Editado por Librería Editorial Ricaaventura E.I.R.L Santa Isabel 1034 Providencia Santiago de Chile (56-2) 2741578 editorial.ricaaventura@gmail.com Diseño, Arte y Diagramación Alejandro Pizarro Cofré. Editor Guillermo Burgos Cuthbert. Esta Segunda Edición de 600 ejemplares, fue compuesta con tipografía DeVinne BT, Gill Sans MT Ext Condensed Bold y sus títulos con la tipografía Times New Roman PS MT, e impresa sobre papel couché brillante de 130 g. © Librería Editorial Ricaaventura EIRL. Todos los derechos reservados. Por lo tanto, se prohíbe la reproducción, el archivo o la transmisión, en cualquier forma y por cualquier medio, incluida la fotocopia y la digitalización, sin la autorización por escrito de la Editorial RICAAVENTURA E.I.R.L Registro de Propiedad Intelectual: Nº 170.615 ISBN: 978-956-8449-03-2 Impreso en Andros Impresores. PROLOGO a l a Re - e dic ión 2 0 0 8 La historia es per se la revivificación del pasado que, de no ser atendido por la historiografía o por la informalidad de la narración popular, se queda en momentos o personajes que nunca trascenderían engrilládolos al anonimato. Entre las formas en que historiográficamente puede “revivirse”, es decir, traer al presente, un suceso o personaje, y “rehacerlo”, “reconstituirlo”, a nuestra vista o nuestras mentes, se encuentran celosos investigadores y acuciosos autodidactos que con sus escritos y desde sus perspectivas, junto a la carga emocional-afectiva y, muchas veces, apasionamientos, van decodificando lo de antaño, sistematizándolo hasta hacerlo una interpretación y reconstitución que queda expuesta para la propia retroalimentación historiográfica y para el análisis y lectura de quienes buscan obtener alguna valiosa información del ayer. En nuestra historia, y sin desmerecer ninguna otra, los capítulos de la Guerra del Pacífico y la Historia del Salitre, ambos episodios por lo demás conexos, concentran la mayor cantidad de seguidores, siempre buscando alguna nueva producción que les interne por el desiertos, serranías y montañas, para re-encontrarse con aquellos personajes que por allá anduvieron o allá quedaron, en la calichera o en el campo de batalla, en actos, tan pronto rutinarios, inusitadamente excepcionales o llanamente heroicos. ¡Que valiosos son para esos re-encuentros las fotografías! En Chile, desde 1863, con William Letts Oliver, son artefactos primordiales de la memoria visual, ya que, sin mediar palabra nos brindan un tratado de historia, enseñándonos muchísimo de lo que fue, cómo y dónde fue y de qué y quiénes lo hicieron. Aportes de esta dimensión son los que ha venido haciendo Guillermo Burgos Cuthbert con su editorial Ricaaventura, con “Fotografía del Salitre”, “Vistas de los Antigüos Puertos Salitreros” y “Ferrocarril de Valparaíso a Santiago” y, que ahora, nos retrotrae a la Guerra del Pacífico con este “Album Gráfico Militar de Chile” de José Antonio Bisama Cuevas, publicado en 1909 por la Sociedad Imprenta y Litografía “Universo”, el cual me honro prologar en esta re-edición que busca, expandir el conocimiento, el contacto directo de los de hoy, con estas joyas del pasado que, de otra forma, se extraviarían o atesorarían como privilegio para unos pocos. Este principio, de difundir, que ya no es una proposición, sino palabra cumplida, nos permite esperar nuevas y deliciosas piezas, plenas en su vejentud, apareciéndose y guiñándonos un ojo desde la ventana que sus libros nos abren. Lo cierto es que la historia se hace de ventanas cercanas y lejanas. Pensar en una historia en forma, careciendo de algunas de las dos perspectivas, entregan un producto trunco. Y esa es la relevancia de la obra de J. Antonio Bisama Cuevas, de breve pero efectiva participación en nuestra historiografía, dejándonos como rastro este especial Álbum, con tan rico complemento gráfico ó viceversa: tan extraordinaria fotografía, complementada por tan sabrosos textos, porque es esta una obra que permite, a lo menos, ese par de lecturas. Y nos trae la guerra concluida hace nada, con los campos de batalla todavía humeantes y sus protagonistas allí, dejando testimonio de sus vivencias y sus visiones, todo transcrito al pie de la letra, para que hasta en los usos y formas de expresión captemos todos los contenidos y esencias que el autor-compilador depositó en esta ánfora del tiempo. En la obra de Bisama Cuevas está la participación de los más acreditados talleres fotográficos de Santiago, los que con sus archivos contribuyen al propósito del autor de hacer desfilar ante el lector las “animadas escenas de los campamentos, las penosas incidencias de las marchas por el desierto…”. Y más todavía. En 4 AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE cada fotografía, como bien lo destaca, no había lugar para la subjetividad: cada imagen captura hechos, escenarios, rostros, expresiones, graficando por primera vez un conflicto en el centro-oeste sudamericano. Sí, porque para toda Latinoamérica ya existía un registro pionero de fotógrafos de guerra: Esteban García, como encargado, secundado por Javier López, quienes cubren la terriblemente dispar y genocida Guerra de la Triple Alianza (1865-1870), encomendados por George Thomas Bate, quien logra tal privilegio del gobierno del Uruguay. Vaya este último párrafo para honrar a estos profesionales, precursores de la fotografía de guerra en el mundo y que en Chile tienen como base a la sociedad Díaz y Spencer, siendo el norteamericano Eduardo Spencer (1844 – 1914) de quien provienen las imágenes de las severas campañas que lo llevan desde Antofagasta en 1879, hasta Lima en 1884, transformándose en el oficialmente condencorado por nuestra República, en el mayor aliado de J. Antonio Bisama Cuevas en su objetivo de llevarnos a la objetividad de la guerra, a esa mirada trascendente, profunda, libre. Hoy, en alianza transtemporánea, Bisama Cuevas y Spencer nos re-traen sus textos, testimonios y fotografías para extasiar nuestros sentidos, aproximarnos a la cosmovisión de 100 años atrás, e incrementar las perspectivas de nuestras generaciones, cuanto dar una renovada y diferente mirada al pasado que, gracias a libros como el que ahora tenemos ante nosotros, siempre tiene algo nuevo que aportarnos. J u a n Va s q u e z T . Historiador Iquique, Agosto 2008 A publicación del “Album Gráfico Militar” viene á satisfacer una palmaria necesidad, á dar palpitaciones de vida, colorido, y movimiento, á esa homérica historia de la Guerra del Pacífico. En este Album iremos recorriendo, etapa tras etapa, los hechos gloriosos que han dejado señalada esa lucha como una de las más dignas de la inmortalidad. Y ello sea dicho en honra de las tres naciones combatientes y sin mengua de los vencidos, cuyo esfuerzo viril, si bien dominado en la cruenta lid por el esfuerzo de la chilena hueste, dejó ver, tanto en uno como en otro campo y al claro fulgor de lampos de gloria, cómo alentaba en esos pechos la ardiente llama del civismo, que agiganta héroes y que forja mártires. Prat, Ramírez, Serrano, Riquelme, Aldea, Santa Cruz, Carrera Pinto y cien años más, en nuestro campo, asombrarán por siempre á la presente y á las ve- nideras generaciones con el prodigio de sus hazañas, con la fascinación homérica de su heroísmo. Si es bello, si es dulce morir por la Patria, es noble, es grandioso y es sublime conquistar, al precio de la existencia, el lauro inmarcesible de la gloria y la aureola deslumbrante de la inmortalidad! Sirva el heroísmo desplegado por los invictos custodios de la honra de Chile en la campaña del Pacífico, nó para el estímulo de nuevas contiendas que la América repudia, antes bien para que en todo tiempo esta enorgullecedora tradición contenga á los miopes, á los envidiosos y á los audaces. Estos, en su afán de perturbar la paz de América, no reparan en que con ello labrarían su ruina y estagnamiento y detendrían el magnífico avance del carro del progreso, cuyos heraldos, entre vítores y hosannas, vienen proclamando las excelencias de una raza potente y esforzada y las supremas energías y altiveces del alma americana. Eduardo Poirier JEFES Y OFICIALES QUE COMBATIERON EN TARAPACÁ REGIMIENTO 2.° DE LINEA HILE es un país enamorado de su historia”, ha dicho en varias ocasiones el insigne escritor peninsular don Marcelino Menéndez y Pelayo. Y junto con aplaudir la diligencia desplegada por nuestros historiadores para escudriñar hasta los últimos rincones de la historia patria, he hecho notar “el carácter árido y prolijo que se advierte en muchos escritos en prosa, dignos de alabanza por su contenido”; razón por la cual “es difícil que fuera del país en que se escriben, logren muchos lectores.” (1) Sin aceptar por entero el juicio del literato español, no cabe negar tampoco que nuestra bibliografía histórica, abundantísima en obras de larga investigación, es relativamente pobre en libros que pudiéramos llamar de condensación histórica, en que, establecida bien la diferencia entre lo importante y lo superfluo, se prescinda de esto, y trate de presentarse aquello en forma tal, que hiera agradablemente la imaginación del lector, esculpiéndose de manera indeleble en su memoria. Para obtener este resultado, no basta narrar el hecho con prolijidad de detalles, que más bien lo sofocan que lo realzan; es necesario animarlo con el calor de la imaginación, inspirada á su vez en el hecho mismo que relata y compenetrada de su grandeza. Se ha dicho más de una vez en estos últimos tiem(1) Antología de poetas hispano-americano, t, VI, pag. LXXXVI de la Introducción pos, que el patriotismo chileno está en decadencia; que el frío de los años y los desencantos de la vida, han helado el entusiasmo en el corazón de los viejos; que la generación que hoy alcanza la plenitud de su desarrollo, es víctima y reo del convencionalismo egoísta y escéptico que aqueja á las sociedades estragadas del viejo mundo; y que – y esto es más grave todavía – nuestra juventud, envuelta en un ambiente de frivolidad é indiferencia, se desinteresa por completo de los destinos de la patria, ignora su pasado y no le preocupa su porvenir. No desconocemos que algo hay de verdad en todo esto; pero el mal, ni es tan grave, ni los que se lamentan de él están exentos de toda culpa. Para formar generaciones patriotas, es necesario mantener vivo el recuerdo de la patria, así en la memoria de los viejos, de suyo olvidadizos, como en el corazón de los jóvenes, naturalmente despreocupados, y esto sólo se consigue con una labor asidua é inteligente. Si queremos, pues, poner remedio al mal que lamentamos, hay que invocar continuamente el pasado, en lo que tiene de grande y de noble; hay que rejuvenecer esos recuerdos de gloria y presentarlos a los hombres de hoy y a los de mañana, en forma que los vean y se los asimilen, no en cuadros aparatosos que deslumbran, ni en relaciones desmayadas que fastidian. 