1 Camino de Santiago – Diario de Viaje 3030-VIIIVIII-1994 / 0909-XIXI-1994 2 El Camino de Santiago Un poco de Historia, no viene mal... Con el nombre de “Camino de Santiago” se conoce a una de las rutas de peregrinación más importantes de la Cristiandad, un legendario trayecto que desde hace siglos tiene como fin la villa coruñesa de Santiago de Compostela, en tierras gallegas, presunta guardiana del Santo Sepulcro en el que yacen los restos del Apóstol Santiago. Un periplo que desde Antiguo ha contribuido a unir a creyentes cristianos venidos de todos los confines. Un viaje que ha sido considerado como la primera gran Ruta Europea y, consiguientemente, su primer gran itinerario cultural. Una vía de penetración de arte, cultura y progreso que pronto desbordaría su simple concepción de trazado viajero… para unir pueblos, hombres y mujeres de muy diferentes orígenes en torno a un objetivo común: la meta de un lugar Santo en el ideal cristiano. Y como todos los lugares Santos, un cierto poder “sobrenatural”, un cierto espíritu iniciático, habría de contribuir a impregnar –a destino y a recorrido- de una peculiar atmósfera de inequívoca personalidad... Por cierto... algo de “sobrenatural” preside también los orígenes de la idea. La historia comienza a andar hacia el año 813 de nuestra era. En ese momento, tras milagrosas señales, Teodomiro, Obispo de Iria Flavia, hoy Padrón, en las costas gallegas, descubre un sepulcro que reconoce como el de Santiago, Apóstol de Jesús al que -según una leyenda medieval- se le había encomendado la misión de llevar a Hispania la palabra de Cristo en los albores de la religión cristiana, entre la absoluta indiferencia de las gentes... Son varias las tradiciones que se hacen eco de la existencia del Apóstol. La más difundida cuenta que Santiago, pescador de Galilea, hermano de Juan el Evangelista, y uno de los discípulos más allegados al Maestro, había sido decapitado con espada por Herodes Agripa (Ev. Según San Lucas), y sus reliquias trasladadas desde Palestina por sus seguidores a Galicia. El lugar del hallazgo vendría con el tiempo a ser denominado Compostela, en alusión a la mágica concentración de estrellas o luminarias que, como señales divinas, habían anunciado su localización: Compostela, o sea “Campo de estrellas”. Pronto comenzó a configurarse un núcleo poblado, embrión de ciudad, para preservar el mausoleo, a la vez que la atracción de la tumba comenzó a dibujar un Camino que llevara hasta ella. La repercusión que el suceso tuvo en el orbe cristiano hispano y europeo, por cuanto supuso de rearme psicológico social, religioso y político 3 frente al islamismo, fue inmensa. De hecho, ya en el año 845, el poeta árabe Algazel hablaba de Compostela como “la Kaaba de los Cristianos”, una nueva “Meca” para los devotos de esa religión... Pronto el recién descubierto lugar de peregrinación contó con el respaldo de influyentes personajes de la época que no dudaron viajar en su busca: el Obispo francés de Puy, Gontescalco (uno de los primeros peregrinos de que se tiene noticia), Carlomagno, El Cid Campeador, Fernán González, Juan de Brienne (Rey de Jerusalén)... La noticia se propagó imparable y rauda en un mundo cristiano ávido de noticias de tal calibre. En una península como la nuestra, la ibérica, en su mayor parte bajo dominio musulmán y con la imperiosa necesidad de oponer a ella una España Cristiana fuerte y unida frente a ese enemigo sarraceno común... En una Europa necesitada de estímulos espirituales de envergadura... En un mundo medieval para el que la vida terrena era sólo antesala de la verdadera y auténtica existencia... dar con los restos del Apóstol “San Yago”, o Santiago, suponía dar con todo un talismán. Las reliquias le ponían en contacto con la parte trascendental de la vida, esto es, con la salvación del alma cuando la otra expirara. Sólo con esa idea, y en ese contexto social, es posible entender en profundidad el hecho jacobeo y la realidad histórica de las peregrinaciones. Junto a Jerusalén y Roma, Santiago de Compostela, formó una de las tres metas básicas en las peregrinaciones cristianas medievales. El sepulcro de Santiago es, pues, origen y destino de uno de los mayores flujos de peregrinación de la Historia y, por encima de la autenticidad o no de las pruebas arqueológicas o documentales que giran en torno al Santo lugar (el enigma seguirá vivo mientras falten datos que nieguen categóricamente su autenticidad), lo verdaderamente importante es el sentido histórico y la trascendencia de su propia razón de ser: el sacrificio y fe de millones de creyentes que, nunca mejor dicho, han hecho “Camino” al andar junto al desarrollo e intercambio artístico, cultural y económico que ha crecido al calor de su recorrido... La ruta tradicional más conocida, documentada y seguida en España es el llamado “Camino Francés”, pero ha habido otras vías de penetración hasta Santiago de Compostela, algunas tan importantes como ella. Veámoslas: • Ruta de la Costa Cantábrica: Quizá la más antiguo. Los peregrinos entraban por Irún y continuaban por Hernani, Guernica, Bilbao, Castro Urdiales, Torrelavega (o, sin necesidad de llegar a ella por Santillana del Mar y Comillas), San Vicente de la Barquera, Oviedo, Luarca, Lugo y 4 Santiago... Es decir, a través de lo que hoy es gran parte de la carretera nacional 634. También había variantes, como seguir parcialmente esta Ruta y desde Oviedo acceder a León para allí unirse a los peregrinos que seguían el Camino Francés. Estos peregrinos se unían también en Burgos a los que procedían de Hendaya tras rebasar Vitoria y Miranda de Ebro. También era significativo el número de viajeros que desde la costa cantábrica se adentraban por el sur de Cantabria hacia la meseta palentina (por la actual carretera nacional 611). Este último itinerario atraviesa parajes donde abundan notables iglesias románicas, como son los casos de Santa María de Yermo o Cervatos. Su pérdida de peso ante la firme apuesta “política” por el “Camino francés”, debida a la propia expansión de la Reconquista y al establecimiento de la Orden Templaria como garantes de la nueva Vía, no hizo desaparecer esta accidentada y bella Ruta, que mira al mar, entre las preferencias de numerosos peregrinos que –desde antiguo- buscan Compostela. • Vía de la Plata: Era la seguida por quienes habitaban territorios dominados por los musulmanes del sur de la península, o tierras recién conquistadas a los árabes. Extraordinaria obra de ingeniería romana, esta ruta buscaba Compostela desde Sevilla pasando por Mérida. Otros caminantes venían de Portugal por Ciudad Rodrigo. Ya en Zamora unos peregrinos continuaban por Sanabria y Orense, y otros por Benavente se unían en Astorga a quienes venían siguiendo la vía francesa desde Roncesvalles. • Cataluña y Aragón: Desembarcados en Tarragona o Barcelona unos, y llegados de Francia otros, todos coincidían en Lérida. De allí se dirigían a Zaragoza para luego coincidir en Logroño, atravesando los enclaves de Tudela y Calahorra, con aquellos que seguían el Camino francés. • Rutas del Mar: Muchos peregrinos arribaban a distintos puertos del litoral cantábrico, para luego seguir por los caminos costeros antes descritos. Especialmente importantes eran las rutas iniciadas en Inglaterra, Irlanda o los países nórdicos, y concluídas en La Coruña, Noya y Padrón. • Camino Francés: Sin duda el más concurrido e investigado, el más internacional, con tres grandes tramos: Camino navarro (desde Los Pirineos al pueblo riojano de Nájera), Camino castellano-leonés (desde Santo Domingo de la Calzada, en La Rioja, al núcleo leonés de Foncebadón), 5 y el Camino gallego (desde Ponferrada, a León, a Compostela). Evidentemente, esto no es todo. El tema, ni mucho menos se agota aquí. Sobre el “Camino de Santiago” se puede hablar largo y tendido, pero no es cometido de estas páginas abordar en toda su magnitud un tema tan apasionante. Por ahora, es suficiente con lo apuntado para situarnos. Hasta aquí, la teoría. Ahora, a caminar... 6 Pórtico... Los orígenes de una idea Todo comenzó para mí en la infancia. Por lo tanto, los primeros recuerdos no tienen fecha concreta, ni día, ni semana, ni hora... pertenecen a esa nebulosa de tiempo informe en que se mueve la niñez, y que sólo los adultos ordenan para entenderse. La vida entonces son sólo sensaciones vividas desde la distancia de los nombres y los titulares. Cabían mundos enteros en lapsos de tiempo dotados de vida propia que poco a poco aprendemos a dominar: mañanas, tardes, navidades, telediarios... Lo que ahora sí alcanzo a confirmar hoy, es que ocurrió en verano. Porque el escenario de los hechos me remite a un pequeño pueblecito castellano llamado Villambroz, situado en el adusto páramo palentino, a 12 kilómetros de Saldaña y a 18 de la villa leonesa de Sahagún, y porque era el estío y el paréntesis vacacional que éste nos reservaba, el período elegido por mi familia para desplazarse hasta allí. Yo disfrutaba enormemente la estancia en esa pequeña aldea de casas y corrales de adobe, añejo caserío rodeado de extensas eras tostadas por el sol, animadas desde la periferia por la extenuante labor de "trilla" del cereal. Tierras de ovino pastoreo, hornos de leña, sopas de ajo y humeante pan de torta, de gente infinitamente sencilla de la que tanto se aprende, de horizontes sin fin... Y disfrutaba desde el mismo punto de partida de mi ciudad natal, como si mi mente infantil gozara inventando tierras de promisión al otro lado del viaje de ida... Pronto aprendí a interpretar el lenguaje de la distancia como esencia misma del alma del viajero, porque los kilómetros, como las horas, pueden ser escasos o interminables, todo depende de lo que se sea capaz de sentir o imaginar. En los recovecos de la memoria se me representa una calurosa tarde de verano, el parloteo ambiente en una humilde cantina (con la esquina de rigor dedicada a la partida de cartas diaria de los mayores) y el entretenido juego de un niño en la puerta con una pequeña y delgada cachava de roble silvestre, regalo del tío Heraclio. La cantina era parte de la casa de Jesús "el Pigazo", habilitada para sencilla taberna y transformada tras su jubilación en habitación del domicilio familiar. Quiero decir con esto, que lo que cuento ya es historia. La puerta de la tasca lindaba con una calleja llena de polvo y piedras sueltas, como todas entonces, y ésta a su vez con la carretera regional, estrecha, bacheada y escasamente transitada, que unía a los núcleos de Saldaña y Sahagún. Al otro lado de la lengua de asfalto se extendían ambiciosas la eras, campos de labor donde el ritmo de trabajo empezaba a declinar. Pronto la mies, ya madura y 7 blanquecina, iba a dejar de ser objetivo del trillo arrastrado por las mulas, para pasar a agruparse pacientemente en forma de "parvas", esto es, montones extendidos para ser más tarde aventados, o "beldados" -como se dice por aquí-, al cierzo castellano... Separar el grano de la paja es el alma misma del ritual campesino de trabajo en estas tierras de cereal, base de las economías familiares, y el manejo de la horca de madera, elevándose una y otra vez al aire con la paja trincada entre los tres pinchos, una de las muchas imágenes de mi infancia: técnica simple, sin adornos, compendio de destreza y cotidianeidad. Escenas todas que recuerdo bien aunque han quedado lejos, borradas de la retina del presente por los innumerables y necesarios adelantos tecnológicos habidos desde entonces en materia agrícola. El sol caía, la tarde avanzaba, el día agonizaba. Mi padre y el tío Félix contribuían con un murmullo de conversación trivial al animado ambiente de la cantina cuando, de pronto, algo reclama la atención del niño que juega junto a la puerta, interrumpiendo el garabateo de su cachava en la calleja. Una silueta humana se acerca al pueblo por el camino de concentración parcelaria que viene de Calzadilla de la Cueza, atraviesa la era saludando a quienes permanecen en ella, y al llegar a la cuneta de la carretera se detiene. Medita un instante, y cruza. Pronto advierte la puerta de la cantina, única tasca del pueblo, y se encamina hacia ella. Para entonces su desdibujada figura se ha concretado en un joven alto, pecoso, desgarbado, de tez clara e inequívoco aspecto extranjero. Le acompaña un pequeño perro y mucho equipaje, repartido en bolsas y en una inmensa mochila que sobresale por encima de los hombros. Lleva un amplio sombrero negro, adornado con una extraña concha marina, y un largo y grueso palo sobre el que se apoya al caminar. En un momento se planta seguido de su perro en la puerta de la taberna de don Jesús. - Hola, amigo... ¡qué palo más bonito!. ¿Me lo cambias? Con éste podrás hacer dibujos mucho más grandes que ésos que has pintado ahí - El joven sonríe al niño tras dirigirse a él en un extraño acento. - No es un palo, es una cachava. ¿No ves esta parte de aquí torcida para apoyarse?. Es un regalo del tío Heraclio, y la ha hecho él solito, con las manos. No puedo cambiártela, me la cargo si se entera. El verano pasado le di mucho la paliza para que me hiciera una. - El viajero ríe divertido, el crío le ha debido de resultar simpático. Era hora de volver a casa, y mi padre y el tío Félix cruzan el umbral de la puerta. Coinciden con el joven caminante que iba a entrar en la cantina. 8 - Mira, mira Rafa... así es como hay que salir de vacaciones, llevando la casa encima como los caracoles, con todo lo que hace falta a mano - Mi padre y el joven ríen la ocurrencia. - No crea que siempre facilita las cosas -apunta el viajero- Por cierto, ¿podrían decirme por dónde puedo ir a “Lédrigos”? En Calzadilla he intentado atajar por caminos para evitar la carretera, pero creo que me he perdido. - ¿Lédrigos? No. Le-di-gos... - corrige el tío Félix- ¡Claro que te has perdido! En Calzadilla te habrán indicado bien, pero es fácil perderse si no se conocen los caminos. Hay unos ocho kilómetros hasta el cruce con la carretera de Sahagún, por esta misma de aquí, sin salirte. Ledigos queda más o menos a un kilómetro de ese cruce, pero hacia Calzadilla, en otra dirección. Y como me imagino que vas a Santiago no tienes por qué pasar por Ledigos. - ¿Ocho kilómetros? ¡Vaya!... -el joven extranjero se acaricia el mentón con gesto contrariado- Lo dejaré para mañana. Me quedaré aquí a hacer noche. ¿Y tú, Tim... opinas lo mismo? - El perruco se percata de que su dueño habla con él, y agita la cola-Va a ser lo mejor. -El tío Félix adquiere el aire práctico y responsable de tantas veces, antes de volver a cambiar el tono- Aunque bien mirado, para un peregrino joven como tú, con la de kilómetros que debe llevar encima... llegar a Sahagún antes de que caiga la noche sería pan comido si quisiera. Porque tú debes venir de lejos, ¿no? - De Dijon, Francia. Llevo ya muchísimos días andando... con el amigo Tim. Estaba abandonado, y se unió a mí antes de cruzar los Pirineos, o sea, que después de ésta se quedará conmigo definitivamente. Mi padre era un gran aficionado a la historia del Camino de Santiago, y murió el año pasado sin la ilusión de haberlo recorrido. A él le debo el viaje, porque mi afición también viene de él, y porque quería dedicarle algo que, de saberlo, me pudiera agradecer sinceramente. Pero ¿de verdad cree que podría llegar a Sahagún antes de la noche? - El peregrino por fin cambia el gesto, y sonríe tras acabar la frase y percibir que había pasado por alto el tono irónico del tío Félix. Y es que quedaba más o menos una hora de luz solar, y la villa leonesa quedaba a unos dieciocho kilómetros de Villambroz... - ¿De Francia? Caray, hijo. ¡qué moral... y qué piernas!. Me parece que a ti te voy a fichar yo para salir con las ovejas cuando sople recio el cierzo y tengan ganas de fiesta para quitar el frío. La conversación se prolongó por espacio de un buen rato. El niño no perdía detalle. Estaba realmente asombrado escuchando a aquel peregrino tan simpático que, desorientado, había recaído en Villambroz mientras seguía el rastro del Camino de Santiago. Pensaba que un motivo realmente fuerte debía anidar en su mente para entregarse a una aventura tan "inverosímil": abandonar el domicilio 9 familiar y todas sus comodidades, y recorrer a pie tantísimos kilómetros con todo un hogar cargado a las espaldas. Durante muchos días en la mente del chaval daban vueltas palabras y conceptos que se propuso conocer y aclarar en cuanto tuviera oportunidad: "Peregrinar", "Camino de Santiago", "Año Santo jacobeo"... Inquietudes que empezaron a tomar cuerpo una tarde de verano en un pueblecito castellano, y que desde entonces habrían de acompañarle. Recrear hoy ese recuerdo en estas líneas es también el objetivo de aquel niño muchos años después, un recuerdo que se extiende en este preciso instante como un néctar agridulce por su memoria, marcado por la convicción de saber que lo que fue ya no será, esencia misma de la nostalgia: ya no viven ni el tío Heraclio, ni el tío Félix... el joven peregrino desapareció para siempre en busca del santo sepulcro de Santiago, mi padre y yo hemos cambiado mucho en estos años, y también el pueblo... Sin embargo, me queda el recuerdo y su entrañable rastro en la memoria. ¡Ah!... y la pequeña cachava de roble silvestre del tío Heraclio que dibujaba garabatos en la tierra polvorienta. Veranos posteriores seguí descubriendo aspectos del Camino. En las idas a Sahagún los sábados por la mañana, día de mercado semanal, aprendí a reconocer la silueta del cartel identificativo del Camino, como itinerario cultural europeo, en la cuneta de la carretera, y la peculiar atmósfera de villa peregrina de la urbe leonesa. Aprendí a valorar los abiertos escenarios de horizonte lejano de la Meseta como tierra ideal para insuflar libertad al alma viajera... Incluso una tarde, de anaranjada y viva puesta de sol, el tío Félix de regreso con el rebaño de ovejas, me habló de algo que entonces me pareció poético y hermoso: un "Camino de Santiago" en el cielo. Sí. Así mismo. Una gigantesca agrupación de estrellas que, envuelta en vaporosa claridad, dibujaba un inconfundible recorrido estelar. Según él, en la Antigüedad guiaba a los peregrinos desorientados en las noches sin luna. En tiempos lejanos en los que no disponían de asfalto, bicicletas, trenes, ni mucho menos vehículos que vertieran por redondos faros de visión binocular potentes chorros de luz artificial que les iluminara el camino. Creo que fue entonces, aprovechando la luminosidad acostumbrada en las noches de verano en Castilla, cuando me asaltó la idea. Tumbado en una destartalada cama que mi abuela había colocado en el corral de nuestra vieja casa, como fase previa a su definitiva desaparición, me dediqué una noche despejada de agosto a contemplar el cielo, y la brumosa e inconfundible silueta del "Camino" de las estrellas de que me había hablado el tío Félix. Debió de ser 10 allí, en aquella desvencijada cama de oxidado esqueleto metálico, donde la visión de una estrella fugaz me propuso el reto: intentar completar algún día el histórico recorrido que seguía el joven peregrino francés y su acompañante canino aquella tarde de verano de mi niñez, justo cuando tuve por primera vez noticia de su legendaria existencia... 11 Relatos Peregrinos (Propósito de un diario de viaje) Este es el relato de mis vivencias entre los días 30 de agosto y 9 de septiembre de 1994, en los que me entregué con dedicación a ejercer de peregrino en bicicleta sobre el indeleble rastro del Camino de Santiago por tierras hispanas, concretamente por su ramal más conocido y universalmente pisado, que es el llamado "Francés". Para ello junto a mi compañero de viaje, Juan Francisco Morales, tomé Roncesvalles, al norte de Navarra, como punto de partida. En esta crónica, compuesta día a día al fin de cada jornada, abundan las pinceladas históricas y artísticas, las menciones a la leyenda, a la fábula... en ningún caso el rigor ensayístico, la rigidez histórica, o la profundización exhaustiva. Son sólo nociones aprendidas durante el viaje, o leídas con anterioridad, fruto de mi interés por el Camino... y están ahí, junto a los paisajes, los pueblos o la gente conocida, porque también estimularon mi curiosidad y adornaron mi deseo de emprender el largo viaje. Hubiera sido injusto ignorarlas… No nacen estas palabras con vocación de Guía práctica de Viaje. Quede claro. Pretendo quedarme humildemente con la intemporal naturaleza descriptiva del recorrido, con la fuerza emocional de un paseo legendario vivido en primera persona del plural. Me consta que muchos aspectos prácticos del viaje caducarán a no mucho tardar, y su necesaria revisión o actualización cercena toda idea de Manual de Ruta…. ¿qué entrañables tramos de tierra curtida, o piedra traviesa, serán ya cómodas y bien asfaltadas carreteras? Al frente de aquel Albergue… ¿continuarán aquellos jóvenes hospitaleros tan simpáticos? ¿Qué habrá sido del Cura que nos indicó la dirección correcta en la aldea donde nos perdimos? Y las aguas de aquel río, o las casas de aquel pueblecito… ¿Seguirán compartiendo con el viajero esa bohemia semblanza de soledad y abandono que tanto nos llamaron la atención? Las líneas que siguen son el soporte escrito y el contrapunto, en cierto modo literario, de una experiencia que guardaré siempre a buen recaudo en la memoria. Por ello, y para mayor eficacia, apenas he alterado el discurso de un resumen diario que pretende ser sólo una descripción aproximada de mi viaje junto a mi buen amigo Juan Fran, ex compañero de “Mili”. El retrato de mis sensaciones, el bosquejo aproximado de las emociones dejadas en el alma por el 12 devenir de los kilómetros... Un proyecto a medias por naturaleza porque me consta que siempre será tentativa imposible expresar toda la riqueza de un viaje como éste en unas cuantas cuartillas de papel. Con todo, no deja de ser un reto ilusionante el intento de obtener un humilde resumen de la aventura... Gráfico del recorrido a seguir MARTES, 30-VIII-94 La ilusión... 