Este trabajo es parte de un proyecto más amplio que toma como panorama de referencia a la escena musical de Río de Janeiro durante el período comprendido entre 1890 y 1920. La «escena musical» es entendida aquí como aquella que contiene a las actividades relacionadas con la creación, ejecución y recepción de la música (sea esta realizada de forma profesional o amateur); los variados espacios e instituciones en los cuales estas actividades son desarrolladas, o a los cuales estas actividades están vinculadas; las personas que estas envuelven y los géneros musicales practicados —excluyendo las delimitaciones por categorías como popular o erudiMónica Vermes ta— y sus representaciones. El panorama constituido por la escena musical carioca entre 1890 y 1920, es vasto y múltiple, exige recortes que lo tornen abordable. Este artículo es el resultado del análisis de una parte significativa de la historiografía de la música brasileña producida en Brasil durante el siglo XX: los manuales de historia de la música. Al analizar estos manuales, procuramos identificar qué conceptos y categorías de clasificación de las actividades musicales surgen de estas representaciones del medio musical. La pregunta que sirve de motor a este análisis es: al hablar de música, ¿de qué se habla?: ¿de obras?, ¿de personas?, ¿de prácticas?, ¿de aspiraciones más o menos concretas? En el afán de distribuir estas categorías a largo de un eje en común, pensamos en un modelo extendido que abarca dos extremos: por un lado, el «hacer musical» como una práctica de sociabilidad y del otro, la práctica musical constituida en torno de la valorización de obras autónomas. A pesar de que estos manuales de historia de la música abordan cortes cronológicos más amplios, este trabajo se concentrará en el período comprendido entre 1890 y 1920. A partir de este análisis, verificaremos de qué forma aparece documentada y representada la actividad musical realizada por las mujeres. Profesional, seria, femenina… discutiendo categorías en las prácticas musicales de Río de Janeiro (1890-1920)* I Estos análisis fueron movidos por la curiosidad en referencia a las categorías con las que se pensó el «hacer musical» a lo largo del siglo XX, considerando que los manuales de historia de la música han desempeñado varios papeles: como registro de una forma de percepción de la actividad musical (de un presente y un pasado más o menos distante), como manuales en la formación de músicos y como fuentes de información de los interesados en general. Proyectaron (explícitamente o no, intencionalmente o no) criterios y valores para pensar la música y las variadas actividades a ella relacionadas, constituyéndose así un canon pedagógico.1 A las * Ponencia presentada en el VII Coloquio Internacional de Musicología Casa de las Américas, La Habana, 2012. 1 Véase William Weber: «The History of Musical Canon», 2001. Boletín Música # 34, 2013 3 representaciones encontradas en los manuales se contraponen, como contraste, aquellas que se encuentran en otras fuentes. La construcción de esta reflexión se ve beneficiada por el diálogo con varias disciplinas y perspectivas teóricas, particularmente la historia de los conceptos y/o de las representaciones2 y la discusión de las cuestiones de género en la musicología.3 Los manuales aquí analizados son: -A Música no Brasil de Guilherme de Mello4 (1908) -Storia della Musica nel Brasile de Vincenzo Cernicchiaro5 (1926) -História da Música Brasileira de Renato Almeida6 (1926 y 1942) -150 Anos de Música no Brasil de Luiz Heitor Corrêa de Azevedo7 (1956) -História da Música Brasileira de Bruno Kiefer8 (1977) -História da Música no Brasil de Vasco Mariz9 (1980, última edición de 2009) 2 Al respecto consultar Reinhart Koselleck: Futures Past: on the semantics of historical time, 2004. Susan McClary: Feminine Endings: music, gender and sexuality, 1991, Suzanne G. Cusik: «Gender, Musicology, and Feminism», 2001. 4 Guilherme Theodoro Pereira de Mello (1867-1932). Musicólogo brasileño, autor de A Música no Brasil (1908), primera periodización de la música brasileña, reeditada en el Dicionário histórico, geográfico e etnográfico do Brasil, Rio de Janeiro (1922) y considerada por muchos como pionera de la historiografía musical de ese país. La obra cuenta con una edición póstuma, corregida por Luiz Heitor con prefacio de su autoría. La obra fue publicada por la Imprensa Nacional do Rio de Janeiro y lanzada en la capital federal en 1947. 5 Vincenzo Cernicchiaro (1858-1928). Musicólogo, violinista y compositor ítalo-brasileño. Su catálogo incluye obras para piano, violín, orquestra y música vocal. Autor de la Storia della musica nel Brasile, publicada por Fratelli Riccioni en Milán (1926), un conjunto de relatos y críticas de peculiar importancia para la música popular brasileña, que refiere varios compositores, intérpretes y géneros del país —como el lundu y la modinha— lo cual permite trazar un cuadro general de la época. 6 Renato Almeida (1895-1981). Formado en Derecho, fue colaborador de numerosas publicaciones periódicas de su tiempo, en su mayoría de temática general (no musicales). También se desarrolló como funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil y fue uno de los fundadores de la Comissão Nacional do Folclore. Autor del compendio História da Música Brasileira publicado por la editorial Briguiet & Company en 1926, que cuenta con una segunda edición aumentada a cargo de la misma casa editorial de 1942. 7 Luís Heitor Correia de Azevedo (1905-1992). Musicólogo y folclorista brasileño, también fue bibliotecario del Instituto Nacional de Música, donde después asumió la cátedra de folclor. Fue director ejecutivo de la Revista Brasileira de Música y responsable de la sección de música de la Revista Cultura Política. Fue representante de Brasil en la División de Música de la União Pan Americana en Washington. Su principal publicación fue el libro 150 anos de música no Brasil (1800-1950), publicado por J. Olympio en 1956. 8 Bruno Kiefer (1923-1987). Compositor, musicólogo y crítico germano-brasileño. Fue funcionario público, y profesor universitario que contribuyó en la formación de cursos superiores de música en las facultades federales de Santa María y Rio Grande do Sul. Su catálogo incluye más de ciento cincuenta obras para piano y conjuntos de cámara. Autor de História da Música Brasileira, publicada por la Editora Movimento en 1977. 9 Vasco Mariz (1921). Historiador, musicólogo, escritor y diplomático brasileño, especializado en áreas de la historia, el folclore, el arte y la música. Desde la publicación en 1948 del libro Figuras da música brasileira contemporânea no ha cesado de aportar contribuciones en el campo de la musicología. Autor del texto História da Música no Brasil, publicado por Civilização Brasileira en 1980, el cual ha sido reeditado en varias ocasiones. 3 4 Boletín Música # 34, 2013 Estos manuales tienen varios puntos en común entre sí. La mayoría de ellos (Mello, Almeida, Azevedo y Mariz) convergen en la idea de constitución —o de la conquista gradual— de una identidad musical brasileña. En estos libros, esa trayectoria determina su estructura y, evidentemente, la elección de los elementos que allí serán registrados, que más allá de esa perspectiva compartida por la mayoría, existe una red de referencias que vincula las obras entre si. Mello (1908) —el primero— basó la sección dedicada al período republicano (en este caso desde 1889 a 1907) en el material publicado por la prensa —tomando de diversas fuentes—10 que, ocasionalmente, presentan perspectivas estéticas opuestas, como ser la defensa de la música moderna alemana (Wagner y Liszt) o de la ópera italiana en un sistema de valores en el que ambas aparecen polarizadas. A partir de allí podemos observar esa red de citas que, en algunos casos, son reproducciones casi literales del contenido: -Cernicchiaro (1926) cita a Mello; -Almeida (1926 e 1942) cita a Mello y Cernicchiaro; -Luiz Heitor (1956) cita a Mello, Cernicchiaro y Almeida; -Kiefer (1977) cita a Mello, Cernicchiaro, Almeida y Luiz Heitor y -Mariz (1980 a 2009) cita a todos los anteriores. Es importante observar que este encadenamiento se extiende también hacia otras fuentes que sirven de referencia para los autores. Estos —aún siendo importante diferenciar a Cernicchiaro y Kiefer— dialogan con un mismo acervo intelectual, aunque este tema no lo discutiremos en esta oportunidad. La obra A Música no Brasil de Guilherme de Melo es conocida como el primer libro de historia de la música brasileña. Fue escrito y publicado en Bahía en 1908. El mismo está divido en cinco grandes capítulos ordenados a partir de la cronología: el primero trata de la influencia indígena y jesuítica; el segundo, de la influencia portuguesa, africana y española y, los demás, están delimitados por eventos políticos como: la influencia bragantina, el período de degradación (trata del período imperial) y de la influencia republicana. El hilo conductor del libro es la conquista de una identidad musical nacional, punto final de esa trayectoria: «Con la proclamación de la República, el arte nacional reivindica todo su pasado de gloria, iniciando una nueva época que podríamos denominar, Período de Nativismo».11 Por tanto, su nacionalismo no debe ser confundido con el de los autores posteriores. Para Almeida, Luiz Heitor y Mariz, será de suma importancia la perspectiva teórica 10 Entre las fuentes referidas por Mello están: Viana da Motta, pianista portugués, del cual se transcriben trece páginas de relato sobre la escena musical brasileña sin que se haga referencia a la fuente en donde había sido publicada; un pasaje de la revista Amphion, de agosto de 1896; un trecho del escritor portugués Carlos Malheiro Dias, sin referencia la fuente de la publicación; Gazeta de Noticias de Río de Janeiro, sin indicación de fecha; además se encuentran pasajes sin identificación de autor o fuente, como, por ejemplo, la cita presentada como «el siguiente juicio crítico de las más abalizados periodistas brasileños». 11 Guilherme de Mello: A Música no Brasil, desde os tempos coloniais até o primeiro decênio da república, 1908, p. 282. Boletín Música # 34, 2013 5 de Mario de Andrade (1893-1945).12 Como hemos mencionado anteriormente, el capítulo dedicado a la música en el período republicano se constituye mediante reproducciones de publicaciones de otros autores, tomadas en su mayoría de los periódicos especializados y de la prensa diaria. Esta parte está organizada en una sucesión de biografías de compositores y referencias de algunos intérpretes e instituciones (conservatorios, sociedades musicales, periódicos). Curiosamente, Mello finaliza el capitulo —y el libro— con una biografía de Carlos Gomes (1836-1896).13 La elección de este compositor para terminar la narrativa relativa al período republicano sorprende si consideramos que Carlos Gomes y su obra se han consolidado en la historiografía musical como fuertemente vinculados al período imperial. La Storia della Musica nel Brasile, de Cernicchiaro, a pesar de haber sido elaborada en italiano y publicada en Milán, es la obra de un personaje profundamente arraigado al medio musical carioca, el cual describe —en gran medida— a partir de su propia experiencia. El libro está organizado desde la superposición de dos criterios: el cronológico (con recortes que acompañan marcos de la historia política de Brasil) y el criterio de las especialidades (arte lírico; opereta; compositores brasileños en el arte lírico, sinfónico y de cámara; pianistas acompañantes y organistas; etc.). El libro puede ser dividido en dos grandes secciones: una parte que corresponde al período de vida de Cernicchiaro y la otra parte, donde narra los eventos anteriores basados en las más diversas fuentes y relatos de terceros.14 Cernicchiaro presenta largas listas de nombres de músicos (hombres y mujeres; profesionales y amateurs, dedicados a una amplia gama de géneros musicales), en algunos casos con perfiles biográficos, instituciones, en un encadenamiento cronológico. La estructura del libro proyecta la idea de un punto culminante (con Carlos Gomes), seguido de un período de decadencia. La História da Música Brasileira, de Renato de Almeida, fue publicada en dos ediciones, una en 1926 y la otra en 1942, pero se trata, prácticamente, de dos obras diferentes con dimensiones muy distintas. La primera está compuesta por doscientas treinta y nueve páginas y la segunda, por quinientas veintinueve. El propio autor reconoce este hecho en el prefacio de la segunda edición: «Este libro, que aparece como una segunda edición de mi Historia de la Música Brasileña, publicada en 1926, es, en realidad, un libro nuevo».15 La primera edición está dividida en seis capítulos. El primero está dedicado a la música popular que, para Almeida, 12 Mario de Andrade propone un proyecto de construcción de una música nacional en tres etapas: tesis nacional; sentimiento nacional; inconciencia nacional; en un proceso creciente de interiorización de los elementos característicamente nacionales, tomados de la música folclórica. Véase Andrade: Ensaio sobre a música brasileira, 1972. 13 Antônio Carlos Gomes (1836-1896) fue el más importante compositor de ópera brasileño. Se destacó por su estilo romántico, con el cual desarrolló una carrera destacada en Europa. Fue el primer compositor brasileño en presentar sus obras en el Teatro alla Scala. 14 Entre los autores citados por Cernicchiaro se encuentran: Antoine-Elisée Cherbuliez (Estudio sobre la causa de la miseria), Laudelino Freire (fragmento de un discurso); Rocha Pombo (História do Brasil); pasajes de la prensa (Diário do Governo, Jornal do Commercio); o pasajes de relatos tomados de la prensa sin identificación precisa de la fuente (por ejemplo, «De una narrativa del crítico Marrocos», p. 91) o relatos orales y correspondencia (por ejemplo, carta de Amelia Santiago, p. 152-53). 15 Renato Almeida: História da Música Brasileira, 1942, p. XI. 6 Boletín Música # 34, 2013 comprende tanto las músicas tradicionales de los indios, portugueses y africanos como también las manifestaciones urbanas como fueron la modinha y las canciones de carnaval. Los demás capítulos se corresponden a cortes cronológicos con el hilo conductor de la construcción de una música de carácter nacional.16 La segunda edición sigue la misma organización que la primera, sólo que el capítulo dedicado a la música popular fue expandido considerablemente, convirtiéndose en una primera parte, «La música popular brasileña», acompañada de una «Historia de la Música Brasileña», en su segunda parte. En esta obra, la perspectiva de nacionalismo creciente es el horizonte y eje, como lo fue en la primera edición. 150 Anos de Música no Brasil, de Luiz Heitor Corrêa de Azevedo, sigue la misma perspectiva nacionalista, evidente en la organización de los capítulos que tratan sobre la música en el cambio de siglo (del s. XIX al s. XX), presentando por un lado «Compositores brasileños de corazón europeo» y por el otro, «Advenimiento del nacionalismo». Su narrativa está centrada principalmente en los compositores y sus obras. La História da Música Brasileira, de Bruno Kiefer se caracteriza por un abordaje centrado en las obras. Para él: […] la historia de la música es, antes que nada, la historia de las obras musicales, lo que quiere decir, de la creación musical. En segundo plano siguen los aspectos sociológicos, biográficos, la historia de los instrumentos, etc. Esta es la razón por la que no citamos —en una obra con miras, antes de nada, de dar una visión de lo que hay de esencial en la historia de la música erudita brasileña— a ninguno de los innúmeros maestros de capilla, organistas, instrumentistas, cantantes, etc. que a pesar de no ser compositores, son, en tanto, el soporte de la vida musical.17 La realización de este plan de trabajo se ve, no obstante, constreñida por la falta de material (partituras musicales) que sirva de fundamento para este abordaje. Kiefer deja fuera de su proyecto tanto a la música popular (destinada a ser tratada en un segundo volumen del libro, en consideración a su contribución para la «formación de una conciencia nacional en las manos de nuestros compositores»,18 como las prácticas musicales amateurs («mismo que hayan producido, aquí o allá, una u otra obra aceptable»).19 El libro está dividido en tres secciones: «El período colonial», «El período de D. João VI» y «El Romanticismo», apelando en buena medida, a las biografías de los compositores como unidades de construcción narrativa. Finalmente tenemos a História da Música no Brasil, de Vasco Mariz, cuya primera edición es de 1980 y la última de 2009. Aun habiendo sido revisada y ampliada a lo largo de su vida editorial, la obra de Mariz sigue desde su primera edición 16 La primera edición de la História da Música Brasileira (1926) de Renato Almeida está dividida en los siguientes capítulos: «Introducción»; «La música popular: El romanticismo en la música brasileña»; «Tendencias de la música brasileña»; «El espíritu moderno en la música»; «La cultura musical en el Brasil». 17 Bruno Kiefer: História da Música Brasileira, 1977, p. 22. 18 Kiefer: Op. cit., p. 66. 19 Ídem. Boletín Música # 34, 2013 7 una misma estructura: capítulos con cortes cronológicos en los cuales encontramos la biografía y discusión de la obra de compositores de cada uno de esos períodos. Así, en «La música en los tiempos de la colonia» tenemos a Emerico Lobo de Mesquita20 y, en «La música en los tiempos del Imperio», tenemos a Francisco Manoel da Silva.21 El eje de la narrativa de Mariz es la constitución de una música de carácter nacional brasileño que encuentra su marco a finales del siglo XIX, con «compositores de formación europea» y «precursores del nacionalismo musical». Aun existiendo diferencias entre las obras (Cernicchiaro precisa ser tratado como un caso aparte), encontramos valores que sirven de horizonte para la construcción de la narrativa y para la selección de lo que se incluye o no en la obra. Una división entre la música erudita —o música seria— y música popular es uno de ellos, si bien no encontramos en estas obras —que se remiten más específicamente a una música erudita— un delineamiento claro o uniforme de lo que sería esa música popular. Además, la fuerza y la profunda integración de ese repertorio popular (pensando aquí en todo aquello que no sea música «de escuela») en la vida musical de Rio de Janeiro, genera que algunos autores —contrariando las directrices que ellos mismos impusieron en sus obras— lo incluyan. Se establece una jerarquía de ocupaciones en la cual el compositor está en la cima, seguido de maestros e instrumentistas solistas y de la masa sin nombre de los músicos de banda y orquesta. La diferenciación entre profesionales y amateurs es otro aspecto importante que los separa a unos de otros y que está fuertemente ligado a la formación musical académica que posean, o no. Estos criterios colocan en el centro a la obra musical y a las prácticas que levitan en torno de ella. II En cuanto a los registros de las actividades musicales femeninas, Mello cita algunas pianistas, cantantes y profesoras. Cernicchiaro se diferencia considerablemente de los demás autores, enumerando una gran cantidad de mujeres ligadas a la actividad musical —en ciertas especialidades, como el canto o el piano donde existió una significativa concentración. El autor registra una abundante cantidad de nombres de cantantes extranjeras que pasaron por Rio, dándoles un especial destaque a las cantantes brasileñas, como es el caso de Matilde Canizares22 y Clotilde Maragliano,23 quien tuvo una 20 José Joaquim Emerico Lobo de Mesquita (1746-1805) fue un compositor, maestro de música, director de orquesta y organista brasileño. Fue un imporante representante de la llamada Escola Mineira de Composição. También fue conocido como virtuoso organista e improvisador. Cuenta con un amplio catálogo de música sacra y algunas obras para órgano. 21 Francisco Manuel da Silva (1795-1865) fue un compositor y profesor de música brasileño. Tuvo gran prominencia en la vida musical de Río de Janeiro, fue cantante de la Capela Real desde 1809 y uno de los fundadores de la Imperial Academia de Música e Ópera Nacional, la Sociedade Beneficência Musical e Conservatório Imperial de Música (que luego se convirtió en el Instituto Nacional de Música y Escola de Música da Universidade Federal do Rio de Janeiro). Autor del Himno Nacional Brasileño, oficializado por la Proclamación de la República Brasileña en 1889. 22 Vincenzo Cernicchiaro: Storia della Musica nel Brasil: dai tempi coloniali sino ai nostri giorni, 1926, p. 264. En este como en otros casos que aparecen adelante, no hay muchos datos para agregar. La poca información que tenemos de estas personas es la que se encuentra justamente en el libro citado. 23 Ver nota 22. 8 Boletín Música # 34, 2013 brillante carrera en Europa, la cual encontró un temprano final cuando, luego de pasar una larga temporada en Rio, «se torna la esposa afectuosa de un hombre digno de ella».24 Salvo algunos casos en particular, los nombres aparecen en largas listas, generalmente acompañados de la clasificación de las voces y de algunos adjetivos que a veces se dirigen a la voz, y otras, a la dueña de la voz. Entre las pianistas —sin contar a Antonieta Rudge25 y Guiomar Novaes,26 que desarrollaron sus carreras en São Paulo— hay una lista enorme de profesionales presentadas, tanto nacidas en Rio de Janeiro como en otros estados y luego radicadas en Rio.27 Entre ellas, una u otra merece una observación complementaria. Por ejemplo, Fanny Guimarães28 es recordada por su brillante carrera y por su muerte temprana a los 23 años de edad;29 Julieta Alegria30 «no puede ser confundida con las pianistas mediocres de su época»31 y Maria Virgínia Leão Velloso (o Nininha Velloso Guerra)32 —que era criticada por su preferencia por compositores «anárquicos» como Debussy— también se dedica a la composición.33 24 Cernicchiaro: Op. cit., p. 266. Antonietta Rudge (1885-1974) fue una de las grandes pianistas brasileñas de prestigio internacional. Alumna del profesor francés Gabriel Giraudon y del maestro italiano Luigi Chiaffarelli. En 1905, con apenas veinte años, inició en Europa una exitosa carrera internacional. 26 Guiomar Novaes (1895-1979). Pianista brasileña. Estudió con Luigi Chiafarelli antes de ser aceptada como alumna de Isidor Philipp en el Conservatorio Nacional Superior de Música y de Danza de París en 1909, por lo que su técnica e interpretación musical se habían formado a su llegada a la ciudad. Su estilo interpretativo le ganó el apodo de «la Paderewska de las Pampas», y le permitió desarrollar una exitosa carrera por Europa y los Estados Unidos. 