El Mito de Sísifo, de Albert Camus.

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El Mito de Sísifo, de Albert Camus.
Una lectura personal de la obra de Camus (Editorial Alianza, Madrid, 1985), reelaborando
y resumiendo su exposición en un primer intento de aproximación a su esencia.
INTRODUCCION
La primera vez que me enfrenté a esta obra fue en Granada en la primavera de 1985.
Todavía recuerdo -¡cómo olvidarlo!- sus noches frescas y húmedas, el perfume de las
fores, los balcones llenos de macetas, las ventanas abiertas de par en par, la vida hacia la
calle, las voces y las risas en el viento, y el sonido seco de mis pasos solitarios por las
calles empedradas del Albaicin. Yo tenía 20 años y -cómo no estarlo- estaba enamorado.
Hoy, al releerla, enamorado de otro amor y con más cicatrices, me doy cuenta de que
entonces quizás no fui capaz de comprenderla, y de que probablemente ahora tampoco
lo consiga. Primero, porque uno nunca se enfrenta a los textos “en si”, sino desde si y
desde sus circunstancias. No nos es posible interpretar las experiencias presentes si no
es desde la luz de las experiencias pasadas. Por ello hay libros que no pueden ser
comprendidos hasta que se tiene cierta edad, hasta que la vida ha dejado en el lector
cierta huella que hace que la experiencia de la lectura sea signifcativa. Pero por otro
lado, con este libro como con pocos, me he dado cuenta de que en cada lectura el lector
lo recrea creando una nueva obra. Toda obra de arte resulta así por defnición inacabada,
y se consuma en y mediante la experiencia artística individual, única e irrepetible. La
lectura que haga dentro de unos años tendrá otro signifcado, y tampoco entonces habré
logrado comprenderla, tal y como seguramente tampoco nunca la comprendió ni siquiera
su propio autor. El lector que era yo hace 30 años hoy para mi es un extraño. Su mundo
me es hoy tan lejano que no puedo imaginar cómo serían sus emociones o refexiones al
paso de las páginas. Sus ojos entonces recorrerían ávidamente esas líneas, a las que yo
ahora otra vez me enfrento, subrayando y dejando anotaciones en los márgenes en las
que yo mismo ya no me reconozco. El lector que soy hoy es alguien radicalmente
diferente al de entonces. Y sin embargo de alguna forma es el mismo. El mismo que
ahora me mira como a un extraño desde el espejo. Eso es lo Absurdo.
Albert Camus (1) (1913-1960) fue un representante eximio de la literatura francesa no
continental, recibiendo el Premio Nobel en 1957 “por el conjunto de una obra que pone
de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy”. Pese a
su origen humilde, hijo de padres proletarios, colonos en Argelia, se apasionó por la
flosofía gracias a sus profesores, en especial Louis Germain, a quien dedicaría su
discurso del Premio Nobel. La enfermedad no le permitió obtener la licenciatura, pero
muy pronto se encontró introducido en los círculos intelectuales de tendencias
revolucionarias. En 1937 abandonó el Partido Comunista por serias discrepancias con el
Stalinismo. Trabajó en el diario Frente Popular de Pascal Pia (a quien dedicaría El Mito de
Sísifo) y en 1940 fue a París como secretario de redacción del diario Paris-Soir. En 1943
trabajó con Gallimard como lector de textos, tomando la dirección de Combat cuando
Pascal Pia tuvo que ocuparse de otras tareas en la Resistencia contra la ocupación
alemana. Pero sus actividades periodísticas le exigían demasiada dedicación y tras la
guerra, en 1947, abandonó la mayoría de dichas actividades políticas para dedicarse
principalmente a la fcción y al ensayo, así como a la producción y guión de obras de
teatro (como Calígula, 1944), entre múltiples adaptaciones de Calderón, Lope de Vega o
Dino Buzzati. Permaneció, no obstante, vinculado al movimiento anarquista, lo que le
llevó a un enfrentamiento ideológico con Sartre en 1952. Su obra excede a las corrientes
flosófcas e ideológicas de su época, y en ella elabora una refexión general sobre la
condición humana sin Dios y sin Ideología. Camus murio en 1960 en un accidente de
coche dejando inacabado el manuscrito de “El primer hombre”, obra autobiográfca de
gran belleza.
