Maestras de la República En 1971, en algunas escuelas públicas de nuestro país comienzan a derribarse los muros que separaban los recreos de chicos y chicas. La Ley General de Educación de 1970 había levantando la prohibición de la educación mixta y se iniciaba tímidamente un camino hacia la coeducación que todavía hoy no ha terminado. Habían trascurrido 40 años desde que en muchas escuelas españolas se derribaron los muros que separaban a chicos y chicas como consecuencia de la entrada en vigor de la constitución republicana de 1931. Frente a la timidez con que los gobiernos tecnócratas franquistas intentaban lavar la cara al régimen, la República desde el primer momento de su proclamación convertía a la educación en piedra angular de su política reformista. En su articulo 48 decía: El servicio de la cultura es atribución esencial del Estado, y lo prestará mediante instituciones educativas enlazadas por el sistema de la escuela unificada. La enseñanza primaria será gratuita y obligatoria. Los maestros, profesores y catedráticos de la enseñanza oficial son funcionarios públicos. La libertad de cátedra queda reconocida y garantizada. La República legislará en el sentido de facilitar a los españoles económicamente necesitados el acceso a todos los grados de enseñanza, a fin de que no se halle condicionado más que por la aptitud y la vocación. La enseñanza será laica, hará del trabajo el eje de su actividad metodológica y se inspirará en ideales de solidaridad humana. Se reconoce a las Iglesias el derecho, sujeto a inspección del Estado, de enseñar sus respectivas doctrinas en sus propios establecimientos. Era la manera más contundente de dar soporte jurídico al nacimiento de una escuela pública, obligatoria, profesionalizada, laica, activa y solidaria. Y era también la culminación de una corriente de pensamiento que se había ido fraguando en los primeros años del siglo XX, en torno a la Institución Libre de Enseñanza y que consideraba a la educación como la única palanca capaz de sacar al país de su ancestral retraso. Cuando se proclamó la II República, en abril de 1931, España era un país predominantemente agrario y rural. La mayoría de las escuelas tenían una sola aula y estaban dirigidas por un maestro ó maestra que podía atender hasta 50 alumnos. Con más de un millón y medio de niños y niñas sin escolarizar, la tasa de analfabetismo rondaban el 32%, llegando al 50% en las zonas rurales, siendo doble en la población femenina que en la masculina. Todo ello dibuja un panorama desolador y pone de manifiesto la discriminación sufrida por la mujer hasta ese momento. Si bien es cierto que a principios del siglo XX el modelo de mujer hacia referencia a su papel como madre y esposa (“la mujer ideal” debía asumir que en el hogar se hallaba su lugar en el mundo), las profundas trasformaciones económicas y sociales que se estaban produciendo en Europa y también, aunque en menor medida en España, demandaban cada vez más mano de obra femenina, favoreciendo su presencia en la vida pública. En este contexto, debemos entender las reivindicaciones de mujeres como Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán, quienes defendieron para las mujeres la compatibilidad entre los quehaceres domésticos y el cultivo de la inteligencia, o la presencia activa y reivindicativa de Victoria Kent o Clara Campoamor en el Congreso de los Diputados. Para las mujeres Españolas la proclamación de la República iba a significar un cambio profundo en todos los ámbitos. La Constitución republicana termina con la dependencia de las mujeres respecto a padres y esposos y otorga a las mujeres derechos básicos como poder comprar o vender, ir a juicio y trabajar sin la autorización del marido. Así obtienen la ciudadanía civil y poco más tarde su participación política tras el reconocimiento el derecho al voto femenino. Por otra parte, el estímulo público a la educación y la cultura y el ambiente de modernidad iba a favorecer la presencia de mujeres en una amplia gama de carreras y profesiones. Para hacer realidad el proyecto educativo propuesto por la Republica no bastaba solamente con el soporte de ideológico de las élites culturales del país, ni con el impulso decidido de los políticos desde el parlamento. Era imprescindible que el gobierno pusiera los recursos necesarios: recursos para dignificar la figura del maestro que malvivía con un sueldo de miseria, recursos para construir escuelas que dieran cabida a la avalancha derivada de la obligatoriedad de la escolarización y al interés por alfabetizar también a la población adulta y recursos para formar a aquellos que debían llevar la educación a los lugares más recónditos de nuestra geografía. Aún estando inmersos en una situación de profunda crisis mundial, la Republica puso en marcha un amplio programa de medidas: se redactaron 27.000 proyectos para la construcción de nuevas escuelas, de los que se ejecutaron 16.000, se promovió la profesionalización de los maestros regulando su formación pedagógica y reconociendo su autonomía y libertad de cátedra, a la vez que se aumentaba su salario y su reconocimiento