27 Como ilustración, reproducimos aqui el nombre de las pianistas ennumeradas por Cernicchiaro: Magdalena Tagliaferro, Antonieta Serva, Izabel Azevedo, Rita Ulhôa, Ivonne de Geslin, Orizia Pimentel, Alcina Navarro de Andrade, Dulce Guimarães, Julieta Medeiros, Olinta de Freitas, Edith Victorio da Costa, Heloísa Seabra, Eudóxia C. Saraiva, Stella Muniz Freire, Iza Giroud, Gabriela Figueiredo, Rita de Cássia Oliveira, Guiomar Cotegipe da Cruz, Ofélia Isaacson, Edith Massière Thibaud, Lisette Marque de Oliveira, Angelina Trajano, Almerinda de Freitas Ramalho, Nádia Soledade, Fanny Guimarães, Maria Amália de Rezende Martins, Vitalina Brasil, Gilda de Carvalho, Lúcia Branca da Silva, Antonieta Veiga de Assis Pacheco, Maria de Falco, Maria Abalo Monteiro, Christina Moller, Zilda Chiabotto, Helena Bastos, Alice Coggin, Maria Siqueira, Eugênia Soares de Mello, Sílvia Figueiredo, as irmãs Suzana e Helena Figueiredo, Julieta Alegria, Maria Lina Jacobina, Celina Roxo, Kitta de BellidoGusmão, Tilda Aschoff, Dyla Torres Josetti, Elza Canéa, Zélia Autran, Maria Luísa Teixeira Campos, Elisa Accioli de Brito, Irene Nogueira da Gama, Judith Morrison, Maria do Carmo, Maria Virgínia Leão Velloso (ou Nininha Velloso Guerra), Maria Antônia, Branca Bilhar, Dila Tavares Josetti, Ilsa Woebeke, Nadir Soledade, Dulce Saules, Maria de Lourdes Torres, Valina e Inocência Rocha, Hilda Teixeira da Rocha, Edith Lorena, Lisette Marques de Oliveira, Marieta Saules, Maria de Santos Mello, Gilda de Carvalho, Alice Alves da Silva, Maria Antoinette Aussenac. En Cernicchiaro: Op. cit., pp. 429-439. 28 Fanny Guimarães (1887-?). Pianista y virtuosa de la época de Alberto Nepomuceno. Se desempeñó como solista de concierto de importantes obras del repertorio pianístico europeo. Consta registro de su participación en los Concertos Sinfônicos da Exposição Nacional da Praia Vermelha, conmemorativos del Centenário da Abertura dos Portos, evento del que Nepomuceno fuera director musical y principal rector. 29 Cernicchiaro: Op. cit., p. 431. 30 Ver nota 22. 31 Cernicchiaro: Op. cit., p. 434. 32 Maria Virgínia Leão Velloso (Nininha Velloso Guerra) (1895-1921). Hija del diplomático brasileño Leão Veloso, fue reconocida por sus interpretaciones de la música contemporánea europea, en especial por las obras de Erik Satie. 33 Cernicchiaro: Op. cit., p. 437. 25 Boletín Música # 34, 2013 9 Muchas de ellas perfeccionaron sus estudios musicales en Europa y posteriormente se dedicaron a la docencia. En muchos casos sólo aparece el nombre o un brevísimo perfil biográfico. No se sabe con certeza la frecuencia con que estas pianistas se presentaban en público, siendo posible también que muchas de ellas lo hayan hecho apenas una vez. Cernicchiaro enumera también a las mujeres que se dedicaban a otros instrumentos como: el órgano, el violín, la flauta, el violonchelo y el canto. Algunas de ellas son identificadas como compositoras que, salvo la indicación ocasional del nombre en alguna obra, no hay grandes menciones de esas actividades. Este es el caso de Marieta Howat,34 cantante «favorita de los salones aristocráticos» y compositora de un «gracioso Ave María…».35 Hubo dos violinistas cuya trayectoria ilustra lo que sería un destino común para muchas mujeres de la música: Carmita Campos,36 «la violinista más glorificada por el público y por la crítica de su tiempo» […] «la gentil joven, luego robada del arte para dedicarse a los cuidados domésticos» […] y, Noêmia de Oliveira,37 «también este talento emergente, pocos años después de su triunfo, se casó y dedicada por completo a los cuidados domésticos y al afecto de su consorte, se retiró del arte».38 Un área en el cual las mujeres tuvieron también numerosa actuación fue en la enseñanza de la música en escuelas oficiales (como el Instituto de Música),39 en escuelas privadas o en clases particulares. Es digno de notar a la Escuela de Música Figueiredo-Roxo,40 fundada en 1914 por las hermanas Suzana, Helena y Sílvia Figueiredo junto a Celina Roxo, todas ellas pianistas.41 Cernicchiaro procura catalogar todo aquello de lo que tiene conocimiento, registrando inclusive eventos prosaicos y dándoles un mismo peso a las figuras que parecen haber tenido destaques diferentes en el medio musical (una pianista profesional y la muchacha que dio un único recital). Renato de Almeida menciona algunas pianistas y cantantes, destacando a Chiquinha Gonzaga (1847-1935)42 como compositora. También para Luiz Heitor, la figura central de la historia de la música brasileña es el compositor. Las únicas mujeres que son incluidas en esta función son también Chiquinha Gonzaga y Joanídia Sodré (1903-1975),43 compositora y maestra de músi34 Ver nota 22. Cernicchiaro: Op. cit., p. 535. Aún así, Cernicchiaro sólo registra a seis mujeres compositoras. 36 Ver nota 22. 37 Ver nota 22. 38 Cernicchiaro: Op. cit., p. 480. 39 Instituto Nacional de Música, institución de enseñanza de música oficial que remplaza al Conservatório de Música a partir de 1890. Más tarde se convertirá en la Escola Nacional de Música da Universidade do Brasil y Escola de Música da Universidade Federal do Rio de Janeiro. 40 Ver nota 22. 41 Cernicchiaro: Op. cit., p. 600. 42 Francisca Edwiges Neves Gonzaga (1847-1935), más conocida como Chiquinha Gonzaga fue una compositora, pianista y directora de orquesta brasileña. Se le conoce como la primera mujer en componer y tocar choro, primera pianista de choro, autora de la primera marcha de carnaval, (Ô Abre Alas, 1899) y también la primera mujer a dirigir una orquesta en el Brasil. 43 Joanídia Núñez Sodré (1903-1975) fue una educadora, pianista, directora de orquesta y compositora. Estudió con los maestros Alberto Nepomuceno, Henrique Oswald, Agnello França y Francisco 35 10 Boletín Música # 34, 2013 ca, «segundo alumno de Francisco Braga a conquistar el Premio de Viaje, en 1927».44 Chiquinha Gonzaga aparece al lado de Ernesto Nazareth45 como «los dos principales representantes de las danzas y canciones urbanas en Brasil durante ese período de afirmación nacional del cual va a salir el maxixe».46 Ella gana destaque no sólo por su producción musical, sino también por su actitud de afrontar los patrones conductuales de la época.47 Además de estas dos compositoras,48 Luiz Heitor enumera a las profesoras del Instituto Nacional de Música y a algunas cantantes notables, reconociendo el fenómeno de la gran fascinación que el piano ejerció sobre los «brasileños», o mejor dicho, «brasileñas».49 Destaca así, aunque indirectamente, que existía una gran cantidad de mujeres que se dedicaban a este instrumento. Ya Bruno Kiefer, al optar explícitamente por un abordaje que omite a la música «popular y semi-erudita»,50 excluye la discusión acerca de la mujer músico más conocida del período, Chiquinha Gonzaga, salvo por una mención de Batista Siqueira51 en la sección dedicada a la biografía de Ernesto Nazareth.52 Sea una u otra, interprete o profesora, las mujeres de nuestro recorte cronológico están ausentes en el libro de Vasco Mariz. Las mujeres de Rio de Janeiro del cambio de siglo, como verificamos, están —salvo en el caso de Cernicchiaro— ausentes de las obras que tratan sobre la historia de la música brasileña, a no ser por la referencia unánime en todas ellas de la (entre tantas otras cosas) compositora Chiquinha Gonzaga. Y esto no sorprende, considerando que el foco de esas obras es la composición musical. Existe siempre la posibilidad de identificar el nombre de otras compositoras, aunque las condiciones culturales y sociales tendían a inhibir a las mujeres que deseaban encaminarse hacia la composición musical, si bien esto no quiere decir que las mujeres no estudiaran música. Braga en el Instituto Nacional de Música y en el Conservatorio Nacional de Berlín. En Brasil, fundó la Joven Orquesta y se convirtió en la primera directora en liderar la orquesta brasiñela de la Sociedade de Concertos Sinfônicos, la primera mujer en dirigir la Escuela de Música de la Universidad Federal (1946-1967) y vice-rectora y decana de la Universidad de Brasil. 44 Luiz Heitor Corrêa de Azevedo: 150 Anos de Música no Brasil (1800-1950), 1956, p. 198. 45 Ernesto Júlio de Nazareth (1863-1934) fue un compositor y pianista brasileño. Considerado uno de los grandes nombres del choro, «el Scott Joplin de Brasil», el carioca que creó y fijó el tango brasilero y otros géneros musicales en el Río de su tiempo. Combinaba diversas influencias, no solo brasileñas sino también de la música académica de Europa, África y los Estados Unidos. Su obra sigue vigente en los repertorios de la música popular actual en Brasil. 46 Azevedo: Op. cit., p. 148. 47 Azevedo: Op. cit., pp. 150-151. 48 Luiz Heitor cita también a Cleofe Person de Mattos (1913-2002) entre las alumnas de Francisco Braga, pero su período de actividades ya no se encaja dentro de nuestro corte cronológico. 49 Azevedo: Op. cit., p. 217. 50 Kiefer: Op. cit., p. 66, 78. 51 João Batista Siqueira (1906-1992), compositor, director de orquesta, profesor, musicólogo, folclorista. Compositor de obras dramáticas, para orquesta, de cámara y para piano y canto. Escribió varios trabajos teóricos, entre ellos Influencia amerindia en la música folclórica del Nordeste (1951); Modinhas del pasado (1953); Ernesto Nazareth na Música Brasileira (1966). 52 Kiefer: Op. cit., p. 124. Boletín Música # 34, 2013 11 En marzo de 1895, a través de un viaje personal programado hacia Europa, el compositor y entonces director del Instituto Nacional de Música, Leopoldo Miguez (1850-1902)53 es invitado por el Ministro de Justicia y Negocios Interiores a analizar el funcionamiento de los «mejores conservatorios» de música europeos.54 De este análisis resultó un informe publicado en 1897, que fue utilizado como recurso para promover una serie de alteraciones en el funcionamiento del Instituto.55 Este informe concluye con un cuadro que contiene una síntesis cuantitativa de los datos recogidos en las diversas instituciones. Abajo se presenta (Cuadro 1) una versión parcial del mismo que solo refiere la enseñanza del piano y el violín, excluyendo las informaciones relativas a los cursos teóricos y otros instrumentos: 1 No incluyendo a los oyentes y a los autorizados. 2 Totalidad de las clases. 3 Cursos principales. Cuadro 1: Cuadro comparativo parcial de las estadísticas de dieciseis Conservatorios de Música de Europa y del Instituto Nacional de Música de Rio.56 53 Leopoldo Américo Miguez (1850-1902) fue un compositor, violinista y director de orquesta brasileño. Está considerado como el continuador de la obra de Francisco Manuel da Silva y el renovador de la enseñanza de la música en Brasil a inicios del siglo XX. Fundador y primer director del Instituto Nacional de Música. 54 Leopoldo Miguez: «Organização dos Conservatórios de Música na Europa», 1897, p. 3. 55 Para un análisis más pormenorizada del informe, ver Mónica Vermes: «Por uma renovação do ambiente musical brasileiro: o relatório de Leopoldo Miguez sobre os conservatórios europeus», 2004. 56 Miguez: Op. cit., Anexo. 12 Boletín Música # 34, 2013 Sorprende observar que del total de cuatrocientos un alumnos matriculados en el Instituto en 1895, trescientas cuarenta y siete eran mujeres. Específicamente en el curso de piano, de un total de ochenta matriculados, setenta y seis eran mujeres: La desproporción entre el número de alumnos y alumnas que frecuentan el Instituto es lamentable. Entretanto el Gobierno o la Intendencia no creen el teatro nacional y subvencionen al teatro lírico —convencido por el ejemplo de otras capitales de que, todo el sacrificio que se hiciere— será ampliamente compensado con las ventajas indirectas que le proveerán los dos efectos de esa medida. Mientras no se resuelva garantizar por este medio el futuro del artista-músico, la carrera del cantante y del instrumentista de orquesta, no será tan animador como para que fluyan las matrículas suficientes de los alumnos hombres. En las condiciones actuales, la creación de cursos nocturnos seria oportuna y facilitaría la inscripción de todos aquellos que no se matricularon en las clases diurnas por no poder abandonar sus ocupaciones. Un proyecto de reglamentación especial para cursos nocturnos destinados principalmente a formar orquestas y coros, será objeto de mi particular estudio que proveeré en breve para vuestra consideración.57 En su análisis, Miguez establece una relación directa entre la gran demanda de los cursos de música por parte de las mujeres y la falta de cuerpos estables —un teatro nacional y un teatro lírico— subvencionado por el Estado. Esto significa que queda presuntamente establecido que las actividades profesionales de la música serían ejercidas por hombres los cuales, ante la falta de empleos atrayentes en el área musical, no estaban concurriendo al Instituto en busca de esa formación técnica, abriendo así una brecha para que las clases fueran ocupadas por las mujeres. La iniciativa de abrir cursos nocturnos tenía por objetivo facilitar el estudio de la música a los hombres que poseían otras ocupaciones. Cabe aquí ponderar qué tipo de actividades musicales eran desempeñadas por las mujeres que tan masivamente concurrían al Instituto. Pero, observando nuevamente las fuentes historiográficas que ya comentamos, podemos ver que las mujeres aparecen allí de otra manera. Luiz Heitor parece dar gran importancia a las esposas de los compositores, destacando su cultura, formación, capacidad de crear un ambiente receptivo para reuniones domésticas y de competencia musical. Al hablar de Leopoldo Miguez, Luiz Heitor destaca: La unión con D. Alice Dantas, hija de su jefe comercial, señora de gran belleza y raras virtudes, excelente pianista y heredera de los sólidos bienes de la fortuna que el padre acumulara; fue un acontecimiento decisivo para la carrera artística de Leopoldo Miguez.58 57 58 Miguez: Op. cit., pp. 31-32. Azevedo: Op. cit., p. 108. Boletín Música # 34, 2013 13 Sobre Henrique Oswald:59 Ligado a través del casamiento a una familia de intelectuales, desposó en 1881 a Laudomia Gasperini, hija de un profesor de liceo, antiguo bibliotecario del Conservatorio de Nápoles. Se siente aun más radicado en Italia, donde nacieron sus cuatro hijos. […] Su esposa era una joven cultísima y de una gran firmeza de espíritu. Colaboradora del padre, en las competencias de enseñanza…60 Sobre Alberto Nepomuceno:61 Es en la antigua Cristianía, capital de Noruega —donde va a convalecer— que Nepomuceno encuentra a la pianista Walborg Bang, discípula de Grieg y de Leschetizky, y que luego se tornaría su esposa.62 En el caso de Glauco Vélasquez,63 a falta de una esposa, encontramos el importante papel de la madre: los responsables por su educación deseaban verlo recorrer una carrera más práctica que la de la artes. Mas la madre intervino y consiguió que la voluntad del niño, fuese respetada. Era una señora admirable, de gran inteligencia y gran corazón…64 Por otro lado, los periódicos de la época registraron también otro tipo de participación femenina en el medio musical. En los clubes sociales (Cassino, Fluminense, Club dos Diários, Jockey Club), que servían para los bailes, almuerzos y cenas; ocurrían eventualmente conciertos musicales. Es interesante observar la naturaleza de los programas de algunos conciertos del Cassino, los cuales eran enormes y con una significativa participación de «amateurs» de la alta sociedad, caracterizándose como una extensión del tipo de práctica doméstica (música para la familia y fiestas para un grupo social un poco más amplio). 59 Henrique Oswald (1852-1931). Compositor y pianista brasileño, uno de los más importantes de su generación. De estilo romántico, fue escogido Patrono da Cadeira n.25 de la Academia Brasileña de Música. Compuso especialmente para piano, conciertos para orquesta sinfónica, obras para violín y cello solo, música de cámara (tríos, cuartetos y quintetos), óperas y una producción generosa de música sacra y canciones para piano y voz. 60 Azevedo: Op. cit., p. 123. 61 Alberto Nepomuceno (1864-1920). Compositor, pianista, organista y director de orquesta brasileño. Considerado el «padre» del nacionalismo en la música erudita de ese país. Entre sus obras más importantes se encuentra su tercer cuarteto de cuerdas, titulado por él «Brasileiro» (1890), considerado el primer ejemplo de la integración de la música tradicional brasileña con el idioma romántico europeo. Su catálogo incluye las óperas Abul (1905), Artemis (1898), Electra (1894) y el inacabado O Guaratuja, Pedazos Orquestales (1888), así como la Sinfonía en sol menor (1893). 62 Azevedo: Op. cit., pp. 168-169. 63 Glauco Velásquez (1884-1914). Compositor italo-brasileño, considerado entre los más importantes de inicios del siglo XX. Su obra destacó por un lenguaje moderno para su época, y algunos críticos vieron en ella signos de expresionismo y tendencias del atonalismo. Tras su temprana muerte, fue fundada la Sociedade Glauco Velasquez, con el objetivo de difundir su obra. 64 Azevedo: Op. cit., p. 237. 14 Boletín Música # 34, 2013 Observemos el programa de unos de esos conciertos: Primera parte: 1 – Verdi, Caro nome, de la ópera Rigoletto, Exma. Sra. D. Olívia Magalhães. 2 – a) Schumann, Reverie; b) Lee, Gavotte, para violonchelo, Exma. Sra. D. Noêmia Madureira, acompañamiento en piano por la Exma. Sra. D. Julieta do Nascimento. 3 – a) Fauré, Alleluia d’amour; b) Nepomuceno, O medroso de amor, palabras de J. Galeno; c) Nepomuceno, Amo-te muito, palabras de João de Deus, Sr. Carlos de Carvalho. 4 – Godefroid, Danse des sylphes, para arpa, Exma. Sra. D. Maria Nery Ferreira. 5 – Meyerbeer, Ária da Africana, Exma. Sra. D. Virgínia de Niemeyer. 6 – Gounod, Himno a Santa Cecília, para violines, violonchelos, arpas y bandoneón, Exmas. Sras. DD. Alice Barbosa, Corina Granjo, Carmita Campos y Noêmia Madureira, bajo la dirección del maestro G. Dufriche. Segunda parte: 1 – Nepomuceno a) Minueto; b) Anelo; c) Galhofeira, por el autor. 2 – a) Sarasate, Nocturno de Chopin; b) Ries, Motu perpétuo, para violín, Exma. Sra. D. Carmita Campos. 3 – a) San Fiorenzo, Lina; b) Donizetti, Ária da Favorita, Exma. Sra. D. Amanda Feital. 4 – Meyerbeer, Dueto de los Hugonotes, Exma. Sra. D. Virgínia Noronha y el Sr. Leopoldo Noronha. 5 – a) Mascagni, Cavalleria Rusticana, para 14 mandolinas, violonchelo y piano; b) Thomé, Serenata espagnole para mandolinas y piano – Mandolinas, las Exmas. Sras. DD. Maria Pestana de Aguiar, Carmen de Oliveira, Josefina Nolasco, Zilda Nogueira Flores, Lavínia do Amaral, Maria Virgínia Barros Pimentel, Elvira de Magalhães Castro, Maria Luiza Ferreira da Silva, Maria Amélia Soares de Souza, Josefa de Melo Cunha, Guilhermina Marques Lisboa, Henriqueta Glicério, Adelaide Miné y Mercedes Alves; D. Corina Granjo; piano, D. Maria de Magalhães Castro. (O Paiz, 12/09/1895). Analizando las obras dedicadas más específicamente a la música popular, percibimos un fenómeno semejante. La única mujer ligada a la música en Rio de Janeiro, y que es citada en todas las fuentes consultadas, es Chiquinha Gonzaga. Ella está más fuertemente asociada a los géneros de la música popular y del teatro musical, poco contemplados en la literatura que analizamos hasta ahora pero que, ampliando las fuentes para incluir obras específicas de música popular (La Nueva Música de la República Vieja y Panorama de la Música Popular Brasileña en la Belle Epoque, de Ary Vasconcellos), o más abarcadoras (Mujeres Compositoras de Nilcéia Baroncelli), surgen varios otros nombres de mujeres compositoras, instrumentistas, cantantes, muchas veces en Boletín Música # 34, 2013 15 actividades combinadas como la de la actriz y cantante Pepa Delgado65 o la pintora, editora de música y compositora, Valentina Biosca.66 De los varios nombres que podríamos enumerar aquí, destacamos los de dos mujeres que aparecen citadas en el Panorama de la Música Brasileña en la Belle Epoque de Ary Vanconcellos (1977): Hilária Batista de Almeida y Carmen do Xibuca. Hilária Batista de Almeida (1854-1924), más conocida como Tía Ciata, era una de las más notorias tías bahianas67 de la «Pequeña África» en cuyo jardín habría tomado forma el samba carioca. Era confitera y cocinera, no hacia música stricto sensu. Carmen do Xibuca (1879-¿?), sobrina de sangre de Tía Ciata, era portabandera de grupos carnavalescos y también confitera. Me parece digno de ser destacada la inclusión de esas dos mujeres68 entre tantos otros del Panorama... por sugerir una extensión de lo que se entiende como «actividad musical». III Según se ha podido observar, los manuales de historia de la música brasileña producidos en el Brasil durante el siglo XX registran un número reducido de mujeres-músicos (salvo el caso de Cernicchiaro). Cuando esto ocurre, se trata de un muy reducido número, casi exclusivamente de pianistas, cantantes y profesoras de música. Esto se debe, en buena medida, al hecho de que esas obras historiográficas se concentran preferentemente en la composición profesional, una actividad a la que las mujeres tenían, por cuestiones socio-culturales, acceso limitado. No sorprende, por lo tanto, que el nombre de la compositora Francisca o Chiquinha Gonzaga aparezca mencionado en todas las obras, aún aquellas que excluyen en principio una discusión sobre la música popular, territorio de tránsito de Gonzaga. Dialogando con otras fuentes, encontramos información que complementa ese cuadro: las mujeres estudiaban música. Es más, prácticamente dominaban la principal institución de enseñanza musical de Río de Janeiro del período en tela; las mujeres hacían música: en casa y en ambientes sociales semi-públicos y públicos —reuniones musicales domésticas y recitales colectivos; además, encontramos registros de de mujeres no-músicos (en el sentido estricto) que no solo participaban, como también ayudan a construir un espacio de práctica musical. 65 Maria Pepa Delgado (1887-1945). Actriz y cantante brasileña, una de las pioneras que más obra grabada produjo en las primeras décadas del siglo XX. Lanzó y grabó numerosos maxixes, destacándose en la interpretación de ese género. Registró obras de Luis Peixoto, Carlos Bittencourt y Chiquinha Gonzaga. 66 Valentina Biosca Gonzales (1888-1967). Nació en Oviedo y se trasladó al Brasil aún joven. Pintora, editora de música y compositora. 67 Las «tías bahianas» eran las mujeres que desempeñaban un importante papel como líderes comunitarias en la región de Río de Janeiro, la cual se llamó «Pequeña Africa» por la gran concentración de afroescendientes que allí vivían. Véase Roberto Moura: Tia Ciata e a Pequena África no Rio de Janeiro, 1995. 68 Ary Vasconcelos incluye también a hombres no-músicos que también componen el medio musical entendido de forma más amplia. 