│fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … prefacio No escribiré aquí sobre el contenido de este libro –sería superfluo– ni sobre su sentido –sería hiperbólico–. Presentaré, en cambio, unos pocos comentarios sobre algunas de las condiciones y circunstancias de su creación, en cierto modo como respuesta preliminar a las interrogantes aludidas por Foucault en uno de sus más conocidos ensayos: “¿de dónde procede?, ¿quién lo escribió?, ¿cuándo?, ¿en qué circunstancias? o ¿con qué intención?”( ). Este libro –su concreción como objeto material, tangible– ha sido posible gracias al premio obtenido en su categoría por el proyecto de investigación “Minas de Corrales: identidad y patrimonio cultural inmaterial”, presentado a la Convocatoria 2008 de los Fondos Concursables para la Cultura (Ley 17.930, artículos 238 y 250) del Ministerio de Educación y Cultura de la República Oriental del Uruguay( ). Pero su historia empezó bastante antes. El azar y la ventura fueron fieles escuderos de este libro aún desde antes de su gestación “formal”. Comencé a intuir su escritura en el otoño del año 2004, movida por mi fortuito y afortunado encuentro con Minas de Corrales. En febrero de ese año me había radicado en la ciudad de Rivera –otro suceso en varios sentidos venturoso– y algunas semanas después los hoy amigos de Mundo Afro-Rivera me invitaron a disertar en el Foro Binacional Kizomba II, que se desarrolló el 21 de marzo en el Teatro Municipal. Allí conocí –otro encuentro afortunado– a la profesora Alma Galup, Directora de Cultura de la Intendencia Departamental, quien tuvo la gentileza (y, debo admitirlo, la osadía) de ( ) 1990. En ese ensayo Foucault plantea que esas preguntas representan lo que “en la actualidad preguntamos siempre, ante cualquier texto poético o ficcional”. Si bien el texto que aquí se abre no es poético ni, en sentido estricto, ficcional, tales preguntas son igualmente pertinentes y válidas. La tentativa de dar alguna respuesta en este prefacio no escapa a lo que tienden a hacer, según Geertz, la mayoría de los antropólogos: dejar relegada “la representación explícita de la presencia autorial (…), del mismo modo que otras cuestiones embarazosas, al prefacio, las notas o los apéndices”. De todos modos, la mayoría de esas cuestiones embarazosas tendrán su lugar y representación a lo largo de todo el libro, y más explícitamente en su segunda parte. ( ) El premio obtenido consistió en la financiación total de la ejecución del proyecto de investigación propuesto, así como en la edición de una película documental –ya publicada– y de este libro. 1 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … invitarme a integrar la Comisión de Patrimonio de Rivera que en ese momento, como ahora, presidía. En la primera reunión en la que participé, el 14 de abril, al proponer mi integración en la Comisión, Alma planteó lo interesante que resultaría para la comunidad local (y, naturalmente, para la propia Comisión) que un antropólogo cultural pudiera indagar en torno al riquísimo patrimonio inmaterial de Minas de Corrales, cuestión que en nuestro país hasta ese momento no había sido abordada en forma acabada ni sistemática. Al día siguiente me descubrí deambulando, como azorado flâneur sin tiempo, por las calles calmas de Corrales, extasiado ante la belleza del paisaje serrano y la delicia del aire pueblerino, atrapado por su ritmo cadencioso, su parsimonia de siesta otoñal, la afable y sosegada hospitalidad de su gente… Ya no había marcha atrás: como al príncipe hechizado de un cuento de hadas, como al yonki que se aventura con una nueva droga de diseño, Minas de Corrales me enganchó. Una semana después presenté ante la Comisión un ante-proyecto de investigación (al que titulé “Identificación, rescate y promoción del patrimonio cultural de Minas de Corrales y su área de influencia”, antecedente directo y matriz del proyecto de investigación luego premiado por el Ministerio de Educación y Cultura) que, por fortuna, fue entusiastamente aprobado( ). Casi enseguida, una segunda dosis reforzó el enganche: el 20 de mayo la Comisión en pleno recorrió las ruinas de Cuñapirú, donde unos días antes se había cometido un acto vandálico –aparentemente por parte de un ente estatal– que había dejado en una situación más ruinosa aún a ese lugar de enorme valor patrimonial. (Dejo entre paréntesis otra muestra del coqueteo de este libro con el azar y la ventura. Cuando su escritura estaba pasando por el tamiz de la cosmética final, me encontré con esta exhortación de Daniel Vidart, ( ) Una vez aprobado, elaboré el proyecto correspondiente y lo presenté ante la Dirección de Cultura de la Intendencia Departamental de Rivera y la Junta Local de Minas de Corrales. Ambos organismos aprobaron el proyecto y solventaron los gastos mínimos iniciales, con lo cual se hizo posible el comienzo de las tareas de investigación. Hacia fines del año 2005, una vez instaladas las nuevas autoridades municipales y locales, estos aportes se retiraron; continué efectuando la investigación con fondos propios, hasta que la dejé en suspenso a fines del año 2006. En diciembre del año 2007 reelaboré el tramo no ejecutado del proyecto de investigación original y lo presenté a la convocatoria del MEC, con el resultado ya comentado. 2 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … publicada cuando mi proyecto ya estaba en marcha, y que, aunque resulte abusivo, quiero transcribir en su totalidad. “Sugiero entonces que los municipios encabecen dicha tarea, conjuntamente con los institutos de educación superior, media y escolar. Que llamen a concurso, que otorguen premios, que propicien publicaciones, que ofrezcan fondos para investigar los sucesos del ayer en las sobrevivientes colecciones de periódicos departamentales y en la mente de los viejos memoriosos. Los historiadores, cronistas, periodistas y escritores podrán entonces, así aleccionados, reconstruir la evolución temporal y espacial del cronotopo donde se asientan y los pagos que los circundan. De tal modo reescribirán o escribirán por vez primera la historia social, económica y paisajística de los pueblos y las secciones rurales. Esa labor podrá devolver a las nuevas generaciones los episodios protagonizados por las comunidades del pasado y el proceso formativo de los paisajes mediante la confección de historias de vida y el buceo en los recuerdos infantiles de los ancianos lúcidos, la reproducción de antiguas fotografías, ocasionales pinturas y dibujos del entorno –ya artísticos, ya artesanales–, etc. Será preciso indagar en las etapas temporales y laborales recorridas por el cambio del ecosistema en agrosistema y luego en tecnosistema, merced a la intervención humana ejercida, correcta o incorrectamente, sobre los ambientes geocósmicos. Mediante la reconstrucción lograda por la crónica, esa hermana menor de la historia, será posible revelar a los actuales pobladores la peripecia existencial de los personajes típicos, de los locos, de los excéntricos, de los ‘originales’ y outsiders que, como pájaros raros, han volado a contravía del orden cotidiano regido por el consenso legitimante de cada sociedad pueblerina o comunidad local”( ).) Dudo que algún miembro del tribunal actuante en la convocatoria del MEC haya leído esta página. De todos modos, afortunadamente premió a un proyecto de investigación que se propuso cumplir palmo a palmo cada una de sus sugerencias, sin saber en absoluto que alguien –de la talla de Daniel Vidart, nada menos– las habría de establecer. ( ) Vidart (2004:91). 3 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Como sea, si en ese intento no logré llegar a resultados convincentes, por lo menos espero haber abierto algunas sendas que otros podrán transitar y que les permitan alcanzar frutos más exitosos. ... Fueron, en fin, aquellas circunstancias las que me incitaron a investigar sobre los resortes ocultos de la construcción identitaria de los corralenses, a buscar y evaluar con ellos las principales riquezas culturales de su lugar y, al hacerlo, a recorrer también, simultánea y alternadamente, otro plano superpuesto, ese que lleva a asumir cierta disposición escolástica y, desde allí, a penetrar “en el mundo lúdico de la conjetura teórica y la experimentación mental, a plantear problemas por el mero placer de resolverlos y no porque surgen de la presión de la necesidad”( ). No hubo, en efecto, presión de la necesidad, excepto aquella de latido interior y hábitos subterráneos, imprevisibles, inefables, casi pulsionales. No obstante, el sesgo de aquella disposición inicial –lúdica, conjetural, experimental, problematizadora– ya apuntaba con convicción al logro de resultados efectivos, a mediano plazo, en beneficio de Minas de Corrales y sus pobladores: la identificación, evaluación, rescate, preservación y promoción de su patrimonio cultural inmaterial, de modo de mantener vivas las expresiones culturales implicadas y de fomentar –por la vía de la transmisión intergeneracional, entre otras– su revitalización en sus contextos originales, reconocer la valía de sus creadores y consolidar los incipientes procesos de construcción de identidades locales. Hubo, en cambio, cierta presión de la necesidad –o, para ser más precisos, de la necesidad de la pertinencia, sobre todo en términos narrativos, formales, estilísticos– cuando el proceso de investigación se acercaba a su fin y comenzaba la escritura de las páginas que siguen, en ese instante en que uno, inevitablemente, empieza a imaginarse a sus futuros lectores y sus circunstancias, sustancial para dar forma adecuada a la materialización discursiva. ( ) Bourdieu (1999:27). 4 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Cuando uno llega a esa encrucijada se hace necesario disolver la arraigada “interconfusión entre objeto y público” y la derivada “incertidumbre en lo que a su meta retórica se refiere. ¿A quién hay que persuadir hoy? ¿A los africanistas o a los africanos? ¿A los americanistas o a los indios americanos? ¿A los japoneses o a los japonólogos?”( ). ¿A quiénes? ¿A los corralenses o a los corralólogos? ¿A los artífices y herederos del patrimonio cultural local o a los patrimoniólogos? Ni a unos ni a otros, le respondería a Geertz, ya que este libro no quiere persuadir sino mostrar. Pero ¿mostrar a quién? “Habría que curarse en salud y escribir pensando en eso, en las circunstancias en que seremos leídos”, dijo alguien que sabía lo que decía( ). Pues bien, sentí que debía hacerlo: ¿quiénes son los lectores que me imagino, cuáles y cómo serán las circunstancias en que abordarán su lectura? Preguntas inquietantes, respuestas esquivas. Me imagino como lectores, en primer lugar, a los corralenses, sin distinción, verdaderos protagonistas del patrimonio cultural y de su construcción a lo largo del tiempo. Es para ellos, pensando en ellos, la primera parte de este libro, que es la mayor, escrita teniendo siempre presente el comentario de Taussig. En segundo lugar, presumo que también habrá lectores del ámbito académico y del campo de la gestión cultural y patrimonial, más atentos a la solidez, consistencia y rigor de las construcciones conceptuales, epistemológicas, metodológicas y tecnológicas inherentes a toda investigación científica, así como de las asunciones ideológicas que toda producción intelectual (y científica) implica. Es para ellos, pensando en ellos, la totalidad de este libro, y en especial la segunda y tercera partes, esas que se ocupan explícitamente de dar cuenta de aquellas construcciones y asunciones, escritas teniendo siempre presente el comentario de Ibáñez. El primer terreno de compromiso se refiere a la forma, será el estilo. El estilo es la huella de la singularidad en la escritura: el Mi preocupación pasó del objeto investigado a su modo de presentación, pues es allí donde la teoría social y la ( ) Geertz (1989:143). “Resulta fácil responder”, (se) responde Geertz: “«todo a la vez». No es fácil producir un texto con tan amplia respuesta”. ( ) Monólogo interior de Andrés, uno de los inefables personajes de El examen, novela temprana de Julio Cortázar (1994:29). 5 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … exceso de estilo supone la pérdida de la intención, el lenguaje es utilizado como un arma; el defecto de estilo supone la pérdida de la fuerza; se mata al lector por exceso, se suicida el escritor por defecto. El estilo académico se postula como impersonal, por tanto sin fuerza: es una castración. No se puede escribir así sobre una perspectiva metodológica que pone en juego la singularidad del investigador, que se aprende transformando esa singularidad. Se impone un compromiso que, sin renunciar al estilo, lo haga funcionar, permita manejarlo intencionalmente. Ibáñez( ) práctica cultural se entrecruzan de tal manera, que surge una pequeñísima oportunidad de “redimir” el objeto, dándole una posibilidad de traspasar los conceptos que lo aprisionan y de influir en la vida misma. No podía existir una Teoría divorciada de la vida misma. El análisis social ya no era el análisis del objeto investigado, sino de la mediación de ese objeto en un contexto dado y su destinación hacia otro contexto (...). Es así como todo análisis social se revela como montaje. Taussig( ) Debo confesar que la pretensión de escribir para esos dos tipos de lectores, tan distintos y distantes, me puso en aprietos: me obligó a tomarme en serio el modo de presentación del “objeto” investigado (y su eventual redención) al que alude Michael Taussig, tanto como la recomendación de Jesús Ibáñez: manejar intencionalmente el estilo. Al hacerlo, opté por tomar cierta distancia (¿terapéutica?) con respecto a las convenciones del género académico (por lo menos a las de sus versiones más “convencionales”), lo cual, por añadidura, quizás podría contribuir a ponerme a salvo y libre de culpa frente a la eventual ocurrencia de algo similar a lo que terminó sucediéndoles a los bororo (y a su célebre etnógrafo)( ). ( ) Ibáñez (2003:10-11). “El estilo, esta manera de caminar, acción no textual, organiza el texto de un pensamiento” (de Certeau 2000:55). ( ) Taussig (1995:19). ( ) “Los bororos descienden lentamente hacia la muerte colectiva, mientras Lévi-Strauss ingresa a la Academia Francesa” (de Certeau, op. cit.:30). 6 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … ... Pues bien, el texto que aquí prologo contiene, en parte, la trayectoria y resultados de una investigación que empezó a desplegarse hace ya cinco años; no es, entonces, un producto acabado (en rigor, ningún texto lo es), sino la materialización discursiva y provisional, más o menos cristalizada, de los aspectos narrables de esa trayectoria, aquello que emerge por encima de la línea de flotación de un témpano que, a pesar de su corpulenta apariencia, está en movimiento (no a la deriva sino en deriva). Este texto, entonces, presenta las principales aproximaciones y resultados alcanzados y, paralelamente, los trayectos y procesos de aproximación. La deriva del texto, que acompaña casi asintóticamente a la deriva de la investigación que lo ha propiciado, muestra, así, lo que ha sido hecho hasta el momento –y cómo ha sido hecho, y por qué– para someterlo a la consideración de lectores y auctores( ) y, a partir de lo que de allí derive, para acrecentar –en términos de riqueza, sentido, rigor y consistencia– lo que siempre queda por hacer. En definitiva, el propósito fundamental del texto que aquí presento –y también, naturalmente, el de su escritura– es hablarde para poder hablar-con… Recién entonces, podremos decir. Fernando Acevedo Rivera, julio de 2009 ( ) Utilizo aquí la expresión auctores en el sentido que la vincula a la noción de auctoritas (cf. Bourdieu, 2002) y también en el más fiel a su procedencia etimológica, según el cual auctor es el que aumenta o el que hace crecer. 7 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 8 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 9 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 10 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … pliegues (primera apertura) construcción histórica como montaje narrativo 11 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 12 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Mi preocupación pasó del objeto investigado a su modo de presentación, pues es allí donde la teoría social y la práctica cultural se entrecruzan de tal manera, que surge una pequeñísima oportunidad de “redimir” el objeto, dándole una posibilidad de traspasar los conceptos que lo aprisionan y de influir en la vida misma.1 1 Taussig (1995:19). 13 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 14 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … todo lo que fue existe: de Irun a Santa Ernestina En circunstancias que la erosión del tiempo y la distancia han ido desvaneciendo, José Joaquín Oruezábal Michelena, minero de profesión, entornó sus ojos y sintió, por encima de los Montes Cantábricos, allende el océano, el magnetismo de un ignoto paraje perdido en las serranías del noreste uruguayo. Las minas de Irun en las que había trabajado desde su primera juventud ya no ofrecían en cantidad los cascalhos tan ricos en plata y cobre de los primeros tiempos. Abrió sus ojos y, quién sabe cómo, convenció a su adinerada esposa, también de familia irunesa de mineros, de la buena vida que los aguardaba del otro lado del mundo. No bien María Gabriela Yustede Recarte soltó su dinero, emprendieron el largo viaje, casi a ciegas. Se abría la segunda mitad del siglo XIX cuando el joven matrimonio desembarcó en Montevideo. Nadie sabe con certeza por qué eligieron ese destino para sus vidas –si es que fue un destino deliberadamente elegido– ni cuáles fueron sus pasos en esa pequeña ciudad portuaria de ritmo moroso y textura europea sui generis. José Alfredo Oruezábal, uno de sus bisnietos, asegura que en Montevideo Don José Joaquín conoció a Clemente Barrial Posada, ingeniero civil español especializado en minería, pionero indiscutido de la industria minera en Uruguay. Como sea que haya sido, Don José Joaquín no demoró en destinar aquel dinero a la adquisición de un campo en la zona de Cuñapirú, en un paraje virginal que tiempo después habría de conocerse como Santa Ernestina, unas dos mil cuadras en el corazón del departamento de Tacuarembó (que hasta el año 1884 incluía al área que hoy ocupa el departamento de Rivera). Ese campo, una estancia que Manuel Francisco Artigas había recibido de Félix de Azara en junio de 1801 (y que abarcaba “la enorme extensión que forman los arroyos Corrales y Cuñapirú y la cuchilla de Haedo: más de 42 leguas cuadradas”2), habría de protagonizar, “a Barrios Pintos (1985:44). Se trata, efectivamente, de una “enorme extensión”: Cuarenta y dos leguas cuadradas equivale a unos mil trescientos quilómetros cuadrados. Incluso está bien documentado que algunos predios de la actual planta urbana de Minas de Corrales pertenecieron a Manuel Francisco, uno de los hermanos de José Gervasio 2 15 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … partir de 1808, un largo y famoso pleito judicial por los sucesores de los Artigas y del capataz de dicho establecimiento, Cosme Garín”3. Más allá de esos pormenores, lo que aquí importa destacar, con Selva Chirico, es que “ahí no vivía nadie cuando (se empiezan a explotar) las minas”4. “El segundo de la derecha es José Joaquín Oruezábal Michelena, mi bisabuelo. Ella es mi bisabuela, María Yustede Recarte. Esos son los Pirineos. Éste es un tío-abuelo que era ingeniero civil, Ignacio Joaquín, anduvo fugitivo... Porque era gente de mucho dinero, y Franco confiscó mucha cosa. Éste es mi abuelo. Y éste, el más gordo, el primero de la derecha, creo que es Recarte, cuñado de mi abuelo, que quedó como apoderado de todo cuando la segunda guerra mundial, que ya mi bisabuelo había muerto…” (foto y testimonio de José Alfredo Oruezábal). En efecto, hacia 1860, como hoy, Santa Ernestina no aparecía en los mapas; era una porción desolada de un territorio sin orden ni progreso, apenas antropizado por la imposición a la naturaleza de enormes latifundios creados y adjudicados discrecionalmente desde principios Artigas. “Un día me pongo a mirar la escritura mi casa paterna”, me dijo Don Eduardo Andina, corralense a ultranza, “y resulta que mis abuelos… ¿a quién le compraron?: a Manuel Artigas. Fijese, eso había sido de Manuel Artigas”. 3 Palermo (2001:148). 4 Este testimonio, así como otros que irán apareciendo más adelante, fue ofrecido por la historiadora corralense Selva Chirico en el transcurso de una entrevista en profundidad que le realizara el 13 de marzo de 2009. 16 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … del siglo, asiento de vida criolla, cimarrona y abrasilerada (o brasilera a secas), transitado ocasionalmente por bagayeros de poca monta y surcado, bajo tierra, por una riqueza mineral que poco demoraría en revelar su opulento brillo. Nadie sabe con certeza por qué eligieron ese destino para la colocación del capital conyugal ni el papel que en ello tuvo el presunto contacto de Don José Joaquín con Barrial Posada. Tampoco si pretendían retomar sus vidas en un lugar de escala y ritmo similar al de los alrededores de su Irun natal5, también territorio fronterizo, o si en realidad fue el azar el que echó sus dados. Lo que sí se sabe con alguna certeza es que Don José Joaquín ciertamente supo, quién sabe cuándo, que los campos de Santa Ernestina estaban preñados de oro: “sí, sí, se mandó a comprar esos campos sabiendo muy bien que ahí había oro”6. Es imposible saber en qué momento y de qué modo cuajó esa certeza. El sentido común, consejero no “Acá tenés un original de un diario vasco, el Bidasoa. Mirá: Irun, 22 de octubre de 1922. Acá está la foto de mi bisabuelo cuando dieron la noticia de su fallecimiento”. José Alfredo conjetura que la poesía (en euzkera antiguo) pudo haber sido publicada con motivo de la muerte de su bisabuelo, José Joaquín Oruezábal, uno de los pioneros de la explotación aurífera en la zona. Según el Instituto Nacional de Estadística de España, en el Censo Nacional de 1842 había en Irun 534 hogares y una población “de Derecho” de 2.688 personas. Hoy, que Irun se ha convertido en la segunda ciudad en importancia de Guipúzcoa, esas cifras ascienden a 20.268 hogares y 56.601 personas, indicadoras de un crecimiento poblacional exponencial y de una composición familiar bastante diferente a la decimonónica (cf. www.ine.es). Como es posible apreciar, aquellos datos demóticos son similares a los correspondientes a Minas de Corrales (tanto a los actuales como a los de finales del siglo XIX, curiosamente bastante coincidentes). 6 Este testimonio, así como los que más adelante se transcriben, fueron ofrecidos por José Alfredo Oruezábal en el transcurso de una serie de entrevistas en profundidad desarrolladas en el año 2004 (en especial las realizadas los días 28 de mayo, 11, 14 y 27 de octubre y 16 de noviembre). 5 17 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … siempre fiable, nos inclina a pensar que ya lo sabía en Irun, antes de decidirse a procurar el dinero de su esposa y cruzar con ella (y con él) el océano: “capaz que esos chismes llegaron al País Vasco”, especula José Alfredo, “o, más seguro, fue por algún dato de aquel ingeniero español en Montevideo… o las dos cosas”. ¿Cómo explicar, si no, esa tan peculiar trayectoria Irun-MontevideoCuñapirú (y no, por ejemplo, Irun-Buenos Aires-Jujuy o cualquier otra)? ¿Es lícito explicarla apelando a una hipotética ensoñación epifánica o al improbable magnetismo de un paraje ignoto? Y, en cualquier caso, ¿por qué ese paraje, ese lugar sin nombre, esa nada en los mapas? “Todo lo que fue existe”, lee casi a diario cualquier poblador corralense… pero Santa Ernestina todavía no era hasta que Don José Joaquín hincó los primeros mojones en sus flamantes tierras cuñapiruenses. “Esta foto es de las primeras, ¿viste? Porque acá, en el reverso, dice… ‘armando baños estancia Ernestina’. Yo no sé... baños para el personal, sería. Ésta es letra de mi abuelo. Así que esto sería por el 1860... (Fotografía y testimonio de José Alfredo Oruezábal). 18 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Fotografía de la colección de Eduardo Palermo. Ahora bien, si confiamos en la veracidad de una carta del 11 de noviembre de 1715, enviada desde la lusitana Colonia del Sacramento al entonces rey Borbón Felipe V –y si, mutatis mutandi, también en la de lo allí escrito por su autor, el capitán español Blas de Zapata–, el conocimiento de la existencia de oro en nuestro territorio tiene unos tres siglos: “hay minerales de oro, pero difíciles de obtener sin que los indios los descubrieran”7. En cualquier caso, tanto esa información como quien la proveyó pronto quedaron en el olvido. Aunque es muy escasa la información arqueológica y etnohistórica disponible, es lícito afirmar que durante varios milenios toda la cuenca del río Tacuarembó estuvo poblada exclusivamente por nativos8. En Citado por el historiador Barrios Pintos (1990:12). Paradójicamente, en esa misma carta Blas de Zapata califica a la Banda Oriental como “tierra sin mayor provecho”. En un ensayo consistente y esclarecedor, la historiadora corralense Selva Chirico (1987) interpela con sarcasmo y contundencia aquella precipitada caracterización, ya desde su título: “Cuñapirú: tierra de algún provecho: 1820-1940”. También lo hizo, con sapiente ironía –y con un alcance mucho más general–, el profesor Daniel Vidart, en el segundo de los cuatro tomos de su monumental El Uruguay visto por los viajeros, titulado, precisamente, “Tierras de ningún provecho”. 8 Según establece Barrios Pintos (1985:1), “en 1957, luego de haber descubierto los yacimientos talleres de cazadores recolectores del arroyo Catalán Chico, el arqueólogo 7 19 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … este sentido, debe destacarse que esta región “fue el último reducto de vida y muerte de las tribus post-solisianas, el centro de operaciones principalmente económicas de la etnia guaraní-misionera y, luego de la derrota de los indígenas, el centro de mestizaje donde, estrategia de sobrevivencia de por medio, se hizo lentamente invisible frente al nuevo contexto”9. Recién en el siglo XVIII existe certeza de la presencia en la zona de españoles y criollos, afincados en campos otorgados por el gobierno colonial10, que se sumó a la de charrúas, minuanes y guaraníes cristianizados (o tapes); de hecho, apenas comenzado el siglo, en noviembre de 1705, “llegaron a las hermosas sierras de Rivera vaqueros guaraníes del pueblo de San Borja, que junto con los de trece pueblos misioneros (…) llevarían a cabo la más gigantesca arreada de ganado conocida en toda la historia de la humanidad”, estimada en más de 400.000 reses11. Por otra parte, en este período, “la nueva administración de Yapeyú, en manos de funcionarios consustanciados con los intereses bonaerenses, favoreció la ocupación de las tierras no pleiteando las denuncias. Entre 1790 y 1800 los campos entre el río Negro, el Daymán, Tacuarembó, Cuñapirú, Corrales, Yaguarí, Caraguatá, Piraí y Santa María hasta el Ibicuy pequeño fueron ocupados por varios propietarios, que construyeron casas y corrales, explotando el ganado y la madera de los montes vírgenes”12. Desde el inicio de la guerra que a finales del siglo XVIII enfrentó a españoles y portugueses, casi todos aquellos enormes latifundios Antonio Taddei afirmó que en los suelos de los departamentos de Tacuarembó y Rivera sus campos, con dilatados médanos de fina arena y densos montes marginales a las orillas de los ríos Negro, Tacuarembó Grande y Chico y los caudalosos arroyos Cuñapirú, Yaguarí y Caraguatá, habían sido territorios de gran actividad indígena, por ser hábitat pródigo en reservas naturales de la flora y fauna locales”. 9 Palermo (2001:18). 10 De acuerdo con Barrios Pintos (1990:111), “el primer colono que pobló las pintorescas e inhóspitas, entonces, serranías riverenses (fue) el hacendado de la jurisdicción de Montevideo y capitán de milicias del Real Cuerpo de Artillería de esa plaza Josef Cardozo”, en la última década del siglo XVIII. En otra obra (1985:42), el mismo historiador señala que “los dos primeros hacendados que establecieron poblaciones en el actual territorio del departamento de Rivera fueron españoles: José Rodríguez Cardoso, badajocense y Diego Arias, asturiano”. 11 Barrios Pintos (1985:12-13). 12 Palermo (op. cit.:99). 20 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … pasaron a manos de estos últimos, tanto “por las buenas” (si es que las hubo) como “por las malas”. Ello explica que la población de la región en el año 1824, en que el gobierno invasor levantó un censo, fuera casi exclusivamente luso-brasileña (y africana, si se incluye, como debe ser, a la numerosa población esclava)13. Además, según lo informado dos décadas antes (en 1803) por quien en ese entonces servía como ayudante mayor del Cuerpo de Blandengues, “en todos estos territorios existían estancias de los españoles que fueron abandonadas (…) a causa del temor del avance de los indios y de los robos”, en virtud de lo cual “no se encontraba gente alguna (y) sus ganados amansados se hallaban mezclados con los cerriles”14. Se trata, en suma, de una región ocupada originariamente por población nativa (charrúas y minuanes, a los que luego se agregaron tapes) tempranamente sometida al dominio español, hasta que, después de un breve período de despoblamiento (últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX), quedó sojuzgada al imperio luso-brasileño. Este último contingente invasor fue, en definitiva, el que dejó la impronta social, cultural y económica más importante y persistente en la zona. Según Barrios Pintos (1985:48), en el “censo de habitantes levantado en la sexta sección del departamento de Paysandú (…), dado a conocer el 31 de octubre de 1840”, en Cuñapirú hubo 515 personas censadas. (Adviértase que en ese entonces el departamento de Paysandú comprendía todo el territorio de la Banda Oriental al norte del río Negro, cuya población total era del orden de los 7.000 habitantes.) Por su parte, Eduardo Palermo (2001:222) aporta la cifra de 509 personas censadas (la tercera parte de las cuales eran esclavos) distribuidas en un total de 64 hogares. Una de esas 509 personas era José Suárez, a quien aludiré más adelante. 14 José Artigas, apud Barrios Pintos (1990:112). La mayoría de esos españoles habían accedido a la tenencia de las estancias mencionadas merced a donaciones de Félix de Azara en los primeros años del siglo XIX y a repartos de tierras realizados unos años después por el propio José Artigas, tanto por delegación de Félix de Azara como por iniciativa propia, en el desempeño de su cargo de Ayudante Mayor del Cuerpo de Caballería de Blandengues de la Frontera de Montevideo (cf. Barrios Pintos 1985:44). La principal donación de de Azara tuvo como beneficiario a uno de los hermanos de José Artigas, Manuel Francisco, el 5 de junio de 1801 (es decir, antes de ser designado coronel), precisamente en “la enorme extensión que forman los arroyos Corrales y Cuñapirú y la cuchilla de Haedo: más de 42 leguas cuadradas. Traía para poblarla 3.000 reses, 100 caballos y 7 yeguas” (ídem). (Como ya hemos indicado, esa cifra equivale a unos mil trescientos quilómetros cuadrados.) “Esta estancia”, apunta Palermo, “abarcaba un rincón que forman los arroyos Corrales y Cuñapirú… ambos juntos van a unirse al Tacuarembó grande de la Sierra. Esta enorme extensión de tierra protagonizará a partir de 1808 un largo y famoso pleito judicial por los sucesores de los Artigas y del capataz de dicho establecimiento, Cosme Garín” (op. cit.:148). 13 21 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Las dos personas que están al centro de la imagen son Don José Joaquín Oruezábal Michelena y su hijo, el ingeniero civil Joaquín Oruezábal Yustede. (La fotografía, cedida por José Alfredo Oruezábal, bisnieto de Don José Joaquín, está tomada en las minas de Irun, en el País Vasco, propiedad de la familia Oruezábal.) En fin, más allá de la procedencia de quienes detentaran, a lo largo de esa turbulenta época, la propiedad más o menos legítima de esas tierras (nativos, portugueses y españoles, e incluso algún criollo privilegiado por estos últimos), lo cierto es que la zona se mantuvo bastante poco poblada y, por lo menos hasta avanzada la década de 1840, es altamente improbable que se supiera de la existencia de oro en esa comarca. 22 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … el hallazgo de Suárez, el hallazgo en lo de Suárez… y los cuatro pioneros de la California oriental Habría de pasar un siglo hasta que trascendieran noticias ciertamente convergentes con aquellas informadas por Blas de Zapata, ahora desde Cuñapirú. En efecto, al promediar la tercera década del siglo XIX, durante la efímera dominación luso-brasileña anterior a la constitución de la República, ya se sabía –o, para ser más precisos, algunos lugareños sabían– que en la zona había oro (y, quizás, según algunos testimonios, también diamantes)15. Unos “Apuntes” escritos por el empresario Federico Nin Reyes –hasta donde sé, una de las pocas referencias hoy existentes– dan cuenta de que por aquellos años se encontraron “en esas inmediaciones unas herramientas que se averiguó pertenecieron a unos Paulistas mineros que durante la guerra de la Independencia estaban esplotando (SIC) la mina, y que (en el año 1825) fueron sorprendidos y muertos por los patriotas”16. Resulta de mayor relevancia e interés la referencia a otro suceso, prácticamente contemporáneo al anterior: de acuerdo con el historiador riverense Eduardo Palermo, en 1820 “un hacendado portugués, José Suárez, (…) haciendo el «bateo» en los arroyos de su campo encontró pepitas17. Años después inició trabajos de explotación En su rol de Ayudante Mayor del Cuerpo de Caballería de Blandengues, José Artigas se asentó periódicamente en la zona de Cuñapirú, en ejercicio de su rol de “caudillo dispensador de tierras” así como para contener el robo de ganado con el que nativos, gauchos y portugueses asolaban a esa región de frontera (cf. Barrios Pintos 1985:45). Está bien documentada su presencia en la zona el 14 de diciembre de 1797, oportunidad en la que acusó recibo de su nombramiento como Capitán (de la 13ª Compañía del Regimiento de Milicias), así como en el año 1804, en que se estableció en el rincón formado por los arroyos Cuñapirú y Corrales. También estuvo en la zona en diversos momentos de la primera década del siglo, fundamentalmente para reparto de tierras. No obstante, es muy probable que Artigas no supiera de la existencia de oro en la zona (y de que tampoco lo supieran los gobernantes ni los beneficiarios de los repartos de tierras). 16 Citado en Barrios Pintos (1985:283-284). Selva Chirico hace referencia a Alberto Nin y Reyes, “empresario de fuste de la época” (2005:36); presumo que se trata de la misma persona. 17 La búsqueda de oro mediante el “bateo” o “cateo” en ríos y arroyos es en realidad milenaria. Hay registros del empleo de esa técnica –llamativamente, en idéntica forma a como hoy se sigue haciendo, aunque con bateas de madera– en el noroeste de la península ibérica (en zonas que hoy ocupan España y Portugal) aún antes de la dominación romana. Luego de la conquista de estos territorios, los romanos siguieron 15 23 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … del oro con personal idóneo traído de Minas Gerais con mano de obra esclava”18. “La suerte puso en nuestras manos el documento histórico de gran transcendencia (SIC) que publicamos a continuación, cuyas referencias datan del año 1820”. Así comienza un artículo publicado en el año 1936 en La Revista de la UTE19, que Don Ariel Pereira, riverense vinculado a Minas de Corrales desde hace muchos años –y no la suerte–, puso en nuestras manos. En ese documento se informa sobre las circunstancias y pormenores del hallazgo de José Suárez, minero mineiro, y de las posteriores actividades de exploración, cateo y extracción de oro que el propio Suárez realizara, hacia 1830, en las zonas de Cerro Blanco, Zapucay, Araicuá y Cuñapirú con dos parceiros procedentes de São Paulo (conocidos en la zona como “el Teniente Luis”, brasileño, y “Francisco”, portugués). Pero la existencia de oro en las tierras de Cuñapirú recién quedó sentada en el año 1843, según se establece en ese documento, en un incidente que “evocan esos tropezones que daba Buster Keaton entre el equívoco y la fortuna. (…) José Suárez, un peón brasileño que había trabajado en las minas auríferas de Camacuá y por ese entonces cuidaba ganado en los cerros de Cuñapirú, solía hallar pepitas a la orilla de los arroyos y las guardaba dentro de una botella. Cierta noche, unos bandoleros llegaron a su rancho, le revolvieron sus pertenencias y los huesos. En medio del trasiego, los ladrones empleando esta técnica, a la que sumaron la explotación de yacimientos auríferos en minas de galería (lo que se suele denominar “minería de interior”). 18 Palermo 2006. Todas las fuentes que he consultado coinciden en la fecha y en el protagonista de este primer hallazgo; sin embargo, para algunos estudiosos de esta historia –entre ellos, Barrios Pintos (1990) y Chirico (2005)– José Suárez no fue un hacendado portugués sino un sencillo peón rural riograndense que, luego de haber sido despedido de las explotaciones auríferas de las sierras de Camacuá, se ganaba la vida pastoreando ganado en la zona de Cuñapirú. Fue allí, en las orillas de los arroyos de la zona, donde habría recogido granos y pepitas de oro. Según la versión propuesta por Selva Chirico (2005:35), “hacia 1830 Suárez era secundado por paulistas (y no por mineiros, como señala Palermo), abandonando su condición de peón”. Sin embargo, la versión más confiable –y, seguramente, en la que se basaron los cuatro autores referidos– es la que se presenta en un documento que no está fechado (aunque presumo que fue escrito en el mes de diciembre del año 1880), firmado por dieciocho vecinos corralenses, publicado entre las páginas 21 y 28 del cuarto número de La Revista de la UTE, en 1936, con el título “Hace 116 años que se empezó a explotar la región aurífera de Rivera. Un documento histórico transcendental”. 19 Ver nota anterior. 24 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … rompieron la botella y, derramadas por el suelo, las pepitas de oro entorpecieron su fuga, satisfecha con el opulento botín de un recado, dos aperos y el caballo. Maltrecho, el peón fue a buscar ayuda y cuando los vecinos de Corrales llegaron al rancho, descubrieron las pepitas tiradas sin poder creer que los ladrones las hubiesen desconocido”20. “Desde ese mágico momento, se corrió la voz”21, 22. Se corrió la voz. En la región, unos cuantos garimpeiros23 se sumaron a Suárez (y acaso a otros paisanos que, en cambio, ni la historia ni la fábula han registrado), dando inicio a lo que podría denominarse “la fiebre del oro” (cuya temperatura, según comentaré más adelante, habría de elevarse considerablemente ya entrada la década de 1860). Por lo pronto, la cantidad de población registrada en la zona de Cuñapirú en el censo de 1824 (515 personas) se cuadruplicó apenas treinta años después. En efecto, “el Censo Estadístico de la Villa y Departamento de Tacuarembó levantado en 1854 (…) registra para la 4ª sección (Cuñapirú)” un total de 1981 personas: “674 hombres y 478 mujeres (hasta de 59 años), 775 niños (hasta los 14 años) y 54 ancianos de más de 60 años”24. Estimo que este crecimiento se debió, Domínguez (2004:112). La datación cronológica del episodio –año 1843– no la proporciona este escritor sino dos historiadores: Palermo (2001) y Chirico (op. cit.). La versión expuesta por Domínguez, excepto en algún exceso novelesco, parece re-escrita a partir del texto de Chirico (quien se basó en el documento recién citado). 21 Este remate de la narración es el que ofrece Olveira (2005), cuyo relato parece reescrito a partir del texto de Domínguez, y éste…, etcétera. El remate del relato de Chirico es el siguiente: “a partir de entonces, la noticia se propaga”; en el texto de Domínguez, la crónica termina así: “a partir de entonces, se corrió la voz”. La frase sucedánea en el texto de Olveira –la que aquí he tomado– tiene, creo, un “gancho” más atractivo. 22 No puedo evitar la comparación entre la peripecia de José Suárez y la de James Marshall. Es a este último, capataz de una estancia en el valle del Sacramento, a quien se le atribuye el primer hallazgo de pepitas de oro en California, en el año 1848. Si bien Marshall (como Suárez casi treinta años antes) quiso mantener en secreto su hallazgo, también allá, “desde ese mágico momento, se corrió la voz”. 23 La utilización en este texto del término garimpeiros, de procedencia brasileña, quizás no sea del todo procedente (aunque, por comodidad, igual lo utilizaré); así se les denomina, en las zonas auríferas del Mato Grosso y del Sertão, a los buscadores de oro en sus diversas modalidades (cateo en arroyos, prospección a flor de tierra, búsqueda bajo tierra y/o en galerías naturales); originalmente, el término estaba reservado exclusivamente a quienes buscaban minerales “preciosos” –principalmente oro y diamantes– en socavones o galerías, llamados precisamente “garimpos”. Si bien en la zona de Cuñapirú se sigue empleando el sustantivo garimpeiro, es preferible –y más utilizado– el sustantivo cateador. 24 Barrios Pintos (1990:173). El crecimiento poblacional en este período intercensal también muestra un crecimiento enorme de la relación entre pobladores extranjeros y 20 25 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … en buena medida, a la atracción ejercida por la divulgación del episodio en el rancho de Suárez25. Se corrió la voz, también allende la región. Seguramente alguna versión del episodio se escuchó en Montevideo, y desde allí se difundió y amplificó. Ya en 1848, “en su obra de Química elemental, Julio Antonio Lenoble, francés, profesor de Química aplicada en el ‘Colegio Oriental’ (…), menciona la existencia de minas de oro en Tacuarembó”26. Pero seguramente la mayor responsabilidad por la divulgación temprana y masiva de aquel episodio hay que atribuírsela a Andrés Lamas, “ilustre diplomático, historiador y sociólogo uruguayo”27 que en esa época estaba radicado en Río de Janeiro. En un texto publicado en el año 1850 en el “Jornal de Comercio” de esa ciudad –en realidad, un conciso alegato por la pacificación nacional en medio de una época bastante turbulenta–, Lamas plantea que nuestro territorio estuvo entregado, “por espacio de tres siglos, (…) a la lucha de pasiones y de personas, despedazándose y viviendo en la miseria sobre arenas de oro, sobre tesoros inagotables”, cuya magnitud lo llevaron a calificarlo, muy enfáticamente, como un “ruidoso y elocuentísimo espectáculo llamado California!”28. Lamas se habría enterado de la existencia de oro en la zona al leer el citado libro de Lenoble (a quien menciona en su relato); a su vez, la crónica de Lamas fue leída por Alberto Nin y Reyes, quien, según Selva Chirico “actúa con presteza y hace las primeras denuncias de minas”29. pobladores uruguayos: en 1854 más del 92% de la población era extranjera, mayoritariamente brasileña. El censo en Cuñapirú registró, además, la existencia de “1 negocio por mayor, 24 de menudeo, 1 herrería y 7 platerías” (ídem). 25 Corresponde dejar sentado que en el censo siguiente, realizado en el año 1859, por razones difíciles de determinar hubo una mengua poblacional en el distrito de Cuñapirú: la población total censada alcanzó la cifra de 1.597 personas (y se registró la existencia de 10 casas de comercio) (cf. ibíd.). Es factible que esto responda a imperfecciones en el levantamiento de este censo o en el del anterior… o en ambos. 26 Barrios Pintos (1990:14). 27 “Reflexiones de Andrés Lamas a propósito de la Industria Minera en el Uruguay”, en La Revista de la UTE N° 4 (:45-55), 1936:45. Este artículo fue luego reproducido (el 22 de agosto de 1852) en el periódico montevideano “Comercio del Plata”. 28 Apud ídem. 29 Chirico (2005:36). Las razones o circunstancias que habrían llevado a Andrés Lamas a leer el Cours de chimie élèmentaire appliqué aux arts fair a Montevideo dans le courant de l’anée 1847, ya son más difíciles de averiguar… y comprender. 26 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Más adelante, en el año 1856 “llegaron a este distrito de Cuñapirú, procedentes de Camacuam, provincia do Río Grande do Sul (Brasil) José Frithe, Adam Sánder, Samuel Rocherd y Lisbon Freira, los dos primeros alemanes, el tercero inglés (los tres mineros de profesión) y Freira, brasileño”30, a explotar las vetas descubiertas por Suárez y otras que ellos mismos habrían de ir descubriendo. En ese mismo año también llegó el brasileño “Procopio Rivero (…), de profesión minero, procedente de las Labras de Camacuam (localidad aurífera)”, que se asoció con “Pablo Rosadilla, español de nacionalidad, empleado por el Gobierno del País, de Fiscal de Fronteras”31. Poco tiempo después se sumó a ese grupo “Fermiano Paez Brisola, oriental de nacionalidad”; él y Procopio Rivero “importaron del Brasil una pequeña máquina a martinetes para moler el cuarzo (que) funcionaba cuando llovía, molía una tonelada de cuarzo por cada 24 horas, y (…) duró hasta el año 1869 en que se les destruyó”32. Cabe aclarar que las tareas de búsqueda y laboreo del cuarzo aurífero eran clandestinas, ya que habían sido expresamente prohibidas por el gobierno departamental en el mismo año 1856 (prohibición que perduró de hecho hasta el año 1867, cuando el Gobierno le otorgó títulos legales de propiedad al ingeniero Barrial Posada, que había llegado a Cuñapirú unos meses antes33). Apud “Hace 116 años…”, op. cit.:21. Adam Sánder –que, además, es uno de los dieciocho firmantes del documento citado– es el iniciador de una familia que aún hoy es muy reconocida en Minas de Corrales. 31 Ídem:22. 32 Ibíd. Más adelante volveré a ocuparme de Fermiano Paez Brisola –o Paz Brisolla, o Paz Brizola–, uno de los pocos criollos pioneros de Minas de Corrales. 33 Ibíd. La prohibición, que caducó definitivamente en el año 1868 (al aprobarse el Código de Minería), se había impuesto por la presión de los hacendados de la zona, molestos porque los pozos excavados por los mineros provocaban la caída y la muerte de muchas de sus reses. Antes de la prohibición, según luce en algunos documentos de la época, algunos hacendados le cobraban a los mineros una suerte de peaje o de “derecho de perforación” en sus tierras, como forma de subsanar los (eventuales) perjuicios ocasionados. También continuó siendo así, por lo menos en algunos casos, durante la vigencia de la prohibición (y aún después), lo cual, naturalmente, produjo, cuándo no, mayores réditos a los hacendados. 30 27 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Muy pronto, a esos cuatro ignotos pioneros de la California oriental34 (Adam Sánder, Procopio Rivero, Pablo Rosadilla, Fermiano Paz Brisilla) se les sumó una variopinta caterva de aventureros, parias y buscavidas, lugareños y forasteros (de muy cerca y de no tanto), súbitamente convertidos en cateadores. Entre ellos, cabe destacar al minero inglés Daniel Lao, quien “estableció una pequeña máquina a pilones para moler mineral en el río Cuñapirú, la cual importó del Brasil” y a “un indio oriental llamado Francisco, de profesión jornalero (domador de caballos)”35, quien en el año 1858 descubrió, casi sin quererlo, una veta que diez años más tarde sería conocida como “Mina San Pablo” (y, algunos años después, como “Mina Santa Ernestina”), una de las que más oro se extrajo en la zona. Fotografía de la colección de Eduardo Palermo. La “fiebre del oro” de la que estos pioneros fueron los primeros abanderados fue simultánea con la que vivió California (en Colama, cerca de San Francisco, en ese entonces una pequeña aldea, entre los años 1848 y 1855), que dio lugar a una inmigración que se ha estimado en trescientas mil personas. Allí, como en Cuñapirú, la primera técnica empleada para la extracción de oro fue el bateo en ríos y arroyos. Sin embargo, tanto las riquezas extraídas como las consecuencias de la “fiebre del oro” en uno y otro lugar han sido muy distintas. Para un excelente análisis de esta cuestión, véase Hernández-Chirico (2004:119). Como muestra, valga el siguiente fragmento: “son perceptibles las diferencias entre el cateador estadounidense afectado por la fiebre del oro e imbuido del individualismo liberal de su continente y el minero oriental que trabaja con amigos, no pierde su identidad insumisa y tanto se enrola en toda contienda intestina, como ansía volverse productor ganadero como meta de vida” (ídem). 35 “Hace 116 años…”, op. cit.:23. 34 28 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Así se fue forjando, al promediar el siglo XIX, ese “ruidoso y elocuentísimo espectáculo”, encarnado en el ardor y la ilusión de buscadores sin tregua, “tensos sus músculos, a golpes de pico y pala, con la mirada ávida en el filón duro, jadeantes, alucinados por la posible eclosión del noble metal, y mantenida su fe y multiplicado su esfuerzo por las fabulosas riquezas que estarían ahí nomás, en los afloramientos o en las entrañas de nuestras tierras”36. Es sabido, además, que algunos de ellos –y sobre todo los cuatro pioneros– han dejado una apreciable impronta en Minas de Corrales, por lo menos en términos de descendencia: “nosotros”, me dijo Selva Chirico, “somos descendientes del primer empresario de minas –antes, incluso, de que viniera Barrial Posada–, Fermiano Paz Brisolla; ese es mi tátaraabuelo, el bisabuelo de mi madre. (…) Fermiano Paz Brisolla (decía que hacia) mil ochocientos ochenta y algo, ya hacía cincuenta años que estaba en el lugar, en Santa Ernestina, ahí en La Azotea”37. Como ya he comentado, José Suárez y aquellos cuatro pioneros que le siguieron no fueron los únicos mineros artesanales avecindados en la zona (“otra gente, como él, ya estaba ahí”, dice Selva), pero sí los pioneros de un oficio que hoy tiene un único y admirable sobreviviente. Ros (1961:13). Por lo general, el oro que encontraban estos “mineros autónomos” lo vendían en Brasil (cf. Hernández-Chirico, 2004:121). 37 En el documento al que hemos aludido antes, citado en “Hace 116 años…”, junto a la firma de Fermiano Paz Brisola (o Brisolla o Brizola) aparece el siguiente texto: “con cuarenta e sinco años de idad, Rizidente in Cuñapirú y nacido en el mismo Cuñapirú (asendado)”. Y a continuación: “Aruego de mi señor Padre Juan Paz Brisola, vecino, propietario y hacendado en Cuñapirú, con sicuenta y tres años de residencia en este Distrito, Fermiano Paz Brisola, Cuñapirú a 6 de Diciembre de 1880” (op. cit.:21). Es decir, Fermiano Paz Brisolla (tátara-abuelo de Selva), seguramente uno de los primeros pobladores nacidos en Cuñapirú, firma en nombre de su padre, y es éste (tátara-tátaraabuelo de Selva) quien ya llevaba 53 años afincado en Cuñapirú; de los dieciocho firmantes del documento (ya sea en persona o a nombre de algún otro, ausente), Juan Paz Brisola, es el que en ese momento llevaba más tiempo de residencia en el distrito de Cuñapirú (desde el año 1827 o 1828), seguido por su hijo Fermiano, nacido allí hacia el año 1835. 36 29 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Se corrió la voz, también entre diversos emprendedores y “hombres de negocio” de la época. Uno de ellos, el ya citado Federico Nin Reyes (¿o Alberto Nin y Reyes?), en el año 1852 (o algún tiempo antes) informaba que “entre Cuñapirú y Corrales, en las cerranías (SIC) que hay cerca del fondo que forma la horqueta de esos dos arroyos están las mejores tierras auríferas reconocidas hasta el día en el Departamento de Tacuarembó. De esas zanjas que forman las nacientes de algunos arroyitos se ha sacado en lavadero mucho oro”. Nin asegura “que toda esa parte de cierras (SIC) encerradas entre los dos arroyos Cuñapirú y Corrales es abundantísima en oro”, y que quienes lo extraen llevan “con frecuencia a Tacuarembó oro que compran los brasileros”38. Así, la búsqueda, extracción y procesamiento artesanales del oro no demoraron en transformar el ethos y el pathos de la región, y así fue durante medio siglo. Los apacibles paisajes serranos de la cuenca baja del arroyo Corrales y de la de su principal nutriente, el Cuñapirú, rápidamente se salpicaron de rostros curtidos por el frío invernal, manos callosas lavando el cascalho con el agua hasta los muslos, coreografías espasmódicas de oscuras curvas dorsales chorreando sudor, castigadas sin tregua por el sol despiadado del estío, brazos hercúleos tiranizados por el ritmo de palas, picos y palancas, la avidez y la ilusión palpitando en los cuerpos incansables, siempre al borde del desaliento, la impotencia, las saudades. (Pasado ese medio siglo, esos mismos apacibles paisajes serranos habrían de salpicarse de otras cosas, cuando la búsqueda, extracción y procesamiento industriales del oro comenzaran a transformar el ethos y el pathos de la región… y así habría de ser durante unas cuantas décadas y, sorteadas algunas largas e inclementes interrupciones, lo habría de seguir siendo… hasta hoy.) 38 Citado en Barrios Pintos (op. cit.:283-285). 30 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … yo sé donde hay oro: el último cateador “Yo sé donde hay oro, yo sé los lugares donde hay más oro”39, me dice, como al pasar, el último cateador uruguayo –cateador es el término que él mismo prefiere–, nacido en Minas de Corrales en 1922. Don Tito Pereira, personaje ilustre del lugar, habla animadamente en el comedor diario de su modesta casa frente al Hospital, el primero en construirse en el departamento (y, aún hoy, el único del interior del departamento). “Yo conozco la zona como nadie, creo que sí. Nadie conoce así. Conozco todos los lugares. (…) Y conocía los lugares mejores, tanto en los arroyos como en el campo”. De repente se levanta de su silla y me anuncia, señalándome la habitación contigua: “voy a mostrarle el oro”. Regresa con una cajita de madera, la apoya con cuidado sobre la mesa, la abre. Como un mago que prestidigita en su chistera, saca de a uno sus conejos: pequeños lingotes con aspecto de plomadas de pesca, piedras con incrustaciones resplandecientes, una, dos, cuatro pepitas de oro, alguna del tamaño de una almendra. “Esta grande pesa unos veintisiete gramos. Imagínese la cantidad de anillos que se pueden hacer con esto. ¿Usted sabe que un gramo de oro da para hacer un hilo de más de un quilómetro? Sí, sí, con un gramo. Porque es el metal más... el metal que se puede afinar más”. Apoya en la mesa otras dos pepitas. “Este oro es muchísimo más puro que el que uno ve por ahí, en una joyería. Ellos hacen siempre con oro dieciocho. Este oro da veintitrés quilates. He mandado analizar…”. “Tito Pereira es un referente en Minas de Corrales”, afirma con convicción Raúl Armand’Ugón40, “sin duda que es la persona más destacable. Por toda su historia, y por lo que sigue haciendo hoy en día. Y por toda la cuestión de la minería… por ser el último garimpeiro Este testimonio de Tito Pereira, así como el resto de los que se transcriben en este apartado, fueron tomados de dos de las entrevistas en profundidad que mantuve con él (las realizadas el 26 de junio de 2005 y el 27 de febrero de 2009). 40 En la actualidad Raúl Armand’Ugón desempeña el cargo de Coordinador de Juntas Locales de la Intendencia Departamental de Rivera. (Ya lo era al momento de la entrevista, el 27 de setiembre de 2006.) En el período de la administración departamental anterior (desde marzo del año 2001 hasta fines del 2005) fue Secretario de la Junta Local de Minas de Corrales. 39 31 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … que queda, claro”. “El Tito sabe mucha cosa”, me dijo un día Don Ariel Pereira41, “y por supuesto que no lo cuenta, pero yo no conozco otro medio de vida del Tito que no sea el de buscar por ahí, pero con la suerte que tienen los mineros, ¿no?, un día encontrás una pepita y te ganás un montón de plata y de repente te pasás seis meses sin…”. Hace mucho tiempo que Don Tito es la persona más querida y reconocida de Minas de Corrales, y no sólo por lo inusitado de su oficio, por el pintoresquismo con el que se lo suele revestir, sino, por encima de todo, por su hombría de bien, por su amor hacia Corrales y los corralenses, construido con una modestia y una entrega inusuales. “Tito Pereira es el último de los mineros, el último conocedor de todo eso”, enfatizó Don Ariel Pereira, “y no se le ha dado el valor que tendría que habérsele dado. Es otra de las cosas en las que la Intendencia está en un debe allí. La Intendencia tendría que haber hecho con el Tito lo que en Tacuarembó se hizo con el Museo del Indio”. Es cierto, “Tito es muy abierto, muy generoso, y quizás por eso siempre fue explotado, y no sólo en las minas…”, comenta con un mal disimulado pesar Marta Rodríguez, su esposa desde hace media centuria. “Aún hoy, Tito no es recompensado como merecería. Tito hasta encontró diamantes, amarillos y blancos. Y fue por la fama de Tito como buscador y cateador de oro que empezaron a venir distintas empresas”. Sin dar tiempo a nada, agrega, entre divertida e indignada: “la gente decía: ‘ella se enamoró porque sacaba oro’. Pero no. Tito era zapatero. Tenía tres empleados y un oficial. Los zapatos se vendían en la casa de adelante, que antes la alquilábamos. En realidad, Tito está jubilado como zapatero”. Don Tito asiente: “sí, mi oficio era de zapatero”. Pero antes de eso ya se había interesado por el oficio minero: “aprendí a catear en el año 35, ahí empecé a aprender, que fue cuando se reactivó la mina por cuenta de UTE. En el 35 UTE empezó a explotar las minas, (…) aquí en Minas de Corrales, en una galería ahí... en dos galerías, muy muy ricas, que tienen mucho oro...(42). Y había un minero que paraba en la Ese día fue el 27 de febrero de 2009, en que mantuve con él una entrevista en profundidad. 42 Esas dos galerías, me aclaró Don Tito en otra oportunidad, eran la mina “San Gregorio”, que era la más grande y la más rica (tanto que aún hoy se sigue explotando, aunque con una tecnología muchísimo más sofisticada) y la mina “San Gabriel”, cuya boca da al arroyo Corrales y cada tanto se abre al acceso del público. 41 32 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … casa de mis padres, y él era... él aprendió de minero porque trabajó en una mina de cal, en una calera, entonces tenía práctica... para abrir... los pozos. Él era práctico. Entonces lo contrataron, con otros más... y ahí en las minas de acá trabajaban unas quince o veinte personas. Y ahí yo entraba con él, como él paraba en mi casa... A veces, cuando los capataces no estaban, yo me colaba para entrar en la galería”. Desde que lo conoció, el trabajo de galería le llamó la atención: “me gustaba cómo perforaban las rocas. Se hacía de a dos: uno afirmaba con fuerza el pistolete en la roca, que era como un cortafierro de punta cuadrada muy afilada, y el otro le daba con el marrón. Después, en esos agujeros ponían la dinamita, que la hacían estallar en los cambios de turno, o sea, a mediodía o al caer la tarde. Prendían las mechas y todos a correr pa’ fuera. (…) Era peligroso eso, había que contar bien los tiros, porque si uno de los cartuchos de dinamita no explotaba entonces podía explotar después, con gente adentro. Y por eso también se hacía cuando terminaba el turno”. “Él era un chiquilín cuando fue medio adoptado por un señor de apellido Rodríguez”, me dijo Selva Chirico, hija de un muy buen amigo de Don Tito, “que ese sí era minero, experimentado, de los que había quedado sin trabajo, entonces hacía el cateo para sobrevivir… Vicente Rodríguez. (…) Él le enseño, le transmitió su técnica, y Tito la aprendió. Durante años él no fue minero, fue zapatero. En determinado momento decide hacer esto por hobby, pero empezó a ver que le daba dinero”. Don Tito, entonces, comenzó a aprender el oficio de cateador en su adolescencia, a sus trece o catorce años, antes de aprender el de zapatero. Así se lo había destacado, algunos meses atrás, a Carlos María Domínguez: “yo no tenía edad para trabajar en las minas, pero me pasaba el día detrás del mineral y no quería hacer otra cosa que buscar oro. Un hermano mayor le dijo a mi padre que tenía que sacarme esa idea de la cabeza y ponerme a aprender un oficio que me sirviera para el futuro. Había un zapatero que alquilaba el zaguán de mi casa y me pusieron a trabajar con él. Aprendí el oficio a la fuerza, 33 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … me gustó, (…) pero cuando terminaba el horario y los fines de semana, salía a buscar piedras. Nunca dejé de hacerlo”43. Pero nunca trabajó como minero asalariado. En los últimos años, sin embargo, a demanda de las grandes empresas que han sucesivamente monopolizado la explotación aurífera industrial en la zona, sirvió como una suerte de baqueano asesor: “en este período me llamaron, yo andaba con ellos mostrándoles lugares, les mostré todos los lugares donde había más oro. Yo sé los lugares donde hay más oro, acá, allí, allá, y donde hay más oro yo les mostraba... Les decía: ‘acá hay poco, acá hay más...’. Y así como yo sacaba oro, yo conocía los lugares mejores. Esos otros donde había poco, los dejaba para...”. La frase queda colgada en la boca de Don Tito, inconclusa. No hace falta aclaración alguna. “Sí, fue en el principio cuando venían muchas compañías mineras, venían y les mostrábamos los lugares. Yo iba con ellos y estaban unos días, abrían canales y abrían trincheras, a pico y pala, ¿no?... y no era redituable para ellos, y así, venía una y venía otra... hasta que se plantó una. (…) Eso fue en el 95, por ahí. (…) Sí, yo desde el principio los guié por todos lados, ellos tomaron el lugar mejor, Castrillón, Nueva Australia, Cuñapirú, Esperanza, Picaflor… (…). Después empezaron a perforar ahí, perforaron todo...”. Jamás utilizó explosivos; tampoco trabajó a cielo abierto, como se hace ahora, ni en galería, como en los primeros tiempos: “yo nunca trabajé en la mina. No, siempre anduve como explorador, buscando...”. El trabajo en las minas de galería “al principio parece feo. Pero no, después se acostumbra... Trabajaban con luces a carburo. Y esta mina fue una de las minas más ricas. La que está acá, que pasa debajo de las viviendas, todo por ahí”. Sí, aunque parezca mentira, por debajo de buena parte de Minas de Corrales “corre” el oro. La sola idea de estar encima de galerías subterráneas es estremecedora. “Yo a Tito lo escuché decir siempre que la cantidad de oro disponible en la región de Minas de Corrales era suficiente para sustentar a muchas familias”, me dice Eduardo Palermo. “Y también lo escuché decir muchas veces que era posible desarrollar proyectos de minería familiar. Bueno, el único caso que yo conozco es el de Tito Pereira y su familia. Y me consta que, de alguna manera, Tito ha sido una persona 43 Domínguez (2004:120). 34 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … abierta a promover el conocimiento de cómo buscar el oro y de cómo trabajarlo. Obviamente, no ha revelado nunca sus fuentes de extracción, pero no ha habido tampoco, en ese sentido, una organización social…”. Hubo, más bien, iniciativas individuales, como las de Don Tito, siempre impulsadas por la ilusión y sostenidas con esfuerzo y persistencia, que raramente crearon más riqueza que la necesaria para vivir con cierto decoro. Don Tito, su batea, su oro. (Fotografía de E. Andina) “Y aprendí mirando... y aquel minero me enseñaba. Después los días que no trabajaba, nosotros salíamos a buscar oro...”. Claro que las cosas no son tan fáciles como deja entrever Don Tito. Hay que saber. “Sí, hay que saber reconocer las piedras”, admite. “Aquel hombre, el minero práctico... él me enseñaba. Me mostraba la piedra, este... lo que no era oro y lo que era oro, porque vienen otros minerales que son muy parecidos. Bueno, y yo fui aprendiendo. Ya al año, más o menos, yo ya conocía bastante. Y salía con él, y con los otros mineros viejos que había. Yo también me acercaba a ellos y ellos me explicaban”. Hay que saber. Cuando se catea en los arroyos, hay que conocer palmo a palmo el lugar. Saber cuáles son los arroyos más ricos, en qué recodo hay que meterse y buscar. “Nosotros vamos... nos metemos ahí en el arroyo, el agua misma se va encargando de ir dejando al oro en cierto lugar, en ciertas vueltas de los arroyos, donde se serena el agua, él se queda. Donde hay corriente, no para. Y no es en la arena viva, en la arena viva no. Es adonde hay mucho pedregullo, donde hay mucha piedra, canto rodado. Ahí es donde él tranca. Ahí lo detiene”. Análogamente, cuando la prospección se hace en el campo y la extracción a piqueta (si el metal asoma en superficie) o a pico y pala (si se presume que está bajo tierra), hay que tener el ojo entrenado para reconocer las piedras de cuarzo aurífero y evaluar, in situ, las que vale la pena seleccionar para su posterior laboreo. Hay que saber, con ese 35 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … saber criollo que sólo se adquiere a fuerza de experiencia y sacrificio, aciertos y fracasos, destreza y sudor. “A veces encontrábamos mucho oro, en los campos, en las piedras. ¿Y usted sabe lo que hacíamos? Llevábamos una lona de camión, que conseguíamos, y la extendíamos en el suelo, y ahí íbamos poniendo las piedras... Hacíamos un cerro de piedras... piedras con oro... Después nos iban a buscar. Y aquí era un patio, aquí no había casa, y aquí yo tuve... llegué a tener diez toneladas de piedra con oro. ¡Diez toneladas! (Fue ahí que se enteró… que vino esa empresa para Zapucay, traída por el General Hontou, en tiempos de los “Bateando” en una cañada de la zona. militares)”. Hasta ahí, apenas el comienzo del proceso: llegar a las piedras elegidas, a pico y pala, amontonarlas, cargarlas, transportarlas, descargarlas. Después, la molienda, trabajosa, agotadora. “Con esa cantidad de piedra, íbamos eligiendo las mejores. Tenía –y tengo– un mortero, uno de los morteros que vinieron cuando recién descubrieron oro. Fue Gregorio Suárez el que trajo los morteros, que pesan doscientos quilos. (…) Y yo... con ese mortero, ahí, en la casa de mi padre, que tenía herrería... Estaba agujereado. Le mandé poner un fondo y lo empecé a usar. Siempre lo estoy usando”. Don Tito me pide que lo acompañe hasta el fondo de su casa, mientras me explica que él amontona piedras y aprovecha a molerlas cuando hace demasiado frío como para salir a catear. Allí, entre montones de piedras y misteriosos (para mí) enseres para su laboreo, me muestra, con una extraña mezcla de modestia y orgullo, un inmenso y añoso mortero –“esto pesa trescientos quilos”, me dice señalando el pisón–; con la ayuda de uno de sus hijos, lo pone en funcionamiento: el grueso vástago de hierro cae con fuerza y hace estallar con inusitada violencia las piedras que Don Tito había colocado en el depósito de molienda. “Tito fue compañero de escuela de mamá”, me comentó un tiempo después Selva Chirico; “era muy amigo de mi padre, y heredó la máquina trituradora de mi tátara-abuelo, que es la máquina que él 36 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … tiene. (…) Mi padre se la dio en una jornada de cacería, (…) en la que diezmaban a la población de fauna local, de carpinchos y hasta águilas, cualquier cosa les venía bien, una depredación espantosa… Pero antes se hacía. Y Tito era uno de los asiduos concurrentes. Y mi padre le regaló esta máquina”. Ese mortero, según me aseveró Selva con firme convicción, “fue el primero que vino al pueblo”, y había sido propiedad del bisabuelo de su madre, Don Fermiano Paz Brisolla, uno de los pioneros que realizaban lo que Selva denomina “explotación empírica” en la zona, ya en los años cuarenta y cincuenta del siglo XIX (esto es, unos cuantos años antes del establecimiento de Barrial Posada en Cuñapirú); la mayoría de esos “pioneros autónomos (…) habían adquirido oficio en zonas mineras de Brasil”44. El proceso não para, enseña Don Tito: del campo al taller, del taller al campo, de vuelta al taller. Hay que saber: cada fase requiere mucho esfuerzo, mucha pericia. “Después que queda el polvo hay que llevarlo hasta el arroyo, el arroyo lo limpia... Quinientos o mil quilos de polvo, y ahí se pasa tres o cuatro días, con mercurio, un poco de polvo, tres, cuatro, cinco quilos de polvo... Y ahí empieza, con un palito, y le da, le da, le da, haciendo así, entonces la arena empieza a moverse y agarra velocidad... veinte minutos sin parar. Entonces los minerales más pesados bajan, lo más pesado queda abajo. Y el mercurio, que también es de los pesados, baja más... adhiere al palito ese... y bueno, y ahí lo junta. El oro que toca eso ya... queda aglomerado con el mercurio... Forma la amalgama, ¿vio? Se forma una masa. Si usted quiere que endurezca, pone arena con oro, y arena, arena, arena... y al final queda duro, agarra el mercurio con la mano, el mercurio con el oro. (…) Después que usted está terminando de lavar, se lleva al agua –siempre el agua–, zambulle la olla y hace como con la batea pero distinto. Y al entrar el agua en la olla, como la arena es finita y es polvo, el agua va sacando la arena. En cinco o seis minutos, con cuidado, la arena le saca todo. Y ya quedó el oro separado del mercurio. (…) Eso lo aprendí con los mineros viejos, que hacían ese Chirico (2005:34). De acuerdo con lo que plantea esta historiadora, “a mediados del siglo XIX, científicos hacen menciones a cateadores cuya metodología de trabajo nos lleva a pensar que se tratara de mineros ‘empíricos’. José Ma. Reyes afirma que habría en el Cuñapirú «... una arenilla aurífera que se extrae frecuentemente por alguno que otro explorador afortunado que persevera en la tarea de buscarla en la misma sílice haciendo excavaciones más o menos profundas…»” (ídem:35). 44 37 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … proceso. Y después con un crisol fundía todo. (…) Nosotros vendíamos el oro fundido, nosotros mismos tenemos un crisol. Tenemos un crisol, completo, tenemos todo”. Todo este complejo proceso se simplifica cuando se catea en los arroyos: “en los arroyos el oro ya sale pronto, sale puro, sale libre. Pero en el campo, tiene que traer la piedra, quebrarla, molerla, dejarla como harina... La piedra queda impalpable, y es la forma en que usted después recupera el oro de ahí, de lo molido... Hay un proceso más largo... Claro, en el arroyo ya el proceso se hace naturalmente... Después de unos quince o veinte días, cuando llegábamos a la casa, con el oro ya pronto, prácticamente sólo era prepararlo acá... Más fácil. Pero es un trabajo que hay que hacerlo en verano... Porque en invierno...”. Don Tito habla de los rigores e inclemencias de su oficio sólo cuando le insisto para que lo haga. El invierno es crudo en esta zona: “claro, hay que entrar en el agua, a veces con palas largas, y estar ahí un buen rato”. Ese buen rato depende de la suerte, me dice Don Tito, tanto como, supongo, de la paciencia y del temple del cateador. “Después de estar metidos en el agua en el lugar que habíamos elegido”, continúa, “con cabos largos íbamos sacando la arena con pedregullo, poníamos la batea... así, moviéndola de esta manera, ¿ve? A la batea se le van dando golpes y va saliendo la arena, va saliendo, saliendo, hasta que queda un poquito en el fondo. Donde queda poco, donde queda poquita arena, le empieza a dar golpecitos y empieza a ver los minerales que están en el fondo, porque todo lo pesado queda en el fondo. El oro es de los minerales más pesados. Y entonces viene casi siempre con un polvo negro, de hierro... Nosotros le decimos hierro pero es una limonita. (…) Bueno, y ahí aparece el oro. Ahí, si hay oro, aparece ahí”. 38 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … El cateo en arroyo, un oficio forjado hace casi dos siglos que se ha mantenido prácticamente incambiado a lo largo del tiempo y a lo ancho del espacio. Uno de los estudios realizado en 1930 por Diego Rivera para su mural “Alegoría de California”. (En California a los cateadores se les llama gold panners, bateadores o gambusinos; en Italia, “piscatores di oro”.) El bateo, la batea. 39 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Cualquiera sea el procedimiento que se siga para el laboreo de la piedra, cualquiera sea la estrategia extractiva que se adopte, tanto en los arroyos como a flor de tierra –y mucho más, evidentemente, cuando hay que aventurarse por la estrechez y humedad de galerías subterráneas, grutas naturales u oquedades en las rocas–, hay que saber. Pero además hay que tener altas dosis de tenacidad, perseverancia, temple, paciencia… y otras variantes nutricias de la fuerza interior. Sin todo eso se vuelve imposible soportar largas horas en la inclemencia de la intemperie, con el lomo inclinado en los arroyos, el agua cubriendo las rodillas, moviendo con pericia el carumbé45, una vez tras otra, hasta que los ojos, exánimes, dejan de ver. Sin todo eso –tenacidad, perseverancia, temple, paciencia…– también se vuelve imposible no sucumbir ante el esfuerzo que exige el largo y complejo proceso del tratamiento artesanal de las piedras de cuarzo (presumiblemente) aurífero extraídas a pico y pala de las entrañas de la tierra: transporte de los cascotes desde el sitio original hasta el improvisado taller, selección de las piedras, molienda; luego, traslado del material pulverizado hasta algún arroyo para proceder al lavado, el amalgamiento y un nuevo lavado; enseguida, otra vez en el taller, el fundido del polvillo para hacer bolitas o lingotes. Recién entonces, hay que ocuparse de la venta –que también tiene sus secretos y dificultades–, cuyo producido espoleará el inicio de un nuevo proceso… Hay que saber, es cierto, pero también reconocer, como hace Don Tito, que en aquel entonces –fines de los años treinta– las circunstancias eran muy favorables: “en esa época había mucho oro, aflorando nomás, por arriba de la tierra. Se veía el oro, las piedras llenas de oro. (…) Y... bueno, como le digo, habían más o menos treinta familias, hombres y mujeres, buscando el oro por las calles, por acá... Porque en esa época era todo de piedra las calles, venía un agua y... aparecían las piedras. La gente andaba con un bolsito a media En lengua guaraní carumbé significa tortuga. Carumbé es el nombre de un arroyo de la zona (ergo, “arroyo de las tortugas”), y a partir de él tomó su nombre el cerro contiguo. En el interior del estado brasileño de Bahía –por lo menos en su zona de mayor actividad minera a principios del siglo XX– también se denominaba carumbé a la pequeña batea cónica de madera utilizada en el cateo de arroyos, seguramente en virtud de su similitud con una caparazón de tortuga. Las bateas utilizadas por Tito, confeccionadas en madera de ceibo, siguen el modelo de las bahianas, aunque son algo más grandes. 45 40 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … espalda y un martillo en la mano. Y venían para el pueblo gente que vivía más afuera, a hacer compras, y ya venían quebrando piedras”. Unas treinta familias, hombres y mujeres, quebrando piedras, martillo en mano y capanga a la espalda, alterando la serenidad del pueblo. Y otras tantas, recuerda Don Tito, a unos pocos quilómetros: “mucha gente, por las orillas de los arroyos, tanto en el Corrales como en... Bueno, en todos los arroyos, empezando de acá de Corrales, Santa Bárbara ahí, el otro arroyito que hay, y después San Pablo más allá, hasta Cuñapirú...”. Toda esa gente “llevaba la piedra a la casa y molía ahí; cada uno tenía su morterito, un mortero chiquito. Llegaba la tardecita y usted sentía a la gente golpeando (…). Hombres, mujeres, muchachos… acá en Corrales. Pero mire, había una cantidad de gente... Todo el mundo sacaba oro”. Una de esas anónimas mujeres, digna representante de la estirpe minera corralense –hija, esposa y madre de mineros46, minera ella misma– protagoniza un emotivo testimonio de Selva Chirico: “mi bisabuela se quedó viuda de su marido minero cuando estaba embarazada de su última hija, y tenía un último hijo varón que ya era minero, era un muchachito, un chiquilín, pero ya era minero, y ese muchacho se muere también en una explosión en una mina. El marido en realidad se murió de una septicemia después de que le sacaron una muela; la infección tomó cuenta de su cuerpo y se muere. Y entonces ella queda viuda y sin el único hijo varón, que era quien podría ayudar a sustentarla. Tenían campo, pero el campo prácticamente no daba mucho. Entonces ella decide pasar a ser minera también, como muchas mujeres(47). Como tenían el arroyito San Pablo dentro de su campo, bateaba en el arroyo, es decir, buscaba oro en el arroyo, y así crió a seis hijas mujeres, a las que les dio maestra particular –así tenía que ser, porque era en campaña–, les enseñó francés y un instrumento musical a cada una”48. Esta mujer, bisabuela de Selva, era hija de Don Fermiano Paz Brisolla, uno de los primeros mineros, que entre la tercera y la cuarta década del siglo XIX ya cateaba en la zona de Cuñapirú. 47 En efecto, fueron muchas las “hijas de mineros, esposas de mineros, (que) se ganaban la vida bateando en los arroyos el pan de sus hijos” (Hernández y Chirico, 2004:120). 48 El bateo en arroyos ha sido una actividad que las mujeres han realizado desde hace muchísimo tiempo. Así está documentado, por ejemplo, en la Geographiká del griego Estrabón (geógrafo e historiador nacido hace más de dos milenios en territorio que hoy 46 41 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Eran otros tiempos, evidentemente. Don Tito los evoca –y los invoca– con cierta nostalgia: “la gente molía su orito, todo los fines de semana, y bueno, iban a vender. Preparaban las bolillitas de oro y llevaban a vender. Pesaban en una balancita de precisión que tenían, ponían allí las pesitas y... tanto, tanto de oro. Pagaban. Casi siempre los comerciantes ponían dentro de unos frascos, que eran así, más o menos, de este tamaño, como los que hay ahora, esos de Bracafé. Hay gente vieja aquí que sabe... ellos ponían los frascos con bolillas de oro, cantidad... Llegué a ver frascos casi llenos, ahí en el estante. Y la gente iba y nadie tocaba. Otra época, ¿no? ¡Qué época! Ponían ahí, compraban y ponían allí adentro. Usted desde el mostrador veía”. Todo el mundo sacaba oro, como un siglo antes. Pero quizás nadie, como Don Tito reconoce, en tanta cantidad como él, y con la calidad que su oro alcanzaba al final del proceso: “yo siempre pedía más, porque el oro mío era mejor… La gente sabía que yo no engrupía a nadie, que el oro que yo vendía era oro puro. (…) Por eso el oro siempre yo lo vendo más del valor. Me lo sacan de la mano, porque conocen el oro que yo saco. Ya es muy reconocido mi oro, y saben que yo no pongo otra cosa. Hay gente, de antes, yo me acuerdo, que limaban las alhajas para entreverar con el oro... era más impuro. (…) Saco de todos tamaños, pero casi siempre orito fino. Y yo llegué a hallar, en un arroyo, una pepita de treintaiún gramos y medio de oro macizo. Así de grande, como un huevo de paloma, más o menos, un poquito más grande que la que le mostré recién. Eso fue hace veinte años, justo el día antes de cumplir sesenta y seis”49. A quienes conocen Corrales, su génesis y su historia, no les debe extrañar que el último garimpeiro haya llegado al mundo por el oro de Minas de Corrales, que hace casi un siglo atrajo a un carpintero carpinteriano: “mis padres no nacieron acá pero son de cerca, de Carpintería, por ahí. (…) Mi padre vino... por las minas, en tiempo de pertenece a Turquía), quien relata el modo en que las mujeres del pueblo galaico de los ártabros (o arrotrebas, tribus de origen celta que, hasta la invasión de Julio César, ocuparon vastas zonas del noroeste de la actual España) cateaban oro con bateas de madera (cf. Estrabón 2001:2) 49 El martes 3 de mayo de 1988 el diario montevideano La Mañana publicó una crónica bajo el título “Conmoción en Minas de Corrales. Hallan la pepita de oro mayor de este siglo”. Allí se señalaba que el día 5 de febrero de ese año Tito Pereira había hallado en una cañada cercana a Corrales una pepita de “treintaiún gramos de oro puro”. 42 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … los ingleses. (…) Era carpintero mi padre. Vino como armador, para hacer en las bocas de las minas… armaba con tremendos palos de eucaliptus y de otras maderas... armaban para asegurar la boca de la galería, para que no se desmoronara. Claro, que es donde puede haber peligro es en la boca, después usted entra para adentro y hasta es más firme que estar acá. Ah sí, usted entra para adentro y... muy firme”. Don Tito, con sus 86 años a cuestas, personaje emblemático del pueblo, último exponente de un oficio hace tiempo extinguido, sigue cateando en los arroyos de la zona, despuntando el vicio de una labor orejana, aprimorando una práctica que ha dejado a mucha gente en el camino, un camino que hace tiempo que ha dejado de existir. “Desde esa fecha, nunca paré”, dice con orgullo profesional. “Siempre seguí buscando. (…) Hasta ahora estoy con mis cosas... Hasta ahora. Ahora saco poco, porque los hijos todos están trabajando. Antes, cuando ellos no trabajaban, salíamos. (…) Al principio dormíamos a la intemperie. Después ya tuvimos carpa. (…) Cuando era zapatero y salía a catear los fines de semana, cuando encontraba mucho oro, volvía a cerrar la zapatería y me quedaba en el campo. Pasábamos hasta veinte días acampados. Eso, ah sí, eso es precioso, usted está agarrando aire libre ahí, en una carpa…”. Don Tito, con sus ochenta y seis años a cuestas, sigue cateando en los arroyos de la zona, sumando ingresos económicos a su magra jubilación como zapatero, y también sobrellevando algunas situaciones amargas. En una pausa de nuestra conversación en su pequeño museo –privado pero abierto a todo público–, montado con muchísimo cariño, sentido práctico y voluntad pedagógica (y sin ningún apoyo estatal), Don Tito me muestra, con franco orgullo, una gran cantidad de objetos que recogiera en sus cateos en la zona: puntas de flecha, boleadoras, monedas antiguas, cascotes con incrustaciones minerales, piedras de cuarzo con pintas de oro, arena aurífera, pepitas de varios tamaños. “Estas son para usted”, me dice mientras pone en mis manos dos piedras de tamaño mediano, con unas cuantas incrustaciones brillantes, algunas como pecas, otras como finas venas. “Eso que brilla es oro”, se apura a aclararme, “todo lo que brilla es oro”. Ese inequívoco gesto de generosidad se hace más grande con lo que me 43 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … cuenta enseguida: “usted no se imagina la de piedras que me han robado... Y no te vayas a creer que fueron unos pelagatos, no, no, no. Es gente que vino en buenos autos acá. Así, me la robaron cuando yo me daba vuelta, se ve que para ordenar otras cosas, y me faltaban las piedras… Vea, ¡en mi propia cara!”. No hay rencor en su voz, pero su rostro revela cierta decepción: “y yo qué voy a andar contando piedras y después contándolas de vuelta, no, no. Yo soy de buena fe”. Algunas semanas antes José Alfredo Oruezábal me había comentado algo casi idéntico, recordando una charla que había mantenido con Tito algunos años atrás: “a mí me mostró unas piedras... y me dijo: ‘y mirá, me robaron la mejor’. –‘¿Mejor que ésta, todavía?’, le pregunté. Era prácticamente oro, oro macizo, ¿eh? Él me mostró una piedra, que la mires por donde la mires, todo oro. –‘Sí, la mejor me la robaron. No te voy a dar nombres, pero vinieron en muy buenos autos’, me dice. ¿Te das cuenta? ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad!”. No fue la única situación amarga y decepcionante en la que Don Tito se vio involucrado. Unos años atrás algunos vecinos corralenses promovieron la creación de un “Museo del oro” con apoyo económico estatal, pero la iniciativa se frustró cuando el dinero asignado para ello desapareció misteriosamente50. “Fijate”, me había dicho José Alfredo, “vinieron no sé cuántos miles de dólares para el museo, y uno de acá, otro de allá... desapareció todo. (…) El museo se iba a montar en el local de la Cooperativa. Y después lo involucraron al viejo Tito... A él... ¿te das cuenta? No lo involucraron en el asunto del dinero, pero lo manosearon al viejo, de arriba pa’ bajo. Y le cortaron las alas. Y es lógico, es todo un personaje, y en cosas de oro, es la palabra mayor que tenemos. Por eso en ese momento le dije: ‘al único que le prestaría mis fotos para cuando usted esté al frente de eso es a usted’”. Algunos informantes me han señalado que esa desaparición no fue tan “misteriosa” como se cree. De todos modos, no es este el lugar para intentar esclarecer ese episodio y sus presuntos responsables. Más allá de ello, hay que decir que aquella iniciativa de creación de un “Museo del oro” no fue propuesta exclusivamente por corralenses “de pura cepa”. “En lo personal”, me dijo Eduardo Palermo, “más de una vez he presentado proyectos para la creación del museo del oro, del museo de la minería, del museo de esto, del museo de lo otro, y jamás hubo un apoyo firme, ni de ninguna institución pública ni de la propia población. Un museo, de alguna manera, conjugaría los esfuerzos, y sería un espacio en el cual las nuevas generaciones irían conectándose con esa memoria colectiva que de alguna forma se está perdiendo. Pero lamentablemente no han habido experiencias satisfactorias… y mirá que se ha intentado”. 50 44 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Don Tito y Doña Marta en el Museo del Oro, su casa. (Fotografía de Don Eduardo Andina) Aún cuando Don Tito comienza a dar señales de cansancio, es muy Don difícil dejar de escucharlo, renunciar a aprender con su historia y sus historias, a disfrutar con su rico anecdotario, a mantenerse inmune al contagio de su calor y su pasión… “Pero si quiere venir, venga cuando quiera, ¿eh?”. 45 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 46 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Santa Ernestina, el primer aliento Desde aquel mágico momento –el del hallazgo de pepitas de oro en lo de José Suárez– se corrió la voz, y es factible que haya llegado hasta el otro lado del océano, a la septentrional comarca de Irun (y también, quién sabe, hasta Bres, una pequeña aldea asturiana). De hecho, entre aquellos cateadores que acampaban a orillas de los ríos y arroyos de la zona, como antaño lo hacía Fermiano Paz Brisolla y como aún hoy lo hace Don Tito Pereira, había muchos inmigrantes europeos –españoles, británicos, vascos, italianos, franceses51– que buscaban, junto a orientales y brasileños, el golpe de suerte que los habría de enriquecer de por vida. Quizás algunos de ellos volvieron a Europa y sus relatos tentaron a otros a probar igual suerte. El propio Barrial Posada, me dijo Selva Chirico, “se enteró de las famosas pepitas que había recogido Don José Suárez (…). Entonces Barrial Posada nada más que debe haber tomado noticia de que ahí había oro. Él viene sin decírselo a nadie, pero como hace el negocio, en realidad, con Nin Reyes, que era todo un empresario, lo vemos en otro tipo de empresas por ahí… Bueno, esa gente divulga el hecho…”. Es igualmente probable –o quizás más– que la voz haya cruzado el océano (también) por un canal más “oficial”: como ya he comentado, a la salida de la Guerra Grande, el 20 de julio de 1852, Federico Nin Reyes, un acaudalado hombre de negocios, denunció ante el gobierno varias minas situadas en los departamentos de Salto (de cobre) y Tacuarembó (de oro), y acompañó su petición con varias muestras, entre ellas algunas procedentes de las zonas entre Cuñapirú y Corrales, entre Corrales y Yaguarí, y en los Cerros Blancos. En esa nota Nin La cantidad de inmigrantes ingleses y franceses en esta parte del mundo había comenzado a crecer ostensiblemente hacia mediados del siglo XIX, sobre todo en virtud del apoyo que Inglaterra y Francia ofrecieron a Fructuoso Rivera durante la Guerra Grande (tanto en la defensa de Montevideo, sitiada por las fuerzas de Oribe, como en el bloqueo del puerto de Buenos Aires, dispuesto en 1845 para impedir que la flota porteña se pudiera movilizar para apoyar a Oribe). En cuanto a los vascos, quizás el contingente inmigrante más numeroso, “la primera oleada de la vasconia norpirenaica –los vascos de Euzkadi la llaman Iparralde– colocó 18.000 alienígenos en las calles de un Montevideo que en el año 1842 sólo tenía 40.000 habitantes. Dicha cifra de recién llegados (…) supera a la suma de los indios guaraníes y charrúas residentes en la Banda Oriental” (Vidart 1998b:14). 51 47 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … solicitaba al gobierno de Giró –“a V.E. pido y suplico”, escribió– que le expidiera “un título especial de denunciante” que le permitiera explotar esas minas, para lo cual necesitaba procurar en el extranjero “hábiles mineralogistas, máquinas y operarios diestros”52. El 27 de julio de 1852 el presidente Giró firmó un decreto donde “se declara al suplicante el derecho de primer denunciante a las minas de cobre (…) y a las de oro”53 referidas más arriba. Nin Reyes comandó trabajos de explotación en esas minas entre los años 1853 y 1866. En este último año, “por correspondencia particular, hizo cesión de sus derechos a la concesión minera al señor Dn. Clemente Barrial Posada, acto éste formalizado recién el 15 de junio de 1881 por escritura…”54. Recordemos, en fin, que José Alfredo Oruezábal está convencido de que su bisabuelo “se mandó a comprar esos campos (de Santa Ernestina) sabiendo muy bien que ahí había oro”; Don José Joaquín lo sabía muy bien, aunque nosotros (aún) no sabemos cómo lo supo. Pero si admitimos que fue en su Irun natal donde se hizo del dinero de su esposa, debemos convenir que aquel “sabiendo muy bien” fue anterior a su encuentro con Clemente Barrial Posada, seguramente ocurrido en Montevideo hacia 1867. “Ahí está es eslabón que yo no sé”, me dice José Alfredo Oruezábal, “yo desconozco cómo él vino a dar acá. Pienso que a través de algún contacto que tuvo con Barrial Posada”. A este respecto, es improbable que ambos pudieran haberse conocido en Europa. Oruezábal vivió en Irun hasta su partida hacia Uruguay, mientras que la peripecia vital de Barrial Posada (nacido en 1842 en Bres) lo dejó poco tiempo en España: a los catorce años marchó a Sevilla a cursar estudios de bachillerato y luego de ingeniería de minas, que más tarde perfeccionó en París. Poco después ingresó en una comisión científica española que debía dar la vuelta al mundo: “en 1862 cruzó el Atlántico, observó el cabo de Buena Esperanza y navegó el Índico. Al año siguiente, desembarcó en el Caribe venezolano, de camino a Caracas, Santa Fe de Bogotá y Quito. El periplo se Citado en “La primer denuncia formulada en 1852 por don Federido Nin Reyes”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:49. 53 Apud ídem:51. 54 Ibíd.:51 52 48 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … interrumpió en Lima, a mediados de 1864”55, apenas se declaró la guerra entre España y Perú. Ya de regreso en su patria, ese año (1864), “fue comisionado por el gobierno español para hacer estudios geológico-paleontológicos en Brasil, Uruguay y Argentina”56. En definitiva, la única posibilidad –aunque poco probable– de que Barrial Posada y Oruezábal se hubieran podido encontrar en Europa fue en el breve período en que Don Clemente hizo escala en su Asturias natal –unos pocos meses en el año 1864–, luego de su fallida estadía en Lima y antes de volver a partir, “ese mismo año”, hacia Recife. Es más probable, en cambio, que el encuentro se haya producido dos o tres años después durante el fugaz pasaje de Barrial por “la oriental Tacuarembó” (en aquel entonces, repito, el departamento de Tacuarembó incluía al actual departamento de Rivera) y por Montevideo, o bien una vez que anclara en esta ciudad (en el Gran Hotel Central, en la calle 25 de Mayo), donde además “se relacionó con el maestro catalán Pedro Giralt y comenzó sus investigaciones sobre la geología y riqueza mineral del norte” uruguayo. En efecto, “luego de desembarcar en Recife, recorrió la costa desde Bahía a Porto Alegre. Desde la capital de Río Grande do Sul, emprendió un accidentado viaje a la oriental Tacuarembó. Tras unos días en Montevideo, cruzó a Buenos Aires, y se dirigió a Jujuy, (dando inicio a) “un recorrido de 4.300 kilómetros, en el que arriesgó Olveira (op. cit.). Las fechas que aporta Olveira se contradicen con las que aparecen en un importantísimo documento que ya he referido, en el que se establece lo siguiente: “si bien el Gral. don José Gregorio Suárez (hoy finado) ha efectuado importantes trabajos en su mina ‘San Gregorio’, éstos datan desde fines de 1863, esto es, un año y medio después de los del señor Barrial Posada, y aún a éstos mismos fue él que les dio dirección al principio” (apud “Hace 116 años…”, op. cit.:25). Si es cierto que en el año 1862 Barrial Posada estaba en pleno periplo entre el Atlántico, el Índico y ainda mais, de ningún modo pudo, en ese mismo año, haber dado dirección a los trabajos mineros en la mina “San Gregorio”. Una de las dos informaciones es, entonces, incorrecta (o ambas). Por otra parte, no debe soslayarse que en la página 24 del mismo documento se establece que “en el año 1867 llegó a Cuñapirú el ingeniero don Clemente Barrial Posada” (aunque esto no contradice la posibilidad de que también haya podido estar antes, tanto en Cuñapirú como en San Gregorio, aunque el documento no lo mencione). En cualquier caso, en mi opinión la veracidad del documento en cuestión debe ser considerada con cierta cautela, ya que en ciertos pasajes parece haber sido elaborado y publicado, si no como panegírico, por lo menos como defensa de los derechos adquiridos por Barrial frente a algunos despojos que éste parece haber sufrido a manos de algunos oportunistas. 56 Apud “D. Clemente Barrial Posada”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:51. 55 49 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … temerariamente la vida57. (…) Finalizado el viaje de estudios, se radicó en Uruguay, atraído por la buena perspectiva que presentaba la salvaje riqueza de Tacuarembó”58. Ya establecido en Uruguay, “inició sus estudios sobre nuestra riqueza minera, a la que consagró sus conocimientos científicos y su fortuna personal, que empleó en varias empresas de explotación”59. Sin embargo, aquella hipótesis (la del encuentro entre Oruezábal y Barrial Posada en Montevideo en el año 1867) no excluye la anterior. En efecto, pudo haber ocurrido que ambos se conocieran en Europa (¿en Asturias? ¿en Guipúzcoa?) en el año 1864 y luego se reencontraran en Montevideo en 1867. (¿O un par de años antes en “la oriental Tacuarembó”? ¿O en la propia Montevideo, en esos días en que Barrial se dedicó a realizar una carta geológica de Tacuarembó, antes de la continuación de su vastísimo periplo explorador por América del Sur?) La verosimilitud de esta última posibilidad –la del encuentro o reencuentro de ambos en 1865– tiene a su favor la siguiente constatación: existe un documento público, fechado el 30 de junio de 1867, en el que se indica que “a la escuela de Cuñapirú asistían ya treinta alumnos varones”60. Esa escuela estaba emplazada, En ese monumental viaje el joven ingeniero “completó un extenso itinerario por la Guayana, colonial reserva aurífera. Remontó los poderosos Amazonas y Orinoco. Pasó por la brasileña Manaos, tentado por la «fiebre del caucho», la venezolana Maracaibo y la peruana Iquitos, con el deseo de retornar a Lima. Allí encontró la misma beligerancia que años antes, ahora, en aprontes para la sangrienta Guerra del Pacífico. Realizó una interesante prospección minera en el extenso altiplano. (…) Evitando hostilidades, bajó por los Andes, hasta la Tierra del Fuego. Regresó por la Patagonia argentina, La Pampa, Mendoza, San Luis, Rosario y Buenos Aires” (Olveira, op. cit.). 58 Olveira (op. cit.). 59 Barrios Pintos (op. cit.:17). 60 Este documento está aludido en Barrios Pintos (op. cit.:78). Es probable, aunque no del todo seguro, que esa escuela pública para varones haya comenzado a funcionar en febrero del año 1860 (cf. ídem:77). Haya sido o no así, el edificio de la escuela de Cuñapirú tuvo una vida relativamente breve: según otro documento oficial, en 1878 se construyó un nuevo local “destinado a la escuela primaria en el distrito de Cuñapirú y Corrales, pues el local que antes tenía había sido demolido por los propietarios del campo donde se hallaba dicha escuela” (ídem:78-79). Si estoy en lo cierto, “los propietarios del campo” en cuestión eran José Joaquín Oruezábal y María Yustede. A pesar de no contar con datos censales, la población de la zona había crecido a partir de los años sesenta, principalmente en virtud del atractivo ejercido por la “California” oriental, crecimiento que aumentó ostensiblemente hacia finales de la década, cuando ya existían en la zona unos cuantos emprendimientos mineros organizados. No obstante, hacia 1884, según lo comentado en una crónica periodística, “en Santa Ernestina no 57 50 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … seguramente, en uno de los edificios que José Joaquín Oruezábal construyera en “su” Santa Ernestina (paraje que en aquella época formaba parte de la zona conocida como Cuñapirú, nombre del distrito administrativo que integraba, junto al de Curticeiras –que actualmente es una localidad conurbada a la ciudad de Rivera–, la cuarta sección de lo que en aquella época todavía era el departamento de Tacuarembó). Siendo así, es lícito inferir que Don José Joaquín ya estaba afincado en Santa Ernestina en el año 1865, ya “sabiendo muy bien que ahí había oro”. Y, además, que ese “sabiendo muy bien” también se debe aplicar, por lo menos, a los padres de aquellos “treinta alumnos varones”, así como a otros muchos lugareños sin hijos (varones) o con hijos no escolarizados. En cualquier caso, entonces, esta doble (o triple) hipótesis permite explicar con cierta plausibilidad el hecho de que Don José Joaquín Oruezábal, antes de emigrar a Uruguay, ya supiera de la existencia de oro en la zona de Cuñapirú (y quizás también, por qué no, que haya llegado a esas tierras ya contratado como capataz en el pujante emprendimiento minero de Barrial Posada). Lo que podría contribuir a zanjar estas incertidumbres, por lo menos en parte, sería el título de compra de los campos de Santa Ernestina (documento que, a pesar de los esfuerzos realizados, no he podido conseguir). Sin embargo, aún prescindiendo de tal prueba documental, es altamente probable que Don José Joaquín Oruezábal y Doña María Yustede hayan sido los primeros vascos en echar raíces en la zona. En cualquier caso, es indudable que su permanencia en Cuñapirú, tan lejos de su madre patria, no ha sido en vano; entre otras cosas, ha legado una prolífica descendencia –cinco generaciones de corralenses– cuyo último brote es, por ahora, el pequeño José Joaquín Oruezábal (cuyo nombre fue elegido en evidente homenaje a su ilustre tátaratátara-abuelo). existía escuela ni maestro, pese a tener unos setenta niños en edad escolar, y en Cuñapirú seguía clausurada la escuela, quedando así unos treinta niños sin instrucción” (ídem:79). 51 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “… ahí mi bisabuelo, con capital de mi bisabuela, compra esos campos, que hasta hace poquito estaba la familia ahí. Hasta hace (unos) cuatro años o cinco, todavía estaba en manos de la familia. Sí, una tía viejita murió y otras, también viejitas vendieron (…). Pero hasta hace cuatro años todo eso pertenecía a unas primas-hermanas de mi abuelo. Ellas eran Yustede…”. (Testimonio y fotografía de José Alfredo Oruezábal.) 52 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … desde aquel mágico momento, se corrió la voz Parecería, entonces, que Santa Ernestina nació en los campos adquiridos por doña María Yustede Recarte y por la iniciativa de su esposo, Don José Joaquín Oruezábal. Una vez más: ¿por qué en ese paraje, en ese lugar sin nombre, en esa nada en los mapas? “Yo no sé por qué”, me comenta Selva Chirico, “yo creo que pudo haber tenido que ver con los líos de los títulos de Barrial Posada. Porque cuando Barrial Posada pierde la mayor parte de sus concesiones a manos de la gente de Latorre (–en el 78 las empieza a perder, porque hay varias ‘quitas’–(61), esta gente que le gana el pleito –bueno, las ‘quitas’ son a punta de facón–), esa gente instala la primera vivienda grande ahí, y pienso que a partir de esa primera vivienda (también había una posta de correo y otros servicios, que el propio gobierno decide Imágen cedida por el historiador riverense Eduardo Palermo, donde se ve “las primeras poblaciones en Santa Ernestina, aparentemente obtenidas desde una ventana de las instalaciones mineras. Estas fotos corresponderían a 1881-1882. Es una copia y no tiene indicaciones ni figura el fotógrafo. Al fondo se ven claramente los Tres Cerros del Tacuarembó. Actualmente quedan en pie tres edificios” (Palermo 2006). El primer despojo en detrimento de Barrial parece haber ocurrido, efectivamente, en 1878, año en el que formó, “con capitales americanos, otra gran empresa con un capital de diez millones de libras esterlinas, la que no llegó a venir al país a causa de haber sido aquél despojado de sus concesiones por el Gobierno de Latorre” (“D. Clemente Barrial Posada”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:53). 61 53 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … instalar ahí, y enseguida traen los telégrafos), sería un punto interesante para acercarse a ese lugar; la diligencia empieza a llegar ahí y no a Cuñapirú… Y entonces, me imagino yo, porque eso no lo he visto registrado en otros lados, que había un interés de vivir donde podía venir la gente, y ahí empiezan los comercios, se hace la panadería. Casualmente, la panadería la fundó el bisabuelo de mi marido…”. Eduardo Palermo aporta otra interesante información: “yo tengo algunas fotos de Santa Ernestina antes de la explotación minera y lo que se ve es la estancia que hoy existe, la estancia Betelai, que fue de alguna manera ocupada por la empresa minera y se utilizaron sus instalaciones para hotel, comercio, fonda, panadería, hasta para un pequeño teatro que funcionó allá por 1886, 1887”. “En esa casona nació mi abuelo” (José Alfredo Oruezábal). Esa estancia, la Betelai, aún existente con ese mismo nombre, fue, precisamente, la que estableció el matrimonio Yustede-Oruezábal, en medio de otras estancias donde, según Palermo, se empleaba mano de obra “guaraní-misionera o afro-latino-americana, por decirlo de 54 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … alguna manera”. “El oro de Santa Ernestina”, prosigue Palermo, “es descubierto allá por 1851, 1852, por un indio, según relatan los propios vecinos en un documento de 1880 (62), un indio que trabajaba como domador y que descubrió una veta de oro en una roca, de la cual extrajo una parte con un pico”. El episodio tiene ribetes turbadores: ese pedazo de roca con oro “fue exhibido en un comercio en Tacuarembó, probablemente en alguna pulpería de allí cerca, y Pablo Rosadilla, que era un español, funcionario del Estado uruguayo, encargado de recaudar las rentas en la región, tomó ese trozo de piedra con oro y denunció la mina como propia. Y allí es donde surge la mina llamada San Pablo, que es el nombre original. Ernestina es en realidad el nombre de la esposa de uno de los hermanos Birabén, no de Leoncio, que estaba en Francia, sino del otro(63). Por eso, cuando se crea la concesión minera de la ‘Compañía Francesa de Minas de Oro del Uruguay’, la mina San Pablo pasa a llamarse Concesión Mina Santa Ernestina”. Como sea que haya sido, hasta que aparecieron los primeros vascos, Yustede y Oruezábal, una con su dinero, el otro con su saber minero, ambos con un empuje y una astucia contagiosos, ese paraje era, en efecto, una nada en los mapas. (En opinión de Palermo, en cambio, a fines de los sesenta ya existía Santa Ernestina, y también los pequeños poblados de Cuñapirú y de San Gregorio; la mina que dio origen a este último, me dijo, “era explotada en forma más artesanal por Gregorio Suárez, que era su propietario, y Antonio Márquez, que fue algo así como el Ministro de Economía del gobierno de Latorre, quien heredó, de alguna forma, la mina de San Gregorio y la siguió explotando”64.) El documento al que alude Palermo es el que he citado antes (cf. supra, nota al pie 18, :24). 63 Alberto es el nombre “del otro” Biraben que en ese momento Palermo no recordó. 64 Antonio María Márquez era, hacia 1887, el propietario la mina “San Gregorio” y también Ministro de Hacienda. A fines de ese año integró, junto a cuatro ingleses, el directorio de la empresa “Campos Auríferos del Uruguay, Limitada”, constituida, según lo establece un texto que ya hemos citado (“D. Clemente Barrial Posada”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:54), “para adquirir y explotar la mina ‘San Gregorio’ situada en Corrales” (que era, repetimos, ¡de su propiedad!). Al año siguiente Barrial fue “votado para ejercer las funciones de director, previa cesión de parte de los terrenos que aún conservaba en un área de 153 cuadras cuadradas. (Pero) Barrial renuncia al mes siguiente, aludiendo tareas propias que no podía abandonar” (Chirico, op. cit.:38). 62 55 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Como veremos más adelante, habría de pasar muy poco tiempo para que Santa Ernestina se convirtiera en el principal centro poblado de la región. Santa Ernestina, hoy partida al medio por la Ruta 29, a mitad de camino entre Manuel Díaz y Minas de Corrales, tampoco aparece en los mapas actuales. Del esplendor que alcanzara en el último tercio del siglo XIX –un volumen poblacional considerable, una actividad industrial relevante, una vida social intensa– no queda (casi) nada, apenas el testimonio de algunos historiadores locales, el recuerdo nostálgico de unos pocos corralenses, alguna referencia anecdótica no demasiado difundida… (y, seguramente, algunos filones de oro en sus entrañas). También queda el testimonio –mudo– de un puñado de edificios en ruinas, taperas a la espera de mejor suerte, y la elegante casona, felizmente reconstruida a comienzos del siglo XXI por el actual propietario de esas tierras. “Hay una versión que dice que esos campos de Santa Ernestina fueron comprados a presión, a punta de facón”, afirma José Alfredo Oruezábal. “Y en esas épocas no se andaba con chiquitas. Andá a saber cómo fue. Pero… acá se vinieron derechito. Yo tampoco digo sí ni digo no. Porque... ¿vos sabés la historia cómo se escribe, no?”. Se vinieron derechito, siguiendo la tentadora llamada del oro. Es fácil de admitir: después de aquel insólito episodio, hoy devenido leyenda, de las piedritas de José Suárez rodando obscenamente por el piso de su 56 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … rancho, en la zona pasó a ser un secreto a voces que desde apenas entrado el siglo muchos lugareños, baqueanos y cateadores improvisados, semana a semana llenaban sus capangas con cascalhos resplandecientes, pepitas de oro y hasta algún diamante rosáceo, todo encontrado a flor de tierra: “aunque parezca mentira”, le comentó Selva Chirico a Armando Olveira, “hubo un tiempo en que el oro estaba esparcido por el suelo”65. En ese tiempo (primera mitad del siglo XIX) “nadie veía el oro que pisaba; ninguno bajaba los ojos para verlo, ni extendía sus brazos para recogerlo”66. Y así parece haber sido durante casi cien años, por lo menos hasta la década de 1930: “en esa época había mucho oro”, me dijo el último cateador, “aflorando nomás, por arriba de la tierra. Se veía el oro, las piedras llenas de oro”. Claro que en esa época, y durante algunas décadas más, Don Tito bajaba los ojos para verlo y extendía sus brazos para recogerlo. Así, desde ese mágico momento –el del hallazgo de pepitas de oro en lo de José Suárez–, se corrió la voz… Fotografía de la colección de Eduardo Palermo. Citado en Olveira (op. cit.). El testimonio, bastante desmesurado, está tomado del ya mencionado artículo periodístico de Lamas publicado en el “Jornal de Comercio” de Río de Janeiro en 1850, y reproducido en el número 4 (:45-55) de La Revista de la UTE, 1936:45. Este artículo fue luego reproducido (el 22 de agosto de 1852) en el periódico montevideano “Comercio del Plata”. 65 66 57 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … … tanto que a lo largo de los últimos tres años de la década del sesenta la zona de Cuñapirú estuvo marcada por una intensa y muy fecunda actividad minera67, y no sólo por la desarrollada por cateadores actuando en solitario: por un lado, cundían las explotaciones auríferas a cargo de unos cuantos contratistas de Nin Reyes, así como aquellas que desde comienzos del 68 había iniciado el monstruoso y tristemente célebre Gregorio Suárez (maliciosamente apellidado Goyo Jeta “en el afán peyorativo de quien no le guardó simpatías”68) en sus vastos campos del departamento de Tacuarembó; por otro, las que empezaron a realizarse a partir de la fundación, en mayo de 1868, de la Sociedad “Minas de Oro de Cuñapirú” (el 8% de cuyas acciones eran de propiedad del gobierno de la época), a cuyo frente estaba el técnico inglés Bankart. Esta empresa se disolvió al poco tiempo, como consecuencia de la Revolución de las lanzas, hito cardinal de la guerra que el coronel Timoteo Aparicio había iniciado contra el gobierno del general Lorenzo Batlle. “Al principio de 1869 existían en la región 31 vetas al descubierto y 2 aluviones en laboreo, que proporcionaban trabajo a 80 obreros” (Barrios Pintos, op. cit.:16). 68 Chirico, op. cit.:38. Habría que esperar un siglo para que emergiera, desde el fondo del mal, un impensado sucedáneo de aquel General “Goyo Jeta”, tocayo y colega de armas… y de monstruosidades. 67 58 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … la primera colonización europea de la zona minera Los hermanos Biraben no fueron los únicos empresarios u hombres de negocio que vislumbraron las potencialidades de la explotación aurífera en el triángulo Cuñapirú-Santa Ernestina-Los Corrales; análogamente, Barrial Posada y Victor L’Olivier no fueron los únicos técnicos –tampoco, admitamos, los únicos hombres de negocio– que lograron conocer con precisión y en su justa magnitud tales potencialidades. Aquéllos y éstos no fueron, tampoco, los únicos en comprar minas, obtener concesiones de explotación y recorrer la región palmo a palmo en busca de filones prometedores de buena rentabilidad. Así como los hallazgos de José Suárez –y, sobre todo, los de aquellos otros pioneros de la California oriental– dieron lugar a la aparición en la zona de Cuñapirú de una variopinta caterva de aventureros, lugareños y forasteros, súbitamente convertidos en cateadores, el breve período entre los años 1867 y 1873 fue escenario de la aparición de otra variopinta caterva, esta vez de empresarios y técnicos del sector minero (o súbitamente convertidos al sector minero), que se sumó a la anterior. Así lo consigna Chirico: “los registros documentales –de artículos periodísticos a científicos– dejan en evidencia una constante interacción entre criollos devenidos en mineros trabajando empíricamente y la intervención técnica y científica de los intelectuales pioneros”69. En uno de esos registros documentales (que no es, en rigor, un artículo periodístico ni científico) –un documento del año 1880 al que ya he hecho referencia repetidamente–, se deja constancia de la llegada a Cuñapirú de muchos técnicos, idóneos y “hombres de negocio”, en su mayoría europeos: en el año 1867 llegó Juan Yunyent (que se asoció con Barrial Posada, que había llegado unos meses antes); “a fines del año 1868 llegó a Cuñapirú el Ingeniero Mr. Rankar, inglés de nacionalidad”70 (quien unos meses después formó una empresa en Montevideo para la explotación aurífera sobre la margen derecha del 69 70 Chirico (2005:37). Apud “Hace 116 años…”, op. cit.:25. 59 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … arroyo Corrales); a comienzos de 1869 llegaron al distrito de Cuñapirú varias personas con intenciones (concretadas en casi todos los casos), de explotar filones y minas auríferas: “el Gral. Dn. José Gregorio Suárez (hoy finado)”71, “Carlos Chenes, francés; (…) Andrés Rocherd, inglés, de profesión minero”72. Luego, a fines de ese mismo año, “el Ingeniero Dn. Federico Caro, español de nacionalidad”, llegó a Cuñapirú con otros tres coterráneos73. Poco después, “en los primeros meses del año 1870, don Jaime Civils y otros de Montevideo, costearon hasta este distrito de Cuñapirú, al individuo Miguel Recoder, ex-empleado del Sr. Barrial Posadas. (…) A fines del año 1872 un señor Desiderio F. Lacueva (Comandante), en representación de los señores don Pedro Varela y don Carlos Tesano, de Montevideo, llegó hasta este distrito de Cuñapirú y con varios obreros intentó apoderarse de la Mina “San Pablo” propiedad del susodicho Sr. Barrial Posadas, en la que éste tenía obreros”74. El recuento de “intelectuales pioneros”, técnicos y científicos que recalaron en la zona minera en los primeros años del último tercio del siglo XIX no se agota en los que recién he mencionado. Del mismo modo, Gregorio Suárez y los capitalinos Civils (o Cibils), Varela y Tesano no fueron los únicos actores políticos y “hombres de negocio” que, a distancia, probaron suerte en la región. Hubo otras personalidades destacadas, “típicos empresarios del siglo XIX, (que) se asociarán con técnicos y financiarán empresas que o no sobreviven o cambian la titularidad de la sociedad anónima cuando ésta no cubre los gastos”75: Lafone, Hughes, Rücker, Jackson, Tomkinson. También cabría incluir, en este grupo, a otros dos “hombres de negocio” bastante más célebres: Francisco Piria (que realizó un anteproyecto hotelero o “estación de aguas” en Cuñapirú que nunca se concretó) y Emilio Reus, que durante los primeros años de la última década del Ibíd.:26. Ibíd.:27. 73 Ibíd.:25-26. 74 Ibíd.:27-28. 75 Chirico (2005:37-38). 71 72 60 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … siglo XIX fue propietario de la mina Zapucay, hasta que su emprendimiento se fundió76. Otro de los técnicos extranjeros que llegó al distrito de Cuñapirú a comienzos del año 1869 fue “el Ing. inglés Mr. Clens, (quien tenía) relación con un comerciante de Montevideo, Mr. Tonkimson, inglés”77. Según José Alfredo Oruezábal, Mr. Clens era un personaje bastante pintoresco: “por ahí está la foto de medio cuerpo de un inglés… porque ahí ya estaban los ingleses. Antes, decía mi abuelo, los traslados de oro se hacían en diligencia. E incluso se hacían de noche, no de día, de noche, supuestamente se hacían a Salto o a Paso de los Toros o a Durazno. O para el lado de Brasil, seguro. Los traslados los hacían de noche, justamente por los robos. Ya te conté lo del cigarro... de que más de uno quedó en el camino porque la ley era que escondieran todo, porque prender un cigarro podía ser un santo y seña para un robo. Bueno, este inglés, Mister-no-sé-cuánto, era un hombre muy grande. Era un hombre de dos metros y pico. Ese era el transportador del oro. (…) Ahí está en la foto con una de mis tías, y sé por boca de ella que era un hombre que usaba un sobretodo grande, negro, tipo Pepe Batlle, y por debajo del sobretodo él tenía un chaleco, todo con bolsillos de lona, donde llevaba los lingotes. Y también en las piernas. Y el sobretodo le llegaba hasta el tobillo. Parece que ese hombre era como un matón, che...”. El tal Clens, que así se llamaba “Mister no sé cuánto”, como José Alfredo recordó luego, era amigo de su bisabuelo, Don José Joaquín Oruezábal, cuando éste trabajaba como capataz para la empresa de Barrial Posada. Todo este febril movimiento –y con él, “el repiqueteo de sus herramientas, el estampido de los cartuchos de dinamita, que repercutían en las oquedades de las tierras, (y que) transmitían lejos, muy lejos, el incesante esfuerzo”78– dio lugar a que, “por una década a partir de 1867, las compañías se multiplicaron”… aunque “la mayoría, sin éxito”79. Las que sí tuvieron cierto éxito llegaron a cotizar Cf. “La región aurífera de Tacuarembó”, artículo periodístico de 1896 reproducido en “Las riquezas auríferas del Uruguay…”, en La Revista de la UTE N° 5, 1937:31. Véase también Hernández-Chirico (2004:121). 77 Apud “Hace 116 años…”, op. cit.:26. 78 Ros (1961:13). 79 Chirico (op. cit.:37). 76 61 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “en las Bolsas de Londres y París. Todas importarán maquinarias, harán sus instalaciones con tecnología de última generación, lo que multiplicará decenas de veces la productividad de la máquina a pilones que trajo el pionero Paz Brisolla a principios de siglo pero que a diferencia de las demás, todavía se utiliza”80. En efecto, es Tito Pereira quien todavía utiliza esa máquina a pilones –“mortero”, le llama Don Tito– que perteneció a Fermiano Paz Brisolla (o Brizola), tátara-abuelo de la profesora Selva Chirico. 80 Ídem:38. 