UNIVERSIDAD DIEGO PORTALES FACULTAD DE COMUNICACIÓN Y LETRAS ESCUELA DE PERIODISMO AYQUINA Una fiesta religiosa en medio del desierto JORDAN IGNACIO JOPIA ASTORGA LUIS MARIO VENEGAS BERTHELON Tesina para optar al grado de Licenciado en Comunicación Social Profesor Guía: Patricio Jara Santiago, Chile 2010 1 A la comunidad de Ayquina, que durante los días de la fiesta nos abrió las puertas de su pueblo. En lo recóndito del desierto nos llenamos de magia, alegría y un pedazo de su celebración se coló en nuestro equipaje y corazón. 2 Agradecimientos A nuestras familias por creer en este viaje que muchos consideraban una aventura juvenil. Queremos agradecer a Francisco, “El Chico”, que en ningún momento dudó en guiar nuestra caminata por el desierto, a pesar de todas las peripecias que debimos enfrentar. También damos las gracias a Gonzalo Díaz, que con su cámara nos ayudó a retratar la magia de la fiesta. No podemos dejar de mencionar a Eduardo Aguirre, “El Mono”, que junto a su familia nos abrió las puertas de su hogar y nos cobijó en el pueblo. No habríamos podido comprender la esencia y la historia de Ayquina si no hubiera sido por Alexis Cabrera, quien no sólo nos dedico su tiempo, sino también sus profundos conocimientos sobre la fiesta. Finalmente, a nuestro profesor guía, quien desde el principio confió en nosotros y en esta historia. Por su compromiso, por infundirnos conocimientos, ánimo y por pulir nuestra pluma, muchas gracias. A todos quienes hicieron posible este trabajo, nuestros más sinceros agradecimientos. 3 Resumen Durante 15 horas caminamos por el desierto de Atacama para llegar hasta Ayquina, un pueblo ubicado al interior de Calama, donde descubrimos una fiesta llena de mística, sacrificio y fe. Cada 8 de septiembre se realiza la ceremonia religiosa cultural más masiva de la segunda región. Durante una semana vivimos la veneración que peregrinos, bailes religiosos y devotos rinden a la Virgen de Guadalupe de Ayquina. Por estos días intentamos comprender qué motiva a más de 30 mil personas a acudir a un pueblo que durante el año parece fantasma. En esta crónica ambos autores buscamos retratar los aspectos más relevantes de la celebración, a través de nuestras propias experiencias en el pueblo y de relatos de quienes participan en la fiesta de Ayquina. 4 Índice Página • Presentación……………………………………………………………….….. • Capítulo 1 Antes de partir……………………………………………………………….… • 46 Capítulo 8 Jueves 9 de septiembre………………………………………….…………… • 41 Capítulo 7 Miércoles 8 de septiembre…………………………………………………… • 32 Capítulo 6 Martes 7 de septiembre……………………………………………………..… • 27 Capítulo 5 Lunes 6 de septiembre………………………………………………………… • 18 Capítulo 4 Domingo 5 de septiembre…………………………………………….………. • 14 Capítulo 3 Sábado 4 de septiembre…………………………………………………….... • 7 Capítulo 2 Viernes 3 de septiembre……………………………………………………... • 6 53 Capítulo 9 Viernes 10 de septiembre…………………………………………………….. 58 • Bibliografía……………………………………………………………………… 62 • Anexos………………………………………………………………………….. 63 5 Presentación La fiesta de la Virgen de Guadalupe de Ayquina se desarrolla en la Provincia de El Loa, en la Región de Antofagasta, que comprende las comunas de Calama, Ollagüe y San Pedro de Atacama. Se ubica entre los 21º y 26º de latitud sur, en pleno límite de la depresión intermedia y la frontera con Bolivia y Argentina. Las celebraciones se efectúan en medio de la precordillera, a 3100 metros sobre el nivel del mar. Es una zona que se caracteriza por la presencia del altiplano, que se halla entre los 4000 y 4100 metros y donde el termómetro puede variar su temperatura hasta en 40 grados. Por el día el calor alcanza fácilmente los 20 y en la noche puede descender a la misma temperatura, pero bajo cero. Esta es la crónica de la fiesta. Un relato testimonial a dos voces que comienza en Santiago y termina en Calama, después de estar en Ayquina una semana durante la celebración que venera a la Virgen de Guadalupe. 6 Capítulo 1: Antes de partir 7 JORDAN: Han pasado cinco años desde la última vez que estuve en Ayquina. En aquel entonces estaba en cuarto medio y viajé con mi primo sólo por el día 8 de septiembre, que es cuando ocurre la fiesta. Si bien desde niño había asistido a la celebración, con el pasar de los años mi visita se hizo cada vez más acotada. Quizá el hecho de que me inscribieran en un baile religioso, siendo niño y sin tener mucha noción de lo que implicaba la fiesta, fue mermando mi entusiasmo. Me sentía obligado a asistir. Mi infancia visitando Ayquina, sin embargo, fue muy entretenida, cargada de aventuras que sólo los niños saben disfrutar. Todo empezaba en el bus. En aquel entonces pertenecía al baile Campero, que es prácticamente un baile familiar, y para el cual se había convertido en una tradición orar a la salida de Calama, antes de emprender el viaje. Pedíamos que todo resultara bien, viajábamos cargados de fe y de deseos que cada quien guardaba en lo más recóndito de sí mismo. Los viajes eran una aventura. El camino estaba pavimentado sólo hasta Chiu Chiu y por el costado de la carretera era común ver a los cientos de peregrinos caminando con mochilas enormes por plena pampa. Una vez que pasábamos por este pueblo el bus se llenaba de tierra. En ese entonces yo era asmático, viajaba con mascarillas que traía mi abuelo desde el hospital de Chuquicamata y en el bolso no podía faltar el inhalador. Recuerdo que en las cortinas del bus siempre iban colgados los trajes en sus respectivas fundas de nylon. Era impensable imaginar plancharlos en Ayquina ya que con suerte había luz eléctrica por las noches. Antes de terminar el recorrido había un rito que varios integrantes del baile cumplíamos. A la entrada del pueblo se encuentra el llamado Sifón del Diablo. Es un camino formado en torno a una quebrada y por donde los vehículos bajaban por el faldeo del cerro hasta el río y luego volvían a subir. El camino era tan angosto que los automóviles debían pasar en una sola dirección. Más de uno cayó al precipicio. Ciertos miembros preferían hacer este recorrido a pie. No sé si por tradición o más bien por temor a enfrentar aquella quebrada sobre el vehículo. La bajábamos corriendo y la subíamos a duras penas. Mis primos grandes siempre llegaban de los primeros arriba y mis tías, las más miedosas, al final, pidiendo agua y tosiendo como enfermas. A 75 kilómetros al noreste de Calama se encuentra Ayquina. Un pueblo silencioso en medio de una quebrada desértica. Sus ciento cincuenta habitantes viven gracias a la agricultura, el ganado y la infatigable fe en su Virgen. Es precisamente por esto, que cada 8 8 de septiembre el pueblo se viste de fiesta. Más de 30 mil personas se congregan a lo largo del poblado y a través de oraciones, danzas, cánticos y colores conmemoran a la Virgen de Guadalupe de Ayquina. La misma que el 15 de mayo de 2002 fue quemada en un confuso incidente que jamás arrojó responsables. En Ayquina, lo primero que hacíamos era limpiar la habitación del baile donde dormíamos quienes no teníamos dónde llegar, además de los músicos de la agrupación. Un lugar de unos cuarenta metros cuadrados, con techo de paja y vigas hechas de cactus. Servía como dormitorio, cocina y centro de reuniones. Una pieza pequeña, pero cálida. El baile tenía dos turnos al día, donde debía presentar su comparsa en la plaza del pueblo. Nunca superamos los veinte bailarines, por ende compartíamos espacio con otras agrupaciones. Siempre rogábamos que no nos tocara al lado alguno que tuviera banda musical, pues nuestros instrumentistas eran escasos y en muchas ocasiones no lográbamos escuchar el son de nuestras cajas y tambores, por lo que perdíamos el ritmo. En los ratos libres, los niños subíamos hacia lo alto de la quebrada y jugábamos a apuntarle con piedras a botellas que habíamos acomodado un par de metros más allá. El que más botaba, ganaba. No había premios materiales, sólo el placer de sentirse vencedor y poner fin al juego para luego recorrer los alrededores del pueblo. Pasábamos por los mataderos de llamas, donde íbamos en busca de patas que usábamos como parte de la indumentaria del baile. Era una especie de representación del campesino. El viejo cementerio también fue parte de nuestras aventuras. Nos llamaba la atención que hubiera uno en el medio de la nada. Otro lugar que no podía pasar inadvertido era el valle del pueblo. Había gente que acampaba allí durante los días de la fiesta, otros se bañaban en su laguna de agua verdosa proveniente de una cascada. Había plantaciones de zanahorias y choclos. Nos gustaba recorrerlas. Dejamos de ir a ese lugar cuando comenzaron a cobrar por transitarlo. Durante los días de la fiesta todo se negociaba. La feria que se ubicaba a lo largo de la entrada al poblado tenía de todo: comida, juegos, yerbas medicinales y objetos para llevar de recuerdo. Mi juego favorito era la pesca milagrosa y un tiro al blanco que prometía 60 mil pesos a quien apuntara los cinco disparos al centro. No sé cuánto dinero habré gastado, pero nunca gané ni un peso. Cuentan mi madre y mi familia que a los veinte días de nacido mis posibilidades de vivir eran escasas. Nací con el corazón más grande de lo normal. Sufría de sueño súbito, dormía días casi completos y en cualquier momento podría no volver a despertar jamás. Me bautizaron en el hospital y entonces una tía propuso entregarme a la Virgen de Ayquina. Mi 9 madre tomó uno de mis mamelucos y le tejió un corazón a La Chinita, el cual luego se transformó en el porta alfileres de la Virgen, siendo parte recurrente de su indumentaria. Aquí, entonces, comenzó esta historia. No existe certeza absoluta sobre el relato que da vida a las leyendas que rodean a Ayquina. Los documentos de la Iglesia datan de 1646 y la historia tradicional cuenta que en uno de los viajes españoles, el soldado Juan Navarro, que huía de los indígenas que habitaban esta zona, tuvo que abandonar su equipaje, dejando escondida en una cortadera (planta conocida como “cola de zorro”) la imagen de la Virgen de Guadalupe de Cáceres. Así, una de las leyendas cuenta que tras la Guerra del Pacífico un niño de nombre Casimiro Saire, proveniente del poblado de Turi, solía pastorear su rebaño cerca de las cortaderas. En este lugar vivía una mujer, y el pequeño acostumbraba a jugar con el hijo de ella. Por lo mismo, se le pasaban las horas, perdía el rebaño y retornaba tardíamente a su hogar. Ante las prolongadas ausencias, los padres del niño se preocuparon y decidieron comprobar la veracidad de sus relatos. Un día 8 de septiembre lo siguieron. A la distancia notaron que efectivamente jugaba con un niño. Al acercarse al lugar, éste y su madre desaparecieron. Sólo encontraron la imagen de la Virgen de Guadalupe. Los padres de Casimiro decidieron llevar la figura hasta la capilla de Turi, pero repentinamente desaparecía una y otra vez para retornar al lugar donde había sido hallada. Entonces optaron por instalar allí el santuario que perdura hasta la actualidad. Ayquina le llamaron, porque cuando el pastorcito Casimiro Saire señaló el lugar donde había encontrado la imagen dijo: “Aquí nah”. 