“Llega siempre un tiempo en que hay que elegir entre la contemplación y la acción. Esto
se llama hacerse un hombre”. “Con cada forma abortada en las trincheras, con cada
rasgo, cada metáfora o plegaria triturados por la metralla, lo eterno pierde una partida.
Consciente de que no puedo separarme de mi época, he decidido formar cuerpo con ella.
Porque se que no hay causas victoriosas me gustan las causas perdidas: estas exigen un
alma entera, igual en su derrota como en sus victorias pasajeras.”(2). Albert Camus fue
un hombre comprometido con su época(3) y un heredero de la tradición flosófca de la
Modernidad. Conoce los límites de la Razón pero no necesita renegar de ella. Sabe que no
hay una Etica más allá de lo humano, pero sin embargo se niega a vivir sin una. Y puesto
que para vivir tiene que elegir cómo vivir la vida, elige vivirla con pasión. “El hombre es su
propio fn, y si quiere ser algo tiene que serlo en esta vida”. Las relaciones humanas son
su único lujo. “En este universo frágil todo lo humano adquiere un sentido profundo. Los
rostros tensos, la fraternidad amenazada, la amistad, son las verdaderas riquezas, puesto
que son perecederas. Allí es donde el espíritu siente su poder y sus límites. La
inteligencia ilumina ese desierto y lo domina. Morirá al tiempo que el cuerpo, y su
libertad consiste en saberlo.”
En El Mito de Sísifo (1942) Camus expone su teoría de la libertad y de lo Absurdo a través
de la constatación de los límites de la Razón. Contra las evasiones típicas como la
esperanza o el suicidio, el Hombre Absurdo es aquél capaz de vivir dichoso y sin
apelación en un mundo sin esperanza, rebelado contra sus límites y siempre insatisfecho
de conocimiento. El hombre absurdo quiere agotar su tiempo. “No quiero tener en cuenta
la nostalgia ni la amargura y lo único que quiero es ver con claridad. El mundo tritura al
individuo, y yo soy quien lo libera. Yo le proporciono todos sus derechos.”
EL MITO DE SÍSIFO
Lo absurdo y el suicidio.
Si la importancia de una cuestión depende de los actos a que obliga, se comprenderá
claramente que juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirse es responder a la
pregunta fundamental de cualquier flosofía.
Matarse, en cierto modo, es confesar que se piensa que se ha sido sobrepasado por la
vida, que no se la comprende, que se está minado. Ciertamente, el mismo hecho de
comenzar a pensar conlleva comenzar a estar minado, pero -salvo por algún honroso
suicidio político, de lo que no se tratará en este ensayo- la gente no se suicida
generalmente por refexión, sino por algo incontrolable. Y eso es de alguna manera
lógico: uno vive por costumbre y respira por costumbre. Morir voluntariamente supone
reconocer el carácter ridículo de esa costumbre, y por tanto la ausencia de toda razón y la
inutilidad de todo sufrimiento.
¿Qué origina ese sentimiento que priva al espíritu del “sueño” necesario para la vida?
Un universo que se puede explicar, aunque sea malamente, es un universo familiar. Pero
un buen dia se produce un divorcio entre el hombre y su vida, entre el actor y su
decorado. El universo queda privado repentinamente de ilusiones y de luces y el hombre
se siente extraño, en un exilio sin recurso, privado de los recuerdos de una patria perdida
o de la esperanza de una tierra prometida. Es el sentimiento de lo absurdo.
