INTERPRETACIONESDE PENÉLOPE DESDE EL MUNDO CLÁSICO AL NUESTRO AURORA LOPEZ Universidad de Granada (España) En 1984 Montsei-sat Roig hacía una reflexión sobre los mitos que va a servirme de introducción a este trabajo; estas eran las palabras de la gran escritora catalana: "Surge una manera diferente de ver a Circe, a Calipso o Atenea, diosas reducidas luego a Hetairas; Nausica, Arete, Penélope o la vilipendiada Cliteinnestra, las cuales no son más que venganzas sublimadas de la imaginación masculina. Existieron, sí, ¿pero fueron así realmente? Nunca lo sabremos. Hay que reinventarlas"' En esta bellísima isla de Cuba, una nueva Ítaca a la que se sueña regresar, intentaré presentaros algunas versiones masculinas del mito de Penélope, y algunos de los reinventos que de su figura hacen una seiie de escritoras de hablas hispanas, a sabiendas de que el tema resulta tan extenso que podría servir de tema no ya para toda una tesis doctoral, sino probablemente para varias. Quiero advertir, pues, que he tenido que acomodar la extensión de mi tema a los límites que nos hemos impuesto para las intervenciones en este Congreso, pero que me propongo, en fecha no lejana, abordarlo más ampliamente en otsa publicación. Penélope es un viejo modelo que se ha convertido en arquetipo. Homero ha dejado reflejado en ella el sueño masculino de mujer, su "venganza sublimada", en palabras de Roig. A este viejo modelo se le puede aplicar la definición que sobre arquetipo da Michile La Doeuff en El estudio y la rueca: "Los viejos modelos acuden según la lógica del arquetipo, que muestra que cuanto más viejo es un modelo, más modelo es"'. Lo psimero que nos llama la atención es el género literario en el que Homero construye su venganza, esto es, la épica. El género crea unos modelos a imitar, como sabemos, y esta función modélica es el espejo en el que se mirarán las sucesivas penélopes esposas, ángeles del hogar: un modelo de fidelidad, buen comportamiento en las ausencias, preocupación por los intereses del varón, permanencia recogida en casa, dedicación al hilado o al tejido, supervisión de la servidumbre... Y además una esposa enamorada, que tiene como vistud el permanecer en silencio cuando los hombres hablan, incluso cuando es el propio hijo, que además le impone ese silencio a su misma madre y la manda a sus habitaciones, orden que ella obedece sin rechistar (Od. 1 356-359). Ahora bien, siempre en la imaginación masculina existen atisbos de desconfianza in1 M. ROIG, "Mujer y literatura", Boletín Iifornmtrvo de la Fwidacióii Juaii March 114 (1984) 3-14; el texto citado, en pp. 10-1 1. M. LE DOEUFF, El est~rdioyla rueca. De las imijei.es, de lufi1osojk, efc.,Trad. de O. Blanco Comjo, Madrid, 1993, p. 333. cluso para el coinpoi-tainiento de Penélope. ¿Es posible una inujer tan perfecta? Una serie de dudas, como sabemos, planean incluso en el mismo texto de Hoinero. Así lo ve una tsadición postesior a la Odisea, recogida también por siglos posteriores. La fidelidad arquetípica se cuestiona incluso en una interpretación psicoanalítica del testo de Homero hecha por un autor del siglo XX, George Devereux, quien afirma que los siete versos de Odisea (XXIII 21 8-224) que Aristarco (s. 11 a. C) desechaba como de autoría no homéiica por creer que no se ajustan al resto del contenido, son precisamente la demostración de que Homero quiere dejamos intuir una psicología oculta de Penélope. Los siete versos en cuestión son aquellos en los que Penélope defiende a Helena, basándose en que es una diosa quien dirige el compoi-tainiento de la inujer de Menelao. El pasaje está situado dentso de la epopeya cuando Ulises regresa y Penélope pone como piueba para el reconociiniento del héroe el secreto del lecho'. Las pmebas y suposiciones de Devereux son muchas, pero a mí me interesa destacar la siguiente conclusión: "Penélope sufi-ió un enfriamiento en su afectividad, como consecuencia de sus esfuerzos para rechazar las constantes tentaciones, y también que