10 LUIS MARIO: Quedan dos semanas para que nos vayamos a Ayquina. Iré con Jordan Jopia un compañero y amigo de facultad que me había invitado dos años atrás. Iré por primera vez a la fiesta que venera a la Virgen de Guadalupe en el norte de Chile. También conoceré lugares como Calama, Chiu Chiu y el desierto de Atacama. Sí, el desierto más árido del mundo. Partiré caminando desde Calama. Como si fuera un peregrino más. Recorreré 24 horas junto a varios feligreses y aventureros que rinden culto a La Chinita. Pasaré por el Puente del Diablo, rozando la muerte entre animitas en la carretera, para finalmente llegar a la quebrada y al santuario. Pero, ¿Por qué voy? Mi motivación principal es conocer el verdadero espíritu que tiene la fiesta y comprobar en todo sentido por qué en un pueblo donde viven ciento cincuenta habitantes, cada 8 de septiembre llega una multitud de 30 mil personas. Indudablemente llegaré a un sitio inhóspito, seco, desolado y vulnerable. Cambiaré la ciudad y lo material por lo rural y natural, pero, por sobre todo, iré a un pueblo ciento por ciento espiritual y religioso. A pesar de que acostumbro a caminar, lo que más me gusta es aventurarme a estar. Conocer in situ. Involucrarme con personas desconocidas y, por supuesto, buscar lugares tranquilos, donde el silencio sea el principal argumento para encontrarme conmigo mismo. A la vez, aprenderé y conoceré los ancestros terrenales y espirituales de indígenas atacameños, base de costumbres y tradiciones milenarias que forman e identifican a este país desde la llegada de los españoles. El norte. Lugar místico y único. Ayquina. Una fiesta motivada por la fe y la esperanza. ¿Por qué le bailan a la Virgen? ¿Herencia? No lo sé ¿Qué tendrá la fiesta de Ayquina? Que todo esto ocurra a 3100 metros de altura la hace única, inigualable, fantástica y mágica. Comenzaremos por Calama, ciudad que me parece más bien aburrida. Aunque tengo referencias por montón: que encontraré todos los placeres que quiera: si quiero sexo lo tendré con una prostituta, si quiero alcohol y emborracharme me sentaré en una shopería, si quiero comprar alguna droga dura preguntando a cualquier persona la conseguiré, pero tengo claro que son sólo especulaciones. Sé, además, que iré a una zona donde la minería es el sueldo de Chile; y que por ser todo muy caro me gastaré todo mi dinero ahorrado. Calama actualmente tiene importantes problemas sociales: un índice de desempleo que alcanza el 9,5 por ciento (la media nacional es 8,8); la tasa más alta de suicidios desde inicios de la década pasada, con sobre 20 casos por año; más de 600 personas infectadas de sida (de 13 mil diagnosticados en todo el país), un consumo de alcohol que supera en un 110 por ciento la media anual a nivel país y una estimación, para este año, de cuatro mil 11 inmigrantes radicados en la ciudad, sin contar los tres mil extranjeros ilegales sólo provenientes de Bolivia. Pese a eso, mi sueño es conocer una ciudad donde mi abuelo siempre decía que “el sol quema de día y el frío mata por las noches”. En la antigüedad, a Ayquina llegaban a venerar a la Virgen desde algunas zonas de Argentina y Bolivia, pero la devoción de los bailes religiosos proviene de Sucre, cuando el litoral dependía del Arzobispado de La Plata. A estas agrupaciones se integra por un deseo. Cada bailarín danza en pago de una promesa. Cada baile tiene sus propias reglas de disciplina para llevar todo en orden. Una vez que se colocan su traje no pueden fumar ni beber alcohol. Las mujeres no pueden maquillarse. Los costosos atuendos son bendecidos y muy respetados. Cada traje puede llegar a costar 100 mil pesos. Hay bailarines que ocupan hasta cuatros trajes. Los conjuntos cuentan con un jefe llamado caporal, quien dirige a los bailarines. Además, hay una persona que lleva el estandarte, que es la encargada de guiar, señalando el camino a la banda. Actualmente son 45 grupos de bailes religiosos los que acuden a Ayquina. Yo, Luis Mario Venegas Berthelon, nací en Venezuela hace 22 años. Salí al mundo un minuto antes que mi hermano gemelo a las 22.37 horas. Inmediatamente fui llevado de urgencia para que me operaran debido a que me encontraron una hernia diafragmática. Los pronósticos eran desesperanzadores. Presenté tres paros cardiacos cuando introdujeron las asas intestinales en mi abdomen. Era un puzzle humano, mis pulmones no funcionaban óptimos y tuvieron que abrirme para armarme de nuevo. Sólo había un uno por ciento de posibilidad de salvarme. Si quedaba vivo, lo más probable es que no iba a poder moverme, ni hablar. Sin embargo, de diez casos, fui uno de los dos bebés que se salvaron ese año en Caracas. Apenas nací me bautizaron unas monjas españolas por si las moscas. También se dice que fui un milagro de Dios y que San Gregorio- equivalente al Padre Hurtado en Chileme protegió. Una estampita del santo fue la evidencia que las enfermeras de la clínica dejaron dentro de la incubadora en la cual estaba, mientras permanecí 21 días anestesiado y conectado a un ventilador. Posteriormente en Chile, tuve tres acercamientos profundos con la religión católica: me bautizaron oficialmente, hice la primera comunión y aún más, a los 17 años realicé la confirmación. Sin embargo, hoy ya no voy a misa y no me interesan las religiones. A ratos me considero agnóstico. Más bien, ateo. Sólo creo en lo que veo en las intenciones de las personas. Me gusta la naturaleza y mi Dios es el sol. 12 No tengo listo el bolso que llevaré. Apenas he visto un mapa del lugar. Presiento con lo que me podré encontrar, pero que no conozco en realidad. Sólo sé datos generales buscados en Internet. Datos como que “la fiesta de Ayquina data de 1646…”; “en Ayquina viven 70 personas… y para esa oportunidad llegan cerca de 70 mil”, etcétera, etcétera, etcétera. Sólo tengo como periodista una grabadora y una cámara fotográfica listas. Mientras los caporales ya se preparan desde julio para el día 8, yo trabajo para juntar la plata que me llevará a Ayquina. Sé que tengo que vivir para contarlo. Por ahora, hay dos cosas fundamentales para la ruta: unos zapatos adecuados para caminar y mentholatum por si se me parten los labios. En Ayquina, el tributo a la Pachamama y a la naturaleza es constante. Antes de celebrar a La Chinita, se produce en junio el enfloramiento del ganado. Los dueños de casa ponen sobre las orejas de sus llamas y alpacas flores hechas de lana. Posteriormente se hace un sahumerio purificador al interior del corral y se celebra comiendo un cordero o llamo. Es un culto imploratorio para que envíe fertilidad a su ganado y lluvia que permita crecer la vegetación que los alimenta en medio del desierto. También se realiza, una vez terminada la veneración a la Virgen, la limpia de canales a mediados de septiembre. Antes del rito, se pide el permiso a los ancestros. Hay capitanes y un puricamán (“el que sabe más”) quienes durante todo el día se dedican a limpiar las acequias. Al terminar la faena se da paso a los vasos de vino y la chicha para brindar. Antiguamente, la celebración culminaba con el acto sexual en la fuente de donde manaba el agua, como una forma de fecundar algo tan escaso en esta zona. 13 Capítulo 2: Viernes 3 de septiembre 14 LUIS MARIO: Luego de viajar por más de 20 horas en bus, es evidente que el culo lo tienes cuadrado. Tan así que ya ni se siente. Salimos a eso de las 16.30 horas de ayer desde el terminal San Borja en Santiago y después de ver arena seca y caliente constantemente, lo que más asombra es “La mano del desierto” de Mario Irarrázaval. Por la noche dormí. Por el día sólo imaginaba el calor que habría ahí fuera. El sol como siempre es el mejor empleado del universo, pocas veces falla. El silencio no lo logro apreciar. El viento fresco y limpio no lo siento. Sólo oigo a un señor gordo y viejo toser y las turbinas del bus que mezclado con el aire acondicionado me convierten en un observador estático frente a la ventana. Cuando uno entra a Calama se ven puntos diminutos de colores expandidos en el desierto. Son casas pequeñas. Las banderas chilenas instaladas en sus techos dan la sensación de que el calameño se siente orgulloso de pertenecer a esta tierra, antes boliviana. No hay casa, empresa, supermercado o vulcanizadora que no tenga la blanco, azul y rojo. Aquí el mes de la patria se vive con orgullo, es tierra suya, colonizada por ellos. Hay un sentimiento nacional y patriótico que sólo se ve en los barrios populares de esta ciudad. Da la sensación de que todo el mundo exclama: “miren, yo soy chileno y me siento orgulloso”. El sol aturde. Las mochilas pesan. Estamos mareados. Mejor dicho, estamos norteados. Calama, poco pasto y mucho cemento. El sol rebota tan fuerte que agota la mirada y genera una sensación de calor abrumador y sofocante, que se detiene sólo al caer la tarde. Poco a poco el cielo se vuelve naranja y aparece la brisa fresca del viento que ingresa a los pulmones con tal magnitud que hace que apriete a cada rato las mandíbulas. La noche se aproxima y Jordan me sugiere que me abrigue con gorro, parka y guantes. De lo contrario, es muy probable que me resfríe. JORDAN: Una vez más en mi tierra. Este suelo nortino del que tanto se quejan los forasteros, pero que gracias a los altos sueldos de la minería permite llenar sus bolsillos. Calama, una ciudad donde la diversión y las oportunidades escasean para los jóvenes. La ciudad de las cuatro “p” como le llaman sus habitantes: polvo, plata, prostitutas y perros. Bajo estos conceptos se resume hoy a la tierra de sol y cobre. Muchos de mis compañeros santiaguinos creen que en Calama todos los habitantes se conocen entre ellos, como en una aldea, pero al contrario de lo que imaginan, aquí 15 habitan unos 138 mil habitantes según el último Censo. La ignorancia de algunos llega a tal nivel que una vez me preguntaron si teníamos llamas o guanacos como mascotas. Qué rabia. Esta es una ciudad que funciona como centro de operaciones para las mineras. Aquí siempre hay gente trabajando mientras otros duermen. Con turnos de ocho horas diarias los trabajadores mineros hacen que este país se mueva. Acá se trabaja las 24 horas del día, los 365 días del año, sin parar. Y cuando la mina se detiene, todos tiemblan. Pero los mineros no son los únicos que trabajan en horario nocturno. La bohemia calameña es conocida por sus shoperías y cafés con pierna donde lo que menos se vende es café. En una zona donde el dinero no escasea es fácil que éste se pierda entre los placeres que sólo la noche sabe ofrecer. Alcohol y mujeres son la mezcla perfecta para despilfarrar lo que tanto cuesta ganarse. Pero este gusto no es propio del calameño nacido y criado en esta zona. Es más bien una costumbre que han adoptado los trabajadores que vienen desde otras ciudades y que encuentran en estos centros nocturnos una forma de amainar la soledad, un precio por estar lejos de sus familias en busca de un mejor futuro. Calama, el punto de partida rumbo a Ayquina. Nuestro próximo destino. El mismo lugar donde algunos de los que gozan de los placeres que el dinero les permite obtener, llegarán en busca de esa paz espiritual que perdone sus pecados. LUIS MARIO: Entre las tres y las cuatro de la tarde en las calles de Calama no hay mucha locomoción colectiva. Tampoco taxis. No quería conocer el mall de la ciudad, así que fuimos a recorrer el centro. Lo que más llama la atención es la cantidad de shoperías y cafés con pierna que invaden la ciudad. En la puerta de los locales, la mayoría con nombres exóticos o femeninos, se encuentran hombres vestidos formalmente que te ofrecen el menú y los precios para que te sientes. Incluso te abren la puerta, que por lo general está polarizada con vidrios negros, para que veas a las escotadas bailarinas. Yo quiero una cerveza bien helada. Jordan me dice: “no te puedes ir de acá, sin haber entrado a una shopería”. Yendo por la calle Ramírez, que es como el Paseo Ahumada de Santiago, aunque en menor proporción, llegamos y entramos al famoso “Che Carlitos”. Una shopería muy conocida por la mayoría de los calameños. Al ingresar observo señores de edad que piden y toman cerveza Escudo o Cristal. Nos