Entre este sentimiento y la Nada hay una relación íntima, compleja e irreductible a un
simple “si” o a un “no”. No hay más que ver cómo la mayoría de la gente asaltada por esta
angustia nunca llega a posturas concluyentes. Quienes afrman que la vida no tiene
sentido viven como si lo tuviera; en tanto que quienes se suicidan suelen manifestar estar
muy seguros de que la vida tiene un sentido, pero que les ha sido negado. La mayoría de
los hombres pasan la vida jugando un juego que consiste principalmente en eludir. En
ese juego, la evasión mortal típica es la esperanza: la esperanza en otra vida que hay que
merecer, o el engaño de quienes viven no para la vida misma sino para alguna otra idea
que la supera, la sublima, le da un sentido... y fnalmente la traiciona.
La absurdidad parece así imponer la elección entre la muerte o la evasión. Pero,
¿realmente no hay más salidas?. Una vez alcanzado el sentimiento absurdo ¿es posible
permanecer en él sin doblegarse, tenaces y clarividentes, en esos lugares desiertos y sin
agua en los cuales el pensamiento llega hasta sus confnes? La verdad e que, llegados a
ese punto, muchos renuncian a la vida, mientras otros renuncian a su pensamiento. Para
nosotros, el verdadero esfuerzo consistrá en permanecer allí tanto como nos sea posible,
para examinar de cerca la vegetación barroca de esas alejadas regiones, como
espectadores privilegiados de un juego inhumano en el que lo absurdo, la esperanza y la
muerte intercambian sus discursos.
Los muros absurdos.
Nuestra vida se desenvuelve entre cuatro paredes, y el esfuerzo por comprender las
empuja cada dia más allá, ampliando nuestro espacio de lo familiar, llevándolas a veces
tan lejos que no las vemos. Pero los muros siguen estando allí, y cada vez que el
pensamiento se aventura hasta los límites de lo conocido vuelve a encontrarlos,
implacables, inexpugnables, inapelables. Son los muros de lo absurdo.
El tiempo (¿qué es el Tiempo?) nos lleva todos los días por una vida sin brillo, viviendo de
porvenir: “mañana”, “más tarde”, “cuando seas mayor”... son todas inconsecuencias
admirables, puesto que al fn y al cabo solo se trata de morir. Pero un día el hombre se da
cuenta de que pertenece al tiempo. Irrisoriamente, miserablemente, como todas las
grandes acciones, un día la rutina se interrumpe, los decorados se derrumban y todo
queda cubierto por una lasitud teñida de asombro. Entrevemos que el mundo es
“espeso”, y vemos hasta qué punto una piedra puede ser “extraña”. La ilusión de
familiaridad con que revestíamos el paisaje se aleja como un paraíso perdido y la
hostilidad del mundo llega hasta nosotros. Nos hemos dado cuenta de que no lo
comprendemos: el rostro de la mujer amada se vuelve extraño, la pantomima de cuanto
nos rodea, estúpida y sinsentido. Un extraño se presenta a nosotros frente al espejo, y
aparece la nausea. Es el sentimiento de lo absurdo.
La sensación absurda es algo que cualquier hombre a lo largo de su vida ha podido
sentir. Pero, como agua que se escapa entre las manos, cuando se la intenta formalizar y
comprender parece inasible.
Obviamente, todo pensamiento es antropomórfco y el universo del gato no es el del oso
hormiguero. Para nosotros, comprender la realidad es reducirla, aclararla, hacerla
familiar, en términos de pensamiento humano. Pero cuando me pongo a ello, ya la
primera operación de la mente consistente en discernir lo verdadero de lo falso, muestra
un signifcado lleno de oscuridades y contradicciones.
Puedo sentir mi corazón y juzgar que existe. Puedo tocar el mundo y juzgar también que
existe. Pero a partir de ahí todo lo demás es construcción. El mismo Yo que capto escapa
a su defnición(4). Entre la certidumbre de mi existencia y el contenido que intento darle
hay un foso que siento que nunca podré colmar.
La ciencia describe, clasifca y enuncia leyes que en mi sed de saber consiento en que son
ciertas. Pero de pronto caigo en la cuenta de que he reducido la realidad a invisibles
sistemas planetarios, electrones y átomos, resolviendo las hipótesis en metáforas y la
incertidumbre en obras de arte. Puedo captar los fenómenos y enumerarlos pero no
puedo aprehender el mundo. Cuando haya seguido todo su relieve con el dedo no sabré
más que ahora. Me veo forzado a elegir entre una descripción que es cierta pero que no
me enseña nada, y unas hipótesis que pretenden enseñarme pero que no son ciertas.