es totlamente ambivalente, tanto en relación con la larga ausencia de Ulises, como en relación con su regreso tardío" (p. 229) Así pues el rasgo hipercaracteiizador de Penélope, la fidelidad, mediante una lectura psicológica del texto de Homero se ve sometida a una duda. Devereux está convencido de esa infidelidad, como también lo está de que los filólogos no aceptan de buen grado una lectura tal, y no vacila en ofi-ecesnos el pensamiento de un enemigo acéniino de la investigación psicológica en literatura, Robei-t Graves. El conocido escritor llega, en efecto, a conclusiones similares a las de Devereux en su obra Los mitos griegos: "Algunos niegan que Penélope se mantuvo fiel a Odiseo. La acusan de haber tenido relaciones amorosas conhfínoino de Duliquio, o con todos los pretendientes por turno, y dicen que el fiuto de esa unión fue el monstruoso dios Pan... [-1 "En ninguna parte sugiere directamente la Odisea que Penélope fuera infiel a su marido dusante su larga ausencia, aunque en el Libro XVIII 281-3 fascina a los pretendientes con su coquetería, obtiene de ellos regalos y muestra una preferencia decidida por Anfínomo de Duliquio (Odisea xvi.394-8). Pero Odiseo no confía en ella lo bastante para revelar quién es hasta que ha matado a sus rivales; y su madre, Anticlea, demuestra que hay algo que ocultar cuando no le dice ni una palabra acerca de los pretendientes (Odisea xi.180 SS.)~. El juicio de una muy destacada estudiosa de la mujer en el mundo antiguo, Eva Cantasella, resume muy bien lo que las mujeres releemos en todo este proceso que estamos comentando: "Las ambigüedades de Penélope se deben, quizá, a dos hechos contradictorios. Por un lado, estaba la necesidad de la poesía épica, dada su función de formación cultural, de proponer un modelo de mujer que fuera el símbolo de todas las virtudes 2 4 G. DEVEREUX, "El carácter de Penélope", cap. IX de Mujer y mito, México, 1989, pp. 224-232. R. GRAVES, Los mitos griegos, 2, trad. de Luis Ecliávarri, Madrid, 1985, pp. 477-478. INTERPRETACIONESDE PENELOPE DESDE EL MUNüO CLASICO AL NUESTRO 33 1 que la mujer debía tener. Por el otro, estaba una ideología misógina, que desconfiaba profundamente de las mujeres. Penélope, quizá, es el fiuto de estos dos hechos que contrastan: imagen, a un tiempo, del 'deber ser' y del 'ser' (a los ojos de los hombres, se entiende) de la mujer ho~nérica"~. Mas adelante veremos cómo estas sabias puntualizaciones de Cantarella van a cuinplirse en los escritores posteriores. En Roma se sigue manteniendo el arquetipo del que estamos hablando, que es adoptado por las grandes matronas, un espejo fabricado por la sociedad patriarcal en el que han de mirarse todas las romanas, quedando sus virtudes inmortalizadas en las lápidas funerarias: pia, pzudica, casta, zuniziira, dornz~rnserzuaz~i~, lanarn fecit, peperitjlios viene a ser el carnet de identidad de una matrona como es debido. Haciendo una cala en poetas como Catulo, Tibulo, Propercio y Ovidio, he podido observar que Penélope encuentra representaciones diversas en algunos de ellos. Así, Catulo menciona una sola vez a Penélope, poniéndola como ejemplo de madre excepcional. Es interesante subrayar que el poema en que se registra es el 61, un canto de boda, género muy cultivado en la época helenística, procedente de la lírica griega arcaica. Los neoteroi renuevan el canto helenístico y Catulo le añade su impronta mezclando a las costumbres griegas matices propios de las bodas romanas. La referencia a Penélope se encuentra al final del canto, después de desear Catulo a la pareja que tenga prole y que ésta comience con un hijo (no una hija), que ostente los rasgos de su padre, porque con ello se asegura la pureza de la madre. Este futuro hijo de Manlio Torcuato y Junia Arunculeya, para quienes escribió Catulo este canto de bodas, tendrá el orgullo de la nobleza materna incluso en su descendencia, para lo cual lo más excelso es ponerlo en relación con Penélope y Telémaco: Talis illius a bona