62 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … la conexión Cuñapirú-París-Cuñapirú A comienzos de la década del sesenta –en una fecha que aún no ha sido establecida con precisión ni consenso– aparece en escena Clemente Barrial Posada, uno de nuestros tantos héroes sin bronce81, pionero indiscutido de la minería industrial en Uruguay. Ya he señalado que en 1867 (un año después de que legalmente le fuera adjudicada la licencia de explotación minera) Barrial Posada llegó a Cuñapirú, a efectos de explotar y administrar dos aluviones y nueve filones de cuarzo aurífero que eran de su propiedad, “por títulos que de ellos el Gobierno de la República le otorgó: (…) Minas ‘San Pablo’, ‘San Juan’, ‘Joaquín o San Andrés’, ‘San Nicolás’, ‘San Antonio’, ‘El Oriental’, ‘San Rafael’, ‘Apolo’ y ‘El Abundante’”82. Así lo describió Ariel Pereira: “un retrato de la época lo muestra enérgico, elegante, ancha la frente, barba afinada y bigotes negros (…). Su rostro revela una clara inteligencia, don de mando, y su figura elegante nos dice de finas maneras…”83. En ese mismo año de 1867 –punto de inflexión, hito histórico que habrá que destacar en su justa magnitud– el ingeniero asturiano funda “Clemente Barrial Posada y Cía.”84, primera empresa industrial minera del país, cuyas instalaciones erige en Santa Ernestina, a orillas del arroyo San Pablo. “En 1867, siempre según su declaración”, señala Selva Chirico, “procedí a formalizar… serios trabajos de laboreo, consistentes en pozos, galerías, simas, lumbreras, desmontes, cruceros, canchas y demás trabajos propios de esta industria, no ejecutados aisladamente en una u otra mina, sino en varios puntos “Héroes sin bronce” es el título de un interesante libro de Armando Olveira (2005), donde se destaca un esclarecedor texto sobre Barrial Posada y su peripecia en Uruguay. 82 Citado en “Hace 116 años...”, op. cit.:24. En ese momento el presidente de la República era el general Venancio Flores. 83 Pereira (1962). 84 Esta fecha no coincide con la considerada por Selva Chirico, para quien esa empresa se funda hacia 1865. Agrega la historiadora: “aunque luego de comprobada la posibilidad de lucro ante las riquezas extraídas en la mina ‘San Juan’ se transforma en nueva razón social: ‘Barrial Posada, Godínez, Vigo y Rodríguez’” (2005:36). Esta última empresa fue constituida en el año 1869, según lo establecido tanto en “D. Clemente Barrial Posada” (en La Revista de la UTE N° 4, 1936:53) como en Barrios Pintos (1990:18). 81 63 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … separados por leguas de distancia unos de otros”85. En efecto, “Barrial Posada realizó trabajos en los distritos de Cuñapirú y Corrales durante los años 1866, 1867, 1868 y 1869, denunciando minas, abriendo trincheras y pozos, realizando cateos, estudiando el rumbo de los filones, sacando muestras de los afloramientos de la veta aurífera, auxiliado por más de trescientos peones, que transportó hasta allí pese a las dificultades de los medios de locomoción de la época”86. Por otra parte, según queda establecido en un importantísimo documento (presuntamente) del año 1880 firmado por dieciocho mineros artesanales de la zona de Cuñapirú87, explotó “nueve filones de cuarzo aurífero, (en los que) efectuó labores mineras, consistentes en pozos, simas, cruceros, desmontes y galerías, en los que, por años seguidos, ocupó trescientos obreros próximamente, además del número debido de personal como ser carreteros, caleros, albañiles y demás”88. La creación de esta empresa seguramente desplazó (o incorporó en su febril labor fabril) a muchos de los garimpeiros que, acampados en la zona, cateaban al tuntún en los serpenteantes cursos de agua o a aquellos otros, algo más avezados, que abrían zanjas a pico y pala o que a golpes de punta y marrón, cuando no de dinamita, perseguían como topos las vetas auríferas escondidas en las entrañas de las rocas de cuarzo. “De sus minas arrancó miles de toneladas de mineral, a fuerza de pólvora, del que hizo conducir cuatrocientas toneladas sobre la margen izquierda del arroyo Cuñapirú, al paraje denominado los ‘Tres Pasos’, al Ingenio de Beneficio, o máquina para moler el mineral, movida por agua del río Cuñapirú; río que por medio de murallas desvió de su cauce para adquirir el salto de agua que sirvió de motor a la máquina, cuya construcción duró tres años, desde 1868 inclusive hasta el de 1870 inclusive, (…) que molía veinte toneladas por cada 24 horas”89. Barrial (1890), citado en Chirico, op. cit.:36. Barrios Pintos (1990:18). 87 Este documento es el mismo al que hice referencia antes (cf. supra, nota al pie 18, :24). 88 Citado en “Hace 116 años…”, op. cit.:24. 89 Ídem. 85 86 64 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Fotografía de la zona de molienda, cedida por José Alfredo Oruezábal. En aquel local de molienda, aguas arriba de la represa hoy en ruinas, Barrial “utilizó un parque de herramientas y maquinarias que conmovió a la somnolienta Minas de Corrales, imprescindibles para labores de pozos, desmontes y galerías en los filones de cuarzo. Abrió 40 bocaminas en los cerros, que explotó a fuerza de pólvora. (…) «El audaz ingeniero ocupó a más de 300 obreros. Pero sus empleados no eran mineros, sino gauchos errantes, poco disciplinados para el trabajo; que lo enojaban muchísimo». El esclarecedor testimonio es recogido por Eduardo Ramón Palermo, en su video De los garimpos a las grandes compañías, realizado en 2002 en Rivera y en la brasileña Santa Ana do Livramento”90. El esclarecedor testimonio es reafirmado, con singular elocuencia, por quien en estos asuntos ha sido –y continúa siendo– una aguda parceira de Palermo: “si bien existían pioneros autónomos que habían adquirido oficio en zonas mineras de Brasil, estas explotaciones a gran escala requirieron al hombre de la pradera, hecho a otras exigencias por cierto muy diferentes. Éste accede a empuñar pala y pico convirtiéndose en peón circunstancial, pero no asume su 90 Olveira (op. cit.). 65 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … compromiso obrero y evadirá la actividad, así como le sea posible o interesante”91. Fotografías de la antigua represa, de la colección fotográfica de Eduardo Palermo. Fotografías de la construcción de la planta de Cuñapirú, cedidas por Palermo y Oruezábal. Chirico (2005:34). El “hombre de la pradera (...) no asume su compromiso obrero y evadirá la actividad”, escribió Selva eligiendo con cautela cada palabra. Fue, en cambio –y naturalmente–, mucho menos cautelosa cuando la entrevisté: “Barrial Posada toma obreros criollos, y se queja de los reclamos de los criollos. Y eso a mí me parece fascinante, como sindicalista que soy, que diga que reclamaban por exceso de trabajo y por más paga… ¡somos igualitos!”. 91 66 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Fotografías de la construcción de la planta de Cuñapirú, cedidas por Palermo y Oruezábal. 67 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Más adelante en el mismo texto Chirico agrega, como para no dejar lugar a dudas: “la región no era precisamente pacífica. No se trataba de pobladores-obreros, adaptados a las condiciones de explotación laboral habituales para el siglo y a los que estaban amoldados los agentes europeos, sino del gaucho libertario, al que no se le podía convertir súbitamente en trabajador disciplinado”92. Así fue, me confirmó Selva: “Barrial Posada toma obreros criollos, y se queja de los reclamos de los criollos”. En efecto, el propio Barrial escribió, hacia 1890, con cierta mezcla de indignación y resignación: “resistimos a dichos peones cuantas veces se nos sublevaron, por exigencias ya de mayor sueldo o de menos trabajo, con designios siniestros algunos”93. Finalmente, las tareas de molienda contiguas a aquella primera represa se detuvieron en el año 1870, en que “las inundaciones periódicas destruyeron parte del murallón central (y lo inutilizaron) parcialmente”94; tiempo después, “una creciente que hizo salir al río fuera de álveo le arrebató una de las murallas más costosas”95, que no pudo ser reconstruida. Una pena, realmente, máxime si convenimos que “tal vez su aporte (el de Barrial) más trascendente haya sido”96, como estima Selva Chirico, la “usina en el río Cuñapirú, en la que, en murallas, saltos y acequias, casas y máquinas, invertí sumas considerables, tres años de tiempo, (de) 1867 a 1869… para cuyo efecto tuve que formar en Cuñapirú y Corrales un parque de herramientas, útiles y otros enseres, todo a gran costo…”97. Si bien Clemente Barrial Posada y su gente siguieron trabajando en las minas, otras adversidades se le presentaron, en este caso ajenas a su voluntad y responsabilidad: “la Guerra Civil de Aparicio causó perturbación en los trabajos por la eliminación de cierto número de personal obrero, que por el temor de ser agredidos u obligados al Ídem:37. Para conocer con hondura el complejo paisaje humano de gauchos libertarios, indios indomables y negros esclavizados que habitaron la Banda Oriental, véase la excelente trilogía titulada La trama de la identidad nacional, de Daniel Vidart (2000, 1998a, 1998b) y especialmente los ensayos incluidos en su primer tomo, subtitulado “Indios, negros, gauchos” (2000). 93 Barrial (1890), apud ibíd.:37. 94 Palermo (op. cit.). 95 Apud “Hace 116 años…”, op. cit.:24. 96 Chirico, op. cit.:36. 97 Barrial (1890), apud ídem:36. 92 68 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … servicio, empezaron a irse a mediados del año 1871”98, año en el que, al parecer, no hubo laboreo99. Algunos años después el local de molienda fue “saqueado y por fin destruido; las casas fueron también quemadas. (…) No obstante los quebrantos sufridos y la guerra civil que ocurría en el país, el referido Barrial Posada conservó en trabajo todas las minas hasta fines del año 1871 (pero) con menor personal”100. (Cabe anotar, entre paréntesis, que la experiencia ingenieril de mayor destaque de ese período, tanto por el ingenio creativo como por las innovaciones tecnológicas puestas en juego, fue la explotación minera realizada a partir del año 1862 por Barrial Posada en la mina “San Gregorio”101, también propiedad del poderoso Goyo Jeta102.) Apud “Hace 116 años…”, op. cit.:25. Cabe advertir que “la Guerra Civil de Aparicio” mencionada en el documento no es otra que la “Revolución de las lanzas” liderada por Timoteo Aparicio, acaecida en el año 1871. (En la actualidad, y al igual que desde principios del siglo XX, cuando alguien dice “Aparicio” se sobreentiende que se trata de Aparicio Saravia; en cambio, hacia 1871, por razones obvias, bastaba con decir “Aparicio” para que se sobreentendiera que se trataba de Timoteo.) 99 Chirico atribuye esta detención a las “sucesivas crecientes del Cuñapirú” del año 1870, que “habían afectado seriamente” (op. cit.:37) a la explotación que llevaba a cabo la empresa “Barrial Posada, Godínez, Vigo y Rodríguez” liderada por el primero. Sin embargo, es muy factible que la “Revolución de las lanzas” también haya jugado un papel importante en la suspensión del laboreo del ingenio de beneficio de minerales “con motor de agua” creado por Barrial (esta expresión, citada en ídem:37, es de Barrial); Chirico deja abierta esta posibilidad: “dudamos si este hecho se debió exclusivamente a factores climáticos o a la incidencia de hechos políticos nacionales” (ibíd.). 100 Apud “Hace 116 años…”, op. cit.:25. 101 Ya he hecho referencia a lo que en este sentido establece un importante documento: “si bien el Gral. don José Gregorio Suárez (hoy finado) ha efectuado importantes trabajos en su mina ‘San Gregorio’, éstos datan desde fines de 1863, esto es, un año y medio después de los del señor Barrial Posada, y aún a éstos mismos fue él que les dio dirección al principio” (apud “Hace 116 años…”, op. cit.:25). No obstante, en virtud de las razones ya mencionadas (Barrios Pintos señala que en el año 1862 Barrial Posada estaba en un vasto periplo recorriendo buena parte del mundo; cf. 1985:17), corresponde poner en duda que Barrial haya podido estar en San Gregorio en ese mismo año. (Cf. supra, nota al pie 55, :49.) 102 La coincidencia entre el nombre del paraje y el de su dueño (bastante lejos de haber merecido alguna suerte de canonización o santificación) no es, lamentablemente, un hecho fortuito, de esos con los que cada tanto nos desconcierta la toponimia local. Del mismo modo, el pueblo San Gregorio, a orillas del río Negro –hoy conocido como San Gregorio de Polanco–, fundado en el año 1852 por el mismo general Gregorio “Goyo” Suárez en otras tierras de su propiedad, también debe su nombre al de su fundador, a propuesta de la Junta Económica Administrativa de Tacuarembó. Algo análogo puede comentarse con respecto a una ciudad que hoy es de un porte bastante mayor: Villa San Fructuoso –así se llamaba originalmente la actual ciudad de Tacuarembó– recibió ese 98 69 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Don Clemente, que a lo largo de diez años no se había dejado vencer por las adversidades que cada tanto socavaban sus ímpetus –luchas armadas, rotura de murallas, trabas burocráticas, dependencia de operarios no calificados y poco disciplinados para el trabajo industrial–, finalmente canceló todas sus explotaciones mineras en el año 1878, agobiado por adversidades de otro signo: “una felonía le desposeyó de los derechos de la mina. Especuladores sin escrúpulos Clemente Barrial Posada. Fotografía tomada de Olveira apoyados por el propio Gobierno (2005) dictatorial de Lorenzo Latorre provocó que toda su actividad en años siguientes estuviese centrada en la defensa de sus propiedades, a las que dedicó su saber y su salud; preparó informes, documentación técnica e investigación geológica para reclamar la restitución de lo que con tanto esfuerzo había conseguido. La prevaricación y la estulticia de políticos, administradores y capitalistas locales fue la respuesta a sus justas demandas”103. Aquella felonía fue cometida con violencia y alevosía. No fue la primera, y no habrá de ser la última. Así como aquellos campos virginales “de Santa Ernestina fueron comprados a presión, a punta de facón”, según me comentó José Alfredo Oruezábal, a partir de 1878, como me dijo luego Selva Chirico, Barrial “pierde la mayor parte de sus concesiones a manos de la gente de Latorre (…), que le gana el pleito (…) a punta de facón”. La propia Chirico lo dejó escrito: “sus nombre en honor a –¡y por parte de!– quien la fundara, por decreto presidencial, en el año 1831: el general Fructuoso Rivera, agente de una muy profana auto-santificación. 103 Álvarez Areces (2003:7). Álvarez Areces, ingeniero en minas y asturiano como Barrial Posada, en el año 2003 era director de la revista Ábaco, miembro del TICCIH y socio fundador de INCUNA (Asociación de Patrimonio Industrial de España) y de la Asociación de Arqueología Industrial en Asturias. En la actualidad es el presidente de INCUNA. 70 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … concesiones le fueron quitadas por la fuerza del facón, al mando de personajes vinculados a la administración de Lorenzo Latorre”104. El tenaz asturiano entabló varios pleitos contra el Estado, en los que, según ha señalado Chirico en otro texto, “se negó a cualquier transacción y reclamó empecinadamente la devolución lisa y llana de su propiedad, que había sido arrancada de sus manos por imperio de la sinrazón”105. En efecto, algunos de esos pleitos Barrial los sostuvo “por espacio de treinta años, en el transcurso de los cuales le fueron propuestos (…) arreglos y transacciones por vía administrativa nunca aceptados” por el asturiano106, aún cuando provinieran de gente muy poderosa, entre ellos varios sucesivos presidentes de la nación: Máximo Tajes, Julio Herrera y Obes, José Idiarte Borda107. Pero no hay que equiparar –sería incorrecto, e injusto– las modalidades que con frecuencia se adoptaron en la zona de Cuñapirú para la compra de tierras auríferas o para la adquisición o concesión de minas, con aquellas que eran usuales en California o en Alaska: en el Yukón, en Klondike, el célebre Yosemite Sam (más conocido entre nosotros como Sam Bigotes) usaba potentes pistolas. En cualquier caso, en aquellos años, no tan lejanos, el facón era, evidentemente, un muy eficaz instrumento de persuasión. (Un siglo después, la tecnología –al servicio de modalidades más o menos nuevas de la prevaricación y la estulticia de políticos, funcionarios y capitalistas–, habría de proveer instrumentos mucho más eficaces. Pero eso, y esa, es otra historia.) Chirico (op. cit.:37). Chirico (1987); apud Barrios Pintos (1990:20). 106 “D. Clemente Barrial Posada”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:53. 107 “El Gral. Tajes, por ejemplo, en el desempeño de la Presidencia de la República, ofreció a Barrial Posada la suma de dos millones de pesos oro por el arreglo privado y amistoso del viejo litigio. Más tarde el Presidente Julio Herrera y Obes le formuló otro ofrecimiento, prometiéndole entregar ochocientos mil pesos oro y compensaciones mineras; otro tanto hizo luego Iriarte Borda (…) prometiéndole la suma de tres millones de pesos. Barrial Posada se negó a uno y otro arreglo” (“D. Clemente Barrial Posada”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:53-54). 104 105 71 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “El despojo no fue de la Compañía Francesa”, me explicó Chirico. “Fue de un grupo de gente (políticos, funcionarios, capitalistas) vinculada a los negocios que Francia ya tenía en el país, como por ejemplo los vinculados a la ampliación del puerto de Montevideo. (…) Esa es la gente que vino a usar lo que Barrial Posada estaba construyendo. Y que no había terminado… (…). Cuando vino (José Joaquín Oruezábal) enseguidita ocurre el despojo. A mí siempre me queda la idea de que ahí ya había una especie de complot o confabulación o cosa por el estilo. O alguien vino a ver qué es lo que había en realidad, qué posibilidades tenían… Porque la Compañía Francesa surge como de la nada, de golpe se vienen a un lugar perdidísimo en el mundo…”. Es cierto, la Compañía Francesa surge como de la nada… pero fue un surgimiento nada inocente. Así lo estima el propio Barrial –y hay que creerle, en ese instante estaba en el centro de la escena–: “bajo el nombre unívoco de ‘Concesión Santa Ernestina’ concedió ilegalmente el gobierno dictatorial de la República en el año 1878, a mis ex agentes comerciales los hermanos Alberto y Leoncio Biraben… tales minas fueron vendidas (1878) a la Cía. Francesa”108. Para ilustrar con más color la magnitud del despojo, vale considerar una crónica periodística publicada en el diario montevideano “El Siglo”, donde Bossi, su autor, denuncia las “escandalosas concesiones que pasan por encima del Código de Minería”, y en especial “la monstruosa concesión de 2000 mil cuadras a una sola compañía (…) cuando la ley no le concede más de 8 estacas como máximo (…), pues una mina con 1600 varas de longitud basta para enriquecer a muchas compañías más numerosas que la actual de Cuñapirú”. El periodista también denuncia la “concesión de tres leguas del curso de agua, que hasta impedía al sediento acercarse a ella”. “En ese mineral”, concluye Bossi con clara indignación, “están impresas las huellas de esa época de corrupción y de despotismo”109. Habiendo sido así, es claro que en el brutal despojo participaron varios actores, aunque los protagónicos fueron, sin lugar a dudas, los hermanos Biraben y el dictador Latorre. (Se puede dejar a la Compañía Francesa como actriz de reparto, pero en ningún caso fuera de la Citado en Chirico, op. cit.:37. Tomado por Barrios Pintos (1990:26) de un artículo de Yamandú González publicado en un número del periódico “Compañero” del año 1986. 108 109 72 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … escena. Lo mismo para el caso de los numerosos funcionarios públicos que participaban de la corruptela gubernamental.) Sin embargo, lejos de abandonar la zona y abortar definitivamente sus actividades mineras –y, una vez más, poniendo en juego un temple y una tenacidad encomiables–, Barrial Posada no se dejó vencer por los numerosos pleitos y enconos personales, y redobló su apuesta: “por medio de su capataz, Joaquín Oruezábal, envió muestras a la Exposición de París y abundante material documental y planimétrico”110. El testimonio coincide con el de José Alfredo: “mi bisabuelo era como el brazo derecho de este Barrial Posada, era el encargado de llevar las muestras a España”. (No es del todo coincidente, en cambio, con el que Barrios Pintos recoge de Pérez de Castro, quien señala que fue el propio Barrial quien “en 1879 concurrió a la Exposición de París”111. De todos modos, esta última información no es necesariamente contradictoria con la ofrecida por Olveira, ya que pudieron haber concurrido ambos.) De lo que no quedan dudas es que en ese entonces José Joaquín Oruezábal era capataz de la empresa de Olveira (op. cit.). La exposición a la que hace referencia Olveira es la Exposición Universal de París, desarrollada entre el 1° de mayo y el 10 de noviembre de 1878 en las 76 hectáreas ocupadas por el Palacio de Trocadero y sus jardines. El pabellón español, uno de los más visitados y elogiados por la prensa internacional, fue galardonado por el jurado con la Medalla de Oro. Fue precisamente allí donde se expusieron las muestras de oro y el “abundante material documental y planimétrico” llevados por don José Joaquín Oruezábal desde Santa Ernestina. Adviértase que la importancia y proyección posterior de este evento no fue en absoluto menor: fue allí donde el célebre Victor Hugo sentó las bases para la formulación de las leyes internacionales para la protección de la propiedad literaria (lo que hoy se denomina copyright) y donde Braille presentó su innovador sistema de lectura táctil. Pero además, mucho más relevante aún, en la Exposición se destacó, según luce en las crónicas de la época, el pabellón denominado Galería de las Máquinas, donde por primera vez se puso en funcionamiento, además del megáfono, el tocadiscos y el teléfono (invento de Alexander Graham Bell), la luz eléctrica. En efecto, fue con las bombillas inventadas por Thomas Alva Edison que, ante el pasmo del multitudinario público presente, se iluminó la Plaza de la Ópera y la gran avenida que, como hoy, la unía, muy haussmanianamente, con el resto de París. (En fin, a pesar de la enorme relevancia de los inventos allí presentados, resulta llamativo que la Exposición Universal de París de 1878 haya caído en el olvido, quizás eclipsada por la realizada allí mismo –la ciudad luz– una década después, en conmemoración del primer centenario de la Toma de la Bastilla.) 111 De acuerdo con esta versión, en esa Exposición Barrial Posada presentó “un Estudio geológico de la región de Yaguarí, de los Corrales y de Cuñapirú, obra premiada con medalla de oro por el jurado de la Exposición Continental Sud-Americana de 1882 en Buenos Aires, y una importante colección mineralógica” (Barrios Pintos, op. cit.:15). Vale apuntar, de paso, que la Exposición Universal de París no se desarrolló en el año 1879 sino, como ya indiqué, en el 1878. 110 73 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Barrial Posada, y lo seguiría siendo en los años siguientes112; en esto coinciden Eduardo Palermo (para quien José Joaquín Oruezábal fue el primer trabajador calificado que vino con Barrial Posada), José Alfredo Oruezábal, Armando Olveira y Aníbal Barrios Pintos (y también, aunque con alguna consideración divergente, Selva Chirico). Más allá de quién haya sido efectivamente el portador de todo aquel material, lo que más importa –por su trascendencia ulterior– es que el contundente valor de su contenido “se vio recompensado por el interés de inversores europeos, que en 1879 creaban la Compañía Francesa de Minas de Oro”113. Con esta nueva empresa se abren otros recodos de la historia, algo más transitados que los anteriores… y bastante más auspiciosos: “muchas habían sido hasta ese momento las ilusiones y las frustraciones, se habían denunciado muchas minas y originado numerosos pleitos, y se seguían profundizando pozos y perforando galerías. Pero ahora, con la instalación de una empresa de mayor capital, se iniciaba un período de gran actividad en la región y pronto arribarían los técnicos y personal administrativo de la Compañía, ‘con sus mujeres, sus muebles, sus pianos, su champagne’”114. “Joaquín Urrazábal” (que no es otro que “nuestro” José Joaquín Oruezábal) figura como capataz de la “Compañía Francesa de Minas de Oro del Uruguay” –tal su nombre correcto– en la nómina publicada el 15 de agosto de 1879 por el diario montevideano La Razón. Nótese que en dicha nómina también aparece su esposa, María Yustede (como una de las encargadas de una de las dos pulperías de la Compañía) y un cuñado (o sobrino) de ésta, José Isasa, que se desempeñaba como carpintero (cf. Barrios Pintos, op. cit.:22). 113 Olveira (op. cit.). Como aclararé más adelante, la creación de esta empresa no fue en el año 1879 sino en el 1878. Así queda establecido, por ejemplo, en “D. Clemente Barrial Posada”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:53. El nombre con el que se registró legalmente la empresa fue “Compañía Francesa de Minas de Oro del Uruguay”. En algunos documentos de la época también se la presenta según su designación original en francés –“Compagnie Française d’Or de l’Uruguay”–, que cabría traducir literalmente como “Compañía Francesa de Oro del Uruguay”. Al momento de la creación de la Compañía sus cargos directivos los desempeñaban los hermanos L’Olivier: “F.” como director general y Victor, ingeniero, como director técnico (“científico y administrativo” es como se denomina el cargo en los registros de la empresa; cf. Barrios Pintos, op. cit.:22). 114 Barrios Pintos (1990:277). Aunque en su texto no lo aclara, Barrios Pintos tomó esta última frase –“con sus mujeres, sus muebles, sus pianos, su champagne”– del célebre discurso pronunciado por el médico corralense Enrique Ros en oportunidad del homenaje tributado en 1960 al doctor Davison y a su esposa, la enfermera Ana Packer (Ros 1961:15). 112 74 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … aparecen los franceses… y una febril labor fabril Es algo ingenuo creer que el interés de inversores europeos recién emergió en el año 1879. Resulta más factible, en cambio, que haya despertado algunos años antes, no bien Barrial Posada abrió la tierra en San Gregorio y, casi simultáneamente, puso en marcha sus potentes pisones moledores a orillas del arroyo San Pablo, a unos pasos de Santa Ernestina. “Fue después de que (José Joaquín Oruezábal) compró esas tierras”, afirma José Alfredo, su bisnieto, “que aparecen los franceses. Ahí vinieron los franceses. Que son las fotos que yo tengo... Porque... según versiones que yo tengo, los franceses vinieron por el capital de mi bisabuela. Que son los que sabían cómo explotar... (…) Y cuando empieza la explotación de los franceses, tengo entendido que mi bisabuelo era capataz, capataz de mina”. Sí, vinieron los franceses, pero seguramente (a)traídos por el emprendimiento de Barrial Posada más que por el capital de Doña María Yustede. Entretanto, los hermanos Biraben, astutos hombres de negocio montevideanos que durante varios años habían trabajado para Barrial Posada, estaban bien informados sobre el laboreo que éste había iniciado en la región de Cuñapirú y, evidentemente, sobre sus apetitosas potencialidades lucrativas. En el año 1877, uno de ellos aprovechó uno de sus frecuentes viajes de negocios a Francia, y contrató en París a un distinguido experto en minas para que estudiara las posibilidades de la explotación aurífera en la zona. A fines de 1877 el ingeniero Víctor Luis Alejandro María L’Olivier llegó a Montevideo y poco después, en mayo del año siguiente, acompañado por Leoncio Biraben, se instaló en Cuñapirú, unos cinco quilómetros al noroeste de la mina San Pablo, que en ese entonces estaba siendo explotada (al igual que la vecina mina San Juan) por su colega asturiano115. No bien se afinca en Cuñapirú, L’Olivier viaja semanalmente a Villa San Fructuoso (ubicada a unos veintitrés quilómetros de distancia), donde se aloja en el Hotel Gaye y posteriormente en la casa de Carlos Escayola, caudillo local con quien había trabado una 115 75 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Después de permanecer algunos meses en Cuñapirú, en el mismo año 1878 L’Olivier viajó a París llevando consigo el informe técnico que le fuera encomendado (datado el 24 de setiembre de ese año), así como unas seis toneladas de material para que fueran debidamente analizadas por especialistas. La diagnosis y la prognosis presentes en aquel informe eran contundentes y promisorias, tanto o más que las que en ese mismo momento Barrial Posada estaba presentando en ocasión de la Exposición Universal de París116: el rincón formado por los arroyos Cuñapirú y Corrales, acaudalado corazón de la cuenca aurífera de la región, extendía sus brazos en un área de unos seis mil quilómetros cuadrados (que abarcaba, entre otras localidades, a Cerros Blancos, la sierra de Areicuá y Caraguatá), y su riqueza era tal “que los aluviones californianos y los de Australia, los filones auríferos de Minas Geraes en el Brasil, no pueden rivalizar en riqueza con los cuarzos de Cuñapirú, (…) sobre todo si se reflexiona sobre las facilidades de extracción y de tratamiento de que allí se dispone”117. El “informe ditirámbico del ingeniero Victor L’Olivier” –así lo califica Barrios Pintos118– cautivó a los inversionistas franceses (o bien terminó fuerte amistad. (También trabó amistad, igual de fuerte pero de otro signo, con María Luisa Gaye, hija del dueño del hotel.) El olfato comercial y el empuje emprendedor de Escayola rápidamente se pusieron en marcha: ya a fines del año 1878 La Rosada, cabaret y prostíbulo ideado para el solaz de los mineros que llegarían masivamente a la zona, estaba pronto para su apertura. Entretanto, compró en San Fructuoso una cantidad considerable de casas (que luego arrendaría a buen precio a los inmigrantes mineros) y formó una empresa de transporte que comenzó a funcionar con diez diligencias y que en poco tiempo pasaría a convertirse en una de las empresas de transporte de pasajeros más importantes del país. Así, el (presunto) genitor de Carlos Gardel se hizo dueño de buena parte de Villa San Fructuoso, hoy Tacuarembó, y Victor L’Olivier tuvo de su lado a uno de los personajes con mayor poder político y económico de la región, poder del que, según afirman crónicas periodísticas de la época, se contagió rápidamente. 116 Recordemos que en esta Exposición, que se desarrolló a lo largo de casi todo el año 1878, Barrial Posada expuso, como ya hemos señalado, las muestras de oro llevadas por José Joaquín Oruezábal desde Santa Ernestina, acopañadas por un “abundante material documental y planimétrico” sobre las explotaciones que estaba llevando a cabo en la zona de Cuñapirú, y especialmente en la mina San Pablo, que luego pasara a llamarse Santa Ernestina. 117 L’Olivier (1878), apud “La interpelación del senador Sr. Carmelo Cabrera al Sr. Ministro de Hacienda”, en La Revista de la UTE N° 4 (1936:128). “Si esta aseveración resultó un tanto fantasiosa, en su momento estos pueblos cerriles fueron insistentemente mencionados en las Bolsas de Londres y París” (Chirico 2005:39). 118 Barrios Pintos (1985:277). Ariel Pereira (1962) ha dejado entrever, como Barrios Pintos, cierta sospecha: “siempre nos hemos preguntado si esto fue solamente una literatura optimista o si realmente era la verdad. Los datos exactos de explotación nunca se tuvieron. Las compañías no los daban porque debían engañar al fisco en el 76 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … de convencer a aquellos que ya conocían las bondades del emprendimiento de Barrial Posada), quienes de inmediato –el 24 de mayo de 1879– fundaron la “Compagnie Française d’Or de l’Uruguay” (o “Compañía Francesa de Minas de Oro del Uruguay”), cuya primera acción fue la compra al Estado uruguayo –en diez millones de francos, cifra sideral para la época– de la mina San Pablo, luego conocida como Santa Ernestina, a cuyo frente puso a los hermanos L’Olivier. Fotografía de la colección de Eduardo Palermo. A mediados de 1879, Victor L’Olivier, ya en desempeño de su cargo de director “científico y administrativo” de la Compagnie, regresó a Montevideo, en esta oportunidad acompañado por “ingenieros, empleados y cuarenta toneladas de herramientas, con el objetivo de dar comienzo a los estudios preparatorios. (…) Según informaciones que circularon en la época, pronto llegarían (a Cuñapirú) desde Montevideo más de doscientas personas y un considerable número de carretas conduciendo los primeros aparatos, máquinas y herramientas”119. Aún no está del todo claro a quién(es) se le(s) debe atribuir la creación de la Compagnie (asunto que, de todos modos, tiene poca importancia). De la larga secuencia de personas que, de algún modo, incitaron ese proceso –Barrial Posada, los Biraben, los pago de los impuestos y los administradores se enriquecieron muy fácilmente. (...) Y en los mismos términos se expide UTE” durante la interpelación recién mencionada. 119 Barrios Pintos (1990:22). 77 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … L’Olivier–, parecería que el papel protagónico lo desempeñó Alberto Biraben. Por lo menos así lo entiende Barrios Pintos, sobre la base de un discurso pronunciado por el senador Manuel Otero, ex-abogado de la Compagnie, en la Cámara de Senadores, en noviembre de 1920, en el que propuso “designar el pueblo de ‘Corrales’ con el nombre de Birabén”120. Además, de acuerdo con la crónica expuesta por Barrial Posada (que ya he recogido, algunas páginas atrás, de un texto de Selva Chirico) y con lo que el propio Barrios Pintos establece (en otro lugar, basado presumiblemente en la misma crónica), en el año 1878 “el gobierno dictatorial de Latorre cedió, con el nombre de Concesión Santa Ernestina, las minas de oro que explotaba Barrial Posada a sus exagentes comerciales, los hermanos Alberto y Leoncio Birabén”, quienes a su vez, ese mismo año, se las vendieron a “la ‘Compañía Francesa Minas de Oro del Uruguay’, que pasó así a explotar las 28 minas de Barrial Posada, y también el sitio de aguas, situado en la margen izquierda del río Cuñapirú, donde tenía edificadas las murallas, acequias y obras de su molino de minerales y la mina de oro Abundante”121. Barrios Pintos (1990:278). Como es sabido, esta propuesta fue rechazada… afortunadamente. No obstante, desde hace algunos años una calle céntrica de Minas de Corrales lleva como nombre “Hermanos Biraben”. 121 Barrios Pintos (1990:20). 120 78 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … el primer complejo industrial a orillas del Cuñapirú Como sea que haya sido, fruto o no de un despojo en perjuicio de Barrial Posada, en el año 1879 la Compagnie comenzó a explotar en la zona de Cuñapirú buena parte de las veintiocho minas que le había comprado a los hermanos Biraben, y en un par de años ya había creado el complejo industrial más importante en toda la historia del país. Sus instalaciones, situadas a poca distancia de las que había construido Barrial Posada una década antes, ocupaban más de diez hectáreas. Entre ellas se destacaban las correspondientes a la represa hidráulica y a la usina hidro-eléctrica (inaugurada en el año 1881)122, para muchos una de las primeras, si no la primera, del continente. Esta cuestión sigue siendo controversial, así que vale la pena abrir aquí un paréntesis. Entre los corralenses es vox populi que en Cuñapirú funcionó la primera represa hidráulica y la primera usina hidroeléctrica de América Latina. Sin embargo, algunos estudiosos afirman con propiedad que no es así. Lo que ocurre, afirma Selva Chirico, es que “algunos muy entusiastamente agregan cosas y magnifican. (…) Hoy lo niego terminantemente: no fue la primera represa hidráulica. Si vamos a la historia americana, también había represas en los Andes”. Por otro lado, su colega Palermo enfatiza que “no hay que olvidarse –y esto lo sabe muy poca gente– de que Cuñapirú fue, si no la primera, una de las primeras represas del Uruguay; sin duda, la primera al norte del río Negro. La única que es posible que haya sido anterior es la que empezó a alimentar de agua potable a Montevideo, que no sé de qué fecha es; pero el proyecto original de Cuñapirú es de 1867, y en su proyecto actual de 1881, fecha en la que fue inaugurada. Eso significa que fue, en las dos instancias, de las primeras represas del Uruguay. Así que los estudios que se hicieron sobre los niveles hídricos sobre el lago que se formó, etcétera, fueron pioneros en el En un artículo publicado el 19 de junio de 1881 en el periódico tacuaremboense “El Liberal” se informa que en esos días (unos meses antes de la puesta en funcionamiento de la usina) había visitado la región –y en especial las obras en curso– el entonces Ministro de Guerra y Marina, coronel Máximo Santos, “en viaje a caballo desde la villa de Tacuarembó, en compañía del Jefe Político tacuaremboense Carlos Escayola y el comandante Martínez” (citado en Barrios Pintos, 1990:28). Hay que imaginarse la escena, esos tres militares entrando a caballo… 122 79 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … país. Tanto es así que cuando se empiezan a construir las represas del río Negro, los técnicos alemanes vienen a estudiar la represa de Cuñapirú para intentar entender el funcionamiento de los recursos hídricos para aplicarlos en el río Negro. Eso es un dato bastante interesante”123. “Es mucho más claro”, según me dijo Selva, “que no fue la primera represa hidroeléctrica. Por un hecho clave: fue hecha antes de que se inventara el uso de la electricidad generada de esa manera”. Lo primero a señalar es que, como escribió la propia Chirico, “en los documentos que se han relevado hasta hoy, no se menciona fecha precisa de la instalación del sistema hidroeléctrico, lo que nos inhibe de hacer afirmaciones”124. Sin embargo, “si consideramos que en 1880 se inauguró la primera central hidroeléctrica en Northhumberland, Gran Bretaña, y en 1882 la primera hidroeléctrica de los Estados Unidos, que es coincidente con el alumbrado público de Nueva York, tendremos que la zona minera (de Cuñapirú) fue precursora mundial del uso de la electricidad”125. (Resulta pertinente aclarar, otra vez con Selva Chirico, que “contemporáneamente, en América del Sur se instalaron varias. En el país, la planta Liebig’s de Fray Bentos utilizó la energía eléctrica desde 1883 y hay un proyecto de electrificación urbana de Montevideo en 1885. El informe del Instituto de Geología y Perforaciones redactado por Rolf Marstrander en 1915 certifica la utilización de energía eléctrica en 1895, a partir de un generador de vapor que se usaba en las minas de Cortume, pero que a esa fecha estaba sin actividad. San Gregorio utilizaba la misma tecnología”, ya en 1890126.) “Lo que sí hacía Barrial Posada”, me dijo luego Selva, “era un molino, un molino hidráulico, y esto también ya existía en otros lugares de América. Claro, en todos los lugares donde había minería, se necesitaba eso… Por ejemplo, en Perú…”. En cualquier caso, “el nuevo aprovechamiento de la energía hidráulica se produjo por el desarrollo Este testimonio, así como otros que se sumarán más adelante, fue ofrecido por el historiador Eduardo Palermo en el transcurso de una entrevista en profundidad que le realizara el 27 de febrero de 2009. 124 Chirico, op. cit.:41. 125 Hernández-Chirico (2004:124). 126 Chirico, op. cit.:41. 123 80 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … del generador eléctrico, seguido del perfeccionamiento de la turbina hidráulica, lo que vino a completar los requerimientos de electricidad a principios del siglo XX. El recurso energético del Cuñapirú que producía 1800 hp, servía a todas las compañías que se fueron constituyendo en la región. Su capacidad era inmensa, si la comparamos con otras, incluso posteriores en el tiempo. En 1913, los veintisiete saladeros uruguayos utilizaban una fuerza de 459 hp mientras los frigoríficos, sumados, disponían de 1890 hp”127. Por su parte, su colega Eduardo Palermo me subrayó que “como usina hidroeléctrica es una de las primeras de América, probablemente la primera de América del Sur. Hasta donde yo sé, hubiese sido la primera de América del Sur de no ser por un proyecto que llevó adelante Don Pedro II en Brasil, allá por fines de los años 1870, principios de 1880, donde instaló una pequeña represa hidroeléctrica para alimentar un palacio y el entorno donde él se movía. Pero eso está en discusión. Hay también una represa hecha en México por los norteamericanos, que es más o menos de la misma época. Pero en los hechos no interesa si fue la primera, la segunda o la tercera. Lo que sí está claro es que en la región fue la primera, que fue una obra de ingeniería realmente fantástica, pionera para esta región del mundo. Y fue necesario que pasaran prácticamente cincuenta años para volver a tener algo equivalente. A raíz del proyecto Cuñapirú, por ejemplo, en el Parlamento uruguayo se discutió, a principios del siglo veinte, el proyecto de una represa de gran porte en el Uruguay. El primer proyecto de Salto Grande data de 1901. Y contemporáneos a ese están los proyectos de represas del río Negro, y tiene mucho que ver el proyecto que se montó y se desarrolló en Cuñapirú, que fue muy visitado a lo largo de los años por ingenieros, por técnicos extranjeros”. Más allá de esta controversia –que sigue operando como pertinaz instigadora del interés por algunos recovecos de la historia de la zona–, la represa hidráulica construida en las aguas del Cuñapirú fue, para la época, un estimable alarde tecnológico. No obstante, de acuerdo con lo que me dijo Palermo, “la represa no fue ubicada en forma adecuada; se la puso cerca de la producción del oro (…), lo cual era muy 127 Hernández-Chirico, op. cit.:124. 81 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … coherente con toda la conceptualización de la revolución industrial. No obstante, el flujo de agua es mucho más importante en el río Tacuarembó, que está a unos cuantos quilómetros de ahí. Si la represa hubiese sido colocada en el Tacuarembó, no hubiese tenido problemas con las sequías, por ejemplo. Ahí sólo tenían que resolver el problema del transporte, que siempre fue un problema caro. Hubo estudios, por parte de Clemente Barrial Posada, a fines del siglo diecinueve, donde él mismo proyectaba la construcción de tres represas consecutivas en el río Tacuarembó para que generaran no sólo energía eléctrica para toda la zona, sino también para multiplicar por tres o por cuatro la producción del mineral. Eso nunca se concretó. Entonces Cuñapirú, a lo largo de los años, tuvo extensos períodos de sequía en los que las máquinas dejaron de funcionar. Tanto es así que en el año 1891, 1892, funcionaban paralelamente la usina de Cuñapirú con energía hidráulica y motores a vapor traídos de Chicago para apoyar la molienda del oro en los momentos en que el agua no permitía (la generación de energía). (…) Son conclusiones que uno va sacando sobre por qué emprendimientos multimillonarios para la época terminaron fracasando. Y parte de eso fue por el hecho de no disponer de estudios sobre los niveles de agua disponibles en estas cuencas”. Fotografía cedida por Eduardo Palermo. 82 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Esta opinión es coincidente con la ofrecida en un artículo escrito por un técnico “independiente” a fines del siglo XIX: “la colocación inadecuada (de la represa del Cuñapirú) causó más tarde costosas composturas. (…) Está destinada a proveer el agua necesaria a 6 turbinas de 150 caballos de fuerza cada una; pero hace mucho tiempo ya que ninguna de las máquinas se ha movido”128. Fotografías de la colección de Eduardo Palermo. “La región aurífera de Tacuarembó”, texto publicado el 12 de setiembre de 1896 en el periódico “Buenos Aires Handels Zeitung”, reproducido en el artículo “Las riquezas auríferas del Uruguay. Un estudio publicado hace cuarenta años que cobra actualidad”, en La Revista de la UTE N° 5, 1937:30. El anónimo articulista estima, como Palermo, que la usina debió haberse situado donde el río tiene caudal importante, y no tanto cerca de las minas proveedoras de piedras auríferas. Por otra parte, considera –y esto era bastante novedoso en aquella época– que “la represa puede servir de fuente de fuerza motriz de importancia para otros establecimientos por medio de la electricidad, la que ahora se puede conducir a largas distancias, sin una pérdida demasiado grande, por las corrientes de alta tensión” (ídem:31). 128 83 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … De todos modos, la magnitud de los componentes originales del magnífico complejo de Cuñapirú (algunos inexistentes en la actualidad; otros, lamentablemente, en un indecente estado ruinoso) es, en verdad, impresionante: “la represa terminada tenía en total 314 metros de largo, dividida en 3 tramos, uno de 89 metros, otro de 25 metros que incluía Vista de las ruinas desde la compuerta de hierro, de ese largo y el interior de la mansión 5 metros de altura y el tercero de 200 de los directivos. metros de largo y que corresponde al murallón. La represa formaba un lago artificial de 3 millones de metros cúbicos. Con este espejo de agua se alimentaban a las 3 y luego 5 turbinas de 150 caballos de potencia cada una. A plena producción podía llegar a moler 150 toneladas de cuarzo por día”129 gracias a la potencia aportada por los generadores de electricidad empleados, “dos motores ‘General Electric’ de 150 kilowatios cada uno, (cuyo) costo fue de 5.300 libras esterlinas cada uno. El costo estimado de la represa se calcula en cuatrocientos mil pesos de 1881 129 Palermo (op. cit.). 84 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … (el presupuesto de gastos del Estado uruguayo en ese año para la instrucción primaria alcanzaba los 300 mil pesos, lo que da idea de su magnitud)”130. Las edificaciones situadas en las proximidades de la represa eran igualmente majestuosas (y lo siguen siendo, aún hoy, sus ruinas): “en el área industrial edificada, de poco más de 100.000 m² de superficie, (…) está la zona de distribución de distintas tareas para el trabajo de extracción del oro, la molienda del cuarzo, turbinas, laboratorio, depósito de arenas auríferas; luego viene un depósito de materiales de 50 metros de largo, a la izquierda de éste están los talleres mecánicos de carpintería y herrería, al lado la sección de almacenes, en la secuencia antedicha, aparte, están los edificios administrati-vos, balanza y otros. La casa central, residencia de los directores, que domina el espacio desde lo alto de la loma fue construida por la Cía. Francesa, su costo fue de 30.000 pesos y amueblada con todos los lujos de la época. Otras edificaciones están diseminadas por el área; a unos 100 metros de la residencia directiva se encuentra una construcción de grandes dimensiones para los empleados y dispersas se encuentran viviendas obreras, la escuela y otros equipamientos”131. Además de los dos potentes motores mencionados, ya en 1881 existía en el complejo un equipamiento industrial inusitado en su época; en él se destacaba “una máquina de vapor de 60 caballos que accionaba la sierra para la leña, se consumían 1.700 carretas de leña en sus calderas. En los galpones donde se alojan ocho amalgamadoras y dos setting-pan un sistema de muelas de hierro fundido se movía a gran velocidad para luego mezclar las arenas con el mercurio. El material iba a los depósitos donde se lavaba y caía la arena con oro (…) hasta Álvarez Areces (op. cit.:9). (Lamentablemente, la comparación de esa cifra con el presupuesto estatal para la instrucción primaria en ese año no permite ponderar la magnitud de la inversión.) 131 Ídem:8. Fue el renombrado Marqués de Malherbe, “que hacía unas fiestas fabulosas en Montevideo”, le informó Selva Chirico a Carlos María Domínguez (2004:114), quien “levantó esa mansión que costó treinta mil pesos, suma que entonces representaba la mitad de la deuda externa uruguaya. Pero luego se mandó a mudar y en 1896, tengo un informe, el ingenio ya está absolutamente abandonado. El negocio era cíclico”. (De todos modos, y al igual que en lo comentado en la página anterior, la comparación de la cifra que costó esa mansión principesca con la deuda externa uruguaya de aquel momento no nos permite hacernos una idea cabal de la magnitud del gasto.) Según Eduardo Palermo, la mansión no la hizo construir el Marqués de Malherbe (quien, de hecho, nunca la ocupó) sino el ingeniero Víctor L’Olivier. 130 85 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … llegar a su destino. Luego el oro se separaba del mercurio en el laboratorio para hacer los lingotes”132. Boca de una mina de galería abierta por la Compagnie hacia 1880. Boca de una mina de galería abierta por los romanos en Navelgas (Asturias) hacia el 70 AC La máquina utilizada para la molienda del cuarzo, materia prima de todo el proceso de extracción de oro –que “tenía 24 bocartes, capaces de triturar el doble del cuarzo” que hasta ese momento se podía moler133–, se movía, como ya he indicado, gracias a la energía generada en la represa134. Claro que esta moledora, como todo el parque industrial requerido para completar el proceso, de poco serviría sin un abastecimiento eficaz de las piedras arrancadas, a fuerza de explosivos, de las bocaminas abiertas en Santa Ernestina y San Gregorio. La solución dispuesta fue innovadora para su época: una trocha angosta a lo largo de los seis quilómetros que mediaban entre Santa Ernestina y la usina de Cuñapirú. Sobre esa trocha se desplazaban ocho vagones que transportaban los cascotes extraídos de la mina (y, al final de cada jornada, a algunos trabajadores); los vagones eran impulsados (cuatro desde adelante, cuatro desde atrás) por “la santa Clotilde”, pequeña Ibíd.:9. Ibíd:8. 134 Esta moledora de piedra había sido traída al lugar por la “Compañía Francesa de Minas de Oro del Uruguay”; su montaje in situ fue confiado a Juan Anastacio Echeverría Jaso, un navarrense que en ese entonces tenía apenas 22 años y, según lo indicado en la nómina publicada por el diario montevideano La Razón el 15 de agosto de 1879, ocupaba el cargo de “minero” (cf. Barrios Pintos, 1990:22). El cumplimiento (a total satisfacción) de esta tarea le valió su inmediato nombramiento como capataz de la Compagnie (junto a José Joaquín Oruezábal, que ya era uno de los tres capataces en funciones desde la creación de la empresa), cargo que además pudo desempeñar exitosamente gracias a su dominio fluido de las tres lenguas más habladas por los operarios: euzkera, castellano y francés. (Echeverría es uno de los tantos inmigrantes decimonónicos cuyos restos están enterrados en el cementerio de Minas de Corrales.) 132 133 86 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … locomotora de bronce y acero propulsada a aire comprimido, “sistema muy poco común” para la época –primeros años de la década del ochenta–, según anota Chirico. La Clotilde “refulgía superando lomas y se la escuchaba desde varios kilómetros. (…) Consta en el informe de 1895 como abandonada y requiriendo reparaciones, al punto que se había hecho una intervención para mover los vagones con tracción equina”135. Fotografía retocada, de la colección de Eduardo Palermo. “La Clotilde”, fotografía de la colección de Eduardo Palermo. Para que la Clotilde pudiera atravesar el arroyo San Pablo hubo que construir un puente de hierro, aún en pie, que ha sido declarado monumento de interés patrimonial por el Estado uruguayo136. Para ponderar en su justa magnitud la envergadura y novedad de estos adelantos, tengamos en cuenta que en 1882, “cuando la prensa informa que este tren está en pleno funcionamiento, la vías férreas llegan apenas a Paso de los Toros (y) una década después llegará a la ciudad de Rivera”137. Chirico (op. cit.:41). Basándose en un informe técnico elaborado en 1895 por el Marqués de Malherbe y presentado a la parisina “Société Nouvelle des Etablissements de Cuñapirú”, Chirico señala que el ferrocarril de trocha angosta tenía dos locomotoras, todas de bronce (cf. ídem). Por su parte, Barrios Pintos subraya que estas “locomotoras de aire comprimido (fueron) las primeras introducidas en el país” (1990:29). Enrique Malherbe era el administrador de esta compañía, que se había fundado en el año 1888 para retomar las actividades abandonadas por la Compagnie; el informe (o Rapport) de Malherbe presentaba, además, un interesante “proyecto de pueblo a erigirse en aquella zona minera” (“D. Clemente Barrial Posada”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:55). 136 Resolución N° 408/981 de fecha 19 de agosto de 1981. 137 Palermo (op. cit.). 135 87 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Por otra parte, para asegurar con eficacia el abastecimiento de piedras desde San Gregorio, la solución técnica aportada luego fue igualmente pionera: con las empresas multinacionales ya fusionadas, en el año 1907 se construyó un sistema de aero-carril de tipo alemán, movido a energía eléctrica, consistente en un tendido de unos 17 quilómetros de largo de cables aéreos sostenidos por 107 torres de hierro138 (la mayoría de las cuales aún se mantienen en pie en sus sitios originales), por donde diariamente se desplazaban 270 pequeños contenedores de acero cargando piedras de cuarzo. Cada contenedor se mantenía a una distancia de 90 metros (equivalente a 36 segundos) con el siguiente, y su capacidad máxima era de 300 quilogramos; su rendimiento era, entonces, de unas 30 toneladas por hora, con lo cual se alcanzaba una capacidad de transporte mensual de unas 7.000 toneladas139. El sistema tenía tres estaciones: una de carga (en las minas de San Gregorio), otra de descarga (en la usina de Cuñapirú) y otra de traspaso de una línea a otra (en Santa Ernestina, donde estaba el quiebre en el recorrido)140, comunicadas telefónicamente entre sí. Había, además, estaciones intermedias para recarga y reparación. “En la estación de Cuñapirú (las vagonetas) eran descargadas mediante planos inclinados y por un simple movimiento de báscula. El servicio de cables necesitaba para su funcionamiento cien obreros, prescindiendo de las operaciones de carga que, a su vez, necesitaban diez y siete obreros más”141. “Hoy”, Cf. Chirico (2005:41). En otras fuentes se menciona que la instalación del aerocarril se realizó en el año 1901 (en 1902 según Barrios Pintos; cf. 1990:47) por cuenta de la Compagnie, que el tendido era de doce quilómetros de largo y que en total se erigieron 117 torres (104 según Barrios Pintos; cf. ídem:48). Parece más confiable la versión de Chirico. En cualquier caso, la distancia promedio entre estas torres era de unos 120 metros; la irregularidad del terreno hizo que las más próximas entre sí estuvieran separadas unos 70 metros y las más distanciadas entre sí unos 180 metros. 139 El sistema de aero-carril funcionó como tal durante unos cinco años. Las “torres del aero-carril”, como hoy se las denomina en Corrales, luego fueron utilizadas para sostener el primer cableado que alimentó de energía eléctrica a Minas de Corrales. Hace algunos años tres de estas torres fueron retiradas de su ubicación original y reinstaladas en Minas de Corrales: dos de ellas en el punto de acceso a su planta urbana (desde la ruta N° 29) y la restante en el centro de gravedad de la ciudad (en un cantero en la confluencia de las calles 18 de julio y 12 de octubre, frente a la Escuela N° 4 y al Hospital). 140 “La línea que unía la usina de Cuñapirú con la mina de San Gregorio era quebrada y estaba compuesta de dos secciones rectas, que formaban un ángulo de 167 grados, que quedaba ubicado en las cercanías de Santa Ernestina” (Barrios Pintos, 1990:48). 141 Ídem. Barrios Pintos proporciona otros datos: “la vía aérea se componía de dos cables, a una distancia de 2m25, paralelos entre sí. (…) La tensión de los cables se 138 88 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … concluye Chirico, “las torres son casi icónicas y parte fundamental de la memoria colectiva”142. La erección de las torres del aero-carril. El aero-carril en funcionamiento (circa 1912), con las volquetas suspendidas de las lingas de acero. Las dos primeras fotografías fueron cedidas por José Alfredo Oruezábal; las cuatro restantes por Eduardo Palermo. Palermo acompaña la imagen de la izquierda con el siguiente comentario: “esta foto nos revela una suerte de pirámide social, donde en la cúspide se encuentra el trabajador que arriesga su vida sin dispositivos de seguridad laboral y en la base están los capataces e ingenieros, cuanto más arriba o más profundo en la tierra, más arriesgado el trabajo, menos especializado y peor pago”. obtenía por contrapesas de 13 toneladas para las vagonetas llenas de material y de 5 toneladas para las vacías, en cada estación tendedora” (ibíd.) 142 Chirico (op. cit.:41). 89 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Una de las torres del aero-carril, reinstalada en el centro de Minas de Corrales. Como es posible apreciar, el emprendimiento industrial llevado a cabo por la Compagnie fue tremendamente ambicioso, inusitado para aquellos tiempos. En los períodos de mayor trabajo generó cantidades considerables de oro que viajaron hacia Europa; empleó, en promedio, a más de trescientos operarios –y a más del doble en algunos momentos, según algunos testimonios– y, en todos los momentos de su existencia –la compañía cambió de manos y capitales varias veces–, aplicó tecnología de avanzada para la época. Como parte de esta tecnología de avanzada corresponde destacar aquella que hizo posible la generación de electricidad, con la cual se abasteció, desde fines del siglo XIX, a las principales localidades mineras de la zona, empezando por San Gregorio, Santa Ernestina y Los Corrales. Esto adquiere mayor relevancia aún si consideramos que “la iluminación por electricidad de las calles de Rivera se inauguró en 1911, cinco años después que en Santa Ana do Livramento”143. Hernández y Chirico (2004:124). Está bien documentado que en la primera década del siglo XX el conjunto de edificios de la “Compagnie de Establisement Français de Mines d’Or de l’Uruguay” en Cuñapirú (que en 1909 fue adquirido por la empresa inglesa “ The Uruguay Consolidated Gold Mines Ltd.”) “está alumbrado por la electricidad, que es también la fuerza que pone en movimiento una gran parte de la maquinaria” (“Impresiones de la República del Uruguay en el siglo veinte”, obra publicada en 143 90 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … A pesar de todo, la Compagnie “quebró oficialmente en 1895”, como consecuencia de “la última fase de la depresión de 1886-1894”144 que sumió a Europa en una profunda crisis. Hoy, en medio de otras crisis, las ruinas de ese complejo industrial siguen resultando portentosas. “Lo primero que sorprende en su estado actual”, ha escrito un experto europeo después de visitarlas, “es la pervivencia de la distribución espacial y funcional del patrimonio edilicio, con una concepción acabada de una ciudad industrial, similar a las que se encuentran en muchos lugares europeos. Resalta la jerarquía del edificio que albergó la casa de la dirección y de los ingenieros de la factoría, (así como) la sobriedad, robustez y elegancia del propio asentamiento industrial con multitud de restos de los molinos e ingenios. La utilización de la piedra y el hierro les da una perennidad que hace que el paso del tiempo y el abandono sea sorteado con lentos requiebros”145. De todos modos, esos lentos requiebros no han de durar por siempre; el paso del tiempo y el abandono pueden dar al traste con aquella percepción de aparente perennidad, más poética que real. Londres en 1912, apud Barrios Pintos 1990:50). La usina de Cuñapirú dejó de generar electricidad en noviembre de 1918, cuando murió el técnico alemán que la operaba. 144 Chirico (op. cit.:40). Esta crisis también ocasionó la quiebra de “las dos compañías inglesas más importantes del momento: ‘The Gold Fields of Uruguay”, con sede en San Gregorio y la ‘Mina Rica’, sobre las márgenes del A° Corrales” (cf. ídem). La primera de estas dos empresas inglesas se había constituido en el año 1888, “con un capital de 300.000 libras esterlinas, para trabajar la mina de San Gregorio, situada en Corrales” (Barrios Pintos, 1990:19). 145 Álvarez Areces (op. cit.:8). 91 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 92 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … carga y descarga de maquinaria, gente… e ilusiones Ya desde el año 1878 la Compagnie había empezado a realizar embarques de personal, maquinaria y otros materiales desde el puerto francés Le Havre, que luego eran trasladados en barcazas desde Montevideo, río arriba, hasta Salto, o bien en tren desde la capital hasta Durazno (última estación del ramal sur-norte del sistema ferroviario en esa época)146; desde allí la carga completaba unos doscientos cincuenta quilómetros en carros, carretas o diligencias, a campo traviesa, hasta llegar a Cuñapirú, Santa Ernestina o al naciente caserío de Minas de Corrales. (Otras empresas que explotaron minas en la zona también realizaron sus propios embarques desde Europa o Estados Unidos, como por ejemplo la compañía “Campos Auríferos del Uruguay, Limitada”, integrada con capitales ingleses, que hacia 1888 embarcó desde Chicago, en tres buques, todo el material necesario para instalar un ferrocarril, un molino y otras maquinarias para el laboreo147.) La erección de las instalaciones de la Compagnie y el montaje de muchas de sus maquinarias, de magnitudes majestuosas, no hubiese sido posible sin el desarrollo de medios de transporte medianamente eficaces. Éstos se desarrollaron con celeridad a la entrada del último tercio del siglo, cuando ya estaba en curso un sostenido proceso de poblamiento en los vastos territorios al norte del Río Negro. La primera empresa de transporte de la zona (“Mensajerías de Paysandú”), fundada el 6 de octubre de 1866, comunicaba a la ciudad de Paysandú con el extenso departamento de Tacuarembó. Ya en el año 1867 una diligencia partía semanalmente de la ciudad de Paysandú (una vez que anclaba en el puerto el vapor inglés “Río Paraná”) y, luego de detenerse en dieciocho localidades, tenía a Cuñapirú como destino final. Unos cuantos años después, en octubre de 1880, “la diligencia de Pablo Valdez y Cía. comenzó a hacer la carrera entre La carga se remitía hacia el norte no bien llegaba al puerto de Montevideo; las personas, en cambio, debían quedar durante aproximadamente un mes cumpliendo “cuarentena” obligatoria en la cercana Isla de Flores. 147 Cf. Chirico (op. cit.:38). 146 93 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Durazno, Tacuarembó y Cuñapirú”, y en 1882 ya eran tres las empresas que cubrían la carrera entre Tacuarembó y Cuñapirú (y, en algún caso, también Corrales)148. En el año 1885 se sumó la carrera entre Tacuarembó y Rivera, pasando por Cuñapirú y Santa Ernestina; otra empresa, “Agencia Central de Diligencias”, “unía Montevideo con Durazno y Tacuarembó, (y) llegaba también a Cuñapirú, Santa Ernestina y Corrales”, lugares donde la explotación aurífera ya estaba fuertemente consolidada y, por lo visto, bastante divulgada. Dos años después se sumaron otras dos empresas de diligencias que unían a las ciudades de Tacuarembó y Bagé, en Brasil, pasando, entre otras localidades, por Cuñapirú y Corrales149. Según los estudios realizados por Palermo, “la maquinaria y buena parte de los obreros que llegan a Minas de Corrales no llegan por Montevideo sino por Salto. Quienes plantean el desarrollo minero de la región en la época de las grandes compañías –con el ingeniero Victor L’Olivier a la cabeza y los otros ingenieros que después lo siguieron– eran individuos con una gran experiencia en trabajos en Europa y en África, particularmente en Sudáfrica, y también en Australia, en Nueva Zelandia. Eran individuos que miraban el territorio con un sentido de estrategia logística. Porque ingresar todo por el puerto de Montevideo hasta Cuñapirú era extremadamente complejo, entre otras razones porque hacia 1880 el ferrocarril todavía no llegaba hasta Paso de los Toros, sólo llegaba hasta Durazno, (mientras que) desde el puerto de Salto a Cuñapirú, a pesar de que se hacía el traslado en carretas, la distancia era mucho menor, y entonces por ahí era mucho más rápido. Entonces prácticamente todo se canalizaba por ahí”150. De hecho, según lo que queda establecido en una crónica del publicista argentino Justo Maeso, el 7 de diciembre de 1882, “día de nuestra llegada, arribaban al mismo tiempo las nueve últimas carretas, trayendo del Salto el complemento del material para la Usina (de Cuñapirú), y el martes siguiente 13, el Sr. Don Victor L’Olivier pudo poner en marcha a las 5 y ½ de la Cf. Barrios Pintos (1985:101-103). Ídem:104. 150 Cuando la línea férrea se extendió hasta Paso de los Toros, la carga seguía en carretas, hasta completar las aproximadamente cuarenta leguas de trayecto restante. 148 149 94 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … tarde, la máquina a vapor y la bomba de alimentación, con el éxito más completo”151. En fin, como ha dicho Enrique Ros en un discurso que resistirá al tiempo, han sido en la carreta y en la diligencia, “binomio del pasado, en las que se asentaron las bases de la vida económica y social de nuestros pueblos de tierra adentro”152. “Acá hay fotos en las que están descargando de las carretas lo que traían en tren hasta Durazno, o venía de Salto...”. (Testimonio y fotografía de José Alfredo Oruezábal.) Podría suponerse que la extensión de las líneas ferroviarias hacia el norte del río Negro y su llegada hasta los confines más septentrionales de la República habría de cambiar esa situación. Sin embargo, no fue del todo así: la prolongación hacia el norte de la línea del Ferrocarril “Descripción del material de máquinas y labores de las minas dirigidas por Biraben, Bouvet y L’Olivier en Corrales, en sus concesiones”, en Las riquezas minerales de la República Oriental del Uruguay, Montevideo (1882:58-59), apud Barrios Pintos (1985:287). 152 Ros (1961:16). 151 95 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Central, concluida hacia 1891, dejó a un lado toda la región de Cuñapirú. Tal como establece un artículo de esa época, “con un pequeño desvío al Este se habría podido incluir la importante región de los cuarzos, en el recorrido del ferrocarril, facilitando no sólo la explotación de esos, sino también conduciendo la línea por el verdadero distrito de porvenir de toda esa región del Norte. No conocemos los motivos porque no se tomaron en consideración, al trazar la línea, conveniencias que parecen ser tan palpables; de todos modos, el error está hecho”. Y concluye el anónimo articulista, con una visión mucho menos bucólica que la de Ros: “para llegar a la región aurífera hay que confiar sus miembros al empaquetamiento en unos carros medio deshechos que a cada golpe y salto que dan en el ‘camino’ sobre rocas, zanjas y arroyos, amenazan caerse en pedazos”153. Por otra parte, el crecimiento poblacional de la zona y los nuevos emprendimientos comerciales e industriales requerían una comunicación a distancia que hasta ese entonces no existía, exceptuando el precario sistema de correo a caballo. En el año 1888 se inauguraron las líneas telefónicas entre San Fructuoso y Rivera, y comenzaron a funcionar dos oficinas telegráficas, una de ellas en el comercio “Justedes y Cía.”, en Santa Ernestina154. Este comercio (pulpería o almacén de ramos generales) ya hacía unos cuantos años que lo había establecido la esposa de Don José Joaquín Oruezábal, Doña María Yustede Recarte. En esa época, su primogénito, José –que medio siglo después habría de ser uno de los personajes más emblemáticos de Minas de Corrales–, ya tenía unos seis años de edad. De acuerdo con lo que figura en un periódico que me muestra José Alfredo, su abuelo José “Nació en Santa Ernestina, 5ª Oruezábal había nacido “en Santa sección de Rivera, en el establecimiento que hoy…”. Ernestina, 5ª sección de Rivera, en el “La región aurífera de Tacuarembó”, texto publicado el 12 de setiembre de 1896 en el periódico “Buenos Aires Handels Zeitung”, reproducido en el artículo “Las riquezas auríferas del Uruguay. Un estudio publicado hace cuarenta años que cobra actualidad”, en La Revista de la UTE N° 5, 1937:29. 154 Cf. Barrios Pintos (op. cit.:138). 153 96 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … establecimiento que hoy ocupa Don Prudencio Isasa, y que entonces era sede de las oficinas y talleres de la mina de oro en explotación, el 12 de enero de 1882. Hijo de Don Joaquín Oruezábal Michelena y de Doña María Yustede Recarte. Su señor padre vino muchos años antes al Uruguay, trabajando primero en Montevideo y luego, minero de alma, cuando se fue a Tacuarembó...”. José Alfredo deja a un lado el periódico y continúa: “tengo entendido que por esa época mandaron llamar a mi bisabuelo desde el País Vasco, creo que para atender unas minas en Irun, no sé si de plomo, no estoy seguro… La cosa es que a los seis meses mi bisabuela se lo llevó a mi abuelo para el País Vasco, y de ahí recién se vino a los veintiún años. Se casó con mi abuela, que era de origen brasileño, y ahí se asentó. Mi bisabuelo quedó en Irun, y ahí falleció”. Pues bien, aquellos medios de transporte y de comunicación favorecieron el rápido poblamiento de la región; en rigor, surgieron como consecuencia de ese poblamiento y, al mismo tiempo, constituyeron su condición de posibilidad. 97 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 98 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … situación y dinámica demótica en el polo CuñapirúSanta Ernestina en la época de las minas gordas El desarrollo de la explotación mineral industrial en el triángulo Cuñapirú-Santa Ernestina-Corrales (o pentágono, si se incluye a Zapucay y Curtume) concentró el poblamiento en esa zona en desmedro de las restantes, de tradición predominantemente ganadera. Por ejemplo, hacia fines de la década del setenta del siglo XIX, la Villa de Ceballos (hoy ciudad de Rivera) atravesaba una crisis comercial, social y económica de grandes proporciones155, a contramano tanto del florecimiento que vivía aquel triángulo como del empuje que simultáneamente estaba adquiriendo la vecina Sant’Ana do Livramento. Análogamente, el estado miserable y desolador en que se encontraba el mundo rural del entonces departamento de Tacuarembó –consecuencia de plagas, epidemias, saqueos y contiendas armadas, acrecentado por el cierre de los mercados brasileños a los productos cárnicos uruguayos– contrastaba notablemente con la prosperidad de esos pequeños focos industriales dispersos en su interior. Lo cierto es que antes de que se emprendiera alguna explotación minera medianamente consistente, la población en la zona de Cuñapirú era bastante escasa –poco más de 500 personas, aproximadamente un 7% del total de residentes en el departamento de Paysandú– y casi exclusivamente luso-brasileña156. A mediados del siglo XIX, antes de Esta penosa situación habría de cambiar a partir de la decisión política de crear el departamento de Rivera, el 1° de octubre de 1884, y de consagrar a la ciudad homónima como su capital. Advirtamos que a partir de allí el novel departamento quedó dividido en ocho secciones policiales, una de las cuales era Santa Ernestina. (Las siete restantes eran Rivera, Extramuros, Buena Unión, Progreso, Areiguá, Yaguarí y Cerro Blanco; cf. Barrios Pintos 1985:26.) 156 Estos datos corresponden al censo que en el año 1824 efectuara el gobierno en la sexta sección del entonces departamento de Paysandú, que abarcaba todo el territorio de la Banda Oriental al norte del río Negro. “En informe elevado al ministro de Gobierno de la época (…) en el distrito de Cuñapirú el primer empadronamiento registró 250 habitantes. Entendiendo que los principales vecinos no expresaban con exactitud el número de sus dependientes efectuó un nuevo empadronamiento”, en 1840, en el que “consiguió duplicar el número de habitantes en dicho distrito” (Barrios Pintos 1985:48). Más allá de las diferencias entre las cifras presentadas, cabe advertir que “seguramente la población real era bastante más numerosa en función del aporte permanente de nuevos propietarios portugueses con sus esclavos y del número indeterminado de 155 99 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … que sobreviniera “la tercera oleada pobladora de nuestra región”157, la población tenía una fuerte impronta guaraní, con el agregado de (y mestizaje con) rasgos criollos, charrúas, minuanes y, en menor medida, africanos. Esa oleada, “fuertemente europea, más portuguesa que española, desdibujó buena parte de los aportes culturales guaraníes, especialmente a partir de la caída en desuso de la lengua guaraní (…). En la población rural ésta fue sustituida por el español, el portugués y el portuñol, genuino dialecto regional”158. En el período intercensal 1824-1854 la cantidad de población censada en la zona de Cuñapirú se cuadruplicó (pasó de 515 a 1981 personas, de las cuales más del 92% eran extranjeros). En líneas generales, ese volumen poblacional se mantuvo prácticamente constante hasta fines del siglo. Como ya he señalado, al iniciarse el último tercio del siglo XIX los principales centros poblados existentes en la zona eran Santa Ernestina y Cuñapirú; también estaba San Gregorio, en las inmediaciones de la mina homónima (propiedad de Goyo Jeta), ubicada exactamente en el mismo lugar donde está hoy y que había comenzado a ser explotada en el año 1875159; “fue sede de un destacamento militar que se ubicaba en la construcción que aún subsiste y que se conociera como ‘La Azotea’ debido a las características de su construcción”160. En cuanto a Corrales, durante el siglo XIX “la historia trascendente no ocurrió allí”, afirma Selva Chirico. “Corrales era un asentamiento, hasta 1875 no fue más que un rancherío, que tenía en Las Pitangueras, al fondo del pueblo, un núcleo vinculado a la mina, y el cuartel. (…) Estaba “La azotea”, que era la casa de mi familia, que luego se vende, o vaya a saber qué, al cuartel, no sé, y después pasó a ser escuela (…). Eso que hoy se llama “barrio San Gregorio” no estaba vinculado en absoluto a Corrales; había que hacer todo un tránsito para llegar. Se iba, si se quería ir, con esfuerzo, se iba, a pie, pero… ocupantes de los campos, denominados intrusos, entre quienes estaban los antiguos donatarios del ciclo artiguista, desplazados por el nuevo régimen” (Palermo 2001:225). 157 Palermo (2001:78). El autor aclara que “la primera estaría conformada por los grupos indígenas, la segunda sería la presencia guaraní misionera”. 158 Ídem. 159 Tal como me dijo Palermo, en esos tiempos San Gregorio era mucho menos importante que los otros dos poblados, ya que “la primera empresa importante fue una explotación inglesa, la Mining Company, que data de 1887, 1888”. 160 Hernández-Chirico (2004:125). 100 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … son cuatro o cinco quilómetros. (…) Ese núcleo de gente no era tan numeroso, estaba “La azotea”, y alrededor era todo campo. Más allá estaban las minas, que tenían sus asentamientos cercanos al lugar donde se pusieron las instalaciones”. Ya he comentado que en ese entonces los poblados más importantes eran Cuñapirú (con una población de unos seiscientos habitantes, cuatrocientos de los cuales trabajaban para la Compagnie) y Santa Ernestina, “pequeña población erigida como por encanto en brevísimo tiempo”161. Si bien esta población, según la descripción de Enrique Ros, era una “colmena humana donde trabajaban cientos de obreros, en las tareas de explotación; y casa de comercio fuerte, que proveía las necesidades de los moradores de la zona”162, parece más realista la siguiente: “Santa Ernestina era, sin ostentaciones, nada más que un núcleo de casas de grandes chimeneas de piedra, mezclas de rancho y cottage inglés que se agrupaban en torno a una gran construcción típicamente uruguaya, donde funcionaba el comercio más importante de la zona, el de Zapiaín. Aunque exigua, la urbanización era el centro administrativo y social de la zona minera”163, sobre todo en virtud de su proximidad con la usina de Cuñapirú. De a poco, los inmigrantes recién llegados a la región “empiezan a picotear el patrimonio hasta entonces desdeñado de un país que ofrecía sus infinitas pasturas a las vacas, que ensangrentaba los campos con guerras caudillescas y dilataba los círculos concéntricos de los ocios sociales en las ruedas de mate amargo y juegos de destreza y de azar”164. Evidentemente, “la inmigración ha sido fundamental: las poblaciones de Santa Ernestina, Cuñapirú y Corrales”, tal como me señala Palermo, “se forman a partir de los inmigrantes. No hay población nativa, criolla, anterior, que conforme un grupo poblado. Hay sí agrupamientos a partir del desarrollo de la minería”. En efecto, la inmigración ha sido fundamental, sobre todo para el desarrollo de la actividad productiva: “la inmigración Frase extractada de un artículo aparecido en la edición del 26 de febrero de 1882 en el periódico “El Liberal” de Tacuarembó (apud Barrios Pintos 1990:29). Otra crónica periodística del año 1880 estimaba la población de Santa Ernestina en unas dos mil personas (cf. ídem:27). 162 Ros (1961:15). 163 Hernández y Chirico (2004:45-46). 164 Vidart (1998:166). 161 101 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … proveniente de zonas rurales europeas aportó idoneidad a la agricultura, a la cría del ovino y especialmente a la minería”165. (También participó en la gestación de la vitivinicultura, la lechería, la apicultura y otras actividades productivas que de a poco se fueron desarrollando.) Pero, claro está, no todos los inmigrantes que se incorporaron al furor minero eran idóneos en la materia. Tal vez muchos de ellos se ajustaban a la cautivante descripción de Martínez Estrada: “el que viene a ganar dinero, sin pasado encima y sin porvenir dentro, se propone muy poco y puede triunfar. Lo que no puede es llenar un destino con dinero, y la persecución de la fortuna como ideal exige tarde o temprano que, así como el oro asume la forma de lo que no existe, lo que no existe tome la forma del oro. (…) Hay sólo un bien concreto, positivo y apetecible: la fortuna con infinitos nombres; y una disposición fagedénica: la forma cóncava de lo que no se tiene. El ansia de poseer ahonda más la oquedad que quiere colmarse. (…) Y en cualquier hipótesis la fiebre de tener mucho puede ser un reflejo del hambre y la sed”166. En cuanto al surgimiento de asentamientos por el desarrollo de la minería, Chirico me aclara que “en Zapucay, Curtume, y para el lado de Areicuá, había otras explotaciones, pero nunca generaron núcleos estables de gente, porque iban y venían, y la ganancia era muy cíclica, muy poca. (…) Hacia 1875 el núcleo estaba en Santa Ernestina. Corrales era un caserío. Y como era un ‘asentamiento irregular’, digamos, Rücker, el dueño de las tierras, no tuvo más remedio que regularizarlo, porque, bueno, la gente no iba a salir de allí”167. Las circunstancias y características del nacimiento de Corrales son, además de poco conocidas, una auténtica rareza a escala regional: “el pueblo no nace ahí como minero –como tú bien sabés las áreas mineras están en otro lado–; el pueblo nace como una necesidad de asentamiento de las mujeres que estaban esperando a los maridos que estaban en el área minera propiamente dicha. Ese es un hito”, Ídem:122. Martínez Estrada (1991:102-103). 167 “También contribuyó a su urbanización el asentamiento militar del santista Galarza, en ‘Las Pitangueras’. Hacia 1880 éste era tan sólo un rancherío” (Hernández y Chirico, op. cit.:124). 165 166 102 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … concluye Selva. Sin duda lo es. “Y después crece el pueblo, pero crece después de que en San Gregorio y en Cuñapirú se agota la explotación, y la gente que vivía en Santa Ernestina, que era el núcleo de gente estable vinculada a las explotaciones de San Gregorio y Cuñapirú, se viene para Corrales. (…) Eso hacia 1890. Es decir, en el 85 Corrales era un caserío –ya te digo, de mujeres–. Ahí no vivía prácticamente nadie, la gente vivía en Santa Ernestina y, en menor medida, los trabajadores, que estaban directamente vinculados a Cuñapirú vivían en Cuñapirú. Y después también había un caserío alrededor de la mina de San Gregorio, pero no había el pueblo que hoy vemos. Porque ahí había una estancia”. “Entre 1867 y 1878”, me dice Palermo, “se genera el núcleo básico de población de la zona, fundamentalmente extranjera, y la corriente inmigratoria”. (Esta corriente habría de seguir creciendo hasta la Gran Guerra, en 1914, en que se consolida un fuerte nexo entre la población minera de Corrales, Cuñapirú, Santa Ernestina y San Gregorio “con las zonas rurales de Francia, de Italia y de España. Hubo prácticamente un trasplante de aldeas enteras con dirección al trabajo minero”.) Ya hacia 1895, año en que se efectuó un censo en el recién creado departamento de Rivera, el polo minero de Santa Ernestina y Cuñapirú llegó a tener, según me indica Palermo, “alrededor de cuatro mil habitantes, mientras que Minas de Corrales tenía una población de mil y poco168. Aquella era una población extraordinariamente importante para lo que era el Uruguay de esa época, y más en un enclave rural”. Y agrega, como para ilustrar mejor la situación: “en la prensa salteña hay un comentario muy interesante, que habla sobre «300 carretas disponibles en Salto para el transporte de la maquinaria hacia la usina de Cuñapirú, que pasarán por San Fructuoso, población aledaña a Cuñapirú». O sea, en aquel momento, San Fructuoso –hoy Tacuarembó–, fundada en el año 1831, era «población aledaña»; el centro hegemónico desde el punto de vista económico y poblacional, cosmopolita, era efectivamente Cuñapirú y Santa Ernestina, y evidentemente Corrales como parte de todo ese conjunto”. En el censo levantado en 1895 por el Juez de Paz local, la población total censada en Los Corrales fue de 1.673 personas (cf. Barrios Pintos 1985:280). 168 103 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Tan es así, como me dice José Alfredo Oruezábal, que “la capital del departamento iba a ser Santa Ernestina”. En efecto, en el año 1885, el periódico “La Voz de Rivera” (que se había fundado el 1° de marzo de ese año, exactamente cinco meses después de la creación del departamento de Rivera) “establece una larga polémica con el periódico ‘El Liberal’, de Tacuarembó, que insiste en que la capital del departamento, recientemente creado, debía ser Santa Ernestina, en las minas de Cuñapirú, y no Rivera, por motivos que expone y ‘La Voz de Rivera’ refuta”169. “Es cierto”, me confirma Palermo, “hubo un momento en que Santa Ernestina estuvo a punto de ser capital departamental. Esa pulseada la ganó Villa Ceballos… o la perdió Tacuarembó, no lo tengo muy claro. En realidad, creo que en ese momento pesaron razones estratégicas, en la conformación de lo que era la idea de nación en el país. En 1884 se crea el departamento de Rivera y en el mismo acto la ciudad de Rivera pasa a ser su capital (…); eso fue en el período del gobierno de Santos, (…) en el cual se afirma un conjunto de conceptos que vienen del gobierno de Latorre: centralismo, poder político autoritario, consolidación de las fronteras nacionales, aparece el concepto de frontera nacional como un elemento político; y también tiene mucho peso la propuesta ideológica que genera José Pedro Varela en la creación del Estado-nación: un lenguaje, una nación, un Estado, un poder centralizado, todo lo cual de alguna manera hace que fuera estratégicamente más importante sustentar a la ciudad de Rivera –lo que antes se llamaba Villa Ceballos– que a Santa Ernestina, aún cuando ésta efectivamente tenía más población, más desarrollo económico y tecnológico. Yo entiendo que fue por una razón de Estado: desde Montevideo ya se miraba al país como un conjunto en función de ciertos intereses. Y Santa Ernestina estaba ahí e iba a seguir funcionando; y además era fundamental para San Fructuoso. Y lo siguió siendo para Tacuarembó. (…) Yo creo que en aquel momento primó, con un criterio muy propio de la época, la defensa del territorio, consolidando a Rivera. Así, se empieza a consolidar la frontera actual, con un concepto que va desde la estrategia militar hasta cuestiones de orden económico; entre otros, el fenómeno del contrabando, que es un fenómeno anterior al Estado, es 169 Barrios Pintos (1985:205). 104 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … parte de la vida cotidiana, y no tiene que ver con elementos de orden político, sino con elementos de dinámicas de precios”. Además, el contrabando, como actitud rebelde y contestataria, fue constitutivo de lo que Vidart denomina “el espíritu criollo”: “al bando se le contestó con el contrabando, ya de bienes, ya de ideas, ya de conductas”170. Consolidación de la frontera, estrategia militar y contrabando. Selva Chirico va un poco más allá, y suma otra categoría: “hasta el Siglo XIX el Norte del Río Negro se mantendrá tan vinculado a la pradera de la Provincia de São Pedro do Rio Grande do Sul, como a la de la Banda Oriental. Pradera y frontera serán, entonces, dos categorías imbricadas que nos definirán culturalmente: en el habla, en la benévola visión de la ética del contrabando, en la tendencia política conservadora y hasta en la cultura gastronómica”171. Sobre aquellos elementos y sobre estas dos categorías y, en especial, sobre algunos de los rasgos y disposiciones culturales por ellas definidos –habla, ethos, cultura gastronómica, entre otras–, volveré, obligadamente, más adelante. Baste por ahora con enfatizar que la dinámica poblacional de la zona de Cuñapirú durante el último tercio del siglo XIX y el primero del XX fue mucho más imprevisible y cambiante que en cualquier otra parte del país, principalmente como consecuencia del intermitente influjo de la actividad minera industrial, promotora de una alternancia sincopada de inmigración, emigración, crecimiento, decrecimiento, prosperidad, crisis, dispersión, retracción… De este modo, en ciertos momentos los centros poblados de la zona se colmaban de gente y ajetreo (y oro), al poco tiempo se vaciaban (de gente, ajetreo y oro), luego volvían a desarrollarse y así sucesivamente, arrastrando consigo las ilusiones y desilusiones de los pobladores. Esa singular dinámica, ese vai y vem, poco se asemeja a la aparente pachorra que suele caracterizar a las pequeñas ciudades de nuestra tierra. 170 171 Vidart (1998b:166). Chirico (2005:35). 105 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 106 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … una nueva dinámica, una nueva socialidad (1) “Días de intensa actividad para esta comarca, eran aquellos de principio de 1880. Después de innumerables cateos, de esperanza sin límite, en los que el deseo y la avidez de arrancar a las entrañas de la tierra el mineral aurífero, había atraído desde lejanas procedencias a aquella amalgama humana de alemanes, ingleses, franceses, brasileños de Camacuan y Lavras, españoles, vascos, argentinos de las provincias andinas, chilenos, y nuestro elemento nativo, nuestros criollos que habían dejado el caballo de sus tareas de campo; y todos ellos, contagiados por aquel embrujo del oro, de los terrenos de aluvión y de las vetas auríferas del cuarzo”172. Aún si soslayáramos la febril labor fabril que se hacía oír varias leguas a la redonda de aquel polo industrial de Cuñapirú, o incluso si desestimáramos el bullicio metálico de “la Clotilde” rebuznando con sus vagonetas colmadas de piedras (y, dos décadas después, el fragor del transitar incansable y crujiente de los tachos suspendidos del aerocarril), es imposible ignorar que a partir de los años ochenta el mundo social de Cuñapirú dejó de ser lo que era. Una vez que las enormes máquinas se pusieron en marcha, la maquinaria social modificó sustantivamente su morosa marcha habitual y con ella se abrió un mundo nuevo: la población aumentó ostensiblemente –sobre todo por la persistente inyección de inmigrantes europeos, principalmente franceses–, el cosmopolitismo de la región se consolidó, la ancestral calma chicha de la zona comenzó a alterarse paulatina y notablemente. Resulta evidente que lo que se formó en esta zona fue “un enclave imperialista, a través de la minería del oro, que promueve una fuerte inmigración europea que cambia sustancialmente el desarrollo de las culturas locales e imprime un sello europeísta que mantenemos hasta Primeras palabras del discurso pronunciado por Enrique M. Ros (1961:13), ilustre personalidad corralense, en ocasión del homenaje que el pueblo de Minas de Corrales le tributara a Francisco Davison y a su esposa Hannah Packer, junto al monumento que los evoca, el domingo 27 de noviembre de 1960. El discurso fue publicado por la Cámara de Senadores de la República, a instancias del senador Alfredo Lepro, quien lo calificó como “una página de positivo valor de evocación crónica de una época y un medio, de una gente y sus afanes, que dejaron su improntus, tanto que Minas de Corrales constituye un matiz especial en la rica paleta sociológica del ambiente fronterizo” (ídem:5). 172 107 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … la actualidad, el cual se ve afianzado con las reformas del sistema educativo y del imperante concepto de Nación y frontera que se desarrolla a fines del siglo XIX y principios del XX”173. A inicios del último cuarto del siglo XIX, ya instalado ese enclave, el ethos cultural local aceleró la metamorfosis que había comenzado a insinuarse con la inmigración por goteo de los años sesenta y setenta. A las pautas culturales nativas pronto se le sumaron las foráneas, independientemente de los sectores sociales que las portaban. Del mismo modo, a la sencilla cultura material nativa de uso cotidiano, expresión parasitaria del ethos cultural imperante, en los años ochenta se le empezó a sumar el utillaje doméstico –y el modo y circunstancias adecuadas de su empleo– que los inmigrantes de condición económica más aventajada trajeron consigo: vajilla inglesa, porcelana francesa, bandoneones alemanes… Así, sin llegar a cristalizar del todo en hibridaciones o sincretismos culturales, el arsenal cultural nativo coexistió y se enriqueció con el foráneo, principalmente europeo. Con el florecimiento de la actividad minera la extensa zona que ella ocupaba se afrancesó. A inicios de los años ochenta del siglo XIX, en los tres principales centros poblados de la zona, las pulperías, presentes en la región desde (por lo menos) la tercera década del siglo 174, comenzaron a perder su protagonismo monopólico como centros de intercambio comercial y sedes (masculinas) de la socialidad cotidiana. En el poblado de Cuñapirú, desplegado en las inmediaciones de la represa construida sobre la margen izquierda del arroyo del mismo nombre, en ese entonces ya había una escuela (que había comenzado a funcionar tempranamente, en el año 1876), una oficina de correo, un destacamento policial y cerca de una decena de comercios que satisfacían las principales necesidades de consumo de la población. Según lo que he comentado precedentemente, hacia 1880 llegaban regularmente a Cuñapirú tres carreras de diligencia, procedentes de Durazno, Tacuarembó y Paysandú, que se sumaban a los medios de Palermo (2001:26). Las primeras pulperías eran ambulantes: “grandes carretas que compraban cueros y vendían enseres domésticos, caña y tabaco”. Cuando fueron prohibidas por el gobierno, “por considerarlas fuente de estímulo al abigeato y la corambre clandestina” (Palermo, 2001:205), comenzaron a instalarse pulperías estables (aunque con el mismo giro comercial), en su mayoría en ranchos de terrón y paja. 173 174 108 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … transporte de carga y de pasajeros preexistentes (caballos, carros y carretas). En Santa Ernestina, cerca de la mina homónima –un pozo de casi cien metros de profundidad y varias galerías en actividad– y a medio quilómetro del arroyo San Pablo, unas cuantas casas de comercio se esparcían entre las sencillas viviendas: panadería, carpintería, herrería, zapatería, fonda, botica, almacenes, tiendas; entre “las que trabajaban en condiciones más ventajosas” se destacaba “el almacén y tienda al por mayor y menor de Yustedes”175, propiedad de Doña María Yustede Recarte. También existía un hotel bastante grande –con capacidad para unos cuarenta pasajeros– y un prostíbulo. Además, desde el año 1895 Santa Ernestina había quedado conectada telefónicamente con la ciudad de Rivera; en 1884 ya había allí una escuela, y “en 1885 (…) tenía un pequeño teatro con 100 butacas; hasta allí el Jefe Político de Tacuarembó, Carlos Escayola, hacía llegar las compañías de teatro y zarzuela, las cocots francesas y hasta un grupo de bailarinas del famoso Moulin Rouge, o al menos promocionadas como tales. Fiesta, prostitución, derroche de dinero, o más bien de pepitas y onzas de oro, son la norma de los centros mineros. Acá no fue diferente”176. En efecto, las cocottes “hacían las delicias de las veladas (en el teatro de) de Santa Ernestina. Se bailaba el ‘can-can’, se representaban fragmentos de ópera y se consumía como si estuviéramos en París”177. Fue, evidentemente, un período de extraordinario esplendor, en el que la vida social tuvo su capital en Santa Ernestina. Sin embargo, como expresa Palermo algo lacónicamente, “el tiempo no dejó rastros de tal grandiosidad, las estructuras yacen derruidas”178. No sólo las estructuras yacen derruidas. En lo cultural tampoco hay remanentes de aquella grandiosidad, me dice Selva Chirico. Por lo pronto, “los objetos se fueron yendo con gente que vino y se los llevaba por poco menos que espejitos (…) y los negociaba en Montevideo por un montón de plata. Es lamentable, pero la gente se fue Barrios Pintos (1985:279). Palermo (2006). Según Barrios Pintos este teatro se inauguró en octubre de 1887 (cf. 1990:39). 177 Chirico (op. cit.:39). Cf. también Hernández-Chirico (2004:123). 178 Palermo (op. cit). 175 176 109 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … desprendiendo de un montón de cosas; tal vez desconocían el valor que tenían, tal vez a otras generaciones ya no les importó tampoco… Sé que han regalado fotografías, por ejemplo, durante añares”. Se han regalado, es cierto, y también prestado, muchas veces por parte de personas que conocían muy bien su valor: “en una época”, me cuenta José Alfredo Oruezábal, “un señor llamado (…) se hizo muy amigo de mis abuelos, y cuando entró de Intendente, le pidió a mi abuela cincuenta y seis fotos, y otras cosas, para iniciar un museo… Después se fue, y esas fotos desaparecieron, ¿te das cuenta? Todo ese material fotográfico que ustedes pueden ver por ahí, salió de acá. Y de esas cincuenta y seis fotos quedan algo más de veinte, e incluso planos de las minas… Sí, todo salió de acá. Pero, si lo usan para bien, que quede en sus manos”. Selva asegura que “hay museos en Francia que tienen material de acá. Es una pena. Por eso nuestra cruzada, con Eduardo (Palermo), de empezar a valorar el pasado histórico común de la gente del pueblo, para tratar de que tomaran conciencia de la riqueza que tenían entre manos. No hemos sido muy exitosos, pero tampoco ha caído en campo yermo, porque al fin y al cabo se empezó a hablar de la historia, y creo que hoy la gente la maneja bastante bien”. Toda la zona minera se afrancesó, es cierto. Pero fue bastante más que eso: se forjó un cosmopolitismo (predominantemente europeo) de una vastedad que quizás no haya tenido parangón a escala nacional. “Acá, fijate, no sólo había franceses o ingleses o italianos… En los registros que hemos hecho con Eduardo Palermo”, me informa Selva, “tenemos austríacos, tenemos gente de Sudáfrica, norteamericanos, vascos –en cantidad–, africanos… Entonces, aquello debió haber sido muy rico culturalmente. Y en otros detalles se puede ver cómo se vivía, que era en la cantidad de objetos de valor que tienen las familias. Yo, por suerte, soy heredera… tengo juegos de Limoges, que tenía mi abuela, que están ahí, para que los vean, como testigos… y eran de uso cotidiano; si los ves, están cascaditos, están usados”. El ingeniero Victor L’Olivier, alma máter de la Compagnie, a poco de llegar a la zona construyó su vivienda en Los Corrales, poblado surgido en el rincón formado por el arroyo homónimo y la cañada Las Pitangas. Luego se levantaron otras “magníficas construcciones que realizó a partir de 1878 la Compañía Francesa, y que aún, en la actualidad, y en estado ruinoso, muestran en todos sus detalles la 110 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … calidad y el gusto con que fueron levantados”179. La casa de comercio más importante era la de Arnaud Echard, erigida en la cuchilla, “donde actualmente se encuentra la Cooperativa Agropecuaria, la más notable de todas las de la sección”180. “En lo que es hoy el Hotel Artigas, en un rancho de terrón y paja, (estaba) la fonda de May, más tarde de Peña, y en el predio del Club 25 de Agosto, la carnicería de Saturno; luego, en la esquina donde está la Farmacia Antúnez, se establecería el comercio de Valdez y Sansever, y luego en la costa del arroyo, una cantidad de ranchos de los mineros”181. A comienzos de los ochenta, en este poblado también funcionaban, además del consultorio médico del doctor Davison y Hannah Packer (que habían llegado en 1880 y 1882 respectivamente), varias oficinas públicas, entre ellas dos escuelas, una comisaría, una Oficina de Correos y Telégrafos y un Juzgado de Paz182. El cosmopolitismo fuertemente afrancesado era especialmente visible, también, en la cercana Villa San Fructuoso. Allí, algunos años antes, y no por azar, la noche del 14 de julio de 1879 (nonagésimo aniversario de la Toma de la Bastilla, principal fecha patria francesa) con inusitada pompa abrió sus puertas “La Rosada”183, el segundo cabaret de la zona, montado a todo lujo por Carlos Escayola (con muebles, alfombras, pianos, cuadros, luminarias y vajilla especialmente traídos desde París) y regenteado por la intrigante Minina Flor. En “La Rosada” habrían de Ros (1961:17-18). Actualmente ya no queda casi ninguna de estas construcciones. Barrios Pintos (op. cit.:279-280). 181 Ros (op. cit.:17). 182 El 18 de julio de 1895 el Juez de Paz de Los Corrales realizó un censo que arrojó un total poblacional de 1.673 habitantes y quince casas de comercio (cf. Barrios Pintos, op. cit.:280). A pesar de este importante volumen poblacional y de servicios, y de la temprana solicitud presentada por Conrado Rücker (en el año 1896), Los Corrales recién fue reconocido oficialmente como “pueblo” (con su actual denominación de Minas de Corrales) en el año 1920, durante la presidencia del Dr. Feliciano Viera. 183 A la inauguración asistieron, por invitación expresa de Carlos Escayola, los principales políticos de Montevideo y las personalidades más encumbradas de la región. “Una música de opereta recibía a los invitados vestidos de rigurosa etiqueta”, escribió Susana Cabrera en su novela Los secretos del coronel, “algunos de ellos cubiertos con cuellos de piel o luciendo sombrero de copa y chalina blanca e indefectiblemente acompañados por el bastón de plata y oro. Al entrar, la sorpresa los hacía detenerse como aturdidos, la fascinación del lujo, la belleza y el despliegue de buen gusto, arrancaban exclamaciones de asombro, mientras la más joven de las pupilas (...) vestida con una túnica transparente (...) los conducía ceremoniosamente a sus respectivos lugares” (Cabrera 1997). 179 180 111 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … pasar gratos momentos los varones más acaudalados de toda la región –políticos, empresarios, técnicos, nuevos ricos de diversa calaña–, acompañados solícitamente por atractivas “bailarinas” y cocottes también “importadas” desde Francia184. Estos nuevos ámbitos de la socialidad cuñapiruense –los de los empresarios e ingenieros, personalidades políticas, caudillos militares de paso, cocottes importadas– son los que suelen quedar registrados en las crónicas de la época, en los libros de historia que las capitalizan y, por esas vías, en la memoria de muchos de los pobladores. Pero hubo otra socialidad, de la que poco se sabe y mucho se puede imaginar: la de las interacciones en socavones y galerías, antros insalubres –por sus nocivas condiciones de temperatura, humedad y oxígeno, caldo de cultivo de un vasto arco de enfermedades–, la del trabajo forzado, de sol a sol, bajo la amenaza constante de desmoronamientos y derrumbes (y despidos), la de la evasión del espíritu en la espirituosa caña blanca de las pulperías, la de la celebración del cuerpo en los cuerpos de las solícitas servidoras prostibulares, la de la complicidad, la confraternidad y la solidaridad entre pares (varones). Una de esas cocottes fue Berta Gardés (o Berthe Gardei), quien luego adquiriera notoriedad para quienes reivindican la nacionalidad uruguaya de Carlos Gardel. Así consta en algunos documentos de la época, y también en muchos testimonios de la tradición oral: “mi abuela contaba”, me dice Selva Chirico, corralense e historiadora, “que Gardel había sido criado por Madame Gardei –así le decía, Gardei–; hay un botero, que tiene este mismo apellido. Y ella era una de las cocottes francesas de Escayola. Y eso decía la abuela. Y la abuela vino como planchadora y cocinera de los franceses. (Que no era abuela legítima, te aclaro, pero afectivamente era mi abuela, era abuela; yo por parte de padre no tuve abuela, entonces como que adopté esta que era la madre de una tía, de una tía política.) Ella era vasca, pero vino con los franceses; Legerén, habrás escuchado el apellido. No vino a Corrales sino a Cuñapirú. Se casa con Zusperreguy, que pone un comercio, que llegó a ser un comercio muy rico, y tenían de los primeros pianos de Corrales. Ahí íbamos a hacer veladas de rummy, conga y piano. Yo detesto hasta hoy el rummy, porque no me daban corte y no podía jugar”. Pues bien, apenas desembarca, junto a otras jóvenes francesas, en el puerto de Montevideo, “la francesita” –así se la apodó más tarde en San Fructuoso– viaja hacia Cuñapirú a emplearse en la Compagnie, apenas se enterara del pedido de personal publicado en el diario capitalino El Heraldo. Luego trabaja durante algunas semanas como lavandera y planchadora en la estancia “Santa Ernestina”, propiedad de Victor L’Olivier, hasta que es contratada por el amigo de éste, Escayola, para trabajar en el cabaret “La Rosada” de San Fructuoso. Al cabo de unas semanas, el Jefe Político de Tacuarembó la lleva a su estancia “Santa Blanca” y luego, ya consolidada su relación “amorosa”, a su propia casa en San Fructuoso. El resto de la historia, verídica o no, incluyendo la peripecia de la presunta madre biológica de Gardel, presuntamente hermana del propio Escayola, presunto genitor de El Mago, ya es bastante conocida. 184 112 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Las Pitangueras, Los Corrales, Minas de Corrales “Minas de Corrales es una fase secundaria en el proceso de poblamiento de la zona”, me dice Palermo. “El primer centro poblado de importancia es Santa Ernestina, e inmediatamente Cuñapirú”. (…) Más aún, según el testimonio de Selva Chirico presentado unas páginas atrás (poco coincidente con lo que establecí en el apartado precedente), “en el 85 Corrales era un caserío (…) de mujeres. Ahí no vivía prácticamente nadie”. En esa misma época, mientras Corrales era apenas un caserío (o, quizás, un centro poblado de una importancia algo mayor) y Santa Ernestina, como ya he mencionado, un poblado pujante (con hotel, comercios de todo tipo y hasta un pequeño teatro con 100 butacas), “Rivera no pasaba de ser una pobre aldea, cada vez más en decadencia y casi sin elementos intelectuales”185. Según lo publicado el 11 de abril de 1882 en el diario montevideano “La Razón”, “el vecindario de Rivera había disminuido tanto que no pasaba de 90 habitantes”186. El siguiente testimonio, ofrecido por Pedro Cosio, es coincidente con el anterior: “antes de 1891 sólo había una veintena de casas, ‘tendidas en guerrilla’ sobre la línea divisoria, con los muy evidentes propósitos de facilitar las nocturnas operaciones ya mencionadas”187. Un poco antes del fin del siglo, Rivera había alcanzado un volumen poblacional considerable –5.789 habitantes en el censo de 1896– y ya tenía una vida próspera y en crecimiento. Entretanto, ya existían, además de Cuñapirú y Santa Ernestina, otros dos poblados, también de origen minero, en pleno desarrollo: Zapucay y Corrales. Este último ya contaba con cerca de mil habitantes. Resulta indiscutible que la dinámica demótica de estos cuatro centros poblados estuvo desde siempre supeditada a los avatares de la Barrios Pintos (1985:53). Apud Barrios Pintos (1990:29). 187 Apud Barrios Pintos (1985:139). “Las nocturnas operaciones” aludidas por Cosio son las propias del contrabando. 185 186 113 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … explotación aurífera, y sobre todo a la de carácter industrial188. Sólo así se puede explicar que, concluido el auge de esa explotación en los últimos quince años del siglo XIX –y el consiguiente crecimiento exponencial de su población–, en el año 1908 los datos emergentes del Censo General de la República muestren una importante reducción de la cantidad de población, tanto en Corrales (400 habitantes censados) como en Cuñapirú (200), Santa Ernestina y Zapucay (100 en cada una)189. Naturalmente, esa población era casi toda oriunda, ya que la mayoría de los extranjeros que en el período anterior habían llegado a la región, la dejaron en busca de otros rumbos más halagüeños. Por su parte, Barrios Pintos fija el nacimiento de Minas de Corrales –al parecer, un nacimiento más virtual que real– en el año 1878, “bajo el apremio de la esperanza que llega con la noticia de haberse constituido ese año en Europa la ‘Compañía Francesa de Minas de Oro del Uruguay’, como consecuencia del informe ditirámbico del ingeniero Victor L’Olivier, que advierte que los aluviones californianos y los de Australia y los filones auríferos de Minas Gerais en el Brasil no pueden rivalizar en riqueza con los cuarzos de Cuñapirú”190. (Asimismo, cabría datar el nacimiento “oficial” de Minas de Corrales el 19 de febrero de 1895, fecha de la escrituración de la donación por parte de Conrado Rücker de un terreno de 20.396 metros cuadrados para el establecimiento del poblado.) Por otra parte, y aunque esto no sea del todo conocido, la propia fundación de la hoy ciudad de Rivera también estuvo, en cierta medida, supeditada a la explotación aurífera. Así se desprende de un pasaje de un artículo publicado muy tempranamente –el 26 de abril de 1862– en el periódico “La República” que transcribe Barrios Pintos (op. cit.:118): “Ceballos ocupará dos leguas en los terrenos auríferos del Cuñapirú, donde si bien ahora se recoge el oro por medio del lavado, no está distante el día en que una empresa minera en grande escala lo explote; y es sabido que nada llama más la población que los trabajos de minas en la proporción que allí se presentan”. De este modo, uno de los cinco argumentos esgrimidos para destacar la conveniencia de fundar Villa Ceballos (hoy ciudad de Rivera, la capital más joven de la República) y de emplazarla donde se la emplazó, apuntaba a la riqueza aurífera de la micro-región y a lo promisorio de su explotación industrial a gran escala. (Los argumentos restantes eran los siguientes: la proximidad con Sant’Ana do Livramento –“primera ventaja social”–, la existencia en la zona de “aguas superiores y permanentes” así como de buenos materiales para la construcción –piedra, cal, tejas, maderas– y su lugar de emplazamiento como “un paso preciso para las tropas de carretas y ganado” y “la aduana precisa para nuestra frontera”.) 189 Barrios Pintos (op. cit.:148). 190 Ídem:277. 188 114 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Palermo también considera, como Chirico, que antes de 1887 “Corrales era un caserío”, y que “se empieza a desarrollar en forma bastante importante cuando L’Olivier es destituido de la Compañía Francesa en Cuñapirú y funda su propia compañía a orillas del arroyo Corrales, en la zona que hoy sería El Paso de la Compañía, hacia abajo de Las Pitangueras, allí (…) bien cerca de Corrales… De Los Corrales, que así se llamaba, y que debe su nombre a las formas que adopta el arroyo en su curso, que permitía su utilización como corrales naturales para el ganado. Eso fue en la última década del siglo diecinueve”. El citado Barrios Pintos, en un libro de su autoría que es continuación del anterior, toma partido por una versión similar a la ofrecida por Palermo, aunque el lugar de destaque no lo ocupa allí Victor L’Olivier sino los hermanos Biraben: “fueron fundadores de aquella Compañía los hermanos Birabén, los que, después, por discordias que tuvieron con el Directorio de Europa, o por algún otro motivo, se separaron y fueron a explorar otras minas en la región de Corrales, obteniendo, a ese efecto, dos concesiones: una en la margen derecha y otra en la izquierda de aquel arroyo. Fue así como se empezó a reunir gente, principalmente en la margen derecha, donde está hoy el poblado conocido con el nombre de ‘Minas de Corrales’. (…) Poco a poco se fue formando una calle, que comprendía, además, pequeños negocios, y ese vino a ser el núcleo del pueblo actual”191. Sin embargo, de acuerdo con lo que ya he establecido, el año 1878 marca, más bien, un impulso de crecimiento de un centro (poco) poblado que, en realidad, ya existía desde algún tiempo antes, cuando en ese paraje, privilegiado por sus condiciones naturales, habían comenzado a afincarse las mujeres e hijos de los mineros que trabajaban en los yacimientos de la zona. Por ende, si efectivamente fue así, y todo parece indicar que así fue, no resulta del todo correcto datar el nacimiento de Minas de Corrales –o Los Corrales, que así se llamaba– en el año 1878. Barrios Pintos (1990:278). El testimonio citado está tomado de una alocución del senador Manuel Otero (abogado de la Compagnie en los años ochenta) en una sesión del año 1920 en la Cámara de Senadores. Esa intervención comenzaba con la siguiente frase: “yo conozco bien los antecedentes del poblado de Corrales y sé cómo se inició” (apud ídem:277). 191 115 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Aquel impulso, que no cesó durante por lo menos quince años, alcanzó su clímax hacia mediados de la década del ochenta, a tal punto que estuvo a punto de constituirse en la capital del departamento de Rivera cuando se decretó la creación de éste (que se efectivizó el 1° de octubre de 1884). En efecto, “en la Cámara de Representantes, en la sesión ordinaria del 11 de julio de 1884, el representante por Montevideo José C. Bustamante opinó que Corrales debía ser la capital del nuevo departamento y no Rivera, por no tener ésta condiciones higiénicas, ni comodidad, ni condiciones para vivir y aparte consideraba que la capital debía estar al centro del departamento como era el caso de Corrales”192. La propuesta de Bustamante no tuvo andamiento, y finalmente cristalizó la presión ejercida por el presidente de turno, el dictador Máximo Santos, y el Jefe Político del entonces departamento de Tacuarembó, Carlos Escayola, quienes pretendían que la capital del nuevo departamento a crearse –Rivera– fuera la ciudad homónima. 192 Barrios Pintos (1985:24). 116 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … explotación de minas, explotación de hombres, explosión de hombres Hacia fines de la década de 1870 la zona de Cuñapirú ya era un importante enclave minero industrial. Podemos imaginarlo como una elipse, cuyos dos focos eran los centros poblados de Santa Ernestina y Cuñapirú, y un área que incluía algunos asentamientos menores, entre los que se destacaban San Gregorio y Los Corrales, de crecimiento incipiente. En ese entonces la Compagnie, dirigida técnicamente por el ingeniero Victor L’Olivier, ya era la principal empresa que operaba en la zona. Ya he comentado que en el año 1878 los hermanos Biraben le vendieron a esa empresa la “Concesión Santa Ernestina”, que incluía casi una treintena de minas que habían sido explotadas por Clemente Barrial Posada (y que le habían sido despojadas por el omnipotente dictador Latorre, que se las cedió a los Biraben). Enseguida, apenas legalizada su creación en París, en mayo del año 1879, la Compagnie le compró al Estado uruguayo la opulenta mina San Pablo, luego llamada Santa Ernestina; también formaba parte del patrimonio inicial de la Compagnie la represa, el molino y la usina que Barrial había construido a orillas del Cuñapirú. Con ese capital de partida, la Compagnie comenzó a erigir el ambicioso parque industrial que he descrito en páginas anteriores. Los primeros meses de su actividad en Cuñapirú estuvieron dedicados al trabajo en minas y socavones y, con especial atención, a la preparación de la compleja ingeniería necesaria para una más eficaz explotación y laboreo de las piedras auríferas extraídas de aquellos. Así era el escenario hacia finales del año 1879 –todavía no había sido inaugurada la usina hidroeléctrica–, cuando la atmósfera laboral en la fábrica de oro comenzó a enrarecerse. Como muestra, basta un botón (o unos cuantos): “el 28 de diciembre (de 1879) el Jefe Político de Tacuarembó (Escayola) dio cumplimiento a la autorización verbal recibida del presidente de la República, coronel Lorenzo Latorre, y del ministro de Gobierno para establecer ‘un piquete de Policía especial en Cuñapirú’, siendo su manutención por cuenta de la empresa de 117 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … minas”193. Es sabido que las autorizaciones se expiden sólo cuando alguien las solicita y que, como en el caso que nos ocupa, se cumplen cuando vienen de quien vienen (y que se aplican con presteza cuando llegan a quien llegan). Evidentemente, fue la Compagnie –que, recordemos, unos pocos meses antes había “negociado” exitosamente con Latorre la adquisición de la mina San Pablo– la que había solicitado ese piquete de Policía especial y la que de buena gana se hizo cargo de sus costos operativos. La Compagnie necesitaba a las fuerzas armadas de Escayola para contener el creciente descontento de sus obreros. De hecho, una semana antes de la llegada del coronel con su cuadrilla había muerto un obrero italiano en circunstancias nunca aclaradas. Haya sido consecuencia de un asesinato, de un accidente o de condiciones laborales insalubres y riesgosas, lo cierto es que los obreros estaban sometidos a un régimen laboral prácticamente esclavista. La Compagnie puso en vigencia ese régimen no bien instaló su planta en Cuñapirú y al poco tiempo lo endureció aún más. Si bien desde el comienzo el salario de los obreros era bajísimo ($25 mensuales), a partir de una nota del 13 de enero de 1880 firmada por el ingeniero Victor L’Olivier, director de la empresa, se impuso una mengua considerable. El salario a pagar a la mayoría de los obreros –los de menor calificación– ya no sería de $25 mensuales sino de $1 por día trabajado; al comienzo de cada mes la empresa haría el cómputo de los días efectivamente trabajados por cada obrero en el mes anterior, y efectuaría el correspondiente pago el domingo posterior al décimo día del mes siguiente. (Podemos estimar, entonces, un salario promedio de entre $20 y $24, si descontamos los días no trabajados por razones ajenas a la voluntad de los obreros: enfermedades, lluvias, rotura de maquinarias y equipos, inundaciones, sequías, etcétera.) Como de esa cifra la Compagnie descontaba el costo de la pensión ($8 mensuales… ¡y $14 si incluía vino!), la remuneración líquida mensual que habrían de recibir aquellos obreros de tercera categoría que gustaban de Tomado por Barrios Pintos (1990:24-25) de cinco artículos periodísticos (que habían aparecido entre enero y mayo de 1880 en el periódico “La France” de Rivera) que fueron recopilados (y publicados en el periódico “Compañero” en 1986) por Yamandú González en un texto de título transparente: “Documentos inéditos sobre huelgas – Digno y clasista nació nuestro proletariado y La primera huelga en el Uruguay – Cuñapirú, 1880. Huelga minera contra los ‘gringos’”. 193 118 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … tomarse un tinto con las comidas era de entre $6 y $10. Claro que –por obvia adhesión empresarial al “libre” mercado– los obreros podían, al menos en parte, prescindir de esa pensión y comprar donde mejor les pareciera, pero, pequeño detalle, “la compañía sólo daba crédito en los establecimientos que dependían de su administración”194. Por ese motivo se produjeron numerosas deserciones195 y muy probablemente, frente a alguna queja o resistencia de los obreros, unos cuantos despidos y “desapariciones”. En este sentido, “cuatro partes policiales dan cuenta de la muerte de dos ‘súbditos italianos’, un súbdito español y un ‘peón de nacionalidad peruano’, con fechas del 21 de diciembre de 1879 y del 9, 12 y 13 de enero de 1880, respectivamente”196. El 15 de enero del año 1880, apenas se difundiera aquella nota, se produce, a orillas del Cuñapirú, el acontecimiento esperable… y esperado: la primera huelga-motín en nuestro país. La fecha no admite dudas, por lo menos si confiamos en la veracidad de una carta que ese mismo día le habría enviado Victor L’Olivier al Jefe Político de Tacuarembó, donde se establece que “la mayor parte de los trabajadores de la Cía. se negaron a trabajar hoy, después del aviso que le mando junto” (ese “aviso” es la ya aludida nota del 13 de enero), y a continuación, en lo que puede interpretarse como una inaudita muestra de hipocresía, barnizada con cierto cinismo: “como Ud. lo puede ver, esta modificación es en favor de ellos, más bien que de la Cía. Los trabajadores son libres de aceptar este modo nuevo de paga, pero no se puede permitir que alguno de ellos, todos italianos, impidan de trabajar a los que quieren seguir sus trabajos”197. Ahora bien, si es cierto lo que se publicó en la prensa escrita de la época, los reclamos de los obreros parecían de recibo y totalmente Ídem. “Los precios en las pulperías no eran mayores ni menores que en otros pueblos del interior del país, pero los mineros se quejaban de los precios altos de la vestimenta y el calzado” (artículo de “La France”, apud ibíd.). 