La Gaceta núms. 549 del FCE - Fondo de Cultura Económica

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F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I CA
SEPTIEMBRE DE 2016
años
de La
Ciencia
para Todos
ADEMÁS De la genética
a la epigenética
549
F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I CA
SEPTIEMBRE DE 2016
3
El número pi
wisława szymborska
5
La ciencia para todos
dossier
7
La ciencia para todos
L
a divulgación de la ciencia es una labor fundamental para el desarrollo de las sociedades modernas.
Mientras que la investigación genera conocimiento y la docencia forma a los profesionales científicos, la divulgación establece un vínculo entre la
ciencia y la sociedad a la que se debe. A través de
la televisión, personajes como Carl Sagan y Jacques
Cousteau lograron que grandes audiencias se interesaran en temas
aparentemente alejados de su experiencia cotidiana o, mejor aún,
despertaron su deseo de saber más sobre temas de la naturaleza y el
universo en general.
Los divulgadores, pues, no sólo comunican los principios, límites,
importancia, riesgos y bondades del quehacer científico, sino que van
más allá: muestran una forma de pensar el mundo que cada vez se
hace más necesaria, pues muchas decisiones que los ciudadanos deben tomar no se pueden realizar sin un conocimiento básico de ciencia. Temas como el aborto, el cambio climático, el uso medicinal de
la marihuana o el desarrollo de fuentes de energía no contaminantes
demandan que las personas estén bien informadas y sean críticas para
poder involucrarse en las soluciones políticas respectivas.
Durante 30 años el Fondo de Cultura Económica se ha empeñado
en formar este tipo de lectores a través de La Ciencia para Todos, la
más grande y más longeva colección de títulos de divulgación científica, escrita originalmente en español por investigadores de los propios países hispanoamericanos. Por ello hemos querido dedicar este
número de La Gaceta enteramente a ella, desde la sección de poesía
hasta la de narrativa “Trasfondo”.
El éxito de la colección entre lectores y autores es una buena muestra de que en los países de habla hispana se escribe y se lee sobre ciencia con interés y por gusto, tanto o más que en cualquier otra parte.
Por ello se pude afirmar que, así como el universo, La Ciencia para
Todos es hoy un catálogo en expansión.•
de la sociedad”
conversación con maría del carmen farías
agustín gendron
9
12
14
De incertidumbres
y certezas
lise canseco
Martha Cantú, Adriana Konzevik, Susana López,
Socorro Venegas, Rafael Mercado, Karla López y Octavio Díaz
Consejo editorial
La Gaceta
es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio
en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de
México. Editor responsable: Roberto Garza. Certificado de licitud de título 8635 y de
licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y
Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el
Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22
de noviembre de 2001. Registro postal, Publicación periódica: pp09-0206. Distribuida
por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716
La ciencia para todos
luis miguel cruz ceballos
José Carreño Carlón Director general del fce
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La ciencia
a la vista de todos
Testimonios del diseño
editorial de La Ciencia
para Todos
paola álvarez, laura esponda y teresa guzmán
15
Roberto Garza Editor de La Gaceta
Ramón Cota Meza Redacción
León Muñoz Santini Arte y diseño
Andrea García Flores Formación
Ernesto Ramírez Morales Versión para internet
Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv Impresión
“La divulgación científica,
un acto de generosidad
encaminado al bien común
Cuando
el dinosaurio
conoció al tiburón
álvaro chaos
17
Treinta años
de compartir ciencia
diego golombek
18
De la genética
a la epigenética
clelia de la peña y víctor manuel loyola vargas
20
Ilustración de portada León Muñoz Santini y Andrea García Flores
22
Novedades
Trasfondo
Los huesos de Galileo
carlos chimal
poema
El número pi
Wisława Szymborska
Digno de admiración el número pi
tres punto uno cuatro uno.
Todas sus demás cifras también son iniciales,
cinco nueve dos porque nunca se termina.
No se deja abarcar seis cinco tres cinco con la mirada,
ocho nueve con un cálculo,
siete nueve con la imaginación
o incluso tres dos tres ocho con una broma, es decir, una comparación
cuatro seis con nada
dos seis cuatro tres en el mundo.
La serpiente más larga de la tierra se interrumpe después de algunos metros.
Lo mismo pasa, aunque un poco después, con las serpientes de los cuentos.
El cortejo de cifras de que se forma pi
no se detiene en el borde de la página,
es capaz de continuar por la mesa, por el aire,
la pared, una hoja, un nido, las nubes, y así hasta el cielo,
y por toda esa expansión e insondabilidad celestiales.
¡Ay qué corta, ratonescamente corta es la trenza del cometa!
¡Qué débil el rayo de la estrella, que en cualquier espacio se curva!
Y aquí dos tres quince trecientos diecinueve
mi número de teléfono tu talla de camisa
año mil novecientos setenta y tres sexto piso
el número de habitantes setenta y cinco centavos
centímetros de cadera dos dedos código charada,
en la que a dónde irá veloz y fatigada
y se ruega mantener la calma
y también la tierra pasará, pasará el cielo,
pero no el número pi, eso ni hablar,
seguirá con un buen cinco,
con un ocho de primera,
con un siete no final,
apurando, ay, apurando a la holgazana eternidad
para que continúe.•
traducción de gerardo beltrán
Se puede escribir poesía sobre cualquier cosa, incluso
sobre números. La voz de este poema toma el número pi,
que entraña una paradoja: la figura perfecta del círculo
sólo puede ser expresada con un número imperfecto por
interminable. Moraleja: un número es más infinito que la
perezosa eternidad, existente sólo en la imaginación.
s ep ti e mb r e d e 2 01 6
l a g aceta
3
1.
2.
3.
5.
4.
4
l a g ac e ta
1. shahen hacyan, 2. álvaro chaos, 3. juan luis cifuentes 4. isaura meza 5. julieta fierro. ilustraciones © josé quintero
s ep ti em b r e de 2 016
dossier 549
la ciencia para todos
El 30 aniversario de la colección La Ciencia
para Todos es una oportunidad para hacer una
revisión de su historia y mirar con ojo crítico sus
logros, sus límites y sus tareas pendientes. En las
páginas de este número de La Gaceta se encuentran
las voces de algunas de las muchas personas que
han ayudado a consolidar este proyecto editorial:
los diseñadores de la colección nos hablan del reto
de comenzar la divulgación de la ciencia desde la
portada de sus libros; María del Carmen Farías,
anterior coordinadora editorial, conversa con
Agustín Gendron sobre los inicios de La Ciencia
para Todos; los testimonios de Lise Canseco
y Álvaro Chaos —como ganadores de sendos
certámenes de la colección—, así como el del editor
argentino Diego Golombek, muestran que los libros
sí cambian vidas; el adelanto del libro De la genética
a la epigenética deja ver el horizonte por conquistar
de la ciencia, y finalmente Carlos Chimal ofrece
en el Trasfondo de este número un fragmento
de su novela El portafolios de Tesla, donde se
mezclan ciencia y fantasía.
s ep ti e mb r e d e 2 01 6
5
l a g aceta
1.
2.
3.
6
l a g ac e ta
1 . t es sy l ópe z, 2. josé sar ukhán, 3. ruy p é re z tamayo, 4. jor ge flor es. i lustr aci ones © r i ca r do p el á ez
4.
s ep ti em b r e de 2 016
la c ienc ia para todos
“
La divulgación
E
s domingo al mediodía.
Estoy en la librería Rosario
Castellanos del fce. Desde
la cómoda sala donde me
encuentro puede verse un
librero repleto de volúmenes.
El rótulo que los identifica
reza: La Ciencia para Todos. Poco menos
de 250 títulos se alinean en los estantes; en
conjunto, la colección es claro testimonio de
un extraordinario logro editorial. Muchas de
las mentes más brillantes de nuestro país han
contribuido al catálogo de esta serie, misma que
inició su publicación en 1986 bajo el nombre La
Ciencia desde México.
La maestra María del Carmen Farías ha sido
participante fundamental de esta aventura del
conocimiento. Estudiante de Filosofía y Letras,
editora, actriz y directora teatral, rebosa
energía y todavía se conmueve al recordar
varios episodios de esta labor que ella define
como marcada por la generosidad y la búsqueda
del bien común.
científica,
un acto de
generosidad
encaminado
al bien común
de la sociedad
Hace exactamente 30 años del inicio de esta
empresa editorial…
Así es; ¡cómo pasa el tiempo! Ha sido un
esfuerzo continuo que esperamos dure muchos
años más.
”
¿Se imaginó en 1986 que esta colección
alcanzaría la relevancia que hoy tiene?
Para tener un panorama completo de los inicios
de esta labor, es importante hablar del cómo,
el porqué y el dónde. Partimos de la idea de que
el conocimiento es para todos. Ahora, ¿cómo
llega ese conocimiento a los demás, sobre todo si
no tenemos acceso cotidiano a él? En este caso
hablamos de un tipo especial de conocimiento,
del que además siempre se nos ha dicho que
es difícil, hermético y poco cercano al lector
común. Ante esta pregunta inicial, el Fondo de
Cultura Económica, como la editorial en busca
de soluciones de avanzada que siempre ha
sido, tuvo la siguiente idea: hacer que tanto la
ciencia como la técnica, consideradas en México
temas tabúes para los legos y hasta para los
estudiantes, se convirtieran en los temas de una
colección editorial.
Conversación con
María del Carmen Farías
Una de las fundadoras de
La Ciencia para Todos relata los
orígenes, propósitos y avatares
de esta colección que ha llegado
a ser una de las más importantes
y ricas de esta casa editorial.
agustín gendron
Se debió enfrentar cierta resistencia en un
inicio…
¡Claro! Se decía: “Es que las matemáticas son
muy aburridas; la física, peor aún; la química
es incomprensible: basta ver la tabla periódica”.
Ante tales argumentos, don Jaime García
Terrés, junto con una gran mujer, la física
Alejandra Jáidar, y Felipe Garrido, vieron la
necesidad de impulsar esta nueva serie de
divulgación científica y redoblaron esfuerzos
para hacerla realidad.
Obviamente, primero debían hacer que
existieran los textos. En primer lugar, invitaron
a los científicos mexicanos a hacer llegar su
conocimiento al público en general. En aquellos
años casi todos los textos de divulgación
científica eran traducciones. Casi no había
textos originales en español. Así pues, de esta
idea en apariencia muy sencilla se desprendió
todo un programa cultural marcado desde sus
inicios por la generosidad, que es la palabra
clave de toda esta aventura iniciada por el
Fondo de Cultura Económica y apoyada por la
Secretaría de Educación Pública y el Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnología. Los tres
primeros títulos de la serie fueron Un universo
en expansión de Luis Felipe Rodríguez, El
océano y sus recursos, I de Juan Luis Cifuentes,
María del Pilar Torres y Marcela Frías, y Una
ojeada a la materia de Guillermo Aguilar,
Salvador Cruz y Jorge Flores Valdés. Todos ellos
llevan ya varias reimpresiones.
Dos años más tarde se había superado el
promedio calculado por el fce, que era publicar
un libro por mes. Los títulos fueron integrados
en ocho áreas temáticas, actualmente son once:
astronomía, biología, ciencias aplicadas, ciencias
de la Tierra, ciencias del mar, ecología, física,
matemáticas, química, salud y varia.
Como editora y coordinadora de esta nueva
serie los retos debieron ser mayúsculos…
En efecto, no fue fácil; los editores no éramos
especialistas en ciencia pero tuve la fortuna
de contar con la ayuda de Marco Antonio
s ep ttii e m
mbbbrr e d e 2 0
011 6
© javi e r narváe z
l a g aceta
7
co nversaci ón con ma r í a d e l c a r m e n fa r í a s
Pulido, un extraordinario profesional de la
edición. Sin embargo, la medida decisiva para
el éxito de esta labor fue el establecimiento
de un comité integrado por miembros de El
Colegio Nacional por iniciativa de García
Terrés. Estas eminencias, al ser líderes dentro
de sus respectivas comunidades, impulsaron
a muchos científicos a colaborar con nosotros.
Definitivamente, los inicios no fueron sencillos
para los autores ni para los editores… pero, y
aquí reside la maravilla de este asunto, sí lo
fueron para los jóvenes lectores, quienes desde
el principio hicieron suyos los libros.
Seguramente el contacto con el ámbito
científico trajo grandes enseñanzas a todos
los involucrados en este trabajo…
Al aprender que existen otros fascinantes
ámbitos más allá de lo cotidiano, revaloramos
la importancia de estimular o despertar la
curiosidad. Desgraciadamente, la educación en
México no fomenta que los alumnos se hagan
preguntas. Si uno no se pregunta el porqué de
las cosas, permanece en una especie de limbo,
con un horizonte limitado. Y aquí la labor de los
maestros es también fundamental.
A la par de la colección se instituyó el
concurso “Leamos La Ciencia para Todos”,
que desde su primera edición tuvo una gran
respuesta…
Actualmente el concurso, destinado a
los lectores de escuelas secundarias y
preparatorias de todo el país, ha llegado a
su decimocuarta edición. La respuesta a la
primera fue extraordinaria. Empezaron a
llegar por correo paquetes y paquetes de
trabajos. Ya no había dónde meterlos y seguían
llegando más; ¡todas las oficinas y hasta los
pasillos de las antiguas oficinas del fce en
avenida Universidad estaban atestados de
paquetes! Ahora, una cosa era recibir los
trabajos y otra calificarlos y dictaminar
a los ganadores. La simple lectura de todo
ese material nos habría llevado meses a
los coordinadores, pero la generosidad
nuevamente entró en juego.
Y así, en un episodio realmente
extraordinario, muchos de los más destacados
miembros de la comunidad científica y buena
parte del personal de todas las áreas del fce
nos dimos a la tares de abrir, clasificar, leer y
calificar los trabajos: los llevábamos a nuestros
familiares para que nos ayudaran en sus horas
libres; estuvimos metidos allí varios fines de
semana, voluntariamente unidos en una labor
en pro de la cultura y el conocimiento. Fue
maravilloso.
Pero, además de estimular a los alumnos
para que reseñaran sus libros favoritos,
también se capacitó a los maestros…
Los maestros son pieza fundamental de este
programa editorial, ya que en la inmensa
mayoría de los casos ellos son quienes ponen los
libros en las manos de sus alumnos. No obstante,
para hacer más efectivo este proceso, también
había que capacitarlos a ellos, sobre todo en
el área de la lectoescritura: cómo realizar una
reseña crítica, cómo presentar los materiales,
la bibliografía, etc. Toda esta labor de extensión
del conocimiento se realizó gracias a la unam,
que ideó talleres y seminarios para los docentes.