10 AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE Esto es lo que pretendemos realizar nosotros, con la colaboración de distinguidos escritores nacionales, en la parte literaria, y de los talleres más acreditados de esta capital, en la reproducción artística de las fotografías que la ilustrarán. Nuestro deseo es ofrecer al público la historia gráfica del ejército y armada de Chile en la guerra del Pacífico (1879 – 1884), haciendo desfilar ante sus ojos las animadas escenas de los campamentos, las penosas incidencias de las marchas por el desierto, los cuadros sombríos de las batallas, las abnegadas tareas de la cruz roja, la vida de nuestros soldados en las ciudades conquistadas y la glorificación de esos héroes al volver á la patria. Necesario creemos exponer aquí que de las operaciones militares llevadas á cabo sobre Lima, el gráfico será abundantísimo en detalle. Además de los planos que se exhibirán, su información será ampliada con vistas fotográficas, las más completas, de la topografía del terreno y línea de defensa del ejército peruano en las batallas de Chorrillos y Miraflores. Dentro de este programa, el cuadro histórico se desarrollará amplio y variado, bajo la inspiración de los distinguidos escritores que lo tratarán, sin perder por esto un punto de su unidad, y antes por el contrario, con la frescura que le comunicarán en cada ocasión, plumas no fatigadas por el rudo y monóto- no trabajo anterior; lo que rara vez llega á obtenerse cuando la labor intelectual es considerable y uno solo el que la realiza. Entre los capítulos más interesantes de esta obra, estarán los destinados á reseñar brevemente los orígenes de la guerra del Pacífico, y á estudiar, rápidamente también, los tratados que pusieron término á las hostilidades – sólo á ellas, por desgracia – sin olvidar las ocurrencias posteriores, hasta concluir con una información sucinta y desapasionada del estado actual de nuestras relaciones con las Repúblicas aliadas. Antes de despedirnos del lector, pidiéndole excusas por este ya largo preámbulo, queremos insistir una vez más en llamar su atención hácia la importancia excepcional de los gráficos que ilustran nuestra obra. La fantasía no entra por nada en ellos: son todos de riguroso abolengo histórico, como que proceden de fotografías tomadas en el campo mismo de los acontecimientos, no de cuadros más ó menos bien concebidos por la imaginación del artista. Y nadie podrá desconocer que esta innovación que al par que consulta la tendencia objetiva de la ciencia histórica moderna, comunica á la obra un encanto que nada podrá substituir y sirve, á los que aquello presenciaron, para refrescar sus recuerdos, y á las nuevas generaciones, para tener la visión de esa magnífica epopeya. J. Antonio Bisama Cuevas. L Presidente don Aníbal Pinto estaba muy lejos de tener la fisonomía de un mandatario guerrero. Por el contrario, amaba la paz, y en las circunstancias en que estalló la contienda con Bolivia y el Perú fue pacífico por necesidad, pues creía que la situación económica del país no le permitiría afrontar los gastos de la guerra. Pinto tenía más de sabio que de militar. Su pasión era el estudio, y a él había consagrado la mayor parte de su vida. Sus horas felices eran las que pasaba en su biblioteca, formada libro por libro, con método y lógica dentro del orden de estudios que cultivaba de preferencia. De más está decir que un hombre que había impreso ese giro á su existencia era hombre instruido. Quiso el capricho de los acontecimientos que á ese mandatario esencialmente tranquilo, le correspondiese declarar y dirigir la guerra más larga y sangrienta que ha tenido la República. Como sucede de ordinario, la guerra fue completamente imprevista. El Presidente no la divisó venir ni la preparó. No se puede hacer de Pinto el elogio que se hace de Portales, de quien se dice con verdad que deseó la guerra del 38, que la concibió y que la ejecutó. Pinto no deseó la del 79, ni la concibió, pero sí, la ejecutó. En cambio tenía cerca de él alguien que la deseaba. Ese era su Ministro del Interior don Belisario Prats, hombre que tuvo algo de la fibra de Portales. Había otro que también la quería: el país. Este otro no contaba los recursos, pero tenía fe en la pujanza de su brazo, y su imaginación lo empujaba á la tradición gloriosa de su pasado. Sabía que habría de vencer y eso le bastaba. Pinto se sometió á esta fuerte corriente, consagrándose al servicio de la causa nacional con una dedicación que no decayó un solo instante, en todo el curso de la larga campaña. La opinión contemporánea no supo estimar la labor del Presidente. Se le acusó de flojedad, de timidez, de desidia. Esos cargos caerán cuando se conozca la historia de la guerra del Pacífico. Ella dirá que no se hizo nada sin su intervención; que el Presidente estaba pendiente de la marcha de cada transporte, de la organización de cada batallón, de que el Ejército tuviera víveres, herraduras los caballos, carbón los buques, etc.; que cada operación de guerra que se emprendió fue discutida antes larga y maduramente en el gabinete presidencial. Esto tendrá que reconocerlo la historia cuando se escriba con imparcialidad. La luz del futuro tiene que poner en claro muchas cosas. La guerra del Pacífico es uno de los acontecimientos menos conocidos del país. Gonzalo Búlnes l ministerio presidido por don Belisario Prats le correspondió primero invadir Antofagasta después, declarar la guerra al Perú. Ese ministerio sostuvo la discusión de cancillerías que terminó con el desembarco del coronel don Emilio Sotomayor en Anto- ligero contra Iquique y el Callao. Ese ministerio tiene la gloria de haber enviado al norte á don Rafael Sotomayor: con Sotomayor, mandó la victoria. Portales, siendo un gran patriota, no se pudo olvidar jamás que era pelucón. Prats tuvo la mala suerte de presidir la elección de un Congreso, entre la ocupación de Antofagasta y la declaración de guerra al Perú y, como Portales, no pudo olvidar que era anti-radical, enemigo de las ideas que apoyaba su jefe el Presidente Pinto, y se lanzó contra los radicales y contra éste. Las urnas lo vencieron y á consecuencia de ello, salió del gobierno disgustado, herido, pero dejando cargada la mina internacional y encendida la guía. La historia es una grande oportunista. Para ella lo que da resultado da gloria. En cambio, pone el estigma de su condenación sobre todo lo que fracasa. Casi siempre es la glorificación del éxito. No debería ser así, pero es así. Es muy fácil sentirse des- fagasta. El que asume la responsabilidad de la gestión diplomática y tiene el honor de ella, es don Alejandro Fierro, el Ministro de Relaciones Exteriores. Las hogueras empiezan por una chispa. El desembarco de dos compañías de Artillería de Marina en Antofagasta, el 14 de Febrero de 1879, fue la chispa que encendió la hoguera del Pacífico. El ministerio Prats debatió con Lavalle la neutralidad del Perú, declaró la guerra á este país y mandó iniciar las operaciones militares. El Ministro de Hacienda, Zegers, allegó los primeros recursos fiscales para la guerra con medidas que propuso al Congreso. Saavedra fue al norte á imponerse de visa de las necesidades del Ejército. Prats dio el tono á nuestra acción diplomática, á las relaciones del Gobierno con Lavalle, á las órdenes que se impartieron al aAlmirante de proceder lumbrado con la gloria triunfante. Es humano adornar con el mérito de la previsión al mandatario ó al guerrero afortunado. Con este criterio Prats fue un grande hombre, porque la guerra del Pacífico fue, en gran parte, obra de él. Gonzalo Búlnes s tan difícil resumir en breves palabras la participación de Sotomayor en la guerra del Pacífico, como pintar un cuadro con innumerables episodios y con un vasto horizonte en una tela pequeña. Su acción abarcó desde la provisión del ejército hasta la dirección de las operaciones. En los desiertos la provisión es la vida. Un ejército sin agua ó sin víveres es ejército perdido. Sería muy poco decir que no puede batirse: no puede subsistir. En las campañas de Tarapacá y de Tacna fue más difícil proporcionar con oportunidad al soldado, agua, alimento, municiones, que vencer al enemigo. Las batallas fueron la coronación de enormes esfuerzos de administración que la generalidad no comprendía. Esa obra silenciosa y de tanta importancia, , es una parte de la gloria de Sotomayor. Otra es la dirección de las operaciones navales y militares desde el principio de la guerra hasta la batalla de Tacna. El plan de la captura del Huáscar fue en su mayor parte obra suya. El ordenó la distribución de las naves que hicieron caer en la red, en Angamos, al monitor peruano. Cuando se resolvió la ocupación del departamento de Tarapacá primero, y del de Moquegua después, fue punto muy debatido el lugar del desembarco. El Gobierno concluyó por confiar discrecionalmente la elección de ese lugar á su representante en el norte. Sotomayor recorrió la costa en un buque estudiando los sitios más apropiados para la operación y eligió Piragua y Pacocha. A Sotomayor se debe que hubiera artillería en Dolores el día del combate. Esa previsión nos dio la victoria. En la campaña de Moquegua dispuso las operaciones que precedieron a la batalla de Tacna, como ser el asalto de Los Angeles y la dirección de las marchas hasta el campamento de las Yaras, donde sucumbió fulminado por un trabajo abrumador. Teniendo una enorme autoridad cuidaba de no herir las susceptibilidades del uniforme, insinuando sus ideas por vías indirectas, para que apareciesen como de iniciativa de los jefes. Reservarse la opacidad del trabajo incansable, y dejar á los demás los halagos de la gloria, es una concepción muy alta del deber. Sotomayor buscaba el triunfo de la Patria sin importarle el sacrificio de su persona. Así se explica que cuando el país celebra las glorias de su ejército, muy pocos recuerdan al infatigable ciudadano á quien, principalmente, se le debe la victoria. Esa opacidad gloriosa resalta más conociendo las atribuciones que tenía y que no quiso ejercer. Al embarcarse como Asesor de la escuadra y del ejército iba autorizado para nombrar sucesor á Williams en caso de muerte ó de “imposibilidad”. Cuando se iba á iniciar la campaña terrestre, Pinto le transfirió todas las atribuciones que tiene el Presidente sobre la fuerza armada. Podía destituir al general en jefe, nombrar otro, resolver las operaciones, dirigir la guerra. Sotomayor se guardó el decreto y no se lo mostró á nadie. Nadie supo que aquel hombre conciliador, prudente, que soportaba contradicciones y hasta desaires, era el Presidente de la República en el cuartel general. Sotomayor llegó á reunir de tal manera en sus manos los hilos de la campaña, que á su muerte el Gobierno se preguntó con sobresalto si podria seguir adelante. ¿Quién reemplazaría de un dia á otro al que había sido general en jefe, jefe de bagajes, en una palabra, todo? ¿Dónde encontrar la cordura suprema de ese gran ciudadano? Felizmente se encontró en el amor de la Patria: en la fuente inagotable en que recogió sus grandes inspiraciones el alma de Sotomayor. Otros hombres, otras influencias, otras glorias empujaron después de su muerte el carro de nuestras victorias. Gonzalo Búlnes ALB UM G RÁF I C O M I L I TA R DE C H I L E l 22 de Diciembre de 1880 desembarcaban en la caleta “Curayaco” la 2° y 3°. Divisiones del ejército de Chile que debían operar sobre la capital del Perú; conducidas desde Arica, en 27 transportes, convoyados por el grueso de nuestra Escuadra, á las que debía agregarse la 1° División dejada en Pisco. El mismo día del desembarco se tomó posesión del fértil valle de Lurín, acampando nuestro ejército á lo largo de su extensa