matre laus genus approbbet, qualis unica ab optima matre Telemacho manet fama Penelopeo (61, 226-230) Optirna matre, unica fania, son la tarjeta de identificación de Penélope madre. Roma, cuiiosamente por boca de Catulo, encauza a sus matronas para dar cizies Rornani por medio de ejemplos obtenidos de un glorioso pasado legendario. Frente a Tibulo, que, en su habitual despego de todo lo mítico, no deja espacio alguno al personaje de Penélope, Propercio en cambio resulta ser un cajón de sorpresas, pues nos presenta a las dos Penélopes de que hablaba Eva Cantarella. Propercio recrea el arquetipo para que Cintia, una pziella elegíaca, su domina, actúe como la griega en lo que es más prototípico de ella, la fidelidad. Curiosamente Propercio sabe que su relación con Cintia no iguala a la que unía a Penélope y Ulises, el lazo matrimonial. Cintia es una pzlella docta a la aque elfoedus anzoris no le impone una fidelidad conyugal, que no obstante apetece a su amante Propercio. Renegar en el comportamiento de una "Cintia-Penélope", pero desear E. CANTARELLA, La culun~~dud unibigua. Condición e iviagen de la ~iiigeren Iu untlgiiedud greiguj. romuna, Trad. y presentación de A. Pociña, Madrid, 1991, p. 46. que Cintia sea Penélope en la relación amorosa, sabiendo que ello no se cumple. no es ningún contrasentido. Es recrear el mito, pasarlo a lo cotidiano, liberarlo del peso epopéyico. Esta invitación modélica a Cintia se observa en 2,9,3 y 2,6,23-24. Que Propercio como hombre echa de menos una amante fiel es algo que nos deja muy claro en el poema 12 del libro 111, escrito en honor de Gala y Póstumo. Las excelencias de tal mujer son equiparadas siempre a las de Penélope, y Póstumo es ensalzado precisamente gsacias a la castidad de Gala; se le compara a Ulises porque ambos tienen mujeres dignas de admiración: Postz~musalter erit miranda coniuge Vlixes (3,12,23). A continuación enumera los avatares pasados por Ulises, incluidos los amores y la muerte de los pretendientes. El final es muy arquetípico: Necfiztstra, qzlia casta domipersederat zrxor. Vincit Penelopes Aelia Gallajdem (3,12,37-38). A esta visión de una romana prototípica se le oponen una serie de mujeres vencidas por la codicia, con el lujo como estandarte. Penélope vuelve a salvarse, y las romanas no son viltuosas como Penélope o Evadne: Hoc genzls injdz~mnzlptarum, hic nzllla puella necjda Ezradne, necpia Penelope (3,13,23-24). Se puede decir que Acantis, una celestina contra la que va dirigida la elegía IV 5, es el ejemplo en donde Propercio plantea la posibilidad de una Penélope no fiel, si sobre ella hubiese podido ejercer sus artes tan ilustre alcahueta. Aunque tan sólo lo pone como una suposición ii-seal, me parece que Propercio está manejando aquí aquella desconfianza sobre la fidelidadde Penélope que emana de la tradición post-hoinérica: Docta uel Hippolytum Veneri nzollire negantem, concordique toro pessima semper auis, Penelopen quoque neglecto rzimore n~ariti nzlbere lasciuo cogeret Antinoo (4,5,5-8). Con respecto a Ovidio voy a ocuparme, de forma rápida, sólo de la Heroida I, la epístola de Penélope a Ulises, por razones de espacio, ya que el sulmonés presenta ejemplos del arquetipo en todo el conjunto de sus obras, llegando incluso a equiparar a su esposa con Penélope, de la misma manera que hemos visto hacer a Propercio con Gala. Penélope escribe una carta de amor a Ulises, que no se sabe si sigue vivo ni dónde se encuentra, para suplicarle que regsese a Ítaca. La recreación literaria de Ovidio le hace situar el espacio temporal después del final de la guerra de Troya. Manteniendo la máscaramujer, Ovidio habla de los problemas que acarrea la guerra a las mujeres, que no intervienen para nada en la cosa militar (en sus palabras parecen estar resonando las del discurso de la antigua oradora ~ortensia~). Este hecho intiinida incluso a una coniunx épica, siendo como es además Penélope una uxor elegíaca. La epístola admite incluso los avatares y