Recorrimos todo México impartiéndolos; no
hubo lugar al que no llegáramos.
Todo esto para difundir el conocimiento
científico en un país que no parece
apreciarlo en su justa dimensión…
Durante más de treinta años he dicho una y
otra vez que la ciencia es cultura. Cada día
estoy más convencida de ello. Necesitamos
integrar todos los campos del saber y
el quehacer humanos para ser personas
plenas, llenas de curiosidad y en pos del
bien común. La ciencia ennoblece; vea si
no a la mayoría de la comunidad científica,
integrada por mujeres y hombres de espíritu
generoso, siempre abiertos a la crítica y a la
constante actualización de sus trabajos con
el fin de perfeccionarlos. Es un gran placer
trabajar con ellos. Están abiertos a todas las
sugerencias en materia editorial y siempre
aportan elementos útiles a las ediciones.
8
l a g ac e ta
Muchas vocaciones científicas habrán
tenido su origen en la lectura de uno de los
libros de la colección…
Así es; otro de los elementos clave de este
programa de divulgación han sido las visitas
de los participantes destacados del concurso a
los centros de investigación científica, donde
pueden conocer a los autores y verlos en acción,
profundizando en su labor y conociendo las
aplicaciones que sus trabajos tienen en la vida
de todos nosotros. Muchos de esos primeros
visitantes ya no abandonaron a “sus” científicos,
y ahora ellos mismos reciben a los nuevos
lectores, con quienes comparten el asombro y
el deseo de conocimiento. Es muy conmovedor
observar cómo se ilumina la mirada de muchos
de estos jóvenes ante una explicación del
autor que ha logrado estimular su curiosidad.
También se organizan cenas con los científicos
y los concursantes. Varios de los investigadores
más eminentes del país me han comentado
que algunas de las preguntas más interesantes
e inspiradoras sobre su trabajo han surgido
precisamente en estos encuentros.
Si, como nos comentaba anteriormente, no
era usted una especialista en ciencia, ¿qué
la llevó a interesarse por este proyecto?
Una inmensa curiosidad por todo el
conocimiento humano. Esto se lo debo sobre
todo a mi padre, quien era médico y hombre
de ciencia. Él introdujo los rayos X a México
y fue un gran estudioso. Cuando de niña le
hacía preguntas, siempre se daba tiempo para
contestar, ir a los libros, estimular nuevos
cuestionamientos… Gracias a su amor y respeto
al saber, aprendí que todo conocimiento merece
conocerse y difundirse. Participar en este
lui s fe li p e rodr í gue z. i lustr aci ones © r i car do p e láe z
proyecto ha sido uno de los mayores regalos que
me ha dado la vida.
¿Qué espera ahora de este programa de
divulgación científica y cultural?
En primer lugar que no se interrumpa y
que siga vivo; que continúe su proceso de
internacionalización, iniciado en Cuba, y que se
ha expandido a otros países de Latinoamérica
y a Canadá. Es absolutamente necesario que
el Estado mexicano apoye firmemente estas
iniciativas porque la ciencia no es un lujo;
constituye una de las actividades más elevadas
del quehacer humano; un ámbito donde se ponen
de manifiesto dos de las características que más
nos distinguen como especie: el asombro y la
curiosidad, que se transforman en el anhelo por
conocer lo que ignoramos. Dicho anhelo hace eco
en una colección editorial que puede abrir las
puertas del universo a todo aquel que se adentre
en ella con la misma generosidad con la que los
autores han compartido con nosotros su saber.
Ahora vuelvo a ver el estante con la colección
completa. En este preciso momento, un joven
revisa con impaciencia los títulos. Toma un
volumen con avidez, lee la contraportada y
sonríe. Se retira tomando rumbo hacia la salida,
con el libro bajo el brazo y la expresión propia
de quien ha encontrado algo muy valioso; algo
que —tal vez— termine de definir un camino, un
propósito, una vida.•
s ep ti em b r e de 2 016
la c ienc ia para todos
La ciencia a la
vista de todos
Testimonios del
diseño editorial
La Ciencia para
Todos
Los diseñadores de portadas de
esta colección relatan sus ideas y
experiencias, destacando su sentido
de responsabilidad para honrar la
tradición editorial de esta casa, al
tiempo que introducen elementos
innovadores.
Paola Álvarez
El diseño es una forma de pensar
y expresar por medio de imágenes, tipografía y color. Por ello al
diseñar portadas busco entregar
algo más que una buena imagen:
intento interpretar el contenido de
la obra y dejar plasmado algo de mi
propia invención. Pero deambular
entre el color, las imágenes y los
textos no es tarea sencilla, es un
juego perceptivo en el que hay que
identificar los destellos del texto y
convertirlos en imágenes y colores
que se apoyen entre sí. Por otro
lado, existe la responsabilidad de
que el diseño resulte seductor para
el lector en el sentido de que lo
atraiga hacia el libro y, una vez que
observe su presentación, se decida
a adquirirlo.
Mi decisión de estudiar diseño
surgió cuando cursaba la secundaria, acuciada por mi inclinación
y gusto por las artes plásticas, el
dibujo técnico e historia del arte.
Estudié la carrera en la Universidad de las Américas Puebla, donde
tuve la fortuna de ser alumna de
Germán Montalvo, quien sembró
en mí el amor por los libros como
objetos de diseño con su tipografía,
color y forma. Hice mis prácticas
profesionales con él y después fui
colaboradora en su estudio un par
de años más. A partir de entonces,
mi vida profesional ha estado relacionada con los libros y el diseño
editorial.
Después de colaborar con la
Coordinación de Obras para Niños
y Jóvenes de esta casa editorial,
fui reasignada a la Gerencia de
Producción. Mi ingreso a esta área
coincidió con el nuevo diseño de la
colección La Ciencia para Todos,
elaborado por el fotógrafo y diseñador León Muñoz Santini. Su propuesta gráfica permite realizar una
especie de poesía a través del color,
las imágenes y las texturas. Trabajar con imágenes de la naturaleza,
el espacio y la vida nos confronta
sep
s ep ttii e mb r e d e 2 01 6
© fce
con temas difíciles de representar.
Uno de ellos fue diseñar la portada
del libro La muerte y sus ventajas,
de Marcelino Cereijido y Fanny
Blanck, que trata sobre el descubrimiento de la muerte celular programada, entre otros temas.
El libro me planteó el reto de
representar la muerte de manera objetiva y a la vez con belleza
absoluta sin recurrir a las imágenes
convencionales de tristeza y patetismo. ¿Podría pensarse en ventajas de
la muerte? Esto me llevó a meditar
sobre las ideas de “muerte-ventajasvida-ciclos” y desemboqué en la imagen del “diente de león” que, debido
a sus beneficios medicinales para
preservar de alguna manera la vida
mediante su muerte, la forma como
florece, su cambio de color y forma,
su metamorfosis rumbo a la muerte,
me pareció sublime para representar la idea central del libro. Fue así
que elegí la fotografía de un “diente
de león” al fin de su ciclo de vida, sugiriéndonos la pregunta “¿hay algo
más allá de la muerte?”
Hay muchas experiencias más de
este tipo por compartir, pero nos
extenderíamos demasiado. He tratado de comunicar una de mis experiencias como diseñadora del fce,
labor que me permite vivir gracias
a los libros, buscando responder en
mi trabajo diario al binomio formafunción por medio del color, la
tipografía y las imágenes realistas
y de ficción. Expresar en una portada la idea o ideas centrales de un
libro es una gran responsabilidad,
la que compartimos con editores,
formadores, correctores, impresores, vendedores, en fin, todas las
personas que de una u otra manera
hacen del libro un objeto presencial en su vida, quienes manifiestan un compromiso íntegro con la
creación, transmisión y discusión
de valores e ideas, así como con la
formación de lectores, estudiantes
y profesionistas.
l a g aceta
9
la ci enci a a la vi sta d e to d o s . t est i m o n i o s d e l d i s eñ o ed i tor i al d e l a c i en c i a par a tod os
Laura Esponda
La colección La Ciencia para Todos
me gusta mucho porque sus libros
son de divulgación de la ciencia y
están dirigidos a estudiantes y a
todo aquel que, de la mano de investigadores especializados, quiera
conocer explicaciones sencillas
sobre temas diversos de las ciencias duras. Es para mí un reto y
una enorme responsabilidad hacer
portadas para estos libros, pues
éstas tienen que ser atractivas y
asertivas, sobre todo.
He diseñado portadas para esta
colección desde que se usaba el formato original concebido por Carlos
Haces y desde entonces pensaba
que era necesario rediseñarla. Esta
responsabilidad le fue asignada
a León Muñoz un diseñador muy
capaz que desarrolló una propuesta muy bien lograda que permite
libertad creativa a los diseñadores,
aunque con el tiempo nos hemos
percatado de que tiene algunos
defectos de legibilidad en formatos pequeños, como ocurre con los
catálogos. En su formato original es
un diseño legible y eficaz.
Como suele ocurrir, hay portadas más afortunadas o que a uno le
gustan más que otras. Casi todas
las 26 portadas que he diseñado
para esta colección me han dejado
satisfecha, pero tengo unas cuantas
favoritas. Unas me gustan por la
experiencia del proceso creativo,
otras por su resultado. Para algunas he hecho ilustración tradicional, y para la mayoría collage en la
computadora, casi siempre valiéndome de fotografías, imágenes proporcionadas por el autor —como la
10
l a g ac e ta
de Tiburones. Supervivientes en el
tiempo— o imágenes elegidas de un
banco, aunque en la medida de lo
posible tratamos de generar ilustraciones.
En especial podría mencionar
Por qué no hay extraterrestres en
la Tierra. La editora me instruyó
claramente que el autor no quería
la imagen de un extraterrestre
en la portada; entonces se me ocurrió aludirla elípticamente, usando
los ojos de la figura estereotipada
con el planeta reflejado en ellos.
Al autor le gustó mucho a pesar de
que, de alguna forma, iba contra su
idea original.
Disfruté mucho la elaboración de
la portada de El carbono. Cuentos
orientales, pues además de ser
un libro muy interesante, el tema
ofrecía varias posibilidades creativas y me permitió una composición
con unos simples lápices en los se
aprecia muy bien la textura del
grafito, un diamante con un juego
de hexágonos y una textura geométrica árabe como fondo.
También me divirtió mucho la
elaboración de la portada El estrés.
Qué es y cómo evitarlo, y creo
que logré generar una imagen que
transmite la sensación de opresión
que uno tiene cuando se encuentra bajo estrés. Saqué una foto del
detalle de un alambre de púas e
hice una composición en la computadora.
Otro libro que me encanta es
Niels Bohr. Científico, filósofo, humanista, coordinado por Leopoldo
García Colín, cuya portada me tocó
rediseñar. La portada anterior
tenía un collage con una foto no
muy lograda del científico montado
en una motocicleta y un retrato
suyo. Una de las premisas de las
buenas portadas es la simplicidad,
así que decidí sintetizar y eliminar
los aburridos retratos y, como el
trabajo era urgente, decidí hacer
un dibujo a modo de gesto a partir
de la foto del científico llegando a
trabajar en bicicleta.
Las portadas de los libros Terremotos; Cáncer: Herencia y ambiente; De las bacterias al hombre. La
evolución y Las toxinas ambientales y sus efectos genéticos también
me gustan mucho.
No todo es miel sobre hojuelas.
Hormonas. Mensajeros químicos y
comunicación celular, del doctor
Adolfo García Sáinz, se tuvo que
diseñar dos veces, pues la propuesta
conceptual no le gustó al autor. Era
una foto de un carrito en la montaña
rusa con personas gritando. Por un
lado, representaba la adrenalina y,
por el otro, era una metáfora de los
ciclos hormonales, pero al autor no
le gustó y tuve que seleccionar de un
banco de imágenes una imagen de
los mensajeros químicos en la transmisión de las hormonas. Ni modo, de
las gelatinas no todas cuajan.
Por los temas tratados en los
libros, mis favoritos son La huella
del agua, El agua y La Tierra tiene
fiebre, cuya portada resolví con un
montaje de una foto del huracán
Katrina. Creo que son títulos muy
recomendables dada la situación que
sufre nuestro planeta y pienso que
todos deberíamos leerlos, nos guste
o no la portada.
Las portadas envejecen, pues los
gustos cambian y hay que cambiar
© fce
imágenes. En lo personal podría
decir que en la historia de las portadas de la colección hay algunas
imágenes maravillosas de Carlos
Haces que no se pudieron conservar, pero si alguien tiene curiosidad puede verlas en la Biblioteca
Gonzalo Robles, en la sede del fce,
y conocer un poco la historia visual
de esta colección.
Carlos Franco
Carlos Haces, diseñador original de
la colección La Ciencia para Todos,
y María del Carmen Farías, entonces subgerente de Proyectos Especiales, se reunían con los autores de
los títulos para que les explicaran
el tema que debía representarse en
cada portada. Los autores les daban
los elementos necesarios para
elaborar las maquetas y yo recibía
el material y las instrucciones para
elaborar la foto: intensidad de luz,
colores, ángulos, fondos, cicloramas, filtros, sensibilidad de la
película y velocidad para lograr los
efectos buscados.
Para elaborar la fotografía de
Más allá de la herrumbre, i, tuve
que ir al deshuesadero de Santa Fe
en la Ciudad de México, caminar
entre los coches y así poder tomar algunas fotos que mostraran
la corrosión. Caminar entre las
barrancas fue como una excursión,
pues entonces apenas iniciaban las
construcciones en esa parte de la
ciudad.
Una foto que nos costó mucho
trabajo elaborar fue la del libro La
superficie de la Tierra; Tuve que
ir al cerro de San Lorenzo Tezonco
para combinar dos elementos: la
s ep ti em b r e de 2 016
la c ie nc ia para to do s
luna y el desgajamiento del cerro,
en un atardecer. Fue muy difícil
hacer el fotomontaje y tuve que utilizar trucos. En el mismo sentido,
creo que la portada de El carbono.
Cuentos orientales ha sido la más
difícil de lograr: doble exposición
(subexpuesta, normal, sobreexpuesta) para tratar de salvar el
lugar donde entraba el segundo
elemento.
Detrás de las fotos de estudio
hay un enorme trabajo, una gran
laboriosidad; por ejemplo, para
La inquieta superficie terrestre,
Carlos Haces hizo la maqueta: un
volcán haciendo erupción. Creó un
ambiente con colores rojizos para
el cual tenía que preparar las luces.