Extraño a mi mismo y a este mundo, armado únicamente con un pensamiento que se
niega a si mismo, todo parece ordenado para alimentar esa paz emponzoñada que nace
de negarse a saber o de renunciar a vivir.
Y aqui es donde adquiere sentido el Destino del hombre. Esta relación del hombre con el
mundo es lo Absurdo; es su único lazo, consistente en la confrontación entre lo irracional
y su deseo desenfrenado de claridad. La Razón se mueve en el orden de la experiencia
humana, y la imposibilidad de comprender esa irracionalidad constitutiva nos alza de
golpe con clarividencia frente a los muros que nos rodean, mostrando que el espíritu ha
llegado a sus confnes.
El suicidio flosófco.
Pero reconocer los límites de la Razón no implica negarla. El absurdo es esencialmente un
divorcio que nace de la comparación entre dos hechos: una acción humana y un mundo
que la supera. No está, por tanto, ni en uno ni en el otro término de la comparación, sino
que nace de su confrontación y de su presencia común. Es por ello que destruir uno de
sus elementos es destruir la relación. No puede haber absurdo fuera del espíritu humano
ni fuera de este mundo. Esa es la razón por la que lo absurdo acaba con la muerte.
Otra manera de acabar con él es dándole la espalda, pero el hombre es presa de sus
verdades, y una vez que las reconoce no puede apartarse de ellas. Ante el angustia de
vivir bajo la asfxia de lo absurdo algunas flosofías existenciales, las más patéticas, nos
proponen la Evasión a través de una esperanza religiosa. Otras en cambio, desde un
pretendido orden racional, resultan en cambio ciertamente paradójicas, ya que pretenden
demostrar consecuencias racionales más allá de la experiencia para un mundo al que
imaginan sin principio rector. Ambas constituyen formas de suicidio flosófco, variantes
de una actitud existencial mediante la que el pensamiento se niega a si mismo, negando
signifcación al mundo para acabar encontrándole trascendencia, sentido y profundidad.
Puesto que para lo posible se bastan los hombres, para lo imposible las primeras
convierten lo absurdo en Dios: “He aquí lo Absurdo; he aquí a Dios”. De su inhumanidad
e inconsecuencia extraen su grandeza. Cuanto más vengativo, incomprensible y
contradictorio es, más afrma su poder. Dice Kierkegaard que la antinomia y la paradoja
son la puerta a lo religioso: “En el sacrifcio del intelecto (...) en su fracaso, el creyente
encuentra su triunfo”. El cristiano entona allí un grito de esperanza: la muerte no es un
fnal. Pero este salto, aunque legítimo, no es consecuente, y esta reconciliación mediante
la desmesura y la esperanza no justifca nada, ya que como dijimos antes no hay
probabilidad experimental.
Entre las segundas, Husserl reduce todo a re-aprender a ver, dirigiendo la propia
conciencia, haciendo de cada imagen un lugar privilegiado. La fenomenología renuncia
así a explicar el mundo, mostrándolo en una sucesión inconsecuente de ilustraciones. Si
simplemente se quedara allí, esa postura sería perfectamente compatible con el
sentimiento absurdo. Pero no lo hace y pretende extender esa vivencia a una noción de
verdad, descubriendo la esencia de cada objeto de conocimiento, transformando la
experiencia en una afrmación metafísica, y dando con ello un salto que a la postre acaba
siendo completamente incomprensible.
De este modo la razón y lo irracional llevan a la misma predicación. El flósofo y el
religioso parten del mismo desorden y se apoyan en la misma angustia para explicar una
nostalgia de unidad perdida, dando un salto por medio de un acto de fe, reconciliándose
en la esperanza.