16 Boletín Música # 34, 2013 A partir de una perspectiva centrada en la composición musical, la mujer ocupa espacios bastante limitados. Desde una perspectiva ampliada —considerando la actividad musical como centro de articulación de sociabilidades— las mujeres llegan a tener un papel central. Una inclusión representativa de actividades musicales femeninas en la historia de música implica no sólo una averiguación que permita identificar otros personajes y la consecuente adición o ampliación de capítulos, pero también una reflexión sobre la propia naturaleza de la actividad musical que nos importa registrar. Esto demanda perspectivas metodológicas que lleven en cuenta esa vasta actividad musical realizada por mujeres. REFERENCIAS Almeida, Renato: História da Música Brasileira, Briguiet & Cia., Rio de Janeiro, 1926. ______________: História da Música Brasileira, 2 ed., Briguiet & Cia., Rio de Janeiro, 1942. Andrade, Mário de: Ensaio sobre a Música Brasileira, 3 ed., Vila Rica / INL, São Paulo / Brasília, 1972. Azevedo, Luiz Heitor Corrêa de: 150 Anos de Música no Brasil (1800-1950), José Olympio, Rio de Janeiro, 1956. Baroncelli, Nilcéia Cleide da Silva: Mulheres Compositoras: elenco e repertório, Roswitha Kempf, São Paulo, 1987. Cernicchiaro, Vincenzo: Storia della Musica nel Brasil: dai tempi coloniali sino ai nostri giorni, Riccioni, Milano, 1926. Cusick, Suzanne G.: «Gender, Musicologu, and Feminism», en Cook, Nicholas; Everist, Mark (Orgs.): Rethinking Music, Oxford University Press, Oxford, 2001. Kiefer, Bruno: História da Música Brasileira, Movimento, Porto Alegre, 1977. Koselleck, Reinhart: Futures Past: on the semantics of historical time, Columbia University Press, 2004. Mariz, Vasco: História da Música no Brasil, 6 ed., Nova Fronteira, Rio de Janeiro, 2005. McClary, Susan: Feminine Endings: music, gender, and sexuality, University of Minnesotta Press, Minneapolis / London, 1991. Mello, Guilherme de: A Música no Brasil, desde os tempos coloniais até o primeiro decênio da república, 2 ed., Imprensa Nacional, Rio de Janeiro, 1947. Miguez, Leopoldo: «Organização dos Conservatórios de Música na Europa», en Relatório apresentado ao Ministro da Justiça e Negócios Interiores por Leopoldo Miguez, Diretor do Instituto Nacional de Música do Rio de Janeiro, em desempenho da comissão de que foi encarregado em aviso do mesmo Ministério de 16 de Março de 1895, Imprensa Nacional, Rio de Janeiro, 1897. Moura, Roberto: Tia Ciata e a Pequena África no Rio de Janeiro, 2 ed., Secretaria Municipal de Cultura / Departamento Geral de Documentação e Informação Cultural, Divisão de Editoração, Rio de Janeiro, 1995. Boletín Música # 34, 2013 17 Vasconcelos, Ary: A Nova Música da República Velha, [s.n.], [S.l.], 1985. ______________: Panorama da Música Popular Brasileira na Belle Époque, Livraria Sant’Anna, Rio de Janeiro, 1977. Vermes, Mónica: «Por uma renovação do ambiente musical brasileiro: o relatório de Leopoldo Miguez sobre os conservatórios europeus», Simpósio de Pesquisa em Música 2004, Curitiba, 06-07 nov. 2004. Anais... Departamento de Artes UFPR, Curitiba, 2004, pp.108-115. Weber, William: «The History of Musical Canon», en Nicholas Cook,; Mark Everist, (Orgs.): Rethinking Music, Oxford University Press, Oxford, 2001. Mónica Vermes. Brasil. Doctora. Musicóloga y profesora de Historia de la Música en la Universidade Federal do Espírito Santo (Brasil), coordina e integra el Nucleo de Estudios Musicológicos (NEM) desde 2006; forma parte del cuerpo docente permanente del Programa de postgrado en Letras. 18 Boletín Música # 34, 2013 Los juicios de valor sobre las letras de la música bailable cubana* La música popular bailable cubana (MPBC) se corresponde, sin lugar a dudas, con uno de los rasgos que signan no solo la identidad nacional1 sino también la caribeña. Durante mucho tiempo relegada a planos secundarios en los estudios culturológicos, la investigación de tan intensa y extensa área expresiva ha ido ganando importancia, y presupone el conocimiento de la cultura de los hombres que viven en esta región. Se trata de una de las manifestaciones que históricamente adeuda mayores referentes de lo considerado afrocubano, no solo en la Liliana Casanella creación musical sino también desde el punto de vista étnico y clasista, de buena parte de sus creadores, intérpretes y audiencias.2 Este entramado proyecta una dicotomía aceptación/rechazo de la MPBC, pues si bien ha sido subvalorada ante *1 Este texto forma parte de la monografía Las letras de la música popular bailable cubana: Diacronía y juicios de valor, que obtuvo mención en el XII Premio de Musicología Casa de las Américas 2012. 1 «En tanto forma práctica comunicativa de identificación social, la Identidad Nacional constituye un proceso de selección, ordenamiento e integración de diferencias que llevan a cabo los grupos hegemónicos de una sociedad en su relación con los otros, y en el cual la memoria histórica cumple una misión esencial. Papel que nunca es igual en los demás sectores que participan en el proceso por lo que se hace necesario un espacio de intersección de estas que será más estrecho mientras más amplio sea el grado de resolución que presenten. Esto explica que este marco de intersección defina un estrecho sistema de expresiones que es extendido a límites máximos por los grupos en el poder acorde con los requerimientos de comunicación con los otros significativos en este nivel. Con ello queda demostrada la importancia de la política en la formación y consolidación de la Identidad Nacional dado que se constituirá en base a la acción consciente y políticamente construida de parámetros que pueden ser asociados al individuo sujeto a grupos sociales o culturales […] la identidad nacional es una construcción social, compleja, contradictoria, dinámica y abierta que ha asumido diferentes connotaciones en distintas etapas de la historia del país y sufrido reelaboraciones y reajustes constantes a tenor de los cambios sociohistóricos ocurridos». En Alejandro Sebazco: «Problemática racial e identidad nacional: Cuba 1989-2005», 2008. 2 Desde el siglo XIX existen innumerables estudios históricos, demográficos, literarios y filosóficos centrados en la relación grupos raciales-sectores laborales de la sociedad cubana. En ellos, los negros y mestizos son vinculados al ámbito musical, no solo por cualidades que les atribuyen desde el punto de vista antropológico sino por tratarse de un área desestimada por las capas adineradas, mayoritariamente integrada por blancos. Igualmente, los estudios aclaran la presencia de blancos asentados en áreas marginales, con prácticas culturales asociadas a la de negros y mulatos por razones de índole contextual. Véanse los trabajos de Pedro Deschamps Chapeaux y las referencias al tema de Alejo Carpentier en La música en Cuba, y las recogidas por Zoila Lapique en Música colonial cubana y Cuba colonial: música, compositores e intérpretes (1570-1902). También Argeliers León advierte acerca de la riqueza de las interacciones entre prácticas culturales y grupos raciales. Con el paso del tiempo «lo negro» ha perdido su inicial apego a las manifestaciones originarias y se ha sedimentado, confirmando que no se trata de prácticas culturales exclusivas de una raza, aun cuando por razones históricas y sociales en el proceso transculturativo de la Isla se mantenga el protagonismo de determinados aspectos en acciones y procesos concretos. Ser negro o mestizo en la Cuba actual no tiene las mismas significaciones simbólicas que en el siglo XIX, y aún queda por resolver esa problemática terminológica para enfrentar los estudios contemporáneos sobre el tema. Boletín Música # 34, 2013 19 su homóloga culta o académica es, a la postre, uno de los mayores aportes de la Isla a la cultura popular y a la universal, en tanto ha marcado pautas internacionales como su objetiva influencia en la salsa que, consumida en los más diversos sitios del globo terráqueo, ha devenido modelo para agrupaciones pertenecientes a continentes y culturas relativamente distantes de la nuestra. El sistema de juicios de valor generado en torno a las músicas que entraña el concepto MPBC, aconseja estudiarlas en su relación con la audiencia nacional, la realidad del país y el modo en que expresan el discurso de múltiples estamentos sociales, no solo a partir de las letras sino considerando los espacios y peculiaridades de su consumo. Las valoraciones resultantes alertan acerca de los límites borrosos entre juicio estético y gusto personal, o la repetición acrítica y manipulada de cánones envejecidos. En tal sentido, es cuestionable la posición del académico, periodista o investigador al socializar estos juicios, cuya trascendencia dependerá del lugar de enunciamiento, grado de visibilidad y circulación —tanto en la época en que se publica como en las subsiguientes— así como la posibilidad de que su trascendencia adjudique al autor (merecida o inmerecidamente) la categoría de voz autorizada para sustentar y promover perspectivas similares. I La visión lineal de conjunto de los juicios de valor sobre la MPBC se complementa y enriquece con cortes parciales en períodos donde la preocupación social por el tema se hace más visible. Llama la atención el comportamiento cíclico en el enjuiciamiento negativo de las letras de la MPBC desde el siglo XVIII hasta la fecha. Al valorar el corpus crítico aquí analizado, se pueden establecer las necesarias conexiones en cuanto a los cánones que las distinguen, así como definir cuáles son los grupos sociales des/ legitimados por la crítica como consecuencia de sus prácticas sociomusicales. Lo anterior se relaciona con la epistemología de las ciencias que sustentan las narrativas de los juicios de valor. En el caso de la musicología, las discusiones terminológico-conceptuales entre lo folclórico y lo popular pueden haber contaminado las apreciaciones de preceptores y discípulos en el ámbito académico. Es comprensible, pues, que estas clasificaciones hayan ido modificándose con el paso del tiempo; de hecho, el análisis de la muestra crítica estudiada registra las indispensables diferencias entre ambos conceptos. A esta situación tributa la inevitabilidad de desprenderse del poder que concede legitimar creencias, elecciones, experiencias musicales, posiciones políticas, ideológicas o sociales, según el rol que cada quien cumpla. Los musicólogos, como parte de un ejercicio de persuasión al exponer modelos de análisis con diferente grado de amplitud y efectividad, y los periodistas, en relación con medios masivos que responden a políticas de difusión de interés estatal.3 De manera general, la circulación de ciertos juicios de valor pretende demostrar «la verdad» que defienden sus postulantes mediante diversas estrategias, políticas y recursos. Así, no es infrecuente que durante períodos de mayor polémica el discurso periodístico se visibilice más, y haga uso de la 3 En Cuba, después de 1959, los medios de difusión masiva responden a la política cultural estatal. Hasta ese momento pertenecían a dueños privados que dictaban —y muchas veces participaban en— sus propias políticas temáticas y enjuiciatorias. 20 Boletín Música # 34, 2013 encuesta como instrumento que valida criterios en pro o en contra de prácticas o exponentes musicales para expresar un sentir colectivo, muchas veces calificado de popular; es decir, la opinión de las grandes masas convertidas en una suerte de audiencia homogénea que desdeña a los consumidores de otro tipo de prácticas musicales. Los estudios que abordan la cotidianidad pueden resultar otro referente importante para entender por qué áreas como las letras de la MPBC generan conflictos socioculturales, en tanto son muestras del habla popular, registros familiares de la lengua mediante la crónica del acontecer y el carácter localista de las anécdotas cantadas. Estudiosos como Wilder Pérez Varona avisan sobre las limitaciones del abordaje científico de lo cotidiano como elemento constructor de identidades y generador de significados, tema que entronca con la razón de ser de estas páginas. Para Pérez Varona: al ser la identidad nacional una (auto)representación objetivada cuya genericidad trasciende el marco de lo cotidiano, los nexos entre ambos, es decir, la participación que en tal construcción sociohistórica poseen los procesos básicos de identificación social no puede sino estar mediada por relaciones y significaciones de mayor integración. Esto conlleva a otro problema, y es la propensión a la homogeneidad que el discurso identitario dominante requiere para cumplir sus funciones de proporcionar sentidos que fomenten la cohesión del conjunto social, el fortalecimiento de las bases consensuales del Estado nacional, frente al carácter difuso y heterogéneo de las adscripciones identitarias que los individuos realizan de modo implícito en sus prácticas cotidianas. Tales relaciones, diversamente mediadas entre ellas por la codificación que de ambas realiza el pensamiento social institucionalizado, pero que también resultan intervenidas por el discurso más propiamente político, como por las artes, los sistemas religiosos etc. constituyen los fundamentos, una de las principales fuentes de una dinámica intrínseca de condicionamiento recíproco que confiere un carácter de permanente apertura a la autoimagen generalizada de la sociedad. […] Sin embargo, la concepción de las conductas sociales únicamente como acciones significativas, o sea, la reducción de las prácticas sociales a la producción y reproducción de significados, del mismo modo que el entendimiento unívoco de las normas sociales, es decir, como no susceptibles de interpretación a que se enfrenta, deja por elucidar las transformaciones institucionales y la propia historicidad de tales prácticas.4 En la revisión del corpus crítico llama la atención la prevalencia de la narrativa argumentativa/justificatoria —denominación del académico argentino Miguel A. García— en los discursos de la superioridad. Para García, quienes se adscriben a esta tendencia: formulan sus juicios de valor desde un paradigma estético determinado aunque, a diferencia del fan, suelen tener conciencia de su inmersión en él y lo consideran superior a todos los demás porque están convencidos de que sus 4 Wilder Pérez Varona: «El pensamiento social cubano tras los 90 en torno a las relaciones entre identidad y vida cotidiana», 2008. Boletín Música # 34, 2013 21 premisas definen verdaderamente lo que debe considerarse «auténtico», «refinado», «complejo», «trascendente», «universal», «autónomo». En general tienden a utilizar un lenguaje técnico y argumentativo para sostener la superioridad de la música que defienden y la inferioridad de la música que critican y se erigen en defensores calificados del paradigma estético al que se adhieren.5 Entre quienes suscriben esta corriente, son más visibles y de mayor resonancia social los autores de críticas periodísticas pues: «la mayor parte de nuestro conocimiento social y político, así como nuestras creencias sobre el mundo, emanan de las decenas de informaciones que leemos o escuchamos a diario. Es muy probable que no exista ninguna otra práctica discursiva, aparte de la conversación cotidiana, que se practique con tanta frecuencia y por tanta gente como el seguimiento de las noticias en prensa y televisión».6 La información periodística se caracteriza por su inmediatez, brevedad y por responder más a exigencias sociales de política cultural o editorial que de índole personal. Esto puede explicar la existencia de nodos sobre un tema específico, reconocibles en la prensa nacional durante algunos períodos, la cual funciona como artefacto visibilizador de diversas narrativas capaz de dar cabida a voces especializadas tanto de aquellas posicionadas en la academia como la de actores del proceso musical, en este caso autores o intérpretes, siempre con la intención de socializar pautas definidas a priori. En otro sentido, la delimitación de estos nodos también responde a momentos de reestructuración de las prácticas cotidianas nacionales, cuyas modificaciones se perciben de diversas maneras. Criterios de mayor nivel de especialización, espacio y profundidad corresponden a la narrativa académica, donde intervienen musicólogos, filólogos o especialistas que estudian un mismo fenómeno desde diversas disciplinas. Por discurrir a manera de conferencias, ensayos o artículos destinados a la enseñanza o público especializado, se desarrollan con amplitud las herramientas teóricas como la argumentación y la ejemplificación, con un marcado interés didáctico en muchas ocasiones. La narrativa de los músicos generalmente se concreta con poca autonomía, en intervenciones en encuestas y entrevistas, imbricados en las exigencias de los encargados de seleccionar quiénes responderán a sus expectativas, con la consiguiente e inevitable manipulación de contenido que suele implicar esta práctica, tanto para el encuestador/entrevistador como para el encuestado/entrevistado. De hecho, ser músico confiere casi per se la condición de voz autorizada, aun cuando su competencia o preferencia personal no se corresponda con el tema al cual se articula. No puede obviarse la intencionalidad de los medios de comunicación, ni el deber ser del sistema pedagógico y académico, centrados en representaciones sociales que expresan modelos históricos en aras de «enseñar saberes o persuadir a la gente formando o cambiando sus actitudes sociales».7 La elección de voces autorizadas, o simplemente la decisión de determinar quién es capaz de des/legitimar determinados juicios de valor, tiene que ver también con 5 Miguel A. García: «El rock argentino en clave académica», 2010, p. 5. Van Dijk: Racismo y análisis crítico de los medios, 1997, p. 30. 7 Ídem. 6 22 Boletín Música # 34, 2013 las representaciones sociales. Como plantea Van Dijk, estas «pueden aplicarse no solamente a la dimensión semántica del discurso, sino también a la interacción discursiva misma: ¿Quién puede / debe hablar / escribir sobre qué / quién, para quién, de qué modo?».8 En el caso que nos ocupa, la pertenencia a un círculo especializado o el hecho de que un músico, investigador, académico o periodista consiga cierto rango de relevancia social, no debe resultar suficiente para que la sociedad le conceda autoridad para enunciar criterios sobre determinados temas. La historiografía musical recoge, de modo preferente, la producción concebida por (y para) la clase media y alta, de ahí que la relacionada con las más pobres —la mayoría negras y mestizas— sea prácticamente nula y esquemática. Por tales razones, muchos textos escritos con posterioridad a la época que abordan son los que sirven de punto de partida para establecer paradigmas, sin desconocer que ya están contaminados por las representaciones sociales del entorno en que se desenvuelven. Si en las primeras décadas del siglo XX estos cánones estéticos de creación y enjuiciamiento se limitaban a la música culta y a la canción, hacia finales de ese mismo siglo e inicios del XXI, se incorporan los que tutelan la música popular creada entre los años 1920-50 —por encima de congéneres más contemporáneos—, y comienzan a usarse como argumento de oposición a creaciones recientes. Las modificaciones obedecen, en principio, a las circunstancias personales y sociales de los responsables tanto de la producción como de la visibilización y legitimación de conocimientos. En este sentido suscribo el criterio de Van Dijk, quien alerta que: Lo que realmente influye o controla el discurso (o resulta afectado por él) no es la situación social «objetiva», sino la construcción mental y subjetiva que poseen los usuarios de la lengua en sus modelos contextuales. Esto nos permite explicar las variaciones personales, los conflictos comunicativos, los malentendidos, las negociaciones del mutuo entendimiento, etc. Así pues, dondequiera que el discurso y sus estructuras varíen en función del contexto, deberíamos decir que esa variación (estilística) es una función de los modelos contextuales mentales. La cognición —en este caso, tipos específicos de modelos mentales— desempeña el necesario papel de interfaces entre la sociedad (la estructura social, la situación social) y el discurso.9 Tener en cuenta la relevancia social de esta música en Cuba, resulta indispensable para entender el comportamiento no solo del cancionero bailable, sino del corpus crítico originado sobre el mismo. Los criterios de Josep Martí arrojan luz para profundizar en las razones de las significaciones y usos que se le otorgan a este tipo de música en la sociedad cubana, teniendo en cuenta que «la relevancia social de una música no depende de ella misma, sino de su contextualización en un marco espacio-temporal concreto».10 Igualmente, sus postulados permiten entender por qué no tienen que coincidir los patrones de rechazo y aceptación de los actores que 8 Van Dijk: «Discurso y representaciones sociales», 1999. Ibídem, p. 5. 10 Josep Martí: Más allá del arte; la música como generadora de realidades sociales, p. 79. 9 Boletín Música # 34, 2013 23 participan del consumo de determinadas músicas, quiénes construyen o suscriben cánones estéticos en diversos sitios de posicionamientos, y como estos se relacionan con factores como la etnicidad y el género, entre muchos otros asuntos. El tema de la pertinencia de los juicios de valor en los estudios de la música popular presentado en la lista de discusión de la rama latinoamericana de la Asociación de Estudios sobre Música Popular (IASPM-AL)11 generó una enriquecedora polémica en la que participaron musicólogos e investigadores, al punto de estimular, con posterioridad, al menos dos publicaciones: Música popular y juicios de valor. Una reflexión desde América Latina, compilación de los musicólogos Rubén López Cano (mexicano) y Juan Francisco Sans (venezolano) y el ensayo «Cartografía de enfoques de la música popular en la América Latina y Cuba desde la problemática de los juicios estéticos», de la musicóloga cubana Liliana González Moreno, quien realiza un análisis de la discusión sobre el tema en la mencionada lista de conversaciones y promueve sus propias insatisfacciones acerca de este proceso crítico-analítico en los estudios de música popular en Latinoamérica. Llama la atención el enfoque comunicativo de su aproximación, toda vez que incluye de manera coherente el papel que desempeñan todos los elementos que en él intervienen, a saber: emisor, destinatario, canales, códigos y entorno de creación y consumo. Para la estudiosa: La socorrida frase de educar o proveer de elementos a la audiencia para conducir y guiar una mejor percepción, describe muchas veces lo que se espera del musicólogo en nuestras sociedades. Esto conlleva a que muchas veces la producción del conocimiento se divorcia de las realidades abordadas, y de los públicos a los cuales se dirige con sus verdaderas necesidades, proponiendo un patrón educativo homogeneizante, en vez de utilizar la estética o los juicios de valor, como estudio de la filosofía de vida de determinados sectores sociales, y el por qué ciertos elementos generan su identidad. Se da con frecuencia que los demás no están interesados en conocer los juicios personales. Estos también son juicios de valor, que concretan un campo de interacción entre percepciones y puntos de vista estéticos o filosofías del arte encontradas entre académicos y audiencias. En relación a este tópico Juan Pablo González apuntó premisas fundamentales de cualquier aproximación estética hacia la música popular. Juan Pablo sostiene la idea de que cualquier juicio valorativo generalmente nos dice más de quien opina y los conceptos y el lugar desde donde ofrece su discurso, que sobre lo que nos quiso decir respecto de la música. Por ello es que el juicio se convierte también en conocimiento sobre el que lo emite, y se produce socialmente, un continuum en los juicios de valor y en las lecturas sobre la sociedad.12 11 Se trata de las intervenciones relacionadas con los temas: «Estética y música popular» (24 de mayo- 8 de junio de 2007), «Juicios de valor en la investigación musicológica» (28 de mayo-25 de diciembre de 2007), y «Más allá del discurso» (octubre de 2008). En este trabajo se aprovechan también las discusiones «Más allá del discurso» (octubre de 2008) y «La música, la más popular y barata de las artes» (10-15 de febrero de 2013). 