Utilizamos sal de uvas y polvo para
darle color a la espuma, el reflector
lo hicimos con una lata de leche
Nido para iluminar la espuma,
hicimos tres o cuatro tomas con
diferentes diafragmas y velocidad
para lograr la imagen buscada.
En la lagunilla compré animales
vivos, lámparas de mineros, planchas antiguas y otros utensilios; los
“Diseño que
requiere explicación
no funciona”. Es una
frase simple pero muy
útil porque te advierte
que una imagen de
portada debe decir lo
suficiente para que el
lector se interese en
el tema del libro, sin
ser tan obvia como
para eliminar el
interés por su
contenido.
investigadores también nos prestaban sus herramientas de trabajo,
objetos de los laboratorios. En una
ocasión viajé al Centro Nuclear en
Salazar, Estado de México, para obtener una foto. A todo esto hay que
sumar que las portadas tenían
que estar terminadas de un día
para otro, pues se publicaban muchos títulos en el año.
Aprendí mucho de Carlos Haces, él era una persona accesible,
abierta, muy sensible e inteligente,
con mucho ingenio y con una gran
facilidad para crear las maquetas
y representar el ambiente buscado.
Captaba perfectamente lo que el
autor quería y tenía gran capacidad
para expresarlo. Decía: “Tenemos
que hacer un trabajo de romanos”,
es decir, generar la idea, conseguir
los elementos, tomar fotografías y
revelarlas en papel.
Esto es muy importante al
abordar el diseño de una portada,
sobre todo en una colección como
La Ciencia para Todos, cuyos temas
son complejos y muchas veces
desconocidos por el lector o que se
les considera difíciles de entender.
En este caso creo que la imagen de
la portada es muy importante, pues
funciona como una llamada o invitación a la lectura del libro. Trato
que las imágenes sean simples,
enigmáticas y hasta simpáticas por
el tipo de público al que van dirigidas, jóvenes en su mayoría.
Para esta colección he hecho
más de una veintena de portadas,
la mayoría de las cuales he disfrutado porque los temas científicos
son interesantes en sí mismos y
sobre todo por la forma sencilla y
clara como son expuestos. Decir
cuál portada me ha gustado más
es difícil, pero viene a mi mente la
de Telescopios y estrellas porque
no quería que la imagen fuera una
calca del título, sino que mostrara
lo que el telescopio ha significado
para el hombre: una amplificación
de la vista humana que nos permite escudriñar el universo; entonces, coloqué un ojo fusionado con
una estrella y el resultado me
pareció muy bueno. Creo que para
cualquier diseñador es importante
tener totalmente clara la idea central del libro para poder proponer
imágenes simples pero de fuerte
significado; no es fácil de lograr
pero todos los días lo intento.
Hace 30 años, cuando no contábamos con los medios digitales para
hacer pruebas de ensayo y error
(cientos de veces), la realización de
portadas era mucho más tardada;
el diseñador tenía que valerse de
objetos existentes, o muchas veces
elaborarlos él mismo para crear
las composiciones que expresaran
su concepto. Recuerdo las magníficas maquetas que por mucho
tiempo realizó Carlos Haces para la
colección, en particular una que se
volvió emblemática: la de la primera edición de Las musas de Darwin.
Éste es un buen ejemplo de cómo un
solo objeto puede sintetizar perfectamente un concepto. Ahora el
proceso es distinto pero no menos
difícil, porque cualesquiera que
sean las herramientas que utilicemos, lo más importante sigue siendo tener un concepto claro del tema
para poder sintetizarlo y crear una
imagen que lo comunique y no sólo
lo adorne.•
Ignacio Padilla
(1968-2016)
El Fondo de Cultura Económica
se une a la pena que embarga al
medio literario y a los lectores
de habla hispana por la muerte
del prolífico, reconocido y joven
escritor Ignacio Padilla.
Escribió alrededor de treinta
libros de casi todos los géneros
en los que mezcla con acierto
y elegancia la sensibilidad y
la inteligencia, la ironía y la
comprensión, la fantasía y el
rigor, el léxico elevado y el habla
popular, todo ello en un estilo
exuberante sólo limitado por la
claridad de sus bellas historias.
Quienes lo conocieron destacan
su bonhomía y su decencia.
Autor, traductor y prologuista,
en el fce publicó dos títulos de
su aclamada trilogía sobre
Cervantes y los libros para niños
Por un tornillo (2009), Todos
los osos son zurdos (2010) y El
hombre que fue un mapa (2014),
además tradujo junto con Ix-Nic
Iruegas Alicia en el país
de las maravillas.
Teresa Guzmán
Llevo 25 años diseñando portadas
para el fce y cada vez que comienzo
una me repito la lección que aprendí en la universidad: “Diseño que
requiere explicación no funciona”.
Es una frase simple pero muy útil
porque te advierte que una imagen
de portada debe decir lo suficiente
para que el lector se interese en
el tema del libro, sin ser tan obvia
como para eliminar el interés por su
contenido.
s ep ti e mb r e d e 2 01 6
l a g aceta
11
trabajos
recibidos
convocatorias
12 títulos
CIENCIAS DE LA TIERR A
25 títulos
CIENCIAS APLICADAS
30 títulos
BIOLOGÍA
22 títulos
ASTRONOMÍA
Áreas temáticas
175
3
6
La
Ciencia
países participantes:
Argentina, España,
México, Perú,
Puerto Rico
y Venezuela
Premio Internacional
de Divulgación de la Ciencia
Ruy Pérez Tamayo
Infografía: Luis Miguel Cruz Ceballos
Concurso
Leamos
La Ciencia
para Todos
instituciones
organizadoras
17
Línea
del tiempo
países participantes: Argentina, Brasil,
Canadá, Colombia, Cuba, Estados Unidos,
México y Perú
8
ganadores
2 800
Más de
trabajos recibidos
430 072
concursos
iberoamericanos
6
concursos
nacionales
14
23 títulos
VARIAS
20 títulos
SALUD
11 títulos
QUÍMICA
9 títulos
MATEMÁTICAS
57 títulos
FÍSICA
14 títulos
ECOLOGÍA
16 títulos
CIENCIAS DEL MAR
Jaime García Terrés
(1924-1996), director
del FCE de 1983 a 1988
Carlos Haces (1949),
primer diseñador
de la colección
Marco Antonio Pulido
(1937), jefe de
publicaciones durante
20 años, hasta 2006
María del Carmen Farías
(1944), coordinadora
durante 20 años,
hasta 2006
Alejandra Jáidar
(1938-1988),
coordinadora
fundadora
Fundadores
3
mujeres
18
hombres
actuales
21
miembros
fundadores
10
miembros
Comité
Editorial
Fernando de Alba Andrade,
autor más longevo de la
colección (97 años,
El desarrollo de la
tecnología)
Diana García, autora
más joven de la colección
(29 años, El fotón
de Asclepio)
José Luis Córdova Frunz,
autor del libro más exitoso
de la colección:
La química y la cocina
extranjeros
25
mexicanos
181
hombres
154
52
mujeres
autores publicados
206
Autores
para Todos
Celebración del 30
aniversario de la colección
2016
Se lanza la convocatoria
del primer Premio
Internacional de
Divulgación de la Ciencia
Ruy Pérez Tamayo
2011
Se publica el título
número 200: Cien años en
la vida de la luz, de Luis de
la Peña
2004
La colección cambia su
nombre por el de La
Ciencia para Todos
1997
Aparición del título
número 100:
El océano y sus
recursos, xii, de J. L.
Cifuentes, P. Torres y M.
Frías
1991
Primera
emisión del Concurso
Nacional “Para Leer La
Ciencia desde México”
1989
Se publican las 17 obras
inaugurales de la
colección
1986
Se proyecta la colección
La Ciencia desde México
1984
l a cie nc ia para tod o s
De incertidumbres
y certezas
La autora relata el cambio que significó para
su vida haber participado en el concurso Leamos
la Ciencia para Todos, desde sus inquietudes
científicas infantiles en su natal Oaxaca, hasta
su enfilamiento en una carrera de posgrado
en una universidad de la Ciudad de México.
lise canseco
E
l tiempo de la infancia parece
ño Crecí en Oaahora un sueño.
xaca, donde empecé a conocerr
las cosas del mundo divididas
en materias. Esto me causó
entonces un conflicto difícil
de entender, pues me gustaban
muchas materias, creo que todas, y sentía como
si hubiera algo injusto en ello, pues no podía tener
“una favorita” que considerase “mía”.
Finalmente elegí estudiar arquitectura por ser
la más cercana a las artes visuales. Sentía gran
placer al dibujar lo que se me ocurriera en el programa de computación especial para hacer planos. Sentía una impresión de precisión gracias a
la capacidad del programa para representar las
cosas con exactitud geométrica.
De niña me gustaban las matemáticas, creo que
porque se me facilitaban y había algo en ellas
que me ayudaba a entender, a decir. Acaso me
favorecía el hecho de ayudar a mis abuelos en la
papelería. Todas las tardes, durante varios años
cuando cursé la primaria, estaba en contacto con
el dinero, lo que implicaba contar, recibir cantidades, calcular, dar el cambio, etcétera.
Participé por primera vez en el IX Concurso
Leamos La Ciencia para Todos con un texto y un
video sobre el libro Caos, fractales y cosas raras
de Eliezer Braun. Debo admitir cierta timidez en
el desarrollo de ese trabajo. Entonces todo me
parecía ajeno, desde ver la convocatoria hasta
comenzar a usar las nuevas tecnologías. No tenía
claridad de cómo enfrentarme a lectores imaginarios. Aun así logré obtener una mención, no
recuerdo los detalles y no encuentro las comunicaciones en correos electrónicos para corroborarlo. El caso es que esta experiencia me motivó a
escribir de nuevo para la siguiente convocatoria.
Tenía muchas ganas de hacerlo a pesar de que
la ciencia no estaba entonces entre mis intereses
principales, pues mi actividad está y sigue estando
orientada a las artes visuales. Pese a mi facilidad
para las matemáticas, sentía que no eran “lo mío”,
pues en la secundaria y bachillerato (ese tiempo
rebelde) no entendía para qué me servirían.
14
l a g ac e ta
Pero a raíz de mi primera experiencia como
P
con
concursante y con la práctica de mis trabajos
plá
plásticos y gráficos, empezó a tomar fuerza en
mí la necesidad de explorar ese campo, en especial la geometría.
Para participar por segunda vez en el concurso
Leamos la Ciencia para Todos lo primero que hice
fue revisar de nuevo la lista de libros disponibles
para trabajar. A pesar de que la convocatoria sugería ciertos títulos para secundaria en adelante
y otros para bachillerato en adelante, sin importar el grado escolar que uno cursara, se podía elegir el título libremente.
No pude evitar el trauma al ver que no conocía muchos temas que se suponía ya conocía por
haberlos cursado. En fin, me enfoqué en matemáticas, lo más cercano a la geometría. Esto me
permitió una mejor elección de los temas que
me motivaban, sobre todo porque estaba interesada en la forma y en cómo expresarla en un
plano o volumen. Con un interés casi romántico
realizaba caleidociclos, que son figuras que se
pueden armar con papel, se estructuran con una
retícula de triángulos y, al final, quedan como un
anillo que puede girar sobre sí mismo sin deformarse ni romperse. Yo dibujaba y armaba pero
me hacía falta algo que hablara de esos fenómenos que me interesaban.
Me costó trabajo elegir los libros, pues todos
tenían temas muy interesantes. Además sentía
emoción al ver su contenido, pues comprendía
la intención de los autores de hablar a cualquier
persona que quisiera comprender, a jóvenes en
formación, a criaturas.
Escribí tres ensayos sobre tres libros. Recuerdo en especial Aventuras de un duende en el mundo de las matemáticas de Carlos Prieto de Castro.
Otros que recuerdo con agrado son La caprichosa forma de Globión de Alejandro Illanes Mejía,
Mathema, el arte del conocimiento de Fausto Ongay y ¿En qué espacio vivimos? de Javier Bracho.
Es curioso cómo los escribí. Puse música a alto
volumen y seguí escribiendo como si se estuviera en una fiesta, sin importar si era de madrugada. De pronto me sobrecogían la inseguridad y el
miedo. Casi me susurraba a mí misma no escribir, que no tenía sentido. Entonces me enfocaba
en la música y seguía escribiendo. Era como si ese
sonido me sirviera de fondo, de marco o de base,
más fuerte que la inseguridad.
Me reconfortaba pensar que mi nombre, perdido entre miles de concursantes, pasaría inadvertido. Seguía escribiendo como si nadie hubiera de llegar a saber nunca quién era la autora de
esas líneas. Fue extraño, pero ese pensamiento
de anonimato me ayudó a terminar los ensayos.
Eso y la música.
Cuando conocí los resultados no podía creerlo.
Fue algo increíblemente bueno, un primer lugar,
un tercer lugar y una mención. Creo que escribir
esos tres ensayos me ayudó a ir puliendo, mejorando, entendiendo el contenido y así mi esfuerzo
pudo dar fruto.
Como había fingido no estar al pendiente de los
resultados, pues temía decepcionarme, no puse
demasiada atención en lo que implicaba el primer
lugar, hasta que un amigo que había sido ganador
en años anteriores me dijo: “Entonces irás a una
estancia de investigación”.
Sólo hasta entonces leí con atención las indicaciones y condiciones. Sí, era una estancia de
investigación, había una lista de investigadores y
debía elegir a uno. Por supuesto, sería en el D.F.,
ahora Ciudad de México. Escribí “arte + arquitectura” en el buscador de asesores inscritos en la
Academia Mexicana de Ciencias —no recuerdo
con exactitud los términos— y apareció el nombre del doctor Nicolás Amoroso Boelcke, de la
Universidad Autónoma Metropolitana, campus
Azcapotzalco (uam-a). Cada vez parecía más cercano el cambio.
Las condiciones advertían que uno no podría
sostenerse solo con el apoyo económico para la
estancia. Abrí una cuenta de banco (un requisito)
y me planteé la posibilidad de no solo hacer la estancia, sino quedarme definitivamente en el D.F.
Quedarme definitivamente en el D.F., esa ciudad
a la que mi madre nos llevaba de niños, de adolescentes. Locura. Miedo. Deseo. Aventura. Tal vez la
oportunidad de la estancia fue solo la puntilla para
seguir mi impulso de cambiar de ciudad. Conforme se acercaba la fecha, recorría el centro de Oaxaca, las calles donde crecí, con la certidumbre de
que muy pronto mis calles cotidianas serían otras,
lejanas.