Pero el espíritu absurdo carece de esa suerte. El mundo no es ni tan racional como
quisiera ni tan irracional: es simplemente irrazonable. El hombre absurdo posee una
razón lúcida que a cada paso que da comprueba sus límites. El pecado, si lo hubiera, no
consiste en saber (de ese, a nuestro pesar, somos inocentes), sino que consiste en desear
saber. De alli surge esa nausea que se traduce en la ausencia total de esperanza (que no
es desesperación), en un rechazo continuo (que no es renuncia) y en una insatisfacción
consciente que nunca será colmada.
La libertad absurda.
Entonces ¿qué verdades puedo reconocer que no surjan de una esperanza que no tengo?
Hemos visto que solo soy capaz de comprender en términos humanos, comprendiendo
solo lo que toco y lo que se me resiste. No se, en cambio, si este mundo tiene un sentido,
y tampoco soy capaz de conciliar las otras dos certidumbres que tengo y que son
contradictorias: mi necesidad de unidad y la irreductibilidad del mundo a un principio
racional.
Si yo fuese un árbol o un gato el problema del sentido no tendría sentido pues yo
formaría parte del mundo. Yo sería el mundo al que ahora me opongo con mi conciencia
y mi exigencia de familiaridad. Pero soy un hombre y un hombre se exige a si mismo vivir
exclusivamente con lo que sabe, con lo que es: se exige vivir sin apelación.
Hasta ahora se trataba de saber si la vida debía tener un sentido para vivirla. Ahora se
trata de ver que quizás se la pueda vivir mejor si no tiene sentido.
Vivir un destino es aceptarlo plenamente; pero si se sabe que es absurdo, vivir es ante
todo contemplarlo, enfrentarse a él cara a cara. La seguridad en un destino aplastante,
sin resignación y sin esperanza puede alejar a la experiencia absurda del suicidio físico,
tanto como del otro suicidio en vida que es matar lo absurdo dándole la espalda
mediante la evasión. Enfrentándose a lo absurdo, rebelándose, el hombre puede poner
precio a la vida restituyéndole su grandeza. Para un hombre no hay espectáculo más
bello que el de una inteligencia que lucha contra una realidad que la supera: es el
espectáculo del orgullo humano. Y una metafísica escéptica es incompatible con una
moral del renunciamiento, ya que se trata de morir irreconciliado. El hombre absurdo no
puede sino agotarlo todo, agotar su vida y agotarse en un esfuerzo solitario que
testimonia su única verdad: su desafío.
Además constato que yo no puedo experimentar sino mi propia libertad, por lo que el
problema de la “libertad en si” se muestra un sinsentido, un problema secundario ligado
al problema de Dios: saber si el hombre es libre exige saber primero si puede tener un
amo, por lo que la misma cuestión que lo hace posible le quita a la vez todo sentido.
Porque ante Dios no hay un problema de Libertad sino el problema del Mal: o somos
libres y Dios no es todopoderoso, o no somos libres y Dios es responsable del Mal. Así,
vemos cómo la idea de una libertad dada por un ser superior se expresa a través de un
oximorón. Discutir sobre una noción que sobrepasa la experiencia individual y, además,
es contradictoria, no tiene sentido.
Pero en tanto que lo absurdo aniquila toda posibilidad de libertad eterna, privándome de
esperanza y porvenir, me devuelve la libertad individual, de espíritu y de acción. La
absurdidad de una muerte posible cuestiona la idea misma de existencia y de libertad
superior, dando fundamento a la única y palpable libertad, la de mi ser y la de mi ahora,
sin eternidad y sin mañana.
Sentirse extraño a la propia vida se vuelve principio de libertad individual, de esta nueva
independencia que reemplaza la ilusión de “libertad en si” y que acaba en la constatación
irrevocable de la muerte. La muerte y lo absurdo devienen los únicos y sufcientes
principios de la única libertad razonable que un corazón humano puede sentir y vivir: la
libertad de acción.
El hombre absurdo, situado en un mundo en el que todo está dado, y más allá del cual
solo hay hundimiento y Nada, puede suicidarse física o mentalmente, o puede aceptar
vivir en semejante universo sacando de él sus fuerzas, su negativa a esperar y el
testimonio obstinado de una vida sin consuelo.