preocupaciones diarias, asunto propio de una carta familiar (las resonancias son ahora de 6 Cf A. LOPEZ, No sólo hilaron lana. Escritoras ronzui~asenprosa ji en verso, Madrid, 1994, pp. 9-21, ~NTERPRETACIONES DE PENELOPE DESDE EL MUNDO CLÁSICO AL NUESTRO 333 las castas de Cosnelia, o de la esposa de Cicerón). Todo ello teñido con el dolor del alejamiento y de la separación. Penélope es una mujer, y Ovidio la caracteriza de maravilla, permitiéndole mostrarse celosa ante la sospecha de que alguna otra retiene a Ulises, y suponiéndose ya vieja y fea para cuando vuelva su marido. Las diversas qzierellae que la convierten en uxor elegíaca no pueden hacer olvidar a Ovidio que sobre Penélope gsavita el arquetipo épico, y así esta mujer se mantiene uniuira, incluso enfsentándose a su padre que quiere que se case de nuevo. Ovidio recrea el mito enriqueciéndolo con los elementos aportados por la elegía, la suasoria y la epístola. Es consciente de que el poder del arquetipo épico no puede ser demasiado adulterado por el peso que assastra de la tsadición, y esta unizrira ovidiana mantiene una humanidad más cercana que la uniuira épica. Hay una reestructuración, pues, exigida por el guión al que la somete Ovidio. Merece la pena recordar aquí, como cusiosidad, un comentasio del prólogo que puso a su traducción en verso de las Heroidas Diego de Mexía, a finales del siglo xV17; en él hallamos nuevamente una apropiación del texto de una obra para favorecer un punto de vista personal y masculino: "Quiso, pues, dibujar (y arficiosamente dibujó) Ovidio en estas sus Epístolas la fuerza del amor casto y el desenfrenamiento del deshonesto, indigno de nombre de amor, sino de apetito füsioso; en unas pinta con soberano pincel la fuerza y firmeza del amor matsimonial, como en Penélope y Laodamia; en otras manifiesta los ardentísimos ímpetus de la deshonestidad, como Fedra y Safo, para que, imitanto y amando la castidad y continencia de las unas, huyamos y detestemos la abominación y liviandad de las otrasm8. Tenemos en las palabras de Diego de Mexía una muestra de cómo Ovidio fue "cristianizado", deformación que remonta a mucho antes en el tiempo: podemos verlo, por ejemplo, en un Romance de Penélope, que se encuentra entse los romances de temas de la Antigüedad Clásica recogidos por Marichu Cmz de castro9. Parte el romance de la marcha de Ulises a la guerra de Troya, poniendo énfasis en su anterior felicidad conyugal. El comportamiento de Penélope durante la espera recuerda los elogios de las lápidas funerarias: Penélope, de nzziy casta, muj~bnjarnente vestía, y en su zíltinio palacio continuo se retraía. Por supuesto, la heroína griega mantiene celosamente su estado de uniuira: de grandeshe requestada, y ella a todos despedía. 7 Cf A. P O C ~ A "El , sevillario Diego Mexía de Fernangil y el liumanis~noen Peni a finales del siglo XVI", Anuario de Estudios Americanos 40 (1 983) 163- 184, espec. 175-184. 8 Publio Ovidio, Las Heroidas, Trad. en verso castellano y prólogo de Diego de Mexía, Buenos Aires, 1950, p. 13. 9 M. CRUZ DE CASTRO, Romances de la Al~tigiiedadClasica, Madrid, 1992, pp. 59-60. El romance eni?enta a Penélope a los requerimientos de los pretendientes, a los que despide, menos a uno especial, perteneciente a la realeza, ante el que pone en juego la astucia del tejido y destejido. Resulta muy interesante la adjetivación que se aplica a Penélope, muy s a g a y diligente, una mujer que actua con astucia. Tenemos, pues, un coinportaineinto hoinérico-ovidiano, con la variante interesante de no mencionarse a Telémaco, y en clave cristiana. Al hilo de esta revalorización cristiana del mito quiero recordar ahora una utilización muy poco conocida del mito de Penélope: se trata de una supuesta carta de Penélope escrita por Albino Luciani, el efímero papa Juan Pablo 1, que sólo duró un mes después de su elección en 1978, incluida en una colección de cartas ficticias a personajes reales o iinaginarios, como Dickens, Marconi, Pinocho o