vega, desde la playa hasta las antiguas ruinas indígenas de Pachacamac. El General en Jefe estableció su cuartel general en las propias casas de la valiosa hacienda de San Pedro de Lurín. Al que suscribe, primer ayudante del Ministro de Guerra y Marina en campaña, le tocó preparar su alojamien- to, haciendo armar al efecto unas ramadas, á la chilena, en un fresco sitio próximo al Cuartel General, al pie de corpulentas acacias y rodeadas de pequeños arbustos. * * * La fotografía que precede da ligera idea de la instalación del señor Ministro. En ella figuran: en primer término, sentados, el señor Vergara, de dormán y gorra blancos, teniendo á su derecha á don Vicente Dávila Larraín, intendente general del ejército, y al comandante de Granaderos, don Tomás Yávar, muerto valerosamente, al frente de su regimiento, en la carga de Chorrillos, y á su izquierda á don Isidoro Errázuriz. En segunda fila, de pie y de izquierda á derecha, el ayudante don Alberto Stuven, el comisario don Alfredo Christie, el comandante don Juan Martínez, glorioso jefe del glorioso regimiento Atacama; el capitán de fragata Luis Pomar y el de corbata don Javier Barahona. En seguida, cerca de la carpa de lona que se ve allí don Juan Gonzalo Matta, y en la puerta de ella el ayudante don Daniel Cuervo; al otro lado, el auditor de guerra don Adolfo Guerrero, acompañado del comandante don Waldo Díaz. Después, más aislado, el popular caballero y hombre público, don Manuel J. Vicuña, y por último, entre un grupo de soldados, el activo comandante de bagajes, don Francisco Bascuñán. Detrás de las casas de San Pedro, frente al alojamiento del Ministro, en un laberinto, semejando una pequeña ciudad, con su templo, en el que se reverenciaba al dios Buda, se albergaban no menos de dos mil chinos, trabajadores de la hacienda, los que se aumentaron con los reunidos por el famoso Quintín Quintana, en su tránsito de Ica á Laurín y quien organizó allí una curiosa fiesta, por el estilo de las de su país, haciéndose llevar en andas hasta el Cuartel General, donde pronunció larga arenga, manifestando la adhesión de sus paisanos al ejército de Chile, que los libertaba, según decía, de la opresión de los peruanos, y degollando un gallo, bebieron la sangre de éste como juramento de lealtad. Y á fe que los asiáticos cumplieron fielmente su juramento durante la estadía de Lurin y en la marcha del ejército, prestando valiosos servicios en el acarreo de víveres y municiones, recogiendo los heridos y derribando tapias para dar paso á la caballería. No fueron de inacción los 21 días de residencia en Lurin. El Cuartel General, el Estado Mayor, el Ministro en campaña, los comandantes de Divisiones y Brigadas y los Jefes de los cuerpos del ejército rivalizaban en preparar los elementos para la próxima batalla. Las noticias que se recibían sigilosamente de las fuerzas enemigas hacían á éstas cada vez más superiores. Se las calculaba en 46.000 combatientes atrincherados en dos líneas fortificadas al frente de Chorrillos y Miraflores, donde debían estrellarse nuestras huestes, que no excedían de la mitad de aquel número. No obstante esta desproporción, el ambiente que se respiraba en nuestro campo, era la convicción íntima del triunfo completo de nuestras armas, viniendo á ser una frase familiar la de aplazar todo proyecto para cuando se llegara á Lima. Durante este tiempo, se llevaron á cabo dos grandes reconocimientos sobre el enemigo. El primero, practicado con fuerzas de las tres armas ante la línea fortificada de Chorrillos, á fin de descubrir la distribución de sus elementos de defensa, en el cual se distinguieron, poniéndose á corta distancia de los fuegos 15 del enemigo, el mayor de artillería don Manuel Jesús Jarpa y el denotado capitán de la misma arma, don Joaquín Flores, caído más tarde al pie de su batería en la jornada final de Miraflores. El segundo reconocimiento fue verificado por el coronel don Orozimbo Barbosa, hacia el lado de Ate, batiendo las descubiertas enemigas encontradas á su paso y llegando en su avance hasta divisar de cerca la ciudad de Lima. A la vez, tuvo lugar la sorpresa del “Manzano”, en la que un escuadrón de caballería peruano pretendió, durante la noche, atravesar el valle de Lurin, burlando nuestra vigilancia; pero, fuerzas del batallón Curicó lo sorprendieron y tomaron á todos prisioneros, incluso á su jefe, coronel don Pedro José Sevilla. Como punto curioso merece recordarse que los músicos prisioneros en este lance, prefirieron antes de estar presos, ser enrolados en las bandas de nuestro ejército, donde continuaron desempeñando sus funciones como buenos artistas y asistiendo á las próximas batallas, hasta llegar á Lima. * * * En esos días tuvo también lugar la devolución, por mano del General Baquedano, al Regimiento 2° de línea, de su glorioso estandarte, dejado en el combate de Tarapacá, bañado en la sangre de sus heroicos defensores y cual mortaja de imperecedera memoria de su esclarecido jefe, Eleuterio Ramírez. El discurso pronunciado en aquella patética y oficial ceremonia por don Eulogio Altamirano, fue digno de la fama del preclaro orador, quien, con inspirada elocuencia, encomió los sacrificios hechos por los soldados de Chile en honor de sus banderas y lo que la Patria esperaba aun de ellos en la próxima lid. El 12 de Enero de 1881, se levantaron los campamentos de Lurín, á los aires marciales de las bandas de cada cuerpo, debiendo nuestro ejército pasar el inmediato río, cual el Rubicón de César, en dirección al campo enemigo, para vencer ó morir en la demanda. Durante el día desfilaron nuestras tropas por el sólido puente del legendario río, en presencia del General en Jefe, del Ministro de Guerra en campaña y demás altos dignatarios que los acompañaban, despidiéndose talvez para siempre del hermoso valle que tan ampliamente las había hospedado y de la contemplación de las vetustas ruinas del pre-histórico templo de Pachacamac, para hacer frente, al amanecer del día 13, á las fortalezas enemigas, y terminar la jornada del glorioso día, clavando la bandera de Chile en lo más alto de las escarpadas cimas de San Juan, Chorrillos y Morro Solar, dignamente defendidas por el ejército del Perú. L u i s Po m a r, Capitán de Navío de la Marina de Chile. os anales diplomáticos de la América no presentan casos de guerra más justificado que el de la declarada por Chile al Perú y á Bolivia en 1879. Consagrados vivíamos á las labores de la paz. Una serie de gobiernos probos, virtuosos y patriotas nos habían asegurado la tranquilidad interior y exterior. Mientras en todas las secciones de la América Latina se hacía y deshacían constituciones, se enaltecían y abatían caudillos militares, se ensayaban sistemas de gobierno y se dirimían con la espada las divergencias doctrinaria, en Chile obedecíamos con religioso respeto la Constitución conservadora de 1833, renovábamos pacíficamente nuestros Presidentes civiles, dictábamos sabios códigos y prudentes leyes, y entregábamos á la contradicción del parlamentarismo y de una prensa libre la disquisición de los problemas de interés nacional. Y como era lógico, tuvimos así orden, justicia, legalidad, progreso, mucho antes que nuestras demás hermanas del Continente. Y la que fué acaso la más pobre de las colonias españolas, vió nacer más pronto las fuentes de su producción, ofreció antes que ninguna otra garantía de seguridad al capital y al trabajo, y recibió con mayor rapidez el influjo benéfico del contacto con la vieja civilizadora Europa. Llamóse á Chile, “República modelo”, porque en medio de caos continental había logrado garantir los derechos políticos y civiles en forma perfecta. Gozaban de los primeros todas la clases sociales; de los segundos, los hombres de todas las nacionalidades. De allí que llegara nuestro suelo á ser el asilo obligado de los proscriptos de la turbulenta América del Sur. Huyendo de la tiranía de Rosas, disfrutaron de nuestra hospitalidad durante veinte años los argentinos más distinguidos, y en la alternabilidad con que la suerte de las armas arrojaba del gobierno del Perú ó de Bolivia á unos ú otros partidarios, abriéndose por igual las puertas de nuestros hogares para confortar á todos los caídos. Esta circunstancia debió conquistarnos sólo amigos en las Repúblicas vecinas, pero, pasiones humanas menos elevadas que las virtudes del reconocimiento y de la gratitud, encendieron á menudo los pechos de los que regresaban á sus lares después de haber comido en Chile el pan endulzado por una raza que no es superada en lo hospitalaria. Fenómeno difícil de explicarse! Bolivianos, peruanos 18 AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE y argentinos se alejaban de nosotros llevado los más cariñosos recuerdos personales: dejando entre nosotros los más íntimos amigos, y, no obstante, pocos han sido los que no revelaron, más tarde ó más temprano, un encono bilioso contra el país de esos recuerdos y de esos amigos, contra el país que les brindara hasta con los favores de su Presupuesto. ¿Fue la contemplación de la superioridad moral de nuestro pueblo?, áspid que tornó los corazones en olvidadizos? Nuestro orden jurídico, sólidamente cimentado, nuestro rápido desenvolvimiento económico y comercial, nuestra marcha segura hacia el progreso, que aseguraron temprano á Chile excepcional consideración del mundo civilizado, ¿encendió emulaciones venenosas en quienes, al regresar á la propia casa, palpaban contraste amarguísimo? No tiene otra explicación la hoguera de odios que prendió contra Chile en el Perú, en Bolivia y en la República Argentina, y que llegó á condenarse en la confabulación secreta de 1873. Con ninguna de esas tres naciones cabían las rivalidades políticas ó económicas. Nada justificaba sus odios contra la nuestra. Los intereses de las cuatro eran armónicos y se explicaba que las cuatro vivieran brindándose protestas de amistad y cordialidad. Empero, por parte de Chile, esas protestas fueron sinceras. No honran la lealtad americana las que recibiera de sus hermanas en los días mismos en que se confabulan para aniquilarla. ¿Cómo nació y dónde brotó el primer pensamiento para concertar la ruina de Chile? Fue del Perú la iniciativa, y en el Perú suscribieron el pacto secreto los Gobiernos de Bolivia y la República Argentina. De allí que el destino severo muchas veces, pero siempre justo, descargara sobre el Perú todas las consecuencias de la guerra que engendró la conspiración felina de 1873. Acto alguno diplomático ha sido reservado con mayor rigor. A pesar de haber sido concertado por tres Gobiernos y discutido en tres Congresos, pudo ocultarse el hecho en las tres Repúblicas. Y así Chile vivía tranquilo, sereno, confiado siempre en la buena fé y la amistad de sus vecinos. Pero ¿cómo confiar? En la República Argentina gobernaba Sarmiento, el grande amigo de Chile, el estadista casi chileno, que en esta tierra había nacido á la vida pública, á quien don Manuel Montt arranco de las faenas modestas de una mina para hacerlo funcionario, para darle puestos, rentas y ocasiones que le permitieron poner en acción su talento y llegar a la notoriedad. Sin Sarmiento labré aquí el pedestal que le llevó á la primera magistratura de su país, si se correspondía con todos nuestros hombres dirigentes, si