Recuerdo que imprimí la página del concurso y
la lista donde figuraba mi nombre junto con muchos otros. Veía las hojas impresas como la prueba de que todo lo que pensaba estaba sucediendo
en la realidad.
En menos de un mes reorganicé todas mis actividades. Desocupamos un pequeño taller que
rentábamos cerca de casa, guardé ahí todas mis
cosas y mi entonces novio se animó a viajar conmigo. No era una decisión fácil, pues el plan no
incluía regresar a vivir a Oaxaca.
En la Ciudad de México, una prima muy querida nos recibió en su departamento. Debo decir
que sentí el cambio muy abrupto, tal vez rudo,
pues nos instalamos por el rumbo del metro Canal del Norte, cerca de Tepito. Fue impresionante
conocer el movimiento de esa zona.
El doctor Amoroso Boelcke me incorporó a su
seminario. Mi experiencia fue increíble y muy estimulante para seguir aprendiendo, conociendo
personas y sintiendo un mundo nuevo. Conocer
en ese seminario a muchas personas que valoraban la transdisciplina fue gratificante y de gran
valor para mi espíritu. Poder entender el mundo
así, desde una actividad que disfruto mucho, pero
con libertad para incursionar en otras parcelas
me produce regocijo.
Después se abrió la posibilidad de estudiar una
maestría en la uam-a. La cursé, me quedé en la
Ciudad de México y en poco tiempo pudimos establecernos en San Pablo, Azcapotzalco.
Rememoro la sensación de nervios, un poco de
miedo, emoción, aventura, nostalgia de mi Oaxaca. Recuerdo también el profundo sentimiento de
admiración por el trabajo del Fondo de Cultura
Económica. Uno a veces tiene desconfianza en
las instituciones y en sus procesos. Participar
con todos mis recursos y sobreponerme a la inseguridad me han fortalecido en sentidos inmediatos, como cambiar de ciudad y otros que revaloro
a ocho años de haberme mudado a la Ciudad de
México.•
s ep ti em b r e de 2 016
la c ienc ia para todos
F
Cuando
el dinosaurio
conoció al tiburón
Relato de las peripecias al escribir
un libro para concurso, de su contenido,
de las experiencias vividas al presentarlo
en diversas ferias de libros, de las
es
amistades hechas, las satisfacciones
obtenidas y la ratificación de la
importancia del fomento a estas
actividades.
álvaro chaos
s ep ti e mb r e d e 2 01 6
© andrea garcía flores
ue un lunes decembrino cuando
apareció la noticia en el diario
de la Ciudad de México donde escribo. Se convocaba a participar
en el segundo Premio Internacional de Divulgación de la Ciencia Ruy Pérez Tamayo del Fondo
de Cultura Económica (fce). Suele ocurrirme que
cuando me entero de convocatorias a concursos
de premios literarios, plazas laborales y hasta de
espectáculos, el plazo ya se ha agotado o le queda
muy poco tiempo ¿Será que voy en el último vagón? Esta vez fue la excepción. El plazo concluía
en julio. ¡Tenía seis meses para escribir un libro!
Ahora sí era posible acabar en ese lapso.
Sólo una vez había logrado terminar un escrito para presentarlo en competencia. Se trató del
Premio Nacional de Divulgación de las Ciencias
y Tecnología Juan Oyarzábal, que organizaba
—no sé si todavía lo haga— la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (uacm). En esa
ocasión me enteré por mi hermana con bastante
antelación. Tenía la idea del libro y algún material desarrollado pero la enfermedad terminal de
mi padre me impidió terminarlo para concursar
entonces. A la siguiente convocatoria, ya con más
bríos y mejor ánimo, competí con un texto sobre
la evolución biológica, donde expuse las nuevas
formas de aproximarse a su estudio. La evolución
biológica es el fundamento que da unidad a la
ciencia de la biología. Es el fenómeno que explica todas las causas de las configuraciones de los
seres vivos y sus ensambles. Por esta razón, la
evolución es la columna vertebral del plan de estudios de biología, compuesto por tres materias.
La primera es la sistemática. En ella estudiamos
la transformación de las especies en un horizonte
de 3500 millones de años, cuando surgió la vida.
La ciencia postula que todas las especies provienen de una población ancestral de individuos similares a las bacterias, a partir de la cual ha ocurrido
la especiación, que ha generado la rica biodiversidad actual. Estudiamos cómo descubrir la maraña de relaciones de parentesco y cómo representarla en un dibujo denominado árbol filogenético.
De allí sabemos que nuestros hermanos más cercanos son los chimpancés y los bonobos, y que las
aves son descendientes de los terribles dinosaurios y que como tales son dinosaurios también.
La segunda materia es la biogeografía, que identifica dónde viven las especies y expone las razones de su residencia en determinadas zonas del
planeta. Por ejemplo, ¿por qué hay koalas exclusivamente en Australia? ¿Por qué hay leones en las
sabanas de África cuando podrían vivir cómodamente en las pampas argentinas también? ¿Cómo
es posible que los avestruces africanos, los emúes
australianos y las reas sudamericanas, grandes
aves pedestres emparentadas, vivan en lugares sin
conexión terrestre alguna? ¿Cómo se dispersaron
a través de mares enormes? ¿Se dispersaron acaso? Evidencias descubiertas al responder esta última cuestión llevaron a descifrar que antaño los
continentes estuvieron unidos. La especie antecesora deambuló por las tierras unidas, hasta que éstas se fragmentaron, produciendo los continentes
de África, Australia y Sudamérica. Posteriormente cada población de aves se adaptó a las condiciones de sus respectivos ambientes, originando las
tres especies actuales de pajarotes no voladores.
La tercera materia es la evolución, que redondea todo. En ella estudiamos las causas de que las
poblaciones cambien, evolucionen. En las otras
dos materias rastreamos el parentesco de los organismos, fijándonos en sus formas y en su distribución geográfica. Con el estudio de la evolución
se amalgama todo, como si fuera la piedra filosofal
de todo esto. Se pensará que la teoría evolutiva que
estudiamos es la de Darwin pero la más aceptada
en la actualidad es la síntesis formulada en la década de 1940. En ella se retoma la fuerza descubierta por Darwin y Wallace, la selección natural,
pero se añaden muchos otros elementos, como la
genética de Mendel, el monje de los chícharos que
empezamos a estudiar en preparatoria.
Ésas son las materias que impartía y sigo impartiendo en la Facultad de Ciencias de la unam. Me
había dedicado a investigar las maneras novedosas de abstraer la evolución. Esto incluía estudiar
y aprender temas cargados de matemáticas y modelados en computadoras, ambientes desconocidos para mí como biólogo típico, excepto la programación, gracias a que antes de iniciar la carrera de
biología había estudiado programación. Después
l a g aceta
15
cuand o el d i nos aur i o co n o c i ó a l t i bur ó n
de sumergirme en el mundo de los sistemas complejos, de la autoorganización y del caos, entendí
que estos acercamientos contestaban muchas preguntas que la síntesis moderna no podía contestar.
Alegremente añadí esos temas al curso de Evolución con magnífica acogida por los alumnos. Eran
cosas que ellos desconocían y que les ampliaban la
visión de la evolución, tal como me había sucedido
a mí. El problema consistía en que la bibliografía
era escasa, muy técnica y difícil de obtener, incluso en inglés. Por eso me entusiasmé cuando supe
del concurso patrocinado por la uacm. Escribiría
un libro sobre temas limítrofes de la evolución biológica, con el cual facilitaría su comprensión a los
alumnos y a cualquier interesado, con la posibilidad de ganar una buena suma de dinero.
Titulé el libro Cazadores de monstruos y obtuvo el primer lugar. Todo iba sobre ruedas pero el
tiempo pasaba y el libro no se imprimía. Pasaron
uno, dos, tres, cuatro años y el barquito, digo el
librito, no salía al mercado. Varias amistades me
reclamaban: “¡Álvaro, qué mala onda, no me has
dado tu libro!” Yo ni recordaba a qué se referían.
Había olvidado el tema. Por supuesto que no me
creían cuando les informaba que no estaba impreso aún. Pensaba con tristeza que a ese paso mi intención de mostrar la última frontera de la ciencia
biológica se convertiría en historia de la biología.
Pasó un cuatrienio y por fin salió el libro pero surgió un segundo escollo: no se distribuía. Mis alumnos no podían adquirirlo aun en los planteles de la
uacm. Comprendí por experiencia propia el triste
destino de infinidad de títulos en México, de lo absurdo del proceder, de cómo desperdiciamos dinero y trabajo. Transcurrieron varios meses hasta
que logré saber que el libro se encontraba en las
librerías Educal. Me puse de acuerdo con la persona que dirige la sucursal de esta cadena en Ciudad
Universitaria, ubicada dentro del museo Universum, para que me llevara tantos ejemplares según
la demanda del alumnado. Cada inicio de semestre
iba a recoger unos cincuenta ejemplares para llevarlos a las aulas. Me sentía como los vendedores
de garnachas que abundan en el campus. Solo me
faltaba mi puesto con cobija. Debo mencionar, eso
sí, que la edición quedó muy bonita, a colores, con
las gráficas muy bien hechas.
Cuando leí la convocatoria del Premio Ruy Pérez Tamayo recordé el trajín que acabo de contar.
Mi esfuerzo por divulgar esas ideas científicas que
apenas rompían el cascarón no había funcionado
como esperaba. Este segundo libro sería una continuación del primero. Escribiría, si la suerte me
acompañaba ganaría y, ahora sí, el libro se divulgaría.
Diciembre no es un mes adecuado para poner
las ideas claras. En enero maquiné mentalmente el
esquema general. En febrero, ya embalado por la
actividad académica, empecé el primer borrador.
Decidí hacer pequeñas secciones para imprimirle
agilidad al texto, de modo que me era fácil incorporar ideas o temas que surgían de mis discusiones
en clases o durante seminarios. El libro comenzaba a tomar forma y tamaño, virtuales claro; lo que
aumentaba era la cantidad de octetos —bytes, en
inglés—.
Una mañana de domingo soleada, fresca y
transparente, dando mi acostumbrado recorrido
en bicicleta por el campus, sentí un picor en la garganta justamente cuando pasaba a un costado de la
Facultad de Filosofía y Letras. Tres días después
estaba en cama con influenza. Tardé dos semanas
en comportarme de nuevo como humano en vez de
parecer muerto viviente y seis semanas después
me sentí, por fin, dueño de mi cabeza. Me costó
mucho retomar la inspiración y el hilo del escrito.
Iluso de mí, pensaba que el malestar era como un
catarrito pero el maldito virus me vapuleó, y encima, me recordó la frasecita célebre de Agustín
Carstens. Los compromisos postergados reclamaban atención. El tiempo pasaba y yo no escribía.
El tiempo que me quedaba para finalizar el libro
era justo. La alternativa de postergar su finalización no era viable porque el concurso es bianual,
mucha espera, además, quién me aseguraba que el
concurso continuaría vigente.
Aceleré y terminé el fin de semana previo al
plazo. Pero ¿y el título? Mucha gente dice que no
hay que juzgar un libro por su portada ni a una
persona por su apariencia, lo cual es cierto, pero
una presentación sexy nunca está de más, seduce.
La experiencia con mi libro anterior me decía que
debía echarle coco a éste. Recordé el día en que le
explicaba a un sobrino de ocho años que los pollos
eran dinosaurios. A medida que se lo explicaba,
16
l a g ac e ta
su asombro crecía. Al terminar, mi primo de 30,
presente también, exclamó: ¡Vaya, casi te la creo!
Cuando le dije que no era un cuento, él también
se asombró. Fue entonces cuando se me ocurrió
el título del libro: ¡Hay un dinosaurio en mi sopa!
Lo curioso es que no pocos colegas piensan que el
enunciado no es verdadero. Que uno sea sonorense
no quita lo mexicano, les contesto. Igual pasa con
las aves: un pingüino es un ave y un dinosaurio.
Son dos niveles de pertenencia. Estas minucias
aparentes me dejan la sensación de que es necesaria mayor divulgación científica. Mi única duda
era si mi libro podría ser confundido con un libro
para niños a primera vista. Pensé que este inconveniente podría salvarse con una portada adecuada. A pesar de eso, el libro fue recomendado una
vez como un excelente regalo para el Día del Niño.
¡Disculpas a los pequeños! Elegir seudónimo fue
más fácil. Acababa de ver un reportaje sobre los
suricatos en África, animales que viven en la sabana y que se caracterizan por su simpática posición
erecta al otear en busca de depredadores. Ahora
sí, ya estaba todo. El suricato sería el autor.
Ese mismo día salí a imprimir las tres copias
que pedían, fui a una papelería a las faldas del
Ajusco, a unos metros de las oficinas centrales del
fce. Una hora después ya estaban engargoladas y
metidas en el sobre; corrí a las oficinas donde debía entregar todo. Regresando a casa descubrí que
había olvidado meter algunas partes que si bien
La ciencia es, quizá junto
con la filosofía, la única
actividad humana que provee
conocimiento. Enseña a
estructurar el pensamiento,
a identificar lo lógico, a
eliminar contradicciones
e incongruencias, a evitar
supercherías. Su objetivo
es entender el mundo
y predecirlo, dominarlo.
El saber empodera.
no afectaban la estructura ni el entendimiento del
libro, sí hicieron falta para redondearlo y pulirlo.
¡Esa influenza!
Un día de septiembre recibí una llamada del
fce. De momento no entendí el motivo, si el fallo
se daría a conocer en octubre, según recordaba
erróneamente. ¿Había olvidado poner algo? Seguramente la influenza seguía haciendo de las
suyas, pensé, pues no había razón para llamarme si el sobre con mis datos reales permanecía
cerrado. La única justificación para abrirlo era
que yo había ganado, pero mis neuronas no me
daban para tanto. Minutos después Tomás Granados me daba la gran noticia y los miembros del
jurado me enviaban una ovación telefónica. Se
me invitaba a recibir el premio durante una conferencia de prensa en la librería Rosario Castellanos y luego asistir a un programa en Foro TV.
A todo asentí. Colgué. Pasaron unos minutos y
grité feliz.