sentamos e inmediatamente una señorita morena, maquillada como muñeca, con pelo castaño largo y ojos achinados nos toma el pedido: dos Escudo de medio bien heladas. Me llama la atención que anden 16 vestidas de huasas con la falda hasta los talones y una blusa ajustada que les tapa sus pechos. Así y todo, son muy coquetas. Llevamos dos horas adentro. Son cerca de las nueve de la noche y luego de discutir largamente por dinero y trabajo cuatro peruanos abandonan el lugar borrachos. A los pocos segundos entra un viejito vagabundo que no tiene dientes y nos pide una moneda o cerveza estirando la mano. Al no ver respuesta, pregunta a la mesa siguiente. En la calle, mientras esperamos la micro de vuelta a la casa de Jordan, me di cuenta de que no hay tanta droga como pensaba, o al menos no me percaté de su presencia. Tampoco me topé con prostitutas por montón como me decían algunos prejuiciosos santiaguinos. De hecho, en la capital pasan y se ven cosas aún peores que acá. 17 Capítulo 3: Sábado 4 de septiembre 18 LUIS MARIO: Suena el despertador a las seis de la mañana y reviso la mochila que llevaré en mis hombros para la caminata. Quizás sea la última vez que vea la hora en varios días. Llevo poca ropa, un bloqueador, mi cuaderno, mi cámara y una linterna. Cerca de las ocho de la mañana nos reunimos con quien será nuestro compañero y guía de viaje. Francisco, tiene mi edad y es amigo de infancia de Jordan. Estudia educación física y participa en un grupo de cheerleaders en Antofagasta. Aunque no mide más de un metro y medio y aparenta tener 15 años, su físico se ve resistente. Es una especie de “Mogli”, pero del desierto. Durante el año pasado, para esta misma oportunidad “El Chico“, junto a dos amigas caminó por la misma ruta, por lo tanto se la conoce al revés y al derecho. Creo que no deberíamos tener mayores complicaciones hacia Ayquina. Todos llevamos un jockey para cubrirnos del sol y lentes oscuros para descansar la vista. A medida que vamos saliendo de Calama se ven grupos de peregrinos en las esquinas rezando en conjunto, rogando que les vaya bien para llegar sanos y salvos. Nos disponemos a caminar en hilera. Francisco va primero, Jordan al medio y yo tercero. Se ven pocos autos en las calles. Casas completamente cerradas. La ciudad queda vacía. Por lo menos más que ayer. JORDAN: Años viviendo en esta tierra. Años que viajé hasta Ayquina a venerar a la Virgen. Años en los que he conocido la dureza del clima árido y seco. Años aquí y esta es recién la primera vez que cruzo el desierto caminando. De niño siempre quise hacerlo, pero mis padres, sobreprotectores, me lo impedían. Esto apenas comienza y ya tengo ganas de llegar. ¿Lo lograremos tal como lo pensamos? No lo sé. Lo único que me preocupa es que nuestros cuerpos resistan y que mi compañero no se apune. Es lo peor que le podría ocurrir en el desierto. LUIS MARIO: Ha pasado media hora desde que partimos. El sol pega con todo. Esta primera parte de la caminata entre Calama y Chiu Chiu está pavimentada. De hecho la ruta 69 fue remodelada excepcionalmente por la municipalidad para esta fecha. La Dirección Regional de Vialidad invirtió dos mil millones de pesos, incluyendo el arreglo de la ruta 65, que une el pueblo de Lasana con Ayquina. Hay dos maneras muy distintas de llegar. Una es caminar y 19 la otra es por auto o micros que llevan pasajeros por tres mil pesos. Una es muy lenta y la otra es muy rápida. Por la primera opción te demoras 20 horas, y por la otra cerca de una hora y media. Estamos en medio de valles arenosos. Al caminar se observa una serie de tortas, montoneras grandes que se juntan por la excavación de hoyos profundos para extraer uno de los minerales más preciados de la región; el cobre. “Oye ¿Tú crees que te la puedas?”, me pregunta “El Chico” con cierta ironía y mirando a huevo mis condiciones físicas. “Sí”, digo seguro. “Porque ustedes llegaron ayer y quizá no te has adaptado bien al clima de Calama”. “Puede ser. Pero la verdad es que venimos con ganas para estar estos días. Eso es lo importante”, contesto. Le ofrezco bloqueador solar y moviendo la cabeza me dice que no. Con una vez le basta para cubrirse del sol. Riéndose de forma picaresca me advierte: “échate harto porque tú eres blanquito”. En realidad soy una pantruca en medio del desierto. Claramente la mayor parte de la población de Calama se caracteriza por tener una tez morena, una estatura promedio de un metro y sesenta centímetros, los ojos rasgados y pequeños, al igual que sus manos. Éstas, la mayoría de veces, son duras y ásperas; dan la sensación que desde que nacen, tanto el clima y en ocasiones el trabajo forzado, hacen que se formen resistentes a todo. Comienzo a sentir el silencio del desierto. No hay nadie más a nuestro alrededor. La verdad es que pensé que habría más gente. Al parecer varios han partido. O tal vez irán en auto más cómodos y sólo por el día 8. Caminando hacia el norte se observan dos volcanes que serán nuestra brújula en la caminata. San Pedro y San Pablo, se muestran imponentes acompañados por la inmensidad del cielo claro y limpio con pocas nubes. Pareciera ser un cuadro realista. Están ubicados en plena Cordillera de Los Andes y uno es continuidad del otro. Parecen verdaderos siameses de la naturaleza. 20 El sol comienza a quemar. Francisco da vueltas simulando ser un chinchinero y Jordan saca fotos, quedando atrás del grupo. Yo no transpiro. Hay un viento fresco esporádico, pero necesario para continuar caminando. El agua de mi mochila ya está tibia y la que me eché en el pelo se evaporó en cuestión de segundos. Al llegar a la primera gruta, nos encontramos con una pareja de pololos. Tienen cerca de 30 años y están sentados a la sombra, en silencio. Nos saludamos y al rato ellos continúan su camino. Aquí hay cerca de 20 nombres y fotos que recuerdan niños fallecidos en anteriores años. Me empiezo a olvidar del tiempo y el concepto de muerte comienza a revolotear mi cabeza. No tengo idea qué hora será. Mis sentidos están más activos. Me siento pleno y libre. Nada me detiene. Como humano somos nada frente a la majestuosidad del desierto. Soy un convencido de que uno es quien tiene que explorar, descubrir y acercarse a través de sus instintos hacia dónde quiere llegar. Estoy sin agendas, sin mapas, dispuesto y expuesto a la aventura. Me siento un ciudadano que recorre lugares sin pasaporte y mientras camino a pata por el desierto -que es más bien una parrilla y yo un bistec recocido- tengo ansias de descubrir nuevas miradas, lenguajes y acentos. La verdad es que las cosas que involucran seres humanos no me son ajenas -es algo imposible- y por lo tanto, no me asustan. Me propuse caminar por el desierto como quien deja el destino a la suerte. La ruta es lo de menos, lo importante es llegar. “Nunca se llega tan lejos como cuando no se sabe adónde se va”, dice Goethe. “NO SE DETENGAN, SIGAN CON FUERZA”, “ESPÉRANOS VIRGENCITA QUE LLEGAREMOS A TI”, ”SIGUE ADELANTE”, son mensajes anónimos escritos en el pavimento con pedazos de yeso desprendidos de las orillas de la carretera. Alientan a seguir fuertes en el camino. Autos y camiones nos tocan la bocina y nos saludan alegremente apenas pasan por al lado nuestro. Nos acercamos de pronto a una especie de kiosco encarpado, donde hay un estanque gigantesco con 6000 litros de agua. Se trata del primer tambo como los denominaré yo de aquí en adelante. Me siento como un chasqui, quienes eran verdaderos atletas y mensajeros durante el auge del Imperio Inca. En el tambo, una mujer nos recibe con una sonrisa. Es Avelina Nadal. Al fondo de la carpa hay una imagen de la Virgen de Guadalupe. Me siento en la banca e inmediatamente un hombre se me acerca y me ofrece agua y naranjas. “Coma naranja para que se refresque”, dice amablemente. Me regalan limones y lleno la botella de dos litros y medio que llevamos para el camino. Estas dos personas forman parte del movimiento de cursillistas. Son los encargados 21 de recibir y dar alimentos ya sea fruta y agua durante el día y en la noche principalmente sopa o chocolate caliente. Lo hacen de forma gratuita y en agradecimiento y devoción a la Virgen. Durante el año realizan distintas actividades para juntar el dinero y hacer esta reconfortante labor en los días que dura la fiesta. La municipalidad sólo les aporta el agua y el toldo. Avelina lleva diez años en el movimiento, dos menos Tambo camino a Ayquina. que su compañero Belu Tapia. Cada tambo que hay en el camino sirve de instancia para hacer una palanca, que es una oración en cadena. Me devoro la naranja. “¿Ustedes son de Ayquina?”, pregunto. “No. Somos de Calama”, responde la señora. “Me llama la atención que hay pocas personas caminando”, comento a Avelina. “Lo que pasa es que mucha gente partió ayer y generalmente lo hacen de noche para evitar el calor”, afirma. Ahora encuentro lógico lo que me parecía extraño. Por un minuto pienso que hicimos mal al comenzar la caminata a las ocho de la mañana donde el sol ya calienta con todo su esplendor. ¿Qué nos espera para las próximas horas caminando? Luego de estar casi diez minutos descansando nos disponemos a continuar nuestra caminata. Nos despedimos dando las gracias. Comienzo a sentir los dedos de los pies apretados. Me duelen las plantas al pisar. Mis zapatos están cubiertos de tierra y si antes eran café, ahora son blancos. Al sonarme la nariz siento como la arena se entromete. Mis labios comienzan a partirse. Busco el mentholatum y no lo encuentro. No tengo absolutamente nada que hacer. Recuerdo que una vez, Andrea, una compañera de trabajo, que casualmente es de Antofagasta, me recomendó que lo llevara y que por lo menos tomara tres litros de agua diarios. “Te vas a acordar de mí”, me dijo en esa oportunidad, cuando estábamos en pleno invierno. Claro que me acordé de ella, pero no de su consejo. A ratos comienzo a sentir que mi respiración acopla mis oídos. Respiro fuerte. Exhalo fuerte. En forma continua. Mis manos están 22 levemente hinchadas. Mis zapatos y sus pisadas son verdaderos martillazos que retumban en el asfalto. El trayecto que hemos recorrido ya próximos a llegar a Chiu Chiu en auto se hace en 15 minutos a una velocidad de 80 kilómetros por hora. Para que se hagan una idea de las distancias recorridas. Hemos avanzado 32 kilómetros desde que salimos de Calama. De pronto, comenzamos a entrar a un lugar que es bastante plano. Hay una sequedad deslumbrante. Luego de descender por una bajada corta llegamos a Chiu Chiu, donde la población es de 322 habitantes. Pasamos entre medio de las colas de zorro, que es parte de la flora del lugar, una rama delgada verde que crece en las orillas de pequeñas vertientes. Un hombre tosco, de tez morena y mirada profunda está martillando y armando bloques cuadrados de piedra, que se transformarán en las murallas de su casa. Son estucos sacados del Puente del Diablo. Mientras él trabaja a pleno sol, niños pequeños patean piedras o juegan a saltar y darse vueltas entre cauchos quemados, basura, tejados oxidados y fecas de llamas. ¿Qué más podrían hacer? Sólo jugar y sonreír. Acá se encuentra la Iglesia más antigua de Chile, declarada Monumento Histórico en 1951. Ésta, se caracteriza por su fachada de piedra blanca y puertas de madera de cactus. Es una de las más pequeñas a las que he entrado. Alrededor hay pequeñas tumbas y al entrar tenemos el privilegio de presenciar el bautizo de un bebé del pueblo. Acá, como en muchas partes del interior, hay pocos niños y muchos adultos. Hay por lo menos 30 grados de calor. Al mirar la muralla de una casa me mareo. Siento que ésta se viene encima y luego se devuelve. Me