195 Cf. ibíd. 196 Apud Barrios Pintos (1990:25). Un par de páginas atrás hice referencia a la primera de esas muertes, ocurrida antes de instalado el piquete policial de Escayola y de la nota publicada por la Compagnie. Las dos muertes siguientes (la de un obrero italiano, el 9 de enero, y la de uno español, tres días después) fueron con el piquete ya apostado y antes de conocerse la nota de L’Olivier. La última muerte, la del obrero peruano, se produjo el mismo día en que se publicó dicha nota (el 13 de enero). Se puede inferir que la decisión de hacer pública esa nota tuvo a esas tres (o cuatro) muertes como antecedente. 197 Apud ídem:26. 194 119 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … legítimos –aunque, a los ojos de hoy, bastante tímidos–: volver a las condiciones salariales del contrato original, esto es, una paga de $ 25 mensuales (y no de $ 1 por día trabajado) o, en su defecto, un salario diario de $ 1,50198. El motín “tuvo como protagonistas a doscientos obreros italianos probablemente anarquistas, de cuyos reclamos tenemos buen registro”199. Si efectivamente los protagonistas fueron italianos, y más aún si fueron anarquistas, entonces en este caso no vale la apreciación de Selva Chirico (que ya he citado), en cuanto a que las “explotaciones a gran escala requirieron al hombre de la pradera, hecho a otras exigencias por cierto muy diferentes. Éste accede a empuñar pala y pico convirtiéndose en peón circunstancial, pero no asume su compromiso obrero y evadirá la actividad, así como le sea posible o interesante. (…) No se trataba de pobladoresobreros, adaptados a las condiciones de explotación laboral habituales para el siglo y a los que estaban amoldados los agentes europeos, sino del gaucho libertario, al que no se le podía convertir súbitamente en trabajador disciplinado”200. Podemos imaginarnos que estos rebeldes –gauchos libertarios o anarquistas italianos, tanto da– en su hondura entonaron los versos del cielito de Bartolomé Hidalgo, grandísimo poeta de la orientalidad: “ya se acabaron los tiempos en que seres racionales adentro de aquellas mina morían como animales”201. Uno de los órganos de prensa que informó sobre esto fue, según establece Barrios Pintos (ibíd.), el “Diario del Comercio”. He escrito “si es cierto lo que se publicó en la prensa…” porque es factible que en la determinación de amotinarse los obreros también hayan actuado como respuesta a las “misteriosas” muertes de aquellos cuatro obreros, y no sólo en defensa de las reivindicaciones mencionadas. 199 Chirico (2005:41). 200 Ídem:34;37. 201 Apud Falcão Espalter (1929). 198 120 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Pero el resultado del motín fue nefasto, por lo menos para los obreros: aquellos doscientos obreros italianos, probablemente anarquistas, “paradójicamente, a posteriori del paro se ausentan de forma que ya no nos ha sido posible hacer un seguimiento de sus vidas. Siquiera se han localizado a sus descendientes”202. Si se toma en consideración lo comentado antes, la expresión “se ausentan” parece un eufemismo. De hecho, enseguida “comenzaron a circular rumores sobre estas muertes, que recogían algunos órganos de prensa, de enfermedades que también producían víctimas y de malos tratos a los obreros, que en ocasiones se habrían fugado, traspasando la frontera del Brasil”203. Un testigo declaró que catorce obreros habían muerto, siete de ellos (tres italianos, tres franceses y un español) en el derrumbe de un pozo –aunque Alberto Biraben, agente de la Compagnie, prontamente desmintió la ocurrencia de un derrumbe–, otros tres como consecuencia de una enfermedad desconocida, y los cuatro restantes por haberse ahogado al intentar cruzar en bote el arroyo Cuñapirú204. Es muy probable que también haya habido unas cuantas muertes debidas a otras causas y circunstancias205. En la carta aludida recién (esa que en el mismo día de iniciado el motín L’Olivier remitiera a Escayola), el director de la Compagnie le pide al coronel que ponga mano dura: “la fuerza que tenemos es la policía, siendo insuficiente enfrente de más de 200 italianos unidos por el miedo de algunos, vengo a pedirle de avisarme y dar órdenes al Sr. Comisario en conformidad con sus ideas en tal caso”206. De inmediato el Jefe dio órdenes al Comisario, y éste instaló en el lugar un nuevo piquete de artillería, que enseguida se puso en acción. El motín quedó controlado, las actividades se retomaron, y todo eso con una única pérdida –según la versión oficial–: el despido de catorce obreros (¿italianos? ¿anarquistas?). Pero el Jefe Político de Tacuarembó, ni lerdo ni perezoso, apostó a más: el 26 de enero le escribió al ministro de Gobierno solicitándole, “para poder repeler con eficacia nuevos Chirico (2005:41). Ibíd. 204 Cf. Barrios Pintos (op. cit.:25). 205 Curiosamente, una cañada de la zona se conoce como “dos inforcados” (esto es, “de los ahorcados”). Las “malas lenguas” relacionan este nombre con aquel episodio. 206 Apud ídem:26. 202 203 121 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … levantamientos obreros, el aumento del personal de policía hasta el número de 25 GGCC (guardias civiles) armados de rémington necesitando por tanto el número necesario de carabinas de ese sistema”. Y luego redobló la apuesta aún más: “en agosto de ese mismo año solicitó fuerzas del ejército para ‘evitar asuntos graves’”207. (De haber conocido estos sucesos, es factible que los versos que Néstor Perlongher le dedicó a Fructuoso Rivera podría haberlos hecho extensivos a Escayola: “En las carpetas donde el té se vuelca, en esos bacarats/ Vencías pardejón? O dabas coces en los establos de la República –reducida a unas pocas calles céntricas– ¿qué más?/ coces a los manteles? aquéllos que las chicas uruguayas se empecinaban en bordar? O era la tarde del gobierno con lentos trotes por la plaza/ con el cerro copado por los bárbaros…?”)208. De este modo –un modo inherente al sistema capitalista supranacional de la época y a su maridaje con el militarismo local imperante–, la calma volvió a instalarse en el trabajo fabril, apenas alterada, de tanto en tanto, por algunos episodios aislados y de magras consecuencias. Uno de ellos ocurrió tres décadas después, el 11 de abril de 1911. Frank Holmes, entonces director de la Consolidated Gold Mines Limited que explotaba las minas de oro de Cuñapirú, dispuso ese día que los obreros debían pasar a trabajar nueve horas diarias sin paga adicional (y no ocho, como hasta ese momento). Los obreros se declararon en huelga. Las consecuencias, más que magras, fueron amargas: en las Ibíd. Un par de meses antes, en junio de 1880, la Compagnie había removido de su cargo al gerente de las minas y puesto en su lugar a dos ingenieros franceses (Charlier y Fouert), quienes de inmediato despidieron a unos cuantos obreros. Podemos especular que ambas medidas fueron una consecuencia “natural” de la presencia en Uruguay, en el mes anterior, de doscientos accionistas de la Compagnie llegados desde Francia, “entre los que se encontraban fuertes capitalistas, directores del Banco de Francia, grandes industriales y célebres banqueros” (ibíd.:25). 208 Perlongher (1987:65). El término “pardejón” se aplica, según Adolfo Saldías (1978), al “macho toruno que suele encontrarse en las crías de mulas, tan malo y perverso que muerde y corta el lazo, se viene sobre éste y atropella a mordiscos y patadas: que jamás se domestica, y cuyo cuero no sirve, porque los padrillos de las crías lo muerden a menudo; que no tiene grasa y cuya carne tampoco sirve, porque es tan pestífera que ni los indios la comen (…); y los paisanos llaman pardejón a un hombre perverso”. Asimismo, no es en absoluto exagerado considerar que idéntico apelativo pudo haber merecido el ya mencionado Goyo Jeta: de acuerdo con lo que me informó el historiador Eduardo Palermo, “en la época en que Gregorio Suárez era propietario de la mina San Gregorio está registrada la existencia de mano de obra esclavizada, seguramente con afrodescendientes que ya trabajaban en las estancias de la región y que eran utilizados para la explotación a cielo abierto, que se hacía a pico y pala”. 207 122 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “negociaciones” de salida de la huelga se “acordó” que los obreros habrían de trabajar nueve horas y cuarto por día de abril a setiembre y diez horas y cuarto de octubre a marzo (excepto los que trabajaban en las baterías, que debían cumplir doce horas diarias). Unos días después (el 23 de abril), y por idénticas razones, los obreros que trabajaban para la misma empresa en la mina San Gregorio también se levantaron en huelga. En este caso, las consecuencias fueron similares: la jornada laboral diaria de trabajo se extendió a nueve horas, excepto para los 43 obreros que promovieron la huelga, ¡que fueron suspendidos!209. Pero al evaluar las consecuencias de estas revueltas obreras se puede –y se debe– mirar más alto y advertir que las huelgas de Cuñapirú fueron un antecedente directo de la primera huelga general en el Uruguay, que se produjo un mes después, en mayo de 1911. (Convengamos, entre paréntesis, que los obreros de la época no eran inocentes corderos. “A mí me encantaba oír los cuentos de los mineros sobre cómo trabajaban”, me dijo Don Ariel Pereira; “los mineros tenían que arremangarse las bombachas y estar sin camisa, y les cosían los bolsillos de las bombachas para que no robaran piedras. Esto me lo contó Don Vicente Fernández, un minero que, como Don Teódolo Benavides y unos cuantos más, vivieron cateando y buscando oro. Bueno, Don Vicente Fernández me contaba que las piedritas, con vetas, se las metían en el culo, y así se robaban las piedras, y entonces vos veías que salían caminando así…”.) En cualquier caso, como ya comenté, el resultado del motín de 1880 fue nefasto. Sin duda lo fue, y no sólo para los obreros de la Compagnie que misteriosamente “se ausentaron”. También los sobrevivientes sufrieron en carne propia los efectos de aquel histórico episodio, tanto los que continuaron trabajando para la Compagnie –sus condiciones laborales se volvieron aún más duras que antes del motín– como aquellos que unos años más tarde lo hicieron para la compañía inglesa (“The Gold Fields of Uruguay, Limited”, que se hizo cargo de la mina “San Gregorio” a partir del año 1888 hasta su disolución, hacia 1895). A este respecto, baste con observar el formulario de contrato que utilizaba esta empresa. 209 Cf. Barrios Pintos (1990:51-52). 123 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Tomado de La Revista de la UTE N° 4, 1936:48. 124 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Adviértase la dureza de las condiciones que se les imponían a los obreros al momento de su contratación: el salario es por día de trabajo (una negación de uno de los reclamos de los amotinados en 1880); se retiene el salario correspondiente al primer mes de trabajo (que se le restituye al final del contrato, a los doce meses, salvo que el obrero abandone antes su trabajo o “se porte mal”); no hay ningún tipo de indemnización por despido; el obrero “se obliga a comer en el Restaurant de la empresa ubicado en la Mina y pagará por la mantención la cantidad de doce pesos mensuales, sin vino”. Disposiciones absolutamente despiadadas, por donde se las mire. Pero, por fortuna, siempre hay un intersticio por donde se cuela el humanismo y la generosidad: “la empresa proveerá un local para dormir y un catre que siempre será propiedad de la compañía”. Los malos tratos y las indignas condiciones de trabajo impuestas por las compañías mineras transnacionales, las “desapariciones” misteriosas de trabajadores díscolos o disconformes que de tanto en tanto inquietaban al pueblo, los frecuentes accidentes fatales en las minas, las ilusiones rotas a fuerza de remingtons y contratos draconianos… todo eso nos pone encima las preguntas de un sabio: “¿qué necesidad tan grande encorvó al hombre, erguido hacia las estrellas, y lo enterró y lo sumergió en el fondo de la tierra para sacar oro, cuya búsqueda no es menos peligrosa que su posesión? ¿Es tan pesada la tierra para los muertos como para aquéllos sobre los que la avaricia ha echado el enorme peso de la tierra y para los que ha alejado el cielo y a quienes ha sepultado en el abismo donde se esconde ese dañino veneno?”210. 210 Séneca (1999:15). 125 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 126 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … un rara avis corralensis en la ruidosa bandada de empresas mineras cuñapiruenses En el año 1881 comenzó sus actividades la “Compañía Minas de Oro de Corrales”, que había sido fundada el año anterior. Esta empresa, que comenzó explotando dos minas, estableció sus instalaciones industriales sobre la margen izquierda del arroyo Corrales. Su existencia fue, no obstante, bastante efímera. Por otra parte, si bien la Compagnie dio quiebra en el año 1883, unos meses después reemprendió sus actividades industriales, en esta ocasión con el acicate del rendimiento que se esperaba obtener con el empleo de maquinaria de origen estadounidense. Entretanto, se había constituido en Londres la empresa “The Gold Fields of Uruguay, Limited”211, que, como ya señalé, en el año 1888 comenzó a explotar la mina “San Gregorio”, cuya concesión se la había comprado a “Goyo Jeta” en el año anterior. Luego de varias dificultades financieras y judiciales, esta compañía inglesa abandonó sus explotaciones en 1894. En el año 1898 una nueva empresa francesa –la “Compagnie de Establisement Français de Mines d’Or de l’Uruguay”– empieza a explotar algunas minas, entre ellas las de San Gregorio; por su parte, la “Compañía Minas de Oro de Corrales” detuvo sus actividades en 1897. Lo mismo ocurrió algunos años después en las explotaciones de las minas de Zapucay (1899) y de Curtume (1900)212. En 1909 se instaló en la zona la compañía inglesa “Uruguay Consolidated Gold Mines Limited”, que compró las minas e instalaciones de la “Compagnie de Establisement…”. Hacia esa fecha ya existían en la zona varios emprendimientos industriales menores213. “Pensemos un poco, amigos”, dijo el joven edil Ariel Pereira en un sentido discurso, “¿esta compra venta permanente a que se vieron sometidas nuestras minas no nos hace pensar en esas organizaciones financieras que se organizan, más que con un sentido serio de Según Álvarez Areces (2003:7), esta empresa se creó gracias a la mediación de Barrial Posada, y dispuso de un capital inicial exorbitante para su época: trescientas mil libras esterlinas. 212 Cf. Barrios Pintos (1990:46-47). 213 Uno de ellos estaba situado a los fondos del Hotel (en la mina conocida como “La italiana”); también existían otros en Cortume y en Zapucay. (Cf. Barrios Pintos 1990:4849.) 211 127 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … explotación, con un afán financiero de practicar una rápida y bien remunerada venta?”214. En suma, las dos últimas décadas del siglo XIX y la primera del siglo XX estuvieron signadas por una vertiginosa dinámica de aperturas, clausuras, compra-ventas, escisiones y fusiones de empresas mineras constituidas con capitales mayoritariamente europeos (sobre todo franceses e ingleses), en la que nunca se supo exactamente por qué se fundía una empresa –si es que realmente se fundía– ni porqué aparecía otra. (Es sabido que suele ocurrir que las empresas “se funden”, pero por lo general sus propietarios no.) Para algunos empresarios y, sobre todo, para los trabajadores asalariados (tanto como para quienes, desde siempre, trabajaron por su propia cuenta), fueron muchas las ilusiones, los fracasos, las desilusiones, el dolor215. Podría pensarse que los fracasos se debieron a que en las tierras de Cuñapirú no había tanto oro como se pensaba, o bien a dificultades para su extracción o su procesamiento. “Eso no es cierto”, señaló hace más de setenta años José Zelasque –que en la primera década del siglo XX trabajó como ayudante mecánico en la Compagnie y luego como foguista en “la Clotilde”–, “lo que más abunda aquí es el mineral; las Compañías se fundían por mala administración y por los procedimientos deshonestos de algunos de sus encargados”216. Mala administración y procedimientos deshonestos, dijo. Transcribo in extenso la opinión de un técnico de la época: “la región (…) ha tenido, hasta ahora, la verdadera desgracia de verse condenada (…) a una serie de crueles decepciones, por la falta de competencia, la incuria y el ciego egoísmo de la gente que pretendía explotarla. La historia típica de cada una de estas minas se resume en la siguiente evolución: se descubre una veta; se presenta un especulador que sueña ya verse cien veces millonario; se monta una usina a todo costo sin exploraciones previas de ningún género; se llama a algún ingeniero inglés o norteamericano para poner todo eso en marcha; en los Fragmento del discurso recogido en la edición del 30 de noviembre de 1960 en el diario tacuaremboense “La Voz del Pueblo” (op. cit.). 215 El artista corralense Edgar Uriarte le puso letra y música a ese dolor, en su poemacanción “Galerías de mi pueblo”: “Dolor al perder su oro / Que el extranjero llevó / Con la esperanza del pueblo / Que en sus promesas confió”. 216 Apud “30 años de permanente labor en la amalgama del oro. Un río de oro pasó por sus manos. Hablando con José Zelasque”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936. 214 128 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … primeros meses las cosas marchan bien; el especulador que antes era comerciante, u oficial, o académico, o escribano, o cualquier otra cosa del mundo, menos ingeniero de minas, cree que ahora ha aprendido lo suficiente para no necesitar más al costoso experto de oficio y lo despide bajo cualquier pretexto; la explotación sigue en manos y a usanza de chambones; el rendimiento se pone ridículamente bajo, la mina se derrumba o se inunda; el especulador se arruina o se desespera y toda la explotación queda parada”217. No obstante, a pesar de esa recurrente “historia típica”, de la mala administración y los procedimientos deshonestos, y, en fin, “a pesar de todos esos sucesos, el optimismo de nuestra gente minera no decaía”218. En realidad, hay que admitir que hubo distintos momentos en que hubo crueles decepciones, y otros en que el optimismo de (la mayoría de) nuestra gente minera sí decayó. No fue así, en cambio, en el caso de Francisco Davison, cuya gesta pionera, cada vez más deslumbrante a la luz del tiempo, tuvo mucho más que optimismo: “bondad, altruismo, generosidad”, sintetiza (demasiado, por evidente necesidad estética) la leyenda estampada en la pesada pared que forma parte del conjunto monumental que lo homenajea219 –y, aunque en forma visiblemente subsidiaria, también a Ana Packer– en el actual epicentro de Minas de Corrales. Francisco Vardy Davison, hijo de una correntina y un inglés, nació y creció en Montevideo; pasó su adolescencia y primera juventud en Gran Bretaña, desde donde volvió a Uruguay, ya titulado como médico, a ejercer su profesión al servicio de la compañía inglesa que operaba en “La región aurífera de Tacuarembó”, texto publicado el 12 de setiembre de 1896 en el periódico “Buenos Aires Handels Zeitung”, reproducido en el artículo “Las riquezas auríferas del Uruguay. Un estudio publicado hace cuarenta años que cobra actualidad”, en La Revista de la UTE N° 5, 1936:30. 218 Ros (op. cit.:14). Es muy claro que el optimismo de Barrial Posada, experto minero por antonomasia, nunca decayó. En un informe escrito por él en el año 1881 señala: “la región aurífera abarca una extensión de cuatrocientas leguas, de las cuales solo una comprende todas las denuncias existentes”; toda esa riqueza, bien explotada, puede dar “cuarenta y cinco millones (de francos) de ganancia líquida en cada año”. Y más adelante: “las minas pueden dar ocupación a 100.000 personas” (apud Barrios Pintos 1990:32). Quizás sea éste un optimismo desmesurado. 219 “La pared quería significar la fortaleza, la entereza, la fuerza del doctor Davison, ahí, firme”, me comentó Selva Chirico. Estos significados implícitos se suman, así, a los explícitos en aquella apretada síntesis: “bondad, altruismo, generosidad”. 217 129 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … la zona, “The Gold Fields of Uruguay, Limited”. Aquí quiero destacar, como lo hizo su colega y amigo Enrique Ros en el homenaje que se le tributara en el año 1960, que “no sólo interesaban a Davison los problemas de la salud”; también “lo preocupaban intensamente” los problemas “económicos de su pueblo, la angustia de la miseria, que se cernía sobre los sin trabajo (…); los consideraba como una enfermedad, a la que había que aplicar terapéutica”220. Hacia fines del siglo XIX la angustia de la miseria comienza a cernirse pesadamente sobre los trabajadores de la zona minera. En efecto, “a partir de 1895 la última fase de la depresión de 1886-1894 ocasiona la quiebra de la compañía francesa y también (de) las dos compañías inglesas más importantes del momento: ‘The Gold Fields of Uruguay’, con sede en San Gregorio y la ‘Mina Rica’, sobre las márgenes del arroyo Corrales”221. Hacia el año 1894 “la crisis se había instalado, dejando profundas secuelas sociales. La actividad ganadera acogió a muchos de los desempleados de Cuñapirú y la Revolución de Aparicio se lleva a los criollos más entusiastas. Santa Ernestina se vacía y el éxodo se dirige hacia Minas de Corrales. Allí, sin trabajo, en un súbito crecimiento urbano, las condiciones de vida se hacían extremadamente comprometidas, con consecuencias que se hacen fáciles de estimar”222. En ese escenario tan poco alentador, Davison ve, como me dijo Chirico, una única forma “para que el hambre no se haga generalizada” y, al Ros (op. cit.:24). Chirico (2005:40). Cabe decir algo más sobre la quiebra de la compañía que explotaba la mina “San Gregorio”, sobre la base de lo afirmado en un artículo publicado en 1896. “La historia de San Gregorio es una aplicación de la evolución administrativa, típica, que bosquejamos antes. El primer ingeniero, el norteamericano Mr. Christopher James, permaneció durante los tres primeros meses de la explotación en los que el rendimiento fue de 28, 30 y 32 kilos de oro respectivamente. Fue despedido, y el cuarto mes dio un beneficio de sólo 3 kilos. Se siguió por el estilo con una inepcia tal que hasta se sospechó, al principio, que la pésima administración fuera hecha a propósito para basar en ella alguna maniobra financiera y adquirir las acciones a bajo precio. El resultado final ha probado, sin embargo, que se trataba de una estupidez de buena fe” (apud “La región aurífera de Tacuarembó”, op. cit.:31). El anónimo articulista atribuye la “pésima administración” y la “estupidez de buena fe” a “un pretendido coronel”, personaje que ya he presentado. 222 Hernández-Chirico (2004:125). 220 221 130 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … mismo tiempo, para sostener “la autoestima de los desocupados”223: trabajar juntos, hombro a hombro, en lo que se sabe trabajar. Para comprender en su justa magnitud la gesta de Davison, hay que tener claro que la minería industrial que se desarrolló en la zona desde la fundación de la primera empresa minera del país (“Clemente Barrial Posada y Cía.”224) hasta nuestros días –con varios intervalos de detención– constituye, como me aseveró con convicción Selva Chirico, “un claro ejemplo del imperialismo europeo y de capitalismo financiero en nuestro país”. Pues bien, la única excepción fue la implantación, a instancias de Davison, de una empresa cooperativa para el laboreo del cuarzo aurífero a orillas del arroyo Corrales: “con otros vecinos, que aportaron algunos recursos, y Davison con $ 1.000 –todos sus ahorros desde que empezó a trabajar 14 años atrás– hicieron una molienda de cuarzo”225, que operó durante aproximadamente un lustro (a partir de su inicio en el año 1894226), empleando para ello parte de las maquinarias que hasta ese momento habían funcionado en la explotación de la “Mina Rica” (también Óleo del artista corralense Wilson Fagúndez. conocida como “Mc Carthy”). La empresa que creó Davison era pequeña en cuanto a sus instalaciones, recursos materiales, capital de giro, rendimiento y rentabilidad, pero fue enorme en su intención, en su entrega dignificante, en el espíritu humanista y solidario que la animó. Selva lo sabe bien, y por eso nada mejor que citarla in extenso (y con unas cuantas elipsis): “cuando se cierran las explotaciones en Cuñapirú y en San Gregorio, Santa Ernestina –que vivía ‘a expensas de’, porque Ídem. Ya he señalado que algunos historiadores, como Barrios Pintos (1990), datan esa fundación en el año 1867 y otros, entre ellos Selva Chirico (2005), en el 1865. 225 Ros (1961:24-25). 226 Los historiadores que han estudiado estos asuntos tampoco están totalmente de acuerdo en cuanto a la fecha de inicio de la empresa cooperativa formada por Davison. Para Barrios Pintos (1990:43), por ejemplo, fue en el año 1893, mientras que para Selva Chirico (2005) fue en el año 1894. Ros (1961) ha planteado que este emprendimiento funcionó durante cuatro años. 223 224 131 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … la gente que vivía ahí trabajaba en las otras explotaciones– se queda sin nada, porque son expulsados de las viviendas, porque las viviendas eran de las Compañías. Y tienen la necesidad de venirse adonde puedan. (…) Algunos se vinieron a Rivera; otros (…) a Tacuarembó. Pero el núcleo del obrero brazal, el que no tiene otra perspectiva, ni tiene cómo comprarse una casa en otro lado, trata de sobrevivir en el medio donde conoce. (…) Entonces se van al otro núcleo poblado, en donde todavía quedaba una Compañía, que era la inglesa. Pero la inglesa enseguida quiebra también, porque la quiebra respondía a la macroeconomía, no a la economía local. Cuando quiebran, quedan todos sin trabajo, los que vivían en Corrales y los que se sumaban. Ana y Davison, los dos, se habrían visto, digo yo, ante una perspectiva tremenda de hambre, de desnutrición o de enfermedades descontroladas, lo que además era lógico en un mundo minero. ¿Qué les quedaba? No tenían otra forma de hacer trabajar a la gente sino en lo que la gente sabía trabajar. No eran hombres a los que uno les pudiera decir: ‘bueno, vaya y empléese en una estancia’, porque además no había ese trabajo tampoco. Y además todavía había mucho esclavismo en el norte, y por lo tanto no tomaban trabajadores asalariados, y si los tomaban les pagaban muy poco. La idea de aprovechar la maquinaria que habían dejado los empresarios ingleses fue casi instantánea para Davison. Terminó la explotación inglesa, se fueron las jerarquías y los obreros asumieron la explotación, en carácter cooperativo; ponían su trabajo, y cuando empezaron a vender el oro que se sacaba, lo obtenido se repartía entre los que trabajaban”. Además, no hay que soslayar, como me lo hizo saber Eduardo Palermo, que “hasta los años veinte en esa zona la moneda corriente no eran ni los patacones ni los pesos, sino el oro (pepitas de oro u oro en polvo). En el almacén, que era de ramos generales, la gente compraba y se pagaba a fin de año, o cada seis meses; por lo tanto, una producción de tipo colectivo aseguraba el mantenimiento de ciertos niveles de vida y de alimentación de la población”. En efecto, de acuerdo con lo que aparece escrito en una carta que un ex-Secretario de la Compagnie le envió el 8 de mayo de 1936 al ingeniero Bernardo Kayel, en ese entonces presidente de UTE (Usinas y Teléfonos del Estado), “los vecinos de Cuñapirú, Corrales y Zapucay, saben que en todas las 132 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … casas de comercio de aquella zona se permuta oro por yerba, azúcar y demás mercaderías que necesitan los mineros, y todos saben que en todas las casas de negocio, hay en las cajas de hierro bolsitas y cajitas con oro en polvo y oro en pepitas”227. El emprendimiento ideado por Davison, me dijo Palermo, “utilizaba parte del mineral no aprovechado por las empresas mineras, generando una molienda cooperativa, que mantenía las fuentes de trabajo y repartía las ganancias entre un conjunto de trabajadores en Corrales”. Para utilizar los veinte pisones de la máquina de moler cuarzo que Davison había instalado con la cooperación de vecinos mineros, “se cobraba sólo los gastos de laboreo y luego se entregaban las utilidades a los trabajadores”228. Es claro, como ya fue subrayado, que la iniciativa de Davison estuvo impulsada por una motivación humanista, solidaria. Pero además fue un emprendimiento que no careció de los atributos de eficiencia y eficacia, incluso en términos de rentabilidad económica, que exige una economía de mercado, aún en un contexto de pequeña escala. De hecho, habrían de pasar cuarenta años para que la visión esclarecida de Davison encontrara la concluyente ratificación de la ciencia: “en 1938, luego de examinar varias de las minas de la región el ingeniero inglés Donald Gill llegó a la conclusión de que para ser rentable la producción debería trabajarse en cooperativa con muchos pequeños productores y una usina central de tratamiento”229. Por otra parte –y esto no fue algo menor para la supervivencia del emprendimiento–, los contactos que tenía Davison hicieron posible, en condiciones decorosas, la venta del oro producido: “él estaba emparentado con los Jackson”230 (y con otras personas eminentes de la grey británica afincada en Montevideo), me dijo Selva, “que ya eran compradores de oro, entonces no le fue difícil volver a restablecer el nexo”231. Apud “La interpelación del senador Sr. Carmelo Cabrera al Sr. Ministro de Hacienda” (en La Revista de la UTE N° 4, 1936:131). 228 Barrios Pintos (1990:43). 229 Ídem:55. (Los pequeños productores aludidos por Gill son los que en la jerga minera se denominan, según la expresión anglófona, small-workers.) 230 Hannah Packer, que contrajo enlace con Davison en el año 1882, parece haber sido amiga de Clara Jackson (cf. Hernández-Chirico, 2004:131). 231 En otro lugar se afirma que Juan D. Jackson fue, precisamente, “el primer comprador de pepitas de oro registrado documentalmente” (ídem:121). 227 133 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Se trató, entonces, de una cooperativa en el sentido más tradicional –el sentido owenista–, donde, desde un espíritu de ayuda mutua, cada uno aportaba lo que podía. De ese modo, apenas se quedó sin trabajo (en una de las compañías mineras inglesas que hasta ese momento operaban en la zona), Davison puso manos a la obra: “convertido en actor social de relevancia, quien percibía honorarios en especie, se aboca ahora a convertirse en agente favorecedor del trabajo comunitario y cooperativo del pueblo. Valiéndose de la herramienta y maquinaria abandonada por las compañías que se retiraron, explotan el venero más rico de la zona en beneficio de todos. Es así como logran sobrevivir el pueblo y su gente”232. Fue así como Davison “le dio al pueblo la dignidad que le faltó cuando todo el mundo quedó sin trabajo, y no podían hacer otra cosa”, agrega Selva. “Él entendía que esa era su misión humana. Fijate, él pertenecía a una familia rica, pudo haberse ido del pueblo. Y ella (Hannah Packer, su esposa) también. Perfectamente pudieron haberse ido a vivir bien a otros lados”. Pero no. “Aquel hombre les dio la posibilidad de gestionarse a sí mismos (…). Que yo sepa”, concluye Selva, “es la única experiencia de ese tipo, en nuestro país y en aquella época”. Lamentablemente, fue una empresa de corta duración: “después de eso no hubo energía colectiva como para sustentar el proyecto”, apunta Palermo. Y tampoco hubo ninguna iniciativa que diera lugar a algún emprendimiento similar en otra localidad del país, por lo menos hasta ya avanzada la segunda mitad del siglo XX. 232 Hernández-Chirico (2004:125). 134 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … la gesta de Francisco Davison, médico, y de Ana Packer, enfermera Francisco Davison se hizo minero en Los Corrales en el año 1884, por imperio de las circunstancias –y del humanismo solidario con el que las enfrentó–, pero había llegado al pueblo cuatro años antes, como médico contratado por la compañía inglesa que explotaba las minas auríferas de la zona. Uruguayo y gringo, se había formado en Liverpool y doctorado en medicina y cirugía en Edimburgo, Escocia. “Una luminosa tarde de fines del verano de 1880 en Santa Ernestina”, dijo Enrique Ros en un discurso público, “se detiene la diligencia, llena de polvo de las 40 leguas recorridas desde Paso de los Toros. (…) Ese día, sin notársele cansancio, bajó un hombre joven, rubio, alto, delgado, de mirada franca y bondadosa, de grueso bigote, como entonces era costumbre en la época Victoriana de Inglaterra, ágil en sus movimientos y con una sonrisa de agrado y simpatía. Era el Dr. Francisco Vardy Davison que venía a prestar servicios médicos”233. (Si nos imagináramos el momento del arribo del doctor Davison a Santa Ernestina, surgiría espontáneamente –por tratarse de situaciones y circunstancias casi idénticas– el recuerdo de la llegada al pequeño pueblo minero de Lenções, en el corazón de la zona minera del interior del estado brasileño de Bahía, de otro médico, Sebastián Coutinho, protagonista de la amena novela Garimpos, de Herman Lima.) A poco de llegar a Santa Ernestina y de ocuparse de la atención médica de los mineros de la compañía inglesa –para eso había venido–, se hizo cargo de las dolencias de cuanto vecino requiriera su asistencia: “a caballo siempre, excelente jinete, endurecido por penosas y largas marchas de día o de noche, acudía donde se solicitaran sus servicios”234, desatendiendo las inclemencias del clima o del camino. En aquel entonces ese poblado y sus alrededores ya contaban con un médico y unos cuantos curanderos y comadronas, pero su actuación no era suficiente para atender las necesidades de la población, cuya Ros (op. cit.:19). Ídem:21. En ocasiones, Davison también se desplazaba en sulky, según algunos testimonios de la época. 233 234 135 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … situación sanitaria era preocupante. En los años ochenta la mortalidad infantil y por infección puerperal en la zona minera era muy alta; además de la morbilidad con origen en infecciones de distinto tipo235, las enfermedades más comunes entre la población adulta eran las propias de la época, aunque acrecentadas por las condiciones insalubres en que se desarrollaba el trabajo minero: difteria, carbunclo, tuberculosis, neumonía, así como otras dolencias que afectaban gravemente al sistema respiratorio. Además, el auge de la prostitución en la zona había traído consigo un aumento de la sífilis y de otras enfermedades venéreas. Davison no sólo debió aportar su saber médico para enfrentar esta situación. Con los años su ejercicio profesional y humanitario, en todo instante ajustado fielmente al juramento hipocrático, fue instalando otro modo de concebir la medicina: su actuación fue “silenciosa y fecunda, enseñando con su ejemplo, predicando con su bondad, curando la llaga del cuerpo y llevando en su palabra y en su gesto un bálsamo para el espíritu”236. En el año 1882 llegó a Santa Ernestina su prometida, Hannah Packer, procedente de Liverpool (Inglaterra), y a partir de allí ya no estuvo solo en su misión237. Nacida en un pequeño poblado del condado de Yorkshire238, Hannah era una “distinguida dama británica de una educación exquisita y de una calificada familia”239. Se había diplomado como enfermera y ejercido el primer tramo de su práctica profesional (y adquirido “grandes conocimientos de obstetricia”240) en el prestigioso Royal Southern Hospital of Liverpool, que tenía una fuerte impronta nightingaleana. Ese mismo año contrajeron Fue el doctor Davison quien introdujo en la zona, en una época en la que no existían “los poderosos medios terapéuticos que hoy la ciencia ha puesto en nuestras manos” (Ros, op. cit.:24), “la técnica de curación con ácido fénico, disminuyendo así la muerte a causa de las infecciones” (Barreda 1998:25). 236 Pereira (1962). 237 En el acta matrimonial figura el nombre Ana, castellanizado a partir de Hannah, como era de uso en la época. 238 Adviértase, como mera coincidencia, que ya entrada la segunda mitad del siglo XIX Thirsk, lugar de nacimiento de Hannah Packer, compartía con Minas de Corrales (su patria por adopción) y con Irun (donde nació y murió José Joaquín Oruezábal) tres características singulares: era un pequeño pueblo fronterizo, estaba enclavado en una zona minera y su volumen poblacional era de poco más de dos mil habitantes. 239 Ros (op. cit.:21). 240 Ídem. 235 136 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … matrimonio y en ese acto Hannah se convirtió en Ana241, y Miss Packer en Mrs. Davison (o, con menos formalidad, en Mrs. Ana). Al poco tiempo el novel matrimonio instaló su hogar y consultorio en una modesta casa de ladrillo con techo de paja y tejas en la ladera de una loma entre el arroyo Corrales y la zanja Las Pitangueras. Allí Davison habría de atender a cuanto doliente se acercara; su esposa, además de asistirlo en lo necesario, se ocuparía del cuidado de la salud de embarazadas, parturientas y puérperas. A partir de ahí, Ana y Mrs. Ana se convirtieron, para todo el pueblo, en Misiana. Esta noble mujer “dejó una impronta profunda en su condición de enfermera, en su condición de consejera, de vecina, de amiga”, me comenta Palermo; en relación con Davison, “más que la compañera, más que la esposa, fue sin duda la sombra bienhechora que atesoraba cada uno de sus buenos actos”242. Baste una anécdota para ponderar uno de sus buenos actos y el gesto de la sombra bienhechora que lo propició: “en una oportunidad Misia Ana preparaba para su cumpleaños un saco de lana tejida. Pasado un tiempo, en pleno invierno, Misia Ana se apercibió de que aquella prenda no era usada y le preguntó: —Frank, ¿por qué no usas el saco de lana? —Mira, Ana, el otro día estuvo un pobre jornalero a consultar, no traía más que una camisa, estaba muy enfermo y le di el saco”243. El doctor Davison no solía cobrar honorarios, ni siquiera el costo de los medicamentos que entregaba, y por eso los corralenses lo consideran como un auténtico filántropo244. (Tampoco lo hacía Misiana, aunque nadie “valora el hecho de que todas sus tareas profesionales fueran gratuitas. Es curioso que se omita su propia filantropía”245.) Davison Es probable que Davison y Packer se hubieran conocido –y prometido matrimonio– algunos años antes en el Royal Southern Hospital de Liverpool, donde el primero, internado por alguna dolencia, habría recibido los cuidados profesionales de la segunda, que se desempeñaba como nurse-midwife. (Cf. Hernández-Chirico, 2004.) 242 Pereira (1962). 243 Porto (2009:12). 244 De acuerdo con lo que me comentó Selva Chirico, esto no fue del todo bueno para la economía de otros médicos corralenses contemporáneos a Davison (quienes también, como éste, “dejaron su vida por el pueblo de Minas de Corrales”): “el doctor Miranda, otro que falleció muy viejito, una vez me dijo: ‘como Davison no cobraba, a nosotros no nos pagaban’; entonces todos los médicos quedaron de algún modo obligados a trabajar por la gallina”. 245 Hernández-Chirico (2004:136). 241 137 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … fue, como ya he subrayado, el iniciador de una nueva forma de concebir la medicina, y también de una estirpe de médicos muy queridos en Minas de Corrales: Lockart, Miranda, Darnauchans, Ros. Al igual que el Sebastián Coutinho de la ficción, “en medio del oro, donde muchos llenaron sus arcas, el médico, figura influyente, pudo organizar negocios, hacerse rico, emprender una tarea lucrativa. No lo hizo. Prefirió su profesión, su misión, su destino”246. Esas cualidades, esa postura frente a la vida, compartidas en un todo con Misiana, tuvieron desde siempre el reconocimiento de los corralenses. “Una vez superada la crisis de 1896, el pueblo no olvida el liderazgo de Davison y su decisiva incidencia en todo el proceso (247). En retribución, edifican una casa que ubican sobre una colina, en lugar panorámico y que consideran más acorde a la jerarquía de la pareja. Casa amplia, con varias habitaciones rodeando un patio central con su aljibe. (…) Sería lo ideal para ejercer su profesión y para vivir con comodidad adecuada a su clase(248). Dice la tradición muchas veces reiterada que tuvieron que valerse de un ardid para hacer la mudanza, porque Davison no consentía en salir de su vivienda habitual, negándose a aceptar que mereciera el presente de su comunidad. Se cuenta que alguien se prestó para hacer un llamado de auxilio desde Yaguarí, distante varias leguas. El viaje de ida y vuelta fue el tiempo suficiente para que cuando regresara a orillas del Corrales, sus pertenencias estuvieran acomodadas en la casa de la loma. Ante el hecho consumado, allí permaneció hasta su muerte en 1921”249. Pereira (1962). Aquí Hernández y Chirico están haciendo referencia a la iniciativa e impulso de Davison en la gestación del emprendimiento cooperativo al que he aludido en el apartado anterior. 248 Más adelante en el mismo texto Hernández y Chirico establecen que el mayor mérito de la nueva casa sería, no obstante, “que las habitaciones fueran adecuadas para que también Misiana ejerciera mejor, ya que allí había espacio para alojamiento de parturientas” (ídem:133). 249 Hernández-Chirico (2004:133). La iniciativa de obsequiarle una casa al doctor Davison en muestra de gratitud, parece haber sido obra de Hilario Zusperreguy (cf. Porto 2009:13). 246 247 138 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Enseguida las virulentas circunstancias políticas del momento ponen a prueba al matrimonio Davison-Packer –a su fortaleza, al humanismo y al saber profesional de cada cónyuge–. En el año 1897 nuestro país se vio envuelto en una cruenta guerra civil, que enfrentaba al partido colorado en el gobierno con las fuerzas revolucionarias del partido blanco, lideradas por Aparicio Saravia. Las tropas de ambos bandos se encontraron en el paraje Cerros Blancos, próximo a Los Corrales, “en 139 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … un gris atardecer del 14 de mayo de 1897 (…). Fueron 170 los muertos y 400 los heridos revolucionarios. Entre los gubernistas, 45 muertos entre la tropa y 106 heridos, a los que se suman 9 oficiales”250. Davison, a requerimiento del gobierno, fue enviado al campo de batalla, donde atendió a los heridos más graves. Enseguida cruzó la frontera a hacer lo mismo en el campamento que las fuerzas revolucionarias habían montado en territorio brasileño. Desde allí organizó un convoy y volvió con unos setenta y cinco heridos hasta Los Corrales, donde Misiana, “la profesional, la enfermera, con la ayuda de los vecinos, especialmente su amiga Isabel Legerén de Zusperreguy, (había instalado) un hospital de emergencia denominado en la época ‘Hospital de Sangre”251. Por razones que es imposible determinar (aunque quizás por causa de la sífilis que ambos habían contraído) el matrimonio no tuvo hijos biológicos, “pero acunó a niños que hizo suyos: Francisco Rodríguez, Marcia Viera y sus respectivos cónyuges y descendientes”252. (“Tuvieron varios hijos de crianza”, me dijo Eduardo Palermo. “Doña Pepa fue una, que heredó parte de lo que estaba en la casa de Davison y Ana Packer, y lo ha mostrado con mucho orgullo, ha contado anécdotas, mostraba tarjetas postales que recibía Ana Packer de Inglaterra, sobre Algunos objetos que fueran de Misiana, todo una que había recibido de expuestos en el taller de Wilson Fagúndez. la propia reina de Inglaterra cuando el cumpleaños de Ana Packer; hay un álbum de postales muy buen cuidado…”.) Davison murió viejo y pobre a fines del año 1921, víctima de una sífilis que algunos años antes ya lo había dejado ciego, “con más de sesenta años de edad y sin ningún bien material. Porque ese extraño personaje (…) nunca quiso recibir retribución alguna, ni aceptó la Ídem:156. Ibíd. 252 Ibíd.:132. 250 251 140 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … modesta pensión que le ofreció espontáneamente el vecindario, en prueba de su agradecimiento”253. Misiana le sobrevivió durante unos nueve años, y decidió hacerlo en la primera casa conyugal: “el primer hogar que tuviera en el pueblo uruguayo, junto al arroyo, fue también el que quiso habitar después de haber perdido a su compañero: ascetismo voluntario, auto-impuesto, en humilde morada de dos habitaciones (…). En el camposanto cercano reposaban los muertos familiares y allí quedaron aquellos a los que no pudo salvar después de la Batalla de Cerros Blancos, en 1897. Allí también la rodeaban los afectos corralenses”254. La gesta humanitaria y profesional del médico y la enfermera, como antes la del impulsor de una empresa cooperativa con los vecinos, los instaló para siempre en el afecto, la admiración y la gratitud del pueblo corralense. Davison es hoy su prócer indiscutido, modelo ejemplar de médico y de ser humano, “padre de infelices y desvalidos, que acudió a llevar el consuelo de sus consejos y el concurso de ciencia a todo hogar miserable que lo necesitó”255. Por su parte, “a Misiana se la recuerda tejiendo para los pobres”256, y también como “el modelo de la partera, de la enfermera, aunque haya preferido –o se la haya condenado– a mantener su perfil de segunda figura”257. Fragmento de un artículo periodístico de un diario montevideano, publicado al día siguiente de la muerte de Davison (apud Pereira 1962). Según lo que ha escrito Ariel Pereira, en el entierro de Davison, el 24 de noviembre de 1921, “antes de inhumarse los restos, hicieron uso de la palabra los señores Hilario Zusperreguy, Pedro Casenave, Francisco A. de Oliveira y José Oruezábal, todos ellos interpretando fielmente los sentimientos populares” (ídem). (El último de estos cuatro amigos de Davison fue el abuelo de José Alfredo Oruezábal.) 254 Hernández-Chirico (op. cit.:132). 255 Fragmento de un artículo periodístico de un diario montevideano, publicado al día siguiente de la muerte de Davison (apud Pereira 1962). 256 Las prendas que tejía Misiana eran para los corralenses, pero también para “los proletarios ingleses” (Hernández-Chirico, op. cit.:136) que recibían puntualmente sus prendas de lana al otro lado del océano. En otro tramo de su texto estas autoras subrayan que Misiana “fue multiplicadora de sus técnicas (de tejido y bordado), al punto de que aún existe un importante grupo de Minas de Corrales que hacen maravillas de croché y la reconocen como el origen de su saber” (ibíd.:148). En la actualidad un grupo de tejedoras se ha conformado como microempresa y está llevando adelante un proyecto productivo, financiado por el programa Articulación de Redes Territoriales (del PNUD, Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo). 257 Hernández-Chirico (op. cit.:136). 253 141 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Fotografías de Misiana, de la colección de Eduardo Palermo. 142 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … una nueva dinámica, una nueva socialidad (2) Durante la última década del siglo XIX y las dos primeras del XX las actividades mineras en la zona de Cuñapirú estuvieron marcadas por la ocurrencia de sucesivas crisis económicas que afectaron a los mercados europeos. En efecto, “a partir de 1890 puede afirmarse que se cierra un ciclo económico favorable. Los reportes de escasa rentabilidad minera son numerosos. (…) La crisis del noventa que afectó a los capitalistas fue un desestímulo para emprendimientos nuevos de envergadura, y los empresarios mineros ingleses y franceses responden con proyectos conjuntos para poder mantener la explotación y hasta con la fusión de empresas. (…) Las coyunturas macroeconómicas de los años previos a la Primera Guerra Mundial afectaron a toda la explotación de oro, aunque algunas compañías la sufrieron más que otras. (…) Para cuando el conflicto mundial estalle, toda compañía extranjera se habrá retirado y la región entrará en un proceso depresivo”258. A partir de la Gran Guerra, entonces, el desarrollo de Minas de Corrales empieza a languidecer, y aquella efervescencia del período precedente entrará, poco a poco, en un letargo del que recién habría de despertar, tímida y efímeramente, dos décadas después. En fin, casi como en esa misma época en los enclaves mineros del interior de Minas Gerais, o en la zona de Lavras, en el corazón de la zona diamantífera bahiana, cualquier visitante que recalara en Minas de Corrales hubiese podido exclamar, entre suspiros de pesadumbre: “¡tanta prosperidad que pasara, sin otros rastros que los del tiempo! El sello de la decadencia estampado en todo, en una gran melancolía desoladora”259. Hernández-Chirico, op. cit.:122. De acuerdo con estas autoras, esa estrategia de fusión de empresas también se dio en otros sectores industriales del país, lo cual “concentraba el capital y redirigía las grandes inversiones de infraestructura. A nivel local, los habituales inversores sufrían las consecuencias de la baja de los precios internacionales para colocación de un estoc ganadero con sobreoferta, por lo que no estaban en condiciones de aportar más capitales” (ibíd.). No obstante, a pesar de la crisis y de las crisis, los registros oficiales del año 1907 indicaban que Uruguay tenía un stock en monedas y lingotes de oro per cápita muy alto (superior en un 40% al de Inglaterra y sólo superado por el de Francia, que era un 50% mayor). 259 Lima (1939:28). 258 143 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Los visitantes, sí, pero no los corralenses, ya en ese entonces aglutinados por un creciente sentido de pertenencia –próximo al chauvinismo, embrión de la identidad cultural local– forjado por la singularidad de las condiciones y circunstancias vividas, La primera flota corralense de coches taxímetros. renuentes a aceptar lo que (Fotografía cedida por Eduardo Andina) para otros se aparecía como palmaria irreversibilidad de los nuevos tiempos. Así se infiere de los argumentos esgrimidos por Juan Rodríguez Grolero, diputado por Rivera, en la exposición de motivos del Proyecto de Ley que elevara a la Cámara de Representantes el 14 de abril de 1920, en el cual se proponía que Minas de Corrales fuera declarado oficialmente “pueblo”: “Minas de Corrales (…) no sólo está rodeado de campos de primera calidad, ya para la ganadería, como para la agricultura, sino que está enclavado en lo más rico de la región de las minas de oro. Cuenta con un crecido número de habitantes trabajadores y progresistas (…). En los alrededores se encuentra la famosa mina de oro de San Gregorio, que explota la Compañía inglesa ‘Minas de Oro del Uruguay’ y que tiene la usina en otro núcleo de población cercano, denominado Minas de Cuñapirú. En estas minas, en época de actividad, trabajan varios cientos de obreros”260. El alegato es, ciertamente, capcioso. En su panegírico Rodríguez se cuidó de señalar que la explotación de la compañía inglesa sólo existía en los papeles, que la usina de Cuñapirú estaba en desuso261, que la época de actividad ya hacía tiempo que había pasado y que en ese momento –año 1920– nada permitía vislumbrar que fuera a renacer. Dejando a un lado, entonces, ese tipo de consideraciones, cabe advertir que la depresión sufrida por la minería cuñapiruense se extendió, naturalmente, a todo el territorio de lo social. Sin embargo, la Apud Barrios Pintos (1985:283). Recordemos que la usina había dejado de generar electricidad un año y medio antes, cuando falleció el técnico alemán que la hacía funcionar. 260 261 144 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … intensidad de la vida social de los pueblos, por lo general subsidiaria de la de su vida económica, suele tener una inercia que por algún tiempo contribuye a minimizar (o enmascarar) los efectos de las crisis, lo cual se potencia cuando los actores sociales se resisten a aceptar el desfallecimiento. Sólo así pueden explicarse con algún asidero las circunstancias que hace exactamente cien años, el 25 de agosto de 1909, propiciaron la fundación del Club 25 de agosto, en pleno centro de Minas de Corrales, en pleno centro de la depresión que envolvía a la región. Fue una fundación pionera: según lo que me comentó Raúl Armand’Ugón, “el 25 de agosto es en nuestro país el segundo club en antigüedad al norte del río Negro, es el segundo después del Club Uruguay (de la ciudad de Rivera), junto con el Club 25 de agosto de Paso de los Toros”. El Club “alcanzó importancia en 1911 y 1912, años en que aún existían explotaciones mineras”262, resistiendo a los tumbos a la profundización de la crisis económica. En ese entonces el Club, como institución social, sede principal de la socialidad de las personalidades (masculinas) más encumbradas de la comarca minera, no era lo que es hoy. Tampoco lo eran sus instalaciones, que debieron reconstruirse en el año 1915, cuando aún olían a nuevo, luego de un incendio que las destruyó parcialmente263. Este hecho, indicativo de la importancia que el Club tenía para sus asociados, también muestra con elocuencia el peso de la inercia social en la vida de los pueblos (y su pertinencia como factor explicativo): un club social nace en un momento de repliegue económico, se destruye por causas fortuitas cuando la decadencia ya está instalada y se reconstruye, con el esfuerzo exclusivo de sus socios, justo en un momento en que el repliegue del optimismo se pliega sobre el de la economía, con la Gran Guerra inundando al mundo de pasmo, impotencia y derrumbe. Ya en la segunda década del siglo XX, cuando Rivera era desde hacía más de un cuarto de siglo la capital y, desde algo menos, la principal ciudad del departamento –en cantidad de población, actividad comercial y vida social–, el Club 25 de agosto era “el club mejor 262 263 Barrios Pintos (op. cit.:281-282). Cf. ídem:282. 145 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … instalado del Departamento”264. Y lo siguió siendo por unos cuantos años. Superada la larga crisis, y sobre todo a partir del renacimiento posterior a la Segunda Guerra, el Club 25 de agosto, según me explica Selva Chirico, “fue crucial para la sociedad corralense; no te olvides que era un club de relevancia nacional; las muchachas venían a encontrar marido al Club (…). Pensá que los muchachos descendientes de mineros o de familias vinculadas a la minería no eran de despreciar en cuanto a un futuro promisorio: eran ‘un buen partido’. Entonces se venían muchas… –que paraban en mi casa, porque venían de Montevideo, con nombres muy encumbrados y con grandes ajuares– a pasarse muchos días antes del 25 de agosto, y unos cuantos días después por si habían “pescado” algo… Además era muy difícil ir a Montevideo, por lo tanto había que estar por un buen tiempo, ¿no? Era todo un acontecimiento el baile del Club. Y yo creo que eso es socialmente trascendente, para principios del siglo veinte”. Al promediar el siglo XX era todo un acontecimiento el baile del Club. Ya lo era, en realidad, a los pocos años de su fundación: en la década del diez “los bailes de gala eran una actividad social de trascendencia. Si habitualmente el club era reducto masculino, con sus billares y barra de tertulia, cuando había gala, se reunía lo más graneado de la sociedad regional y hasta se recibía la visita de jóvenes con expectativas de futuro en pareja con el seguro respaldo de la solidez económica de algunos corralenses. Los trajes y adornos de las muchachas eran motivo de comentarios durante meses. Sus salones estaban equipados con legítimos muebles Tönnet y una vez instalada la luz eléctrica, los apliques de luz indirecta se eligieron art decó. El escenario que daba a la pista servía para ubicar las orquestas que animaban las reuniones, pero también fue lugar de representación teatral y de animadas veladas culturales”265. Afirmación de Juan P. Rodríguez Grolero en la exposición de motivos del ya citado Proyecto de Ley del 14 de abril de 1920 (apud ibíd.:283). 265 Hernández-Chirico (2004:134). 264 146 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Actualmente el 25 –o “el club de abajo”, como habitualmente se le designa– sigue siendo un reducto predominantemente masculino, habitado por parroquianos que ya no son, como antes, los exponentes de la flor y nata de la sociedad local. Ya no es el club exclusivo de los cascarudos o de los bundinha, ni aquel que estudiaba con particular celo los antecedentes de cada aspirante a socio ni, mucho menos, aquel que prohibía la entrada a los negros ni a sus cónyuges266. Es, sí, el lugar de una socialidad cuya intensidad, desde hace unos cuantos años, está en fase menguante –alguna partida de casín o de naipes, alguna reunión frente al televisor, siempre encendido, alguna tertulia de sobremesa– que sólo rompe su morosa rutina (y su habitual predominancia masculina) en sus dos exclusivos y simétricos coluros anuales: el del 25 de agosto, la fiesta de gala por antonomasia, y el del inicio de las carnestolendas de cada febrero, cuando los corralenses ritualizan su reencuentro con sus paisanos desparramados por el país y se dejan abrazar por el espíritu festivo del samba de enredo de inequívoco color local. “Yo vengo de la época en la que en el club de abajo no dejaban entrar negros”, me dice Raúl Armand’Ugón. “Me acuerdo clarito, yo tenía amigos de color, en el liceo, y con doce o trece años íbamos al club de abajo y no los dejaban entrar. Los dejaban entrar a los amigos. Tanto es así, que (…) nuestros padres se retiraron e hicieron su protesta debida (…) hasta que después se abrieron las puertas para todo el mundo y ya pueden entrar todos. También había el club de negros que no dejaban entrar a los blancos, ¿no? Ahora, gracias a Dios, ya se terminó con todo eso”. 266 147 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 148 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … del capitalismo de empresa al capitalismo de estado: el renacimiento de los treinta En los libros que recogen la historia de la región minera el período de veinte años que se inicia con el estallido, en Europa, de la Gran Guerra, es una suerte de agujero negro. Apenas alguna referencia, general y vaga, al advenimiento de “un proceso depresivo” o alguna alusión, mucho más general y vaga (y lacónica en extremo) bajo la fórmula, propia de las fábulas y los cuentos de hadas, “pasaron los años y…”. “Pasaron los años y en el tiempo de gobierno dictatorial del presidente Dr. Gabriel Terra, se consideró conveniente volver a explotar la riqueza aurífera”267. Los años que pasaron fueron largos, lentos, magros. El tiempo de aquella colmena humana descrita por Ros, "integrada por franceses, ingleses, alemanes, vascos, argentinos, chilenos, criollos, que habían levantado edificios y originado pueblos, que tendieron rieles, que emplazaron plantas industriales, que volaron cerros para emplear la tierra en la represa que contuvo las aguas del Cuñapirú, ya había pasado a ser un recuerdo, que aún continúa vivo en la memoria de los lugareños”268. En el cuadrángulo minero que durante casi medio siglo había florecido con alguna intermitencia –Cuñapirú, Santa Ernestina, San Gregorio, Minas de Corrales– la explotación aurífera industrial se detuvo por completo269 y, en consecuencia, la población se redujo ostensiblemente270. Muchos Barrios Pintos (1990:56). Ídem. 269 Apenas persistió como actividad de subsistencia para unos pocos privilegiados. Así lo dejó sentado el 12 de diciembre de 1935 el ingeniero Adolfo N. Inciarte, técnico asesor de quien en ese entonces era Ministro de Hacienda, el Dr. César Charlone: “después del año 1909 a las personas que cuidaban las minas se les permitía sacar de ahí, a los efectos de enviar a Montevideo, una cantidad determinada de oro con lo cual se pagaban los gastos de administración y cuidados de que eran objeto los terrenos de Cuñapirú, y no sé si sobraría algún poco más” (apud “La interpelación del senador Sr. Carmelo Cabrera al Sr. Ministro de Hacienda”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:155). 270 A comienzos de los años veinte Santa Ernestina, Cuñapirú y San Gregorio no superaban, cada una, el centenar de habitantes. El volumen poblacional de Minas de Corrales, la localidad más grande y próspera desde fines del siglo anterior, ya había comenzado a declinar en los primeros años del XX. Así lo establece el censo escolar levantado en el año 1906, que registra, en cinco quilómetros a la redonda, un total de 1.044 habitantes, cifra bastante inferior a la relevada a lo largo de la década precedente (cf. Barrios Pintos 1985:282). 267 268 149 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … de los inmigrantes que habían recalado en la región atraídos por la promesa dulce del oro partieron buscando nuevos rumbos geográficos –sur de Brasil, Montevideo o sus lejanas comarcas de origen–, mientras otros se aquerenciaron en la zona, buscando estrategias de subsistencia o nuevos rumbos económicos que les permitieran asegurar con cierto decoro su existencia. “La reverberación de la llanura sigue produciendo espejismos de mares de plata en los ojos que llegan quemados por la aridez de la campiñas europeas, semejantes a urnas cinerarias de trabajos y de siglos. En las poblaciones se tira a esos mares de plata reverberada; emprende, cae y se levanta; realiza cualquier trabajo, sofoca su conciencia y muere al fin, dejando lingotes de ese espejismo”271. Así como la fiebre del oro había incitado la reconversión de hombres de negocio, hacendados y peones rurales, gauchos y gaúchos, una nueva reconversión puso a prueba el temple y la capacidad de adaptación de los antiguos trabajadores telúricos devenidos mineros. La actividad pecuaria –desde siempre, junto al contrabando, el quehacer principal en la región– recuperó a sus antiguos promotores criollos, ahora enriquecida por el empuje y know-how de unos cuantos extranjeros acriollados272. Sólo unos pocos pobladores, tanto extranjeros como criollos, volvieron a las prácticas decimonónicas y en solitario del bateado en arroyos y cañadas o del cateo a pico y pala en las galerías y socavones abandonados por las compañías. Durante esos veinte años (los del “agujero negro”) el terreno, entonces en reposo, inadvertidamente se había ido preparando para lo que vendría: “en 1927 la Sociedad Anónima ‘Minas Uruguayas’ adquirió (a los ingleses Bell y Coger, acreedores hipotecarios de “The Uruguay Consolidated Gold Mines Ltd.”, compañía que unos cuantos años antes había abandonado la explotación minera industrial) las propiedades y campos en la suma de 50.000 (libras esterlinas)”273. Martínez Estrada (op. cit.:104). Al parecer, por lo menos hasta la Gran Guerra, la agricultura en la zona sólo existió para el consumo doméstico. Una de las pocas referencias al respecto la proporciona Barrios Pintos: “en el año 1885, el periódico La Voz de Rivera informa sobre el cultivo de tabaco en pequeña escala por un vecino de Corrales, Lino González” (1990:205). 273 Ídem:56. 271 272 150 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Pasaron los años y… el 12 de enero de 1935, bajo la dictadura de Terra, “se modificó por Ley N° 9456 la explotación de minas, ampliando disposiciones. Por su artículo 1° se decretaba que todos los yacimientos minerales pertenecían a la Nación como propiedad imprescriptible e inalienable. Por el artículo 2°, quedaba autorizada la Administración General de las Usinas Eléctricas y Teléfonos del Estado (UTE) para efectuar las explotaciones mineras que estimara conveniente y proceder a su industrialización”274. En suma: el Estado nacionaliza los yacimientos minerales y transfiere a la UTE la explotación minera en todo su territorio. La nacionalización de las minas no se hizo bajo la forma de expropiación (propia de un régimen estatal estatista) sino bajo la de compra-venta (propia de un régimen estatal capitalista). En agosto de 1935 la UTE le compra a “Minas Uruguayas” todas las tierras (1.276 hectáreas), yacimientos minerales, patrimonio legal (varias concesiones), instalaciones, maquinarias, herramientas y materiales de las zonas de Cuñapirú y Corrales. Empezamos mal: de acuerdo con la información presentada en la interpelación interpuesta en diciembre de ese año por el entonces senador Carmelo Cabrera al Ministro de Hacienda del gobierno de Terra, la UTE pagó por todos esos bienes un precio total (en moneda corriente) cuatro veces mayor que su precio de mercado275. La UTE tomó posesión de las minas y a fines del año 1935, al poner en funcionamiento las maquinarias para la generación de energía y la molienda del cuarzo aurífero, inaugura una nueva era de la minería nacional. Contrariamente a las previsiones, predicciones y expresiones de deseo de quienes la habían propiciado, esta era fue notablemente breve. Sobre el final de esa década, una nueva conflagración mundial habría de impactar desfavorablemente en la realidad uruguaya, otra vez echando al traste, entre tantas otras cosas, la neófita explotación minera industrial a cargo del Estado. No obstante, la muerte no fue sorpresiva ni instantánea. A juzgar por la postura muy crítica asumida a lo largo de todo el último lustro de esa década por los sectores políticos de franca oposición al gobierno dictatorial de Terra (y también al de su sucesor, el general Baldomir), hoy se puede calificar a Ibíd. Cf. “La interpelación del senador Sr. Carmelo Cabrera al Sr. Ministro de Hacienda”, en La Revista de la UTE N° 4 (1936). 274 275 151 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … los casi cinco años de explotación minera a cargo de la UTE como la crónica de una muerte anunciada. De hecho, no fue la segunda guerra mundial la que mató a esa aventura estatal, sino apenas la que le asestó el tiro de gracia a una víctima que ya estaba malherida, moribunda, de rodillas. La UTE hizo bien lo que ya sabía hacer, que además era su razón de ser desde su creación: la generación de electricidad. Desde que la UTE se hizo cargo de la usina de Cuñapirú, en el año 1936, la hizo producir electricidad, apoyada por grupos generadores a diesel276. Pero la gestión minera de la UTE en Cuñapirú fue totalmente ineficaz, obscenamente ineficiente: dilapidó cuantiosos fondos públicos en una empresa que dejó pérdidas exorbitantes (para el Estado)277 y, asombrosamente, sólo logró extraer una cantidad de oro inferior a la que podría haber obtenido un cateador actuando en solitario armado de pico y pala. Así quedó establecido en una sesión parlamentaria de octubre de 1938 en ocasión del llamado a sala al Ministro de Hacienda del gobierno de Baldomir, promovido por el diputado socialista Emilio Frugoni: “en cuatro años la UTE había duplicado su presupuesto de sueldos y triplicado su presupuesto de gastos”; además, “se habían prometido cinco kilos de oro diarios (…) y sólo se había obtenido hasta la fecha ocho kilos de oro (…) y se había anunciado una exportación de minerales por valor de más de un millón de pesos y parecía que sólo se había exportado por valor de $ 1.600”278. La generación de energía hidroeléctrica persistió hasta las inundaciones acaecidas en el año 1959, en que se rompió el embalse que Barrial Posada había construido en el arroyo Cuñapirú. “Después pasó a ser Usina de generación Diesel y continuó suministrando energía eléctrica a Minas de Cuñapirú y zona aledaña rural, adyacente por una línea de transmisión que UTE construyera utilizando las viejas torres del aerocarril que unía Las Minas de San Gregorio con la planta de Cuñapirú, (…) para desde allí dirigirse hasta Minas de Corrales y electrificarlo hasta abril de 1981, en que comenzó a funcionar la nueva planta generadora de dicho pueblo, apoyada por grupos generadores Diesel. Actualmente está conectada con la Red Hidroeléctrica Nacional” (Barrios Pintos, 1990:62). 277 Las pérdidas se estimaron en $ 2.700.000, una cifra astronómica para la época. Sólo como referencia para poder ponderar esta cifra, valga este dato: la exportación de oro entre 1936 y 1939 fue de $ 1.600 (esto es, un 0,06% del monto de las pérdidas). 278 Barrios Pintos (op. cit.:59). Repito las cifras para que no parezcan errores de imprenta: el Estado había prometido cinco quilogramos de oro por día y en cerca de cuatro años (digamos, unos mil cuatrocientos días) sólo obtuvo ocho quilogramos (un promedio de 0,006 por día, esto es, aproximadamente un 0,12% –¡mil veces menos!– de lo prometido). Preguntémosle a Don Tito Pereira en cuánto tiempo, bateando y moliendo él solo, puede producir esa cantidad de oro. Advirtamos que, como era previsible, la 276 152 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … En suma, el corto período en que UTE explotó las minas resultó un fracaso absoluto, rayano en la indecencia. Lo mismo cabe decir del proceso inmediatamente posterior. La UTE se quedó con los molinos, que reutilizó en otras instalaciones industriales a su cargo, y casi todo el costoso y voluminoso equipo restante se vendió a Brasil. Una persona que trabajó hasta el final en la planta de Cuñapirú durante la gestión de la UTE comentó: “a marrón fueron rompiendo máquina por máquina, a puro hachazos los techos, las puertas, las ventanas… ni las armazones de los techos se salvaron. (…) Techos inmensos de zinc, de un centímetro de espesor, cerchas enormes que los sostenían, marcos de puertas y ventanas. (…) Todo se lo llevaron”279. Máquinas, puertas, ventanas, cerchas, techos… Todo se lo llevaron. Y, con ello, las ilusiones de un pueblo que ya había estado sometido a desilusiones de otro matiz. moción de interpelación al Ministro de Hacienda presentada por Frugoni no prosperó (contó con apenas seis votos de los 56 diputados en sala). Esto muestra claramente cómo operaba el sistema político (y empresarial) en esa época, no tan lejana en el tiempo y en la forma… pero esa es otra historia. 279 Apud ídem:62. 153 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 154 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … una nueva dinámica, una nueva socialidad (3): los clubes, el carnaval Todo se lo llevaron. Pero, como por fortuna suele ocurrir cuando todo se lo llevan, casi siempre algo queda, por poco que sea (o por poco que parezca): el aprendizaje a partir de la frustración y la angustia, el develamiento de quién es quién en el pueblo y en el país. En Minas de Corrales el “período UTE” también dejó, al igual que como había ocurrido en coyunturas anteriores, a unos cuantos trabajadores que se aquerenciaron con y en el pueblo. Como ya he señalado, hasta el efímero renacimiento minero –y, por ende, social– de la década del treinta la socialidad bajo techo se había concentrado en el Club 25 de agosto, el cual, como el resto de las organizaciones sociales y comerciales corralenses, también se revitalizó. Pero a fines de la década del treinta se produjo otra revitalización, impulsada por aquellos nuevos corralenses que, aunados con los de siempre, dieron origen a una institución social cuyo nombre es bien elocuente por sí mismo: el Club Social de los Trabajadores. “Fundar ese Club, con ese nombre en ese pueblo”, me dice Selva Chirico arrastrando con énfasis los tres “ese”, eso “es muuuuy significativo. Ese nombre hacía mucho ruido. (…) Mi padre estuvo en esa fundación, mi abuelo también, a pesar de que había estado en la del (Club) 25. Mi padre era un tipo de cabeza muy abierta, progresista, su familia era toda socialista, se manifestaba poco pero él era un tipo de izquierda; se manifestaba poco, además, porque el pueblo era especialmente conservador y de derecha, ¿no?”. Ese nombre es, por cierto, muy significativo, tanto como aquel con el que habitualmente se le llama, aún hoy: Club Obrero. “El Club de los Trabajadores era en principio el club de los trabajadores, ‘el Obrero’, como le decimos”, me explica Ana Laura Antúnez, nieta de corralenses e hija de un ex-presidente del Club. “Bueno, el nombre del club es ‘Club Social de los Trabajadores’, pero desde chica yo siempre lo escuché nombrar como ‘el Club Obrero’”280. Este testimonio, así como los que se transcriben más adelante, fueron tomados de la entrevista en profundidad que le realicé a Ana Laura el 23 de junio de 2005, cuando aún residía en Minas de Corrales. 280 155 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … También es significativa la fecha que los mineros que trabajaban para la UTE eligieron para concretar su fundación: el 1° de mayo (de 1939). El Club Obrero le dio cabida a muchos corralenses que no tenían club, y con él nació una suerte de rivalidad, que aún no se ha apagado del todo, con el Club 25: “aquella rivalidad que existía entre los dos clubes, entre ‘el 25’ y ‘el Obrero’ yo diría que todavía sigue existiendo. Yo fui presidente durante siete u ocho años del Club 25, así que conozco bien el tema”, me aclara Raúl Armand’ Ugón. “Sí, a pesar de que se hicieron muchos intentos, siempre queda eso, esa rivalidad entre los dos clubes. Yo creo que, si bien los socios de los dos clubes son casi los mismos –hay muchas personas que son socios del ‘club de arriba’ que también son socios del ‘club de abajo’–, hay mucha gente humilde que no va al ‘club de abajo’. Y sin embargo, al ‘club de arriba’ van todos, van los humildes y van los más pudientes. Pero al ‘club de abajo’, hay mucha gente, digamos, humilde, que le da vergüenza ir. Te lo digo porque me lo han manifestado. Y… les da vergüenza porque no se sienten cómodos. Parecería que es un club de ricos”. La joven Ana Laura Antúnez refuerza esa percepción: “mirá, por decírtelo de alguna manera… históricamente, el Club 25 siempre fue el club de la elite; ahora ya no, no existe más eso, pero, claro, quedó eso, el 25 siempre fue el club de la elite”. “Hay otro hecho”, apunta Ana Laura, “que hace que el 25 hoy tenga otra importancia, por lo menos para los jóvenes. El 25 está en la Davison(281) y entonces, claro… cuando la gente se junta, sobre todo en verano –en invierno allá es terrible, mucho frío–, la gente cuando se junta es allí, en la Davison, “La Davison” –en rigor, “Dr. Francisco V. Davison”– es el nombre de la avenida principal de Minas de Corrales. 281 156 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … frente al Club 25, que es el que tiene mayor movimiento”. Ese mayor movimiento estival en torno al Club 25 forma parte de la rutina a la que hice referencia algunas páginas atrás, una rutina que, repito, sólo se rompe en dos ocasiones: en la fiesta de gala de los 25 de agosto y en los bailes de carnaval. A pesar de la erosión del tiempo, la fiesta de gala de cada 25 de agosto en el Club 25 de agosto sigue manteniendo el color de épocas pasadas y el tenor de un Zeitgeist que parece resistirse a caducar; en definitiva, sigue siendo la fiesta de Minas de Corrales: “desde hace añares”, me comenta Raúl Armand’Ugón, “todos los 25 de agosto se presentan las quinceañeras, hijas de socios –y ahora también las que no son hijas de socios– y se hace una fiesta que es bien importante, una fiesta de gala, a la que hay que ir realmente bien vestido”. Esa fiesta “no es solamente la fiesta del Club 25, sino más bien, creo, la fiesta de la población de Minas de Corrales”. Los bailes de carnaval, en cambio, desparraman alegría en los salones de los dos clubes locales, y marcan el momento en que el espíritu festivo y gregario de los corralenses emerge exacerbado. “En Corrales el carnaval se celebra durante prácticamente toda la semana”, me cuenta Raúl Armand’Ugón. “Yo no sé si habrá algún otro lugar en el país donde se disfrute tanto del carnaval como en Minas de Corrales. Hay bailes todos los días, todos los días: desde el viernes anterior a la semana de carnaval, viernes-sábado-domingo… toda la semana, y después termina el domingo siguiente. Hace varios años, debe hacer unos seis o siete años, que se vienen poniendo de acuerdo las dos comisiones directivas, y hacen un baile cada club, para no superponer los bailes. Pero son todos los días, y a cuál de todos más importante y más lindo”. A cuál de todos más importante; pero, sin dudas, descuellan dos, uno en cada club: en el Club Obrero se hace “El baile de las reinas”, que Ana Laura describe así: “es un baile de carnaval, pero de carnaval de salón, ¿entendés?: música de salón, marchas de salón, con la gente en ruedita y haciendo trencito… con más influencia brasilera… La cosa es así: entran las reinas, con todo el mundo sentado, mirando la entrada de las reinas; después, mirando el espectáculo de la corte, y después de que termina, los gurises de la corte ponen música y sacan a bailar a la gente, y hacen toda una ronda alrededor de la reina, y en 157 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … eso están un rato, y entonces sí, ahí todo el mundo se pone a bailar en la suya, pero la música que te ponen son sambas de salón…”. El otro baile importante se hace cada lunes de carnaval, en el salón del Club 25. Allí los corralenses ritualizan su reencuentro anual con sus paisanos desparramados por el país y se dejan abrazar por el espíritu festivo del samba de enredo de inequívoco color local. “El baile del reencuentro”, que así se le llama, reúne a muchísima gente de distinta procedencia y edad, enrasados por su origen común y, por encima de ello, por un singular e inefable sentimiento que, a falta de un término mejor, se podría denominar corralesidad282. “Mucha, mucha gente”, me comenta Ana Laura, “que viene de todos lados a ese baile de carnaval del Club 25… Ese baile, según lo que a mí me cuentan, es como los carnavales de antes”. Tito López, con propiedad, disiente: “aquellos carnavales se perdieron” (que es como decir, adhiriendo a una sentencia que a esta altura es casi proverbial, carnavales eran los de antes). “Aquellos eran los más espectaculares. (…) Allá por los años cincuenta, cuando Elidio Loza tocaba en la comparsa, yo era un gurí que tiraba los piolines del estandarte. El estandarte era lo que abría, era lo que iba primero... Era como una especie de portabanderas, y entonces iban dos muchachos –uno era yo– que tiraban de los piolines para que el estandarte se moviera... Eso era por todo el pueblo. Se visitaban todas las casas. Incluso iba y tocaba... le daban plata y tocaba en una casa. Se combinaba previamente: ‘hoy vamos al barrio aquél’, y entonces íbamos a las casas de unas tres familias. Por ejemplo, se decía: ‘bueno, hoy tenemos la visita en la casa de Tito’. Bien, Tito ya sabía que venían a su casa. Y tenía que esperarlos con refrescos, con alguna cosa para comer... Y venían y tocaban. Y así por todos lados. Y Esa “corralesidad” también circula subrepticiamente por Montevideo, según lo que me informa Raúl Armand’Ugón: “después del baile de acá, se hace otro en Montevideo, y va mucha gente de Minas de Corrales”. (“En Montevideo”, agrega, “funciona muy bien el Club de Residentes de Minas de Corrales. Permanentemente van para allá muchos chiquilines a estudiar y demás y se encuentran con otros amigos allá”.) Don Eduardo Andina aporta otros detalles: “los corralenses hacen todos los años, en Montevideo, con los corralenses, los hijos de corralenses y familiares, generalmente en el primer domingo de diciembre, una fiesta de todo el día, almuerzo y todo... Se ha hecho, durante muchos años, en el Colegio Domingo Savio. (…) Eso empezó, hace como cincuenta años, con un grupo de doce corralenses que se juntaban todos los años. Estaba Asdrúbal, Jorge Rodríguez, el Mulita, Ruben...”. 282 158 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … te daban billetes, que se colgaban con alfileres en el estandarte (como si fuera la estatua de San Cono, pienso mientras lo escucho). Después, con ese dinero, los mayores hacían un asado, con caña, whisky... (como si fuera…, pienso)”283. “Aquellos carnavales se perdieron”, continúa el gallego Tito, “porque ahora, acá, el carnaval se festeja y hay bailes... ¿no? Acá los bailes de carnaval son bastante especiales. Muy distintos que los de Rivera, incluso, que no tienen nada que ver con los de acá. Y ahora están cambiando, porque cuando nosotros... En aquel momento la cumbia no venía hasta acá. Y todas nuestras orquestas que teníamos en el norte, eran empujando a la cumbia para que no llegara. La cumbia llegó hace poco... en los años setenta, por ahí. Acá, en los bailes de carnaval, ahora, se sigue manteniendo, de toda la vida, eso de... hay media hora de música típica, media hora de música jazz...”. Las orquestas de música típica o pop –como la que el propio Tito López integró, “Sabar 6”– empujaron a la cumbia, es cierto, pero no lograron resistir al empuje del samba: “en esas fiestas y bailes”, me dice Raúl Armand’Ugón, “hay mucho más influencia brasilera que montevideana; digamos, más samba que murga. Prácticamente que candombe y murga, no, eso no existe. Además a la gente no le gusta. Ponen alguna cumbia y no ponen candombe. Pero samba, toda la noche”. Germán Oruezábal, treintañero, le reafirma esa preferencia y primacía brasileña a su interlocutor montevideano: “acá, en carnaval, no es lo mismo que en Montevideo, acá el carnaval tiene la influencia brasilera... Más samba que murga... ¡Ah sí...! Cuando yo era joven, había tres o cuatro tablados... Hoy no, hoy ya no se ve. El tablado se terminó. Y candombe muy poco. Todo brasilero”. El baile es el centro, pero la decoración juega un rol sustantivo: “la decoración es muy particular”, me comenta el gallego Tito; “el papel crepé estaba siempre presente (…). Antes, en carnaval, un mes antes había que empezar a preparar el carnaval. Se elegía a uno de los muchachos del pueblo, al que tenía más creatividad, para pensar y “Para una de esas orquestas”, me comenta Don Eduardo Andina, “una vez hice un estandarte, que por primera vez se le puso luces... ¡El primer estandarte luminoso del país! Incluso era automático. Y... ¿cómo hice el automatismo? Fíjese, así”. El “así” era un circuito eléctrico, elaborado muy ingeniosa y artesanalmente, que hacía que las luces se prendieran y se apagaran rápida y secuencialmente, de modo tal que dieran la sensación de que se movían. 283 159 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … desarrollar la idea del adorno. Y se juntaba con la reina, que ya había sido elegida, y ahí se empezaba a conversar sobre cómo iba a ser el adorno. Y ahí se juntaba la corte –la corte son los que acompañan a la reina en todo el carnaval–, los directivos del Club, familiares y... a adornar el Club. Se pasaba un mes con eso. Ese mes servía para la unión de la gente –nunca más se odiaban–, se formaban noviazgos, matrimonios... El carnaval siempre trae eso”. Sí, el carnaval siempre trae eso. Y más: el paréntesis transgresor de lo rutinizado, de lo estatuido como “socialmente correcto” –el efímero desbunde de los jóvenes: la algazara, el alboroto, la insubordinación de los cuerpos, la sublimación de lo prohibido…– y, en definitiva, la reactivación y recarga energética de aquella socialidad en fase menguante. Pues bien, como luego me comentó Don Ariel Pereira, “en esos dos clubes era donde la gente se reunía, unos allá arriba y otros acá”284. Durante muchos años ha sido ahí, me asevera Eduardo Palermo, donde “se sustentó el tejido social de Corrales; esos dos clubes organizaban, en una población relativamente pequeña, competencias que en su momento fueron deportivas, en los bailes, en el carnaval, en la organización de eventos… Eso me parece importante”. Hacia mediados del siglo pasado la urdimbre social de Minas de Corrales era, en efecto, bastante firme, en buena medida a causa (y también como consecuencia) del empuje socializador de los clubes. Pero el tejido era más amplio y abarcador que lo que hasta aquí he dejado entrever. “En su conjunto”, afirma Don Ariel Pereira, Corrales “era una gran empresa, desde el punto de vista cultural, social, deportivo. (…) Cómo te puedo decir… en su conjunto, en la globalidad, había una armonía de conjunto. No habían grandes rivalidades políticas, no habían pasiones desatadas; había una herencia, que era A mediados del siglo XX, según me dijo Elidio Loza cuando lo entrevisté, también existieron otros clubes, aunque menores, incluyendo a un “club de morenos” (el mismo “club de negros” al que hizo referencia Raúl Armand’Ugón). 284 160 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … una herencia europea. Minas de Corrales en aquellos años, en los años cuarentaipico, hasta los sesenta, era lo que yo después vi en pueblitos de España (…). Había armonía de conjunto. Había una especie de fraternidad, en la que había rivalidades, sí, pero… De repente la gente de una familia se agarraba a tiros con otra, qué sé yo, pero el pueblo en su conjunto funcionaba como una comunidad sola. Había un acto cultural, por ejemplo, que la Cooperativa bancaba a un artista que venía a Rivera y lo llevaba a Minas de Corrales, y llamaban a la gente, y el Club se llenaba, la platea del Club se llenaba. La gente concurría en masa”. 161 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 162 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … una nueva dinámica, una nueva socialidad (4): la casa mala, Don Bosco, el costurero, la ola… Escucho a Selva, a Raúl, a Ana Laura, a Don Eduardo, a Don Ariel Pereira –personas que vivieron en Minas de Corrales en épocas distintas y más o menos distantes, personas de edades, intereses y trayectorias vitales distintos y más o menos distantes– y me resulta imposible, aquí y ahora, resistir a la tentación de transcribir parte del agudísimo y entrañable análisis socio-antropológico sobre el mundo cultural de los pequeños pueblos de nuestra campaña que el entrañable y agudísimo Daniel Vidart realizara hace ya más de medio siglo: “cada pueblecito tiene su clase aristocrática –funcionarios, comerciantes fuertes, hacendados, profesionales– que vive en el casco urbano y concurre al Centro Social; otra clase imprecisa, fluctuante, crepuscular, amotina a los artesanos menudos, a los chacareros aledaños y a los jornaleros fijos para fundar un anticentro, un club democrático y deportivo”. Ahí están: los dos clubes, el Centro y el anticentro, cada uno con su historia, su gente, sus hábitos, su ethos. También los que quedan afuera, los casi siempre ignorados, olvidados, soslayados o marginados: “y como cauda trágica existe una plebe radicada en el suburbio, en el inevitable rancherío de mate y taba, de boliche y bailongo, de compadrazgo y truhanería. Los elementos masculinos de la clase ‘alta’ hacen escapadas furtivas al perímetro proletario donde una sabrosa doncellez se demora o donde una celestina organiza loterías de cartones y mujeres. Todos los muchachos, en el turno iniciático de los quince años, conocen los ritos secretos de la ‘casa mala’, del lenocinio embozado en el bajo, sede de las luces rojas, de las guitarras turbias, de la carne triste”285. ... En el caso de Minas de Corrales la “casa mala”, la de la carne triste, no está embozada ni en el bajo. “Hay un quilombo ahí arriba”, me dice José Alfredo; está ahí, desembozada, en uno de los bordes del centro: 285 Vidart 1998:179. 163 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “es una casa con una palmera en la puerta. Ese es muy viejo, pero todavía funciona. He pasado por ahí y veo que ¡hasta aire acondicionado le han puesto! La que regentea ahí anda en una Toyota 4x4. ¡Qué te parece!”286. ... Así como los clubes fueron –y siguen siendo– la sede principal de la socialidad profana y el quilombo la de la socialidad profanadora, la religiosidad de los corralenses y la socialidad por ella propiciada siempre tuvieron su centro de gravedad en la iglesia y parroquia de los salesianos287. “La iglesia católica, que en su momento tuvo también un colegio, también fue”, según Palermo, “un centro importante de cultura”. Don Eduardo Andina, ex-alumno de esa institución (al igual que sus diecisiete hermanos), lo reafirma categóricamente: “en el pueblo era muy importante el colegio, el Colegio Don Bosco. Cuando se fundó, en el año 1942, había solamente un colegio salesiano en todo el país; el de acá fue el segundo. Venían muchachos de otros departamentos para acá, a internarse como pupilos. Llegó a tener cerca de trescientos alumnos. Funcionó hasta el año 1968, creo. (…) Hubo dos motivos por los cuales el colegio fue decayendo: uno es cuando los padres jesuitas instalan el Colegio San Javier en Tacuarembó, que era una ciudad capital, con estación de ferrocarril y demás, que hizo que muchos de los chiquilines que venían al Colegio acá empezaran a ir a Tacuarembó, La explicación de José Alfredo es sociológicamente plausible: “supongo que esto de la explotación minera se presta bastante bien para ese tipo de negocios, porque en la empresa minera, por lo que sé, trabaja gente de distintos lugares del país, incluso algunos bastante lejanos, y están acá sin familia… Y además con los bolsillos llenos”. 287 La institucionalización de la religiosidad local tuvo un nacimiento bastante tempranero en Minas de Corrales. Ya hacia 1891 o 1892, de acuerdo con lo que me informó Palermo, Minas de Corrales “recibió una misión evangelizadora que recorría el Uruguay con Monseñor Isasa, que era el obispo uruguayo en ese entonces y que incluso estuvo en las explotaciones mineras”. 286 164 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … porque les era más cómodo. Y después se sumó el problema de la escasez sacerdotal que comenzó a darse por los años sesenta”288. ... “Estas son cosas con respecto a las cuales yo creo”, me dice Eduardo Palermo, no en vano historiador, “que el aporte del experto y el aporte del historiador, la visión del sociólogo o del antropólogo, de alguna manera ayudarían a que esta memoria colectiva se reorganizara en torno a revalorizar ciertas cosas que han sido dejadas de lado. Yo recuerdo, en los años setenta, en el salón de la iglesia, se pasaban películas de cine; era el cine del pueblo; el cura, con una máquina de cine, pasaba cine. Eso era un acontecimiento extraordinario, importante. Me imagino que debería ser lo mismo en los años sesenta, o en los años cincuenta”. El cura pasaba cine, en función matinée para todo público. Unos cuantos años después la experiencia la retomó Don Eduardo Andina; así me lo comenta una mañana de sábado mientras me muestra las instalaciones del salón parroquial y del Colegio. Don Andina estaba convencido de la importancia que la proyección de películas cinematográficas podía tener para la población corralense, por lo general alejada de ese tipo de eventos. Por eso había invertido tiempo y energía en reflotar aquella iniciativa. Decidió que las funciones se desarrollaran todos los domingos a las siete de la tarde, en punto. Los dos primeros domingos de función el salón parroquial estuvo repleto de gente, ansiosa por disfrutar la inusual velada cinematográfica. Al domingo siguiente la concurrencia había mermado considerablemente. El cuarto domingo de cine ya contó con muy poco público: los de siempre, ese puñado de ciudadanos corralenses, hoy sesentones, en todo momento dispuestos a hacer de Minas de Corrales el mejor lugar del mundo. Un par de domingos después, a las siete de la tarde –en punto– Don Eduardo Andina se encontró junto a la máquina de proyección mirando a la sala totalmente vacía. Con convicción leonina, Este testimonio, así como el resto de los que se transcriben más adelante, fueron tomados de las dos entrevistas en profundidad que mantuve con Don Eduardo Andina (el 25 de junio de 2005 y el 28 de febrero de 2009) y de sus intervenciones en el grupo de discusión realizado en su Radio el 7 de julio de 2009. 288 165 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … proyectó la película elegida para esa jornada (ya en ese momento, gracias a los avances tecnológicos, en formato video), hasta el final de la cinta. Al domingo siguiente, en la sala del Colegio, otra vez vacía, resonaban las voces de Clark Gable o de Rita Hayworth, quién sabe, y por debajo la respiración firme de Andina iluminada en la penumbra del recinto. Así fue y así siguió siendo durante tres meses, un domingo tras otro, a partir de las siete en punto, cuando el león de la Metro rugía cansado ante la platea desierta. Todo un ejemplo, todo un símbolo… todo un mensaje. ... “El cine que había era el cine del cura”, me cuenta Selva Chirico. “Era muy peculiar. Yo lo veía desde el punto de vista femenino, he hablado con el cura del lugar, y se muere de risa, porque a las mujeres nos estaba vedado entrar al recinto del salón de los salesianos, salvo cuando íbamos al cine. Ese era un ámbito exclusivamente masculino. Nosotras íbamos enfrente a lo que se llamaba ‘el costurero’. Ahí aprendí a bordar, a tejer, lo que se suponía que era mi obligación… y mi destino, claro. La cosa funcionaba así: íbamos a la misa, y luego de la misa nos entregaban una entrada gratuita para el cine, pero era condición sine qua non ir a la misa. Interesante estrategia de marketing, ¿no? Bueno, entonces nosotras íbamos rigurosamente a misa, para no perdernos la película de la matinée que el cura pasaba después. Yo no sé qué decía el cura, no me acuerdo, pero de las películas sí me acuerdo. Y en ‘el costurero’ había un rato de oración y, bueno, después, de enseñanza, de las cuestiones de… Yo no era muy asidua concurrente, no tengo la menor habilidad para nada que tenga que ver con la aguja… Entonces, con Lucy Grau, con quien éramos muy amigas desde niñas –ella también era de otra familia minera–, nos íbamos a un artefacto rarísimo que todavía está allá, caído, que se llamaba ‘la ola’. ‘La ola’ constaba de un perno central, un eje central, de hierro, altísimo, que tenía un artefacto, como si fuera una calesita, era redondo, con una madera, donde te sentabas, pero tenía la capacidad de girar trescientos sesenta grados y de moverse. Entonces la gracia estaba en hacerlo girar lo más rápido posible y 166 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … hacerlo moverse. Era todo una aventura. La verdad que lo que más recuerdo de las clases del ‘costurero’ era ‘la ola’… por supuesto”. ... El teatro de Minas de Corrales también tuvo su época de oro entre los años cuarenta y los sesenta. Los espectáculos teatrales se presentaban en el Colegio y en los clubes, y eran más bien “livianos”: vodeviles, sainetes, “cuadros plásticos”, “estatuas vivientes”. El director más recordado fue Araminto Sánder, miembro de una de las familias mineras pioneras en la región. ... Más allá de la relevancia de las actividades sociales, artísticas y recreativas que albergaban ambos clubes y de la socialidad de raíz confesional que se promovían en las instalaciones de los salesianos, al promediar el siglo pasado el esparcimiento cotidiano corralense estaba en otro lugar. “Y… era un pueblito muy chico, yo me acuerdo, siendo niño... existían las calles, pero era muy despoblado interiormente el pueblo”, me cuenta, con algo de nostalgia, José Alfredo Oruezábal. “Eran otras épocas. Fijate que con mis primos y con mis amigos, nuestra garufa a veces –por decir garufa– era salir a cazar, pescar, o si no, cuando los padres no estaban, reunirnos en algunos lugares en el campo y ahí juntábamos tordillos, baguales, y... salíamos por el campo, ese era nuestro placer (…). Y de noche… ¿adónde ibas a ir? ¿A una boite? No había. Centros nocturnos, no había. Tenías que defenderte a tu manera. Y además, ir a Tacuarembó o a Rivera era todo un viaje… aunque había que tener algún pesito”. ... “Era la vida muy sana”, me dice Don Eduardo Andina. La diversión cotidiana estaba en la calle, en los remansos del arroyo, en las casas de parientes y amigos. Y en los bailes de campaña, claro. “En aquella época, cuando yo (José Alfredo) era muchacho, no había bares. Lo que había eran bailes de campaña, donde muchos íbamos a caballo”. Los bailes de campaña fueron, desde siempre, una institución social 167 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … vital en Minas de Corrales. Allí se iniciaron amoríos, se rompieron parejas, se olvidaron penas, se gestaron chismes sobre vidas ajenas… Y también, mientras llenaba el aire de rancheras y polcas, algún músico entrañable se hizo profesional. 168 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … la vida bandoneón “Al principio yo empecé con guitarra, ¿no? A acompañar, así... Y después, bueno, ya... pude tener un bandoneón, y ya lo tuve como herramienta de trabajo. Yo viví del… de... de la música. Toqué como 40 años... Yo ya me jubilé de eso... Porque yo me afilié a la Sociedad de Música de Rivera. Y saqué treinta y un años de trabajo y sesenta de edad... Y me jubilé”289. El que habla, con la voz entrecortada más por la emoción que por los casi ochenta años que lleva a cuestas, es Don Elidio Loza, el músico profesional de Minas de Corrales, integrante de una familia de músicos ya legendaria en el pueblo, dueño de una existencia sostenida a fuerza de bonhomía y bandoneón. El discurso que sigue está elaborado a partir de las dos entrevistas en profundidad que mantuve con Don Elidio Loza, el 28 de mayo de 2005 y el 28 de febrero de 2009. 289 169 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “Mi padre era italiano... y era músico también, de acordeona... ¿sabe lo que es, no? Mi padre vino de Italia en el año 1903. Se llamaba Luis Francisco Loza. Bueno, él vino a la casa de un tío que vivía allí, que también era italiano y casado acá con una italiana. Vino como a pasear, y resulta que se quedó a trabajar en las minas, las de San Gregorio. Trabajó ocho años en las minas, en el tiempo de la compañía inglesa. Bueno, ahí se casó, a los ocho años de estar acá, con una vecina de ahí cerca, que era mi madre, Orfilia Baille, y ya no se fue más para Italia. Se quedó acá”. Mi compañera y yo estamos en la casa de uno de sus hermanos, en el centro de Corrales, que nos esperaba con la puerta abierta de par en par. Afuera se despereza una mañana de sábado, de sol, de otoño. Don Loza habla pausado, con voz trémula, buscando palabras en su cabeza. Insisto con preguntas, aún cuando presumo que la situación lo incomoda. “Entonces él trabajaba en la música y en las minas... y cuando estaba medio libre de las minas, iba a trabajar con la música, a tocar en bailes y en reuniones. Lo tenía como oficio también. Bueno, y tuvieron doce hijos: seis varones y seis mujeres. Y casi todos salimos músicos, por descendencia de él, de mi padre. Y... ¿qué más les puedo contar...?”. En el modesto comedor diario de la casa tres personas de su edad lo escuchan con respeto y asienten con sus ojos, casi imperceptiblemente. “Mi padre fue el que empezó la música acá, salía a campaña con la acordeona a media espalda, iba a tocar por ahí, a salones, cuando hacían bailes, ¿no? Bueno, entonces aprendimos de verlo tocar a mi padre. Pero nosotros aprendimos el bandoneón, que no es lo mismo que la acordeona. En esa época, cuando mi padre ya estaba acá, es que aparecieron los bandoneones, ¿no? Aprendimos casi todos los hermanos. Y las mujeres también. (…) Aprendieron el bandoneón por música, por notas, todo. Yo toco de oído. Sólo hubo uno de mis hermanos que aprendió por notas, y nosotros mirándolo a él aprendimos, ¿no? Bueno… ¿y qué más puedo decirles...?”. Las palabras salen de a poco, con dificultad. Al mencionar al bandoneón, se levanta de su silla, lo toma de arriba de la mesa, vuelve a sentarse y se lo pone en su regazo, acomodándolo con mucho cuidado encima de un añoso trozo de paño. “¿Qué músicas hacíamos? Bueno… más bien era el vals, el tango, la milonga, marchas, esas cosas... 170 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … rancheras...”. Hace una pausa y nos mira expectante, como si ya no tuviera más que decir. Señalo al bandoneón y con un gesto lo incito a tocar. “Bueno, un tango... ¿les gustaría?”. Mi compañera sonríe, aprueba, espera. Los dedos de Don Loza se deslizan en una especie de arpegio, como si necesitaran calor. Empiezan a sonar los primeros acordes de un tango. Se detiene: “vamos a tocar el vals”. A medida que un pegadizo valsecito criollo ilumina la mirada de los presentes –“Desde el alma”, de Rosita de Mello, me dijo después– Don Loza mira hacia el vacío –¿hacia su adentro?–. Sus ojos se van poniendo vidriosos. Uno de sus amigos parece emocionado; su mirada, que hasta ese momento parecía inexpresiva, resignada, se enciende. Su hermana busca con su gesto nuestra complicidad. Se la ve orgullosa. 171 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Con el último acorde, Don Loza rescata su mirar. Deja caer sus dedos al costado del bandoneón. “No, este no es mi primer bandoneón. El primero yo lo compré ya de segunda mano o de tercera mano, y... Yo lo compré en cien pesos, ¿no?, en aquella época... Y le digo... fue, hace como cincuenta y pico de años, el primer bandoneón que tuve. Después yo compré otro más nuevo, y vendí aquél”. Su hablar ya no es entrecortado, como si el bandoneón, ahora en reposo sobre su falda, le diera amparo, seguridad, identidad: como Becho con su violín, cuando Don Loza toca y se calma queda el bandoneón sonando en su alma. Las palabras de a poco empiezan a fluir, aunque nadie se las pida. “Y… tocaba en campaña, en bailes… Sobre todo en las escuelas de campaña, que hacían bailes muy seguido. Yo tocaba de todo… Y también inventaba... escuchaba alguna polca más o menos fácil y yo más o menos la hacía. (…) Cuando empecé, nosotros a veces salíamos en sulky a campaña, ¿no? Y sí... yo salía con mis hermanos, mayores que yo, y a veces íbamos dos o tres a tocar en un baile, en una escuela, en salones de baile. Igual acá, en Corrales, en los clubes esos que hay... ‘el Obrero’ –¿lo conocen, no?– y ‘el 25’, allí abajo. Bueno, y otros clubes, de morenos también... Bueno, nosotros vivíamos de eso y adonde nos llamaban íbamos... a ganar la changa, como se dice...”. Es conmovedor escuchar a Don Loza narrando con sencillez y amor propio su vida de música en aquellos buenos tiempos. “Y mire que cada tanto sigo tocando, ¿eh? A veces... salgo porque me llaman para un... alguna peña, algún cumpleaños, fuera de compromiso, ¿no? Porque ya me jubilé. (…) Ah, sí... a esta altura tengo como doscientas canciones... o más. Entre valses y marchas y tangos... Sí, no debe bajar de doscientas. Y sí, era mi trabajo. Para hacer la práctica del instrumento, no precisa ni mirar. Hace la práctica y el oído le marca, ¿no? Y los dedos marcan solos, ya aprietan el botón que es...”. Al amparo de su bandoneón, Don Loza recupera su locuacidad. Vuelve a su padre y al pueblo que lo vio nacer, a la entrada del siglo pasado. “Cuando mi padre vino con mi tío de Italia, eran muy pocos acá en Corrales. Bueno, mi tío vino antes que mi padre. Y compraron un campito acá, por las afueras de Corrales y... y plantaron viñedos, las vides, la uva. Y tenían una casa allí... cerca del cementerio. Y vivimos allí, en la cuchilla. Y bueno, hicieron la casa y vivimos allí, nos criamos ahí, ¿no? En esa época Corrales era muy despoblado. Mi 172 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … padre cuando vino dizque habría aquí unas veinte casas, eran pocas las casas que había...”. Sus recuerdos son los de su padre. “Mi padre, como le dije, tocaba la acordeona, tocaba en bailes, hace añares. ¿Quiere verla?”. Suelta la pregunta mientras se incorpora, con alguna dificultad, de la silla. Su hermana se le adelanta, como cuidándolo: “voy a traerla”. La acompaño hasta el dormitorio contiguo. Desde el techo del ropero bajo un bulto envuelto en una bolsa de nylon; adentro de una caja de cartón, acomodada entre trozos de espumaplast, descansaba la acordeona. Se la alcanzo a Don Loza. “Vamos a enseñarle la acordeona... ésta es del año cinco. Tiene cien años. Es italiana la acordeona...”. Mete la mano en la caja y saca un librillo. “Esto es un catálogo de acordeones, está en italiano”. Su hermana nos comenta que su padre había comprado la acordeana por ese catálogo, y nos señala uno de los modelos que aparecen allí, casi idéntico a la reliquia que su hermano sostiene con un cuidado extremo. La mano derecha de Don Loza acaricia el teclado, la izquierda los botones, como tentado por la frágil asimetría. “¿Ve?”, nos muestra, “acá dice: Italia. 1905”. Ayudo a su hermana a volver la acordeona a su lugar. Don Loza respira hondo, como si la situación lo hubiese fatigado. Con los ojos pide permiso para volver a tocar el bandoneón. Otro valsecito criollo. “Este fue un invento mío, porque a uno a veces se le da por inventar algo... Estas cosas salían de tardecita, cuando no había nada para hacer. De tardecita, así, entrenarse... unos cuantos de los hermanos, que éramos los que estábamos en la casa. (…) Yo estuve medio estudiando el solfeo, como dicen, ¿no? Pero yo... en campaña... con el oído me defiendo. Y la música es la misma, porque yo... yo actúo con otro músico que toque por nota como con otro que toque de oído. Yo me adapto a tocar... sea lo que sea, ¿no? Lo que pasa es que uno ya trae... ya trae eso. Es lo mismo, es parecido al que aprende a escribir a máquina. Ya los dedos están educados a... a ir derecho al botón para apretarlo. Y acá es casi lo mismo. Y el oído le indica la nota. Pero uno lo tiene que traer de origen, ¿no? Ah, de origen. La música sí... Bueno, yo era medio aficionado también al canto, ¿eh?”. Enseguida entendimos que quería cantar, cantarnos. Sus dedos, enérgicos, repiquetean en los teclados. “Es una canción difícil”, nos dice, “no sé si me saldrá bien. Y usté tápese los oídos”, le 173 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … dice con picardía a mi compañera, “es una canción que habla mal sobre las mujeres. ‘Martes trece’, se llama”. Don Loza canta, mirando al vacío, concentrado en la letra de una canción que no le deja respiro a su voz ni a sus dedos, atrapados en una vorágine de fusas y semifusas. Con el chan-chán final vuelve al mundo y a los ojos de Gisela: “¿le gustó?”. Lo que había empezado como entrevista ya es una fiesta, una celebración de la memoria, con el bandoneón como eficaz catalizador. Se acerca su hermana: “¿y aquella otra marcha que siempre tocabas?”. “Esa fue inventada por mi hermano”, se apresura a aclararnos Don Loza mientras abre el fuelle suavemente, y éste responde soltando acordes. “Era una marcha de carnaval… Porque nosotros salíamos en conjuntos por las calles a... Murgas y... ‘La marcha de los muchachos del centro’ era el título... era una marcha de carnaval”. 174 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Don Loza disfruta, como si reviviera internamente aquellos carnavales de antaño, haciendo marchar su ensoñación al ritmo de su pie derecho, que golpea el piso delicada y sincopadamente. Nosotros disfrutamos con él, empatizando con la emoción que se esconde detrás de sus párpados. La marcha de carnaval que nos regala es de un color local intransferible, alegre y pegadizo, con aires circenses y marciales. Me recuerda, no sé exactamente por qué, a una antigua canción de la célebre Troupe Ateniense montevideana, que mi tío canturreaba al volante de su Renault Fregate, cuando sus sobrinos aún éramos niños. “Los muchachos del centro” y “Los muchachos del puente” eran las dos comparsas de la época, me había dicho el gallego Tito. “No eran murgas, eran comparsas”. (La aclaración me ayudó poco: las murgas y las comparsas corralenses tenían muy poco parecido con sus equivalentes montevideanas, tanto con las primigenias como con las actuales. La base rítmico-melódica mínima de las comparsas evocadas por Tito López la constituían bandoneón, guitarra y violín, lo cual las pone mucho más cerca de las rondallas ibéricas que de las comparsas de negros y lubolos de nuestro sur. Curiosamente, pienso, nada de percusión.) “Cada una de las dos comparsas tenía su propia música. Había una competencia fiera entre esas dos. Loza tocaba bandoneón con “Los muchachos del centro”. En realidad tocó con las dos comparsas, creo…”. Don Loza cierra el fuelle y repite: “esta marcha fue invento de un hermano mío... César Loza”. “–¿Y la gente bailaba?”. “–Ah, bailaba, sí, cómo no”. Si Becho tocara el bandoneón, mariposa oscura, sería Don Loza. 175 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 176 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … amador “Todavía hay memoria de los bandoneonistas”, evoca Selva Chirico. “En casa había una persona que decía: ‘como Gardel y Anataniel no hay ninguno’. Anataniel era, en aquel entonces, el bandoneonista del pueblo. Y los equiparaba. Esa persona era contemporánea de los Losa. Murió ya… Porque los Losa fueron variando, como todo conjunto van teniendo cambios de integrantes, uno de ellos era Ernesto dos Santos, que era primo de mamá, y también de los Paz Brizola. (…) Sí, cómo no, las veladas de Corrales eran muy lindas”.. “Yo salía en la comparsa con los Loza, y Laprebendere y otros muchachos de aquella época, por los años cincuenta y sesenta”, me dice Don Ariel Pereira en su despacho del canal de televisión de Rivera. “Los Loza eran personajes del pueblo, sí, Elidio, César… También estaban en una banda de música que se había formado antes. Había venido un alemán, inmigrado en la época de la guerra, que era maestro de música, y Juan Navarro lo contrató. Y se formó una banda, donde tocaban los Loza, Amador Andina, y…”. “El del medio es ‘el alemán’, que era el director de la banda. Ahí está uno de los Loza, y del otro lado hay otro. Éste es papá, el de la flauta”. (Foto cedida por Eduardo Andina). 177 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “Acá tenés”, me indica uno de los dieciocho hijos de Amador, señalando una foto antigua en su computadora de la Radio. “El del medio es ‘el alemán’, que era el director de la banda. Ahí está uno de los Loza, y del otro lado hay otro. Éste es papá, el de la flauta. Y este otro…”. De a poco comienzo a vislumbrar cómo –y cuan densamente– están entretejidos los hilos de la urdimbre social corralense. “Los ensayos de la banda se hacían en casa”, me cuenta Don Eduardo Andina. “Yo era muy chiquito cuando eso, y cuando empezaba la banda yo a veces asomaba la cara como para mirar cómo tocaban, y cuando sonaba la tuba, yo salía rajando, aquello hacía temblar todo...”. Fotografías cedidas por Eduardo Andina. Amador nació en Bagé en 1888, y a los veinte años se afincó en Corrales; un tiempo después conoció a una lugareña, todavía adolescente, que vivía con sus padres –los Lisboa, hijos de brasileños, nietos de portugueses– en un establecimiento rural cercano al pueblo. Se casaron en 1915, cuando ella tenía quince años y él ya se había ganado el afecto de sus vecinos, incluso el de los más renombrados: “el doctor Davison fue padrino de bodas de mis padres. Hay una foto en la que están ellos dos, los recién casados, sentados, y el doctor 178 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Davison con su esposa, Ana Packer, atrás. Eran los padrinos. (…) Bueno, de ese matrimonio surgieron dieciocho hijos”, me informa el penúltimo de ellos. Su padre, como tantos otros brasileños, había llegado a Corrales a trabajar en las minas, cuando la declinación del sector aún no era del todo perceptible. “La profesión de él era herrero. En principio, lo primero que hacía cuando vino acá, en cuanto a trabajo, él era el que le daba el temple a los picos y a las cuñas con las que se trabajan las piedras. Él iba al lugar donde se estaba trabajando y según el tipo de material sabía qué temple darle. Fue muy buen herrero y, según lo que cuenta la gente de acá, también fue el primer mecánico de Minas de Corrales. El primer vehículo que vino a Minas de Corrales lo trajo mi papá, de un señor que lo tenía, él se lo compró, se fue a Montevideo y lo trajo. Era un Ford T”. “Don Amador Andina era un fuera de serie, lo recuerdo bien”, me dice con admiración Don Ariel Pereira. “Mirá, te cuento, mi madre montó un tallercito de costura, hacía camisas, trabajaba con una hermana de Andina, de Eduardo Andina. Mi madre era prima-hermana de la madre de Andina. Entonces ella y mi madre hacían camisas, y mi padre traía las camisas acá (a Rivera) y las vendía, a ‘Siñeriz’ y a otros negocios grandes, y ya de vuelta llevaba telas (a Corrales), y con lo que no se vendía, salíamos con un hermano de Andina, con Nelson, que se casó con la gorda Oruezábal, que era la tía de José Alfredo, se casaron y se fueron a vivir Tacuarembó”. (La urdimbre se adensa cada vez más.) “Bueno, Nelson tenía un Forcito, un Ford 31, era en la época de la guerra, en esa época no había nafta, entonces lo tenía a gasoil. Porque los Andina siempre fueron mecánicos fantásticos. El viejo era un… mirá, era un hombre de ciencia, era un fuera de serie el viejo. Tocaba flauta dulce. Era un viejo fantástico. Él iba a la escuela y nosotros cantábamos el himno con un piano y la flauta de Don Amador”. Un hombre de ciencia, un fuera de serie, un viejo fantástico. O bien, en la rotunda síntesis de Passarinho: “o velho era campeão… O pai deste Andina, du radio. Não, não, era campeão, ¡o velho era campeão!”. Todo pueblo que se precie tiene un sieteoficios autodidacta, alguien que eche mano en cuanto aparato necesite reparación, un inventor sin escuela, con destreza y osadía como para dar solución a los problemas mecánicos más variados. Amador lo fue, y en grado sumo. “Según 179 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … recuerdo, y según lo que la gente mayor comenta, cualquier cosa que hubiera que arreglar, mi papá la arreglaba. A modo de ejemplo, le digo que la casa paterna la hizo papá. Él hizo la horma para hacer el ladrillo, él hizo los ladrillos, él hizo la casa, él hizo las puertas, las ventanas, él hizo la instalación eléctrica cuando hubo electricidad, él hizo el fogón donde se cocinaba, él hizo la caldera, la olla, la cuchara, el tenedor, el cuchillo, la palangana para lavarse la cara... Todo en casa era hecho por papá. Tal es así que alguien va y le dice: ‘Don Andina, usted hace de todo, sólo le falta hacer una persona’. Y él va y le dice: ‘y mis hijos, ¿quién los hizo?’”. Y los hizo en cantidad: una docena y media, nada menos. “Sí, hacía de todo. Y papá, a pesar de revolverse, digamos, en cualquier cosa que se le presentara, nunca decía ‘no sé’; él siempre arreglaba. Es más”, agrega Don Eduardo Andina, dejando asomar una admiración y un amor filial inocultables, “muchos mecánicos que surgieron acá, aprendieron con papá. Y bueno, el taller que tenía en aquel entonces era de herrería, mecánica y carpintería. Herrería con fragua para el hierro... Le hizo la herrería a muchos amigos... Bueno, sobre la herrería hay muchas anécdotas. Un día llega un señor que, según el comentario de todos, era medio cascarrabias, ¿no? Y llega y va y le pide a papá: –‘mire, necesito que me haga tal cosa’ –‘Ta, ta’, dice papá. –‘¿Y para cuándo está pronto?’ –‘Ah, esta tarde, para las tres de la tarde está pronto’. Y sin conocerlo ni siquiera a mi papá, se sobrepasa un poco y le dice: –‘pero a las tres está, ¿no?, usted no me haga venir y que no esté pronto’. Y papá le dice: –‘si yo le digo que a las tres está pronto, a las tres está pronto’. Papá enseguida hizo el trabajo y quedó pronto, en la mañana nomás. Bueno, de tarde, vino como siempre a trabajar a la herrería, siguió haciendo otros trabajos, y cuando son las tres menos diez, tres menos cinco, toma el trabajo del señor, lo pone en la fragua y le da fuelle, le da fuelle, lo calienta bien, y lo tira al suelo. Porque sabía muy bien que aquel señor decía que venía a las tres, y era a las tres, era puntual el hombre. Entonces... cuando llega este hombre a buscar su trabajo, papá, como distraído, dándole fuelle a la fragua... Entonces llega y... –‘¿Y? ¿Está pronto mi trabajo, don Andina?’ –‘Sí, está ahí en el suelo, es ese que está ahí’. Y sigue ahí en la fragua, disimulando. Y va el hombre a agarrar el trabajo, ¿no?, y lo agarra y... pshshshshshsh, se quema las manos. Y 180 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … entonces se enoja con papá: –‘¡Eh! ¡¿Por qué no me dijo que estaba caliente?!’ –‘¿Usted no es un hombre conocedor de refranes?’ –‘¿Y qué refrán?’, le dice el hombre. –‘En casa de herrero escupa primero’”. José Alfredo Oruezábal, Ariel Pereira, Elidio Loza, Tito Pereira, Raúl Armand’Ugón, Passarinho, Selva Chirico, Eduardo Palermo, todos me habían ido perfilando, cada uno desde su vivencia, la singular personalidad de Amador. Casi todos lo recordaban como músico. “Sí, incluso fue profesor de música. Tenía alumnos. También, de cualquier instrumento que le daban, él tocaba. Hay fotos de él con alumnos de música, cada uno con distintos instrumentos”. El perfil lo cierra, por razones obvias, su hijo: “mi papá fue muy muy... todo un personaje de acá. Historias de él... no sé si ya a esta altura alguna no es infundada, de repente..., pero él siempre fue muy chistoso. Cada vez que hablaba con quien fuera, él no perdía oportunidad... siempre le saltaba alguna farra, hacía algún chiste siempre, siempre. Un día... venía el doctor Ros, que estaba sentado allí, casi al lado de la Agencia Ford, allí donde vivía, que siempre se sentaba en la vereda a charlar con algunos vecinos que se arrimaban para hablar con él... Y papá justo había estado con él y le había dicho: –‘señor Andina, tiene que retirar el cigarro, le está afectando mucho’. Y papá va al taller y, a propósito, agarra una tacuara, la agujerea con un hierro caliente, y hace una pitera como de medio metro, más o menos, y viene y pasa cerca –sabiendo que el doctor estaba ahí– y pasa cerca de él, por la calle, cerquita de la vereda de él, fumando... Y va el doctor y le dice: –‘¡Don Andina! ¡Puede venir acá un minuto!’, le dice. –‘Sí, doctor’. –‘¿Yo no le dije que retirara el cigarro?’ –‘Bueno doctor, lo retiré medio metro, ¿tengo que retirarlo más todavía?’. Y bueno, hay un montón de anécdotas como esa...”