14:15 h. He llegado a Pamplona alrededor de las 2 de la tarde. En la Estación, avejentada y con aspecto de descuido, apenas unas pocas personas. Ahora me encuentro en la Cafetería amplia y espaciosa, de funcional y austera decoración, que sirve de lugar de espera a viajeros, familiares y conocidos, tomando un café con leche y releyendo los planos y guías que habrán de acompañarme en el viaje; en definitiva, haciendo tiempo hasta que me encuentre con Juan Fran. En frente, un señor calvo con gafas de gruesa montura negra, no me quita ojo… eso sí, por encima de las lentes. Le intereso más yo que el periódico que sostiene con las dos manos. Me consta que le ha llamado la atención mi aspecto, mi “culotte” negro largo, mi colorista atuendo ciclista, la concha de vieira que tengo sobre la mesa y que espero colocar en el manillar de la bicicleta en posición central y visible, como silenciosa portavoz de mis intenciones… Una concha que desde hace siglos, 13 por cierto, identifica a los peregrinos de Santiago, debido a la abundancia de este molusco en las costas del occidente gallego. Durante un tiempo sirvió como prueba irrefutable de que se había realizado la peregrinación, aunque no tardó en ser anulada como tal por la Iglesia ante la picaresca y fraudulenta “comercialización” que sufría el “souvenir” a lo largo de todo el Camino. Me cosquillea el alma saber que estoy escribiendo las primeras líneas de lo que pretendo sea un Diario de viaje. Un puñado de palabras nacidas sin alardes ni ambición literaria, pero con la humilde y útil vocación de convertirse en un álbum de vivencias que recuerde desde la distancia las peripecias que deje el transcurrir de las horas. Una aproximada radiografía de cada día (evidentemente sé que todo no se puede contar) que imagino especialmente valiosa cuando esto –aún no empezado- termine. En breve empezaré a montar la bicicleta, insustituíble compañera para la que tengo encomendada una misión trascendental. A sus lomos espero recorrer la integridad del Camino a Compostela. Por el momento la dejaré un rato más en su urna de cartón, completamente desarticulada, apurando los últimos tragos de descanso e inerte quietud... Imagino que ella, como yo, aguarda con optimismo, ilusión y contenida emoción el transcurso de las próximas horas. Me gusta imaginar que la “mountain bike” de mi hermano, siente algo. Siempre me ha resultado interesante animar ciertos objetos inanimados con personificaciones más o menos brillantes cuando menciono su papel en una historia. Para mí es una forma de subrayar su importancia, si realmente la tiene. Blanca y un pelín tosca de apariencia, más pesada de lo deseable, con nerviosos trazos decorativos de pintura negra (discontinuos hilos a modo de telarañas) será la encargada cargar conmigo y mis circunstancias. Queda llegar a Roncesvalles para, desde allí, dar inicio a la Ruta más mágica e histórica de cuantas hollan nuestra geografía. Y aunque no habrá de ser gran mérito llegar a Santiago en tiempos como los que corren, llenos de comodidades y modernidades al alcance del peregrino, me embarga de alegría saber que por muy andado que esté nuestro inmortal Camino, siempre será algo nuevo en cada persona que se adentre en él. Por ello, quiero recordar y fijar en la memoria, como fiel estribillo para el viaje, aquellos versos que dejó escritos para la posteridad un simpar peregrino de la vida y la poesía como León Felipe: "Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana, por este mismo camino que yo voy. Porque para cada hombre 14 guarda un rayo nuevo de luz el sol, y un camino virgen Dios..." MARTES, 30-VIII-94 1º Día En la antesala de la Senda interior 55.1 Kms. recorridos. La bicicleta me ha costado montarla más de lo razonable. La escasa pericia de un servidor, y unos problemas de acoplamiento del cambio con la cadena me obligaron a perder más tiempo del deseado. Juan Fran apareció cuando aún estaba dando a la bici los últimos retoques. Precisamente en uno de ellos descubrí que el freno no iba bien, y decidí solucionarlo antes de ponerme en marcha. Para ello necesitaba una llave de la que no disponía, y ya puestos, la compré en una ferretería próxima. Es una de las ventajas que tiene emprender viaje desde una ciudad tan importante como Pamplona: que no resulta difícil conseguir cualquier utensilio u objeto que se necesite. Siempre habrá una tienda del ramo cerca. El hecho, aunque pueda parecer excesivamente anecdótico, tiene su importancia como luego se verá. Solventados todos los problemas mecánicos, Juan Fran aprovechó para coger un autobús que le llevaría a Esquiroz, en el cinturón industrial de Pamplona, donde le esperaba su bicicleta. Hasta allí la había trasladado la empresa de transporte contratada para traerla desde su domicilio en Reus. Por mi parte, mientras esperaba su llegada me dispuse a colocar las maletas, bultos y demás equipaje sobre la mía. Fue entonces cuando un hombre, jovial y simpático, buen estereotipo de pamplonés, se acercó para echarme una mano y, de paso, conversar. Él también estaba de espera. En medio de una charla de lo más distendida y variopinta llegó el bueno de Juan Fran desde la confusión y desconocimiento de la geografía urbana de Pamplona. Casi una hora había empleado en llegar hasta su bicicleta, y volver con ella. Nos despedimos del encantador Jesús, que así se llamaba el susodicho caballero, autor asimismo de nuestra primera fotografía en la experiencia jacobea: Juan Fran y yo junto a las flamantes bicis recién montadas y equipadas, con una ajetreada calle pamplonesa de fondo. 15 Pamplona. 30-VIII-94. La primera fotografía, tenga más calidad o menos, siempre será la que presida la memoria de una experiencia. Esos son los galones que fijan su elevada jerarquía. Y ésta es la primera imagen que ha sido rescatada para el recuerdo de nuestro periplo jacobeo. Y bella o fea, con un enfoque correcto, o sin él, su valor notarial está por encima de cualquier otra circunstancia. Aquí, Juan Fran y yo (en segundo plano) ultimando los detalles en "las cabalgaduras" para ponernos en marcha hacia Roncesvalles. Que la instantánea no ha sido firmada por un profesional de la imagen es evidente. Que lo importante es lo que representa, también... A las 7 de la tarde pusimos rumbo a Roncesvalles. La empresa era difícil, pero teníamos que intentarlo. No podíamos permitirnos iniciar la ruta desde Pamplona, no era ése "el trato". Y aunque no tuviéramos la ansiada combinación de transportes adecuada, no por ello íbamos a cambiar de opinión. Comenzamos el pedaleo, con ilusión y optimismo vital. Abandonamos Pamplona y, superado Villaba, pueblo natal del campeonísimo ciclista Induráin, tomamos una dirección equivocada. Volvimos al Camino, y la noche se nos echó encima a mitad de trayecto. Ante las primeras rampas del Alto del Erro la oscuridad era ya un hecho incuestionable y fue entonces cuando Juan Fran hizo debutar en esta película su linterna de bicicleta. Comenzaba así una experiencia inolvidable. Viajar en medio de la noche, a través del misterio y la oculta belleza de los bosques navarros, hacia lo que no era sino el punto de partida para una aventura sin igual, era demasiado para nuestra toma de contacto con la bicicleta y la andadura. Nos propusimos llegar a Roncesvalles, pero al viaje le sobraba distancia y dureza para ser el primer día, y nos quedamos a las puertas. En el precioso pueblecito de Espinal decidimos poner punto final a la jornada cicloturista. Por atrás quedaban las duras subidas a los Altos del Erro y de Mezquiriz, y más de una jugosa anécdota, como las innumerables paradas por 16 el cansancio, o la alocada huída de un rebaño de ovejas a nuestro paso en pleno descenso del Erro. En Espinal encontramos un bar que se disponía a cerrar... Eran ya las 23:30 horas, aproximadamente, y las sillas sobre las mesas con la escoba yendo y viniendo por debajo no dejaban lugar a dudas. Tocaba recogerse. Fue una suerte encontrarlo abierto. Allí me percaté, al intentar pagar la frugal cena, que mi cartera, con todo el dinero y la documentación en su interior, había quedado olvidada en Pamplona, concretamente en aquella ferretería donde tuve que comprar la llave para la bicicleta. Por suerte, dentro del infortunio que me suponía el hecho, anidó un poso de fortuna: por un lado, aun habiendo extraviado tan importante enser (muy posiblemente, no recuperarlo me habría impedido continuar viaje) conocía, con un escaso margen de error, su paradero; y por otro, al día siguiente teníamos que volver a pasar por Pamplona, algo muy difícil de darse en nuestra ruta, enfocada desde el primer momento como un viaje de ida... opción en la que no entraba desandar lo andado. Sólo en esta primera parte, lejos de haber supuesto un molesto contratiempo, era una situación con la que contábamos. Fue, después de todo, un guiño del destino, una travesura disculpable... Y todo gracias a que en estos primeros compases estábamos intentando alcanzar el punto de partida, Roncesvalles, para desde allí iniciar verdaderamente el viaje, que habría de conducirnos otra vez a Pamplona. Los paisajes por estos contornos son verdaderamente hermosos, y nuestro lugar de acampada, junto a la carretera, próximo a Espinal y a unos seis kilómetros de Roncesvalles, idílico. Aunque tuvimos que esperar a verlo con la luz del día para tomar verdadera conciencia de algo que de noche sólo habíamos presentido. Dormimos a la intemperie bajo un inmenso roble protector que nos preservó con oficio de la neblina y el húmedo rocío de la madrugada. En la espesura de su ramaje, moraba (al menos aquella noche lo hizo) una solitaria rapaz nocturna, con la que compartimos vecindad, sueños y, en definitiva, una noche fresca de finales de agosto. En más de una ocasión desveló mi ya de por sí intranquilo descanso su especie de llamada nupcial, grito de defensa territorial, o lírica trova de poeta noctámbulo... en cualquier caso, un personal lamento que rasgaba el silencio de la noche y la quietud de las sombras, para luego perderse por el bosque. Recuerdo con agrado a aquella noctívaga compañera de viaje, con las que compartimos unas horas de noche, camino de Santiago. Me hizo sentirme muy cerca de aquella bella naturaleza circundante que le pertenecía. Curiosamente, aquella misma naturaleza que, según he podido leer en diversos libros sobre el Camino, era temible en el pasado por la rudeza de los vascones que aquí moraban, así como por la crueldad de los asaltantes de peregrinos y 17 bandidos emboscados. Junto a las fieras y los crudos inviernos, convertían en pesadilla, y auténtica odisea, el paso por estos montes. En la Antigüedad nadie dudaba acerca de la inconveniencia y temeridad de cruzarlos en soledad. Y Juan Fran y yo durmiendo aquí plácidamente. Cómo cambian los tiempos... La inestabilidad de mi sueño tenía una causa clara: ¿Era totalmente seguro que mi cartera se hallaba a buen recaudo, en aquella ferretería pamplonesa? Sólo ese pequeño margen de duda pudo evitar que aquella noche, físicamente agotado, y psicológicamente aturdido, me tomara justa venganza con el cansancio a través de un reparador descanso. Al día siguiente, temprano, pude despejar todas las dudas sobre el asunto de la cartera. Pero eso... forma parte de la historia del próximo capítulo. Afueras de Espinal. 30-VIII-94. Dirección Pamplona-Roncesvalles. El agotamiento físico y la confusión mental derivada del extravío de un enser muy importante para el viaje se refleja en esta fotografía, de borrosos matices y turbia definición. Nuestra primera noche en el Camino, con la tienda "iglú" sirviéndonos de segundo saco de dormir (ya que no llegamos a montarla), y al pie de un soberbio roble que apenas se distingue en la oscura espesura de la imagen. Y aunque tampoco se aprecia, en un precioso claro de bosque próximo a la carretera que conduce a Roncesvalles. MIÉRCOLES, 31-VIII-94 2º Día: Roncesvalles - Pte. la Reina. El inicio... Realidad aquel futuro 103.4 kms. recorridos. Nos levantamos hacia las 8 de la mañana, envueltos en una niebla que sin 18 demasiada resistencia daría paso a un animoso sol. Marchamos hacia el legendario enclave de Roncesvalles, testigo de míticos avatares en la Edad Media y resonancias carolingias. Este bello pueblecito al pie de los Pirineos, inmerso en una generosa mancha verde de hayedos y robledales, será una referencia clave en el recuerdo de nuestra Ruta; el punto de partida. Allí, nuestro primer cometido fue buscar la Colegiata. En ella un joven miembro de la misma, sencillo y agradable, fue el encargado de darnos las primeras alegrías del día. Nos proporcionó las valiosas credenciales de peregrino (futura prueba de haber completado la peregrinación a Santiago, y útil salvoconducto para visitar algunos monumentos o pernoctar en los albergues), y nos ofreció toda suerte de aprovechables consejos y sugerencias. Particularmente para mí fue el responsable de quitarme un molesto e incómodo peso de encima; tras contarle mi problema con la cartera y la documentación, localizó en las "Páginas Amarillas" el teléfono del famoso comercio en el que yo creía haberla olvidado (guiándose para encontrarlo por las escuetas nociones en cuanto a ubicación que yo podía suministrar). Así fue como pudimos confirmar que se encontraba en paradero conocido y en buenas manos, aguardándome. Tras desayunar generosamente con renovadas energías reanudamos el viaje hacia Pamplona. Antes de salir merodeamos un rato por los alrededores de la Colegiata y el pueblo para fijar en la retina alguna de las imágenes que hacen del entorno un lugar tan bello como acogedor. Una señorial cruz de peregrinos medieval de piedra despidió nuestra marcha de Roncesvalles. El Camino, en este caso también carretera, discurre por aquí entre hermosas vistas y parajes boscosos. A su paso surgen encantadores pueblecitos de intensa raigambre vasca, como Burguete. Un auténtico placer recorrer su tranquilo caserío, lleno de tipismo. 19 Entrada de la Colegiata de Roncesvalles. 31-VIII-94. He aquí una de las imágenes más representativas. En la Colegiata de Roncesvalles recibimos los primeros consejos "profesionales" (digamos, la parte “técnica” de la peregrinación) así como la credencial de peregrinos repleta de cuadros en blanco, preparados para ir recibiendo los sellos de los Albergues y diferentes puntos del Camino por donde fuéramos deteniéndonos. Este es el punto de partida. La más larga caminata empieza por un paso, y aquí estamos a punto de dar el primero. En el rostro, todo ilusión y optimismo. Queda todo el Camino por delante... En el trayecto de vuelta a Pamplona (siguiendo la misma carretera del día anterior) Juan Fran descubrió unas pequeñas complicaciones en su bicicleta que nos traerían de cabeza durante bastantes kilómetros, y que nos obligarían a frecuentes detenciones y revisiones. Sus alforjas, incomprensiblemente, habían ido deformándose y rozaban los radios de la rueda trasera. En esas circunstancias, poco importa lo alto y claro de un “¡Buen Viaje!” deseado con todo el corazón... 20 Rollo de peregrinos en el tramo Roncesvalles-Burguete 31-VIII-94. Apenas abandonado Roncesvalles, una parada para retratarnos junto a un simbólico rollo medieval, antiguas columnas de piedra decoradas con relieves simbólicos que confirmaban a los peregrinos que caminaban sobre itinerario santo. El verde del bosque y el gris de la piedra en acertado equilibrio… El reencuentro con la histórica villa de Pamplona se produjo hacia las dos de la tarde. Allí, tras encontrar abierta una tienda de ultramarinos en la sanferminera calle de la Estafeta, almorzamos y recuperamos fuerzas, que buena falta nos harían para la tarde. Hicimos rápidas visitas a lugares importantes como la Catedral (fue una pena que se encontrara en plenitud de obras de restauración) o el celebrado parque de la Ciudadela, para luego emprender rumbo a Puente la Reina, fin de nuestra etapa hoy. Entre ambas localidades hay unos 24 kilómetros por carretera, sin mayores complicaciones, pero nosotros terminamos empleando cincuenta y bastantes. ¿Por qué? Porque, en ocasiones, la eficacia de las comunicaciones y la rapidez de los desplazamientos está reñida con el espíritu que mueve al peregrino a ponerse en marcha. El anhelo de libertad, de expansión, de autenticidad... le hacen muchas veces prescindir de vías, quizá más ventajosas en lo espacial y cronológico, pero menos enriquecedoras en lo humano. Y a nosotros, a pesar de ser modernos peregrinos favorecidos por la ayuda de nuestra querida bicicleta, nos asiste idéntica motivación. Hoy lo hemos podido comprobar. En nuestro afán de encontrar caminos y alternativas más acordes a ese 21 deseo que las frenéticas carreteras y autovías tan útiles al tráfico rodado, terminamos empleando mucho más tiempo del inicialmente previsto, aunque eso sí, no de forma estéril. El hecho, unido a la marcha matinal desde Roncesvalles a la capital de Navarra, propició que nuestros cuentakilómetros marcaran al final de la jornada la cifra de ciento y poco. Claro, que tan abultada renta no sólo se debió a la voluntaria elección de rutas distintas a la carretera, sino también a inoportunos equívocos por nuestra parte. Con todo, la anécdota resultó positiva pues descubrimos bellos rincones y espectaculares tramos que, de no haber mediado el factor humano de nuestra propia desorientación, nunca hubiéramos podido conocer. Indeleble huella en la memoria dejará la fatigosa ascensión a la sierra del Perdón, y el posterior descenso, vertiginoso, a través de una pista de piedras sueltas que lo convertían en un auténtico peligro si no se manejaba con máxima precaución y cierta destreza la bici. En el Alto del Perdón se divisaba una excepcional panorámica de los campos y valle que tendríamos que cruzar en nuestro avanzar constante a Compostela, y que no dejaría de ser captada por nuestras cámaras de fotos; en primer término, los pueblos de Uterga, Muruzábal y Obanos. El paisaje ha sufrido un evolución importante a estas alturas de Ruta; abandonada ya la verde humedad del norte de Navarra, los tonos adobe, ocres, amarillos, marrones... empiezan a apoderarse de la visión. Es una gradación lenta, presagio de etapas venideras. Cerca de la cima de este collado se encuentra un punto emblemático de la ruta, la Fuente Reniega, donde, según la tradición jacobea, el Diablo, bajo la forma del apóstol Santiago, se presentó a un sediento peregrino para proponerle agua fresca y abundante a cambio de su renuncia a la fe cristiana; canje al que el piadoso peregrino supo negarse, recibiendo así la bendición del Apóstol, y agua de un manantial rico y generoso que comenzó a brotar en el mismo lugar que conmemora la leyenda. Con el comentario de la anécdota dibujando una sonrisa cómplice en el rostro, y el reciente aporte de optimismo que da superar este importante jalón del Camino, buscamos la cercana meta de Puente la Reina que, aunque no se divisaba todavía, se sospechaba próxima. 22 Sierra del Perdón. 31-VIII-94. Tras Pamplona, desde lo alto de la Sierra del Perdón, los espacios abiertos, ausentes de cimas montañosas, y los tonos ocres del paisaje presagian el futuro de nuestra visión a corto plazo. Sentado sobre una plataforma que recoge un esquemático plano de la zona, a la espalda pueden divisarse los pueblos navarros de Uterga, Muruzábal y Obanos. Muy cerca está Puente la Reina, pero desde esta conocida atalaya natural aún no se contempla. El descenso al valle por el Camino se intuye peligroso... Llegamos a Puente la Reina alrededor de las ocho y diez de la tarde, tras unirnos, en tradicional abrazo, a la Ruta jacobea que procede de Jaca y Somport. Como reza una inscripción erigida en el famoso cruce, a partir de aquí todos los caminos a Santiago se convierten en uno solo. Lo primero que hicimos en esta localidad fue entrar en contacto con los Padres Reparadores, para sellar nuestras credenciales y poder tener acceso al Refugio de peregrinos que, gracias a ellos, se mantiene dignamente. Allí pasamos la noche, en una auténtica torre de Babel, entre españoles, belgas, franceses, suizos, etc. Un verdadero distrito compartido, una “delegación peregrina de la ONU” en movimiento... 23 Cruce de las Rutas de Jaca y Somport con la de Roncesvalles. 