12 Liliana González: «Cartografía de enfoques de la música popular en la América Latina y Cuba desde la problemática de los juicios estéticos», 2009, p. 53. 24 Boletín Música # 34, 2013 En el artículo «Juicios de valor y trabajo estético en el estudio de las músicas populares urbanas de Latinoamérica», incluido en la compilación anteriormente mencionada, Rubén López Cano aborda el concepto de prácticas musicales sucias o infravaloradas para referirse a aquellas cuyas características no se homologan habitualmente con los cánones o modelos reconocidos como artísticos. Si bien las letras de la MPBC no pueden ubicarse categóricamente dentro de esas prácticas, una vez realizado el estudio de la crítica sobre ellas, se advierte que las comparaciones —explícitas o subliminales, intencionales o no— inclinan la balanza hacia los contravalores. Lo anterior ratifica el planteamiento de Josep Martí acerca de la delimitación de ámbitos musicales de relevancia sociocultural: ruido/música, música popular/ música culta, música seria/música ligera, etc., que obedece a una serie de valores sociales muy concretos más que a criterios de naturaleza intrínsecamente musical.13 Partiendo de este razonamiento se comprende cómo el tópico de las letras de la música bailable más cercanas al lenguaje coloquial queda relegado a escaños inferiores. Tal problemática, sugerida como asunto de ingente abordaje por varios especialistas de Cuba y Latinoamérica, se revela como punto de partida para empeños analíticos concretos. El musicólogo mexicano Alejandro L. Madrid, con una perspectiva teórica, apunta que: existen dos formas fundamentales de realizar los juicios de valor: reproducir y validar el discurso estético (la conocida y mal llamada crítica musical, que es en realidad una perspectiva acrítica porque nos convierte en voceros de otros proyectos), o valorarlo desde una perspectiva crítica (que «implica tomar esos discursos con pinzas para diseccionarlos, compararlos y ver que nos dicen de quienes los pronuncian y de las redes de poder, de ideología, de identificación, etc. en que se mueven o en que desean moverse»). Con esta segunda orientación se refiere a «poner en diálogo a ‘la música’ con fenómenos mucho más amplios que son en realidad los que le dan significado».14 Por su parte, el musicólogo chileno Juan Pablo González asevera: La simple descalificación de aquello a lo que no se le adscribe valor ético, ni estético, nos ha impedido penetrar en los fenómenos de mediación, modernización y masificación segmentada que afectaron a múltiples repertorios durante el siglo XX, y que han influido en la construcción de modos de audición y patrones de significado con los que un extenso público escucha todo tipo de música. Además, quedamos en la peligrosa posición de tener que condenar, junto con la música que dejamos de lado, a aquellos que la practican, la consumen y construyen su propio mundo de sentido en base a ella.15 13 Martí: Op. cit., pp. 221-222. Apud. González: Op. cit., p. 48. 15 Juan Pablo González y Claudio Rolle: Historia social de la música popular en Chile. 1890-1950, 2005, p. 23. 14 Boletín Música # 34, 2013 25 Todas estas inquietudes confirman que los juicios de valor articulan las experiencias de escucha de sus emisores, lo que a su vez puede explicar las condicionadas parcializaciones de unos y la amplitud de criterios de otros. Los trabajos críticos, en buena parte de los casos, apenas tienen un carácter argumentativo, casi siempre manipulan los conceptos contextuales del receptor para propiciar un proceso de inferencia que utiliza como premisas otras representaciones combinadas entre sí o con otros supuestos previos. Como aclara Luciana Ciminari: Una parte del significado lingüístico indica precisamente cómo deben manipularse dichas representaciones conceptuales para restringir adecuadamente la fase inferencial de la comprensión. La inferencia es, entonces, el proceso deductivo por el cual se obtiene un supuesto a partir de otro. Este tipo de significado es el procedimental y no está formado por conceptos sino por instrucciones sobre el modo de manejar conceptos. Orientan al destinatario mostrándole el camino inferencial que debe recorrer en la interpretación y, por lo tanto, lo guían en la construcción del contexto.16 Según Simon Frith: «Las funciones sociales de la música popular están relacionadas con la creación de la identidad, con el manejo de los sentimientos y con la organización del tiempo».17 En este sentido, en ocasiones el distanciamiento temporal da lugar a que se anule el valor que estas letras tienen tanto en la construcción del aquí y ahora para privilegiar la retrospectiva; en este último caso no pocas veces se ha dado lugar a la supuesta legitimación del slogan «cualquier tiempo pasado fue mejor», al criticar negativamente los textos de un período en comparación con los de otros precedentes. Casi siempre estos procesos se subordinan al marketing propio del entorno periodístico. Hasta donde conozco, no existe en Cuba un estudio académico sobre este la crítica a las letras de la MPBC. La revisión y análisis de los textos publicados al respecto confirman la reiteración de este fenómeno y su relación estrecha con el contexto sociohistórico y cultural pertinente, amén de acercarse a otras causas sociales que exceden el ámbito puramente musical y lingüístico. En la Isla, a modo de artículo periodístico, solo se ha encontrado un texto con similar intención al que aquí se propone: «¿Se debiera de morir quien por bueno no lo estime?»,18 donde el comunicador cubano Humberto Manduley López hace un recorrido por diversos criterios que han marcado el cancionero popular cubano desde inicios del pasado siglo XX. Manduley —especializado en programas de rock, género musical que se inserta en las llamadas músicas alternativas y, por ende, en un segmento que ha sido objeto de juicios de valor negativos— involucra la música popular cubana y arremete contra las críticas parcializadas y dogmáticas, en un discurso que revela no poco sentimiento testimonial: La evolución histórica de la música cubana muestra que cada manifestación nueva logra salir a flote, para integrarse finalmente al lenguaje cultural, des16 Luciana Ciminari: «El discurso argumentativo. Una aproximación a los aportes de la teoría de la relevancia a la comprensión de textos», s/f. 17 En Simon Frith: «Hacia una estética de la música popular», 1987, p. 10. 18 Humberto Manduley: «¿Se debiera de morir quien por bueno no lo estime?», s/f. 26 Boletín Música # 34, 2013 pués de arduas batallas, abiertas o solapadas, donde parece que todas las armas, las legales y las otras, son permitidas. Términos como «reaccionario» y «revolucionario» aplicados al discurso cultural (específicamente en la música) han ido cambiando de rostros y argumentos, en la medida en que transcurren los tiempos. Lo que un día pudo ser «revolucionario», sacudiendo las bases de un tipo de pensamiento, puede dejar de serlo en otra circunstancia. No se trata de la dicotomía de posturas filosóficas contrapuestas, como lo sería, por ejemplo, el enfrentamiento entre el pensamiento burgués y el socialista, sino del anquilosamiento, de la idealización del pretérito, y por inercia, del temor al cambio, de reticencia hacia lo nuevo. Actitudes que pierden de vista el análisis desapasionado de las dinámicas culturales, y se parapetan en convicciones estéticas, posturas ideológicas, directivas partidistas, celos profesionales, rencillas privadas, pequeñas miserias humanas; elementos cuestionables todos, y que carecen de fuerza persuasiva per se. Se desemboca así en una de las formas del fundamentalismo, la imposición de un orden sobre otro, la anulación (o sus intentos) de todo lo que pueda aparentar, de lejos, una agresión a cierto status quo (en este caso) de la cultura.19 El estudio de la documentación que aborda las letras de la MPBC requirió sistematizar la información sobre el tema y caracterizar comportamientos teóricoconceptuales manifestados en ella a partir de una organización cronológica. Con ello se propone una suerte de historiografía acerca de la presencia del texto en la música bailable cubana y sus principales códigos comunicativos, así como los rasgos temáticos y morfológicos que distinguen esta área expresiva de la cancionística, lo cual permite entender el porqué de determinados juicios y expectativas alrededor de este tipo de texto, y las posibles causas que han llevado a que, tradicionalmente, su análisis se adentre en la repercusión sociocultural más que en el de sus valores estéticos. Al mismo tiempo, se trata de entender las letras de las obras musicales como un hecho comunicativo,20 lo cual requiere atender a los múltiples parámetros que en él intervienen. Se deben tener en cuenta el contexto de creación, difusión o consumo, las características del autor, intérprete y audiencia, función de la pieza, el tono literario o musical en que está concebida, los recursos formales con los 19 Ibídem. Ver Dell Hymes: «The etnography of speaking» (1962), Languages in Culture and Society (1964) y «The Contribution of Folklore to Sociolinguistic Research» (1971), todos citados por Margarita Zires: «De la voz, la letra y los signos audiovisuales en la tradición oral contemporánea en América Latina: algunas consideraciones sobre la dimensión significante de la comunicación oral». Ver, además, Mauricio Pilleux: «Competencia comunicativa y análisis del discurso» y Liliana Casanella: «El enfoque comunicativo. Una propuesta para el análisis musicológico», ponencia presentada en el VIII Congreso de la Rama Latinoamericana de la IASPM, Perú, 2008. En estos textos se aborda la aplicación del modelo SPEAKING, elaborado por Hymes. El acrónimo S-P-E-A-K-I-N-G, pone de relieve el concepto de la situación social a través de un modelo donde cada letra representa una partida de análisis (situación comunicativa-participantes-finalidad-actos de habla-tono, código o claves-instrumentos-normas de interacción-género o tipología textual). La aplicación de esta propuesta permite abordar corpus de obras musicales y también de la crítica como hechos comunicativos en los cuales intervienen disímiles elementos. En este sentido, deviene metodología aplicable con múltiples objetivos. 20 Boletín Música # 34, 2013 27 que se construye en función de los códigos del género musical a que pertenecen y que incluyen las exigencias de sus performances particulares, en cuanto a creación, interpretación y recepción, todo lo cual tributa a la elección de una tipología específica del texto en cuestión. Para Pablo Alabarces: En el caso de la música popular, esta decisión supone entrenar la mirada. Exige la construcción de una lectura compleja que no puede reducirse a la superficie del texto poético —partiendo del presupuesto de que las letras de las canciones populares suponen una estructuración poética del lenguaje, pese a las opiniones respecto a su mayor o menor calidad estética. Debe además abarcar lo musical, la puesta en escena, los circuitos industriales y comerciales —es decir, las condiciones de producción del mercado de la cultura y las relaciones de producción cultural—, los espacios de realización, los rituales de consumo, las prácticas de los consumidores. Y también debe contemplar las instituciones y los agentes que participan de las relaciones de campo, introduciendo criterios de valoración y normativos, no solo en el marco de la música erudita —donde estos actores son más fácilmente reconocibles—, sino también en el de la popular —mediante, por ejemplo, las declaraciones y posturas de los músicos o la crítica periodística.21 La recurrencia de la discusión sobre la calidad de las letras en la MPBC disímiles espacios alerta sobre la necesidad de renovar los discursos críticos acerca de la música popular y construir un tipo de acercamiento alejado de los cánones tradicionalistas y eurocentristas que subsisten en diversos campos del saber. En todos los casos, se manifiesta el interés por las letras de la música popular, aun cuando no sea el objetivo único o principal de los materiales, lo cual sirve como punto de partida para emprender su estudio en los diferentes cancioneros. Para reconstruir el derrotero de los juicios de valor sobre el tema, se ha analizado una extensa muestra de textos bailables de diferentes épocas, así como las principales críticas publicadas a estos en la prensa plana y en la bibliografía musicológica y lingüística. Los caracteres distintivos, según momentos históricos, generaron la necesidad de una suerte de periodización que arroja luz sobre los procesos de creación y de ejercicio de crítica musical. Estos cortes en bloques atienden a los siguientes períodos: siglos XVIII-XIX, 1900-1949, 1950-1959, 1960-1989 y 1990 hasta 2000; una delimitación lógicamente subordinada a condiciones socioculturales, económicas y políticas. No obstante, prefiero considerar el período que contempla los siglos XVIII y XIX como el lapso en que se construyen el cancionero del bailable nacional22 y —en diálogo con este—, el corpus crítico;23 el siglo XX —con subdivisiones que responden a nodos reconocidos en el devenir de la 21 Pablo Alabarces: «Posludio: Música popular, identidad, resistencia y tanto ruido (para tan poca furia)», 2008. 22 Se entenderá por cancionero del bailable nacional, el conjunto de piezas adscritas a los diversos géneros musicales que han tenido como finalidad el baile (danzón, son, mambo, chachachá, timba). Igualmente, otras especies como la guaracha y el merengue, por sus características textuales, sus vínculos con los géneros mencionados y la apropiación de estos en el ámbito cubano. 23 El estudio se circunscribe a corpus crítico que se interesa por el cancionero bailable de línea sonera que llega hasta la timba en el siglo XX, con el imprescindible acercamiento a los bailes de salón. 28 Boletín Música # 34, 2013 música bailable de la Isla—, cuyo discurso creativo asume lenguaje propio, también reflejado en juicios de valor, que dan continuidad los emitidos en los dos siglos anteriores. La revisión del corpus que aquí interesa revela varios puntos de posicionamiento en la emisión y asentamiento de juicios de valor acerca de la música popular bailable cubana: la crítica periodística, la academia musicológica, lingüística o humanista; la literatura de ficción, testimonial o de crónica viajera expuesta en libros, conferencias, ensayos y artículos de corte periodístico, literario o académico; pues solo el conjunto permite reconstruir el canon predominante en cada período. Todos estos espacios viabilizan el ejercicio de la crítica, aunque habitualmente solo se practica en reseñas o valoraciones específicas de un hecho musical, casi siempre defendidas en columnas o secciones de la prensa. Con ello se olvida que crítica no es más que emisión de criterios acerca de un tema lo que, obligatoriamente, implica exposición de juicios de valor. Se trata de juicios sobre valores de índole ética, estética y humanista, toda vez que las letras de la música revelan el rico entramado de la sociedad, muchas veces marcada por patrones desfasados temporalmente o contradictorios en sí mismos. Estos criterios, sin establecer nexos a priori, coinciden y divergen en muchos aspectos, lo cual puede explicarse por varias razones: repetición acrítica de juicios de valor, coincidencia de juicios y prejuicios socioculturales, asignación de valores superiores a las normas cultas de la lengua, desconocimiento de códigos particulares de las manifestaciones musicales bailables de carácter popular, (in)competencia de quienes emiten los juicios de valor. A lo anterior se puede añadir el no haber considerado los textos de la música bailable como un hecho comunicativo, así como el no tener en cuenta las tendencias y los paradigmas éticos y estéticos a los cuales respondieron sus autores y receptores (como participantes activos del hecho comunicativo) o, lo que es lo mismo, acogerse al mecanismo de «ubicar el hecho en su contexto histórico». La inconformidad con el sistema de juicios de valor imperante en la llamada crítica musical actual y también histórica, es el pretexto para intentar establecer en estas páginas una propuesta de historización tanto de la creación bailable en la Isla como del discurso valorativo acerca de las letras de la MPBC, tema convertido en una de las polémicas más recurrentes en el ámbito de la música popular cubana, en lo que concierne a la calidad de los textos-letras. II Desde su surgimiento, múltiples han sido los criterios contradictorios que han quedado plasmados en la prensa sobre el tema y, más tarde, expuestos en los diversos medios de difusión y el ámbito académico. Populares para unos, vulgares y chabacanos para otros, lo cierto es que el cancionero bailable de la Isla siempre ha sido objeto de debate por parte de entendidos y aficionados. Resulta interesante precisar algunos conceptos que pudieran arrojar un poco de luz en estas valoraciones, más allá de lo subjetivo o del gusto personal. Es válido reafirmar que, según definiciones académicas, los términos popular y populachero aparecen como sinónimos de vulgar, y este —a su vez— de bajo, prosaico, trillado, grosero. Por otra parte, chabacanería significa falta de gusto, grosería, vulgaridad; mientras que Boletín Música # 34, 2013 29 marginal tiene entre sus acepciones el que no se ajusta a las normas establecidas, o sea, minoritario, apartado.24 La anterior enumeración posibilita constatar cómo los criterios semánticos se mueven y conectan en dependencia de sus diferentes acepciones y alerta en otro sentido: desde siempre buena parte de la crítica oficial, que históricamente estuvo más o menos en función del poder dominante, adoptó por lo general una posición adversa hacia toda manifestación no considerada culta o académica. La lengua y la música popular, lógicamente, sufrieron las mismas consecuencias, pero hasta hoy, ciertamente, los límites entre lo vulgar y lo popular se hacen cada vez más borrosos y relativos, en dependencia de las constantes variaciones diastráticas de la lengua. La preocupación histórica por el comportamiento de este fenómeno confirma la importancia que estas músicas revisten para la sociedad. Como rasero para medir el habla popular, y a la vez como medio de poderosa influencia en esta, los textos de que aquí se trata han servido como patrón para medir la evolución lexical de buena parte de la población cubana, para comprobar resemantizaciones de términos, cambios en las escalas de valores y la interacción entre creadores y público, entre la letra de la obra musical y el habla real. Esto no es en modo alguno privativo del contexto cubano, el mismo proceso se manifiesta en las músicas populares del Caribe y Latinoamérica, la bibliografía sobre el tango argentino y el merengue dominicano, por solo mencionar dos géneros musicales de un alto nivel de universalidad.25 La crítica que aparece en la prensa escrita, por sus características y perdurabilidad, establece determinados criterios casi siempre negativos sobre el fenómeno, sin remitirse a su comportamiento en diferentes momentos históricos ni a sus causas sociales, lo cual ha generado una valoración inadecuada del texto-letra en esta manifestación musical, acuñando mitos y paradigmas al respecto. Esto pudiera deberse a la existencia de prejuicios socioculturales y lingüísticos respecto a los aspectos léxicos del material que se analiza, así como tendencias de gustos musicales y sociales marcados por los críticos (músicos, musicólogos, lingüistas, periodistas e investigadores en general). También influye el desconocimiento de los códigos comunicativos de esta área expresiva (que no se circunscribe a géneros musicales específicos sino que abarca toda la creación que tiene como función el hacer bailar). La búsqueda de información sobre el tema lleva necesariamente al análisis de varias narrativas: la periodística, la académica (filológica y musicológica) y la construida por los músicos, cada una con diverso grado de visibilidad en dependencia de la época y los intereses del texto analizado. Sin embargo, una vez mapeada la existencia de los trabajos que abordan el tópico que interesa se hace evidente una polarización geográfica toda vez que las referencias recogidas abordan —hasta el momento— en franca mayoría la creación de este tipo localizada en la capital y Santiago de Cuba, ciudades cultural y políticamente hegemónicas en la Isla des24 Cfr. Pequeño Larousse ilustrado, 1968. La acepción aquí reseñada se corresponde a la que aparece de manera habitual en los textos críticos analizados en esta investigación el cual no coincide con el de musicólogos como Carlos Vega o Argeliers León. 25 Véanse las compilaciones El merengue en la cultura dominicana y el Caribe y El son y la salsa en la identidad del Caribe, que recogen las conferencias y ponencias presentadas en el I y II Congreso Internacional «Música, identidad cultural en el Caribe» celebrados en Santiago de los Caballeros, en los años 2005 y 2007 respectivamente. Pueden consultarse también varios textos sobre el tango. 30 Boletín Música # 34, 2013 de siglos atrás. Esta parcialización impide reconstruir en su integralidad nacional un discurso creativo y su crítica correspondiente en otras locaciones cubanas y genera una visión incompleta que induce a nuevos problemas de investigación, relacionados con las causas de esta invisibilidad y el protagonismo de ciertas músicas en diferentes áreas geográficas. No obstante, la relevancia e impacto de los textos críticos legitimados hasta la contemporaneidad posibilitan establecer líneas de comportamiento acerca de la emisión de juicios de valor sobre las letras de la música popular bailable. El interés por este corpus se remonta (por escrito) a 1798, cuando el cronista Buenaventura Ferrer consigna sus vivencias de una temporada de baños en La 26 Habana, y da fe del gusto por el baile en la capital. Al respecto comenta Serafín Ramírez en La Habana Artística: Así que todos a una convienen en que hasta 1800 la música [...] no tenía entre nosotros otra forma que la forma primitiva, la que el capricho de cada cual le quería dar. La inspiración buena o mala era la regla. El canto particularmente no constituía un arte, era solo un aliciente para bailar, y como que los bailes de entonces eran muy poco edificantes, se valían del soberano auxilio de las canciones tiernas y de la palabra lasciva y grosera para despertar mayor interés y estímulo [...] Con decir que las negras cantaban en nuestros templos entre nubes de incienso acompañadas por un instrumental desproporcionado e incoherente, en el cual figuraban el gracioso tiple y el seco y ríspido calabazo o güiro y que en ese mismo período reinaron La morena, El cachirulo donde se oyen unas canciones [...] llenas de las mayores obscenidades, La guavina [sic], que en boca del que la canta sabe a cuántas cosas puercas, indecentes y majaderas se pueda tomar. 