Acudí a recibir el premio. Conocí al director
del fce, José Carreño, al gerente editorial Tomás
Granados, al editor Miguel Nadal y al ganador
del primer premio, al colega Mario Jaime. Recibí
como regalo su libro: Tiburones. Supervivientes
en el tiempo, el cual me dedicó amablemente, rubricándolo con un peculiar autógrafo en forma de
escualo. Es un amante de los tiburones. Pasé mi
vista detenidamente por esas 303 páginas azules y encontré un trabajo de biología preciso cuya
profundidad espero entendamos pronto los humanos. Luego supe que él también es biólogo de
la Facultad de Ciencias de la unam, que también
ama escribir y que tiene una hermana arquitecta
que se llama Aldara.
En diciembre del mismo año presenté el libro en
la fil de Guadalajara donde, por coincidencia, la
ciencia tenía un lugar por vez primera. Allí, minutos antes de hablar, me dieron mi ejemplar de ¡Hay
un dinosaurio en mi sopa! ¡Tres mil ejemplares!,
una barbaridad. Seguramente sobrarían muchos
en un país que, según se dice, no lee, menos temas
científicos. Durante el acto tuve el honor de conocer al mismísimo Ruy Pérez Tamayo. Me di una
vuelta por la fil, salivando ante la magnífica oferta editorial y demás artilugios literarios.
Desde entonces he tenido el honor de ser invitado a hablar sobre el libro en diferentes ferias
de México y Guatemala. He conocido a muchas
personas del fce, quienes siempre se han portado
muy amables y profesionales en la organización
de estos eventos. Ha sido una experiencia novedosa y enriquecedora para alguien que está acostumbrado a los congresos, a las conferencias y al
modus operandi científicos, donde uno no tiene
la oportunidad de interactuar con gente de otras
áreas especializadas de nuestras ciencias. Gracias
a las ferias de libros he comprendido que la ciencia
realmente interesa a muchas personas ajenas a la
disciplina, que están ávidas de escuchar y leer sobre lo que hacemos los científicos y, lo más importante, que cuando los eventos se planifican bien y
se realizan con profesionalismo, la respuesta de la
gente es muy buena. Prueba de lo anterior es que
la primera edición de ¡Hay un dinosaurio en mi
sopa! se vendió toda, ¡sí, esa que pensé inagotable!
Para mayor satisfacción mías hará cosa de un mes
salió la segunda impresión.
La ciencia es, quizá junto con la filosofía, la única actividad humana que provee conocimiento.
Enseña a estructurar el pensamiento, a identificar lo lógico, a eliminar contradicciones e incongruencias, a evitar supercherías. Su objetivo es
entender el mundo y predecirlo, dominarlo. El saber empodera. Las grandes revoluciones, aquellas
que producen un cambio de vida donde se crean
relaciones nuevas entre los hombres y sus artificios, son científicas siempre. ¿Cuántos inventos
no han sido el combustible de las abruptas transformaciones sociales, culturales, artísticas? Con
lo anterior no quiero minimizar el papel de otras
actividades humanas, cada una tiene importancia
en su propio contexto, sólo deseo subrayar el lugar
de la ciencia. Así como el arte es único en transmitir realidades sin explicarlas, la ciencia es única
en explicarlas sin proyectar sensaciones. Por ello,
cuando ciencia y arte se maridan, el resultado es
superior. Uno no sólo siente amor, libertad, alegría
o tristeza, sino que entiende por qué experimenta
esos sentimientos. Esto da para discusiones largas
y ricas. Mi objetivo aquí es destacar que el pensamiento científico puro y consecuente es inmune a
la manipulación, a la pseudociencia y al acomodo
irresponsable, tendencioso e ignorante de datos,
como muchas extrapolaciones estadísticas, por
ejemplo, si resulta que nueve de 10 ratones enjaulados desarrollan cáncer después de estar expuestos al humo del cigarrillo en los Estados Unidos,
el dato significa exclusivamente eso, no que los
humanos corran igual riesgo. Lamentablemente
estamos viviendo una época donde germinan las
semillas del retroceso. Entre la enajenación religiosa y la enajenación económica vemos resurgir
grupos políticos de tendencias reaccionarias. El
nacionalismo, la religión, el racismo, el maltrato,
la xenofobia y la adoración a la divergencia e independencia de la tribu son ominosos augurios de un
ambiente donde la exaltación de las diferencias no
hará más que producir fanáticos letales. La ciencia nos enseña que todos venimos de África, que
todos hablábamos un lenguaje, que las fronteras y
las independencias son franquicias de los modelos
económicos.
La colección La Ciencia para Todos cumple 30
años, felicito a los creadores de la iniciativa y a sus
continuadores. Divulgar la ciencia es uno de las
actividades importantes para avanzar, progresar,
hacer a los hombres menos esclavos de los otros,
de ellos mismos y de sus pensamientos supersticiosos. Allí es donde brilla el otro acierto: el Premio Ruy Pérez Tamayo. Concursos literarios hay
muchos, de todos los géneros, pero no de ciencia.
Sólo me resta desearle larga vida y éxito al premio
y agradecer al fce que me haya distinguido con él
en 2014.
¡Bienvenido sea quien llegue a acompañar al tiburón y al dinosaurio!•
s ep ti em b r e de 2 016
la c ie nc ia para tod o s
Relato de la recepción, novedad
y consecuencias de la colección
La Ciencia para Todos en Argentina.
Hacía falta algo así…
Treinta
años de
compartir
ciencia
diego
ego golombek
Y
a había pasado la época de oro
de la edición en nuestro país,
cuando la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba)
y el Centro Editor de América Latina (ceal) inundaron
kioscos, librerías y bibliotecas
con una propuesta completamente novedosa para
nuestro lejano sur: ofrecer textos de calidad indiscutible a bajo costo, dando así un nuevo sentido al
concepto “cultura popular”. Allí estaban esas reliquias, en los estantes de mis padres, escondidas
en el recuerdo y, en el mejor de los casos, en la pequeña biblioteca escolar. En esos anaqueles había
algunos tesoros, sí, pero con títulos poco atractivos
para adolescentes que quisieran conocer el infinito y más allá. Tampoco nuestros vecinos conosureños más cercanos hacían mucho honor a contar
de qué se trataba esa aventura llamada ciencia.
Pero de a poco los nuevos visitantes fueron llegando a descubrirla en la feria del libro, en algún
anaquel de librería especializada, en la calle Corrientes que nunca duerme, en lo que fuera aquella
primera “Librería del Fondo” en que nuestros dedos
y nuestros ojos revisaban lomos, índices, contratapas. Finalmente, La Ciencia para Todos (entonces
con otro título) estaba entre nosotros como una
brújula, un norte que venía del norte y nos marcaba
lecturas y caminos a seguir. Sí: era posible compartir la ciencia en nuestro idioma, en una aventura en
que los héroes también fueran latinoamericanos y
los libros fueran, antes que nada, objetos literarios,
cuidados, pensados, donde el contenido no tuviera
nada que envidiarle al estilo ni viceversa. El objetivo era claro desde el mismo lema de la serie: contar
la ciencia con ojos y sombreros mexicanos (sí, se
trataba de “La ciencia desde México”, un título for
export que, siendo sinceros, era justo en su afán de
elegir a los mejores científicos del país de las pirámides y los chiles y ponerlos a narrar el mundo con
mirada científica). Allí estaba todo, desde el mismísimo comienzo: el universo, los océanos, la materia de que están hechos los sueños. Comenzaron
tímidamente pero se multiplicaron rápido, y nosotros, lectores de ultramar, ni siquiera podíamos
llevar la cuenta, con decenas de propuestas amenas, rigurosas, literarias (y vaya rabieta enterarse
de que aquél título que esperábamos con ansia no
había traspasado las fronteras). De a poco fuimos
conociendo a nuestros héroes: Pirincho Cereijido,
s ep ti e mb r e d e 2 01 6
Julieta Fierro, Ruy Pérez Tamayo y tantos otros,
esperándolos año a año. Si la misión original era
que “los jóvenes conocieran algo de ciencia de manera amable”, el objetivo estaba cumplido.
Un breve recorrido de autoestopista por
el universo de los libros de comunicación
de la ciencia
¿Y qué aprendimos en estos 30 años? Mucho, sin
duda: cuando se tienen raíces sólidas, los retoños
evolucionan de manera sorprendente.
Aprendimos, por ejemplo, que la vida cotidiana está repleta de historias por contar y que hay
ciencia en el amor, en la comida, en el bostezo o
en la muerte (tema este último al que nuestros
colegas mexicanos nos han enseñado a tenerle un
poquito menos de respeto). También que lo lejano, el mundo de las galaxias, el fondo del mar o el
interior de una célula pueden ser igualmente fascinantes si encontramos el tono justo, la metáfora
que nos haga cosquillas, la aventura que nos invite a ser protagonistas.
También supimos que los títulos son un arte.
Obnubilados por frases maravillosas, fantásticas,
alegóricas, dignas de Lovecraft o el Popol Vuh, a
veces olvidamos que el libro entra por los ojos, y
lo primero que entra es, justamente su título. Así,
La Ciencia para Todos fue una escuela de nombres
sencillos, efectivos y, sobre todo, claros. Mal que
nos pese a algunos, si un libro es sobre astronomía, o sobre drogas o satélites… debe tener la palabra astronomía, drogas o satélites en su portada.
La Ciencia para Todos estableció también la
marca de la extensión de los textos, valga la redundancia, para todos. Ni demasiado breve como
para que uno se quede con gusto a poco ni tan extenso como para desanimar al lector apasionado.
Probablemente lo que más aprendimos es cómo
escribir desde la ciencia. Hagan el experimento:
pídanle a un investigador que redacte un libro, un
ensayo sobre su tema de trabajo. Acostumbrado
a la brevedad y precisión de los papers, la oferta
puede ser tomada como un acto liberador para
explayarse a sus anchas. No sólo eso: de pronto,
mágicamente, nuestros escritores científicos recordarán sus clases escolares de literatura, y nos
ametrallarán con todo el siglo de oro y con cuanto adjetivo tengan a su alcance, convencidos de
que de eso se trata, de escribir “bien” (entendido
como “correcto”) cuando, en realidad, sólo se trata
© andrea garcía flores
de escribir como la vida misma, de convertir a la
ciencia en un hecho literario. Así, analogías, metáforas, ficción, humor, todos son bienvenidos.
Al mismo tiempo tuvimos que aprender a cambiar de lector imaginario. Convengamos en que el
primer lector con el que se atormenta el científico divulgador es, más que lector, un contrincante:
su colega —quizá envidioso por una pequeña pero
repentina fama—, su competidor —deseoso de encontrar hasta el mínimo error o la metáfora que
voló demasiado lejos—, sus alumnos —incrédulos
de la transformación de ese llenador de pizarras
con fórmulas incomprensibles en este contador
de historias que no sabían que se escondía bajo el
abrigo—.
Hubo sorpresas, claro. Por ejemplo, que la divulgación científica hecha libro despertara interés. Dicho más claramente: que esos libros se
vendieran, y a veces de manera muy exitosa. Aun
convencidos de que la divulgación no ha llegado
para remplazar la educación formal ni mucho menos, qué alegría enterarnos de que nuestros libros
son quizá el complemento ideal de la escuela, el
disparador que necesita el maestro para afrontar
un tema particularmente espinoso, la chispa que
encienda la curiosidad.
Aprendimos, en fin, a querernos.
Los herederos
Hay más para contar en esta historia. Quizá sin
preverlo, La Ciencia para Todos fue un imán para
Iberoamérica, una señal de que sí se podía (y se debía) ofrecer al público libros de gran calidad, escritos por verdaderos expertos en los temas pero que,
a la vez, fueran amables con el lector. En términos
más revolucionarios, algo así como endurecerse
pero sin perder la ternura. Ante todo, el rigor, por
supuesto, y asegurar que cada afirmación estuviera
sustentada en la gaya ciencia. Mas una vez asegurado ese rigor científico, todo —o casi todo— vale en
pos de que un libro nos queme las manos, los ojos y
la cabeza. Sí: uno no siempre sabe que tiene maestros, o quiénes son esos maestros, pero nosotros,
hijos desperdigados por el continente, lo tenemos
muy claro: somos hijos de La Ciencia para Todos,
herederos de una tradición que continúa desde el
sur del río Bravo hasta la mítica Tierra del Fuego.
A hombros de gigantes, que le dicen. Gigantes
científicos y, por si fuera poco, amables.•
l a g aceta
17
adelanto de libro
De la
genética
a la
epigenética
La epigenética o estudio de los
factores no genéticos que intervienen
en el desarrollo de los organismos
vivos y la interacción entre los genes
y el medio ambiente, será el centro
de la investigación biológica en los
próximos años. Este libro describe
en forma sencilla la evolución de esta
disciplina y su enorme potencial para
el mejoramiento de la salud humana.
clelia de la peña
y víctor manuel
loyola vargas
E
l descubrimiento
brimiento d
de la estructura del adn en 1953 sentó las
bases moleculares de la herencia que permitieron comprender cómo la información
hereditaria es transmitida
de generación en generación.
Desde entonces hemos aprendido que la información genética cifrada en la secuencia de nucleótidos de esta molécula es ilimitada; que los
mecanismos que, por medio de moléculas de
arn, traducen el lenguaje genético del adn a uno
bioquímico, en forma de proteínas, incrementa
aún más el número de estructuras y funciones
posibles que han dado lugar a la casi increíble
diversidad que existe en el mundo viviente. Los
millones y millones de virus, bacterias, plantas y
animales, desde organismos microscópicos hasta gigantescos dinosaurios que han poblado este
planeta, son el resultado de la multiplicidad de
combinaciones que permite la información guardada en estas macromoléculas. Hemos aprendido
también que la interacción entre los ácidos nucleicos y las proteínas es un mecanismo que permite interactuar con el ambiente y brinda aún más
opciones de variabilidad regulando la expresión
de los genes.
Parecía que estos mecanismos de flujo de información eran suficientes y creíamos tener una
buena idea de cómo se controla el funcionamiento
temporal de los genes. Sin embargo, en los últimos 10 años hemos empezado a comprender cómo
ciertos mecanismos de interacción entre las proteínas y el adn incrementan aún más las posibilidades de variación y explican cambios más duraderos que pueden, inclusive, ser heredados. Estos
cambios, sin embargo, no son genéticos, ya que
no alteran la información genética contenida en
la secuencia de bases del adn, tan sólo la modifican pegando o quitando grupos químicos a las
bases del adn o a las proteínas que lo envuelven
formando la cromatina.