social. Hasta el punto de ser considerados los funcionarios más importantes del estado. Bajo este impulso renovador, y conscientes de que el problema iba mas allá de lo puramente escolar, se crea el Patronato de Misiones Pedagógicas (29 de mayo de 1931) con el encargo de “difundir la cultura general, la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares, con especial atención a los intereses de la población rural”. Entre 1931 y 1936 llegaron a cerca de siete mil pueblos, estableciendo bibliotecas, sesiones de cine, audiciones de radio, música, teatro, exposiciones, etc. En ellas participaron más de quinientos voluntarios de distinto origen, entre ellos personalidades como María Zambrano, Antonio Machado, Luis Cernuda, etc. Con el mismo objetivo de llevar la cultura a las zonas rurales se crea la compañía de teatro ambulante La barraca, liderada por el propio Federico García Lorca, que recorrió pueblos y aldeas representando las mejores obras del teatro clásico español. La conjunción de todos estos factores propiciaron el nacimiento de un importante grupo de maestros y maestras, imbuidos del espíritu reformista de la República, convencidos del poder regenerador de la educación, formados en las teorías pedagógicas más innovadoras y con la juventud y la ilusión necesarias para convertirse en “los nuevos misioneros de la cultura”. El magisterio estuvo sumergido en un proceso de feminización importante ya que muchas mujeres optaron por la profesión de maestras por ser una buena manera de aumentar sus posibilidades culturales y profesionales. De esta manera conseguían la independencia económica que les permitió desvincularse del núcleo familiar e iniciar una nueva vida. Con su interés por innovar se embarcaron en viajes de estudios, ocuparon puestos de dirección en colegios y participaron en Misiones Pedagógicas o en la educación de adultos. En el proyecto de educación republicano, las maestras ocuparon un lugar muy destacado. Las mujeres que estudian la carrera de magisterio constituyen una figura esencial, llegando a representar en poco tiempo el modelo de mujer moderna e independiente, un nuevo modelo femenino totalmente opuesto al ideal de mujer propugnado por el nacional-catolicismo. Y esto es especialmente importante por que iban a convertirse en una "referencia” para las niñas. Su destino docente estuvo ligado en la mayoría de los casos a pequeñas localidades. La situación de atraso y abandono de las zonas rurales hizo que la maestra rural tuviera que ejercer su profesión salvando fuertes dificultades, no solo materiales como la falta de infraestructuras escolares o la incomunicación de muchos pueblos, sino también sociales y culturales como la existencia de un elevado absentismo escolar (consecuencia del empleo generalizado de mano de obra infantil en las tareas agrícolas), la falta de higiene y en muchos casos las reticencias de los padres a que sus hijos, y sobre todo sus hijas, asistieran a la escuela para ser educados “por una forastera de pelo corto” En este ambiente de renovación cultural y pedagógica encontramos a Angelina Carnicer, nacida en Sabiñán en 1893, hija de Ángel Carnicer Vicente (secretario del ayuntamiento) y Juana Matilde Pascual. Fue una de las primeras mujeres tituladas en bachiller en Zaragoza y obtuvo el título de maestra en 1911 en Teruel. En 1915 obtiene plaza en la Escuela Normal de Valencia desde donde ejerce su magisterio centrada sobre todo en la didáctica de las ciencias sociales. En Valencia entabló amistad con María Moliner, destinada en 1925 en el Archivo de Hacienda. Muy ligada a la Institución Libre de Enseñanza, y convencida de la capacidad regeneradora de la educación, durante el periodo republicano participa activamente en la organización de las Misiones Pedagógicas y de las Colonias Escolares y en 1933 participó directamente en la misión realizada en Jaraguas (Valencia). Ella jugó un papel importante en la formación de muchas de las “maestras de la República” y como muchas de ellas, finalizada la guerra, sufrirá la represión: Angelina será sancionada y trasladada a Lérida hasta que en 1943 se le retira la sanción y puede volver a Valencia, donde continuará con su magisterio en la Escuela Normal Femenina hasta su jubilación en 1958. En 1965 fue condecorada con la Encomienda de Alfonso X el Sabio y muere en 1980. Con este artículo quiero rendir homenaje a todas las maestras de la República en general y en particular a Angelina. Su memoria, la memoria de todas ellas puede apagarse en el olvido si no recuperamos sus experiencias y sus vivencias. Muchos de los archivos que certificaban su paso por las escuelas han desaparecido o fueron destruidos y sus protagonistas, en el mejor de los casos, condenadas al silencio y al ostracismo. Por esta razón las entrevistas y las historias de vida son fundamentales para poder restaurar el papel tan importante que ocuparon en la sociedad. Y no debemos olvidar que las que sobrevivieron a la represión están llegando al fina de sus vidas. Ojalá que la escuela sirva siempre para formar a ciudadanos conscientes, libres, críticos y capaces de pensar por si mismos.