31-VIII-94. "Y desde aquí, todos los caminos a Santiago se hacen uno solo"... Con esta inscripción saluda al caminante uno de los monumentos al peregrino más famosos, situado en el cruce de las dos vías pirenaicas principales que se dirigen a Santiago, poco antes de llegar a Puente la Reina: la nuestra, que viene de Roncesvalles y que se ve al fondo, y la que procede de Jaca y Somport, a la izquierda de la fotografía, llamada también vía tolosana". La cita inscrita en el pedestal lo dice todo... Antes de retirarnos a descansar, un altruista mecánico de taller de reparaciones dio unos sabios retoques a la rueda trasera de la bici de Juan Fran, a su parrilla (excesivamente destartalada a estas alturas de viaje), y a sus alforjas, para las que no supo dar una solución rápida y eficaz como la que precisábamos. A mi bicicleta le hizo una revisión básica y rudimentaria que dio un resultado positivo. No nos quiso cobrar ni un duro, y además se ofreció a charlar animadamente con nosotros, brindándonos aprovechables sugerencias para el trayecto. Luego buscamos un local adecuado para cenar caliente, algo que hicimos encantados dado el gran apetito dejado en el organismo por las fatigas del día. En este sentido fueron decisivos los consejos del generoso mecánico, y mejor guía hostelero, que nos había atendido y cuyo nombre desconozco. Gracias a él 24 dimos con una acogedora tasquilla donde cenamos variado y sabroso, con calidad, y a un precio más que asequible. Deliciosas raciones caseras en cazuelilla de barro que permiten recordar que estamos en tierra de buen yantar, de buen vivir... Me ha llamado la atención lo abierta y extrovertida que es por aquí la gente, sencilla y hospitalaria. Y no lo digo sólo por el simpático mecánico de bicicletas, sino por la impresión obtenida tras unas cuantas frases intercambiadas con otros tantos lugareños. Parece que en la Antigüedad este extremo no era común para toda Navarra; contrariamente, famosos cronistas de otras épocas, como Aymeric Picaud, cargaban sus tintas contra los navarros, a los que acusaban de toda suerte de bajezas y villanías. No debió irle muy bien al susodicho con algunos de ellos. Tal vez, en algún lugar concreto de la región, pueda sobrevivir en estado latente algún aspecto de aquella vieja consideración, pero al menos nosotros no hemos percibido absolutamente nada. Si acaso en Puente la Reina, como en tantos y tantos lugares crecidos a orillas del Camino de Santiago, todo lo contrario. Empiezo a percibir también la gran variedad y riqueza humana que se da cita por estos caminos: gente de todas las edades, con diferentes orígenes regionales y nacionales, variopintas dedicaciones... y, sobre todo, con multitud de motivos para peregrinar. Hoy conocimos, por ejemplo, a un muchacho de Irún que lleva completada la Ruta tres veces en unos plazos de tiempo no superiores a doce días, bajo motivaciones espirituales y deportivas. Para ello camina alrededor de 60 kilómetros diarios, y asegura que aún tiene tiempo para saborear buena parte de los alicientes que ofrece el Camino. Los sellos de su credencial y diversas personas avalan la veracidad de un alegato que suena a ciencia ficción. Su palabra contra la lógica... Debo confesar que hasta no ver con ojos propios la credencial, el testimonio no me merecía demasiado crédito. Quiero también guardar un recuerdo en el resumen de la jornada para un grupo de jóvenes suizos (algunos, hijos de emigrantes españoles) que desde ese bello país alpino vienen caminando hacia Santiago. Su tradicional indumentaria jacobea, con sombrero de ala ancha y concha venera al frente, esclavina y bordón, añade una nota de pintoresquismo a la milenaria Ruta. Los conocimos en el albergue de Puente la Reina, y nos sentó muy bien contagiarnos de su chispa y vitalidad peregrina. 25 JUEVES, 1-IX-94 3º Día: Puente la Reina - Navarrete La Rioja sale al paso 95 kms. recorridos Amaneció un día claro y despejado. La diáfana mañana invitaba al optimismo. Desayunamos en el mismo establecimiento en el que habíamos cenado la noche anterior y pusimos rumbo a Estella, nuestra próxima estación de viaje. Alternamos carretera y sendero, asfalto y tierra, y aquí ese matrimonio sí que resultó ser bien avenido. Ciertos tramos del Camino original se alejan ligeramente de la red viaria, y no quisimos perder la oportunidad de conocerlos. Para empezar, la primera satisfacción de la jornada la encontramos en la misma salida por el casco viejo de Puente la Reina, al salvar el río Arga a través del histórico puente medieval del siglo XI que dio nombre a la villa. Elegante, bello... el tiempo no ha hecho sino añadir categoría a un monumento que aúna esbeltez, señorío y funcionalidad. Su contemplación presente da idea de lo que debió ser su trascendencia pasada. Circulando por tramos del trazado original, o simplemente tramos para el peregrino de a pie (no hay que olvidar que en la mayoría de las ocasiones las carreteras han venido a sustituir a la antigua Ruta Santa), descubrimos algunos exponentes magníficos para el disfrute, como la calzada romana de Cirauqui. Aunque el estado de conservación no es el ideal, y en algunos puntos es necesario apearse de la bicicleta, su sola pervivencia, y ese placer indescriptible que da sentir próximas las obras de los antiguos, invita a saborear sin indiferencia ni prisas, un tramo tan corto en recorrido como intenso en sensaciones. 26 Puente La Reina. (Navarra) 1-IX-94. Imagen para el recuerdo, junto al célebre puente de piedra de Puente la Reina, paso obligado para abandonar la ciudad. Construído a principios del siglo XI por mandato de Doña Mayor, esposa de Sancho el Mayor de Navarra, él fue el que dio nombre a la villa, que comenzó desde entonces a ser conocida como "Ponte de Arga" o "Ponte Reginae". De este último nombre al actual ya sólo quedarían unos cuantos siglos de evolución idiomática natural. Por polvorientas pistas de tierra rojiza, el camino hacia Tierra Estella a través de la campiña navarra resultó entrañable, y en algunas ocasiones bastante lento por la dificultad que entrañaba pedalear por ciertos tramos. A la altura del río Salado nos detuvimos para tomar un respiro, y comprobar como el tiempo ha jugado en contra de esta legendaria corriente de agua, citada por antiguos guías y peregrinos, como Picaud. Sobre el puentecillo que salva su hoy cuenca seca, un letrero recuerda los consejos que el mencionado cronista ofrecía a los peregrinos de siglos pasados. Alertaba sobre el peligro de sus aguas ponzoñosas, y la “acechante amenaza de los malvados navarros” que, escondidos por aquí, aguardaban a que las caballerizas murieran envenenadas para así desollarlas, y asesinar a sus dueños. Qué duda cabe que recomendaciones como las de Picaud respondían a peyorativas exageraciones tanto sobre las aguas del río que, aunque saladas, no llegaban a ser mortíferas, como sobre los navarros, por los que parecía sentir una visceral animadversión. Hoy el río no es sino un débil recuerdo de lo que debió ser, reducido su caudal a un triste cauce seco con algún remanso de agua, pestilente y empantanada. 27 Cirauqui (Navarra). 1-IX-94. Nada más superar Cirauqui, el Camino reserva una bella sorpresa: un tramo de calzada romana que conviene recorrer con parsimonia, para disfrutarlo en profundidad. Detrás de mí puede observarse a dos peregrinos tocados con típico sombrero de ala ancha y concha venera al frente, de origen suizo (el más alto, hijo de emigrantes españoles). Coincidimos con ellos en el Albergue de los "Padres Reparadores", en Puente la Reina. Y aunque estas "interioridades" no deberían contarse, lo cierto es que nos echaron una manita para que la foto fuera más completa... con una pose al caminar “de lo más espontánea y natural” (entre comillas, claro) La llegada a Estella fue rápida, abandonada la tierra y cantos rodados de caminos y senderos, y regresados al asfalto de las carreteras tras superar Lorca, coqueto pueblo donde nos detuvimos para repostar los vacíos bidones de la bicicleta. Fue precisamente Estella el lugar elegido para comer. Llegamos a una hora en la que el casco viejo y peatonal de la histórica Lizarra (nombre por el que también se conoce a la ciudad) era un bullicioso ir y venir de gente. Incluso con la bici de la mano era complicado avanzar por las estrechas calles del centro. Esta zona, salvando las distancias, mantiene vivo el recuerdo de lo que debió ser en otros tiempos la villa, nacida entre montañas, al calor de las peregrinaciones. Antes de almorzar, buscamos un taller de reparaciones para intentar evitar así la hora del cierre. Los problemas mecánicos de Juan Fran eran ya 28 demasiado acuciantes, y no podíamos esperar a la tarde para solventarlos. Por fin, un vendedor de bicicletas supo darle una solución rápida y sencilla: un simple "pulpo" (tira de goma con ganchos en los extremos, a modo de las utilizadas para sujetar los bultos en las bacas de los coches) sería el encargado, a partir de ahora, de evitar que las alforjas continuaran deformándose por el roce con los radios. Sentados cómodamente a la sombra, en un parque junto al río Ega, repusimos fuerzas mediante un generoso almuerzo. Luego, tras agradable y pausada sobremesa en la terraza de una cafetería próxima, reanudamos viaje con energías renovadas y el espíritu reconfortado. Estella (Navarra) I-IX-94. Tras la comida, nada como un momento de tranquilidad para comentar las incidencias de la mañana y las previsiones de la tarde. Y si ese momento se vive en la bella localidad de Estella, a la sombra, en una acogedora arboleda junto al río Ega, cuyo fresco rumor de agua se adivina tras la barandilla, mejor que mejor... Nos despedimos de "Estella la bella" (así era llamada en la Edad Media por los juglares), ciudad "llena de toda felicidad", según el autor de la Guía del siglo XII que vengo citando, y buscamos la salida hacia la falda del respetable Montejurra, montaña que, de seguir fielmente la dirección oeste de Santiago, habría que superar por alguna de sus partes más elevadas. Por suerte, el Camino, en un alarde de "piadosa humanidad", sigue un itinerario paralelo por sus laderas bajas. Así todo, con el recuerdo aún reciente en el organismo de la bondadosa comida, llegar hasta la famosa Fuente de Vino de Irache supuso un duro y 29 tempranero esfuerzo dado el fuerte repecho existente hasta allí. Como es fácil de suponer, la aparición de la Fuente fue para nosotros motivo de júbilo, pues sirvió para que nos tomáramos un aprovechado respiro y un buen trago de vino fresco por invitación muda de las bodegas establecidas allí, junto al Monasterio. Caritativa costumbre que era común en la Antigüedad. El próximo pie de foto avanza más datos... "Fuente de vino" de Irache. 1-IX-94. Un lugar emblemático de la Ruta surge tras superar Estella, y ascender hasta las proximidades del Monasterio de Irache. Allí, junto a unas Bodegas se recrea una añeja costumbre caritativa: invitar a un trago de vino al peregrino. Pero, claro, es una invitación... y por lo tanto un dosificador regula con oficio la caída del tinto elemento (llenar medio vasito requiere mucha paciencia). No ocurre lo mismo con el grifo de la derecha que, al ser agua fresca lo que ofrece, no repara en cantidad. Y es que, como reza un letrero de metal apostado a la izquierda de la fotografía: "A beber sin abusar te invitamos con agrado, pero para podérselo llevar el vino ha de ser comprado"... como se ve; tradición y mercadotecnia en simpática comunión. 30 El camino a La Rioja lo hicimos por carretera. Poco antes de incorporarnos a ella tuvimos que atravesar una urbanización de chalets que, según leemos en las guías, cada día le roba un poco más de espacio al tradicional Camino jacobeo. Una pena. Al parecer, en otro tiempo, el ancho de la vía rebasaba los diez metros. Es necesario superar el ingrato trámite, y pasar como almas en pena junto a imponentes setos tras los que se esconden lujosas viviendas, entre chapoteo de piscinas, rugir de ciclomotores y ladridos de perro. Por fortuna, el hacer el viaje en bicicleta permite que experiencias como ésta se superen con rapidez. El resto de jornada, por carretera, se tornó tremendamente duro por el perfil "rompepiernas" del trayecto, saturado de ascensos y descensos, y, sobre todo, por la presencia de un castigador viento de cara que entorpecía la marcha. Curiosamente, esta dificultad suele ser más propia de las largas etapas llanas y mesetarias que aún nos aguardan en Castilla. A Logroño llegamos por el camino pedestre que, en ligero descenso desde la última localidad navarra (el bello pueblo de Viana), resultó grato, aunque a ratos demasiado pedregoso. En la capital de La Rioja apenas nos entretuvimos; sólo recorrimos lentamente el casco histórico a través de la inolvidable Rúa Vieja, para empaparnos en la medida de lo posible de su historia y tipismo. El paseo por ella nos devolvió provisionalmente al pasado, convirtiéndonos por un momento en peregrinos a la antigua usanza. También aprovechamos la parada para comprar en un gran Centro comercial unos cuantos víveres que nos servirían de cena. Posteriormente optamos por convertir Navarrete en meta de la jornada en lugar de Nájera; las fuerzas escaseaban y los veintipocos kilómetros existentes hasta allí se nos antojaban más complicados de lo que podría parecer. Navarrete, por lo tanto, era el fin de etapa ideal; la distancia era corta, y como única dificultad orográfica sólo teníamos que superar un suave repecho: el Alto de la Grajera. En Navarrete no había Refugio de peregrinos, ni los Padres Camilos que, en otro tiempo lo facilitaban, aparecían por su parroquia para indicarnos. Luego nos enteramos de que el edificio que tomamos por Albergue, sí lo fue en otros tiempos, y que ahora espera ser restaurado por completo para convertirse en un Hotel restaurante de cierto nivel. Finalmente terminamos durmiendo en mi tienda iglú, en un pintoresco paraje junto a grandes viñedos y bajo unos olivos y matorrales que nos protegieron con eficacia de los fríos aires nocturnos del nordeste. El lugar en cuestión (al que llegamos tras minuciosa búsqueda) se hallaba a 1 km. más o 31 menos de Navarrete, en dirección sur. Próximo a él se encontraba un Camping en el rehusamos quedarnos por lo abusivo de sus exigencias económicas (tal vez su presencia explique la interesada inexistencia de Albergue en el pueblo). Todo salió a pedir de boca, hasta en los pequeños detalles; baste para reforzar la expresión utilizada la dulce y rica carga de fruta de las vides junto a las que acampamos... auténtico manjar para bocas secas y estómagos en actitud reivindicativa. Cenamos en un periquete, con ganas, y descansamos aún mejor. Nuestra jornada no había sido nada fácil, y el ansiado descanso llegó con el sueño. Por otra parte, la acampada libre nos permitió disfrutar, en toda su plenitud, de esos momentos bucólicos e intensos vivencialmente que a veces vienen de la mano de la libertad de elección. En el Camping de Navarrete, situado muy cerca de nuestro lugar de reposo, pretendían que pagáramos 1000 pts. por barba sólo por instalar nuestra tienda dentro del recinto. Sin más prestaciones que el procurarnos, por una noche, una provisional comunidad de vecinos organizada. Imposible arrepentirse de la decisión tomada, ¿no? Noche en Navarrete (La Rioja). 1-IX-94. Tras una extenuante jornada de bicicleta, en permanente lucha contra el rigor de los perfiles de la ruta y el viento que contradice tu marcha, la cena y el 32 descanso son codiciadas presas. A las afueras de Navarrete, hacia el sur, entre viñedos y vegetación silvestre (aunque la fotografía no lo muestre) mi tienda "iglú" justificó su presencia entre los bultos del equipaje. No así la pequeña radio de bolsillo que tengo en la mano izquierda (la que no sostiene el bocadillo), que fue incapaz de sintonizar una emisora apetecida. VIERNES, 2-IX-94 4º Día: Navarrete-Villafranca Montes de Oca Hacia la Castilla desamueblada 78 kilómetros recorridos A las siete de la mañana, con el apabullante indicio de un amanecer limpio y otra jornada de sol tras las laderas del este, sonaron al unísono nuestros relojes de pulsera. Con rapidez nos levantamos e incorporamos. El entumecimiento muscular era un hecho visible, y hasta cómico, en nuestros primeros movimientos. En Navarrete desayunamos, sin cortapisas, delicioso pan recién hecho y bollería aún caliente de una madrugadora Panadería-Horno. El hecho, unido al buen apetito con que nos habíamos despertado, y al reconfortante café con leche con que acompañamos las excelencias mencionadas, me permite recordar este desayuno como uno de los mejores de la Ruta. Que esas cosas también cuentan... El Camino a Nájera transcurrió tranquilo, sin que el Alto de San Antón supusiera un desgaste físico digno de mención. En esta histórica ciudad sellamos nuestras credenciales y nos beneficiamos de nuestra condición de peregrinos a la hora de visitar el bello Monasterio de Sta. María la Real, fundado por García III de Navarra en el siglo XI, donde no se nos cobró nada por acceder a su interior. Compartimos la visita con un pelotón de jubilados ingleses que cuchicheaban y gesticulaban con expresivo deleite. El claustro es uno de esos rincones que merece la pena visitar, por lo sugerente de su recorrido gótico, evocador de estampas medievales; tampoco la Iglesia, formidable construcción del siglo XV, con interesante panteón real, está por debajo en interés. En él yace, en soberbio sepulcro románico de piedra, doña Blanca de Navarra. También D. López de Haro y su esposa, personajes claves en la historia de España, en esa época en la que nuestro país comenzaba poco a poco articularse en el Estado que siglos más tarde sería. 33 Monasterio de “Santa. María La Real” (Nájera) 2-IX-94. El indiscutible espíritu gótico del recorrido del claustro en el Monasterio del claustro de "Sta. Mª la Real", en Nájera, es una de esas clásicas experiencias que convierten en ilimitado y agradecido el espíritu del viajero. Pasear observando los bellos entrelazados en piedra de las arcadas, la gracia y donaire de las esculturas y efigies religiosas, la pronunciadísima y atractiva sonrisa ojival de cada arco, la sabia conjunción de luz y sombra... es uno de esos deseados momentos que el recuerdo rescatará cuando le llegue la hora a los balances. La reanudación del viaje a Sto. Domingo de la Calzada nos deparó agradables sorpresas, ya desde la misma salida de Nájera. Prescindimos de la carretera y el asfalto, y ello nos permitió sentirnos como peces en el agua gracias al recorrido que sigue el trazado de los peregrinos caminantes, a través de una naturaleza fértil y un itinerario hermoso y tranquilo. Un auténtico placer pedalear por estrechas veredas que se abren paso entre grandes viñedos y otros cultivos al cielo abierto. El Camino se endureció algo tras rebasar el típico pueblecito riojano de Azofra; alguna rampa previa al olvidado núcleo rural de Cirueña nos obligó a emplear casi el 100% de nuestra capacidad física sobre la bicicleta. La llegada a Sto. Domingo, tras superar un altozano desde el que se divisa una majestuosa estampa del pueblo, con las inconfundibles torres de la catedral dominando la visión, es veloz. A Sto. Domingo, uno de los jalones más importantes 34 del Camino, se llega a través de una endiablada bajada que no admite medias tintas. La entrada al pueblo, por el trazado de a pie, nos ofreció una curiosa imagen de bienvenida: a través de una ventana mecánica con cintas transportadoras, kilos y kilos de patatas caían sobre remolques que iban a apostarse bajo ella. Pronto se nos confirmaba que ésta es tierra con justa fama en el cultivo del tubérculo universal. Por cierto, alguno de los camiones que vi cargando patata llevaba inscrito en lugar visible el nombre de firmas distribuidoras oriundas de mi tierra. Sto. Domingo es un lugar emblemático en la historia de las peregrinaciones jacobeas, una importante parada en el largo viaje al Occidente. El pueblo debe nombre y razón de ser a un ilustre personaje que impulsó decididamente el Camino de Santiago en el siglo XI, Sto. Domingo. La calzada, bajo su proyección, ayudó a configurar la Ruta santa que hoy pisamos bastantes siglos después. De gran trascendencia fue la construcción sobre el río Oja, con no pocas penalidades, de un gran puente que permitía seguir trayecto a los peregrinos que buscaban el sepulcro de Santiago; también construyó algún hospital que, reformado y transformado, aún existe, una ermita... Todo ello embrión de un burgo que con el tiempo daría origen a la localidad que hoy nos ha recibido. El pueblo, en sí, es un intemporal homenaje a aquel santo caritativo e "ingeniero". Su recuerdo está presente en todos los rincones; particularmente en la formidable catedral, que mereció nuestra visita junto al Museo que da cobijo. Algo que nos sorprendió gratamente fue el soberbio Albergue de peregrinos, y la simpatía de sus jóvenes encargados, que nos lo enseñaron con orgullo, aunque no fuéramos a ser privilegiados huéspedes de él. Creado sobre la restaurada casa de Sto. Domingo no carece de nada, diríase incluso que está sobradamente dotado. En mi opinión extralimita algo la que debe ser función de refugio para peregrinos pues, si bien es positivo que no prescinda de ofrecer todo lo necesario con dignidad, creo que desborda un poco su lujosa concepción. Con todo, es el mejor Albergue que hemos encontrado hasta ahora en el Camino. Fue en esta localidad riojana donde los hechos nos devolvieron de golpe, aunque provisionalmente, al reino de la realidad. Hasta ahora hemos respondido físicamente mejor de lo esperado (mucho ha tenido que ver en ello el ánimo y la moral que nos asiste), pero poco antes de abandonar Sto. Domingo diversos problemas estomacales me tuvieron temporalmente "contra las cuerdas". Por suerte sólo fue un simulacro de dolencia más grave, y la cosa pasó sin detenerse. 35 ¿Llevarían un mensaje oculto las deliciosas uvas de Navarrete? El fin de etapa recayó, ya en tierras del Cid -Burgos-, en Villafranca Montes de Oca. Antes tuvimos que pasar por algún núcleo importante, como Belorado, localidad de fuerte resonancia peletera, de la que me llamó la atención el escarpado cerro que la limita por uno de los flancos, y que da al paisaje un cierto aire a decorado de "espagueti western". También dedicamos unos minutos para pasear por el pequeño pueblecito de Viloria de Rioja apartándonos para ello provisionalmente de la carretera unos cuantos metros. ¿La razón?... sencilla e incontestable. Esta es la aldea que hace muchos siglos vio nacer a Santo Domingo, el insigne personaje del que ya hemos hablado. La proximidad al Camino de su pueblo natal, pequeño enclave perdido en la llanura riojana, nos impulsó a acercarnos a él para conocerlo antes de abandonar la zona, como pequeño homenaje al Santo sin el que no podría entenderse la historia de la región, ni la de la Ruta que todavía hoy la atraviesa, camino de Santiago. Interior de la Catedral de Sto. Domingo de la Calzada. 