se extasiaba en tiernos recuerdos con cada chileno que pasaba por Buenos Aires ¿podíamos sospechar, pudimos creerlo aunque se nos hubiera advertido, que gestionaba, pactaba, firmaba y lograba hacer aprobar por una de las Cámaras de su país, un tratado secreto, aleve, cobarde, para caer sobre Chile, cuando estuviese desprevenido, en unión con otros no menos desleales amigos? Bolivia había recibido de Chile recientes y señaladas manifestaciones de deferencia, poco comunes en política internacional. Para poner término á un largo pleito de límites, en el que disputábamos dos grados geográficos de territorio, suscribimos el tratado de 1866, cediéndole la soberanía de ese territorio, en cambio, únicamente, de cierta participación en sus rentas. Más tarde renunciamos aún á esta participación y la redujimos á una garantía temporaria, ofrecida por Bolivia de no gravar por veinticinco años las industrias chilenas con gabelas nuevas. Sin embargo, los mismos estadistas bolivianos que gestionaron y recibieron estas graciosas concesiones condensadas en el tratado Baptista - Walker Martínez, de 6 de Agosto de 1874, fueron los que paralelamente negociaron la alianza tripartita en contra nuestra. Coinciden las fechas de las dos opuestas negociaciones, sin que la firma anterior del tratado de guerra de 1873, despertara en el señor Baptista hidalgos escrúpulos para suscribir el de amistad de 1874, y sin que un arranque de lealtad caballerosa le moviera á abrogar el primero! Pero mayor fue aún la deslealtad del Perú, porque su historia es la historia de los sacrificios que hizo Chile por ampararle y defenderle. La expedición que preparó O”Higgins en 1820, que pagó nuestro Gobierno, que formaron nuestras escuadras y nuestros soldados, que capitanearon Cochrane y San Martín, al servicio de Chile, dio al Perú la independencia que proclamara el 28 de Julio siguiente. Bolívar y Sucre sólo coronaron la obra iniciada en Santiago y Valparaíso, y llevada á cabo por nuestros valientes á costa de mucha sangre chilena y venciendo dificultades que opusieron, en gran parte, las clases altas de la sociedad peruana!! Y así como les libertaban de los españoles. O”Higgins, Zenteno y San Martín, contra la voluntad de una porción de sus propios nacionales, así también, con iguales enemigos dentro de la propia casa, salvaron por segunda vez á los peruanos de la dominación extranjera, Prieto, Portales y Bulnes. Las campañas “Libertadora” y “Restauradora” del Perú, fueron gloriosas para Chile; pero sus ventajas, sus beneficios y su valor político, ¿Quién los aprovechó? Por tercera vez, en 1865, la injuria de España, con que se conformó el gobierno peruano de Pezet y sus adherentes, sublevó el espíritu generoso de los chilenos, y acudieron, inermes, á participar de los peligros y de los ALB UM G RÁF I C O M I L I TA R DE C H I L E sacrificios de una guerra insensata, arrastrados tan sólo por sus sentimientos de fraternidad para con sus patrocinados de siempre. Y palpitantes aún estos recuerdos, en el poder aún los mismos estadistas que aquello presenciaron y que en aquello actuaron, la cancillería de Lima movió este extremo del continente para concitarnos enemigos y para concertar secretamente el plan de nuestro exterminio! El tratado secreto de 6 de Febrero de 1873, fue pues, injustificado y desleal, hijo de una ingratitud indecorosa, y revelador de odios implacables, de odios que por no ser fundados debieron revelarlos, una vez conocidos, toda la extensión de los peligros que nos amenazarían al no conjugarlos con mano de hierro y con una energía sobrehumana. Sarmiento no pudo concluir su obra de complicidad merced á la enérgica y juiciosa resistencia de Rawson. Lo que firmó como Presidente logró hacer aprobar por la mitad de su Congreso, rechazado fue por la otra mitad. Quedó así la República Argentina fuera de la alianza tripartita. El Perú no se desalentó, y mantuvo y estrechó sus compromisos con Bolivia. Debió pensar que llegado el caso de que Chile se encontrara en aflictiva situación, no faltarían oportunidades al tercer pactante para volver sobre sus pasos. Y dedicase á buscar su hora y su ocasión para obrar. Encender la tea de la discordia entre Chile y Bolivia, producir al casus-belli previsto en el tratado secreto, sería fácil en cualquier momento, ya que el aliado era víctima de la dominación de caudilleros ignorantes, venales y manejables. La oportunidad se presentó propicia á la cancillería peruana en 1879, cuando nuestras relaciones con la República Argentina tomaron un sesgo agrio y amenazante. Prendida la mecha en uno de nuestros flancos, no podría dudarse de que estallarían las bombas en los dos. Si artero fue el Perú para preparar la triple alianza, consecuente consigo mismo lo fue para llevarnos á la guerra con Bolivia. En ambos casos persiguió el mismo final propósito. Provocado en Bolivia el estallido de 1879, los implacables diplomáticos del Rimac volvieron á la obra que les habría frustrado Rawson en 1873; y fueron de nuevo á 19 las márgenes del Plata á soplar al oído de los intereses, de los rencores, de las emulaciones, la vieja cantinela de injustificados y comunes odios. Buenos Aires se agitó tanto como Lima. El espíritu bélico prendió tanto entre los argentinos como entre los peruanos. Unísono coro vociferaba nuestra ruina en todo extremo austral del continente, y un desastre de nuestras armas, el más pequeño desastre al iniciarse la guerra del norte, varíala encendido también en el oriente. Si los regimientos de Prado y Daza hubiesen recuperado Antofagasta, téngase por seguro que todos los boquetes de los Andes habrían sido en seguida ocupados por las huestes de un aliado que, aún sin tratados espiaba su ocasión y momento oportunos… El sacrificio de Prat, que fue una revelación, para propios y extraños, de la pujanza inconmensurable del patriotismo chileno, y la destrucción de la fragata Independencia, que produjo el gran desequilibrio de las fuerzas navales contendiente, tuvieron el 21 de mayo de 1879 la misma virtud que la palabra de Rawson en 1873: apartaron á la Argentina de la contienda. Los planes del Perú fracasaron en ese instante. Su desgracia tornóse inevitable, como inevitable ha sido el que soporte solo las consecuencias. La historia ha esclarecido, suficientemente el hecho de que no procedió el pueblo de Bolivia consciente y deliberadamente al violar el tratado de 1874. Victima, como lo era en esos momentos, de la dominación de un caudillo ignorante y brutal, fuélo también de la Cancillería peruana, que dominó á Daza y le convirtió en su instrumento. Este convencimiento de la inculpabilidad de Bolivia como pueblo y de la tenacidad del Perú para perseguir nuestro daño, explica el que en Chile se borrasen pronto los resentimientos para con la primera de estas Repúblicas. Explica también el que nos veamos obligados á tener siempre ante nuestros ojos la lección que nos deja nuestra experiencia con respecto á la segunda. La guerra del Pacífico fue hija de una confabulación iniciada y perseguida tenazmente por la diplomacia peruana. Justificado queda Chile, en consecuencia, por haber precedido con energía y por haber tomado, para el futuro, precauciones indispensables y necesarias. Joaquín Walker Martínez ALB UM G RÁF I C O M I L I TA R DE C H I L E Presidente de la República 1881 - 1886 i los civiles pudieran, como los militares, ostentar una medalla pro cada gran jornada de la guerra en que han intervenido eficazmente, el amplio pecho del señor don Domingo Santa María, se vería cubierto por esos símbolos de gloria y sacrificio. Su intervención comienza en las conferencias con el plenipotenciario peruano don José A. Lavalle, que fueron prólogo de la guerra, y termina con el fin de la guerra misma, señalada por la suscripción del Tratado de Paz con el Perú y el de tregua indefinida con Bolivia. El señor Santa María había nacido en 1825. Apareció en el escenario á los 21 años de edad, época en que siendo ya abogado y profesor, fue nombrado Intendente de Colchagua. Temperamento impetuoso, inteligencia poderosa y vivaz, á cada instante amenazaba salir del riguroso marco y el perfecto equilibrio en que le mantuvieron sus estudios de jurisprudencia a que se dedicó preferentemente. Ejerció con brillo y con provecho su profesión de abogado; y después de haber luchado con los liberales de 1859, las batallas precursoras de las actuales instituciones, fue desterrado á Europa. A su regreso, pasó á tomar un puesto en la magistratura judicial llegando á ser Regente de la Corte de Apelaciones de Santiago. Ministro de Hacienda en la administración Pérez; Ministro de Chile en Perú en 1864, durante la guerra con España; brillante parlamentario; cuando sobrevino la guerra con Bolivia en señor Santa María era uno de los hombres más prominentes y mejor dotados de aquella actualidad. El Perú, queriendo adormecernos y prepararse á mansalva para la guerra, mandó á Santiago en fingida misión de paz al finísimo diplomático don José Antonio Lavalle, y el Gobierno de Chile le puso al frente como plenipotenciario Ad – hoc, al señor Santa María. La astucia de nuestros adversarios fue vencida por la sagacidad del plenipotenciario chileno, que confundió al señor Lavalle, en su negativa del tratado secreto de alianza ofensiva y defensiva entre el Perú y Bolivia, negativa que motivó la inmediata declaración de guerra al Perú. El señor Lavalle recibió en consecuencia, sus pasaportes poco después de haber presentado sus credenciales. Llevados inopinadamente á la guerra, el país se puso en sin de combate. El respetable ex Ministro don Antonio Varas que presidía el Gabinete llamó al señor Santa María á la cartera de Relaciones Exteriores. La situación de la República era la más delicada imaginable. El país atravesaba intensa crisis: acababa de declararse la bancarrota financiera que hizo necesario el papel moneda; el pleito de límites con la República Argentina había llegado al más álgido período; la escuadra chilena había partido hacia el Estrecho con sus masleteros calados y hacía en Lota previsión de combustible cuando de improviso se le ordenó variar de rumbo y dirigirse al norte para proteger los intereses y el honor de Chile atropellados inesperadamente por Bolivia. El Ministro de Relaciones Exteriores debía pues conjugar la tormenta que nos amenazaba por el oriente y tomar las posiciones internacionales á que nos obligaba la conspiración de las repúblicas del norte. ¡Las nuevas generaciones no han conocido las angustias y responsabilidades de aquellos hombres de 1879¡ * * * El primer empuje fue un fracaso. Los viejos sol- dados partieron al primer toque de clarín y establecieron su campamento en Antofagasta; quizás había algunos veteranos de la independencia; otros lo eran de las guerras del Perú; también de Loncomilla y Cerro Grande y de las campañas araucanas; y por fin los reclutas que iban á hacer sus primeras armas. No había esa consigna de respeto y confianza que se forma entre los que hacen una misma campaña. Antofagasta era campo de Agramante. En tan difícil situación el Gobierno mandó al Ministro Santa María con amplios poderes. Allí demostró este gran político su exquisito tacto, su penetración en el conocimiento de los hombres y el valor moral que era necesario para