Quintiliano, bajo el título Ilustrisi~~~os Señores''. El propósito de tan curiosa obra se descubre al comienzo de la carta a Dickens que abre la colección: "Soy un obispo que se ha impuesto la extraña tarea de escribir todos los meses, para El Mensajero de Son Antonio, una carta a algún ilustre personaje" (p. 1). La carta a Penélope, fechada en marzo de 1972, resulta un magnífico ejemplo de apropiación cristiana de un mito pagano. Es una pastoral, podríamos decir, dirigida a unos esposos católicos; desde el comienzo se clarifican las posturas eclesiásticas al oponer dos modelos clásicos de relación, Ulises-Penélope y Eneas-Dido. Dido, débil, sucumbe a la pasión, no sabe mantener su proyecto de zinizlira; Penélope ofrece el comportamiento totalmente opuesto. Hay que señalar que Luciani sabe reutilizar la Odisea partiendo de un conocimiento profundo de la epopeya, si bien los fines de tal utilización exceden en demasía la concepción homérica; la fidelidad de Penélope, por ejemplo, es subrayada de esta forma "interesada": "Un amor, princesa, sagrado para vos. Y más sagrado todavía para nosotros, los católicos. Y duele que se le haga objeto de burla" (p. 66). A este grado de utilización del mito llega Albino Luciani: "A vuestra alteza se dirige, en cambio, el pasaje del concilio que habla de un amor conyugal 'indisolublemente fiel en la prosperidad y en la desgracia, en cuerpo y en espíritu, ajeno a cualquier adulterio o divorcio" (pp. 66-67). De este modo acaba el cardenal su carta a Penélope: ¿Podrán mis palabras ser de alguna utilidad a los esposos de hoy, que se encuentran en medio de innegables dificultades? Así lo espero" (p. 70). Parece indudable que la perfecta casada de nuestro Fray Luis media como intertexto de esta carta basada en Hornero. Son tantas las rescrituras del mito de Penélope que, por fuerza, he de dejar muchísimas para un tratamiento más amplio: así, la visión del escritor granadino José Asenjo Sedano en su novela Penélope y el mar1', relato un tanto singular en el que se ofrece una visión desde el personaje de Telémaco, siendo precisamente el hijo quien presenta una considera1o 1I A.LUCIANI, Ili~s~isimos Senores. Curtus d e l p u ~ ~ u r de c a Velieciu, Madrid, 1978 J ASENJO SEDANO, Penélope J. el mar, Granada, 1978 ción negativa de una Penélope adúltera, entregada a los pretendientes. Coino colofón de esta serie de interpretaciones masculinas del tema de Penélope, recordaré el poema titulado precisamente con su nombre por Xosé María Díaz Castro (19 14-1990), considerado unánimemente como una obra maestra de la poesía gallega de nuestro siglo, y que aparece en el único libro de versos publicado por este autor, ~ i n ~ b o s " . Con un tratamiento verdaderamente original, Díaz Castro identifica a Galicia, que avanza y retrocede, esperando y esperando la realización de sus sueños, pero sin rebelarse, con el tejido y destejido de Penélope: Unpaso rrdiante i outro atrhs, Galiza, i a tea dos tezrs soños non se n1Ove. A espranza nos tezis 0110s se esperguizu. Aran os bois e chove. En el siglo XIX, Rosalía de Castro hace una nueva y profunda reintespretación del mito de Penélope en dos poemas, uno en gallego, "Tecín soya a miña tea", perteneciente al libro Follas novas (1 880), y otro en castellano, "Desde los cuatro puntos cardinales", de su gran poemario en castellano En las orillas del Sar (1 884). Con esta escritora, a cuyo estudio he dedicado muchos años de mi vida, comienzo el que por fuerza deberá ser muy breve análisis del tsatamiento del mito de Penélope hecho por mujeres. En el primer poema, "Tecín soya a miña tea", Rosalía no cita nominalmente a Penélope, pero reinterpreta la figura mítica carente de marido, sola, sin fuerzas y con esfuerzos, y la tansposta a una gallega cuyo marido tuvo que emigrar, sin duda a América, y con toda probabilidad, aunque no se dice en este caso concreto, a esta ciudad de La Habana en que nos encontramos, debido a la pobreza que asolaba a su país. El yo poético