quedo mudo, sentado en una piedra para descansar. Mi piel comienza a ponerse roja como una jaiva. Seguimos recorriendo el pueblo y nos encontramos con el segundo tambo. Una parada necesaria. Hay un hombre de mi edad que tiene los pies en agua fría. Estamos en el Parrón del Diablo. No puedo escribir, se me hinchan los dedos. Aumenta la presión. Tengo granos en los muslos, son picadas del rebote de la arena que se forman a partir del roce con el pantalón. Seguimos por el camino, y ahora está marcado por torres de piedra apiladas o apachetas, como le dicen en la zona. Entonces de 23 pronto nos encontramos con la laguna Inca Coya. Cuenta la historia que una mujer indígena que esperaba a su novio español, que jamás volvió, lloró tanto que se formó esta agua cristalina y verde claro, cuya profundidad aún se desconoce. Comienzo a sentir pequeñas ampollas en mis pies. Un viento helado pasa por mi cuerpo, mientras se forma un pequeño remolino delante de mis ojos. El diablo me hace un gesto. JORDAN: Desde que salimos de Chiu Chiu nos costó un mundo encontrar la laguna. Es raro y difícil de creer, porque cuando uno hace este trayecto en vehículo no tarda más de cinco minutos en hallar su presencia. Nosotros llevamos una hora y media buscándola. Es increíble cómo cambia el mundo cuando lo recorres desde cerca. Hemos caminado más de seis horas desde que salimos de Calama. A nuestro alrededor no hay nada más que tierra y más tierra. Todo el paisaje se divide en dos tonos. El árido color del desierto y el azulado del cielo. No hay nubes que nos cobijen del calor ni viento que nos refresque. Llevo los pies cansados y la entrepierna adolorida. Debo tomar una decisión que será trascendental para el resto de la caminata. De pronto el silbido del desierto se ve interrumpido por un reggaetón que suena desde el celular de “El Chico“. Es raro imaginar este estilo musical en medio de la nada. Lo cierto es que ayuda anímicamente y al son de Daddy Yankee continuamos el camino, no sin antes quitarme el bóxer. “El Chico” me habló de ponerle toallas higiénicas a las zapatillas para que no nos salieran ampollas, pero se le olvidó decirme que ocupara ropa interior más suelta para caminar. En medio de este territorio me saco el calzoncillo y continúo a lo gringo. Al llegar a Ayquina mi entrepierna comprenderá que la diferencia entre ocuparlos y no será muy escasa. Nuestro guía nos dice que desde esta etapa del camino en adelante la ruta está marcada por piedras ordenadas en línea, una tras otra. Antes de hallarlas pasamos por un terreno rocoso, al borde de una quebrada. Perder el equilibrio aquí podría costarnos la vida o, cuando menos, una fractura de consideración. Hay poca gente en la ruta. A lo lejos se ven los autos que se dirigen al mismo destino que nosotros. De otros peregrinos sabremos sólo cuando lleguemos al siguiente tambo. Son las cinco de la tarde y en el Puente del Salado hay un grupo de caminantes. Hombres y mujeres con sus rostros quemados por el sol y con el cabello lleno de tierra. Algunos tienen los pies hinchados a más no poder. Comen naranjas y beben jugo de piña que les han regalado. Nos detenemos sólo por un par de minutos. “El Chico” no quiere que 24 la noche nos atrape caminando. Las ampollas crecen en mis pies, pero la caminata debe continuar. Con cada paso que damos los volcanes nos hacen sentir más pequeños e insignificantes, pero no importa: Ayquina está cada vez más cerca. LUIS MARIO: Cuando el reloj marca las siete de la tarde, paramos en el Puente del Diablo. Nos Peregrinos camino a Ayquina. ofrecen chocolate caliente y hacemos una pequeña oración. “Dios te ha regalado la vida, te conoce y te ama. Muchos problemas se pueden solucionar únicamente mediante el sacrificio y la renuncia”, nos dice el hombre encargado de organizar el tambo con otras cuatro mujeres. La mayoría de los viajeros dormirá y pasará la noche en este lugar para continuar la caminata al amanecer. Nosotros no tenemos carpa ni sacos de dormir. Estamos obligados a seguir. Empieza a anochecer y tras pasar el puente, me siento muy cansado. Es mi momento más crítico. Si me caigo, muero. No hay luna, por lo tanto no hay luz. Las linternas nos alumbran para no perdernos. Quiero llorar, pienso en ti, Virgencita. Te pido que no me dejes. Mis compañeros van cantando un tema de Los Ilegales y yo no soy capaz de decir ninguna palabra. Ellos mantienen el ánimo y yo ni siquiera me puedo sujetar, de hecho me llevan la mochila. De pronto, “El Chico” se asusta porque desconoce el camino. “Estamos perdidos”, nos confiesa. Jordan me trata de afirmar, pero más me desequilibra. ¿Me habré apunado? Nos detenemos un momento a observar las estrellas. Ellas también están cansadas, ya no alumbran como hace una hora. Es mi propio vía crucis. Perdimos el norte. Estoy deshidratado. Voy con la cabeza agachada y no puedo mantener la linterna firme. Comenzamos a ascender por un camino desconocido, pero deberíamos haber bajado y seguido una curva que por supuesto no vimos. A lo lejos vemos la luz del siguiente tambo, pero con cada paso nos alejamos más de él. Comienza a correr una fría brisa que nos penetra hasta los huesos. Francisco trata de buscar un punto de referencia, pero cada vez está más desorientado. De pronto, una luz viene hacia nosotros. Le hacemos señas con nuestra linterna y finalmente llega hasta donde 25 estamos. Una camioneta 4x4, equipada con un GPS, es nuestra salvación. Son más de de las 11 de la noche y pese a que estoy con guantes, gorro y parka, siento que moriré de hipotermia. El conductor de la camioneta es el profesor Jorge Collao, quien le hizo clases a mis compañeros en la enseñanza básica. “Están perdidos cabros”, nos comenta apenas baja del vehículo. “¿Cuánto nos falta para llegar a Ayquina?, pregunta Jordan. “Pfff... no, por este camino se desviaron como en seis horas. Lo único que pueden hacer es subirse a la camioneta. Yo los voy a llevar a Ayquina”, dice zanjando la conversación. Al final de este día 43 personas caminaron igual que nosotros. ¿Cuántas más se habrán apunado como yo? 26 Capítulo 4: Domingo 5 de septiembre 27 JORDAN: Se aproxima la medianoche. Después de haber caminado durante más de 15 horas continuas, por fin estamos aquí, en Ayquina, cuya magia emerge desde el primer momento. Apenas puedo avanzar un par de pasos, los pies ya no dan más, pero el sonido de los bombos y las trompetas me incitan a continuar. Al acercarme a saludar a la Virgen, veo que los caporales de cada baile vienen bajando en una sola gran comparsa. Es raro volver después de cinco años y sentir que la magia aún pervive. El baile de los caporales me recuerda mi infancia, cuando durante el día 8 de septiembre cada baile enviaba a sus integrantes más pequeños a danzar. Era, por entonces, el baile de los futuros caporales. Mi hermano y yo fuimos enviados en una ocasión. Él llegó a ser caporal. Yo me alejé de ese camino. Entramos a la iglesia. Saludamos a la Virgen y en silencio le agradezco por habernos permitido llegar sanos y salvos. Al parecer, mis plegarias durante los momentos más apocalípticos de la caminata, cuando pensé que Luis Mario se desvanecería, fueron escuchadas y sé que mi compañero también lo siente así. Se le nota emocionado, casi al borde de las lágrimas, pero ya estamos aquí, frente a la imagen de la Virgen. Nos abrazamos y sentimos que la tarea fue cumplida. Es nuestra primera noche en Ayquina, antes de comenzar un nuevo día lleno de magia. Estamos exhaustos, pero por suerte nuestra carpa ya está armada. Eduardo Aguirre, uno de mis amigos del colegio, más conocido como “El Mono”, la instaló antes de que llegáramos. Durante estos siete días, su familia, perteneciente al baile La Osada, nos recibirá y compartirá con nosotros sus experiencias. Luis Mario está muerto. Duerme profundamente. Ni siquiera siente el olor fétido de sus patas. Pancho aún tira un par de tallas antes de dormir y yo, tomo nota y analizo la caminata. No cualquiera la hace. No cualquiera tiene la suerte de recorrer parte del desierto más árido del mundo y nosotros lo hicimos. Buenas noches. A las 8.30 de la mañana ya se escuchan los tambores de los bailes religiosos. La carpa parece un sauna y el calor hace imposible seguir adentro. Apenas abro los ojos, veo a Pancho durmiendo en la mitad de la carpa, con las piernas dobladas y sus pies chocando con la entrada. Anoche, cuando llegamos, no notamos que “El Mono” no la armó en un lugar plano, sino en bajada. Un detalle que recordaremos cada mañana cuando amanezcamos cerca de la puerta de entrada, pero que no será obstáculo alguno para dormir como lo hice anoche. Como nunca en mi vida había dormido. Profundamente. 28 El Ayquina de hoy dista mucho del que es durante el resto del año. Las más de 30 mil personas que llegarán durante esta fecha, en nada se comparan con sus ciento cincuenta habitantes. Por estos días el poblado estará completamente iluminado desde las seis de la tarde hasta las dos de la madrugada. El resto del año, con suerte, una hora al día. En esta recóndita quebrada hoy son pocos los ayquineños que viven del cultivo de hortalizas y el ganado. Las aguas del río Salado son cada vez más escasas y sus charcos menos visibles. Es por eso que para subsistir, la comunidad aprovecha hasta el último día de fiesta. Dos mil pesos cobran por cada vehículo que ingresa al lugar. Sólo el día 2 de septiembre llegaron hasta aquí cinco mil y para el día 8 se espera que arriben más de siete mil. Pero también han visto en la construcción de casas una fuente de trabajo. Son los mismos lugareños los encargados de edificar cualquier estructura que quiera hacerse en el pueblo. Como estas más de veinticuatro mil hectáreas fueron inscritas por sus ancestros, se organizan dividiendo los terrenos del poblado. De esta manera cada familia construye entre tres a cuatro casas en el año. Hasta hace un tiempo era norma que las nuevas construcciones mantuvieran el estilo rústico de Ayquina como una manera de preservar su identidad, pero con el paso de los años esto se ha ido perdiendo. Cada vez aparecen más construcciones de bloques, cemento y calaminas, dejando atrás el barro y los techos de 29 paja. El sacrificio que implicaba viajar hasta el poblado hace unos años ha sido desplazado por la tecnología y las comodidades. Antiguamente existía sólo un teléfono que permitía comunicarse con Calama. Hoy, y exclusivamente durante los días de la fiesta, una de las compañías de celulares instala su antena en lo alto de la quebrada, lo que permite mantener la comunicación con la ciudad. Televisores y refrigeradores han dejado atrás a esas cajas de madera donde antes se almacenaba la comida. La vieja tetera es una de las pocas cosas que se mantiene inamovible desde que me fui. Pero de todos estos nuevos artefactos poco conocen los habitantes del pueblo. La mayor parte de su población son adultos mayores que sufren de hipertensión; de jóvenes, ni hablar. La mayoría ha emigrado a Calama para continuar sus estudios y niños ya casi no quedan. Sólo tres alumnos, uno de primero, uno de cuarto y otro de sexto básico, tiene la escuela San José de Ayquina. En esta fecha que se celebra a La Patrona del pueblo, los niños están de vacaciones y dedican su tiempo a cobrar por entrar a los baños. Dinero que también va a parar a la comunidad. Este es nuestro primer día en el pueblo. El calor abruma. Aquí, a los pocos minutos uno advierte la magnitud del desierto. Esta es una de las zonas con mayor índice de radiación y por lo mismo en nuestros rostros abunda el bloqueador solar, los jockey y unos buenos lentes de sol. Lo más duro es ver que los bailes