. A diferencia de Don Loza, Amador no tocaba de oído. Su singular talento parece haber sido bien alimentado, a esfuerzo y pasión. “Él se acostaba todos los días a las siete de la tarde, más o menos, pero no a dormir: se acostaba y leía mucho. Todos los días. Tenía una buena biblioteca y leía, leía, muchas cosas. Entonces él tenía una cultura bastante amplia. Él tenía sus diccionarios enciclopédicos, sus colecciones de libros especiales sobre distintos temas, incluso sobre química, sobretodo seguramente por el tratamiento del hierro... ¿Cómo llegaba a esos libros? Bueno, él los compraba. A veces a un 181 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … vendedor. Pero él también encargaba. No se olvide que en aquella época, se demoraba un poquito, pero se encargaba por correo. Usted encargaba algo y siempre había alguna forma, por comentarios, por alguna audición radial, de repente, o por algo del diario, entonces se enteraba de tal libro de tal cosa... Aparte cuando él fue a comprar el coche esa no fue la primera vez que viajó a Montevideo. Él ya había ido en muchas oportunidades, él iba a Montevideo, cada tanto, a comprar cosas... Y ahí aprovecharía también a visitar alguna librería para munirse de sus elementos, ¿no?”. Los recuerdos de Don Eduardo se encadenan, uno tras otro, sin pausa. “Papá siempre fue muy servicial también. Y al dominar tantas cosas, era como para pensar que hizo mucha plata. No, no, para nada. Fuimos siempre una familia muy humilde, pasamos necesidades y... La satisfacción de él era hacer algo, ayudar y... entonces, como que no era... No le importaba tanto hacerlo por ganar, ¿no? Era más, yo creo, lo que hacía gratis que lo que cobraba”. (Escucho esta semblanza de Amador, en boca de su hijo, ya veterano, e involuntariamente me distrae el recuerdo, borroso, de unos versos de Shakespeare. Cuando vuelva a casa los voy a buscar, pienso290.) Sí, la satisfacción de él era hacer algo, ayudar. Cualquier corralense, hoy, puede decir exactamente lo mismo (pero en tiempo presente) de Don Andina, hijo de Amador, hijo pródigo de Minas de Corrales. “Andina es descendiente directo de quienes vinieron a trabajar en las minas de oro. Y es un pionero también”, me dice Eduardo Palermo. “Es un hombre de gran importancia en Minas de Corrales. (…) Es un individuo que fue pionero con su proyecto de radio (291), fue pionero Los versos son los del monólogo de Ariel, en La tempestad: Cinco brazas bajo el agua Tu padre sepultado duerme De sus huesos nace el coral De sus ojos nacen perlas Nada hay en él corruptible Que la mar no transforme En algún tesoro único. 291 Radio Real de Minas de Corrales se inauguró el 16 de mayo de 1983. Fue la quinta emisora radial del departamento de Rivera y la segunda del interior. (La primera fue Radio Vichadero, inaugurada el 22 de julio de 1962.) Radio Real fue, además, la primera emisora radial de nuestro país que contó con sistema digital computarizado propio, creación de Don Eduardo Andina. 290 182 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … con su proyecto de televisión por cable para Minas de Corrales, un individuo que tuvo un papel trascendente en el año ochenta y cinco, cuando el Intendente Municipal de Rivera, el doctor Estévez, quiso hacer uso de las torres del aero-carril para venderlas al peso, como hierro, y Andina fue uno de los que encabezó la defensa patrimonial, la defensa del valor patrimonial que representan esas torres, el conjunto de las torres. (…) Y yo creo que ahí, a través de la Radio Real, del trabajo de Andina y de otros vecinos de Minas de Corrales, ha habido una sustentación del patrimonio, fundamental. (Pero no ha sido suficiente, yo creo que han sido voces aisladas, o que han sido dejadas en forma aislada)”. La satisfacción de él es hacer algo, ayudar. Por eso podemos estar seguros de que aquella frase que por pudor dejó inconclusa –“fuimos siempre una familia muy humilde, pasamos necesidades”– la había dejado deslizar totalmente despojada de cualquier atisbo de reproche o de algo parecido. Es que la siembra de Amador fue fecunda: “sí, nosotros... todos los hijos salimos con cierta facilidad en cuanto a manualidades. Ya desde chiquitos empezábamos a meternos en el taller y hacer cosas. Al principio él hacía títeres y hacía de todo para los hijos, pero ya los últimos, nosotros mismos hacíamos los juguetes, porque ya estaría bastante aburrido de hacer juguetes. De vez en cuando nos hacía algo, pero él nos dejaba entrar a hacer cosas. Bueno, cuando yo tenía unos ocho años, por ahí, ya la madera la dominaba bastante bien. Yo hacía un jueguito de dormitorio, de comedor, para las muñecas de mis sobrinas, que eran menores. Uno ya desde chiquito empezó a meterle mano a las herramientas y... Y creo que todos salimos un poco involucrados en esas cosas, ¿no? Pero, le digo, mi niñez acá en Corrales fue maravillosa. Ah, sí, le puedo decir que fue... sensacional”. Ya se entiende bien por qué Don Ariel Pereira definió a Amador Andina como “un fuera de serie” y Passarinho como “um campeão”. Ya se entiende bien por qué hace algunos años el pueblo de Minas de Corrales, como simbólico homenaje póstumo, le puso su nombre –un nombre que parece robado de El amor en los tiempos del cólera, o de un poeta de Macondo– a una calle céntrica, entre tantos próceres y fechas patrias tan ajenos a la historia y a la sensibilidad locales. 183 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 184 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … el doctor Ros, su obra junto a los grandes Entre varios nombres de próceres y fechas patrias, la calle “Dr. Enrique Ros” trepa de norte a sur por el centro del pueblo. “Cuando Minas de Corrales cumplió los cincuenta años de la declaración de pueblo, ese día se inauguró la calle ‘Dr. Ros’, me cuenta Don Eduardo Andina, que lo conoció bien. “Y el propio doctor Ros fue quien descubrió la placa que está allí, en su honor… Fue una cosa muy linda. La placa dice así: ‘felices de quienes pueden recoger en vida el cariño de un pueblo’. Entonces imagínese qué emoción debe haber sido para el doctor Ros descubrir eso… y encontrarse con esa placa. Fue muy emocionante”. Emocionante y justo. “Una cosa que yo me preguntaba siempre de niña”, se pregunta ahora Selva Chirico, “¿por qué el retrato de Davison en la casa de los corralenses? Había muchos médicos en Corrales… ¿Por qué Davison? ¿Por qué yo, que había convivido con el doctor Lockart o con el doctor Miranda o con el doctor Darnauchans, el padre de Eduardito, por qué no había un retrato de esos médicos en las casas de las personas? ¿Por qué Davison? Y siempre me parecía que ahí debía haber algo “detrás de”. Que fuera filántropo… los otros también lo eran. Darnauchans dejaba su vida por el pueblo. Miranda, otro que falleció muy viejito, una vez me dijo: ‘como Davison no cobraba, a nosotros no nos pagaban’. Entonces todos los médicos iban y trabajaban por la gallina. Entonces, ¿por qué los otros no? Hasta que entendí la clave de la cosa”. (La “clave de la cosa” fue, como ya he considerado, la iniciativa de Davison de formar una empresa cooperativa con los mineros que habían quedado desempleados cuando las compañías más importantes de aquella época suspendieron sus explotaciones, lo cual, como subrayó Selva Chirico, les restituyó la dignidad.) Miranda, Lockart, Darnauchans, fueron médicos muy queridos que aún habitan en la memoria de los corralenses. También lo fue, también lo es, el doctor Enrique Ros, a quien los corralenses más veteranos lo recuerdan sentado en la vereda frente a su casa, de tardecita, de charla con algún vecino. O en su consultorio, dando consejos que curaban sin necesidad de medicamento alguno. 185 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Uno de esos veteranos, Don Eduardo Andina, evoca un episodio que nos ayuda a conocer algo de la humanidad del doctor Ros y su singular forma de entender su profesión. Vale, entonces, que lo cite in extenso. “El doctor Ros era una persona muy querida. Tenía una forma de ser muy especial; era muy cariñoso, muy amable. Y tenía cosas raras. Cuando yo era botija, trabajaba de mensajero en el Telégrafo, y el jefe del Telégrafo tenía una hija, que tendría cuatro o cinco años, que estaba llena de granitos, en la cara y por todo el cuerpo. Y ya no sabía qué hacer. Y un día el doctor Ros va a hacer un telegrama y va el jefe del Telégrafo y le dice: —Doctor, puede ver a mi chiquilina, tiene todos esos granos, un sarpullido raro… —Llevala a Fulano de Tal (que era un curandero). —¿En serio, doctor? —Sí, sí, es el que la puede curar. Al tiempo, el tipo vuelve. Y este hombre le dice: —Doctor, la cosa no anda, la chiquilina está cada vez peor. Y el doctor Ros le responde: —Bueno, ahora dejámela. Yo la voy a curar. Entonces, al otro día el doctor Ros fue a la casa de la botija. La hace salir de la casa y le dice: ‘Ves, por allá sale el sol. Vos, no bien sale el sol, te tomás una de estas pastillas. Mirás el horizonte, y apenas se asoma el sol, te tomás una pastilla. La otra pastilla te la tomás de tarde: cuando desaparece el sol, ahí te la tomás. Pero no te podés olvidar, ¿eh? Por nada del mundo te podés olvidar. Y no te podés demorar: apenas sale el sol, una pastilla, apenas se pone el sol, la otra pastilla. ¿Entendiste? No te podés equivocar. Si no, te sale el doble de granos’. Y le abría los ojos grandotes a la chiquilina. Y bueno, a los dos días la chiquilina no tenía nada, ni un grano, se le desapareció todo. Y entonces el Jefe del Telégrafo le dice: —Pero doctor, ¿qué pastillas le dio? —No, mire, esas pastillas son de talco, no sirven para nada. ¿Qué pasaba? La botija se había impresionado con algo y le salió todo ese sarpullido. Entonces había que impresionarla de vuelta para que se le fuera. Y fue lo que hizo: la asustó, con esa insistencia en la hora y 186 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … todo eso, y chau. Santo remedio. Pero la cosa no terminó ahí. Este hombre aprovechó. Tenía otro hijo, un hermano de esa chiquilina, que se orinaba en la cama. Entonces se le acerca al doctor Ros y le dice: —Mire, doctor, Quico se orina en la cama. ¿Habrá algún medicamento para eso? —Ah, sí, llamá a tu mujer. Allá vino la señora, y Ros le dice: —Traeme un par de carreteles de hilo, de esos grandes de madera. La señora le trae los carreteles, y entonces Ros los ata entre sí, uno al lado del otro, y le hace un nudo en cada punta. Y le dice: —Bueno, de noche, cuando el botija se vaya a acostar, le atás estos carreteles a la cintura, pero que los carreteles queden en la espalda. Vas a ver, no se orina más. —¿Seguro, doctor? —Sí, sí, seguro. Bueno, pasan los días y el botija no se orinaba más. Entonces va el señor y le dice: —Pero doctor, ¿usted está de brujo en vez de médico? —No, mire, el botija se orina cuando duerme boca arriba, porque se le calientan los riñones y se orina. Con los carreteles, como le molestan, no va a dormir boca arriba, se pone boca abajo o de costado. Y entonces no se orina. Entonces el Ros tenía esas peculiaridades, que llamaban mucho la atención. Era una cosa fuera de serie, el doctor Ros…”. ... Los intereses de Ros no se agotaron, ni mucho menos, en su ejercicio de la medicina. Buena parte de su vida y de su energía las dedicó a acompañar a Ana Packer en los nueve años de su segunda viudez y, treinta años después, a fijar en forma indeleble la colosal figura de su esposo, Francisco Davison, en el corazón de todo corralense. En efecto, Misiana, ya anciana, y el joven Enrique Ros tuvieron “su espacio diario para la tertulia” en la época en que, ya fallecido Davison, ambos crearon el Dispensario para la detección de sífilis y la asistencia de 187 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … sifilíticos, que se instaló en el año 1921 frente a la casa-hospital de Misiana292. Existe en Corrales un interesante entrecruzamiento de homenajes y monumentos escultóricos, sobre todo entre tres de ellos: el que la comunidad corralense le realizó a Francisco Davison y Ana Packer, emplazado en el cantero central de la avenida principal de la ciudad (denominada, precisamente, “Dr. Francisco Davison”); el monumento al doctor Ros, también ubicado en el centro de la ciudad (frente a la Escuela N° 4 y al Hospital); la capilla en el cementerio, en cuyo frente se lee “In memorian Dres. Davison y Ros”. Esta capilla, bien visible a la entrada del cementerio, pone de manifiesto el afecto y veneración que muchos corralenses sintieron –y sienten– por esos dos ilustres ciudadanos, figuras emblematicas de dos épocas distintas y distantes de la historia local. Por su parte, el monumento al doctor Enrique Ros, conjunto escultórico de indiscutible originalidad, adquiere una relevancia especial si apreciamos, con Palermo, que su concreción, al igual que en el caso del monumento a Davison y Packer, “fue fruto de la organización de la población”. En cuanto a este último monumento, más allá de sus cualidades intrínsecas, lo más hondo de su valor testimonial no radica tanto en su realidad objetual o textual –el monumento en tanto texto– como en su realidad propiamente contextual –el contexto del monumento: las condiciones de su creación, las circunstancias de su inauguración–. 292 Cf. Hernández-Chirico (2004:136;142). 188 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … En efecto, el acto de inauguración del monumento tuvo un gran valor testimonial. Además de las alocuciones de Pedro Casenave y Ariel Pereira, lo más destacado y destacable –y también lo más recordado– fue el discurso que pronunciara el doctor Ros, el cual, además de constituir “una página de positivo valor de evocación crónica de una época”, muestra con claridad el afecto y veneración que sentía por su mentor293. Pero el doctor Ros tuvo, además, una participación muy activa a lo largo de todo el proceso de creación del monumento (que finalmente construyeron el arquitecto riverense Ney Leites y el escultor Belloni). Así me lo comenta Selva Chirico, quien también tuvo participación en ese proceso: “el proyecto se hizo sobre la mesa de sastre de mi padre, porque era la única mesa grande que había en el pueblo, porque había que desplegar papeles para que se hiciera el bosquejo de lo que se quería, y bueno, después se llevó a Tacuarembó y se completó. Yo tengo la imagen de los hombres del pueblo, alrededor de la mesa de papá, pensando, discutiendo qué era lo que se podía hacer; eran los miembros del Rotary. (…) Te digo más: también recuerdo a las mujeres, las esposas de los mismos que estaban en el Rotary, peleando porque se pusiera en algún momento y en algún lugar a Ana Packer, y lo más que lograron, después de una pelea –que era en sus hogares, porque más que eso no podían hacer, más en los años sesenta– fue poner aquel relieve del rostro de Ana Packer. Más que eso no se pudo. Abajo se puso: ‘abnegación’. Esa palabra (la) ideó el doctor Ros”. 293 Alfredo Lepro, apud Ros (1961:5). 189 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 190 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … paréntesis: todo lo que fue existe (¿todo lo que fue existe?) “Y la frase que está del otro lado también la ideó el doctor Ros”, reafirma Selva. “Lo recuerdo buscando cómo llenar un espacio en el monumento. Porque el hijo del doctor Ros, que fue el autor del proyecto, o del anteproyecto al menos, ‘el Chispa’, sentía que quedaba para este lado un paredón que estéticamente no le gustaba, entonces quería hacer algo que rompiera la monotonía de una gran pared. La pared quería significar la fortaleza, la entereza, la fuerza del doctor Davison ahí, firme. Pero a él le parecía que había un elemento faltante, y pensó en aquel recuadro. Y ahí a Ros se le ocurrió que pusieran esa frase: ‘todo lo que fue existe’. Pero esa frase no la dijo Davison, para nada. Fue una idea del doctor Ros; tiene alguna relación, según me dijo alguien entendido, con alguna cosa bíblica, yo no puedo asegurarlo”. No hay por qué dudar de que esa frase, de algún modo enigmática, proceda de algún pasaje de la Biblia. Pero lo que sí es seguro es que con esa frase –con apenas una coma de diferencia– Eduardo Acevedo Díaz (hijo) subtituló, entre paréntesis, su novela Eternidad. (Tod0 lo que fue, existe)294. Convengamos que, por lo general, lo que se pone entre paréntesis está destinado a operar como aclaración de algo de lo expresado inmediatamente antes (o inmediatamente después), o bien como su complemento, al sumar algún detalle de cierto interés; en este caso, en cambio, lo puesto entre paréntesis no aclara ni suma nada: “todo lo que 294 La novela fue publicada en el año 1937 por Librería El Ateneo, en Buenos Aires. 191 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … fue, existe” y “eternidad” son, prima facie, frases sinónimas. Pero lo son, en rigor, sólo en algunas filosofías. Siendo así, me siento obligado a abrir un paréntesis e insertar en él algunas consideraciones filosóficas, elementales por necesidad y posibilidad. (Según cómo se lo mire, “todo lo que fue existe” se nos puede aparecer como un planteo nostálgico, equívoco o hasta ilusorio. Creer que todo lo que fue, efectivamente, existe, nos pone a un paso de admitir que todo lo que es, efectivamente, existirá, sentencia que suena más peligrosa aún que la anterior, en tanto niega la realidad palmaria del tiempo y del cambio y nos apresa en un fatalismo inmovilizador o, en el peor de los casos, en la resignación mística. Tal el concepto de eternidad –la eternidad esencial como totum simul, como no-tiempo– de Parménides, el primer eleático, defensor a ultranza de la inmutabilidad del ser, de la ausencia de devenir y, por ende, de tiempo. Creo, en cambio, que las cosas del mundo son transeúntes que fluyen y refluyen en un continuo y perpetuo hacerse –fieri y fluens semper, según la expresión de Aristotéles. Así lo entendía un notable sabio jónico, Heráclito, El Oscuro de Efeso, el filósofo del fuego y del río, el hermético, el paradójico, el taoísta involuntario, el filósofo del devenir –del eterno fluir, del eterno movimiento, del eterno retorno–: todo es eterno y duradero, sólo que se transforma. En consecuencia, negada la negación del tiempo, sólo cabe su afirmación y su reafirmación como infinito. Después vendrían, a hablarnos del tiempo y de lo eterno, Hegel, Nietzsche y tantos otros filósofos. Después vinieron, a hablarnos del tiempo y de lo eterno, otros filósofos que prefirieron, por ventura, expresar todo su saber y su sentir con las armas letales y vitales de la poesía.) Lo que fue será, y lo que es ya ha sido, canta, reafirmando el tiempo y su fluir, un verso del mayor científico humano de nuestras comarcas, también excelente narrador que cada tanto nos sorprende con su fértil vena poética295. Lo que fue será, y lo que es ya ha sido, de mayor profundidad ontológica (y espesor poético) que todo lo que fue existe, nos ratifica que el epígrafe del monumento a Davison no es una Me refiero, evidentemente, a Daniel Vidart. El verso citado integra uno de los “Sonetos para Carlos Gardel”, uno de cuyos párrafos así dice: “Huele a sudor en el mercado oscuro,/ a bosta huele el corralón dormido;/ lo que fue será, y lo que es ya ha sido/ corazón dibujado sobre el muro.” (1998:143). 295 192 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … negación del tiempo, como quería el pensamiento eleático, sino su contundente afirmación. Y nos arrastra hacia otro soneto –titulado, justamente, “Everness” (esto es, eternidad o, para usar un neologismo poco elegante, sempiternidad)– de otro gran filósofo-poeta de nuestras fértiles matrias geográficas y culturales, heraclitiano confeso: Sólo una cosa no hay. Es el olvido. Dios, que salva el metal, salva la escoria y cifra en Su profética memoria las lunas que serán y las que han sido. Ya todo está. Los miles de reflejos que entre los dos crepúsculos del día tu rostro fue dejando en los espejos y los que irá dejando todavía. Y todo es una parte del diverso cristal de esa memoria, el universo; no tienen fin sus arduos corredores y las puertas se cierran a tu paso; sólo del otro lado del ocaso verás los Arquetipos y Esplendores.296 Lo que fue será, y lo que es ya ha sido, y así los espejos y la memoria, las lunas que serán y las que han sido. (Lo que fue será, y lo que es ya ha sido, y así también su complemento, de apariencia casi especular: “nada hay ahora que no fue; lo que ha sido será”297.) Un último apunte. La frase todo lo que fue existe –erigida hoy, gracias a Enrique Ros, como intemporal apotegma corralense– equivale a poner al pasado, a lo pasado, a todo lo que fue, en el presente sin tiempo, en el siempre. Es, en definitiva, eternizar la memoria. (Por eso “Everness” se abre con esa sentencia tan lapidaria, tan rotunda: “Solo una cosa no hay, es el olvido”298.) Cincuenta años antes, al borde la Gran Guerra, otro grande, Unamuno, sentenciaba: "nuestra vida Borges (1964). Algo similar dice otro de los nuestros en el último verso de Ese gran simulacro: “esa verdad será que no hay olvido” (Benedetti 2000:13). 297 Lucio Vanini, citado por Borges en “El tiempo circular”, en “Historia de la eternidad” (1936), incluido en Borges (1974:393). 298 Hay otro soneto de Borges, titulado “Ewigkeit”, que, aún movilizando un sentido similar al de “Everness”, carece de su fuerza y rotundidad. Así termina: “Sé que una cosa no hay. Es el olvido;/ sé que la eternidad perdura y arde/ lo mucho y lo preciso que he perdido:/ esa fragua, esa luna y esa tarde” (Borges, 1964). 296 193 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … espiritual no es en el fondo sino el esfuerzo que hacemos para que nuestros recuerdos se perpetúen y se vuelvan esperanza, para que nuestro pasado se vuelva porvenir". Así fue, así es, la naturaleza de la vida espiritual que insufló aquella frase y la estampó para siempre en su homenaje arquitectónicoescultórico a Francisco Davison, que en realidad, ahora se ve claro, es un homenaje al pueblo de Minas de Corrales. 194 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … el vasco —Vasquito, le vas a tener que hacer un monumento a los tordillos. —¿Y por qué? —Porque lo que tú tenés se lo debés a un caballo tordillo. —¿Cómo? —Sí, tu bisabuelo era domador de una estancia, del viejo Paulo Techeira, padre de tu bisabuela.... El diálogo que rememora el vasquito299 a la entrada del antiguo tambo de Zanja de la Arena, a unos pocos quilómetros de Minas de Corrales, ocurrió ahí mismo, hace unos cincuenta años, mientras ensillaba un tordillo. “Pulí Carpio era un negro viejo, era hijo de un peón de mi bisabuelo –del padre de mi abuelo materno– y nieto de esclavos brasileros. Era hermano de crianza de mi abuelo, incluso lo ha agarrado a papá en las faldas... y me ha agarrado a mí también... Y me ha dado un par de palmadas alguna vez, también. Pulí... Pulí Carpio Fernández, se llamaba. Y mirá, ese negro viejo, él ya en sus últimos años, me dice –yo te lo voy a decir en castellano, porque el negro Pulí hablaba en portuñol–: ‘vasquito, le vas a tener que hacer un monumento…’. ¿Te das cuenta, Fernando? El padre de mi abuela, de Elmira Oliveira Techeira, había sacado en ancas, a escondidas, a una mujer, a la que después fue la madre de Elmira. La sacó en ancas de un tordillo, escapado del padre de ella, de Paulo Techeira. Y claro, Paulo Techeira no quería esa pareja. Fijate, un domador, casarse con una hacendada... en aquella época... Así que gracias a ese tordillo estás conversando acá conmigo”, remata José Alfredo, envuelto en una carcajada estentórea. Seguramente, de no haber existido tordillo, jinete y “rapto”, hoy no habría “vasquito”. Pero lo que José Alfredo realmente es –su ser, su forma de estar-en-el-mundo– le debe mucho a su abuelo, José Oruezábal Yustede, el vasco. Todo este capítulo está basado en algunas de las entrevistas en profundidad que mantuve con José Alfredo Oruezábal (principalmente las desarrolladas en el año 2004, los días 28 de mayo, 11, 14 y 27 de octubre y 16 de noviembre). 299 195 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “Mi abuelo era... bravo. Era un hombre muy golpeado, muy duro. Era muy... severo. Ah sí, ah, sí. Y era muy aventurero. ¡Ah, tenía un temperamento!... muy especial. Pero era muy alegre, ¿eh? Y muy garufa, tengo entendido que era un garufa perdido. Era un hombre muy alegre. Él era... Era un hombre que sabía poner los límites. Cuando era alegría, alegría. Y cuando era en serio, era en serio. No había términos medios con él. (…) Él era un tipo totalmente extrovertido. Totalmente. Y si tenía que ponerse a bailar en la calle, se ponía a bailar. ¡Ah no, con él no había problema! Ah, era muy de él...”. José Oruezábal Yustede, el vasco, fue un personaje destacado de Minas de Corrales, su patria por adopción. Hijo de José Joaquín, alma páter de Santa Ernestina, minero pionero, mano derecha de Barrial Posada, y de María Gabriela Yustede, dueña de una de los primeras y más importantes casas de comercio de Santa Ernestina en la década de 1870. “Esta foto es en el País Vasco. Y acá… mi abuelo tendría... unos tres o cuatro años en esta foto. O sea que esta foto debe ser de 1885 o 1886”. (Testimonio y collage proporcionados por José Alfredo Oruezábal.) 196 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “Mi abuelo nació en Santa Ernestina en 1882, en las construcciones que había levantado mi bisabuelo, José Joaquín Oruezábal. A los seis meses se lo llevaron a Europa y a los veintiún años volvió para acá. Salvo mi abuelo, a mi bisabuelo nadie lo llegó a conocer. Nadie lo conoció. Ni mi padre, ni los hermanos de mi padre. Porque él murió allá en Irun. Bueno, mi abuelo se vino medio… como todo inmigrante, se vino medio escapado… Lo agarró la guerra civil allá. Mi abuelo era antifranquista a muerte…”. Si bien José Alfredo no tiene del todo claro durante cuánto tiempo su abuelo, a su regreso del País Vasco, vivió en Santa Ernestina, ese poblado que en los años sesenta del siglo XIX había levantado su padre y que en pocos años se convirtió en el principal centro poblado de la zona minera, es casi seguro que haya estado allí hasta ya avanzada la segunda década del siglo pasado, cuando se retiró la compañía minera inglesa en la que trabajaba. Lo que sí está claro es que allí, además de trabajar en las minas cercanas, también dejó otro tipo de marca, mucho más persistente: “todos esos árboles grandes, añosos, que hay por Cuñapirú y Santa Ernestina, que todavía quedan algunos, incluso algunos secos, fueron plantados por él. La debilidad de él era plantar árboles, sí, era loco por los árboles”. “Esta foto es en el País Vasco. Y acá… mi abuelo tendría... unos tres Es probable en foto. su primera juventud haya o cuatro años que en esta O sea que esta fotoJosé debeOruezábal ser de 1885 o 1886”. aprendido el oficio de minero con su padre, José Joaquín, en las minas 197 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … que éste tenía a su cargo en Irun: “él trabajó en las minas, desde que llegó a Santa Ernestina, con veintiún años y hasta no sé cuánto tiempo antes de casarse. Él contaba que era el encargado de controlar los martillos de la minera, del control de la molienda. Eran las minas de Cuñapirú, y no sé si también las de San Gregorio. Y él se jactaba: ‘estando a un quilómetro, estando el viento bien, yo sabía cuál era el martillo que estaba trabajando mejor’, decía”. Y después siguió, no sé cuánto, hasta que los ingleses se tuvieron que ir... Y los ingleses fueron los que pusieron el teléfono en el establecimiento de Zanja de la Arena. Y ahí empezó a bajar PLUNA. O sea, cuando murió mi bisabuelo materno a mi abuela le tocó un campo como herencia. Y su esposo, o sea mi abuelo, José, también compró otro campo en su casamiento. Fue ahí donde surgió el primer aeropue…, vamos a decir, la primera pista de aterrizaje del departamento. Y el teléfono que se puso en el tambo fue trámite de PLUNA, de aquella época. Y antes que en Rivera, los aviones bajaban ahí. Había una pista de aterrizaje para biplanos y una pista de monoplanos”. No ha sido posible averiguar en qué ocupó su vida José Oruezábal luego de que “los ingleses se tuvieron que ir”. Pero al poco tiempo, en el año 1918, ya cerca de sus cuarenta, se casó con una joven brasileña (unos quince años menor que él) que ya vivía en Corrales, Elmira Oliveira, que era de una familia que había peleado en la revolución farroupilha. José Alfredo me muestra la libreta de matrimonio: allí aparece Elvira, “hija de Juan A. Oliveira y de Juana Techeira (…); profesión: labores propias de su sexo” (¡!). Apenas casados, se fueron a vivir a Zanja de la Arena, en unos campos que el vasco heredara de su abuela materna. “Allá construyó su casa, allá contra aquellos eucaliptales que te mostré la otra vez, que te dije: ‘allá empezó el tambo’, ¿te acordás?, aquella avenida larga... Un galpón de troncos con techo de paja, yo lo conocí. Todavía quedan bateas de comida de ganado de aquella época. Las tiene mi hermana”. Allí José Oruezábal inició una nueva vida, ajena a la minería; al principio se dedicó a la ganadería. “Bueno, mi bisabuelo ya había traído unas vacas Holando. No puedo decir que fueron las primeras, no sé… La verdad que no sé… Lo que sé decir es que una vez oí decir a mi abuelo, que se está cumpliendo como si fuese una profecía, que él decía: ‘yo no lo voy a ver, pero mis nietos y mis bisnietos lo van a ver, al 198 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Uruguay poblado de ganado Holando’. Como que se está cumpliendo, ¿no, che? Bueno, mi padre tuvo tambo, y yo también, incluso ahora, aunque es un tambo chiquito. (…) Bueno, mi abuelo se encargaba de la parte de chacras y de la lechería, del tambo, donde se ordeñaban cien y pico de vacas. Y pusieron el tambo para poder solventar los estudios de los hijos en Montevideo”. De todos modos, durante bastante tiempo José Oruezábal y Elmira Oliveira tuvieron un buen pasar: “fijate, mi abuela había heredado unas mil hectáreas, y él, con su trabajo, las triplicó. Llegó a tener campo ahí, ahí en Santa Bárbara, que es el primer puente yendo hacia Manuel Díaz, a mano izquierda; eso fue de él, después creo que se lo vendió al Capitán Viera... y además arrendaba unos campos en Tres Cerros. Creo que también arrendaba otros de don Prudencio Isasa, que era medio pariente, por el lado de Yustede”. Después, ya en la segunda mitad del siglo pasado, se instaló definitivamente en Minas de Corrales, en la casa donde ahora estoy conversando con su nieto. “De Zanja de la Arena, cuando sus años lo achacaron, se vino para acá; cuando no pudo trabajar más, se vino para acá. Igual acá siguió trabajando. A su manera, porque le gustaban los frutales, la viña, la huerta... Hacía dulces, no para vender, todo para acá, para el consumo de la familia. Sí, si habré revuelto el tacho de membrillos… Tachadas y tachadas. Igual iba seguido a Zanja de la Arena, iba a controlar a su hijo –a mi padre–, que le atendía el campo. Se iba a caballo. Eran unos cuantos quilómetros, ¿no?, pero él cortaba campo, por ahí arriba”. Le señalo a José Alfredo que esa dinámica es bastante similar a la que él mantiene actualmente, que también vive en Minas de Corrales y va todos los días a su establecimiento de Zanja de la Arena. “Exactamente”, admite. Y agrega, divertido: “pero él iba a pie o a caballo. Yo voy en moto”. En esta casa –una casa relativamente antigua, en una de las entradas a la ciudad–, llena de historia y de historias, hicieron su hogar varias generaciones de Oruezábal. “Esta casa mi abuelo se la compró a un sastre. Este comedor no existía. Este comedor, la cocina y el garage y otro dormitorio que hay ahí, fue hecho por mi abuelo. De allá para acá fue hecho por mi abuelo. Era la única casa de la manzana. Era una hectárea, y no existía nada... ningún vecino. Bueno, él falleció acá, incluso en esta misma casa, en ese cuarto de ahí, donde duermo 199 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … yo, y que fue además el cuarto donde yo nací. Incluso, según mamá, en el lado de la cama en el que yo duermo, es donde él.... Eso sí me acuerdo. Es la cama donde él estaba cuando falleció. Y fui yo el que le cerró los ojos. En el sesenta y cinco”. Como buen vasco, José Oruezábal también tuvo una relación amistosa y duradera con el vino. “Él fue de los primeros vitivinicultores de acá”, me dice José Alfredo. “Me gustaba mucho verlo podar la viña, porque él tenía una viña acá. Todo esto era una hectárea, donde él tenía su viña, que hacía mil y pico de litros para la familia. Y bueno, me acuerdo, de chico, de llegar acá, y él nos obligaba… Llegábamos, entrábamos ahí a la cocina y él estaba siempre tomando, de mañana. Era un vaso de vino de mañana –pero un vaso así de grande, ¿eh?–, otro a mediodía y otro de noche. Y mirá que murió totalmente lúcido, totalmente lúcido. Estee… Y él nos obligaba: ‘tomen’. ‘No, no quiero, abuelo’. ‘Tomen’. Y había que tomarlo, sí o sí. (…) Bueno, se hacía mucho vino acá. Y ya te digo, él acá hacía casi una hectárea de viña, no la hectárea completa, porque también tenía frutales, membrillo, manzanas, peras, naranjos…, pero lo que más hacía era vino”. Así como José Joaquín Oruezábal fue pionero en la minería de la zona, así como María Yustede fue pionera en la actividad comercial, el hijo de ambos fue pionero en la producción lechera y en la viticultura doméstica de la zona. Pero a medida que su nieto habla, emergen otras facetas, cada vez más sorprendentes. “Mi abuelo tenía un apiario... Pienso que en Rivera fue el primer apicultor. Al menos acá en Corrales él fue el primer apicultor. De forma muy artesanal, pero fue el primer apicultor. ¡Ah, a él le encantaban las abejas! El placer de él era sentarse al lado de las colmenas. Rajaba unas tacuaritas al medio, quedaban como bateas, y él les preparaba jarabe y se las introducía adentro de la colmena. Eso era en el invierno, así las alimentaba, cuando no había néctar. Es un incentivo para que la reina... Y así no se producía el pillaje, que es cuando la abeja no tiene flujo de néctar y va a robar, e incluso agarra a una colmena débil y la mata. Empieza a robar y a matar a la abeja de la colmena débil. Es la ley natural. Es la ley del más fuerte”. El vasco Oruezábal fue, evidentemente, un personaje muy pintoresco del Corrales de la primera mitad del siglo XX. “Sí, era un personaje especial”, me cuenta su nieto. “Por ejemplo, él le arrendaba los 200 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … campos a sus hijos. (…) Mi padre le cuidaba el tambo, era peón de mi abuelo. Y después, mi abuelo en vida repartió todo. Que mi abuelo, si por él fuera, él habría vendido todo. Y la que no quiso vender y trancó... tá, porque él forjó ese capital de dos mil quinientas hectáreas porque mi abuela heredó como mil hectáreas. Y él, con su trabajo, llegó a dos mil quinientas. Y en vida él repartió. Porque mi abuela no dejó vender. (…) No sé bien por qué no quería vender. ¡Yo qué sé! Mi abuelo en el fondo tenía unas contramanos... Porque... como que él no quería dejar su sudor a otros. Incluso él desheredó a una hija, ésta que es monja, la desheredó. Fraguó documentos con un escribano, porque no quería dejarle eso a los curas. ¡Se armó una bernarda...! Que gracias a la monjita... Porque la monjita estaba en Buenos Aires y de Buenos Aires vinieron con abogado y escribano... Y bueno, quedaba todo el mundo en la calle, ¿no, che?, si la monjita firmaba. Y la monjita no firmó. La monjita es... Ana María. Si no hubiese sido por la monjita, vos no estabas hablando con José Alfredo... Andaría de changador, quién sabe por dónde...”. Pintoresco y con autoridad, fuera y dentro de la familia: “él era… el horcón del medio: lo que sujeta toda la estructura… Y fijate que a partir de su fallecimiento, si bien la familia siguió, pero como que empezó a desmembrarse. Yo tenía diecisiete años. (…) Y sí, yo me acuerdo, él era un tipo muy temperamental. Era muy exigente en el trabajo, ¿no, che? Entonces se te ponía al lado tuyo, así, y no había afloje con él, ¿eh? ‘¿Terminó ahí? Bueno, siga acá. Siga acá. Siga acá’. Igual te tenía hasta la noche el viejo... Y dicen que... estaban en la esquila y él, arriba de los esquiladores. Y así los tenía, ¿no, che? Al punto que en una esquila, parece que se combinaron entre los esquiladores, y ahí se empezó a complicar, y lo encerraron adentro del galpón y lo curtieron a piedrazas, los propios esquiladores. Y él gritaba, le gritaba a la abuela: ‘¡Elmira, traeme el revolver!’ Y la vieja ni escuchó... ¡porque lo habían encerrado adentro del galpón! Te cuento otra. Vos sabés que yo soy derecho para trabajar, ¿no?, trabajo con la mano derecha. Y gracias a él aprendí a trabajar con la zurda. (…) Y la primera vez que me hizo trabajar de zurda fue en el monte. Estábamos ahí cortando un... monteando, ¿no? Y me dice: ‘a ver, cortame este árbol acá’. Y yo me puse para cortarlo por el lado derecho, y me dice: —‘no, me lo corta por el lado izquierdo’. —‘No, no 201 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … sé’. —‘¡Aprenda!’ Y él era duro, ¿eh? Me decía: —‘¡aprenda!’. —‘No, pero...’ —‘¡Aprenda, carajo!’ No, no, no andaba con vueltas, che. ¡Páh! Y cuando te largaba un ‘carajo’... había que obedecer, ¿no? Ah, agachá la cabeza y dale... dale con fe hasta que lo voltiés”. “Era bravo el viejo”, me dice José Alfredo. “Mirá, hay solo una persona que lo ‘empardó’ a mi abuelo en trabajos de ‘bracear’, y que fue el único que lo aguantó. Fue el negro Pulí, una persona muy leal con él. A veces el abuelo lo puteaba todo el día. Yo escuchaba, ¿no, che?, porque no le hacía el trabajo como él quería. Pero terminaron sus vidas, como quien dice, juntos... Más de una vez yo lo vi a Pulí lavándole los pies a mi abuelo, que ya no se podía agachar... Y me decía: ‘yo no sé cómo aguanto a ese viejo’. Pero en el fondo lo quería. Y no se iba. Él no se iba”. El retrato que José Alfredo hace de su abuelo parece no terminarse nunca. “Era muy especial, sí... él era muy trabajador. Y era puntilloso para los trabajos del campo. (…) Se cuenta que cuando trabajaba, físicamente, ¡era una cosa de locos! Mirá, dicen que tenía una resistencia... algo fantástico. Era chiquito, era bajito, pero muy fornido. Él se recorría las tres mil cuadras alto así. Ah, no se cansaba. Jamás, jamás se cansaba. Él te podía hacer cualquier barbaridad en el arranque, pero no era rencoroso. (…) No era muy demostrativo. Y era muy mandón. Siempre tenía que andar dando órdenes. Tenía que ser como él quería. Era muy tozudo, muy tozudo. Ah no, era... Y a él no se le podía decir que no porque justamente él te llevaba para el otro lado. Y era él el que decía: ‘un vasco porfía porque otro porfía. Ah, dicen que los vascos son porfiados... ¿y el que le porfía al vasco?’. Ah, te salía con esa, ¿no, che? Tenía respuesta para todo, ¿no? Era muy espontáneo. Muy espontáneo”. Emprendedor, trabajador, mandón, tozudo, espontáneo… y sensible: “las reuniones familiares eran todas acá. Los fines de año siempre la familia se juntaba, y en esa mesa de hierro que está allá abajo, ahí era la reunión familiar, debajo de un sauce llorón muy grande... Y bueno... él, con algunas copas de vino, se ponía a bailar la jota y a cantarle a su madre. Cantaba en euzkera. Y a veces en español. Pero era muy de cantar en euzkera, sí. Claro, como una forma de no perder su raíz... Él le cantaba solamente a su madre, y en euzkera. Y después él la traducía”. 202 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … José Alfredo me muestra una hoja de cuaderno con la letra de esa canción. “Un poema que llega y llega, ¿no, che? Muchas veces él lloraba cuando le cantaba a su madre. Alguna vez lo vi llorar. Y era muy raro en él. Bueno, él la cantaba. Mamá se acuerda. Y mamá me hizo acordar que no solamente acá le cantaba, sino también cuando hacíamos reuniones familiares en el monte, y él se ponía arriba de un banco y era la canción que le cantaba. (…) Le gustaba mucho cantar… Dice mamá que tenía una voz de tenor muy... muy linda, ¿no, che? Yo me acuerdo de él cuando cantaba, ah, sí... era buenísimo...”. José Alfredo sigue atiborrando de pinceladas el retrato de su abuelo, como un cubista, con nuevos perfiles, notas y matices. “Él era muy de pedir abono, ah, eso sí me acuerdo. Él, por ejemplo, le pagaba a un peón para que le juntara el abono del tambo. Más de una vez yo vine con el tractorcito y la carreta a traer cargas de abono, bosta de vaca. Una vez, en verano... ¡un calor! Y él, acá en el frente, en este almacén que ahora es de Núñez, vivía Vicente Rodríguez, un español. Eran muy amigos, muy amigos. Y enfrente había un zapatero, Don Luis Rodríguez... siempre estaban juntos. Él si no estaba acá en el boliche estaba en la zapatería. Él iba ahí a conversar. (…) Y como yo ya manejaba el tractor, él llama por teléfono y le dice a papá: ‘mandámelo a José Alfredo con la carreta y abono’. Bueno, en aquel entonces había empezado a llegar el Agua Salus acá. Y claro, para nosotros, de gurises, era una novedad tomar aquello efervescente, ¿te das cuenta? Y yo en el camino, mucho calor, y pienso: ahora llego y le pido al abuelo para comprar un Agua Salus. Y él estaba sentado, allí a la sombra, en el boliche...: ‘¡andá y descargá!’. Él ni saludaba. Sólo: 203 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … ‘¡andá y descargá!’. Él daba órdenes nomás. Él no era de dar mucho beso ni nada. Cuando me quise bajar, que me bajé y me acerqué y fui a darle un... ‘¡Andá, subí en el tractor y andá a descargár!’. Y bueno, descargué el abono, fui y llegué, me bajé, apagué el tractor y digo: ‘abuelo ¿no me da veinte centésimos?’. ‘¿Y para qué querés veinte centésimos?’, me dice. ‘Para tomar un Agua Salus’, le digo. ‘Andá y pedile a tu abuela un vaso de agua, subís en el tractor y te vas’. ¡Se terminó la farra, che! Con él no había dudas... ¡Qué cosa, ¿no?! Y sin embargo, para estudiar, cuando yo precisaba, nunca me faltó nada. A veces me llevaba, me acuerdo, a la Escuela de Lechería... me faltaron unos libros, que hasta ahora los tengo, son colecciones agotadas... Fue de a pie a llevarme la plata. Hasta Zanja de la Arena. ¡Fue de a pie!. ‘¿Cuánto fue que me dijiste que precisabas?’ Porque él también te la jugaba así, ¿no? Vos decías la cantidad, él dejaba pasar el tiempo... ‘¿Cuánto fue que me dijiste?’ Y se acordaba bien, ¿eh?... ¡No se iba a acordar! Lo tenía todo en la cabeza”. Avanza el retrato, se suman nuevos rasgos y trazos, siempre sorprendentes. “Era un tipo muy particular, sí. ¡Tenía cada cosa!”. José Alfredo se ríe, divertido consigo mismo y con los recuerdos que se amontonan en su cabeza. No es para menos: “él, más de una vez –esto contado por su hija, la monjita, ¿eh?– iba a Montevideo a... cómo te voy a decir, a... a... a quererla sacar del colegio y le preguntaba: ‘¿vos realmente estás contenta acá? Porque yo, ya te saco, ¿eh?, si estás con algún problema. Dímelo con franqueza...’. Y ella me decía que en esa época ella, para poder hablar con el padre, ella –yo eso todavía soy testigo, de cuando íbamos a verla–, se sentaba otra monja en la misma pieza pero retirada de la reunión, digamos, como custodia, eso yo alcancé a verlo... Como custodia… para saber lo que ella hablaba. Y ella contaba que mi abuelo la corría a la monja. Le decía: ‘usted se va’. ‘No, yo tengo que estar’, decía la monja. ‘¡Usted se va, o yo la saco a patadas! Porque lo que yo quiero hablar con mi hija ni usted ni nadie tiene lo tiene que saber’. ¿Te das cuenta, Fernando? ‘Solamente el Creador’, decía”, me cuenta José Alfredo conteniendo otra vez la risa. “Y él dice que jamás le habló en voz baja de las cosas. Y una vez ella le dijo: ‘pero papá, estas cosas no...’. ‘No, no, no’, decía él, ‘porque yo sé que atrás de la puerta hay dos o tres escuchando y yo quiero que escuchen’. ¿Te das cuenta?”. 204 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Pero José Oruezábal, el mismo que quería desheredar a una de sus hijas, Ana María, la monjita, para que nada de su herencia fuera para la Iglesia, hizo contribuciones importantes al colegio católico de Minas de Corrales. “Sí, sí”, me dice José Alfredo, otra vez con la voz entrecortada por las carcajadas, “¿viste las contradicciones que tenía? Mi abuelo y don Ernesto Zapiaín, que eran primos-hermanos –él era Zapiaín Yustede–, fueron de los grandes palenques del Colegio de los Salesianos. Incluso ahí hay un órgano, que fue regalado por ellos. Ese órgano, que está ahí todavía, fue donado por él y don Ernesto Zapiaín. Mirá, es como si estuviera escuchando la conversación de ellos, ahí en el frente, en el living. Que todos los domingos, don Ernesto venía con doña Elisa en auto, desde Santa Ernestina, un Chevrolet azul, me acuerdo como si fuera hoy, a misa, y a veces levantaba a mi abuelo: se iban juntos a misa. Un día, mi abuelo le había dicho a don Ernesto: ‘andá por casa, después de misa, que yo quiero hablar algo contigo’. Mi abuelo era muy gritón para hablar, y era bien autoritario, y Ernesto Zapiaín era lo contrario, un hombre manso, pero maaanso, que te decía: ‘buen día’, y para decirte ‘¿cómo te va?’ pasaban dos o tres minutos... Entonces, ese día, después de misa, justo yo estaba acá, y llega don Ernesto y mi abuelo le dice: —Ernesto, tenemos que comprar un órgano para la iglesia. —Bueno, Josecito, sí, puede ser... Vos primero dejame consultar con la almohada y después con Elisa. Y después yo te contesto. —Hombre, eso no precisa consulta con nadies, ¡carajo!, es algo para la iglesia. —Pero Josecito, yo ya te dije... —¡Pero vos siempre con tus boludeces!” José Alfredo se desternilla de risa. “Le dijo: ‘¡Vos siempre con tus boludeces!’... ¡Barbaridá!” Otra vez nos envuelve un aroma macondiano, emanado entre cada pliegue de este personaje inefable: contradictorio, tenaz, trabajador, autoritario, sensible, emprendedor, generoso, impredecible, tozudo, tierno, espontáneo. Un auténtico pionero en la zona, en cuanta actividad se le puso entre ceja y ceja: minería, apicultura, lechería, vitivinicultura doméstica, filantropía… 205 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Un auténtico hombre-puente, a caballo entre la época de las minas gordas y la época de las vacas gordas. 206 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Minas de Corrales en la época de las vacas gordas El siglo XX en Minas de Corrales estuvo marcado por una secuencia, imprevisible y arrítmica, de altos y bajos, esplendores y declinaciones, pleamares y bajamares. Al auge minero del último tercio del siglo XIX, que se extendió hasta la primera década del siguiente, le sucedió una dilatada depresión, desde la irrupción de la Gran Guerra en Europa hasta el año 1935, cuando el Estado reflotó la usina de Cuñapirú y pasó a monopolizar la explotación aurífera de la zona. Fue, según lo que ya he comentado, un renacimiento muy breve, la penosa crónica de una muerte anunciada. Al comenzar la década del cuarenta, ya desnudado el fracaso del lance estatal en la producción de oro, Minas de Corrales habría de entregarse a un nuevo proceso de ilusión-desilusión. En las bajamares de la minería la comarca corralense, una y otra vez, volvió a su ser ganadero. Las vacas nunca dejaron de estar ahí, desde Hernandarias en adelante, esperando la faena o el ordeñe. Las ovejas, aunque en menor cantidad, siempre fueron parte del paisaje y del sustento de los paisanos. La producción ganadera en la región siempre estuvo activada desde una lógica individualista y mayoritariamente latifundista. Así fue durante largas décadas, y así dejó de ser en el año 1943, cuando la herida del fracaso de la UTE aún estaba abierta. El cooperativismo de producción en nuestro país se inició, como ya he señalado, con la pequeña cooperativa minera formada en Minas de Corrales por Francisco Davison en el año 1894, mientras que la historia del cooperativismo de consumo comenzó a principios del siglo pasado, en Fray Bentos. En el ámbito agropecuario, la CONAPROLE y la Sociedad Rural Ozark, de Nueva Helvecia, fueron las cooperativas pioneras. Sin embargo, la creación de la “Cooperativa Agropecuaria Minas de Corrales Limitada” ubica a Corrales como uno de los sitios precursores del cooperativismo agropecuario (aunque esta institución también operó, años más tarde, como cooperativa de consumo y de crédito). La Cooperativa (también conocida por su musical abreviatura, COAMICOL) fue fundada el 12 de septiembre de 1943 por iniciativa de Daniel Ubal, que en ese entonces era el Gerente de la sucursal local del 207 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Banco República. Su primera Comisión Directiva la integraron algunas personalidades destacadas de Minas de Corrales, muchos de los cuales ya he mencionado: “Clementino Brum, presidente; Gabriel Rodríguez, vice-presidente; Juan A. Navarro, secretario; Ernesto A. Zapiaín, tesorero; Juan A. Oliveira, Juan Echeverría y Paulino De León, vocales”300. (El primer tesorero de la Cooperativa, Ernesto A. Zapiaín, luego sucedió a Clementino Brum en la presidencia –y la ejerció durante casi doce años, entre 1948 y 1959–; también fue presidente de la Asociación Rural de Minas de Corrales, que ya existía en el año 1920301. Zapiaín, el “hombre maaanso”, pertenecía a una de las familias que iniciaron el poblamiento y la actividad comercial en la zona minera; en efecto, tal como comenté antes, las dos casas de comercio más importantes de Santa Ernestina fueron las de Yustede y Zapiaín, dos familias que desde aquellos lejanos tiempos –años setenta del siglo XIX– quedaron firmemente unidas. Recordemos, a este respecto, que José Oruezábal Yustede y Ernesto Zapiaín Yustede, ambos de descendencia vasca, primos-hermanos y grandes amigos, fueron, entre otras cosas, “los grandes palenques del Colegio de los Salesianos”, tal como me contó José Alfredo, nieto del primero.) “La Cooperativa Agropecuaria de Minas de Corrales fue un episodio en la vida de Minas de Corrales importantísimo, con sus claros y oscuros”, me dice con énfasis y convicción Don Ariel Pereira, que de este tema sabe, y mucho. “La Cooperativa empezó a desarrollarse, primero, acopiando frutos del país: cueros vacunos, cueros lanares, lana. Luego viene la etapa en la que empieza a seleccionar la lana, y entonces entra toda la lana, la mía, la tuya, la del vecino, y ahí se seleccionan (…). Don Juan Elizalde fue el gran artífice de toda esa obra. Y empieza a desarrollarse y se transforma en algo increíble: galpones y galpones de lana, que se clasificaba y luego marchaba a Montevideo. Entonces el productor recibía mucho más dinero que si vendiera su lana por su cuenta, embolsada así como estaba. En la “La Cooperativa Minas de Corrales Ltda.”, en Rivera. Álbum conmemorativo 18621962. En este documento, publicado en el año 1962, se agrega el siguiente comentario: “integran la actual comisión directiva de esta ejemplar institución cooperativa, los Sres. Washington E. Mandado, presidente; Justino Mario González, vicepresidente; Hebert Cardozo, secretario; José López, tesorero; Zoilo Melo, Oscar Montejo y Eduardo Ros, vocales”. 301 Cf. Barrios Pintos (1985:283). 300 208 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Cooperativa la lana salía enfardada y con la mecha clasificada. (…) Bueno, eso empieza a caminar y la Cooperativa cobra un vuelo fantástico, en manos de don Juan Elizalde. Y no sale de esos rubros. Llega hasta la comercialización de sarnífugos, de productos veterinarios, de vacunas… de todas esas cosas que beneficiaban al socio de la Cooperativa. Creo que en determinado momento incluso trajo semillas, selladas y controladas. Don Juan tenía una visión de la comunidad que le daba una talla impresionante”. Don Ariel Pereira no ahorra elogios hacia Juan Elizalde Gilbert, y tampoco lo hace un documento de 1962, año en el que Elizalde se desempeñaba como asesor de la Cooperativa. Allí se indica que “se le puede conceptuar justicieramente como alma mater de la progresista evolución de esta ponderada entidad cooperativa”302. Pero, agrega Pereira, “además había un directorio de figuras muy importantes, que habían sido fundadores de la Cooperativa: Florentino Brum, don Arturo Grau Rosel, Ferreira, Cardozo, don Américo Cal Benia… figuras muy importantes en el pueblo. (…) Pero esa gente no tenía contacto con los negocios ni con… Era don Juan Elizalde y tres o cuatro personas que trabajaban con él, entre ellos Hermenegildo Da Cunha. Bueno, para mí don Juan tenía una visión global del medio, entonces él llevaba la Cooperativa hasta donde no lesionara los intereses de la comunidad, porque en el entorno de los grandes comercios de Corrales trabajaban no sé cuantas personas, cada comercio tenía quince o veinte empleados, o más. (…) Don Juan tenía esa visión, porque él había trabajado en los comercios antecesores de las grandes casas de comercio que tenía Minas de Corrales: Casa Baltasar, Casa Sáenz, o la de Eulogio Ferreira, ‘Toquito’, que estaba ahí, desde el Banco República media cuadra bajando hacia el norte. Pero pasan los años, muere don Juan Elizalde, y viene un gerente –no me acuerdo de dónde vino–, se instala allí, y se encuentra con un monstruo. La Cooperativa se asocia a otras cooperativas, empieza a surgir Central Lanera, creo. Bueno, empiezan a organizarse con Montevideo, empiezan a mandar todos los productos clasificados a Montevideo, muchísimo movimiento, se termina todo el contrabando de lanas y cueros de toda aquella zona hacia Brasil, y se encamina todo hacia Montevideo. (…) Entonces este hombre se larga a cosas 302 Ibíd. 209 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … mayores. Entra a organizar una cooperativa arrocera paralela a la otra, y a vender productos tradicionales, los productos que vendía el comercio tradicional. Y entra a competir con Casa Baltasar, con Casa Sáenz, con… Y en pocos años desaparece el gran comercio de Minas de Corrales. Y la Cooperativa pasa a ser la gran surtidora de toda el área, desde la Ruta 5, que ya empezaba a insinuarse, ahí por Paso del Cerro, hasta la 6ª, por allá arriba”. Así fue, entonces, como en pocos años desaparece el gran comercio de Corrales, incluyendo a las casas más grandes, como la del padre de Tito López, Casa Baltasar. Unos tres años antes de hablar con Don Ariel Pereira, el mismo Tito me había contado algo parecido: “en un momento a la Cooperativa la autorizan a armar un comercio, para vender a los socios. Después la Cooperativa empieza a vender a toda la población, en nombre de un socio. Por ejemplo, yo soy socio de la Cooperativa, y tú no sos de acá, entonces decís: ‘voy a comprar para Alberto López’, y entonces comprás con la boleta a nombre de Alberto López. Todo el mundo compraba allí. (…) Y en aquel tiempo la Impositiva venía acá a Corrales a revisar a los comercios. Se controlaba... había que llevar las planillas del personal, los impuestos, el control de contrabando. Y para tener el contrabando mi padre lo tenía escondido, en la casa de un familiar, arriba, en los cielorrasos. Ahora vos entrás a Minas de Corrales y es todo contrabando. Y entonces la propia Cooperativa fue la que empezó a... a ayudar a... a ayudar a que se cayera el comercio...”. “Todo eso fue por los años sesenta”, sigue Don Ariel Pereira, “después de muerto don Juan Elizalde. Cuando viene este otro hombre, abre otro espectro, y se encuentra con un poder económico brutal; este hombre era contador, o tenía nociones de contabilidad. Y entonces mete a la Cooperativa en una cantidad de negocios diversos, de venta en Montevideo, sale un poco de la línea tradicional de negocios que tenía don Juan, sale a hacer negocios con otros grupos económicos, vende lana a industrias… En aquella época estaban en pleno crecimiento en Montevideo Campomar, Ildu, aquellas fábricas de hilados que estaban allá por Peñarol (…). Entonces, viene este hombre y empieza a hacer negocios, mientras que, antes, don Juan no hacía negocios, hacía cooperativismo, e imponía el espíritu cooperativo a los socios, hacía reuniones periódicas con los socios, organizaba 210 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … charlas sobre cooperativismo (…). Entonces, este otro hombre empieza a hacer negocios, y hay quien dice que sacaba su cuota parte en esos negocios. Yo no te puedo decir si sí o si no, pero lo que te puedo decir es que de aquel emporio que era la Cooperativa, empieza a declinar, a declinar, a declinar. Y se empiezan a ir aquellos funcionarios claves en la Cooperativa (…), que eran los pilares que la sostenían. La Cooperativa empezó a tener problemas con los socios, porque para operar con el Banco República, el Banco República les exigía garantía de los directores de la Cooperativa, ya la Cooperativa para poder cumplir con el asociado y pagarle los adelantos cuando recibía los productos y esas cosas… (…). Y ya ahí entró todo una etapa de decadencia, y terminó siendo lo que es hoy: las estructuras abandonadas, y aquellos galpones gigantescos que habían llegado a estar colmados de lana, yo me acuerdo que llegué a ver esos galpones en los que no cabía una bolsa de lana, repletos hasta el techo”. “Lo de cómo se terminó la Cooperativa fue una cosa muy rara”, me había dicho algún tiempo antes Don Eduardo Andina; “fíjese que llegó a ser la mayor cooperativa del país. Y llegó a tener quinientos socios”. “Yo creo”, sigue Don Ariel Pereira, “que fue uno de los grandes momentos de la comunidad de Minas de Corrales. Y todo lo que giró en torno a la Cooperativa, porque allí se daban charlas culturales, la Cooperativa bancaba a la escuela, por ejemplo. Y venían artistas, por ejemplo, venía un hombre a recitar a la escuela, a la Escuela Agraria, y a las escuelas de campaña, la escuelita de Laureles o la que está ahí en Manuel Díaz (…). Era la época de los actores ambulantes; acá yo lo vi a Brusa, con su teatro, en lo que era el Cine Astral, cuando yo estaba en el liceo. Y a esa gente que venía acá a Rivera, la llevaban a Corrales, y actuaban en el Club 25, actuaban en…”. Don Ariel Pereira hace una pausa y, repentinamente, su semblante parece apagarse. “Me da pena ahora cuando voy, y veo que se ha perdido todo aquel…, todo aquel empuje, aquella cosa realmente fantástica que tuvo Corrales. Los remates ganaderos en Corrales por aquellos años, ¿vos te imaginás lo que eran? (…) Había empresarios poderosos…. Corría dinero en Corrales, mucho dinero. Y todo eso producido por la ganadería, por el comercio, por el auge de la Cooperativa (…). Para lo que fuera, los vecinos juntaban plata. Para arreglar las calles, se contrataba un camión, se compraban 211 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … herramientas, y se hacía. No se le pedía nada a la Intendencia. El monumento a Davison se hizo con plata de Corrales, el monumento a Artigas lo mismo, el enjardinado de la avenida Davison, todo, no se le pedía plata a nadie. Todo eso se hacía por los vecinos de ahí. La Junta podía ser colorada, podía ser blanca, pero el vecindario estaba ahí, apoyando a la Junta. La Junta pegaba el grito, necesitaba… tres carretillas, y se le decía: ‘andá a comprar, acá está la plata’. La Cooperativa ponía dinero, para lo que fuera. El numen inspirador era don Juan Elizalde. Para mí, don Juan fue una figura importantísima en Minas de Corrales, porque manejaba con una extraña habilidad, y con gran respeto, todo ese poder económico que significaban los Isasa, los Gabriel Rodríguez, los Bernardino Cardozo, los Quintiliano Ferreira, los Brum, los Juan Navarro, todos esos… Yo tengo la sensación de que él les hacía creer que eran personajes que hacían y deshacían…”. 212 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … el gallego Tito, música y vino Los amigos, lo mismo que los muertos y las ciudades, colaboran en cada hombre Borges303 Durante las dos décadas ocupadas por la época de las vacas gordas, “Minas de Corrales S. A. Bodega Cerros de Oro” fue la bodega de la zona minera, la primera y la única de Minas de Corrales304. “Cerros de Oro” nació hacia el año 1945, me dice Alberto López –más conocido como Tito López o el gallego Tito– en su casa de Minas de Corrales. “Yo era muy chico, soy del cuarenta y tres. Ahí se juntan mi padre, que era español, de la provincia de León, y dos amigos más... dos gallegos: Vicente Rodríguez Fernández y... otro gallego… que era farmacéutico. Además estaba un cura, salesiano… el padre Barreto… Incluso en Montevideo hay un nombre de vino que es en homenaje a él. (…) Bueno, y compran el campo ese que está ahí, son cien hectáreas... Y después arman una sociedad para poder plantar las vides... Había un polaco también... Bueno, eso dio mucho trabajo a mucha gente de por acá”305. El paisaje sobre el que balconea el predio de la vitivinícola es edénico. Sus instalaciones, ahora en ruinas, están implantadas en la ladera de una loma circundada por un horizonte circular de sierras. Hoy, a más de sesenta años de la creación de la bodega corralense, se puede admitir con propiedad que su nombre, “Cerros de Oro”, fue premonitorio. De hecho, algunos meses antes de mi encuentro con Tito, la empresa que en ese momento, como aún hoy, estaba explotando las minas auríferas de la zona –“Minera San Gregorio”–, había culminado prospecciones en los predios contiguos al de la “Una vida de Evaristo Carriego”, en “Evaristo Carriego” (1930), incluido en Borges (1974:118). 304 También hubo otra vitivinícola en la región, “La Santanderina”, en la zona de La Calera, sobre la Ruta 28, a unos veinticinco quilómetros de Corrales. 305 Los testimonios que aquí se presentan fueron ofrecidos por Tito López en el transcurso de dos entrevistas en profundidad desarrolladas en su casa de Minas de Corrales y en el predio de la vitivinícola, ambas en junio de 2005. 303 213 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … bodega (hoy abandonada, en ruinas), en el paraje conocido como Cerros Blancos, que dieron como resultado la detección de un yacimiento muy rico en oro. “Mi padre y los otros fundadores de la vitivinícola ya sabían que esa era zona de oro”, se apresura a aclararme Tito. “Aunque en aquel momento no había explotación, acá se sabía que había oro. Por ejemplo, Don Tito Pereira en todos los arroyitos y zanjitas de la zona, sacaba la arena con oro. (…) Bueno, la cosa es que ese yacimiento lo van a explotar si lo autorizamos”, me dice. “A la familia le ofrecen cinco mil dólares por la explotación”, agrega, y se sonríe socarronamente. “Entonces no... no nos interesa. Y bueno, lo importante, de mi parte, es que la bodega no la tocaran. Porque... yo qué sé... podría servir para... no sé... algo turístico. O para explotar de vuelta el vino”. “El galpón principal de la vitivinícola, destinado a la molienda de la uva y al estacionamiento y maduración del vino, fue excavado en la roca viva, a puro pico y marrón, por un gallego, Manuel Pascual”. 214 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … No obstante, la reanudación de la explotación vitivinícola en Cerros Blancos parece altamente improbable, y mucho más ahora, que Tito López ha fallecido. Quedará en la memoria de los corralenses, quién sabe por cuánto tiempo, la época de oro de “Vinos Cerros de Oro”, los edificios ruinosos, las dos prensas que lograron sobrevivir a saqueos y vandalismos. Y el testimonio del gallego Tito: “en los años cincuenta el vino de Minas de Corrales se vendía en Tacuarembó, Rivera... Porque desde Minas de Corrales, con el comercio que había acá, se surtía Rivera, se surtía Vichadero, se surtía Tacuarembó, y toda la campaña. Me acuerdo que ya con seis o siete años yo ya acompañaba a mi padre a vender el vino por todos esos lugares. Bueno, algunos expertos han dicho que las mejores tierras para las vides están en Minas de Corrales y en Bella Unión. Bueno, y decían que por el clima nuestro era muy bueno para el bouquet del vino. Las tierras nuestras, según Faraut, eran las mejores tierras para plantar vides, las mejores del Uruguay”. Es más, insiste Tito, “llegaron a traer a una enóloga de Montevideo. Fue Andrés Faraut el que trajo a esta enóloga; se llamaba Gladys. Faraut era un francés, mi padre lo conoció, que tenía una bodega en Durazno, la ‘Bodega El Carmen’. Desde Francia él traía las cepas para su bodega y también para acá, para la nuestra. Por ejemplo, acá probó la variedad ‘Maravilla de abril’, que después importó desde Francia. Te digo más, la Escuela de Enología llegó a hacer un espumante con un vino de acá, de Corrales...”. La bodega, ubicada a unos seis quilómetros de Minas de Corrales, tuvo su mejor momento a comienzos de los años cincuenta, cuando en las vendimias llegaron a trabajar, además del capataz y cuatro empleados permanentes, algo más de veinte personas. En las mejores zafras, con las uvas plantadas en las casi ocho hectáreas de viñedos, la vitivinícola llegó a trabajar a un 70% de su capacidad: se producía unos setenta mil litros de distintos cortes de vino –Moscatel, Arriague, Vidiella, Frutilla–, que salíanen damajuanas de diez litros y en botellas de un litro. Pero la vida de la vitivinícola fue corta. Las inundaciones del 59 echaron por tierra todo, a fuerza de agua, piedra y fuego: “cuando viene la inundación, eso no fue nada, vino una piedra, una piedra muy grande, que destrozó todos los viñedos. Y entonces se rompen todas las plantas con las piedras. Y después un vecino puso fuego en 215 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … un campo y se quemó todo. Además, ahí mi padre ya no estaba muy bien económicamente, él era quien mantenía la vitivinícola, era un hombre rico... Y los demás no eran personas que aportaran mucho…”. Baltasar López, el padre de Tito, fue el propietario de “Casa Baltasar”, un comercio que durante mucho tiempo fue el más grande de la zona minera: “sí, era la casa de comercio más grande de acá. Ahí se podía comprar desde una aguja hasta un tractor. Eran otros tiempos...”. Eran otros tiempos. En eso, precisamente, había puesto énfasis, un par de horas antes, Don Eduardo Andina: “yo me acuerdo que Casa Baltasar, por ejemplo, era el comercio más fuerte de Minas de Corrales, y según los comentarios de los propios familiares y de gente que trabaja allí, La primera prensa de la bodega, hoy arruinándose a la intemperie. 216 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Minas de Corrales dos por tres quedaba aislado, ¿no? Una creciente tapa y queda aislado. Y bueno, ese comercio estaba capacitado para estar aislado un año entero. Vendía no sólo cosas de tienda, tenía almacén, de todo, barraca, ferretería, tenía de todo...”. (Casa Baltasar vendía todas esas cosas, y también era uno de los comercios que le compraba su orito a los cateadores de mediados de siglo, como me había contado Don Tito Pereira.) “Y no solamente abastecía a Minas de Corrales”, continúa Don Andina, “sino que toda la sexta sección, antes, por el tema de rutas, antes nadie iba a Rivera, toda esa sección antes se abastecía de Corrales… hay distintas poblaciones allí: Blanquillo, Amarillo, Moirones, Zapucay... Laureles. Toda esa zona, entonces, se surtía de Minas de Corrales. Minas de Corrales era una población importante, no solamente por ese efecto, sino que además por lo que le dije antes: para ir a Rivera usted tenía que pasar por Minas de Corrales”. También Don Ariel Pereira rememora, con mucho agrado y poco esfuerzo, aquella época de esplendor, aquellos formidables otros tiempos, y traza con asombrosa precisión la cartografía del mundo comercial del Corrales de las vacas gordas: “Minas de Corrales tenía fantásticos comercios, comercios de ramos generales, que tanto te vendían calcetines o azúcar o yerba, como un automóvil. Estaba el comercio de Baltasar López y el de Demetrio Sáenz, que eran los dos más grandes. Pero más abajo, por Davison rumbo al puente, estaba el de Ulises Viana, era un enorme comercio –todavía están los grandes caserones ahí–; vendían combustible, compraban cueros y lanas, había una barraca importante allí en el mismo comercio. Más allá arriba estaba Don Emilio López, allá desde el Hospital un poco hacia la derecha; en el Rincón de la Bolsa estaban los Isasa; aquí abajo, a la entrada, por la ruta que venía desde Rivera, allí en la esquina estaban el Correo, el Telégrafo y en la otra esquina había un comercio muy grande, muy importante, aunque de menor importancia que los otros, el de Vicente Rodríguez”. La visión comercial y el empuje emprendedor de Baltasar López sumaron otros rubros en el predio de la vitivinícola. Entre vendimia y vendimia se produjo “Naranjita”, un refresco a base de jugo de naranja. Durante algún tiempo allí también funcionó una fábrica de escobas y cepillos, en un galpón que hoy es una tapera. Luego también 217 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … hubo, en el mismo predio, un criadero de chanchos, cuya muy corta existencia se debió a la poca experiencia de los socios en ese giro: “las plantaciones que se hicieron para darle de comer a los chanchos no funcionaron”, me explica Tito, “o no las supieron sostener de forma adecuada, y entonces las chanchas terminaron comiéndose a las crías”. ¿Una alegoría? Aquellos otros tiempos, los del auge comercial de Casa Baltasar y de los otros grandes almacenes de ramos generales, los de los vinos “Cerros de Oro” en las casas, restoranes y boliches de los departamentos de Rivera y Tacuarembó, comenzaron su declive hacia fines de la década del cincuenta, hasta que los mató el empuje modernizador que invadió al sector en los sesenta. “La casa de comercio empezó a caer en el año... cincuenta y nueve, por ahí”, me dice Tito. “Justo coincidió con el tema de las inundaciones... Fue un golpe tras otro, para él. Y bueno, a esa altura mi padre ya estaba viejo, y entonces agarró y... y presentó la quiebra. Y después se jubiló, y cerró la casa”. Ya con la bodega cerrada, al tiempo desaparecieron las máquinas de moler, las ventanas, los herrajes y todo lo que pudiera cargarse en algún camión. “Sí, fue gente que anda por ahí. Como aquello esta medio... abierto. Entraron a la bodega y se llevaron todo lo que pudieron. Lo único que se salvó –hasta ahora– es la primera prensa. Esa no se la llevaron porque pesa mucho”. Tito no puede ocultar su tristeza al evocar aquellos tiempos. Mejor hablar de música, su oficio más gratificante. “Yo soy uno de los mejorcitos músicos de esta época, debe ser por eso. Toqué el piano acá, y después en Montevideo. Hicimos una orquesta acá en Minas de Corrales y en Tacuarembó, que se formó en 1968. La música que hacía se llamaba, en esa época, ‘melódico internacional’. Era la música del ‘Sexteto Electrónico Moderno’, de Montevideo. Y de ‘Los Iracundos’ y de ‘Los Beatles’. Pero nosotros no tocábamos ‘Los Beatles’, al margen de algún tema instrumental. Nosotros estábamos en otra línea... de Roberto Carlos, pero en castellano. Y cuando nos gustaban temas en inglés, los hacíamos en versiones instrumentales. Ese era uno de los fuertes de la orquesta. Todo lo que tocábamos era bailable. Y anduvimos por todos lados. Por todo el departamento de Rivera, todo: Minas de Corrales, Rivera, Tranqueras, Vichadero. Y Ansina, Tacuarembó, Durazno, El Carmen, Paso de los Toros... Incluso fuimos 218 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … invitados a un festival que hubo en Punta del Este… Bueno, y esa orquesta era para acá, local, y después empezamos a ir a Tacuarembó, a ‘la Zorrilla’ (se refiere a “Zorrilla de San Martín”, la emisora radial más importante, en AM, de Tacuarembó). La cosa fue así: ‘la Zorrilla’ vino a transmitir desde acá un ensayo nuestro, y después nos llevaron a Tacuarembó y fuimos a unos festivales, donde tuvimos una mención especial... Y ahí, justamente, en Tacuarembó, cuando ganamos el festival como mejor conjunto, nos dijeron que fuéramos a Punta del Este... Ahí no nos fue bien, para nada. Punta del Este no era para nosotros. La gente que estaba ahí era gente que veía a los grandes artistas... Ni nos aplaudían... Fue en el Country Club de Punta del Este. Y... éramos del interior. Bueno, un desastre, pero que nos ayudó a ubicarnos en lo que éramos, y en cuál era nuestro público. En aquel tiempo en los festivales de música moderna participaban orquestas de Melo, de Tacuarembó... de todo el interior. Y... bueno, ahí empezamos a ganar premios, ¿no es cierto?, obtuvimos dos ‘Tabaré’ con algunas canciones... Acá tengo uno de ellos”. Tito se levanta del sillón y trae de uno de los estantes de su biblioteca, sin disimular su bien ganado orgullo, la estatuilla del “Tabaré”, un premio muy codiciado en el ambiente musical nacional. (Mientras observo a ese charrúa de bronce, no puedo evitar una tonta asociación de ideas: Zorrilla, la radio y el escritor, el Tabaré de su célebre poema, el Tabaré presidente nacional, el Tabaré intendente departamental…) “La orquesta se llamaba ‘Sabar 6’. Duró poco: desde el sesenta y ocho hasta el setenta y dos, más o menos, unos cuatro o cinco años. La música que hacíamos era toda bailable. Pero ‘Sabar 6’ tiene un disco grabado. Sí, porque fuimos al ‘Festival de la Frontera’, en Rivera, y ahí nos dieron una mención especial, y a raíz de eso hubo un contratista de Montevideo, José Luis Cobas, que nos propuso grabar un disco, que él arreglaba todo. Y tá, fuimos a Montevideo, estuvimos un mes allá. Con un señor acá, que nos apoyó en todo, que es el padre del batero. (…) Ensayábamos como ocho horas por día... Yo trabajaba en el Banco República, pero siempre le dábamos, cuando llegaba y hasta que no dábamos más”. 219 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 220 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … un nuevo revés del empuje modernizador: aislamiento, decadencia, letargo Cuando en los años cuarenta del siglo pasado Minas de Corrales dejó en el pasado su ilusión minera –no podía hacer otra cosa, luego de tanta estulticia, fracaso y frustración– y reasumió su ser ganadero, cuando los efectos de la segunda guerra mundial comenzaron a favorecer a los sectores primario y secundario de la economía nacional, la rediviva prosperidad de la vida social, productiva y comercial corralense pareció augurar escenarios promisorios. Pareció. “Cuando yo tenía dieciséis o diecisiete años”, me cuenta José Alfredo Oruezábal, “todavía vivíamos una apariencia ficticia de bienestar económico que se la debíamos a la posguerra de Europa, ¿no? Era la época de las vacas gordas. Y en base al sufrimiento ajeno tuvimos bienestar nosotros. En resumidas cuentas, eso no lo hemos sabido aprovechar. Porque lo fácil dura poquito… Y no deja ninguna enseñanza… Ninguna. Al contrario, después va dejando frustraciones, y las personas no saben reaccionar frente a eso”. La Cooperativa Agropecuaria fue, como ya he destacado, un agente protagónico en el reverdecimiento productivo y comercial –y, mutatis mutandi, social– de esos nuevos tiempos, por lo menos mientras Juan Elizalde estuvo al frente de su conducción. “Durante esos cincuenta, cincuentaipico de años en los que no hubo minería”, me cuenta Raúl Armand’Ugón, “primó la parte agropecuaria. Corrales subsistió durante todos esos años en base a la ganadería extensiva; muy poca agricultura intensiva. Lo principal eran vacas, estancias... y sobre todo la lana. La Cooperativa de Minas de Corrales, COAMICOL, recibía un millón de quilos de lana por año. Eso significa el aporte de muchísimos productores rurales, cada uno con poquita cantidad de lana, porque eran establecimientos de muy poca extensión en tierra”. Así fue, pues, durante unos veinte años, hasta que en la década del sesenta se produjo la confluencia –coincidencia y co-incidencia– de hechos y fenómenos de diversa índole que dieron lugar a la conformación de un nuevo escenario que preanunció las crisis que a escala nacional y local habrían de sumir a nuestra región en una prolongada depresión. De acuerdo con lo que me comenta Don Ariel 221 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Pereira, en Minas de Corrales, al morir Juan Elizalde, un nuevo gerente tomó las riendas de la Cooperativa y, con la pretensión de modernizar su gestión y generar nuevos y mayores negocios, terminó disolviendo su espíritu cooperativista original: se obturó el contrabando y se desplomó el importante comercio tradicional establecido (Casa Baltasar y Casa Sáenz, entre otras empresas) hasta que la Cooperativa, como todo lo sólido, se desvaneció en el aire. Lo que parecía sólido –o lo que efectivamente lo era– también se desvaneció por circunstancias claramente ajenas a la gestión local. En este sentido, uno de los principales factores actuantes fue el nuevo trazado de la Ruta Nacional N° 5. “Yo me acuerdo de las primeras veces que fui a Tacuarembó, antes de existir la Ruta 5 de ahora”, me dice Don Eduardo Andina. “Me acuerdo que la primera vez que fui, yo era chico, antes de llegar a Manuel Díaz viejo, que así se llamaba, en el primer local comercial que había allí, me acuerdo que llegaba el ómnibus y paraba un poquito, alguno compraba alguna cosita, tomaba algo allí y seguíamos viaje... Y de allí ya había que abrir una portera y seguir por el campo, ya no había ruta, era por el campo. Abriendo porteras, usted llegaba a Tacuarembó. El camino estaba marcado por el paso de los vehículos, pero no era una ruta, había que ir abriendo porteras... De eso me acuerdo perfecto. Y entonces, claro, con toda esa problemática de poder viajar... Minas de Corrales era importante. (…) Además, fíjese que para ir desde Montevideo a Rivera, usted tenía que pasar por Minas de Corrales, irremediablemente. Para ir a Rivera había que pasar por acá, y acá había comercios grandes... Porque Baltasar, le dije, era el más grande. Pero acá en la esquina, donde está una barraca ahora, estaba Casa Sáenz (…). Eran dos casas sumamente importantes. Y después había otros comercios, fuertes también. Entonces ya hubo menos actividad en el pueblo, evidentemente hubo un bajón en toda la actividad. A todos esos comercios los destrozó el nuevo trazado de la ruta. Entonces Minas de Corrales empezó a venirse abajo, y con la retirada de la ruta más, más, más… y Minas de Corrales se alejó, empezó a quedar a un lado y empezó a quedar medio estilo pueblo fantasma”. La opinión de Selva Chirico es totalmente coincidente: “la construcción de la Ruta 5 fue terrible para Minas de Corrales. Tal vez haya sido también un acicate más para irse del pueblo, para toda esa diáspora 222 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … que se produjo en los años sesenta. Yo me acuerdo que cuando se empezó a construir… hasta guardo una sensación de miedo, cuando me mostraban la carretera… Porque en casa se decía: ‘qué horrible, van a hacer esa carretera y nos van a dejar aislados’, y yo miraba aquello y me acuerdo hasta hoy en día la sensación de opresión que tenía, además, porque Manuel Díaz iba a desaparecer, el trazado ya no pasaba por ahí –el Manuel Díaz de hoy no es el Manuel Díaz de antes–, entonces yo me veía tan como alejada del mundo. ‘¿Y ahora? Ahora quedamos acá y se olvidan de nosotros’, se decía. Y luego se hizo la carretera y lo que se logró fue que a la gente ya no le fuera tan difícil mandar a sus hijos a estudiar a Rivera, entonces el Liceo se fagocitó, tuvo que tener un renacimiento posterior… Lo de la nueva ruta fue muy importante, sí…”. Evidentemente, quienes decidieron la configuración de esa costosa obra vial no tuvieron en cuenta los costos e impactos que habrían de generarse en la vida económica y social –o en la vida, a secas– de centros poblados que, como en los casos de Minas de Corrales y de Tranqueras, quedaban algo apartados (más el primero que el segundo) de la nueva traza. Históricamente, esos tipos de costos e impactos no han sido asunto de ocupación –y mucho menos de preocupación– de los gobiernos nacionales, por lo general más inclinados hacia la consecución de eficacia y eficiencia en términos estrictamente económicos (en el sentido menos estricto del término “económicos”), sustentada en la creencia –harto falaz– de que la ruta que cubre la distancia más corta entre dos puntos es la más “barata” (que sí lo es solamente en tanto y en cuanto implica una menor inversión monetaria inicial). Asimismo, cabe considerar, siguiendo a Don Eduardo Andina, otro factor que comenzó a operar en los años sesenta y que ha coadyuvado en la declinación de la actividad económica y social de Corrales: “el mejoramiento de las rutas fue algo positivo únicamente para los vehículos, porque para lo demás ha sido negativo en muchos aspectos. Antes venía un viajero acá a visitar los comercios y quedaba un día o dos, y gastaban en el Hotel, dejaban dinero en el pueblo. Hoy, con las rutas como están y con los vehículos que hay, recorren un ratito y ya se fueron. Se fueron y no gastaron nada en Minas de Corrales...”. 223 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … A mediados del siglo pasado, concuerda José Alfredo Oruezábal, cuando los caminos no eran lo que hoy son, “ir a Rivera llevaba un día entero. Y a veces día y medio, había que pernoctar en las estancias de por ahí. ¿Te das cuenta? Eso cuando yo tenía alrededor de diez años, que es lo que más o menos me acuerdo, Y eso yendo en ómnibus, en unos V8 del cuarenta y pico. Todavía hay gente que tiene fotos de esos ómnibus. Entonces eso limitaba mucho”. Los recuerdos de Don Eduardo Andina son similares: “yo me acuerdo que cuando yo era botija, ir a Rivera significaba tres días: un día para viajar, otro día para estar y otro día para volver. Cosa que hoy, en el día, en ómnibus, uno lo hace dos o tres veces por día, si quiere. En aquel entonces, me acuerdo, cada vez que llegaba el ómnibus era todo un acontecimiento. Ya venía por allá el ómnibus, por allá arriba, tocando bocina, y venía gente hasta arriba del ómnibus... arriba del techo. Y las rutas no eran... Era la época de las cadenas en las cubiertas, por el barro y esas cosas... Las rutas no eran nada buenas, se demoraba mucho en ir”. En relación con todo eso, me dice José Alfredo, “había una actividad comercial muy importante en Corrales, que surgió por dos cosas: por el lado de la minería y por el lado de la falta de buenos caminos. Otra de las cosas que yo sostengo es que, si por un lado la caminería nos abrió puertas, también nos despobló, porque le dio acceso y facilidad a la gente para irse... Hoy no más, las escuelas, que antes eran referencias en los lugares, hoy como que no existen. ¿Por qué? Porque la maestra llega a las siete de la mañana y a las cinco de la tarde ya se está yendo de vuelta para Rivera. Antes eso era imposible de hacer: la maestra rural se quedaba toda la semana en el pueblo. Entonces, ese vínculo rural escuela-familia, se rompió”. También en este caso la opinión de Andina es absolutamente coincidente con la de su amigo Oruezábal: “hay algo muy negativo que es en gran parte consecuencia de la mejora de la caminería y de la mejor conexión que ahora hay con Rivera: por ejemplo, tenemos una directora y la mayor cantidad de profesores del liceo, y también maestras de la escuela, que son toda gente que vive en Rivera y que están viajando todos los días. Yo creo que el maestro, el director, el profesor del liceo, siempre... Por lo menos no sé si es porque antes, al ser más chico el pueblo era como una familia grande donde todos nos sentíamos como familiares unos 224 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … de los otros, entonces ante cualquier inquietud del alumno o del padre, tenía al profesor o al maestro con él, porque yo creo que el conocimiento necesario que debe tener un docente no es solamente en lo que le toque enseñar, sino aparte en conocer profundamente la situación de cada alumno. Hoy, en cambio, terminó la clase, se tomaron el ómnibus y se fueron. No hay consulta, no hay... y creo que le hace mal a la enseñanza por el hecho de que de repente el profesor o la maestra está mirando el reloj y pendiente del ómnibus, sin importarle que todavía quede por enseñar algo, porque hasta el último momento tenemos que dedicarnos al botija. Y si le hace mal a la enseñanza, le hace mal a todos, a todo el pueblo. Y eso pasa por esa ruta buena, por esa facilidad de locomoción. Porque antes habrían profesores de otros lados, pero al no tener esa facilidad vivían en Minas de Corrales y se iban de repente el fin de semana, como hizo siempre una maestra en la zona rural. Entonces conoce más el ambiente, porque hay una mayor convivencia. Pienso que esa es la parte negativa, no sé... No sé la solución, si está mal, si está bien, no sé, pero en fin... son cosas que uno las ve, las palpa, porque se han dado situaciones que a veces no tienen... Tá, que el botija llegó con mala nota, y la madre o el padre dicen: ‘voy a hablar con la directora’... Y en la escuela le dicen: ‘no, la directora no está. Hay que esperar que llegue’. Y de repente llega y tiene que atender a... Entonces, como que no hay mucha libertad”. Entre los variados efectos colaterales que el mejoramiento de las rutas produjo, cabe destacar –otra vez, con Don Andina– el giro que sufrió el vínculo de Corrales con Tacuarembó y Rivera, las dos capitales departamentales más próximas: “yo recuerdo cuando era botija, por ejemplo, para nosotros Rivera prácticamente no existía. Todo era con Tacuarembó, la comunicación comercial, todo, por la proximidad y por el ahorro de tiempo y de... O sea, usted compraba algo en Montevideo y lo quería mandar a Corrales, y no iba a mandarlo a Rivera, que son tantos quilómetros más; lo mandaba a Tacuarembó y es más cerca, por ferrocarril, que era lo que más se usaba antes... Además había una línea de ómnibus diaria entre Tacuarembó y Minas de Corrales (había, porque hace mucho que ya no hay), entonces si uno iba a viajar a Montevideo, se tomaba el ómnibus y llegaba a Tacuarembó, tomaba el ferrocarril y se iba. (…) Entonces… 225 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … era mucho más cerca. E ir a comprar a Rivera, que era mucho más lejos, es casi el doble de la distancia que hay con Tacuarembó, bueno, por los caminos malos afectaba muchísimo. Eso ahora ha cambiado totalmente”. Ese cambio, así como el mayor vínculo actual de Minas de Corrales con la ciudad de Rivera (y ya no con la de Tacuarembó), de acuerdo con la opinión de Don Eduardo Andina, se debió a dos factores principales: el mejoramiento de las rutas y la situación de frontera binacional de la ciudad de Rivera. “La influencia mayor ahora es de Rivera, desde hace muchos años que pasó a ser de Rivera. Después que mejoraron las rutas, rápidamente... Y eso que Tacuarembó es más cerca. Tan es así que hoy en día, incluso, no hay un ómnibus de Minas de Corrales a Tacuarembó. No hay. Y a Rivera hay... si te digo me voy a quedar corto con la cantidad de servicios que hay (…). Usted de Minas de Corrales a Rivera va y viene a la hora que quiere, prácticamente. Hay un montón de horarios. Y de Tacuarembó, por ómnibus, no tiene ninguno. Tendría que ir a Manuel Díaz y esperar alguno que venga de Rivera para irse para Tacuarembó. Eso nomás está dando una muestra clara de la desvinculación comercial con Tacuarembó. Está el vehículo particular, claro. Pero, digamos, si fuera generalizada la cosa, habría algún servicio de ómnibus. Y si eso es así es porque la gente de acá quizás no tenga la necesidad de comunicarse con Tacuarembó”. Sin embargo, aclara, con gran conocimiento del asunto: “a nivel radial, por ejemplo, siempre Tacuarembó fue la que se escuchó en Corrales. Por ejemplo, la ‘Zorrilla de San Martín’, de Tacuarembó, fue una radio que toda la vida fue ‘la radio local’ de Minas de Corrales, porque era la que llegaba bien. Hoy, por ejemplo, está también ‘Radio Gaucha’, la FM, que por la ubicación en que está instalada, llega muy bien aquí. Entonces eso un poco forma parte de esa vinculación. (…) Eso en cuanto a la mejora de las rutas. Lo otro tiene que ver con las diferencias de precio. ¿Cuántos hace ya que en Livramento el azúcar, el café, la yerba y un montón de cosas más siguen siendo mucho más baratas? Tan es así que hoy hay mucha gente que cobra su sueldo y se va a hacer su surtido a Rivera. Bueno, lo negativo, podemos decir, tiene que ver con el funcionamiento a nivel comercial, ya que al tener esa facilidad de llegar desde acá a Rivera, la gente va, hace sus compras allá, y entonces el comercio de 226 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … acá ha disminuido. Entonces, esta vinculación que comercialmente y en otros sentidos ha mejorado mucho entre Rivera y Minas de Corrales, también influyó en lo cultural. En la parte cultural –en lo artístico, por lo menos– la vinculación con Rivera es muy fuerte. Y antes la vinculación más fuerte era con Tacuarembó”. Los historiadores que mejor conocen a Minas de Corrales tienen una percepción diferente en cuanto a la naturaleza del vínculo de esa ciudad con las dos capitales departamentales más próximas. “Hasta el día de hoy yo creo”, señala Eduardo Palermo, “que Corrales tiene más vínculos –afectivos, económicos… y hasta políticos– con Tacuarembó que con Rivera”. La opinión de Selva Chirico es coincidente: “Minas de Corrales siempre estuvo más y mejor vinculada –física, cultural y hasta afectivamente– con Tacuarembó que con Rivera. La radio que yo escuchaba de niña era de Tacuarembó. Yo de niña no conocía Radio Internacional (de Rivera). Lo nuestro era Tacuarembó. Y mis padres, por ejemplo, iban al cine a Tacuarembó. Porque el cine que había era el cine del cura. Entonces… era muy peculiar”. Más allá de eso, concluye Selva, “Corrales era una isla. No era de Rivera, es cierto; y tenía vínculo con Tacuarembó, pero tampoco era de Tacuarembó. Corrales es Corrales”. 227 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 228 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Passarinho en el pasado esperan sombras los salvamuertes son imprescindibles Benedetti306 “Todo empezó en Cuñapirú”, me había dicho Tito López, “y ahora no queda nada ni nadie, sólo ese viejo, Juan de los pájaros le dicen, que tiene cerca de cien años, un tipo raro…”. Tenía que hablar con ese viejo, de quien ya había escuchado algunas historias. En uno de mis viajes a Corrales un señor de bombachas, compañero de asiento en el Rutas de Oro, se ofreció a acompañarme. “Usté se baja conmigo, ahí en la Betelai, levo uma caixa y vamo’ hasta allí, es ben pertinho. Depois, si usté quere, caminha hasta o povo, son dois leguas”307. Desde el asiento de adelante, una señora mayor giró su cabeza y me advirtió: “difícil que lo atienda, Passarinho es un bichicome que ya está medio loco y corre a todos los que pasan cerca de su rancho”. El comentario le resultó divertido a Carlos Benavides, en ese entonces secretario de la Junta Local de Minas de Corrales, que no dudó en acompañarme, sobre todo para ayudarme a sortear mi torpeza para comprender el portuñol, lingua franca de la región. Unos días después, apenas Juan de los pájaros se largó a hablar, no pude evitar sentirme fuera del tiempo, o dentro de un tiempo otro, el del antropólogo tradicional buscando ganarse la confianza del nativo con la mediación del intérprete local: Firth entre los tikopia. La vivienda de Juan de los pájaros está sobre la orilla izquierda del arroyo Cuñapirú, a pocos metros del puente de la ruta 29, allí donde nace el camino que trepa hasta las ruinas de una de las primeras represas hidroeléctricas de Sudamérica. Su vivienda son dos casas, una de material y techo de chapa, camino a ser tapera, otra enteramente de chapa de hierro. Fiaca, un perro negro con hocico y collar blancos, avisa que llegamos. Dentro del rancho de chapa nos recibe Don Juan, con algo de desconfianza pero sereno, casi sin mirarnos, sin dejar de Últimos versos de “Náufragos” (2000:47). Una legua es la distancia que se recorre a pie en una hora. Dos leguas equivalen a unos once quilómetros. 306 307 229 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … armar un tabaco. Una casilla de una única pieza, oscura, sin puerta ni ventanas. La única luz es la que se mete por el vano de entrada, y unos rayos que se cuelan como latigazos láser por cuatro o cinco picaduras en la chapa de uno de los cerramientos laterales. Benavides se mantiene apoyado en el umbral. Me siento, a tientas, en un toco de madera, frente a Don Juan. Afuera es primavera. “Aquí, se donaron terra boa d’aquí y desses campo ahí, tudo por ahí era dos franceses… Y depois dos ingleses... mais nos temo aquí desde a época da companhía francesa. Nos viemo aquí pra a companhía francesa… Vieron gente da minha mãe, ¿não? Eles donaron um destes terrenos pra nós. Nos temo aquí desde mil oitocentos cincuenta… Este… o homem velho eu não conhecí… mais a mulher velha sim conhecí… Este… Vaz, Vaz é… os donos destes campos que estão aquí… A mulher… da nossa gente… compraron… compraron do Artigas a ceim pesos da aquela época a legua. ¡A legua! ¡Não a cuadra!”308. De acuerdo con Don Juan, entonces, su familia fue una de las primeras en avecinarse en la zona de Cuñapirú, aunque no hacia 1850, sino más probablemente unas tres décadas después, cuando ya estaba instalada la compañía francesa. Él mismo es, casi seguramente, el último de los pobladores originales de la zona309. “Fas sein… centos seis anos… que moro com meus familiares, todas filhas… cento seis anos (…). Había um lote de casas aquí… Isto era um povinho. Agora no fica nada. Esa Los testimonios de Don Juan López que presento acá fueron tomados de las dos entrevistas en profundidad que mantuve con él en su casa (el 11 de setiembre de 2004 y el 26 de octubre de 2005). La trascripción respeta fielmente su habla en portuñol (así se le llama en la región al DPU –dialecto portugués del Uruguay– o, como actualmente prefieren los lingüistas, al portugués del Uruguay), y es fruto del trabajo que con gran dedicación y pericia realizó Joni Ocaño. Las dificultades de esta trascripción son considerables, sobre todo si se tiene en cuenta que el portuñol es una lengua (o una variante dialectal) ágrafa. 309 Ya no. Don Juan López, Passarinho, falleció en el año 2008. 308 230 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … gente velha de Corrales, tudo mundo me conhece, eu sou más velho que eles… Eu so o único que vo ficando, os demais morreron tudos. Sou o único que fica aquí”. Y, naturalmente, parece conocer la zona como nadie: “este puente ta ahí desde o ano… no ano trinta y… ¡no ano trinta! Desde ese puente da ahí… Era aquí… deixa eu ve… ouve dois passos… ouve tres passos aquí… O primeiro passo, que eu conhecí… pero não cruzavam mais por ahí… cuando eu vim… pra baixo… Bueno, despois u segundo passo ahí desce u passo das pedras que ta alí… la embaixo… Era mais em baixo, como duas cuadras… Lá era um passo, bueno, la eu cruzei cantidade… Saía na carreta… Eu era carreteiro… Saía lá naquela estancia do Isasa, emriba alí… Saía alí… d’alí pra volta ahí... Bueno e despois… este… cuando us inglés tomaron conta… había… Nu tempo da companhía francesa, ¿não?”. El portuñol que habla, apretado entre los dientes, me resulta bastante hermético. Benavides intercala algún comentario, como para ayudarme a entender mejor. De todos modos, mi dificultad con el portuñol –o con ese portuñol– me exige un gran esfuerzo de concentración. Cuando no lo puedo sostener, y más ahora que mi visión ya se ha acostumbrado a la penumbra, mi atención se desplaza hacia otras cosas: el rostro de Don Juan, curtido por el frío, el sol y los años (¿por la pobreza?), las arrugas profundas, decididas (¿por el dolor?), la barba blanquiamarillenta, el gesto áspero (¿por la soledad?), la mirada torva y confiable a un mismo tiempo, las manos temblorosas, aún cuando arman con destreza, una vez más, un tabaco Toro. Es difícil adivinar su edad, ni siquiera con base en su decir, salpicado de contradicciones: “fas sein… cento seis anos… que moro aquí, com meus familiares, todas filhas… No ano novecentos. Sim, cento seis anos. A minha mãe era brasileira e o meu pai era paraguaio… Mais eu sou uruguaio porque eu sou nacido aquí… sou nacido no ano deceseis… o veinticuatro de junio do deceseis”. Don Juan fue un buscavidas, como no podía ser de otro modo, o casi, en un lugar tan sometido a la alteración periódica e imprevisible de las posibilidades de empleo. “Sempre trabalhei, sempre… desde… ¿Sabe? Desde antes eu trabalhava, desde a época dos ingleses eu trabalhava en las minas… Había hasta luz ahí… Sim, me decían Juan de los pájaros… Pero ya não importa, pero… Eu nunca vi um… Era uma 231 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … época que… Y eu trabalhei aquí, anos aquí… por conta du Estado, ¿né? Na mina Pirú. Desde antes eu trabalhaba… Trabalhaba cuatro, cinco meses… pagaban… Despois… não pagaron nada… Entregarum pra u Estado pra não pagar mais impuesto… Mentras tomó conta eu trabalhei numa granja… ahí do otro lado, du parador aquí… Despois que terminó a… aquí a cuestión da… da… cuestión contra u Estado, ¿não? Bueno…. foi no ano mil novecentos trinta yyyy… ¡trinta y nove! ¡Trinta y nove!... Eu trabalhei, eu trabalhei… na mina Pirú, cinco anos cuando tomó conta… porque estavam os inglés… o Estado na cuestão da mina ahí… Despois levarom pro Estado e ficou tudo parado… Eu trabalhei anos ahí…eses anos todos eu trabalhei ahí… no trinta y…”. Don Juan es parte de la historia de Cuñapirú, que es decir parte de la historia minera de nuestro país. No dejo de pensar que estoy frente a quien quizás sea el único sobreviviente de quienes trabajaron en la planta de Cuñapirú y en la mina de San Gregorio cuando la UTE se hizo cargo de la explotación aurífera. Un tipo raro, sí. Le pregunto, por tercera vez a lo largo de la conversación, por qué lo llaman Juan de los pájaros. Intuyo que esta vez no eludirá el asunto. “Bueno, este… agora voce vai vé, cuando ista cuestião que aquí paró, paró a… Se tapó aquí, não había trabalho, não había nada… neim nas estancias… Tudo, tudo ficou trancado, ¿né? ¿Qué fazer? Bueno, y era uma época que… Os passaros comían tudo, a gente plantaba y os passaros batían em tudo… Bueno, y… naquele tempo não había mais trabalho, si voce iba esperá trabalho, morría de fome. ‘Vou inventá alguma coisa’, pensé. Fui y conseguí… e inventei de cazar passaros y, entonces… Empecé cazar por aquí canarios y coisas, ¿não? Na volta… Eu gosta de esas coisas, hay mirlo no cerro, no Miriñaque… Cuando veio a sessão de cardenal, me pasei alí pra o outro lado de Corrales, mais oia andei na 6ª, no Cortume. Andei, andei por aquela zona tudo alí… mais adiante… Tudo, tudo tinha recorrido. Tinha conhecido alí, ¿não? Cazando… pra fazé o dinheiro, ¿não? Eu cazaba por lá y… me trazía no ónimo. Y cuando não –que tava o finado Lito, o irmão dele, estão mortos os dois– o Lito Núñez… Eles me dechavam aquí donde a mulher dele vivía, aquí… y daquí cuando eu vinha eu levava pra Rivera pra um comercio que había, se chamava El zorzal. Bueno, eu vendía por ahí, pela aquela zona… Mais eu penso: si eu vendía um 232 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … casal de cardenal por ceim pesos alí en Rivera, alí no El zorzal y outras casas alí, eu vendía por duzentos em Santana. La pagabam dinheiro… Y seguro si comprabam pra revender… Mais é tal negocio, ¿não? In isso eu tive mais o menos cuatro anos… Bueno, y por isso me botaron ‘o passarinho’”. Siento que es hora de dejarlo tranquilo e irnos. Ya afuera de la casilla, le prometo que voy a volver a seguir conversando en algún otro momento. “Bon”, fue su lacónica respuesta. Pasó un año desde aquel día. Ahora llego solo. Fiaca me olfatea. Don Juan está a unos metros de la casilla, amontonando unas ramas de espinillo, creo. La misma ropa que en nuestro encuentro anterior: camisa de abrigo, a cuadros, de colores desvaídos, pantalón gris, amarronado por el tiempo, alpargatas con los bordes deshilachados. Levanta la cabeza. No sé si me reconoce. (Me dice que sí, pero me parece que no.) Vuelvo a sentarme en el mismo lugar, esta vez sobre una piedra tallada prolijamente. Apoyo una Velho Barreiro en el piso, casi entre sus piernas. “Hoy tengo sed”, le digo al pasar. Me pregunta cómo me llamo. Le hablo de mi familia, de mi ciudad, de mi trabajo. Don Juan se levanta de su toco de madera con alguna dificultad. Trae dos vasos, uno de vidrio grueso, el otro de plástico. Le digo algo sobre la crecida del arroyo, como para decir algo. El hablar de Don Juan es desganado, entrecortado. Cada tanto se queda en silencio y arma un tabaco. Lo sigo, con el silencio y con el tabaco. Las pausas son largas. Farfulla algunas cosas ininteligibles. Sus palabras recién empiezan a fluir cuando habla de su familia. “Meu pai era paraguaio. (…) Meu pai… era bandido… daquí do Uruguay… era maragato… Meu pai, ¿não? De São José… que oje não se diz maragato, pero… vaya que me peguem um tiro, ¿não? Oje são josefino… josefino. Meu pai era sobrino de Francisco Solano López, o mariscal, muito conhecido, ¿conhece? Está nos libros. O ditador. Bueno, eu perdí… meu avõ morreu aquí… o pai da minha mãe. Minha mãe veio no ano mil oitocentos oitenta e cinco… Com quinze anos… Sim… bueno, ela veio aquí de soltera, ¿não é?... Depois veio meu pai do Paraguai, ¿não?... Se casó com minha mãe. Minha mãe veio com meu avõ e com meus tíos, ¿não? Porque meus tíos eran Fernández por parte do meu avõ, ¿não é? Meu avõ era maragato, minha mãe era Antúnez Percíncula… Fernandez… Antonia Antúnez, parienta dos Antúnez de Odorico 233 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Antúnez, ¿conhece? Minha avõ era Antúnez… a minha bisavõ era Antúnez de Percíncula… casada com Fernández… Bueno… e a minha mãe vinha a ser Fernández… Fernández. Por mãe, Antúnez, y por pai, Fernández… O Fernández era aquele maragato…”. Después de un rato empiezo a sentirme más cómodo, y creo que él también. La canha branca quema. Le pregunto si tiene alguna anécdota de la época en que la compañía inglesa estaba instalada en la zona, o de algún personaje interesante de Minas de Corrales. La memoria de Don Juan se va haciendo cada vez más prolífica, hasta fantasiosa por momentos. “O Santiago Quiroga, ese que eu le digo, que era o dono dalí, o propio dono dalí y daqueles terrenos que tá pra vender… Era o correio, que naquele tempo era pra carregá a correspondencia –não había auto, não– y em jardinera con cavalo… lá no Passo do Cerro era em jardinera… Tava o Santiago Quiroga y tava este otro aquí fora aquí du… que era dos correio u da jardinera puxado a cavalo… o Santiago Quiroga y tava esta otra casa ahí… perto du… ahí onde está o abasto enseguida pra lá… O Romero (…) ¡Ah!... Mais eu le digo… Aquí no Uruguay não había nada… neim auto do Brasil, nada… Había carro, carreta, u… coisa, aquí não había nada… ¡Um bagazo! Había sõ vaca… Cuando entonces… cambiarom pra cá ficou mais pertinho… a volta da estancia para vim aquí… Vaz a volta por esas torres ahí emriba, todas esas colunas… Cuando viam aquí tinham que dar a volta tudo, ¿né? Y traziam tudo a carro e carreta ¿né? Y… bueno… porque caminhão não había, neim auto tinha. Me recordo um día que apareceu um auto aquí, me lembro que era uns dos primeiros autos alemão: Dodge, aqueles… Dodge sim, até oje hay… Us auto Dodge. ¡Éh! Pois é, pasava um auto…, era poblado aquí… saía toda a gente oiá vim, mais era um abismo aquilo! Ninguém conhecía… ¡Uh! ¡Até us animal disparavam!”. Don Juan empieza a soltarse. De a poco voy entendiendo su narración. Vuelvo a llenarle el vaso. Sin abrir la boca, lo animo a seguir hablando. “Bueno, despois o primeiro que compró auto foi… este u Romero… Qué cochera velha ¡ché! Caminaba e vocé daba un garrotazo nela e saiam correndo… Pero… cuando lá pegaba un barquinazo y… ficavam sentados… O primeiro coche… O primeiro auto ya vinha com Santiago Quiroga… Um filho dele aquele du… que mora alí perto daquele parador alí du… O velho aquele o… O gringo aquele… Bueno, 234 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … o Quiroga cruzaba aquí neste pasto y nas pedras aquí… más pra cá ¿não? Bueno, e um día veio um alemão… Tinha um auto velho… um Dodge… y o homem veio rozando as pedras alí y nós trabalhando aquí na represa… O causo e que levantarom as compuertas das turbinas y represó… y caundo chegou um meio tapó u auto, que era un auto pesado em baixo, ¿não? Y ficou morto no meio d’agua, cheio da agua, ¿não? Bueno, o homem saiu, naturalmente… Se apagó o motor e o homem saiu.. y foi pedir pra sacar o auto y veio o homem velho que tava lá, que eu era peão dele naquele tempo, ¿né? Y o homem velho com uma yunta de boi y cadena y tudo y eu com um cavalo… pra puxar os boi novo… y saquemo o auto. ¿Y sabe queim era u…? Ahí tava u campeão ese que é filho do velho o… da radio de Corrales… Andino. Este… bueno, veio o pai dele y bueno… Despois que saquemo o auto botemo lá fora… se puxou… de arrastro, ¿não? Y eles chamaron o Andino… pai d’estes Andino, ¿não? Y veio um sobrino meu que e casado com a filha daquele outro (…). Bueno, veio o Andino, tinha um galponzinho alí donde tá o Marcelo, o Marcelo Nuñez. Foi tirando aquí no pasto, ya não era nada de delicadeza, nada de tábua, nada de mesa, nada. Aquí no pasto nomás. Agora, no outro día, veio, olhó y aquelas peças que tavam secas foi colocando no Dodge mais ¿cuándo termino de concertar o motor? Y diz o alemão, dize: ‘tá pronto, pode funcionar, pode marchar nomás, mueva la palanca aquí’. Y bueno assim que… o pai dèste aquí… dice: ‘si el coche no marcha, si el auto no marcha –dice– entonces tendré que ir yo, de lo contrario…’. Mais, olha, o alemão subiu no auto y moveu a palanca, moveu os cossa que tinha, mais saiu arrancando ahí… y diz u pai deste aquí… ‘¿cuánto le debo, señor?’ Eu le digo a realidade, ¿não? ¡Realidade! Disse: ‘¿cuánto le debo, señor?’ ‘Voce me debe um…’. Pediu uma botella de canha, porque era muy canhero o velho, o que pasa que o litro de canha valía seis, oito real, valía. O alemão foi, mandó buscá, había um comercio alí arriba y… aquí había outro… y alí había outro, alí… Mandó buscá dois litros de canha y deu ceim pesos pra o velho Andina. ¡Má! O velho saíu… Pero ya le digo, o velho era campeão… O pai deste Andina, du radio. Não, não, era campeão, ¡o velho era campeão! Y naquela época não había auto, era os primeiros que vieron. Cuando aparecía um auto aquí, os primeiro que aparecerom, se levantabam todo o povo e vinham pra ve aquele barullo, era un monumento”. 235 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Le insisto para que me cuente alguna historia de aquellos “viejos buenos tiempos”, los del trabajo en las minas. “Bueno, agora… este… despois cuando terminou esta cuestião que eu tive enterrado ali um… Onde tinha a cabina, numa mina alí… Bueno, entonces paró aquí a cuestião das minas aquí… Pero ya saiu o Estado daquí… Bueno entonces eu fui, antes de terminar, eu fui alí… Nós tava limpando uma galería y… Tavam a gente limpando e secando o pozo… Tinha un riel pra baixo do pozo… sentado sacaban agua, y ahí entonces adonde a boca que sacaban u material do pozo… corría numa valheta… pra baixo, ¿não? A agua sacaban do pozo y despejavam alí no… no corredor aquele do valho que é da galería. Da galería pero fora, fora… Bueno y… nós ta limpando y tava sõ a boca –a boca cheia de pedra– entonces, sacavam na… y largavam alí y saía por um lado que nós tava limpando –no valho aquele– bueno, y cuando foi as oito da noite, mais o menos, recibí… Comenzó… as oito por ahí, empezó… Trabalhava por turno… u capataz até, u que comandaba lá, que era u… Bueno, que tal vez vocé conheceu, u… pai de este velho da zona, de este velho, o pai dele. Bueno ele a mim nunca me fez mal, bueno ele era o capataz… Bueno y as oito da noite com agua que largavam de lá do pozo chegava donde nós tava limpando. O lugar era chocho, era… Não era pedra, era um… como vo dizer… Não era um material duro pero com a agua… chochó… y desbarrancó… Nos tapó –uma escombrada, ¿não?– y nos tiró a parede. Deste lado tinha um barranco d’aquí y tinha como cuatro metros de alto… Y entonces por esas casualidades, ya le digo, sõ no frente, na boca da galería era pedra, era escombro… Y vai y que vinha digo y vo botá uma barra lá inrriba y una corda… Vocé entende, ¿não? Foi y se botó lá inrriba com uma barra o un poste lá y se botó uma chuva que vinha aquí donde nós tãva, largaba agua do pozo que cruzaba ahí… desbarrancó aquele lado, aquele… Y empezó a desbarrancá que me atullió alí… Y o outro compañero tambéin tava até por aquí, y –se chamava Pedro, Pedro Santana se chamava–. Y eu digo, ‘mais ché’ –eu não podía saí, tava tapado até por arriba–, y eu dice: ‘morremos tudo afogado aquí’. Y ele foi, se agarró na piola y como pode se me veio y… Foi lá a pedi auxilio au… ali a cincuenta metro pra riba, no posto central, ¿não? Y vieron os homem. Y cuando vieron, eu tava tapado até uma altura asim, como vinte metro da cabeza, y com picos, com coisas, eles cavaron, entraron lá como poderom, porque… Bueno, o certo foi que 236 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … me sacaron dalí as oito, oito y poco, me sacaron dalí. Pero… entonces eles cavaron com as mãos, com picos não excavarom, si não capaz que arrancan até…y bueno, como poderom me sacarom. (…) Cuando demo volta, que nos caminhemo fora, me levaron agarrado, ¿não? Este… me levarom uns dez metros pra a boca, cuando eu olhei pra lá… ¡Má! Tava parelho com o campo o barranco aquele, ¿não? Bueno, tive… dalí me trouxeron de noite pro hospital… o doutor que me atendeu era o doutor… Lockart. É e tava o… outro era um… negro, bastante preto… um escravo… do Paraguai, ¿não? Bueno, este… y tava o Lockart, ¿não? Bueno, até hoje –porque eu gosto dele– y… naquela época que había o cuartel alí en Corrales em… Em na azoteia... Bueno, y… este… –era o doutor de lá– y disse o… Cuase as nove da noite, y diz u… que pasase pra examinar o outro y disse o tal de Ros –eu conheci tanto o Ros como ese outro o… Davison–, que era muito conhecido, foi o primeiro meu doutor, bueno y disse: ‘ché, ese negrito… che, y a vos ¿qué te pasó? ¿Dónde te lastimó?’ ‘Por aquí y tal…’. Y vai, mais olha, nunca escapa dele… Olhó, olhó… y disse: ‘mirá’. Disse –eu quero que voces sepam coisas beim mesmo… um poco de historia dele, ¿não?–… Disse: ‘mirá, si en la canilla no te lastimaste, bueno, menos mal entonces’, disse. ‘Entonces vos estás a salvo porque la muerte del negro siempre pega en la canilla o en el garrón, la muerte del negro’. Don Juan parece disfrutar mientras habla y mucho más, creo, mientras se escucha y me descubre escuchándolo con atención. “Bueno, despois me tocó a mim… Eu tive enterrado… pero não me asfixiei porque largavam agua de riba y o aire da agua… Porque si não, si é terra nomás eu tinha morrido, eu tive enterrado, terra com vinte, o trinta centímetro da cabeza pra riba... Bueno e diz o Ros, no hospital, porque de lá o capataz da mina foi queim nos trouxe no hospital –de noite– lá chegando no hospital… que nos trouxe y não, o capataz das minas que vinha a Corrales a pé… A pé… de lá da mina… Y daquí foi um auto –porque tava o caminho de São Gregorio–, quinze quilómetro… Nos chegemos au hospital cuasse as dez… Eu sei que nos examinaron. Y depois nós viemo pra cá, ¿não?... Bueno, eu sei que no final de contas para terminá a historia eu tive… tres… dois meses no seguro… Y despois numa dessa paró, trancó as minas que… Se terminó… isso do Estado y –eu tava no seguro– y o doutor… Eu le 237 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … digo… não vou le contar coisas. Bueno, entonces veio o… gostava muito de jogar o casino… y entonces eu tava no seguro y vinha o coisa… o listador daquí, ¿não? Eu sempre andaba com um bastón despois do accidente, ¿não? Y eu caminhaba perfeitamente, y cuando eu via o auto que vinha dahí, eu ía rengo. ‘Y ¿cómo va usted ahí?’. ‘Voy mal, ando embromado’. Daquí poco pasaba o auto… Bueno, eu sei que ao final de contas, eu tive… Bueno terminó, cerraron aquí, terminó as minas y eu fiquei no seguro… Y vou no doutor, no Lockart y… ‘¿Tás bien?’, disse. ‘Toy bien’. Tive tres mes no seguro”. Le pregunto si vio funcionar a “la Clotilde”. “Sim, claro, vocé vai ver”, me dice. Se levanta y me invita a acompañarlo. Fiaca suspende su siesta y se pega a Don Juan. Camina con dificultad, apoyándose en una vara de sauce que usa como bastón. A unos pocos metros de su casa, al pie de un tupido cañaveral, quedan los restos de un pequeño puente. “Por aquí, ao costado de esse terraplén, passaba O Santa Clotilde”. Al llegar al arroyo, entre arueras y sauces que él mismo plantó, Don Juan me muestra el lugar donde pescaba cuando era más joven y el pequeño muelle que construyó para amarrar su bote. Mientras caminamos por el monte de regreso a su rancho lo traigo al presente, a su vida cotidiana, a sus rutinas. Me cuenta que vive bien –“agora tenho uma pensão”, aclara–, que le gusta leer y, mais que nada, la música. “Mais música boa, ¿é?, folclore, típica, Gardel… Nada de coisas de gringos”. No parece gustarle hablar de su mundo íntimo. “Paso beim… Eu tive uma companheira… oito… dez anos… Despois as coisas não caminaron”. Lo dice sin carga afectiva alguna. No insisto, convencido de que la próxima vez intentaré hurgar en sus afectos… y de que habrá una próxima vez. “Nací aquí… y aquí quero viver… Antes tinha quinta aquí… carro y cavalho, y vendía no Corrales. Ahí tein é mazega nomás… Aquí… toda a vida… y eu tinha aquí a minha mãe. Nunca pasei mal… Alí ese terreno, esta casa, y aquela outra é minha… Feita por mim… Eu fiz esta casa, fiz isto tudo. Y o día que eu morra, bueno, que tome conta o diabo, se não…”. 