mujer entona una seiie de querellae del más puso tono elegíaco-ovidiano, donde la guersa en la lejana Troya se sustituye por el tsabajo en la no menos lejana América, y donde la conizinx épica se ha tsocado en una galleguiña que evoca su soledad en cada una de las tareas que debe realizar para sobrevivir: Tecin soya á niiña tea, Sen~brej)soya o meu nabal, Soya vozi por leña 6 monte, Soya á vexo arder n'o lar1' Rosalía, al igual que o c w e en Ovidio, pone mucho acento en el hecho de que la gallega del poema no sabe dónde se encuentra su marido. Del mismo modo que la Penélope del romano, parece querer escribirle, pero Rosalía comprende que una labradora pobre no puede ni sabe hacerlo, por lo que traslada sus ansias de saber noticias de su esposo a una golondrina, mensajera de sus preocupaciones e investigadora del paradero del emigrante: Ancltlriña quepasache " X. M. DIAZ CASTRO, Nnizbos, Vigo, 1961. Cf C1. R O D ~ G U E Z FER, Poesia galega. Critica e nzetodolosia, Vigo, 1989; A. PoCIÑA, "A cultura latina nos autores e autoras galegos", Anirario de Est. Lit. Galegos 1996, pp. 77-102. l 3 ROSALIA DE CASTRO, Poesía galega conpleto II. Follas novas. Poeinas soltos. Trad~rccróns,Edición critica de A.López y A. Pociña,T Santiago, Sotelo Blanco, 1999. Con él as ondas d'o mar; Andziriña, voct, voa, Ven e dime en ond'estcí. En el castellano "Desde los cuatro puntos cardinales", Rosalía rescribe el mito de Penélope, aportando una visión completamente feminista: iEsperady creed!, crea el que cree, y ama con doble ardor aquel que espera. Pero yo en el rincón niás escondido y también mcís hermoso de la tierra, sin esperar a Ulises, que el nllestro ha naufragado en la tornienfa, semejante a Penélope tejoj)destejo sin cesar mi tela, pensando qzie ésta es del destino huniano la incansable tarea, y que ahora sztbiendo, ahora bojando, zinas veces con luz y otras ciegas, cziniplimos nuestros días y llegamos niús tarde o nuk teniprano a la riberaI4. Un estudio excelente de esta reinvención del mito de Penélope por parte de Rosalía es el realizado por una gran investigadora sobre mujeres en la literatura gallega, Casmen Blanco; en un trabajo centrado sobre el poema "Estranxeira na súa patria", de Follas novasI5, analiza Blanco también otros poemas de Rosalía, entre ellos el que nos ocupa. Encuentra en esta Penélope-Rosalía una creadora autónoma de su propia existencia; la Penélope de Rosalía no espera a Ulises, y sigue haciendo y deshaciendo ella sola la tela de su vida. Es la extranjera que ha de viajar fuera de sí, no esperando nada de nadie, manejando sola la tela de su telar. Esta interpretación pone una vez más de manifiesto la singularidad de Rosalía, feminista hasta un límite mucho más profundo de lo que en principio pueda suponerse'6. Es además, según mi opinión, una predecesora inteligente de las mujeres que reutilizan la mitología femenina en el siglo X X ' ~ En . este sentido, es cusioso comprobar la atracción que siente la investigadora que acabo de recordar, Carmen Blanco, por la figusa de Penélope, puesta de manifiesto en sus estudios de la utilización del mito por otras poetas 14 ROSAL~ADE CASTRO, En las orillas del Sur, Edición, introducción y notas de Marina Mayoral, Madrid, 1978, p. 164. 15 C. BLANCO, "A subversión múltiple, "Estranxeira na sua patria" de Rosalia de Castro", Unibn LLibre 3 (1998) 37-47. 16 Cf,, adeiriás de los trabajos de C. BLANCO que cito, A. P O C ~ ~ A "La, critica feminista ante la persona y la literurza: mujeres espai?olas conobra de Rosalia de Castro", en A. LOPEZ - M,a A. PASTOR, Crítica j~,ficcLió~l tenlporúneas, Granada, 1989, pp. 62-86; A. LOPEZ, "Soya cos nzeirs peizsanzentos. A adxetivacióii das iiiulleres nos Cantares gallegos de Rosalia", en D. KREMER (ed.), Honzermxe a Ra~~ión Lorenzo, Vigo, 1998, vol. 1, pp. 255-288. 17 Cf R. QUANCE, "Hago versos, señores...", en l. M. ZAVALA, Breve hnfor~a fenmist de la Iiteratirra (en le~lgtracastellana). V: La Irteratwa escrita por nwjer (De1 s. XIX a la actualidad), Barcelona, 1998, pp. 185-210, espec. 