cancelar respetuosamente algunas glorias y preminencias inadecuadas en las nuevas circunstancias y para alzar por entre las dificultades de la edad, el escalafón y demás causales en la vida normal, los nuevos jefes que en breve habían de conducirnos á la victoria. El general Lynch, que debía figurar en esta gloriosa epopeya fue una restauración hecha por el señor Santa María, contrarrestando los prejuicios y opiniones que prevalecían contra este esclarecido jefe que se distinguió durante las batallas y ocupación de Lima, como guerrero y gran político. El embate de los descontentos y las alarmas de desconfianza sólo cesaron cuando á raiz de aquellas medidas se produjo la captura del “Huáscar”. El Presidente Pinto y su ministerio, presidido por el señor Santa María, se instalaron en la noche del 7 al 8 de Octubre en las oficinas del telégrafo y puestos en comunicación con el señor don Rafael Sotomayor en Antofagasta y el Comandante Latorre en Mejillones, combinaron el plan que dio por resultado la captura del monitor peruano, que nos dio la libertad del mar y el dominio de él. Si la caza por estrategia requiere refinada malicia y un profundo equilibrio de espíritu, es indudable que el señor Santa María tuvo mucha parte en esta jornada. El Gabinete del señor Santa María realizó las campañas de Tarapacá y de Tacna, teniendo que organizar ejércitos, escuadra y acopilar los elementos indispensables, todo ello con una economía incomprensible en nuestros días, con sólo un gasto extraordinario de 28.000,000 de pesos. Terminada la campaña de Tacna el señor Santa María se retiró del Gabinete; pero su figura política, los servicios prestados al país en la magistratura, en el Congreso y en la administración en general, le señalaron como el cuidadano mejor preparado par tomar sobre sus hombros la pesada herencia del Excmo. señor Pinto. * 21 * * Durante su período presidencial (1881 – 1886) cúpole resolver con honra y beneficio para el país, las más graves cuestiones: rechazó con sagacidad y con firmeza las repetidas indicaciones del Secretario de Estado del Norte de América, señor Blaine, en la liquidación de nuestra guerra con el Perú; debeló las conspiraciones fraguadas en Europa por países con más poder que justicia pretendían hacer pagar á Chile inmensas indemnizaciones; obtuvo poderosamente en su funcionamiento y en los favorables resultados para Chile; hizo arreglos directos, ventajosísimos; liquidó puede decirse, la guerra y todas sus complicaciones. Pero su mayor gloria está vinculada al término de la guerra misma por medio del Tratado de Ancón y el Pacto de tregua con Bolivia. No es culpa del señor Santa María ni de sus ilustres cooperadores, si la revolución del 1891 y los ensayos del sistema parlamentario con la rotación ministerial, han impedido al Gobierno de Chile realizar en su tiempo el pensamiento de aquellos estadistas y colocarnos en situación de llenar la fórmula plebiscitaria para la anexión de Tacna y Arica – La historia, y el resultado invariable de todos los plebiscitos que ella registra, revelan que el propósito que se perseguía con ese procedimiento fue el de hacer la anexión sin mayor sufrimiento para el país que debía soportarla. No podemos terminar estas líneas dedicadas al ilustre estadista sin hacer mención de la gran batalla por él librada a favor de las instituciones del país, y que se resolvió en la adopción del matrimonio y el registro civiles, los cementerios laicos y otras reformas de gran transcendencia. El ardor de las contiendas á que estas reformas dieron lugar ha perturbado el espíritu de justicia de muchos de nuestros conciudadanos; pero el país que las ha aceptado sin desmedro de las creencias en cuyo nombre se las combatía, contempla en el señor Santa María a uno de sus políticos de mayor actuación en la defensa de la Patria á la vez que el progreso de sus instituciones. Generosamente dotado por la naturaleza, á su arrogante y majestuosa figura se unían una inteligencia poderosa, perspicacia y penetración excepcionales y un dón de gentes extraordinario. En el fondo de severidad y rudeza que aparecían en el Regente de la Corte y en el Presidente de la República, había un hombre sencillo, campechano, de ternura y sensibilidad de artista, profundamente afectuoso y cautivador de afectos. Vicente Santa Cruz ALB UM G RÁF I C O M I L I TA R DE C H I L E l año 66, después que la flota española abandonó el Pacífico, se disolvió la escuadra aliada chilenoperuana, yéndose esta última á sus país, y nuestros buques regresaron á la capital del Departamento. El total de fuerzas con que quedamos después de esa liquidación eran por cierto bien insignificantes: la corbeta Esmeralda, como buque más poderoso, la goleta Covadonga, los españoles, y el transporte Maipú. Durante el conflicto con España, tanto el Perú como nosotros, hicimos encargos y mandamos construir buques al extranjero, elementos que el año 67 principiaron á llegar á sus destinos. Nosotros recibimos las corbetas O”Higgins y Chacabuco, construídas en Inglaterra bajo la dirección del Almirante don Roberto Simpson; de los otros dos gemelos Tornado y Pampero, sólo nos llegó uno, que le bautizó con el nombre de Abtao, y el otro cayó en manos de los españoles, y que aún sirve de pontón en el puerto de Cartagena. Además de estas tres corbetas, también nos llegó una colección de antigüedades y cascarones, que más hubiese valido que les hubiesen pegado fuego en el origen de su compra antes de hacer llegar á Chile mamarrachos tan inútiles y hasta peligrosos para navegar, dada la vetustez y condiciones en que se encontraban. Bástenos decir que cuando se anunció al Almirante Williams que el Arauco uno de ellos, se había varado en la playa de Viña del Mar, tomando el puerto de Valparaíso con neblina, el Almirante, en lugar de manifestarse desagradado por ese naufragio, dijo: “Más vale así, que haya concluído aquí; porque ese buque, el día menos pensado se desarma en alta mar y habría sido una catástrofe.” Los otros buques de ese lote, no vale la pena de mencionarlos; bástenos decir que nunca se les vió figurar para nada, y murieron de pontones. El Perú, con mas inteligencia que nosotros, en lugar de adquirir corbetas y ese potpourri de vejestorios, incrementó su escuadra con una fragata blindada y tres monitores, quedando por consiguiente muy por sobre nuestro poder naval. De ahí, que al liquidar las cuentas de la Alianza, y más que todo, para quedar ellos como imperando sin contrapeso en el mar Pacífico, iban llevando las cuestiones sobre tal terreno que nuestros dirigentes, con sabiduría las vislumbraron á tiempo, y con premura y diligencia que el caso exigía, allá por el año 72, se mandó construir los blindados Cochrane, Blanco y cañonera Magallanes, llegando este contingente á nuestras costas por el año 75. Este fue el origen de nuestra escuadra del año 79. Cuando este material naval llegó al país, la situación financiera de la nación, del día en día se empeoraba, y para no ir á la bancarrota, se hacían economías en todos los ramos de la administración, y por consiguiente, también le tocaba á la marina, á tal extremo, que todo se envejecía sin renovarlo, y lo que estaba malo, malo se dejaba; de ahí que cuando llegó el conflicto armado, los buques no sólo estaban escasos de todo, sino que hasta sus calderas, en su mayoría, se encontraban completamente deterioradas y casi inútiles. Así como el material se le cercenaban sus necesidades, también el personal se reducía á su más simple expresión, y esos oficiales que habían envejecido en el servicio, tenían que ir á buscar ocupación en cualquier cosa en tierra. Las consecuencias de esos descuidos no tardaron en hacerse sentir, al poco tiempo de declarada la guerra. Como ejemplo citamos á la pobre Esmeralda que, iniciando el combate de Iquique, escasamente pudo andar tres millas, y á poco rato, quedó hecha una boya. El Covadonga, por causa también de mal estado de sus calderos, el andar reducido á menos de la mitad. Cuando el Almirante Williams con la escuadra expedicionó sobre el Callao, de regreso tuvo que despachar á la vela á la O”Higgins y Chacabuco al Departamento, porque ya también sus calderos estaban inútiles y era necesario colocarles nuevos. El Abtao andaba también á las parejas, de tal ma- 23 nera que los únicos buques en condiciones de movilidad eran los blindados y la Magallanes, y aún estos lo hacían en malas condiciones por estar sus fondos muy sucios y no podían dar todo su andar. Y si á estas pésimas condiciones en que se encontraban nuestra escuadra para entrar en campaña, se agrega el desatinado bloqueo de Iquique, que con su continua actividad concluyó de estropear y aminorar las características de todos los buques, se comprenderá fácilmente, que buques limpios, frescos y recién salidos del Callao, su base de operaciones, correteasen por los mares de Chile é impunemente se riesen de las condiciones atortujadas á que estábamos reducidos. Esa dura experiencia nos hizo concentrarnos y replegarnos al sur para remediar nuestros desperfectos, y cuando éstos se subsanaron, como era natural, las cosas cambiaron por completo y desde ese momento, los perseguidores se tornaron en perseguidos, y tan pronto como pudo llegarse á su contacto, ya el fiel de la balanza se inclinó favorablemente hacia nuestro lado y con él, el dominio del mar que nos permitió dar rumbo firme y decidido á la marcha de la campaña. Desde entonces, la escuadra, paso á paso, etapa tras etapa, fue aclarando el camino y llevando al Ejército á sus destinos, para que éste llevarse siempre gloriosa la bandera de Chile hasta izarla en el corazón del Perú y en el asta del palacio de los virreyes. A. Silva Palma Almirante, retirado, de la Marina de Chile. unque la ocupación de Antofagasta no tuvo importancia como operación militar en la guerra del Pacífico, sin embargo lo fue como lugar avanzado y punto de concentración del Ejército por su proximidad á las fronteras de los países contra los cuales se iba á operar. En los primeros días de Enero de 1879 la Escuadra de la República se encontraba reconcentrada en Lota, lista para emprender operaciones de guerra de las aguas del Atlántico. Repentinamente, el Supremo Gobierno ordenó al que esto escribe, trasladarse con su buque, el blindado Blanco Encalada, y á la brevedad posible, á Antofagasta. Según instrucciones, era preciso el mantenimiento del orden del territorio, hasta que se resolviesen las cuestiones que se debatían entre los Gobiernos de Chile y de Bolivia, con motivo de que este último país intentaba romper los tratados vigentes; debiendo procurar á la vez, mantener al corriente al Gobierno de las novedades, para el caso de que una guerra reclamara la ocupación de Antofagasta. La llegada del Blanco tranquilizó los ánimos, porque tanto á las autoridades bolivianas como á los habitantes de la ciudad, que casi en su totalidad eran chilenos, les insinué la conveniencia de no alterar la paz; pero el decreto del Gobierno de Bolivia que ordenaba el remate de las salitreras, exaltó considerablemente los ánimos. Un vapor extraordinario é inesperado, arribado á Antofagasta, permitió poner esta ocurrencia en conocimiento del Gobierno de Chile. La ocupación militar de la plaza se hacía, en consecuencia, necesaria. El