238 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … soul landscapes, soul mirrors: un paréntesis bucólico en la pesquisa etnográfica El día está esplendoroso: sol de octubre, cielo límpido, una brisa despareja y estimulante, las sierras recortándose azules en la bruma del horizonte del sur. Cabalgo en un “Rutas de Oro”, ruidoso y desvencijado, que me obliga a una concentración muscular zen cada vez que intento cebarme un mate. Pero el viaje es tremendamente disfrutable. El paisaje de la ruta 28 hoy se despliega como la cola de un pavo real. (El panorama que a cada lado ofrece la 28 es distinto en cada viaje, pienso, como si el paisaje poco antropizado del entorno estuviera engranado con el del alma y el de los espejos). Los cerros oteando verdores casi vírgenes, pinos jóvenes, charabones espantados por el ruido del Rutas, garzas blancas, chajás, aguiluchos, apereás, insólitas aves zancudas en charcos azules, formaciones parabólicas de patos salvajes (¿o son biguás?), cada tanto algún tropero en su mundo sin tiempo. Presiento que estamos por llegar –ya va más de una hora y media de viaje– y entonces recuesto mi cabeza contra la ventanilla para poder mirar hacia delante, anhelando ese instante único en el que las casitas de Minas de Corrales se aparecen como una platea salpicada de blancos en la ladera del cerro. Me turbo cuando una señora canosa, bastante más elegante que el resto de los pasajeros, se levanta de su asiento y camina hacia la puerta. El ómnibus se detiene, la mujer baja y se queda al costado, esperando. Se abre una de las puertas de la bodega y su cara interior queda a veinte centímetros de la mía: me arruina el paisaje. Sube un hombre con sombrero de paja que mira con miopía y ansiedad entre las filas de asientos. José Alfredo me saluda brazo en alto y con ademanes me indica que me baje. 239 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … –Hola mamá, él es Fernando, anda por acá de visita. Nos subimos a una camioneta roja que avanza levantando polvareda por un camino flanqueado por álamos. José Alfredo intercambia novedades con su madre y no titubea al momento de exhibir su saber. –¿Lloverá, José Alfredo? –Y mirá, mamá, a la mañana los chajás estaban allá en la sierra, así que mañana clavado que llueve. La camioneta se detiene. José Alfredo se baja y cierra con cuidado el candado de la portera. Cosa rara, portera con candado, pensé. Al fondo del camino, a unos doscientos metros, un casco de estancia, blanquísimo y con aire sereno. Frente a un gran portón metálico estaban de charla Sonia (su nuera), Cristina (su hermana) y Alicia (su esposa). Las cuatro mujeres desaparecen por el costado de la casa. José Alfredo me invita a entrar por el galpón. –Éste era el tambo, llegamos a tener de a dieciséis vacas a cada lado para el ordeñe. Recorremos las instalaciones: una pieza para el descremado y enfriado, otra para hacer manteca, otra más chica para... Volvemos al galpón y pasamos a la pieza siguiente, tan alta y espaciosa como la anterior. Me llama la atención el entrepiso de madera, bastante nuevo, balconeando sobre la doble altura del corredor. A un costado, un horno de pan que aún conserva su dignidad. El tour se hace cada vez más interesante, a 240 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … medida que José Alfredo me muestra cada rincón y empiezan a asomarse historias de la época de bonanza. –El tambo llegaba hasta acá, esta pared y el entrepiso se hicieron hace un par de años. Mi cuñado, en realidad mi ex-cuñado, consiguió una plata canadiense y se mandó esta reforma. ¿A quién se le ocurre? Habrá gastado no menos de sesenta, setenta mil dólares. Salimos por una puerta lateral. El campo, abierto, se despliega en todo su esplendor. Trescientos sesenta grados de horizonte serrano, manchones de montes de eucaliptus, algunas casas a lo lejos y ese silencio campestre, de inmaculada pureza bucólica. Hacia el este, por donde pastan las vacas, resplandece el primer Cezanne; el resto es todo Poussin. Extrañamente, siento algo parecido a la felicidad. Yo, tan urbano y urbanizado, insuflado de plenitud virgiliana... José Alfredo extiende su brazo, indicándome sin ningún atisbo de pena hasta dónde llegaban sus veinte hectáreas y hasta dónde las mil cuadras que habían pertenecido a su abuelo. –Ves, más allá del horizonte, pasando ese monte de eucaliptus... Y por allá, del otro lado de la sierra... Y de aquel lado, pasando la última casita... Todo Cezanne y todo Poussin habían sido de su abuelo, a quien José Alfredo no dejaría de mencionar durante toda la tarde. Muerto José Oruezábal, sus descendientes se repartieron las tierras. El predio donde estamos ahora, incluyendo el casco de la estancia y la camioneta, es todo de su hermana Cristina, que compró las partes que habían heredado sus hermanos. A José Alfredo sólo le quedaron veinte hectáreas, suficientes, me dice, para ocupar su tiempo con unas pocas vacas que ordeña sólo para el consumo familiar, la producción apícola y algún cultivo hortícola de estación. Aparece Alicia. El almuerzo está servido. La cocina-comedor, muy espaciosa, todavía conserva el antiguo equipamiento: cocina de leña, picadora de carne a manija y alguna otra reliquia avergonzada entre electrodomésticos de última generación: multi-procesadora, horno de microondas, heladera con freezer, cocina embutida en una mesada algo arrogante. Sonia, siempre plantada como nuera, hamaca un cochecito Gracco con un oruezabalito de dos meses, el primero de la sexta generación corralense. Me presentan a don Graña, un hombre en ropa de fajina que está a un costado, incómodamente sentado, imperturbable. Por la izquierda, José Alfredo levanta un mosquitero y me ofrece galleta de campaña. Por la derecha, 241 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Cristina sirve osobuco con arroz. Enfrente, Alicia me pregunta por mis intenciones. Don Graña –quien, vaya uno a saber por qué, recibe doble ración– masculla el portuñol más puro e indescifrable que había escuchado hasta ese momento. (Claro, todavía no había conocido a Passarinho.) Me gusta la madre de José Alfredo: aprovechen hoy, porque después de veinticuatro horas uno deja de ser visita. Y ahí me pongo el delantal y no me lo saco más. El almuerzo, en fin, discurre sereno y afable. –Fernando, si te parece me acompañás a hacer alguna cosita al campo y mientras tanto conversamos. La invitación me tranquiliza. Me da un sombrero de paja y rumbeamos hacia el campo. La charla de José Alfredo es, como siempre, amena. A los diez minutos, casi sin darme cuenta, estoy ayudándolo a arriar unos terneros. Me explica que había vendido casi todo el ganado que tenía y que sólo se había quedado con tres vacas y tres terneros. Cuando llegamos frente a ellas, las vacas no se mueven y siento que me miran fijamente. José Alfredo lanza una carcajada. –Mirá cómo se quedan, duritas mirándote. Te están reconociendo. Si cuando vengo solo siguen comiendo pasto como si nada... Confieso que el descubrimiento de la posibilidad de inteligencia en la vaca me desconcierta. Desviamos un poco el camino para llegar hasta el recinto alambrado donde están tres toros normando, grandes y desconfiados. José Alfredo me cuenta sobre las bondades de una balanza electrónica –la única por estos pagos– y me explica cómo funciona el cepo; desde encima de un entarimado del otro lado del alambrado, me invita a tocar al más grande de los toros. –¿A cuántas vacas monta cada uno de estos?, pregunto como para mostrar que conozco del asunto, aunque lo que me tenía curioso –y no me atrevía a preguntar– era cuántos animales tenía su hermana. –Y, cada uno sirve a unas sesenta vacas. Me pide que me quede en una esquina contra un pique de eucaliptos y, ya a salvo, suelta a los toros. Cruzamos un par de alambrados y volvemos hacia las vacas, que se habían dispersado un poco. El antropólogo urbano arriando vacas, gritando un ea-ea que ni las vacas se lo creen, y cada tanto obligándose a acariciarle el lomo a un perro rubio, Gurí. Las vacas nos muestran el camino hasta un cobertizo. Ahí nos reciben cinco o seis perros que me producen un miedo visceral (que intento disimular, creo que con poco éxito). José Alfredo los espanta con un grito. Los terneros 242 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … quedan bajo el cobertizo tomando agua y José Alfredo suelta a las vacas. Le pregunto por qué separa a los terneros de las vacas. –Si quedan juntas, en un ratito ya están mamando, y ahí no las puedo ordeñar... Acá es donde las ordeño. Vaca con ternero no se ordeña, pero yo igual las ordeño, no me queda otra. José Alfredo me señala una casita chica, blanca y sencilla. –Vení que te muestro mi casa. Es una típica casa de MEVIR: pocas ventanas, galpón, dormitorio y baño. Nos sentamos en el galpón, partido en dos por una mesada alta de cocina. Le muestro mi sorpresa al descubrir que la casa tiene energía eléctrica. –Ah, esto es un lujo. Fijate, hasta heladera con freezer tengo... Y agua de OSE. Tener esto en el campo es un lujo. Fijate que hasta puedo trabajar con un taladro eléctrico... Me cuenta, entre divertido y orgulloso, su discusión con el arquitecto de MEVIR, y cómo lo fue cuerpeando hasta lograr cerrar la baranda destinada al ordeñe y ganar una habitación para la casa. Mientras caminábamos por el campo José Alfredo me había hablado sobre su hija Sandra, que está viviendo en Montevideo. Ahora me habla sobre cómo educar a los hijos, cómo sostenerlos a la distancia (“vos estudiá que yo te banco hasta que te recibas”, me dice que le había dicho), sobre la importancia de algunos principios, el valor central del esfuerzo y el sacrificio, el no bajar los brazos ante las adversidades, no hacerle asco a trabajo alguno y “siempre meter pa’delante”. Le pregunto por su hijo, extrañado de no verlo ahí. Hace algunos meses que Germán consiguió trabajo como peón en la empresa minera, y el salario ahí es tranquilizador. Así que José Alfredo se las arregla como puede en el campo, entre sus pocas vacas de ordeñe, sus panales y sus proyectos: “conseguí un crédito de Uruguay Rural así que voy a ver si empiezo a armar unos túneles para plantar sandía. Quiero ser el primero en llevar sandía a Montevideo, así les gano de mano a los demás”. A pesar de las abismales diferencias, se mire por donde se mire, veo “algo” en ese hombre, no sé exactamente qué, que me trae el recuerdo de mi padre. Por lo pronto, y a pesar de los pocos años que me lleva de ventaja, hablando con él me siento hijo, y no exactamente hijo de él. Me siento hijo a secas. Quizás se me filtra una sensación visceral de hijidad que no suelo sentir. De todas maneras, es raro. José Alfredo, apenas quince años mayor que yo, es de otra generación, y yo en su 243 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … humanidad (y en la mía) apenas soy un “muchacho” que quiere saber cosas sobre su vida y sobre la historia de su pueblo. Evito hablar sobre esto, como para preservar el disfrute de lo contingente, del estar-ahí sin procurar, en ningún momento, tomar las riendas de la charla. Ya habría oportunidad para la indagación etnográfica, para conversaciones más dirigidas... Estamos sentados a la mesa de su casita, hablando de bueyes perdidos, cuando aparece la boina y la cara colorada de don Graña en la única ventana del galpón. Volvemos hasta el casco. José Alfredo se mete en la casa y yo me quedo en el jardín posterior, sumándome a la conversación bilingüe y vegetal de Graña y la madre de José Alfredo. Le pregunto sobre un par de pitangueros hermosos que flanquean la casa, y la conversación deriva en la belleza del jazmín paraguayo, la nobleza del ombú y la escasez de mariposas. Desde un costado de la casa escucho el grito de José Alfredo: –Fernando, venite un poquito. En la cocina estaban las cuatro mujeres, aprontándose como para irse. José Alfredo, con cara de circunstancia, me dice que surgió un imprevisto, que tiene que ocuparse de un asunto, que lo disculpe, que es una verdadera pena. Alicia parece apesadumbrada por la interrupción de mi tarea, no para de preguntar si habíamos podido hablar y de disculparse una y otra vez. –No se preocupe por nada, José Alfredo, ya tendremos otras oportunidades. Y la verdad que pasé bárbaro, no me esperaba un día de campo. Alcanza con que me arrime a la ruta y espero el ómnibus. –No, no. Te acerco hasta el pueblo, si tenemos que ir para allá a levantar a Germán. Alicia sigue disculpándose. Me parece oportuno poner algo de humor a una situación que parece incomodar a todos: –yo no tengo apuro. A lo sumo se demorará un poco la erección del monumento de José Alfredo al lado del que le hicieron al doctor Davison, pero los héroes saben esperar. Apagadas las risotadas, José Alfredo, oportuno, también contribuye a la distensión: –otro día podés hablar con ella, dice mirando a su madre, ella conoce bien toda la zona. –Cómo no, pero sólo si me espera con delantal y con alguna cosita casera en el medio como para amenizar la charla. –Pero cómo no, y ¿qué le gusta? ¿dulce o salado? Cristina cierra todas las puertas con doble llave, casi obsesivamente, como si la casa fuera a quedar vacía por largo tiempo. José Alfredo le 244 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … advierte que tiene que volver por la noche a ordeñar. Vamos hasta la camioneta: la abuela arquetípica (ya bisabuela), Alicia, Cristina, Sonia y oruezabalito. José Alfredo viene un poco atrás, como arriándonos. Abre la puerta trasera y me obliga a subir. –No, José Alfredo, no entramos. Yo voy atrás. –Vos metete, me ordena. Desobedezco y abro la puerta trasera de la cabina. –Bueno, esperá un poquito, no te metas todavía. Sale del galpón y vuelve en unos segundos con dos pelegos en la mano. –Acomodalos ahí, uno para vos y otro para don Graña. Saca la camioneta del garage y cierra el portón metálico con candado. Lejos, en la portera, don Graña está esperándonos. El camino hasta Corrales es corto: cuatro quilómetros a marcha rápida. La piel de don Graña huele a tabaco Toro. Intercambio algunas palabras con él, haciendo bastante esfuerzo por descifrar lo que me dice. Enseguida entiendo que él prefiere el silencio, y que yo también. La camioneta se detiene frente a la casa de José Alfredo, en el centro de Corrales. Me bajo, saludo a Germán que nos estaba esperando en la vereda y me despido de mis anfitriones. Me quedo en la esquina, como quien espera un ómnibus, repasando y regodeándome con la imprevista y deliciosa jornada de campo vivida, complacido por el ambiente bucólico de Zanja de la Arena y la cálida hospitalidad de los Oruezábal. Así estuve, quién sabe cuánto. 245 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 246 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … ese é Queirós Faltan dos horas para las seis, la hora del “Boreal” que me llevará de regreso a Rivera. El pueblo está casi desierto. Como el jovencísimo Borges en su Buenos Aires de hace casi un siglo, me echo a caminar por las calles como por una recuperada heredad310. Deambulo por la avenida principal –la Davison– hasta llegar a Radio Real, la radio de Minas de Corrales. Converso algunos minutos con Don Eduardo Andina sobre mis planes inmediatos, y la charla inadvertidamente deriva hacia las posibilidades de éxito de cada uno de los candidatos a las inminentes elecciones nacionales y sobre otros bueyes perdidos. Subo el repecho de la calle 18 de julio hasta el canal de televisión. La puerta está entornada. La empujo, entro. Al costado de la mesa de trabajo de Amílcar Da Cunha, el propietario del Canal, una escena de neo-realismo italiano con algún aderezo telúrico, pacoespinoleano. Fernando, conductor-locutor-camarógrafo-notero del canal televisivo local y maestro de ceremonias de cuanto acto público hay en Minas de Corrales, trapea con fervor robótico el piso de baldosas (calcáreas, amarillas, 20x20). El televisor encendido, a un volumen demasiado alto, vomita Intrusos o algo así. –¡Por fin te veo trabajar! Fernando gira su cabeza y sonríe algo desconcertado. –¡Uy, llegó el antropólogo! ¿Qué te trae por acá? Mi tocayo está, naturalmente, sudoroso. Zapatos acordonados, pantalones de jean, camisa y corbata, escobillón en mano. Le pregunto por el programa. –¿Cuál de ellos? (Me cuenta que conduce cuatro o cinco programas, y que además hace cámara en dos o tres más.) Dejo al locutor-orquesta con su tarea y salgo a la calle, como queriendo tomarle el pulso al pueblo. Pero hoy hay poco pulso. Letargo de siesta, supongo. “Barrio reconquistado”, en “Fervor de Buenos Aires” (1923), incluido en Borges (1974:26). 310 247 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Me meto en el Club Obrero. Un par de muchachos juegan al casín, desafiándose sin cesar, otros dos miran, como si nada, desde una mesa. El encargado de la cantina está enfrascado en una riña a gritos con un parroquiano, al borde del uppercut. Atravieso el amplísimo salón y llego hasta el mostrador, con cara de etnógrafo a quien no le sorprende una simple riña de boliche. Pido una ginebra. –No, no tenemos... ¿Una cervecita? Me llevo una grappa con limón hasta una mesa, sin sacar los ojos del billar. El cantinero me alcanza un cenicero y un vaso con agua. Termina la partida de casín y se arma una mesa de truco. Cuando mi interés por el espectáculo comienza a decaer –ya se echaba la falta a cada rato, un despropósito–, salgo a la calle a esperar el ómnibus. Saludo a un mulato que acomoda algo en su carrito de helados. Me apoyo en el murete a disfrutar del sol y de la vista hacia la serranía que se abre entre el Club y el destacamento de Bomberos, a través de un terreno baldío donde cada tanto se monta un circo o un parque de diversiones. El hombre se acerca y me invita a la sombra del trailer instalado a unos metros. Le digo que no, gracias, prefiero un poco de sol. Hablamos sobre el tiempo, la sequía, la nada. –Voce não é de aquí, voce é do centro, ¿não é? A pesar de mi intención, con algún esfuerzo, de hablar mimetizándome con el tono nativo, mi “cantito” me había delatado. Por lo menos, me digo como para conformarme, el centro está más cerca que el sur. –Y, uno se da conta, acá somos tudos meios bayanos... Me pregunta qué ando haciendo por esos pagos. Le respondo en forma bastante vaga y lacónica, sin dar casi ningún detalle. Intuición etnográfica, creo o quiero creer. Y ahí hago lo que el hombre estaba esperando que hiciera: darle la palabra, preguntarle por su vida, su ocupación, dónde había nacido, cómo es la vida en el pueblo, cómo era antes, esas cosas… De alguna manera, darle existencia, habilitarlo, legitimar sus ganas –mal disimuladas– de hablar y contar. Don Adán Queirós es un veterano, de unos sesenta años, de piel oscura y curtida. De mañana es auxiliar de limpieza en el hospital, de tarde 248 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … recorre todo el pueblo vendiendo helados, en verano, y panchos en invierno; de tardecita abre su trailer y vende panchos hasta bien entrada la noche. Cuando se queda sin mostaza, me dice, pone los panchos a precio de oferta y con esas monedas sale a comprar mostaza. Si logra hacer algún peso más, también compra ketchup, y entonces ya puede ofrecer sus clásicos cachorros quentes. –Desde aquí uno conoce mais a la gente que cualquer cara, que cualquer professor, me dice, y acuso el golpe. Después de repetirme tres o cuatro veces que es analfabeto, y que entonces capaz que pronuncia mal alguna palabra, me habla, como queriendo ablandar su sentencia anterior, sobre la importancia de la familia, de la educación, de los valores. Tenho um casal, dice. Su hija está en Montevideo y él le está sustentando, a puro pancho, sus estudios de abogacía. –En um ano se recibe, si Deus quere... Me mira, entrecierra los ojos. –Viu, qué le parece, don, uma advogada na familia... Queirós es murguero de alma. Me cuenta de los cuatro tablados que hacía hasta hace algunos años y de cómo todo eso se fue muriendo. –El clube mató tudo, dice, ya no hay mais tablado. O negocio mató tudo. Agora el carnaval is négocio, se ve que fazen mais grana organizando bailes. Le cuento sobre el carnaval en Montevideo, le hablo de murgas, negros y tamboriles. Me doy cuenta de que las murgas corralenses poco tenían que ver con las actuales murgas montevideanas: no hay batería (bombo, redoblante y platillos) sino un solo tambor. Queirós se suelta y yo lo animo. Empieza a entonar las primeras estrofas de un cuplé, según me dice, de su propia autoría. Enseguida, una retirada. –Y... ¿ya no existe esa murga? ¿cómo se llamaba? El nombre me resulta fascinante, agudísima condensación de una absoluta e intransferible uruguayidad: “Hacemo’ lo que podemo”. (Hete aquí, pienso, en cuatro palabras, algunos reflejos de la configuración identitaria, siempre esquiva, que andaba buscando.) Lo saco de la murga y lo vuelvo a acomodar en sus saberes sobre el pueblo. Me cuenta, indignado, sobre una cosa que, enfatiza, muy pocos conocen. Bien cerca de donde estamos, en la ladera del Cerro de los Curas, está la cachimba que abastecía de agua potable a Minas de Corrales antes de la existencia de OSE. –Y está ahí nomás. E ninguem fala de isso. A dos cuadras veo venir el Boreal. Queirós me comenta sobre una película que se filmó en Minas de Corrales algunos años 249 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … atrás, que nunca se llegó a exhibir y que trata sobre la batalla de Masoller. Ya trepándome al ómnibus, me dice, subiendo la voz: –si la llega a ver, fíjese en el que aparece adiante, shutando uma carabina. Ese soy eu. Ese é Queirós. 250 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … el ethos corralense en el siglo XXI la diáspora de los sesenta Luego de la asimilación del fracaso frustrante de la explotación aurífera estatal de fines de la década del treinta del siglo pasado, la riqueza pecuaria de las tierras cuñapiruenses y la beneficiosa situación económica nacional e internacional dieron lugar a un período de prosperidad –la época de las vacas gordas– que, paradójicamente, bien podría calificarse como época de oro. Fue el período de florecimiento y auge de la Cooperativa y de la reactivación de la vida productiva, comercial y social de Minas de Corrales: el apogeo de las grandes casas de comercio y de las sedes locales de la institucionalidad estatal –la Escuela, el Hospital–, la emergencia y consolidación de los prohombres del pueblo –los grandes comerciantes, los grandes hacendados, los grandes médicos, los grandes músicos–, el esplendor de la vida social cotidiana encarnada en los clubes y en Don Bosco, los espectáculos artísticos, las actividades culturales, las fiestas de gala, los carnavales. Así fue durante un par de décadas, hasta que ya avanzada la década del sesenta se produjo, como ya he subrayado, la confluencia –coincidencia y co-incidencia– de un cúmulo de hechos y fenómenos de diversa índole que dieron lugar a la conformación de un nuevo escenario que preanunciaba las crisis que a escala nacional y local habrían de sumir a nuestra región en una prolongada depresión: el cambio de timón en la gestión de la Cooperativa y su posterior agonía y muerte, el nuevo trazado de la Ruta 5 (inaugurado en el año 1967), el mejoramiento de la comunicación vial entre Minas de Corrales y “el mundo exterior”, la extinción de las grandes casas de comercio (en buena medida, consecuencia de los tres fenómenos precitados), el declive de la calidad de la educación pública, la impericia de los gobiernos locales y departamentales… 251 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Eso no fue todo. Como consecuencia de ese nefasto cúmulo factual, en los años sesenta “el pueblo se vació”, vaciamiento que también operó, circularmente, en la creciente profundización de la depresión en curso. Selva Chirico me presenta un lúcido análisis de la coyuntura iniciada en aquellos años: “fue esa generación que hoy tendría sesenta y cinco años la que hizo el quiebre. Esos buscaron la modernidad, se fueron del pueblo a estudiar, fueron los primeros egresados del Liceo, de ese liceo que fundaron nuestros mismos padres para que sus hijos pudieran estudiar en el pueblo. Y los mismos que trabajaban en las minas son los que fundaron el Liceo. Y eso no es un dato menor. Había una mentalidad empresarial. Yo digo siempre que tiene algo que ver con esa mentalidad de la que hablaba Pareto, por analizarlo desde la mentalidad del siglo XIX: eran emprendedores; buscaron el dinero, hasta podría decirse, más fácil que en el ámbito rural en su momento, porque a lo mejor la fiebre del oro aparecía como más simple o más redituable a corto plazo. Pero mantuvieron esa mentalidad y se la transmitieron a sus hijos. Y esa fue la generación que levantó el pueblo, que hizo, por ejemplo, la Cooperativa. Entonces, ¿qué pasó? En los años sesenta, como en todo el país –eso está sociológicamente estudiado– hubo todo una diáspora desde el mundo rural hacia la ciudad. Y se fue todo el mundo. Y entonces el pueblo se nutrió de la gente que venía de otros lugares, de otro mundo más rural que se venía al supuesto mundo ‘urbano’ que era Corrales. Y esa gente no recuerda nada porque no sabe nada. Y porque los referentes dejaron de ser los herederos de las minas: pasaron a ser otras personas. (…) Entonces, esa gente que se fue, ¿qué memoria puede transmitir, si no está?”. 252 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … donde por no pasar ni pasó la guerra No me lo dijo Selva, pero se desprende de su análisis: sin presencia, sin permanencia, no hay memoria local, sin memoria local no hay desarrollo endógeno sustentable. (Ésta será una de las cuestiones de las que me ocuparé en la última parte de este libro.) Como sea, la diáspora corralense de los sesenta dejó cicatrices profundas, por lo menos en los que se fueron. “Si tuviera que describir Minas de Corrales”, me dice Selva, “hay dos imágenes que yo tengo, que no son mías: una es la de ‘El pueblo blanco’, aquella de ‘dormido en un barranco’… y ‘por no pasar ni pasó la guerra’311, que es la sensación que yo tengo del pueblo de los años sesenta, y tal vez de años posteriores aún más (pero ahí yo ya no vivía en el pueblo, y por lo tanto no es válido). El pueblo en el que las noticias llegaban a dos o tres hogares, que eran los que comprábamos el diario El País, que venía en la ONDA a diario, los que escuchábamos la radio… y poco más. Después El pueblo blanco que evoca Selva es el que describe con singular ternura el poemacanción homónimo del catalán Joan Manuel Serrat: Colgado de un barranco/ duerme mi pueblo blanco/ bajo un cielo que, a fuerza/ de no ver nunca el mar,/se olvidó de llorar. Por sus callejas de polvo y piedra/ por no pasar, ni pasó la guerra./ Sólo el olvido.../ camina lento bordeando la cañada/ donde no crece una flor/ ni trashuma un pastor. El sacristán ha visto/ hacerse viejo al cura./ El cura ha visto al cabo/ y el cabo al sacristán./ Y mi pueblo después/ vio morir a los tres... Y me pregunto por qué nacerá gente/si nacer o morir es indiferente. De la siega a la siembra/ se vive en la taberna./ Las comadres murmuran/ su historia en el umbral/ de sus casas de cal. Y las muchachas hacen bolillos/ buscando, ocultas tras los visillos,/ a ese hombre joven/ que, noche a noche, forjaron en su mente./ Fuerte pa' ser su señor./ Tierno para el amor... Ellas sueñan con él,/ y él con irse muy lejos/ de su pueblo. Y los viejos/ sueñan morirse en paz,/ y morir por morir,/ quieren morirse al sol. La boca abierta al calor, como lagartos./ Medio ocultos tras un sombrero de esparto. Escapad gente tierna,/ que esta tierra está enferma,/ y no esperes mañana/ lo que no te dio ayer,/ que no hay nada que hacer. Toma tu mula, tu hembra y tu arreo./ Sigue el camino del pueblo hebreo/ y busca otra luna./ Tal vez mañana sonría la fortuna./ Y si te toca llorar/ es mejor frente al mar. Si yo pudiera unirme/ a un vuelo de palomas,/ y atravesando lomas/ dejar mi pueblo atrás,/ juro por lo que fui/ que me iría de aquí... Pero los muertos están en cautiverio/ y no nos dejan salir del cementerio. 311 253 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … sí, con el transistor que se generalizó, bueno, todos sabemos el proceso vinculado a la tecnología en ese sentido. La televisión demoró muchísimo en llegar a Corrales, porque las ondas no llegaban, el Canal 5 lo tuvo que poner por una necesidad… Entonces como que elementos que para el resto del mundo eran muy comunes, ya avanzada la década del setenta y del ochenta, en Corrales eran inexistentes. Entonces, por eso lo de ‘el pueblo blanco… por no pasar ni pasó la guerra’. Pero, ojo, mi hermana, que además era poeta, tenía también una visión de un pueblo mucho más vivo. Y siempre pienso, ¿por qué ella –que se fue con quince años del pueblo– guardaba aquella imagen de movimiento, de riqueza, de trajín diario, que yo no viví, porque tenemos diez años de diferencia? Para ella el pueblo era una cosa, para mí era otra. Yo ya viví la decadencia, tanto es así que en el año 64 fue cuando nos fuimos todos, todo el barrio”. La diáspora corralense de los sesenta dejó cicatrices profundas, también en muchos de los que, por no poder irse, se quedaron. Es cierto que ninguno de los muchos corralenses veteranos con los que conversé –los de esa generación que hoy tiene unos sesenta y cinco años– admitió que a sus veinte pudo haberse planteado lo mismo que el narrador del poema de Serrat (“si yo pudiera unirme a un vuelo de palomas, y atravesando lomas dejar mi pueblo atrás, juro por lo que fui que me iría de aquí...”). Pero es lícito suponer que algunos de ellos se hayan dejado abrazar por ese pensamiento-sentimiento interno, íntimo, inconfesable. 254 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … autos y renacuajos En el último medio siglo –de los años sesenta hasta hoy– Minas de Corrales, evidentemente, cambió, y más aún desde que se reactivó la minería industrial, hace unos quince años: “mi hermano menor, que está en Montevideo”, me cuenta Don Eduardo Andina, “hace cuarenta años, más o menos, que no viene a Minas de Corrales. Entonces claro, yo voy a Montevideo y me dice: ‘che, ¿cómo está Minas de Corrales?’. Para él o para cualquier corralense que hace tiempo que no viene a Minas de Corrales, para darle una idea rápida del cambio en Minas de Corrales, le digo: ‘mirá que ahora para cruzar Davison tenés que mirar para los dos lados’, porque por Davison, la avenida principal, antes... pasaba un auto cada tanto… Y ahí la cosa cambió. El parque automotriz aumentó considerablemente. ¿Por qué? Porque, ¿qué funcionario de la mina no tiene un vehículo? El que tiene menos, tiene su moto. Pero a pie, no. Ninguno. Todos tienen, por lo menos, una moto. Pero la mayoría tiene su auto. La estación de servicio de ANCAP que hay acá, antes, cuando venía el camión-tanque con combustible para los depósitos de la estación, era todo una novedad: ‘¡oh, mirá ese camión!’ Había gente que iba a mirar el bruto camión aquel, la manguera grandota cargando combustible. Y ahora, cada diez o quince días está el camión acá, o cada semana. Claro, hay muchos vehículos, se consume mucho combustible. Son pequeñas cositas en que uno nota el gran cambio. Si el camión viene cada quince días y antes venía cada seis meses... evidentemente algo cambió. Se instaló un lavadero de autos. ¿Cuándo se iba a pensar en poner un lavadero de autos para un auto o dos? No, cada uno lavaba su auto. Ese lavadero de autos que ahora hay acá, es fruto del aumento del parque automotriz. Han surgido un montón de cosas en que uno ve el movimiento que hay en Minas de Corrales...”. Es cierto, en el último medio siglo Minas de Corrales cambió, y mucho más en los últimos quince años. Pero tal vez eso haya sido efectivamente así sólo en el plano de lo contingente, de lo aparente, de lo superficial. En los estratos de lo profundo –esto es, debajo del rostro de las cosas–, según lo que me cuenta Selva con un espesor ontológico conmovedor, el pueblo es el mismo: “yo no te puedo decir cómo es hoy (Minas de Corrales), porque cada vez que voy lo veo con otros ojos. Yo 255 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … lo veo, por un lado con una cierta distancia –yo no estoy en Corrales, voy cuando me invitan o voy cuando lo necesito, voy puntualmente a hacer alguna diligencia de un día y vuelvo, no me quedo en Corrales ni hago ruedas en Corrales– pero además… Una vez me pasó, cuando estaba investigando sobre Ana Packer, me pasó una cosa… Le dije a Melita, cuando la viejita Sopeña todavía vivía : ‘mirá, vamos a ir a la casa de los Sopeña’. Esa era la casa donde cuando yo era niña iba a recoger renacuajos, para esperar que se volvieran sapos. Bueno, cuando llegué, miro la canaleta, ¡y estaban los mismos renacuajos! ¡Eran los recontratátaranietos de ‘mis’ renacuajos! Entonces ahí sentí que el pueblo era el mismo, que podían faltarme algunas cosas, que ya no estaban, o había elementos nuevos desde mi niñez –muy pocos– pero los renacuajos estaban ahí, en el mismo lugar”. 256 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … nostalgia de los tiempos que han pasado: Corrales hoy Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un declive. Borges312 “Corrales tuvo sus momentos dorados”, me dice con un rictus algo pesaroso Eduardo Palermo, “instancias en las que aparecen empresas mineras que invierten capitales, compran casas, compran mercaderías en los mercados del pueblo, y así se activa toda la economía local. Y en los momentos en que las empresas mineras no están, el pueblo tiende a desaparecer. Y no ha habido, a mi juicio, una gestión política, por parte de ningún gobierno, que haya intentado revertir esa situación a lo largo de los últimos setenta años; ni han habido tampoco emprendimientos, por parte de la sociedad local, en cuanto a generar, en los momentos en los que no hay explotación minera, sus propias fuentes de trabajo a partir del aprovechamiento de los momentos de bonanza económica”. Empresas mineras que aparecen y al tiempo desaparecen, ese es el vai y vem que ha marcado a la zona desde el último tercio del siglo XIX, lo que Selva Chirico ha denominado quimera cíclica313 y que quizás sea más adecuado llamar explotación espasmódica: el hallazgo de un venero promisorio impulsa la actividad de una empresa, que lo explota hasta que deja de ser rentable o hasta que los inversionistas consideran que el negocio bursátil en las bolsas de valores europeas no resulta suficientemente lucrativo. También hubo, en la segunda mitad del siglo pasado, varias intentonas frustradas de reactivación de la industria minera314. Sin embargo, desde mediados de siglo y hasta el año 1996 el “Montevideo”, en “Luna de enfrente” (1925), incluido en Borges (1974:63). Chirico (2005:41). 314 Destaco algunas de ellas: un plan estatal para la explotación de las minas de Zapucay (1965), estudios de factibilidad en los yacimientos de San Gregorio y Corrales (1974), prospecciones de una empresa panameña-canadiense en Zapucay (1974) y de una compañía canadiense en San Gregorio (1976-1977), diseño de un nuevo plan estatal para la explotación aurífera en la zona (1981), instalación de plantas industriales de tres empresas (Delman, Galvin, Dredging) que se retiraron al poco tiempo (1981), estudios de factibilidad y prospección de empresas argentinas (1980), chilenas (1983), japonesas (1983), estadounidenses (1986), alemanas (1985-1987), brasileñas (1988), etcétera. (Cf. Barrios Pintos 1990:67-69.) 312 313 257 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … único oro que se extrajo en la zona fue fruto del oficio y perseverancia de Don Tito Pereira. El testimonio de Don Ariel Pereira está cargado de nostalgia y consternación: “me da pena ahora cuando voy, y veo que se ha perdido aquel empuje, aquella cosa realmente fantástica que tuvo Corrales. En cambio hoy yo voy y encuentro a mis viejos amigos empobrecidos. Les pasó lo mismo que a la Cooperativa. Ahora, con las minas, hubo un resurgimiento, hubo un cambio. Pero hubo un período en el que te daba pena ir a Corrales, te daban ganas de llorar. Entrabas y veías un pueblo fantasma. Muerto el comercio, muerto todo, lo único que funcionaba era el contrabando (…), un contrabando que antes no existía. Fue un ciclo. Ahora, tengo la sensación de que ha cambiado. Yo voy a Corrales y encuentro otro ambiente. Voy al Club Obrero, adonde muchas veces fui, y sentía tristeza de ir, veo a la gente con otro ánimo, otra forma de… Fue un ciclo muy duro, de los años sesentaipico, setenta, hasta… Hubo años de una tristeza infinita. (…) Yo te digo que no quería ir a Corrales; iba por política a Corrales y me daba una tristeza ir porque… yo había visto aquello floreciente, ¿te das cuenta?”. “Yo diría”, continúa Pereira, “que con Minas de Corrales pasó algo parecido a lo que pasó con grandes comercios, como el caso de Siñeriz en Rivera, de London París o de Introzzi en Montevideo. Eran, en su conjunto, grandes empresas. Corrales en su conjunto era una gran empresa, desde el punto de vista cultural, social, deportivo”. Victoria Silva, a pesar de su juventud, también expresa cierta nostalgia por aquella gran empresa que ya no es: “por ejemplo, algunas cosas, como la identidad carnavalesca que tenía antes, se han perdido. Fijate, mi padre, que tiene cerca de setenta años, me cuenta que antes había cine. Me cuenta cosas de Corrales que eran memorables. Los bailes que existían, por ejemplo. También se perdió todo lo que tiene que ver con las actividades deportivas. Había campeonatos de confraternidad, de fútbol, con Tranqueras y con Vichadero. Ahora, si se quiere armar un partido de fútbol, siempre hay problemas. La gente ahora es mucho más intolerante”. La mirada nostálgica de Selva Chirico tiene otros contornos, otra carga afectiva: “con los padres de los egresados del año cincuenta y ocho de la escuela (…), más otros que estaban a la deriva sin ciclo secundario, 258 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … se fundó un Liceo Popular que entre sus primeros profesores contó con los padres del Darno y con mi madre, maestra que sabía algo de francés y se las ingenió muy bien para hacer de profesora mientras no hubo otra. (…) Curiosamente, cuando él (Eduardo Darnauchans) escribió ‘Neblina’, percibí que nuestros recuerdos eran los mismos: el parlante del cura que patrocinaba simultáneamente la misa y las películas que exhibían en el Colegio, el olor a enfermería de su casa, la señora que los cuidaba… en fin, algo nos afectó la misma zona cerebral”315. Agrega Don Ariel Pereira: “además, en Minas de Corrales había una concepción de familia, que vos no te podés imaginar la fuerza que tenía: la familia de los Montejo, la familia de los García, la familia de los Cardozo… el respeto por los mayores. Yo qué sé… valores que yo hoy no los veo. Entonces, yo te decía, haciendo un símil: pasó lo mismo que ha pasado con las grandes empresas que tuvo el país en esos años. Después se transformaron… ¿En qué? En galerías; unos con un bolichito, otro con otro bolichito, cada uno trabajando para sí, tratando de sacarle el cliente al otro para que le deje el vintén a él. (…) Hoy no veo los grandes comercios que había antes. No veo la Cooperativa que había antes. Lo que veo es que hay negocios compartimentados, (…) aunque también veo que el fenómeno de la desocupación ha mejorado sensiblemente con la presencia de la minera. Espero que eso llegue a… más allá. Por decirte algo, el Colegio no se creó por generación espontánea. Vos viste la estructura que tiene… Eso se pobló de niños. Y mirá que los curas cobraban muy bien… La gente que pasó por allí, que se educó allí… Aquello tendría Apud Domínguez (2004:119). La canción a la que aludió Selva es “Nieblas & neblinas”, una entrañable semblanza de “su” Corrales de los sesenta: “Como hoy no cumplo años/ pero igual me llora el día/ se aparece aquella historia/con su lenta disciplina./ Iba aquel que ya no soy/ entre nieblas y neblinas/ por un carro en lo temprano/ y un estruendo de gallinas./ Era un pueblo, era un lugar/ de autobuses fallecidos/ donde había la pureza/ implacable del olvido./ Hubo un mi padre y mi madre/ hubo la casa amarilla/ Allí mi hermana y mi Paula/ y un anís de enfermería./ Altavoces alejados/ soplando música fría/ de violines mejicanos/ y palabras como avispa/ Matinées que yo soñaba/ tras verdores de gomina/ y la tarde en tarde aplana/ Rin-tin-tín oliendo a misa./ Aquel circo abigotado/ soledades cenicientas/ funerales de faquir/ peligrosa nochebuena/ Era un pueblo era una especie/ de lugar en el camino/ algún sitio entre las piedras/ con aires de pasadizo/ Payaso fotografiado/ viejísimos carnavales/ acordeones, acordeones/ arcángeles y detalles/ Bajo un cielo demorado/ con algo de viernes santo/ anochecían las puertas/ con renuncias y presagios/ Era algo como un sitio/ un paraje –es un hospicio/ existiendo al otro lado/ de lo empañado de un vidrio–”. 315 259 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … que volver. En fin, hay muchas cosas que uno siente como que es difícil que vuelvan en el tiempo, ¿no? Y entonces… hubo una dolorosa subdivisión social y económica. Desapareció aquel amparo que vos tenías… (…) Y la familia era como un amparo, era como un paraguas para todo un núcleo. Y se emparentaban, y se cruzaban (…). Y vos veías que todos tenían una vida sin apremios”. Eduardo Palermo propone una explicación de corte sociológico: “Corrales tiene un tejido social relativamente débil y, por la propia dinámica laboral, termina expulsando gente. A los corralenses les gusta decir que hay corralenses por todo el mundo: en París hay corralenses, que ‘son primero corralenses y después uruguayos’, que es una especie de dicho en la zona. Hay también todo un tema de dignidad, del pasado… digamos, de diferencia con las otras localidades del departamento. Pero tiene mucho más que ver para afuera –gente que se va, gente que triunfa, gente que tiene éxito–; a la interna no ha habido, a mi juicio, un tejido social fuerte como para llevar adelante emprendimientos de cierta envergadura. (…) Creo, además, que hay una memoria colectiva de un pasado glorioso, de un pasado importante, de un pasado muy culto, pero, de alguna manera, ese mismo pasado que se intenta recuperar se está perdiendo rápidamente. Se está perdiendo esa propia memoria. La gente joven del pueblo mira otras cosas: no mira a Minas de Corrales como una oportunidad de desarrollo, sino como un paso para otras cosas… Me da esa impresión”. La impresión de Palermo –la gente joven del pueblo mira a Minas de Corrales como un paso para otras cosas– toma forma en los testimonios de la gente joven del pueblo: “cuando termine mis estudios voy a hacer todo lo posible por irme a otro lado”. Continúa Palermo: “entonces es muy difícil que se generen proyectos internos si no hay liderazgos fuertes que quieran abrir la comunidad a todo el entorno. Y eso me parece que es bastante complicado. En ese sentido, Corrales ha perdido su característica cosmopolita, que fue la característica fundacional de la zona. (…) Creo que ahora, en los últimos años, hay una generación de gente que está apostando al desarrollo turístico y a la recuperación de esa memoria como generación de fuentes de trabajo”. 260 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Esa apuesta emergió con fuerza en el grupo de discusión implementado en la Radio Real de Minas de Corrales: “las ruinas de Cuñapirú, las galerías y las torres del aero-carril”, afirmó allí Raúl Armand’Ugón, “son las cosas de mayor valor patrimonial de Minas de Corrales. Y a eso hay que sumar a Tito Pereira, que es la persona más importante que tenemos. Esas son las cosas que nosotros tenemos que resaltar y sacarles provecho. Porque cuando se termine la explotación minera tenemos que dedicarnos a algo, y el turismo quizás sea lo más importante. (…) Las ruinas pertenecen a la UTE y están en comodato provisorio con la Intendencia, o sea que eso puede terminarse en cualquier momento. Y hay que prepararse para cuando eso ocurra”. Por su parte, en esa misma oportunidad Néstor Pochelú, conocido periodista local y actual presidente del Club 25 de agosto, consideró que los corralenses no han sido “lo suficientemente multiplicadores como para mostrar y promover turísticamente todo eso. Hasta ahora los corralenses no lo hemos sabido hacer”. A este respecto el actual Coordinador de las Juntas Locales de la Intendencia Departamental de Rivera (y ex-secretario de la Junta Local de Minas de Corrales) comentó que “hay una empresa brasilera que piensa invertir en el rescate de las ruinas, en reconstruir la represa, el embalse, con sus veintipico de hectáreas de lago, para que produzca energía para alimentar a Minas de Corrales e incluso algún excedente para vender a la UTE, y que se forme todo un complejo turístico en ese predio”. “Ese rescate de la memoria y de la historia minera”, concluye Eduardo Palermo, “y la promoción turística de Corrales sobre esa base me parece fundamental, me parece muy valioso. Pero creo que se ha perdido mucho tiempo”. Se ha perdido mucho tiempo, sí, seguramente el equivalente al que se llevaron consigo las últimas dos generaciones de corralenses que han emigrado de su pueblo: “la gente que hoy vive en Minas de Corrales”, me dice Selva Chirico, “no es la que tiene sus raíces más profundas con el pueblo; es gente que viene de otras culturas, como por ejemplo de la cultura rural. Entonces, los que guardamos las memorias de lo que fue el pasado minero fuimos las familias que salimos en los años sesenta, cuando se produjo toda aquella diáspora, cuando el pueblo se vació”. 261 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Mientras devano la memoria forma un ovillo la nostalgia si la nostalgia desovillo se irá ovillando la esperanza. Siempre es el mismo hilo.316 316 “Ovillos”, incluido en Benedetti (1991:33). 262 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Corrales, un pueblo con ritmo de novela proustiana: esbozo impresionista de un rabdomante “Iba yo por la campiña toscana, costeando el río Arno, entre árboles sombríos y plateados. (…) Entonces cerré los ojos y mientras el ferrocarril bordeaba la ribera del río toscano, contemplé con las pupilas del alma los pueblos uruguayos cercados por la soledad, desamparados en los potreros planetarios, enquistados en un horizonte monótono, aplastados por un cielo vengativo. Y volví a ver sus calles polvorientas, andariveles del viento desnudo y la lluvia tediosa; sus veredas cubiertas por lamparones de musgo y cebaduras de mate ahíto; sus casonas descascaradas, enseñando bajo las encías de la cal las cariadas sonrisas del ladrillo; sus plazas sin flores, sus cementerios en ruinas, sus comisarías malolientes, sus prostíbulos lúgubres. Volví a sorprender los mismos fatigados rictus en los mismos labios burlones, en las mismas cejas agresivas, en las mismas mejillas resecas; volví a penetrar en los oscuros almacenes de ‘ramos generales’, con olor a oveja, a creolina, a humedad; volví a conversar con la maestra derrotada, con el médico filántropo, con el caudillo venal, con el remendón anarquista, con el cura quejumbroso. Y sin quererlo sentí un cariño doliente por los pobres y olvidados pueblos de mi patria, por sus esperanzas lisiadas, por sus civilizaciones detenidas, por sus energías marchitas. Pensé contar algún día la historia de nuestros pueblos de campaña, describir su morfología híbrida, exhumar sus tipos humanos, hablar de sus mañanas absortas, de sus tardes pesarosas, de sus crepúsculos taciturnos, de sus noches nigrománticas, tan bien captadas por Martínez Estrada. (…) Tras las personerías jurídicas se esconden las timbas clandestinas y las calaveradas rufianescas. No hay nada que no se sepa o no se crea saber; en las tertulias de gente aburrida –siempre la misma gente, siempre el mismo aburrimiento– se despluman las reputaciones como si fueran perdices, y apodos llenos de ponzoña califican a la matrona dadivosa, al marido infiel, al efebo reincidente, a la virgen simulada. Las relaciones se anudan o se desatan formando constelaciones inestables: amigos ayer, enemigos hoy, amigos nuevamente mañana. 263 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Y son las mujeres las que ofician de sacerdotisas en este juego de agasajos y desaires, en esta tómbola de afectos y desafectos. Lo que se hace en un extremo del pueblo repercute en el otro; la bondad y el altruismo no interesan; sólo se saludan con alborozo los tropiezos, las riñas, las enfermedades y los velorios, las caídas de los mirlos blancos en la picota pública. Todo es pequeño, mezquino, oblicuo. Todos se conocen o suponen conocerse demasiado. Todo se sucede con ritmo de pantalla lenta, de novela de Marcel Proust. En cada pueblo hay un loco, un dramaturgo que lee a Florencio Sánchez, un iluso que funda un periódico ‘para elevar el nivel cultural’ y termina como detector de noviazgos o deslices. Y también son infalibles el agitador finisecular que atruena con las consignas de Kropotkin, la ninfómana obsecuente, el Don Juan melenudo. Estos son los inadaptados, los revolucionarios, las ovejas negras que practican a la vista y paciencia de la parroquia lo que en el mundo subterráneo de la misma se admite o tolera. En cambio nadie se asombra de las extorsiones de los caciques, de la niñez analfabeta, del hambre que consume al pobrerío, de los comisarios coimeros y de los comerciantes que chupan la sangre a las familias menesterosas alquilándoles tugurios en el cinturón de latas y pulgas que circunvala al pueblo”317. Vidart (1998:176-180). Quiero ocupar aquí unas líneas para comentar algo que me llamó la atención: entre todas las personas con las que conversé en el transcurso de la investigación, sólo una de ellas (Tito López) mostró cierto asombro y preocupación por el hambre que consume al pobrerío: “hay gente que pasa mal, y la caña blanca los ayuda a no sentir hambre. Mucha caña blanca. Una vez, hablando con una persona, le pregunté: ‘¿por qué tomás?’. Y me dijo: ‘con la caña blanca no se pasa frío ni hambre’. Y es lo más barato: cuesta menos que un litro de leche”. 317 264 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Corrales y los corralenses hoy: esbozo impresionista de un perfil polifónico “Me gusta el lugar, es un lugar muy lindo, tiene unos paisajes muy bonitos. Tiene lugares hermosos, divinos”, me cuenta Ana Laura Antúnez, una joven que conoce Minas de Corrales desde muy chica. Victoria Silva, corralense de veinticinco años que está próxima a titularse en Rivera como profesora de Sociología, coincide: “es un pueblo tranquilo, es un pueblo lindo; en cuanto al paisaje, es hermoso”. “A mí me gusta mucho, salvo pequeñas cosas”, apunta Ana Laura, “porque yo me crié en una ciudad y no me acostumbro a eso de sentirme observada, de que cualquier cosa que hagas, así sea hablar con alguien... Porque te sentás a charlar con alguien y al otro día todo el pueblo sabe a qué hora y en qué banco y con quién y de qué estabas hablando con esa persona”. (No hay nada que no se sepa o no se crea saber; se despluman las reputaciones como si fueran perdices.) “En eso Corrales es más o menos como todo pueblo chico”, continúa Ana Laura, “uno se entera de lo que hace todo el mundo y conoce a todo el mundo”. (Todos se conocen o suponen conocerse demasiado.) “Pero a mí no me gusta que la gente se esté metiendo todo el día en mi vida, ¿entendés? Chau, estornudaste en una punta de Corrales, y en el otro lado ya se enteraron de que estornudaste...”. (Lo que se hace en un extremo del pueblo repercute en el otro.) La percepción de Germán Oruezábal, casi de la misma edad que Ana Laura, es muy similar: “acá la vida es pacata, tranquila... Acá todo el mundo se conoce, si te gusta hablar de la vida ajena, tenés... Vos sabés con quién anduvo Fulano anoche... Por el otro lado, no tenés el loquero de ciudad grande, es tranquilo... hacés vida de familia”. Vida tranquila, vida de familia. “Es todo muy rutinario, no hay mucho para hacer”, opina Victoria, “la vida es bastante monótona. Pero está bueno eso de tener un contacto cara a cara con el vecino. Sentarse en la vereda, estar en el chusmerío de lo que pasa. Hay mucho chusmerío. Capaz que por eso es que Corrales es bastante conflictivo”. “La gente de mi edad prácticamente no sale”, me cuenta Ana Laura, “es gente que pasa mucho en casa o con los novios, ¿entendés? Mirá, en Corrales en invierno es muy poco movimentado, salvo que haya un baile o algo así. Si no, es muy quieto de noche. En verano es totalmente 265 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … distinto. La gurisada sale, se sienta en la plazoleta, se sienta enfrente al club, o en la puerta de una casa... Todo el mundo sale, las familias, los gurises. Es un ambiente bien diferente en verano. Mirá, por ejemplo, si querés ver la rutina del pueblo… yo te diría que hay un par de lugares que son bien claves. Para ver, por ejemplo, el movimiento de la gente más joven, tenés que andar en la vuelta del liceo. De noche, es allí frente al Club 25, o, de repente, aunque menos, frente al Obrero”. Victoria aporta otros matices: “la gente joven se concentra en el centro, en la vueltita del centro. La mayoría tiene moto o tiene auto. Ahora hay mucho ruido. Ahora está en el tapete el tema de la droga, que es algo bien complicado en Corrales, hay mucha droga. Eso revolucionó bastante al pueblo. Bueno, también hay bailes, aunque ahora no es lo mismo que lo que era antes. Ahora sólo hay uno o dos por mes, y sólo van los jóvenes. También hay mucha gente que ha venido de afuera, pero a esa gente no se la ve mucho. Hay muchos que cuando salen se van a Tacuarembó, por ejemplo”. “Vida social es lo que falta”, coincide Germán. “Porque vos vas a un club, y lo único que tenés es timba. (Tras las personerías jurídicas se esconden las timbas clandestinas y las calaveradas rufianescas.) Y yo qué sé, actividad social... acá difícilmente... Bueno, desde que está Raúl (Armand’Ugón) en la Junta, han venido grupos de danza, grupos de teatro... Hay cosas que dan bronca… La otra vez vino el grupo de zarzuela de Rivera, y éramos cuatro gatos locos: papá, mamá, yo, Raúl... Y fue un espectáculo precioso, y la entrada costaba diez pesos, fue una vergüenza. Acá incluso hay un grupo de teatro... Pero sí, en la parte social... Pienso que hace falta que haya otro tipo de actividades. Ponele... en la parte deportiva… Pero acá, si no es el fútbol y caballos, pencas, carreras de caballos... Hay una pista de pencas ahí arriba. Y se apuesta fuerte. La otra vez, en una carrera, con gente de Rivera y de Tacuarembó, fue arriba de cien mil pesos de apuestas”. “A mí la gente de Corrales”, apunta Ana Laura, “en general, me parece áspera. ¿Viste cuando tocás algo que es áspero, esa sensación de... como que raspa? Es gente con la que vos... raspás. Yo qué sé... es 266 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … gente muy cerrada, muy... A mí me ha costado entrarle a la gente, hacerla abrirse…, abrirse en cuanto a sentarse a hablarte o a escucharte, ¿entendés? Y les cuesta, uno de repente llega a hablarles de cualquier tema que para uno es de lo más común, y ellas quedan como extrañadas...”. Los jóvenes, aún cuando reconocen el atractivo de algunos aspectos de la vida corralense, parecen tener una visión muy crítica de su gente: “no es el lugar que yo elegiría para vivir”, me dice con convicción Victoria; “nací en Corrales y crecí ahí, pero cuando termine mis estudios voy a hacer todo lo posible por irme a otro lado. La gente es muy reactiva, tiene la cabeza muy cerrada, como que se quedó ahí y ve solamente su mundo y se niega a ver que algunas cosas pueden ser cambiadas. También es un pueblo bastante cerrado. La gente de Corrales es bastante difícil, es bastante reactiva. Pero por otro lado, también es un pueblo bien receptivo, sobre todo con la gente que viene de afuera. Esa es una característica bien interesante. ¿Te das cuenta? Es contradictorio”. También para Raúl Armand’Ugón, ex-secretario de la Junta Local de Minas de Corrales, la sociedad corralense “es bien complicada. Tiene sus chacritas... su propio orgullo. Todos son... es complicado. A mí me tocó, incluso desde mi gestión en la Junta... Traté de unir todas las partes, pero notaba diferencias enormes. Por ejemplo, si algo lo propone la Escuela, el Liceo no va; si lo propone el club de arriba, el club de abajo no va. Políticamente ni qué hablar de las diferencias que hay... Es una sociedad muy... complicada. Yo creo que por todas esas mezclas que hay de... orígenes, muchos criollos, mucho inmigrante, costumbres distintas, hay mucha variedad... Incluso en la forma de criar a los hijos, ¿no? Es complicado Minas de Corrales. Yo traté de llevar todo eso lo mejor posible y me fue bastante bien, pero...”. Más allá del carácter “complicado” de la sociedad corralense, existe un marcado consenso en cuanto a la solidaridad de su gente: “la gente es muy solidaria en Corrales”, asegura Ana Laura. “Si bien es difícil de entrarle, por otro lado si la gente te ve con un problema, te ayuda, es decir... No deja de ser áspera, ¿entendés?, no deja de mantener su distancia, pero a su manera, con su distancia, te ayuda. Es decir, tienen un sentido de comunidad”. También en este aspecto las opiniones son totalmente coincidentes: “es un pueblo que es bastante solidario”, afirma Victoria; “siempre que se necesita, siempre que 267 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … surge alguna necesidad a satisfacer, siempre hay recursos con los que se puede contar. Hay un espíritu de confraternidad y de solidaridad. Eso aparece cuando surge alguna necesidad, si no es un pueblo bastante pasivo”. “Por ejemplo”, agrega Ana Laura, “cuando quisieron convertir al Hospital en una policlínica, se juntó todo Corrales y armó un escándalo bárbaro, y andaban todos con el cartelito que decía ‘Hospital sí, policlínica no’. Entonces, tienen un sentido de comunidad bastante fuerte, son muy localistas y son muy solidarios”. “Ah, sí, es un pueblo muy solidario”, afirma con énfasis Armand’Ugón. “En una oportunidad se estuvo por cerrar el Hospital, y se juntó todo el pueblo, independientemente de los colores políticos, juntamos tres mil firmas, que es toda la población ¿no?, nos vinimos a Manuel Díaz, fuimos al Parlamento –yo fui en esa delegación– y... lo conseguimos. Lo querían catalogar como policlínica. Acá cuando hay inundaciones el pueblo queda aislado por varios días, a veces por una semana, y entonces las cosas urgentes, por ejemplo las operaciones, hay que hacerlas acá, no se puede depender de que se pueda ir hasta Rivera o Tacuarembó. Fue el primer hospital del departamento, y hoy es el único hospital que hay en el interior del departamento. Entonces no estábamos de acuerdo con que desde Montevideo se cerrase, y bueno, no lo dejamos cerrar. Eso debe haber sido... en el 2001, por ahí. Y bueno, el pueblo es muy solidario. Por enfermedad, o por algún desastre, a algún vecino que se le incendia la casa... o como cuando se cayeron las antenas de la radio, y ahí todos colaboran. Cuando hay una causa fuerte, el pueblo es muy solidario. Pero también hay que tener cuidado, porque hay mucha gente que se ofende... Por ejemplo, si hay que hacer tal cosa, y no lo invitás a Fulano, te dice: ‘ah, no me invitaste, yo no voy’. Es solidario. Y también complicado, sí”. Eduardo Palermo suma su opinión, en un sentido concurrente: “hay momentos en Corrales en los cuales emerge una especie de fervor, de dignidad… Cuando algo amenaza a la población, Corrales responde admirablemente. Corrales responde: los que viven en Corrales y todos los otros que no viven en Corrales pero que se consideran parte de la ‘patria’ de Corrales. Como cuando se quiso cerrar el Hospital. Bueno, en ese momento, y cuando se estaba por desmantelar las torres del aero-carril, Corrales se levantó en peso. Pero, lamentablemente, nunca Minas de Corrales se levantó en peso para rescatar la usina”. 268 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Resulta plausible que la solidaridad de los corralenses, puesta en evidencia por los actores calificados consultados, esté vinculada con algunos valores locales singulares: “yo creo que el corralense es muy arraigado a lo suyo”, afirma Armand’Ugón. “El corralense es muy orgulloso de lo suyo. Al saber que es uno de los pocos lugares del país que tiene explotación aurífera, creo que eso lo hace distinto, se creen con el derecho de decir que son únicos en el país. Son orgullosos de su terruño, son bastante... bastante personalistas. Creo que son distintos a los demás, a los de otras localidades del departamento. Ahora que tengo la oportunidad de conocer, de estar permanentemente viajando por todo el departamento (318), cada zona tiene sus cosas, digamos, pero la gente de Minas de Corrales yo la veo que es muy... muy... arraigada en lo suyo, ¿viste? Capaz que por toda la historia minera que viene atrás de ellos, ¿no? Creo que… por el hecho de que debajo del pueblo mismo haya tanta riqueza, eso hace que se sientan... no digo superiores, pero… tienen ese orgullo de ser el único lugar del país que tiene toda esa cantidad de oro. Yo destaco eso”. Armand’Ugón (como antes Vidart aunque, evidentemente, a otra escala) tuvo que tomar distancia de Minas de Corrales para poder detectar los rasgos distintivos de sus pobladores, abandonar su inevitable y “natural” perspectiva emic (de cuando estaba inmerso en su ciudad adoptiva, en su eidos, su ethos, su pathos) y sustituirla –o complementarla– por otra de sesgo más bien etic. Algo similar cabe considerar en el caso de Ana Laura Antúnez, que desde pequeña ha estado “entrando” y “saliendo” de Minas de Corrales; tal vez en virtud de ello su percepción es particularmente aguda: “no sé si hay una identidad corralense. Lo que sí hay es un localismo terrible; ahora, una identidad… no sé si hay. Pero supongo que sí, que debe haber. A mí me pasó… la cosa más increíble para mí fue… Vino una de mis tías de Buenos Aires, y justo había una reunión de gente de Corrales que estaba en Montevideo, y claro, después de estar tan lejos, como que le daban unas ganas bárbaras, y quiso ir. Y entonces invitó a mi padre, y mi padre me llevó a mí. ¡No sabés la cantidad de gente con la que me encontré! Yo esperaba encontrarme en un lugar con cinco gatos En la actualidad (año 2009), después de cinco años de ejercicio como Secretario de la Junta Local de Minas de Corrales, Raúl Armand’Ugón desempeña el cargo de Coordinador de Juntas Locales de la Intendencia Departamental de Rivera. 318 269 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … locos, ¿entendés?, y me encontré con terrible despliegue, una cantidad de gente, y comida, bebida, de todo. Pero la cantidad de gente fue lo que más me sorprendió”. Dejo sentado, a cuenta de un desarrollo que propondré más adelante, que a nuestro juicio hablar de localismo –o, incluso, de chauvinismo– y no de identidad corralense resulta un acierto (empírico y teórico). En esa línea de reflexión, también habrá que establecer la distinción conceptual entre identificación e identidad. Baste con reparar, por ahora, en la opinión de Victoria: “a partir de lo que fue mi experiencia en el censo patrimonial(319), yo dudo de que la gente de Corrales realmente sepa lo que tiene el pueblo y si realmente se identifica con eso. Si bien no hay que desconocer la importancia de la empresa minera, lo que representa hoy para Corrales, la enorme inversión que hizo, y la importancia de los recursos naturales que tenemos, que seguramente son la envidia de muchos otros lugares, yo creo que ha llevado a que Corrales también haya perdido un poco la identidad”. “Hay un elemento que de alguna manera nos es común”, me comenta Selva Chirico, “es el cariño que uno le tiene a este pueblo. Es algo que ha pasado, y ha sido observado, en grupos de corralenses que se reúnen por Montevideo y por otros lados, y ahí observamos con extrañeza que cuando nos preguntan: ‘¿de dónde sos tú?’, no decimos ‘de Rivera’, decimos ‘de Corrales’”. Ya me lo había subrayado, un par de años antes, Don Eduardo Andina: “la identidad es algo muy importante acá; por ejemplo, en cualquier lado que estemos uno dice: ‘soy de Minas de Corrales’, nos sentimos corralenses y lo manifestamos en cualquier situación”. Ese mismo sentimiento es el que ha llevado a muchos corralenses (entre ellos, a José Alfredo Oruezábal) a decir –y a otros tantos a pensar– que “Corrales, hoy por hoy, es un paraíso, una isla en un desierto”, un inefable ñandé tekohá donde todo humano se siente en comunión con su alma 320. Victoria se refiere aquí al censo patrimonial efectuado el 13 de setiembre de 2008 en el marco de la investigación aquí aludida, en el que ella participó como encuestadora voluntaria (cf. infra, :317 y ss.). 320 Ñandé tekohá es una expresión guaraní que significa “el lugar donde somos lo que somos”. 319 270 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … el paraíso mañana: esbozo impresionista de un perfil polifónico En el umbral de la última década del siglo XX no pocos corralenses empezaron a intuir que el dilatado período de hibernación de la explotación aurífera en la región estaba a punto de llegar a su fin. La larga duermevela tenía, en efecto, sus horas contadas: la esperanza volvía a renacer. El aire moroso de las tardecitas de silencios, mates y chismes intercambiados entre los ocupantes de las sillas plegables instaladas en la vereda, sobre las mismísimas baldosas día tras día, repentinamente comenzó a soliviantarse ante el espectáculo inaudito de potentes camionetas y algún lujoso automóvil que pasaban por la Davison sin hacer ruido ni humo. Los chismes cambiaron de referente y de intención: se vienen los gringos. (O, como en aquella milonga de Don Alfredo, ahijuna por el repecho vienen llegando ya…). Eran los ingenieros, geólogos y técnicos, extranjeros en su mayoría, que volaron al norte uruguayo a emprender prospecciones geológicas y geomineras en la inagotable zona de Cuñapirú. “Bueno, Minas de Corrales siempre quedó esperanzada de que como había oro y que los que sabíamos –que en aquel momento éramos menores– que la explotación había parado no por falta de oro sino por la Guerra Mundial, y que de Inglaterra y de Francia vino orden de que abandonaran todo esto acá y se fueran… Entonces, como se sabía que había oro, y que si había oro se supone que alguien lo va a seguir explotando, entonces Minas de Corrales siempre mantuvo la esperanza de una nueva explotación”. El que cuenta es Don Eduardo Andina, en el año 2005. “Hasta que llega una empresa aquí, a hacer prospección, estuvo como ocho años haciendo prospección. Esa empresa buscaba dónde había, a qué profundidad, en qué lugar, cuántos gramos, todo esos cálculos y esas cosas... Entonces esa información se la vendió a la empresa explotadora, que viene, se instala, instala la planta industrial esa de ahí, que fue cuando tuvo mayor cantidad de personas trabajando, más de quinientas... y empieza a explotar. Aquella era una empresa brasileña. Figuraba como empresa uruguaya, pero los capitales y los técnicos eran brasileños. Eso fue hace unos ocho años... La empresa que está ahora es otra. De esas ventas hubo dos o tres ya. Pero... como te decía, 271 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … siempre la esperanza de Minas de Corrales estuvo en eso, en la explotación de las minas. Entonces, viene una empresa, empieza a hacer prospección, y por lo que uno veía que se gastaba en esa prospección, era evidente que no iban a hacer ese trabajo para nada, eso era una inversión muy grande... Creo que la prospección insumía algo así como cuarenta mil dólares por mes en aquel entonces, y no van a invertir eso mensualmente en esos siete u ocho años que estuvieron para nada. Es evidente que después venía lo otro. Entonces la esperanza cada vez tomaba más cuerpo”. Desde la última frustración habían pasado cincuenta largos años, terribles, malvados, dejando esa esperanza (que no ha de llegar). Pero ahora, interpelando el spleen tanguero de Homero Expósito, la esperanza cada vez tomaba más cuerpo. Esta vez tomaba cuerpo en otros cuerpos, distintos de aquellos que habían caído en la desesperanza a partir de la detención de la actividad minera industrial del período de entreguerras. La primera empresa explotadora de esta nueva era mineral comenzó sus actividades en 1996. Después de un par de compra-ventas (que en Corrales casi no se sintieron), la explotación de la riqueza mineral de la zona quedó a cargo de la única empresa que hoy se dedica a la producción de oro en nuestro país: “Minera San Gregorio”, integrante del grupo UME (Uruguay Mineral Exploration Inc.)321, de presidente australiano y capitales mayoritariamente canadienses. Desde el mismo año 1996, tres geólogos australianos de esta compañía dirigieron prospecciones de minerales metálicos en la región, en las que también participaron cuatro geólogos uruguayos. En el año 2003, al cabo de siete años de búsqueda (y catorce millones de dólares de inversión), descubrieron el yacimiento de oro El Arenal (que, como dirían Les Luthiers, ¡ya estaba descubierto!), cuya explotación se inició al año siguiente. Entretanto, UME le había comprado a otra empresa, también canadiense, la planta industrial de San Gregorio (muy cerca de El Arenal), a unos tres quilómetros de Minas de Corrales, y ya había empezado a explotar el yacimiento homónimo (el mismo cuya concesión había “adquirido” Goyo Jeta unos ciento diez años antes). El grupo UME está conformado por doce empresas nacionales; tiene accionistas australianos, canadienses e ingleses, y cotiza en las bolsas de Toronto y Londres, entre otras. 321 272 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Cada uno de esos dos yacimientos, explotados a cielo abierto, ocupó en promedio a unos trescientos empleados (incluyendo a casi veinte geólogos) y en conjunto alcanzaron una producción cercana a las cien mil onzas de oro (que equivalen a más de treinta millones de dólares, cifra que varía en función de la cotización internacional del oro)322. A esa escala, el laboreo implica la extracción y traslado diario de unas quince mil toneladas de piedra y el empleo de unas dos toneladas diarias de cianuro de sodio y de una cantidad importante de explosivos con nitrato. En sus (hasta ahora) trece años de actividad, la compañía ha producido más de ochocientas mil onzas de oro, lo cual la ubica entre las treinta principales empresas mineras del mundo. De acuerdo con lo indicado por UME en un documento al que he tenido acceso, en el último lustro “Minera San Gregorio” ha iniciado lo que califican como exploración agresiva en un área de cien quilómetros de diámetro con centro en Minas de Corrales323. La cifra es, naturalmente, fluctuante. Una onza equivale a 28,35 gramos. En la última página (17) del documento “Management Discussion & Análisis for the period ended February 28,2006”, de Uruguay Mineral Exploration, fechado el 10 de abril de 2006, se señala lo que sigue, referido a la explotación aurífera y a la exploración diamantífera en la zona de Corrales: “Minas de Corrales Gold Project (MCGP): The MCGP (…) features Uruguay's only operating gold mine. The Corporation controls 100% of this historic gold field, which is characterized by widespread gold mineralization. The two largest deposits discovered to-date are the San Gregorio deposit, which has produced over 500,000 ounces since it was discovered in the mid 1880's, and the Arenal deposit, which was discovered in 2004. Arenal, which is now in production, contains an inferred resource of over 750,000 ounces, and is still open at depth. Other known, un-mined deposits in the area include Sobre Saliente and Castrillón, where indicated resources of approximately 200,000 and 20,000 ounces of gold respectively have been delineated. The company has an aggressive exploration effort underway in the area targeting further "Arenal-style" deposits within a 50 km radius of the MCGP. This area includes the Zapucay deposit (which has been mined) and the Argentinita deposit, where early exploration results are very encouraging. (…) Diamonds including Cinco Rios Project: This project is located in the North of Uruguay and includes the Minas de Corrales area as well as the properties obtained with the acquisitions of Cinco Rios SA. Systematic drainage sampling has identified an area where positive kimberlite indicator minerals are clustered, and a close -space airborne gravity survey is sche-duled for May 2006. The company has previously recovered several macro-and micro-diamonds, together with G9 and G10 garnets from this area”. (Cinco Ríos está ubicado a unos veinticinco quilómetros al sureste de Rivera). Los aspectos más destacables de la gestión de la empresa entre junio de 2005 y febrero de 2006 son los siguientes: producción de 75.937 onzas de oro (a un costo unitario de U$S 199); ventas de oro por un monto de U$S 35.214.000 (a un precio de U$S 465 la onza); ganancia neta de U$S 6.506.000 (cf. ídem:2). 322 323 273 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Voladura en la mina El Arenal, muy cerca de la de San Gregorio. Cráter excavado por la empresa “Minera San Gregorio” para la explotación del yacimiento San Gregorio, a unos cuatro quilómetros de Corrales. Cabe destacar, asimismo, que la empresa ha iniciado en la región, desde hace algunos años, prospección de diamantes –ya ha encontrado 274 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … algunas chimeneas quimberlíticas diamantíferas–324 y, más recientemente, de níquel, un mineral muy cotizado y codiciado internacionalmente (por ser escaso y de gran valor estratégico); el costo de la prospección geofísica aérea (con el servicio de un avión especialmente acondicionado para esas actividades), es de unos dos millones de dólares. “Cuando se instala la empresa minera y empieza a trabajar”, me comenta Don Eduardo Andina, “evidentemente que Minas de Corrales empieza a florecer, porque, entre otras cosas, hay una buena cantidad de gente de Minas de Corrales trabajando allí y la empresa paga muy buenos sueldos”. “Sí, en la Minera los salarios son buenos”, me había afirmado unos meses antes Germán Oruezábal (cuando él mismo trabajaba para esa empresa): “el salario más chico oscila en los quince, veinte mil pesos. Y después tenés, empleado de planta, camionero, se hamaca entre veinticinco y treinta mil. Los supervisores andan en mil y pico de dólares”. “Bueno, ese dinero”, sigue Andina, “por más que alguien vaya y compre un auto, la mayor parte de esa plata se está gastando en el pueblo, entonces a la vez de un circulante mayor, evidentemente que el pueblo entra a mejorar en todos sus aspectos. La única excepción sigue siendo la Radio. La Radio no ha tenido sus frutos de la Minera, pero no por eso dejamos de apoyar y de reconocer de que es bueno, ¿no?, directamente no tenemos ninguna vinculación. Recién... recientemente pudimos tener un apoyo, en todos estos años. Se nos cayó la torre de la Radio y la Minera pagó para que se construyera una nueva torre, que estamos pintando ya pronta para que empiece a funcionar. Con esa excepción, la Radio nunca recibió nada, ni un aviso, nada. Pero, no importa, le hace bien al pueblo. Ese florecimiento, entonces, afectó positivamente a Minas de Corrales. En Corrales uno siempre veía que se estaba haciendo una casita... Después de eso ya no era una, eran varias casas. Y hoy salimos a recorrer Corrales, y se ven una cantidad de casas que se están haciendo. Entonces, eso es respuesta de que de ese dinero que ganan allí, lo invierten acá. (…) ¿Cuántas empresas...? ¿Cuántas tornerías “The airborne gravity/mag survey has been extended to include the Casupa (gold), Retamosa (lead-zinc), Minas de Corrales (gold) and Rivera (diamonds) projects for a total 5931 additional line kilometres” (ibíd.:5). En la página siguiente se informa que “10 diamond drill holes for 1498 meters were drilled during the period”. 324 275 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … tenemos en Minas de Corrales? Antes teníamos una sola (…). Hoy hay una... dos... cuatro... cinco tornerías, y están trabajando a full”. “Todo este trabajo de explotación de oro cambió muchísimo la vida acá en Minas de Corrales”, afirma enfáticamente Don Tito Pereira. “Pero… ¡cómo no! ¡Barbaridá! Aquí en Corrales la gente vive bien... Se está agrandando el pueblo, vea que hay construcción por todos lados... Todo depende de las minas... Hay mucha plata acá y gente que anda bien. Acá no hay comercio que no trabaje. Vienen los viajeros de por ahí y el lugar donde venden más es acá. Todo lo que traen, venden. En Corrales se vende todo”. “El progreso trajo mucho crecimiento del poder adquisitivo”, opina Raúl Armand’Ugón. “Son como doscientas personas que cobran más de quinientos dólares cada uno. Sacá la cuenta y, ponele, son cien mil dólares por mes, que quedan ahí en el pueblo, ¿no? Y son mucho más, ¿no?, porque la mayoría gana mucho más de quinientos dólares. Y antes no estaba esa plata en el pueblo. Se han hecho muchas edificaciones. En esos cinco años en que yo estuve en la Junta se hicieron doscientas casas. Eso en Minas de Corrales es mucho. Y la gente se vino al lugar, de repente desde el campo, que tenían su caballito nomás, y vinieron para ahí y empezaron a trabajar, y ya se compraron su moto, y después ya pasaron al auto y bué... Les cambió la vida, les mejoró la vida”. “Toda esa plata no es por el agro, es por la Minera”, apunta Ana Laura Antúnez. “Hay mucha gente que le hace críticas muy fuertes a la Minera, por el tema contaminación y esas cosas, que la plata se va para afuera –y es cierto, un monto grande no queda acá, se va–, que declaran menos de lo que sacan, etcétera, pero también tiene su lado positivo, ¿no?, porque mucha gente tiene su familia que está viviendo de eso”. Otra de las críticas que se le suele hacer a la actual empresa minera tiene que ver con su casi nula relación con la sociedad corralense: “hoy la Minera está como aislada”, afirma Don Eduardo Andina, mientras que “antes, cuando se instaló esta empresa y estaba el ingeniero Lenzi, él había generado un buen vínculo con Minas de Corrales. Pero eso ahora no existe”. Germán considera que “comercialmente, económicamente, el oro de Corrales le está haciendo bien, pero también lo está destruyendo en la parte social... Ahora está entrando la droga acá, y entrando, eh... Y 276 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … eso no sé en qué va a terminar...”. Su padre agrega: “drogas, dicen que hay... y sé que hay. Se sabe... Yo he visto muchachos en un estado... y te das cuenta que eso no es estado alcohólico. Y antes la vida acá era vida muy sana, vida sumamente tranquila... a no ser algún lío de mamao…”. “Justamente anoche tuvimos una reunión con la Junta Local”, me informa Raúl, “y surgió la cuestión de que está circulando mucho la droga, y hasta hace algunos años no había droga, y eso se le echa un poco la culpa a la Minera, porque detrás de la mina vino mucho dinero, mucho poder adquisitivo, muchos autos, muchas motos, hay problemas de tránsito, hay muertes, que antes no... Yo Fotografías aéreas cedidas por Eduardo Palermo. antes dejaba siempre la puerta abierta de mi casa, ahora es imposible. Los autos, los dejábamos abiertos, con la llave puesta. Ahora, imposible. Vinieron cosas malas, sí. La droga, correrías en auto, que antes no había... en moto... Y son los defectos del progreso, los problemas del progreso, ¿no? Aparecen, tienen que aparecer. Antes no había nada de eso, pero el pueblo estaba muerto”. 277 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “La estructura de mi pueblo cambió bastante”, me dice Victoria con cierta desazón; “la Minera trajo cambios muy favorables para el pueblo, creció enormemente, desde esta segunda explotación que empezó en el 96. Y desde ahí hasta lo que pasó el año pasado, en que por primera vez los obreros ocuparon la mina. Hubo una turbulencia grande. (…) La Minera tiene unos quinientos empleados, pero muchos no son de Corrales; habrá poco más de cien que son de Corrales. Entonces esas familias se han favorecido. Pero también se le critica a la Minera que no le haya dado trabajo a todo el pueblo. Pero cambió muchísimo la cabeza de la gente, y produjo cierto resquemor entre la gente que trabaja ahí y la que no. Hay muchos contrastes entre la gente, en el propio pueblo. Y eso lo vimos patente el año pasado cuando paró por primera vez la Minera, por los despidos. Podías ver bien claramente la gente partidaria caminando por la calle, las familias de los muchachos que trabajan en la Minera, protestando porque se decidió parar la Minera cuando decían que la Minera era el motor de Corrales. Y otros decían: “no, no es tanto el motor”. Eso me llamó mucho la atención. Y también llama la atención la cantidad de bienes materiales que la gente comenzó a poseer, hay casas hermosas, tienen autos hermosos; pero también hay gente que se encuentra muy mal. Pero creo que todos tenemos miedo de lo que vaya a pasar cuando se vaya la Minera. Es algo que ya está generando incertidumbre, desde que el año pasado se mandaron 148 empleados al seguro de paro. Yo no te diría que pasará una catástrofe, porque como pueblo va a seguir existiendo, pero que va a cambiar, va a cambiar. Y profundamente. Las perspectivas que se están viendo son bastante negativas”. “Acá el gran temor de todos es que la Minera se vaya”, me dice Andina. “Y algunos corralenses estamos insistiendo en que hay que aprovechar este momento, pensando que sea el trampolín para que nos catapulte, digamos, a la situación para cuando eso no esté. Y pensamos que... Una de las cosas que se está manejando hoy en día es un poco el tema del turismo... que ya lo estamos trabajando. Minas de Corrales, de por sí –usted ya lo habrá comprobado– paisajísticamente es muy bonito; llegue del lado que llegue, tiene una vista brutal. Viniendo por la Ruta 28 es la vista más bonita porque usted tiene como todo el pueblo a sus pies. Tenemos las galerías, que todavía 278 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … existen, que están allí, e incluso la minera va a ayudar y la UTE se comprometió a hacer una iluminación en una de las galerías de la principal, para el acceso al público que venga. Hay un montón de galerías y hay un montón de cosas. Queda un poquito del polvorín, pero hay un montón de historias de cosas que sucedieron y que están, que se pueden ver todavía, tenemos un montón de historias que están latentes, palpables, se pueden tocar, ver, todavía. Entonces digo, es un buen motivo para poder enfocar un poco esa explotación turística”. “Creo que Corrales es un pueblo con una muerte ya prevista”, me dice Ana Laura, preocupada. “La Minera dijo que iba a estar cinco años más. Bueno, si en cinco años se termina eso y la Minera se va... Yo tuve la oportunidad de estar en Corrales en varias etapas de Corrales, y ¿viste esos pueblos fantasmas de esas películas del oeste? Bueno, en eso se convierte Corrales en el momento en que la Minera se vaya, porque ya estuvo así y va a volver a ser así. Entonces, cuando pase eso, parte de la gente se va a ir y la otra parte se va a achatar. Y además... hay mucha gente que está acostumbrada a un nivel de vida muy elevado, y si se termina la Minera, se termina la plata de Corrales, y Corrales tiene mucha plata, hay mucha plata en Corrales. Yo te digo: si se termina la Minera, se termina el pueblo. Y yo pienso en muchos botijas que ahora tienen, ponele, treinta años, pero que con veinte empezaron a laburar en la Minera, ¿entendés?, y que no estudiaron, y empezaron a laburar y están laburando bien, y que en cinco años de repente se termina la Minera y son personas con treinta y cinco años y una familia, sin una preparación, que quedan en la calle, ellos y la familia. Entonces… te ponés a pensar, a futuro, es una realidad dura, difícil, ¿no? Yo… yo lo pienso, por ejemplo… lo pienso desde mi familia, y te juro que rezo todos los días para que no se termine la Minera porque… se nos complicaría mucho la cosa”. Desde afuera o desde adentro, la percepción del escenario es poco alentadora. “La historia del oro ha sido, por paradójico que resulte, la de la pobreza de Cuñapirú y Minas de Corrales. Y no acaba”: es vox populi en Minas de Corrales que si se termina la Minera, se termina el pueblo. En este sentido, parecería que el rezo, lamentablemente, no ha sido del todo eficaz: desde fines del año 2008 entre los corralenses han comenzado a circular con cierta insistencia rumores sobre el inminente retiro de la “Minera San Gregorio”, como consecuencia del presunto 279 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … agotamiento de los yacimientos en explotación, del aumento de los costos y de la baja del precio internacional del oro, así como de la creciente conflictividad en la operativa de la compañía (huelgas, despidos, envío de obreros al “seguro de paro”, etcétera). Tales rumores, bien fundados, colocan a los corralenses en algún punto del continuum –o de un perverso cul de sac– “entre la nostalgia de un pasado truncado y el horror de un futuro sin porvenir”325. No extrañaría a nadie, pues, que en poco tiempo los corralenses vuelvan a sumirse en la desesperanza hasta que logren rehacerse y recuperar, como optimistamente imagina Don Eduardo Andina, “la esperanza de una nueva explotación”. O tal vez no, y entonces los versos desencantados de Homero Expósito otra vez se habrán de encarnar en el dolor cíclico de los corralenses, y muchos de ellos no podrán eludir el tararear por lo bajo, mal que les pese, que “los años han pasado, terribles, malvados, dejando esa esperanza que no ha de llegar”. 325 Augé (1998:103). 280 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 281 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 282 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … despliegues (segunda apertura) construcción analítica como montaje tecnológico 283 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 284 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … No podía existir una Teoría divorciada de la vida misma. El análisis social ya no era el análisis del objeto investigado, sino de la mediación de ese objeto en un contexto dado y su destinación hacia otro contexto (...). Es así como todo análisis social se revela como montaje.326 326 Taussig (1995:19). 285 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 286 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … construcción analítica como montaje tecnológico La marcha de un análisis inscribe sus pasos, regulares o zigzagueantes, sobre un suelo habitado desde hace mucho tiempo. de Certeau327 Hasta acá he presentado un discurso polifónico enfocado en las cambiantes circunstancias, situaciones, peripecias y sujetos que hicieron a la región minera de Cuñapirú, y que a lo largo de casi un siglo de historia han dejado una impronta indeleble en los protagonistas, artífices y artefactos del actual mundo de vida corralense. Si bien “no toda polifonía, entendida como reunión no unísona de varias melodías, de varias voces, necesariamente da lugar a una sinfonía (unión armónica de varias voces)”328, en este caso aquel discurso polifónico constituye –aunque tal vez no exista cabal conciencia de ello– un discurso cuasi-sinfónico. (“Lógicamente, la sinfonía no es perfecta: en todo coro es posible que existan algunas voces discordantes que no armonizan con él”329.) Basta con recorrer las páginas precedentes para advertir que las voces de ese discurso son de muy variado tono, timbre, espesor, intención: José Alfredo Oruezábal, Eduardo Andina, Selva Chirico, Eduardo Palermo, Aníbal Barrios Pintos, Enrique Ros, Tito Pereira, Juan López, Raúl Armand’Ugón, Elidio Loza, Tito López, Ariel Pereira, Germán Oruezábal, Ana Laura Antúnez, Victoria Silva, Adán Queirós, Fernando Acevedo… Podrían haber sido más, es cierto; podrían haber sido otras, tal vez. Aún así, es mi convicción que son las mejores y, en su conjunto, han sido suficientes e idóneas –suficientemente idóneas– para dar cuenta cabal de aquellas circunstancias, situaciones, peripecias y sujetos, materia nutricia cardinal del complejo e inacabado proceso de construcción identitaria de Minas de Corrales y de la consecuente De Certeau (2000:XXXIX). Acevedo (2007:37). 329 Ídem. 327 328 287 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … construcción analítica orientada hacia la determinación del valor patrimonial de sus bienes culturales. Las voces podrían haber sido más, y de hecho fueron más. Debo decir que su elección y su (re)presentación como montaje –dos decisiones largamente rumiadas y permanentemente interpeladas– constituyen sólo una parte del abordaje metodológico asumido. De esto se ocupan las páginas que siguen. ... Las páginas que siguen presentan los principales aspectos constitutivos de la trayectoria de una investigación socio-antropológica (y por momentos antropo-histórica) que, de tanto abrirse, he debido cerrar, con bastante renuencia y, como suele suceder, con algo de discrecionalidad: las cosas deben tener un final, alguien dijo. El conjunto que esas páginas forman no es un producto acabado –“las obras no se acaban, se abandonan”, escribió Paul Valery– sino la materialización discursiva y provisional, más o menos cristalizada, de los aspectos narrables de esa trayectoria, de aquello que emerge por encima de la línea de flotación de un témpano que, a pesar de su corpulenta apariencia, está en movimiento (no a la deriva sino en deriva). Este texto, entonces, muestra las principales aproximaciones, algunos resultados alcanzados y, paralela y complementariamente, los trayectos y procesos de aproximación. Por eso su énfasis está puesto en las estrategias metodológicas y tecnológicas: dispositivos tácticos, herramientas técnicas. La deriva del texto, que acompaña casi asintóticamente la deriva de la investigación que lo ha suscitado, muestra, así, lo que ha sido hecho hasta el momento –y cómo ha sido hecho, y por qué– para someterlo a la consideración de lectores y auctores330 y, a partir de lo que de allí derive, para acrecentar –en términos de riqueza, sentido, consistencia, Empleo la expresión auctores en el sentido que la vincula a la noción de auctoritas (cf. Bourdieu 1997) y también en el más fiel a su procedencia etimológica, según el cual auctor es aquel que aumenta o el que hace crecer. “Los latinos”, ha escrito Ortega y Gasset, “llamaban así al general que ganaba para la patria un nuevo territorio” (1999:35). De este modo, los auctores que me imagino son aquellos actores y agentes sociales que conquistan nuevos territorios para nuestra patria imaginada. 330 288 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … rigor– lo que queda por hacer. En definitiva, el sentido del texto que aquí presento –y también el de su escritura– es hablar-de para poder hablar-con… Recién después, podremos decir.331 El decir que este texto podrá habilitar –un decir puesto en el futuro– es, necesariamente, un decir condicionado y condicional. Es así porque el alcance (cronotópico, espacio-temporal) y el escenario (epistémico) de validez (epistemológica) de la investigación realizada –y, por extensión, los del texto que la presenta– son limitados: la investigación se enfocó en un espacio físico (un locus: Minas de Corrales y zonas aledañas) y en un espacio social (un socius: el conjunto de actores actuantes en ese locus). Siendo así, todo lo que se pueda decir a partir de la investigación –desde ella, sobre ella, contra ella– tendrá validez (y, eventualmente, valor) sólo en y para ese espacio bifronte. No obstante, también es lícito considerar a esta investigación en su carácter de experiencia piloto, y entonces ponderar la posibilidad de que sus diversas trayectorias, operaciones y resultados puedan aplicarse, con las debidas ablaciones y rectificaciones, a otros espacios físico-sociales, a otros loci y soci. De este modo, si el escenario (epistémico, epistemológico) de validez de esta investigación resultara finalmente validado (por los actores primero, por los espectadores después), entonces su alcance será mucho menos limitado que el que fue establecido a priori, el que hoy es. No quiero soslayar otro propósito: mostrar al lector, tan transparentemente como sea posible, la cocina de la investigación, los ingredientes y procedimientos empleados (y aquellos que debí dejar afuera), el modo de poner la mesa y de presentar cada plato. Todo esto también participa de mi voluntad de escapar al tradicional carácter autoritario de la mayoría de los discursos y textos producidos por científicos sociales, que le presentan al lector una realidad primorosamente disfrazada de “objetiva”. Por añadidura, desmiente la creencia de que “exponer el modo como se hace la cosa equivale a sugerir, como en el truco de la mujer partida por la mitad con una sierra, que se trata de un puro ilusionismo” (Geertz 1989:12). 331 289 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 290 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … el discurrir de la investigación: la multidimensionalidad de su praxis y la encrucijada de sus niveles de discurso … entre dos esferas absolutamente distintas, como lo son el sujeto y el objeto, no hay ninguna causalidad, ninguna exactitud, ninguna expresión, salvo, a lo sumo, una conducta estética, quiero decir: un extrapolar alusivo, un traducir balbuciente a un lenguaje completamente extraño… Nietzsche332 Toda praxis de investigación, explícita o implícitamente, articula (y se articula en torno a) tres ejes o dimensiones, de disposición inclusiva y anexión vertical: el primero, de índole epistemológica, corresponde al contexto de justificación; el segundo, de índole metodológica –y subsidiario del primero–, al contexto de fundamentación; el tercero, de índole tecnológica –y subsidiario del segundo–, al contexto de descripción-interpretación. Este último implica, a su vez, una doble hermenéutica, también de disposición inclusiva y anexión vertical (y que aquí he separado con el propósito de facilitar la construcción analítica y su exposición): la primera hermenéutica se enfoca en la interpretación de los sujetos (mediada por su descripción, por su diégesis); la segunda en la interpretación de la interpretación de los sujetos333. En la praxis investigativa esos tres ejes o dimensiones tienen su correlato en sendas operaciones, también de disposición inclusiva y anexión vertical: la dimensión epistemológica en “la conquista contra la ilusión del saber inmediato”, la metodológica en “la construcción teórica”, la tecnológica en “la comprobación empírica”334. 2004:30. Lo que aquí denomino doble hermenéutica se corresponde con lo que ha desarrollado Anthony Giddens en uno de sus libros más difundidos (cf. 1987). 334 Estas son las tres operaciones que, tomadas en su conjunto (y “top-down”, de “arriba” hacia “abajo”), garantizan, según Bourdieu, Chamboredon y Passeron (cf. 1976), la cientificidad de las teorizaciones de las ciencias sociales. 332 333 291 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Por último, aquellas dimensiones y estas operaciones se plasman en sendos discursos, también de disposición inclusiva y anexión vertical, según tres niveles: un nivel epistemológico-político (o práctico: para qué se investiga lo que se investiga, para qué se investigó lo que se investigó), un nivel metodológico-teórico (por qué se investiga lo que se investiga, por qué se investigó lo que se investigó), un nivel tecnológico-empírico (cómo se investiga lo que se investiga, cómo se investigó lo que se investigó)335. Aquí habré de recorrer, además, un cuarto nivel: el de la reflexión sobre los tres niveles anteriores, discurso entre y sobre los discursos, que pretende dar cuenta de su encrucijada estructural y estructurante y trata de avanzar firmemente según lo que cabría calificar como “pensamiento de segundo orden”336, en la convicción de que hay que “tomar como objeto propio el estudio del objeto” o, más precisamente, “el proceso de construcción del conocimiento del objeto”337, ya que “hay cosas que no se comprenden más que si se toma por objeto la mirada misma del científico”338, “reflexionando sobre las condiciones prácticas y objetivas de su propio conocimiento”339. Este discurso entre y sobre otros discursos –y la reflexión de segundo orden que contiene y propone– introduce algunas cuestiones que, en atención a su carácter problemático y determinante, no quiero soslayar. Todo sujeto que investiga está sujetado a ciertos condicionamientos que afectan (sujetan) su trabajo de campo y que el texto que lo presenta debe poner de manifiesto, a efectos de que el lector pueda hacer su Cf. Ibáñez (2003:13-14). “El que reflexiona sobre su acción investigadora se acerca al segundo orden, y el que no lo hace, se acerca al primer orden” (Ibáñez 1994:XVIII). El pensamiento de primer orden, tal como lo concibe Jesús Ibáñez, incluye tanto a lo que Heidegger denominó “pensar por una sola vía” (1964:30) como a lo que Marcuse describió como “pensamiento unidimensional” (1968:126 y siguientes). 337 Bourdieu (1992:151;152). 338 Bourdieu (2005:48). 339 Bourdieu (1992:152). Como ha señalado el mismo Bourdieu en un libro posterior (1997:209), “la conversión teórica que implica la reflexión teórica sobre el punto de vista teórico y sobre el punto de vista práctico, por lo tanto sobre la diferencia esencial que los separa, no es meramente especulativa: se acompaña de un cambio profundo en las operaciones prácticas de la investigación y proporciona unos beneficios científicos absolutamente palpables”. 335 336 292 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … tarea en las mejores condiciones (esto es, con las menores sujeciones posibles). Conviene eludir algunos intrusivos pruritos de academicismo modernista y citar in extenso y sin elipsis a quien ha considerado estos asuntos con inusitada claridad: “hoy sabemos que lo que un antropólogo declara haber encontrado en el campo está condicionado por lo que se ha dicho o no dicho previamente sobre ese lugar, por las relaciones que establece con el grupo que estudia y con diferentes sectores del mismo, o lo que quiere demostrar –sobre ese grupo y sobre sí mismo– a la comunidad académica para la cual escribe, por su posición (dominante o pretendiente) en el campo antropológico, por el manejo más o menos hábil de las tácticas discursivas con que puede lograr todo eso. Sin embargo, la tendencia predominante en los libros de antropología es ocultar estas condiciones contextuales del trabajo de campo. Para eso existen varias convenciones textuales características de ese género literario-científico que es el «realismo etnográfico». Por ejemplo, se evita la primera persona para sugerir la objetividad de lo que se describe y la neutralidad del investigador: en vez de afirmar «observé que comen de tal manera», se dice «ellos comen así». (Además) el carácter fragmentado e incoherente que suele tener la experiencia de campo se sutura al someterlo al orden liso y compacto de las interpretaciones omniabarcadoras” –y, agrego, al del discurso que las expone–. “El antropólogo tiene éxito no tanto por el rigor y la verificabilidad de sus explicaciones, sino –dice Marilyn Strathern– porque logra presentarlas como «una ficción persuasiva»”340. En las descripciones-interpretaciones que conforman el primer escenario de la primera hermenéutica presentada en la primera parte de este libro341 he evitado, tanto como pude, realizar suturas artificiosas y todo deslizamiento conducente hacia formas de “realismo etnográfico”, “ficción persuasiva” o cualquier otra argucia discursiva o simulacro embaucador. En la escritura del texto traté de darle curso y forma a esa evitación mediante el despliegue de una de las tres operaciones indicadas por el propio García Canclini: la recreación de “las múltiples perspectivas sobre los hechos (…) ofreciendo la García Canclini (2008:105-106). Más adelante se expondrán y discutirán algunos fundamentos de las operaciones tecnológicas realizadas en el ámbito de ese primer escenario (cf. infra:313-316). 340 341 293 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … plurivocalidad de las manifestaciones encontradas, transcribiendo diálogos o reproduciendo el carácter dialógico de la construcción de interpretaciones. En vez del autor monológico, autoritario, se busca la polifonía, la autoría dispersa”342. 342 2008:106-107. 294 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … dimensión epistemológica-política (contexto de justificación): la determinación del patrimonio cultural de Minas de Corrales Cuando la investigación que aquí reseño aún era un proyecto sin anclaje concreto en el territorio, asumió como propósito axial (político, epistemológico) la identificación, ponderación y evaluación de la naturaleza y características específicas del patrimonio cultural inmaterial de Minas de Corrales y su zona circundante, con vistas a la implementación de acciones eficaces de rescate, preservación, promoción y difusión. De acuerdo con lo proyectado, el avance espoleado por ese propósito habría de seguir dos líneas de acción, de disposición concurrente, co-incidente y complementaria: por un lado, la transformación de aquel patrimonio intangible en patrimonio tangible; por otro, el registro, inscripción, documentación y difusión adecuados de los bienes de valor patrimonial identificados, en procura de su revitalización en sus contextos originales (evitando con ello toda tendencia de signo o efecto folclorizante). El tránsito por ambas líneas de acción resultaría, así, indispensable para preservar ese patrimonio, reconocer la valía de sus creadores y contribuir a la consolidación y fortalecimiento de los procesos de construcción de identidad(es) local(es). La justificación del propósito original de la investigación, inocultadamente política, resultaba auto-evidente, y así fue planteada: “Minas de Corrales (y sus zonas aledañas) se erige como lugar de significativos valores patrimoniales –tanto materiales como inmateriales– cuya identificación, rescate, preservación y promoción resultan cada vez más urgentes. Más aún: tales actividades se vuelven absolutamente perentorias, en tanto en la actualidad no existe cabal conciencia de la relevancia y magnitud de aquellos valores”. Por otra parte, si bien en Uruguay no existe ningún estudio sistemático sobre la temática en cuestión, en el último cuarto de siglo algunas entidades supranacionales han logrado aumentar la sensibilización respecto a la necesidad imperiosa de actuar para salvaguardar y promover las formas singulares de expresión cultural de varias 295 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … comunidades, lo cual también ha contribuido en forma significativa al reconocimiento y enriquecimiento de la diversidad cultural a escala ecuménica (o casi)343. En efecto, el patrimonio inmaterial es una estimable fuente de creatividad que, por ese mismo carácter, contribuye a la diversificación de la creatividad contemporánea. De ahí que su valor concreto en lo que respecta a cada localidad específica sea objeto de un reconocimiento cada vez más generalizado, en buena medida como respuesta –por la vía de la recreación y consolidación de identidades locales y/o regionales– frente al creciente empuje globalizador. Dicho valor se sustenta, asimismo, en la convicción de que la cultura de una comunidad –base para la definición del concepto de patrimonio inmaterial– expresa y refuerza creencias, ideales, pautas, valores y prácticas socioculturales ampliamente compartidos. En tal sentido, y en concordancia con lo que en la última década ha venido estableciendo la UNESCO, “el concepto de patrimonio cultural intangible engloba los aspectos más importantes de la cultura viva y de la tradición. Sus manifestaciones son amplias y diversas, ya se refieran a la lengua, las tradiciones orales, el saber tradicional, la creación de cultura material, los sistemas de valores o las artes. El patrimonio intangible, junto al tangible, permite consolidar la creatividad, la diversidad y la identidad cultural”344. En consecuencia, si se pretende que este tipo de patrimonio siga constituyendo una parte viva de la comunidad que lo alberga, debe desempeñar en ella un papel social (cultural, político, económico) significativo. Si bien esta pretensión –y el reconocimiento que implica– a menudo se ha visto obturado por el desarrollo de visiones conservadoras o nostálgicas (esas que lo consideran como algo estático y meramente histórico, y por ello su principal preocupación suele radicar en la determinación de su “autenticidad”), el patrimonio inmaterial –debido a su estrecha relación con las prácticas socioculturales propias del mundo de la vida de las comunidades– está en permanente proceso de cambio. En concordancia con ello, rescatar y Según se desprende de una encuesta realizada en el año 2004 por la UNESCO entre 103 de sus estados-miembro, son muchas las naciones que, habiendo asumido la relevancia de su patrimonio intangible, se han comprometido a salvaguardar la cultura inmaterial como parte de su patrimonio nacional. 344 Aikawa (2004). (En el año 2004 Noriko Aikawa desempeñaba el cargo de Director del Departamento de Patrimonio Intangible de la UNESCO.) 343 296 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … promover el patrimonio inmaterial de modo de garantizar su perpetuación, implica que las expresiones culturales locales y tradicionales también deban readaptarse y resultar aplicables a la vida contemporánea de sus artífices, portadores y herederos345. El reto consiste, entonces, en adoptar planteamientos dinámicos, centrados en la actuación en las comunidades y basados en el valor significativo del patrimonio cultural inmaterial, de modo que pueda asegurarse su transmisión intergeneracional y, concomitantemente, su continuidad y vitalidad para las generaciones actuales y futuras. Otro reconocimiento es necesario. A pesar de su reducido tamaño relativo y de su devenir histórico –aparentemente– corto, nuestro país es muy rico en tradiciones culturales locales. A las visiones seculares propias de un discurso historiográfico de pretensión hegemónica, deben oponerse otras que, más fieles a nuestra realidad histórica, reconozcan en su verdadera magnitud la singular importancia del legado cultural aportado por indígenas, afrodescendientes, inmigrantes y criollos, así como de aquel derivado de otras múltiples hibridaciones y sincretismos culturales producidos en los últimos tres siglos. En este sentido, el legado cultural enraizado en Minas de Corrales, bastante poco conocido fuera de su zona de influencia, de por sí pequeña, es de una estimable riqueza y valor. Es por todo ello que con esta investigación he procurado, con la mayor exhaustividad, profundidad y rigor posibles, dar cuenta del legado cultural encarnado en las diversas y múltiples situaciones, circunstancias, peripecias y sujetos que a lo largo de su historia –pasado y presente, memoria y esperanza– hicieron de Minas de Corrales lo que Minas de Corrales es. Adviértase, como ha hecho un célebre historiador, que si Homero no hubiese escrito La Ilíada unos cuatro siglos después de que acaecieran los hechos históricos, jamás habríamos conocido los tesoros de Micenas ni la épica de los personajes heroicos que participaron en la guerra de Troya. 345 297 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 298 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … dimensión metodológica-teórica (contexto de fundamentación): un modelo tetradimensional 346 La investigación es una conversación entre todos los observadores posibles. Ibáñez347 El propósito axial de la investigación desplegada fue, pues, la identificación, ponderación y evaluación de la naturaleza y características específicas del patrimonio cultural inmaterial de Minas de Corrales y su zona circundante, con vistas a la implementación de acciones eficaces de rescate, preservación, promoción y difusión. En este contexto, en la investigación he privilegiado la aplicación de estrategias cualitativas, que implican una opción epistemológicametodológica que, al oponerse al positivismo y al reduccionismo empirista, evita caer en las falsas apariencias propias de las posiciones populistas, ingenuas y conservadoras en el proceso investigativo348. Por lo pronto, elude la ingenuidad de ignorar que la investigación social tiene mucho de prestidigitación349. Algunos tramos del desarrollo que presento en esta sección están basados, con ajustes menores, en un texto ya publicado de circulación restringida (cf. Acevedo 2008). 347 1994:61. 348 La investigación positivista de corte empirista, todavía presente en la práctica académica nacional, si bien ha acumulado una cantidad abrumadora de datos, ha dado pocas soluciones a problemas relevantes. Ello se debe a que los intereses de los investigadores han tendido a concentrarse en la definición y comparación de variables, lo cual conduce a procesos investigativos que obligan a abordar sólo fragmentos de la realidad social. De este modo, se inhibe la confrontación de los problemas coyunturales, sectoriales o locales de un determinado grupo con el contexto social global y con su propio devenir sociohistórico, reduciendo la posibilidad de avanzar en el análisis y solución de problemas reales. 349 “Cuando un prestidigitador realiza un truco, a la vez que manipula las cosas, tiene que manipular a las personas para que no vean cómo manipula las cosas, lo que el prestidigitador ve y lo que el público ve no coincide. El sociólogo se parece en esto al prestidigitador: obligado a ampliar el campo de lo visible para desarrollar las posibilidades de manipulación (el componente científico de la teoría) y a reducir el campo de lo visible para que los que son manipulados no se den cuenta de que son manipulados (el componente ideológico de la teoría)” (Ibáñez 1985:93). Lo dicho por Ibáñez vale sobre todo para los “encuestólogos”, principales prestidigitadores de lo social, instaladores de orejeras en los mulos que dan vueltas a la noria… para que sigan haciéndolo. 346 299 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … En atención a la naturaleza, complejidad y vastedad de la problemática en cuestión, la estrategia metodológica diseñada, de corte eminentemente cualitativo, incluyó una multiplicidad de técnicas y dispositivos de investigación, bajo la égida de un enfoque socioantropológico con inesperadas derivas antropo-históricas. La investigación, tal como fue concebida y proyectada, inhibe la posibilidad de visualizarla como un proceso divisible en fases secuenciales, ya que en toda praxis investigativa las eventuales “fases” están, en cualquier caso, indisolublemente imbricadas. Se trató, más bien, de un proceso de investigación donde las diversas instancias metodológicas y tecnológicas se desplegaron según una lógica multidimensional y marcadamente ad-hoc. No obstante, y con fines meramente expositivos, a continuación presento un esquema sucinto de la trayectoria de la investigación, ordenado (y arbitrariamente desglosado) en sus dimensiones constitutivas, dejando en claro que el abordaje de una cualquiera de las dimensiones en ningún caso requirió la culminación o el agotamiento de la “anterior”. En el apartado siguiente se explicitan las características más destacables del sistema tecnológico aplicado, con especial énfasis en las principales circunstancias, condiciones y condicionantes –teóricas, epistemológicas, metodológicas, prácticas– de su empleo y en la validez de sus productos. dimensión exploratoria-descriptiva Una vez realizado un relevamiento y análisis crítico de los antecedentes bibliográficos, conceptuales y metodológicos disponibles, esta dimensión se centró en la aproximación progresiva a la problemática en cuestión mediante un trabajo de campo riguroso y sistemático, cuya exhaustividad fue en aumento a medida que el trabajo fue avanzando. (Las actividades aquí incluidas se realizaron, con intensidad diversa, a lo largo de prácticamente todo el proceso de la investigación.) En su desarrollo, orientado hacia la detección e identificación primaria de los principales bienes culturales inmateriales de Minas de Corrales y sus inmediaciones, las técnicas de investigación protagónicas fueron la observación, la entrevista en profundidad y el censo (patrimonial). 300 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … — La técnica de observación se aplicó siguiendo la modalidad de los estudios etnográficos tradicionales, incluyendo un registro escrito en notas de campo, un registro fotográfico en una carpeta (digital) de campo y un registro diferido en un diario de campo. (La observación también incluyó, lógicamente, interacciones y conversaciones informales con los lugareños.) — La técnica de entrevista en profundidad, de tipo abierto, se aplicó a doce informantes calificados350. Los testimonios se registraron con grabador digital y cámara filmadora, a efectos de facilitar su posterior transcripción, análisis y edición; asimismo, como también es usual en las aproximaciones etnográficas, se tomaron notas de campo. — El censo (patrimonial) se aplicó a toda la población mayor de catorce años residente en Minas de Corrales. Su diseño (definición del universo censal, elaboración de cartografía ad-hoc, determinación y distribución de segmentos censales, capacitación de encuestadores, elaboración y pre-testado del formulario estandarizado de encuesta censal) fue realizado por el investigador, quien también se ocupó de todas las actividades de categorización, procesamiento, análisis e interpretación ulteriores. La administración de las encuestas censales estuvo a cargo de treinta y nueve estudiantes voluntarios (nueve del Liceo de Corrales, treinta del Centro Regional de Profesores del Norte con sede en Rivera), bajo la orientación y supervisión del investigador. En todos los casos los procesos de producción de información fueron tan cuidadosos como se pudo, en procura de garantizar una sólida base empírica a la argumentación y de evitar caer en especulaciones personales sobre la cuestión indagada. A estos efectos también se dispuso la creación de otras situaciones de investigación que permitieron una mejor aproximación a los hechos y discursos puestos en juego. Fue por eso que, además de las técnicas mencionadas, en el correr de la investigación se aplicó la técnica de grupo de discusión con informantes calificados (cuyos detalles se explicitarán más adelante), La deriva del trabajo de campo –junto con la reflexión que suscitó– llevó a que, luego de realizadas varias entrevistas a uno de los informantes calificados, las siguientes se orientaran hacia la construcción de una historia de vida. 350 301 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … técnica de investigación bastante innovadora (o por lo menos infrecuente) que propició procesos de comunicación activa y, por ende, mayores y mejores posibilidades analíticas e interpretativas351. Corresponde advertir que, en cualquier caso, la recolección-producción de información no es valiosa en sí misma; su importancia es tributaria del discurso y de su análisis crítico, en tanto sólo del proceso discursivo y reflexivo se pueden derivar directrices prácticas en el campo social, y en particular en el de las políticas patrimoniales. No obstante, tanto la producción de información como el discurso y la acción que de ella derivan, en tanto actividades investigativas, deben siempre alcanzar un carácter sistemático, para lo cual deben contemplar, entre otros, los criterios básicos de transparencia, distanciamiento y consistencia. La transparencia radica en la elucidación de los propósitos, métodos y pautas implícitas en cada instancia de la investigación, así como en la relación entre ellos. El distanciamiento implica la no-intrusión del investigador en una forma que resulte distorsionante (o que produzca distorsiones que escapen a su control). La consistencia, tal como aquí la entiendo, se asienta en la conjugación de un criterio más bien objetivo –el de la lógica de la extensión, que procura la exhaustividad– con otro más bien subjetivo –el de la lógica de la comprensión, que procura la pertinencia–352. Cuando las actividades investigativas se despliegan respetando esos criterios, producen –y, de hecho, produjeron– diversos tipos de información, cuya relevancia depende de la consistencia de la argumentación dialógica; es decir, la decisión atinente a si una determinada información se toma como válida no es subsidiaria de procedimientos tecnológicos, sino de una argumentación fundamentada en el consenso, en la crítica y en la certeza de que las directrices para la práctica que se derivan del discurso generan procesos plurales orientados a la construcción de un nuevo statu quo También se realizaron grupos de discusión conformados con la mayoría de los participantes en el censo patrimonial. En este caso, como explicaré más adelante, el propósito fue someter a control crítico –interpelación, ponderación, evaluación, filtrado, validación– la información producida por esa vía. 352 Es mi convicción que la pertinencia es más importante –por ser más productiva– que la exhaustividad. También para Jesús Ibáñez: “el modo académico de hacer responde, en general, a la lógica de la exhaustividad. La acotación del tema del trabajo como reflexión sobre la propia actividad investigadora genera una solución de compromiso: permite que la exhaustividad se pliegue sobre la pertinencia” (2003:10). 351 302 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … socio-cultural. Es en virtud de ello que en las instancias de análisis e interpretación de la información producida en el transcurso de la investigación se promovió la participación de actores referentes de Minas de Corrales. (Este planteo se opone frontalmente a las pautas orientadoras de la investigación tradicional; ésta, al privilegiar una relación instrumental con el objeto de estudio, ha asimilado los sujetos investigados a objetos naturales que no conocen los propósitos del investigador. En este sentido, han negado todo espacio a los procesos de participación y comunicación activa –o de acción comunicativa353– de la población implicada, prerrequisito de toda pretensión de transformación social. Mi planteo, en cambio, asume una concepción de la validación basada en la argumentación dialógica y no en la verificación de hipótesis mediante procedimientos técnicos más o menos estandarizados.) dimensión analítica-dialógica Esta dimensión estuvo configurada por el análisis de la información producida en el trabajo de campo reseñado antes, orientado hacia la ponderación y evaluación de los bienes patrimoniales inmateriales identificados en la “fase” precedente (precedente según su presentación en el presente texto; en términos cronológicos, su aplicación fue, en casi todos los casos, prácticamente simultánea); se estructuró, al igual que en el caso de la dimensión anterior, propiciando un amplio componente de participación de los propios actores locales. Las técnicas de investigación correspondientes a esta dimensión, que se desplegaron en diversos momentos del trabajo de campo, fueron las siguientes: — 353 grupo de discusión (“focus group” o bien, según dos denominaciones inconvenientes aunque de uso frecuente, panel o entrevista grupal). Con la aplicación de esta técnica se promovió la participación activa de los propios actores locales implicados, en Cf. Habermas (1987). 303 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … virtud de lo cual el grupo de discusión se conformó con algunos de los informantes calificados que habían sido previamente entrevistados. Estimé, además, que resultaba de gran interés la difusión pública de esta instancia; en atención a ello, el grupo de discusión se llevó a cabo en el estudio de la radioemisora local (Radio Real de Minas de Corrales) y se emitió al aire, en vivo y directo, también para hacer posible la participación de la audiencia por vía telefónica. — análisis de discurso y análisis de contenido, aplicados a los testimonios recabados a medida que se fueron produciendo, lo cual permitió realizar ajustes en el rumbo del trabajo de campo a medida que éste iba prosperando; — técnicas ad-hoc de procesamiento, análisis y producción de sistematizaciones a partir de los discursos analizados: inventario de bienes patrimoniales a rescatar y preservar, base de datos de tipo bibliográfico y de tipo documental, sistematización de experiencias. dimensión analítica-interpretativa Esta “dimensión” consistió en nuevos análisis interpretativos, críticos e integrados, de la información más relevante y significativa producida en las instancias precedentes. El producto de estos análisis, que se presenta en la última parte de este libro, ha sido una doble construcción conceptual –teórica y empírica–354, enfocada en las nociones de identidad cultural local y patrimonio cultural, con especial énfasis en la discusión crítica de los procesos, condiciones e implicancias de su determinación y legitimación social. Acá me apropio de la distinción, formulada por Althusser (1970:77-78), entre conceptos teóricos (aquellos que “versan sobre determinaciones abstracto-formales”) y conceptos empíricos (aquellos que “versan sobre las determinaciones de la singularidad de los objetos concretos”). 354 304 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … dimensión de intervención y comunicación La totalidad de lo producido en las tres dimensiones expuestas está firmemente orientado hacia el establecimiento de un modelo de intervención, cuyo objetivo axial es la revitalización del patrimonio cultural de Minas de Corrales en sus contextos originales. El diseño del modelo, aún no efectuado, tomará en consideración algunas experiencias fecundas desarrolladas en otros países y, muy especialmente, la propia singularidad de la realidad corralense. En consecuencia, su elaboración, diseño e implementación se concretará en instancias de reflexión y discusión colectivas (para lo cual se implementarán talleres y se apelará, una vez más, a la aplicación de la técnica de grupo de discusión), en las que la participación protagónica la tendrán las “fuerzas vivas” de Minas de Corrales. El modelo de intervención incluirá una estrategia de difusión a escala local y regional, que será elaborada, implementada y ejecutada en forma conjunta y coordinada con los agentes sociales locales. A pesar de la no pertinencia (política y técnica) de establecer a priori y con detalle una estrategia de difusión, se estima conveniente implementar, con énfasis en el ámbito local, actividades de apoyo y talleres en instituciones de educación, programas radiales y televisivos, e itinerarios de reconocimiento (por ejemplo, en ocasión del Día del Patrimonio355). Asimismo, se presentará y divulgará, prioritariamente en Minas de Corrales, un filme documental que, en parte, recoge los pormenores y resultados de la investigación realizada356. En realidad, en el departamento de Rivera no existe un Día del Patrimonio sino un Mes del Patrimonio. 