21 0. INTERPRETACIONESDE PENELOPE DESDE EL MUNDO CLÁSICO AL NUESTRO 337 gallegas'8; pero no sólo como investigadora, sino también como creadora, demuestra Blanco su interés por la heroína griega, en su delicioso texto "Penélope pensadora"'9, donde recrea literariamente lo que más tarde expondría en el artículo que he comentado. Otsa curiosísima visión del mito de Penélope es la que ofrece la profesora alemana Anna Elissa Radke, nacida en Hamburgo en 1940, "magistra artium" por la Universidad de Marburg, y con un bien merecido prestigio, sobre todo en Alemania, como poeta en lengua latina. Es precisamente en uno de sus varios libros de versos en latín, el titulado In reliquis Poiae donde encuentro el poema "Colloquium inter Penelopem et Erinnain ancillain"'o, una corta charla entre Penélope y una esclava, mientras tejen ambas. Dentso de un marco en el que queda bien puesta de relieve la diferencia social entre Penélope y su esclava, se lamenta ésta de al ausencia de su amante desde hace una semana, poniéndosele la propia Penélope como ejemplo, pues hace ya diez años que falta Ulises: exeinplzm~ineun? et aspice. No obstante, Radke humaniza la relación, haciendo que Penélope se preocupe por la palidez de la esclava, así como por los colores, rojo y negro, de la lana que le da su esclava. A mi modo de ver el poema enfkenta dos visiones del amor, que coiresponden a dos clases sociales distintas, que a su vez, en última instancia, representan dos géneros literarios. Creo que procede la identificación de Penélope con la épica, por cuanto sabe comportase como esposa de héroe que ama y sufte en silencio los muchos años de ausencia de Ulises; en cambio Erina nos lleva a la elegía, por cuanto su querella es mucho más impulsiva, menos sosegada, en corsespondencia a una ausencia de tan solo una semana, siendo las manifestaciones externas de su enamoramiento identificables con las que sufren los que aman en la elegía. No obstante, vemos un claro infiujo de las Heroidas de Ovidio en la filóloga alemana, por cuanto también aquí son mujeres las que se lamentan. La recreación del mito cuenta con una lectura de mujer, retirando la escena a un lugar piivado y uniendo las quejas a la labor del tejido. No puedo, ni siquiera brevemente, comentar las interpretaciones de Penélope por Luisa Castro (Odisea dejnitiva, 1984), Inmaculada Mengíbar (Los dias laborables, 1988), la chilena Teresa Calderón (Génerofemenino, 1989), la chicana Sandra Cisneros (Loose Woman, 1994), y otras muchas, cuyo estudio reservo para mejor ocasión. Acabaré, pues, dado que estamos a este lado del Océano, recordando la fina ironía subversiva de la chilena Teresa Calderón, que en su poema "Mujeres del mundo: uníos" hace un catálogo de mujeres, de naturaleza muy distinta al del viejo Semónides, a las que llama a la rebelión; entre ellas, Penélope se diluye, en plural, en las muchas penélopes, mujeres ejemplares, a las que también convoca Teresa Claderón, en el fresco y cuiioso poema del que os leo tan sólo el psincipio, recoinendándoos a todas y a todos que lo leais completo: Arriba mujeres del numdo la buena niña y la niña buena para el deseo 18 Cf C. BLANCO, Mulleres e iiidepender~ia,Sada - A Coruña, 1995. Especie de breve introducción al volumen colectivo feme~iuioDaqlielas que cantas... Rosalía na palabra de once escritoras galegas, Santiago, Patronato Rosaiia de Castro, 1997, pp. 6-7. 20 A. E. RADKE, hi reliqziis Tro~ae/Azfden Trüninlern Trojas, Heidelberg, 1995, pp. 40-41. 19 las hern~anitasde los pobres y an~iguitasde los ricos la galla chora y la niosca mzierta la gallo hueca)~la medio pollo la cabra lesay la cabra chica nwtida a grande canchera la cabra y la qzre volvió d redil. la que echa zina canitn a1 aire la qzie cayó en cana o al litro y la caída del catre las penélopes nmta halis y jzianas de arco la qzre tiende las hechas y las sospechas la qzre se mete a n~onja o en camisa de once varas...