2-IX-94. Otra foto "malograda" fue la disparada en el interior de la catedral de Santo Domingo de la Calzada, y si figura en estas páginas es por su valor testimonial. Tras nosotros, en la parte superior, un gallo y una gallina se hacen eco de una antiquísima leyenda, que es la que sigue: un peregrino extranjero de otros siglos fue ajusticiado por la imputación de un delito no cometido, tras falsa acusación de una posadera despechada, presa 36 de mal de amores. Los padres del joven, que volvían de Compostela en peregrinación, tras comprobar con sorpresa que su hijo seguía vivo decidieron comentárselo al Juez que, en medio de un banquete, se disponía a hincar el diente a un gallo y a una gallina. "Esa historia es tan cierta como que este gallo y esta gallina van a levantarse y cantar", respondió el Juez con sarcasmo. Tras lo cual ocurrió justamente eso, que las dos aves se alzaron sobre el plato y cantaron... De ahí el aforismo: "Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada". Con posterioridad la joven hostelera recibió castigo por su indigna conducta. Esta leyenda explica la tradición y permanente presencia de la pareja de aves de corral en la catedral... Se dice que es señal de buena suerte escuchar su canto cuando se está en el interior, pero nosotros no tuvimos fortuna. Quizá en otra ocasión... Nuestra idea era pernoctar en Villafranca como mejor pudiéramos, en el Refugio (según cuentan las guías bastante descuidado), o en nuestra querida tienda iglú. Por sorpresa, no lo hicimos ni en lo uno, ni en lo otro, porque para nuestra fortuna estaba allí instalado un Campamento Base de la Junta de Castilla y León, prácticamente vacío cuando llegamos. Estas zonas de acampada responden a una valiosa iniciativa puesta en práctica por esta Comunidad durante el año santo jacobeo de 1993, y que aún perduran en el verano del 94 aunque reducido su número a unos pocos exponentes. A la sorpresa de no contar con esta Base, hay que añadir las prestaciones del lugar (duchas de agua caliente, tienda espaciosa y confortable "a elegir"...) y, sobre todo, la extraordinaria acogida que nos brindaron los responsables de la Base... hechos que se aliaron para ser colofón ideal de la jornada. Con los extrovertidos y hospitalarios jóvenes encargados vivimos unas horas sin precio; nos invitaron a cenar con ellos y a proseguir luego lo entrañable del encuentro en un bar del pueblo. Charlamos, reímos... Fueron momentos de gran valor e imposible olvido los que nos deparó el destino en esta parada, al pie de la mítica subida a los Montes de Oca. Es como si la magia del Camino quisiera agradecer de vez en cuando el aventurero impulso de los que se adentran en él con gratas sorpresas como ésta. La meteorología, al llegar a Castilla, nos mostró el lado más crudamente sincero de su razón de ser: tremendo calor de día, e insoportable frío de noche bajo, eso sí, un cielo cuajado de estrellas. Tras subir la dosis de abrigo nocturno, el sueño no tardaría en llegar. La verdad es que conciliarlo fue fácil, porque el día, físicamente tan intenso como los anteriores, además en lo emocional también nos había dejado totalmente satisfechos. 37 Base de Acampada de la Junta de Castilla y León. Villafranca Montes de Oca (Burgos). 2-IX-94. Además de los paisajes, los monumentos, los pueblos... el Camino tiene, sobre todo, personas. Y conocerlas es uno de sus máximos alicientes. En el Campamento Base de Villafranca Montes de Oca tuvimos ocasión de entablar contacto un grupo de ellas encantadoramente extrovertidas y divertidas. Nos invitaron a cenar con ellos (en realidad nos obligaron a prescindir de los bocadillos que guardábamos para la ocasión) y nos permitieron vivir unas horas de sanísima camaradería, primero en la Base, y luego en el único bar del pueblo. Una fotografía que me sirve de recuerdo, y a la vez de ocasión para desear lo mejor a todos ellos, estén donde estén. SÁBADO, 3-IX-94 5º Día: Villafranca Montes de Oca - Castrojeriz Ganando confianza 85.3 kilómetros recorridos Tan limpios por dentro como por fuera, abandonamos la Base de Villafranca, ligeramente superadas las 9 de la mañana. Nada más salir nos vimos obligados a echar pie a tierra para poder subir un durísimo repecho que daba inicio a la célebre subida a los Montes de Oca. Estos montes, legendario jalón del Camino cuya toponimia parece ser que inspiró el conocido Juego de la Oca, constituían una peligrosa etapa en la Antigüedad, debido a las peligrosas bandas de forajidos y maleantes que en ellos se escondían con aviesas intenciones. Como se ve, los obstáculos que nuestros lejanos antecesores tenían que superar para completar la peregrinación eran innumerables; a las penurias físicas (hambre, sed, fatiga, ataques de fieras, inclemencias meteorológicas...) había que sumar toda suerte de factores externos, como la picaresca de los timos y estafas a 38 que eran sometidos, los asaltos o los robos. Aunque la peregrinación hoy tiene poco que ver con el contenido épico de aquellos tiempos en que distancias, incertidumbres, riesgos, sabores y sinsabores, tan lejos estaban de la consideración y vara de medir actuales, agrada recordar de vez en cuando que cada peregrino (movido por las razones que sean) renueva y revitaliza con su experiencia la Ruta milenaria. Compromiso de ayer, igual de vivo hoy. El ascenso a los Montes de Oca, por un camino que iba ganando altura a través de robledales y fauna latente en el ambiente, supuso un tramo tan duro como bello. En ocasiones, debido al desmonte y el llenado de los huecos con tierra, encontramos auténticos "saltos en el vacío" y rampas imposibles que nos obligaron a apretar los dientes, tensar al máximo los músculos y poner el cuerpo al límite de nuestras posibilidades. Llegados a la cima (la carretera cruza a un palmo, por el Puerto de la Pedraja), un agradable paseo de llaneo entre pinares y vegetación baja nos llevó a San Juan de Ortega, importante lugar donde pudimos contemplar su afamado Monasterio, celoso guardián de los restos de su creador, el otro gran Santo "ingeniero" del Camino y discípulo de Sto. Domingo: San Juan de Ortega. Ambos decidieron emplear buena parte de su conocimiento y valía personal en crear vías, puentes y templos al servicio de la peregrinación. En el Monasterio de San Juan de Ortega llama la atención el alarde de virtuosismo técnico, artístico y científico empleado por los creadores de un bello capitel románico que representa la Anunciación; dos veces al año, en concreto en los equinoccios de primavera y otoño, un rayo de luz solar se filtra sabiamente a través de una rendija abierta en el muro y va iluminando paulatinamente la escena, como si leyera este verso en piedra. Prodigio que, de haber permanecido unos cuantos días más en el pueblo, hubiéramos podido comprobar "in situ". Tampoco nos pasó desapercibida la simpatía natural de dos de las escasas lugareñas que pudimos conocer en el pueblo, tradicionalmente hospitalario como pocos. Cuentan que es típico que el párroco invite a los peregrinos que se quedan en el pueblo a hacer noche, en colaboración con los vecinos, a reconfortante sopa de ajo. San Juan es una obligada y agradable parada en la rigurosa Ruta. Por un camino que en algún momento recordaba a las cañadas extremeñas de la Ruta de la Plata, recorrido hermano que busca Compostela desde el sur de la península, nos dirigimos al histórico enclave de Burgos. Por alguna razón, inexplicable e inexplicada, Burgos aparecía en nuestra mente como un jalón muy 39 especial, a modo de ecuador del largo periplo. Una meta emocional. Superarlo significaba para nosotros el irrenunciable afán de completar la peregrinación. Al menos psicológicamente, la suerte estaba echada. No había vuelta atrás. Era algo así como un golpe de efecto. Sólo un indeseado percance físico, o alguna otra razón de causa mayor, podía apartarnos de nuestro propósito. Y es que Burgos, para Juan Fran y para mí, es algo más que una importante estación del viaje. En Burgos nos conocimos un cada vez más lejano día de noviembre de 1993, con toda una "mili" por delante que compartir. Y allí, paseando por alguna de sus calles, apuntalamos juntos la vieja aspiración que ambos teníamos de realizar algún día la Ruta Jacobea. La bajada a Burgos desde San Juan de Ortega fue veloz. Antes de llegar al cruce de Villafría, donde no nos quedó más remedio que unirnos a la estresante carretera general que viene de Vitoria, recorrimos hermosos tramos. En algún momento me llamó la atención la presencia de alambradas que había que cruzar para continuar el trazado original; para ello las inseparables flechas amarillas, infatigables guías del caminante a lo largo de toda la Ruta, nos conducían hacia improvisadas portezuelas que, según pedían unas inscripciones, había que volver a cerrar tras rebasarlas. Un pasaje que invita a reconsiderar el viejo dicho de "poner puertas al campo" como algo más que una simple expresión de contenido metafórico y literario. Buena parte de los terrenos por los que discurre el viaje en esta zona son de uso militar, frecuente escenario de maniobras del ejército asentado en Burgos y alrededores, como Castrillo del Val, Ibeas de Juarros y Orbaneja de Ríopico, Destacamento éste último que nosotros conocíamos bien por haber pasado en él unos cuantos días de servicio militar. Precisamente, junto a su austera y castrense silueta desciende raudo el Camino en busca de Burgos. A la altura de Villafría, el Camino sucumbe entre los claxons y desenfreno de un tráfico intenso. Ya en Burgos el recorrido no es menos alentador; un urbanismo rey ha hecho desaparecer cualquier trazo del primitivo Camino. Si acaso, a medida que uno se va acercando a las proximidades de la Catedral, es posible atisbar en alguna esquina, bajo un balcón o una farola, el familiar símbolo amarillo de la concha venera sobre azulejo, que vuelve a situarnos sobre la estela del Camino. Gratifica redescubrir emblema tan propio de nuestra aventura, y recuperar así el pulso peregrino perdido entre las anchas vías urbanas de Burgos, patrimonio de asfalto, vehículos y semáforos. 40 Temerosos de haber sido engullidos, sin remedio, por tan urbanita panorama, reencontrarnos con la majestuosa imagen de la Catedral fue para nosotros toda una inyección de moral. Es difícil expresar lo que se siente contemplando la soberbia fachada, ahora en peligro. Su visión invita a admirar en silencio ese pétreo testimonio de la pericia humana, a quien sobrevive, y de la inspiración divina, con quien convive eternamente. Esta joya arquitectónica del Gótico, alma de Burgos -como alguien ha dicho-, es una inmensa oda escrita sobre la piedra acarreada para honrar todos los ideales y todos los tiempos... Pero, aun siendo grande, no toda la belleza permanece visible al exterior. Dentro encierra innumerables alicientes y tesoros que no dejamos de visitar. Tras el grato recorrido interior (mi última visita había sido también con Juan Fran, la víspera de nuestra jura de bandera) volví a componer en mi memoria, a modo de resumen, algunos versos que me inspiró hace tiempo: "Una vez más, huyen los adjetivos y las definiciones ante tu majestuosa estampa. Y huyen los vientos tras los que la indiferencia corre para encontrar palabras" Tras la visita catredalicia y el merecido almuerzo, orientamos nuestras "brújulas ruteras" hacia el oeste. Pronto abandonamos el casco urbano burgalés y tomamos la carretera que conduce a León. A la altura de Tardajos optamos por seguir el trazado destinado a los peregrinos de a pie, claramente indicado por la flechas amarillas y el muñequito de rigor. Hasta Castrojeriz, fin de etapa, ya no nos apartaríamos de él. En general (excluyendo la parte final) resultó tortuoso y difícil, por lo pedregoso y complicado del perfil, pero sumamente vital y enriquecedor por cuanto supuso de tranquilidad, silencio, atardecer limpio y aire puro a través de las mesetas burgalesas. 41 Plaza de San Fernando, junto a la Catedral (Burgos). 3-IX-94. Un encuentro con la Historia y el Arte en Burgos, junto a su célebre catedral gótica, admirada por dentro y por fuera a cualquier hora del día por grupos de personas venidos desde cualquier punto. La parte visible en la foto se corresponde con el ala derecha, si se mira de frente a la fachada principal. Nosotros no dejamos de admirar tan importante monumento empezado a construír en 1221, como buenos peregrinos, construcción que necesitaría un libro y ensayo entero sólo para describir su grandeza... Y aunque apenas se distinga, mi figura sobre la bicicleta aparece paseando lentamente absorbida por las proporciones del lugar, la Plaza de San Fernando. Tras un difícil descenso para bicicletas decidimos hacer un alto en Hornillos del Camino, por invitación expresa del joven hospitalero voluntario que atendía el Albergue. Sellamos nuestras credenciales y bebimos agua fresca en cuenco de barro -como mandan los cánones-. También departimos amigablemente unos minutos con algunos vecinos que pasaban la tarde sentados a la sombra sobre un gran tronco seco… 42 El viaje a Hontanas costó lo suyo: físicamente resultó intenso, psicológicamente demoledor. Los apenas 10 kms. que nos separaban de allí desde Hornillos, través de un camino harto difícil, parecieron multiplicarse y empleamos en superarlos más tiempo del previsto... Por eso, una vez en Hontanas, decidimos no detenernos e intentar llegar al bello enclave de Castrojeriz antes del ocaso. Por suerte el Camino hasta ese pueblo lo seguimos a través de una tranquila y bien asfaltada carretera que nos permitió no tardar demasiado, y a la vez vivir algún que otro impagable aliciente; por ejemplo, a pocos kilómetros de Hontanas, asistir a un bello espectáculo: el sobrecogedor embrujo de las ruinas del convento de San Antón fundiéndose con el atardecer a nuestro paso. El espíritu del lugar, cargado de leyendas y con una fuerte personalidad que el paso del tiempo no ha conseguido diluir, surge con ímpetu al encuentro del viajero. La visión devuelve al pasado por unos instantes; uno espera ver en cualquier momento la alargada sombra de un monje medieval, envuelto en hábito de arpillera, o a un caballero cruzando bajo el gran arco principal de la construcción sobre su corcel enjaezado. Estremece cruzar este lugar en esos minutos en los que las sombras del anochecer van ganado lentamente la partida a la claridad del día. Tras el convento, Castrojeriz emergió pronto a la vista a través de la imponente efigie de su castillo. Desde su elevada atalaya apareció recortándose como una fantástica alucinación, como un distinguido navío varado en la noche de los tiempos... Su contemplación se traduce en una de esas fotografías mentales que permanecen en el recuerdo. Todo un espectáculo natural para completar la jornada. Llegamos al pueblo en un abrir y cerrar de ojos, gracias a la carretera que, sin tráfico y correctamente pavimentada, nos condujo hasta el punto de destino en suave descenso. El pedaleo en esas condiciones, con el sol como roja esfera agonizante al frente, terminó de hacer más relajante la marcha. Una intensa sensación de libertad como contrapunto a las fatigas del día. Como contraste nada más llegar a Castrojeriz a través de la Colegiata a punto estuvimos de sufrir un percance, pues desde una de las torres en reparación se lanzaron unos ladrillos a la calleja por donde penetra el Camino, que cayeron a unos metros de nuestro paso. 43 Ruinas del Convento de San Antón, próximo a Castrojeriz (Burgos). 3-IX-94. Muchos momentos en una aventura como la nuestra, simplemente, se viven. Y la intensidad que da vivirlos es suficiente para sentirse orgulloso de haber comenzado el viaje. Pero si además se rescata algo de su luz y su entorno a través de una fotografía, será doble el poder evocador de su recuerdo. Hay algo mágico en las ruinas del Convento de San Antón, algo de leyenda todavía viva en lo que fueran dependencias monacales de dudosa reputación y misteriosas formas de vida. Se cuenta que a los peregrinos se les dejaba comida y bebida a través de unas pequeñas aberturas practicadas en las paredes que daban al Camino (todavía se las puede contemplar), y que todo aquel que entraba al Convento no volvía a salir con vida. Cronistas de otros siglos llegaron a afirmar haber presenciado aterradoras imágenes de cuerpos y restos humanos colgados en muros y arbotantes. ¿Historia?, ¿Leyenda?... En cualquier caso, inquietante... Algo especial se siente al atravesar al atardecer las ruinas del edificio. Por cierto, el sentido de la marcha, o sea, la dirección oeste a Castrojeriz (siguiente núcleo de paso), es contrario al de la foto. Una foto que no salió como esperábamos, entre otras cosas por la insuficiente luz reinante, y por la simplicidad tecnológica de mi cámara. La segunda anécdota tras la llegada a Castrojeriz fue la inmensa dificultad que nos supuso dar con el Refugio de peregrinos. Después de recorrer el pueblo de parte a parte, de este a oeste, e intentar seguir las orientaciones proporcionadas por los lugareños consultados, fuimos incapaces de localizarlo. Tuvo un muchacho que "dejarnos" a la misma puerta cuando estábamos a un paso 44 de ella, y cuando habíamos pasado al menos en un par de ocasiones por delante. Y no era falta de señalización, sino simple despiste compartido por dos peregrinos ciclistas, cansados, con deseo de recogerse, descansar, y dar por finalizada una etapa más, o menos, según se mire. DOMINGO, 4-IX-94 6º Día: Castrojeriz - Villambroz Tú me levantas, tierra de Castilla, en la rugosa palma de tu mano... (Miguel de Unamuno, de su poema "Castilla") 73.6 kilómetros recorridos En nuestra sexta jornada intentaríamos llegar a Villambroz, pequeño pueblecito palentino situado sobre un extenso páramo, espacio vital de todos los rigores del tiempo, y todas sus medianías, todos los cielos, y todos los vientos... Para llegar hasta allí es necesario alejarnos momentáneamente del rastro del Camino unos pocos kilómetros. El motivo de este provisional acto de infidelidad por nuestra parte es que ese pueblo, situado a unos 18 kilómetros de Sahagún (histórica villa de León que sí cruza el Camino) y a unos 12 de Saldaña, es el lugar de origen de mi madre y toda la familia heredada por su parte; lugar tradicional de veraneo de un servidor, y querido escenario de recreo para su memoria. Nuestra intención era aprovechar la estancia allí, para descansar -al menos por una noche- correctamente, recuperar fuerzas y energías, y, en definitiva, someternos a una adecuada puesta a punto (en lo mental y en lo físico) en un lugar que además cuenta con el interés añadido de encontrarse en un punto "estratégico" de la Ruta, con las etapas más duras y bellas aún por llegar, con León y toda Galicia por delante... Una vez más el día amaneció limpio y soleado (el tiempo sigue acompañando, y bien que agradecemos el "detalle"). Antes de abandonar el Albergue de Castrojeriz, contribuimos a la pequeña historia del lugar –sin habérnoslo propuesto- con una curiosa anécdota. Simpática, para unos… Estrambótica para otros. En cualquier caso involuntaria para todos, como elocuentemente reflejaría después la rosácea e intensa tonalidad de nuestras mejillas. Paso a contarla. Todo había empezado el día anterior. Un joven del pueblo que conocimos al llegar (guasón bromista o cándido desinformado, me inclino más por lo primero) nos había transmitido que el Albergue de Castrojeriz –como dato curioso- facilitaba gratuitamente ciertos 45 alimentos al peregrino, como parte de su servicio de atención. Específicamente aquellos que suelen acompañar a un buen y calórico desayuno: leche, mantequilla, galletas, café y cacao soluble, azúcar… Recién levantados y aseados, ya en el Comedor-Cocina del Albergue… nos dispusimos a desayunar, con la compañía de las palabras del joven del pueblo aún frescas en la memoria. En la vieja mesa, de estilo rústico (serían las 6 y media de la mañana), tres jóvenes franceses conversaban en voz baja mientras mojaban en café con leche trozitos de magdalena y galleta María Dorada. Nos sentamos junto a ellos, saludamos en castellano, y comenzamos a servirnos: leche de tetrabrick, un par de magdalenas, alguna galleta… Nuestros recién inaugurados vecinos de desayuno (dos chicos y una chica), nos miraban de hito en hito… sin decir ni mú. Como alelados. Terminamos de desayunar, y con la misma nos levantamos de la mesa, despidiéndonos cordialmente y deseándoles buen viaje. El alucine matinal de aquellos rostros permanecía. Como únicos sonidos inteligibles, creo haber oído murmurar algo en francés al levantarnos, lo que relacioné con la respuesta a nuestro saludo de despedida… Eso sí, me seguía extrañando el repentino desinterés de los jóvenes galos por su café con leche, sus trozitos de magdalena y sus galletas. “Esto es el Camino de Santiago” –pensé-. Gente de todos los colores, todas las extravagancias y convencionalismos juntos. “Será que son así”. Lo entendí más tarde… El joven encargado del Albergue, con sus explicaciones, dibujó causa a aquellos rostros de atónita sorpresa. “¿Gratis?... no, no. No es nuestro. Todo eso que os ha servido de desayuno lo traían los franceses. Era suyo. No sé quién os habrá dicho que el desayuno lo ponemos nosotros, pero es falso… ¡Ya nos gustaría, pero los fondos que manejamos no dan para tanto”… Chavales, me parece que os la han pegao” Antes de abandonar Castrojeriz tuvimos que volver a desayunar. Pero esta vez un plato realmente fuerte, en forma de repentino atracón para los músculos. Había que acometer una dura prueba: el empinado cuestón de Mostelares. Es ésta la última gran dificultad orográfica en muchos kilómetros porque hasta avanzada la provincia de León, la montaña no volverá a aparecer, aunque, eso sí, con fuerza inusitada. Se trata de una impracticable senda tallada en lo que es la última meseta de Burgos, su despedida al peregrino. Un esfuerzo demasiado tempranero el tener que subir a pie el fuerte repecho, venciendo la resistencia de la bicicleta cargada a acompañarnos en la subida, y la de los músculos, aún en proceso de adaptación al ejercicio. Una ascensión tan bella como extenuante. Desde el techo del cerro la panorámica era majestuosa; un último vistazo hacia atrás nos permitió fijar en la retina y la memoria el bello enclave de 46 Castrojeriz, con la legendaria figura de su castillo presidiéndolo todo entre la neblina cada vez más cegadora de la claridad y la distancia. Ello me hizo pensar en lo insuperable de las dos representaciones visuales del pueblo que me llevo en el recuerdo, la de la bienvenida de ayer (precioso atardecer) y la que nos despedía en este momento (rotundo amanecer)... Dos caprichosas instantáneas que –sin mover nada de sitio- habían intercambiado luces y sombras en el margen de unas pocas horas. Una ambiciosa mirada hacia adelante, por el contrario, nos situó ante el inmediato porvenir, la interminable Tierra de Campos de la llanura palentina… Meseta de Mostelares, Frente a la divisoria de Burgos y Palencia. 