27 Varios son los textos que permiten reconstruir el comportamiento de la crítica sobre el tema en este periodo: Cuba colonial. Música. Compositores e intérpretes. 1570-1902 (1979) de Zoila Lapique;28 los Apuntes para la historia de las letras y la instrucción pública de la Isla de Cuba (1859, 1860 y 1861) de Antonio Bachiller y Morales;29 la opinión de Francisco Calcagno30 en el Dicccionario biográfico cubano (1878) sobre los títulos de las contradanzas de Saumell a los que considera «pueriles y hasta vulgares».31 De la década de 1830 se recoge el comentario del 26 «Cuba en 1798» — Carta 2da., Revista de Cuba, abril 30 de 1877. Apud. Serafín Ramírez: La Habana artística. Apuntes históricos, 1891, p. 8. 27 Ramírez: Op. cit., p. 8. 28 Zoila Lapique Becali (1930). Musicógrafa, es una de las más profundas conocedoras e investigadoras del arte sonoro del siglo XIX cubano. 29 Antonio Bachiller y Morales (1812-1889). Profesor universitario, periodista, historiador, jurisconsultor, bibliógrafo y destacado americanista. Se dedicó durante largos años a estudios referidos a la América precolombina, y fue uno de los más notables contribuyentes al estudio de la Bibliografía, en Cuba y en Latinoamérica. 30 Juan Francisco Calcagno Monzón (1827-1903). Destacado escritor cubano, que contribuyó al desarrollo cultural del país, legando un importante número de trabajos en periódicos como La Unión, El Progreso, La Prensa, El País, La Habana Literaria, entre otras publicaciones. 31 Apud. Zoila Lapique: Música colonial cubana, nota 41, 1979, p. 69. Boletín Música # 34, 2013 31 compositor e investigador santiaguero Laureano Fuentes Matons,32 quien plantea que «los aficionados de la ciudad […] abandonaron el gusto por las canciones de un estilo romántico italiano […] [por otras de] un contenido a veces vulgar y de doble sentido».33 Las crónicas del inglés Walter Goodman hablan de las letras populares escuchadas en Santiago de Cuba durante los carnavales de 1864 a 1869: La danza criolla es la música patriótica de Cuba, y en cada carnaval nace un nuevo repertorio de danzas. Cuando la melodía resulta ser extraordinariamente pegajosa, se improvisa una letra que se le adapta tan a la perfección, que tal parece que la misma música la sugiere, formando palabras y melodía un todo inseparable. Por supuesto, los méritos de esos cantos o sones no se limitan a la juiciosa selección de las palabras que se ajustan al aire musical, sino que se pone en esos versos rudos, burlescos y de pésima retórica, un sentido de atracción marcadamente local. El encanto se realza por la mescolanza que se hace del vulgarísimo criollo con el español mal pronunciado. Los fragmentos de esas producciones suelen degenerar en dicharachos callejeros, y están en todos los labios hasta que llega el carnaval siguiente. Una de las tonadillas más populares durante cierto año fue la que decía «Tocolo mejor que tú», con el equívoco de que Tocolo es un tipo popular. Muchas frases de esas, que surgen en un verso, una canción o una tonadilla, no tienen, fuera de su ambiente, valor alguno; como, por ejemplo «Amarillo, suénamelo pintón», o también «Calabazón, tú estás pintón». […] La siguiente cantinela perteneciente a una danza cubana favorita, La chupadera, que tiene muchos admiradores, comienza así: ¡Ay! Si lo sé, que yo estoy diciendo Que la chupadera a real está vendiéndose Cuando chupamos, cuando llueve, todo mojamos… […] Estas canciones y otras similares son cantadas por negros y mulatos en sus tertulias o reuniones nocturnas, donde sentados en sus taburetes rústicos, o en cuclillas junto a las puertas de las casas, entretienen a sus beldades negras o bronceadas.34 Son los cronistas y periodistas quienes darán fe de la presencia del baile popular, los temas de mayor acogida y, en algunos casos, de sus letras, a manera de referencia o descripción de hechos y temas musicales concretos, cuya influencia 32 Laureano Fuentes Matons (1825-1898). Compositor, director de orquesta y violinista cubano, se desarrolló también como investigador, y publicó estudios acerca de diferentes facetas de la vida musical de su ciudad natal, Santiago de Cuba. 33 Lapique: Op. cit., p. 119. 34 Walter Goodman: Un artista en Cuba, 1986, pp. 118-121. Las piezas musicales son denominadas indistintamente danzas (p. 118), tonadillas, cantinelas, sones (p. 119), canciones (p. 120) o baladas (p. 121) aunque la letra permite establecer que se trata de géneros musicales diferentes. Véase partitura de la pieza en Lapique: Op. cit., p. 40. 32 Boletín Música # 34, 2013 resulta «perniciosa» y aunque manifiestan un evidente interés por el aspecto popular de la cultura nacional, se buscan analogías con la llamada música académica o de concierto, francamente escindidas.35 La mayor parte de los criterios consideran el baile que se realiza en la periferia (fundamentalmente de negros y clases humildes, en ocasiones marginales) como lascivo, grosero, chocarrero, vulgar, y en consonancia, también sus textos. Se trata sobre todo de coplas, letrillas y guarachas, esta última especie genérica revela su cualidad mutante y de gran adaptabilidad al transitar entre diversos entornos musicales y constituir eslabón determinante en la fusión paulatina del barrio y el salón. Las obras apenas se citan en su totalidad y generalmente se reproducen versos o fragmentos aislados, lo cual no permite, en la contemporaneidad, colegiar adecuadamente la crítica con el referente, y solo subsiste el criterio del escritor con sus juicios de valor como presunta verdad histórica. Los cantos populares se documentan mediante el testimonio personal y la referencia a las manifestaciones callejeras, sociedades y liceos o el teatro musical, de ahí su carácter circunstancial y que funcione como antecedente de la emergente crítica sobre la música popular cubana. De hecho, aún no puede hablarse de una sólida bibliografía crítica referencial y en la existente, el texto solo funciona como tema tangencial. Lo importante es el entorno y sus actores sociales, los elementos raciales raciales y la repercusión de estas músicas en el comportamiento social, sobre todo en el sector femenino. Las primeras décadas del siglo XX resultaron decisivas en la construcción de juicios de valor sobre los textos de la música bailable. Período de innumerables cambios económicos y sociales, encontró en la música un espacio de legitimación de nuevas concreciones que reflejaron el devenir de la cultura nacional. La presencia creciente de negros y mulatos como intérpretes y compositores, la incorporación espontánea y paulatina de letras de obras populares a los bailes de salón y la unificación progresiva de ambos espacios hicieron más visible un corpus circunscrito, hasta ese momento, a las clases más humildes y entornos muy locales. El son asumió papel protagónico con su carga de sensualidad y sencillez léxica —adoptando el doble sentido criticado a la guaracha y otros cantos populares— y desplazó al danzón en la preferencia del bailador, no sin antes haberle permeado de sus elementos musicales en la incorporación de un montuno, el texto y el tratamiento de varios instrumentos. Lo popular sigue identificado con la clase más humilde y aglutina diversas modalidades musicales, causa para que los juicios de valor se refieran indistintamente a géneros con códigos y exigencias comunicativas bien disímiles. Centros de poder del conocimiento como la universidad y la Academia de Artes y Letras se interesan por explorar el tema y escogen para su presentación a músicos con un nivel reconocido de discurso verbal y analítico, capaces de detectar las tendencias que en el campo de la creación se estaban manifestando; así este se erige como un nuevo espacio visible, aunque —con diferentes maneras y 35 Existen referencias a las letras de la música bailable de la época escritas en otros momentos históricos, pero con similares juicios de valor. Estas otras fuentes se concentran en prólogos a compilaciones y antologías —fundamentalmente de guarachas— realizadas con un enfoque más académico y analítico que la descriptiva reseña periodística. Boletín Música # 34, 2013 33 gradaciones— deudor de los prejuicios raciales y sociales propios de su tiempo. Casi todos son compositores, de raza blanca, de la clase pudiente y de formación académica, que se mueven en el contexto cancionístico y de concierto. Entre ellos pueden mencionarse el compositor y director de bandas Luis Casas Romero, el compositor Eduardo Sánchez de Fuentes; el pianista, compositor, director de coro, investigador y pedagogo Gaspar Agüero, quienes sostienen un interés por lo popular, aunque sus juicios de valor responden al rasero de la creación «culta» o «de concierto». Por ser legitimados socialmente como voces autorizadas, sus criterios trascendieron las fronteras académicas y devinieron paradigmas en la emisión de juicios de valor en la construcción de este tipo de texto crítico. En Cuba musical, editada en La Habana en 1929, se publicó la siguiente opinión de Casas Romero: Encierra tanta belleza melódica y rítmica la música cubana, que es una verdadera desgracia la degeneración actual, llevándola hasta el monótono son. Siendo, como es, nuestra música tan sentimentalmente melódica, con su ritmo tan vario como bello, cualidades que han permitido escribir páginas hermosas a nuestros mejores compositores, cuyas obras nos prestigian en todas las épocas, es una verdadera lástima no sostener una campaña de mejoramiento contra esa invasión de obras de «componedores y remachadores» que dicen tan poco a favor de nuestra cultura. La ignorancia no solamente corrompe lo que crea, sino que infiltra el virus degenerante a los que asimilan su producto, dando motivo para que se imiten esas creaciones sin ton ni son por los cerebros no bien organizados.36 Por su parte, Gaspar Agüero establece como una de las tres «fuentes de vicio en las cuales la música popular cubana no debiera nutrirse»: La calidad de las letras en las que suele inspirarse. Es uno de los más grandes defectos en que incurren los compositores populares. No se concibe cómo versos tan pésimos puedan sugerir melodías tan bellas.37 Tales juicios son retomados por Sánchez de Fuentes cuando, en 1937, dicta una conferencia en la Academia Nacional de Artes y Letras, dedicada expresamente a «La letra en nuestras canciones». En un principio, según el historiador La Torre, la letra de las canciones era del peor gusto, alcanzando una libertad censurable. En nuestra última disertación sobre la música cubana, nos lamentábamos de que en la hora de ahora diésemos de improviso ese salto atrás, escribiendo letrillas chocarreras, nacidas en el arroyo y que empequeñecen nuestro acervo vernáculo, tales como las de algunos sones que se oyen cantar por la radio y cuya difusión el Gobierno debiera impedir. Lo que quiere decir que en todos los tiempos hemos padecido del mismo mal.38 36 Cuba musical, 1929, p. 101. Gaspar Agüero: «Consideraciones sobre la música popular cubana», 1920, p. 141. 38 Eduardo Sánchez de Fuentes: Viejos ritmos cubanos; la letra en nuestras canciones, 1937, p. 8. 37 34 Boletín Música # 34, 2013 Como puede apreciarse —luego de la lectura íntegra de las críticas— se mantiene el criterio negativo acerca de la calidad de la música bailable, contraponiendo las características de diferentes géneros musicales —el son y la canción— sin comprender que, aunque populares ambos, cada uno tiene fines y códigos que los diferencian. No obstante, figuras como Alejandro García Caturla opinan que «el son es la cumbre del período folclórico cubano y del período nacionalista […] es la expresión y resumen de todas las tendencias de influencia africana».39 El texto-letra de la música popular comienza a dibujarse como eje de análisis e interés en la conformación de la identidad nacional y como elemento contribuyente a la construcción de comportamientos sociales, que reconoce relevancia e influencia al habla como componente social. Los juicios de valor devienen paradigmáticos por proceder de voces autorizadas y el espacio crítico en que son expresados, no obstante, la prensa y la academia aún no están en condiciones de asumir crítica ni analíticamente la trasgresión de todo un estilo de comportamiento acuñado hasta ese momento y que tenía por patrones el baile salonesco de ascendencia europea, al igual que la cancionística. Por ende, las circunstancias impiden sistematizar un conocimiento que permitiera valorar con justeza un fenómeno en proceso de cristalización, capaz de remover los cimientos de una sociedad pacata y moralista. El hecho de que Agüero, Sánchez de Fuentes y Casas Romero se pronunciaran contra la letra de la música bailable, junto a los prejuicios de creadores como Ignacio Cervantes, crearon un precedente en cuanto al enjuiciamiento de este corpus apoyado fundamentalmente en criterios raciales y sociales, el cual se mantiene de alguna manera en épocas posteriores con cambios de matices. La música cubana fue madurando diversas expresiones que cristalizaron en los años cincuenta, amén de conseguir un notable impacto internacional. Como el danzón, el mambo y el chachachá fueron géneros que devinieron carta de identidad. Tal entretejido genera un cancionero enriquecido que mantiene los rasgos de etapas anteriores como el doble sentido, la picardía, el léxico popular y lo incrementa con narrativas de mayor elaboración. La necesidad de acomodarse a las exigencias de la censura en los medios de difusión, diferentes a la de los centros nocturnos o áreas de bailables populares, da lugar a que los artistas suscriban cada vez más la práctica de definir sus versiones de temas para uno u otro espacio, pues de lo contrario podían verse apartados de su principal fuente de popularidad: la radio, la televisión y la discografía. Negros y mulatos se convierten en personalidades artísticas indiscutibles, pero socialmente se mantienen los prejuicios que no pocas veces influyen en la visión que proyectan los medios de difusión. Estos últimos se erigen en los principales mediadores entre el músico y la audiencia, de ahí su importancia en la fijación de patrones de comportamiento y juicios de valor. En este período, el impacto de la música popular en la Isla y fuera de ella —donde espacios tan cosmopolitas como los Estados Unidos y México ocupan plaza importante— parece ser suficiente para dar el espaldarazo a estas manifestaciones, incluidas sus letras, máxime cuando la regla general es el canto a elementos cotidianos y de diversa índole pero que no 39 Academia Municipal de Música de Caibarién, 27 de diciembre de 1932, Apud. Samuel Feijóo: «Temibles letras en canciones suaves», 1978, p. 2. Boletín Música # 34, 2013 35 construyen un discurso crítico preocupante —como generalidad— para la hegemonía de la clase empoderada. El pensamiento teórico se sistematiza cada vez más y los estudios humanistas van entrelazando los saberes de varias disciplinas y acuden a la música como una manera más de entender al cubano, fundamentalmente desde los corpus de lo popular y lo folclórico, aún sin límites definidos. Importante periodo en el análisis de procesos identitarios nacionales, fue manifestado en estudios profundos de fenómenos culturales, económicos y sociopolíticos que tangencialmente aluden a las letras de la música popular como reflejo de dichos procesos. Es relevante el enfoque culturológico del pensamiento de Fernando Ortiz y Argeliers León, capaces de entender los diversos procesos de transformación social que se visibilizan en las músicas del pueblo y definen su comportamiento variable y dinámico. En ambos casos, si bien es cierto que no se refieren exactamente a los textos, su mirada tiene que ver con el discurso lingüístico que caracteriza las manifestaciones por ellos abordadas y de cuya valoración se trata en estas líneas. Ortiz alerta acerca de la necesaria integración de puntos de vista para el análisis de cualquier fenómeno, del cual la música no está exenta: El estudio de la música […] como el de todo hecho social, exige la consideración detenida y en su integridad del ambiente humano en que se forma y de los elementos culturales que en ella se refunden. Olvidarlos ha llevado casi siempre a inaceptables simplismos, a disparatados criterios y a concebir la historia de la música popular de Cuba como una relación biográfica de músicos y un catálogo cronológico de sus composiciones, sin referencia a los muy complejos factores humanos que la hicieron germinar, crecer y dar frutos diversos según los tiempos, las sustancias que alimentaron sus raíces y las brisas o ráfagas que movieron su follaje.40 Por su parte Argeliers da al traste con la marginación clasista en cuanto al consumo de determinadas músicas, asociadas históricamente a específicos estamentos sociales y etnias. En tal sentido advierte el peligro de la generalización infundada en la emisión de determinados criterios y su trascendencia en posteriores análisis. En nuestro folklore musical […] no hay distinción por sectores de población, por grupos sociales separados por fuertes artistas que limiten sus músicas. Lo que existe son ambientes, ocasiones, oportunidades, donde se concentran distintas manifestaciones musicales en que de manera general, global, cristaliza nuestro folklore. Fuera de aquí nuestra población se comporta en términos de apetencias, gustos, preferencias, sin que ello esté determinado por diferencias sociales, por castas. Cierto que una parte de nuestro pueblo se diferencia de otra parte más pacata, más tranquila, indiferente a las exaltaciones de un tumbao o repiqueteao de un buen quinteador, y puede llegar a la recitación de memoria de los opus y números de los álbumes de discos de eso que con gran promiscuidad 40 Fernando Ortiz: Africanía de la música folklórica de Cuba, 1965, p. XVII. 36 Boletín Música # 34, 2013 llaman música clásica, y de estos individuos se encuentran ejemplares aun en los barrios bajos; como encontramos otras gentes más encopetadas que hacen costumbre de las desarticulaciones de una rumba.41 Los anteriores criterios alertan acerca de cómo el entorno social, las actitudes de las audiencias y la construcción de las escenas y espacios participativos42 donde se crea, trasmite y consume esa música, condicionan su significación para el receptor en tanto público o crítico. La escisión de los sitios de posicionamiento de la crítica genera dos narrativas paralelas: la académica, de mayor coherencia y profundidad, y la periodística, más visible pero menos interesada en el análisis de estos procesos, lo cual se infiere de la ausencia de este enfoque en las páginas de revistas y periódicos destinados mayormente a los anuncios de presentaciones, «escándalos» de ciertas figuras artísticas y los hechos musicales, más que nada con el acuñado enfoque de «farándula». Con los sucesos revolucionarios de 1959 se inicia un período de convivencia entre los comportamientos sociales existentes hasta el momento y las condiciones generadas por la política del nuevo régimen. Los cambiantes procesos cubanos, que intentan forjar «el hombre nuevo» en una sociedad igualitaria que se propone rediseñar todo un sistema de valores sociales, culturales y económicos, también encontraron un eco en la música. Época de cantatas y elegías, tuvo en la nueva trova el principal vocero del nuevo pensamiento. Esta tendencia —en un principio apagada por la censura— contó con el apoyo de la crítica oficial y devino rasero de medida para catalogar la creación popular en «buena» o «mala», si no se cumplían los supuestos paradigmas en cuanto a profundidad de texto, complejidad de las imágenes y transmisión de nuevos significados sociales. Investigadores literarios, creadores musicales, periodistas, lingüistas y musicólogos son convocados a los más diversos espacios para dejar asentados sus juicios de valor que continúan manejando los términos de «vulgar», «chabacano», «populachero», sin hacer explícitas connotaciones raciales y clasistas de épocas anteriores, todavía subyacentes. El término marginal se suma a los ya empleados históricamente para la valoración de las letras de los temas bailables y estas se denominan «piezas» y no «obras», en un intento de diferenciarlas de otras de supuesta mayor complejidad y elaboración, casi siempre destinadas a la música de concierto o, eventualmente, la trova. Se acuñan frases como «canción de autor» o «canción inteligente» para referirse a los textos trovadorescos en detrimento del resto de las áreas musicales populares. De este período resultan relevantes los textos que buscan las raíces de la tradición sonera, en especial las letras. Samuel Feijóo escribe El son cubano, poesía general, cuyo título denota un interés reivindicativo al atribuir carácter poético al texto sonero, categoría reservada para la canción más elaborada. Resulta significativa la cantidad de publicaciones relacionadas con el tema del habla popular en la prensa plana, libros especializados así como encuestas y entrevistas, con lo cual la academia lingüística articula dos narrativas: la del discurso social y la especializada. Es recurrente la ejemplificación de lo considerado vulgar y chabacano con 41 Argeliers León: El patrimonio folklórico musical cubano, 1952, pp. 5-6. Véase sobre estos conceptos Liliana González: «Cartografía de enfoques de la música popular en a América Latina y Cuba desde la problemática de los juicios estéticos», 2009. 