La epigenética, como se conoce genéricamente
a estas modificaciones, no es algo nuevo; algunos
fenómenos difíciles de explicar parecían ser el
resultado de algo que escapaba a las leyes de la
herencia, pero por muchos años no fueron otra
cosa que curiosidades científicas. Hoy en día, los
nuevos métodos de secuenciación del genoma han
revelado los mecanismos responsables de estos
fenómenos y se han convertido en la herramienta de moda que permitirá estudiar a fondo muchos otros fenómenos biológicos. La epigenética
no es sólo un mecanismo más de la regulación
del funcionamiento celular, es la forma en que se
controlan los procesos biológicos fundamentales
que determinan nuestro ciclo de vida a través de
la diferenciación y el envejecimiento celulares, o
nuestro comportamiento social por medio de los
sentimientos. La epigenética será el centro de la
investigación biológica en los próximos años.
La historia de la epigenética en sí se remonta a
Aris
Aristóteles (384-322 a.C.), quien proponía a la
epigén
epigénesis como un método del desarrollo de los
embrio
embriones en animales. Durante el siglo xix hubo
un gran debate entre los embriólogos acerca de la
natu
naturaleza y localización de los componentes responsables para llevar a cabo el plan de desarrollo
de un organismo. A fin de cuentas, los embriólogos se dividieron en dos disciplinas: los que pensaban que cada célula contenía elementos preformados que crecían durante el desarrollo y los que
aseguraban que el proceso involucraba reacciones químicas entre los componentes solubles que
ejecutaban un plan complejo en el desarrollo. El
diccionario de la Real Academia Española define
a la epigenética como “perteneciente o relativo
a la epigénesis”, y define la epigénesis como “los
rasgos que caracterizan a un ser vivo en el curso
del desarrollo, sin estar preformados en el huevo
fecundado”.
Uno de los principales personajes en la historia
de la epigenética es Conrad Hal Waddington (19051975), quien es considerado como el padre de esta
disciplina. Waddington se graduó en 1926 de la famosa Universidad de Cambridge, en Inglaterra, y
era un hombre perseverante, con un gran interés
en la integración de la genética, la embriología y
la evolución. Se ha descrito a Waddington, al principio de su carrera científica (entre 1930 y 1940),
como un investigador que no encontraba una posición estable y siempre estaba en posiciones de
18
l a g ac e ta
s ep ti em b r e de 2 016
de la genética a la ep igenética
medio tiempo, ya fuera en laboratorios privados o
incluso como profesor visitante en el laboratorio
de algún amigo o conocido.
Fue en 1936 cuando Waddington y el bioquímico Joseph Needham (1900-1995) —quien fue
el primer director de la sección de Ciencias Naturales de la Unesco en París (1946-1948)— intentaron establecer un centro interdisciplinario
en la Universidad de Cambridge para investigar
la bioquímica y genética del desarrollo. Sin embargo, la propuesta fue rechazada por la universidad, ya que sentían que el dinero debería de ir
a los grupos existentes de fisiología y anatomía.
Por otro lado, la fundación Rockefeller también
se opuso a la propuesta porque, a decir de la fundación, Waddington y Needham estaban trabajando en una “isla desierta” entre dos de las más
ortodoxas disciplinas, y fueron vistos con escepticismo. Pero a pesar de todos los obstáculos que
los investigadores tuvieron que afrontar, siguieron trabajando. Waddington se dedicó por muchos años al desarrollo embrionario y encontró
que cuando trasplantaba regiones embrionarias
de un pollo a un embrión de conejo sucedían cambios que no podían ser explicados por la genética.
Observaba que el embrión seccionado del conejo
respondía a señales inducidas por el embrión del
pollo, formando la red neuronal y desarrollándose de forma normal.
Fue así que Waddington enfocó su investigación
en las células competentes más que en la inducción
de células para establecer los mecanismos no genéticos en el desarrollo embrionario. Waddington
decía que las células necesitaban de un inductor
para que se desarrollaran en su forma final, describía a este inductor como sólo “un empujón” y
pensaba que la competencia era la responsable de
los detalles del desarrollo. Esto llevó a Waddington a proponer que esta competencia se debía a la
existencia de rutas controladas genéticamente.
Waddington visualizaba los mecanismos causales de la embriología como una búsqueda crucial en los procesos del desarrollo. Estos procesos
fueron clasificados en tres grandes vertientes:
histogénesis (diferenciación en el tiempo), organogénesis (diferenciación en el espacio) y morfogénesis (diferenciación en la forma). Sostenía que
si la ruta del desarrollo era ventajosa para el organismo, entonces esa ruta se mantenía; si no era
ventajosa, se canalizaba de un estado a otro. La
canalización significa que la ruta está amortiguada de tal manera que será difícil salir del canal
una vez en él (umbral de canalización), y una vez
que la ruta ha sido introducida, el destino de la célula es fijado rígidamente. Es decir, si una célula
entraba en el canal para la formación de células
del cerebro, ya no era posible que saliera de esa
ruta para formar parte de las células del corazón.
Fue la visualización de este concepto de canalización lo que llevó a Waddington a diseñar el
“paisaje epigenético” para explicar cómo la regulación genética determina el desarrollo. En este
paisaje, Waddington proponía que al principio de
la canalización todas las células eran iguales, y
una vez que pasaran el umbral de la canalización,
cada célula tenía una orientación para convertirse en células del cerebro, del corazón, del ojo o de
una extremidad del cuerpo. Antes de pasar el último umbral de la canalización, las células podían
cambiarse de canal, pero una vez que lo pasaran
ya no había retorno y la célula se diferenciaba hacia el tejido u órgano que formaría finalmente.
Años más tarde, en 1939, Waddington usó el
término epigenotipo para referirse al “grupo de
organizadores y relaciones de organización a
las cuales un cierto trozo de tejido es sustancial
durante el desarrollo”. El epigenotipo es el que
determina el estado del desarrollo de los genes.
Para Waddington, el curso del desarrollo es determinado por la interacción de muchos genes
entre sí, así como con su medio ambiente. Recordemos que durante los experimentos que Waddington realizó todavía no se sabía que el adn era el
material genético responsable de la herencia, por
lo que todos sus hallazgos fueron revolucionarios
durante esa época. Todos estos experimentos e
hipótesis le ayudaron a proponer la metáfora de
paisaje epigenético.
Puesto que la genética era el campo propio de
los genetistas, era muy extraño ver a un biólogo
que se interesara en ella. Waddington fue la excepción, él fue uno de los primeros biólogos en
observar las mutaciones genéticas que ocasionaban anormalidades en el desarrollo y definió por
primera vez, en 1942, a la epigenética como “la
s ep ti e mb r e d e 2 01 6
estud las interacciones
rama de la biología que estudia
causales entre los genes y su
sus productos que dan
lugar al fenotipo” —el fenotipo es el conjunto de
rasgos físicos y conductuales de un individuo—.
En 1947 Waddington obtuvo una posición como
profesor en la Universidad de Edimburgo, una de
las universidades más antiguas de Escocia, donde
permaneció hasta su fallecimiento. De hecho, en
la universidad se construyó un edificio en 2009
con su nombre, en el cual se realizan investigaciones sobre sistemas biológicos en temas emergentes.
La palabra epigenética se deriva del griego ἐπί,
epi, “sobre, encima”, y γένεσις, génesis, “generación, origen, creación”. Este epi de la epigenética
se refiere a un fenómeno que va “más allá” de los
genes, es decir, a todos los factores no genéticos
que intervienen en el desarrollo de un organismo,
y de las interacciones entre los genes y el medio
ambiente. Así, la epigenética son todos los mecanismos que no dependen de las mutaciones en
los genes, sino de las modificaciones que sufre la
cromatina de estos genes. Esto puede explicarse
mejor con el ejemplo de los gemelos homocigóticos —esto es, que provienen del mismo óvulo fecundado—, quienes comparten el mismo adn y,
aunque la información genética es idéntica, presentan ligeras diferencias fenotípicas, dadas por
modificaciones epigenéticas que ocurren a lo largo de la vida del individuo debido a la exposición
a un medio ambiente diferente, experiencias di-
Hoy sabemos que
todo lo que hagamos
no sólo nos afecta
a nosotros, sino que
también afectará
a nuestros hijos,
nietos y hasta
tataranietos.
ferentes e incluso comida diferente. Más adelante
abordaremos la importancia de los alimentos en
los cambios epigenéticos que conducen a un fenotipo saludable.
Es cierto que los rasgos físicos los adquirimos
de nuestros padres, ya sea el color de los ojos o
la forma de la nariz, pero ¿de dónde adquirimos
nuestra personalidad o los talentos musicales o
académicos? ¿Es acaso que los adquirimos de
nuestros padres y ya estaban predeterminados
en nuestros genes, de manera que nosotros solo
los desarrollamos con nuestro estilo de vida y nutrición?
Hoy sabemos que todo lo que hagamos no sólo
nos afecta a nosotros, sino que también afectará
a nuestros hijos, nietos y hasta tataranietos. La
creencia de que el alcohol, el tabaco, las drogas
o los agroquímicos (fungicidas y pesticidas) sólo
les afectan, fisiológicamente hablando, a los que
los usan o consumen, ha sido complementada con
el descubrimiento de que también afecta a la salud de nuestra futura, y a veces hasta muy lejana,
descendencia.
Las variaciones fenotípicas que son transmitidas a los nietos o bisnietos y que no vienen de
cambios en la secuencia del adn se originan en
los cambios en el funcionamiento de los genes a
partir de las modificaciones epigenéticas producidas por el medio ambiente en el que vivieron los abuelos o bisabuelos. Por años se creyó
que los genes eran los principales protagonistas
en la transmisión de las características fenotípicas de una generación a otra, pero ahora se sabe
que también participan variaciones no genéticas que pueden ser heredadas. Existe una creciente evidencia de que las modificaciones epigenéticas son transgeneracionales, esto es, que
se heredan a través de múltiples generaciones,
© andrea garcía flores
para dar lugar a un fenotipo. Algunos científicos
han definido la transferencia transgeneracional
como un cambio en la fisiología de la progenie en
respuesta al estrés en los padres antes de que se
llevara a cabo la fertilización. Ejemplos de estos
casos son el color del pelaje en los mamíferos, el
color de los ojos en la mosca, la simetría en las flores y la longevidad del gusano C. elegans, el cual
es el animal multicelular más simple y por ello ha
sido usado como organismo modelo para explicar
la genética del desarrollo.
Los cambios epigenéticos producidos por químicos o por una alimentación deficiente ya se
habían estudiado por muchos años, pero fue hasta hace poco que se descubrió que esta memoria
epigenética es transgeneracional. Así, la dieta de
nuestros padres, incluso la de nuestros abuelos,
puede influir en nuestro metabolismo, comportamiento y hasta nuestra personalidad por medio
de mecanismos epigenéticos (algunos de estos temas los abordaremos más adelante).
A principios del 2010 un estudio con ratas reveló que los padres alimentados con una dieta alta
en grasas podía provocar problemas de salud en
sus crías hembras, ya que algunos eventos epigenéticos sólo son heredados de padres a hijas y no
de padres a hijos. Otro estudio mostró que los genes de ratones, cuyos padres habían sido alimentados con una dieta baja en proteínas, desde que
dejaron de amamantarse hasta que alcanzaron la
madurez sexual, mostraban cambios en “cientos
de genes” en el hígado de los descendientes. Lo
que esto demuestra, dicen los científicos, es que
la información nutricional puede pasarse también por el esperma. De hecho, se ha encontrado
que la cantidad de comida que el abuelo consumió
entre los nueve y 12 años de edad fue primordial,
dado que ésta es la edad en que los varones pasan
por un periodo de crecimiento lento y es cuando
forman las células que darán lugar a los espermatozoides. Durante la formación de estas células
el epigenoma es copiado junto con el adn y, dado
que la dieta de los varones impacta directamente
en la fidelidad con la que se transcribe el epigenoma, éste puede ser heredado a las generaciones
futuras a través del esperma.
Hasta el momento, aunque ha habido un gran
avance para comprender la herencia epigenética,
ésta sigue siendo un gran misterio. Lo que resulta
fascinante del estudio de la epigenética es conocer que algo que ocurrió en generaciones pasadas
produce un efecto biológico en generaciones futuras. Para entender por qué y cuándo las variantes
celulares epigenéticas serán heredadas, necesitamos saber primero las condiciones que promueven su inducción y estabilidad en las futuras
generaciones. La epigenética confiere memoria a
las células, en las que deja marcas muy estables
que se pueden propagar en los primeros años de
vida de las generaciones futuras. En un resumen
general, se debe decir que cuidando las condiciones alimenticias y ambientales de los padres, estaremos contribuyendo a un mejor desarrollo de
los hijos, nietos y bisnietos. La epigenética puede
tener un alcance sin precedente en la programación genómica durante el desarrollo embrionario, probablemente a través de aproximaciones
terapéuticas en la medicina regenerativa que más
adelante retomaremos.•
l a g aceta
la
19
N OVEDADES
FOND O DE CULT UR A ECO NÓ M ICA
S E P TI E MB R E D E 2 016
549
La decisión de Ricardo
El pozo de los ratones
El corazón de Juliette
El lector literario
vivian mansour,
con ilustraciones de laura
pacheco
pascuala corona,
con ilustraciones de david daniel
álvarez
tahereh mafi
pedro c. cerrillo
Vivian Mansour siempre tiene la
mirada puesta en las situaciones
cotidianas de los niños, como lo
demuestran muchas de sus obras, en
las que sin pretensiones y valiéndose
del humor explora las reacciones
de los niños frente a sus propias
vivencias. En La decisión de Ricardo
sigue esta temática y cuestiona la
idea de que la niñez es la etapa de
los “no problemas”. Esto mismo
opina Ricardo, el protagonista de
esta novela, cuya vida se ha puesto
de cabeza en los últimos meses.
Mientras sus papás libran una
batalla en casa, él enfrenta sus
propias batallas: ¿deberá obligar a
su amiga Joana a pagar la apuesta
con la que él conseguirá pasar el
año escolar?, ¿cambiarán las cosas
ahora que sus mejores amigos se
hicieron novios?, ¿conseguirá que
su hermano Martín deje de tratarlo
como un niño y salga de su burbuja
darketa? y, más difícil aún, ¿logrará
que sus papás decidan volver a estar
juntos? Ante cada una de estas
situaciones, Ricardo se ve obligado
a tomar decisiones. Sin embargo,
cada vez que cree que ha resuelto
sus problemas, se mete en nuevos
aprietos. Por fortuna, sus amigos
y su ingenio siempre lo ayudan a
salir de ellos. Los dibujos de Laura
Pacheco, ilustradora e historietista
española, son frescos y están llenos
de humor y guiños al lector. Pacheco
consigue construir personajes
empáticos y sumamente expresivos,
además propone en cada imagen
situaciones paralelas al texto que
invitan a construir otras historias.
