. Así transformamos ese teatro, que hasta ayer nos parecía la verdadera vida, en nuestra única nueva vida. El teatro se convierte en la vida. No aguatamos la desnudez del palco vacío y desolado y nos convertimos en escritores, directores y actores de nuestra comedia. Negamos y rehuimos la realidad y para sobrevivir entramos voluntariamente en nuestro Show de Truman. La segunda posibilidad consiste en el deseo de comenzar por fin la vida espiritual: salimos del teatro, nos ponemos a caminar por las calles del mundo y empezamos a buscar una nueva fe dentro de los dolores y las alegrías verdaderas de la gente verdadera que nos rodea. Descubrimos a Job, los Salmos, y empezamos a dejarnos leer y cantar por ellos. Y después, algunas veces, encontramos a Qohélet y con el barro de su verdadera nada empezamos a formar los ladrillos con los que construir nuestra nueva casa. Qohélet no nos guía en la construcción de una catedral, simplemente nos hace constructores de la casa de los hombres que ya no quieren vivir dentro de una ficción consolatoria. Una casa sobria y sin ídolos, donde un día, tal vez, podamos también aprender a rezar.