42 Boletín Música # 34, 2013 37 letras de la música bailable y con la presencia y comportamiento de algunas de las figuras claves en el período, hoy paradigmáticas en ese mismo contexto. Sirvan como ejemplo los siguientes fragmentos: Para bien o para mal, la televisión crea «héroes», y debemos ser más exigentes a la hora de que alguien lo sea por medio de la pequeña pantalla. Ese poder no se les puede entregar a los «aseres». ¿Quiere algo más chabacano y contrario a la moral socialista que aquella cancioncita titulada Ese atrevimiento? ¡Ahí no hacen falta encuestas periodísticas para determinar que la letra es machista al ciento por ciento.43 No solamente son esas canciones y algunos programas de radio y televisión; no solo hay en ellas chabacanería y mal gusto; también hay un segundo sentido, un doble sentido, que hacen más vulgar la canción es, precisamente la frase que más se repite, en la que más el cantante hace énfasis y propaga a toda voz: sandungueraaa, que te vas por encima del nivel. ¿Qué gusto satisfacen esas canciones? ¿A quién van dirigidas?44 Se manifiesta un claro posicionamiento sociopolítico e ideológico, rayano en lo panfletario y que, amén del enjuiciamiento a obras e intérpretes se responsabiliza a los medios acerca de la política difusiva imperante. El excesivo didactismo, la constante referencia a los logros de la política revolucionaria, invisibilizan conflictos sociales que nunca dejaron de estar presentes en la sociedad cubana y que se concretaron tanto en el léxico popular como en el discurso letrístico de la MPBC aunque en las encuestas populares tan polémicas opiniones generaron respuestas capaces de alertar de que «no podemos confundir lo popular y lo populachero, ni lo chabacano con nuestras raíces culturales […] Nuestra música no es solo la Nueva Trova».45 Un lingüista tan prestigioso como Max Figueroa Esteva dejaba en claro que las raíces de estos conflictos tenían una razón de ser de carácter «en primer lugar, sociolingüístico», deudor de un «proceso general de democratización y, al mismo tiempo […] de nivelación o igualación lingüística, donde las diferencias en la expresión oral entre las capas sociales tienden a desaparecer».46 También se visibiliza el interés de la academia musicológica por acercarse al estudio del texto musical. Argeliers León lo continúa incorporando como parte inseparable del análisis del hecho musical, tanto en sus trabajos sobre manifestaciones folclóricas, como los referidos a la música popular. Su enfoque es eminentemente científico y analiza los valores comunicacionales del texto sonero; sus criterios, de haber sido tenidos en cuenta por quienes ejercían la crítica en los diferentes medios, mucho hubieran esclarecido en cuanto a sus caracteres y funcionalidad. De la década de 1970 43 Alexis Schlachter (periodista): «Cosquillas a los aseres», en Mirtha Rodríguez Calderón: Hablar sobre el hablar, 1985, pp. 143-145. 44 «Un segundo sentido» (Opinión de Alberto Rodríguez Poyato, de Lawton, Ciudad de La Habana), en Ibídem, pp. 150-151. Se refiere al tema de Van Van Por encima del nivel conocido popularmente como Sandunguera. 45 «Deseo de réplica» (Opinión de Tomás López, divulgador de la Dirección de Cultura), en Ibídem, pp. 148-149. 46 «Abolir el canal», en Ibídem, pp. 87-92. 38 Boletín Música # 34, 2013 quedan textos como «Del germen y el retorno»,47 en el cual analiza el son como elemento identitario vital de la cultura cubana y el papel del estribillo en el mismo, tanto desde el punto de vista estructural, como sus vínculos con otras manifestaciones artísticas —la literatura— y su valor representacional del imaginario popular, siempre ubicado en el contexto socioeconómico y cultural pertinente. Del canto y el tiempo (1974), una de sus obras de mayor impacto continúa el modelo acuñado en Música folklórica cubana (1964) donde su aproximación a la música bailable responde al enfoque integrador ya mencionado. Respecto a las letras, además de caracterizar el estribillo sonero y establecer sus vínculos con las músicas antecedentes, reconoce su valor social y considera que el son «siendo un género bailable es a la vez expresión lírica del más sencillo hombre del pueblo».48 Espacio de gran impacto fue el Seminario del Son, realizado en Guantánamo y Manzanillo entre 1980 y 1984, auspiciado por el Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana.49 En él confluyeron el discurso de los musicólogos, periodistas, investigadores musicales y músicos cubanos, lo cual lega un testimonio invaluable acerca de la visión sobre la música bailable de esos años, con el son como eje central y sus vínculos con el Caribe, además de los análisis y experiencias que sobre el tema expusieron sus participantes. El seminario pretendía legitimar el discurso musical cubano, en un momento en que la salsa alcanzaba un notorio protagonismo —fundamentalmente en el Caribe y los Estados Unidos— y en él convivieron criterios abiertos y flexibles, de valor analítico que tomaron en consideración los diversos procesos que influyen en la construcción de este tipo de discurso, más allá de lo estrictamente musical, con otros de índole panfletaria y que evidencian un total desconocimiento de los códigos que rigen este tipo de creación, así como de los presupuestos del análisis filológico.50 De esta última tendencia se expone un fragmento que coincide con enfoques similares habituales en el periodo de marras. En este caso, el autor analiza varios sones de diverso estilo y funcionalidad, pero ideologiza la metáfora y distorsiona el sentido original de las piezas, entre ellas El entierro de Musulungo, pieza popularizada por el conjunto Gloria Latina que aborda un tema recurrente en el cancionero caribeño: la muerte. En una pretendida búsqueda filosófica, la ausencia del valor literario queda demostrada en una ligera aproximación al texto. El afán por lograr una comunicación con algún sector del público explotando elementos que pueden formar parte de sus concepciones, lastra el valor estético que hubiera podido tener. 47 Argeliers León: «Del germen y el retorno», pp. 175-182. Esta intención de integrar la referencia al texto en el análisis musical ciertamente permeó la escuela cubana de musicología como puede apreciarse en textos canónicos, sin embargo la referencia no sobrepasó el enfoque temático y estructural, con el consecuente desaprovechamiento de las posibilidades de otros tipos de análisis a partir de la conjunción música-letra. Cfr. Liliana Casanella: En defensa del texto, 2004. 48 Argeliers León: «Notas para un panorama de la música popular», 1982, p. 244. 49 En sus tres ediciones participaron, entre otros, musicólogos como Argeliers León, María Teresa Linares, Danilo Orozco, Olavo Alén, Idalberto Suco, Hamilé Rozada e investigadores como Alberto Muguersia. Igualmente asistieron músicos como Juan Formell y Adalberto Álvarez. 50 Cfr. Liliana Casanella, Grizel Hernández y Neris González: «Merengue a lo cubano. Fusión y permanencia». Boletín Música # 34, 2013 39 Este son es un buen ejemplo de errores, incluso conceptuales, que contribuyen a crear en el oyente una visión metamorfoseada de la realidad. Dice el texto En el silencio de la noche/ se agita el viento/ entre la niebla/ se confunden los sentimientos/ y mientras ruge la tormenta/ en el cementerio, bajo la tierra/ todo es leyenda, todo es misterio. El interés descriptivo es obvio, pero no surge en ningún momento el valor literario. No solo es literariamente débil […] sino que es nocivamente literario, pues acude a conceptualizaciones superadas por el hecho revolucionario y que han quedado como fundamentaciones ideológicas de sectores que han quedado al margen o que, al menos, no constituyen la vanguardia que, a golpe de esfuerzo, va hallando su futuro. Este son, característico de un estrato, dice más adelante que bajo la tierra no se puede saber si un día puedes salir. Huelgan los comentarios.51 En los medios de comunicación aparecen las voces de críticos que poco a poco se especializan en ciertas temáticas, casi siempre egresados de carreras de letras y periodismo. Al mismo tiempo, los músicos populares son convocados como voces autorizadas aunque en ocasiones su discurso esté marcado por un carácter meramente vivencial y restringido a sus experiencias personales en el campo musical en que se desenvuelven. Su narrativa, manipulada a través de entrevistas y encuestas, va a ser periódica en el contexto cultural cubano a partir de este momento. Con todo se dibuja un panorama con variedad de criterios, al que le faltó el necesario entrecruzamiento para que los saberes parciales no quedaran en compartimentos estancos. Se mantiene la primacía de una crítica que históricamente le confiere a la canción mayor valor estético que a las especies bailables. Otro enfoque —implícito— sería el que achacaba a la letra de las canciones la responsabilidad de un deterioro en el comportamiento social que asomaba por estos años y que de varias maneras se empezaba a reflejar en los textos. Pocas referencias aparecen acerca de la asunción por parte del discurso bailable de las nuevas realidades sociales de la Cuba revolucionaria en construcción, casi siempre destinadas a las piezas de la Nueva Trova; sin embargo, el recorrido por el cancionero de estos años demuestra cómo esa nueva visión del entorno experimenta cambios conforme se transforma la realidad circundante.52 La publicación de textos con enfoque musicológico y de análisis lingüístico más especializados —y por ende, de mayor nivel de profundidad y comprensión del fenómeno— resulta inferior a la de los dedicados al gran público que entronizan los criterios despectivos sobre las letras de la MPBC. Pero criterios y enfoques como los de Figueroa Esteva y León quedaron limitados a un pequeño círculo de conocimiento si se compara con el alcance de las publicaciones seriadas, fenómeno ya acaecido en las etapas anteriores. Los últimos años del siglo XX fueron ambiente propicio para la cristalización del último de los géneros bailables de la Isla: la timba, cuyo momento de máximo esplendor se produce durante uno de los períodos más convulsos de la sociedad cubana, conocido en los estudios sociohistóricos y económicos como «período especial», etapa de profunda depresión económica y la consiguiente desestabili51 52 Alejandro Expósito: «La forma literaria en la creación sonera actual. Aproximaciones», 1984. Véanse temas de merengue como Ando buscando una novia, popularizada por Los Latinos. 40 Boletín Música # 34, 2013 zación de un sistema de valores que había tratado de imponerse en épocas anteriores. El boom de la timba —conviviente con el de la música tradicional en el circuito internacional a la manera del Buena Vista Social Club— reavivó la polémica sobre la música bailable y sus letras. Como antes, la crítica coincidía en considerar chabacanas y vulgares los textos de esta manifestación aunque otra oleada, en sentido contrario, los defendía a toda costa.53 En la diversidad de espacios y revistas sobre música de ese período los criterios resultan extremos, con muy pocos textos de enfoque objetivo y analítico, localizados fundamentalmente en Temas54 y La Gaceta de Cuba,55 publicaciones de un criterio editorial más abarcador y de mayor profundidad ante peliagudos conflictos de la identidad y la cultura nacional con una mirada culturológica y sociológica. Las restantes publicaciones, de mayor circulación y aceptación en el gran público, coadyuvaron a canonizar las letras de la timba como vulgares y chabacanas, hecho que si bien tuvo exponentes con esas características, resulta coherente con la tradición. Se impugnó la elección de determinados conflictos temáticos condicionados, obviamente, por la realidad en que vivían creadores y público cuyo mensaje resultaba inconveniente desde el punto de vista sociopolítico como La bruja56 y El temba.57 Con ello se desconocía la función social protagónica que asumió este tipo de música durante esta década, devenida instrumento de catarsis para el público que asistía a los bailables populares y, a la vez, portavoz de los más urgentes conflictos de la Cuba finisecular. La visión del entorno que en los textos aparece no es privativa de un estilo particular, sino que se hace extensiva a toda una filosofía timbera, sin dudas, muestra y resultado de todo un proceso de trasformaciones gestadas en el orden social como consecuencia de la ruptura o aceptación de determinados patrones establecidos para la convivencia humana y asimilados por el cubano promedio. Así, aparecieron materiales con títulos a la manera de «La música que no nos representa», una entrevista al investigador Helio Orovio quien, en sus respuestas, achaca la existencia de «letras no solo vulgares, sino también mal elaboradas, con defectos en la sintaxis, con palabras inadecuadas, porque hay una falta de relación entre las sílabas ortográficas o prosódicas»58 a factores como la pérdida de una continuidad musical en los años sesenta, fallas culturales en compositores 53 Al respecto considerar los artículos sobre el tema publicados durante la década de los noventa en El Caimán Barbudo, La Gaceta de Cuba, Salsa Cubana y Temas. 54 Publicación científica cubana certificada por el Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente (CITMA) fundada en 1984. De circulación trimestral, publica textos analíticos sobre problemas de las ciencias sociales y humanísticas, las artes y las letras, la teoría política y la ideología. 55 Revista de arte y literatura fundada en 1962 por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Aborda temas de música, artes escénicas, artes plásticas, literatura, cine, radio y televisión en todas sus expresiones, así como debates y estudios de interés sociocultural. 56 Tema de la autoría de José Luis Cortés «El Tosco» recogido en el CD homónimo (Altafonte, 1994) de la agrupación NG La Banda. NG significa nueva generación. Esta agrupación es considerada una de las principales promotoras de la timba cubana y fue objeto de importantes controversias y críticas por parte de algunos sectores de la sociedad e intelectualidad cubana. 57 Compuesto por Sergio David Calzado, director de la agrupación de música bailable cubana Charanga Habanera, y registrado en el fonograma Pa’ que se entere La Habana (Creative Associates/Caribe, 1996). La Charanga Habanera fue creada en 1988 y desde la década de los noventa desempeña un importante papel en el ámbito de la música popular bailable cubana. 58 Jorge Carpio: «La música que no nos representa», 1997, pp. 30-31. Boletín Música # 34, 2013 41 técnicamente buenos, pobre relación de estos con los poetas, pérdida de la confrontación internacional lo cual redunda en un discurso marcadamente local, entre muchas causas. Considera el tratamiento de la figura femenina «algo detestable. Hay compositores que de forma oportunista atacan a la mujer, y exacerban la guapería y el machismo, todo eso con la intención de ganarse un público por esa vía. Siempre en Cuba se le cantó a la mujer, a veces salían mal paradas, pero lo decían con elegancia, con respeto en el fondo».59 El investigador razona que tanto los compositores como el público que acude a los bailables son fuente de las letras vulgares: del mal gusto, de la chabacanería. En ciertos lugares se reúne un ambiente proclive a la vulgaridad, que influye en los autores, y estos a su vez, por ganarse un público de bajo nivel de conducta social, hacen esas composiciones. Ese público se ve reflejado en los músicos como en un espejo y viceversa. Para justificar esas actitudes, algunos compositores dicen que esta es una época de violencia, y que ellos son el reflejo del momento. […] Hay que llamar a la reflexión a esos músicos y decirles que más importante que hacer un número bailable en el Salón Rosado de la Tropical, es crear obras duraderas, obras que realmente sean el reflejo de este momento histórico como lo hicieron Matamoros y otros más en su época. Creo que hay que sanear la música popular cubana.60 Si bien lleva razón Orovio en el papel que desempeñan las audiencias como elemento importante en el desarrollo de ciertos rasgos en los cancioneros de todo tipo, cae también en la trampa histórica de equiparar códigos de diversas manifestaciones musicales y retomar el slogan de «cualquier tiempo pasado fue mejor», olvidando — al parecer— los juicios adversos recibidos por figuras hoy canónicas y las múltiples obras que en el cancionero bailable de la Isla han denostado la figura femenina. En sentido general, los ejemplos se limitan a fragmentos de estribillos o títulos de obras, se maneja el concepto de repertorio: el de NG, el de la Charanga… el de la timba… etc., y no se ofrecen modelos puntuales que sirvan de guía sobre el asunto. Las críticas derivan hacia manifestaciones conductuales de impacto social manifestadas fundamentalmente en las actuaciones en vivo y muy pocos especialistas reconocen lo determinante del entorno social en la concepción de las letras. Otro aspecto interesante es la aparición de textos críticos firmados por investigadores foráneos que se interesan por la timba, visión en muchos casos, objetada por los estudiosos nacionales.61 La censura se eleva a un nivel marcadamente visible aunque no existe una documentación oficial que ampare tales decisiones, las cuales quedan en manos de aquellas personas cuyo poder institucional les permite determinar qué se difunde. En muchos casos, estas disposiciones se tomaron sin el análisis necesario que contemplara los argumentos aportados por especialistas en la materia. El resultado 59 Ibídem, p. 31. Ídem. 61 Cfr. por ejemplo, el dossier sobre la timba publicado por la revista Trans, año 9, 2005 y el libro del italiano Vincenzo Perna: Timba. El sonido de la crisis cubana, 2003. 60 42 Boletín Música # 34, 2013 fue la proliferación de temas intrascendentes, que no resultaran conflictivos en relación con las múltiples aristas existentes en la sociedad cubana actual. Ensayos como el del musicólogo Danilo Orozco y del investigador Leonardo Acosta, fueron claves para entender las particularidades de tan complejo proceso y su comportamiento histórico. Si bien fueron ellos los autores de mayor impacto, otros musicólogos y especialistas comienzan a publicar sistemática y fundamentalmente en las páginas de Salsa Cubana62 y Música Cubana63 como política editorial, lo cual garantizaba un acercamiento que armonizaba el lenguaje periodístico con el especializado y dotaba al discurso crítico-analítico de legitimidad y profundidad. En su texto «Échale salsita a la cachimba», Orozco alerta: que en las piezas populares antológicas cubanas, establecidas en todos los géneros y todos los tiempos, se aprecia, junto al lirismo específico de lo cancionístico, el carácter entreverado oscilante especial entre lo casi serio y lo casi punzante-sonriente-burlesco intergenérico (guarachas, rumbas, sones, otros), con un mayor equilibrio y tipos de gradaciones en el género y el modo son (con todas sus mezclas y proyecciones), donde a veces se incluyen tintes de la lírica-cancionística y viceversa, y no faltan matices crudos y de lo casi marginal, con resultados que pueden pasar y sedimentarse o no, de acuerdo con el tratamiento concreto letra-texto-música, al contexto sociocultural, la intención y la época. Sin embargo ello aún no era suficiente para garantizar que no estuviesen expuestos a diferentes grados de asimilación crítico-sociales y, por tanto, a diversos grados de rechazo o censura. […] no se pretende justificar la vulgaridad gratuita, al margen de la creatividad real. Incluso a veces no es tan fácil delimitar fronteras entre lo que es o no vulgar, rechazable o no, si no se tienen muy en cuenta, en la práctica sociomusical, los ya referidos factores incidentes: propiamente musicales, de intención, de contexto y de época. […] también lo propiamente vulgar podría tener un lugar determinado, si se incorpora congruente y eficazmente a alguna estructura que cumpla una función específica. Como esta condición no se cumple con frecuencia, algunas de estas críticas son fundamentadas. Aunque, digámoslo con sinceridad, ese tipo de crítica, hecha con justeza, tampoco abunda. […] un buen principio rector de lo que es o no es, de lo que funciona o no funciona, lo constituye el sopesar los contextos específicos, la intención, el tratamiento, el marco genérico y epocal y, en algunos casos, incluso el grado de sintonía que se establece con la dinámica del receptor, entre otros aspectos.64 Con ello, la narrativa de la academia musicológica legitimaba su discurso en la prensa escrita y excedía los límites de la especialidad. En los inicios del siglo XXI, y 62 Publicación del Ministerio de Cultura fundada en 1995, que reflejaba el desarrollo, actualidad, trascendencia y perspectiva histórica del acontecer musical cubano en todas sus facetas. 63 Fundada por la Asociación de Músicos de la Uneac en 1997, sus páginas recogen reflexiones sobre el arte musical cubano, sus raíces, praxis socio-cultural en nuestro país, desarrollo y devenir, con los puntos de vistas de los creadores de la Uneac. 64 Danilo Orozco: «Échale salsita a la cachimba», 1995, p. 6. Boletín Música # 34, 2013 43 también con enfoque académico, la musicóloga Liliana González expresa su preocupación acerca de la extracción de las letras de sus contextos de interacción.65 Otro aspecto es el análisis de los textos, o sea, en este caso, de las letras, en el caso de la música vocal, y vemos la repetición de modelos de interpretación; se extraen las letras de sus contextos de interacción, muchas veces atadas a las propias convenciones musicales que ha establecido la musicología, y nos permitimos hablar de buenas o malas letras. Estamos sencillamente excluyendo el sentido que tienen las letras en relación a su ámbito concreto de consumo. Las músicas, y en este punto las letras, nos están ayudando a entender nuestra sociedad. La música no está amenazando a la sociedad como suele decirse. La música está cobrando sentido en una sociedad que puede estar amenazada por otras razones, pero la música sencillamente está generando un discurso social, con el que se identifican las personas que la consumen. Y el consumo implica significar, dotar de sentido.66 Las investigaciones actuales en el ámbito de la música abogan por exceder los estudios del texto por el texto, la música por la música; se concentran más bien en entender qué sucede con ambos en su fin último: su apropiación y uso por parte de las audiencias, como parte de un proceso dinámico, dialógico y transformador, que nace y se retroalimenta de las experiencias de creadores y audiencias, de lo contrario se restarían posibilidades a los análisis de las disciplinas que intervienen en estos estudios. En el caso de los textos musicales, la posibilidad de establecer analogías con la literatura es, a la vez que ventajosa, el mayor peligro, pues al hacerlo el investigador debe enfrentar el reto que le impone la propia materia: lograr el indispensable distanciamiento entre una y otra forma escritural, más allá de los signos externos de cada una. Los textos de la música bailable se insertan en una práctica no verbal productora de sentido: el baile popular que, en sí mismo, es capaz de construir mediante la tradición performática, gestual no verbal —el momento en que el bailador identifica y responde corporalmente a los estímulos sonoros que le indican cuándo bailar en pareja, cuándo separarse, cuándo el hombre o la mujer deben improvisar, etc.—, o cómo y cuándo reproducir o mimetizar el discurso verbal (como sucede en la timba).67 Con ello la hegemonía de la música se traslada a la letra, que dicta movimientos coreográficos para conformar una suerte de partitura del cuerpo durante la práctica bailable popular.68 Muchas prácticas y reacciones gestuales-corporales generaron críticas y removieron las relaciones de poder visibilizadas en las escenas del baile popular, al trasgredir normas sociales de comportamiento que, a su vez, históricamente han 65 González: Op. cit., pp. 61-62. Ibídem. 