VIAJERO EN EL TIEMPO AL ENCUENTRO DE FEDERICO GARCÍA LORCA Le propongo un viaje, un viaje literario a la España de principios del siglo XX, un viaje en busca de un personaje enigmático y transgresor que aún hoy desentierra llantos por su muerte, desemboca arroyos de aplausos y hace caer lluvias de flores sobre los escenarios. Si en una tarde de primavera un viajero como usted se encontrara paseando por Granada, no debería extrañarse si entre sus diminutas y angostas calles avistara a un personaje alto, de semblante serio, bien vestido, caminando sin prisa, deleitándose en la estética de los misterios que hacen de esta ciudad un lugar de sueño y de ensueño. Al detenerse frente a él, este hombre acudiría a presentarse, avanzando sonrisa y mano tendida: - Federico García Lorca, mucho gusto. Con su arrolladora simpatía de señorito andaluz le habría sugerido un recorrido por el alma íntima, arabesca y renacentista, de jardines y estatuas chicas de Granada. Le habría seguido porque para adentrarse en este “Paraíso cerrado para muchos” (1928) hay que adoptar una actitud lírica y Lorca era el lirismo encarnado. Al caer la tarde le invitaría a conocer su casa natal, su pueblo, Fuente Vaqueros y a pesar de que desde 1898 muchas cosas en su vida habían cambiado vería cómo Lorca se emocionaba al volver a su tierra de álamos de plata y de juegos infantiles reflejada en sus “Canciones” (1921-1924). Al llegar la noche solicitaría que le siguiera bajo la mirada pupila de la luna por tierra de olivares, levantando al caminar el sudor empolvado que los labradores agostaron con su esfuerzo. Se oirían panderetas, guitarras, palmas. Al fondo el campamento gitano. Lorca avanzaría intercambiando saludos hasta llegar a la grandiosa recreación de su “Romancero Gitano” (1928). Un caudal de símbolos, metáforas puras, sinestesias, navegaría entre los juncos bajo la luna de pergamino, el verde viento, el arroyo claro y la fuente serena. Emergería el “Poema del Cante Jondo” (1922). Un rocío de emociones lo empaparía todo y usted se rendiría al escuchar las dolorosas notas que la cantaora sostiene con la muerte. Quizás entre los asistentes se encontrase su amigo Manuel de Falla y Lorca entonces tendría la deferencia de declamar uno de sus poemas con la misma musicalidad con la que lo hizo en el recital del Hotel Alhambra Palace y al que asistió todo Granada. Sin embargo, le comentaría con discreción: -Confunden mi vida y mi carácter. No quiero de ninguna manera. Los gitanos son un tema. Y nada más-. Hipnotizado por su magnética personalidad usted le hubiera seguido sin dudarlo a la Residencia de Estudiantes de Madrid (en donde había ingresado en 1919), institución vanguardista que forjaba intelectuales, genios y artistas de la cultura española como Buñuel, Dalí, Alberti, Altolaguirre, José Bello... Cineastas, pintores, escultores, escritores que compartirían con él, entre 1919 y 1928, trabajo en ocasiones reconocido y tantas veces ignorado, crisis personales y artísticas, juegos inocentes y eróticos; entretejiendo así los hilos que guiarían el carácter de cada uno de ellos. Tal vez le hubiera sorprendido el ambiente por esa mezcla de genialidad e inmadurez de alguno de ellos que como Lorca, vivían “una vida de broma y jaleo”. Aunque seguramente usted le animase a centrarse más en sus estudios ya que a duras penas conseguía aprobar asignaturas de su Licenciatura en Filosofía y Letras y en Derecho. En las Soledades de su habitación Federico le confesaría su profundo desengaño y frustración amorosa consecuencias de una homosexualidad que lo tiranizaba (contraria a su religiosidad y a la moral de la época). Le hablaría apasionadamente de Dalí, que le había impresionado profundamente, y de sus vacaciones en Cadaqués: un tiempo bañado por el azul y el oro del mediterráneo en el que se sentirían más unidos que nunca tanto en el plano artístico como en el personal. En la Oda a Salvador Dalí, Lorca pintaría poéticamente la genialidad de su amigo “y un común pensamiento /que nos une en las horas oscuras y doradas. / No es el Arte la luz que nos ciega los ojos. / Es primero el amor, la amistad o la esgrima.” Incluso con cierto pudor se atreviese también a reconocer la relación que mantuvo con Margarita Manso y en la que participó Dalí. Ese encuentro entre los tres fue durante mucho tiempo “un rumor de viejas voces / que resonaban por el arco / roto de la medianoche” y marcaría para siempre a los dos amigos. De este modo, puede que usted comprendiera el sufrimiento causado por la amistad deshojada y quebrada por la partida de sus dos amigos, Dalí y Buñuel, a París. Poco después vería cómo su tristeza se transformaba en cólera por el estreno de la película “Un perro andaluz” (1929) escrita y dirigida por ellos y que consideró una ofensa: “Buñuel hizo una película de mierda que se llama Un perro andaluz y yo soy el perro andaluz”. Sin embargo, a pesar de sus desengaños y de su lucha interna por reprimir su “caballo sin estribos” usted presenciaría asombrado la gestación del proceso creativo que le convertiría en uno de los poetas clave de la Generación del 27 y en un dramaturgo excepcional. Pero es posible que dejara de frecuentarlo por algún tiempo porque en sus noches en vela y en sus días somnolientos se dedicaba febrilmente a la escritura de sus farsas, comedias “irrepresentables”, dramas rurales y tragedias con temas de alcance universal: “El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equivocadas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre". Entre otras: “Mariana Pineda”, “Yerma”, “Bodas de sangre”, “Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores”, “La casa de Bernarda Alba” lo encumbrarían como uno de los mayores autores dramáticos españoles del siglo XX. A pesar de ello, consciente de que necesitaba salir de España, usted le animaría a ir a New York y a la Habana. En estos viajes se desgranaría y liberaría su condición sexual, abriendo al mismo tiempo las puertas al surrealismo. A su regreso, usted tal vez se lo cruzase en una de las representaciones con las que recorría España con su compañía de teatro “La Barraca”. En su reencuentro es probable que se dirigiera a usted enarbolando su estandarte estético: -¡Hay que salvar el teatro español y acercarlo al pueblo!-. En 1936 la sangre de los hermanos comenzó a teñir de rojo la tierra de España por el cuchillo de la Guerra Civil. Un día de agosto, usted encendería la radio: “Ha muerto Federico García Lorca”. Como en su teatro, el principio de autoridad enfrentado al principio de libertad también se representaría en el drama de su muerte. Esta vez la luna sería el testigo de su fusilamiento. Ahora es cuando usted empieza el auténtico viaje. La esencia intemporal de Lorca sigue presente en el agua viva de su obra. Le invito a continuarlo. Federico García Lorca le está esperando. Lola Cabrero Rodríguez-Jalón