4-IX-94. El último cerro de Burgos, nada más abandonar Castrojeriz, fue necesario subirlo con la bici de la mano. Desde arriba, la vasta llanura palentina se abría imponente ante nuestros ojos. La frenética bajada nos situaría en poco tiempo en Itero de la Vega, primer pueblo palentino del Camino. Hasta pasada Ponferrada, en León, apenas volveríamos a subir alguna dificultad orográfica relevante. Por cierto, que las flechas e indicativos de la Ruta son de gran valor para evitar inoportunas desorientaciones. En este caso, una coqueta cruz de hierro, envuelta en chillón plástico amarillo, cumple eficazmente su función. 47 El descenso fue peligroso, y con rapidez cruzamos el puente sobre el río Pisuerga que nos puso directamente en tierras de Palencia. Por pistas de tierra nos dirigimos a Itero de la Vega, primer pueblo de la provincia, donde nos aprovisionamos, y a Boadilla del Camino, típico pueblo de Tierra de Campos con un famoso rollo medieval de peregrinos en su plazoleta principal. Estas simbólicas columnas de piedra labrada con motivos jacobeos, y característica cruz de Santiago rematando la obra en lo alto, pueden verse en diversos puntos del Camino. Son hitos identificativos del santo itinerario seguido por el peregrino. Boadilla del Camino (Palencia). 4-IX-94. Sobre las toscas y desgastadas escalinatas del Rollo jurisdiccional gótico del siglo XV que ha hecho famoso a Boadilla del Camino en la historia de la Ruta, adelanto algunos datos que me serán de utilidad para el resumen de la jornada en el diario de viaje. El buen tiempo y la luminosidad ambiente son claros exponentes de la mañana de septiembre castellana... y la cámara de fotos lo sabe. El Camino a Frómista contó con el agradable aliciente de transcurrir en gran parte paralelo al caudaloso y añejo Canal de Castilla, legendaria y fallida tentativa de conectar la Meseta con el litoral cantábrico por vía navegable. 48 Curiosamente, donde ambas vías se despedían (la acuática y la terrestre) un animado grupo de pintores de caballete, pincelada a pincelada, retrataban imágenes al natural. En Frómista contemplamos la admirable iglesia de San Martín, principal atracción turística del pueblo, bella en proporciones e imponente en concepción, a pesar de su datación y hechura románicas. Sorprendía ver por estas planicies de tierra adentro, en la adusta Castilla de trigo y Campos Góticos, grupos de japoneses recreándose y valorando el buen arte, cámara de video en ristre. Iglesia de San Martín de Frómista (Palencia) 4-IX-94. Atractiva la estampa de la iglesia románica de San Martín de Frómista, de atractivo empaque... El mayor aliciente del pueblo y una de las obras cumbre del Románico Jacobeo. Aunque su fecha de construcción data del siglo XI, sufrió una importante restauración en el año 1896 que, no obstante, no ha restado elegancia y señorío al conjunto del templo. Hasta Carrión de los Condes la carretera buscaba horizontes que nunca llegaban, a través de interminables rectas típicas de la Meseta castellana por donde cabalgábamos, como siempre, hacia Poniente. Estamos en la Castilla cerealista, austera, sobria, "desamueblada"... en pleno corazón de esta rugosa palma de mano campesina levantada a un cielo siempre azul; el mismo cielo que según Unamuno- a la vez la enciende y la refresca. Tierra que en su aparente falta de recursos paisajísticos, y por extensión expresivos, encuentra todos los recursos, toda la emoción del reconcentrado caminar peregrino. El alma se recoge en sí misma, hartos los ojos de cielo y tierra, horizonte y cereal. Este largo trayecto, a pie, tiene que ser especialmente agotador, más que en el plano físico, en lo psicológico. La cadencia del pedaleo, el aire de cara (aumentado por 49 la aceleración del movimiento), el considerable ahorro de tiempo... ayuda a los aficionados a la bicicleta (como es nuestro caso) a sobrellevar con más entereza y relajación estas jornadas. En Carrión nos detuvimos a almorzar en una Base de Acampada de la Junta de Castilla y León. En ella charlamos amigablemente con los jóvenes hospitaleros, tan buena gente como la de Villafranca. Nos prestaron todos los útiles de cocina necesarios para comer caliente (nuestra primera comida en plato en bastante tiempo) y nos invitaron a delicioso café humeante y recién hecho. Fue allí donde, una vez más, la magia del Camino, con su ecuménica diversidad de gentes, nos permitió conocer al singular Máximo, italiano bohemio y desenfadado que peregrina desde su Milán natal. El viaje lo afronta como un capítulo más en su filosofía de vida, motor de otras muchas experiencias como ésta en el pasado, según nos ha contado. Con él viaja un joven amigo madrileño, conocido durante el recorrido. Ambos son claros exponentes del alma del Camino: diversos motivos, diversos orígenes, diversas formas de ser y entender la vida, y un destino común que une a las personas. Un mismo objetivo a compartir que hace compañeros de viaje, y reconoce amigos. Porque los amigos, por encima de todo, se reconocen, no se hacen... Y una experiencia como ésta es buena oportunidad para comprobarlo. De Carrión nos dirigimos a Bustillo del Páramo, desde donde caminos rurales de hermoso emplazamiento en el abierto páramo castellano nos condujeron al cercano enclave de Villambroz, punto final de la jornada, como quedó dicho al principio. Allí llegamos más tarde de lo apetecido, pues mi bicicleta, de intachable conducta en toda la Ruta, fue a pinchar a la salida de San Llorente del Páramo. Y ocurrió pocos metros después de haber tomado un tortuoso camino, lleno de piedras sueltas, o "cantos", como se dice por aquí. Poco después de preguntar por la dirección correcta al único viandante autóctono que encontramos por allí, el ensotanado y célebre párroco, todo un clásico en el lienzo costumbrista y social de este pequeño enclave. Pedalear sobre el atormentado camino que llevaba a Villambroz se había mostrado desde el principio como un incómodo compendio de "traqueteo" y paciencia. Casualmente, una coincidencia entretejida por los duendes burlones del azar quiso que Juan Fran, segundos antes de comenzar mi rueda a deshincharse, hiciera, por primera vez en toda la Ruta, una observación sobre tal posibilidad. Algo así como "si no pinchamos aquí, ya no pinchamos nunca". 50 Base de Acampada de Carrión de los Condes (Palencia). 4-IX-94. Tras recorrer con calma la bella y pequeña ciudad de Carrión de los Condes, citada ya en documentos del siglo XII como floreciente y abundante en todo tipo de productos, nos detuvimos a comer en una Base de Acampada de la Junta de Castilla y León, prima hermana de la de Villafranca Montes de Oca. Allí una amable joven hospitalera nos proporcionó los útiles necesarios para comer caliente (también fue la autora de esta fotografía), y nos presentó a dos peregrinos con los que lo pasamos en grande el poco tiempo que estuvimos con ellos. Se trata de Máximo, italiano de origen milanés, y un amigo madrileño que le acompañaba y cuyo nombre he traspapelado entre los datos de la memoria. Sin duda, una pareja entrañable... Ambos arrastraban molestos principios de tendinitis en rodillas y tobillos, y solían turnarse para transportarse el uno al otro sobre una especie de carrito de supermercado, que hacía más llevadero el consumo de kilómetros. La singularidad de mucha gente conocida durante el trayecto, de la que nunca volverás a tener noticias, es un aliciente más del Camino. En Villambroz, nuestra llegada coincidió con un lírico y hermoso atardecer, un anaranjado lienzo de esos sinceros y puros que acostumbra a brindar la línea del horizonte por estas tierras. Poco pudimos hacer de lo que teníamos pensado en lugar tan especial para mí. La demora del pinchazo más algún que otro encuentro familiar, nos obligó a retirarnos a descansar un poco más tarde de lo previsto. No obstante, aunque corto, el sueño se preveía reparador. Una placentera ducha, un gratificante paseo nocturno por las calles encalmadas y la comodidad de la cama (insuperable herramienta de descanso) permitía aventurarlo. 51 LUNES, 5-IX-94 7º Día: Villambroz - Villadangos Tierra, silencio, asfalto, ruido... Cara y cruz en la gran provincia de León 103.2 kilómetros recorridos Ciertamente, se hizo corto el descanso en el pueblo. De camino a nuestro próximo destino importante (Sahagún), juzgamos conveniente hacer una visita al médico. La sobrecarga y fatiga muscular acumulada por la dureza de algunas etapas (como era el caso de Juan Fran) y alguna pequeña molestia en la articulación de la rodilla (como era mi caso) nos aconsejó optar por tal determinación. A estas alturas de viaje nuestro programa inicial de ruta había sido sobrepasado por los hechos, llevábamos tiempo ganado a nuestras propias previsiones, y perder la mañana en Sahagún no suponía para nosotros ningún trastorno serio. Además, quedaban por delante jornadas de gran dureza que podían pasarnos una indeseable factura (veáse, el abandono) si no tomábamos precauciones. Quizá la lesión más grave de los dos la sufría yo, al padecer una pequeña tendinitis en la rodilla derecha que debía cuidar y controlar dentro de unos límites específicos. Así pues un adecuado tratamiento médico y una reducción del ritmo físico fueron las dos sabias recomendaciones efectuadas por el médico fisioterapeuta que nos atendió, dos nuevos compañeros de viaje con los que contar desde ahora. Por suerte, nada grave. Tras la correspondiente visita facultativa compramos las provisiones que habrían de servirnos de almuerzo. Por lo general, no solemos comprar la comida del día entero porque una lección que tenemos bien aprendida desde el principio es que, sin prescindir de lo necesario, debemos llevar el peso justo en las alforjas. Luego nos detuvimos en la Base de Acampada establecida a la salida del pueblo, junto al río Cea, a añadir un sello más a las credenciales para continuar luego viaje a Mansilla de las Mulas. El trayecto hasta allí fue un estupendo y reconfortante paseo de sol y aire puro a través de la Peramera leonesa. Los kilómetros iban cayendo mientras se pedaleaba relajadamente por un estrecho camino orlado por cientos y cientos de arbolillos que apenas sí podían atender su servicial cometido de ofrecer sombra, abriéndonos paso entre el aliento suave y entrecortado del cierzo castellano. Y todo ello sin tener que bregar con el ejército de cantos rodados 52 sueltos tan típicos de caminos anteriores, lo que permitía saborear aún más el placer de viajar, y recrear los sentidos en la apabullante naturaleza por la que se avanza: páramo amplio, abierto, descarnado... inmenso altar al cielo azul y al aire limpio; tanto que, al fondo, mirando de soslayo, podía adivinarse la silueta desdibujada de las primeras cumbres cantábricas. Un lujo... Tras cruzar sugerentes pueblecitos como Bercianos del Real Camino, Burgo Ranero o Reliegos, llegamos a Mansilla, donde almorzamos según teníamos previsto. Lo hicimos en un pequeño parque próximo al río Esla y a sus desdentadas murallas, recuerdo de la vieja fortificación medieval. Superado este importante jalón, el Camino cambió totalmente de derroteros. Abandonado el inolvidable trazo que nos condujo desde Sahagún, grato recorrido exclusivo para caminantes y ciclistas, lo que quedaba de jornada sólo nos depararía carretera, en la mayoría de los tramos saturada de vehículos. Tramo de Sahagún a Mansilla de las Mulas. (León) 5-IX-94. Un entrañable paseo nos llevó de Sahagún a Mansilla de las Mulas. En completa soledad, por un estrecho camino de tierra flanqueado por árboles, cubrimos la distancia entre ambas localidades leonesas con buen humor y mejores sensaciones. Además de prescindir de la carretera, atravesamos sugerentes pueblecitos como Bercianos del Real Camino o El Burgo Ranero... lugar este último que me trajo a la memoria una inquietante lectura efectuada con anterioridad, en alguno de los muchos libros sobre el Camino que 53 han caído en mis manos. Un texto que cuenta como Laffi (peregrino cronista de otros tiempos) encontró a la entrada del pueblo a otro peregrino muerto, a punto de ser devorado por los lobos. La llegada a León fue rápida, a pesar de la subida a algún pequeño repecho como el del Portillo, donde antiguamente existía una ermita en la que el peregrino se detenía a orar. La misma inercia del descenso de este alto nos puso en un suspiro a las puertas de la histórica y señorial ciudad, dos veces milenaria, hito fundamental del Camino de Santiago. Ya en esta gran ciudad, donde se unen los peregrinos procedentes de la costa con los que vienen siguiendo el Camino francés (como nosotros), nuestro primer cometido fue intentar llegar al centro histórico y artístico. Allí se eleva la afamada catedral gótica, magistral lección de arte y belleza que León da al mundo. La visita es obligada. Pudimos deleitarnos dentro de esa fantasía de luz y ensueño, sintiéndonos -como dijo alguien- "en el corazón de una joya". De este monumento tenía un imborrable recuerdo desde que lo visité siendo niño, en una excursión del colegio. Ahora, pasado el tiempo y vencidas las distancias, he vuelto a recuperar aquella sinceridad infantil y aquella sencilla admiración ante la grandeza. Realmente, impresiona desde el mismo parteluz de la entrada, donde la imagen de la Virgen Blanca saluda con gracia al visitante. Luego, tras pasear por sus naves, bajo la sinfonía de color de las vidrieras, la plasticidad de las esculturas, la perfección de las líneas y todo atisbo de labra en piedra, uno sale renovado, animado, agradecido... Por desgracia, la Basílica de San Isidoro, excelente muestra del románico, construcción de espíritu y concepto distintos a la anterior, tenía cerrada las puertas del Panteón y Museo, sus principales alicientes. Por ello, tuvimos que conformarnos con visitar el interior del Templo. El total desconocimiento del callejero leonés, y la desaparición en el casco urbano de todo rastro del Camino, motivó que desplazarse en bicicleta no fuera tarea fácil, y que pusiéramos toda nuestra atención en los cruces y glorietas para seguir las indicaciones correctas al abandonar la milenaria ciudad. Al final, los letreros que señalaban la dirección a seguir no fueron más eficaces que la posición oeste tomada por el sol en su declive. Su puesta estaba próxima, y nos propusimos llegar antes de que eso ocurriera al cercano pueblo de Villadangos. Saliendo de León nos detuvimos brevemente para admirar la soberbia fachada del Hostal San Marcos, antigua sede de los caballeros de la Orden de 54 Santiago y cárcel de Quevedo, reconvertida hoy en lujoso hotel. Su serena visión nos resarció con creces de la dura prueba que nos había supuesto atravesar la ciudad por sus grandes avenidas llenas de tráfico, y donde -como queda dichocualquier traza del Camino original ha sido borrada. Pero aún quedaba la parte más ingrata de la jornada: el corto trayecto entre León y Villadangos. Este tramo ha quedado convertido en un largo corredor industrial, con calles levantadas por grúas y excavadoras, obras por doquier (tan necesarias en su uso posterior, como molestas en su desarrollo actual), incesante e impaciente tráfico rodado, naves, fábricas, polvo, humo... Unos y otros son inseparables compañeros de viaje hasta Villadangos. Este tramo pasa a ser así un engorroso trámite que interesa superar con apremio. El peregrino se siente como un verdadero extraño a través de este paisaje, y quisiera multiplicar su velocidad para dejarlo atrás cuanto antes. Éste es uno de esos momentos en el que hay que felicitarse por haber escogido la bicicleta como vehículo de transporte, pues nos permite cubrir la distancia con más celeridad que el compañero caminante. El contraste de estos escenarios con los de la primera mitad de la jornada ha sido uno de los aspectos más significativos del día. El Refugio de Villadangos estaba a la entrada del pueblo, visible e inconfundible a la derecha de la carretera. Hecho que agradecimos pues al no tener que adentrarnos en el pueblo en su búsqueda pudimos ahorrar un tiempo precioso. El Albergue, digno y serio, tenía todo lo necesario sin lujos superfluos. Del paso por aquí recordaré nuevos personajes de esos que van añadiéndose a la lista de gentes “peculiares” del Camino, digámoslo así. Félix "el templario" (como le gusta que le apoden) es un venerable peregrino, entrado en años -cerca de los sesenta y no demasiado lejos de los cincuenta, según propia afirmación-, que desde el año santo de 1976 peregrina a Santiago para volver andando al punto de partida, su Zaragoza natal, y reiniciar otra vez la Ruta. Y así continuamente. No tiene familia ni ocupación conocida, vive de lo que le dan y de trabajillos artesanales que malvende. Su indumentaria responde a la tradicional estética jacobea (sombrero de ala ancha, esclavina, bordón...), parece sacado de una ilustración de época de tiempos pasados. Se considera peregrino de profesión y reconoce haber nacido para “velar y proteger la Santa Ruta”. De ahí que se considere descendiente directo de aquella legendaria Orden templaria, poseedora de un gran saber y guardiana de 55 itinerarios santos. Entre sus ocupaciones preferentes se encuentra la de escribir abundantes hojas llenas de observaciones y consejos para los "compañeros peregrinos" que va depositando por los diferentes Albergues, y que firma con el alias de "Compañero peregrino Félix, Guardián del Camino". Nosotros compartimos posada con él en Villadangos, donde recayó de vuelta de Santiago, y pudimos escuchar de su voz muchas de esas útiles orientaciones, que van desde todo tipo de recomendaciones (turísticas, hosteleras, culturales, de equipamiento en viaje...) hasta precauciones por lo abusivo de los precios cobrados al peregrino en ciertos lugares... Y todo ello sugerido al calor de su experiencia, tantas veces revivida. Como jocosa curiosidad, recuerdo su preocupación por la aguda crisis económica, y sus peculiares recetas para combatirla, crisis que no entiende de credos religiosos ni de "altas misiones" como la suya, y ante la que Félix tenía un antídoto: la adecuación a los nuevos tiempos. Para ello pensaba ofrecer su esclavina, sombrero y cualquier otro complemento externo a las empresas que, previo pago en las condiciones convenidas, quisieran utilizarlos como soporte publicitario. Hasta hace poco lo había considerado una traición a todos sus principios, pero... Hilario, es otro personaje de interés. Personal retrato del desinhibido aventurero que completa la peregrinación al menos una vez al año, cuenta entre sus mayores aficiones el dejar escritos mensajes de ánimo en lugares lo más visibles y estratégicos posibles (carreteras, caminos, muros, árboles, albergues...) a gente que conoce durante el viaje y que va dejando atrás por la mayor velocidad de su marcha. Éste es para él uno de los principales alicientes de la experiencia jacobea. ¡Ah! y Johan... (ignoro si se escribe así). Es un holandés que lleva 118 días en pos del sepulcro del Apóstol desde el norte de su patria, y que es todo un dechado de simpatía. Otro extranjero "ilustre" es un alemán del que ignoro el nombre, y que desde febrero del 93 está de viaje (aún anda perdido por el Camino). Vive de ayudas, y de grabados y dibujos de indudable calidad artística (paisajes, retratos, caricaturas...) que él mismo realiza. No tiene ninguna prisa por llegar a Santiago. Todos siguen día a día el imborrable rastro de una senda al interior de sí mismos, la huella profunda de un Camino viejo, y siempre nuevo, que luchan por 56 no abandonar sin saber bien por qué. Es algo indescriptible, arraigado dentro de cada uno... Creo que en el fondo todos representamos, con toda su enriquecedora diversidad, una verdadera parábola de la vida. MARTES, 6-IX-94 8º Día: Villadangos - Ponferrada El Camino toca techo 102.6 kilómetros recorridos Nuestro primer destino importante tras Villadangos era Astorga, la "Astúrica Augusta" de los romanos, cuyo origen parte de un campamento vacío que éstos donaron a los antiguos guerreros astures que abandonaron las armas para someterse voluntariamente al Imperio. Nos espera la capital de la “Maragatería”, patria chica de las afamadas “mantecadas”, delicioso hallazgo culinario de alta repostería. Pero de camino a tan noble villa, resulta obligado detenerse en Hospital de Órbigo, encantador pueblo de empedradas calles que sale al paso para recordar otros tiempos, caballerescas "cuitas" medievales de las que el lugar fue testigo en tiempos pasados. El sitio es famoso por su largo e histórico puente sobre el río Órbigo, en la Antigüedad ancho y caudaloso y hoy -por modernas necesidades de regadío agrícola- reducido a un estrecho brazo de agua. En la memoria de estos escenarios naturales están escritas las aventuras del despechado en amores don Suero de Quiñones, caballero leonés protagonista del célebre "Paso Honroso", nombre con el que desde entonces se conoce al puente. Allí, don Suero, con nueve compañeros (sus nombres aparecen grabados en un monolito) organizaron unas Justas en el año santo jacobeo de 1434 con el fin de retar a cuantos caballeros aceptaran el envite, prometiendo no abandonar hasta conseguir romper 300 lanzas. Fueron 30 los días que estuvo emplazado en el lugar don Suero, montando guardia y batiéndose en lucha, intentando ganar renombre y justa fama por su valerosa conducta, para conseguir así los favores de su amada, doña Leonor Tovar, que no debía estar muy por la labor a juzgar por la decisión del bravo leonés. El lugar parece impregnado de ese espíritu caballeresco y medieval tan lejano hoy. La atmósfera evoca lejanas estampas de otra época; peregrinos cabizbajos, de andar cansino; huestes guerreras cruzando el puente, enarbolando estandartes con cruces cristianas o medias lunas sarracenas; 57 estrépito de cascos de caballo sobre la piedra cantarina; labriegos caminando con desdén a la extenuante labor; crujir de desvencijada carreta de bueyes... Puente del "Paso Honroso", Hospital de Órbigo (León). 