67 Recuérdese el proceso coreográfico en el baile popular generado a partir de estribillos en piezas como «A bailar el toca toca», de Adalberto Álvarez; «Esto me pone la cabeza mala», de Juan Formell; «Si tus miradas mataran», de Issac Delgado, entre múltiples ejemplos. 68 Esto explica que el bailador construye códigos para interpretar corporalmente un tipo de música, los cuales reproduce de manera similar en contextos diferentes: el bailable popular, fiestas privadas o actuaciones concertantes de agrupaciones de música bailable, por ejemplo. 66 44 Boletín Música # 34, 2013 resultado indicadores de diferenciaciones clasistas, raciales y de género, tal como sucedió en el cambio del baile de figuras al de parejas en el salón decimonónico, o con la exacerbación del baile individual marcadamente erótico durante el boom de la timba en los noventa. Si coincidimos en el hecho de que discurso y sociedad se moldean y configuran mutuamente,69 será más fácil entender que el significado de las letras de la MPBC se consolida en el entretejido que significa el baile popular. Ahora bien, en el ámbito de los juicios de valor, es verdad de Perogrullo que quien domina el poder maneja el discurso; por eso la crítica y los medios de comunicación, e incluso la academia, mantienen posiciones hegemónicas mediante diferentes estrategias las cuales, en el caso que nos ocupa, ha tendido como línea general a la desvalorización del objeto de estudio. El conjunto de juicios de valor acerca de las letras de la MPBC intenta, a su vez, deconstruir el discurso de las propias letras, y se ha institucionalizado y extendido históricamente con el fin de indicar cómo estas deben integrarse a la norma social para confirmar su validez y, paradójicamente, revela una de sus mayores riquezas: su pluralidad de lecturas, su diversidad de alcances más allá de lo estético y lo musical, su capacidad trasgresora, contestataria o de aceptación de cánones y constructos sociales. No debe olvidarse que el material sonoro, en este caso las letras de la MPBC, se articula sincrónicamente con representaciones sociales relevantes en períodos concretos, y crean sedimentos de significados según la escucha y el consumo. Innegablemente, ese discurso visibiliza una interacción social que incluye no solo a quienes consumen esas músicas, sino a múltiples factores que intervienen en el proceso en que estas se desenvuelven e involucra audiencias no consumidoras, críticos, academia, etc., lo cual se concreta tanto en el cancionero propiamente dicho como en el corpus crítico sobre ellas. Este último deviene generador de constructos sociales al punto que la crítica reconoce dentro de un canon solo una parte del cancionero bailable, desconoce el resto de sus manifestaciones y el modo en que estas intervienen en los procesos socioculturales del país. Así, para varias narrativas, las letras de la música bailable «son» como las construye el corpus valorativo, cuyos juicios se imponen socialmente mediante la manipulación en los medios de difusión. Con ello, los rasgos que se atribuyen a estas letras devienen el modelo por el cual «debe» regirse la creación para ser aceptada socialmente. III El acercamiento diacrónico y sincrónico al sistema de juicios de valor construido acerca de las letras de la MPBC evidencia el énfasis en el carácter poético del texto musical, el rasero de parámetros cultos en la valoración del léxico usado, así como el impacto de estas letras en las audiencias. De igual manera, valoraciones extramusicales subrayan estereotipos raciales, conductuales y sociales, asociados a los espacios y escenas en que se producen los bailes populares. La función el crítico consiste en buscar las razones de los comportamientos sociales según la época que le corresponde vivir, atendiendo a todos aquellos elementos que intervienen en la construcción del discurso artístico sea cual fuere su manifestación. 69 Juan Francisco Sans: Intervención en la lista de discusión de la IASPM-AL sobre el tema «Más allá del discurso». Domingo, 12 oct. 2008. Boletín Música # 34, 2013 45 Las valoraciones parciales de este cancionero han provocado que se obvie la trascendencia que esa música (y sus letras) —considerada de poco o nulo valor— tiene para audiencias a las cuales comunica otros mensajes más allá del literal del texto. Su significación excede el discurso verbal, y más bien depende de las experiencias que genera en sus receptores; no en balde la crítica remite en incontables ocasiones a tópicos sociales, raciales y políticos, desarticulados del análisis estético. La pluralidad discursiva de la MPBC durante las décadas de 1920 y 1950, en comunión con igual diversidad musical, el amplio diapasón temático del cancionero, la amplitud de un imaginario popular que conjugaba motivos locales y universales —también condicionado por el acceso al mercado internacional gracias a las presentaciones en vivo, la discografía, la radio, la televisión y el cine—, la multiplicidad de las escenas en que se desenvolvían las agrupaciones (sociedades, bailes públicos, centros nocturnos), y el inevitable tamiz mediático, ocasionaron que, al paso de los años, estas se consideren períodos modélicos en cuanto al quehacer bailable, no solo en lo musical sino en lo concerniente a los textos y al establecimiento de un rasero cualitativo para las comparaciones con las producciones más actuales. Son décadas de gran relevancia social para este tipo de música, no siempre coincidente con el interés de la crítica, de lo cual sirve como ejemplo la década de 1950 donde el protagonismo innegable de la música popular no implicó un interés hacia las letras sino hacia las representaciones sociales alcanzadas por los actores principales de los procesos musicales, en los cuales se validan modelos estigmatizados hasta ese momento por razones sociorraciales. La crítica se ha comportado de manera similar en todos los tiempos al valorar este tipo de música. Si antes de los cambios sociales de 1959 se encontraba en manos de las clases poderosas y a todas luces tuvo un carácter elitista por subvalorar la cultura de las masas populares, en la actualidad —aunque por otras razones— continúan enjuiciándose sobre todo los aspectos lexicales que reflejan el habla de los sectores más populares, permeadas de elementos considerados vulgares y/o marginales. El análisis de los textos se manifiesta como un asunto más dentro del gran tema de la música popular; existen pocos estudios ceñidos al tópico textoletra, ya sea a favor o en contra. Resulta interesante apreciar que la crítica sobre las letras de la música bailable cubana concibe esos textos como ideologemas, cuyos semas correspondientes pudieran ser: vulgaridad, chabacanería, marginalidad y racialidad, e incluso, el machismo; al punto de que tales juicios de valor expresan en sí mismos los períodos en que se producen (sobre todo a partir de 1959), de acuerdo con las claras asociaciones que establecen con semas de índole política, más que ideológica. Al mismo tiempo, a este cancionero se le atribuye valor ideológico por su propiedad de reflejar de diversas maneras (lírica, irreverente, burlesca, satírica, irónica, burda, etc.) los conflictos, contradicciones y situaciones diversas del entorno social al que responden. De hecho, buena parte de estas piezas con contenido ideopolítico evidente o subliminal ha sido susceptible a la censura por parte de la política cultural oficial en el país aunque, paradójicamente, se le reconocen valores de autenticidad, los cuales son atribuidos a su contribución (diacrónica) a la definición de una «marca identitaria» de la nacionalidad cubana. Los prejuicios de índole ético-estética, linguoliteraria, racial y social han sido trasladados acríticamente —en muchos casos— a momentos posteriores de di46 Boletín Música # 34, 2013 ferente contextualización sociocultural y económica, olvidando que cada época atribuye relevancia social a cánones propios, y que estos se modifican, aniquilan o enriquecen de acuerdo con sus realidades, y se reflejan activamente en la artes de múltiples maneras. Más que enumerar los aspectos recurrentes en el corpus crítico, resulta válido llamar la atención sobre cómo la focalización principal del conflicto acerca de las letras de la MPBC se construye a partir del desconocimiento de sus funciones sociales y comunicativas. Si desde la década de 1950 humanistas como Fernando Ortiz y Argeliers León dejaban establecido el funcionamiento de los procesos sociales que involucraban estas músicas (y sus letras), resulta preocupante cómo la contemporaneidad continúa sosteniendo modelos asentados en los primeros años del siglo que no se corresponden con las actuales representaciones sociales. En tal sentido, y en consonancia con su desenvolvimiento histórico, la prensa o la narrativa periodística continúa siendo la más visible, manipuladora y hegemónica, por cuanto es la única con capacidad de convocar (o desconocer) de manera concurrente voces autorizadas de diferentes áreas del conocimiento y visibilizar sus discursos de poder; sin embargo resulta infrecuente el acercamiento al tema que nos ocupa con profundidad y dominio de la información. La mayor parte de la crítica visible aporta juicios preconcebidos, sin un carácter argumentativo, por carencia de las herramientas de análisis de las diversas disciplinas que pueden concurrir. En el resultado plasmado en artículos o reseñas periodísticos prevalece el carácter generalizador, con poca o nula ejemplificación, que no aprovecha los modelos analíticos ya existentes ubicados en la academia. No se trata de exigir a la narrativa periodística las características de la académica, sino de poner a dialogar aquellas voces que involucra en la construcción de sus juicios y de proveerse a sí misma y a las audiencias de una información profesional capaz de apelar a las diversas áreas del conocimiento; herramientas que posibilitan (más que a ningún otro medio) construir un discurso interesante y de trascendencia social inmediata. La prensa tiene el deber de conducir la polémica desde diversas aristas y ampliar y dar a conocer las fuentes de conocimiento, sin privilegiar gustos y preferencias personales, o aceptar acríticamente decisiones oficiales. Aunque la academia lingüística y musicológica ha desaprovechado espacios de impacto para dar a conocer juicios de valor y métodos de análisis con respecto al tema —en general, divergentes de la crítica periodística— debe reconocerse que con regularidad ha demostrado interés por los textos-letras de la MPBC. En diferentes épocas, músicos de renombre han contribuido a sistematizar modelos de análisis en los que prevalece el canon del área culta o académica, a la cual pertenecen casi siempre. Esta narrativa, más especializada, se construye bajo los principios de la argumentación y la ejemplificación, aun cuando afloren problemas epistemológicos que, de manera diacrónica, han signado la clasificación de las músicas según los criterios de lo popular, lo populachero y lo folclórico. A pesar de su creciente incorporación a los medios de difusión y a la prensa escrita, aun no resulta lo suficientemente legitimada en tanto quienes ejercen la crítica con sistematicidad en los medios masivos de comunicación no acuden a este caudal de conocimiento para comprender la complejidad de los procesos de los que forman parte las letras de la MPBC en Cuba. No obstante, son sus representantes quienes ofrecen la mayor cantidad de elementos de carácter histórico y analítico con una perspectiva abierta, crítica y funcional; Boletín Música # 34, 2013 47 sin embargo, no significa que este sea el enfoque habitual de la musicología cubana la cual, a nivel macro, todavía enfrenta parcialmente el problema. La narrativa que responde al discurso de los músicos (compositores e intérpretes) podría ganar en autonomía, en el sentido de que vale la pena incursionar en los procesos de construcción de las letras con la mayor diversidad de exponentes posibles, so pena de caer en elitismos o resultar excluyentes si su selección solo responde al criterio de confirmar el canon. El estudio, con mirada multidisciplinar, de los procesos de creación musical según sus creadores, posibilitaría profundizar en elementos contextuales, de apropiación y composición que pueden ser enriquecidos y complementados con el estudio de la escucha y recepción (entre muchas otras) de estas músicas y sus letras. Cuando Pablo Vila alerta que «la música popular no solo expresa sentido a través del sonido, las letras y las interpretaciones, sino también a través de lo que se dice acerca de ella»,70 no hace más que indicar la relevancia de los juicios de valor desde el punto de vista social. Su impacto construye músicas y contribuye a des/ legitimar grupos sociales según las preferencias musicales y los modos en que los discursos de esas músicas interactúan con sus identidades en un complejo proceso de interpelación en ambos sentidos, en el que «los sonidos, las letras y las interpretaciones, por un lado ofrecen maneras de ser y de comportarse, y por el otro ofrecen modelos de satisfacción psíquica y moral».71 Al mismo tiempo, la construcción de determinados discursos musicales no es más que la visibilización estética y creadora de múltiples conflictos sociales en los que sus participantes se encuentran inmersos y devienen una narrativa social tipificada, según los paradigmas o trasgresiones que se configuran o asocian bajo una categoría musical genérica, estilística o funcional, entre otras. Como bien se sabe, el efecto en los imaginarios sociales depende ampliamente de su difusión, de los circuitos y de los medios de que estos disponen. En muchas ocasiones los medios de difusión amplifican notablemente los discursos y sus imaginarios correspondientes, de este modo se incrementan, afianzan y modelan juicios de valor a través de dispositivos culturales institucionalizados. El juicio de valor como elemento que participa en la elaboración de narrativas sobre las letras de la MPBC —como sucede en otros procesos— se construye según criterios de selectividad, pues el que enjuicia escoge subrayar lo que para él resulta relevante, en dependencia de su contextualización y competencia personal y, a partir de este presupuesto, edifica sus opiniones. Según lo anterior los juicios de valor aquí analizados permiten apreciar la permanencia de aquellos contravalores que las califican como vulgares y chabacanas, la discriminación del componente africano, el desconocimiento de los códigos de la música bailable. Como generalidad se consideran valores positivos la crónica de lo cotidiano y un lenguaje tropológico de vuelo poético; como negativos, el uso del habla popular perteneciente a los registros que la academia acuña como informales; la selección de temáticas controversiales y tabúes para la sociedad cubana entre los que sobresalen lo relativo al sexo y la figura femenina, como expresión simbólica de discursos de violencia de género. Con ello se confirma el pobre dinamismo de los juicios de valor, pues 70 71 Pablo Vila: «Identidades narrativas y música», 1996. Ídem. 48 Boletín Música # 34, 2013 permanecen casi inalterables los procesos de imposición de patrones, así como la marcada diferenciación entre la academia y los medios masivos de comunicación, quienes continúan centrando los discursos de poder. El análisis de las letras bailables se distorsiona por el desconocimiento de la funcionalidad de este tipo de texto en una escena específica así como por la exagerada autonomía que se les atribuye, aislándolas de los procesos musicales y lingüísticos en que intrevienen. Ello puede solucionarse en la medida en que las diversas narrativas sean capaces de interpretar cómo las letras de la MPBC participan de los diversos procesos de reestructuración que las prácticas cotidianas padecen históricamente, más visibles o aceleradas en épocas concretas. En tal sentido, llama la atención cómo lo identitario (en cuanto a letras, temas, escenas, actores) se busca de manera recurrente en las manifestaciones culturales de las cuales forma parte el discurso musical, con lo cual en ocasiones se ratifican los cánones y se desconocen otras subjetividades particulares que también contribuyen a la producción de significados. En este sentido la separación del universo de saberes propios de diferentes disciplinas que le pueden dar respuesta al fenómeno —sociología, filosofía, lingüística y musicología, entre otras posibles— se manifiesta a manera de compartimentos estancos que, de convivir, aportarían de conjunto los elementos cognoscitivos necesarios para juicios de valor más equilibrados. No es posible que la MPBC constituya uno de nuestros principales elementos identitarios y, al mismo tiempo, se desconozcan sus valores de índole estética por no coincidir con lo estandarizado. Sus letras forman parte por derecho propio del corpus poético de la Isla, pues ellas han cantado desde sus orígenes con voz popular. La crítica debe sugerir pensamientos, ampliar perspectivas, ofrecer elementos suficientes para que el receptor pueda incluso, disentir de la propuesta enjuiciadora. Debe ser abierta y flexible, culta y rica en información, solo así se podrá llegar al establecimiento de juicios dialógicos, ni inamovibles ni imperecederos, sino consecuentes con el entorno en que le corresponde construirse. Asimismo, la audiencia no puede ser un ente pasivo, su propia competencia le permitirá reconstruir los juicios de valor y confirmar o no su validez, así como generar nuevos significados y conocimientos desde sus experiencias. Múltiples son los aspectos que aguardan aún por estudios profundos y teóricos. La música popular se enriquece o anquilosa en dependencia de las circunstancias en que se desarrollan los diversos géneros y el talento de sus creadores e intérpretes. Y aunque resulte un tópico común, tómense estas reflexiones como puntos de partida que conlleven a la apertura de un diálogo acerca de la música bailable y su relevancia para la historia musical cubana. 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Investigadora en el Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana (CIDMUC), en La Habana. Boletín Música # 34, 2013 51 Una visión historiográfica a El folklore musical de Rubén M. Campos* Conserve cada raza sus caracteres substanciales; pero no se aísle de las otras ni las rechace, so pena de agotarse y morir. Manuel Gutiérrez Nájera, Revista Azul, Septiembre 9 de 1894. PRELIMINARES En las primeras décadas del siglo xx, el movimiento artístico mexicano asociado al modernismo centró la mirada en aspectos que pudieran captar la vida y el ambiente de los pueblos americanos.1 Esta postura reivindicó lo nacional a través de materiales y tradiciones nativas. En Armando Gómez Rivas el caso específico de la musicografía, el proyecto encontró en el poeta, músico y crítico guanajuatense Rubén M. Campos (1871-1945) a un asiduo defensor del arte musical. En breve, Campos trabajó como cronista y crítico para importantes periódicos de la ciudad de México, mantuvo una relación estrecha con personalidades del medio artístico, fue catedrático en el Conservatorio Nacional de Música y en el Museo Nacional de Arqueología. A partir de 1917 su labor estuvo inmersa en la recopilación de música, textos y tradiciones folklóricas mexicanas. Cabe destacar que el compositor Manuel M. Ponce (18821948) encontró en Campos al cómplice perfecto para exaltar lo que creían que era el legítimo espíritu musical mexicano. Los mejores frutos de esta relación se dieron al regreso de Ponce de su auto exilio en la ciudad de La Habana, Cuba; momento en que colaboraron en la publicación de los Escritos y Composiciones Musicales (1917) de Ponce y dirigieron en conjunto la Revista Musical de México (1919-1920).2 EL FOLKLORE Y LA MÚSICA MEXICANA Rubén M. Campos presentó al director del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía la propuesta para realizar un estudio de la música mexicana en septiembre de 1925. La investigación estaría estructurada a partir de la indagación en archivos, de la entrevista personal con músicos y de los artículos publicados por el autor en La Gaceta Musical que dirigió con Gustavo E. Campa (1863-1934).3 En términos generales, el plan general se concentró en la producción decimonónica, pues el autor dejó en claro que la pobreza y pocas noticias de la música de los antiguos mexicanos limitaban la extensión a las épocas colonial y prehispánica. Resulta poco debatible que el texto se fundamentó en su labor como cronista y diletante musical e incluye referencias e información gráfica de músicos populares * Ponencia presentada en el VII Coloquio Internacional de Musicología Casa de las Américas, La Habana, 2012. 1 Max Henríquez Ureña: «Breve historia del modernismo» (1954), en José Emilio Pacheco: Antología del modernismo (1884-1921), 1999, pp. XIII-XIV. 2 Manuel M. Ponce: Escritos y Composiciones Musicales, 1917. 3 Rubén M. Campos: Plan general de la obra «El Folklore y la música en México», ff. 224-228. 52 Boletín Música # 34, 2013 que había escuchado como recolector de folklore. También se pueden vincular algunos materiales relacionados con el «Concurso de Música Mexicana» convocado por el periódico El Universal en 1917, en el que participó como jurado. Campos abarcó una temática tan amplia que fue imposible integrarla en un solo volumen; entonces, es necesario considerar que los tres libros publicados por el autor en torno al folklore —El folklore y la música mexicana (1928), El folklore literario de México (1929) y El folklore musical de las ciudades (1930)— constituyen una obra integral que pretende reunir y trasmitir el conocimiento de una vida dedicada a la apreciación, difusión y crítica de la cultura en México, en donde la música y sus artífices son los personajes principales.4 Para Rubén M. Campos, el valor intrínseco de la música mexicana es capaz de desafiar a cualquier literatura musical popular, antes de transformarse en una manifestación académica. Este aspecto la coloca en igualdad con el repertorio europeo.5 Al establecer esta premisa para conducir su trabajo, deja en claro que una de las prioridades es la necesidad de recolectar cantos que tienden a comunicarse con imprecisión por su tradición oral. Pero más importante, este ambicioso trabajo requiere al mismo tiempo de una corrección melódica para evitar la deformación de la estructura primitiva. La conformación de lo que llama un «registro fidedigno» se sintetiza en las partituras que ilustrarían sus textos. Esta selección, por supuesto fue realizada bajo los parámetros personales y totalmente subjetivos del autor.6 La primera parte del estudio, consignada bajo el título de El folklore y la música mexicana se publicó en 1928. El libro está integrado por una introducción (notas preliminares), tres capítulos («Las fuentes del folklore mexicano», «La producción folklórica» y «La Música Mexicana») y un apéndice de «100 Aires Nacionales». En esta división, Rubén M. Campos propone un planteamiento evolutivo del objeto de estudio que parte de la formulación de una materia primigenia circunscrita a lo mexicano, para concluir con la valoración universal del arte canoro en México. Este tránsito incluye múltiples épocas, ámbitos y repertorios. En el capítulo de apertura, «Las fuentes del folklore mexicano», el autor puntualiza en forma orgánica el surgimiento de la música mexicana a partir de una semilla supeditada a la danza y a la poesía precortesianas.7 En el proceso de transmisión, la primera escuela de música en la América resulta ser un elemento crucial en la argumentación. Para introducir este componente académico-difusor, el escritor guanajuatense refiere el papel protagónico de la evangelización musical como un integrante del folklore. Es decir, al recibir la instrucción necesaria para traducir sonidos a notación gráfica, se desprende la posibilidad de que algunos «ecos melancólicos» de las danzas antiguas se hubieran filtrado en una doble vida religiosa 4 A pesar de que el segundo volumen de la trilogía está dedicado a la tradición literaria, Rubén M. Campos plantea que las coplas y los juegos infantiles, entre otros géneros, requieren inexorablemente de la utilización de un medio sonoro para coexistir y difundirse. 