CIPPEC NEWS Page 1 of 2 NEWSLETTER N° 26 - CIPPEC BUENOS AIRES - OCTUBRE 2006 NEWSLETTER 26 – Octubre 2006 Institucional El partido de los derrotados Martin Böhmer, director del Programa de Justicia de CIPPEC “The spirit of liberty is the spirit which is not too sure that it is right” Juez Learned Hand, 1944 La democracia se construye sobre la esperanza de que otro nos convenza de que estamos equivocados, sobre la sed de diversidad, sobre la curiosidad de lo raro, de lo distinto, sobre el deseo permanente de ponernos en el lugar del otro. El juego que nos propone la modernidad consiste en coordinar nuestras acciones y disminuir nuestros conflictos a través del intercambio de argumentos, del diálogo. Así, hace un par de siglos algún sector de la humanidad pasó de creer que la apelación a la autoridad es el argumento último, a desestimarlo como a cualquier otra falacia y a proponer la deliberación entre iguales como la única fuente legítima de autoridad. Entre nosotros esta idea resulta extraña. Estamos más acostumbrados a pensar en términos de certezas que por su familiaridad se imponen como verdades, y a creer que quienes no acuerdan con nosotros son o ignorantes o malvados o argumentadores de mala fe. Esta postura ha tenido diversos nombres en la historia argentina: civilización (frente a la barbarie), santa federación (y salvajes unitarios), causa (y régimen), movimiento nacional y popular (y oligarquía cipaya), frente nacional y popular (y gorilas), occidente cristiano (y subversión), tercer movimiento histórico (y golpistas), modernización del estado (y lo que se quedaron en el 45) o transversalidad (y los que se quedaron en lo 90). Pero todos estos nombres refieren a un mismo fenómeno: una actitud narcisista que temerosamente se niega a ofrecer sus argumentos al diálogo y a la revisión crítica de los otros y que prefiere la endogamia como forma de vida comunitaria, el monólogo como forma privilegiada de expresión y muchas veces la violencia como forma de callar las otras voces. La democracia es la traducción institucional de los ideales de la modernidad, y es por eso que escasea en la Argentina. Ella supone procesos políticos de deliberación generosa, lo que implica restringir nuestros deseos vociferantes para escuchar a otros que piensan cosas que en principio aborrecemos. Así, la restricción es un ideal fundamental de la democracia. Si los funcionarios electos prometen demasiado su autoridad se devalúa en proporción a su incumplimiento, si los jueces tratan de forzar a los ciudadanos a cumplir obligaciones imposibles sus sentencias seguramente serán desobedecidas. Este efecto es consecuencia del ideal deliberativo: los funcionarios dependen de otros para ser eficaces y a los otros, en democracia, se los convence, no se los manda. El sesgo antitiránico de la democracia se remonta en Europa a la tradición parlamentaria que pone el poder ejecutivo bajo la supremacía de los representantes del pueblo, y en Estados Unidos al sistema de frenos y contrapesos que limita la autoridad de todos los poderes, incluida la del presidente. El temor al regreso de la monarquía a través de un ejecutivo autoritario explica estos resguardos y encuentra allí la justificación del límite republicano a la permanencia de la misma persona en el mismo lugar por mucho tiempo (que en este caso supone fundamentalmente la capacidad de ejercer el monopolio de la fuerza). Sin embargo, a diferencia de Europa y Estados Unidos, Argentina (y tal vez América Latina) fue diseñada con mayores simpatías por la monarquía. Como decía Alberdi “Se atribuye a Bolívar este dicho profundo y espiritual: ‘Los nuevos Estados de la América antes española necesitan reyes con el nombre de presidentes’”. En nuestros días, la celebración de la recuperación de http://www.cippec.org/espanol/newsletter/n26/institucional.htm 22-Nov-06 CIPPEC NEWS Page 2 of 2 la autoridad presidencial y de la gobernabilidad es un eco de la certeza bolivariana que Alberdi encomiaba. No es este el lugar para insistir en la lógica hegemónica y centralizadora de poder de nuestro sistema político. El hiperpresidencialismo, el curioso federalismo nacional, el sistema fiscal de la coparticipación, el sistema electoral y de partidos, el financiamiento de la política, el clientelismo, son algunos de los fenómenos que se nos imponen ad nauseam diariamente. Ahora los gobernadores, como antes los presidentes, como siempre los intendentes y hasta los directivos de asociaciones deportivas pretenden permanecer en el vértice del poder la mayor cantidad de tiempo posible. ¿Y qué hay de nuevo? ¿de qué nos sorprendemos? Lo único que no hace aburrido a los berrinches adolescentes de nuestros dirigentes por permanecer sentados en el mismo lugar es el daño que producen en la vida de los ciudadanos de nuestro país. Por otra parte, lo que más nos debe sorprender es el hecho curioso de que los dirigentes que permanente y lastimosamente pierden ese asiento no tengan la más mínima intención de cambiar un sistema que los derrota una y otra vez. La sociedad debe sumar uno más uno (las reelecciones indefinidas, la reforma del Consejo de la Magistratura, los superpoderes, los avances de los ejecutivos provinciales, el clientelismo de los intendentes) y buscar la forma de modificar un sistema que por lógica interna necesita dejar afuera a las minorías, excluir la deliberación y perpetuarse en el poder para mantener la gobernabilidad del latente estado de naturaleza. Esta dinámica enloquecida en la que pretendiendo ganar todo, todos pierden todo, se combate introduciendo un virus, una práctica política que asuma la necesidad de acuerdos que suponen derrotas parciales y frágiles victorias provisorias, un partido político, una fuerza social que proponga la agenda de la inclusión de más minorías en la discusión, del fortalecimiento del disenso; que se proponga perder, ser una minoría más y como tal exigir que se modifiquen las reglas de un juego en el que no puede ganar. Esta agenda podría convocar a todos los que asuman su derrota, a los que acepten que no van a tener quince millones de votos durante cien años, que el plan perfecto con el que sueñan carece de la deliberación no excluyente de una democracia madura. Este paradojal partido, o extraña fuerza social valora los acuerdos, los pactos, las transigencias, espera que las certezas se doblen para no romperse, y rechaza el elitismo de creer que los principios se deben imponer a quienes no concuerdan con ellos. Con estas pocas certezas, avanza sobre la política para transformar todas las instituciones que impidan el diálogo: nuestro pobre federalismo, la centralización presidencialista, los privilegios corporativos de las minorías, los monopolios injustificados, el silencio de los secretos, los conflictos de intereses, las contrataciones directas, la falta de instituciones meritocráticas, la prepotencia mayoritarista. Quienes acuerden con esta agenda disentirán en muchas cosas: en el grado de distribución de la riqueza que se requiere para que todos participen de las decisiones públicas, en cuáles son los bienes públicos, quién debe producirlos, y cuánto debe sacrificar cada uno para acrecentarlos. El paso previo para darnos esa discusión es, sin embargo, creer que la discusión debe existir y no desear que alguien venga a decirnos lo que tenemos que hacer. Inicio http://www.cippec.org/espanol/newsletter/n26/institucional.htm 22-Nov-06