6-IX-94. Héme aquí leyendo interesado los nombres grabados en piedra de los caballeros que junto a Don Suero de Quiñones protagonizaron el célebre episodio del "Paso Honroso", caballeresca aventura medieval que tiene a éstos por protagonistas junto al bravo -y despechado en amores- noble leonés. Con él organizaron en el año santo jacobeo de 1434 unas afamadas Justas, que tenían por objeto retar a cuanto contrincante aceptase el reto de las armas. Un gesto que en el contexto de la época servía para soliviantar el orgullo herido, y ganar puntos para que la amada correspondiese al amante... Tras las Justas, el Caballero y sus compañeros peregrinaron a Santiago, donde éste cedió un valioso obsequio como ofrenda que cuelga sobre el pecho de Santiago el Menor, en la capilla de Compostela. El Puente de piedra, largo y estrecho, conserva aún un aire de leyenda. Ya en Astorga, capital de la Maragatería, nos sorprendió el bullicioso gentío que atestaba las calles del centro, y un gran ajetreo reinante propio de ciudad viva y dinámica. Y ello a pesar de soportar el peso de tantos siglos de historia, como sugiere la solera de sus viejas murallas. 58 Visitamos la hermosa catedral de Sta. María, el monumento más relevante de la ciudad, ante cuya virtuosa fachada barroca nos retratamos para el recuerdo. Muy cerca, sobre las murallas medievales, se alza otro edificio en el que el acercamiento, y consiguiente admiración, son obligado trámite. Se trata del Palacio episcopal de Gaudí, una insospechada joya que rinde culto a la inventiva y la belleza. En la visión emerge un castillo encantado, un blanco sueño de granito extraído de un cuento de hadas, un imaginativo contrapunto de elegante finura a la belleza serena de la vecina catedral. Palacio episcopal de Gaudí. Astorga (León). 6-IX-94. Mi figura, minimizada por la monumentalidad del Palacio Episcopal de Gaudí, construído a finales del siglo XIX. Granito blanco para un alarde de ingenio y fantasía artística. Al fondo puede contemplarse una de las torres de la Catedral de Santa María, quizá el edificio más importante de Astorga, fundada -según la tradición- por Santiago y San Pablo. Tras el acopio de fuerzas del almuerzo emprendimos rumbo a Rabanal del Camino. Las guías y los mapas nos hablaban de 20 kilómetros en suave y constante subida, pero la dificultad fue máxima debido a un fortísimo viento racheado que parecía soplar siempre de cara. Resultaba imposible avanzar con ligereza. Además, un error a la hora de tomar la dirección correcta en la salida de Astorga nos obligó a recorrer unos cuantos kilómetros de más, algo que sin duda contribuiría a aumentar más aún el desgaste físico. En efecto, la 59 equivocada indicación de un ciudadano en Astorga nos hizo tomar un ramal distinto al que nos correspondía, hacia el sur en lugar del sempiterno poniente. Cuando llevábamos un buen rato de marcha, las dudas, que habían ido despertándose poco a poco ante la "sospechosa" posición del sol, a la derecha de nuestra marcha, nos empujaron a penetrar en un pequeño pueblo llamado Morales del Arcediano. Allí trataríamos de reorientarnos y despejar incógnitas preguntando a algún lugareño disponible, y de paso llenaríamos nuestras sedientas cantimploras; al menos, esa era la idea. En un primer momento, parecía que habíamos entrado en un pueblo "fantasma". No encontramos ni un alma, ni una caritativa fuente por las calles de un pueblo que parecía abandonado. Tras dar un buen rodeo encontramos a un joven que, al ser turista, tampoco podía extenderse demasiado en la respuesta a nuestras preguntas. No obstante nos llevó hasta la casa de unos familiares que finalmente nos confirmarían que íbamos por mal camino. Eso sí. Pudimos llenar los bidones de la bicicleta con agua fresca, conservada óptimamente en botijo de barro, y –gustosamente- aceptar la invitación de saborear alguna de las pastas y galletas con las que pretendían acompañar el café de sobremesa. “Tomad... llevaos a la boca algo de esto, que así es más fácil dar pedales”, nos dijo con una sonrisa la anfitriona de aquella casa, una ancianita menuda y desenvuelta, de pelo blanco recogido en un moño. “Eso, eso... glucosa pa´l monte Irago, que sin combustible como ése la pájara no os deja pasar al Bierzo”, añadió un joven rizoso, de cara redonda y gesto pícaro. Como se ve, gente abierta y agradable, dispuesta a echar una mano cuando sea menester, se puede encontrar en cualquier escondido rincón. Abandonado el fresco saloncito de aquella blanca vivienda de Morales del Arcediano, de estimulante aroma a café flotando en el ambiente, volvimos a las bicicletas para continuar Ruta. Los intentos por volver al Camino sin necesidad de regresar a Astorga (unos 6 kilómetros) resultaron inútiles. A Rabanal llegamos tras agotadora marcha a través del áspero y severo paisaje maragato; campos rudos, abiertos, desprotegidos, tradicionalmente a merced de todos los rigores del tiempo. Por ello, a pesar del fuerte viento, hay que felicitarse porque a principios de septiembre suele ser la favorable meteorología la que marca su impronta en la vida de estos parajes. El Camino se adentra con decisión por esta comarca de esquiva fascinación, buscando aldeas humildes de costumbres milenarias: Castrillo de Pozalvares, Sta. Catalina, El 60 Ganso, Rabanal... Era éste un recorrido especialmente difícil para los peregrinos del Medievo; superada la extensa planicie castellana se enfrentaban ahora al abrupto perfil de los montes leoneses, a las inclemencias del tiempo y a la amenaza del bandidaje y los salteadores de caminos guarecidos en sus bosques. Es la última zona químicamente castellana de León. Tras ella espera el Bierzo, comarca leonesa, pero de profundo espíritu gallego. Tras el merecido descanso en Rabanal, típico pueblo de esta comarca con larga calle principal que coincide con el Camino, nos dispusimos a afrontar la gran dificultad del día, el ascenso al pueblo abandonado de Foncebadón, situado a seis kilómetros, y la coronación del Monte Irago, en cuya cumbre nuestra Ruta alcanza la máxima altura, 1500 metros. En un primer momento decidimos comenzar la subida desmontados de las bicis, pero al comprobar que la pendiente no era excesiva e incluso sin prisas, bastante llevadera, desechamos la idea. Tampoco hay que desmerecer el hecho de que el entrenamiento acumulado en todas las jornadas anteriores facilite que el cuerpo responda a las exigencias. En todo caso, la dureza de la ascensión fue contrarrestada por una adecuada toma de conciencia de la dificultad que entrañaba en sí el trayecto, y de nuestras propias limitaciones, más pronunciadas a estas alturas de jornada de lo que nos gustaría. El progresivo enfriamiento del aire delataba que íbamos ganando altura sin tregua. También el juego de luces y sombras confirmaba la ascensión, pues a medida que nos acercábamos a la cumbre íbamos recuperando luz solar; curioso fenómeno éste que nos hacía sentir como si fuéramos hacia atrás en el tiempo. Y es que la tarde, que pesadamente caía en este agreste paisaje, extendía un manto de penumbra por la ladera oriental del monte Irago de abajo a arriba, siguiendo el sentido de nuestra marcha. Las primeras casas de Foncebadón emergieron como una visión irreal de entre la niebla del pasado y el olvido. Como todos los pueblos abandonados, sus calles, piedras y rincones parecen guardar una memoria de siglos que sale al encuentro del viajero para evocarle semblanzas de otro tiempo. Es una zona anclada en la Edad Media, en un espectacular emplazamiento cerca de la cresta del Irago y frente a otro Monte mítico, de nombre elegante y señorial porte, el Teleno. No son muchas las viviendas que aguantan en pie. La mayoría están semiderruídas o en vías de desplomarse sin demasiada demora. Paradójicamente, los letreros indicadores de 61 la carretera, en los que figura el nombre del pueblo, quizá sea lo que en mejor estado se encuentre. Los hundidos tejados pajizos de tono gris, los amplios vanos abiertos en los muros, la vegetación que crece asilvestrada e incontrolada entre las piedras... son claros síntomas del abandono de una aldea importante en el pasado, valiosa estación de paso para los peregrinos aventurados por estos montes que contaban incluso con el apoyo de una Hospedería, hoy en ruinas. Tengo entendido que hasta hace unos años, sólo permanecía en la aldea, como única superviviente del desaparecido vecindario, una anciana y su viejo perro, un enorme ejemplar de mastín leonés. La suerte que ambos hayan podido correr es una de las tantas incógnitas que el Camino deja en la mente en el desarrollo de su curso. Ascenso al Monte Irago, Foncebadón (León) 6-IX-94. Abandonada la candidez orográfica de la meseta castellana surge con fuerza la montaña tras Astorga, y ésta no sólo pide esfuerzo al viajero, también sabe ofrecerle valiosos alicientes: bellos parajes y perfiles que adornan su visión y estimulan su marcha. Ascendiendo la ladera oriental del Monte Irago aparece la abandonada aldea de Foncebadón, anclada en el tiempo y en la memoria de la zona. Con pedaleo calmo y fluído Juan Fran supera los límites del pueblo. Queda poco para el punto más elevado del Camino de Santiago en España, prácticamente coincidiendo con la divisoria de las comarcas leonesas de la Maragatería, y el Bierzo, la una con capital en Astorga, y la otra en Ponferrada.. Superado el pueblo, pronto aparece la famosa Cruz de Ferro, el lugar más simbólico de la etapa, y uno de los puntos más emblemáticos de toda la Aventura Jacobea. Aquí, muy próximo a la cota cumbre de la Ruta, se alza uno de los monumentos más venerados por los peregrinos de todas las épocas. Sobre un 62 montón inmenso de piedras arrojadas por ellos, por trabajadores bercianos y gallegos, y por cualquier caminante de paso... descansa desafiando al tiempo y a las ventiscas una austera cruz de hierro, tan simple como mágica, encaramada a lo alto de un largo mástil de madera. Inspira una pequeña reflexión el hecho de que tan sencilla y endeble obra goce de tanto acervo entre las gentes que buscan Compostela, como es nuestro caso. Quizá sea porque, en el fondo, la espiritualidad humana y la religiosidad del peregrino es como ella, humilde en medios, parca en concepto, pero generosa, amplia, totalizadora en ambición y objetivos. Así es este modesto crucero que busca el cielo en su afán de altura. Como manda la tradición, arrojamos cada uno de nosotros una piedra a la enorme base creada gota a gota, siglo a siglo, mirando hacia el oeste (meta del viaje), concibiendo un deseo en la mente y de espaldas a la cruz. Así fue como hicimos nuestra pequeña aportación a ese enorme lecho de oraciones y anhelos petrificados sobre el que se alza la cruz, nuestra diminuta y humilde rúbrica en la Historia del Camino. "Cruz de Ferro", Monte Irago (León). 6-IX-94. Es muy difícil de describir lo que se siente al llegar a la sencilla "Cruz de Hierro", que señala la cima del Monte Irago y también del Camino. Cierto rubor epidérmico revela que algo importante recorre el espíritu. Algo especial como es este monumento 63 simple y grandioso a la vez que descansa sobre una amplia base de piedras y rocas depositadas por el caminante a lo largo de los años. El momento desata la imaginación, promueve la reflexión serena. Una sensación de infinitud termina por hacerlo inolvidable... Unos minutos de paz interior antes de arrojarse a los brazos del peligroso descenso que conduce a la gran olla del Bierzo. Tras un breve y relajado paseo por la cuerda del Irago, que premió nuestro esfuerzo con las majestuosas panorámicas de un sinfín de contornos montañosos dorados por el mágico barniz del atardecer, iniciamos el endiablado aunque seguro descenso a la gran olla del Bierzo. Manejando con destreza el vehículo, y con generosidad los frenos, nada parece indicar que un ciclista responsable haya de sufrir un percance bajando por pendientes tan pronunciadas. Precisamente, antes de comenzar el descenso, un letrero debidamente ubicado en una cuneta de la carretera se hacía eco de su peligrosidad, recomendando máxima precaución a los ciclistas. En un abrir y cerrar de ojos descendimos lo que con tanto esfuerzo y tiempo habíamos subido en toda la jornada. Descenso al Valle del Bierzo, desde el Monte Irago. 6-IX-94. Un letrero apostado junto a la carretera pedía máxima precaución al peregrino ciclista. El fuerte desnivel conseguiría que un pestañeo descendiéramos lo que tanto había costado subir. El matiz dorado de la caída de la tarde y la altitud confieren a esta fotografía un evocador contenido. Acababa de comenzar el descenso hacia 64 la comarca berciana. Después de rebasar en pleno descenso pintorescos pueblecitos como Manjarín (dotado de refugio de montaña) o El Acebo, pronto llegamos a Molinaseca, enclave que daba por finalizada la espectacular bajada desde los puertos leoneses, cumbres que hacen algo más que delimitar geográficamente dos comarcas como la maragata y la berciana. Es también una separación cultural, histórica, paisajística... El Bierzo es un inmenso valle perteneciente a León, circundado por soberbias crestas montañosas que lo separan tanto de las otras comarcas leonesas hermanas (de carácter y vocación castellana), como de las gallegas, a las que es más afín culturalmente. Esa sensación de diferencialidad se experimenta desde el primer momento; ya en el descenso, el aire, que va ganando temperatura por segundos, nos anuncia que comienza nuestra inmersión en el microclima berciano. Se percibe también cuando se escucha hablar a un habitante de la zona, al apreciar el matiz gallego de su acento, más claro a medida que vamos avanzando por la comarca en dirección a Galicia... O en los típicos tejados de pizarra gris tan comunes en las aldeas bercianas, y en muchas gallegas. Sin duda es un gran cambio el que acusamos al abandonar la Maragatería y llegar al Bierzo. Pronto nota el viajero que ha llegado a una región con acusada personalidad dentro de Castilla, con la que sólo parece compartir el parentesco administrativo y político. Después de una breve parada en Molinaseca para echar un trago de agua con calma, desentumecer los músculos, y quitarnos algo de ropa de abrigo sobrante tras el descenso, nos encaminamos con pedaleo resuelto a Ponferrada, importante ciudad de tradición minera y rancia historia, en la que teníamos pensado pasar la noche. En Ponferrada, localidad que debe su nombre al puente de granito y barandillas de hierro (Pons-ferrata) construído por el Obispo Osmundo en el siglo XI para paso de peregrinos, buscamos el centro neurálgico en torno a la zona del Ayuntamiento y sus calles más clásicas y conocidas, donde presumíamos que nos sería más fácil dar con el Albergue de peregrinos. Efectivamente, éste se encontraba a un paso, pero como era de nuevo emplazamiento y eran pocas las personas que podían darnos referencias válidas, fue necesaria alguna que otra vuelta estéril antes de localizarlo. Se trata de un viejo caserón rehabilitado para cumplir lo más eficazmente posible la función de albergue (está en proyecto seguir mejorándolo), y aunque humilde y nada ostentoso, acoge con dignidad al 65 peregrino, poniéndole todo lo necesario al alcance. Lleva tan poco tiempo al servicio del viajero jacobeo que ni siquiera aparecía en las hojas actualizadas sobre Refugios de Castilla y León que nos entregaron los voluntarios de las Juntas de Acampada. Tras un gustoso paseo por el casco antiguo de la ciudad (que encontramos alegre y vivaracha, sumida en su semana festiva), la cena y una reparadora ducha, nos retiramos a descansar de las fatigas de la jornada. El día siguiente se presumía tan duro o más que el anterior y era menester afrontar la etapa en las mejores condiciones posibles. MIÉRCOLES, 7-IX-94 9º Día: Ponferrada - Triacastela Y por por fin... Galicia 84.5 kilómetros recorridos Tras abandonar el Refugio de Ponferrada a temprana hora, y depositar nuestro donativo de rigor para su mantenimiento, nos dispusimos a buscar una cafetería para desayunar. La verdad es que la tarea resultó difícil, pues la jornada era festiva en la capital berciana, y la búsqueda demasiado madrugadora; sólo encontramos un establecimiento abierto al público, y en él coincidimos con otros tantos peregrinos que como nosotros habían pasado la noche en el Albergue. Después del desayuno visitamos el afamado castillo templario, de imponente empaque y señorío a pesar del ruinoso estado en el que lo ha dejado el paso del tiempo. Próximo al río Sil y al antiguo puente de peregrinos que lo salvaba, fue construído como formidable bastión militar, entre los siglos XII y XIV, para ser último reducto de la Orden del Temple en España. Todavía inspira respeto su desafiante figura de torres y gruesas murallas, y nos devuelve brevemente a aquella época de las primeras peregrinaciones, en que la Santa Ruta comenzaba a vertebrar la España cristiana en torno a un mismo destino y a los saberes e influencia procedentes de toda Europa. 66 Castillo templario de Ponferrada. 7-IX-94. ¡Ya Ponferrada!... Cómo avanza el Camino, cómo caen los kilómetros, y con cuánta intensidad se viven!... Ponferrada, industrial y minera, nos recibe con hospitalidad. Junto al río Sil se alza el famoso y señorial castillo que ha dado renombre a la villa. Preservando el tránsito de peregrinos por el puente, se asienta lo que fue último baluarte militar de la Orden del Temple en España, construído en su mayor parte entre los siglos XII y XIV. Su interior da muestra del frágil estado en el que lo ha sumido el paso del tiempo; precisamente la rampa que asciendo lleva a la entrada principal y desde allí lo afirmado se advierte con toda su crudeza, al comprobar como el cielo ejerce de techo, la maleza de suelo y el viento de único inquilino. Antes de abandonar la ciudad quisimos rescatar su imagen para el recuerdo. Terminada la visita al Castillo, y tras un rápido merodeo por el casco viejo, emprendimos viaje a Villafranca del Bierzo por la carretera comarcal a Cuatrovientos y Camponaraya, poblaciones de paso. Esta vez pusimos el máximo cuidado en no equivocar la ruta, y solicitamos información sin reservas ni reparo. La reanudación del Camino es confusa a la salida de Ponferrada y era necesario no perder un tiempo precioso en inútiles tanteos para dar con la dirección correcta. Al salir coincidimos con dos ciclistas, tan desorientados como nosotros que, a fuerza de encontrarnos en el Camino, desde que pasaron su primera noche en Villadangos, han terminado por convertirse en amigos. Son madrileños, y para ellos el Camino de Santiago es más bien un pretexto para pasar unos días de vacaciones en la costa gallega, que es lo que realmente les interesa. Un trasfondo lúdico tan válido como cualquier otro para situarse en el trazado de Ruta tan internacional. Resultan ser una pareja simpática y deshinibida. Al que siempre va segundo le hemos bautizado con el alias de 67 "Rubillo" (como es lógico, ése es el color de su media melena); delgado y de rostro aniñado, llama la atención su estilo de pedaleo, siempre de pie y constantemente "a botes". Es el más extrovertido, el "relaciones públicas" de la pareja. El otro, aún no tiene mote. Siempre va marcando el ritmo, sin levantarse del sillín, constante, serio, responsable en su papel. Hasta Santiago sospecho que coincidiremos con ellos bastantes veces más... A Villafranca el paseo fue agradable, de calentamiento, si bien, especialmente tras Cacabelos, la dureza de algunos repechos nos obligó a aumentar mucho la potencia de las pedaladas. El verde comienza a adueñarse del paisaje, de las praderías y los campos de cultivo, viñedos y frutales, delatando que viajamos a través de una zona fértil y rica. No es de extrañar que a lo largo de la historia el Bierzo haya sido objeto de disputa en numerosas ocasiones, comarca codiciada por unos y por otros. La misma inercia de la llegada a Villafranca del Bierzo, en ligero descenso, nos condujo a las puertas de la célebre iglesia románica de Santiago. Allí nos fotografiamos junto a la famosa Puerta del Perdón, donde antiguamente quienes no podían continuar la Ruta a Compostela, y así lo justificaban, recibían las mismas indulgencias que si hubieran completado el viaje. "Puerta de Santiago" Villafranca del Bierzo (León). 