Este álbum se desprende de El pozo
de los ratones y otros cuentos al
calor del fogón, el primer libro publicado en la emblemática colección
A la Orilla del Viento, que este año
celebra su aniversario número 25.
Se trata de un ingenioso relato en el
que conviven un príncipe convertido
en sapo, una hechicera muy envidiosa, un herrero tan pobre como ambicioso, sus tres hijas, una vieja gata a
la que todos tratan mal y el pozo
de los ratones, donde van a parar
todos los delincuentes del reino. La
hija menor del herrero, para salvar
su vida, tendrá que convencer al ratón mayor del pozo de que doña Pancha la hechicera, experta en hacer
menjurjes venenosos y en traspasar
paredes sin quebrarlas, se ha llevado
al príncipe sapo. Desde que se publicó por primera vez, este cuento ha
conquistado a lectores de diferentes
generaciones y lo seguirá haciendo
con esta edición en forma de álbum,
pues Pascuala Corona, autora de la
obra y pionera de la literatura infantil en México, cuenta con talentosos
cómplices que han hecho crecer el
relato con sus propios oficios. Con un
dominio de su carboncillo y acentos
de color rojo, David Daniel Álvarez
crea ilustraciones tan sugerentes
como inquietantes, las cuales proyectan la fuerza del texto y añaden
otros elementos que amplían sus
posibilidades de lectura. Mardonio
Carballo traduce el texto del español
al náhuatl, o acaso lo regresa a su
lengua original, pues El pozo de los
ratones fue recopilado de la tradición oral.
Este libro es la última parte de la
aclamada trilogía La piel de Juliette.
A lo largo de la trama, Juliette
evoluciona, crece, su personalidad
da un giro drástico e impresionante
y deja atrás a la pequeña, indefensa,
tímida y frágil adolescente que
conocimos en los libros anteriores de
esta saga. La esperanza de vivir en
un planeta libre y humano, así como
el deseo de que sus amigos estén
sanos y salvos, la harán encontrar
y controlar el poder que ha estado
contenido; por esto se dará cuenta de
que ella es la única capaz de acabar
con el Restablecimiento. Juliette
entenderá que hay personas a las que
necesita para conseguir lo que se ha
propuesto, y otras a las que, a pesar
de los recuerdos y sentimientos que
la atan, tendrá que dejar ir. Armada
de valor y temple, deberá tomar una
decisión que definirá su vida y la de
los sobrevivientes de la resistencia.
Para cumplir con su objetivo pactará
la más inesperada alianza en la que
también encontrará el amor. En
este libro, la autora Tahereh Mafi
mantiene una atmósfera de tensión,
emoción y expectación. La mezcla de
ficción, aventuras, drama, romance y
acción hacen de su escritura un gran
atractivo para el joven lector, que se
dejará llevar por la historia, cuyo
impactante final lo dejará satisfecho.
Pedro C. Cerrillo, autor español,
especialista en literatura infantil y
juvenil, analiza y reflexiona sobre
la etapa más sofisticada en la vida
de un lector: aquella en la que ha
alcanzado —gracias a su experiencia
lectora— la capacidad de
discernimiento y juicio propio frente
a lo que lee, así como la habilidad de
poner esta experiencia al servicio de
su desarrollo intelectual y personal.
La obra puede considerarse como
una magnífica descripción del
proceso a través del cual se forma
un lector crítico y reflexivo, capaz
de analizar, cuestionar, razonar y
aplicar lo leído a su vida cotidiana.
En este sentido, dos de las grandes
aportaciones de El lector literario
son el análisis del concepto y
conformación de “lo clásico” y “el
canon”, y la descripción del proceso
histórico de la literatura oral a la
literatura escrita. Sus análisis,
propuestas y reflexiones se enfocan
en las etapas más importantes del
desarrollo de los lectores: la infancia
y la juventud. Asimismo, el autor
ejemplifica sus observaciones con
interesantes experiencias de campo
y menciones de los autores de
literatura infantil más reconocidos
del mundo.
a la orilla del viento
1ª. ed. en el fce, 2016
128 pp.
los especiales de a la orilla del viento
1ª. ed. en el fce, 2016
56 pp.
20
l a g ac e ta
a través del espejo
1ª. ed. en español, 2016
352 pp.
espacios para la lectura
1ª. ed. en español, 2016
216 pp.
s ep ti em b r e de 2 016
Hechos e interpretaciones
Hacia una hermenéutica
analógica
mauricio beuchot
El título de este libro alude a la famosa frase de Nietzsche: “No hay hechos,
sólo interpretaciones”, la cual, en opinión del autor de este ensayo, ha sido
muy mal interpretada. Para corregir este malentendido propone interpretar
la idea desde la perspectiva de la hermenéutica analógica, enfoque que no se
limita a la univocidad de la letra ni cae en la equivocidad de la alegoría. Lo
que en realidad hay, nos dice el autor, son hechos interpretados. Es decir,
existen las dos cosas, los hechos y las interpretaciones que hacemos de
ellos. El presente trabajo hace una presentación sucinta de la hermenéutica
analógica y de algunas de sus aplicaciones, sugiere cómo puede ser fructífera
y los ámbitos en los que encuentra cabida. Asimismo, indica su ubicación
dentro de la filosofía, la historia y la política actuales y sus implicaciones
epistemológicas y éticas.
filosofía
1ª ed. 2016, 168 pp.
$140
Los demonios de Cervantes
Viajes de Gulliver
Matemática para Iñaki
Violencia, cuerpo y lenguaje
ignacio padilla
jonathan swift
ignacio zalduendo
veena das
Tercera y última parte de la extensa
y galardonada investigación
literaria de Ignacio Padilla sobre
Cervantes y El Quijote. Las dos
primeras son El diablo y Cervantes
(fce México, 2005) y Cervantes en
los infiernos (fce España, 2006).
El autor toma distancia de
dos lugares comunes que han
perjudicado la lectura de esta obra:
la concepción de El Quijote como
emblema romántico de la lucha de
lo real contra lo ideal y la confusión
de Cervantes con su personaje.
“De alguna manera, Cervantes
es lo contrario de El Quijote”,
sostiene Padilla. La idea central de
su investigación es la melancolía
tal y como se entendía en la época
de Cervantes. Guiado por este
concepto, el autor se adentra en
los aspectos más profundos y
reveladores del genio de Cervantes:
sus tormentos religiosos, sus
posibles patologías, sus posesiones,
exorcismos y avatares teatrales y
lingüísticos. Todas estas nuevas
vías para redescubrir a Cervantes
se conjugan en la palabra demonio
(melancolía) para arrojar luz sobre
una de las cumbres de la lengua
española y la cultura universal.
Uno de los equívocos más extendidos del mundo de los libros es
considerar a este gran clásico de
la literatura universal como una
historia para niños. Publicado como
anónimo en 1726, en realidad es una
bomba de tiempo para las buenas
conciencias, potenciada por una
ironía ingeniosa y mordaz, magistralmente camuflada como un libro
de viajes por países de fábula. Se
trata de un ataque alegórico —y por
ello todavía más certero— contra
la pedantería y la falsedad de las
cortes, los hombres de Estado y los
partidos políticos. Las descarnadas
reflexiones sobre la condición humana que Swift hilvana en el recorrido de su protagonista se alternan
con una narración en la que el ingenio y la imaginación corren a la par
con los denuestos. Esta traducción,
obra de Agustí Bartra, comprende
los cuatro viajes de Gulliver, lo que
otorga un atractivo más a una de
las sátiras más despiadadas, efectivas y memorables de la historia.
Es indudable que la matemática
afecta de manera profunda la
vida de todos nosotros pero,
según el autor, vivimos en una
sociedad “mágica” en la que casi
nadie comprende realmente cómo
funcionan las cosas. Siendo así,
¿para qué nos sirve estudiar
matemática? En primer lugar,
para desarrollar una estructura
mental lógica. Con este fin, el autor
echa mano de una gran variedad
de recursos y demuestra que para
resolver un problema matemático
se necesitan muy pocos conceptos
bien definidos y manejados con un
discurso razonado, despojado de
prejuicios. Consigue distinguir lo
esencial de lo accesorio en todos los
temas tratados, buscando analogías
y cambiando en varias ocasiones
el punto de vista a fin de captar
relaciones no evidentes. Todo esto
dentro de una frontera delimitada
por reglas claras e inteligibles para
todos los lectores.
Compilación de artículos de una
de las figuras más relevantes de
la antropología contemporánea
sobre la violencia contra las
mujeres, la cotidianidad y el
poder desde el punto de vista de
la dignidad humana. Su enfoque
permite entender los modos
en que la violencia configura
la subjetividad humana. Sus
hallazgos resultan particularmente
relevantes para los lectores
interesados en problemas
relacionados con la salud pública,
la crianza de los niños, la relación
entre el lenguaje y el cuerpo
y la capacidad de las mujeres
violentadas para incorporar sus
experiencias traumáticas a su
vida cotidiana. Das sostiene que la
paz verdadera sólo es posible si se
reconocen las violencias diarias y
las vulnerabilidades a las que están
expuestas las personas.
tezontle
1ª ed. 2016,
608 pp.
la ciencia para todos
1ª ed. 2016
411 pp.
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umbrales
1ª ed. 2016
147 pp.
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letras mexicanas
1ª ed. 2016
256 pp.
ssep
ep ti
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s ep ti em b rlea de
g aceta
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21
t ras f o n d o
Los huesos de Galileo
Carlos Chimal
Insólito y divertido viaje en el tiempo de un grupo
de contemporáneos en busca del astrónomo Kepler
y del episodio de la exhumación de los restos de
Galileo, el cual logran atestiguar. Fragmento
de novela que nos deja ansiosos por conocer
la historia completa.
M
ora y mi hermana se
sonrojaron. Al salir el
ama de llaves las miró
con recelo, antes de
cerrar la puerta no se aguantó las
ganas y dijo:
–Eso del Sol le va a sacar canas
verdes, pero aún estamos a tiempo
de corregirlo.
El profe Ramiro nos explicó
más tarde que Anna había tenido
relativo éxito, pues Nicolás
Copérnico nunca fue condenado
por publicar sus hallazgos pero
logró que el público lector los
conociera. Se dice que su asistente
Rheticus y un oscuro teólogo
se confabularon para advertir
al lector que sus ideas acerca
del universo “solo eran puras
especulaciones”.
–Pero, se dan cuenta, chicos, el
tiempo suele hacernos jugarretas.
Tenía razón, yo esperaba
llevar a Mora al concierto de su
grupo favorito pero los boletos
eran para ¡ayer! ¿Quién querría
boletos para una función que
se celebró el día anterior? “Los
viajeros del tiempo”, escuché la voz
de Mora que me susurraba al oído,
“solo a ellos les servirían”. Tuve
que espabilarme porque el profe
Ramiro estaba terminando de
decir la tríada de palabras:
“Dorada, proporción, elípticas”.
Y en un abrir y cerrar de ojos
nos encontramos en medio de una
ventisca de nieve. No podíamos ver
más allá de un metro y los avatares
empezaban a sufrir. A mí me
dolieron las orejas.
–Creo que estamos en Praga,
1610.
22
l a g ac e ta
–¿Y a quién venimos a ver aquí,
en medio de esta helada? –preguntó
Chamarras.
–A Juan Kepler, quien también
encontró la proporción dorada
en determinadas formas de la
naturaleza. Más importante fue
que ese año escuchó hablar y leyó
acerca de las observaciones del
cielo que Galileo llevó a cabo con
su telescopio. Puesto que muchos
dudaban de lo que había visto
el italiano, Kepler escribió una
larga carta a favor bajo el título de
Dissertatio cum Nuncio Sidereo,
que quiere decir: “Conversación
con el Mensajero de las estrellas”.
–Profe, ¿por qué estarán tan
necios con “secuestrar” esa
proporción?
–No sé, quizá porque ellos son
tres y para la construcción de un
pentágono es esencial la proporción
dorada; de esa manera quieren
estabilizar su espiral a fin de no
tener que regresar, qué sé yo...
Sin saber el verdadero
propósito de su endemoniada
travesía caminamos por el
puente de Carlos IV sobre el río
Moldava y llegamos a una pequeña
casa, no lejos del castillo que se
levantaba para defender Praga,
en ese entonces ocupado por el
rey Rodolfo II, de cuya corte Juan
Kepler formaba parte. Poca gente se
atrevía a cruzar el puente debido a
la intensa nevada.
El profe Ramiro nos había
advertido sobre algunos detalles
del breve y fructífero periodo
que el astrónomo alemán pasó en
Praga. Su trabajo más importante
fue la revisión de los esquemas
cosmológicos conocidos a partir
del trabajo previo de su antecesor,
Tycho Brahe (en especial, los
relativos a Marte), labor que
desembocó en la publicación
de la Astronomia nova (Nueva
astronomía) en 1609, obra que
contiene las dos primeras leyes de
Kepler, relativas a la elipticidad
de las órbitas y a la igualdad de las
áreas barridas, en tiempos iguales,
por los radios vectores que unen
los planetas con el Sol. Su maestro
Brahe reconoció su genialidad al
introducir de manera notable las
matemáticas al mundo de la física.
–Él inventó la mecánica celeste
–remató el profe Ramiro.
Tocamos a la puerta. Kepler
mismo acudió a abrir. Como buen
protestante convencido no dudó
en hacernos pasar a la pequeña
sala-comedor y ofrecernos cena
caliente. El profe Ramiro tuvo que
recurrir a las consabidas evasivas.
–Maese Juan Kepler, nada más
lejos de nuestras intenciones querer
abusar de vuestra hospitalidad.
Sólo deseamos encontrar a
nuestros muchachos, a quienes
se les ha metido la idea de usar la
espiral maravillosa...
–Sí, sí, los recuerdo bien, era
un trío de chiflados a quienes
les explique lo mejor que pude el
asunto, el cual puede resumirse en
una frase: “Eadem mutato resurgo”.
Los traductores de nuestros
avatares seguían funcionando de
maravilla mientras no se toparan
con algo escrito, así que pudimos
saber que la frase podía traducirse
así: “Aunque cambie, volví igual”.