356 En este momento el filme referido –titulado “Casi todo lo que fue existe. Construcción identitaria en Minas de Corrales”– está en etapa de pos-producción. 355 305 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 306 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … dimensión metodológica-teórica (contexto de fundamentación): notas críticas sobre las técnicas de investigación aplicadas; fidelidad e ironía357 … es valorable que la fascinación ante el otro sea transmitida por un relato que no se quede en la fascinación, no ingenuo pero que tampoco se apague por los empeños obsesivos de la desconstrucción. Fidelidad e ironía. García Canclini358 El texto que sigue –que no pretende más que dar cuenta de lo que ha sido la trayectoria de una investigación recién concluida– prologa y prolonga el tránsito por cinco espacios artificiales de discurso: el de la observación, lugar de interlocución ilusoria, el de la entrevista, lugar de interlocución genuina, el de la encuesta, (no-)lugar de interlocución vicaria, el del grupo de discusión, lugar de interlocución múltiple, el de la escritura, lugar de interlocución virtual359. El tránsito –unas veces regular, otras zigzagueante– por los cuatro primeros, lugares de campo, co-instituye al último (aparentemente extranjero al campo), el cual, al atravesarlos, se deja atravesar por ellos. En cualquier caso, aquellos cuatro lugares son palmariamente diferentes, y su contribución al paisaje de la investigación es desigual en varios sentidos. Ello deriva, entre otras cosas, de tres premisas metodológicas-teóricas que en nuestra investigación han asumido un papel central (en su plano concreto de cimentación). La primera de ellas se refiere a la relación entre el objeto (o contenido) y el método (o camino para su abordaje): “la plausibilidad, así como el Algunos tramos del desarrollo que presento en esta sección están basados, en líneas generales, en un texto ya publicado de circulación restringida (cf. Acevedo 2008). 358 2008:118. 359 Con frecuencia las nociones de espacio y de lugar son utilizadas indistintamente. Aquí, en cambio, asumo que un lugar es más que un espacio: es un espacio con cierto valor agregado, un espacio practicado. (Se podría decir: los espacios se contemplan, los lugares se habitan.) Nos aproximamos, así, a las nociones de lugar y espacio según los sentidos que les adjudica Marc Augé (1993), casi anti-simétricos con respecto a los que les atribuye Michel de Certeau, para quien “el espacio es un lugar practicado” (2000:129). 357 307 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … contenido de lo que uno conoce sociológicamente, hasta cierto punto, depende del método o de la elección del método”360. Hay que subrayar, para ser fieles a su autor, la expresión hasta cierto punto, ya que el reconocimiento de la dependencia epistémica del objeto –o lo que uno puede decir de él al abordarlo sociológicamente– con respecto al método no debería llevarnos a creer “que se pueden reducir todas las cuestiones esenciales de contenido a cuestiones metodológicas”. Por el contrario, “el método debe regirse por el tema, y no ser un mero esquema de ordenamiento”361. La segunda premisa, también deudora de la teoría crítica frankfurtiana, radica en la atribución de un papel protagónico e insustituible a la empiria inherente al trabajo de campo, y en el reconocimiento de su carácter problemático (y problematizador): “la transformación de la perspectiva concreta y específica obtenida en la construcción misma, en una problemática empírico-sociológica, resulta inmediatamente una fuente increíble de dificultades, de las cuales aquel que no se ha arremangado y trabajado en el campo de la sociología empírica difícilmente pueda tener una idea”362. (La inmersión en el campo nos pone a salvo, además, de sufrir el síndrome de ciertos meteorólogos, aquellos que al mirar el cielo sólo ven isobaras.) La tercera premisa podría enunciarse así: el objeto, la “cosa” investigada, no está separada (no es externa ni autónoma) del sujeto que la investiga, sino que es producto de lo que éste hace al investigarla, de su actividad (subjetiva) de objetivación363. De la conjunción de estas premisas, y sobre todo de la última, se extraen tres inferencias capitales: a. al investigar un objeto dejamos nuestra huella en él, lo alteramos: “en el producto quedan huellas del proceso de producción: del productor y de la materia prima. Es el caso de una madera Adorno (2006:111). Este libro recoge el curso de Sociología que Adorno dictara en su regreso a la Universidad de Frankfurt, poco antes de su muerte. Las citas transcriptas corresponden a la clase Nº 10, del 18 de junio de 1968. 361 Ídem:115. 362 Ibíd.:120. 363 Para un desarrollo consistente y contundente de la pertinencia de esta premisa –o, en sus propios términos, del “presupuesto de reflexividad” (que parece haber desplazado definitivamente al presupuesto tradicional de objetividad)– y de sus múltiples implicancias, véase Ibáñez (1994). 360 308 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … trabajada con hacha y azuela (el pulso del carpintero y la textura de la madera dejan huellas en el mueble)”, cosa que casi no ocurre “en el caso de una madera trabajada con sierra mecánica”364. En el caso de los carpinteros de lo social, la especificidad del oficio estriba en que los objetos (los “muebles”) de los que se ocupan son sujetos con la misma naturaleza y capacidades cognitivas que aquellos, lo cual es otra forma de decir lo que recién fue dicho: la “cosa” investigada, por estar apareada con el sujeto que la investiga, es producto de lo que éste hace al investigarla; b. en consecuencia, “las interpretaciones del investigador como sujeto se tienen que contrastar con las interpretaciones del investigado, que también es sujeto” (he aquí una de las principales encrucijadas a abordar: de qué modo la segunda hermenéutica se contrasta con la primera, o la repliega sobre sí), “por lo que la táctica de silenciar a este último nos hace perder información”365. (He aquí una de las principales cosas a evitar.) Pues bien, la investigación clásica –la de primer orden– se ocupó de dar cuenta del mueble y de las huellas dejadas en él por la textura de la madera; la de segundo orden366 sumó a ello la importancia de dar cuenta del pulso del carpintero y de sus huellas en el mueble; c. los datos que nos aporta cualquier técnica de indagación de campo no son, en sentido estricto, dados (data: datos) sino capturados (capta: constructos): “son el producto de la interferencia entre las actividades objetivadoras del sujeto (el investigador) y el objeto (los investigados: que también son sujetos)”367. Por eso, antes de analizar los “datos” y los “hechos”, antes de hacerlos hablar, hay que decir sobre las condiciones y circunstancias de su captura. La conjugación de aquella premisa –el objeto no está separado del sujeto que lo investiga, sino que es producto de lo que éste hace al investigarlo– con estas prolongaciones inferidas refuerza la convicción Ibáñez (1994:30). Cabe advertir que la sierra mecánica impone su corte sin tener en cuenta las singularidades –vetas, nudos, resistencia– de la madera. 365 Ídem:XII. 366 Ya he establecido la distinción entre pensamiento (e investigación) de primer orden y de segundo orden (cf. supra, :292, nota 336). 367 Ibáñez (1994:120). 364 309 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … de que se hace ineludible “investigar la investigación del objeto”368, y en especial su efecto corruptor: la investigación transforma al objeto investigado y al sujeto que investiga. (Lo mismo ha sido planteado desde el campo de la crítica literaria, nada menos que por parte de Emir Rodríguez Monegal: “todo observador participa en la situación observada, la modifica por su presencia, es afectado por ella. Pero si el observador lo sabe, si es escrupuloso en sus observaciones, si fiscaliza con datos ajenos los propios, si también se observa observar, sorteará las trampas más obvias del subjetivismo”369.) También se puede ser escrupuloso en la ponderación del efecto corruptor en el yo del investigador; este es el problema central de los abordajes hermenéuticos, que buscan “la comprensión del yo dando el rodeo por la comprensión del otro”370. Siendo así, si al mirar a través de un agujero distintas personas ven imágenes diferentes (o, en rigor, observan un mismo objeto a partir del cual construyen imágenes diferentes –un objeto que, además, les provoca sensaciones diferentes–), entonces habrá que investigar al agujero y a la escena observada –sus condiciones de posibilidad, su contexto y circunstancias, sus singularidades, etcétera–, pero también, y muy primordialmente, al sujeto que observa y a su acto de observación. El humorista Joaquín Lavado (Quino) lo intuyó con muy especial agudeza371. Ídem:XIV. 1966:10. 370 Ricoeur, apud Rabinow (1992:26). Corresponde aclarar que el yo al que alude Ricoeur no es el yo individual (psíquico) sino el yo social (o cultural). 371 Tanto esta ilustración como la de la página siguiente están extraídas de Quino (1992). 368 369 310 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Y con análoga agudeza también intuyó que lo mismo vale cuando, en lugar de mirar a través de agujeros, se trata de escuchar (o de pensar) sobre bosques y montes, asunto tan interesante como inquietante, en particular en esta región del país. 311 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 312 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … dimensión tecnológica: contexto de descripción (primera hermenéutica) Sólo se puede captar la lógica más profunda del mundo social a condición de sumergirse en la particularidad de una realidad empírica, históricamente situada y fechada, pero para elaborarla como «caso particular de lo posible», en palabras de Gaston Bachelard, es decir… Bourdieu372 Comienza aquí un recorrido por el tercero de los ejes en torno a los que se ha articulado la praxis de investigación, eje de naturaleza tecnológica y presencia bifronte: contexto de descripción y contexto de interpretación. Me ocuparé primero de las características, condiciones y circunstancias de mi inmersión en el territorio como investigador de lo social y de la primera hermenéutica resultante, conjunto de prácticas enfocado en la producción, por parte de los sujetos de la investigación, de discursos, juicios e interpretaciones en torno a los asuntos y cuestiones que están en el centro del interés investigativo. Antes de cumplir con lo anunciado se impone una aclaración. La primera hermenéutica se enfoca, como ya he señalado, en la descripción (o diégesis) y en la interpretación conexa (e inevitablemente parasitaria) producida por los sujetos; la segunda hermenéutica corresponde a la descripción-interpretación que formula el investigador sobre la base de la descripción-interpretación ofrecida por los sujetos. Ambas instancias y contextos descriptivosinterpretativos se necesitan mutuamente: la descripción sin interpretación es estéril, la interpretación sin descripción es pueril (o, peor, fofa). Como ya he adelantado, el recorrido que a partir de aquí reinicio (contexto de descripción, primera hermenéutica) se ha detenido en dos estaciones o escenarios, distintos entre sí en virtud del carácter de las representaciones que cada uno de ellos implica y produce: 372 1997:12. 313 │fernando acevedo│ a. las máscaras de la identidad colectiva … en el primer escenario los protagonistas fueron doce informantes calificados de Minas de Corrales; b. en el segundo escenario los actores protagónicos fueron todos los residentes corralenses mayores de catorce años que estaban presentes en su domicilio al momento del censo patrimonial. En virtud del muy distinto carácter de ambos escenarios y tipos de protagonistas, las técnicas de investigación aplicadas en cada uno de ellos fueron sustancialmente diferentes (en cierto modo, también vale la relación causal inversa): entrevista en profundidad en el primero, censo (o encuesta censal) en el segundo. En concordancia con ello –y de acuerdo con el desarrollo argumental presentado en la sección precedente–, el tipo de información producido en cada caso también fue sustancialmente diferente, en términos de pertinencia, cualidad, confiabilidad, profundidad, valor, validez, significatividad. Como ya he comentado, en el primer escenario de esta primera hermenéutica apliqué la técnica de observación conjugada con la de entrevista en profundidad a doce informantes calificados (José Alfredo Oruezábal, Eduardo Andina, Tito Pereira, Juan López, Elidio Loza, Raúl Armand’Ugón, Tito López, Ana Laura Antúnez, Victoria Silva, Selva Chirico, Ariel Pereira, Eduardo Palermo), mientras que en el segundo escenario apliqué la técnica de encuesta, mediante la cual procuré conocer las “opiniones” de los corralenses en sus respuestas al censo patrimonial373. La mayor porción de los tres centenares de páginas que conforman la primera parte de este libro son el producto de la primera hermenéutica correspondiente al primer escenario, construida principalmente sobre la base de los discursos de los informantes calificados producidos en situación de entrevista. Pero si fuera sólo eso –presentación intocada de testimonios, palabra cruda– sería descripción vana, mera trascripción, ejercicio inútil que, además, revelaría una grave inconsistencia epistemológica: “la atención al discurso tomado en su valor facial, tal como se da, con una filosofía de la ciencia como registro (y no como construcción), lleva a ignorar el espacio social en el que se produce el discurso, las estructuras que lo determinan, Hemos entrecomillado la palabra “opiniones” ya que no se trata de opiniones genuinas. La explicación de esta opinión se ofrece en la addenda (cf. infra, :481-485). 373 314 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … etcétera”374. Y lleva a ignorar, también, que no se puede dar cuenta de lo “real” sin la interposición de mediaciones conceptuales. Ambos planteos implícitamente ofrecen una respuesta a la pregunta que García Canclini dejó formulada en uno de sus últimos libros: “es arduo saber quién habla en los libros de antropología: ¿los protagonistas de la sociedad estudiada o el que transcribe y ordena sus discursos?”375. Podemos, por si acaso, ser más explícitos: en este libro hablan los protagonistas de la sociedad corralense y también el que transcribe y ordena sus discursos, aunque a menudo este último hable sin que se note; pero la transcripción de algunos discursos y no de otros, la selección y recorte de unos tramos y no de otros, el orden según el cual se los dispone, el lugar en el que se los sitúa, el modo en el que se los articula, etcétera, son todas decisiones del autor-investigador que constituyen, en su conjunto, un discurso (discurso que, a un mismo tiempo, integra, desintegra, fragmenta, recompone, jerarquiza, rechaza, oculta, amplifica, etcétera, discursos ajenos). Por otra parte, al considerar los discursos como instituidos por ese espacio social y a éste como instituido por sus estructuras, la descripción se vuelve problemática, entre otras cosas porque obliga a dar cuenta y evaluar críticamente cómo se representa la “realidad” social. Por eso, para contemplar e incorporar ese espacio social, las operaciones de mediación dispuestas (selección, recorte, reordenamiento, jerarquización, redundancia, yuxtaposición, montaje) constituyen un velado deslizamiento “culinario” desde la cruda descripción hacia la digestión interpretativa que, lejos de toda ilusión de transparencia del discurso e ingenuidad narrativa, busca revelar aquel escenario y su valor, fecundidad y potencia hermenéutica. Pues bien, este valor radica, más que en los discursos per se, en el modo en que la heterogeneidad de los juicios subjetivos expresados se puede conjugar en un espacio tridimensional de configuración cuasi fractal: plano de divergencias, plano de compatibilidades, plano de convergencias. Asimismo, he conjugado ese espacio tridimensional con otro tipo de espacio, procedente de material escrito (libros, artículos, documentos), siempre proveedor de información valiosa. 374 375 Bourdieu (2005:45). García Canclini (2008:104). 315 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Basta con transitar entre esos discursos, de enorme variedad y riqueza, para intuir que ese primer escenario contiene un valor de gran fecundidad y potencia hermenéutica. Ello quedará corroborado, espero, en la última parte de este libro, cuando avance en lo que he denominado, algo pomposamente (y tomando la expresión de Giddens), “segunda hermenéutica”376. Existió otra circunstancia problemática que el tránsito entre esos discursos y su propia presentación ocultan. Como ya he insinuado, el proceso de selección de informantes no fue en sí mismo problemático, como tampoco lo fue mi interacción con ellos. En todo momento ellos se mostraron complacientes conmigo en mi rol de investigador y siempre bien dispuestos a ofrecer informaciones y opiniones pertinentes. Pero a medida que esa interacción fue profundizándose empecé a percibir que algunas hebras del tejido social en la que sus vidas estaban urdidas habían comenzado a erosionarse. Entrevistar a algunos informantes y no a otros, dedicarle más tiempo y atención a algunos que a otros, de algún modo estaba moviendo el tablero de su juego social habitual. Éste fue un asunto delicado que en todo momento me obligó a evaluar los efectos de sesgo –en las interacciones propiciadas, en los resultados de la investigación que se iban produciendo– de cada una de las decisiones estratégicas y tácticas (metodológicas y tecnológicas) adoptadas. Ya estoy en condiciones de presentar –y de eso tratan las páginas que siguen– la primera hermenéutica correspondiente al segundo escenario, como complemento y contrapunto de la correspondiente al primero, ya presentado: las principales respuestas ofrecidas por los corralenses en oportunidad del censo patrimonial realizado el sábado 13 de setiembre de 2008. Los testimonios referidos –unas cincuenta horas de grabación– están a disposición de quien los solicite, y en especial de aquellos que, sobre esa base empírica, deseen realizar su propia “segunda hermenéutica” (esto es, ensayar sus propios análisis e interpretaciones) y contrastarla con la nuestra. Dejar todo este material a disposición de cualquier interesado tiene otro sentido adicional: viabilizar un eventual estudio longitudinal o diacrónico, en cualquier caso recomendable por su potencial fecundidad. 376 316 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … primera hermenéutica, segundo escenario: el censo patrimonial Si no esperas lo inesperado no lo encontrarás nunca Heráclito En el censo patrimonial (de aquí en adelante, censo) participaron, junto conmigo, nueve estudiantes voluntarios del Liceo de Minas de Corrales y treinta estudiantes del Centro Regional de Profesores del Norte con sede en la ciudad de Rivera, quienes abordaron la tarea de forma muy comprometida y proactiva, aportando altas dosis de esfuerzo, alegría, capacidad, iniciativa, disposición y competencia para el trabajo en equipo. Los encuestadores nos reunimos en la vereda frente al Liceo cuando el sol recién asomaba en un sábado invernal, a efectos de coordinar las actividades de relevamiento censal, las cuales se iniciaron hacia las nueve de la mañana y culminaron ya de noche, unas diez horas después. El censo cubrió la totalidad del amanzanamiento de la planta urbana de Minas de Corrales y de los sectores poblados de su área suburbana: hacia el oeste de la calle Lavalleja desde su confluencia con la avenida Tacuarembó, hacia el norte de la calle Montevideo, hacia el este de la calle Ana Packer, hacia el sur de las calles Cuñapirú y San Martín, así como los barrios La Colina y San Gregorio y el conjunto de viviendas “MEVIR 2”, recientemente inaugurado. Al momento del censo en algunas viviendas (aparentemente) no había ningún morador presente, en virtud de lo cual no pudieron ser incluidas en él. Tampoco pudimos censar a algunos pobladores que no estaban presentes o accesibles en ese momento (por estar trabajando, durmiendo o en alguna otra actividad), así como a otros que se negaron a ser encuestados. En términos cuantitativos, su aplicación fue razonablemente exitosa: del total del universo considerado (residentes en suelo urbano y suburbano de Minas de Corrales mayores de catorce años) fueron censadas 1.280 personas, lo cual representa un 52% del universo total de 2.464 personas de esa franja etaria, cifra determinada en el Censo de Población del año 2004, último censo nacional realizado hasta el 317 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … momento377. La representatividad de la población encuestada en nuestro censo está, entonces, suficientemente garantizada. ... A continuación esbozamos un análisis de la información producida en el censo, ordenado según las categorías tal como fueron propuestas en el formulario aplicado. cód. personas 1 SEXO masculino femenino 1 2 total % 513 767 40,08 59,92 1.280 100,00 Entre las 1.280 personas efectivamente censadas hubo una notoria mayoría de mujeres (60%, bastante mayor al 51% relevado en el Censo de Población del año 2004), lo cual encuentra una explicación razonable en la circunstancia de haberse realizado un sábado378, día en que muchos residentes varones estaban fuera de su hogar, presumiblemente por motivos laborales; a esto debe agregarse que quienes se negaron a ser censados (cerca de un centenar de personas) fueron en su mayoría varones adultos. De todos modos, el sexo de las personas no es una variable relevante en la investigación. cód. personas 2 EDAD 15 a 19 años 20 a 24 años 25 a 29 años 30 a 64 años más de 64 años total 1 2 3 4 5 % 135 114 134 683 214 10,55 8,90 10,47 53,36 16,72 1.280 100,00 Cf. www.ine.gub.uy/fase1new/rivera/divulgacionrivera.asp (Instituto Nacional de Estadística: “Censo 2004 Fase 1”), consultado el 20/10/2008. 378 La elección del día sábado para la aplicación del censo fue sugerida por algunos de los informantes calificados entrevistados, quienes consideraron que ese es el día de la semana en el que resulta más probable encontrar a los corralenses en sus hogares. 377 318 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … La distribución por franjas etarias de la población encuestada en el censo se corresponde fielmente con la del Censo de Población del año 2004 (con una diferencia de apenas un 4%), lo cual confirma la validez y representatividad de las cifras poblacionales del censo. cód. personas 3 ESTUDIOS (máximo nivel cursado) ningún estudio curs. primaria incompleta primaria completa secundaria incompl. secundaria completa terciarios incompletos terciarios completos NS/NC 1 2 3 4 5 6 7 88 total % 49 270 377 383 101 36 45 19 3,83 21,09 29,45 29,92 7,89 2,81 3,51 1,48 1.280 100,00 Tal como se desprende de la tabla precedente, más de la mitad de la población corralense mayor de catorce años (54,37%) no ha accedido a la enseñanza secundaria; si a este porcentaje se le suma el correspondiente al de la población que no completó este nivel, la cifra asciende al 84,29% (equivalente a casi seis de cada siete personas mayores de catorce años), valor sin duda altísimo. Estas consideraciones deben ser especialmente tenidas en cuenta al momento de evaluar los resultados finales del censo, ya que es lícito presumir que la socialización secundaria ejercida en la institución escolar desempeña un importante papel (o debería hacerlo) en la construcción de una ciudadanía local plena, incluyendo la debida valoración del patrimonio cultural local. cód. personas 4 EMPLEO u OCUPACIÓN ama de casa trabajador indep. empleado privado empl. públ. (no doc.) docente empleada doméstica estudiante 1 2 3 4 5 6 7 321 41 173 88 25 54 108 % 25,08 3,20 13,51 6,87 1,95 4,22 8,44 319 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … profesional univers. comerciante productor rural jornalero/peón rural changas jubilado/pensionista desocupado/desemp NS/NC 8 9 10 11 12 13 14 88 total 7 66 13 56 51 173 48 19 0,55 5,16 1,02 4,37 3,98 13,51 3,75 1,48 1.280 100,00 Contrariamente a lo que a priori podía presumirse, los trabajadores rurales representan una baja proporción de la población corralense (5,39%), al igual que los trabajadores independientes y “changuistas” (7,18%; 12,34% si sumamos los comerciantes) y quienes manifestaron estar desocupados o desempleados (3,75%). La mayor proporción corresponde a las “amas de casa” (25,08%), mientras que los jubilados y pensionistas y los empleados privados –en su gran mayoría directa o indirectamente dependientes de la empresa “Minera San Gregorio”– alcanzan el mismo valor (13,51%). De todos modos, al igual que en el caso de la variable sexo, el empleo u ocupación no es una variable relevante con respecto a las cuestiones centrales del censo. cód. personas 5 LUGAR DE NACIMIENTO Minas de Corrales otro lugar del depto. otro depto. del país otro país NS/NC total 1 2 3 4 88 % 674 374 201 21 10 52,66 29,22 15,70 1,64 0,78 1.280 100,00 Casi la mitad (47, 34%) de los residentes en Minas de Corrales no ha nacido allí, porcentaje seguramente mayor al existente en otras localidades de la región, y que muy probablemente responda a la atracción que hasta hace algún tiempo ha ejercido la posibilidad de conseguir empleo en la empresa minera radicada en la zona. 320 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … cód. personas 6 TIEMPO DE RESIDENCIA EN MdC 3 años o menos entre 4 y 10 años 11 años o más no reside en MdC 1 2 3 4 total % 143 167 951 12 11,17 13,05 74,30 0,94 1.280 100,00 También resulta elevada la proporción de residentes recientes en Minas de Corrales (casi la cuarta parte del universo), presumiblemente por razones análogas a las señaladas antes. cód. personas 7 LUGAR DE RESIDENCIA planta urb. de MdC afueras de MdC no corresponde 1 2 99 total % 1.231 44 5 96,17 3,44 0,39 1.280 100,00 Poco cabe decir con relación a este ítem –y lo poco que podría decirse sería irrelevante–. Baste con aclarar que la expresión “afueras de Minas de Corrales” incluye áreas suburbanas y rurales, y que el porcentaje de la población corralense que reside en áreas rurales es seguramente muy superior al 3,44% indicado (ya que éste corresponde a la población que reside en las afueras de la ciudad pero que se encontraba en su planta urbana o suburbana al momento del censo). cód. personas linda, tranquila, con buena vida pintoresco, atractivo un pueblo solidario [“¿Cómo pueblo con historia definiría, pueblo minero, describiría o capital del oro caracterizaría aburrida, con poco a Minas de movimiento Corrales?”] un lugar difícil para vivir 8 CARACTERIZACIÓN DE MdC % 1 6 8 3 747 93 47 24 58,36 7,26 3,67 1,87 4 42 3,28 2 278 21,72 9 7 0,55 321 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … un pueblo horrible, espantoso otras definiciones NS/NC total 10 77 88 13 29 0 1,02 2,27 0,00 1.280 100,00 La gran mayoría de los corralenses definió muy positivamente a su ciudad y al estilo de vida que ésta hace posible. En efecto, casi las tres cuartas partes de los encuestados (un 71,16%) consideró que Corrales es una ciudad “linda, tranquila, con buena vida” o “pintoresca, atractiva”, o bien, enfatizando aún más su aspecto humano, “un pueblo solidario”, “con gran historia”. Por el contrario, apenas 20 de los 1.280 corralenses consultados (un 1,57%) la definieron muy negativamente (“un lugar difícil para vivir”, “un pueblo horrible, espantoso”), mientras que uno de cada cinco corralenses (un 21,72%) la consideraron una ciudad “aburrida, con poco movimiento”379. En cualquier caso, cabe advertir que en su mayoría –y a pesar de las insalvables limitaciones inherentes a la técnica de encuesta– los corralenses han privilegiado, por encima de los aspectos urbanos y físico-formales, la dimensión humana de su lugar de pertenencia. De hecho, en la respuesta mayoritaria (un 58,36% estableció que Corrales se caracteriza por ser una ciudad “linda, tranquila, con buena vida”) los atributos de tranquilidad y belleza aparecen asociados a una buena condición de vida; de un modo análogo, en la respuesta ofrecida por el 21,72% de los encuestados, Corrales aparece caracterizada como una ciudad “aburrida, con poco movimiento”, sin referencia alguna a la singularidad física de la ciudad. Este tipo de referencia sólo apareció en pocos casos, aquellos que incluyen caracterizaciones de tipo más bien descriptivo: “un pueblo pintoresco, atractivo” (7,26%), “un pueblo horrible, espantoso” (1,02%)380. Lamentablemente, la naturaleza de la técnica aplicada no permite elucidar las motivaciones subyacentes a las respuestas producidas. Por ejemplo, no es posible conocer cuál es el sustento empírico a partir del cual algunos corralenses perciben a su ciudad como “un lugar difícil para vivir” o “un pueblo horrible, espantoso”, ni dónde radica o se manifiesta la solidaridad que otros atribuyen a su pueblo. 380 Todo esto confirma una tesis que he esbozado hace unos quince años: por lo general, para los ciudadanos, “la ciudad es la gente”. (Cf. Acevedo 1995; una versión resumida puede consultarse en Acevedo 2007.) 379 322 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … menciones 9 “COSAS” MÁS DISTINTIVAS [“¿Cuáles son las 3 ‘cosas’ (o eventos o personas) que mejor caracterizan y distinguen a MdC con respecto a otros pueblos y villas (exceptuando aspectos de su paisaje natural)?”] Edgar Uriarte Noel Castro bailes de carnaval La Expo-oro / La Fiesta del oro Tito Pereira Dr. Davison el carnaval las minas / la actividad minera las galerías las ruinas de la represa y la usina Pochelú el folclore las fiestas del Club 25 de agosto las fiestas del Club Obrero los fogones Dr. F. López Pintos el polvorín los desfiles L. García Montejo Dr. Enrique Ros la gente Dr. Sottolani la Escuela N° 4 Dr. Lockart Amílcar Dos Santos criollas/raíds/carreras de caballos torres del aerocarril Ana Packer los bailes el fútbol Eduardo Andina Raúl Armand’Ugón carreras de motos % 1 2 3 15 5 12 0,39 0,13 0,31 4 5 6 7 356 276 66 117 9,27 7,19 1,72 3,05 8 9 10 231 27 53 6,01 0,70 1,38 16 17 9 35 0,23 0,91 20 54 1,41 21 22 23 24 27 30 31 33 35 38 39 40 16 18 9 9 21 10 47 36 6 15 7 7 0,42 0,47 0,23 0,23 0,55 0,26 1,22 0,94 0,16 0,39 0,18 0,18 42 43 44 45 50 52 53 56 71 6 21 36 27 5 5 6 1,85 0,16 0,55 0,94 0,71 0,13 0,13 0,16 323 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … otras “cosas” mencionadas381 NS/NC total 77 88 61 2.144 1,59 55,83 3.840 100,00 La cifra total que aparece en la última fila de la planilla (3.840) corresponde al total de respuestas recogidas en el censo (tres menciones para cada una de los 1.280 personas consultadas, incluyendo las “respuestas” “NS/NC”; advirtamos que algunas de las personas encuestadas mencionaron sólo una “cosa”, otras dos, otras tres, otras ninguna). Cabe aclarar, asimismo, que no figuran en la planilla aquellas 18 “cosas” (o eventos o personas) que fueron mencionadas menos de cinco veces (ver nota al pie). Al observar la tabla precedente llama la atención que más de la mitad de la población encuestada no supo (o no quiso) señalar las “3 ‘cosas’ (o eventos o personas) que mejor caracterizan y distinguen a Minas de Corrales con respecto a otros pueblos…”. Resulta difícil encontrar una explicación a esta circunstancia, así como determinar si para esa alta proporción de corralenses (el 55,83% incluido en la categoría “NS/NC”) efectivamente no existen esas “cosas” distintivas o si simplemente no pudieron explicitarlas al momento de ser consultados. Exceptuando las respuestas “NS/NC”, entre las “cosas” destacadas como distintivas de Minas de Corrales la principal proporción (56,96%) correspondió a eventos o actividades (los bailes de carnaval, la actividad minera, la Expo-oro y la Fiesta del oro y la cerveza, el carnaval, los bailes y fiestas de los dos clubes de la ciudad, los fogones, los desfiles, las criollas, raíds y carreras de caballos, el fútbol, las carreras de motos), mientras que un 28,77% de las menciones correspondieron a personas (Edgar Uriarte, Noel Castro, Tito Pereira, el doctor Davison, Pochelú, el doctor Freddy López Pintos, Lidio García Montejo, el doctor Ros, el doctor Sottolani, el doctor Lockart, Amílcar Las “cosas” (o eventos o personas) mencionadas en menos de cinco oportunidades fueron las siguientes, en su mayoría personas (y personajes): Don Baudilio y señora, Doña Asunción, el doctor Reinoso, Elidio Loza, Carlos Benavides, Rosita Leites, Aída Blanco, la doctora Píriz, “Calucho” Valdez, “Doña Chela”, “Don Bebe”, “La chata”, “El picardía”, el puente, el contrabando, la asistencia médica, los edificios públicos, el centro. 381 324 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Dos Santos, Ana Packer, Eduardo Andina, Raúl Armand’Ugón)382 y un 6,13% a lugares (las galerías, las ruinas de la antigua represa y de la antigua usina de Cuñapirú, el polvorín, la Escuela N°4). Por otra parte, resulta significativo que –también exceptuando las respuestas “NS/NC”– casi las dos terceras partes de las menciones producidas (1.045, esto es, un 61,61%) corresponden a eventos (la Expo-oro, la Fiesta del oro y la cerveza), personas (Tito Pereira, el doctor Davison, Ana Packer) o lugares (las galerías, las minas, las ruinas de la represa y de la antigua usina de Cuñapirú, el polvorín, las torres del aerocarril) vinculados directa o indirectamente con la actividad minera. cód. personas 10 CONSTRUCCIONES o LUGARES DISTINTIVOS DE MdC 383 sí no NS/NC total 1 2 88 % 1.049 121 110 81,95 9,45 8,59 1.280 100,00 Como vemos, menos de la quinta parte de la población censada (un 18,04%) no respondió a esta pregunta o bien consideró que no existe ninguna construcción o lugar que pueda calificarse como distintivo (o exclusivo, característico o identificatorio) de Minas de Corrales. Esto hace que resulte más difícil aún explicar la circunstancia comentada antes: que más de la mitad de la población encuestada no supo –o no quiso– señalar las “3 ‘cosas’ (o eventos o personas) que mejor caracterizan y distinguen a Minas de Corrales con respecto a otros pueblos y villas (exceptuando aspectos de su paisaje natural)”. En realidad, el porcentaje a considerar es algo mayor, ya que también fueron mencionadas otras personas (en menos de cinco oportunidades, tal como se indicó en la nota al pie precedente): Don Baudilio y señora, Doña Asunción, el doctor Reinoso, Elidio Loza, Carlos Benavides, Rosita Leites, Aída Blanco, la doctora Píriz, “Calucho” Valdez, “Doña Chela”, “Don Bebe”, “El picardía”. 383 La pregunta luciente en el formulario censal es la siguiente: “En su opinión, ¿existen construcciones (casas, monumentos, etc.) o lugares que sean distinti-vos (exclusivos, característicos o identificatorios) de Minas de Corrales?”. 382 325 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … menciones 11 CONSTRUCCIONES (casas, monumentos) o LUGARES DISTINTIVOS (exclusivos, característicos o identificatorios) de MdC el edificio del BROU el Club 25 de agosto el hotel las galerías el monumento al Dr. Davison el monumento al Dr. Ros las ruinas de la represa y la usina el monumento a Ana Packer el polvorín las minas torres de aerocarril la casa de Davison la Escuela N° 4 1ª estación de servic. la Barraca Viana monumento Artigas la playita la plaza el edificio del BPS el Hospital la Cooperativa casa vieja de Av. Tacuarembó la Azotea las casas antiguas la Barraca Mideco los monumentos el Colegio el Club Obrero Iglesia y parroquia los puentes Santa Ernestina el antiguo cuartel casa Dr. Sánchez hogar de ancianos la Junta Local % 1 2 3 4 9 27 10 102 0,23 0,70 0,26 2,66 5 253 6,59 6 207 5,39 7 278 7,24 8 9 10 11 12 14 15 16 17 18 19 20 21 22 28 84 120 58 116 115 8 9 161 12 14 9 81 33 0,73 2,19 3,12 1,51 3,02 2,99 0,21 0,23 4,19 0,31 0,36 0,23 2,11 0,86 23 24 25 26 27 29 30 31 32 33 34 35 36 37 6 38 99 41 25 15 13 20 7 18 9 8 2 6 0,16 0,99 2,58 1,07 0,65 0,39 0,34 0,52 0,18 0,47 0,23 0,21 0,05 0,16 326 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … el Estadio 1ª seccional de Polic. NS/NC no corresponde 38 39 88 99 7 7 1.092 693 0,18 0,18 28,44 18,05 3.840 100,00 384 total Si bien, como insinué antes, cuatro de cada cinco corralenses (81,95%) mencionaron por lo menos una construcción o lugar distintivo de Minas de Corrales, fueron muchos los que no pudieron (o no quisieron) mencionar, como se solicitaba en la pregunta 11, tres construcciones (casas, monumentos, etc.) o lugares con ese carácter; de ahí que se haya registrado un porcentaje relativamente alto (28,44%) de respuestas de la categoría “NS/NC”, el cual se eleva aún más (al 46,49%) si le sumamos a aquellos que respondieron negativamente o “NS/NC” a la décima pregunta del formulario censal. Las respuestas producidas con respecto a los bienes de la cultura material corralense más valorados por sus habitantes presentan una notoria dispersión. No obstante, las más mencionadas fueron las siguientes: “las ruinas de la represa y de la usina” (278), “el monumento al Dr. Davison” (253) y “el monumento al Dr. Ros” (207), que en su conjunto –exceptuando las respuestas codificadas como 88 (“NS/NC”) y 99 (“no corresponde”)– alcanzaron a más de la tercera parte del total de menciones “positivas” (35,91%). Si a estas tres menciones (directa o indirectamente vinculadas a la tradicional actividad minera de la ciudad) le sumamos todas aquellas de similar carácter (“las galerías”, “el polvorín”, “las minas”, “las torres del aerocarril”, “la casa del Dr. Davison”, “Santa Ernestina”), el porcentaje asciende al 60,14%. Queda claro, pues, que tres de cada cinco corralenses consideran como construcciones o lugares distintivos de su ciudad a aquellos que de alguna forma han estado vinculados a la actividad minera. Por otra parte, también dejando de lado las respuestas codificadas como 88 y 99, un 32,80% de los encuestados eligió monumentos La cifra correspondiente a esta categoría (693) resulta de la suma de las 121 personas que en la pregunta precedente respondieron negativamente (“no”) y las 110 personas que no respondieron (“NS/NC”). 384 327 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … ubicados en el centro de la ciudad, mientras que un porcentaje algo superior (36,01%) mencionó edificios y lugares públicos (el BROU, el BPS, el Hospital, la Escuela, la Junta Local, el Estadio, la primera Seccional de Policía, el antiguo cuartel, la plaza, la playita, los puentes, las galerías, etc.) y un 15,43% eligió otros elementos urbanos privados pero de uso accesible a (casi) cualquier corralense (los dos clubes, la iglesia, el hotel, el hogar de ancianos, etc.). Sin embargo, tal como ya he comentado, la propia naturaleza de la técnica de encuesta –tomada por sí sola– inhibe la posibilidad de determinar aquello que sin duda es lo más relevante: los criterios aplicados por los encuestados al momento de elegir los bienes de la cultura material (construcciones y/o lugares antropizados) más distintivos o característicos de su ciudad, es decir, los aspectos o características que se privilegian en esa elección (por ejemplo, su valor estético, histórico, urbano, etcétera). De todos modos, parecería que los artefactos corralenses más valorados son aquellos asociados con la actividad minera, indudable eje vertebral del proceso morfogenético de Minas de Corrales. cód. personas 12 FESTIVIDADES MÁS DISTINTIVAS DE MINAS DE CORRALES 385 sí no NS/NC total 1 2 88 % 779 326 175 60,86 25,47 13,67 1.280 100,00 Tres de cada cinco corralenses consideraron que efectivamente existen festividades (fiestas, celebraciones, cultos, rituales, etcétera) distintivas (características o identificatorias) de Minas de Corrales. No obstante, como se verá enseguida (y al igual que lo señalado en el caso anterior), fueron muchos los que no lograron mencionar, como se solicitaba en la pregunta 13, tres festividades distintivas de la ciudad. La pregunta luciente en el formulario censal es la siguiente: “En su opinión, ¿existen festividades (fiestas, celebraciones, rituales, cultos, etc.) que sean distintivas (características o identificatorias) de Minas de Corrales?”. 385 328 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … menciones fiestas patrias 13 FESTIVIla Expo-oro, fiestas DADES del oro (fiestas, cefiestas Club 25 de ag. lebraciobailes de Carnaval nes, cultos, el Baile del rituales, Reencuentro etc.) MÁS fiestas Club Obrero DISTINTIcriollas/jineteadas VAS la fiesta de la (caractePrimavera rísticas o fiestas en el Liceo identificalos fogones torias) DE celebrac. de D. Bosco MdC carrera de motos procesiones católicas espectáculos deport. espectáculos folclor. desfiles bailes rituales catól./evang. NS/NC no corresponde % 1 126 3,28 2 3 4 398 159 33 10,36 4,14 0,86 5 6 7 144 15 67 3,75 0,39 1,74 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 88 99 77 6 4 53 3 9 8 18 26 25 56 1.110 1.503 2,01 0,16 0,10 1,38 0,08 0,23 0,21 0,47 0,68 0,65 1,46 28,90 39,14 3.840 100,00 386 total Casi las cuatro quintas partes (un 77,74%) del total de 1.227 menciones “positivas” producidas (esto es, exceptuando las respuestas codificadas como 88 y 99) correspondieron a festividades de carácter netamente recreativo y en su mayoría “bailables”: la “Expo-oro” y la “Fiesta del oro y la cerveza”, fiestas bailables en los clubes o en el colegio, bailes de carnaval, “De la primavera”, “Del reencuentro”, etc. Entre éstas, la mayor cantidad de menciones (un 32,43% del total) correspondieron a las celebraciones anuales propias de la actividad minera (la “Expo-oro” y la “Fiesta del oro y la cerveza”) Asimismo, corresponde destacar el La cifra correspondiente a esta categoría (1.503) resulta de la suma de las 326 personas que en la pregunta precedente respondieron negativamente (“no”) y las 175 personas que no respondieron (“NS/NC”). 386 329 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … alto porcentaje de corralenses (5,30% del total de menciones “positivas”) que mencionaron, como festividades distintivas de su ciudad, aquellas de carácter religioso (sobre todo las relacionadas con la iglesia católica). cód. personas 14 CONOCIMIENTOS o TRADICIONES MÁS DISTINTIVOS DE MdC 387 sí no NS/NC 1 2 88 total % 779 326 175 60,86 25,47 13,67 1.280 100,00 Sólo la tercera parte de los corralenses encuestados (35,39%) consideró que existen conocimientos o tradiciones (creencias, leyendas, cuentos, comidas, medicina popular, etcétera) que se transmiten de generación en generación y que son distintivos (exclusivos, identificatorios) de Minas de Corrales, y fueron pocos quienes mencionaron a tres de estos “elementos” (tal como se desprende de los resultados de la pregunta siguiente). menciones criollas 15 CONOCIgitanos MIENTOS capa negra O TRADImujer de blanco CIONES leyenda del gitano (creencias, perro con ojos rojos leyendas, bencedura de niños cuentos, leyendas del cemencomidas, terio de Sta. Ernest. medicina historia fundacional popular, folclore etc.) MÁS creencias DISTINTIcomidas % 1 2 3 4 5 6 7 33 3 9 29 2 3 15 0,86 0,08 0,23 0,75 0,05 0,08 0,39 8 11 12 13 14 3 21 24 34 161 0,08 0,55 0,62 0,89 4,19 La pregunta luciente en el formulario censal es la siguiente: “En su opinión, ¿existen conocimientos o tradiciones (creencias, leyendas, cuentos, comidas, medicina popular, etc.) que se transmiten de generación en generación y que son distintivos (exclusivos, identificatorios) de Minas de Corrales?”. 387 330 │fernando acevedo│ VOS (exclusivos, identificatorios) de MdC las máscaras de la identidad colectiva … leyendas cuentos medicina popular comparsas leyenda de Don Braudilio y Sra. entierro de libras visión de luces leyendas de oro leyendas olla de oro Dr. Sottolani arroyo de los muertos el negro Beto amigos del puente Queirós y compadres el lobizón el negro Nicanor leyenda caballo bco. NS/NC no corresponde 15 16 17 18 58 50 108 6 1,51 1,30 2,81 0,16 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 88 99 12 1 5 33 4 2 3 1 2 2 6 6 1 722 2.481 0,31 0,03 0,13 0,86 0,10 0,05 0,08 0,03 0,05 0,05 0,16 0,16 0,03 18,80 64,61 3.840 100,00 388 total Del total de 637 menciones producidas, la mayor cantidad recayó en los conocimientos y tradiciones vinculados a la comida (25,27%) y a la medicina popular (19,31%, incluyendo la popular “bencedura de niños enfermos”389). Entre las comidas consideradas distintivas de Corrales, las más mencionadas fueron las siguientes: asado, puchero, guiso carretero, olla criolla, ensopado, mazamorra, tortafritas. Hubo, asimismo, numerosas menciones al “mate” (que en la planilla están incluidas en la categoría genérica “comidas”). Un porcentaje relativamente elevado (27,47%) correspondió a menciones de carácter genérico: “leyendas” (14,28%, incluyendo “leyendas del oro”), “cuentos” (7,85%), “creencias” (5,34%). Entre el resto de menciones referidas a La cifra correspondiente a esta categoría (2.481) resulta de la suma de las 404 personas que en la pregunta precedente respondieron negativamente (“no”) y las 423 personas que no respondieron (“NS/NC”). 389 Contrariamente a lo que muchos creen, la expresión bencedura no procede de vencer sino de bendecir. En la bencedura, al igual que en ciertos actos chamánicos de variadas culturas aborígenes de América y África, un oficiante –por lo general un “curandero”– profiere palabras y oraciones (de presunto efecto sanador) ante un enfermo. 388 331 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … creencias, leyendas y cuentos –que presentan una gran dispersión–, se destaca la leyenda de “la mujer de blanco” (29 menciones: 4,55%). cód. personas 16 CREACIONES Y OBRAS ARTÍSTICAS DISTINTIVAS de MdC 390 sí no NS/NC 1 2 88 total % 695 369 216 54,29 28,83 16,88 1.280 100,00 Más de la mitad de los corralenses encuestados (54,29%) coincidió en considerar que existen creaciones y obras artísticas distintivas (o identificatorias) de Minas de Corrales, y un porcentaje significativamente alto (28,83%) respondió que no existen. Asimismo, y al igual que en la cuestión analizada precedentemente, fueron relativamente pocos quienes mencionaron a tres de estos “elementos” (tal como se infiere de los resultados de la pregunta siguiente). menciones fiestas patrias 17 CREACIONES Y W. Fagúndez (artista) E. Uriarte (músico) OBRAS ARTÍSTI- Edgar y Gabriel (mús) S. Irigaray (escrit.) CAS R. Barreda (escritor) (música, orquesta Sabar 6 bailes, grupo Almendra obras murgas literarias, música pintura, pintura escultura, artesanía arte-sanía, bailes teatro, teatro murgas, arte comparsas, literatura 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 6 159 53 94 2 66 13 8 55 153 78 129 123 20 10 24 % 0,16 4,14 1,38 2,45 0,05 1,72 0,34 0,21 1,43 3,98 2,03 3,36 3,20 0,52 0,26 0,63 La pregunta luciente en el formulario censal es la siguiente: “En su opinión, ¿existen creaciones y obras artísticas (música, bailes, obras literarias, pintura, escultura, artesanía, teatro, murgas, comparsas, etc.) distintivas (o identificatorias) de Minas de Corrales?”. 390 332 │fernando acevedo│ etc.) DISTINTIVAS (o identificatorias) DE MdC las máscaras de la identidad colectiva … escultura M. Gracés (escultor) Víctor y Daniel (mús.) V. Conde (música) Inés Castro (plástica) Elidio Loza (músico) Los muchachos del centro (murga) C. Da Silva (plástica) Noel Castro (músic.) Selva Chirico (hist.) NS/NC no corresponde 17 18 19 20 21 22 27 3 2 12 3 18 0,70 0,08 0,05 0,31 0,08 0,47 23 24 25 26 88 99 2 11 24 3 987 1.755 0,05 0,29 0,63 0,08 25,70 45,70 3.840 100,00 391 total Las dos terceras partes del total de 1.098 menciones producidas correspondieron a la música y las artes plásticas: un 39,52% a la música (18,94%, incluyendo “murgas”) y músicos (20,58%), y un 26,50% a las artes plásticas y artistas plásticos (10,47% y 16,03% respectivamente). En este sentido, entre los corralenses parece existir una valoración especial por el pintor y escultor Wilson Fagúndez, principal artista local destacado por sus coterráneos, así como, en una medida menor, por el escritor Richard Barreda, por el músico Edgar Uriarte y por el dúo musical que éste forma con Gabriel. También hubo un alto porcentaje de las menciones “artesanía” (11,75%)392 y “bailes” (11,20%). cód. personas 18 OFICIOS O COSTUMBRES MÁS DISTINTIVOS DE sí no NS/NC 1 2 88 620 360 300 % 48,44 28,12 23,44 La cifra correspondiente a esta categoría (1.755) resulta de la suma de las 369 personas que en la pregunta precedente respondieron negativamente (“no”) y las 216 personas que no respondieron (“NS/NC”). 392 En esta categoría casi la mitad de las menciones correspondieron a las artesanías creadas por la profesora Alicia Montfalcon. 391 333 │fernando acevedo│ MdC 393 las máscaras de la identidad colectiva … total 1.280 100,00 De un modo casi análogo al registrado en la cuestión anterior, casi la mitad de los corralenses encuestados estimó que existen expresiones culturales, oficios o costumbres distintivos de Corrales, y un porcentaje significativamente alto (28,12%) respondió que no existen. Asimismo, también fueron pocos quienes mencionaron a tres de estos “elementos” (tal como se desprende de los resultados de la pregunta siguiente). menciones trabajo en la mina 19 EXPRESIO trabajo en galerías -NES CULpasear por puente TURALES, cateadores de oro OFICIOS O reunirse en centro COSTUMBRES MÁS costumbres rurales ladrilleros DISTINTImúsicos VOS (caraccostureras terísticos, vestimenta o identificostumbres catorios) oficios DE MdC expresiones cultural. arte tejido en tela talabarteros criollas bailes portuñol ir a la playita NS/NC no corresponde 394 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 88 99 386 10 3 39 9 30 21 6 2 3 34 122 24 6 6 3 28 18 21 4 1.085 1.980 % 10,05 0,26 0,08 1,02 0,23 0,78 0,55 0,15 0,05 0,08 0,89 3,18 0,63 0,15 0,15 0,08 0,73 0,47 0,55 0,10 28,25 51,56 La pregunta era la siguiente: “En su opinión, ¿existen expresiones culturales, oficios o costumbres distintivos (característicos o identificatorios) de Minas de Corrales?”. 394 La cifra correspondiente a esta categoría (1.980) resulta de la suma de las 360 personas que en la pregunta precedente respondieron negativamente (“ no”) y las 300 personas que no respondieron (“NS/NC”). 393 334 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … total 3.840 100,00 Más de las tres cuartas partes (76,00%) del total de 775 menciones “positivas” producidas (esto es, exceptuando las respuestas codificadas como 88 y 99) correspondieron a “oficios” considerados como distintivamente corralenses: “trabajo en la mina”, “trabajo en galerías”, “buscadores/ cateadores de oro”, “ladrilleros”, “costureras”, “tejido en tela”, “talabarteros” y la mención genérica “oficios”. Claramente, y como era presumible esperar, la mayor cantidad de menciones (56,13% del total) correspondió a oficios vinculados a la explotación aurífera. También se registró un porcentaje relativamente alto (7,48%) de menciones de costumbres vinculadas a la vida rural: “costumbres de campo” y “criollas”. Llegamos, así, a la pregunta que enfoca la cuestión de mayor relevancia e interés en la investigación. menciones la Escuela N° 4 20 ELEMENTOS DE LA la Orquesta Sabar 6 CULTURA el Club 25 de agosto minas y la minería CORRAla música LENSE las galerías QUE ruinas de Cuñapirú DEBERÍAN las usinas de agua SER el polvorín DECLARAla Expo-Oro DOS la historia “BIENES la playita PATRIMOlas plazas NIALES el hospital DEL la azotea DEPTO. DE torres del aerocarril RIVERA”395 la barraca 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 17 18 19 142 3 12 201 11 275 465 3 72 16 12 44 22 99 36 39 21 % 3,70 0,08 0,31 5,23 0,29 7,16 12,11 0,08 1,88 0,42 0,31 1,15 0,57 2,58 0,94 1,02 0,55 La consigna luciente en el formulario censal es la siguiente: “Indique en orden de importancia cuáles son los 3 elementos de la cultura corralense que, en su opinión, deberían ser declarados como ‘bienes patrimoniales del departamento de Rivera’”. 395 335 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … la casa de Davison las casas antiguas las obras artísticas la canchita de fútbol la Plaza de deportes el estadio el colegio el BROU el fútbol el folclore monumento a Davison monumento a Ros los clubes sociales los fogones la iglesia y parroquia Don Tito Pereira el primer surtidor la ex-Cooperativa monumento Artigas la casa de Antón Paz hogar de ancianos viviendas de MEVIR el Museo del oro de Tito Pereira Ana Packer la bodega “Cerros Blancos” la gente el portuñol el carnaval cementerio de Sta. E. la casa de U. Viana el puente la primera seccional Santa Ernestina “La Clotilde” NS/NC total 20 21 22 23 24 25 26 27 28 30 31 99 30 6 3 54 26 30 7 3 18 65 2,58 0,78 0,16 0,08 1,41 0,68 0,78 0,18 0,08 0,47 1,69 32 33 34 36 37 38 39 40 41 42 43 55 16 6 26 28 12 12 35 2 3 2 1,43 0,42 0,16 0,68 0,73 0,31 0,31 0,91 0,05 0,08 0,05 44 45 36 6 0,94 0,16 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 88 2 10 9 6 12 6 13 5 18 2 1.702 0,05 0,26 0,23 0,16 0,31 0,16 0,34 0,13 0,47 0,05 44,32 3.840 100,00 336 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Al pasar revista a las respuestas obtenidas, lo primero que llama la atención es el alto porcentaje de personas que no respondieron a la pregunta o que no lograron indicar, tal como se requería, tres elementos de la cultura corralense que deberían ser declarados como “bienes patrimoniales del departamento de Rivera”. Exceptuando estos casos, la mayor cantidad de menciones recayó en el conjunto de las ruinas de la antigua represa de Cuñapirú y de sus construcciones aledañas (465 menciones, lo cual equivale a un 21,75% del total de menciones “positivas” producidas, esto es, sin considerar las respuestas de la categoría “NS/NC”). Un porcentaje casi idéntico de menciones (22,26%) correspondió, en conjunto, a “las galerías” y a “las minas y la minería” (12,86% y 9,40% respectivamente). En definitiva, la mayoría de las menciones registradas (58,51%) está referida a “elementos de la cultura corralense” vinculados directamente a la actividad minera. Como es posible ver en la planilla que presentamos más abajo, esos tres “elementos de la cultura corralense” (las ruinas de Cuñapirú, “las galerías” y “las minas y la minería”) también fueron los que obtuvieron mayor cantidad de primeras menciones (de las tres requeridas en la pregunta 20). De hecho, fueron mucho más mencionados como primera opción que como segunda o tercera: tomando a esos tres elementos como conjunto, el 56,22% de las menciones producidas fueron como primera mención (63,01% para el caso de las ruinas de Cuñapirú, 44,73% para el de “las galerías”, 56,22% para el de “las minas y la minería”). (Planteado desde otro ángulo, mientras que aquellos tres “elementos de la cultura corralense”, en su conjunto, obtuvieron el 44,01% de las 2.138 menciones “positivas” registradas, alcanzaron el 48,62% de las 1.088 primeras menciones “positivas” registradas). TOTAL DE MENCIONES SÓLO LA PRIMERA MENCIÓN 1 las ruinas de la represa y 2 3 4 5 la usina las galerías las minas y la minería la Escuela N° 4 la casa del Dr. Davison las ruinas de la 465 275 201 142 99 1 represa y la usina 293 2 las minas y la minería 123 3 las galerías 113 4 la Escuela N° 4 76 5 la casa del Dr. Davison 37 337 │fernando acevedo│ 6 el hospital 7 el polvorín 8 monumento a Davison 9 monumento al Dr. Ros 10 la plaza de deportes 11 la playita 12 las torres del aerocarril 13 el Museo del oro de Tito 14 la azotea 15 el monumento a Artigas 16 las casas antiguas 17 el colegio 18 Don Tito Pereira 19 iglesia y salón parroq. 20 el estadio 21 las plazas 22 la barraca 23 el folclore 24 Santa Ernestina 25 la Expo-Oro 26 los clubes sociales 27 el puente 28 cementerio de Sta. Erne. 29 el Club 25 de agosto 30 el primer surtidor 31 la ex-Cooperativa 32 la historia 33 la música 34 la gente 35 el portuñol 36 el BROU 37 Ana Packer 38 los fogones 39 las obras artísticas 40 el carnaval 41 la casa de Ulises Viana 42 la 1ª seccional de policía 43 la Orquesta Sabar 6 44 las usinas de agua 45 la canchita de fútbol 46 el fútbol las máscaras de la identidad colectiva … 99 72 65 55 54 44 39 36 36 35 30 30 28 26 26 22 21 18 18 16 16 13 12 12 12 12 12 11 10 9 7 6 6 6 6 6 5 3 3 3 3 6 el hospital 7 monumento a Artigas 8 la plaza de deportes 9 el polvorín 10 monumento a Davison 11 Don Tito Pereira 12 monumento al Dr. Ros 13 las casas antiguas 14 la playita 15 las plazas 16 la azotea 17 Museo del oro de Tito 18 la Expo-Oro 19 iglesia y salón parroq. 20 torres del aerocarril 21 los clubes sociales 22 la gente 23 el folclore 24 el portuñol 25 el estadio 26 el colegio 27 la historia 28 la barraca 29 la música 30 el Club 25 de agosto 31 la ex-Cooperativa 32 cementerio de Sta. Ern. 33 el puente 34 1ª seccional de policía 35 el primer surtidor 36 la canchita de fútbol 37 las obras artísticas 38 los fogones 39 la casa de Antón Paz 40 el carnaval 41 el fútbol 42 el hogar de ancianos 43 la Orquesta Sabar 6 44 Ana Packer 45 el BROU 46 las usinas de agua 33 26 25 20 19 17 15 15 13 12 12 12 11 10 9 8 8 7 6 6 6 6 6 6 5 4 4 3 3 3 3 3 3 2 2 2 1 1 1 1 0 338 │fernando acevedo│ 47 el hogar de ancianos 48 locomotora “La Clotilde” 49 bodega “Cerros Blancos” 50 la casa de Antón Paz 51 las viviendas de MEVIR las máscaras de la identidad colectiva … 3 2 2 2 2 47 viviendas de MEVIR 48 bodega “Cerros Bcos” 49 la casa de Ulises Viana 50 Santa Ernestina 51 locomot. “La Clotilde” 0 0 0 0 0 Otro aspecto a destacar –quizás porque me resultó bastante sorprendente– es la importancia que muchos corralenses le atribuyeron a la Escuela y al Hospital de la ciudad (respectivamente 6,64% y 4,63% del total de menciones “positivas”), así como a la que fuera la vivienda del Dr. Davison (4,63%)396, a “la Plaza de deportes” (2,53%) y a “la playita” (2,06%). Cabe subrayar, asimismo, que sólo dos personas fueron mencionadas como “elementos de la cultura corralense que deberían ser declarados como bienes patrimoniales del departamento de Rivera”: Don Tito Pereira (un 1,31% del total de menciones “positivas”, cifra que se eleva al 2,99% si le sumamos las menciones al pequeño museo que ha montado en su casa) y Ana Packer (0,28%). Llegado a este punto, emerge una cuestión que no debe ser soslayada. Tal como es de público conocimiento, existen sólo cuatro “bienes” de Minas de Corrales (y de su zona aledaña) cuyo valor patrimonial ha sido legalmente establecido por nuestro Estado (todos ellos incluidos en la Resolución N° 408/981 de fecha 19 de agosto de 1981, cuyo texto fue publicado en el Diario Oficial N° 21.070 del 15 de setiembre del mismo año): El caso de esta vivienda reviste un interés singular, sobre todo si se considera la circunstancia de su puesta a la venta, a mediados del año 2008, por parte de quien entonces fuera su propietario y la adquisición por un particular en el mes de setiembre del mismo año. Si bien su valor patrimonial ha sido reconocido expresamente por 99 de los 1.280 pobladores corralenses encuestados (un 7,73% del total), no se produjo ninguna resistencia de la población corralense a su enajenación, ni, más llamativamente aún, ningún intento de adquisición por parte del gobierno local. En definitiva, el pueblo de Minas de Corrales, que en su momento construyó esta casa y se la obsequió a su prócer en reconocimiento a su denodada actividad médica y social, no fue capaz de recuperarla y destinarla a un uso más adecuado (centro socio-cultural, museo, etcétera). Tampoco fue capaz de hacerlo el Estado ni ninguno de sus organismos habilitados para ello. 396 339 │fernando acevedo│ 1. las máscaras de la identidad colectiva … la “zona de los cerros del Miriñaque, Cerro Grande y Cerro Chato”397, 2. los “edificios en que funcionaron las oficinas, depósitos y fábricas de la empresa que procesaron el oro desde mediados del siglo XIX”, 3. las “torres de hierro del aerocarril que se utilizaban para transportar el material aurífero beneficiado desde las minas de San Gregorio a la planta de molienda del Cuñapirú”, y 4. el “puente de hierro sobre el arroyo San Pablo, construido en el siglo XIX por la ‘Compañía de los establecimientos Franceses de Minas de Oro del Uruguay’ para el tránsito del Ferrocarril Minero que unía Cuñapirú y Santa Ernestina”. A este respecto, debe advertirse que cerca del 40% de los corralenses censados consideraron que alguno(s) de los últimos tres “bienes” (las ruinas de Cuñapirú, las torres del aerocarril, el puente sobre el arroyo San Pablo)398 “deberían ser declarados como bienes patrimoniales del departamento de Rivera”, quizás desconociendo que ya han sido declarados como tales. Si se soslaya el comentario anterior, corresponde subrayar que más de la tercera parte de los 1.280 corralenses censados (en rigor, un 36,33%) coincidió en que debería atribuírsele valor patrimonial a la antigua represa y al complejo de edificios contiguos, hoy en ruinas, del decimonónico establecimiento fabril a orillas del arroyo Cuñapirú. Sin embargo, las torres de hierro del aerocarril fue un “elemento” mencionado sólo por 39 de los 1.280 corralenses censados (cifra equivalente a apenas un 3,05% del total)399. En cuanto al puente de No deben confundirse estos tres cerros con los denominados, precisamente, “ los tres cerros” (Cuñapirú, Del medio y Jerónimo), ubicados en perfecta hilera cerca de la margen izquierda del río Tacuarembó, hacia el sureste del cruce de las Rutas Nacionales N° 5 y N° 29. El cerro Miriñaque, bastante próximo al Cuñapirú, está recostado sobre la margen derecha del arroyo Cuñapirú, al noreste de aquel cruce. 398 No considero aquí a la “zona de los cerros del Miriñaque, Cerro Grande y Cerro Chato” porque constituye, evidentemente, un elemento del paisaje natural. 399 Tres de estas torres fueron hace algunos años retiradas de su ubicación original y reinstaladas en la ciudad: dos de ellas en el punto de acceso a la planta urbana de Minas de Corrales (desde la Ruta N° 29) y la restante frente a la Escuela N° 4. Corresponde aclarar que las torres del aero-carril también fueron mencionadas en algunas respuestas a preguntas anteriores: frente a la pregunta 9 [“¿cuáles son las 3 ‘cosas’ (o eventos o personas) que mejor caracterizan y distinguen a Minas de Corrales con respecto a 397 340 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … hierro sobre el arroyo San Pablo, puedo afirmar, con certeza casi absoluta, que no fue mencionado por ningún corralense, lo cual resulta altamente llamativo400. Pues bien, frente a estos dos ejemplos de cultura material (las torres y el puente) que los “expertos” en asuntos patrimoniales han considerado, hace ya casi tres décadas, como portadores de altos valores histórico-culturales, cabe que nos preguntemos por las razones de su tan baja valoración por parte de una abrumadora mayoría de los corralenses. Planteado de otro modo: ¿a qué se debe que las autoridades estatales (tanto municipales como ministeriales) le atribuyan un inequívoco y emblemático valor patrimonial a determinadas manifestaciones culturales, mientras que éstas no son valoradas del mismo modo o en el mismo grado por los pobladores que conviven cotidianamente con ellas? ¿Cómo pueden explicarse e interpretarse las muy significativas diferencias existentes entre las percepciones, representaciones, opiniones y valoraciones que la tecnoburocracia (o, para ser más cáusticos, la adhocracia ortopédica)401 construye “desde afuera” y aquellas construidas “desde adentro” por los lugareños? Las diferencias no se agotan en aquellas detectadas entre “expertos” y “no-expertos”; también entre los propios lugareños he constatado diferencias significativas. Como ilustración, baste con contrastar las opiniones producidas en el censo con aquellas publicitadas por las autoridades locales (o por ciudadanos locales con cierta autoridad): en otros pueblos y villas (exceptuando aspectos de su paisaje natural)?”] fue mencionada en 6 oportunidades, y en 58 frente a la pregunta 11 [“¿cuáles son las 3 construcciones (casas, monumentos, etc.) o lugares más distintivos (exclusivos, característicos o identificatorios) de Minas de Corrales?”]. 400 Si bien entre las respuestas a la pregunta 20 se registró un total de 13 menciones a “el puente” (apenas un 1,02% del total), estoy seguro de que aquellas hacen referencia al puente sobre el arroyo Corrales, ubicado en el borde de la planta urbana de Minas de Corrales, y no al puente sobre el arroyo San Pablo, bastante alejado del centro poblado. Asimismo, frente a la pregunta 11 [“¿cuáles son las 3 construcciones (casas, monumentos, etc.) o lugares más distintivos (exclusivos, característicos o identificatorios) de Minas de Corrales?”] hubo 7 menciones referidas a “los puentes”, pero en ningún caso se especificó que se estaba haciendo referencia al “puente de hierro sobre el arroyo San Pablo. Una vez más, y por razones análogas, estoy seguro de que estas menciones no aluden al puente sobre el arroyo San Pablo. 401 Las expresiones tecnoburocracia y adhocracia ortopédica las he tomado de Errandonea (2002) y de Lémez (2001) respectivamente. 341 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … un folleto de divulgación y promoción de las riquezas turísticas de Minas de Corrales editado hace algunos años (titulado “Minas de Corrales. Circuito Turístico Minero. La fiebre del oro”, producido por UruguayNatural, del Ministerio de Turismo y Deporte del Uruguay) se presenta un plano del sector urbano de Minas de Corrales donde se destacan los siguientes diez “elementos”: Galería Ernestina, Galería Dr. Davison, Escuela N° 4, Hospital, Polvorín, Monumento Dr. Davison, Junta Local, Surtidor antiguo, Iglesia y Colegio Salesiano, Estadio Municipal. Entretanto, los “elementos” que ocupan los primeros diez lugares en las preferencias de las personas encuestadas en el censo (exceptuando aquellos “elementos” ajenos a la planta urbana de Minas de Corrales), fueron los siguientes: las galerías, la Escuela N° 4, la casa del Dr. Davison, el Hospital, el polvorín, el monumento al Dr. Davison, el monumento al Dr. Ros, la Plaza de deportes, la playita, el Museo del oro de Tito Pereira. Como se ve, si bien hay coincidencia sólo en los primeros seis elementos (las dos galerías, la Escuela N° 4, el hospital, el polvorín, el monumento al Dr. Davison), los corralenses que hemos censado no le han atribuido mayor valor patrimonial a la Junta Local (ninguna mención en las respuestas a la pregunta 20 y sólo 6 menciones en las respuestas a la pregunta 11 –0,16% del total–), al surtidor antiguo (12 menciones en las respuestas a la pregunta 20 –0,32% del total–, ninguna en las respuestas a la pregunta 11), a la Iglesia y Colegio Salesiano (26 y 30 menciones respectivamente en las respuestas a la pregunta 20 –0,68% y 0,78% del total–; 20 y 15 respectivamente en las respuestas a la pregunta 11 –0,52% y 0,39% del total–) ni al Estadio Municipal (26 menciones en las respuestas a la pregunta 20 –0,68% del total– y sólo 7 en las respuestas a la pregunta 11 –0,18% del total–). Por su parte, la casa del Dr. Davison, el monumento al Dr. Ros, la Plaza de deportes, la playita y el Museo del oro de Tito Pereira, mencionados por casi la cuarta parte de los 1.280 corralenses encuestados (288, esto es, un 22,50% del total), no figuran en el folleto aludido402. Cabe agregar, asimismo, que este folleto, en cuya elaboración participaron la Intendencia Departamental de Rivera, la Junta Local de Minas de Corrales y el Grupo de Guías Turísticos de Minas de Corrales (promoción 2002), también presenta fotografías y textos sobre las ruinas de Cuñapirú, las torres del aero-carril, el tren de trocha angosta “La Clotilde”, el primer surtidor, las galerías y la explotación aurífera que actualmente desarrolla la empresa “Minera San Gregorio”. 402 342 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … En definitiva, cuando se producen tales diferencias, ¿cuáles son las percepciones, representaciones, opiniones y valoraciones que corresponde tener en cuenta al momento de establecer (incluso legalmente) el valor patrimonial de una manifestación cultural local? (O dicho de otro modo, inocultablemente retórico: “¿quién construyó Tebas, la de las siete puertas?”). ¿Cuáles son, entonces, las tareas que deberían abordar los agentes locales y las autoridades estatales competentes? ¿Determinar los bienes de valor patrimonial y luego difundirlos y promocionarlos como tales en la población local? ¿Convocar a la población local para que asuma esa determinación y luego difundirlos y promocionarlos como tales hacia dentro y hacia fuera de la población local? 343 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 344 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … dimensión tecnológica: contexto de interpretación (segunda hermenéutica) Todo lo dicho es dicho por alguien Maturana403 Las interrogantes que cierran el apartado anterior aún habrán de quedar abiertas. Antes de ensayar alguna respuesta, quiero dar un paso más en el tercero de los ejes en torno a los que se ha articulado la praxis de investigación, ahora en el camino de la segunda hermenéutica, enfocada en la interpretación de la interpretación de los sujetos. Es, quizás, el camino más temerario –el más difícil, el más problemático–, ya que pone en juego “pensamiento aplicado”, “pensamiento encarnado”404, pensamiento desplegado en juicios subjetivos del investigador sobre los juicios subjetivos de los sujetos405. Por paradójico que parezca, la interpretación de la interpretación de los sujetos exige que se conciba a la interpretación como contigua a lo interpretado (según un ejercicio más afín con operaciones metonímicas que con otras de traducción), y no como suspendida por encima y distante de lo interpretado. La interpretación, entonces, no la he abordado aquí como la producción de un saber que se enfoca exclusivamente en el análisis de discursos o fenómenos desde lejos (según una perspectiva etic), sino también a partir de un “entregarse” a ellos y atravesarlos406, según una perspectiva de corte emic407. Esta última, que se alternó y conjugó con Maturana-Varela (1984). Las expresiones son de Michael Taussig (1995:19). 405 He puesto énfasis en que, más allá de que el investigador se proponga, con éxito dispar y siempre solapadamente, adiestrar a los informantes para que “objetiven” su mundo y encuentren en él nuevos contornos y aristas, lo que ellos producen no son descripciones “objetivas” sino juicios subjetivos inscriptos en interpretaciones situadas (en su cultura, por sus habitus). 406 Algo muy parecido a esto –que el saber es entregarse al fenómeno– es lo que Adorno (cf. 1977) juzgaba que era la idea programática de Hegel. 407 Los vocablos etic y emic, acuñados por el lingüista Kenneth Pike (cf. 1972), son abreviaturas de fonetics (fonética) y fonemics (fonología) respectivamente. El enfoque etic se caracteriza por basarse en la predicción y ser un punto de vista exterior, absoluto, fragmentador, genérico e intercultural, mientras que el enfoque emic se caracteriza, por 403 404 345 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … otra de corte etic allí donde fue pertinente y conveniente, hizo posible, entre otras cosas, leer entrelíneas y explorar –por debajo de los discursos– actitudes, opiniones y representaciones, lo cual contiene una estimable potencia hermenéutica y heurística. Asimismo, la alternancia y conjugación de miradas emic y etic (o de “experiencia próxima” y “experiencia distante”) permitió adoptar una suerte de estrabismo metodológico que nos puso a salvo, a un mismo tiempo, de quedar confinados en miradas miopes en un caso o présbites en el otro: “la reclusión en conceptos de experiencia próxima deja a un etnógrafo en la inmediatez, enmarañado en lo vernacular. En cambio, la reclusión en conceptos de experiencia distante lo deja encallado en abstracciones y asfixiado en la jerga. La verdadera cuestión (reside) en cómo deben desplegarse esos conceptos en cada caso para producir una interpretación de la forma en que vive un pueblo que no sea prisionera de sus horizontes mentales, como una etnografía de la brujería escrita por una bruja, ni se mantenga sistemáticamente ajena a las tonalidades distintivas de sus existencias, como una etnografía de la brujería escrita por un geómetra”408. El objeto de esta instancia de interpretación es, entonces, el discurso que expresa las interpretaciones de los sujetos (sus representaciones, percepciones, juicios), las cuales no son isomorfas ni equivalentes, atributos que mi tentativa de interpretación tomará especialmente en consideración. En efecto, el valor de cada discurso depende de la cualidad de la información que posee quien lo expresa, la cual, a su vez, es deudora tanto de su trayectoria y singularidad personales como de su posición en su respectivo campo de pertenencia (o, en rigor, de atribución); esto debe ser particularmente tenido en cuenta en el caso de los discursos “expertos”… aunque no sólo en ese caso. Trayectoria, singularidad y posición en un campo configuran el habitus de cada sujeto y su expresión desde uno de los varios puntos de vista posibles, con ayuda de los cuales se crean los objetos409. el contrario, por basarse en el descubrimiento y ser un punto de vista interior, relativo, integrador, específico e intracultural (cf. Ibáñez 1994:33-34). 408 Geertz (1994:75). 409 Cf. Jameson (1980). Aquí aplico la expresión punto de vista con el mismo sentido con que la emplea Bourdieu (1997:25): “una visión tomada a partir de un punto situado en el espacio social, de una perspectiva definida en su forma y en su contenido por la posición objetiva a partir de la cual ha sido tomada”. 346 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Entonces, a la pregunta (de signo científico- positivista) ¿qué se puede decir sobre este objeto?, le debe seguir esta otra (de sesgo hermenéutico): desde donde se habla, ¿qué se puede decir sobre este objeto?, y ésta remite a otra, mucho más inquietante y fecunda (por su hondura política): ¿desde dónde se habla?410. Dicho de otro modo, menos inquisitivo y más sintético: todo lo dicho es dicho por alguien. Entregarse a la realidad fenoménica y atravesarla implica interpretar los discursos producidos en los diversos espacios artificiales instaurados para ello, y hacerlo evitando siempre la tentación (y, digámoslo, el error) de asumirlos como datos, de erigirlos como “verdades” incuestionables. Es (también) por eso que he desplegado una doble hermenéutica, configurada por la indagación de las opiniones y representaciones de los actores locales –primera hermenéutica– y, sobre esa base, su inscripción en un horizonte expandido de interpretación –segunda hermenéutica– que habilite, técnica y políticamente, a postular cuáles son los bienes culturales corralenses cuyo valor patrimonial debe ser establecido. Al momento de efectuar esa inscripción tuve en especial consideración, además, el carácter siempre distorsionante de la presencia del investigador en el campo. El investigador, por el mero hecho de estarallí, modifica, en algún grado, las situaciones que están (o que él mismo sitúa) en el foco de sus intereses analíticos e interpretativos. Esto es mucho más notorio en el caso de la situación de interlocución propia de la técnica de entrevista. Los testimonios producidos en esa situación (artificial y artificiosamente creada) siempre son, de algún modo, construcciones conjuntas, en las que el entrevistador también pone en juego su discurso –por acción o por omisión– y, al hacerlo, interfiere en el del entrevistado. Esto justifica la decisión, ya enunciada, de reflexionar entre y sobre los diversos niveles de discurso producidos: pensamiento de segundo orden que también toma por objeto la mirada misma del científico411. Finalmente, corresponde señalar que lo que sigue, más que una síntesis, es una recreación al mismo tiempo que una inscripción (ambas acreedoras y deudoras, una vez más, de los artificios del 410 411 Este razonamiento está inspirado, muy libremente, en de Certeau (1999:68-69). Para un mayor desarrollo de este aspecto, véase supra:292-293. 347 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … montaje: selección, recorte, descarte, reordenamiento, jerarquización, ponderación, yuxtaposición…412), orientadas a encontrar algunas respuestas a las interrogantes planteadas unas cuantas páginas atrás y a aquellas otras que atravesaron, ya desde su instalación, el proceso de investigación. Es en virtud de ello que la tercera apertura que acometo de aquí en adelante –la recreación e inscripción enunciadas– se muestran como repliegue: una construcción conceptual que es el corolario de la cristalización de la doble hermenéutica en clave teórica y pragmática. Inevitablemente, una vez más, “todo análisis social se revela como montaje” (Taussig 1995:19). 412 348 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 349 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 350 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … repliegue (tercera apertura) construcción conceptual como montaje teórico 351 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 352 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … … la teoría social y la práctica cultural se entrecruzan de tal manera, que surge una pequeñísima oportunidad de “redimir” el objeto, dándole una posibilidad de traspasar los conceptos que lo aprisionan y de influir en la vida misma. No podía existir una Teoría divorciada de la vida misma.413 413 Taussig (1995:19). 353 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 354 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … cristalización de la doble hermenéutica en clave teórica y pragmática: el patrimonio cultural como construcción política Muchos lectores de trabajos sociológicos dan su aprobación o su desaprobación no en función del rigor de la demostración lógica o de la verificación empírica, sino en función del grado en el que los resultados confirman o invalidan sus prejuicios. Bourdieu414 Minas de Corrales es una pequeña ciudad habitada por algo más de tres mil personas, enclavada en un hermoso paisaje de serranías en el centro del departamento de Rivera, a unos cien quilómetros de la capital departamental. Pero su singularidad no sólo radica en las calidades paisajísticas de su entorno natural: Minas de Corrales, tal como lo sugiere su nombre, surgió como centro poblado para el afincamiento de las familias de los obreros reclutados por la primera empresa minera del país (“Minas de Oro de Cuñapirú”, fundada en el año 1868), que estableció su planta de molienda a orillas del arroyo De los corrales (llamado así porque sus numerosos meandros eran antiguamente utilizados como corrales naturales para el ganado). Como ya he comentado, el accionar de los primeros veinticuatro pisones instalados para el procesamiento de los minerales extraídos en la zona requería energía eléctrica y un medio de transporte que permitiera el traslado de las piedras auríferas desde la mina (“Santa Ernestina”) hasta la planta de laboreo (en el paraje conocido como “Cuñapirú”). La propia empresa minera construyó, entonces, una usina hidroeléctrica (abandonada hace mucho tiempo y hoy en ruinas), que comenzó a funcionar en el año 1881. Asimismo, la necesidad de mano de obra calificada para trabajar en la floreciente industria, así como la atracción que provocaba la posibilidad de un rápido enriquecimiento, impulsó la llegada a la zona, con su patrimonio cultural a cuestas, de una gran cantidad de inmigrantes, tanto 414 Bourdieu (2005:57). 355 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … sudamericanos (brasileños, argentinos, chilenos, peruanos) como europeos (principalmente, aunque no exclusivamente, vascos, ingleses y franceses). Es por ello que ya desde sus orígenes la población local configuró una suerte de singular crisol cultural: a lo largo de su historia, desde aquel lejano 1868, Minas de Corrales fue sede de un riquísimo intercambio cultural siempre acompasado con los vaivenes de la explotación aurífera, la cual en los últimos años se ha visto revitalizada como consecuencia de la detección de nuevos yacimientos rentables. En efecto, en la actualidad los ingresos monetarios de cerca de la mitad de su población económicamente activa dependen –directa o indirectamente– de la actividad de la empresa minera afincada a unos pocos quilómetros del poblado. Tales circunstancias han tenido su reflejo en los procesos de construcción identitaria local, así como en la naturaleza, cualidad y características de las manifestaciones culturales existentes en Minas de Corrales. Minas de oro que también fueron, de algún modo, minas de cultura, en tanto operaron como catalizadores de la convivencia de una población heteróclita y variopinta, de una villa con una morfogénesis única en el país, y entonces una peculiar dinámica de vida, fermento y caldo de cultivo para la emergencia de expresiones culturales singulares. Singularidad urbana y cultural que no sólo está en los discursos, pero que también está en los discursos. Existe una abundante tradición oral y un profuso anecdotario que dan cuenta de episodios no siempre transmitidos por la historia oficial: garimpeiros que abandonaban Cuñapirú con enormes pepitas de oro capaces de enriquecer de por vida a decenas de familias, cocottes francesas que sacudían la pacatería nativa y socavaban los cimientos de la sacrosanta institución familiar, inmigrantes que alternaban su trabajo en las minas con emprendimientos vitivinícolas o ganaderos, empresas mineras que dejaron sus huellas cianurosas en los lechos de las antiguas canteras, y hasta testimonios sobre algún renombrado militar que en una de sus estadías por el poblado dejara encinta a su hija de catorce años, empleada en la mina, y la escondiera en una fazenda de la zona para parir clandestinamente a quien luego se transformara en ícono indiscutido del canto popular rioplatense. Asimismo, son muy variadas las manifestaciones artísticas e ideacionales que participan de aquel complejo proceso de construcción 356 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … de identidades locales, en alta medida resultantes de la confluencia no siempre armónica de influencias brasileñas, europeas, afro resultantes descendientes y criollas415. Ello es muy significativo, por ejemplo, en el campo de la medicina, la farmacopea y la herboristería telúricas, la culinaria local o la música popular regional, de enorme riqueza y originalidad, donde se destaca la presencia de algunos músicos de profesión que, como rapsodas telúricos, animaban con su bandoneón los bailes y milongas de los pueblitos perdidos en las serranías. Existen por lo menos otros dos elementos, quizás paradójicos, que también contribuyen a configurar la singularidad de Minas de Corrales y cierto chauvinismo que se ha ido encarnando en sus pobladores. Tal como ya he comentado, fue cerca de Corrales donde se produjo, en enero de 1880, la primera huelga sindical del país (en rigor, un levantamiento obrero bajo la modalidad de huelga-motín) y es allí donde, un siglo y cuarto después –si es que las cifras que me fueron proporcionadas son correctas–, existe uno de los mayores PBI per cápita a nivel nacional (aunque se trata, obviamente, de un indicador que corresponde a un ingreso ficticio, irreal, que poco dice –y mal– sobre los verdaderos ingresos económicos de sus habitantes). Fue frente a toda esta riqueza cultural y a la propia singularidad del paisaje humano de Minas de Corrales que me planteé la necesidad y conveniencia de impulsar una investigación, desde una perspectiva socio-antropológica, del patrimonio cultural local y de los procesos de su construcción colectiva, insumo imprescindible para la ulterior implementación de acciones de salvaguardia (rescate, preservación, promoción, difusión), con la aspiración –y la convicción– de que todo No hay que ignorar que a lo largo de toda la historia regional, aún desde antes del advenimiento de la República, han sido –y son– mayoritariamente pobladores brasileños (o sus descendientes de primera y segunda generación) quienes han detentado la mayor porción del capital económico, productivo y cultural de la zona. Como ilustración, baste con citar algunos fragmentos de un discurso pronunciado en el año 1845 por el diputado paulista Silva Ferraz en el parlamento brasileño: “al pasar al otro lado del río Yaguarón, señores, el traje, el idioma, las costumbres, la moneda, los pesos, las medidas, todo, todo señores, hasta la otra banda del río Negro, todo, todo señores, hasta la tierra: todo es brasilero”. Cuatro décadas después, en nuestro país el diputado Díaz decía: “es notorio que nuestras autoridades no tienen imperio, puede decirse, del otro lado del Río Negro, que mandan exclusivamente las autoridades brasileñas, y que los hábitos, las costumbres y (…) toda la propiedad pertenece a los brasileños…” (apud Barrios Pintos 1985:112-113). 415 357 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … ello habrá de contribuir en la consolidación y fortalecimiento de los procesos de construcción de identidad(es) local(es). Planteado así, parece un propósito excesivamente ambicioso. Y en efecto lo es: identificar, ponderar, evaluar, rescatar, preservar, promover y difundir un capital cultural patrimonial no es tarea sencilla ni menor. Más aún, cada uno de esos verbos en infinitivo, cada una de esas tareas, ofrece una importante constelación de dificultades y problemas y, en consecuencia, exige poner en juego una creatividad persistente y un enorme esfuerzo de reflexión en torno a cuestiones teóricas, éticas, metodológicas, ideológicas, políticas que surgen a cada paso, creatividad y esfuerzo que deben enfrentarse desde un vasto espectro de tomas de partido y posicionamientos (teóricos, éticos, metodológicos, ideológicos, políticos). Identificar, ponderar, evaluar, rescatar, preservar, promover, difundir... Tareas indisolublemente articuladas entre sí, sólo separables con fines analíticos, económicos y prácticos. Una vez separadas, como lo he hecho, es fácil vislumbrar que cada una de ellas se sostiene en la anterior: se difunde lo que ha sido promovido, se promueve lo que ha sido preservado, se preserva lo que ha sido rescatado, se rescata lo que ha sido evaluado (como valioso, como significativo), se evalúa lo que ha sido ponderado, se pondera lo que ha sido identificado. Siete tareas y una lógica secuencial que nos permiten imaginarnos a su conjunto como un sistema constructivo, como un edificio donde cada piso que se levanta, una vez consolidado, sostiene al siguiente. Ahora bien, cuando ya estaba embarcado en el trabajo de campo, comenzó a emerger un complejo de problemas cuya relevancia y consideración no pudo –y no puede– ser soslayada. ¿Qué ocurre si el primer piso –“identificar”–, ese que sostiene a todos los demás, no se construye con la suficiente solidez? Y más aún: ¿quién sostiene al primer piso? ¿Cuáles son, cuáles deben ser, los cimientos de ese piso que debe sostener a todo un edificio en permanente construcción? ¿Quiénes son, quiénes deberían ser, sus maestros de obra, sus constructores? ¿Cuáles sus lógicas constructivas, sus procedimientos, sus herramientas? Ya puedo dejar a un lado el símil arquitectónico-constructivo y mostrar al complejo de problemas referido bajo la forma de interrogantes (muchos de ellas, inocultadamente retóricas). 358 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … ¿A quién(es) le(s) corresponde determinar que un artefacto cultural es un bien cultural? ¿A quién(es) le(s) corresponde determinar el (supuesto) valor patrimonial de un bien cultural? Esto es, ¿quién(es) está(n) en condiciones de determinar cuáles son los bienes culturales de valor patrimonial y cuáles no lo son? ¿Sobre la base de qué criterios de pertinencia epistemológica o de legitimación social alguien –digamos, cualquiera de nosotros– puede erigirse con la potestad de establecer cuáles son los bienes intangibles de valor patrimonial y cuáles no lo son? ¿Puede someterse la declaración de valor patrimonial de un bien a una compulsa popular (con los previsibles riesgos de caer en demagogia populista o seudo-oclocrática), a una suerte de plebiscito entre la población, en este caso la corralense? ¿O será que eso debe quedar en manos de los intelectuales, de los supuestos “expertos” (con los previsibles riesgos de caer en elitismo cultural y alimentar complejos de superioridad, cientificismos engañosos o hasta veleidades mesiánicas en los pantanosos territorios de la estética, la ética, la cultura)? O, dicho de otro modo, ¿habremos de acudir a Alguien que pueda “salvar el metal, salvar la escoria y cifrar en Su profética memoria las lunas que serán y las que han sido”416? ¿Habrá que considerar en toda su dimensión y sentido los punzantes versos de Bertolt Brecht: “¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?/ En los libros están los nombres de los reyes./ ¿Los reyes arrastraban los bloques de piedras?”417. ¿Qué réditos o intereses –ya sean bienintencionados y legítimos o malintencionados y espurios– pueden estar en juego detrás de la He parafraseado los primeros versos del ya citado soneto Everness, de Borges (1996), que dice así: Sólo una cosa no hay. Es el olvido./ Dios, que salva el metal, salva la escoria/ y cifra en Su profética memoria/ las lunas que serán y las que han sido. 417 Primeros versos del poema “Preguntas que se hace un obrero que lee” (1979:74). Algo muy similar ya lo había planteado su coterráneo Walter Benjamin: “los bienes culturales (…) deben su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sino también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos” (1973:182). Y, mucho antes, Walt Whitman: “los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más grandes de la Historia” (1950). 416 359 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … declaración de un bien intangible de valor patrimonial? ¿Qué efectos e implicancias puede tener eso? ¿Corresponde que eso se haga por parte exclusivamente de la población actual, de las (mal llamadas) “fuerzas vivas”? De no ser así, ¿quién representa, quién asume la voz de los que ya no están, el eco de los muertos, la “profética memoria”? Si se acepta que la atribución de un valor patrimonial a un bien cultural participa en el proceso de construcción de identidades colectivas, ¿no resultará más relevante poner el foco de investigación en torno, precisamente, a esas prácticas de producción de identidades colectivas? ¿Es legítimo plantear(nos) que quizás pueda existir cierto sentido comercial operando en tales prácticas de producción de identidades colectivas (bajo la forma de producción de bienes culturales de valor patrimonial)? ¿Es legítimo plantear(nos) que quizás pueda resultar funcional para ciertos sectores sociales producir espacios simbólicos caracterizados como patrimoniales? O, en fin, ¿habremos de admitir que “la memoria no es sólo una conquista: es (también) un instrumento y una mira de poder”418? ... Todas estas preguntas merecen ser discutidas seriamente, por lo menos hasta que comiencen a producir algunas respuestas. Es mi convicción que esa discusión y las eventuales respuestas emergentes deben ser acometidas por los actores implicados o, en rigor, por los actores que se sientan implicados. Por eso ahí están los pliegues y despliegues de las páginas precedentes. Y por eso me atrevo, en las páginas que siguen, a esbozar algunas respuestas, que preferiría que fueran entendidas como lo que efectivamente son: una contribución a una discusión potencialmente fecunda que siente las bases para el establecimiento consensuado de definiciones colectivas que hagan justicia con Minas de Corrales, con su gente, con su patrimonio cultural. 418 Le Goff (1991). 360 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … construcción teórico-conceptual: el patrimonio cultural Marco Polo describe un puente, piedra por piedra. –¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente? –pregunta Kublai Jan. –El puente no está sostenido por esta piedra o por aquella –responde Marco–, sino por la línea del arco que ellas forman. Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade: –¿Por qué me hablas de las piedras? Lo único que me importa es el arco. Polo responde: –Sin piedras no hay arco. Calvino419 la gestación de la construcción conceptual: pertinencia e idoneidad de un enfoque socioantropológico El pensamiento no puede más que oscilar entre la conciencia de su perfecta autonomía y la de su estricta dependencia. André Breton420 Construcción conceptual y construcción metodológica son dos procesos indisociables y recíprocamente condicionados. Las condiciones de posibilidad de la construcción conceptual las fija la construcción metodológica; la construcción metodológica se orienta hacia –está al servicio de– la construcción conceptual, la cual le establece sus correspondientes condiciones. En términos más concretos: la identidad y el patrimonio cultural, con anclaje empírico en Minas de Corrales, ha sido el eje temático en torno al cual se desplegó el trabajo de construcción conceptual, el cual (también) se vertebró en torno a un eje problemático: la construcción metodológica capaz de dar cuenta de los 419 420 1994:96. Segundo Manifiesto Surrealista (1929), apud Tafuri (1992:64). 361 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … procesos de construcción identitaria y patrimonial y de la construcción conceptual derivada (que, al mismo tiempo, la fundamenta). De este modo, a lo largo de la trayectoria investigativa he tenido que moverme según un incesante vaivén desde lo teórico-conceptual hacia lo empírico-concreto, desde lo circunstancial, particular o contingente hacia lo estructural, general o inmanente. Ya desde su horizonte de partida, la naturaleza del eje temático y del eje problemático definidos en la investigación –o, si se prefiere, de su eje temáticoproblemático– justificó la adopción de un enfoque socio-antropológico enriquecido con aportes provenientes de ciertas formas de ejercicio del oficio de la historia, violín de Ingres practicado con más intuición y osadía que rigor y oficio421. Corresponde dar un paso más, evitando la reducción a una justificación tácita o sólo postulada a partir de su carácter asumido como autoevidente. Man Ray: El violín de Ingres (1924) De acuerdo con lo que ha escrito un historiador en boga (y que ha puesto en boga la apelación a un modo antropológico de ejercer la historia), “los antropólogos no tienen un método común, ni una teoría que lo abarque todo. (…) Pero a pesar de sus desacuerdos, comparten una orientación general. En sus diferentes formas de trabajar con sus diferentes tribus, generalmente tratan de ver las cosas desde el punto de vista del nativo, para comprender lo que quiere decir, y buscar las dimensiones sociales del significado. Trabajan suponiendo que los símbolos son compartidos, como el aire que respiramos, o, para adoptar su metáfora favorita, como el lenguaje que hablamos”422. Le violon de Ingres es una expresión francesa que se aplica a aquella persona que, junto a su ocupación principal, dedica tiempo, energías y pasión a la práctica de otra, sin que importe demasiado que lo haga con bastante torpeza, como parecería haber sido el caso del gran pintor francés con su violín… y el de mi intrépida incursión en el oficio de la historia. (Como con falsa modestia ha comentado Bourdieu –cf. 1997:160–, la intrepidez suele ir de la mano de la arrogancia… y de la ignorancia.) 422 Darnton (2006:264). 421 362 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … La clave de la orientación general de los antropólogos (o, para ser justos, de algunas “tribus” de antropólogos) es, entonces, el despliegue de una perspectiva emic, que es la que hace posible ver las cosas desde el punto de vista del nativo, condición para la verstehen (más o menos inmediata) o la hermeneusis (más o menos mediata). Pero el nativo de los historiadores (o, para ser justos, de unas cuantas “tribus” de historiadores) es un nativo muerto, lo cual pone de manifiesto algunas diferencias sustantivas entre ambos oficios423. Ver las cosas desde el punto de vista del nativo, ya sea uno próximo o uno lejano (en términos culturales más que geográficos), entraña notorias dificultades, por lo menos si se asume, como corresponde, la opacidad constitutiva de todo discurso y comportamiento observable. Ver las cosas desde el punto de vista del nativo muerto, ya sea uno próximo o uno lejano (en términos temporales, y entonces también culturales), entraña dificultades aún mayores, en virtud no sólo de la mayor opacidad del vestigio documental y del pasado en tanto tal, sino también, y sobre todo, de la obvia imposibilidad de interlocución. El rasgo fundacional y distintivo del quehacer etnográfico sobre el que se construye el oficio antropológico es el estar-allí, mientras que el historiador no puede más que estar-aquí424 y realizar un esfuerzo cognitivo –en el fondo, un artificio, una simulación– para traer al presente lo que pudo haber ocurrido en el pasado. En su estar-allí, desde donde acomete el desciframiento de comportamientos observables, el etnógrafo pone en juego todo su aparato sensorial y cognitivo –lo que un antropólogo acertadamente calificó como “naturaleza sinestésica de la experiencia etnográfica”425–, posibilidad que le está vedada al historiador. Éste, evidentemente, no puede capitalizar las riquezas y potencialidades hermenéuticas de la observación directa, de la interacción cara-a-cara, de la interlocución; por lo general, el historiador construye sus análisis a partir de la lectura (hecha en el presente) de textos (escritos en el pasado), Para un tratamiento profundo y exhaustivo de esta cuestión, véase Geertz (1994:7390) y Winch (1994). 424 Estar-allí y estar-aquí son dos expresiones instaladas en el ámbito de la reflexión antropológica por Clifford Geertz. Para conocer sus complejas implicancias epistemológicas véase su “El antropólogo como autor” (1989), en especial su primer y su último capítulos, titulados, precisamente (y respectivamente), “Estar-allí” y “Estar-aquí”. 425 Fernández (1995:143). 423 363 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … mientras que el antropólogo construye los suyos a partir de una situación de comunicación in situ, en presencia de un sujeto que habla y produce un discurso (que, apelando a otros resortes de su oficio, transformará en texto)426. Esos otros resortes necesitan, paradójicamente, de la generación de una distancia en cada encuentro con el otro (y con lo otro)427. De este modo, el antropólogo está condenado a moverse en la tensión entre proximidad y distanciamiento, en lograr la mayor familiarización con sus interlocutores y sus circunstancias vitales al mismo tiempo que una actitud en su self (una postura epistémica y una sensación deliberadamente auto-provocadas) de extrañamiento428. Esto configura una suerte de dialéctica “en la que nunca podemos excluirnos totalmente de la sociedad en la que, en cierto modo, necesitamos incluirnos para comprenderla en profundidad; no podemos excluirnos pero sí distanciarnos. La necesidad de distanciarse implica o apela a una lucha contra el egocentrismo y el etnocentrismo, pero esta misma lucha implica el reconocimiento de la subjetividad para resistir en ella”429. La puesta en juego de este reconocimiento exige un esfuerzo según el cual “el antropólogo considera a los sujetos que encuentra (…) como los actores de un universo social que le es extranjero. (…) Al mismo tiempo, define su propia posición: se ubica en el exterior de este universo social, se ve fuera de la situación de encuentro. La investigación de campo es un movimiento para superar esta exterioridad, un viaje hacia el interior de ese mundo que le permitirá Este desarrollo argumental se distancia bastante del planteo clásico que EvansPritchard tomara de Kroeber; para aquél las diferencias entre el estudio directo e in situ que hace el antropólogo social y el estudio indirecto (mediado por documentos) que hace el historiador no son de índole metodológica: “tales diferencias lo son exclusivamente en cuanto a la técnica, al énfasis y a la perspectiva, pero no en cuanto al método y objetivo” (Evans-Pritchard, 1990:19). Esta perspectiva es afín a la expuesta en la ambiciosa Antropología estructural de Lévi-Strauss, para quien ambas disciplinas son indisociables y no difieren en su objetivo sino, fundamentalmente, en su orientación. 427 La paradoja es sólo aparente, y en buen grado retórica. En realidad, la distancia a poner en el encuentro no es física sino cognitiva (o hermenéutica). 428 Aplico aquí el término inglés self en el sentido en que lo utiliza Erving Goffman en su clásico The presentation of self in everyday life (La presentación de la persona en la vida cotidiana, 1971). Es por ello que he preferido no traducirlo, como es habitual, por “yo” o por “sí mismo”. 429 Morin (1995:37). 426 364 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … producir un conocimiento desde adentro”430. Asimismo, el vector analítico que toda investigación implica –que nutre al y se nutre del trabajo de campo– es también un movimiento para superar esa interioridad: ese conocimiento desde adentro, insisto, también necesita del dépaysement431 tanto como de la exterioridad alerta y vigilante, del distanciamiento necesario para la tarea analítica, del autoexilio de la situación de encuentro, todo lo cual se suma al carácter inevitablemente marginal del investigador de campo432. La tensión entre proximidad y distanciamiento no sólo opera en el trabajo de campo y en su interfaz con el trabajo analítico; también es central y definitoria en su inscripción como escritura: “la tensión entre lo que, al fin y a la postre, son los momentos arquetípicos de la experiencia etnográfica, el empapamiento y la escritura”433. Asumir esa tensión implica, entonces, enfrentar el reto de “sonar como un peregrino y como un cartógrafo al mismo tiempo”434, conjugando la visión íntima del primero y el análisis frío del segundo. En definitiva, el investigador, al asumir una perspectiva socio-antropológica, asume con ella la inevitabilidad de su desplazamiento por esa tensión entre interioridad y exterioridad, entre estar-allí (estar adentro, meterse) y estar-aquí (estar afuera, salir), entre su inclusión y su exclusión, entre el empapamiento del estar-allí y la escritura del estar-aquí435. El historiador, por su parte, no necesita distanciarse: su distancia con respecto a su objeto ya está dada (“por definición”). El riesgo es otro: ignorar esa distancia y caer en el error de creer que los actores del pasado son como los de nuestro hic et nunc. Es para evitar ese error que debe tomar distancia o, para decirlo con mayor precisión, reconocer la distancia (cultural). Establecida esa distancia, el historiador construye un discurso de carácter representacional: una Althabe (1999:62). El dépaysement –concepto que Lévi-Strauss describe en Tristes Trópicos y que cabe traducir como desarraigo– alude al modo que debe asumir el retorno del antropólogo a la propia cultura (cf. Lévi-Strauss 1970). 432 Cf. Freilich (1970). 433 Geertz (1989:93). 434 Ídem:20. 435 Mantenerse en pie sobre esa tensión puede propiciar el deslizamiento desde la tradicional observación participante hacia una descripción participante, según Geertz, todo un dilema literario (cf. ibíd.:93). 430 431 365 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … narración –el relato histórico– que representa algo que existió en el pasado, tal como puede inferirse, sobre todo, de los vestigios documentales disponibles. Por esta vía, más que presentar (hacer presente) algo ausente, lo representa (lo vuelve a hacer presente) en un relato, mediante el cual ordena y le da coherencia a ciertos hechos del pasado436 y, sobre todo, los dota de sentidos y significados inteligibles. La tonalidad general del enfoque socio-antropológico que guió mi trabajo de investigación comprende otros pormenores que deben ser explicitados y discutidos. Para ello, resulta útil apelar a otro historiador contemporáneo también seducido por ciertas prácticas antropológicas: “los escritos de los antropólogos son obras imaginativas en las que las dotes del autor se miden por su capacidad para ponernos en contacto con las vidas de personas extrañas y fijar sucesos o discursos sociales”437. Esto implica acercarse a las motivaciones de los sujetos, pasaporte necesario, aunque no exclusivo, para la interpretación del sentido de sus acciones. Es en este contexto programático que debe entenderse la propuesta metodológica inherente a la descripción densa formulada por Geertz (y extrapolada al campo de la historia por Darnton), una descripción microscópica e interpretativa enfocada en la percepción aguda de los detalles de las interacciones observables y en el desciframiento creativo, eludiendo la búsqueda de empatía, de lo nodicho y de lo oculto en los discursos producidos en situaciones de interlocución: “la cuestión no estriba en situarse en cierta correspondencia interna de espíritu con los informantes. Ya que sin duda prefieren, como el resto de nosotros, hacer las cosas a su modo, no creo que les entusiasme demasiado un esfuerzo semejante. Más bien, la cuestión consiste en descifrar qué demonios creen ellos que son”438. Mi investigación, desplegada en concordancia con esa particular forma de concebir el trabajo de campo, puso énfasis en un abordaje microscópico orientado a destacar lo particular del locus elegido, Valga aclarar que, en rigor, el historiador, aún cuando presuma que se ocupa de los hechos del pasado, no puede hacer más que operar sobre sus representaciones (en algún grado colectivas), tal como en su momento fueron formuladas por sus protagonistas, observadores o comentaristas. 437 Levi (1993:129). 438 Geertz (1994:76). 436 366 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … aunque con el propósito de poder sustentar algunas reflexiones de mayor alcance. No obstante, este tipo de reflexiones no deben ser entendidas como generalizaciones ingenuas confiadas en que se puede dar cuenta cabal de lo general en lo particular: “lo que uno encuentra en las pequeñas ciudades y aldeas es (¡ay!) vida de pequeñas ciudades y aldeas. Si la importancia de los estudios localizados y microscópicos dependiera realmente de semejante premisa –de que capten el mundo grande en el pequeño–, dichos estudios carecerían de toda relevancia”439. A lo largo de la investigación he procurado eludir, por falaz y presuntuosa, la tentación de aspirar a captar el mundo grande en el pequeño: lo pequeño, lo local, no es un reflejo mecánico ni una muestra, una condensación o una miniaturización de lo grande o de lo general. Pero estudiar un mundo pequeño y, sobre todo, en un mundo pequeño, tiene un valor epistémico autónomo, en virtud de lo cual puede habilitar –si es un estudio riguroso, si da cuenta de su inserción en el contexto o en el marco de referencia general– a decir algunas cosas sobre el mundo grande. Es mi convicción que a partir de una investigación empírica realizada en una pequeña ciudad de unos tres mil habitantes es lícito (teóricamente) y válido (epistemológicamente) proponer reflexiones de mayor alcance y generalidad sobre los procesos de construcción de identidad cultural local y de determinación del valor patrimonial de los bienes culturales de un grupo social. Es precisamente esta convicción la que puede obturar el riesgo, siempre agazapado, de que el estudio de lo local se deslice hacia la referencia anecdótica descontextualizada, hacia el localismo, el parroquialismo o la historia de campanario: “la historia local no debe aspirar a eso. Deberíamos concebirla como aquella investigación que ha de provocar interés a quien, de entrada, no se siente atraído por el objeto concreto ni por el espacio local que lo delimita. No es una pretensión inaudita; por el contrario, es una lección que hemos aprendido de los antropólogos (…); si aprendemos de antropólogos como Geertz, deberíamos comprender que la meta no puede ser principalmente analizar la localidad sino, sobre todo, estudiar 439 Geertz (1987a:33). 367 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … determinados problemas, acciones, conflictos o experiencias en la localidad”440. Estudiar problemas en la localidad comprende la realización de análisis de casos, lo cual resultará fecundo sólo si se puede garantizar “la representatividad del caso en la comprensión del todo, la interpretación de la particularidad para esbozar un plano general, la explicación de lo singular para la complejización de la totalidad”. En consecuencia, si bien es palmariamente cierto que lo que uno encuentra en las pequeñas ciudades y aldeas es vida de pequeñas ciudades y aldeas, la importancia de los estudios localizados y microscópicos no depende realmente de semejante premisa, sino de esta otra: “sólo se puede captar la lógica más profunda del mundo social a condición de sumergirse en la particularidad de una realidad empírica, históricamente situada y fechada, pero para elaborarla como «caso particular de lo posible», en palabras de Gaston Bachelard, es decir como caso de figura en un universo finito de configuraciones posibles”441. Como ya he insinuado, la relevancia –o, por lo menos, la relevancia pretendida– de la investigación acometida estuvo asociada con el propósito de producir, a partir de lo particular del locus elegido (Minas de Corrales y sus alrededores), reflexiones de mayor alcance, es decir, reflexiones que no se enquisten en enfoques particularizantes y que, en cambio, puedan ser consistentemente aplicables a otros loci de escala, condiciones y problemáticas similares (o equivalentes). En este sentido, “estoy convencido”, como Bourdieu, de que “el procedimiento que consiste en aplicar a otro mundo social un modelo elaborado siguiendo esta lógica resulta sin duda más respetuoso con las realidades históricas (y con las personas) y sobre todo más fecundo científicamente que el interés por las particularidades aparentes del aficionado al exotismo más volcado prioritariamente en las diferencias pintorescas”442. En suma, la singularidad y la potencia hermenéutica de los abordajes microscópicos e interpretativos (à la Geertz), descripción densa Pons-Serna (2007:22). (Los resaltados son de los autores.) Una vez más he convocado a historiadores que miran con interés hacia la antropología de inspiración geertziana. 441 Bourdieu (1997:12). 442 Ídem:13. 440 368 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … mediante, tanto desde el trabajo de campo del etnógrafo como desde el trabajo de gabinete del historiador local (o del micro-historiador), no radican en la delimitación de un nuevo objeto (lo local, lo pequeño, lo micro, lo aparentemente nimio: las riñas de gallos balinesas, una matanza de gatos en el siglo XVIII parisino, la peripecia de un molinero friulano del siglo XVI443) sino en la disposición de una nueva mirada y enfoque y, entonces, de una nueva práctica científicopoiética. Tal disposición –mirada, enfoque y práctica– contribuye con idoneidad en el abordaje de la complejidad inherente a lo social, tanto como a la reducción de la opacidad constitutiva de todo discurso y comportamiento observable. 443 Véase, respectivamente, Geertz (1987b), Darnton (2006), Ginzburg (2001). 369 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 370 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … de la opacidad y la complejidad, de gauchos y salvajes Es fama que le preguntaron a Borges cuánto tiempo había requerido para escribir uno de sus sonetos y que respondió: todos los siglos que precedieron al momento en que lo escribí. Recurso asaz económico –y de inusual rigor– de capitalizar la inefable usura del tiempo444, riesgo que amenaza toda inversión. Onírica prestidigitación de shamán445, sabiduría de derviche, espesor ontológico de quien se reconoce balanceándose en la infinitud de una cadena trófica de tortugas sobre tortugas, discurriendo en el tobogán de una inconcebible cinta de Mœbius. Es que el arte no es platónico446, canta el poeta, como desde la sima de los tiempos, estimulando al científico con sus teorizaciones447, espoleando al moderno demiurgo con la nada platónica virtud de la sospecha. Así comienza el poeta su agudo ensayo sobre la poesía gauchesca: “Es fama que le preguntaron a Whistler cuánto tiempo había requerido para pintar uno de sus nocturnos y que respondió: ‘toda mi vida’. Con igual rigor pudo haber dicho que había requerido todos los siglos que precedieron al momento en que lo pintó. De esa correcta aplicación de la ley de causalidad se sigue que el menor de los hechos presupone el inconcebible universo e, inversamente, que el universo necesita del menor de los hechos. Investigar las causas de un fenómeno, siquiera de un fenómeno tan simple como la literatura gauchesca, es proceder en infinito”448. Proceder en infinito: la investigación de las causas como proceso sinfín y la causalidad misma, lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, la infinitud y la eternidad, la simplicidad y los confines del Prólogo a “La rosa profunda” (1975), incluido en Borges (1989:77). “Escribir un poema es ensayar una magia menor”, escribió Borges en su Inscripción a “Los conjurados” (1985), incluido en Borges (1989:453). 446 Borges: “La poesía gauchesca”, en Discusión (1932), incluido en Borges (1974:180). 447 “Las teorías, como las convicciones de orden político o religioso, no son otra cosa que estímulos”, escribió Borges en su Prólogo a “La rosa profunda” (1989:78). Considérese también su sutil reformulación –repetición y diferencia– planteada diez años más tarde: “las teorías pueden ser admirables estímulos” (Prólogo a “Los conjurados”, en 1989:455). 448 “La poesía gauchesca” (op. cit.:179). 444 445 371 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … complejo mundo fenoménico… tales algunas de las cuestiones que atravesaron la escritura de Borges (y, mutatis mutandi, la lectura de Borges). Proceder en infinito: si nos atenemos a los dictámenes de los diccionaristas, esa suerte de masoretas de la palabra, proceder significa originarse una cosa de otra, adelantar, ir adelante. Investigar las causas de un fenómeno no es, entonces, proceder en infinito, sino más bien inhabilitar, por improcedente, cualquier proceder. Pero dejemos la paja de estos malabares lexicológicos y quedémonos con los granos del trigo del asunto. Investigar las causas de un fenómeno... es proceder en infinito. Phainómenon, enseña Daniel Vidart, “es lo que aparece, lo que deslumbra con su viva luz y no deja ver el noumenos, la cosa en sí”449. Phainómenon y noúmenon, lo visible y lo invisible, objetos axiales y presumiblemente fundacionales de las principales ciudadelas de la razón: la física y la metafísica. Phainómenon y noúmenon, espiralándose también en la imagen, en la cual, según un filósofo todavía de moda, “determinadas partes son visibles y otras no, las visibles hacen invisibles a las otras”450, sentencia que se exacerba en el inesperado (y muy anterior) verso de un admirable poeta ya no tan de moda: “y lo invisible se prueba por lo visible”451, asertos que dialogan entre sí tanto y tan involuntariamente como los títulos de los libros que los acogen452. Quizás lo visible no pruebe nada, excepto su propia visibilidad. Quizás sea imposible probar lo invisible y hasta su propia existencia. Quizás sea también imposible probar la imposibilidad de probarlo. Quedémonos, sólo por ahora, con lo primero: phainómenon, la viva luz de la máscara que oculta el rostro (que oculta el alma) de las cosas. Claro que (más allá del paréntesis animista), “las cosas” no tienen una naturaleza única en los diversos mundos fenoménicos. En el ámbito de “Una guía para viandantes”, Prólogo a Acevedo (2007:IX). Baudrillard (1988:28). 451 “El otro por sí mismo” (Baudrillard); “Canto a mí mismo” (Walt Whitman). 452 Baudrillard (1988:28). 449 450 372 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “lo natural” y en cualquiera de sus escalas –en todo el continuum que va desde lo infinitamente grande hasta lo infinitamente pequeño– se ha podido “probar” (deductivamente) la existencia de objetos invisibles453. Deberíamos asumir, entonces, que tales objetos son parte constitutiva de “la realidad”, aún cuando la imperfección inherente a nuestros mecanismos sensorio-perceptivos y a sus cada vez más sofisticadas prótesis tecnológicas impida –por lo menos provisoriamente– su visibilidad. Podemos con certeza inferir –por vía inductiva, deductiva o hasta transductiva– la existencia de objetos tan “reales” como invisibles, aún cuando nos sintamos como Aquiles el de los pies veloces tratando de alcanzar a la tortuga, según ilustra una de las inquietantes paradojas de Zenón de Elea. El ámbito de lo social, por el contrario, nos enfrenta a algo diferente. También aquí “lo invisible social es tan real como lo visible, pero su realidad no puede ser aprehendida del mismo modo”454 que en el caso anterior. Y no puede serlo porque de lo que se trata no es de aprehender objetos invisibles –que carecen de existencia real en el ámbito de lo social– sino relaciones, invisibles por definición. Afortunadamente, hace tiempo que se cayó –y se acalló– “la primera regla, y la de carácter más fundamental” del pretendido método sociológico impuesta más de un siglo atrás por el tío de Mauss: “considerar a los hechos sociales como cosas”455. Detrás estaba, ciertamente, su mentor, el secretario de Saint-Simon: “ciertamente, Comte ha declarado que los fenómenos sociales son hechos naturales, sometidos a leyes naturales. De este modo ha reconocido implícitamente su carácter de cosas, pues en la naturaleza no hay sino cosas”456. Uno de los casos más conocidos es el del planeta Neptuno, cuya existencia no fue verificada a partir de su observación directa, sino inferida a partir de la observación de ciertas desviaciones aparentes en la “esfera celeste” (cf. Prigogine-Stengers, 1990:52-53). Por ende, afirmar que Neptuno no fue “descubierto” sino “inventado” por Newton es conceptualmente más riguroso y hace mayor justicia con la precisión etimológica: la voz latina inventum deriva de invenire, que significa hallar, bastante distinto que descubrir. 