7-IX-94. A la entrada de Villafranca del Bierzo, a la derecha, efectuamos la primera parada en la villa. Es ahí donde se alza la iglesia románica de Santiago, cuya famosa "Puerta del Perdón" da a la vía que seguían los peregrinos. En ella se podían obtener las mismas indulgencias que en Compostela, caso de que hubiera una razón justificada para no continuar el viaje... Por cierto, se me viene a la memoria la simpatía de la turista inglesa que hizo 68 posible que Juan Fran y yo apareciéramos juntos en esta fotografía. Tras la visita al monumento, tomamos un café caliente en el refugioinvernadero que tiene al lado la familia Jato. La decoración y el estilo del local gozan de honda personalidad; ambiente joven y desenfadado, con un halo naturista y "folk" que conecta bien con nuestro espíritu nómada y aventurero. Una parada típica en esta villa que fue fundada en la Antigüedad por francos y monjes cluniacenses para acoger a los peregrinos que iban a Santiago, tras la destrucción previa de la puebla vieja por parte de los musulmanes. Recorrimos lentamente el interior del caserío de Villafranca, avanzando con lentitud por sus hermosas calles, excepcionales cronistas de la historia del lugar. La calle del Agua (una de las estampas urbanas más clásicas de la villa), los blasones nobiliarios, o las casas solariegas con sus añejas portaladas son una muestra viva de ello. Posteriormente almorzamos y nos entregamos a una grata sobremesa en la plaza principal; conversando, comentando las incidencias de la mañana, revisando mapas y planos, escribiendo postales a amigos y familiares, y en definitiva, relajándonos para afrontar mejor una de las etapas más duras de todo el recorrido: la durísima ascensión a los Altos del Cebreiro y el Poio. Si importantes son las imágenes que graba la retina al llegar a un pueblo o lugar de destino, las que sirven de despedida al abandonarlo no lo son menos a la hora de conservar su recuerdo. Y la verdad es que conservo en la memoria una preciosa salida de Villafranca, con el barniz dorado de la tarde en los sillares de la Colegiata, reedificada en el siglo XVI sobre la antigua abadía benedictina, y con los mágicos reflejos del sol sobre las bulliciosas aguas del río Burbia. Hasta Vega de Valcarce la subida era suave y llevadera. El Camino, siempre a la vera del río Valcarce (hermoso nombre cuyo origen refleja las condiciones naturales del estrecho valle "encarcelado" por el que avanzamos) comenzaba a estar presidido por una vegetación verde, fresca y exuberante, adelantando en cierta manera la región gallega que aguardaba tras la montaña. Tras rebasar Ruitelán, pintoresco pueblecito de la zona, comenzaban las primeras rampas que daban inicio a la ascensión a Piedrafita y el Cebreiro. La fatigosa subida castigaba el cuerpo más que por lo pronunciado de su desnivel, por lo largo y constante de su pendiente. Superado el Alto, y rebasado con emoción el cartel anunciador de la provincia lucense y la comunidad gallega, tomamos un largo y necesario respiro en un merendero con fuente y bancos de madera situado a las afueras de Piedrafita, junto a la carretera que continuaba a 69 Triacastela. Todavía había que superar importantes escollos, como los altos del Poio y San Roque, este último cumbre geográfica del Camino en tierras gallegas. Antes de encararlos, nos detuvimos en El Cebreiro, donde decidimos avituallarnos. La aldea es un precioso núcleo rural con famosa iglesia del siglo IX, y sobre todo, con clásicas pallozas, reminiscencia viva de las ancestrales costumbres conservadas por los gallegos. Son construcciones que entroncan con el legado celta, de frágil aspecto y techumbre de paja en muchas ocasiones... que asemejan en conjunto un viejo castro prehistórico. El Cebreiro es una cumbre geográfica y mística en la Ruta. Sometido la mayoría de las veces al incontestable influjo del tiempo desapacible; fuertes nevadas, frías ventiscas, persistentes nieblas... superarlo en la Antigüedad equivalía en importancia a hacerlo en los pasos pirenaicos de Roncesvalles o Somport, el monte Irago, etc. Para los gallegos que peregrinan a Santiago éste es el indiscutible punto de partida, para nosotros un hito fundamental en nuestra experiencia jacobea. Llegar hasta aquí es ya motivo sobrado de orgullo y entusiasmo. Con serena emoción contemplamos el imponente paisaje de superpuestos perfiles montañosos que se pierden en el horizonte, las brañas, pastizales y verdes praderías de Galicia, y reemprendemos agradecidos la marcha. Cima del Puerto de San Roque (Lugo) 7-IX-94. Los primeros kilómetros por tierras gallegas insisten en no poner fácil la marcha al caminante y al ciclista. Tres representativas puntas en el perfil, muy juntas unas de otras (los altos del Cebreiro, Poio y San Roque), se manifiestan como los lugares más altos por los que discurre el Camino en Galicia... Es una suerte afrontarlos en la misma divisoria con la provincia de León. En 70 el último repecho, el alto de San Roque, el punto más elevado de los tres (aunque bien podríamos considerar una unidad montañosa con tres crestas), una espectacular escultura saluda al viajero, agradeciéndole el esfuerzo a la vez que le resarce de él. Se trata de una gran figura que representa la clásica imagen de peregrino a pie, ataviado con todos los elementos típicos, luchando contra ventiscas, nevadas o cualquier otra inclemencia meteorológica que la imaginación permita recrear. Llegar a ese punto ilusiona y confiere un peculiar toque infantil al estado de ánimo, de ahí que quede en parte justificada la "monería" de la postura elegida para la instantánea. A partir de ahí la Ruta hasta la costa supondrá un lento y paulatino descenso en altitud, aunque no desaparecerán duras rampas y acusados esfuerzos para lo que resta de aventura. Abajo aguarda Triacastela, fin de etapa. Coronado el Alto del Poio y el de San Roque, un pronunciado descenso nos situó en Triacastela, primer gran pueblo de Lugo que sale al paso y lugar ideal para dar por finalizada la jornada, perfecto para "parada y fonda" podría decirse. Tras la dureza del día, nos hubiera gustado disfrutar más del largo descenso, pero un helado viento de frente y costado que atería los músculos y resentía el cuerpo nos lo impidió, obligándonos a desear pronta la llegada a Triacastela. Tras comprar los alimentos que nos servirían de cena, encontramos el Refugio, realmente magnífico. En una sala a modo de mirador, rodeado de grandes ventanales con fantásticas vistas al bosquecito de la finca en que se encontraba, y con un sugestivo resplandor dorado inundando la estancia, adelantamos las primeras líneas del resumen de la jornada para nuestro diario. Y tras la ducha, el esperado descanso. A eso de las diez y cuarto nos encontrábamos ya acostados, a punto para conciliar el sueño. Toda Galicia espera... mágica región de leyendas, meigas, "conxuros". Poderoso imán de peregrinos. Su sinfonía de verde, agua, naturaleza... nos aguarda en toda su magnitud. Me recuerda a Cantabria. El aire, el paisaje, las sensaciones... intuyo que voy a sentirme como en casa en esta tierra. 71 Albergue de peregrinos de Triacastela (Lugo) 7-IX-94. Tras una extenuante etapa como la que acabábamos de concluir, encontrarnos con el acogedor Albergue de Triacastela fue justo pago a los sudores del día: cómodas habitaciones con literas, amplios vestuarios y duchas, abundante luminosidad y un coqueto emplazamiento natural, frondoso y ajardinado, me permiten recordar este Refugio como uno de los mejores de la Ruta. Algo de todo esto debe desprenderse de la fotografía, efectuada en una especie de sala de estar o recibidor, que hace las veces de mirador. En ella se nos puede observar anotando las impresiones de la jornada en el diario de viaje, en medio de la abundante claridad del sol de la tarde, totalmente engañosa por otra parte, porque todas las predicciones pronosticaban un inminente cambio de tiempo para las próximas horas. JUEVES, 8-IX-94 10º Día: Triacastela - Melide Crece al ánimo, aumentan las pulsaciones 90.8 Kilómetros recorridos El día nos recibió con la mañana más fría y húmeda de todo el Viaje, hasta el presente. Sin duda, Galicia comenzaba a responder a las expectativas meteorológicas de ese clásico tópico que ha venido en designar a esa parte de España como "verde". Tras un desayuno abundante, y sobre todo caliente (primera condición impuesta por el organismo), partimos con un aire gélido de cara y con el cuerpo, especialmente las articulaciones, destemplado y agarrotado por la quietud. Afrontamos las primeras pedaladas con la esperanza de que el ejercicio 72 paulatino y continuado fuera haciéndonos entrar poco a poco en calor. Nuestra intención era recorrer los primeros veinte kilómetros a Sarriá con calma. Aunque los mapas y planos nos anunciaban un perfil con constantes subidas y bajadas, con tendencia a ir perdiendo metros progresivamente, era aconsejable iniciar la etapa con un adecuado proceso de calentamiento y adaptación. A la salida de Triacastela teníamos dos opciones, la carretera (por Samos) y el camino, por San Xil y Lousada, que es la variante más dura y silvestre aunque, con buen tiempo, no dudo de que también la más bella. Debe ser una delicia atravesar a pie estas comarcas, fieles exponentes de la región gallega, entre el perfume intenso del pasto ensilado, el rebaño indiferente al caminante, el hórreo, y los libres sonidos de la naturaleza que viven en los pueblos. Pero las pistas y caminos forestales ("corredoiras", que llaman los gallegos) atraviesan zonas muy complicadas para recorrerlas en bicicleta. Son caminos que con tiempo húmedo y lluvioso pueden llegar a convertirse en una auténtica penitencia de barro y agua; preciosas veredas sobre el alfombrado natural de verde y hojarasca típico de los bosques del norte, de esa Galicia rural de "campo a través", pero más aptas para pezuña de animal y bota de caminante que para rodada de bicicleta. Nuestra máquina aquí, aun siendo todo terreno, está en clara desventaja. La elección del asfalto parece pues justificada. Pronto llegamos al Monasterio de Samos, de admirable construcción y distinguida fachada. Atravesamos la zona entre turistas de viaje organizado y continuamos a Sarriá. El paso por esta ciudad fue rápido; quedaban veinticuatro kilómetros a Portomarín, y deseábamos almorzar allí. El trayecto hasta ese pueblo, trasladado colina arriba unos cuantos metros tras ser anegado su emplazamiento original por las aguas del Embalse de Belesar, fue muy duro. El relieve, con persistentes repechos y descensos ("rompepiernas", que dirían los entendidos del ciclismo), castigaba de lo lindo. Algunos metros de rampa bien podrían adscribirse a puertos de primera categoría. Tras Paradela, donde hicimos un alto para descansar y comprar las provisiones del almuerzo, nos lanzamos al encuentro con Portomarín, que quedaba en un valle, en el profundo tajo creado por las aguas del Miño, reconvertido en el Embalse de Belesar. La primera imagen que graba la retina, desde lo alto del mirador que da inicio al descenso, pasa por ser una de las más bellas postales del día. Esa elevada posición da idea de lo que vendría luego: tendríamos que 73 ascender un buen trecho luego para poder salir de allí, aproximadamente cuatrocientos metros de altitud en unos doce kilómetros de trayecto. Las aguas del embalse sumergieron la antigua villa, y buena parte de sus restos son profanados en ocasiones por la brisa y la mirada del hombre cuando desciende su nivel. En cualquier caso, el nuevo y blanco pueblo de Portomarín dispensa un acogedor recibimiento al peregrino como siempre ha hecho, antaño en lo hondo del valle, y ahora ladera arriba. Tras Ventas de Narón el recorrido se dulcificó, si bien la eterna historia rutera de Galicia, de subir colinas y bajar a los pueblos, se mantendría. Después de Ventas optamos por seguir el Camino tradicional a través de una tranquila carretera comarcal que enlazaba bellos enclaves rurales de la Galicia profunda: Ligonde, Eirexe, Portos, Lestedo... Sin duda, el paseo más gratificante de la jornada. Tras acceder nuevamente a la carretera nacional llegamos en poco tiempo a Palas do Rei, en principio destino final del día, pero al sentirnos estimulados y animados, y al haber aún suficiente luz en el ambiente, preferimos concluir la jornada en Mellide, primer gran núcleo urbano de la provincia de La Coruña. Portos (Lugo) 8-IX-94. Las solitarias carreteras comarcales de la Galicia rural, siempre que el tiempo acompañe, son el escenario perfecto para un entrañable paseo. La foto revela claramente el cambio medioambiental que ha sufrido el paisaje en el Camino; la verde humedad de Galicia me devuelve imaginariamente a mis queridos decorados de Cantabria, y me hace sentir muy a gusto avanzando lentamente a través de ella. La semiabandonada aldea de Portos es uno de los pueblos que surge en 74 el trayecto que va de Portomarín a Palas do Rei. He aquí la instantánea que recoge el momento en que dejamos atrás su bucólico caserío de piedra enmohecido por el tiempo y las interminables lloviznas. El Albergue en Mellide, como en los principales pueblos y ciudades de Galicia, no carece de nada. Bien cuidado, acogedor, confortable (además es nuevo, inaugurado para el año santo jacobeo de 1993) permite aseo, cocina y descanso seguro. Además de tres cocinas, numerosas literas con luz individual o dos enormes cuartos de baño con duchas tiene, caso original en toda la Ruta, habitáculos para caballerizas. De noche, antes de acostarnos, una última mirada al exterior nos anunció un apreciable cambio en el tiempo; un notable aumento de la humedad ambiente, y un repentino enfriamiento otoñal... ¿Qué pasaría al día siguiente, último de la andadura?, ¿Llovería por primera vez en toda la Ruta?, ¿contribuiría el tiempo, irreprochable aliado hasta el momento, a redondear con su benéfica influencia el último capítulo de nuestra experiencia?... Tendríamos que esperar al amanecer para comprobarlo. VIERNES, 9-IX-94 11º Día: Melide - Santiago El gran ocaso... El final de la escapada 54 kilómetros recorridos Y amaneció el día esperado. Y comprobamos lo que el tiempo quiso depararnos… ¡vaya que si lo comprobamos!... El último día, postrer escalón de nuestra experiencia, nos ofrecería -tanto en lo meteorológico como en lo vivencial- intensas emociones aún no sentidas. Nada más levantarnos de las cómodas literas del refugio de Mellide, una rápida ojeada al mundo exterior a través de la ventana nos situó ante un ambiente inequívocamente otoñal. Un cielo plomizo, encapotado, y una temperatura excesivamente fresca permitía augurar un posible aguacero, de intensidad insospechada, para nuestro último día de marcha. Mientras desayunábamos comprobamos como una fina y delicada lluvia, que en algunas partes llaman "chirimiri" y que aquí han venido en bautizar con el sugerente nombre de "orballo", comenzaba a envolverlo todo. Y ya no nos abandonaría en lo que quedaba de viaje (unos cincuenta y cuatro kilómetros), ni de estancia en tierras gallegas. La clásica estampa de la Galicia embozada en 75 abundantes ropajes de verde y lluvia se aparecía ante nosotros en toda su dimensión. A las afueras de Mellide el ritmo de descarga de las grávidas nubes había aumentado apreciablemente, y fue necesario hacer el primer alto para incorporar a la indumentaria la "impermeable" ayuda de nuestros chubasqueros, apostados hasta el momento en el fondo de las alforjas, en el banquillo de las prendas suplentes esperando su oportunidad. Unos kilómetros más adelante, subido y bajado algún suave tobogán de los que caracterizan el perfil de esta etapa, estábamos ya completamente empapados. Pequeños huecos abiertos en nuestra ropa a la intemperie, por otra parte inevitables, permitían que el agua entrara a raudales. Pero no importaba. Nada de esto podía importar ya. Habíamos andado muchos kilómetros para arribar a los aledaños del ansiado Santiago como para abandonar ahora. Ni la peor de las nevadas se hubiera interpuesto entre nosotros y Compostela. Pasado Arzúa, sin llegar a Rúa, ocurrió la gran anécdota del día, y casi que de todo el viaje. Hoy, precisamente hoy, una avería mecánica, un accidente, iba a "aguar" aún más la fiesta, la gran traca final (dicho lo de "aguar" en su sentido más irónico y literalmente figurado). Este tipo de situaciones -dicho sea de paso- nos habían profesado hasta el momento un gran respeto. Salvo mi lejano pinchazo en la llanura castellana y las superadas complicaciones que tuvo mi compañero en un principio con sus alforjas, no había habido más que reseñar en este capítulo. Pero ahora, al igual que el tiempo, que había decidido romper su tónica habitual abandonando la veraniega candidez de días precedentes, la rueda trasera de la bici de Juan Fran estalló por rotura de cubierta, y se desinfló en segundos. Parecía demostrarse así que el molesto contratiempo de las averías mecánicas quería sumarse con el mayor protagonismo posible al rico y variado paisaje de nuestra aventura. Bajo la inflexible lluvia, en el arcén de la carretera, a unos siete kilómetros del pueblo más cercano... ¿qué podíamos hacer?.... Juan Fran seguiría caminando; yo me adelantaría para ganar tiempo y buscar ayuda. Antes de continuar el pedaleo descubrí que estábamos muy cerca de un núcleo rural. Decidí entonces acercarme hasta allí para recabar información sobre las opciones más adecuadas. Decisión que fue la clave de una situación totalmente afortunada para nosotros; la casualidad nos brindaría una impagable ofrenda; el destino, un guiño cómplice. 