Kepler siguió diciéndonos:
© andrea garcía flores
–También quisieron saber dónde
se hallaba semejante espiral
alucinante.
–¿Y le habló de los pétalos de las
flores? –intervino Mora, a quien
le gustaba la numerología y sabía
quién era el matemático Leonardo
Fibonacci.
Kepler sonrió.
–Su impaciencia me produjo
enojo y les dije que estaban en los
dientes del mejor astrónomo de
todos los tiempos, Galileo Galilei,
quien vive en la ciudad italiana de
Padua...
–No se afane, lo conocemos
—terció el profe Ramiro—, de hecho
lo visitamos la primavera pasada.
–¡No sé por qué dije eso!
–¡Poco importa, nos ha dado una
buena pista! –interrumpió el profe
Ramiro la reflexión del ilustre
astrónomo.
Me atreví a abrir la boca.
–¡Gracias por mirar el cielo de la
forma como lo hace!
Kepler levantó los brazos,
con gran alegría me tomó de los
hombros y revolvió mis cabellera.
Sólo agregó, mirando al profe
Ramiro:
–Muchachos ocurrentes, líos en
el horizonte.
Dejamos la casa de Kepler y
volvimos por nuestros pasos
sobre el puente de Carlos IV. El
profe Ramiro confesó sentirse
confundido.
–¿Ya no sabe adónde nos
dirigimos? –preguntó mi hermana.
–Ése no es problema —contestó
el profe—, sabemos que fueron
por un diente o... por un hueso de
Galileo.
s ep ti em b r e de 2 016
–No entiendo –replicó mi
hermana.
–Una leyenda afirma que pocos
meses después de su muerte,
acaecida el 8 de enero de 1642 en su
villa de Arcetri, en las afueras de
Florencia, su tumba fue profanada
por un monje fanático que hurtó
unos huesos, no se sabe si para
venerarlos o satanizarlos. Se dice
que fue ayudado por al menos dos
saqueadores más. Otra leyenda
cuenta que en 1737, durante la
exhumación de sus restos con
objeto de ser trasladados al
monumento dentro de la basílica
de la Santa Cruz de Florencia,
algunos médicos forenses, tres
por casualidad, quienes se dijeron
admiradores devotos, decidieron
quedarse con un diente a fin de
rendirle honores.
Yo veía al avatar de Mora con
la esperanza de que se revelara su
lado “Bella Swan” y empezara a
adorarme por haberla invitado a este
viaje macabro que hacía parecer al
Horror Picture Show un espectáculo
de mocosos. Entonces improvisé.
–¿Y si nos dividimos?
–¿Cómo propones hacerlo?
–No sé, unos van a 1737 y otros
vamos a 1642. Por ejemplo, usted,
mi hermana y Chamarras...
Mora se echó a reír y opinó.
–Eres como un “guampiro” que
quiere sentarse a la mesa con una
gatita y su plato de leche, mientras
él mete la cuchara en su gazpacho.
Mi avatar estaba a punto de
tueste. ¿Qué puedes hacer cuando
intentas robarte una base, el tiro
llega antes que tú y los enemigos te
atrapan en la línea?
–Pero me parece bien como
dice él –remató mi Bella Swan,
dirigiéndose al profe Ramiro.
Me había quemado en primera,
segunda y tercera bases. No
obstante, inexplicablemente, el
profe Ramiro me salvó al tratar de
pisar home.
–No es mala idea porque, según
mis cálculos, estamos cerca de
sobrecalentar el sistema, pero no
sabemos si al encontrarse Mora y
tú con ellos estarán dispuestos a
hacerles caso.
Quizá el profe Ramiro tenía
razón. Esperamos a que encontrara
las tres palabras adecuadas para
llegar en el verano de 1642 a las
afueras de Florencia. Empecé a
decirle a Mora:
–Nervios es intratable, actúa de
manera errática, casi nunca sabes
cómo va a reaccionar en situaciones
donde los demás manejan un código
social.
–¿En qué sentido? –preguntó
ella.
–Es de esos que en el metro
entra primero, y si un viejo le
reclama su patanería, cuando el
otro le da la espalda Nervios lo
patea. Un día que fui a hacer la
tarea a su casa empezó a decir que
todo sería mejor si el mundo fuera
menos desordenado y caótico:
el autobús que te lleva al metro
pasa con retraso, empieza a llover
cuando se supone que estaría
soleado, la señora de las tortas
en la cooperativa de la escuela les
pone rebanadas de aguacate o muy
gordas o muy flacas...
–Toñito Malsano no canta mal
las rancheras —intervino mi
hermana, después de todo fue su
pretendiente—, pues vive solo
con su madre, una santa señora
que goza de una pensión, si bien
vitalicia, más bien flaca, por lo
que está obsesionada con que
su niño maravilla llegue a ser
s ep ti e mb r e d e 2 01 6
algo de grande, que aprenda a
moverse en el mundo para subir
como la espuma. Le dio lecciones
para usar las influencias cuando
consiguió que lo admitieran en una
secundaria privada, la cual tenía
preparatoria y alguna carrera con
la que lograra salir adelante, eso
nos los chismeó Patracio.
–¿Y Gavilán?
–Ése es solo una sombra
caricaturesca de Toño, aunque
como todo ser humano no le falta
inteligencia y sagacidad, en este
caso las tiene orientadas a joder al
prójimo.
“Un daplo, de los más ruines”,
terminé diciendo para mis
adentros, aún no estaba seguro de
confesarle lo que se escondía en los
rincones de mi habitación interior.
El profe Ramiro gritó: “¡Eureka,
lo tengo!” Nos tomamos de las
manos (nomás, por chiflados) y
pronunció las siguientes palabras:
“Péndulo, reloj, longitud”.
Hacía calor esa tarde, por lo que
dedujimos que estábamos en medio
del verano. Lo único que teníamos
que esperar era la noche, pues en
algún momento aparecerían los
profanadores.
Seis años antes de su muerte, en
1636, Galileo propuso a los Estados
Generales de los Países Bajos
usar los eclipses de los satélites
de Júpiter como referencia para
determinar la longitud en el mar,
en ese entonces una pesadilla
muchas veces mortal que perseguía
a los barcos, nos advirtió el profe
Ramiro.
–¿Y qué pasó? –preguntó
Chamarras, poco antes de llegar a
la catedral.
–Por su magistral esfuerzo en
abril del año siguiente los Estados
Generales le otorgaron una cadena
de oro, con valor de 500 florines,
pero rechazaron su propuesta
por impráctica. Medio ciego y a
punto de perder el otro ojo, le ha
de haber caído como chile crudo en
ayunas. Llegó agosto de 1638, en
tanto que él estaba inmerso en el
problema de encontrar un péndulo
preciso para los relojes de la época
vinieron a entregarle el premio de
consolación. Lo rechazó y el papa
Urbano VIII lo tomó a mal, por lo
que dictó una condena en contra de
su persona.
–¡Qué mala pata con los señores
de la Iglesia! –comentó Mora.
–Bueno, es que a muchos ni les
pasaba por la cabeza que estaba
sentando las bases de la astronomía
moderna pero intuían el peligro;
ya saben, hay unos que ven más
allá de sus narices y otros que
no, suponiendo de antemano que
tampoco es bueno para los demás
—dijo el profe Ramiro—. Galileo
logró perfeccionar sus telescopios
hasta el límite humano en ese
momento y abrió nuevas ventanas
al universo. Aun así, algunos
sangrones académicos se negaron a
mirar por ese “tronco”.
El sol se ocultó y nos
agazapamos. Nunca se aparecieron
los susodichos, la leyenda era
más falsa que un gallo yendo
al psicólogo, por lo que nos
apresuramos a buscar la tumba de
Galileo. Nos explicó que, debido
a su rencilla con el papa Urbano
VIII, sus allegados no quisieron
enterrarlo en la cripta familiar
dentro de esta basílica, pues
además las gestiones del Gran
Duque de Toscana con objeto de
construir un mausoleo también
habían sido desaprobadas por el
jerarca eclesiástico. Entramos
hacia el ala izquierda, a la altura de
la primera columna encontramos
el sepulcro de Galileo. Había sido
enterrado el 9 de enero de 1642
en forma discreta, casi anónima.
En 1703 el matemático Vincenzio
Viviani, ferviente admirador y
alumno, uno de los fundadores
de la Accademia del Cimento
(Academia de la Experimentación),
científicos que evitaban al máximo
la especulación teórica, dejó dinero
suficiente para construir una tumba
alegórica y ser enterrado junto a
su maestro. Finalmente en 1737 se
erigió el monumento definitivo.
Allá fuimos, al mismo lugar donde
estábamos parados pero en otro
tiempo. Las palabras fueron:
“Monumento, exhumación,
morgue”.
Llegamos justo a tiempo,
es decir, poco antes de que se
abrieran las puertas de la basílica
a los trabajadores y médicos que
llevarían a cabo el traslado de los
restos, si bien la fachada no estaba
terminada, y no lo estaría por
mucho tiempo, pues en el siglo xv la
familia Quarantesi estaba dispuesta
a financiarla con la condición de que
se pusiera en el centro el escudo de
la familia. Los monjes se negaron y
así se quedó hasta finales del siglo
xix, cuando se concluyó en estilo
neogótico para no desentonar con el
gótico original.
Era el 12 de marzo de 1737.
También se hallaba presente el
séptimo Gran Duque de Toscana,
quien a pesar de sentirse agobiado
por la maldición de la familia
Médici, la gota, había hecho el
esfuerzo de asistir a fin de mostrar
públicamente su independencia
de la Iglesia. Nadie olvidaba que
su abuelo, el quinto Gran Duque
Fernando II de Médici, había sido
entusiasta mecenas de Galileo hasta
el final. Y si a aquél se le había
prohibido rendirle honores al genial
científico, su nieto Juan Gastón,
el último de la dinastía Médici que
gobernaría la Toscana, habría de
presidir el acto reivindicatorio por
doble partida.
El interior de la basílica dibujaba
una estructura de cruz egipcia
en forma de “T” con tres naves.
Admiramos la central, grande y
solemne, cuyos pilares octogonales
y arcos ojivales soportaban
muros finos, símbolo de las ideas
franciscanas. El arquitecto Arnolfo
di Cambio quiso reflejar la sencillez
y pobreza de la orden, de manera
que ordenó construir una planta
desnuda. Las amplias ventanas
iluminaban los frescos de las
paredes con la vida de Cristo y de
los santos, una forma de poner en
contacto a los analfabetos con las
escrituras bíblicas. Caminamos
hacia la parte posterior de la
basílica, donde vimos capillas
dedicadas a familias adineradas
de la ciudad. Mora, mi hermana,
Chamarras y yo nos quedamos
contemplando frescos originales
de un tal Giotto y otros pintores del
siglo xiv.
Muchos universitarios y
florentinos curiosos se agolpaban
en la entrada de la catedral. Con
tanto ir y venir, nuestros avatares
lucían ropas anticuadas, si bien el
gentío y la emoción del momento
nos permitieron pasar sin despertar
sospechas. Como que no quiere
la cosa, me paré junto a Mora en
el momento en que los galenos
exhumaban la osamenta de Galileo,
la colocaron en un contenedor,
de hecho, una tina de porcelana,
y la llevaron a la morgue con el
propósito de prepararla para su
regreso triunfal al monumento.
¡Cuál va siendo nuestra sorpresa
que los galenos eran réplicas de los
avatares de Toño Malsano, Nervios
y Gavilán!
Angustiado, Chamarras miró al
profe Ramiro:
–¿Cómo le hicieron?
–Ni idea —contestó, enfadado—,
quienes los estén ayudando saben
mucho de esto.
–¿Eso quiere decir que mientras
están aquí sus “suplentes”, ellos
siguen haciendo de las suyas quién
sabe dónde? –preguntó mi hermana,
con ojos de plato.
–Me temo que así es.
La comitiva cruzó por donde
estábamos, seguida por la tina
cubierta con un paño azul de lino
que ostentaba una cruz bordada de
hilo negro. El profe Ramiro trató
de interponerse en el camino de
Toño, quien actuaba como jefe de
médicos, si bien no pudo acercarse
a él dado que el piquete de soldados
que resguardaba el acto le bloqueó
el paso. Por detrás venían Nervios
y Paredes. Entonces el autómata
que suplía a Toño habló con un tono
ligeramente metálico:
–Vuestra Señoría me confunde
con el Excelentísmo Profesor
Malsano, mi nombre es Anton
Francesco Gori y ellos son mis
asistentes, Paolo Nerviosso y
Strozzino di Muro.
Casi nos gana la risa. Con su
inevitable rostro de pusilánime, el
suplente de Toño continuó:
–El Excelentísimo Profesor
Malsano le envía sus más afectuosos
saludos desde un futuro muy lejano.
Ahora casi nos gana la rabia.
Chamarras y yo estuvimos a punto
de lanzarnos a los puñetazos,
sobre todo para poner a trabajar
las neuronas virtuales y, de
paso, impresionar a las chicas.
El profe nos invitó a retirarnos.
Era una treta encaminada a ganar
tiempo y encontrar la manera de
introducirnos en la morgue. No fue
difícil, el anfiteatro no se había
llenado y aún quedaban lugares para
aprendices de médico. Pronto la
gente venida de Padua, Pisa y otros
lares ocuparon sus sitios.
Desde las alturas fuimos
testigos del entusiasmo y las voces
de emoción que los expertos en
cadáveres despertaron cuando el
ataúd fue abierto. En memoria de
su fácil palabra le arrancaron un
premolar de la arcada superior,
la respuesta del público fue un
prolongado aplauso y vítores en
nombre de Galileo. Enseguida
separaron los dedos con los que
había sostenido tantas veces sus
telescopios y catalejos, es decir,
el índice y el pulgar de la mano
derecha. Alguien gritó algo acerca
de la ceguera eclesiástica, muchos
corearon de nuevo el nombre de
Galileo y mostraron el dedo cordial,
apuntando hacia las estrellas.
Entonces Francesco Gori, Paolo
Nerviosso y Strozzino di Muro
cortaron la falange de ese dedo
en la misma mano derecha del
cuerpo exhumado. Para rematar la
sesión, y en honor a la reciedumbre
frente a la ignorancia, Gori tomó
un serrucho y retiró una vértebra.
Una vez iniciado el proceso de
embalsamiento de las piezas, los
presentes fueron testigos de cómo
Paolo Nerviosso las colocó en
sendos relicarios.•
Fragmento de la novela
El portafolios de Tesla, próxima
a publicarse por Tusquets.
l a g aceta
23
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