454 Barel (1984:13). 455 Durkheim (1994:69). 456 Ídem:73. 453 373 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … La concepción comteana de equivalencia de “hechos naturales” y “hechos sociales” ya resulta perimida por inconsistente, tanto como el pretendido sometimiento de los “hechos sociales” a leyes naturales y, más aún, “su carácter de cosas”. Es igualmente insostenible la sutil chicana durkheimiana del “como si”. Como si dijera: mi inspirador dijo que “los fenómenos sociales son hechos naturales”; yo, en cambio, digo que hay que considerarlos como si lo fueran. Los “hechos sociales”, tal como los concibe Durkheim, no son en rigor “fenómenos sociales”, así como tampoco “los fenómenos sociales son hechos”, como propugna Comte. No lo son, entre otras cosas, porque, perogrullada mediante, los fenómenos sociales son… fenómenos sociales. De lo que se trata es de acercarse a lo que aparece –exclusivo objeto de aprehensión e inteligibilidad– y preguntar, escuchar, desenmudecer al objeto: “nunca entenderé la actitud de los hombres frente a nosotros, los objetos. Proceden como si creyeran que la circunstancia de habernos dado vida les autoriza a tratarnos como a esclavos mudos”457. De lo que se trata es de acercarse a lo que aparece, no para regodearnos con su estar-en-el-mundo a la manera de las intentonas de algunos sofistas y etnometodólogos, tampoco como argucia para acceder a lo oculto o a la cosa en sí, a la manera de neoplatónicos y trasnochados esotéricos de lo arcano, sino principalmente para dar cuenta de la relación entre ambos. Relación compleja e irreductible a fórmulas mágicas, relación inescrutable desde la causalidad o la casualidad: relación de implicación e imbricación por ocultamiento, cuya complejidad la instaura como denso plexo relacional. Así pues, la realidad social (realidad en términos de verosimilitud –veri similis– y no de veracidad –veracitas–) no es de índole fáctica sino de carácter fenoménico, y por lo tanto, tal como ha señalado Yves Barel, es del orden de la relación entre el acontecimiento y su comentario, lo observado y el observador, la cosa y la palabra, lo real y lo imaginario. Es por ello que han fracasado quienes se han obstinado “en ver una relación como puede verse un objeto”458. Resulta más consistente –y Mujica Lainez (1994). El contexto discursivo en el que Barel planteó lo que aquí he traducido es el siguiente: “une partie de la «réalité» sociale se laisse mal apercevoir, décrire, analyser, interpréter, alors que par ailleurs s’impose l’impression qu’il est impossible de tenir cette partie pour négligeable. (…) L’invisible social existe, et il ne peut être considéré à la manière d’un objet” (op. cit.:14). 457 458 374 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … de valor heurístico apreciablemente mayor– la obstinación en asumir aquél carácter fenoménico, ya no para desvelar lo velado o hacer visible lo invisible, sino para mostrar “lo que vuelve ciertas cosas invisibles, y, por el mismo hecho, asegura la visibilidad de otras cosas. No el objeto, sino lo que se le hace al objeto”459. Resulta totalmente ilusoria, pues, la pretensión de mostrar al objeto que oculta para acceder al objeto oculto (ilusión de transparencia de “lo real”, ilusión de cierta hipertrofia interpretativista), casi tanto como la de mostrar, sin mediación alguna, lo oculto (ilusión de inteligibilidad de “lo ideal”, ilusión del poder omnisciente de la razón). Resulta ilusoria, también, la postulación kantiana de una esencia –el noúmenon– que presuntamente anida bajo la cáscara o máscara de lo aparente. Sólo cabe asumir, pues, la opacidad radiante de lo fenoménico: luz que deslumbra y opaca. Y explorar, entonces –y luego mostrar, como quiere Barel–, las estrategias460 o los dispositivos461 o las modalidades de ocultamiento. En una palabra: estar-entre. Investigar las causas de un fenómeno... es proceder en infinito. La recurrente idea borgeana de que “el menor de los hechos presupone el inconcebible universo”, presente en culturas orientales milenarias, tanto en el panteísmo místico de los sufíes como en algunas versiones del confucianismo y del taoísmo, ya había sido avizorada por Pascal, singular centauro matemático-filosófico, lejano precursor de eso que hoy se denomina pensamiento complejo: “creo imposible conocer las partes sin conocer el todo y tampoco conocer el todo sin conocer particularmente las partes”462. Lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, esos dos campos que quitan el sueño a los físicos contemporáneos y donde se han dado los más vertiginosos e inciertos avances, enredados inclusivamente: así como cada pixel de un holograma contiene la totalidad de la información de aquello que en su totalidad representa, así como “cada célula contiene la totalidad del Ídem. Cf. de Certeau (2000:XLIX-X;:42-45). 461 Cf. Foucault (1991;1979). 462 Pascal (1995). 459 460 375 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … patrimonio genético de un organismo policelular”463, así también “el menor de los hechos presupone el inconcebible universo”. Tal hiperbólico embrollo nos dispara hacia la inefabilidad causal de lo fenoménico: “investigar las causas de un fenómeno, siquiera de un fenómeno tan simple como la literatura gauchesca, es proceder en infinito”. Pero también escamotea la aparentemente intrínseca complejidad de lo fenoménico y su opacidad por ocultamiento. No hay fenómenos simples. Todo fenómeno, por simple que parezca, es complejo; no complejo per se –por lo que es, por lo que denota, por lo que muestra– sino fundamentalmente por sus implicancias –por lo que evoca, por lo que connota, por lo que oculta–. Pero además, y por encima de esos asertos en apariencia axiomáticos, el plexo de complejidad en el que todo fenómeno teje su urdimbre se asienta en esa singular relación entre el acontecimiento y su comentario, lo observado y el observador. De esta manera, la complejidad radica más en las estrategias de abordaje del fenómeno que en sus propias características. Aún cuando se trate de fenómenos en apariencia simples –siquiera de un fenómeno tan simple como la literatura gauchesca–, cuanto más nos acerquemos al desvelamiento de las implicancias ocultas –acercamiento que inevitablemente es proceder en infinito–, mayor será la complejidad aparente (y viceversa). Dicho de otro modo, más esquemático: la complejidad de un fenómeno es directamente proporcional a la profundidad con la que lo exploramos y a la idoneidad y precisión de los instrumentos con los que nos valemos para ello. “A simple vista”, cualquiera de los objetos que nos rodean son simples. Por ejemplo, esta hoja que estamos mirando es simple: una superficie rectangular y blanquecina, con caracteres impresos negros. Ahora bien (y dejando a un lado los significados que podríamos atribuir a las palabras, esas perras negras, que tales caracteres conforman), si ponemos atención a la disposición de esos caracteres, a los diversos espacios blancos que se configuran entre ellos, esta hoja que estamos mirando ya no es tan simple como “a simple vista” nos parecía. Si ahora miramos un sector de esta hoja con una lupa, empezamos a ver cosas que antes no veíamos: el paisaje lunar o brasílide constituido por los minúsculos y 463 Morin (1999:16). 376 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … desiguales poros del papel, el modo en que cada carácter hiere y deja su peculiar impronta en la hoja, las sutiles volutas de algunas letras. Esta hoja es ahora mucho menos simple de lo que parecía hasta hace un rato. Y si, finalmente, la miramos con un microscopio de alta potencia, ese paisaje estático de caracteres y poros, de heridas y volutas, se vuelve tiovivo desquiciado: partículas que se mueven morosamente, otras que se desplazan a alta velocidad, algunas siguiendo órbitas elípticas, otras trayectorias oscilatorias brownianas. El paisaje que se recorta en la lente –la misma hoja de siempre– se nos presenta ahora con una complejidad desconcertante. Investigar las causas de un fenómeno, siquiera de un fenómeno tan simple como la literatura gauchesca, es proceder en infinito. Ahora sí podemos admitir que no es simple ningún género literario, ninguna tópica literaria. Tampoco lo es –el siquiera es una guiñada propia de la vanidad del ensayista– la literatura gauchesca, como diáfanamente lo muestra el ensayo que he tomado como excusa. La literatura gauchesca no es simple, y lo es en mucho menor medida después de leer a Borges, quien se acerca a ella para escudriñar entre lo oculto y dar cuenta, a un mismo tiempo, tanto de la complejidad del ocultamiento como de la complejidad del escudriñamiento. Borges vuelve aparente la complejidad de lo aparentemente simple al bucear con avidez por detrás de la luz que deslumbra y deslumbrando opaca. Para dar cuenta del escamoteo del ensayista –y de su ensayo– básteme la mención de sus primeros pasajes, que juzgo principales: “... proceder en infinito; básteme la mención de dos causas que juzgo principales. Quienes me han precedido en esta labor se han limitado a una: la vida pastoril que era típica de las cuchillas y de la pampa. Esa causa, apta sin duda para la amplificación oratoria y para la digresión pintoresca, es insuficiente; la vida pastoril ha sido típica de muchas regiones de América, desde Montana y Oregon hasta Chile, pero esos territorios, hasta ahora, se han abstenido enérgicamente de redactar El gaucho Martín Fierro. No bastan, pues, el duro pastor y el desierto. 377 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … (...) Derivar la literatura gauchesca de su materia, el gaucho, es una confusión que desfigura la notoria verdad”464. Derivar cualquier disciplina –sea o no disciplinada, sea o no científica– de su materia (u objeto), es también una confusión que desfigura la notoria verdad. Sirva, aquí, el caso de la antropología social como ilustración extrapolable a otros campos disciplinares (y disciplinados). La denominada proto-antropología comenzó a asomarse al mundo, hace más de cuatro siglos, espoleada por la etnocéntrica curiosidad de los europeos (principalmente hispánicos y portugueses; también británicos, franceses y holandeses, entre tantos otros), de un golpe enfrentados a individuos de apariencia casi humana dispersos por el Mundo Nuevo. La producción de numerosos cronistas y, sobre todo, la del moralista Montaigne en el siglo XVI y la de los ilustrados franceses del XVIII, con el multifacético Voltaire en primera fila, fueron preparando el terreno que había quedado en barbecho durante muchísimo tiempo. Al cabo de un par de siglos el humus ya estaba suficientemente abonado como para que la antropología social pudiera enraizar, estrenando su flamante estatus de disciplina académica, ahora con la fuerza adicional dimanante de la ingente necesidad de los imperios colonialistas europeos –ergo: imperiosa necesidad– de conocer “científicamente” a sus “salvajes” súbditos ultramarinos, imprescindible pasaporte para una dominación más eficaz. Así, durante tres cuartos de siglo, desde la publicación del manual pionero de Edward Burnett Tylor hasta los primeros trabajos de Lévi-Strauss, la gran mayoría de los antropólogos sociales efectivamente asumió que lo más distintivo de su disciplina radicaba en su objeto: sociedades salvajes, pueblos primitivos, culturas exóticas, distintas y distantes de las suyas. Dicha asunción no fue una mera consecuencia natural de la particular génesis de una ciencia nacida al servicio del colonialismo, sino también una cuestión emergente de la necesidad de marcar un dominio exclusivo y una frontera –un criterio de demarcación– que la distanciara de la sociología, hermana incestuosa nacida unas cuatro décadas antes. Hoy ya queda claro, para cualquier iniciado en estos menesteres, que no bastan, pues, el noble salvaje o el paraje exótico: 464 “La poesía gauchesca”, en Borges (1974:179). 378 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … derivar la antropología social de su materia, el homo primitivus, es una confusión que desfigura la notoria verdad. “... la notoria verdad. No menos necesario para la formación de ese género que la pampa y que las cuchillas fue el carácter urbano de Buenos Aires y de Montevideo. Las guerras de la Independencia, la guerra del Brasil, las guerras anárquicas, hicieron que hombres de cultura civil se compenetraran con el gauchaje; de la azarosa conjunción de esos dos estilos vitales, del asombro que uno produjo en otro, nació la literatura gauchesca”465. No menos necesario para la formación de ese género que los vergeles exóticos y que las selvas distantes fue el carácter atomizado de las balbucientes ciencias humanas, cariocinéticamente nacidas al servicio genuflexo de la ideología del Capital (la sociología) o bien de la geopolítica del Imperio (la antropología social). El infrahumano comportamiento de los nativos del Mundo Nuevo (sobre todo de aquellos que habitaban los vastos territorios tetracontinentales del Commonwealth, dominio de la gran potencia imperial de la época), esos díscolos salvajes de bárbaras costumbres, hicieron que hombres de cultura civil se compenetraran con el indígena; de la azarosa conjunción de esos dos estilos vitales, del asombro que uno produjo en otro, nació la literatura etnográfica primero, la ciencia antropológica después. “... nació la literatura gauchesca. Denostar (algunos lo han hecho) a Juan Cruz Varela o a Francisco Acuña de Figueroa por no haber ejercido, o inventado, esa literatura, es una necedad; sin las humanidades que representan sus odas y paráfrasis, Martín Fierro, en una pulpería de la frontera, no hubiera asesinado, cincuenta años después, al moreno. (...) Todo gaucho de la literatura (todo personaje de la literatura) es, de alguna manera, el literato que lo ideó”466. Todo salvaje de la antropología (todo personaje de la etnografía) es, de alguna manera, el etnógrafo que lo ideó: el etnógrafo construye al sujeto de su descripción –convirtiéndolo en sujeto sujetado– y haciéndolo también procede en infinito en la construcción del propio objeto de su complejísimo tarea. El etnógrafo estuvo allí: observó, 465 466 Ídem. Ibíd. 379 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … escuchó, tomó notas. Cuando la proximidad empieza a exigir distanciamiento, cuando la metonimia se deja seducir y colonizar por la metáfora, el etnógrafo deviene antropólogo467: rascando la piel del phainómenon busca, vanamente, el noúmenon entre sus pliegues, presume que vuelve visible lo invisible. Después narra a sus pares las visibilidades que miró y las invisibilidades que vio, pone en palabras más o menos legibles su “visibilización” de las invisibilidades que creyó ver: traduce, interpreta, inventa, construye: pura póiēsis. No es, entonces, la(s) realidad(es) visible(s) sino la invisibilidad –nada de los hechos sociales como cosas– la materia prima, la arcilla necesaria, el huevo de la creación. Así como el arte requiere de irrealidades visibles –tal lo que decía Borges haciendo prótesis en su admirado Schopenhauer– la antropología se nutre de realidades invisibles. Todo salvaje de la antropología (todo personaje de la etnografía) es, de alguna manera, el etnógrafo que lo ideó: el etnógrafo construye al sujeto de su descripción –convirtiéndolo en sujeto sujetado–… y en su afán de sujetarlo, queda sujetado por él. Es así como la singular relación entre objeto y sujeto literaturiza al quehacer antropológico; así es como éste deviene literatura salvaje que procede en infinito en la construcción del propio objeto –la otredad cultural– de su complejísimo oficio. Cuando la metonimia se sobrecarga de empatía y resbala hacia la asíntota de la sinonimia, cuando el etnógrafo no puede resistir a la fuerza centrípeta del estar-allí, es también posible, es también probable, que no devenga antropólogo sino nativo. Es la parábola borgeana de “El etnógrafo” (en “Elogio de la sombra”, Borges 1974:989-990) o la de Carpentier (1973), o la peripecia de Castaneda y algunos otros. En el extremo, es la alegoría cortazariana de “Axolotl” (Cortázar 1964), maravilloso cuento en el que el narrador observa con admiración a un axolotl, de a poco se identifica con él, hasta que inadvertidamente se opera una inquietante transferencia de identidades: el observado deviene observador, el observador deviene observado. 467 380 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … antropología (de base etnográfica) e historia (local) 468 La antropología es una licencia para la caza intelectual furtiva Kluckhohn Antes de la digresión precedente había destacado la potencia hermenéutica de los abordajes microscópicos e interpretativos que desde hace un par de décadas se han ido instalando en la historia y en la antropología. Tanto en una como en la otra se ha producido una suerte de centrifugación en la construcción del objeto y, como secuela, la aparición de nuevas miradas, enfoques y modos, bastante indisciplinados, de concebir y conducir las prácticas en ambas disciplinas. Mi investigación se inscribió, por vocación y decisión, en ese nuevo escenario: he transitado entre un modo particular de hacer antropología y un modo particular de hacer historia, ocupando una interfaz que a mi juicio es muy prometedora, reveladora, provocadora. No han sido pocas las resistencias frente a aquella centrifugación y sus derivaciones. Bien sabemos que la Academia es campo fértil para las visiones apocalípticas de los hierofantes de las ortodoxias, siempre celosos y a menudo recelosos, que se escudan en una supuesta y atávica pureza de las tradiciones académicas, y, casi como si quisieran recrudecer o recrear el enfrentamiento irreductible entre “las grandes dicotomías de la metafísica occidental, la vuelta al Ser y al Devenir”469, instan e instalan a la Historia como cancerbero del Devenir y a la antropología como aduanero del Ser. Pero por suerte hay los herejes y hay los contrabandistas, y de eso sabemos bien. Los hay desde siempre: Herodoto, Tucídides, Ibn Batuta, del lado de la protoHistoria, y más acá Peter Burke, Fernand Braudel, Eric Hobsbawm o Carlo Ginzburg del lado de la Historia; de la orilla de la antropología, Marcel Mauss, Eric Wolf, Marshall Sahlins o Michael Taussig. Y, por supuesto, desafiando las fronteras y otras imposiciones de la ortodoxia, Robert Darnton de un lado, Clifford Geertz del otro. O, dicho mejor, del Algunos tramos del desarrollo que presento en esta sección están tomados de Acevedo (2008a). 469 Geertz (2002:82). 468 381 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … mismo lado: en la frontera misma. Los tradicionalistas han puesto a la Historia como saber monopólico del Tiempo y del Cambio, y a la antropología como saber oligopólico del Espacio y la Permanencia. Como sugiere Geertz, los historiadores bucean en el pasado distante (lo lejano en el tiempo) para dar cuenta del cambio, los antropólogos en el presente distante (lo lejano en el espacio) para dar cuenta de la permanencia de la otredad; los historiadores como muralistas del paisaje muerto de la antigüedad, los antropólogos como miniaturistas del paisaje exótico de la contemporaneidad. La decadencia de Roma o los avatares del Antiguo Régimen de un lado, el potlatch kwakiutl o las riñas de gallos balinesas del otro: la Historia como narración construida a partir de lo escrito en algún pasado más o menos lejano en el tiempo, la antropología como narración construida a partir de lo dicho en algún presente más o menos lejano en el espacio. “El movimiento centrífugo –en cualquier momento menos ahora (si se trata de la Historia), en cualquier lugar menos aquí (si se trata de la antropología cultural)– que todavía caracteriza a las dos empresas, su preocupación por lo que ha venido en llamarse (…) «El Otro», asegura cierta afinidad electiva entre ambas. Intentar comprender a personas muy diferentes a nosotros, con condiciones materiales diferentes, movidas por ambiciones diferentes y con ideas también diferentes sobre qué es la vida plantea problemas muy similares (…). Varían poco las cosas si cuando tratamos con un mundo de otro lugar, ese otro lugar está lejos en el tiempo (o lejos en) el espacio”470. Existen, pues, afinidades entre uno y otro campo, entre uno y otro quehacer. Sin embargo, por lo menos a primera vista, tales afinidades no implican (o no necesariamente implican, o no necesariamente deberían conducir a) abordajes metodológicos compartidos. La equivalencia de la distancia cultural entre, digamos, nosotros y los fenicios y nosotros y los palestinos no es para nada perfecta, particularmente aquí y ahora, que podemos tener a un palestino de vecino. “En realidad, ni siquiera el «nosotros», «el yo» que busca la comprensión de «el Otro», es exactamente el mismo aquí, y es esto, creo, lo que explica el interés de los historiadores y los antropólogos por sus respectivos trabajos y los recelos que surgen cuando se 470 Ídem:84-85. 382 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … persigue ese interés”471. En este sentido, los recelos son legítimos y bien fundados: según apunta Geertz, “«nosotros», al igual que «ellos», significa algo diferente para quienes miran hacia atrás (los historiadores) y para quienes miran a un lado (los antropólogos), un problema que apenas se resuelve cuando intentamos, como ocurre cada vez más, hacer ambas cosas. La principal diferencia es que cuando «nosotros» miramos hacia atrás, «el Otro» se nos aparece como ancestral. Es lo que de algún modo nos ha conducido, si bien de manera errática, al modo en que vivimos ahora. Pero esto no es así cuando miramos a los lados”472. En efecto: nuestros contemporáneos primitivos no son nuestros ancestros473. Desde hace unas tres décadas está ocurriendo algo que parecería ser una usurpación de territorios académicos ajenos. Por lo menos, son los tradicionalistas –en especial los más ortodoxos– quienes podrían calificar a ese “algo” como usurpación. Pero se trata, más bien, de un encuentro, fruto de una especie de enamoramiento o flirteo, más parecido a una relación de amantes que a un matrimonio bien avenido. Se puede hablar, incluso, de la emergencia de una antropologización de la Historia, tanto como de una historización de la antropología. Lo primero podría ejemplificarse con el análisis de Hobsbawm en Rebeldes primitivos o con el de Ginzburg en su célebre y subversivo El queso y los gusanos; lo segundo con el análisis que Marshall Sahlins realizó a partir de la peripecia del Capitán Cook en Islas de historia o el de Eric Wolf en Europa y la gente sin historia474. Pero los ejemplos más emblemáticos e inspiradores son, sin duda, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, de Darnton, y Negara. El Estado-teatro en el Bali del siglo XIX, de Geertz. En la actualidad, algo concordante con lo anterior puede verse, según apunta Geertz, “en la mayor atención que historiadores occidentales prestan a la historia no-occidental, y no sólo a la de Egipto, China, India y Japón, sino a la del Congo, los iroqueses y Madagascar, en 471 Ibíd.:85. 472 Ibíd. 473 La expresión en cursiva es el título de un conocido libro de George Peter Murdock. Cabe prestar atención a la aparentemente paradójica relación entre los títulos de algunos de esos libros y la procedencia disciplinar de sus autores: Rebeldes primitivos, escrito por un inequívoco historiador; Islas de historia, por un antropólogo cultural. 474 383 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … tanto que desarrollos autónomos y no como meros episodios de la expansión europea; (así como) en el interés antropológico por los pueblos ingleses, los mercados franceses, las colectividades rusas o los institutos de enseñanza media americanos (…). Los antropólogos americanos escriben la historia de las guerras en Fidji, los historiadores ingleses la etnografía de los cultos a los emperadores romanos”475. Vemos, así, que han ido surgiendo préstamos mutuos en la construcción del objeto, o por lo menos en las elecciones temáticas, así como también, y sobre todo, ciertas confluencias notorias en las respectivas construcciones metodológicas. Nos estamos enfrentando a una suerte de“desprovincialización intelectual”476: “un fenómeno que es lo bastante general y específico como para sugerir que lo que estamos observando no es otro simple trazado del mapa cultural –el desplazamiento de unas pocas fronteras en disputa, la señalización de ciertos lagos de montaña pintorescos–, sino una alteración radical de los principios de la propia cartografía. Algo le está sucediendo al modo en que pensamos sobre el modo en que pensamos”477. Como resultado, “la antropología da con el cuadro, la historia con el drama; la antropología proporciona las formas, la historia las causas”478. Lo que hace Darnton en La gran matanza de gatos no es demasiado diferente, o, en rigor, no es diferente en lo sustantivo. De hecho, hay notorias zonas de contacto entre ese texto y el célebre ensayo de Geertz sobre la riña de gallos en Bali (en el que toma como modelo esa circunstancia para internarse en una explicación antropológica del juego del poder y de la tradición de la cultura indonesia) 479. Pero, más allá de eso, La gran matanza de gatos constituye un excelente ejemplo de una obra que participa de un continuum entre historia antropologizada y antropología historizada, una sutil combinación de descripción (densa) etnográfica y narrativa histórica, articulando un know-how etnográfico (declaradamente geertziano) y una retórica histórica: algo así como una tragedia antropológica inserta en una trama histórica. 475 Ibíd.:86-87. Geertz (1994:11). Geertz (1980:34). 478 Geertz (2002:90). 479 Cf. Geertz (1987b). 476 477 384 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … patrimonio cultural, memoria y olvido Algunas palabras cometían suicidio semántico, negándose a sí mismas. Olvido era una de ellas. Pérez-Reverte480 todo se hunde en la niebla del olvido pero cuando la niebla se despeja el olvido está lleno de memoria Benedetti481 La noción moderna de patrimonio quedó fijada en la Convención sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural, organizada por la UNESCO en el año 1972. Dos décadas después, el Coloquio de Nara (Japón, 1994) puso en evidencia la necesidad de redefinir esa noción, en consonancia con los cambios vertiginosos que se estaban operando. En efecto, tal como ha planteado el historiador Pierre Nora, “nuestras sociedades, enfrentadas a cambios excesivamente rápidos, (han debido) buscar en el patrimonio un refugio compensatorio. (…) Hemos pasado de un patrimonio de tipo nacional a un patrimonio de carácter simbólico y de identificación. De un patrimonio heredado a un patrimonio reivindicado. De un patrimonio visible a un patrimonio invisible. De un patrimonio material a un patrimonio inmaterial. De un patrimonio estatal a un patrimonio social, étnico y comunitario. (…) Como consecuencia, el patrimonio cambia de naturaleza y de estatuto. Se suma en una misma constelación a las nociones de memoria, de identidad, de cultura, y se convierte en lo sagrado-laico de las sociedades democratizadas”482. El patrimonio cultural de un pueblo es, sin lugar a dudas, una construcción histórica compleja, dinámica, multiforme. “Este específico patrimonio”, ha escrito Daniel Vidart con referencia al patrimonio nacional, “está constituido por aquellos bienes y valores que confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos propios de los integrantes de una nación”483. Aquí quiero extrapolar esta redonda conceptualización y aplicarla a otro específico patrimonio: el cultural. 2006:196. Últimos versos de “Ah las primicias”, incluido en Benedetti (2000:16). 482 Nora (1997). 483 2004:155. 480 481 385 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … La conceptualización conjuga, en sí y entre sí, como debe ser, las tres dimensiones del tiempo social –pasado, presente, futuro– y los tres vectores instituyentes de la identidad cultural: sentimientos, pensamientos y proyectos compartidos. Sólo es posible hablar de patrimonio cultural, entonces, si el anclaje en el pasado de sentimientos y pensamientos compartidos y la asunción de su peculiaridad en el presente confluyen en un proyecto histórico propio, distintivo: “la acción de recordar, esa mirada retrospectiva hacia el pasado, no se agota en la experiencia interna de ‘atribuir un sentido’, sino que es, ante todo, la voluntad de construir un proyecto sensato”484. Es importante subrayar la importancia conceptual –y también pragmática– de concebir al patrimonio cultural como noción que articula pasado, presente y futuro –historia, memoria y proyecto–, es decir, como un legado construido a partir de una herencia (del pasado) que sólo adquiere cabal sentido como presencia (en el presente) y, más aún, como proyecto (de futuro). En este sentido, el establecimiento de un vínculo operante entre una mirada retrospectiva y la voluntad de construir un proyecto sensato nos permite dejar sentado que el patrimonio cultural, lejos de restringirse a los bienes que hemos heredado del pasado, incluye a los que hoy son fruto de nuestra apropiación y reapropiación colectivas485, tanto como a aquellos que hemos tomado en préstamo de las generaciones futuras486. Ese vínculo, en definitiva, acrecienta la potencialidad que anida en el patrimonio cultural de un grupo en cuanto a la consolidación de su cohesión social y de su identidad colectiva487. Cf. Prats (1997:62). La apropiación y reapropiación colectivas implica la atribución de un valor en el presente, aún cuando dicha atribución pueda tener como base el reconocimiento de un valor en el pasado, asociado con la importancia simbólica o con las particulares circunstancias propias del momento en que se gestó el bien en cuestión. Planteado de este modo, corresponde asumir la insoslayable distancia que media entre el valor del bien en su contexto histórico concreto y su valoración en otro contexto histórico concreto. 486 Fue en las conclusiones del “Primer Encuentro Regional de ICOMOS/Uruguay: Patrimonio cultural, natural y turismo”, realizado en la ciudad de Maldonado en junio de 2005, que se estableció que “debemos considerarlo (al patrimonio) como aquellos bienes que tomamos en préstamo de las generaciones futuras, más que como aquello que heredamos del pasado”. 487 Changeux (1998:20). El resaltado es de Changeux. 484 485 386 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … En concordancia con ello, sólo cabe tomar distancia de la noción tradicional del patrimonio, aquella que lo concibe “como algo elaborado y terminado en un pasado que impone por sí mismo esa condición”, o bien como “algo que extraemos sin crítica e incorporamos a nuestra realidad cotidiana sin más obligación que la conservación y la reverencia”; corresponde concebirlo, en cambio, como “el resultado de la construcción de un ‘relato’ que cada comunidad hace en un momento histórico en continuidad pasiva o crítica con procesos anteriores”488. En efecto, los actores sociales construyen su pasado a través de una interpretación actual, y es sobre esa base que la teoría social puede ensayar una reconstrucción hermenéutica de la historia que en aquella anida. “Memoria y olvido se entrelazan, ponemos en foco algunos elementos y dejamos en sombra otros, y eso a su vez da resultados que no son inmutables sino que se modifican con el tiempo. La materia prima del patrimonio está en el pasado, pero la construcción de un relato patrimonial está inexorablemente atada al presente, en tanto su justificación y validación apuntan al futuro. (…) Llamamos patrimonio a los valores en que nos reconocemos y que marcan nuestra identidad. (…) Se trata de la construcción necesariamente contemporánea de un relato siempre renovado cuya materia prima es parte del pasado, pero que se justifica y adquiere verdadero sentido en tanto proyecto de futuro”489. Pasado, presente y futuro. Sentimientos, pensamientos y proyectos compartidos. Las tres dimensiones del tiempo –y, mutatis mutandi, los tres vectores concurrentes de la identidad cultural– están atravesadas, como sugiere Françoise Choay, por la memoria y el olvido. “El tiempo es olvido y es memoria”, sentenció Borges en una letra de tango cuyo título confunde490. Así, cada una de ellas –la memoria y su reverso, el olvido–, además de constituir el tiempo (o, para ser más precisos a expensas del vuelo poético, la producción social del tiempo) no es concebible sin la otra. También ahí radica uno de los contornos de su inefabilidad: Choay (2007:9). Ídem. 490 “Milonga de Albornoz” en “Para las seis cuerdas” (1965), incluido en Borges (1974:969). 488 489 387 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “el olvido es una de las formas de la memoria, su vago sótano, la otra cara secreta de la moneda”491. La memoria es un proceso de enorme complejidad y muy difícil elucidación. Como la recordación y el olvido, como los recuerdos y los olvidos, sus escuderos de todas las horas, la memoria nos puede atar o desatar, sojuzgar o liberar. Un símil a tono con los tiempos que corren tal vez pueda resultar esclarecedor: la memoria opera como un hardware instituyente, estructurante (aparato, dispositivo), los recuerdos y olvidos como sus dos inseparables softwares (instituidos, estructurados: mecanismos, operaciones, procedimientos). El accionamiento de ambos softwares responde a dos tipos de estímulo: uno de naturaleza volitiva, intencional, conciente; otro de carácter involuntario, indeliberado, no conciente, que parasita en el anterior. No conviene llevar muy lejos esta metáfora: como ha señalado Nora, la memoria está abierta a “la dialéctica del recuerdo y del olvido, inconsciente de sus deformaciones sucesivas, vulnerable a todas las utilizaciones y manipulaciones, susceptible de largos períodos de letargo y de súbitas revitalizaciones”492. En efecto, los recuerdos, cuando los convocamos, acuden solícitos y nos traen aquellas porciones del pasado que ya hemos aceptado y asumido; cuando nos invaden, en cambio, traen consigo imágenes pretéritas que no hemos querido o podido aceptar o asumir. Ahí podrían ponerse en juego los mecanismos del olvido, esos que niegan u ocultan aquellos pedazos de pasado que nos condenan, agobian o duelen (y que, al hacerlo, resisten a la sentencia nietzscheana: “agobiados por nuestro conocimiento histórico, no podremos rechazarlo”)493. Claro que en esta struggle for life las cosas no son tan sencillas, y sería muy osado concluir, como a propósito de otros asuntos ha hecho Darwin (y, antes que él, Spencer, y antes que éste, Borges: “Un lector”, en Elogio de la sombra (1969), incluido en Borges (1974). Apud Caetano (2002:121). El planteo de Pierre Nora es de inequívoca raíz freudiana: el recuerdo y el olvido están indisolublemente ligados entre sí, mediados por la represión; la misma raíz sostiene la pregunta (retórica) de Andreas Huyssen: “¿es el miedo al olvido lo que dispara el deseo de recordar, o es quizás exactamente al revés?” (2002:224). 493 Apud Eco (1998:186). 491 492 388 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Malthus), que sobreviven los más aptos o los más fuertes. Cuando la memoria se erosiona, aparece el olvido (o, en ocasiones, suscitamos el olvido para erosionar a la memoria, o lo hacemos operar para filtrar algunos recuerdos y, así, hacerlos soportables494). Especularmente, o casi, cuando el olvido se erosiona, aparece el recuerdo –y con su llamado, la memoria– (o lo suscitamos para erosionar al olvido). Si es así, entonces Marc Augé tiene razón al afirmar que el olvido “es la fuerza viva de la memoria y el recuerdo es el producto de ésta”495, un producto que exige esfuerzo: “nuestra vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar, por hacerse esperanza, el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir”496. En cualquier caso, lo más deseable es que logremos construirnos como dueños de la memoria y responsables de su convocatoria (o del olvido y de la suya, según el caso). Ser dueños de la memoria (y del olvido) se asemeja a una labor de jardinería doméstica –seleccionar, podar, fertilizar– que ejercemos sobre los recuerdos: “los recuerdos son como las plantas: hay algunos que deben eliminarse rápidamente para ayudar al resto a desarrollarse, a transformarse, a florecer”497. (También hay otros, aunque Augé no los considere, que nos incitan hacia su “inmediata, deliciosa y total deflagración”498.) Ser dueños de la memoria se asemeja más a una labor de jardinería política que implica plantarla, sin menoscabo alguno de la fidelidad, asumiendo un uso político que sea “interpelación, intervención, y no sólo evocación memoriosa”499. Tal como ha insinuado Mario Benedetti, la erosión de la memoria produce olvidadizos, mientras que la suscitación del olvido es cosa de olvidadores. En cualquiera de los dos casos, el pasado se mantiene incólume: “ocurre que el pasado es siempre una morada/ pero no existe olvido capaz de demolerla” (últimos versos de “Olvidadores”, en Benedetti 2000:15). Baste lo comentado (incluyendo los versos esperanzados del poeta –aunque bastante discutibles, por lo menos si reconocemos que a lo largo de la historia algunas moradas ya han sido demolidas y enterradas con esmero–) para advertir que el olvido ha sido manipulado de muy diversas formas, incluyendo usos tanto higiénicos y terapéuticos como pusilánimes y perversos (cf. Moraña 2002:191-196; Augé 1998; Yerushalmi et al. 1989). 495 Augé (1998:28). 496 Unamuno (1966:114). 497 Ídem:23. 498 Proust (1998:8). 499 Moraña (2002:195). 494 389 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Como sea, la memoria no nos trae todo el pasado –nadie ha bebido de las aguas del Mnemósine, nadie quiere que le pase lo que a Funes500– sino que actualiza o escenifica una porción del pasado, aquella que sigue viva en nosotros (o que la hemos mantenido viva a fuerza de desplazar al olvido) porque así lo exigen los intereses, preferencias, convicciones y preocupaciones del presente, de nuestro presente. O bien, dicho de otro modo, porque así lo impone el carácter selectivo de la memoria y de la recordación, que siempre operan en el presente sobre una materia del pasado. La reivindicación de la memoria ha sido planteada y replanteada desde múltiples ámbitos –los de la ética, la filosofía, la historia, la pragmática política, la justicia, la poesía, entre otros–, tanto que ya casi no cabe sumar nada significativo a los contundentes alegatos producidos en nuestra historia más reciente. Sin embargo, la reivindicación del olvido y de su efecto reparador ha sido más infrecuente (quizás por ser, a priori, más sospechosa). A este respecto, el enunciado más conocido, hoy casi una suerte de eslogan del modernismo tardío, es el que Nietzsche expresó en su Genealogía de la moral: hay que hacer lugar a lo nuevo, que es una forma de decir que no debemos dejar que los muertos impidan a los vivos seguir viviendo, y que su rescate (desde el recuerdo, desde la memoria traída al presente) debe contribuir a iluminar las vidas de éstos: de la derrota crear primavera501. La memoria humana y nuestra capacidad de recordar son, pues, selectivas y no acumulativas. Esta es la diferencia más sustantiva entre el hardware (selectivo) de la memoria humana y el hardware (acumulativo) de un ordenador: el recuerdo, principal mecanismo configurador de la memoria humana, se nutre siempre, en algún grado, del olvido, su mecanismo antisimétrico. En consecuencia, el olvido, como tal, no es una violación de la memoria, ni tampoco, En la mitología griega, Mnemósine, la madre de las musas, es representada por un río; quienes bebían de él recordaban todo, alcanzando entonces la omnisciencia, el conocimiento absoluto de todo lo que en el mundo existe. (Como es frecuente en la mitología griega, cada fuerza tiene su contrario: por el Hades también corría el río Lêthê, que provocaba, en quienes bebían de sus aguas, el olvido total, la inhibición de todo recuerdo.) En cuanto a Funes, es el protagonista de “Funes el memorioso”, un célebre cuento de Borges. Aunque Borges y el narrador nada dicen, el fraybentino Funes parece haber bebido de algún Mnemósine rioplatense. 501 “Vamos haciendo la nueva canción, de la derrota crear primavera”, dice un estribillo de “Canción nueva”, de Daniel Viglietti. 500 390 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … contrariamente al apotegma de Orwell, una privación del derecho a recordar, excepto cuando es un olvido impuesto desde algún poder. (Sólo en este caso se puede hablar, como Orwell, de la dictadura de quienes olvidan, esos que se auto-atribuyen la potestad de controlar el presente por medio de la dominación del pasado.) En definitiva, debemos recordar que recordar, en su sentido etimológico original, significa volver a pasar por el corazón, y en esa re-presentación es necesario olvidar algo. Por eso hay que tener presente que los recuerdos, además de revelar, ocultan; esto nos incita a considerar el modo en que opera el recuerdo, “cuya esencia no es la ramificación de los hechos, sino la perduración de rasgos aislados”502. Pues bien, ¿cuáles son los rasgos aislados que han perdurado en los recuerdos de los corralenses más connotados, esos que vertebran los testimonios que he presentado en la primera parte de este libro? ¿Por qué han perdurado esos rasgos y no otros? Sin entrar en consideraciones de corte psicologista, todo parece indicar(nos) que existe, por lo menos en esos corralenses, la necesidad de identificarse como tales, de reconocer en su lugar y en la gente que lo ha construido sentimientos, pensamientos y proyectos históricos compartidos, con un indudable anclaje en el pasado y una no menos indudable y persistente peculiaridad en el presente, esto es, una memoria y una identidad cultural. “Palermo de Buenos Aires”, en “Evaristo Carriego” (1930), incluido en Borges (1974:105). 502 391 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 392 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … recuerdo, ausencia-y-presencia hay ausencias que cercan que respiran Benedetti503 El recuerdo es sólo un príncipe azul que va de paso, que despierta, un momento, a las Bellas Durmientes del bosque de nuestras historias sin palabras. de Certeau504 El patrimonio cultural de un pueblo se enraíza, entonces, en sentimientos, pensamientos y proyectos históricos compartidos: anclaje en lo que fue –el pasado– y persistencia en lo que es –el presente–; he aquí el enigma (o la aporía) inherente a la memoria –o la paradoja del recuerdo–, que implica la presencia de lo ausente505. Según una curiosa pirueta metonímica, lo ausente se hace presente como signo, inscripción, impresión, traza, huella (mnémica): presencia mediata, pero presencia al fin506. El carácter paradójico de la evocación o del recuerdo pone en juego, vulnerándola, la fiabilidad de la memoria: “esta paradoja de presencia/ausencia está agravada por la bifurcación en estas dos modalidades de la ausencia: lo irreal y lo anterior. En efecto, aunque estas dos modalidades son teóricamente distintas –irreal en un caso, anterior en el otro– en todo momento se superponen e interfieren recíprocamente, de manera que gran parte de los problemas relativos a la fiabilidad de la memoria derivan precisamente de la imbricación entre estas dos clases de ausencia, la ausencia de lo irreal y la ausencia de lo anterior”. “Náufragos”, incluido en Benedetti (2000:47). 2000:121. 505 Cf. Ricoeur (1998:25), quien aplica el término aporía en el sentido de la antigua filosofía griega: un problema insoluble. 506 “El recuerdo es sólo un príncipe azul (…). ‘Aquí estaba una panadería’; ‘acá vivía la madre Dupuis’. Sorprende aquí el hecho de que los lugares vividos son como presencias de ausencias. Lo que se muestra señala lo que ya no está: ‘vea usted, aquí estaba…’, pero eso ya no se ve. Los demostrativos expresan las identidades invisibles de lo visible: es, efectivamente, la definición misma del lugar, constituir estas series de desplazamientos y efectos entre los estratos divididos que lo componen y actuar sobre estas densidades movedizas” (de Certeau 2000:121). 503 504 393 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … La ausencia de lo anterior –de lo que fue y ya no es– se hace presente por dos vías, que se nutren mutuamente: la narración escrita por historiadores –elaboración cuidadosa, documentada, verosímil, con pretensión de objetividad– y la narración canalizada por la transmisión oral –espontánea, privada, verosímil, con pretensión de veracidad–. La narración de la historia construye su fiabilidad a partir de la existencia verificable y verificada –o presuntamente verificada– de una realidad empírica anterior al momento de la narración: los hechos históricos (acontecimientos, sucesos, episodios); la narración de la tradición oral construye la suya a partir del haber estado-allí del narrador o de alguien muy cercano a él (principalmente por filiación o afinidad): recuerdos personales, vivenciales, anecdóticos. Ambos tipos de narración hacen presente la ausencia de lo anterior; sin embargo, es en los relatos de la tradición oral donde existe un mayor riesgo de que también se haga presente, en algún grado, la ausencia de lo irreal, debido no sólo a las preferencias e intereses personales del narrador en su presente histórico (obviamente, el historiador también los tiene) sino fundamentalmente a la inexistencia de controles como los que aporta –y exige– el campo científico507. En atención a esto, se pueden re-visitar para revistar, ahora con otra perspectiva, los testimonios transcriptos en la primera parte de este libro. Es inevitable que la actualización y escenificación de las porciones del pasado implicadas en esos testimonios conduzcan a la memoria, en mayor o menor grado según el caso, “al terreno de la imaginación, con el consiguiente riesgo de caer en lo imaginario, lo irreal, lo virtual”508. La imputación o la delación de ese riesgo o, si fuera el caso, la interpelación de esa caída, es uno de los efectos de la Cabe anotar que “la historia, al igual que la memoria, no puede reconstruir todo el pasado ni pretender tampoco reconstruir completamente la verdad del pasado, pues no debe olvidarse que el historiador utiliza las palabras y los conceptos del presente, y se dirige en última instancia a sus propios contemporáneos, por lo que ha de emplear un discurso que ellos sean capaces de entender (Rousso 1998:88). Es particularmente interesante la conclusión propuesta por este historiador francés: “en consecuencia, la historia no es solamente anamnesis, sino un proceso cognitivo que, como todo acto de conocimiento, permite medir ante todo la extensión de nuestra ignorancia. Es también un aprendizaje de la alteridad, de la distancia, de las diferencias y semejanzas entre los que nos han precedido y nosotros mismos. En otras palabras, la relación con el pasado no se expresa únicamente en función de recuerdos y olvidos, puesto que no se puede recordar ni olvidar lo que no se conoce” (ídem:88-89). 508 Ricoeur (op. cit.:26). 507 394 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … segunda hermenéutica que he acometido. De todos modos, en cuanto a la presencia de la ausencia de lo anterior, es bueno asumir que lo que los corralenses consultados honran del pasado no es el hecho de que ya no existe más, sino el hecho de que alguna vez existió. Siendo así, como afirma Paul Ricoeur, “el mensaje de la historia a la memoria, del historiador al hombre de memoria, es el de agregar al trabajo de memoria no solamente el duelo por lo que ya no es, sino la deuda respecto a aquello que fue”509. Esa deuda, para saldarse, obliga a resistir al olvido, o cuanto menos a ciertas formas de olvido. “Un día todos los elefantes se reunirán para olvidar. Todos menos uno”510 509 510 Ídem:28. Courtoisie (apud Pascual 1997:V). 395 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 396 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … memoria e historia… o la persistencia de la memoria La memoria pincha hasta sangrar a los pueblos que la amarran y no la dejan andar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . libre como el viento León Gieco La memoria, al igual que la historia, no cesa de tartamudear Gao Xingjian511 El mensaje de la historia, el trabajo (de parto) de la historia es conocer –desvelar, descubrir, rescatar, reconstruir, interpretar– y dar a conocer –narrar– porciones del devenir colectivo de un grupo social que han permanecido soslayadas o ignoradas512. Ese trabajo consiste, entonces, en una especie de anamnesis mediante la cual se recupera –se recuerda, se trae al corazón, se rememora– un pasado olvidado513. Pero la memoria y la historia mantienen entre sí, y ambas con el porvenir, un vínculo problemático, en buena medida porque la primera siempre es actual –un vínculo de lo ya vivido con el presente– mientras que la segunda no es más que una representación del pasado. Según Le Goff, “es Dalí: La persistencia de la memoria preciso controlar la memoria espontánea, apasionada y emocionalmente selectiva, mediante la historia, la cual, ejercida según las reglas del oficio y de la honestidad, rectifica la memoria, al tiempo que se enriquece con su impulso”514. 1998:122. La segunda vertiente de este trabajo se expresa con contundencia en la prescripción hebrea “Zakkor”, que significa tanto tú recordarás como tú continuarás narrando. Es éste el mandato que se le impone a la historia: continuar narrando, de generación en generación, lo que ya fue y que corre el riesgo –por olvido, ignorancia o desidia– de dejar de ser definitivamente. 513 La teoría de la anamnesis fue formulada por Platón en su Menón. Gracias a las hábiles preguntas de Sócrates, inscritas en lo que luego se denominó mayéutica –o el arte de la partera–, el esclavo de Menón recupera, trae al presente, el conocimiento que había quedado dormido en su estado prenatal omnisciente. (Cf. Popper 1994:33-34.) 514 Le Goff (1998:194). 511 512 397 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … De acuerdo con este renombrado historiador, la historia ejerce una suerte de policía vigilante y correctora sobre la memoria, enderezando lo que ésta ha torcido515. Sin embargo, no es necesaria o exclusivamente ese el rol de la historia. No lo es, por ejemplo, para Paul Ricoeur, prestigioso filósofo de la historia, quien, según lo que ha subrayado el mismo Le Goff, “ha explicado de manera magistral los vicios de la memoria y de la historia”516. Consideremos estos vicios, con Ricoeur, a partir del análisis de las tres diferencias más sustantivas entre una y otra. En primer lugar, la base de cimentación (epistemológica) de la historia está puesta en la naturaleza indiciaria del documento y en el ejercicio crítico al que se lo puede someter (“la prueba de la verdad”: verificación, refutación, etcétera), mientras que la memoria se basa en la confiabilidad del testimonio, que a su vez se basa en la confiabilidad del actor que lo ofrece. En segundo lugar, la historia persigue la verdad y, más aún, se funda en una epistemología de la verdad (de sus relatos sobre el pasado) y en la inteligibilidad de sus interpretaciones, mientras que la memoria corresponde a un régimen de creencia que pretende la fidelidad (del relato con los hechos del pasado). Finalmente, la historia procura una explicación del pasado a base de análisis causales y del establecimiento de regularidades, mientras que esos tipos de explicación suelen ser muy ajenos a los actores que apelan a la memoria: la primera es nomotética –o pretende serlo–, la segunda está sesgada hacia lo idiográfico517. Podríamos agregar, con intención provocativa, otros “vicios” que habilitan la postulación de una cuarta diferencia: la historia participa en una lógica donde campea la metáfora, la memoria en otra donde impera la metonimia. La afirmación de Le Goff gana contundencia si se le suma esta otra de Mabel Moraña: “sin una conceptualización del sentido y direcciones de la historia, que sólo puede abarcarse desde una comprensión politizada de la sociedad, de sus impulsos y frenos, de sus horizontes de desarrollo, la memoria se vuelve un protocolo inoperante, una formalidad que integra el repertorio institucionalizado de una discursividad sin referentes” (2002:193). Ambas afirmaciones, juntas o por separado, ratifican el agudo comentario de Pierre Nora: “en el corazón de la historia trabaja un criticismo destructor de la memoria espontánea. La memoria es siempre sospechosa para la historia” (apud Caetano 2002:121). 516 Op. cit.:194. 517 Cf. Ricoeur (2004). 515 398 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Además de “vicios”, el recurso a la memoria y el recurso a la historia pueden ofrecernos complementariedades útiles, a pesar de su inconmensurabilidad e irreductibilidad evidentes. En este sentido, otro reputado historiador y epistemólogo de la historia ha destacado, también apoyándose en Ricoeur, que “el testimonio de la memoria es el garante de la existencia de un pasado que ha sido y no es más. El discurso histórico encuentra allí la certificación inmediata y evidente de la referencialidad de su objeto”518. Siendo así, la historia necesita de la memoria para construir su objeto, y la memoria necesita de la historia para que el régimen de creencia en el que se funda deje paso, desde un distanciamiento de pretensión objetivadora y crítica, a la producción de interpretaciones inteligibles, consistentes, plausibles. La consideración precedente justifica la opción, presentada en la primera parte de este libro, de desplegar una narración de segundo orden que conjuga relatos testimoniales (de informantes calificados) y relatos históricos (de historiadores locales calificados), aún a sabiendas de la diferente naturaleza del estatuto epistemológico en el que cada tipo de relato se inscribe. No obstante, debo enfatizar que la doble apelación a la memoria y a la historia escapa tanto a la pretensión de los legatarios y legadores de la memoria (los informantes) como a la de los oficiantes de la historia (los historiadores). No me ha interesado per se la importancia que los primeros le atribuyen a ciertos hechos ocurridos en el pasado ni la “verdad” bien documentada de aquellos otros que los segundos han destacado desde su abordaje científico. En consecuencia, no me he ocupado en analizar la pulsión existencial del relato de la memoria, y tampoco “la pulsión referencial del relato histórico”519. En realidad, lo que más me ha interesado es elucidar el modo y grado en que la recreación de tales “hechos” ha participado –y participa– en los procesos de construcción de identidades colectivas. En el caso de Chartier (2007:38). Ricoeur (op. cit.:306). El carácter pulsional que Paul Ricoeur le atribuye a la referencialidad del relato histórico adquiere otros contornos y connotaciones si admitimos, como Roland Barthes, que la práctica de la historia produce un efecto de realidad asociado, más que a una pulsión, a una “ilusión referencial”, en virtud de lo cual sus resultantes tienen valor de verosimilitud más que de veracidad (cf. Barthes 1994:167169). Huelga decir que lo mismo vale para el régimen de creencia propio de la práctica de la memoria. 518 519 399 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Minas de Corrales esa recreación reposa en la tradición oral más que en los documentos, en la memoria más que en la historia, o, en todo caso, en documentos, producciones e interpretaciones de la historia que la memoria ha seleccionado, tamizado y adornado a su legítimo antojo. Es entendible: “la necesidad de afirmación o de justificación de identidades construidas, o reconstruidas (…), suele inspirar una reescritura del pasado que deforma, olvida u oculta las aportaciones del saber histórico o controlado”520. Y también es entendible que en la investigación haya pasado por alto, con ciertas precauciones, las deformaciones, olvidos u ocultamientos implicados. Lo hice, entre otras razones, porque la línea “entre pasado mítico y pasado real no es siempre fácil de trazar, es una de las interrogantes de cualquier política de memoria en cualquier parte del mundo. Lo real puede ser mitologizado y lo mítico puede engendrar fuertes efectos reales”521. Si mi interés hubiese estado puesto en garantizar la veracidad de los “hechos” del pasado que la memoria rescata y recrea (deformando unos, olvidando u ocultando otros), debería haber abordado, como bien recomienda Chartier, una “reflexión epistemológica en torno a criterios de validación aplicables a la «operación historiográfica» en sus diferentes momentos”522. Pero mi interés, repito, fue otro, ajeno al control y a la negación de las deformaciones, falsificaciones, olvidos u ocultamientos con los que la memoria suele manipular las aportaciones del saber histórico o controlado523. Es por ello que en el campo de mis intereses investigativos (y narrativos) la memoria y la historia ocupan otro lugar: “la memoria y la historia no deben ser una carga, sino un trampolín. Pero la memoria –posiblemente en mayor medida que la historia– debe ser sometida a la moral y los valores. Allí donde el pasado muestra lo Chartier (op. cit.:46-47). Huyssen (2002:222). “Después de todo”, agrega Huyssen, “muchas de las memorias que consumimos, comercializadas masivamente, son (…) ‘memorias imaginadas’” (ídem:224). Siendo así, “insistir en una separación radical entre memoria ‘real’ y virtual me parece quijotesco –en sí mismo virtual–. La memoria es siempre transitoria, notoriamente no confiable, y perseguida por el olvido, en una palabra, humana y social” (ibíd.:236). 522 Ibíd.:47. 523 Es lícito considerar a esa manipulación como una genuina práctica de libertad, y que entonces responda, en algunos casos, al ya citado planteo de Nietzsche: “agobiados por nuestro conocimiento histórico, no podremos rechazarlo” (apud Eco 1998:186). 520 521 400 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … fortuito o la fuerza mayor, el porvenir debe recurrir a la voluntad, a aquella porción de libre albedrío que existe en nosotros. (…) Cada uno de nosotros, dondequiera que esté, debe contribuir a alumbrar la ruta del porvenir por medio de una memoria justa, inspiradora y no paralizadora”524. Una memoria justa, inspiradora y no paralizadora que, como ingrediente esencial de la producción social del tiempo, se erija como faro para alumbrar la ruta del porvenir –y, sobre todo, para que nos ayude a orientarnos en ella–, garantizando así la continuidad social. Echar a andar en la ruta del porvenir es precisamente poner en marcha la movilización del pasado hacia el futuro, condición para que los actores –individuales o grupales–, al hacer lugar a lo nuevo, se conviertan en auténticos sujetos potencialmente transformadores. 524 Le Goff (op. cit.:194-195). 401 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 402 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … paréntesis: identificación versus identidad Lo que de veras importa al hombre es saber dónde está parado. Hegel525 Conoces el nombre que te dieron, no conoces el nombre que tienes. Libro de las Evidencias526 “La distinción establecida por Lagache entre el acto de identificar un objeto y el acto de identificarse con un objeto permite iniciar el diseño de este marco teórico con un planteamiento clarificador”, escribe Vidart527. Según Lagache, el acto de identificar un objeto “presenta caracteres diametralmente opuestos a los del acto de identificarse: 1. se trata de un acto cognitivo y no de un fenómeno existencial; 2. dicho acto lleva al máximo la distinción entre el sujeto cognoscente y el objeto conocido. En este caso hablaremos de objetivación, reservando el término identificación al acto de identificarse y sus resultados”528. La objetivación de la que habla Lagache es lo que Vidart prefiere denominar identidad descriptiva; ésta, “establecida desde afuera, se determina mediante un juicio de realidad: se identifica una persona o una cosa según la configuración de cualidades que a ella le competen y son, por ende, ajenas al observador”529. Consiste, entonces, en un acto cognitivo propio de las perspectivas etic alentadas en las prácticas científicas, periodísticas o literarias, que produce una “identificación otorgada desde afuera”530, “desde el punto de vista de un sujeto que contempla y define”531 (desde detrás de la baranda del ruedo social): el sociólogo, el historiador, el antropólogo cultural tradicional. En el ruedo, en cambio, no se establece un acto cognitivo sino un fenómeno existencial, que da lugar a otro “tipo de identificación, que se podría denominar normativa”, que consiste en un “acto de (auto)identificación (en el que) opera un elemento voluntarista puesto Apud Vidart (2000:8) Acápite de una removedora novela de José Saramago (1998:9). 527 Vidart (1998b:157). 528 Apud ídem:150. 529 Ibíd. 530 Ibíd. 531 Ibíd.:157. 525 526 403 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … de manifiesto por quien busca o reclama determinada identidad remitiéndose para ello a un objeto-modelo (…), asumiendo los valores subyacentes en el mismo”. Quien busca o reclama –ya sea desde “el rastreo moroso o la reivindicación vehemente de la identidad personal y grupal”– puede ser “un grupo humano o una persona componente del mismo”, esto es, “un sujeto inscripto en los marcos referenciales de una cultura regional o local”. Así, “en la mayoría de los casos la búsqueda de la identidad es una operación en profundidad, orientada hacia el descubrimiento de las lejanas raíces primordiales –efectivamente existentes o supuestas– para confirmar así la perdurabilidad de los rasgos que caracterizan la idiosincrasia y la antropovisión colectivas”532. El mismo Vidart ofrece una buena síntesis del desarrollo precedente: “el acto de identificar señala el cómo somos (…) en tanto que el reclamo de una identidad se orienta, desde la subjetividad volitiva o a partir del sentimiento social, al quiénes somos (…). Se trata de conceptos distintos, a menudo usados indistintamente y recíprocamente confundidos”533. El siguiente diálogo que mantuve con un corralense puede resultar ilustrativo de la convicción con que se suele reivindicar la (auto)identificación (y de su carácter de fenómeno existencial) y, al mismo tiempo, de la incapacidad para asumir una disposición objetivadora que permita proclamar una identificación como acto cognitivo (y de la significativa diferencia entre aquella convicción y esta no-disposición): F ¿Qué cosas identifican a los corralenses? RAU Bueno, la identidad es algo muy importante acá. No digo que seamos los únicos, los corralenses. F Pero ¿por dónde “pasa” esa identidad? Ibíd.:150. 2004:143 (subrayados en el original). Vidart ofrece un ejemplo esclarecedor: “el no saber, o no poder, separar ambas operaciones, lleva a confundir, como ocurre por parte de un documento expedido por el Estado, los datos incluidos en la cédula de identificación del individuo –incorrectamente llamada de ‘identidad’– con la invisible, subjetiva y profunda identidad de la persona. De este modo se tergiversan los términos de una ecuación existencial y se pone en marcha un generalizado equívoco” (ídem:82). 532 533 404 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … RAU Por ejemplo, en cualquier lado que estemos (...) uno dice: “soy de Minas de Corrales”; nos sentimos corralenses y lo manifestamos en cualquier situación. F Pero ¿qué es lo que los identifica? ¿Qué es lo que los diferencia de los de Vichadero o de los de Tranqueras…? RAU Ah, eso capaz que lo tenga que decir alguien de afuera... No sé, ahí no sabría decir... Hubo varios diálogos similares en cuanto a su contenido y disposición subyacente. Los lugareños postulan la existencia de una identidad corralense, pero no logran explicitar los rasgos que la constituyen ni el modo en que éstos lo fueron haciendo a lo largo del tiempo. Es por esto que, cuando en cierto momento de la investigación intenté avanzar en la búsqueda (exógena) de los principales rasgos que configuran la identidad corralense, terminé asumiendo que ésta es una postulación (endógena) firme, casi axiomática… aunque, prima facie, vacía. Pues bien, si es cierto que “en la mayoría de los casos la búsqueda de la identidad es una operación en profundidad, orientada hacia el descubrimiento de las lejanas raíces primordiales”, la mayoría de los corralenses no integran aquella mayoría. En atención a esto, mi interés se desplazó hacia la búsqueda de la comprensión de la postulación como tal y, subsidiariamente, de la de su aparente vacuidad. Una vez más quiero repetir que los corralenses más veteranos, a partir del anclaje en el pasado y de la persistencia en el presente de sentimientos, pensamientos y proyectos históricos compartidos, efectivamente sienten y expresan su necesidad de identificarse como corralenses. Pero la doble remisión al pasado y a los elementos compartidos que hoy persisten es vaga, genérica, inespecífica. Siendo así, la primera tentación es –y de hecho fue– darle curso a la insinuación de mi interlocutor (“eso capaz que lo tenga que decir alguien de afuera”) y entonces asumir la tarea de determinar desde afuera, desde detrás de la baranda –ese lugar privilegiado y aséptico donde los científicos humanos solemos sentirnos tan cómodos–, cuáles son aquellos elementos, cuál su génesis y su deriva histórica, cuál su importancia relativa actual. La tentación se repliega cuando se admite, en cambio, que el proceso de construcción de la identidad corralense (como el de toda identidad 405 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … cultural) no es un proyecto social “natural” sino una estrategia social, consideración que es más fácil asumir en el caso de ciudades pequeñas, las cuales, por un obvio factor de escala, resultan loci estratégicos y provechosos para analizar la identidad, los procesos de su construcción y las estrategias sociales implicadas. Esa estrategia suele ser acometida, no siempre de modo conciente, para obtener algún legítimo beneficio colectivo: alcanzar una posición ventajosa en el contexto regional y en la estructura regional de poder, acceder a los privilegios (individuales y, sobre todo, colectivos) derivados de esa posición, propiciar una cohesión grupal y una solidaridad fraternal que fortalezcan la capacidad de defensa de los intereses colectivos frente a medidas gubernamentales dañinas u otro tipo de agresiones externas. Esto último ha sido muy claro en aquellas circunstancias en las que los corralenses se movilizaron con bastante vehemencia contra algunas agresiones externas: el salvataje de las antiguas torres del aero-carril (que en el año 1983 estuvieron a punto de ser desarmadas y vendidas como chatarra por el gobierno dictatorial del momento)534, la defensa del Hospital local (frente a una decisión gubernamental unilateral de convertirlo en policlínica, en el año 2003, ante lo cual los corralenses se organizaron en asamblea popular, juntaron más de tres mil firmas, atrajeron a la prensa local y nacional y realizaron un peaje en el empalme de las rutas 5 y 29), el rescate de parte de las maquinarias de la antigua usina de Cuñapirú (que habían sido objeto de actos ¡estatales! de robo y vandalismo), el reciente envío a seguro de paro de una gran cantidad de trabajadores de la empresa minera, entre otras. “Radio Real estaba instalándose, a fines de 1982 y principios de 1983”, comentó Don Eduardo Andina en oportunidad del grupo de discusión realizado en su Radio “y vino Tito López y me dijo: ‘Eduardo, ¿sabés que están por sacar las torres?’. La UTE ya había empezado a colocar postes pegados a las torres, un poste al lado de cada torre… Porque hasta ese momento se estaban usando las torres del aero-carril para sostener los cables de energía eléctrica de UTE. Y bueno, entonces se estaban instalando postes al lado de cada torre para pasar por ahí los cables y sacar las torres, y venderlas al peso, como hierro viejo. Y entonces me dice Tito: ‘¿qué podemos hacer?’. Y lo que se nos ocurrió fue juntar firmas para detener eso. Y juntamos firmas, e hice una nota y la presenté a la Junta Departamental para que declarara a las torres ‘patrimonio histórico nacional’. Y por suerte tuvo andamiento inmediato, salió bastante rápido, porque en ese documento, además, expusimos por qué había tanta premura en hacer eso”. “Más recientemente”, agregó Raúl Armand’Ugón, “pudimos trasladar tres de esas torres e instalarlas en Minas de Corrales, dos a la entrada por ruta 29, y la otra frente al Hospital. Lo hicimos en el momento justo, medio de apuro, porque esas tres torres estaban molestando; la empresa minera iba a sacarlas porque en el lugar donde estaban había un yacimiento. Y se ofreció a sacarlas, y otra empresa a hacer el traslado hasta el centro de Corrales”. 534 406 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Por añadidura, concebir a la identidad cultural local como realidad intersubjetiva (que se actualiza como estrategia interrelacional cargada de ingredientes afectivos y emocionales) hace posible, por un lado, que captemos mejor su carácter procesual, dinámico, cambiante535 y entonces pasible de ser modificado cuando las circunstancias lo requieren (más allá de todo anclaje real en el pasado y de toda persistencia real en el presente, más acá de la praxohistoria y la mitopraxis en las que parasitan536) y, por otro, que reconozcamos que su construcción social no sólo remite al pasado, sino que también es un asunto del presente (siempre en construcción) y, en algún grado, un anticipo de lo que podrá arraigarse en el futuro: defensa de la calidad de vida, del ethos, de las tradiciones culturales, del pathos. Este doble reconocimiento es, entonces, un pasaporte para la reafirmación del sentimiento de pertenencia, del yo social y del nosotros que lo alienta. Todo ello participa del proceso de construcción de identidades colectivas, en las que se formaliza y actualiza la apropiación y recreación de las identificaciones históricamente conferidas y de las (auto)identificaciones históricamente configuradas. Aceptado esto, hay que descartar la consideración de la identidad colectiva como un don, en cualquiera de los dos sentidos de esta noción (algo que se posee, algo que se da). Cumplida aquella intentona de identificación exógena (fugaz, frustrada), y en concordancia con lo expuesto precedentemente, en el proceso de investigación, de intencionalidad, color y textura manifiestamente socio-antropológicos, no me ha interesado avanzar hacia la producción de una identidad descriptiva como identificación otorgada desde afuera, y tampoco escudriñar en torno a la Cf. Balibar-Wallerstein (1991). Aquí entiendo por praxohistoria a la peripecia colectiva vivida por la comunidad (cf. Vidart 2004:90) y por mito-praxis al proceso a través del cual un grupo social construye, con base en su universo simbólico, su interpretación de los acontecimientos históricos en los que ha participado (cf. Sahlins 1997). El concepto de mito-praxis hace referencia, entonces, a la cosmovisión que un grupo pone en juego con ajuste a lo que Sahlins denomina “estructura preformativa” (concepto similar al de “estructura estructurante” propuesto por Bourdieu con referencia a la noción de habitus). Advirtamos que no se trata de superponer la praxohistoria a la mito-praxis sino de con-jugarlas (y, así, de jugar-con ellas, aunque más no sea para entender su juego), admitiendo que, como escribió Barthes, “el mito no oculta nada ni pregona nada: deforma; el mito no es ni una mentira ni una confesión: es una inflexión” (1988:222). 535 536 407 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … identificación normativa como (auto)identificación colectiva o reivindicación de la identidad grupal desde adentro. Mi interés ha estado puesto, como ya he sugerido, en identificar e interpretar las circunstancias, situaciones, peripecias y sujetos que han participado –y aún participan– en el proceso de construcción identitaria de los corralenses y en la consiguiente configuración de prácticas de producción de identidades colectivas, con el propósito de determinar el valor patrimonial de los bienes culturales de su entorno inmediato, en el entendido de que dicho valor es parte sustantiva –causa y a la vez consecuencia– de aquel proceso537. (Esta causalidad circular, que es mucho más que una enunciación de apariencia efectista o retórica, se esclarece en la sentencia de uno de los más agudos intelectuales uruguayos contemporáneos: “la consecuencia influye en la causa, no a la inversa”538. Y, desde luego, con la de Borges, su referente: “la causa es posterior al efecto, el motivo del viaje es una de las consecuencias del viaje”539.) Es a esos efectos que he desplegado una perspectiva de corte emic, orientada a indagar en (y entre) los discursos de los corralenses –en sus representaciones, en su historia, en su memoria, en sus historias– cuáles son los bienes culturales con los que más y mejor se identifican, aquellos que más y mejor han contribuido en la construcción de un “nosotros”, es decir, aquellos que más y mejor los caracterizan y distinguen de “los otros”, los no-corralenses. De este modo, he eludido tanto las operaciones analíticas-interpretativas que apuntan de lleno a dar cuenta de la identidad normativa, a la (auto)identificación voluntarista, a la reivindicación de la identidad grupal (esto es, a descubrir por qué los corralenses son los que son y por qué son lo que son, es decir, quiénes son), como las operaciones descriptivasanalíticas que procuran postular una identidad descriptiva mediante Hasta ahora he utilizado repetidamente la expresión “bien cultural” sin explicitar cuál es el significado que le atribuyo. Aquí me apropio de la definición de Risieri Frondizi (apud Vidart, 2004:146): “los bienes (culturales) equivalen a las cosas valiosas, esto es, a las cosas más el valor (cultural) que se les ha incorporado”. Para un desarrollo riguroso y preciso de este concepto, véase el capítulo titulado “Bienes y valores culturales de la nación uruguaya”, en Vidart (ídem:139-148). 538 La cita transcrita es mi traducción del original, que dice así: “the procedure of inverting the sequence inside the plot: the consequence influences the cause, not the other way around” (Rodríguez Monegal, 1978:408). 539 “El sueño de Coleridge”, en “Otras inquisiciones”, incluido en Borges (1974:644). 537 408 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … una objetivación desde afuera (esto es, establecer cómo son los corralenses por parte de un no-corralense supuestamente apto para poner en juego una presunta capacidad objetivadora). También he intentado eludir la asunción de lo que se podría calificar como ilusión de transparencia de los discursos, que se traduce en la operación (falaz) de confundir la enunciación de un discurso con la existencia real (o la veracidad) de los valores de los que habla540. De todos modos, en el ámbito de la investigación, el establecimiento de dicha veracidad no ha sido un asunto de relevancia significativa. Lo que más me ha interesado es conocer (y dar a conocer) los procesos de construcción identitaria de los corralenses, los discursos a través de los cuales se traslucen y las modalidades según las cuales aquellos procesos han encontrado, encarnados en los discursos, su eficacia simbólica y legitimación social, en el entendido de que, en realidad, “las personas se vinculan a los lugares gracias a procesos simbólicos y afectivos que permiten la construcción de lazos y sentimientos de pertenencia”541. He eludido, pues, esos tres tipos de operaciones, y puesto en su lugar una constelación de operaciones descriptivas-analíticas-interpretativas que ha procurado objetivar (desde afuera) algunos componentes de la identidad normativa (endogrupal) de los corralenses: tal la conjugación alternada de perspectivas etic y emic que he postulado antes, al momento de exponer los principales lineamientos de la dimensión tecnológica de la investigación desarrollada. Cf. Juliano (1997:34). Vale agregar el comentario esclarecedor de esta antropóloga argentina-catalana: “con el mismo razonamiento, un día de estos nos dirán que nuestra cultura es la que más defiende la ecología, porque es la que ha desarrollado la idea de ecologismo. En este caso no se han animado a llegar a esa conclusión, ya que está más o menos claro que las otras culturas no hablan de ecología porque la practican y nosotros tenemos que hablar de ecología, porque si no hacemos rápidamente un discurso al respecto y no tomamos medidas terminaremos destruyendo nuestro mundo y el de los demás” (ídem). 541 Safa (1997:173). 540 409 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 410 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … identidad y patrimonio cultural El ámbito de la identidad es un subsuelo oscuro donde se desarrolla continuamente la querella de lo real y lo simbólico. Escobar542 “Aunque el buen gusto académico no aprueba que se inicien las reflexiones propias con citas de pensamientos ajenos, voy a reproducir, a modo de desafío a la persona pensante y sintiente, unas frases” de Daniel Vidart. “Preguntemos a un residente del barrio Casabó, a otro de Colonia Suiza, a otro de Caraguatá, a otro de Bella Unión y a otro del Barrio de los Pocitos qué es eso de la identidad nacional y con qué o con quién(es) se identifica y obtendremos respuestas muy dispares, en el caso de que todos respondan. Podemos todavía hilar más fino. Quedémonos en Pocitos y repitamos las mismas interrogantes a un juglar callejero, a un modesto jubilado, a un mozo de café, a un rico comerciante y a un integrante juvenil, y pequeño burgués por añadidura, de los itinerantes bebedores sabatinos de cerveza, y cada uno de ellos nos proporcionará una versión diferente, si es que la tienen, acerca de lo preguntado. Y una vez realizado este ejercicio estemos seguros de que, al analizar las disímiles contestaciones, nos invadirá un molesto estado de desorientación mental. Porque la esperada y monolítica declaración de identidad se convertirá en una caprichosa cantera de identidades, en un caleidoscopio de pareceres intensamente subjetivizados”543. Lo mismo nos ocurrirá, a pesar de la muy disímil escala, si aplicamos ese ejercicio al caso de la identidad cultural tal como la perciben los corralenses: el caleidoscopio será mucho más pequeño (la población residente en Minas de Corrales es unas treinta veces menor que la de Pocitos), pero probablemente la diversidad de sus formas y colores será equivalente. La experiencia del censo patrimonial realizado en Minas de Corrales y el análisis de sus resultados permiten convalidar el planteo de Vidart, 542 543 1953. Vidart (2004:121). 411 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … aún cuando las interrogantes impresas en el formulario de encuesta tuvieron otros matices y las respuestas a ellas hubiesen sido distintas en una situación de interacción cara-a-cara. Dicho de otra forma: el “preguntemos a…” en situación de entrevista propicia un tipo de respuestas diferente al que es posible en situación de encuesta. De cualquier modo, según lo que fue expuesto en un capítulo anterior, hubo una gran dispersión de opiniones; en efecto, en poco han coincidido las respuestas ofrecidas por un modesto jubilado, un rico comerciante o un bebedor sabatino de cerveza (nada digo sobre las de juglares callejeros y mozos de café, que no los hay en Minas de Corrales). Con esto quiero expresar que la cantera de pareceres (o el universo dóxico) de cualquier comunidad, por pequeña que ésta sea, no suele ser tan homogénea como lo parece cuando se la mira a cierta distancia, y lo es aún menos cuando, como en el caso de Corrales, su historia (praxohistoria y mito-praxis) ha estado marcada, ya desde su origen, por la sincopada alternancia de flujos inmigratorios y emigratorios de signo distinto y variable en diferentes momentos de su sinuoso devenir. Por otra parte, de los discursos producidos por los corralenses con quienes he conversado –como ya comenté, una muestra representativa de quienes se sienten legatarios de la memoria local– se infiere que, en su opinión, efectivamente existen sentimientos, pensamientos y proyectos históricos compartidos por la población corralense, encarnados en bienes y valores que les confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente544. Ellos, en efecto, postulan su identidad colectiva, su (auto)identificación como corralenses (aunque en ningún caso se trata de una reivindicación vehemente) y, entrelíneas, la necesidad de que sus coterráneos también se identifiquen como tales. Desde mi rol de investigador –intérprete alienígeno– podría cuestionar, contradecir o impugnar esas opiniones y, entonces, negar que realmente exista esa proclamada identidad corralense. Pero estimo que ello no corresponde: no resulta pertinente confrontar una identidad normativa o una (auto)identificación voluntarista Una vez más, remito al lector al concepto de patrimonio cultural inspirado en la conceptualización de Daniel Vidart (2004:155): “aquellos bienes y valores que confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos propios de los integrantes” de un grupo social. 544 412 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … enunciada desde adentro con una identidad descriptiva construida desde afuera por medio de operaciones “científicas” de “objetivación” (que suelen anclar en artificiosos tecnicismos cientificistas), ni emprender la vana tarea de caminar a paso firme por “el laberinto que transcurre desde la puerta externa de la identificación hasta la ventana interior de la identidad”545. Lo que sí (me) corresponde, parado sobre (y amparado en) los presupuestos ideológicos y conceptuales establecidos antes, es identificar los elementos que constituyen el patrimonio cultural de Minas de Corrales. De poco sirve avanzar en ese camino tomando como lazarillo la definición aportada hace casi dos décadas por la UNESCO, organismo rector en la materia: “el patrimonio cultural de un pueblo comprende las obras de sus artistas, arquitectos, músicos, escritores y sabios, así como las creaciones anónimas surgidas del alma popular, el conjunto de valores que dan sentido a la vida, es decir, las obras materiales y no materiales que expresan la creatividad de un pueblo, la lengua, los ritos, las creencias, los lugares y monumentos históricos, la literatura, las obras de arte, y los archivos y bibliotecas”546. Esta “parrafada conceptual” –que tanto le debe a la definición de cultura propuesta hace casi ciento cuarenta años por Edward Tylor y abusivamente citada en cuanto libro que sobre la cultura y cuestiones afines se ha publicado en el último siglo547– habla tanto que dice poco. Ibíd.:90. Apud. ibíd.:142. La definición de patrimonio inmaterial –supuestamente más específico que patrimonio cultural– que más recientemente ha publicitado la UNESCO es de la misma naturaleza y de contenido casi idéntico: “el conjunto de formas de cultura tradicional y popular o folclórica, es decir, las obras colectivas que emanan de la cultura y se basan en la tradición. (…) Se incluyen las tradiciones orales, las costumbres, las lenguas, la música, los bailes, los rituales, las fiestas, la medicina tradicional y la farmacopea, las artes culinarias y todas las habilidades especiales relacionadas con los aspectos materiales de la cultura, tales como las herramientas y el hábitat” (cf. www.unesco.org/culture/heritage/intangible/html_sp/index_sp-shtml). 547 “La cultura es ese todo complejo que comprende conocimientos, creencias, arte, moral, derecho, costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en tanto que miembro de la sociedad” (apud Rossi-O’Higgins 1981:40). A cien años de distancia de la definición de Tylor, en la “Conferencia de México” realizada en 1982, la UNESCO estableció otra que, aunque algo aggiornada, es muy similar: “la cultura (es) el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias” (UNESCO 1987:7). 545 546 413 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Si el patrimonio cultural de un pueblo comprende el campo total de la actividad humana, incluyendo en él tanto sus manifestaciones abstractas como las concretas, entonces todo en una cultura es patrimonio cultural –las obras de sus artistas, etcétera, las creaciones anónimas, etcétera, las obras materiales y no materiales que expresan la creatividad, etcétera–, en virtud de lo cual no existe ninguna manifestación cultural que no lo sea. Si así fuera, se diluiría todo contenido concreto y todo posible sentido de la propia noción de patrimonio cultural. (Evidentemente, todos los bienes de valor patrimonial son culturales, pero no todos los bienes culturales tienen, necesariamente, valor patrimonial.) Pero la definición unesqueana dice algo, como al pasar, que no quiero dejar pasar: el patrimonio cultural de un pueblo comprende (también) el conjunto de valores que dan sentido a la vida. En el contexto conceptual y preceptivo en el que está formulada, la frase produce perplejidad. El resto de lo que la definición enumera –es decir, todo aquello que según ella el patrimonio cultural de un pueblo comprende– puede ser determinado y evaluado desde afuera, a partir de una operación de objetivación gestada desde la puerta externa de la identificación (de vocación descriptiva). Y así ha operado la propia UNESCO a lo largo de su historia y sus filiales esparcidas a lo ancho de buena parte del mundo, y bajo esa égida han trabajado las Oficinas o Comisiones de Patrimonio nacionales. Pero esa pretendida objetivación desde afuera, tarea, como es sabido, hasta ahora monopolizada por “expertos” –que por la fuerza de los hechos enseguida se desplaza, unas veces a total conciencia, otras inadvertidamente, hacia una subjetivación desde afuera–, nada puede hacer en el caso del conjunto de valores que dan sentido a la vida. En este caso esa pretendida objetivación, subjetivamente construida, a todas luces sería, además de fútil, impertinente. (Aún así, alguna Comisión de Patrimonio lo ha intentado, nos consta.) Queda en evidencia, así, que esa retórica florida y de profundidad ontológica sólo aparente ha subsistido únicamente porque las flores son de papel (de buena calidad). Han habido otras definiciones claramente deudoras de la anterior, defensoras del statu quo y del protagonismo de los expertos: “son bienes patrimoniales aquellos que fueron seleccionados y destacados 414 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … de manera fundamentada por ciudadanos y que las instituciones políticas los consagraron como tales a través de actos jurídicos. También lo son aquellos otros que, sin tener ese estatus, se preservan en museos y archivos”548. La frase “de manera fundamentada” da a entender que “alguien” debe aprobar esa fundamentación; por otra parte, el requisito de la consagración como bienes patrimoniales en actos jurídicos y el de su mera presencia en museos y archivos parecen poner de manifiesto la preeminencia que se le asigna, desde una visión conservacionista y conservadora, al Estado y a sus instituciones (y a la participación poco visible –o invisibilizada– de expertos). Planteado de este modo, dos operaciones exigen un espacio de privilegio, una de espesor teórico-conceptual, la otra de carácter ideológico-metodológico-pragmático. La primera radica en el establecimiento de una conceptualización de la noción de patrimonio cultural que cumpla cabalmente con los requisitos de rigor, precisión y capacidad heurística, lo cual nos pone a contramano (y a salvo) de lo que generalmente se asume como “políticamente correcto” –una forma de condescendencia con los detentadores de poder– o como “académicamente correcto” –una forma de obsecuencia con las modas intelectuales y con sus inefables modistos–, dos formas emparentadas de comportamiento presuntamente “correcto”. Ya la tenemos: es la conceptualización que he tomado, con algún ajuste, de Daniel Vidart549. La segunda operación, por su propia naturaleza, requiere un tratamiento argumental más exhaustivo y cuidadoso. Esmoris (2005:21). En el año 2005 Manuel Esmoris era el Presidente de la Comisión Honoraria de Patrimonio de la Nación. Cabe aclarar que más adelante, en el mismo artículo, Esmoris critica alguna actuación estatal que a su juicio ha sido una muestra de “una gestión antojadiza de los bienes patrimoniales” (ídem:23); asimismo, reivindica que el sentido social y económico de un bien patrimonial es asunto de la ciudadanía y no de “lo que unas élites culturalmente muy ilustradas (y un tanto sesgadas) argumenten frente a políticos sensibles” (ibíd.:24). 549 La transcribo una vez más: el patrimonio cultural de un grupo social “está constituido por aquellos bienes y valores que confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos propios de (sus) integrantes” (cf. Vidart 2004:155). 548 415 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 416 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … patrimonio cultural: concepto, determinación, protagonistas El pensar no nos involucra directamente con la capacidad de actuar. Heidegger Si aceptamos la conceptualización de la UNESCO citada antes, cabe que (nos) preguntemos: ¿quiénes están en condiciones de dar cuenta del conjunto de valores que dan sentido a la vida de personas con nombre y apellido? ¿A quiénes les corresponde hacerlo? ¿A quiénes les corresponde establecer quiénes están en condiciones de hacerlo? ¿A quiénes les corresponde establecer cuáles son esas condiciones? Si, en cambio, nos quedamos con la heredada de Vidart, las preguntas precitadas, como todo lo sólido, de a poco se desvanecen en el aire: pierden buena parte de su pertinencia y de su sentido… aunque no del todo. En efecto, si asumimos que los bienes y valores patrimoniales de un grupo social son aquellos que confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos propios de sus integrantes, es lícito que insista en preguntar: ¿quiénes están en condiciones de abonar la existencia del anclaje y de la peculiaridad aludidos? ¿A quiénes les corresponde hacerlo? ¿A quiénes les corresponde establecer quiénes están en condiciones de hacerlo? ¿A quiénes les corresponde establecer cuáles son esas condiciones? Es igualmente lícito retomar algunas de las preguntas que he dejado planteadas en un capítulo anterior550: ¿a quiénes les corresponde determinar que un artefacto cultural es un bien cultural? ¿Sobre la base de qué criterios de pertinencia epistemológica o de legitimación social alguien –digamos, cualquiera de nosotros– puede erigirse con la potestad de establecer, por ejemplo, cuáles artefactos culturales son bienes culturales y cuáles no lo son? Si se ajusta la conceptualización de Vidart y se la aplica al locus de investigación elegido, algunas de esas preguntas pierden definitivamente su pertinencia y sentido: el patrimonio cultural de Minas de Corrales está constituido por aquellos bienes y valores que, 550 Cf. supra:359. 417 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … según los propios corralenses, les confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos que ellos mismos sienten como propios y constitutivos del ethos y del eidos en los que se inscriben sus vidas551. Planteado así, inmediatamente asoma otra cuestión, extensión de las anteriores, de compleja elucidación: ¿están todos los corralenses en iguales condiciones de identificar los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos constitutivos del ethos y del eidos de la colectividad en la que viven? O bien: ¿están todos los corralenses en iguales condiciones de identificar los bienes y valores que a su juicio les confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a aquellos sentimientos, pensamientos y proyectos históricos compartidos? Si las respuestas fueran afirmativas, entonces todo sería bastante fácil: bastaría con someter la identificación de bienes culturales y la adjudicación de su eventual valor patrimonial a un procedimiento de compulsa popular y luego, con los resultados a la vista, estampar los consabidos “declárese”, “publíquese”, etcétera. Pero es altamente improbable que exista alguien que se aventure a proponer una solución de este tipo, tan falaz, ingenua e inconsistente, tan imbuida de populismo demagógico a ultranza; resulta evidente que nadie, desde los corralenses de a pie hasta los expertos más encumbrados, respondería de ese modo. Aún si alguien lo hiciera, se interpondría una insalvable interdicción conceptual al mismo tiempo que técnica y pragmática: parafraseando a Vidart, preguntemos a los corralenses con qué o con quién(es) se identifican y obtendremos respuestas muy dispares, en el caso de que todos respondan; cada uno de ellos nos proporcionará una versión diferente, si es que la tienen, acerca de lo preguntado. Y una vez realizado este ejercicio estemos seguros de que, al analizar las disímiles contestaciones, nos invadirá un molesto estado de desorientación mental. Quedémonos, entonces, con la respuesta a mi juicio más plausible: los corralenses no están en iguales condiciones de identificar los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos constitutivos de su ser colectivo –de su ser-juntos y de su estar-juntos– ni de identificar, Los conceptos de ethos y eidos aluden respectivamente a la “tonalidad afectiva común” y al marco cognitivo compartido en un grupo cultural –o, en los términos de Bateson, al “cuadro general de los procesos cognitivos implicados” en él– (1971:41). 551 418 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … si es que existen, los valores y bienes culturales que les confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente. En este sentido, ha resultado muy claro, en el devenir de la investigación, que el anclaje en el pasado de los sentimientos, pensamientos y proyectos de muchos residentes corralenses no se lo proporcionan valores y bienes culturales de Minas de Corrales, sino otros afincados en los lugares donde transcurrió su infancia y juventud. También emergió con cierta claridad que la peculiaridad en el presente conferida por tales valores y bienes culturales es concebida en forma muy disímil por los lugareños; los más veteranos, por ejemplo, en su mayoría se inclinaron por considerar que la peculiaridad en el presente conferida por los valores y bienes culturales corralenses remite forzosamente al anclaje en el pasado que ellos dispensan. Como es entendible, en estos corralenses prevalece un habitus conservador, nostálgico, proclive a la construcción de la identidad colectiva como glorificación romántica del pasado552 –“un fuego que no se apaga en el corazón de los hombres”, “un movimiento interior de las almas”553–, con base casi exclusiva en el tipo de historia asociada con tradicionalismos o provincialismos, esa que Nietzsche denominó anticuaria, propia del que conserva y venera, de aquel que, “repleto de confianza y amor, lanza una mirada hacia atrás, al lugar de donde proviene, en donde se ha formado”554. Subyace a esta construcción algo similar a lo que Jacques Derrida (cf. 1986) ha criticado de la metafísica occidental: una suerte de nostalgia de la coherencia de una autenticidad primaria, e incluso la ansiedad que provoca el reconocimiento de la imposibilidad de dicha coherencia, así como un ocultamiento de aquella ansiedad que da lugar, sin pretenderlo, a diversas omisiones y ambigüedades. Es perfectamente entendible: “¿cómo encontrarse una identidad (corralense) cuando las señales que lo hacían posible para los padres o para los abuelos se han borrado o vuelto inertes? Hay entonces un retorno brutal a las tradiciones locales, (…) pero como algo que ya se ha convertido en extraño: se vuelve a aquello que es todavía parte de sí (un medio de identificarse), pero ya otro, alterado” (de Certeau 1999:121). 553 Vidart (2004:173). 554 Sigue Nietzsche: “por medio de esta piedad paga su agradecimiento por su existencia. Cultivando con mano solícita lo que existe desde antiguo, no quiere sino conservar las condiciones en las que nació para los que tengan que nacer después de él, y así sirve a la vida. La posesión del acervo cambia de sentido en tales almas, pues son más bien poseídas por éste. Lo pequeño, limitado, lo caduco y lo caído en desuso recibe su propia dignidad e inviolabilidad en la medida que el alma conservadora y veneradora del hombre anticuario se traslada a estas cosas y en ellas prepara un nido acogedor. La Historia de su ciudad se convierte para él en su propia Historia; así comprende el significado de ese muro, la puerta almenada, el concejo municipal, la fiesta del pueblo como un diario ilustrado de su juventud, encontrándose a sí mismo en todo ello: su fuerza, su diligencia, su placer, su juicio, su necedad, incluso sus malas 552 419 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Los corralenses, pues, no están en iguales condiciones de identificar los valores y bienes culturales del lugar que habitan, y no lo estarán hasta que el sistema educativo público no promueva con eficacia, tanto en ámbitos formales como no-formales, el desarrollo de una conciencia cívica y crítica local y regional capaz de solventar los envites de la historia (tanto de la mito-praxis como de la praxohistoria) y resistir, por esa vía, al travestismo de la memoria. En la opinión de algunos eminentes corralenses, esa conciencia aún está lejos de aparecer: “los jóvenes no están interesados en las riquezas que tenemos en Minas de Corrales”, expresó Mirta Duarte en el grupo de discusión organizado en la Radio Real, “ni están interesados en toda la historia de Minas de Corrales… En realidad, no hemos logrado interesarlos”. (“Es por eso”, le respondió Raúl Armand’Ugón, “que hay que inculcar en los chiquilines el sentido de pertenencia a Minas de Corrales”.) Si se acepta, entonces, que los corralenses no están en iguales condiciones de identificar los valores y bienes culturales ni los sentimientos, pensamientos y proyectos con los que se identifican como colectividad, ¿a quién(es) le(s) corresponde hoy (hasta tanto no se alcancen aquellas condiciones) esa doble tarea de identificación? “A los intelectuales expertos”, respondería un intelectual experto, habituado a ejercicios de identificación pretendida y pretenciosamente objetivista construida desde afuera (y, en ocasiones, desde arriba de su pedestal marmóreo o de su lustrosa torre de cristal, dos variantes extemporáneas –y extrapoladas al campo de la Academia– de la metáfora de la jaula de hierro desarrollada por Weber555). “A los intelectuales expertos”, respondería también cualquier persona acostumbrada a que los asuntos de importancia queden en manos de costumbres. ‘Aquí se ha podido vivir –se dice a sí mismo–, porque se puede vivir; aquí se podrá vivir, porque somos duros y no es fácil que nos quebremos de repente’. De esta manera, con este ‘nosotros’, él mira por encima de la vida efímera, curiosa e individual para sentirse dentro del espíritu de la casa, su generación, su ciudad” (1945:45-46). 555 Cf. Weber 1969. La traducción correcta al español de la expresión utilizada originalmente por Max Weber para describir a nuestras sociedades crecientemente burocratizadas y controladas centralmente es “férreo estuche” (como antinomia del “manto sutil” que caracterizaba, metafóricamente, a la relación que los protestantes establecían con la riqueza). La expresión “jaula de hierro” proviene, en realidad, de la traducción al inglés realizada por Talcott Parsons (“iron cage”). 420 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … los intelectuales expertos, es decir, casi cualquier persona eficazmente domesticada por los sistemas educativos formales tradicionales556. He optado por otra respuesta, distante y distinta de las anteriores, que es la que me ha llevado a proyectar y ejecutar la investigación que aquí estoy presentando, y a hacerlo siguiendo los lineamientos teóricos, metodológicos y políticos que le dieron su forma y contenido. Es, por supuesto, una respuesta provisional, y desde luego que sus derivaciones no quedarán fijadas hasta tanto no obtengan la convalidación de los sujetos implicados –en este caso, los corralenses– y de los sujetos aplicados –los teóricos, los metodólogos, los políticos–. La sintetizo del siguiente modo, en procura de claridad y precisión a expensas de economía y elegancia: el patrimonio cultural de un grupo social está constituido por aquellos bienes y valores que, según la opinión de sus integrantes (producida en –y/o inferida de– situaciones de investigación construidas con el máximo rigor, pertinencia, exhaustividad y consistencia), les confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos que ellos mismos sienten como propios y constitutivos del ethos y del eidos en los que se inscriben sus vidas (tal como lo manifestaron en –y/o se infiere de– situaciones de investigación construidas con el máximo rigor, pertinencia, exhaustividad y consistencia). Si bien esta respuesta difiere claramente de las anteriores, en cierta manera también las conjuga. No toma partido por considerar exclusivamente –según una perspectiva emic– la (auto)identificación normativa descrita por Vidart, postulada en el ruedo por los sujetos desde la subjetividad volitiva o a partir del sentimiento social y orientada al “quiénes somos”; tampoco, mucho menos, por considerar “A los intelectuales expertos”, respondería también algún acólito acrítico de Bourdieu, amparado en la creencia de que los “nativos” son portadores de una “docta ignorancia”, es decir, de una “comprensión inmediata pero ciega para sí misma que define la relación práctica con el mundo” (Bourdieu 1991). Creo, en cambio, que “a la gente no debe juzgársele idiota” (de Certeau 2000:189)… a no ser que admitamos, como hace Shakespeare al final de su Macbeth, que la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa (“life's but a walking shadow that struts and frets its hour upon the stage and then is heard no more. It is a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing”). 556 421 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … exclusivamente la identificación descriptiva (o la objetivación) otorgada desde afuera –según una perspectiva etic– por un sujeto (el científico, el “experto”) que contempla y define desde detrás de la baranda del ruedo social, y que, desde su saber-poder, señala el “cómo son”, corriendo el riesgo de que “buscando el árbol de la identidad (se pierda) en el bosque de la identificación”557. Ni una perspectiva ni la otra; tampoco una a medio camino entre ambas (que sería, lógicamente, la peor opción). Mi respuesta postula, por una parte, la necesidad perentoria de indagar en torno a las opiniones de los propios artífices o herederos de los bienes culturales a evaluar y de tomar en especial consideración esas opiniones como base principal para la determinación de su valor patrimonial; por otra, reivindica la necesidad y conveniencia de garantizar que tales opiniones se produzcan, que sean representativas del grupo social en cuestión y tan genuinas como resulte posible. De este modo, son los propios corralenses quienes establecen el eventual valor patrimonial de los bienes culturales de su comunidad, aunque para ello resulta inevitable incorporar la mediación –si es rigurosa, pertinente, exhaustiva, consistente– del investigador. Hasta aquí, los “expertos” (en identidad cultural, patrimonio cultural y asuntos afines) quedan afuera (del ruedo… y también del estadio). Pero, a mi juicio, esto no debe ser necesariamente así: la opinión de los “expertos” –ya sea la expresada oralmente, por escrito o de cualquier otro modo– podrá ser tomada en cuenta si así lo requirieran los propios artífices o herederos de los bienes culturales en cuestión. De tal modo, los “expertos” podrán poner su saber al servicio de los sujetos implicados, lo cual exiliará a aquellos que, autocomplacidos con sus veleidades mesiánicas, se mantengan enquistados en sus pretensiones iluministas. Una vez más, me apropio del dictamen de Vidart: “el inventario y la fijación de los antiguos patrimonios, la teoría y la praxis de la tradición nacional, la forja de identificaciones que a menudo se confunden con identidades y, finalmente, el rescate, la defensa y la ilustración de los bienes culturales, representan, en los días que corren, actos salvacionistas llevados a cabo por representantes de minorías esclarecidas, de instituciones públicas o 557 Vidart (2004:81). 422 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … de organismos privados…”558, actos salvacionistas que los sabios y poderosos dejan caer como lluvia benefactora sobre las tierras yermas de las mayorías oscurecidas. No debemos soslayar que el inventario y la fijación de los antiguos patrimonios así como el rescate, la defensa y la ilustración de los bienes culturales y los actos salvacionistas que implican, siempre han sido asuntos asumidos por algunas instituciones (internacionales y nacionales, aunque estas últimas subsidiarias de las primeras) que han gozado de una legitimación acrítica, pero cuya acción ha puesto de manifiesto más poder que autoridad. Todo esto “no es otra cosa”, ha escrito de Certeau (hablando de otra cosa), “que el corolario de un poder sin autoridad. Por cierto, la tradición política reconoce desde hace mucho tiempo que «todo Estado se funda sobre la fuerza» y que supone una dominación, pero afirma que no se establece más que en la forma de un poder legítimo. Como lo muestra Passerin d’Entreves, es una fuerza «institucionalizada» o «cualificada». Esta legitimidad no le viene de los procedimientos que la regularizan o que ordena, sino de la autoridad que se le reconoce y que combina un renunciamiento de los individuos (la Versagun freudiana) con las capacidades que le ofrece una organización del grupo”559. En fin, tenemos derecho y argumentos como para renunciar a ese renunciamiento y para sugerir que todos lo hagamos. Planteado esto, y sobre la base del concepto de patrimonio cultural tal como lo he establecido precedentemente, puedo dar un paso más y ofrecer una síntesis, simplificada y simplificadora, de mi propuesta, sin ocultar su fuerte connotación político-cultural: las tareas de identificación de los bienes culturales de un grupo social y de determinación del valor patrimonial relativo de cada uno de ellos no necesariamente les corresponde a sus propios artífices o herederos ni a los investigadores interesados en los procesos de construcción de identidades y patrimonios culturales ni a los teóricos expertos en tales cuestiones… ni tampoco a algún combo sui géneris armado con individuos de esos tres tipos de actores. 558 559 2004:140. de Certeau (1999:74). 423 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … La definición de esas tareas le corresponde a los lugareños, incluyendo, en primer lugar, la determinación de quiénes deberán participar –y en qué circunstancias y de qué modo y con qué peso relativo– en dichas tareas. Todavía queda algo por decir, por exigencia de un realismo de corte pragmático. Hoy no están dadas las condiciones –por lo menos en Minas de Corrales– para que los lugareños asuman esa definición y esa determinación –posición y disposición– y, al hacerlo, comiencen a reducir la brecha entre hablar y hacer. Todavía falta, creo, además de un proceso educativo a mediano y largo plazos, la necesaria consistencia político-cultural: es evidente que “tan sólo un poder permite tomar la palabra por propia cuenta, y pronunciarla como tal”560. Pero habrá que pensar en todo esto, y habrá que hacerlo desde un pensamiento que, como postulaba Heidegger, decididamente conduzca a la acción… Queda mucho por hacer. 560 de Certeau (1999:120). 424 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … la determinación del patrimonio cultural: los juegos de poder No hay poder que no deba una parte –y no la menos importante– de su eficacia al desconocimiento de los mecanismos en los cuales se funda. Bourdieu561 Recién señalé que la definición de patrimonio cultural que he propuesto es provisional, y que lo seguirá siendo hasta que se someta a la consideración de los sujetos implicados –en este caso, los corralenses– y a la de aquellos otros que puedan evaluar los lineamientos teóricos, metodológicos y políticos tomados como andamios de la investigación y los dispositivos tecnológicos y procedimentales en ella aplicados. Es provisional, además, porque toda definición lo es (presupuesto gnoseológico) y, más aún, porque en el campo de la ciencia todo es provisional (presupuesto epistemológico). También lo es porque la “realidad” a la que se aplica (“el objeto”) es, naturalmente, cambiante, tanto como la “realidad” desde donde se la aplica (“el sujeto”). El patrimonio cultural de un grupo social no queda fijado de una vez para siempre, y tampoco el modo en que se define ese patrimonio, entre otras cosas porque la identidad de un grupo social –el “quiénes somos” producido desde la (auto)identificación– está en permanente cambio, por imperceptible que éste pueda parecer, tanto como la identificación –el “cómo son”– otorgada desde afuera. Pero la provisionalidad tiene, en este caso, otro fundamento cuya discusión quiero dejar instalada. La determinación de los bienes culturales y de su valor patrimonial se inscriben, quiérase o no, en un juego político. Como en todo juego, aún cuando sus reglas no se modifiquen, las partidas (o los partidos) son variadas y variables, tanto como las jugadas y sus jugadores. En ese juego participan los lugareños –cada uno con su propio quantum de poder– y quienes, sin serlo, tienen algún interés puesto en él –cada uno con su propio quantum de 561 1990:87. 425 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … poder–, ya sean intereses legítimos, genuinos, altruistas, egoístas, espurios o fraudulentos. El juego político del que hablo es un juego de poderes o, si se quiere, “el juego del poder”, en el cual “la gente interacciona entre sí para ejercer influencia, control y poder sobre los demás”562. Si uno mira con ingenuidad, ve que esa interacción está orientada a determinar cuáles son los bienes culturales que tienen valor patrimonial. En cambio, si vencemos la ingenuidad y asumimos que esa interacción es constitutiva de un “juego del poder”, entonces lo que podremos ver es que está orientada no a determinar cuáles son los bienes culturales patrimoniales, sino a determinar cuáles deben ser declarados como tales. Estamos, así, en el campo de la política, un campo que “no asegura el bienestar ni da sentido a las cosas: crea o rechaza las condiciones de posibilidad. La política prohíbe o permite, lo hace posible o imposible”563. En definitiva: debemos asumir con convicción que la declaración de un bien patrimonial es una cuestión política, en la cual la determinación de los bienes culturales que identifican a los integrantes de un grupo social –sobre todo porque éstos se identifican con aquellos– es sólo una pieza del juego y, tal como están dadas las cosas, quizás no sea la más determinante. Para ser consecuente con mis convicciones, una doble operación debe ponerse en juego: el desarrollo endógeno de la capacidad crítica de los sujetos implicados –orientado a propiciar la identificación, ponderación y evaluación de la cualidad patrimonial de los bienes culturales de su grupo de pertenencia– y el fortalecimiento de su capacidad colectiva de incidencia en el juego político, en términos de organización, autogestión, participación y poder564. Lindblom (1991:29). Aquí hago mía la aclaración de Lindblom: “el término del ‘juego del poder’ sugiere unas interconexiones más complejas y estrechas que las sugeridas por el simple término ‘interacciones’ o por el término general ‘política’” (ídem). 563 de Certeau (1999:174). Advirtamos que esta concepción de la política, sin lugar a dudas muy actual, fue expuesta por el brillante historiador hace ya más de un tercio de siglo. 564 Hay una tercera operación, que nada tiene que ver con las otras dos sino con la responsabilidad política y social de los que observan el ruedo desde detrás de la baranda, a quienes les corresponde analizar la dominación y el poder en juego y, por esa vía, desvelar los mecanismos en los cuales se fundan. 562 426 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … En cuanto a lo primero –el desarrollo de capacidad crítica local– sólo cabe instalar la temática y problemática de la identidad y del patrimonio cultural en los sistemas de educación formal y no-formal existentes. Los niños, adolescentes, jóvenes y adultos de cualquier localidad deberían tener acceso al conocimiento del pasado y del presente cultural de su lugar y al modo en que ambos se inscriben en el contexto regional y supra-regional, así como al de las herramientas cognitivas que les permitan evaluar, por sí mismos, lo más relevante de su historia y de su paisaje físico y humano. Esta es, sin duda, la vía más privilegiada para posibilitar que esos ciudadanos puedan “concebirse como parte de un continuo (con raíces y con futuro, desde la inserción en una secuencia reconocible)”; sin ello, “resulta casi imposible que una persona sienta la necesidad de reconstruir el pasado para ‘hacerlo suyo’ y proyectarlo en un futuro ‘imaginable’ o ‘deseable’”565. Pero eso es sólo una parte, necesaria pero en absoluto suficiente. En esa doble operación –en rigor, una única operación bifronte– la educación juega un rol protagónico, siempre que se la conciba en toda su potencia política: como condición para el ejercicio de una ciudadanía plena, sin restricciones ni exclusiones y, en suma, como una práctica de la libertad y de potenciación de la libertad y autodeterminación de cada sujeto y del ser social566. Sigamos en procura de reducir la ingenuidad, siempre al acecho. Como ya he insinuado, es claro que en el caso que nos ocupa –y esto vale para cualquier otro– los corralenses no están en iguales condiciones de identificar los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos constitutivos del ethos y del eidos de su colectividad, ni de identificar los bienes y valores que a su juicio les confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a aquellos sentimientos, pensamientos y proyectos compartidos. Por eso es imprescindible fortalecer las capacidades de acción política de todos los actores. Pero para que ello, al plasmarse, nos ponga a salvo de la aparición de ineficacia, injusticia e inequidad, es menester que nos alejemos de toda actitud voluntarista: es bastante inútil promover la participación ciudadana si antes no se Caetano (2002:123). Cf. Freire (1969). En cualquier caso, “el rol de lo político y las políticas en la arena educativa es inexcusable” (Bentancur 2007:24) ya que, en definitiva, “la educación es la práctica más política y la política más política de todas las políticas” (Lémez 2007:68). 565 566 427 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … creó la posibilidad de participar y ésta depende, entre otras cosas, de la formación de una actitud participativa y de la profundización de una cultura política que posibilite el ejercicio de una ciudadanía plena567. Es aquí –y en otras situaciones análogas– donde “el Estado debe intervenir para establecer con ecuanimidad y firmeza algunas reglas de juego, de modo tal de contemplar las necesidades, intereses y deseos de aquellos actores y grupos que, debido fundamentalmente a razones de índole estructural, no tienen capacidad organizativa ni de presión”568. Esa y no otra debe ser la contribución axial del Estado: establecer las condiciones de posibilidad, esto es, sentar las bases para que todos los actores sociales puedan desarrollar su pensamiento crítico, conformar una actitud participativa y, en suma, disponer de las mejores armas para poder jugar (en) el juego del poder. Pero la plenitud en el ejercicio de la ciudadanía requiere, además, condiciones de plausibilidad: la recuperación del protagonismo de los actores sociales en tanto sujetos, lo cual implica concebir a la acción “no como determinada por normas y formas de autoridad, sino en su relación con el sujeto, es decir, con la producción del actor por sí mismo”569. De ahí que “la reivindicación del sujeto es esencialmente política y en tanto que tal, revolucionaria, entendiendo la palabra revolución no desde la perspectiva del mero fantasma, sino en el sentido transformador de las reglas del juego con el que juegan con nosotros”570. Resulta imperioso, entonces –y, aquí y ahora, especialmente imperioso–, expulsar al fantasma y recrear estrategias de consenso orientadas hacia la utópica, “conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado”571. Y reparar en la máxima que la coalición Herri Batasuna tomara de Ibáñez: “cuando algo es necesario e imposible, hay que cambiar las reglas del juego”572. Cf. Filmus (1996:32). Acevedo (2009:22). Véase también Repetto (2000:37 y ss.). 569 Touraine-Khosrokhavar (2002:9). 570 Ibáñez (1994:179). 571 Lechner (1986:47). 572 Ibáñez (1994:XV). 