Cochrane y la O”Higgins, trayendo á su bordo 300 hombres del Bat. Artillería de Marina, á las inmediatas órdenes del Sargento Mayor don José Ramón Vidaurre, y á 100 individuos de tropa del Regimiento de Artillería núm.2, al mando del capitán don Ezequiel Fuentes, anclaron en Antofagasta en la mañana del 14 de febrero de 1879, y procedieron al desembarque tranquilo de las fuerzas expedicionarias. Comandante en jefe de la expedición, lo era el coronel don Emilio Sotomayor, que tenía como ayudantes al capitán de corbeta don Francisco Javier Molinas y al de ejército don José Manuel Borgoño. El Cochrane, mandábalo en aquella ocasión el capitán de navío graduado don Enrique M. Simpson, y la O”Higgins, el capitán de fragata don Jorge Montt. Ocupada la plaza, las primeras medidas de orden fueron dictadas en resguardo de las autoridades bolivianas y súbditos de esa nación, á fin de que la población exasperada no cometiese excesos; de custodiar los archivos par evitar que documentos valiosos para los intereses chilenos y extranjeros no sufrieran extravío; y de constituir el dominio de Chile en el territorio. Gobernador fue nombrado don Nicanor Zenteno, nuestro 28 AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE cónsul general allí residente, ocupando la subdelegación de Caracoles, como avanzado centinela, el patriota ciudadano y el ex-cónsul don Enrique Villegas. Los que presenciaron la ocupación de Antofagasta no olvidarán jamás el emocionante espectáculo que en aquel día ofrecían sus habitantes. Hay escenas que por lo grandiosas no son para descritas. Impotente la pluma para describirlas, nada hay que las patentice y las haga sentir en toda su grandiosa y conmovedora realidad. Doce mil almas, agrupadas en calles y plazas y abrazando banderas chilenas, se entregaban á todos los desbordes de un entusiasmo incontenible. Hombres, mujeres y niños, cantando en inmenso coro, los himnos sentidos de la patria, interrumpidos por estruendosos vivas á Chile, hacían estremecer de júbilo los corazones y al pueblo todo, que engalanado hasta en su última choza con los colores de la tricolor bandera, sentíanse feliz al amparo de los derechos constitucionales de la república. Y en medio de aquel torbellino de espansiones, ni un solo incidente enojoso ó desgraciado que viniese á nublar tan solemne y grandiosa manifestación. Así, la ocupación de Antofagasta, primer paso en la guerra del Pacífico, permitió volver al dominio de Chile el litoral que había cedido en obsequio de la paz, á su vecina la república de Bolivia. J uan E. López Contra - almirante, retirado, de la Marina de Chile. Izquierda a derecha: Ayudante general, Coronel graduado don Luis Arteaga Jefe de Estado Mayor General, General don José Antonio Villagrán Primer Ayudante, Sargento Mayor don Belisario Villagrán Capitanes segundos ayudantes de campo: don Francisco Villagrán, Don Francisco Pérez y don Emilio Capitán don Fernando Lepelegul; Teniente don David Silva Lemus; Capitanes: don Marcial Pinto Agüero y don José Manuel Borgoña; Sargento Mayor, don José María 2º Soto, primer ayudante de campo. l 4° de línea, hoy Regimiento Rancagua número 4, tiene en la historia militar de Chile dos etapas de heroicos sacrificios y de gloriosos triunfos: la campaña de la Araucanía y la guerra contra el Perú y Bolivia. Señalamos tan solo estas dos series de sucesos memorables, sin considerar los tiempos de guarnición pacífica dedicados al afianzamiento de la disciplina, á la instrucción militar y civil y al fomento de la moralidad. Tuvo su base el 4.° en dos compañías del batallón Chacabuco, del cual era jefe el coronel don Pedro Urriola; estas dos compañías formaron el 5°. de línea, que , por decreto de 29 de Abril de 1852, recibió la denominación de 4°. de línea, bajo las órdenes del teniente coronel don José Manuel Pinto. Don José Manuel Pinto hizo del 4°. de línea un cuerpo modelo; hombre de carácter, de condiciones de mando y de instrucción en el ramo á que se había dedicado, puso todos sus esfuerzos al servicio del perfeccionamiento de su batallón. Comprendía Pinto al militar con instrucción especial de su carreta; pero también con la ilustración especial en su carrera; pero también con la ilustración general. Estableció clases de ciencias, de historia y hasta de letras. Quería hacer de sus subordinados al propio tiempo que buenos soldados, buenos ciudadanos. La campaña de Arauco comenzada en 1859 en- contró al batallón de guarnición en Chillán, y á su jefe desempeñando, con el acierto que gastará en el servicio de las armas, la Intendencia de Ñuble. Continuó en ella y fue designado comandante accidental del 4°., el sargento mayor don Pedro Lagos. A fines del 1859 comenzó el avance de nuestras fuerzas en el territorio araucano. En Noviembre de ese año empieza á desarrollarse esa acción enérgica y llena de sacrificios que se puede llamar la campaña de Arauco y que sólo vino á terminar en 1884. Quienes hoy se trasladan cómodamente sentados en un wagon de ferrocarril y atraviesan frente á Collipulli por un imponente viaducto el río Malleco, pasan en seguida por campos cultivados y divisan las obscuras montañas de Nielol, no pueden jamás por jamás formarse una idea cercana á la realidad de lo que pasó en aquellos lugares en los 25 años transcurridos desde 1859 hasta 1884, sin contar todavía los anteriores. Quien ha presenciado, en parte de aquella época, la vida de campaña y de guarnición, que también era de campaña, puede atestiguar hasta dónde llegó la paciencia, por decirlo así, del soldado chileno que, sin quejarse, soportó privaciones, miserias, inundaciones, hambres, con el fusil al hombro día y noche, saliendo alborozado cuando se l anunciaba una entrada al interior ó cuando el clarín deba la alarma de un malón que era necesario rechazar. 32 AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE El 4°. de línea concurrió durante ese tiempo á todas las expediciones en el territorio araucano y á la fundación de las ciudades de Mulchén y Angol, esta última capital de la importante provincia del Malleco. La declaración de guerra al Perú y Bolivia encontró al 4°. de guarnición en Santiago. A una de sus compañías, la de Cazadores, al mando del capitán don Juan José San Martín, tocóle en suerte ser de las primeras en trasladarse al teatro de la guerra, encontrándose en Calama, donde resultó herido su arrojado capitán. El 18 de Abril el batallón, elevado á regimiento, se encontraba en el campamento de Antofagasta , á las órdenes de su jefe de coronel don José Domingo Amunátegui, quien lo comandaba desde 1869. Antofagasta fue el campo de preparación de nuestro Ejército de operaciones; mientras la escuadra barría el mar destruyendo ó apoderándose de los buques peruanos, las tropas se instruían y se preparaban los elementos para la invasión del territorio enemigo. Los chilenos expulsados del Perú desembarcaban en medio de las aclamaciones de nuestros soldados y tomaban las armas, llegando á formarse un ejército de más de 10,000 hombres que se embarcó el 28 de Octubre de 1879, veinte días después de haberse aniquilado la escuadra peruana, con la captura del Huáscar. El desembarco tuvo lugar en Pisagua, de cuyo puerto, se apoderó por asalto una división del Ejército. Formóse ahí una división compuesta del Buin 1°. y del 4°. de línea de los batallones movilizados Coquimbo y Atacama y de una batería de montaña. Esta división, al mando del coronel Amunátegui, tomó la vanguardia del Ejército expedicionario y llegó hasta Dolores. Aquí tomó el mando en jefe de esta división y de la que tenía á su frente el coronel do Martiniano Urriola, el Jefe del Estado Mayor General, coronel don Emilio Sotomayor. El enemigo, en número de 11,000 hombres, se encontraba en Iquique, á las órdenes del general don Juan Buendía. El Ejército de Chile se internó avanzando, como lo hizo durante toda la campaña, sin cuidar la retirada, que sólo la tenía en la escuadra, reembarcándose, en caso de un descalabro; la confianza en el triunfo dio siempre margen á este plan de operaciones. Así se procedió en la campaña de Tarapacá, en al de Tacna y en la de Lima. El Ejército sabía que no tenía salvación en una derrota y las tropas olvidaban la escuadra una vez en tierra. El coronel Sotomayor ordenó al coronel Amunátegui seguir avanzando desde Dolores al sur con el 4°. y una batería de artillería, comandada por el sargento mayor don Juan de la Cruz Salvo. En el cantón de Santa Catalina supo el jefe de la vanguardia por unos arrieros, que equivocadamente cayeron en el campamento, que el ejército peruano venía en marcha al norte. Avisado Sotomayor, y pensando al principio salir al encuentro del enemigo, resolvió después esperarlo en Dolores y al efecto ordenó la retirada se hizo en la noche del 18 de Noviembre, marchando el 4°. y la artillería paralelamente al ejército perú-boliviano. Probóse en esta ocasión la disciplina de nuestras tropas, pues en la peligrosa marcha, durante la cual, la pequeña división pudo ser fácilmente cortada, el silencio sepulcral guardado por toda la gente la puso en salvo hasta llegar temprano á tomar colocación en la cumbre del cerro de la Encañada, que asaltado poco después por Buendía, dio lugar al Ejército de Chile á producir la dispersión completa del enemigo. El día 19 de Noviembre de 1879 señala la fecha en que Chile tomaba posesión efectiva de la provincia de Tarapacá. El 4°. era mandado en ese día por el sargento mayor don Rafael Soto Aguilar, quién resultó herido en la acción. El coronel Amunátegui desempeñaba el cargo de jefe de la división que coronaba el cerro de la Encañada. Permaneció el Ejército hasta Febrero en Tarapacá. En el mes de Enero ser organizó en cuatro divisiones comandando el coronel don Domingo Amunátegui la 3°., en la cual figuraba el 4°. de línea, bajo las órdenes del sargento mayor don Juan José San Martín. * * * A fines de Febrero el Ejército desembarcaba en Ilo á fin de internarse y atacar al enemigo en Tacna y en Arica. En Abril comenzó la marcha de avance. El 22 de ese mes salió la 3°. División é hizo su marcha por medio de desiertos y quebradas hasta que llegó al campamento de Yaras el 1°. de Mayo, después de una pesada marcha de 36 leguas. El 25 de mayo se dio la orden de avanzar; en ese día se dispuso que el 4°. con el Buin 1°. ; el 3°. y el Bulnes, segregados de sus respectivas divisiones, formaran la reserva. En esta batalla, la batalla de los coroneles, como la denominaba el general Baquedano, por cuanto no concurrió á ella más que un general, él, siendo coroneles los jefes de divisiones, de Estado Mayor, etc., el 4°. apenas alcanzó á moverse para prestar apoyo á la 4° división, no siéndole necesario disparar un tiro, pues la derrota se produjo simultáneamente. Así como no le tocó parte activa en la batalla de Tacna, correspondiéndole heróica en el asalto de Arica, que tuvo lugar días después. 34 AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE Mil cuatrocientos hombre resguardaban la plaza de Arica y aunque escaso el número, le servían de sólida defensa las fortificaciones y minas con que se encontraba resguardada. Partieron desde Tacna á dar el último golpe, las tropas que habían compuesto la reserva en la batalla del 26 de Mayo, Buin 1.° de línea, 3.°, 4.