Sin escala de valores ni jerarquías solo queda la cantidad, un estar frente al mundo con la
mayor frecuencia posible. Sentir la vida indiferente al porvenir, sin apelación con pasión
agotando la sucesión de presentes, en rebelión constante y consciente frente a los únicos
obstáculos irremediables que son la muerte o la locura.
El hombre absurdo.
Para quien vive sin Dios todas las morales son justifcaciones a posteriori: él es, por
tanto, inocente. Quisiera la certidumbre de un Dios que le diera sentido, pero no la tiene
y comienza la amargura. En su universo si bien todo no está permitido, nada está
prohibido. Como todas las experiencias son indiferentes se puede ser virtuoso por
capricho. De donde se deduce que puede haber responsables pero no culpables. Y así,
mirando a su alrededor, constata a diario cómo muchos obran mal con mucha moral, en
tanto que la honradez las más de las veces no requiere reglas.
¿Cómo se vive en un universo sin jerarquías? Veamos cuatro ejemplos.
Don Juan no es triste. Los tristes tienen dos motivos para estarlo: o ignoran o esperan.
Pero Don Juan sabe y no espera. Es el genio de la inteligencia que conoce sus límites. Don
Juan sabe que no hay amor si no se es contrariado y que no hay pasión sin lucha. Sabe
que son muy largos los días para quien sabe mantenerse vivo. Por eso, el fn último,
nunca deseado, es despreciable. Vive en la eternidad viviendo cada presente.
El actor en cambio reina en lo perecedero. Sus glorias son efímeras. En las tablas los
personajes nacen y mueren a lo largo de dos horas sobre 50 metros cuadrados. Cuanto
más estrecho es el límite que se le da para crear su personaje, tanto más necesario es su
talento. Va a morir dentro de dos actos, en los que tiene que experimentar y expresar
todo un destino excepcional, dos actos que le llevarán hasta el fnal de un camino sin
salida que el hombre de la sala tardará toda su vida en recorrer. Pero cuando deja el
escenario Segismundo no es nada; se le ve comiendo en una taberna. De pronto, el
personaje reemplaza al hombre. Recorriendo los siglos, el personaje le imita
asemejándose a ese otro personaje absurdo que es el viajero: tomando el vaso
reencuentra el ademán de Hamlet al levantar la copa, y sin frontera entre lo que se es y lo
que se quiere ser, muestra qué corta es la distancia que separa a los múltiples seres que
en él viven. Pero, tanto en la escena como en el mundo al fnal solo se trata de morir. Y
en ese momento fatal todo lo que se ha vivido está frente a uno, claro, desgarrador,
irremplazable. El sabe, y ahora puede morir.
El tercer personaje es el aventurero. El sabe que la acción en si misma es siempre inútil.
Las grandezas de un Alejandro quedan ahora reducidas a una protesta y a un sacrifcio
sin porvenir. Aunque no se trata de complacerse en la derrota, pues es claro que la
victoria siempre es deseable, sabe que “solo” hay una victoria, la eterna, y que esa es la
que no podrá alcanzar jamás. Por eso toda revolución se inicia siempre contra los dioses,
como hizo Prometeo. En esa reivindicación del hombre contra su destino (la del pobre
solo es un pretexto) defende su condición humana, colocando su lucidez en medio de lo
que la niega, exaltando al hombre ante lo que lo aplasta, con su libertad, su rebelión y su
pasión. El hombre, ahora lo sabe, es su propio fn, y si quiere ser algo tiene que serlo en
esta vida.
Así, el amante, el comediante o el aventurero simbolizan estilos de vida donde basta
saber y no ocultar nada. Lo absurdo les da un poder real y la ventaja de saber que todos
los reinos son ilusorios. Saben (sin esperanza y sin desesperar) y en ello consiste toda su
grandeza. Viven tratando de ser consecuentes, de vivir de lo que tienen sin especular
sobre lo que no tienen, sin debilidad, pensando con claridad y sin esperanza en un
universo sin porvenir, absurdo y sin Dios.