danzan a cualquier hora. Saltan, se agachan y zapatean sin importar los casi 30 grados que hay en el ambiente. A eso de las cinco de la tarde me encuentro con el primero de los sucesos que marcarán mi estadía en este lugar. La gente se aglomera alrededor de un tipo que está tendido en el suelo. Personal de la Cruz Roja también ha llegado a socorrerlo, pero lo cierto es que nadie hace nada más que mirarlo y hablarle. Es un muchacho de barba, cabello despeinado y torso desnudo. De esta forma se arrastra camino a la iglesia. Lleva unos trescientos metros recorridos y aún le faltan por lo menos otros doscientos. A duras penas avanza por una calle de 30 tierra. La gente le ayuda quitando las piedras del camino y humedeciendo con agua el terreno. Lleva el pecho rojizo, con pequeñas heridas y a ratos se retuerce de dolor. Quienes le observan sufren junto con él. “Hijo, ya pagaste por tus pecados, no es necesario que sigas”, le dice una señora, pero el joven no la escucha y continúa su marcha. Atrás, un hombre de las pastorales juveniles no para de repetir en voz baja el Ave María. Ésta es una de las tantas maneras como los feligreses rinden culto y pagan sus mandas a La Chinita. Una forma bastante cuestionada por algunos y una verdadera muestra de fe para otros. Así avanzarán las siguientes horas, con más personas arribando a este recóndito poblado, que por un par de días se viste de fiesta, alegría y colores para venerar a la Virgen de Guadalupe de Ayquina. El sol comienza a guardarse para dar paso a un cielo completamente estrellado y puro. También empieza a sentirse una brisa fría que nos recuerda que estamos en medio del desierto. Atrás quedan las camisetas y los pantalones cortos. Ahora todos visten chaquetas y gorros. En la plaza, la gente espera que baile la Gran Diablada Calameña, una de las agrupaciones más grandes, que tiene entre sus filas a más de trescientos integrantes. Es difícil encontrar un lugar donde sentarse. Todo está copado. Cuando el reloj da las nueve en punto hace su ingreso la banda de la agrupación. Visten de gala, con impecables pantalones blancos y vestones morados. Un solo de trompeta comienza a sonar y, con él, los diablos ingresan a la plaza con sus máscaras iluminadas de rojo. En cuestión de segundos repletan el lugar y bailan durante media hora a la Virgen. Su caporal viste de ángel y es él quien ordena cada uno de los pasos coreográficos o mudanzas que harán durante este tiempo. En la comparsa no hay diablo alguno que se resista a las indicaciones del ángel y quien lo haga sufrirá las consecuencias de su espada. A menudo, los perros del demonio y la muerte lo enfrentarán y siempre terminarán obedeciendo. Pero todo es parte de la coreografía que han preparado para este año. Del mismo modo que lo hace cada baile religioso. Todo un mundo que luego de avanzada la fiesta, comprenderemos. 31 Capítulo 5: Lunes 6 de septiembre 32 JORDAN: Ayer Daniela Yueng le bailó por primera vez a la Virgen. Estaba nerviosa. Pendiente de no fallar en la coreografía que había practicado, pero en su rostro se notaba la preocupación por haberse puesto al revés parte de su capa de diabla. Se preparó un año completo esperando ese momento. Daniela desde pequeña asistió a la fiesta sólo por el día 8 de septiembre, pero el año pasado se quedó durante los cinco días de celebración. Fue tan intenso lo que vivió que se comprometió a volver nuevamente, pero ahora bailándole a la Virgen. El 2009 llegó por primera vez caminando hasta Ayquina en Daniela Yueng en la comparsa de la Gran Diablada Calameña. compañía de su madre. Sufrió las inclemencias del sol y el río del desierto, pero quería saber qué motivaba a la gente a hacer esta travesía. Tras vivir la fiesta encontró la respuesta en una sola palabra: Fe. Esto fue lo que la motivó a inscribirse en la Gran Diablada Calameña, donde bailaba su hermana menor. Hoy está aquí para cumplir su promesa. Durante un año ella y su familia se esforzaron por juntar el dinero para costear los lujosos trajes. Cerca de 400 mil pesos gastó entre las cuatro vestimentas que ocupará en los días que dura la fiesta. Algunos bailarines encargan los trajes a Bolivia, otros los mandan a confeccionar a modistas del barrio. Daniela optó por algo más personal y varias noches se dedicó a pegar una a una las lentejuelas que formaron el dragón que cubre su capa. La Gran Diablada Calameña es uno de los bailes más vistosos y todos sus integrantes buscan destacar sobre el resto. “Ayer en la plaza unas diablas se agarraron a garabatos porque ambas querían ocupar el mismo puesto. No puedes ser tan desubicada”, comenta y agrega que a ella no le importa mucho ese tipo de detalles. “Yo vengo a bailarle a la Virgen, pero adentro existe mucha envidia. Son tantos que todos quieren figurar de alguna manera”, dice. El ego no se queda fuera de esta fiesta y así lo reconocen algunos de los bailarines de las 45 agrupaciones que asisten hasta Ayquina: 43 de ellas provienen de Calama, una de Copiapó y otra de Antofagasta. Aunque es un tema que tiene más notoriedad en los bailes grandes. La Osada, los Tinkus, los Reyes Morenos, la Diablada Hermandad y la Gran Diablada Calameña cuentan con más de doscientos integrantes y eso les permite ocupar 33 toda la plaza al momento de bailar. Al contrario de los Zambos Sayas y la Diablada Hermanos del Norte, que cuentan con más de cien miembros, pero tampoco superan los doscientos. En su caso, ellos comparten la plaza con otra agrupación. Para los bailes que no alcanzan los cien bailarines este espacio se divide entre tres. Todos buscan ser el mejor. A través de sus comparsas, de sus coloridos trajes en medio de la aridez del desierto y los ritmos de sus respectivas bandas quieren imponerse por sobre el resto. Hace más de 70 años que los oídos del pueblo se impregnan de la música que emana desde los bombos y cajas de los bailes religiosos. Desde 1935 que el pueblo abre sus ojos para contemplar la danza que cada uno de los bailarines rinde ante los pies de la Virgen. La primera de las agrupaciones que se conformó, y que aún continúa vigente, es el baile Chinos, fundado el 8 de septiembre de 1936. Tanto éste como el resto de las cofradías se rigen por la Central de Caporales de Bailes Religiosos. Desde 1941 esta entidad se encarga de regular el orden de la fiesta y dictar las reglas para cada uno de los bailarines. Nadie puede fumar con la vestimenta puesta. Las mujeres tienen prohibido maquillarse y las faldas no pueden estar por sobre tres dedos de la rodilla, además deben usar bombachas. Antiguamente los trajes, que siempre son bendecidos por la iglesia antes de ser ocupados, pasaban de generación en generación. Se utilizaban sin importar que estuvieran desteñidos y, en caso de que se deterioraran, solían parcharse. Para cada bailarín su traje es un elemento sagrado. Pero con el paso del tiempo esta tradición ha ido quedando en el Baile religioso Tinkus. pasado, sólo algunas agrupaciones más pequeñas de aún las la respeta. Hoy entre más llamativo e impactante sea el traje, mejor. Los Tinkus causaron estragos cuando el año 2000 llegaron por primera vez a Ayquina. Eran tan sólo 36 integrantes, pero sus colores fosforescentes y la alegría de su ritmo hacían que nadie quisiera perderse la comparsa. De un año a otro, la cantidad de danzantes de esta cofradía creció de manera significativa. Hoy, sus más de doscientos ochenta bailarines son como el alma de la fiesta. Los únicos que gritan, cantan y golpean a la Pachamama mientras danzan. Carlos Rodríguez es el fundador. Un hombre de tez morena y que cuenta con un 34 particular secreto andino que le permite bailar con tanta energía. “Tienes que masticar hoja de coca y ponerla a un costado, entre la mejilla y las muelas. El jugo que bota se traga y es eso lo que te mantiene bien físicamente”, confiesa. Una costumbre de los pueblos andinos que además sirve para hacer frente a la puna. Luis Mario debería haber masticado coca en la caminata, quizá la historia hubiese sido distinta. LUIS MARIO: Es el segundo día en Ayquina. A una hora de bailar a la Virgen, la mayoría de los integrantes del Campero descansan sentados sobre una banca afuera de la pieza que arriendan. Bryan, hermano de Jordan, hace poco llegó desde Santiago. Tenía que rendir una prueba en la universidad y por eso recién se incorpora a la fiesta. Ahora se alista rápidamente para la presentación de las 18.30 horas. El Campero, fundado el 8 de enero de 1968, está compuesto por una banda de no más de diez músicos, entre ellos dos primos de Jordan y su tío “El Rubio”. En sus filas cuentan con 13 bailarines, entre los que están José, el padre de mi compañero; Sergio el veterano y caporal del grupo, hermano de José y “El Chanchi“, otro primo de Jordan. Además, hay cinco mujeres, entre ellas dos niñas de cuatro años que llaman la atención de todos por su ternura al bailar. Pero hay un rasgo que los hace aún más evidentes y reconocidos: los Jopia, a excepción de Jordan, tienen el pelo crespo. La pieza es pequeña, pero de gran corazón. La batuta la llevan las mujeres. Ana, madre de Jordan, y Katty, esposa del caporal, se encargan de que no falte nada e incluso ayudan a María, la responsable de mantener limpio y servir las comidas. La mayor parte de la banda de música duerme ahí. Los demás en una casa que está más arriba. Luis Jopia, el abuelo de Jordan, venía a Ayquina desde 1961. El motivo era claro: ese año, Mario, su hijo, presentó problemas de salud por lo que lo encomendaron a la Virgen. A los años de nacido, Mario visitó y conoció a quien sería su segunda madre. Él falleció producto de un cáncer pulmonar el 2003, a los 43 años. Era conocido por todos los bailes y siempre participó activamente en los eventos organizados por la Central de Caporales de Calama. Dentro de la pieza, los colchones están amarrados y colgados al techo con una pita. A pesar de que hace poco almorzaron todos juntos, como de costumbre, la señora María le pregunta a Ana qué cocinar para la once comida. “Guíate por el menú que hizo Sergio. Arroz con vienesas, para cambiar un poco, porque tallarines de nuevo, no”, dice riéndose, mientras se prepara para llevar el estandarte. 