° y Bulnes, á los cuales se agregó más tarde el regimiento Lautaro, cuatro baterías de artillería, el regimiento de Cazadores á Caballo y Carabineros de Yungay, aunque sólo tomaron parte en el asalto del 7 de Junio, que dirigió en jefe don Pedro Lagos y que dio la victoria de Arica, los regimientos 3.° y 4.° de línea, que fueron los que atacaron y rindieron las posiciones, Buin de reserva y una sección de caballería, Cazadores, á las órdenes del capitán don Alberto Novoa Gormaz. Al Lautaro, las circunstancias le señalaron un rol secundario. La artillería desarrolló su acción en los días anteriores al asalto. La ciudad de Arica está cerrada por un cordón de elevados cerros que principia en el valle de Azapa, al noreste del pueblo, y termina por el lado sur, en el empinado Morro, á orillas del mas, Cerca del valle de Azapa se encontraba el fuerte Este; la cima de los cerros estaba resguardada por reductos de sacos de arena establecidos de trecho en trecho. Entre el fuerte Este y el Morro había cinco de estas verdaderas baterías, pues estaban también provistas de cañones. Limitamos el campo de batalla á la acción del 4.° al cual correspondió desarrollar su acción aisladamente. Preparado el plan de ataque por el general Baquedano y coroneles Velásquez y Lagos, éste de hizo cargo de su ejecución y dio las órdenes para llevarlo á cabo al amanecer del día 7 de Junio de 1880. Ordenó al 4.° apoderarse del fuerte Este y en seguida continuar asalto tras asalto, hasta colocar la bandera de Chile en el mismo Morro. La orden era categoría y lacónica. Con el mismo laconismo la cumplió el 4.°, pues la rapidez de su avance, corre parejas con el tiempo que la pluma emplea en describirlo. A las cuatro de la mañana del 7, el 4.° estaba colocado más ó menos á tres mil metros del fuerte. Después de un reconocimiento cautelosamente practicado por el capitán don Avelino Villagrán y el capitán de ingenieros don Enrique Munizaga, San Martín dio orden al sargento mayor don Luis Solo Zaldívar de avanzar sobre el fuerte Este y apoderarse de él con el primer batallón del regimiento, formado por las compañías de los capitanes don J. Miguel de la Barrera, don Avelino Villagrán, don Pedro Onofre Gana y don Pablo Marchant; el segundo batallón, ó sea, las compañías de los capitanes don Menandro J. Urrutia, don Pedro Julio Quintavalla, don Gumecindo Soto y don Ricardo Silva Arriada, protegerían aquel movimiento á las órdenes inmediatas de San Martín. El regimiento llevaba ochocientos noventa y tres hombres. Antes de aclarar comenzó el avance en profundo silencio, precursor de la tremenda tempestad que habría de desarrollarse minutos más tarde. El crepúsculo denunció la marcha del 4.° á los defensores del fuerte, de donde partió un vivo fuego de cañón y de fusilería. El 1er. batallón del 4.° apuró el paso hasta que, á la distancia de una cuadra del reducto, el corneta de órdenes de Zaldívar tocó ataque: el batallón se lanzó á la carrera, saltó los parapetos y trabó lucha cuerpo á cuerpo hasta que diez minutos después el enemigo abandonaba su posición dirigiéndose al Morro y dejando en el campo setenta cadáveres. Del 4.° fueron heridos el teniente don Martín Bravo y el sub-teniente don Francisco Ahumada. En un momento llegó al fuerte el segundo batallón del 4.°; todo el regimiento con San Martín á la cabeza, siguió á la carrera en dirección al Morro. Saltó reductos, paso por sobre minas que estallaban haciendo volar por los aires los cuerpos destrozados de nuestros ardorosos soldados. Los reductos aparecían como por encanto, y á bayonetazos se rompían los sacos de arena y se mataba sin piedad; se había llegado verdaderamente á la locura en aquella vertiginosa carrera. Cinco cuadras antes de llegar al Morro, cayó el heróico San Martín. Una bala le había atravesado el estómago. Zaldívar tomó el mando del regimiento y lo precipitó sobre la fortaleza, de la cual se apoderó combatiendo cuerpo á cuerpo con sus defensores. A las 6.55 minutos de la mañana, es decir en 55 minutos se había cumplido la orden del coronel Lagos: la bandera de Chile flameaba en el Morro de Arica. En esta ocasión, además del teniente Bravo y del sub-teniente Ahumada, resultaron heridos el capitán don Pedro O. Gana, y los sub-tenientes don Miguel Aguirre, (quien luego murió), don Juan Rafael Alamos, don Samuel Meza, don Carlos Lamas García, don Alberto de la Cruz, don Julio P. De la Sota, don Ramón Silva C. Y don Luis V. Gana. Entre los individuos de tropa hubo doscientas sesenta y cuatro bajas: sesenta y cuatro muertos y doscientos heridos. El comandante San Martín fue llevado vivo aún al Morro; murió tres horas después del asalto de la fortaleza, rodeado de oficiales y soldados. Toda su vida militar la hizo San Martín en el 4.° Ingresó como soldado, en Chillán, á los catorce años de edad en 1854, cuando lo mandaba don José Ma- 36 AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE nuel Pinto. Recorrió todo el escalón llegando á obtener el título de sub-teniente. Siguiendo la máxima del gran capital del siglo XIX, primero aprendió á obedecer para saber mandar. Tenía dotes de mando como tuvo disciplina en la obediencia. Valiente como soldado y recto como jefe, dedicó enteramente su vida al servicio de las armas, en defensa de la patria. En las campañas de Arauco tocóle siempre de los primeros en la acción, recibiendo en dos ocasiones heridas de piedra y bala; fue herido en Calama y por fin murió gloriosamente en el asalto de Arica. Le sucedió en el mando del regimiento el sargento mayor don Luis Solo Zaldívar, ascendido poco después á teniente coronel. También había hecho toda su carrera en el 4.°, y aún algún tiempo en la misma compañía de cazadores de San Martín. Su designación fue muy bien recibida en el regimiento, que veía en Zaldívar á un jefe que profesaba á las armas verdadero cariño; por otra parte, su valor conocido, era prenda segura para conducir al veterano regimiento á la victoria. Tacna y sus alrededores se convirtieron en un vasto campamento destinado á preparar la campaña á Lima. El ejército se fraccionó en tres divisiones, compuestas cada una de dos brigadas. Cupo al 4.°, ser colocado en la segunda brigada de la 1ª . división; ésta tenía por jefe al general don José Antonio Villagrán y las brigadas estaban, respectivamente, á las órdenes del capitán de navío don Patricio Lynch y del coronel don José Domingo Amunátegui; á ésta se incorporó el 4.°, en unión del los regimientos movilizados Chacabuco y Coquimbo y del batallón Quillota. En Noviembre de 1880 la 1ª. División fue enviada á ocupar el puerto de Pisco, marchando en el acto el coronel Amunátegui, con una pequeña división de que formaba parte el 4.°, á ocupar el pueblo de Ica. Esta marcha fue penosísima por la falta de agua, lo que ocasionó la muerte de tres soldados. Ica fue ocupado el 23 de Noviembre. Estos eran los pasos preliminares para dar el avance sobre Lima. Unidas las tres divisiones en Pisco, se embarcó la brigada Amunátegui, siguiendo por tierra la brigada Lynch. El convoy que llevaba la suerte definitiva de la guerra, en el cual se había gastado tanto esfuerzo y sacrificio por el país, llegó á la bahía de Curayaco, al sur de Chorrillos, el 22 de Diciembre. Levantóse en el hermoso valle un campamento de ramadas que abarcaba desde el estero de Lurín al sur. El estero tiene en su ribera norte una elevada barranca y se atraviesa por un puente colgante inclinado en parte para encontrar el nivel del valle. Para la defensa de este puente, y como centinela avanzada, se colocó al lado norte del estero, la brigada Amunátegui en este orden, de oeste á este: Coquimbo, Chacabuco, 4.° y Artillería de Marina. La división tuvo un cambio en su jefatura: el general Villagrán fue reemplazado por el coronel Lynch. El ejército peruano no se movió de sus fortificaciones extendidas en empinadas lomas al sur de Chorrillos, desde el Morro Solar, por el lado del Pacífico, hacia el este. El 12 de Enero se dio la orden de marcha á fin de amanecer al frente del enemigo el día 13. Comenzó el interminable desfile de 23,000 soldados, que pasando el puente de Lurín entraron en La Tablada, vasta y arenosa llanura, elevada sobre el nivel del mar, dejando entre éste y la altura, una playa de más ó menos ocho cuadras de ancho que termina casi al pie del Morro Solar. Por esta playa se dirigieron dos regimientos de infantería. Se marchó toda la noche, y antes del crepúsculo, el Ejército estaba frente al enemigo. Se hizo alto para descansar y preparar las armas, que en cuanto á los corazones no necesitaban sino la orden de atacar. Se ordenó avanzar en silencio no hacer fuego, aunque el enemigo lo hiciera, sino á corta distancia. La voz que circulaba como murmullo de columna en columna era la de silencio! silencio! hasta que a la primera luz de aurora, el Ejército peruano rompió vivísimo fuego, que no tuvo contestación. La palabra de orden silencio! silencio! fué reemplazada por la enérgica, de todos los jefes y oficiales, que en medio del ensordecedor ruido de los disparos y el silbido de las balas, gritaban: adelante! adelante! siempre sin disparar un tiro. El 4.°, en la 2ª. Brigada de la 1ª. División, ocupaba posición en el ala izquierda del Ejército, es decir, al lado del mar, frente á empinadas lomas, detrás de las cuales se veía elevarse el Morro Solar. La 1ª. División, á las órdenes de Lynch y del coronel don Gregorio Urrutia, como jefe de Estado Mayor, había recibido orden de apoderarse de las lomas de la derecha peruana y del elevado Morro Solar. Casi al pie de la primera fila de morros, rompieron el fuego las tropas de la 1ª. División, siempre en avance y subiendo á las crestas, pisando en un terreno lleno de piedras pequeñas, cortadas y filudas que rompían las botas de nuestros soldados. Una vez apoderados del primer orden de fortificaciones, se encontraron con una hondonada al frente, y una segunda fila de parapetos que terminaba al pie del Morro Solar. Se continué la lucha. Prefiero citar aquí algunos ALB UM G RÁF I C O M I L I TA R DE C H I L E párrafos de un artículo en el cual, quien esto escribe, relataba en 1881, poco después de la batalla, una visita hecha al campo de Chorrillos, y los cito porque en el mismo punto en que, en el acápite anterior dejamos al 4.°, nos hizo la relación del hecho el propio jefe del regimiento, teniente-coronel don Luis Solo Zaldívar. Visitábamos aquellos gloriosos campos en compañía de varios jefes y oficiales del Ejército y marchábamos lentamente tomando nota de los recuerdos inolvidables que cada uno tenía en su mente. Y cuando el comandante Zaldívar, quien caminaba un poco adelante, nos gritó: ¡aquí fué el apuro! Nos reunimos a él y nos refirió cómo después de salvar mil obstáculos llegó con algunos soldados del 4.° hasta ahí, al pie de la inexpugnable montaña, donde el coronel Amunátegui recibió orden del coronel Lynch para emprender con 300 hombres reunidos y pertenecientes á varios cuerpos, la ascensión á la cumbre. - ¡Calacuerda y ataque! Gritó el coronel á su corneta, y las águilas emprendieron el vuelo á la cúspide. El enemigo bajó precipitadamente y aplastó la escasa fuerza de la 1ª. división. Cayó herido el subteniente don Manuel Osvaldo Prieto, quien llevaba la bandera del 4.°, que fué asimismo gravemente herido; hízole cargo del ya mutilado estandarte el cabo 1.