En la rebelión absurda el hombre tributa un homenaje a su dignidad librando un combate
que sabe que está perdido de antemano. Y en esa defensa de la absurdidad del mundo se
da una especie de felicidad metafísica.
El más absurdo de los personajes resulta por ello, sin duda, el creador; y el goce absurdo
por excelencia es la creación artística. “Tenemos el arte para no morir de la verdad” diría
Nietzsche. Crear es la gran imitación, es vivir dos veces, en contacto y consciencia de lo
absurdo. Si el mundo fuera claro no existiría el arte. Este comienza donde termina el
pensamiento, y consiste en describir, recorrer, agrandar y enriquecer esa isla sin porvenir
que acaba de descubrir. La obra total de un artista es una sucesión de obras que se
completan, corrigen y contradicen las unas a las otras, de modo que la serie de sus obras
no es sino la colección de sus fracasos. La muerte del creador la completa cerrando su
experiencia; dándole su sentido defnitivo. En la obra de arte, por tanto, no hay más
misterio que la voluntad por mantener la conciencia. La obra humana es el testimonio de
la rebelión del artista contra su condición en la perseverancia de un esfuerzo estéril. Es
un “todo para nada”, la ocasión que proporciona al artista acercarse a su realidad
desnuda.
El mito de Sísifo.
Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de una
montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con
algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.
Diferen las fuentes sobre los motivos por los que Sísifo acabó siendo un trabajador inútil
de los infernos. Pero se dice que estando a punto de morir ordenó a su esposa que
dejara su cadáver insepulto, sabedor de que no podría hacerlo. Al bajar a los infernos, el
astuto Sísifo protestó ante Plutón por el incumplimiento de la promesa recibida de su
esposa y solicitó el permiso para subir a castigarla. Una vez arriba, disfrutando del sol y
la belleza del mundo de los vivos, se negó a bajar otra vez al inferno, haciendo necesario
todo un decreto de los dioses, y hasta que el mismísimo Mercurio bajara personalmente a
la tierra a coger al audaz y llevarlo por fuerza hasta la roca que en castigo le estaba
preparada.
Sísifo, tanto por su pasión como por su tormento, es el héroe absurdo por excelencia. Su
desprecio a los dioses y su gusto por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que
todo ser se dedica a no acabar nada, precio que se paga por las pasiones de esta tierra.
Pero los mitos nada nos dicen sobre la vida de Sísifo en los infernos. Podemos
imaginarlo llegando a la cima, sudoroso, cubierto de polvo, la cara contra la roca,
empujando la piedra montaña arriba a lo largo de ese espacio sin cielo y sin tiempo.
Cuando alcanza su meta, Sísifo ve descender la piedra hasta la profundidad de la que
habrá de volver a subirla, y baja a por ella otra vez hacia la llanura.
Ese regreso, esa pausa, es la hora de su conciencia. El mito es trágico porque su
protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, si no, su castigo si nuestro héroe
tuviera la esperanza de conseguir su propósito?. Al igual que él, el obrero actual trabaja
durante todos los días de su vida en las mismas tareas y su destino no es menos
absurdo. Pero solo es trágico en los raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, el
proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la magnitud de su miserable
condición. En ella es en lo que piensa durante su descenso, y como no hay destino que
no se venza mediante el desprecio, la clarividencia que debía constituir su tormento se
consuma su victoria.
Por ello, el descenso puede hacerlo también con alegría. La roca solo vence, y surge la
tristeza, en tanto que las imágenes de la tierra se aferran al recuerdo. Pero la verdad
aplastante perece en cuanto es reconocida, y allí es donde comienza la tragedia. “Todo
está bien” dirían Hamlet o Kirilov, dejando constancia de la victoria absurda.