35 El Campero representa la verdadera esencia de un baile chico. Ellos bailan por fe. Los aplausos y el reconocimiento masivo, aunque los anima, no les interesa. Ellos están aquí por la Virgen. Cuando la agrupación se formó sólo había hombres, pero al pasar el tiempo comenzó a ser mixto. Su vestimenta es sencilla: un pañuelo y faja roja o rosada y un traje completo calipso. Asimismo, todos tienen zapatillas blancas y en una mano sostienen una pata de llamo que representa a los campesinos de la zona que antiguamente criaban estos animales. Son las 18.30 horas y el Campero baila al son de su banda. Los bombos y las cajas son los instrumentos que más se oyen en esta fiesta. Los músicos del Campero siguen el ritmo que lleva el bombo del “Lolo”, quien tiene puesta una camiseta de Cobreloa y mira de vez en cuando al grupo para marcar los cambios de ritmo. Al lado del Campero está el Chuncho Tirana, baile que tiene el doble de instrumentistas por lo que su ritmo es el que impera en la plaza. En la columna siguiente están los Tobas, baile que tuvo 14 fallas durante el año, lo que no les da derecho a nada. De hecho tienen los horarios más tardíos. Siempre Baile Campero en la plaza, haciendo bailan en el último turno. Hay pocas personas en la plaza. Nadie aplaude. El “el paso de la culebra”. Campero lleva 20 minutos bailando. De pronto, comienzan a realizar “el paso de la culebra”, momento de la mudanza donde todos se van intercalando y pasando en forma de zig-zag. Los hombres saltan y se hincan entre las mujeres que están agachadas. Cuando terminan, José se ve agotado. Se le han acalambrado sus piernas y se mueve más lento. Al cumplir el turno en la plaza, vuelven a bailar en las afueras de su casa, casi como una obligación. Ana permanece con su sonrisa característica detrás del estandarte. Jordan comienza a repartirles agua y naranjas. Ellos no paran de bailar. Es evidente que Bryan, “El Chanchi” y Marcelo, son los más rápidos y dinámicos para moverse. Son los más jóvenes. Han pasado diez minutos desde que se presentaron y se alistan para tomar once. En la mesa no puede faltar té y pan. Hay paté y huevo revuelto. Todos conversan, mientras la señora María comienza a servir los platos de arroz con vienesas. Si bien la cuota del baile alcanza justo para cubrir los gastos de los días de la fiesta, lo que nunca falta en esta mesa es la comida. Los más jóvenes echan tallas en todo momento. “¿Oiga, tío, qué le pasó en la 36 pierna después del paso de la culebra?”, le pregunta Rodrigo a José. Ana inmediatamente se mete en la conversación diciendo: “Ya está viejito José, no se la puede mucho. Te dije que siguieras la dieta”, comenta riéndose cariñosamente con todo el grupo. José replica diciendo “Yo hago dieta y por lo menos sigo bailando”, contesta con una sonrisa. De pronto, observo en la muralla fotos de los integrantes del grupo con sus trajes. Arriba de todos, está la de Mario acompañado de la Virgen. Da la impresión de que él continúa aquí con ellos. Son cerca de las nueve de la noche y la poca luz que se filtraba entre las murallas de barro de la habitación de Sergio ya no está. En la pieza se respira tranquilidad. Todos son uno. El Campero tiene dos elementos que se palpitan a diario en la fiesta: sentido de comunidad y sacrificio. Ahorran para arrendar las piezas, comprar el menú de las comidas, la gasolina y pagar el peaje de los vehículos. Todo por devoción y fe hacia la Virgen milagrosa. Se forma un espacio de encuentro familiar donde el compartir con el otro es regla esencial para este baile. Mientras Nickols, hermana de Jordan, me cuenta que para ella estar en Ayquina es un momento de introspección, “El Chanchi” dice que está aquí por fe. Ana agradece: “por fin estamos todos juntos reunidos. Si Jordan y la Nickols no hubieran venido este año, la verdad es que José y yo hubiéramos estado con una pena horrible” confiesa emocionada. Hace dos años Nickols se retiró del baile porque había perdido la fe. Antes de viajar Jordan me confesó que le era difícil volver a bailar por los estudios. Todos quieren hablar. Bryan interrumpe, y aunque le veo muy poco los ojos, porque han cortado la luz en el pueblo, me dice sinceramente: “mira, yo a la Virgen la llevo siempre en mi billetera. Es como tener una foto de tus viejos. Ella es parte de mi familia”, confiesa y Ana agrega que: “aparte que te desconectas de todo. De la ciudad, de tu otra realidad. Lo material y la rutina desaparecen. Vas a querer volver el próximo año”, me dice segura. Concuerdo con ella. Es un lugar único, no tiene comparación con la vida que llevo en Santiago. Se produce un silencio acogedor. Salimos de la habitación camino a nuestra carpa. La noche está estrellada y Jordan emocionado. En medio del frío le pregunto qué es mejor: vivir la fiesta como visitante o estar bailando con tu familia. “Es súper distinto vivirlo desde adentro de un baile. Todo es más intenso, más emocionante”, me contesta. 37 JORDAN: ¿Qué hace posible que una persona pueda bailar a las dos de tarde, con una temperatura cercana a los 30 grados, vestido con un grueso traje de oso? ¿Qué mueve a la gente a bailar en medio del desierto sin importar la sed, el cansancio ni las condiciones climáticas? ¿Qué incita a que niños, ancianos y minusválidos muevan su cuerpo al son del tambor para agradecer a una imagen de yeso? Al parecer la respuesta será siempre la misma. Independiente de la persona, sus motivaciones y lo que la fiesta le provoque, la respuesta se resumirá en una palabra que para Ayquina es transversal. Fe: pero, ¿dónde nace esta tradición? La explicación a esta particular forma de rendir culto a la Virgen de Guadalupe de Ayquina tiene diferentes respuestas. La Iglesia encuentra la suya en la Biblia. Cuentan que cuando Jesús se acercaba a Jerusalén con El Arca del Pacto, David, el Rey de Israel, bailaba delante de ésta. Por esos días, cuando su ejército capturaba a tropas enemigas obligaban a los cautivos a Baile Osada en la explanada del desierto. bailar delante del rey victorioso, lo que simbolizaba sumisión y lealtad a esta figura. Lo mismo quiso representar David ante el paso de Jesús, mostrando su alegre cautividad, humildad y sujeción a Dios. He aquí la explicación de la Iglesia ante la ferviente demostración de los integrantes de cada agrupación. “Bailar es orar tres veces”, dice la religión católica. Aunque lo cierto es que poco conocen sobre esta explicación los miembros de las cofradías. Para ellos el baile es simplemente una forma de demostrar la fe y agradecer a La Chinita por los favores concedidos. Pero la Pachamama también tiene su respuesta a este suceso. Antiguamente, los pueblos andinos solían rendir culto a la madre tierra a través de cánticos y danzas donde agradecían a los dioses y a los espíritus por los favoreces concedidos, pero cuando los españoles conquistaron estas tierras evangelizaron a los andinos. De esta manera, los pueblos de la zona comenzaron a venerar a la Virgen traída desde España, pero mantuvieron su particular forma de hacerlo: cantando y bailando. Las explicaciones podrán ser muchas y quizá hasta contradictorias unas de otras, 38 pero es tan especial lo que causa La Chinita en cada una de las personas que asisten a esta fiesta, que se vive de forma única y, aseguran, se atesora en lo más profundo del corazón. Por eso vuelven cada año. Son las 22.30 horas. En la plaza es el turno en que los bailes Chinos, Samurái y Pirata de Cristo Rey danzan a la Virgen. Hace frío, pero aún se puede soportar. La gente se divide para mirar a los bailes del costado, pero pocos se fijan en el Samurái. Son sólo siete integrantes y hoy les corresponde bailar al centro de la plaza. Uno de los lugares más complicados cuando la agrupación es pequeña porque las bandas de los costados no permiten oír con claridad el tambor. Pero ahí está el Samurái, firme, sin perder el ritmo y siguiendo las instrucciones de un niño de ocho años. Es el caporal, el nieto de Héctor Muñoz, “Tito”, el fundador del baile. “Tito” es un hombre de barba larga y mirada profunda. Uno de los amigos más cercanos de mi tío Mario. Nos recibe en una habitación pequeña en espacio, pero gigante en calidez. Diez camas comparten lugar con la cocina, el comedor, un baño y un par de instrumentos musicales. Es la morada del baile Samurái. Una agrupación que hace 25 años viene a Ayquina y que siempre ha carecido de integrantes. Incluso un año sólo contó con dos bailarines, “Tito” y María, su ex esposa. De niño que “Tito” visita la fiesta de Ayquina y siempre lo ha hecho ligado de una u otra forma con los bailes religiosos. Su tía fundó las Cosacas, él bailó en el Gaucho y luego fundó el Salteños. Pero 1983 fue un año significativo y amargo de recordar. “Tito” no pertenecía a Héctor “Tito” Muñoz. ningún baile. Tras acusar un desfalco del caporal del Salteños fue expulsado de la entidad que él mismo había fundado en 1976. Entonces pensó crear una nueva agrupación, le planteó la idea a la señora María pero ella se negó. Finalmente en septiembre de ese año llegaron a Ayquina como cualquier peregrino. “Ese año que no bailamos no sentimos la fiesta. Nos sentíamos vacíos”, confiesa mientras cucharea una taza de té. De regreso a Calama se propuso armar una cofradía y entonces surgió el Samurái. “Un samurái da todo por su rey, incluso la vida si es necesario. Yo adapté esa idea al baile”. Él mismo diseñó los 39 trajes y las coreografías. Al año siguiente regresó a Ayquina e hizo una promesa que piensa cumplir hasta el final de sus días. Bailar hasta que su cuerpo ya no pueda más. “No se trata de hasta cuando yo quiera hacerlo, sino hasta cuando él quiera”, dice aludiendo a un ser supremo. Este hombre ha hecho de todo por asistir a la fiesta, incluso cuando la situación económica no lo ha acompañado. “Tito” es taxista y en tres ocasiones ha vendido sus autos por menos del precio real para costear los gastos de su baile. Todo por no quedar ausente de la celebración, ni fallar a su compromiso. “Yo soy un puta madre y lo reconozco. Yo si tengo que elegir entre ir a misa o arbitrarles una pichanga a los cabros un día domingo, me quedo con la pichanga, pero Dios está conmigo. Yo lo siento. Él me respira en el oído”, confiesa “Tito”, quien durante toda nuestra conversación se ha mostrado como un hombre fuerte y alegre, pero tras esta declaración sus ojos se llenan de lágrimas. Un silencio profundo se apodera de la situación y un cosquilleo recorre el cuerpo. “Tito” nos pide disculpas por no poder controlar lo que sucede en su interior y que brota al exterior a través de lágrimas. La habitación se siente cálida, la tetera está encendida y los demás integrantes del baile, la mayoría de ellos niños, escuchan en silencio algo que quizá nunca había confesado el fundador del baile. A lo lejos se escucha un tambor. El reloj se aproxima a marcar la media noche y “Tito” debe ir a cubrir su turno como director de la Central de Caporales. Está atrasado. Ambos nos hemos sacado lágrimas. Yo, tras su confesión y él tras recordarme cosas de mi tío Mario. Un maestro chasquilla que siempre vestía de jeans y polera negra. Adicto a la Coca Cola, acérrimo jugador de brisca y segundo caporal del baile Campero. “Tito” se marcha a la plaza, le corresponde vigilar el último turno de la noche, pero no sabe que se topará con un inusual suceso. 