° de la escolta de la bandera Estanislao Jara, quien también cayó herido y entregó su reliquía en las férreas manos del valiente capitán de la 4ª. Compañía del 1er. batallón, don Casimiro Ibáñez. Continuó enérgico el ataque de los peruanos, lo que obligó á las diezmadas fuerzas chilenas á parapetarse tras una muralla, alrededor de la bandera del 4.°. Al saltar dicha muralla, cayó muerto instantáneamente el valeroso capitán Ibáñez. En este momento aparecen en auxilio de la 1ª. división las tropas de la reserva que tenia como jefe al teniente-coronel don Arístides Martínez y que decidió el triunfo. El 4.° acampó en la cumbre del Morro, donde se tocó reunión. Faltaron al toque porque habían quedado tendidos en la arena, muertos ó heridos, el capitán del Casimiro Ibáñez, y los subtenientes don Angel Custodio Corales, destrozado por una bomba automática, y don Pedro N. Gana, muertos los tres; heridos: tenientes Jenaro Alemparte, Juan Rafael Alamos, Salvador Larraín Torres; subtenientes: Manuel Osvaldo Prieto, Carlos Aldunate, Celedonio Moscoso, Julio P. de la Sota, José A. Roa, Miguel Bravo, Cárlos H. Bon y Víctor Almarza. Las bajas de tropa ascendieron á 49 muertos y 240 heridos. El día 15, habiendo bajado la 2ª. Brigada de la 1ª. 37 División, fue esta sorprendida por la repentina descarga que hizo el Ejército peruano, en medio de un armisticio pactado para procurar soluciones de paz. Tomó parte el 4.° en la batalla protegiendo al principio la artillería de la derecha de nuestro Ejército. En seguida atacó de frente, hasta que se produjo la derrota del enemigo. Cayeron muertos los subtenientes don José Antonio Montt y don Samuel Vicente Díaz; heridos los capitanes don Pablo Marchant, y don Ricardo Gormaz, los tenientes don Samuel Meza y don Vicente Videla, y los subtenientes don Severo Santa Cruz, don Guillermo Rahausen y don Francisco Silva Basterrica. * * * Ocupadas las ciudades de Lima y Callao, el 4.° quedó de guarnición en este puerto, y su jefe, el coronel Amunátegui, nombrado Jefe Político y Militar del Departamento. Durante la ocupación del Perú, el regimiento marchó á la Sierra, recorrió trescientas veintiocho leguas y pasó y repasó seis veces la cordillera. Fué incorporado, en seguida, á la división Velásquez, en campaña sobre Arequipa, encontrándose en la toma de posesión de la cuesta de Huasacache. En Agosto de 1884, es decir, después de más de cuatro años de ausencia de la patria y de continuo batallar, se trasladó á Valparaíso, donde estuvo de guarnición algún tiempo, siendo trasladado después á Temuco, que recién se levantaba. Volvía el regimiento á sus antiguos lares, que dejara en manos de los indíjenas, para concurrir á llevar la civilización y el progreso á aquellos territorios que le eran familiares, después de haber hecho tanto en la campaña del Norte por el engrandecimiento y la gloria de la patria. J . D. A m u n á t e g u i R i v e ra ALB UM G RÁF I C O M I L I TA R DE C H I L E ACIÓ de virtuosos padres (1883), y fué educado letrado mediocre, valido del favoritismo oficial, pidió en la época sana de la organización de la Repú- un escuadrón de Granaderos para efectuar un recoblica. nocimiento, y deshizo a sablazo una avanzada peruaNaturaleza delicada y fina, propendía como de suyo na de superior número en las pampas de Germania. á las concepciones de verdad, bondad y belleza. Estuvo allí en riesgo inminente de perder la vida, al Impregnó su espíritu en las enseñanzas de la cien- golpe de un negro que fue muerto por un granadero cia y en las aspiraciones de un liberalismo racional, á en el instante mismo de descargárselo sobre la cabeun tiempo moderado y firme. za. Aunque dedicado á las matemáticas, El alentado secretaria se batió como apasionábanle las bellas letras, y se un valiente en la batalla de San Franaprendía de memoria largos períocisco y en el fragoroso combate de dos de versos clásicos. Tarapacá, en que la falta de inAcordándose de los héroes formaciones sobre el orden, de Plutarco, en los albores de número y atrincheramientos su juventud, solía recorrer de los enemigos nos obligó á á pie, por días enteros, los una retirada temporal, pero montes de Viña del Mar, desastrosa, bajo una lluvia sin comer ni beber para de fuego. endurecerse á la fatiga. La campaña de Tacna y Las circunstancias Arica dio nuevas oportunisuntuarias, en que, á poco, dades á su civismo. empezó á desarrollarse su Empezó por reproducir vida, indujeron el concepen los Pajonales de Sama to casi general de que don la feliz aventura de GermaJosé Francisco Vergara era nia. sólo un elegante vividos, Y en el día de la batalla, cultivado, si se quiere, pero cuando, hacia la tarde vacilainútil. ba la victoria, pidió al general No paraba mientes la opila caballería para cargar, y detunión, tan á menudo superficial é vo con su carga imponente el avaninjusta, en la obra de agricultor é ince enemigo. geniero y fundador de ciudad que aquel Vacante el Ministerio de la Guerra hombre realizaba modestamente en Viña por el súbito fallecimiento de don Rafael Sodel Mar, ni en el considerable fruto que sus lecturas tomayor en las vísperas de la jornada; y resuelta, por asiduas, y sus viajes por el mundo, aparentemente de la obstinación del adversario y los votos de la patria, mero placer, iban dejando en su cerebro. la campaña á Lima, fué llamado á reemplazarle don Por raro caso, aquel acero se templaba en la opu- José Francisco Vergara, ya sobre las alas de la opinión lencia. nacional. Henchida el alma de humanos y cívicos anhelos, El organizador que había despuntado en Antofanostálgico acaso de íntimas expansiones, hallábase en gasta culminó en Tacna y Arica. Infatigable el Miel apogeo de su madurez, en la plena posesión de sus nistro, trabajaba hasta veintidós horas diarias, dispofacultades, cuando á la campana del peligro público, niéndolo, arreglándolo y empujándolo todo. sonó la hora de la oportunidad. En la época del embarque, veíase sin cesar, aun bajo Secretario del general en jefe en Antofagasta, em- el sol mas ardiente, de correcta levita y gorra galoneapezó por juzgársele un letrado mediocre, valido del da, dirigiendo la operación en el muelle de Arica. favoritismo oficial; pero, en aquellas horas de organiY así, aquel designio, para nuestros recursos gización, el martilleo inteligente de su esfuerzo sobre el gantesco, hubo de materializarse en una grande arduro yunque de la realidad le reveló un hombre. mada que llevó veinticuatro mil soldados al corazón Desembarcado el ejército en Junín y Pisagua, el del Perú. Creen muchos que el plan del Ministro para flanquear por Ate las posisiones enemigas habría evitado ríos de sangre. Sea como sea, volvió á batirse en las dos más ilustres ocasiones que ha visto el continente hispano-americano, y pudo decir al Gobierno que se le ensanchaba el alma al dar cuenta al país de tales hechos. La luz de la gloria destacaba una nueva figura sobre nuestro escenario histórico. Caída la capital del Perú, volvió á Chile obscuramente como cualquier ciudadano. Desoyó las voces de las serpientes tentadoras que le señalaban el sillón presidencial como el objetivo de sus anhelos, y se limitó á contrarrestar, en homenaje á otro, la candidatura militar y conservadora del general Baquedano, jefe también modesto y sobrio, y héroe afortunado de muchos combates. La nueva presidencia le llamó á la organización de su primer Gabinete y al Ministerio del Interior. El ancho pecho de don José Francisco Vergara casi se asfixió en la atmósfera de la Moneda, que por aquel entonces empezaban á malear circunstancias accidentales y causas duraderas. Desde su puesto de senador, fiscalizó, predicó doctrinas, procuró enmendar rumbos, en medio de los tiempos que se ponían malos. Fué allí su inteligencia lámpara de claridad serena. Y pudo entonces realizar él mismo lo que años antes dijo en carta que vió la luz pública, á un amigo suyo del alma, al primer radical que llegó al poder. “Espero, confiadamente que no tardarás en probar al país que nuestra escuela, no tanto enseña á demoler instituciones caducas y en des-acuerdo con las necesidades de la época, como á rendir culto á la ley, á respetar y ensanchar los derechos de los hombres, y á guardar la equidad y justicia con todos, sin distinción de parciales ni de adversarios”. Mas, los tiempos se ponían peores, y la tribuna parlamentaria no bastó á don José Francisco Vergara. No era un orador: su palabra, aunque colorida, y llena de gratos matices, á veces de profundas eufonías, careció casi siempre en el discurso público de afluente verbosidad; ni tuvo de ordinario esa presencia de ánimo, poseída y segura de sí misma, que es una de las principales condiciones de los éxitos oratorios. Pero tenía en su pluma un tesoro, hasta entonces sólo de él conocido... Baste decir que fué Severo Perpena, el elegante é inflexible Tácito de los primeros tiempos de nuestra decadencia moral. Aquella mano que había manejado la espada, en 39 primera línea á la luz de la América, pudo también manejar la pluma, como insuperable maestro, á la sombra de su gabinete. Y el nuevo Tácito flageló en secreto, memorablemente, inolvidablemente. Y al mismo tiempo flagelaba en público. Hubo ocasión en que, habiéndose él erguido formidable contra la intervención oficial, un brillantísimo ministro-caudillo, que avanzaba á pasos rápidos y audaces á la primera magistratura, le recordó, para anonadarlo, su actitud en el gobierno contra la candidatura militar de Baquedano. Entonces tronó Vergara: “¡Extraño sarcasmo del destino! Pero severo y justo castigo, que ojalá quedara grabado en las paredes de la Moneda para perpetua lección de ministros interventores. “Nunca se me habría ocurrido que un ministro del actual Presidente, que habla en su nombre, viniera aquí á enrostrarme la activa parte que tomé en su elección. “Esta fué mi falta, no la excuso ni la atenúo; y Dios ha querido, para escarmiento de los hombres públicos de Chile, que reciba el castigo de manos del propio usufructuario de ella”. Tamaños servicios y tales actitudes le imponían como candidato de la oposición popular. Pero los tiempos habían seguido malos: estaba escrito que la intervención oficial alcanzaría aún su postrer victoria; á las divisiones liberales juntáronse las exigencias conservadoras, y la misma salud del candidato empezaba á declinar. Las privaciones y vigilias, los duros quebrantos de la guerra, y más que eso, los desengaños de los hombres, empezaban á hundir garra de angina en el gran corazón del patricio. Desde su retiro continuó escribiendo al rasgo artístico de su impecable y limpia letra, con mano segura, no detenida, contra los vicios del tiempo. Allí vivía solo, dedicado á la educación de un tierno netezuelo, especie de rubio delfín, que había de llevarse temprana tragedia; allí vivía solo, en medio de la gran naturaleza, á la vista del cielo y del mar, cuidando las flores y mirando la muerte. Allí hacía su profundo pensamiento la liquidación de la existencia; allí reflexionaba en la vanidad de la gloria. Allí se dormía cada noche como quien se duerme para el sueño eterno. Pero, había de morir sobre el caballo, y de caer sobre uno de esos cerros de Viña del Mar, en un sitio donde ahora se levanta una columna. Paulino Alfonso