5 Rubén M. Campos: El folklore y la música mexicana, Investigación acerca de la cultura musical en México (1525-1925), 1928, p. 8. 6 Por citar un ejemplo, al hablar de las danzas indígenas menciona: «reproduzco las que he anotado al caso, no porque sean representativas, sino porque al azar me he acordado de ellas». Campos: Op. cit., p. 38. 7 Rubén M. Campos repite en las diversas unidades que componen este primer bloque, la información que había citado años antes en un artículo publicado en la Revista Musical de México. Boletín Música # 34, 2013 53 que les permitiera mantener vigentes sus rituales. En esta lógica, abre la posibilidad a que la tradición folklórica se oculte en las prácticas cultas. No obstante, concluye diciendo que lo único que sobrevive del alma azteca es la danza indígena y que ésta es la raíz del folklore, pues aunque algunos instrumentos musicales que perduraron ratifican su existencia, «de la música no queda nada».8 En relación a la búsqueda de un elemento trascendental y autóctono que reflejara lo mexicano (como un lugar común del nacionalismo de la época), llama la atención la descripción y el registro gráfico que realizó de los instrumentos prehispánicos. Si bien puntualiza que se trata del testimonio vivo y tangible de la existencia de música antes de la conquista, la clasificación que propone está relacionada con parámetros occidentales que inhiben su particularidad nativa. Para ejemplificar, refiere la sonoridad del teponaztli a la de un precursor de la marimba o el xilófono y restringe su afinación a intervalos tonales, derivados de la tradición europea. De forma semejante, el grupo de flautas autóctonas encuentra un símil con la familia de las maderas e incluso, señala su cualidad de transposición tonal.9 Con este razonamiento, Rubén M. Campos edifica una asociación indisoluble entre las costumbres musicales regionales y las prácticas europeas que se instauraron en el virreinato. Esta ideología de conformación cultural mestiza se reitera de manera obsesiva como cimiento del universo nacionalista del autor. «La producción folklórica» que emprende en el segundo capítulo, estudia y delimita la creación mexicana desde ópticas complementarias como son el contexto sociocultural en el que se desarrolla el folklore, los géneros musicales, la lírica popular musicalizada y los autores e intérpretes que contribuyeron en la composición o en la difusión de este repertorio. La consideración principal está dirigida a determinar la función del jarabe como baile nacional y en establecer la estructura musical y poética de la canción mexicana. En ambos casos, la intención que se presiente en la narrativa del autor es la necesidad imperiosa de dotarle una exclusividad al canto de la patria, dentro de un proceso evolutivo que parte del germen de la danza. Sin más, las acotaciones técnicas de la estructura musical que hacen única a la canción mexicana muestran la influencia de Manuel M. Ponce y de hecho son una paráfrasis del libro Escritos y composiciones musicales.10 Sobre el jarabe y la canción, Campos conduce el discurso al México Independiente que trajo libertad al pueblo y alegría a la juventud de donde entonces surgió el jarabe mexicano.11 Esta inclinación política, relaciona el surgimiento de música genuina con el nacimiento de una nación soberana que permite una autonomía creativa. Para ilustrar su postura registra melodías tipo como La Golondrina (Serradell) y La Paloma (Sebastián Iradier) que en realidad no son mexicanas. Lejos de ser una contradicción, Campos sugiere que es similar al origen de una danza cubana, un schottish escocés, un fado portugués o una mazurca varsoviana: un alma común de origen popular y una esencia adaptada o incluso transformada por los artistas. Las secciones complementarias de este capítulo enumeran compositores y obras de carácter popular producidas, según el autor, en las provincias en las que 8 Campos: Op. cit., p. 21. Campos: Op. cit., p. 25. 10 Ponce: Op. cit. 11 Campos: Op. cit., p. 58. 9 54 Boletín Música # 34, 2013 sobrevive el folklore, la producción musical (redactada en forma anecdótica) y la difusión de la música que se dio en diversas latitudes a través de coros y orquestas típicas. Dentro de esta abundante lista destaca el fragmento dirigido a la poesía de la canción mexicana; en este punto argumenta una tesis interesante y, por demás, aventurada. Como se mencionó anteriormente, el papel de la iglesia en la propagación del arte musical tuvo una importancia considerable que Rubén M. Campos planteó como una puerta abierta a la inserción de materiales musicales nativos pero, además, propone que la tolerancia de la temática religiosa estableció un vínculo oculto con la canción de amor. Los maestros de capilla en la Nueva España permitieron ciertas libertades doctrinales en la celebración de ritos «con acompañamiento de música compuesta al modo profano» y motetes que ocultaban bajo el afecto filial a la Virgen un «amor profano».12 Las entonaciones de adoración fueron así, una traslación del «exquisito sentimiento caballeresco» de la mujer amada que concluyó en la canción mexicana. A lo largo de toda la sección dirigida a la producción musical, Campos utiliza la palabra folklórico para puntualizar materiales musicales de dominio público, bailes populares, melodías acompañadas o composiciones contrapuntísticas, incluso está reforzada con ilustraciones contradictorias. El calificativo folklórico que en un primer acercamiento condensaba la materia básica de una nación, pasó a ser una característica de mestizaje. El manejo arbitrario del término denota una falta de conciencia en la definición y de los alcances razonables del vocablo. Por consiguiente, al explorar los contextos urbanos en los que se desarrollaba la música en México, la utilización de la palabra folklórico resultó discordante. En 1947, el musicólogo mexicano Jesús C. Romero (1893-1958) publicó que los libros del folklore musical de Rubén M. Campos evidenciaban una «incompetencia históricomusical» que se exhibía en la ausencia de una «rudimentaria clasificación».13 El capítulo concluyente de El folklore y la música mexicana registra y evalúa el fenómeno cultural que presupone «La música mexicana». Como una impresión preliminar, el lector se cuestionaría si existe alguna metodología capaz de expresar una periodización lógica en tal diversidad, si de inicio el autor advierte limitantes en la información de épocas prehispánicas y virreinales. El proceso de Rubén M. Campos da por sentado que bajo la etiqueta de «música mexicana» se aceptan todas las tradiciones arraigadas en el país en un proceso continuo de asimilación y desarrollo. De esta condición se desprende el encadenamiento de acontecimientos, agrupaciones, autores, composiciones, instituciones culturales, presentaciones públicas y otros aspectos relevantes que favorecieron la conformación de un movimiento cosmopolita. La propuesta, sin duda, se refiere a la originalidad del mestizaje cultural y lo refuerza con un punto por demás interesante: la desaparición de la ópera mexicana. A pesar de que justifica su presencia como un componente sustancial en el perfeccionamiento del arte nacional, su decadencia parte del intento de copiar modelos italianos genuinos que, por lo general, resultaba en melodramas de menor calidad. El mismo principio asociado a la música popular —por otra parte— sólo tomó la melodía italiana y la adaptó a las corrientes musicales en boga. Con 12 13 Campos: Op. cit., p. 77. Jesús C. Romero, «El Folklore en México», 1947, pp. 757-758. Boletín Música # 34, 2013 55 esta modificación se encaminó a lugares más propicios y logró el tránsito hacia la subsistencia y el reconocimiento universal. Así, el texto de Rubén M. Campos enumera a los preparadores del arte musical mexicano y describe la difusión del repertorio europeo a través de los artistas extranjeros. El desenvolvimiento narrativo se realiza a través de citas de las sociedades intelectuales, de la fundación de instituciones como el Conservatorio Nacional de Música, bandas estatales y orquestas sinfónicas. Sin mayor discusión, estos apartados se basan en su labor como cronista musical y, a pesar de que resulta incongruente con la propuesta primaria del folklore, el hecho es que continuó defendiendo la «injertación cultural europea». Llevando la metáfora de Campos al límite, se puede interpretar en su discurso que la descripción de los protagonistas y los contextos socioculturales que incidieron en la conformación de lo que llama música mexicana son la implantación de una especie ajena para cosechar mejores frutos. LOS AIRES NACIONALES La aportación más significativa de Rubén M. Campos es la recopilación de documentos relacionados con la música mexicana. Si bien en la obra integral abundan las partituras que ilustran el texto narrativo, existe al mismo tiempo una antología suplementaria de extraordinaria riqueza. Un primer grupo lo integran danzas y canciones populares que utilizan melodías de dominio público armonizadas por el autor. Un segundo apartado está integrado por composiciones de autores reconocidos que fueron publicadas y únicamente fueron reunidas por Campos; dicho sea de paso, esta es una de las primeras antologías impresas de música mexicana en la historia. Un tercer grupo consiste en melodías folklóricas sin acompañamiento, o con uno rudimentario, que se incorporan al cuerpo del texto y aparecen para comentar aspectos primitivos de la tradición, por ejemplo: danzas indígenas, cantos de alabanza y pregones. Las armonizaciones constituyen el conjunto más numeroso y están presentes a lo largo de toda la obra. Este repertorio, según lo promete la portada del libro, incluye melodías intactas que se caracterizan por tener frases simétricas de cuatro compases, los cuales se adaptan a la versificación propia de la canción mexicana. Las marchas armónicas están subordinadas a la tonalidad en forma elemental, lo que conduce a progresiones de tónica, dominante y subdominante; rara vez a otros grados. Estas características, previamente enunciadas por Manuel M. Ponce como esencias de la música vernácula mexicana, fueron consideradas escrupulosamente para evocar lo mexicano.14 Los materiales melódicos están delimitados por cadencias perfectas y, por regla general, la estructuración conduce a formas binarias. La modificación de la textura al cambio de diferentes secciones suele hacer más evidente la estructura de las canciones. El tratamiento melódico en terceras y sextas paralelas con bordados, notas cambiatas o notas de paso y el empleo de notas pedales y ostinatti que refuerzan la rítmica bailable son otras características recurrentes. Además, la armonía tonal del acompañamiento es ornamentada con 14 Menciona Ponce que: «Los elementos armónicos [de la canción mexicana] son pobres y sencillísimos, empleándose, casi siempre... los acordes fundamentales sobre la tónica, la dominante y la subdominante. Raramente se encuentran modulaciones a tonalidades vecinas». En Ponce: Op. cit., p. 10. 56 Boletín Música # 34, 2013 notas cromáticas que resultan en una suerte de discanto. Estos procedimientos suelen estar conducidos en forma poco ortodoxa, lo que llega a ocasionar disonancias extremas, movimiento de consonancias perfectas paralelas y falsa relación de octavas. Ejemplo. El Café, canción mexicana armonizada por Rubén M. Campos. A primera instancia, Rubén M. Campos armonizó las melodías populares para el piano, por ser este el instrumento preponderante del período finisecular. Sin embargo, la reducción pianística tiene una justificación adicional: permite la adaptación del contexto en el que había escuchado la obra al ámbito citadino. El registro melódico se presenta siempre en la voz superior en terceras o sextas paralelas, nunca hay cruzamientos que impidan su fácil audición; en el ámbito rural ambas voces se cantarían o una de ellas se interpretaría en un instrumento melódico. El registro más grave suele guardar una relación interválica de cuarta o quinta justa que resulta idiomática para un instrumento de cuerda punteada (guitarrón o bajo). Aunque este registro grave puede estar ornamentado o arpegiado, mantiene la progresión fundamental y la organización tonal de la obra. El tercer y último registro es optativo; cuando se incluye, está situado como una melodía con cierta independencia en la parte intermedia (tenor). Esta línea equipara la sonoridad de Boletín Música # 34, 2013 57 un instrumento de aliento en discanto. Se trata de la ornamentación de las notas funcionales de la tonalidad. OCHENTA Y CINCO AÑOS DESPUÉS DEL FOLKLORE DE CAMPOS A mi entender, la historiografía plantea una sentencia inevitable: la lectura de la historia. Esta simple acción establece una comunicación y tiene un destinatario. Es decir, al seleccionar información y registrar aquello que se considera importante para edificar una historia, se abre la posibilidad de tener, en algún momento, una lectura crítica del documento. En el caso de El folklore y la música mexicana, Rubén M. Campos parece dirigir los resultados de su investigación a la reafirmación de los conceptos de identidad e influencia en la música en México. A lo largo del estudio deja en claro que las prácticas musicales desarrolladas en su época eran un mecanismo de liberación de la cultura. Dicho de forma directa, la música en México gozaba de abundantes recursos técnicos arraigados de las prácticas europeas, pero la autonomía creativa la hacían ser mexicana. De acuerdo con Campos, las características rítmicas, de forma e incluso los pasos de baile de la música ibérica conformaron la identidad musical de la Nueva España por la naturaleza misma de la relación entre las dos culturas. Esta postura presenta una implicación historicista en donde las aportaciones del pasado inciden en el desarrollo artístico de los compositores mexicanos. La influencia española continuó siendo la punta de lanza para abordar la esencia de la música mexicana en estudiosos del tema posteriores a Rubén M. Campos. Por ejemplo, Gerónimo Baqueiro Foster (1898-1967) mencionó que no habrá que ahondar mucho para saber que los sonecitos y jarabitos [mexicanos], fueron el resultado del cruce de antiguos aires populares españoles.15 Al respecto de la lógica que subyace en el planteamiento ideológico y estructural de El Folklore y la música mexicana, Bela Bartók (1881-1945) determinó que «el primer estímulo hacia el estudio de las artes populares, coincide con el despertar del sentimiento de nacionalidad», ya que se deriva del orgullo de poseer «tesoros exclusivos».16 También mencionó que los primeros recolectores de melodías populares «trataban de descubrir la forma originaria, no corrompida de los cantos nacionales» pero al no conseguir los resultados esperados, solían reconstruirlos según su criterio estético con la intensión de recopilarlos en antologías que sirvieran como materia prima de obras «cultas». Bartók identificó dos clases de materiales, «la música culta popularesca» que se desenvuelve en las ciudades con aficionados burgueses y «la música popular de las aldeas» que está integrada por las melodías instintivas de la clase campesina.17 Estos mecanismos de sentimentalismo nativo, recolección y adecuación de cantos populares se convirtieron en el motor predominante de la etapa inicial del nacionalismo musical y, de forma semejante, son el anclaje en la metodología seguida por Rubén M. Campos con ciertos matices. Para empezar, el campo de investigación de Campos también estaba restringido a dos grupos, uno de características indígenas —en apariencia incorruptible— y otro que se desenvuelve en las ciudades. Aunque para el estudio del folklore el 15 Gerónimo Baqueiro Foster: Historia de la música en México. La música en el período independiente, 1964, p. 532. 16 Bela Bartók: «El estudio de los cantos populares y el nacionalismo» (1937), p. 76. 17 Béla Bartók: «¿Qué es la música popular?», p. 66. 58 Boletín Música # 34, 2013 grupo rural es de mayor importancia por sus cualidades de colectividad y mayor resistencia a la alteración, al abordar la música no corrompida de las comunidades indígenas se afirma un problema en la estructuración de la obra de Campos por la carencia de un concepto definitivo de folklore. Por esta ausencia, todo el discurso se cimienta en lo que llama tradición. Es decir, un conocimiento que pasa de generación a generación de forma oral, de buena fe y que atrapa el espíritu de la raza. La paradoja es que al no existir rastros de la música prehispánica, transfiere toda la argumentación al repertorio proveniente de influencias extranjeras y con este hecho dilapida su cualidad de inalterabilidad. En el caso específico de la canción, propone la supervivencia y sonoridad de la lengua náhuatl como un eco del pasado que permitiría una futura interpretación; desde una visión complementaria esta lectura fue desarrollada por Gary Tomlinson en el artículo «Ideologies of Aztec Song» (1995).18 Por otra parte, resulta notable y agradable que, para acceder al alma capturada de lo mexicano en la lírica de la canción, Campos transgrede los ámbitos religiosos y seculares e intercambia escenarios cultos capitalinos, con supuestas regiones donde era imposible que llegara la cultura europea.19 La justificación de esta propuesta fue ampliada y ejemplificada más tarde por Robert Stevenson en «Ethnological Impulses in the Baroque Villancico».20 Para llegar al clímax con el folklore de las ciudades —que ocupa la parte más sustancial del estudio y que en términos más precisos se tendría que consignar como música popular citadina del siglo XIX— Rubén M. Campos pasa de una defensa institucional asociada a la iglesia y al sistema político, para concentrarse en la recepción musical. Después de la llegada de la corriente operística italiana, la asimilación y no la imposición conformaron la música mexicana; incluso el decadente repertorio ibérico de boleras, tonadillas y fandangos que proliferó en el género chico era, según Campos, una adaptación de la ópera cómica italiana. La pasión natural del mexicano (melodramática) se incrustó con facilidad en la vena melódica operística de gran inspiración. En conclusión, el folklore de Rubén M. Campos emerge de la transmisión oral y, por extensión, de la recepción de las modas musicales transcontinentales. A lo largo del texto, insiste en que la audición de los materiales y la posterior evaluación estética parte de la presencia del autor en los escenarios rurales y urbanos; existen pocos casos en los cuales el autor menciona que el análisis o la crítica de una obra parte del estudio de una partitura. En mi opinión, El folklore musical y la música mexicana de Rubén M. Campos es una propuesta generosa y exitosa que ilustra la conformación de una nación moderna. Al respecto, la documentación gráfica refuerza el transcurso del mestizaje musical para conducir a la conformación de instituciones que igualan a México con cualquier nación civilizada. Por desgracia, el punto más débil del texto resulta ser el título, ya que al proponer el registro de un repertorio inmaculado y traducirlo al ámbito del salón, resulta contradictorio pretender capturar la esencia de aquello que se presupone vivo y cambiante. 18 Gary Tomlinson: «Ideologies of Aztec Song», 1995, pp. 343-379. Rubén M. Campos: El folklore musical de las ciudades. Investigación acerca de la música mexicana para bailar y cantar, 1930, p. 6. 20 Robert Stevenson: «Ethnological Impulses in the Baroque Villancico», pp. 67-106. 19 Boletín Música # 34, 2013 59 FUENTES CONSULTADAS Baqueiro Foster, Gerónimo: Historia de la música en México. La música en el período independiente, Vol. III, Secretaría de Educación Pública, México, 1964. Bartók, Bela: «El estudio de los cantos populares y el nacionalismo» (1937), en Escritos sobre música popular, Editorial Siglo XXI, México, 1979. _________: «¿Qué es la música popular?» (1937), en Escritos sobre música popular, Editorial Siglo XXI, México, 1979. Campos, Rubén M.: El folklore y la música mexicana, Investigación acerca de la cultura musical en México (1525-1925), Publicaciones de la Secretaría de Educación Pública, Talleres Gráficos de la Nación, México, 1928. ________________: Plan general de la obra «El Folklore y la música en México», Archivo Histórico del Museo Nacional de Antropología e Historia, Vol. 49, 1924. ________________: El folklore musical de las ciudades. Investigación acerca de la música mexicana para bailar y cantar, Talleres linotipográficos «El modelo», 1930. Henríquez Ureña, Max: «Breve historia del modernismo» (1954), en: José Emilio Pacheco: Antología del modernismo (1884-1921), UNAM y Ediciones Era, México, 1999. Ponce, Manuel M.: Escritos y Composiciones Musicales, T. IV, Núm. 4, México, Cultura, 1917. Rubén M. Campos y Manuel M. Ponce, directores, Revista Musical de México, reproducción facsimilar, CONACULTA, INBA y CENIDIM, México, 1991. Romero, Jesús C.: «El Folklore en México», Sobretiro del Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, Tomo LXIII, núm. 3, Artes Gráficas del Estado, México, 1947. Stevenson, Robert: «Ethnological Impulses in the Baroque Villancico», Inter-American Music Review, 14/1, pp- 67-106. Tomlinson, Gary: «Ideologies of Aztec Song», en Journal of the American Musicological Society, vol. 48, núm. 3, Otoño, 1995, pp. 343-379. Armando Gómez Rivas. México. Guitarrista y musicólogo. Catedrático y coordinador editorial en el Conservatorio Nacional de Música de la Ciudad de México. Colabora de forma regular en el rescate, edición y restitución del repertorio dramático mexicano del siglo XIX. 60 Boletín Música # 34, 2013