40 Capítulo 6: Martes 7 de septiembre 41 JORDAN: Hace frío. Luis Mario y yo acabamos de comer tallarines en la pieza del baile Campero, cuyos integrantes hacen hora para cumplir con su turno de las dos de la madrugada. Encima del jeans y los chalecos llevo puesto un buzo térmico, orejeras y un gorro. Estamos fuera de nuestra carpa cuando vemos algo impensable en una fiesta de este tipo. Un grupo de personas camina por el pueblo cargando un ataúd. Van rumbo a la iglesia envueltos en un cúmulo de llantos y sollozos. Seguramente es una de las escenas más tristes y sobrecogedoras que viviré en Ayquina. Con un poco de distancia nos sumamos a la marcha. Los bailes que cumplen su turno en la plaza detienen sus tambores. Al interior de la iglesia no hay más de 30 personas. El silencio es absoluto, sólo como en el desierto se logra percibir, y la pena me penetra como si algún conocido mío estuviera en ese ataúd, pero no. Es Silvia Tapia, una mujer de 67 años que falleció esta tarde de un paro cardiaco. Una devota apegada a los bailes religiosos y que, según cuentan, vino a pasar sus últimos días a Ayquina junto a La Chinita. Luis Mario mira fijamente, sobrecogido por la escena. A mi lado, mi primo Gonzalo llora desconsolado. No me atrevo a preguntarle nada. La gente del pueblo dice adiós a la señora Silvia. La Virgen hace lo propio. Mis ojos cargan unas lágrimas contenidas. Siento el pecho apretado por tantas emociones distintas. Un solo de trompeta que despide a la mujer interrumpe mi sobrecogimiento. La fiesta debe continuar. Los bailes comienzan nuevamente a danzar. Así es Ayquina. Un lugar donde las emociones están por todas partes. Son las 3.30 de la madrugada. En la plaza no quedan más de diez personas abrigadas de pies a cabeza. La temperatura debe ser cercana a los cero grados. El baile Campero lleva casi una hora en escena. Los músicos no han parado de tocar desde que salió el ataúd de la iglesia. Los cajeros tienen los dedos reventados, con más de una ampolla. El agua caliente que trajimos en el termo se enfría rápidamente. Se corta la luz de la plaza y el baile se despide en medio de los aplausos de las siete personas que los observaban. El pueblo por fin descansa y se prepara para un nuevo día. La noche está estrellada y sólo algunos jóvenes pasean por las calles, pero no sin que los carabineros estén atentos a sus movimientos. Amanece y como de costumbre despertamos con nuestros pies chocando con la entrada de la carpa, muertos de calor. Nuestra tienda huele horrible y no es precisamente por la descomposición de algún alimento. Somos nosotros. Es nuestro tercer día en Ayquina y el olor de la carpa nos obliga a buscar un lugar 42 donde ducharnos. Hace dos días que no lo hago. La comunidad del pueblo se ha organizado de tal manera que ofrecen servicios higiénicos por doscientos pesos. Las duchas cuestan trescientos. Una suma que me parece aceptable, incluso económica. En sólo cuestión de minutos sabré el por qué de su valor. Las duchas parecen camarines de fútbol, claro que con una gran diferencia que cualquiera consideraría inservible estando en medio del desierto. No hay agua caliente. Afuera, el termómetro marca 20 grados. La sensación es parecida aquí adentro, pero cambia rotundamente al abrir la llave. Una pequeña hilera de agua cae tímidamente, pero es tan fría que a los pocos minutos ya no puedes ni siquiera meter la mano. En los cubículos del costado hay unos muchachos que discuten sobre bañarse o no. “Mojémonos el pelo no más y le decimos a los cabros que nos bañamos”, dice uno de ellos. “Hazla corta, huevón cochino”, replica el otro. Finalmente se bañan en un tiempo que no supera los cinco minutos. Estoy desnudo y mientras el agua recorre mi cuerpo, no puedo parar de temblar. El piso de cemento hace que las plantas de mis pies se quemen con el frío y desde mi boca emerge un vapor que intenta abrigarme. Bañarse parece una tortura. ¿Será que en Ayquina los pecados se pagan de cualquier manera? Estoy limpio y huelo bien. Al salir de la ducha vuelvo a sentir el calor penetrante del desierto. El bloqueador solar me cubre de la radiación ultravioleta que ha dejado su marca en los rostros de la gente de esta tierra. Mientras recorro el pueblo no puedo dejar de tomar agua. Una botella de medio litro cuesta mil pesos, pero resulta indispensable para no deshidratarse, así que la compro. Hasta la posta del pueblo la mayoría de los pacientes que han llegado ha sido por deshidratación, descompensaciones producto de la altura y cuadros gastrointestinales. Cuando era pequeño siempre terminaba de una u otra manera en manos de algún paramédico. La insolación y el asma que sufría por aquel entonces, me hacían visitar la posta cada año. Estoy convencido de que esta vez no será así. El día transcurre lentamente y con gran expectación. Falta poco para el cumpleaños de La Chinita. Cada vez se nota la presencia de más y más gente. Ayquina sigue llena de vida, de música, de alegría y emoción. Aquí no se sabe de celulares, Internet, ni medios de transporte. Con suerte llegan los periódicos de Calama, pero sólo por los días de la fiesta. Son cerca de las diez de la noche. Estamos en la casa de mi tío Álex, el papá de Gonzalo y esposo de mi tía Mónica. Por primera vez en todos estos días disfrutamos de una cerveza, no sin antes habernos devorado el asado al cual nos invitó Gonzalo. Luis Mario me 43 comenta: “menos mal que había ley seca compadre. Se supone que aquí no puede haber copete”. Con mi tío sólo atinamos a reír. A las doce de la noche el cielo se iluminará para celebrar el día de la Virgen Guadalupe de Ayquina, pero antes de bajar a la plaza, mi tío nos contará parte de su historia en este poblado. Le comento de la caminata que hicimos para llegar hasta acá y me dice que antes era mucho más larga, que algunos peregrinos salían desde Chuquicamata y luego tenían que pasar por Lasana. “Eran otros tiempos. Te demorabas entre 40 y 48 horas caminando, puesto que entonces no había un camino marcado como el de ahora. Uno seguía el rastro que dejaban los burros“, afirma. La diferencia es significativa. Nosotros caminamos por más de 15 horas, aunque para ser sinceros no logramos concretar la travesía. “Antes no habían bolsos como los de ahora. Nosotros nos hacíamos mochilas con los cajones de manzana que vendían en el terminal agropecuario y los amarrábamos con sacos de arpilla”, rememora mi tío. Estos son algunos de los cambios que ha vivido la fiesta, incluso desde antes de llegar al pueblo. Estamos a minutos de que sean los doce de la noche. El día 8 de septiembre está por llegar y en la plaza miles de feligreses se aprestan a darle la bienvenida al ansiado día. El lugar está totalmente iluminado por más de seis mil doscientos vasos tricolores con una vela en su interior. Son miles de corazones los que mantienen encendida cada una de las llamas que dan luz a este pueblo escondido en el desierto. Arriba, en el escenario, el cura “Pato”, como le llaman al párroco de Ayquina, dirige la misa. Cuenta que se consiguió dos banderas chilenas con gente de La Moneda y se manda una confesión que a muchos no les gustará oír. “Con el oro que sobró de la corona de la Virgen hicimos un rosario para nuestra madre”, hecha fuera el cura. Algunos bailarines están molestos porque hasta esta noche, después de ocho años del incidente en que se quemó la Virgen, no tenían idea que había sobrado oro. 44 Estamos a sólo segundos de comenzar la fiesta. Es el instante cuando el cura debería lucirse. Todas las miradas están puestas sobre él que es el encargado de poner el rosario en la imagen de la Virgen para luego ser ovacionado por la multitud. Está a punto de consagrarse en uno de los momentos importantes de la fiesta, pero de pronto suena la alarma de los bomberos. Son las doce y las miradas de los feligreses giran en 180 grados hacía el cielo que se ilumina con fuegos artificiales. El cura y el rosario de la Virgen pasan casi inadvertidos. La gente aplaude y se asombra con cada nueva figura que destella en el cielo. Es una noche donde la luna no fue invitada y los destellos de artificio alumbran el valle del pueblo sacando a relucir la magia y el misticismo propio del desierto. Se respira un aire que transmite tranquilidad espiritual. Tras años de ausencia el corazón se vuelve a sentir lleno, sereno y en paz. Como si jamás me hubiera marchado de Ayquina. El himno de Calama suena con más sentido que nunca: “Calama de mis amores, cuando lejos debo estar, sólo sé que en el regreso, está mi felicidad….” 45 Capítulo 7: Miércoles 8 de septiembre 46 LUIS MARIO: En la plaza central de Ayquina hay pocas personas. En el frontis de la iglesia, diez jóvenes de la capilla San Lorenzo de Calama prestan atención a las indicaciones que les hace Paula Navarro, profesora y coordinadora del grupo. En principio: mantener cerrado con rejas la entrada y estar de a tres en los costados entrelazados con las manos para que no haya aglomeración de personas cuando llegue la Virgen. A la entrada de Ayquina más de la mitad de los feligreses que han llegado hasta el pueblo despiden a La Chinita. Por lo menos el 90 por ciento es de Calama. Son peregrinos que desde las diez de la mañana hicieron fila a pleno sol para saludar a la Virgen. Ahora esperan que avance la procesión, un circuito donde más de una docena de creyentes la cargan en sus hombros por las casi seis horas que dura el recorrido de la procesión. De un momento a otro, hombres, mujeres, jóvenes y adultos se van intercambiando para que La Patrona se mantenga arriba y llegue en buen estado. Esta hilera de personas es custodiada por un grupo de la pastoral Emaús de Calama, quienes, tomados de las manos, forman un círculo para dar espacio y tranquilidad al avance de la Virgen. Luchan codo a codo contra cuerpos y manos de feligreses que quieren tocarla o mirarla más de cerca. Mientras avanzo en bajada por el camino de tierra, me topo con personas que lloran y levantan sus pañuelos blancos en señal de despedida y agradecimiento. Algunas están en los balcones y techos de sus casas, otras encima de una piedra o de los hombros de alguien para no perderla de vista mientras pasa por su lado. Es un momento solemne. La Procesión de la Virgen de Guadalupe por el pueblo de Ayquina. mayoría de los creyentes ve esta oportunidad como la última instancia de pedirle un favor. La manera de hacerlo es representar una figura o escribir con piedras lo que más desean para el próximo año. Una pareja de ancianos han hecho delante de sus pies una casa con piedras. Siguiendo por el camino un joven hincado escribe “PSU”. Otras piedras ya han sido abandonadas, muestra de que por ese lugar la Virgen ya pasó. De hecho, algunas personas se disponen a subir a los buses que están al costado del camino 47 para regresar de inmediato a sus hogares. La emoción es grande. Muchos lloran o por lo menos tienen sus ojos brillantes. Le gritan fuerte para que los escuche. “Adiós, Virgencita, hasta el próximo año”, es la frase que se repite. Los feligreses no se quieren ir ni menos despedir. Jordan no está a mi lado. Se ha perdido o quedado atrás, entremedio del mar de gente que hoy impera en el suelo ayquineño. JORDAN: No sé cómo llegué hasta acá. En realidad, sí sé, pero no esperaba que las cosas se dieran de esta manera. Estoy en plena procesión, cargando a la Virgen y camino al templo que la resguarda durante el año. Llevo así más de media hora y no hemos avanzado casi nada. Son cerca de las seis de la tarde, el sol todavía alumbra y poco a poco comienza a salir ese viento fresco que se da en los crepúsculos nortinos. Miles de feligreses se despiden de la Virgen con pañuelos blancos, sombreros o con alguna reverencia. A ratos mis pies chocan con el hombre que camina delante de mí. Siento el cansancio del señor que va detrás, con pequeños quejidos al respirar. Sigo en pie, mi juventud me ayuda en estas instancias. Es impactante pensar que el creer en algo que quizá ni siquiera existe, alimenta el espíritu hasta el regocijo más profundo. Los ojos llorosos de los peregrinos apostados al costado del recorrido que hace la Virgen me transmiten emociones tan intensas que mi mirada se nubla por lágrimas contenidas. Madres con sus bebés en los brazos tocando los pies de la imagen me recuerdan a la mujer que me dio la vida y que un día regresó a Ayquina para agradecer a La Chinita de la misma forma que lo hacen estas mujeres. Comienza a dolerme el hombro cuando veo a un hombre llorando desconsolado frente al paso de la procesión. Es Jonathan Cáceres, un muchacho alto que huele a alcohol y que hace un par de minutos se agarró a combos con su hermano en este santuario. Tiene el brazo izquierdo herido tras la pelea y aún así me pide un espacio para cargar la imagen. Le hago un lugar y me lo agradece con los ojos llenos de lágrimas. El problema es que su altura descompensa el orden que llevábamos en la fila, pero no importa, es su muestra de fe 48 y no soy quién para impedir que lo haga. Uno de los habitantes del pueblo, encargado de la procesión, le llama la atención por estar pasado de copas. “Es una falta de respeto para la madre presentarse en ese estado”, le dice el señor. “Discúlpeme, papito, pero yo lo hago con todo el corazón”, le responde el hombre que continúa llorando. Avanza la caminata, llevamos más de una hora con la Virgen a cuestas. El