La clarividencia expulsa de este mundo al Dios que había entrado en él con la
insatisfacción y la afción a los dolores inútiles, y la felicidad surge inseparablemente de
lo absurdo haciendo del destino un asunto completamente humano. En el mismo instante
en que vuelve sobre su vida, sobre su roca, contempla la serie de actos desvinculados
convertidos ahora en destino, un destino creado por el y unido bajo la mirada de su
memoria y a punto de ser sellado por la muerte. Sabe que no hay nada más allá del único
destino fatal y despreciable, por lo que su destino le pertenece, su roca es su cosa. Sísifo
se sabe el dueño de sus días.
Persuadido del origen enteramente humano de todo sabe que la noche no tiene fn y que
la roca seguirá rodando. El también juzga que todo esta bien. Este universo, en adelante
sin amo, ya no le parece estéril ni fútil. Cada grano de esa montaña oscura forma por si
solo un mundo. Y el esfuerzo mismo por llegar a su cima basta para llenar el corazón de
un hombre: hay que imaginarse a Sísifo dichoso.
CONCLUSION.
“Si la importancia de una cuestión depende de los actos a los que obliga, la discusión
acerca de la si la vida merece o no merece la pena vivirse es la cuestión fundamental de la
flosofía.”
Desde esa provocación radical, Camus repasa las dos soluciones típicas dadas al asunto:
la del suicidio y la de la evasión a través de la esperanza (religiosa o racional).
Comprueba que los seres humanos obran contradictoriamente respecto de lo que dicen
sostener: quienes dicen creer en la esperanza se aferran a la vida; quienes creen que la
vida no tiene sentido obran como si lo tuviera (bajo la ilusión de que la muerte nunca
llegará); y quienes se suicidan, por último, parecen tener claro que la vida tiene un
sentido que no son capaces de alcanzar.
Analiza las condiciones bajo las cuales los hombre se enfrentan al sentimiento absurdo.
Investiga primero al pensamiento, cuando este llega a sus límites, concluyendo que la
Razón solo es válida para la escala humana (afrmación rigurosamente kantiana). Luego,
se detiene en analizar las condiciones bajo las que se produce la Esperanza, tanto
religiosa como racional, constatando que el paso desde lo absurdo a la esperanza es un
salto completamente ilegítimo y más allá de toda experiencia.
Estos intentos por encontrar un sentido a la vida, claramente, han fracasado. Son
sucedáneos para mantener la vida adormecida, sin brillo. Entonces, se pregunta ¿es
posible vivir la vida sin sentido, sin apelación, sin esperanza; sin consuelo y sin evasión?.
En este universo sin porvenir y sin libertad metafísica, el hombre enfrentado a lo absurdo,
a los confnes de los muros que lo aprisionan, sabedor de que no hay Destino más allá
del que él mismo construya, se vuelve consciente de su libertad de acción constitutiva,
dueño de si mismo, de su destino y de su vida. En un universo sin amo, el único amo
ahora es él. Y es dichoso.
Notas:
1 ALVISU, J. Medio siglo sin el escritor Albert Camus (En Internet.
http://www.elespectador.com/entretenimiento/arteygente/articulo-179957-mediosiglo-sin-el-escritor-albert-camus 23-4-2012). Ver también noticias biográfcas en
internet: Biografía como Premio Nobel
(http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1957/camus-bio.html;
Discurso de aceptación del Premio Nobel en 1957
http://gatopardo.blogia.com/2009/103101-albert-camus-discurso-de-aceptacion-delpremio- nobel-de-literatura-ano-1957.php;
http://www.biografasyvidas.com/biografa/c/camus.htm; Breve biografía
http://es.wikipedia.org/wiki/Albert_Camus; búsquedas de fecha 23-4-2012.
2 Camus, Albert. El Mito de Sísifo. La Conquista.
3 Con respecto al conficto argelino, decía: "He amado esta tierra con pasión, de ella he
extraído todo lo que soy y nunca he apartado de mi amistad a ninguno de los hombres
que allí viven, sin importar su raza" (En internet:
http://www.elespectador.com/entretenimiento/arteygente/articulo-179957-mediosiglo-sin-el-escritor-albert-camus).
4 “¿Qué es pues el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me
lo pide, no lo se”. San Agustin, Confesiones XI, XIV.
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