76 La única persona localizable (y localizada) en ese momento en el pueblo se llamaba José, un gallego generoso y altruista al que no importó perder buena parte de su tiempo matutino de trabajo en devolvernos a Arzúa con su furgoneta (era el pueblo más cercano en el que podíamos disponer de taller de reparaciones), acompañarnos todo el tiempo necesario y luego, con nosotros y con las bicis embutidas en el escaso espacio disponible del vehículo, proseguir viaje a Arca. Allí nos dejó de nuestra mano a petición propia, no sin antes ofrecerse a llevarnos al mismo corazón de Santiago de Compostela, lujo que, evidentemente, no podíamos permitirnos. José es uno de los mejores recuerdos que me llevo de la mágica región gallega... El estereotipo de paisano gallego, reservado, encerrado en sí mismo, receloso, desconfiado por naturaleza... quedó hecho mil añicos tras conocer a este buen hombre, y comprobar su trato hacia nosotros. Nos cargó con nuestras bicis en su vehículo, nos acompañó y no permitió que nos quedáramos solos hasta estar seguro de que todos nuestros problemas se habían resuelto. Una genial coincidencia hizo que José conociera Torrelavega por haber residido una temporada allí diecinueve años antes, y por tener con esta ciudad la mía- importantes vínculos afectivos. En ella vive un hermano y a ella realiza visitas de vez en cuando. Toda una pirueta del destino y la casualidad... La llegada a nuestro destino entre tráfico denso, pavimento levantado por obras, incesante pedaleo "pasado por agua"... no fue todo lo idílica que cupiera esperar para la etapa más importante del viaje. Pero no importaba. La meta estaba a un paso, a tiro de piedra, y el sentimiento de que todo había tenido sentido, de que todo había valido la pena, era más fuerte que cualquier otra circunstancia. A estas alturas el corazón latía a fuerte ritmo, más que por la intensidad del esfuerzo físico, por la emoción de presentir cerca el final de la Aventura. En estos kilómetros finales tuvimos que prescindir del siempre grato contacto con la naturaleza, los encantadores senderos que se abren paso entre la floresta y el paisaje siempre verde de Galicia... caminos dibujados, sobre todo, para el pie del andante y no para la rueda de nuestra servicial bicicleta. Al menos con el tiempo que nos recibió y acompañó en tierras gallegas. Es de suponer que con tiempo seco y soleado el paseo sobre dos ruedas por tan bello marco natural 77 ha de ser siempre una gratificante experiencia. El último repecho del viaje, el legendario Monte del Gozo, donde cuentan las crónicas que los peregrinos avistaban por primera vez las elevadas torres catedralicias de Compostela y celebraban el evento entre saltos de algarabía, lágrimas, cánticos, loas y emoción incontenible... (de ahí el nombre de "Gozo") no pudo suponer para nuestros cuerpos ateridos por la humedad aquella ensoñadora experiencia de tan lejanos antecesores. El moderno empuje del urbanismo compostelano ya ha alcanzado de pleno las laderas de este último altozano: hostales, restaurantes, autobuses... se agolpan en poco espacio. Es el precio de la Contemporaneidad... Leyendo esos pretendidos señuelos de los letreros que invitan a entrar a esta o aquella cafetería, para sentirse así como un "verdadero jacobita" ante el Obradoiro gracias a la "milagrosa" degustación de un trozo de empanada y un caldo gallego... o viendo a todos los que emprenden rumbo a pie a Santiago tras descender de los autobuses que les permiten empezar la Ruta desde esta mítica plaza... uno no puede evitar sentirse (calado hasta los huesos, y con tantos kilómetros de Camino en las piernas) como un auténtico peregrino. Es entonces cuando se percibe como una errática ola de orgullo rompe en el alma... En un suspiro nos presentamos ante las puertas de la gran Ciudad del Apóstol, y tomamos una empedrada calle que da inicio al itinerario histórico seguido por los peregrinos. Pero la emoción de la llegada no debía impedir que se extremaran las precauciones sobre la bicicleta; el piso estaba muy resbaladizo, producto del inagotable "orvallo", y no era cuestión "ver tierra" a estas alturas, tras habernos librado hasta el momento de toda caída. Precisamente, al llegar a un peligroso cruce, comprobamos "in situ" lo justificado de este temor al presenciar como un mensajero motorista perdía el control de la máquina en una curva y caía al firme mojado. Afortunadamente para él se trató de un pequeño "gaje del oficio" disfrazado de accidente leve, y no hubo nada que lamentar. El recorrido urbano por Santiago fue lo más atractivo de esta etapa. Se ha respetado el tradicional espíritu jacobeo en el trazado que guía al peregrino a la Catedral y al casco histórico. Y ese respeto, digno de encomio, es siempre de agradecer en toda ciudad que, como este caso, no puede dejar de mirar su presente sin olvidar su vocación de futuro. Sin duda ha sabido valorar y mimar la generosa herencia que su propia historia la ha confiado desde el momento mismo de su creación como villa. No hay que olvidar que ya en en el siglo XII, Aymeric Picaud en el libro V de su famoso Códice Calixtino, designado por alguien como "la 78 primera Guía turística Europea", la homenajeaba así: "Compostela, la excelentísima ciudad del Apóstol, posee toda suerte de encantos y tiene en su custodia los preciosos restos mortales de Santiago, por lo que se la considera justamente la más feliz y excelsa de todas las ciudades de España". A velocidad de caminante fuimos saboreando el trayecto peregrino hasta la Catedral. Avanzamos sobre la piedra mojada, sobre millones de pisadas que con un objetivo similar al nuestro descansan en el tiempo, sobre un sinfín de sueños grabados en el pétreo ropaje compostelano, entre un barullo no disimulado de impresiones y sensaciones... Así hasta la llegada al Obradoiro, la inmortal plaza que se abre a la fachada más virtuosa de la Catedral, esto es, ante su parte más vistosa y engalanada. Es difícil describir lo que se experimenta ante ese festín de insólita belleza para la mirada. Se empequeñece el alma ante la artística grandeza de su contemplación. Como dos turistas más saciamos nuestra sed de perspectivas y sensaciones recorriendo parsimoniosamente la plaza con la bici de la mano, rindiendo honores humildemente a uno de los Monumentos más celebrados de la Cristiandad. Sí. Habíamos llegado... El objetivo estaba cumplido, la meta se alzaba imponente ante nosotros. Allí, aún protegidos con los eficientes impermeables, nos retratamos para el recuerdo, tal vez persiguiendo retener para siempre la imagen más querida de toda la Ruta... 79 Catedral de Santiago de Compostela, Fachada del Obradoiro". 9-IX-94. He aquí la Foto. La Imagen. El momento más deseado del Viaje. El encuentro con la fachada de la catedral de Santiago en la inmortal Plaza del Obradoiro... El aguacero que nos esperaba en las últimas horas de la aventura no hizo sino añadir contenido a una experiencia ya de por sí variada y polícroma. Así, protegidos por los impermeables que llevábamos en las alforjas por si era necesario su concurso, nos retratamos. Pero el resultado del disparo fotográfico no fue todo lo apetecible que deseábamos para instante tan emblemático (la luz y la cámara pueden otra vez servir de explicación). El barroco encaje de la fachada de la catedral resplandecía ante nuestros ojos entre el "orballo", la lluvia suave e intensa propia de estas latitudes, y nos resarcía del esfuerzo invertido para conseguir llegar hasta ella. Por detrás, diez días de nuestras biografías intensamente vividos. Quedaban ya pocas palabras que desgranar a nuestra “novela de aventuras”. En la Oficina del Peregrino, próxima a la Catedral, nos extendieron la ansiada "Compostela", documento que, como en la Antigüedad, acredita la veracidad de nuestra peregrinación (aparece al final de estas páginas). Costó dar con su puerta, dada la ausencia de carteles o letreros indicadores. Y es que, por lo visto (como lamentaban un grupito de peregrinas andaluzas que también andaban en su busca), ni estamos en año santo jacobeo, ni es ésta temporada alta vacacional, que es cuando más interés existe en hacerla fácilmente localizable al 80 enjambre de turistas y peregrinos que merodean por los alrededores del entorno catedralicio. En otra Oficina próxima, la de Turismo, nos pusieron al día sobre hospederías y alojamientos, así como sobre las opciones de viaje más prácticas para emprender el retorno a casa. En cuanto a lo primero, resultó que la mejor alternativa era acudir al Seminario Menor, convertido en Albergue de peregrinos. Por el módico precio de trescientas pesetas pudimos así asegurarnos buen cobijo, ducha caliente, ropa seca, y un reparador descanso. Por cierto, se permitía la estancia por tres días. Todo un lujo... Luego, con las bicicletas (cumplida con creces su misión) descansando en una vieja sala del Seminario reservada a trastos, enseres fuera de uso, y algún gran piano retirado del oficio; totalmente renovados en lo espiritual y en lo físico, nos dirigimos al centro de la ciudad, a los dominios naturales de la catedral y de la historia compostelana. Son contornos y rincones llenos de lírico encanto, de poético embrujo. La piedra brillante a la tenue luz de las farolas en la Rua de Vilar o la Azabachería... El halo de romanticismo que envuelve las plazas de Dos Caballos o Dos Mortos (no sé dónde he leído la acertadísima impresión de que la luna parece pensada para estos lugares). Toda la sensibilidad e inspiración humana posible convertida en piedra para albergar los restos del Apóstol "Sant Yago". El grato e intenso paseo por calles concebidas para el constante ir y venir de peatones, atiborradas de comercios de regalos, tascas y tabernas que aspiran a recuperar con su imagen el espíritu de antaño... Todo fue el digno colofón que nuestra experiencia demandaba. 81 Catedral de Santiago, Puerta de Platerías. 10-IX-94. Una de las cuatro plazas que se abren en corola en torno a la catedral es la tradicionalmente llamada de Platerías, junto a la Torre del Reloj, llamada así por el edificio plateresco que cierra el claustro y en cuya parte baja se alojaban los plateros. Aunque todas tienen una personalidad propia que las hace especiales (la del Obradoiro, la Quintana, la Azabachería...) ésta tiene la suerte de mostrar al visitante la fachada y vía de acceso más antigua de todo el conjunto arquitectónico. La sinfonía de granito y la belleza cautiva en la piedra humedecida por la lluvia dan al rincón esa rúbrica tan típicamente santiaguesa. Ha escampado y ya es posible prescindir de la siempre molesta caperuza del impermeable. Ya se puede admirar con mayor comodidad el entorno entre el amplio público que suele darse cita en el lugar para parecidos menesteres. Dentro de la infinita variedad, algo común nos une a todos. Al día siguiente accedimos por primera vez al interior de la Catedral. Lo hicimos por la entrada más antigua, la románica de Platerías. Una vez dentro recorrimos con estudiada lentitud y sincero deleite las naves del gran templo, contemplando las maravillas artísticas que cobija en su seno y rememorando antiquísimas tradiciones con nuestros gestos. Por ejemplo, en el inefable Pórtico de la Gloria, genial e inmortal acogida de Dios y Santiago a fieles y peregrinos esculpida por el Maestro Mateo en el siglo XII, colocamos la mano en una de sus columnas, sobre el mármol reblandecido por innumerables huellas como la nuestra, mientras formulamos mentalmente un deseo. También extendimos ritualmente el brazo al torso del Apóstol en el Altar Mayor. Tampoco faltó algún 82 pequeño coscorrón al "Santo dos croques", supuesto autorretrato escultórico del Maestro Mateo. Al parecer, el contacto de la cabeza de los fieles con la otra de piedra, de pelo alborotado, y cara redonda y juvenil, recrea el atávico deseo de los creyentes de recibir algo de la sabiduría de su artífice. En fin... todavía es pronto para esperar resultados. Ojalá haya suerte. A las doce del mediodía comenzó la misa de peregrinos, hecho que celebramos especialmente pues nos permitió asistir en vivo al tradicional lanzamiento del "Botafumeiro", rey de los incensarios. Así, vibramos con el oficio y buen hacer de los "tiraboleiros" (deliciosa y musical palabra tomada de la lengua "galega"), encargados de elevarlo en impresionante recorrido pendular a lo largo (y alto) de la nave transversal. Es todo un alarde de pericia y espiritualidad, no exento de espectáculo, aderezado por cientos de fogonazos de flashes "inasequibles al desaliento", que diría un cronista deportivo. Asidos al cabo de una cuerda, dotada con extremos individuales para cada lanzador, su impulso propiciará que el gran Botafumeiro vaya progresivamente ganando en velocidad y altura, para terminar convirtiéndose en un relámpago de plata que deja tras de sí un rastro de humo blanco, dispersos jirones de nube que como suspiros de incienso se adueñan de la atmósfera del templo. Hoy día, como es lógico, el acto se ha visto desprovisto de los viejos motivos que aconsejaron su utilización en el pasado. Entonces, a la religiosa metáfora del incienso que eleva a Dios la fe de los creyentes, se unía el deseo no escondido de combatir los malolientes efluvios de la muchedumbre sudorosa, de aquellas masas de peregrinos llegados desde todos los puntos y hacinados en el limitado recinto del santuario. Tras la impactante exhibición de los "tiraboleiros", descendimos a la Cripta santa por las escalinatas de mármol blanco erosionadas por millones de pisadas a lo largo del tiempo. Éste es uno de los momentos cumbre de la Aventura jacobea. Allí, frente a la rutilante arca de plata donde reposan los supuestos restos del apóstol, en la intimidad espiritual del recogimiento interno, es donde realmente se da por finalizada la peregrinación (y no es necesaria la soledad para esa reflexión, de hecho es difícil encontrar este santo lugar vacío) Nosotros pasamos unos minutos en silencio, curiosamente sin más visita que la nuestra, y la más fugaz de dos sacerdotes que acudieron a encomendarse antes del oficio religioso. Ese mismo día, a las tres y media de la tarde abandoné en autobús, como 83 un visitante más, la gran ciudad compostelana a la que llegué en bicicleta, y como peregrino, una lluviosa tarde de septiembre. Tras la consabida compra de detalles para los allegados, el suculento almuerzo a base de empanada de berberechos regada con buen caldo, y los últimos preparativos y retoques al equipaje, me despedí con un cómplice "hasta pronto", un fuerte abrazo y un sincero apretón de manos a mi compañero de fatigas, para luego emprender veloz la huída hacia la Estación de autobuses. Y aunque andaba muy justo de tiempo, todavía pude intercambiar en la salida unas breves palabras de despedida con el simpático celador del Seminario y con los colegas ciclistas de Madrid de los que ya hablé en algún capítulo anterior. Me esperaban unas doce horas de cansino viaje en autobús, por los bellos paisajes norteños y la atormentada orografía que atraviesa la carretera que une Galicia y Cantabria por la costa. Mi experiencia como peregrino, desde el mismo momento en que dejé de avistar las últimas viviendas de Santiago a través de la ventanilla del autobús, pasaba a ocupar un lugar privilegiado en el Olimpo de mi memoria, y de mis recuerdos. Fin 84 Cripta santa de la Catedral de Santiago. 10-IX-94. Una vieja ley no escrita del Camino adjetiva de "incompleta" toda peregrinación que no finalice ante los restos del Apóstol, celosamente guardados en resplandeciente urna de plata adornada con magistral labra... Se agolpan las historias y leyendas en la Cripta Santa, en torno a la falsedad o autenticidad de los restos óseos atribuídos a Santiago. Un aire de misterio envuelve la estancia. Es el momento de recordar aquel pasaje leído en la novela "El Peregrino" de Jesús Torbado; en él un viejo médico árabe allá por el siglo XI tras analizar los huesos del Apóstol dictamina un origen variado e incierto: unos de varón joven, otros de varón anciano, otros de mujer, algunos de animal... Pero la luz del hallazgo médico-forense, literariamente recreado por Torbado, debía ser eclipsada por la de la conveniencia religiosa y social del momento. Una versión novelesca a una inquietud suscitada desde antiguo. De todas formas, poco o nada importa el origen real del contenido del arca santa. Auténticos o falsos los restos, uno se siente ante la meta final del largo viaje, ante el sentido último de una aventura que ha movido a millones de personas desde hace mucho tiempo. Por lo tanto, la realidad vive en la fe y en la imaginación de todo el que logra llegar hasta la Cripta. Y esa es la única verdad que al corazón importa. Por cierto, aunque encontrar despejado de público este sacro lugar es difícil, por la relevancia del lugar, el hecho es que nosotros, quizá por las fechas elegidas, la hora, o el momento... disfrutamos en soledad de un rato de entrañable recuerdo. Esta es la postal más representativa del final de la aventura. A partir de ahora, a pensar en el viaje de vuelta, y en ordenar el maremágnum de impresiones y sensaciones obtenidas tras el viaje. ¡Qué fantástico cometido!. 85 Epílogo Una lluvia constante, aunque no intensa, se encargó de despedirme de la ciudad, como también había sido encargada de recibirme y acompañarme durante buena parte de mi estancia en ella. En algún lugar he oído que Santiago de Compostela hay que conocerla en otoño, con algo de lluvia que refresque el ambiente y la atmósfera para llevarse su imagen más auténtica. Y, sinceramente, creo que es cierto. Porque la ciudad, al menos la parte donde late su corazón histórico, ese pulso medieval no del todo extinguido, parece sugerir más contenidos bajo el nostálgico influjo del "orballo" amigo que da personalidad a Galicia, bajo el halo envolvente del débil aguacero otoñal (sólo que el nuestro aún pertenecía, por exigencias de calendario, al verano tardío) Perderse. Deambular sin rumbo fijo por las calles. Ésa es la receta ideal para empaparse del espíritu santiagués. Olvidarse de itinerarios premeditados, prisas, sofisticaciones... El distinguido entramado de rondas que respira su sueño de siglos en solidaria y permanente vecindad con esa preciada plegaria de granito que es la catedral, invita al paseo entrañable, sensibiliza el oído a los ecos grabados por los arcanos del pasado en cada piedra, abre los ojos a ensoñaciones visuales de todo tiempo, prepara el espíritu a la degustación pausada e intensa de sabores olvidados... Y así, entre el tumulto o la quietud, el ruido o el silencio, cada calle es un escenario ideal para convivir unos segundos con peregrinos desharrapados, pillos impenitentes, fieles devotos, embaucadores, vendedores de reliquias, artesanos de azabache y pedrería, tasqueros, mercaderes, diáconos, o humildes representantes del pueblo llano curtidos en el arte de vivir... Todo en un animado microcosmos medieval provisionalmente conquistado por la imaginación. Entonces, la ciudad se convierte en aldea, las pequeñas distancias del presente en mundos por descubrir, el tiempo huye... Y continuamos la singladura compostelana. Los dedos visitan con frecuencia los bolsillos, los pies cruzan sin timidez umbrales amigos de cálidas tasquillas donde en dulce remanso de barro descansa el afamado vino-caldo, y donde paladar y olfato celebran la familiar cercanía de sabores caseros... fogones de cariño, alacena llena, recuerdos de huerta y horno, caricias de sal y azúcar, besos de café humeante y chocolate con churros. El alma tiene una cita secreta con el sentimiento en cada plaza, en cada esquina... en cada isla de luz derramada por las trasnochadoras farolas de Santiago. La gran aldea compostelana de antaño (al uso, preciosa fábula peregrina) ha extendido su honda personalidad a la gran urbe contemporánea, y Santiago, especialmente los confines que elevan al cielo las torres de su catedral, convertido en inmenso cofre de granito enseñoreado por el tiempo, es el destino soñado y presagiado por todo aventurero que busca la meta de su viaje. Saciada nuestra sed de aventura, de búsqueda interior y conocimiento exterior, fortalecido el cuerpo, ensanchado el espíritu, convencidos de haber completado un reto y haber dado vida a una ilusión... el tiempo nos obliga a romper nuestro temporal maridaje con Compostela, y la abandonamos entre los buenos recuerdos y el buen sabor que deja conocerla. La única noche, ante la majestuosa estampa barroca del Obradoiro, recordé por última vez aquellos viejos versos releídos cien veces en un viejo libro, cuya lectura contribuyó a acrecentar mi interés por la ruta jacobea: "Porque también la piedra, si hay estrellas, vuela, Sobre la noche biselada y fría, Creced, mellizos lirios de osadía. Creced, pujad... Torres de Compostela" Miro al cielo cubierto, con un brillo anaranjado fruto del resplandor del sinfín de luces artificiales que pueblan la noche compostelana. Sonrío con complicidad. Ahí arriba, invisible a los ojos, ese reguero de estrellas titilantes, camino celeste homónimo del nuestro, debe estar señalando el final de la Ruta, como también señala desde hace siglos su desarrollo. Siento que me habla la magia de lo esencial, ese mar de contenidos que inunda el corazón y los ojos del alma. Trato de esbozar un mensaje con sentido en la mente, pero sólo hay tiempo para ese silencio, suave y envolvente, que ciertos sentimientos olvidan en ti tras visitarte, y rozarte las mejillas sus alas al despedirse. Hasta siempre, Camino. Julio Moral González Índice - El Camino de Santiago. Un poco de Historia 2 - Pórtico. El origen de una idea 6 - Relatos Peregrinos. Propósito de un diario de viaje 11 - La ilusión. 12 - En la antesala de la Senda Interior. Pamplona - Roncesvalles (Navarra) 14 - El inicio... Realidad aquel futuro. Roncesvalles - Puente la Reina (Navarra) 17 - La Rioja sale al paso. Puente la Reina - Navarrete (La Rioja) 25 - Hacia la Castilla desamueblada. Navarrete - Villafranca Mtes. de Oca (Burgos) 32 - Ganando confianza. Villafranca Montes de Oca - Castrojeriz (Burgos) 37 - "Tú me levantas, tierra de Castilla, en la rugosa palma de tu mano". Castrojeriz - Villambroz (Palencia) 44 Tierra, silencio, asfalto, ruido... Cara y cruz en la gran provincia de León. Villambroz - Villadangos (León) 51 - El Camino toca techo. Villadangos - Ponferrada (León) 56 - Por fin... Galicia. Ponferrada - Triacastela (Lugo) 65 - Crece el ánimo, aumentan las pulsaciones. Triacastela - Melide (La Coruña) 71 - El gran ocaso... El final de la escapada. Melide - Santiago (La Coruña) 74 - Epílogo 85 - FOTOGRAFÍAS Y GRÁFICOS - Gráfico del recorrido a seguir 12 - Pamplona. 15 - Afueras de Espinal (Navarra), en la dirección de Pamplona a Roncesvalles 17 - Entrada de la Colegiata de Roncesvalles (Navarra). 19 - Rollo de peregrinos en el tramo Roncesvalles - Burguete (Navarra). 20 - Sierra del Perdón (Navarra). 22 - Cruce de las rutas de Jaca y Somport con la de Roncesvalles (Navarra). 23 - Puente medieval de Puente la Reina (Navarra). 26 - Calzada romana de Cirauqui (Navarra). 27 - Estella (Navarra). 28 - "Fuente de vino" de Irache (Navarra). 29 - Noche en Navarrete (La Rioja). 31 - Monasterio de Santa María la Real, Nájera (La Rioja). 33 - Interior de la catedral de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja). 35 - Base de Acampada de Castilla y León, Villafranca Montes de Oca (Burgos). 37 - Plaza de San Fernando, junto a la Catedral (Burgos). 41 - Ruinas del convento de San Antón, próximo a Castrojeriz (Burgos). 43 - Meseta de Mostelares, frente a la divisoria de Burgos y Palencia (Burgos). 46 - Rollo jurisdiccional gótico de Boadilla del Camino (Palencia). 47 - Iglesia de San Martín de Frómista (Palencia). 48 - Base de Acampada de Castilla y León, Carrión de los Condes (Palencia). 50 - Tramo de Sahagún a Mansilla de las Mulas (León). 52 - Puente del "Paso Honroso", Hospital de Órbigo (León). 57 - Palacio Episcopal de Gaudí, Astorga (León). 58 - Ascenso al Monte Irago, Foncebadón (León). 61 - "Cruz de Ferro", Monte Irago (León). 62 - Descenso al Valle del Bierzo, desde el Monte Irago (León). 63 - Castillo templario de Ponferrada (León). 66 - "Puerta de Santiago", Villafranca del Bierzo (León). 67 - Cima del puerto de San Roque (Lugo). 69 - Albergue de peregrinos de Triacastela (Lugo). 71 - Portos (Lugo). 73 - Catedral de Santiago de Compostela, fachada del Obradoiro. 79 - Catedral de Santiago, Puerta de Platerías. 81 - Cripta Santa de la Catedral de Santiago 84 - Documento de “La Compostela” 87