567 568 428 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … memoria e identidad cultural Notre héritage testament n'est précédé d'aucun Char573 Algunas páginas atrás comenté que entre los corralenses más veteranos existe una necesidad manifiesta de identificarse como corralenses, de destacar el anclaje en el pasado y la persistente peculiaridad en el presente de un vasto cúmulo de sentimientos, pensamientos y proyectos históricos compartidos. Puedo agregar ahora que también han expresado sin ocultamientos el deseo de que sus coterráneos más jóvenes también se identifiquen como tales e, implícitamente, que la difusión de sus testimonios es el mejor legado que pueden ofrecer para hacerlo posible, un legado que conjuga memoria e identidad cultural. Es a todas luces evidente que hay una memoria individual, sobre la que se construye la identidad del sujeto –en rigor, su haz de identidades– y sin la cual la serhumanidad se desvanece: “es sabido que la identidad personal reside en la memoria y que la anulación de esa facultad comporta la idiotez”574. Pero también hay, y es lo que aquí más interesa, una identidad cultural, colectiva –un haz de identidades colectivas–, que se funda, aunque no exclusivamente, en la memoria colectiva, más o menos esquiva, más o menos volátil, más o menos ilusoria (o incluso ficticia), construida a lo largo de la historia y actualizada en el presente, en cada presente. Planteado así, la memoria es una necesidad –individual y privada pero también colectiva, pública– tanto como un trabajo. “El trabajo de memoria es un trabajo de parto”, ha escrito Fabius, “en el que los historiadores son los obstetras”575; es un trabajo dificultoso, plagado Este turbador aforismo –“nuestra herencia no está precedida por ningún testamento”– fue escrito por René Char (1946), poeta de la resistencia artística (surrealista) primero, poeta de la resistencia (armada) después, en “Feuillets d'Hypnos” (“Hojas de Hipnos”), diario (poético) de trinchera que completó en el año 1941 durante la guerra, mientras revistaba como jefe del maquis en L’Haute Provence. 574 “Historia de la eternidad”, en “Historia de la eternidad” (1936), incluido en Borges (1974:364). 575 1998:212. Adviértase la similitud entre este planteo de Laurent Fabius y aquel otro, ya aludido, en el que Popper hace referencia a la teoría de la anamnesis formulada por Platón en su Menón y a la mayéutica socrática como arte de la partera. 573 429 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … de los padecimientos propios de la recuperación de una porción del pasado con recurso a la memoria. (Como ya he insinuado, contra este trabajo conspiran, bajo modalidades diferentes pero con efectos análogos, la involuntaria tendencia al olvido y la deliberada resistencia a recordar.) En esa recuperación la memoria del pasado nos dice por qué somos los que somos y, entonces, nos confiere buena parte de nuestra identidad: esa recuperación constituye, entonces, una necesidad, la misma que opera en “aquellos niños expósitos que se esfuerzan por descubrir sus orígenes para subsanar esa carencia fisonómica que los hace desgraciados, psicológicamente imprecisos, desfigurados por no tener un rostro definido”576. Más aún, “el tema de la memoria/olvido es (…) inherente a toda reflexión acerca de la construcción de identidades (…). Si identidad es memoria –recordar quiénes somos, cuál es nuestra genealogía individual y colectiva, qué sucesos constituyen nuestro pasado– es indudable que el tema mantiene su vigencia, aunque la identidad no pueda ya ser entendida a nivel social como una estructura fija, homogénea, esencializada o atemporalizada, cerrada autistamente sobre sí misma o afincada territorialmente, sino como un sistema de afiliaciones móviles y múltiples que constituyen al individuo de distinta manera, en distintos contextos”577. Es la exploración por entre las honduras de la memoria colectiva, en definitiva, la que mejor puede restituirnos nuestra identidad cultural, que no es mucho más que una circunspecta metáfora de nuestro rostro colectivo, horadado y honrado por el lustre del tiempo. Ahora bien, ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de identidad cultural? De “una especie de foco virtual al que nos es indispensable referirnos para explicar un cierto número de cosas, pero sin que nunca tenga existencia real”, responde Lévi-Strauss; es por ello que hay que advertir “que su existencia es puramente téorica: la de un límite al que en realidad no corresponde ninguna experiencia”578. Dejando de lado la naturaleza evanescente que el antropólogo francés le atribuye a la noción de identidad, es menester afirmar que toda cultura, al suponer un “nosotros”, es la base de identidades sociales, las Eco (1998:185). Moraña (2002:190-191). 578 Lévi-Strauss (1981:332). 576 577 430 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … cuales “se fundan en los códigos compartidos, o sea en formas simbólicas que permiten clasificar, categorizar, nominar y diferenciar. La identidad social opera por diferencia, todo ‘nosotros’ supone un ‘otros’, en función de rasgos, percepciones y sensibilidades compartidas y una memoria colectiva común, que se hacen más notables frente a otros grupos diferentes”579. Planteado así, corresponde concebir a las identidades sociales como el resultado de “la autopercepción de un ‘nosotros’ relativamente homogéneo en contraposición con los ‘otros’, con base en atributos, marcas o rasgos distintivos subjetivamente seleccionados y valorizados que a la vez funcionan como símbolos que delimitan el espacio de la ‘mismidad’ identitaria”580. Las identidades son, entonces, “construcciones sociales formuladas a partir de diferencias reales o inventadas que operan como señales diacríticas, esto es, señales que confieren una marca de distinción”581. No son, pues, esencias intemporales sino construcciones inventadas582, imaginarias583, tanto desde un reconocimiento endógeno como desde uno (o varios) exógeno(s). Además, si la identidad se formula a partir de diferencias (reales o inventadas), entonces el sentimiento de ser diferente también se liga a la designación de esas diferencias (reales o inventadas) por parte de los otros584. Si bien la memoria no es la única aliada de la identidad, es la que mejor puede decirnos por qué somos los que somos y por qué somos lo que somos… es decir, quiénes somos (el nombre que tenemos). El quiénes somos (o quiénes suponemos que somos) “corre por cuenta de nuestra personal o colectiva demanda de modelos arquetípicos, prestigiosos, para espejarnos y reconocernos en ellos”. Esta es la versión propia, que debe distinguirse de “la versión ajena, referida al cómo son, a Margulis (1997:46). Giménez (1994:170). Tal como aclara Vidart, el término mismidad, “introducido por Voltaire en su Diccionario Filosófico”, hace referencia “a una característica singularizante que se refleja en el espejo del tiempo y en las aguas dormidas del espacio en un ejercicio que va desde la inmanencia tautológica del Ser según Parménides a la trascendencia metafísica del Devenir propuesta por Heráclito” (2004:89). 581 Oliven (1997:129). 582 Cf. Sollors (1989). 583 Cf. Anderson (1993); García Canclini (1995:95). 584 Cf. de Certeau (1999:121). 579 580 431 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … cargo de intérpretes alienígenos”585 (el nombre que nos dieron). De este modo, como ha afirmado Vidart en otro lugar, “al ‘quiénes somos’ reclamado, presentido o explicitado por los sedicentes portadores de una estereotipada identidad (…), le responde el ‘cómo somos’ de las interpretaciones e intelecciones propias de aquellos que contemplan la realidad social como un objeto, procurando despojarse del halo ideológico y de la gravitación etnocéntrica que distorsionan la imagen de nuestra personalidad de base, bastante difusa e indefinible por otra parte”586. En la investigación he evitado, con total conciencia, responder a la versión propia de los corralenses –al “quiénes somos” reclamado, presentido o explicitado por ellos– con un “cómo son” propio de una versión ajena, establecido desde interpretaciones e intelecciones alienígenas. He construido, ciertamente, mi propia versión (ineludiblemente, una versión ajena a la corralense), pero cimentada sobre las percepciones, opiniones y representaciones explicitadas por los corralenses, de algún modo expresiones de los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos con los que presuntamente se identifican. En esto radica, justamente, la razón –política, epistemológica, metodológica– del deslizamiento que he favorecido a lo largo del devenir de la investigación: el despliegue de una perspectiva de corte emic que desplaza, sin sacarla del ruedo, a una de tipo etic. (Este último tipo, de presencia ubicua en ciencias humanas y, manifiestamente, en la narrativa literaria y periodística, es precisamente el que se propone contemplar –à la Durkheim– la realidad social como un objeto587.) Vidart (1998b:162). Vidart (2000:7). 587 Algunas páginas atrás dejé sentado que no he abordado mi interpretación “como la producción de un saber que se enfoca exclusivamente en el análisis de discursos o fenómenos desde lejos (según una perspectiva etic), sino, más bien, a partir de un ‘entregarse’ a ellos y atravesarlos, según una perspectiva (…) de corte predominantemente emic” (cf. supra:345). De este modo, he tomado una distancia profiláctica con el sociólogo y el antropólogo tradicionales (un Durkheim o un Parsons, digamos, un Tylor o un Lévi-Strauss), personajes prototípicos del “sociólogo y el antropólogo que establecen las características del ser y el quehacer de determinados grupos humanos, pueblos o naciones, (que) obran como observadores ubicados detrás de la baranda. En el ruedo actúan los protagonistas sociales y se desarrolla la teatralización humana de la cultura” (Vidart 1998b:157). 585 586 432 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … La argumentación precedente no le quita valor al esclarecedor planteo de Vidart, a todas luces “rebelde a los rigores del cuadro dogmático y a las limitaciones del marco doctrinario”588. Muy por el contrario: lo revaloriza (y con ello, creo, revaloriza mi propia investigación). Permeable al guiño de Vidart, en el quehacer investigativo he entrado y salido, alternando tanto como fue posible la observación distante y desapasionada (etic) desde detrás de la baranda con la inmersión empática (emic) en el ruedo, allí donde día a día se desarrolla la teatralización de los protagonistas sociales. 588 Vidart (2000:8). 433 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 434 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … construcción empírico-conceptual: el patrimonio cultural de Minas de Corrales Cuando yo empleo una palabra –dijo Humpty-Dumpty–, esa palabra significa exactamente lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos. Carrol589 Las identidades culturales (o sociales) no surgen como Minervas, totalmente armadas desde la cabeza de Júpiter; son construcciones que se fundan en una memoria colectiva y en formas simbólicas compartidas –percepciones, sensibilidades, representaciones– que se configuran y expresan como urdimbre de sentimientos de arraigo (a un espacio físico o locus: un lugar o una constelación de lugares590) y/o de pertenencia (a un espacio social o socius: el grupo humano o la constelación de grupos humanos que lo habita). Los sentimientos de arraigo y de pertenencia –o el sentido de pertenencia, que emerge cuando existen suficientes elementos compartidos entre ellos y una cierta coherencia general que los vertebra– se expresan y actualizan en las manifestaciones ritualizadas de la socialidad local, ya se trate de la recreación de formas tradicionales o de la ritualización de representaciones o prácticas actuales, incluyendo aquellas que se instalan o reinstalan como estrategia social cuando se ve amenazada la integridad y persistencia de los bienes culturales, valores o intereses colectivos591. Corresponde considerar, entonces, cuáles son en Minas de Corrales las principales de esas manifestaciones y sus formas simbólicas subyacentes, y cuáles de ellas tienen suficiente presencia y potencia como para participar en la construcción de un sentido de pertenencia y de una identidad colectiva genuinamente corralenses. 1998:225. El sentimiento de arraigo a un lugar no necesariamente implica el afincamiento presente en un territorio concreto. El lugar puede ser un lugar ausente, virtual o incluso, por paradójico que parezca, utópico o a-tópico: un lugar imaginado. 591 Cf. supra:405-407. 589 590 435 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Los corralenses tienen firmes sentimientos de arraigo y de pertenencia con el espacio físico-social en el que transcurren sus vidas, lo cual se pone de manifiesto por el modo en que definen a su lugar y al estilo de vida que éste hace posible592; la gran mayoría de ellos ha calificado a Minas de Corrales como “linda, tranquila, con buena vida”, “pintoresca, atractiva”, “un pueblo solidario”, “con gran historia”. Como es entendible, las percepciones más negativas corresponden a la población más joven, lo cual también se verificó en las situaciones de entrevista: es “aburrida, con poco movimiento”, “un lugar difícil para vivir”, “un pueblo bastante cerrado, difícil, con mucho chusmerío”593. La mayoría de los corralenses (excluyendo a casi todos los informantes entrevistados) consideran que los “elementos” más característicos o distintivos de su cultura son, efectivamente, dos de las manifestaciones ritualizadas de la socialidad local: la “Fiesta del oro y la cerveza” y la “Expo-oro”. Llamativamente, valoran más a “fiestas” que se celebran desde hace unos pocos años que al conjunto de aquellas otras que existen desde hace ya largo tiempo594: los bailes de carnaval, las fiestas de aniversario que se celebran en los dos clubes locales más prominentes, las fiestas anuales organizadas por la Escuela y por el Liceo, las ceremonias religiosas… Mi lectura de esta circunstancia es que no se considera que la Fiesta del oro y la Expo-oro sean más importantes que el resto de las precitadas, sino que su relevancia radica en su acento diacrítico, en su aporte en términos de distintividad: la Fiesta del oro y la Expo-oro, a diferencia del resto de las festividades mencionadas, son exclusivas de Minas de Corrales: no existe nada parecido en ningún otro lugar del país. Es a partir de este carácter disyuntivo que contribuyen a la identidad local (en el sentido de auto-identificación, sin implicancia alguna en los sentimientos de arraigo o de pertenencia, ambos de carácter claramente conjuntivos). Digo “los corralenses” con total convicción, ya que así ha emergido de la investigación realizada. Tanto los informantes calificados seleccionados como la enorme mayoría de los lugareños encuestados en el censo patrimonial han dado inequívocas muestras de la existencia de sentimientos de arraigo y de pertenencia. No obstante, como comentaré más adelante, la existencia de un sentido de pertenencia no puede ser afirmada con la misma convicción. 593 Cf. supra:322. 594 Prima facie, también resulta llamativo que exista tanta adhesión a una “fiesta” organizada por una empresa privada (la “Minera San Gregorio”)… pero sólo prima facie. 592 436 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Lo mismo cabe decir con respecto a las personas, construcciones y lugares considerados como más distintivos (exclusivos, característicos o identificatorios) de Minas de Corrales. Por una parte, según lo que ya fue comentado, por lo menos tres de cada cinco corralenses consideran con ese carácter a aquellos lugares y construcciones que de alguna forma han estado vinculados a la actividad minera, indudable columna vertebral del proceso morfogenético y de la dinámica demótica de Corrales y su zona aledaña; entre ellos, han destacado especialmente a las ruinas de las antiguas instalaciones de Cuñapirú y a los monumentos a Francisco Davison (y Ana Packer) y a Enrique Ros595. En cuanto a las personas, Don Tito Pereira (minero independiente, el último cateador) es la más destacada por la gran mayoría de los lugareños, una suerte de prócer indiscutido de la matria cuñapiruense-corralense596. No es casual, entonces, que a Minas de Corrales se la denomine “la capital del oro”, y que desde hace algunos años la promoción turística de la zona, liderada por la Junta Local, haya apelado a esa designación. Es una capital cuyo capital, no obstante, no ha tenido ningún “efecto derrame” considerable: “lo dicen las cifras. (Las empresas) sacaban oro, pero nunca dejaron un peso al país porque las declaraciones eran dobles, al gobierno le declaraban la realidad, o menos que la realidad, y afuera (en las bolsas de valores europeas) declaraban otra cosa. No dejaron ningún progreso en la zona y no enriquecieron a nadie”597. Cf. supra:327. El vínculo de Davison con la minería local fue fuerte y duradero (cf. supra:127-142). El de su esposa, en cambio, fue bastante más indirecto. Enrique Ros, en cambio, si bien no tuvo vínculo directo con la actividad minera, escribió una sentida y muy recordada semblanza del ser minero de Minas de Corrales y de su figura más destacada y hoy casi legendaria –Francisco Davison–, además de haber estado muy próximo a Ana Packer en los últimos años de la vida de ésta (cf. supra:130;135;185-194). 596 El neologismo matria lo aplico aquí en el sentido de “patria chica” o patria afectiva. El “amor a la matria”, vínculo afectivo con el lugar de pertenencia, sustrato de la identidad local, está marcado por la adhesión al terruño, a sus tradiciones e instituciones sociales; su correlato, el “amor a la patria”, es en cambio un vínculo ciudadano, sustrato de una presunta (y esquiva) identidad nacional, marcado por la adhesión a la nación (o al Estado-nación), a sus relatos fundacionales e instituciones (nacionales). 597 Domínguez (2004:114). “Al gobierno le declaraban la realidad, o menos que la realidad”, afirmó el escritor en tiempo pasado. Más adelante agregó, en tiempo presente, con relación a la empresa que actualmente explota el oro de la zona: “la firma declara que extrae 60% de oro y 40% de plata, pero a la hora de calcular, los viejos mineros desconfían y creen que el porcentaje de plata esconde el oro que no declaran al gobierno para pagarle menos” (ídem:116). Me consta que esa desconfianza existe; sin embargo, como en el juego de la mosqueta, es difícil descubrir dónde está la pelotita… si es que está. 595 437 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Tampoco han dejado nada en la actualidad, por lo menos según este escritor: “continúe o se detenga, el oro de la (mina) San Gregorio poco y nada ha dejado en Corrales. Un gran pozo, desde luego, una enorme represa llena de cianuro, y la expectativa de pasar un nuevo invierno”598. Además, no todos los corralenses están enterados, como ha comentado Raúl Armand’Ugón, ex-secretario de la Junta Local de Minas de Corrales, que “el canon de la explotación de la empresa minera no queda en Corrales, y ni siquiera va a Rivera; va entero a Montevideo… Eso no es justo: ese canon debería quedar acá”599. Aunque resulte casi una obviedad señalarlo, la vida de Corrales siempre estuvo directamente asociada a la explotación aurífera. Por el oro nació, creció y se desarrolló, por el oro prosperó, decayó, sufrió. La “quimera cíclica” de la industria minera de la zona estuvo desde siempre marcada por ese sube-y-baja: “cada período de auge atrae a obreros, técnicos e idóneos. (…) Cuando el ciclo de prosperidad da paso a la crisis, la diáspora vacía la zona. Los obreros se reconvierten en peones de campo, los poblados vuelven a su letargo rural y la actividad se readapta”600. Así, el oro sembró esperanzas y generó riquezas, esparció desesperanzas y produjo frustraciones, alentó certidumbres y hoy, más que nunca, su esperable agotamiento anuncia con bastante certeza el advenimiento de un futuro incierto. Parecería absolutamente lícito, entonces, inferir que la impronta que el oro y su explotación han dejado en el pasado y en el presente de Minas de Corrales (y la que habrá de dejar en el futuro), tanto por su benéfica presencia como por su temida ausencia, se constituye en el baricentro indiscutido e indiscutible de la identidad corralense. En consecuencia, sería igualmente lícito admitir que los bienes y valores asociados a la explotación aurífera que ha atravesado la historia local constituyen la porción medular del patrimonio cultural corralense, en tanto efectivamente “confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos” de los lugareños601. Ibíd.:116. Este comentario lo hizo Raúl Armand’Ugón durante el grupo de discusión desarrollado en la Radio Real de Minas de Corrales el 7 de julio de 2009. 600 Chirico (2005:41). 601 Vidart (2004:155). 598 599 438 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Sin embargo, la explotación aurífera en Minas de Corrales, con sus progresos y recesos, sus promesas y flaquezas, sus pleamares y bajamares, no llegó a construir en sus habitantes un auténtico sentido de pertenencia, y entonces tampoco una genuina identidad cultural. La actividad aurífera en la zona es, sin lugar a dudas, una parte sustantiva de su historia, una historia que en cierto modo aún persiste en el presente… y que probablemente en poco tiempo quedará sumida en el pasado. Aún hoy los corralenses, cuando hablan de la actividad minera, no suelen pensar en la actual explotación a cargo de una empresa extranjera que, como tantas otras, lo saben bien, pasará sin pena ni gloria. (Presumo que si la empresa operara en otro rubro productivo, con idénticas inversiones y volumen de empleo de mano de obra local, produciría lo mismo, o casi, en términos de representaciones colectivas.) Cuando hablan de la actividad minera se refieren, en cambio, a un pasado más o menos lejano, al que evocan con más nostalgia que orgullo: la época de la minería artesanal –la del cateo o bateado en arroyos o la de la prospección superficial a campo traviesa, dos modalidades orejanas, autónomas, autosuficientes– o la de las grandes empresas mineras, cuñas sucesivas del capitalismo financiero decimonónico y del imperialismo europeo en la región, principalmente el británico y el francés (que operaron en la región según intenciones, modalidades y dinámicas diferentes entre sí)602. Dicho de otro modo: Minas de Corrales es un pueblo con una historia minera que no llegó a conformar una identidad minera y, mucho menos, una cultura minera603. Para un análisis agudo y consistente del proceso de la explotación minera en la zona y de la necesidad de explicarlo a partir de su inclusión en el contexto del capitalismo financiero y de la lógica del imperialismo europeo imperantes en las cuatro décadas anteriores a la Gran Guerra, véase Chirico (2005). 603 Una formulación similar a ésta me la planteó la historiadora corralense Selva Chirico durante la entrevista que mantuve con ella el 13 de marzo de 2009. En otro lugar Chirico afirmó que el carácter cíclico y discontinuo de la explotación minera en la zona, vinculado con los hechos macroeconómicos (crisis económicas, fluctuación de los precios internacionales del oro –asociada a la disponibilidad o escasez del mineral– y de las cotizaciones de las empresas mineras en las principales Bolsas europeas, necesidad de empleo de capitales en superávit en Europa), no logró “mantener sin interrupción más de dos generaciones de mineros, siendo entonces incapaz de crear verdadera cultura en el medio” (Chirico 2005:34) o de “producir una cultura específica, aunque algunos idóneos llegados desde el extranjero fueran agentes de transculturación” (ídem:37). 602 439 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Esto no significa que muchos de los bienes y valores asociados a esa historia minera –o la propia historia minera in totum, esto es, el valor histórico general de la minería aurífera en la zona– no formen parte del patrimonio cultural de Minas de Corrales. Muy por el contrario, son esos bienes y valores los que, en mayor medida y grado que cualesquiera otros, y según la opinión de los corralenses (producida en –y/o inferida de– situaciones de investigación construidas con el máximo rigor, pertinencia, exhaustividad y consistencia), les confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos que ellos mismos sienten como propios y constitutivos del ethos y del eidos en los que se inscriben sus vidas (tal como lo manifestaron en –y/o se infiere de– situaciones de investigación construidas con el máximo rigor, pertinencia, exhaustividad y consistencia). ... 440 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … En consecuencia, los bienes y valores que configuran lo más sustantivo del actual patrimonio cultural de Minas de Corrales y su zona aledaña –esto es, la zona minera cuñapiruense– son aquellos que han formado la parte medular de su historia minera. A continuación señalo, entonces, los principales bienes culturales en los que anidan los valores más relevantes de la historia minera de la zona y que constituyen, por ende, el patrimonio cultural de Minas de Corrales y sus alrededores604: las ruinas de la represa y de las antiguas instalaciones industriales de Cuñapirú, incluyendo lo que queda de la maquinaria original; las minas de galería que aún existen, aunque en estado algo ruinoso, en el centro de Minas de Corrales; las ruinas de las minas que en el último cuarto del siglo XIX abastecieron de cuarzo aurífero a las máquinas moledoras de Cuñapirú (San Gregorio, Santa Ernestina, Zapucay, Corrales, Cortume, Areicuá, Santa Bárbara); las ruinas del antiguo polvorín, en la margen derecha del arroyo Corrales; el conjunto de las torres del antiguo sistema de aero-carril que aún se mantienen en pie; la locomotora “La Clotilde” (cuyo paradero desconocemos) y la trocha angosta por la que circulaba, de la cual sólo quedan las restos del puente de hierro que permitía el paso por el arroyo San Pablo; el antiguo núcleo urbano de Santa Ernestina, del que hoy quedan las ruinas de unas pocas construcciones (el hospital, el cementerio, la panadería, entre otras); Es probable que muchos de quienes se hayan leído con atención los testimonios producidos por “mis” informantes calificados y, sobre todo, las tablas que recogen los principales resultados del censo patrimonial, estimen que todo ello no se corresponde fielmente con el listado que aquí ofrezco. Ciertamente, esa correspondencia fiel no existe. El listado que ahora presento lo he elaborado tomando en consideración aquellos testimonios y las respuestas brindadas en ocasión del censo patrimonial por parte de aquellas personas que, siendo mayores de 24 años, hacía más de diez años que residían en Corrales (aproximadamente las dos terceras partes del universo considerado). La elección de este universo restringido respondió a que, una vez procesadas y analizadas las respuestas a todas las preguntas del formulario censal, surgió con claridad que la gran mayoría de las categorizadas como “no sabe”/“no contesta” correspondían a menores de 25 años y a pobladores con menos de once años de residencia en Minas de Corrales. 604 441 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … la figura de Francisco Vardy Davison, hoy recordada en tres construcciones que han tenido suerte diversa: — el monumento ubicado en el centro de Minas de Corrales (que tímidamente también homenajea a su esposa, Ana Packer), — la vivienda que “el pueblo” de Minas de Corrales le obsequiara a comienzos del siglo XX, actualmente en manos privadas, — la vivienda que originalmente ocupó, al otro lado de la ciudad, cerca del arroyo Corrales; la figura de Don Tito Pereira, último sobreviviente de la minería artesanal independiente: el último cateador; el Museo del Oro montado por Don Tito Pereira en su propia casa con sus propios hallazgos, enseres y recuerdos. De acuerdo con lo emergente del censo patrimonial, así como de los testimonios de los informantes calificados (producidos tanto en situación de entrevista en profundidad como de grupo de discusión), la gran mayoría de los corralenses consideran que los tres primeros bienes culturales citados –las ruinas de Cuñapirú, las minas de galería, “las minas y la minería”– son, en ese orden, los principales portadores de valor patrimonial, en virtud de lo cual, en su opinión, deberían “ser declarados como bienes patrimoniales del departamento de Rivera”605. El resto de los bienes culturales citados más arriba también fueron considerados como portadores de valor patrimonial, aunque con una importancia algo inferior con respecto a los primeros tres. La casa que los corralenses le regalaron a Davison (5° lugar entre los bienes más mencionados en el censo patrimonial), las ruinas del antiguo polvorín (7° lugar), el monumento erigido en homenaje a Davison (8°), las torres del antiguo sistema de aero-carril (12°), el Museo del Oro de Tito Pereira (13°), el propio Tito Pereira (18°) y lo que queda del antiguo Esos tres bienes fueron los más mencionados en el censo patrimonial; obtuvieron, en conjunto, un 44% del total de menciones “positivas” producidas, esto es, sin considerar las respuestas de la categoría “NS/NC” (“no sabe”/“no contesta”); estas últimas, dicho sea de paso, fueron muy numerosas. Esos tres bienes también fueron los que obtuvieron mayor cantidad (56%) de primeras menciones (de las tres requeridas en la última pregunta del formulario del censo patrimonial). (Cf. supra:337.) Por su parte, los informantes calificados que he entrevistado también coincidieron en atribuirle la misma importancia a esos bienes, que se destacan claramente con relación a cualesquiera otros. 605 442 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … núcleo urbano de Santa Ernestina (24°), fueron “bienes” muy mencionados en el censo606, y su valor patrimonial también fue considerado con destaque por los informantes calificados consultados (en especial las torres del aero-carril y la figura de Don Tito Pereira). ... A continuación presento, en imágenes, algunas de las características que, de acuerdo con lo que ha emergido de la investigación realizada, le confieren valor patrimonial a algunos de los bienes culturales citados. Las ruinas de Cuñapirú En la primera parte de este libro se presentaron las principales características del complejo industrial de Cuñapirú, así como la importancia de sus instalaciones y el proceso de su construcción. Ahora corresponde describir su situación actual y fundamentar la relevancia e imperiosidad de las tareas de rescate, refacción, preservación, promoción, difusión. Lo hago con el auxilio de dos visitantes –cada uno de ellos con bien ganado prestigio en su respectivo oficio– que unos pocos años atrás estuvieron de paso por la zona: un escritor porteño (bonaerense-montevideano) y un ingeniero industrial asturiano. “Es un extraño paraje de la República. Junto al río que corre entre los cerros, quedan en pie los edificios con las puertas y ventanas desgonzadas, buena parte de la represa y la vieja usina, con sus túneles, galerías y galpones colmados de maquinarias donde conviven los viejos y enormes engranajes de acero que un día llegaron en carretas, con alternadores y aparatos eléctricos de los años treinta a cincuenta. Los pisos inundados de agua albergan una derrota tecnológica de dimensiones gigantescas. A diferencia de otras ruinas que detienen el tiempo humano en un momento singular, Cuñapirú exhibe casi cien años de ingeniería yuxtapuesta, tal si un artista de Cf. supra:337-340. Aunque en el censo patrimonial, llamativamente, sólo dos personas mencionaron a la locomotora “La Clotilde” y ninguna al puente de hierro sobre el arroyo San Pablo, he incluido esos dos bienes en el listado de la página precedente porque, indudablemente, forman parte de la historia minera de la zona. 606 443 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … instalaciones posmodernas hubiese montado un espectáculo del esfuerzo humano y su fracaso. El tiempo ha ido oxidando y degradándolo todo como un lento sueño surrealista que devora un tablero de llaves eléctricas, pesados engranajes de hierro de dos metros de diámetro y los marcos de enormes ventanas por donde entran los pájaros, la lluvia y la inclemencia, en una indiscriminada continuidad de malezas y restos del trabajo humano. Sobre una loma queda en pie la señorial mansión del Marqués de Malherbe, en cuyas habitaciones art decó, cocinas, baños y piezas de servicio, se dan cita y conversan yeguas y caballos sueltos, murciélagos y palomas. Se diría que Herzog ha montado el decorado de una nueva película y dan ganas de presionar las paredes con la punta de los dedos para ver si la realidad no se derrumba hacia otra dimensión”607. Por su parte, Álvarez Areces ha destacado con énfasis “la urgencia en actuar para evitar el deterioro y abandono con riesgo irreversible de lo que es un exponente fundamental en el patrimonio industrial latinoamericano. (…) La salvaguarda y preservación de la represa y del patrimonio industrial de la zona –amenazado por el abandono y el expolio– nos obliga también a una llamada de atención a las instituciones cívicas y administraciones públicas uruguayas. Nuestra colaboración y la de todas las asociaciones y entidades dedicadas a la defensa del patrimonio industrial (…) deben insistir, reclamar y procurar que políticos, investigadores y ciudadanos corralenses, riverenses, uruguayos y todas las personas interesadas en mantener viva la memoria y la historia industrial y social puedan y deban proyectar en Cuñapirú un equipamiento singular que dé un futuro a su enjundioso pasado para autoestima de las generaciones actuales y venideras. (…) En la actualidad (la usina) permanece a la espera que alguien la despierte, un nuevo Barrial Posada. La oportunidad y las expectativas bien merecen de un proyecto que ponga en valor tan valioso patrimonio industrial y natural. Las posibilidades turísticas y de reutilización son considerables para un eje de dinamización del área transfronteriza con Brasil”608. Domínguez (2004:115). De acuerdo con lo que ya he comentado –con apoyo en una afirmación del historiador Eduardo Palermo (cf. supra:85, nota al pie 131)–, la mansión en cuestión nunca fue propiedad del Marqués de Malherbe ni fue ocupada por él. 608 2003:7-9. Álvarez es presidente de la Asociación de Patrimonio Industrial de España. 607 444 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Las ruinas de Cuñapirú. 445 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Las ruinas de Cuñapirú. Arriba, fotografía aérea cedida por Eduardo Palermo. 446 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Las ruinas de Cuñapirú. Abajo, fotografía aérea cedida por Eduardo Palermo. 447 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Las ruinas de Cuñapirú. Fotografías aéreas cedidas por Eduardo Palermo. 448 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Uno de los accesos a la mansión de los directivos. Vista parcial de las ruinas de Cuñapirú desde el interior de la mansión de los directivos. 449 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Las ruinas de Cuñapirú: fotografía aérea cedida por Eduardo Palermo. 450 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Las antiguas minas de galería “Me parece que lo más característico de Minas de Corrales son las galerías”, me dijo Don Eduardo Andina. “Minas de Corrales está totalmente excavado por debajo; en aquella época de fines del siglo diecinueve se hacía la excavación siguiendo la veta; entonces hay muchísimas excavaciones debajo de Minas de Corrales. Eso creo que sería una de las cosas a mostrar. (...) Hay tres accesibles, que eso se hizo en la administración anterior, cuando Raúl (Armand’Ugón) estaba al frente de la Junta Local. Son tres, que se limpiaron todas, se les puso piso y portones cerrados con llave. Están en el dominio de la Junta Local, y ahora, en cuestión de días o de meses, se van a habilitar con cartelerías y con guías y demás, va a quedar habilitada para toda la población”. 451 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 452 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Las ruinas del antiguo polvorín El conjunto de las torres del antiguo sistema de aero-carril El puente sobre el arroyo San Pablo 453 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “La Clotilde” El antiguo núcleo urbano y el cementerio de Santa Ernestina 454 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … El Dr. Davison y el monumento que lo homenajea Óleo del artista corralense Wilson Fagúndez. La vivienda que el pueblo de Minas de Corrales le obsequió al Dr. Davison 455 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Tito Pereira, el último cateador, y su Museo del Oro ... Existen en Minas de Corrales muchos otros bienes culturales altamente apreciados por sus pobladores, pero que sin embargo prácticamente no participan en la construcción de su identidad cultural, o por lo menos no lo hacen en términos de distintividad o de aporte de un acento inconfundiblemente diacrítico en la región: la Escuela N° 4 (4° lugar entre los más mencionados en el censo patrimonial), el Hospital (6° lugar), el monumento al Dr. Ros (9°), la Plaza de Deportes (10°), la “playita” (11°), etcétera. Con esto quiero indicar que ninguno de esos bienes es de presencia exclusiva en Minas de Corrales ni posee un carácter genuinamente identificatorio para los corralenses; de hecho, en toda pequeña ciudad de nuestro país existe una escuela y en muchas de ellas un hospital o una plaza de deportes o un monumento a una figura local que gozan del aprecio mayoritario de sus pobladores y que, en algunos casos, legítimamente podrían fundar sentimientos de arraigo o de pertenencia. No obstante, precisamente por su (casi) nulo valor diacrítico, muy poco contribuyen en la formalización de una identidad cultural (tal como aquí la entiendo). 456 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … La Escuela N° 4 457 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … El Hospital El monumento al Dr. Ros 458 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … La Plaza de Deportes La “playita” ... 459 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 460 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Hasta aquí he considerado los bienes culturales de Minas de Corrales y sus zonas aledañas que con justicia podrían considerarse como componentes de su patrimonio cultural609, sin establecer diferencia alguna entre patrimonio cultural material y patrimonio cultural inmaterial. El cursus de la investigación que he desarrollado me permitió confirmar, por extensión y sin intención –es decir, sin que me lo hubiera propuesto–, uno de los planteos teóricos formulados por Vidart en uno de sus últimos libros610: la distinción entre patrimonio material (o tangible) e inmaterial (o intangible) es infundada y, en consecuencia, no es pertinente ni conveniente. Resulta indudable que lo que convierte a un bien material, a un artefacto –un espacio urbano, un edificio, un monumento–, en patrimonio material de un grupo social, es algo evidentemente inmaterial: todo bien patrimonial material contiene una dimensión inmaterial, constituida por la valoración cultural de la colectividad que le atribuye a aquel bien calidad de patrimonial. En efecto, la calidad de patrimonial de un bien, su estatuto o “naturaleza” (siempre artificial, a veces artificiosa) de patrimonio cultural colectivo, se determina en función de valores, aquellos que supuestamente contiene y expresa ese bien: “la necesidad de un depositario en quien descansar da al valor un carácter peculiar, le condena a una vida parasitaria, pero tal idiosincrasia no puede justificar la confusión del sostén con lo sostenido. Para evitar confusiones en el futuro conviene distinguir, desde ya, entre los Aún a riesgo de ser reiterativo, creo necesario aclarar el sentido con el que quiero que se entienda la expresión “con justicia”. Los bienes culturales mencionados y su consideración como componentes del patrimonio cultural de Minas de Corrales son, efectivamente, resultantes de mi investigación. La atribución de valor patrimonial a dichos bienes es subsidiaria de la definición que he propuesto en la página 431 (y luego aplicado al caso corralense en las páginas 449-450). Dicho esto, queda claro que esa no es mi atribución, ni son esos, necesariamente, los bienes que yo preferiría que poseyeran mayor valor patrimonial. A este respecto he seguido la recomendación de Max Weber (y de muchos otros después de él): en todo momento me obligué a evitar que mis preferencias e intereses incidieran en el resultado de mis investigaciones. Cuando ello no fue del todo posible, opté por asumir y explicitar aquellos sesgos, de modo que el lector pueda, si así lo prefiere, evaluar su eventual incidencia en los análisis producidos (tal la recomendación implícita que dejó formulada Raymond Firth en el cierre de su We, the Tikopia, ejemplo clásico de etnografía clásica). 610 Cf. Vidart (2004:139-148). 609 461 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … valores y los bienes. Los bienes equivalen a las cosas valiosas, esto es, a las cosas más el valor que se les ha incorporado”611. Vidart va aún más lejos, es decir, más hondo: “un patrimonio no se limita a los bienes constituidos por las cosas de carácter material. Incluye también a los valores, esas calificaciones culturales que otorgan sentido a los legados de carácter artístico, científico y moral”612. Así, la propia noción de patrimonio omite esa diferenciación (entre lo material y lo inmaterial) y no hay razón alguna para que ciertas personas (físicas y jurídicas) “expertas en patrimonio” la instalen. Más aún, la propia materialidad de lo material, tomada con prescindencia de los valores que parasitan en ella, cuestiona de plano esa diferenciación. El valor del Muro de los lamentos, por ejemplo, no radica en su emplazamiento arquitectónico ni en las piedras o en el aparejo que lo constituyen sino, evidentemente, en los ingredientes inmateriales que lo hacen portador de sentido, depositario de memorias colectivas, identidad social y sensibilidades configuradas históricamente. De un modo análogo, el valor de la torre de hierro que otrora formara parte del sistema de aero-carril por el que se transportaban piedras desde San Gregorio a Cuñapirú y que la Junta Local de Minas de Corrales ha reubicado en el centro de la ciudad, no es inherente a la torre en su materialidad, sino que radica en lo que esa torre representa para los corralenses como símbolo de un período, definitivamente enterrado en el pasado, de bonanza y esplendor. Lo mismo cabe decir con respecto al monumento a Davison, cuyo valor no está en el objeto en sí, en su materialidad escultórica (la cual, dicho sea de paso, no parece ser del agrado de la mayoría de los corralenses), sino en lo que el monumento representa y evoca: la figura de Davison, indiscutido prócer civil de Minas de Corrales, el muerto más vivo en la memoria de los lugareños. Ese mismo monumento, aquella misma torre, puestos en el centro de Nairobi o de Carmelo, no significarían nada, no tendrían valor alguno: serían bienes sin valor, o a lo sumo, si vale un juego pleonásmico-oximorónico, bienes materiales con algún valor material pero sin ningún valor axiológico o simbólico613. Frondizi, apud ídem:146. (Las palabras resaltadas están así en el original.) Vidart (2004:151). (Las palabras están resaltadas en el original.) 613 Lo mismo cabría considerar para el caso inverso. De ahí el valor (estético y simbólico, controversial y de denuncia, etcétera) adherido al urinario que hace casi un siglo Marcel 611 612 462 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … (Las consideraciones precedentes incitan a reivindicar la noción de monumento con el sentido que le ha atribuido Françoise Choay en una página a todas luces hermosa: “en francés, el sentido original del término (monumento) es aquel del latín monumentum, a su vez derivado de monere (avisar, recordar), aquello que interpela a la memoria. La naturaleza afectiva de su vocación es esencial: no se trata de constatar cosa alguna ni, tampoco, de entregar una información neutra sino de suscitar, con la emoción, una memoria viva. En este primer sentido, el término monumento denomina a todo artefacto edificado por una comunidad de individuos para acordarse de o para recordar a otras generaciones determinados eventos, sacrificios, ritos o creencias. La especificidad del monumento consiste entonces, precisamente, en su modo de acción sobre la memoria que utiliza y moviliza por medio de la afectividad, para que el recuerdo del pasado haga vibrar al diapasón del presente. Ese pasado invocado, convocado, en una suerte de hechizo, no es cualquiera: ha sido localizado y seleccionado por motivos vitales, en tanto que puede contribuir directamente a mantener y preservar la identidad de una comunidad étnica, religiosa, nacional, tribal o familiar. El monumento es, tanto para quienes lo edifican como para los que reciben sus mensajes, una defensa contra los traumatismos de la existencia, un dispositivo de seguridad. El monumento asegura, da confianza, tranquiliza al conjurar el ser del tiempo. Garante de los orígenes, el monumento calma la inquietud que genera la incertidumbre de los comienzos. Desafío a la entropía y a la acción disolvente que el tiempo ejerce sobre todas las cosas, naturales y artificiales, el monumento intenta apaciguar la angustia de la muerte y de la aniquilación. Esta manera de relacionarse con el tiempo vivido y con la memoria –o, en otros términos, su función antropológica– constituye precisamente la esencia del monumento. Todo lo demás, es contingente y, consecuentemente, diverso y variable”614.) ... Duchamp expusiera en un museo (el Grand Central de Nueva York), pieza que carecía de todo valor (estético y simbólico, etcétera) en la tienda donde Duchamp lo compró y que carecería de todo valor (estético y simbólico, etcétera) en el baño en el que cualquiera lo hubiese podido instalar. 614 Choay (2007:15). 463 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Aclarado esto, paso a considerar la percepción de los corralenses sobre aquellos bienes culturales de su espacio físico-social que los “expertos en patrimonio” calificarían como “patrimonio inmaterial”: “saberes” (creencias, leyendas, cuentos, tradiciones, culinaria, medicina popular, oficios), expresiones artísticas (en música, danza, murga, teatro, literatura, pintura, escultura, artesanía), costumbres, etcétera. Confieso que en los prolegómenos de mi investigación –esto es, cuando ella se parecía más a una exploración o prospección superficial que a una excavación en profundidad– tenía la presunción (que en aquel momento se me aparecía como certeza de base intuitiva) de la existencia de un “patrimonio cultural inmaterial” propia y distintivamente corralense. El trabajo de campo mostró otra cosa. Tal como quedó expuesto en el capítulo correspondiente, la proporción de corralenses encuestados que afirmó la existencia de bienes distintivos (exclusivos, identificatorios) de Minas de Corrales que podrían incluirse en ese tipo (supuesto) de patrimonio fue llamativamente baja: sólo la tercera parte en el caso de conocimientos o tradiciones (creencias, leyendas, cuentos, comidas, medicina popular, etcétera), poco más de la mitad en el caso de creaciones y obras artísticas y en el de expresiones culturales, oficios o costumbres. Asimismo, fueron muy pocos (en términos relativos) quienes lograron mencionar a tres “elementos” de cada una de esas categorías (que es lo que “pedía” el formulario censal). Como ilustración, consideremos algunos ejemplos de cada categoría. Fueron muy escasas las menciones de creaciones y obras artísticas que se puedan considerar como distintivamente corralenses. Algo menos de la tercera parte de los encuestados respondió que no existen expresiones artísticas ni culturales distintivamente corralenses. Si bien entre quienes afirmaron que tales expresiones existen la preferencia mayor estuvo referida a “la música” (y sobre todo a ciertos músicos615), ésta no parece diferir en nada –excepto por cierto color local de Los más mencionados fueron, en orden descendente, el dúo Edgar y Gabriel, Edgar Uriarte, Noel Castro, Elidio Losa, Virginia Conde, la orquesta pop Sabar 6, el grupo Almendra, el dúo Víctor y Daniel, la murga Los muchachos del centro. En conjunto, todas éstas representan apenas el 11% del total de menciones producidas. 615 464 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … algunas letras– de la correspondiente al “género predominante en otras localidades de la región.616 folclórico” Los oficios constituyen la única categoría donde existen algunas manifestaciones culturales que, por su carácter diacrítico, podrían llegar a considerarse como legítimos componentes del “patrimonio inmaterial” corralense. Este es el caso de los oficios propios de la explotación aurífera tradicional (“buscadores o cateadores de oro”, “trabajo en galerías”617), que de todos modos fueron mencionados en menor proporción que aquellos oficios y costumbres vinculados a la vida rural (los cuales, evidentemente, en nada difieren de los existentes en otras localidades de la región). Algo similar cabe decir con respecto a las menciones referidas a conocimientos o tradiciones (creencias, leyendas, cuentos, comidas, elementos de medicina popular, etcétera) que se podrían considerar como distintivamente corralenses: apenas las referidas a personajes locales (“Don Baudilio y señora”, inmortalizados en una canción de Edgar y Gabriel, “el negro Nicanor”, “Queirós y sus compadres”, “el Dr. Sottolani”, “el negro Beto”), que en total representan menos del 2% del total de menciones producidas, idéntico porcentaje que en el caso de las menciones referidas a leyendas y cuentos exclusivamente locales (leyendas asociadas al oro, al cementerio de Santa Ernestina y a la “historia fundacional”, “el arroyo de los muertos”)618. En un sentido similar, se puede advertir que ninguna de las tradiciones culinarias consideradas como distintivas de Minas de Corrales efectivamente lo son: asado, puchero, olla criolla, ensopado, guiso carretero, mazamorra, tortafritas, mate. En todo caso, algunos de estos elementos del “patrimonio inmaterial” expresan –y entonces forman parte de– lo que cabría considerar como cultura fronteriza uruguayobrasileña, una cultura de carácter y alcance inequívocamente regional. En cuanto a las artes plásticas, el artista local más mencionado fue Wilson Fagúndez, seguido de Alicia Montfalcon y Carmen Da Silva. 617 Aquí no le atribuyo demasiada relevancia a la respuesta “el trabajo en la mina” –que, en rigor, debe interpretarse como “el trabajo en la empresa minera”–, que fue la opción más mencionada en el censo patrimonial (10%), ya que incluye una gran variedad de oficios y tareas que, en todo caso, son más distintivas del giro industrial de la empresa que de Minas de Corrales como lugar (locus y socius). 618 Los “elementos” más mencionados no son en absoluto distintivos de Minas de Corrales: las criollas, la leyenda de la mujer de blanco, la bencedura de niños enfermos, el lobizón, etcétera. 616 465 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … En este sentido, el portuñol619 y la culinaria son dos de esos elementos que pueden resultar especialmente ilustrativos: no parecen existir diferencias significativas entre el portuñol y la culinaria corralenses y el portuñol y la culinaria de cualesquiera otros pueblos de esta región de frontera. “Yo creo que el portuñol de acá es parte de la identificación nuestra, de Minas de Corrales, creo que es parte de nuestra cultura”, me dijo Don Eduardo Andina. Pero enseguida, ante mi pregunta sobre su eventual carácter distintivo o diacrítico a escala local, aclaró: “nunca tuve la oportunidad de hacer la comparación. Pero supongo que más o menos debe ser la misma historia que en otras ciudades del departamento”. La lingüística nacional ha reafirmado esta percepción620. Por otra parte, “tanto en lo que respecta a la Cocina como a la Lengua de los habitantes de la Frontera, no nos caben dudas de que podemos hablar de factores identitarios, algunos de los cuales ya han sido objeto de investigaciones. No obstante, aquí debemos reconocer un campo sembrado de indefiniciones”621. Se trata, en efecto, de factores identitarios que, más allá de las indefiniciones aludidas, sólo son genuinos a escala regional: las prácticas lingüísticas (de habla) y culinarias (de cocina) corralenses son notoriamente distintas de las predominantes fuera de la región, pero prácticamente no difieren de las existentes en otros lugares de ella. Por ejemplo, en toda la región fronteriza se cocina y se come asado, puchero, olla criolla, ensopado, guiso carretero, mazamorra y tortafritas (tales las “comidas” más mencionadas en el censo patrimonial), así como feijoada, pirón y mexidos/farofas622. “Portuñol” es el término con el que los lugareños suelen designar a uno de los “idiomas” que se hablan en la región. Su definición como lengua o variante dialectal ha sido, lógicamente, asunto de lingüistas, quienes hasta hace algunos años preferían la designación DPU (dialectos portugueses del Uruguay); hoy parece irse afirmando una nueva etiqueta: portugués del Uruguay. Entre la profusa producción al respecto, véase Barrios et al. (1982), Behares (1997;2001). 620 Cf. Barrios et al. (1982), Behares (1997;2001). 621 Behares (2004:227). 622 Estos tres, junto a ensopado, guiso carretero y puchero, han sido destacados por un investigador como los “platos” más frecuentes en la región fronteriza (cf. Holzmann 2004:158). 619 466 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Así pues, y contrariamente a lo que había intuido antes de darle curso a la investigación de campo, la heteróclita inmigración europea extraibérica que nutrió culturalmente a Cuñapirú-Minas de Corrales desde el último tercio del siglo XIX no dejó ninguna impronta significativa en la cocina y la lengua locales como “factores identitarios”. 467 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 468 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … la producción del patrimonio cultural de Minas de Corrales: las máscaras sobre el rostro de la identidad colectiva “No se puede disociar aquí el acto de comprender el entorno de la voluntad de cambiarlo. (…) No es posible decir el sentido de una situación más que en función de una acción emprendida para transformarla. Una producción social es la condición de una producción cultural” de Certeau623 Así como no se puede disociar la “cosa” investigada del sujeto que la investiga (de su actividad subjetiva de objetivación y de todo lo que carga encima al hacerlo)624, tampoco se puede disociar –aunque aquí por razones y consideraciones bien diferentes– el acto de comprender el entorno de la voluntad de cambiarlo. Una vez hecho público, el acto de comprender el entorno que espolea la actividad del investigador contribuye, para bien o para mal, a la comprensión de ese entorno por parte de quienes lo habitan (o a la revisión –tanto si deriva en modificación como en reafirmación– de su comprensión preexistente). Más aún, la investigación que se piensa y ejecuta para dar cuenta de la identidad colectiva de un grupo social y de las condiciones, circunstancias y procesos de su construcción sienta las bases mínimas necesarias –epistemológicas, teóricas, políticas– para la identificación, evaluación y determinación del patrimonio cultural de ese grupo. Este patrimonio, una vez identificado, evaluado y determinado (con todas las legitimaciones sociales que tales operaciones requieren), pasará a participar en nuevos procesos de construcción (o reconstrucción o recreación) de la identidad colectiva del grupo en cuestión: una producción social es la condición de una producción cultural, la cual alienta nuevas instancias de producción social. 623 624 1999:169. (La frase una acción emprendida está resaltada en de Certeau). Cf. supra:308-310. 469 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Si todo esto es así, es así porque los patrimonios culturales no son datos cristalizados de la realidad social ni excrecencias o epifenómenos de esencias ocultas (que el investigador estaría llamado a des-cubrir) sino construcciones de esa realidad (en las que el investigador podría ser llamado –o llamarse– a participar) y, si se afina el análisis, instrumentos que intervienen en la construcción de esas construcciones625. las identidades y patrimonios culturales como construcciones Analizar el patrimonio o la identidad cultural de un grupo social como si se tratara de la búsqueda de una esencia entre los pliegues de lo perecedero o de lo contingente resulta un ejercicio vano, carente de toda plausibilidad. De ahí la pertinencia de la exhortación bourdieana: “liberar el discurso crítico de la tentación platónica del fetichismo de las esencias”626. Lo que corresponde al investigador social en la práctica de esa liberación es dar cuenta de los procesos de construcción identitaria (y de los de construcción patrimonial asociados), con lo cual también contribuye a la desfetichización del carácter esencialista que tradicionalmente se le ha atribuido a la identidad cultural y, por extensión, al patrimonio cultural. (También podría analizarse –aunque no lo haré aquí– la tentación del fetichismo de la memoria “oficial”, por lo general materializado en la erección de monumentos.627) En concordancia con esos supuestos, el “carácter construido, no esencial, de las identidades (…) se ha vuelto un lugar común del El tenor de este planteo es deudor de la tesis constructivista crítica que atraviesa buena parte de la obra de Bourdieu. (Véase, por ejemplo, 1997 y 2000.) 626 Bourdieu (1997:72). 627 Esa fetichización por lo general responde a propósitos conservadores y a menudo reaccionarios: “la memoria es en muchos casos objeto de una monumentalización que al fetichizarla la desaloja de contenido político reivindicativo, cuestionador, contracultural, asimilándola al statu quo, y a una noción en muchos aspectos perimida de totalidad o identidad nacional, que sirve a objetivos de regulación conservadora e inmovilista del pasado histórico” (Moraña 2002:193). Marc Augé (1998:102) ha sido más radical: “la memoria oficial necesita monumentos: estetizar la muerte y el horror”. 625 470 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … pensamiento contemporáneo (así como) afirmar que lo propio y lo ajeno son construcciones ficcionales”628. Este carácter nos induce a concebir a la identidad cultural –rostro colectivo, horadado y honrado por el lustre del tiempo– como una de las matrices (real, aunque ficcional y subyacente, instituida a la vez que instituyente) del mundo fenoménico de la socialidad. Concebir a la identidad cultural de un grupo social como rostro colectivo creado y recreado por las principales operaciones que atraviesan la producción social del tiempo –memoria y olvido– impugna la pertinencia de los planteos que la consideran como un repertorio de máscaras intercambiables según la ocasión629. Si bien la construcción diacrónica de la identidad-rostro altera muchos de sus rasgos y facciones, no mina su mismidad, como tampoco lo hace su eventual variación sincrónica. Aunque cambia, en lo sustantivo el rostro es siempre reconocible como tal (y es su propio cambio el que, seguramente, garantiza su perdurabilidad): pueden variar sus expresiones y performances, sin por ello dejar de ser el mismo. (Si no fuera así, habría que inventar otro término o hablar de otra cosa, pero no de identidad.) Es difícil –quizás imposible– saber qué hay detrás del rostro, elucidar lo que oculta –si es que efectivamente oculta algo–; pero no lo es, o no lo es tanto, identificar las máscaras que lo ocultan, simplemente porque éstas constituyen la realidad observable de la que se nutre toda tarea de descripción-interpretación630. Bourdieu (1997:72). Baste citar como ejemplo la afirmación de James Clifford: “la identidad es coyuntural, no esencial” (apud García Canclini 2008:26). 629 Uno de esos planteos es el de Eric Hobsbawm: “la mayor parte de las identidades colectivas se parecen más a una camisa que a la piel, es decir, que son, por lo menos en teoría, optativas, no ineludibles. A pesar de la moda actual de manipular nuestro propio cuerpo, sigue siendo más fácil cambiar de camisa que de brazo” (2000:117). 630 Estoy tentado a decir, siguiendo una concepción kantiana, que esas máscaras son phaenomĕna, “lo que aparece, lo que deslumbra con su viva luz y no deja ver el noumenos, la cosa en sí” (Vidart: Prólogo a Acevedo 2007:IX). La presunta existencia del noumenos no será discutida aquí; baste con dejar sentada mi mayor afinidad con la filosofía de la sospecha de Nietzsche y su precursora hermenéutica de la opacidad: “la palabra «fenómeno» encierra muchas seducciones, por lo que, en lo posible, procuro evitarla, puesto que no es cierto que la esencia de las cosas se manifieste en el mundo empírico” (2004:30), quizás, simplemente, porque no exista algo así como “la esencia de las cosas”. En este sentido, lo que intento postular aquí –repitiendo lo que ya he hecho unas cuantas páginas atrás– es que “el mundo empírico”, el mundo de “lo que aparece”, 628 471 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … La relación entre identidad y socialidad, rostro y máscaras, es, en cualquier caso, problemática. No es una relación lineal, y el ocultamiento del rostro de las “cosas” (los constructos ficcionales de lo propio y de lo ajeno) no sólo opera por mera opacidad. Además, el repertorio de máscaras, variado y voluble, suele estar investido de una estimable potencia expresiva y performativa, lo cual actúa acentuando el ocultamiento631. Parece ser esto lo que subyace al ya citado comentario de Barel: “lo invisible social es tan real como lo visible, pero su realidad no puede ser aprehendida del mismo modo”. Siendo así, sólo cabe evitar la ilusión de total transparencia de lo aparente –las máscaras– tanto como la ilusión de total inteligibilidad de lo oculto –el rostro–. Cumplida esa evitación, quedaremos en condiciones de acercarnos a la captura del rostro y, sobre todo, a las modalidades, estrategias y dispositivos de su ocultamiento632. La identidad-rostro cultural corralense, construcción ficcional –y como tal, legítima– postulada por muchos corralenses, se materializa y expresa en (y entre) los discursos, en ciertas formas consolidadas de socialidad y en unos cuantos bienes-máscaras culturales que, al mismo tiempo, la ocultan: las ruinas de Cuñapirú, las minas, las galerías, el polvorín, las torres del aero-carril, “La Clotilde”, Santa Ernestina, Francisco Davison, Don Tito Pereira, el Museo del Oro. (El conjunto de esos bienes, como ya he analizado, es una suerte de cristalización o de condensación de una historia y una memoria mineras, aunque no de una identidad o una cultura propiamente mineras633.) no oculta ninguna supuesta “esencia de las cosas”; simplemente oculta, en virtud de su opacidad constitutiva, aquello que el conocimiento y el pensamiento –filosofía, ciencia, arte– pretenden hacer visible: por ejemplo, la identidad cultural, las identidades culturales. 631 Aquí aplico la noción de performatividad en un sentido similar al propuesto hace casi medio siglo por Austin (cf. 1982) para ciertos actos de habla: la capacidad que tienen algunos enunciados en cuanto a configurar las acciones de otros, es decir, de realizar un hecho por el mero hecho de expresarlo. 632 Para un esbozo de discusión de esta problemática, cf. supra:372-375. 633 Cf. supra:437-440. 472 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … las identidades y patrimonios culturales como instrumentos (para la construcción identitaria y patrimonial) Cuando un investigador social, sin que nadie lo convoque, pone su interés profesional y su oficio en el estudio de una sociedad que (cultural y cronotópicamente) le resulta más o menos próxima –y más aún cuando su aproximación genera afectos y efectos– no puede evitar cuestionarse (o hasta martirizarse) sobre la legitimidad social y política, cuando no científica, de su misión y, sobre todo, de su intromisión: su interacción con los sujetos, sus actividades y actuaciones, los resultados y efectos derivados. Cuando un investigador social pone su interés profesional y su oficio en el estudio de los procesos de construcción patrimonial (y de los de construcción identitaria asociados) y se cuestiona sobre los efectos que es dable esperar una vez que se publiquen los resultados derivados de su intromisión, la legitimidad social y política (cuando no científica) de aquellos quedan puestos en cuestión, ya que los bienes patrimoniales identificados y valorados como tales se convierten, quiérase o no, en instrumentos de la propia construcción identitaria y patrimonial. Los bienes que conforman el patrimonio cultural de un grupo social, repito, no son datos de la realidad de ese grupo que la pericia del investigador saca a la luz sino construcciones de esa realidad que el investigador recrea a través de su praxis de descripción-interpretacióninscripción. Esta praxis, inevitablemente, pasa a operar como instrumento –investido de cientificidad, de ahí su eficacia política– que interviene en una nueva construcción de aquellas construcciones o, para usar un neologismo poco elegante, en una patrimonización legitimada socialmente634. Dicho de otro modo, mucho más directo: el investigador toma algunos bienes culturales y los inviste de valor patrimonial, esto es, produce patrimonio cultural (y, entonces, contribuye en la producción de identidades colectivas). No es el único que lo hace; también son productores de patrimonio cultural los gobiernos –locales o nacionales, por vía directa o La legitimación social de este proceso de patrimonización suele sustentarse, más que en la pertinencia, rigor y adecuación del aparato epistemológico-teórico-metodológicotecnológico puesto en juego por el investigador científico, en el prestigio social de la ciencia y de lo científico. 634 473 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … delegada–, algunas instituciones, organizaciones o corporaciones (por ejemplo, las vinculadas al sector turístico), algunos agentes políticos e incluso, aunque menos a menudo, ciudadanos o agrupaciones de ciudadanos, en cada caso con criterios y cuantías de legitimación (y de honestidad) diferentes. Es lógico que así sea, y muy especialmente en el caso de Minas de Corrales, ahora que el retiro de la empresa minera parece ser inminente, situación que ha colocado a sus pobladores ante “el horror de un futuro sin porvenir”635. Los corralenses miran con preocupación esta circunstancia, concientes de la incertidumbre (o de la infausta certidumbre) que pesará sobre los tiempos que se avecinan. Es mucho lo que está en juego, porque es mucho lo que se irá cuando la empresa se vaya. Por eso hoy su apuesta fuerte es a la promoción del turismo, sustentada en la riqueza paisajística e histórico-cultural de la zona, la cual requiere, para evidenciarse como tal, de la producción de patrimonio cultural. En mi opinión, esta producción y aquella promoción deberán prepararse a cabalidad para evitar la encarnación de la sentencia de Biasini: “una región que se entrega al turismo pierde su fisonomía, y en muchos casos, hasta su alma”636. La pérdida de fisonomía, riesgo siempre presente, es un síncope del rostro (de la identidad cultural), un vaciado de sustancia –una escenificación de escaparate, una momificación estetizante– por obra de la folclorización pintoresquista que suele propiciar, a veces con buenas intenciones, la promoción turística. Aunque Minas de Corrales no es Bretaña, si no se actúa con convicción política el riesgo puede ser análogo:, “los grupos nobretones no reconocerán a Bretaña otra cosa que un folklore. (…) Existen en Bretaña las reliquias de una tradición propia que son el índice de una autonomía todavía reconocible gracias a ellas, pero estos restos no son en absoluto la realidad de la cuestión. Si esto es lo que se encuentra en el síntoma, se terminará ante todo en una folklorización de Bretaña, o al menos del elemento bretón. Otro fenómeno se producirá, quizá más peligroso todavía: para «convertirse» en bretones, los bretones no encontrarán otro medio que «volver» hacia atrás, que regresar hacia su pasado. El bretón no será más que una pieza de museo para ellos mismos si no resulta otra 635 636 Augé (1998:103). Biasini (1998:136). 474 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … cosa que un signo político, social, etc., de su autonomía, algo que ha estado en el pasado y que se halla en trance de desaparecer. Al contrario, en la medida en que el bretón reconozca en estos indicios culturales un problema que lo convoca a tomar una posición nueva en relación con el conjunto de la sociedad francesa, en la medida en que la reivindicación cultural pueda así tomar la forma de un combate político contra la centralización social y cultural, a partir de este momento la cuestión bretona no puede reducirse a su pasado, ni a un objeto folklórico nacional”637. Planteado así, las interrogantes que habían quedado formuladas en la segunda parte de este libro sufren cierta dilución en su contorno retórico y ganan consistencia en su meollo político: ¿qué réditos o intereses –ya sean bienintencionados y legítimos o malintencionados y espurios– pueden estar en juego detrás de la declaración de un bien intangible de valor patrimonial? ¿Qué efectos e implicancias puede tener eso? ¿Es legítimo plantear(nos) que quizás pueda existir cierto sentido comercial operando en tales prácticas de producción de identidades colectivas (bajo la forma de producción de bienes culturales de valor patrimonial)? Es legítimo plantear(nos) que quizás pueda resultar funcional para ciertos sectores sociales producir espacios simbólicos caracterizados como patrimoniales?638. Existen numerosos y variados ejemplos de operaciones de producción de espacios simbólicos, antesala de la declaración oficial de bienes urbanos de valor patrimonial, llevadas a cabo por gobiernos nacionales o locales. Algunas de ellas, sobre todo las realizadas en la Europa occidental, han sido abundantemente estudiadas639. En nuestro país no faltan ejemplos: entre otros, Colonia del Sacramento, el barrio Reus al Norte en Montevideo, las diversas intervenciones urbanas producidas hasta el día de hoy en la Ciudad Vieja de Montevideo, casi sin solución de continuidad desde la actuación pionera del Grupo de Estudios de Certeau (1999:122). Cf. supra:359-360. 639 Uno de los casos más conocidos es el de Montpellier, en Francia, donde se creó un nuevo centro “antiguo” como forma de reforzar una identidad cultural de base histórica (renacentista). Es especialmente recomendable la lectura del agudo análisis efectuado por un equipo liderado por Althabe (cf. 1984) sobre las operaciones de producción (o invención) patrimonial efectuadas a fines de los años setenta en Bologne y Amiens, también en Francia. 637 638 475 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Urbanos liderado por el arquitecto Mariano Arana640. En todos ellos, aunque de diverso modo, las renovaciones urbanas propiciadas (aún en los casos de renovaciones por la vía de un añejamiento artificial y artificioso), además de producir patrimonio cultural, dinamizaron la economía urbana implicada: mejoramiento de servicios y equipamientos urbanos, aumento del precio de los inmuebles, crecimiento del flujo turístico y de la actividad comercial, etcétera641. En algunos casos, esa producción se apuntaló en estrategias de “marketing de la memoria” o en tácticas de “comercialización masiva de la nostalgia” y de reciclado de pasados descartables642… como es de público desconocimiento. Como es de público desconocimiento somos conservadores pero conservadores cuando priorizamos la oxidación del dinero cuando ensalzamos la angustia del patrimonio cuando nos incomunicamos desde las tradiciones cuando nos hiere el látigo de lo que renace cuando nos da vergüenza llorar o cuando lloramos de vergüenza.643 Con todo esto quiero resaltar que la producción de patrimonio cultural no es una operación inocua y, mucho menos, inocente. El investigador que interviene en estas cuestiones no puede desconocer el carácter y magnitud de aquella operación ni, mucho menos, obviar los previsibles efectos que su propia producción produce. El Grupo de Estudios Urbanos aglutinó a arquitectos y estudiantes de arquitectura preocupados por la gestión democrática de la promoción del patrimonio arquitectónico y urbanístico de la ciudad de Montevideo (en contraposición a las modalidades autoritarias predominantes en ese período dictatorial). En el año 1980 dio a conocer el audiovisual Una ciudad sin memoria, que luego se publicó, con el mismo título, como libro. Para un análisis social de los efectos individual y socialmente nefastos provocados por algunas intervenciones urbanas autoritarias en sectores poblacionales fragilizados de la ciudad de Montevideo, véase también Acevedo (1996 y 2007). 641 Lo mismo cabe decir con relación a cualquier otro tipos de producción de patrimonio: arquitectónico, industrial, ambiental, etcétera. 642 Huyssen (2002:225;221). 643 Primeros versos de “Conservadores”, en Benedetti (2000:39). 640 476 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Al centro: Don José Joaquín Oruezábal Michelena (nacido en Irun) y su hijo José Oruezábal Yustede (nacido en Santa Ernestina), en Irun, País Vasco, circa 1900. Don Eduardo Andina, Don José Alfredo Oruezábal Minarrieta, Don Wilson Fagúndez, Don Elidio Loza y Don Tito Pereira, en Minas de Corrales, Uruguay, el 31 de julio de 2009. 477 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 478 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … addenda: notas críticas sobre las técnicas de investigación aplicadas En la segunda parte de este libro hice referencia a los principales lineamientos desplegados en la dimensión metodológica-teórica (o contexto de fundamentación) de la investigación realizada. Tales lineamientos encuentran un desarrollo complementario en las páginas que siguen, en las que describo brevemente, desde una perspectiva de segundo orden, las principales condiciones (teóricas, metodológicas)644 y circunstancias (tecnológicas, pragmáticas) del tránsito entre los tres principales espacios artificiales de discurso instaurados645. En esta descripción no seguiré el fluctuante orden cronológico de su aplicación en el campo, sino el orden lógico (ascendente) en función de su potencia en términos de hermeneusis (interpretación) y poiesis (creación, construcción). No abordaré las condiciones propiamente epistemológicas ni discutiré, por razones obvias, la posibilidad –ni las condiciones de posibilidad– de dar cuenta de la relación de alteridad sobre la que se funda toda investigación social de ascendencia fenomenológica. Pero, en cualquier caso, no hay que llevar demasiado lejos la confianza en que los discursos producidos reflejen fielmente el pensamiento “real” de quienes los enuncian, por lo menos si le creemos al psicoanálisis –desde Freud hasta Lacan–, ni en que podamos acceder “realmente” a ese pensamiento, por lo menos si nos plegamos al escepticismo epistemológico de Sartre. 645 No me ocuparé explícitamente de los espacios de la observación y de la escritura, ya que, en virtud de su trayectoria transversal y del carácter ilusorio y virtual que respectivamente los distingue como lugares de interlocución, están implícitamente inscriptos en los otros tres espacios. 644 479 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 480 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … ENCUESTA Al promediar el trabajo de campo se aplicó un censo (una de las modalidades de la técnica de encuesta), espacio artificial de discurso, (no-)lugar de interlocución vicaria. La expresión interlocución vicaria subraya la distinción, por oposición, con respecto a la interlocución directa o genuina: el encuestador presenta preguntas (estímulos) y el encuestado ofrece respuestas (reacciones), pero ese intercambio no constituye una interlocución genuina sino más bien su sustitución o, incluso, su simulación. “Al mulo que da vueltas a la noria se le ponen orejeras”, ha escrito Jesús Ibáñez, “para que no vea el verde en los márgenes del camino, para que no vea que su camino se enrosca en un círculo vicioso: así no ve más allá de sus narices y no ve el dispositivo que le impide ver”646. Es precisamente en virtud del carácter vicario de la interlocución que el espacio de encuesta posee que corresponde calificarlo como (no-)lugar, esto es, como un espacio no practicado647. Espacio no practicado, o bien practicado desde la lógica de la imposición y la sujeción; a diferencia de lo que ocurre en un ámbito conversacional (al que se acerca asintóticamente la situación de entrevista y, más aún, la de grupo de discusión) en la encuesta “las informaciones se producen mediante juegos de lenguaje de tipo “pregunta/respuesta (…): un juego de información cerrado, pues las respuestas están contenidas en la pregunta. Juego de control, pues el poder está del lado del que pregunta: el entrevistador –o los poderes a los que sirve– puede preguntar, pero el entrevistado debe responder. (…) Es un juego monológico, dominado por la lógica del que pregunta”648; de hecho, el encuestado no puede hacerle preguntas al encuestador. Ibáñez (1985:34). Una aclaración, aunque sea para apartarme del rebaño que bala que Augé es el inventor del “no lugar” –de la expresión, e incluso del concepto–: aquí no uso esa expresión según el sentido que aquél le adjudicó en la obra citada, sino más bien en el que unos años antes le atribuyó de Certeau en el último tramo de su obra también citada aquí. 648 Ibáñez (1994:83). Agrega Jesús Ibáñez, por si acaso: “«Las preguntas las hago yo», dice el policía. Y el papá dice al nene: «Tú, cállate, y habla cuando te pregunten los mayores»”. 646 647 481 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Es por eso que antes señalé la simulación inherente a la situación de encuesta: la pregunta impuesta, dirigida, acotada, sólo puede dar lugar a una respuesta simulada (y predecible). Dicho de otro modo: “la pregunta contiene la respuesta. Y eso en dos sentidos: determina el ámbito de las respuestas permitidas (hay respuestas proscritas) (...) y empuja en la dirección de una respuesta (hay respuestas prescritas)”649. En este ámbito, una pregunta suele expresar una opinión mejor que una respuesta: el cuestionario refleja más y mejor la opinión del que lo diseñó que la de los que contestan a él650. En concordancia con la lógica de la simulación, la imposición y la sujeción en la que opera, la encuesta tiene a la estadística como principal escudero651. —... la estadística, pibe... ¡Qué ciencia! —dijo entusiasmado el cronista—. Primero te averiguan cuántos perros murieron aplastados en cinco años y cuántos ríos se desbordaron en el Sudán. —En el Sudán no hay ríos —dijo Juan. —Quise decir en el Transvaal. Después cotejan los resultados, y de ahí sale una ley sobre la natalidad entre los matrimonios de cantantes italianos. —La estadística, atención, es la democracia en su estado científico, la determinación de las esencias por los individuos652. Ídem:130. La ejemplificación que ofrece Ibáñez es de una retórica contundente: “si encargamos a varios sociólogos de la opinión una pregunta-clave para “medir” la opinión sobre el Presidente del Gobierno, podremos recoger propuestas como éstas: «¿Cree usted que es una persona con autoridad?», «¿Cree usted que defiende los intereses de personas como usted?», «¿Cree que es competente?», «¿Cree que es honrado?», etc. Claramente se ve que la ideología de estos sociólogos es, respectivamente, conservadora, marxista, tecnocrática, socialdemócrata, etc.” (ibíd.:132). 651 “La estadística (...) es la ciencia del Estado. Mediante la estadística, el Estado se reserva el azar y atribuye la norma (...). La estadística permite dominar a las clases dominadas sin que éstas sean conscientes de la dominación” (ibíd.:26). Fue por esto que la investigación eludió tanto la reserva del azar como la auto-atribución de la norma, de ahí que no se efectuó un muestreo estadístico sino un relevamiento censal. 652 Diálogo entre “el cronista” y Juan, personajes de una novela temprana de Cortázar (1994:85). 649 650 482 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … La estadística, cuando se aplica a lo social, al concebir a la sociedad como un conjunto de individuos libres e iguales (e igualmente libres), simula que el espacio (social) es isótropo. Es por ello que “la encuesta estadística no encuentra sino lo homogéneo. Reproduce el sistema al cual pertenece”653. De ahí que su utilización suele provocar un efecto ilusorio: los individuos terminan creyendo que la sociedad es como dicen que es. Y a menudo, al entregarse a procesos de manipulación de la incidencia de los fenómenos, este efecto ilusorio multiplica su efecto al convertirse en una suerte de profecía de auto-cumplimiento654: la sociedad termina siendo como se dice que es. En definitiva, “la encuesta estadística es un dispositivo de control, semánticamente pobre pero pragmáticamente rico. Aunque no se justifique teóricamente, se justifica prácticamente. (…) La neguentropía que ganan compensa a los que mandan de la información que pierden. Contribuye a transformar la sociedad en una máquina artificial. El fundamento de la encuesta no es teórico, sino ideológico”655; pero no es ideológico en sentido genérico, sino en el de lo que otrora se llamaba ideología burguesa. Ésta concibe a la sociedad como un conjunto de individuos libres, idénticos e intercambiables entre sí, lo cual constituye un modo de homogeneizar y uniformizar, de pulir aristas y singularidades, y así poder sustituir a unos (los que “se portan mal”) por otros (los que “se portan bien”). Una máquina artificial: ya no un dispositivo de recolección de datos ni de opiniones, sino una máquina de producción de opiniones; en efecto, “cualquiera que haya sido entrevistado con cuestionario estructurado en una encuesta de opinión habrá experimentado la violencia de la situación. La estructura del cuestionario no genera un espacio sobre el que puedan desplegarse las propias opiniones”656. El cuestionario de una encuesta, más que apuntar a extraer información (a informarse De Certeau (2000:XLIX). Me refiero a la self-fullfilling prophecy expuesta por Robert Merton en 1948 y luego aplicada por Gordon Allport al análisis de los conflictos bélicos de la segunda guerra mundial. Cuando alguien profetiza un acontecimiento, decía Merton, su expectativa al respecto –o los efectos de la difusión de la profecía, como suele ocurrir en las encuestas de opinión, sobre todo las pre-electorales– suele operar aumentando la probabilidad de que tal profecía se cumpla. 655 Ibáñez (1994:111-112). 656 Ídem:128-129. 653 654 483 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … de), apunta a inyectar neguentropía (dar forma a)657; en definitiva, los datos que registra la encuesta son los que ella misma produce. Y éstos son los impuestos por las preguntas escritas en el formulario de encuesta, aquellas que el investigador consideró a priori –sobre la base, en el mejor de los casos, de sus fundamentos teóricos y sus concepciones ideológicas– como las más relevantes. Nada de lo dicho inhabilita ni invalida la aplicación de la técnica de encuesta en un trabajo de investigación como el que aquí he presentado. Por el contrario, a pesar de sus notorias discapacidades (sobre todo técnicas, políticas e ideológicas), resulta pertinente y útil (sobre todo en términos pragmáticos y también técnicos), siempre que se someta su aplicación (así como la del resto de las técnicas aplicadas) a una crítica tenaz (teórica, metodológica) y a una paciente vigilancia epistemológica. Sólo así se podrá avanzar hacia la evaluación de los “datos” producidos –de su validez, pertinencia, significatividad– mediados por la evaluación de las condiciones de su producción –su validez, pertinencia, significatividad–, y entonces neutralizar su efecto (y defecto) de sesgo658. ... Pues bien, para cumplir con el propósito de determinar el valor patrimonial de los bienes culturales de Minas de Corrales y su región circundante, entendí que si bien la consulta a informantes calificados (mediante la aplicación de la técnica de entrevista en profundidad) era fundamental, también resultaba parcial, incompleta, insuficiente; en consecuencia, en el proceso de esa determinación debía contemplarse, en algún grado y tomando los debidos recaudos, la opinión de todos los corralenses (o por lo menos de aquellos que tuvieran alguna opinión formada al respecto659), entre otras cosas porque serán los corralenses en su conjunto (los de hoy y los de mañana) los eventuales Cf. ibíd.:128. “Un modelo no se juzga por sus pruebas, sino por los efectos que produce en la interpretación” (de Certeau, 2000:150). Lo mismo vale, creemos, para el caso de las técnicas de investigación. 659 La definición del universo censal –toda la población mayor de catorce años residente en Minas de Corrales– respondió, justamente, a la presunción de que este contingente poblacional tiene, en su mayoría, una opinión más o menos formada con respecto a la temática indagada. 657 658 484 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … beneficiarios de los efectos de aquella determinación. Ciertamente, la modalidad de consulta pudo haber sido otra (por ejemplo, la entrevista a una cantidad mucho mayor de corralenses o bien la encuesta muestral, aleatoria o estratificada). Pero la técnica de censo presenta notorias ventajas comparativas (sobre todo, repito, de índole pragmática) en el paisaje de la investigación, a pesar, incluso, de las críticas expuestas en las páginas precedentes. Quiero decir con esto que dichas críticas no invalidan la aplicación de esta técnica en el contexto de la investigación, sino que obligan a poner entre paréntesis o relativizar sus resultados a partir de su sujeción a una sólida y cuidadosa vigilancia epistemológica. En cualquier caso, el diseño y aplicación de un censo patrimonial en Minas de Corrales –esto es, un censo orientado a conocer la opinión de los corralenses sobre el valor patrimonial que ellos le adjudican a los bienes de su entorno– constituye una experiencia de investigación social aplicada que, hasta donde sé, es absolutamente inédita en nuestro país (y, probablemente, en nuestro continente). A grandes rasgos, lo que me propuse mediante la aplicación de la técnica de censo (o, si se prefiere, de encuesta censal) fue obtener una idea más o menos aproximada y más o menos fiable de aquellos bienes culturales característicos, distintivos o identificatorios de Corrales que, de acuerdo con la opinión de la mayoría de sus pobladores, tienen algún valor patrimonial, especialmente (aunque no exclusivamente) en el caso de bienes inmateriales: personas, personajes, fiestas, rituales, creencias, leyendas, cuentos, costumbres, oficios, prácticas y preferencias culinarias, prácticas de medicina popular, expresiones artísticas (musicales, teatrales, plásticas, pictóricas, etcétera), … Asimismo, he buscado elucidar si esas opiniones varían –y en qué medida y modo lo hacen, si es que lo hacen– en función de algunas características “de base” de los corralenses censados (o “variables independientes”, si lo expresamos en la jerga de la sociología cuantitativista o de los forofos del cuantitativismo, según la expresión de Sorokin): sexo, edad, lugar de nacimiento, lugar de residencia, ocupación, empleo, nivel de instrucción, tiempo de residencia en Minas de Corrales. El formulario del censo patrimonial recoge esas consideraciones: 485 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Formulario aplicado en el censo patrimonial realizado el 13 de setiembre de 2008. 486 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … ENTREVISTA En el transcurso del trabajo de campo, el primer lugar recorrido fue el de la entrevista, espacio artificial de discurso, lugar de interlocución genuina. La técnica de entrevista tiene una larga y rica tradición en investigación social, especialmente en la de corte etnográfico, en virtud de lo cual no es necesario fundamentar in extenso su inclusión como técnica protagónica en esta investigación660. Como ya indiqué, la técnica de entrevista en profundidad fue aplicada a informantes calificados según una pauta abierta; esta opción respondió a la conveniencia técnica de dotar de la máxima flexibilidad a la entrevista y a su intercambio discursivo. El rol protagónico que asumió esta técnica en el despliegue investigativo está asociado a la asunción del protagonismo central que deben desempeñar los actores locales en la determinación del valor patrimonial de los bienes culturales de su mundo de vida. Si bien es necesario considerar en esta determinación a “expertos” que, no siendo habitantes corralenses, sean conocedores del pasado y presente de Minas de Corrales, “para que la amplitud de perspectivas consideradas sea mínimamente suficiente se requiere involucrar también a exponentes calificados de los puntos de vista de los principales actores colectivos que intervienen en el proceso en cuestión. Sus intereses y estrategias, sus visiones de sí mismos y sobre todo de los otros, sus concepciones de lo deseable y de lo posible, son ingredientes imprescindibles”661. En consecuencia, un aspecto medular de la aplicación de la técnica de entrevista –en tanto pasaporte para garantizar la adecuación, pertinencia, relevancia y significatividad de los testimonios producidos con relación al paisaje de la investigación– radica en el establecimiento de criterios de selección de los informantes calificados662. En este Poco importa, en este contexto, que la entrevista se haya originado en la confesión (en la Iglesia Católica), desde donde se trasladó al ámbito de la terapia psicoanalítica. Su extrapolación a las ciencias sociales, a mediados del siglo XX, parece haber sido mérito de Merton primero (su “focussed interview”) y de Adorno después (su “clinical interview”). (Cf. Ibáñez 2003:122-123). 661 Arocena-Sutz (2008:5). 662 Hasta ahora he empleado repetidamente la palabra “informantes” sin explicitar su sentido. Aquí designo como informantes a aquellas personas que, como respuesta a las 660 487 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … sentido, surgió con claridad que lo más conveniente era consultar a tres tipos de interlocutores: especialistas (o expertos), opinantes calificados (o generalistas) y los actores mismos, con vistas a “la construcción sistemática de diálogos plurales, empíricamente sustentados y racionalmente estructurados”663. En el transcurso del trabajo de campo apliqué la técnica de entrevista a esos tres tipos, aún cuando no le otorgué tanta relevancia a la distinción entre unos y otros664: por lo pronto, algunos de los informantes u opinantes calificados entrevistados también son actores mismos tanto como, en algún sentido, expertos. A este respecto, los casos donde resulta más notoria la dificultad de establecer esa distinción son los de la historiadora local (y entonces experta) Selva Chirico, que nació y creció en Corrales, ciudad con la que nunca dejó de estar en contacto (en virtud de lo cual también es opinante calificada), el historiador riverense (y entonces experto) Eduardo Palermo, que vivió durante algún tiempo en Minas de Corrales (en virtud de lo cual también es opinante calificado), Raúl Armand’Ugón, actual Coordinador de las Juntas Locales de la Intendencia Departamental de Rivera (y entonces experto), que vivió durante mucho tiempo en Corrales, donde incluso fue secretario de la Junta Local (en virtud de lo cual también es opinante calificado), Don Ariel Pereira, ex-Intendente interino de Rivera (y entonces, de algún modo, experto), que también vivió su adolescencia y juventud en Minas de Corrales (en virtud de lo cual también es opinante calificado). En fin, la “construcción sistemática de diálogos plurales” reivindicada por Arocena y Sutz fue la estrategia cardinal del trabajo de campo, para cuyo sustento empírico recurrí a las técnicas de entrevista y grupo de discusión. Ambas suministraron una vasta pluralidad de diálogos pertinentes, mientras que el carácter sistemático de su construcción y la racionalidad de su estructuración fueron perseguidos mediante la apelación a la pauta abierta (aplicada tanto en las entrevistas como en demandas del investigador, le ofrecen información sobre asuntos del interés de aquél, y que al hacerlo dan forma inteligible a sus experiencias, percepciones u opiniones. 663 Arocena-Sutz (2008:19) 664 De hecho, como ya he señalado, quienes respondieron a las preguntas del censo patrimonial fueron todos los residentes en Minas de Corrales mayores de catorce años, entre los que se cuentan expertos, opinantes calificados y los actores mismos, aunque, lógicamente, estos últimos fueron la proporción mayoritaria. 488 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … los grupos de discusión) y a las condiciones de rapport en las que se fundó e inscribió su aplicación. Asimismo, tanto el carácter sistemático de la construcción dialógica como su estructuración racional quedan recogidos y revis(it)ados en el presente texto. En fin, todo esto es otra forma de decir lo que ya fue dicho por Jesús Ibáñez: “la investigación es una conversación entre todos los observadores posibles”665, pero siempre que se los considere y asuma como observadores situados. Es decir, el principal valor del testimonio producido por cada informante calificado en situación de entrevista radica en su conocimiento calificado del contexto históricocultural en el que está situado, calificación que, en términos de relevancia y pertinencia, lo valida como interlocutor significativo. Asimismo, cada informante calificado entrevistado también aportó su opinión personal sobre asuntos más o menos ajenos a su situación específica, lo cual también ha contribuido en un triple sentido: como táctica de triangulación (de “data” o “capta”), como instancia de validación continua de las informaciones y opiniones producidas en situación de entrevista y como insumo para resituar las instancias subsiguientes de producción discursiva. Por último, también fueron seleccionados informantes que resultaban capaces de presentar una mirada panorámica o estratégica extra-local (tales los casos de Selva Chirico, Eduardo Palermo, Raúl Armand’Ugón y Ariel Pereira, expertos y opinantes calificados a la vez). En el proceso de determinación de los criterios de selección de las personas que habrían de ser entrevistadas (y también en la de la aquellas que más adelante habrían de conformar los grupos de discusión) se privilegió a aquellas cuyo capital informativo pudiera considerarse, a priori, como el más confiable y significativo (en su contexto), condición que habilitó su consideración como informantes calificados (aún cuando el carácter y cuantía de la “calificación” de cada uno de ellos son, naturalmente, heterogéneos). Dentro de ese capital, y en virtud de la temática de la investigación, resultaba evidente que la mayor relevancia debía estar puesta en el conocimiento confiable y significativo que tales personas tuvieran sobre el pasado de la zona de Cuñapirú y de Minas de Corrales en particular. 665 Ibáñez (1994:61). 489 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … Son principalmente dos los tipos de informantes que se ajustan a tales criterios: el profesional de la Historia local y el conocedor no profesional de la historia local (y de las historias locales)666. Con respecto al primer tipo, no hubo dificultades para encontrar y seleccionar a los informantes más (y mejor) calificados: Selva Chirico y Eduardo Palermo son dos profesionales de la Historia que conocen ampliamente tanto la historia regional (con foco en Cuñapirú) como la historia local (con foco en Minas de Corrales). En cuanto al segundo tipo, su proceso de selección, que resultó mucho más dificultoso que el anterior, en buena medida se nutrió del procedimiento conocido como “bola de nieve”. Antes de iniciar el trabajo de campo, y por sugerencia de Alma Galup, alma máter de la Comisión Departamental de Patrimonio y Directora de Cultura de la Intendencia Departamental de Rivera, me puse en contacto con Raúl Armand’Ugón, en ese entonces secretario de la Junta Local de Minas de Corrales y amplio conocedor del lugar y de su gente. Enseguida, Raúl –ya erigido como informante calificado– me presentó a José Alfredo Oruezábal y a Eduardo Andina, dos veteranos y memoriosos corralenses fuertemente enraizados en su comunidad, depositarios de la tradición oral y, en suma, vastos conocedores del pasado y presente de Minas de Corrales. Hasta la selección de estos tres informantes calificados el proceso no fue tan arduo. Los testimonios surgidos en las entrevistas en profundidad realizadas a estas tres personas aportaron un muy abundante y valioso volumen de información y opinión. Sin embargo, su análisis reveló la pertinencia y conveniencia de profundizar en torno a algunos “saberes” o quehaceres propiamente corralenses (que podríamos denominar “sectoriales” o parciales): el oficio de cateador, el oficio de músico, los emprendimientos en sectores productivos y comerciales ajenos a la minería (vitivinicultura, ganadería, comercio), la vida cuñapiruense y corralense en los albores del siglo pasado, la visión que tienen los jóvenes sobre el mundo de vida corralense. Establecido esto, sólo restaba encontrar a las personas más adecuadas, esto es, a las que mejor encarnaran tales “saberes” y quehaceres. Afortunadamente, las En nuestra lengua Historia e historia se pronuncian en forma idéntica y se escriben en forma casi idéntica; esto no ocurre, por ejemplo, en inglés: ningún angloparlante confunde, a pesar de la similitud fonética, History con story. 666 490 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … fui encontrando: Tito Pereira, Elidio Loza, Tito López, Ariel Pereira, Juan López, Selva Chirico, Ana Laura Antúnez, Victoria Silva. En cuanto a la dinámica de la realización de entrevistas, no hubo una secuencialidad establecida a priori. De hecho, las entrevistas a estos últimos “informantes” se alternaron (y retroalimentaron), en simultaneidad, con nuevas entrevistas a uno de los primeros, José Alfredo Oruezábal. Tal como ya he comentado, la deriva del trabajo de campo –junto con la reflexión que suscitó– llevó a que las entrevistas a Oruezábal de a poco se fueran orientando hacia la construcción de una historia de vida. Sin embargo, esto no llegó a concretarse del todo: en cierto momento me di cuenta de que la historia de vida que iba tomando forma no era una exigencia de la investigación sino, más bien, una suerte de desliz del investigador, un dejarse llevar –un deslizamiento– que tenía que ver con mi propia curiosidad y afectividad, con el atractivo creciente que me provocaban los testimonios, más que con un genuino interés analítico inherente a (o exigido por) la investigación. Las circunstancias contribuían al desliz: Oruezábal aprendía cada vez mejor su oficio de informante. Al interrogarlo sobre cuestiones de su mundo, poco demoró en interrogarse a sí mismo sobre aspectos que hasta ese momento, por auto-evidentes y a-problemáticas, había dado por sentadas; al forzarlo a reflexionar sobre su vida, su historia y la de su pueblo, fue desarrollando una elocuente capacidad imaginativa en la objetivación de su mundo y en su presentación al investigador, una creciente habilidad objetivante y destrezas narrativas cada vez más convincentes. (Al igual que Alí, uno de los pintorescos marroquíes “de” Rabinow, “al ser un buen informante, parecía gustarle este proceso y pronto comenzó a desarrollar el arte de presentarme su propio mundo. Cuanto mejor hacía esto, más cosas teníamos en común”667.) Pues bien, llegado ese momento tuve que abortar el proceso, con una extraña sensación de desasosiego. En compensación, me prometí retomarlo más adelante, cuando todo esto construyera su final. Las entrevistas se realizaron en la vivienda (o en el lugar de trabajo) del entrevistado, en el entendido de que ello facilitaría una interlocución fluida, a salvo de dispersiones e interrupciones, así como una mayor 667 Rabinow (1992:52-53). 491 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … comodidad de aquél. Como ya he dicho, además de la toma de notas de campo –una suerte de bitácora del quehacer empírico y de la reflexión sobre él– las entrevistas se registraron en grabador digital y cámara filmadora, a efectos de facilitar su posterior manipulación, análisis y edición, así como para dejarlas disponibles para eventuales interesados. Esto último entraña una relevancia y un sentido que trascienden una voluntad meramente testimonial y “archivística”: “una grabación es como la huella digital de un espíritu viviente”668. El análisis de los discursos producidos lo fui efectuando a medida que iba realizando las entrevistas. De este modo, pude incorporar, sobre la marcha misma del trabajo, todos aquellos ajustes y cambios de rumbo que juzgué necesarios, pertinentes y convenientes. Además, en aquellos casos donde el cúmulo informativo y la expresividad del espíritu viviente requerían de mayor tiempo que el razonable (en una situación de entrevista), realicé tantas como resultaron necesarias. La aplicación de la técnica de entrevista presentó una utilidad adicional: la posibilidad de seleccionar, una vez realizado el análisis de los testimonios producidos, aquellas personas que se destacaron como exponentes calificados, especialistas o bien observadores competentes y su consiguiente convocatoria, tal como estaba previsto en el diseño metodológico original669, para participar voluntariamente en grupos de discusión. El contexto de inscripción de la frase citada es el siguiente: “En el hecho de que por todos lados exista la tendencia de grabar el espíritu libre, tal como se lo denomina, para luego divulgarlo, se puede observar un síntoma de aquel modo de actuar del mundo administrado que se aferra a la palabra efímera, cuya verdad reside en su propia transitoriedad, para luego comprometer con ello al orador. Una grabación es como la...” (Adorno 1998:98). 669 Dije diseño metodológico original, aunque en sentido estricto no lo hubo. Sí hubo algunas ideas y lineamientos metodológicos rectores, pero siempre asumiendo que el diseño se construye y reconstruye a lo largo y ancho de todo el proceso de investigación. 668 492 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … GRUPO DE DISCUSIÓN En el ámbito de la investigación, la técnica de grupo de discusión, también lugar privilegiado de interlocución, quizás más genuino que el correspondiente a la propia entrevista, se aplicó a efectos de dotar al discurso argumental de una sólida base empírico-discursiva. Ésta requiere la creación de nuevas situaciones de investigación que permitan la aproximación a hechos, experiencias y discursos, entre las cuales la técnica de grupo de discusión resulta particularmente idónea, sobre todo en virtud de su capacidad para rescatar y propiciar procesos de interlocución y comunicación activa, múltiple y horizontal. En efecto, esta técnica propicia el diálogo horizontal y múltiple de una pluralidad de actores –exponentes calificados, especialistas y observadores competentes– y, a partir de ello, posibilita “la emergencia de opiniones colectivas”670. Por otra parte, el espesor analítico que esta técnica contiene (en potencia) se funda en algunas facetas que revisten una indudable relevancia: “la actuación del grupo produce un discurso –discurso del grupo– que servirá de materia prima para el análisis. El análisis produce un discurso –informe– que servirá de contexto lingüístico para el uso social de sus resultados”671. Esto último –el uso social de sus (futuros) resultados– es lo que más interesa y lo que, de hecho, justificó la investigación desarrollada672. La riqueza de la interlocución múltiple que se produce en un grupo de discusión radica en sus dos ingredientes auto-evidentes –la discusión que lo funda y su naturaleza grupal–, inexistentes en el “grupo” conformado por los entrevistados y en el “grupo” conformado por los encuestados, ambos de carácter notoriamente “irreal”, virtual (de ahí que entrecomillamos la palabra “grupo”). Estos últimos son gruposobjeto, sometidos, sujetados (sus integrantes hablan para otro, alegan, demandan, se quejan), mientras que los primeros son grupos-sujeto: Arocena-Sutz (2008:5). Ibáñez (2003:135). 672 Más adelante, al momento de considerar las condiciones y circunstancias de ese “uso social de sus resultados”, habrá que definir la conveniencia de realizar “el análisis del discurso del grupo por el preceptor y devolución del análisis al grupo”, o bien “el análisis conjunto de ese discurso por el preceptor y el grupo en pie de igualdad (la primera solución tira a «reformista»; la segunda a «revolucionaria»)” (Ibáñez 1994:106). 670 671 493 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … sus participantes tienen derecho a la palabra, no hablan para otro673. Pero además la selección de informantes (en el caso de la entrevista) o el muestreo estadístico (en el de la encuesta), al escoger individuos “aislados”, “rompe las redes topológicas concretas de relación”, de modo que el conjunto de encuestados “nunca podrá llegar a ser grupo-sujeto –ni siquiera llegarán a encontrarse nunca en una zona del espacio-tiempo–”674; en consecuencia, estarán condenados para siempre a ser objetos... y de ahí su eficacia pedagógica. La encuesta, como vimos, es un procedimiento autoritario de producción de verdad siguiendo “un cierto número de técnicas regladas”675. Es pues en las antípodas de la encuesta –superficial, falaz, represiva– que se sitúa el grupo de discusión como lugar: profundo, expansivo, honesto676. Presenta, además, una estimable potencia epistémica (en la generación de conocimiento) y política (en la promoción de la transformación social a escala local); de hecho, bajo ciertas circunstancias el grupo de Las categorías de grupos-objeto y grupos-sujeto, propuestas hace más de cuarenta años por Félix Guattari, han sido “recicladas” y aplicadas al ámbito institucional primero (cf. Lourau 1975) y al organizacional después: organizaciones-objeto y organizacionessujeto. Las primeras, rígidas, cerradas, “frías”, se caracterizan por su carácter instituido; las segundas, flexibles abiertas, “calientes”, por su carácter instituyente. La lógica de las primeras está "escrita" y argumentada por otros (desde arriba y/o desde fuera), lo cual convierte a sus integrantes en un “grupo-objeto” portador de discursos ajenos (vector de "materialización de lo instituido"), "sobre-determinado por la dimensión vertical de la organización", disociado de lo afectivo y apegado a lo normativo, "reproductor del orden establecido". En el extremo opuesto, la lógica de las organizaciones-sujeto está "escrita" y enunciada (desde dentro) por sus propios actores, sujetos comprometidos con su tarea y con sus co-actores, lo cual los convierte en un “grupo-sujeto” con "capacidad instituyente" y "de modificar y ser modificado por la organización", anclado en su dimensión horizontal, protagonista en la producción de su propia identidad grupal, sentido de pertenencia y dinámica de cambio, tanto como del orden y de la singularidad de su propia "lógica" organizacional. (Cf. Schvarstein 1991:12.) Traigo a Schvarstein sólo para decir, aunque sea como expresión de deseo: los corralenses, desde siempre conformados como grupo-objeto, podrían, en algún momento, llegar a convertirse en grupo-sujeto. 674 Ibáñez (2003:130). 675 Foucault (1994:182). Según lo establecido por Michel Foucault, las prácticas de encuesta, nacidas hacia el siglo XIII, estuvieron asociadas al modelo de la Inquisición y a sus tácticas de extirpación de la verdad mediante el engaño. (De hecho, esas dos palabras –encuesta e Inquisición– comparten el mismo origen etimológico.) 676 La carga y difusión de superficialidad, falacia y represión son atributos de la encuesta estadística como técnica; en cambio, la profundidad, honestidad y expansividad, más que atributos de la técnica de grupo de discusión, son, en rigor, atributos (potenciales) de lo que se puede hacer con ella. 673 494 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … discusión puede constituirse en una suerte de “laboratorio para la producción de consenso”677. Mientras que la encuesta “está organizacionalmente abierta (su unidad es abstracta y artificial, las fronteras son trazadas arbitrariamente por el investigador) e informacionalmente cerrada (por las relaciones entrevistador/entrevistado, en el contexto situacional, y pregunta/respuesta, en el contexto lingüístico)”, el grupo de discusión “está organizacionalmente cerrado de modo local (están juntos en el espacio y llegan a formar conjunto) y transitorio (el grupo ni preexiste ni subsiste a la discusión) e informacionalmente abierto (dentro de los límites que le permite la discusión de un tema arbitrariamente impuesto por unos participantes arbitrariamente seleccionados)”678. Es en este carácter de apertura en lo informacional donde radica la gran ventaja comparativa de esta técnica: “la comunicación entre actores distintos, la edificación de puentes entre perspectivas diferentes, la elaboración de un lenguaje que permite entenderse y, en los mejores casos, el dibujo de ciertas visiones del futuro que suscitan sentimientos compartidos y sugieren estrategias compatibles”679. Ello resulta particularmente relevante en el contexto de este estudio, ya que a partir de esas visiones compartidas sobre los futuros posibles y probables (es decir, los “futuribles”, que es como Jouvenel denomina a los “futuros posibles o probables”680) se podrá determinar cuáles son sus configuraciones más plausibles o deseables y cuáles las indeseables. En la investigación se implementaron dos instancias de aplicación de la técnica de grupo de discusión. Una de ellas se realizó, tal como estaba previsto originalmente, en el estudio de Radio Real de Minas de Corrales, la única radioemisora local, propiedad y orgullo de Don Eduardo Andina. El grupo se implementó cuando el trabajo de campo estaba llegando a su fin, y se integró con algunos de los informantes Ibáñez (1994:5). El grupo de discusión como laboratorio para la producción de consenso es una derivación de su potencia política; sin embargo, su potencia epistémica se enraíza, sobre todo, en su capacidad para producir disenso. 678 Ídem:97-98. 679 Arocena-Sutz (2008:5). Cabe aclarar que estos autores en ningún momento se refieren a la técnica de grupo de discusión, sino a ciclos de consultas que operan como antesala de diálogos más plurales. 680 Apud ídem:3. 677 495 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … calificados que habían sido entrevistados previamente (Eduardo Andina, Raúl Armand’Ugón y Victoria Silva), a los que se sumaron otros dos corralenses cuya opinión podría resultar enriquecedora de esa instancia: Néstor Pochelú y Mirta Duarte681. La discusión grupal se orientó hacia la determinación, debidamente argumentada, de los bienes culturales corralenses que, a juicio de los participantes, son sobresalientes por su valor patrimonial. Como ya he comentado, el grupo se emitió al aire, en vivo y directo, para hacer posible la difusión pública de la discusión generada, la escucha masiva de los corralenses y la participación por vía telefónica de quienes lo quisieran. La otra instancia en la que se aplicó esta técnica de investigación fue inmediatamente posterior al censo patrimonial. En este caso, se implementaron tres grupos de discusión, integrados por algo más de la mitad de los estudiantes que habían participado voluntariamente como encuestadores. De este modo, el propio censo –el formulario de encuesta empleado, su modo y circunstancias de aplicación, los resultados obtenidos– fue puesto en discusión y, de algún modo, interpelado. De las discusiones generadas emergieron planteos de enorme interés que dejaron al desnudo algunas limitaciones de la técnica y, en consecuencia, la conveniencia epistémica de considerar con mucha cautela los resultados producidos. Resultó, entonces, una forma pertinente y muy fecunda (y absolutamente inédita) de ejercer la deseable vigilancia epistemológica sobre una de las técnicas aplicadas, máxime teniendo en cuenta que a priori había quedado establecido que esta técnica debía manejarse con mucho cuidado y evitando toda inclinación hacia la ingenuidad (como quedó de manifiesto en uno de los apartados precedentes, titulado “Encuesta”). Por otra parte, el hecho de haber sometido una técnica tradicionalmente cuantitativa (la encuesta) a una instancia marcadamente cualitativa (el grupo de discusión) resultó de enorme interés y productividad –epistemológica, teórica y pragmática–, al Mirta Duarte y Néstor Pochelú son dos activos ciudadanos corralenses. Néstor es el actual presidente del Club 25 de agosto, periodista radial (en Radio Real) y televisivo (en el canal local) y gerente de la oficina local de la UTE. También fueron convocados a integrar el grupo de discusión los corralenses José Alfredo Oruezábal y Wilson Fagúndez; lamentablemente, por razones de fuerza mayor surgidas pocas horas antes del momento fijado para el grupo, ninguno de los dos pudo participar. 681 496 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … mismo tiempo que una forma de mostrar que el carácter de cuantitativo o cualitativo no radica tanto en la técnica en sí misma como en lo que el investigador decide hacer con ella. Todo lo hasta aquí expuesto sobre la técnica de grupo de discusión es de singular importancia con respecto a lo que he denominado dimensión analítica-dialógica, aún cuando también es pertinente en la dimensión de intervención y comunicación. En este último caso, llegado el momento se evaluará la pertinencia y conveniencia de combinar la técnica de grupo de discusión con alguna variante o modalidad ad-hoc del “método Delfos”682. El método Delfos consiste en “la utilización sistemática de los juicios intuitivos de un conjunto de expertos” (Godet, apud Arocena-Sutz, op. cit.:21). 682 497 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 498 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … referencias bibliográficas AA.VV. 1962 “La Cooperativa Minas de Corrales Ltda.”, en Rivera. Álbum conmemorativo 18621962, Rivera. Academia Universal de las Culturas 2006 ¿Por qué recordar?, Foro Internacional Memoria e Historia (UNESCO, 25/03/1998; La Sorbonne, 26/03/1998), Buenos Aires: Granica. Acevedo, F. 2009 “En torno a la ‘gobernabilidad’ de los sistemas educativos: la concertación educativa y su inscripción en el juego de poder”, en revista tópos N° 3, Rivera, febrero, :14-25. Acevedo, F. 2008a “Hoy: estofado de elefante y conejo. La antropologización de la Historia y otras aventuras epistémicas”, en Revista de la Facultad. 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fidelidad e ironía 307 291 295 514 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … dimensión tecnológica: (primera hermenéutica) contexto de descripción 313 primera hermenéutica, segundo escenario: el censo patrimonial 317 dimensión tecnológica: (segunda hermenéutica) 345 contexto de interpretación repliegue (tercera apertura): construcción conceptual como montaje teórico cristalización de la doble hermenéutica en clave teórica y pragmática: el patrimonio cultural como construcción política construcción teórico-conceptual: el patrimonio cultural la gestación de la construcción conceptual: pertinencia e idoneidad de un enfoque socio-antropológico de la opacidad y la complejidad, de gauchos y salvajes antropología (de base etnográfica) e historia (local) patrimonio cultural, memoria y olvido recuerdo, ausencia-y-presencia memoria e historia… o la persistencia de la memoria paréntesis: identificación versus identidad identidad y patrimonio cultural patrimonio cultural: concepto, determinación, protagonistas la determinación del patrimonio cultural: los juegos de poder memoria e identidad cultural construcción empírico-conceptual: el patrimonio cultural de Minas de Corrales la producción del patrimonio cultural de Minas de Corrales: las máscaras sobre el rostro de la identidad colectiva las identidades y patrimonios culturales como construcciones las identidades y patrimonios culturales como instrumentos (para la construcción identitaria y patrimonial) 351 355 361 361 371 381 385 393 397 403 411 417 425 429 435 469 470 473 addenda: notas críticas sobre las técnicas de investigación aplicadas 479 encuesta entrevista grupo de discusión 481 487 493 referencias bibliográficas 499 515 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 516 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … “Borges despliega el problema de los tres tiempos de Plotino con una insistencia literaria que es pura belleza; sin embargo, no alcanza la profundidad de los rostros que representan a los de entonces. Estas miradas son los tres tiempos en uno, su hondura es la de quienes ocupan, simbólicamente, ese sitio de alguien respetado que antaño eligió un lugar donde ser y estar y lo legó: espacio fractal de los tres tiempos: un lugar en el mundo” (Gisela Menni). 683 Borges (1980:95). la contradicción del tiempo que pasa … y de la identidad que perdura “Hay tres tiempos, y los tres tiempos son el presente. Uno es el momento actual. El momento en que hablo. Es decir, el momento en el que hablé, porque ya ese momento pertenece al pasado. Luego tenemos otro momento, que es el presente del pasado, eso que llamamos memoria. Y luego otro, el presente del porvenir, que viene a ser eso que imagina nuestra esperanza o nuestro miedo”683. 517 │fernando acevedo│ las máscaras de la identidad colectiva … 518