hombre va tras de mí llama por celular a su esposa y le dice que “regresaremos a Calama más tarde, porque estoy cargando a La Chinita”. La gente continúa despidiéndose. Nos preguntan si estamos cansados pero nadie dice la verdad. Todos mentimos afirmando estar en buenas condiciones, pero el agotamiento es evidente. En este momento pienso en Jesús en el Vía Crucis y creo sentir lo que vivió en esa circunstancia. Mi lejanía con la fe católica toma otro matiz una vez dentro de la procesión y gran parte de sus símbolos los he ido comprendiendo a medida que avanzamos lentamente. LUIS MARIO: Luego de cuatro horas en la procesión, vuelvo a la plaza. Ahora está repleta. Ya no hay espacio para sentarse a los costados y sólo se puede entrar a la fuerza para mantenerse parado mientras se espera la llegada de la Virgen. El ambiente es de expectación absoluta. Arriba, en la ventana del templo, está la señora Venturina Ramírez, nombrada fabriquera este año por la comunidad del pueblo. Tiene 70 años y toda su vida la ha pasado en Ayquina. Este año es la encargada oficial de vestir y arreglar a la Virgen. Mientras espera, permanece en silencio y conmovida ante la multitud. A Venturina le acompañan cuatro mujeres que la ayudan a cuidar, vestir y maquillar a la Virgen y a su niño Jesús. Todas usan delantal blanco. Todas ellas viven en Calama, excepto Elsa Guzmán que se vino a vivir hace 20 años a Turi, un poblado cercano a Ayquina. Mientras que Fresia Ayawire, es colaboradora en la Pastoral de la Salud y su acercamiento vino a través de casos de familias que en este lugar se encomendaban a la Virgen. Nancy Riveros es devota desde que su esposo fue fabriquero hace dos años. Marta Leiva, tiene un kiosko en la calle Alonso de Ercilla con Florida en Calama, y viene hace 17 años dedicándose principalmente a arreglar y decorar a La Patrona. Además de estar permanentemente barriendo la iglesia por dentro. Todas las mujeres están emocionadas mirando por la ventana del segundo piso del templo. “Ella es todo para mí. Se merece lo mejor. Todo lo que le pedimos, lo cumple”, 49 comenta la señora Venturina. A su lado, las colaboradoras parecen niñas que cuidan a una muñequita de seda como si fuera una Barbie. Mientras la algarabía comienza a escucharse más intensamente en la plaza, las mujeres se pelean por hablar de La Chinita. Venturina asegura que a la Virgen la conoce desde que nació. “Ella tiene por lo menos 120 vestidos en su baúl. Sus colores favoritos son el blanco, rosado, celeste y damasco”, dice. Durante el año, todos los meses se le cambia de traje, excepto durante los cuatro días de la fiesta que se le muda todos los días. Muchas de sus vestimentas son mandados a confeccionar a Bolivia y Perú por los creyentes, quienes se inscriben en una lista a principio de año en muestra de agradecimiento o penitencia. Llegan a pagar entre 100 y 150 mil pesos por cada uno. Generalmente son bordados a mano y de seda fina, adornados con lentejuelas y costuras. Aunque parezca insólito, hay otros que le dejan su pelo para cuando le falte; o arreglos florales para su estandarte. Todo se guarda en su pieza. La Virgen de Guadalupe mide cerca de un metro y veinte centímetros y tiene una mirada penetrante, de absoluta compasión. Su pelo negro y largo está cubierto por un velo blanco y encima tiene una corona de oro que utiliza sólo por los días de la fiesta. Su piel es blanca y está bien maquillada en su cara, boca y manos. En una de ellas sujeta un pañuelo blanco y, en la otra, a su niño Jesús, que mide 20 centímetros. Él tiene los ojos grandes y da la sensación de que estuviera mirando para todos lados. En su mano derecha sujeta una Biblia. En la izquierda, al mundo. El color de su vestimenta depende del tono como se vista a la Virgen. También tiene una guitarra colgada y una corona de oro que jamás se la sacan. Hay varios enigmas sobre la Virgen y su niño como por ejemplo, del incidente que sucedió el 2002 nadie se quiere referir. Colocan una cara de terror, angustia y tristeza que es mejor no insistir. En ese incendio la Virgen se carbonizó y parte de su cuerpo se quebró. “No me preguntes de eso, mijito. Nos da mucho dolor y pena lo que pasó ese año. De eso nada se sabe. Da la impresión de que fueron estos grupos satánicos los que un día abrieron, robaron y quemaron todo”, cuenta Venturina. Se produce un silencio angustiante. Sin embargo, estas mujeres me dan a entender que la Virgen tiene un cuerpo de madera dentro de su figura de yeso. Nadie quiere reconocerlo bien. Si no, se pierde el misterio e incluso el milagro. Venturina me dice convencida: “yo cada mañana tengo que limpiarle sus manitos y cara. Y al niño…pfff él sí que es revoltoso, toca la guitarra y sale a jugar todas las noches y se ensucia siempre. Llega con piedrecitas o paja en los pies. Es muy revoltoso y alegre”. 50 Para ella estas imágenes son su vida. Está convencida de lo que me dice. Yo pienso que es el polvo que día a día cubre a Ayquina, por eso es inevitable que se ensucie. JORDAN: Por fin llegamos a la iglesia. Lo más complicado de esta parte es que el camino está en una bajada más inclinada y el cansancio de nuestros cuerpos podría hacernos perder el equilibrio. No quiero ni pensar en la Virgen en el suelo. Para entrar a la plaza debemos bajar la imagen hasta la altura de nuestros tobillos, de lo contrario chocaría con el arco que cubre el ingreso al lugar. Son los últimos metros de la procesión. Todo el mundo espera que La Chinita les salude. Quienes la cargamos ya estamos instalados al interior de la plaza y ahora debemos hacer un movimiento coordinado que permitirá a los feligreses, creer que la Virgen los saluda. “A la cuenta de tres los que están delante de la imagen deben agacharse y levantarse lentamente en tres ocasiones”, dice el mismo hombre que retó al borrachito más atrás. “Uno, dos, tres”. LUIS MARIO: Son cerca de las ocho de la noche y todas las mujeres me invitan a que sea yo el encargado de tirar el papel crepé rosado y blanco que tienen preparado para cuando ella entre al templo. Hay mucho movimiento y luego de un par de horas sin ver a Jordan, lo diviso desde lo alto. Está cargando a la Virgen. Comienzan a prender velas y bengalas porque está de cumpleaños. ¿Cuántos años cumple? Nadie lo sabe exactamente. Otro enigma. Me hinco al borde de la ventana y escucho un “¡Ahora, tírala!”. “Paga por tus pecados mijito”, me dice Marta con un tono muy cálido que causa la carcajada de todas las demás. Yo Marta y Venturina a la llegada de la Virgen al templo. 51 parezco un niño. Ella está vestida de blanco. Todos gritamos “¡Viva la Virgen de Guadalupe de Ayquina!” Ha pasado una hora desde que estaba arriba del santuario. Me vuelvo a encontrar con Jordan. Mientras en la iglesia hay una misa que está por terminar y los niños cantan “¡Un tallarín, que se mueve por aquí…!”. Entonces nos disponemos a volver a la carpa para comer algo. Jordan se despide de Jonathan. Apenas salimos de la iglesia me dice que “fue bacán la experiencia de cargar a la Virgen. Me duele el hombro, pero viví algo que jamás se me va a olvidar”. Varios buses, algunos que apenas caben en el pueblo, comienzan a abandonar esta tierra santa. 52 Capítulo 8: Jueves 9 de septiembre 53 LUIS MARIO: Son las tres de la tarde y el padre Patricio Cortés Menares, uno de los personajes más importantes y reconocidos en la provincia de El Loa, termina de almorzar. Está en una de las casas que utiliza el mundo eclesiástico en Ayquina y que se ubica al lado del templo. Es el cura de todos los pueblos al interior de Calama (Turi, Ollagüe, Conchi, Toconce, Cupo, Caspana, Lasana, Chiu Chiu, Toconao, Camar, Socaire, Machuca, Peine, Coska y Río Grande). Es profesor y músico del colegio Obispo Silva Lezaeta de Calama y Vicario Pastoral de la misma ciudad. También párroco de Chiu Chiu, rector del santuario de Párroco Patricio Cortés conversa con Ayquina, además de bailarín de Los Reyes Morenos. un peregrino en la procesión. Es un hombre de barba, bigotes negros y un tostado inconfundible como de solarium. Un señor cercano a los 50 años, de voz fuerte y ronca. Su mirada es penetrante. Aunque tiene los labios literalmente partidos por el sol no se cansa de hablar. “Este año veo más gente que años anteriores”, es lo primero que nos dice cuando le preguntamos por la fiesta. Mientras conversamos, algunos niños juegan a la pelota entre nosotros. Además, unas mujeres pertenecientes a la iglesia que recogen la mesa. Antes la fiesta duraba sólo tres días, 7, 8 y 9. Actualmente dura casi una semana. “La hicimos más larga bajo mi rectoría, porque pensamos que era mucho el sacrificio y el gasto para tan poco”, dice enfático el cura. Esta medida a René Paniri, presidente de la comunidad aymara de Ayquina y perteneciente a la cuarta generación de los Paniri, no le gusta en lo absoluto. Mientras coloca una barrera metálica para que los autos no se estacionen en la entrada de Ayquina, al frente de un letrero grande que dice: PUEBLO SIN AGUA POTABLE, comenta ofuscado y en voz baja que poco se le entiende: “la gente viene sólo para la fiesta y después quedamos absolutamente olvidados. Por estos días tenemos luz durante más horas, agua potable, ambulancias y mayor seguridad, pero después nada”. Tiene razón, Ayquina es un pueblo que actualmente vive aislado y vulnerable. No tiene red de alcantarillados ni mucho menos con bomberos ni grifos. Sólo viven de la agricultura y de la construcción de casas. René lo resume en una frase: “No al Bicentenario”. 54 Y la verdad es que han pasado años de supuesto progreso y aquí todavía no existen los recursos básicos para vivir. A la situación actual, el párroco se desentiende. “La verdad es que yo sólo me encargo de toda la parte espiritual. Los problemas y las necesidades de la comunidad son responsabilidad netamente del municipio”, dice el cura. En tanto, Mario Montecinos, encargado de asuntos festivos y parte del gabinete del alcalde declara que “para los días de la fiesta nosotros establecemos el lugar físico de los comerciantes, instalamos tres motores para abastecer con electricidad, un recolector de basura y un camión que riega las calles. Además entregamos agua potable e invertimos en los fuegos artificiales”. ¿Pero qué ocurre durante el año? “Realizamos asistencia social y establecemos un servicio de salud, mediante la posta y el SAMU de Calama. La seguridad depende de la Comisaría de Calama, uno de los pocos servicios que está constantemente conectado con el pueblo de Ayquina”, afirma Montecinos. Los ayquineños están desamparados. No hay una ley que obligue a abastecer a esta localidad de recursos básicos, ya que durante el año no alcanzan a tener los mil habitantes que se exigen Supuestamente para se está estos beneficios. elaborando un proyecto de ley, en el cual se abarcarán las necesidades que demanda la comunidad de Virgen de Guadalupe de Ayquina con su corona de oro. Ayquina. Situación que refleja a otras etnias indígenas del país. Pese a esto, los feligreses del pueblo depositan su fe a como dé lugar por La Chinita. Gracias a su aporte monetario fue reconstruida tras el incidente del 2002, donde para el cura “Pato”, la Virgen volvió a nacer. “¿Por eso este año le obsequiaron un rosario que surgió de los restos que quedaron de la corona y que muchos desconocían?”, pregunta mi compañero. “Con lo que sobró de ese oro, que se le compró a Codelco, se mandó a hacer este rosario. Yo no tengo por qué rendirle cuentas a nadie. Si tú confías en mí, tiene que ser a ciegas”, dice enojado y levantando la voz. Luego repite: “tienes que confiar en mi y punto. Si no confías, dime no y quédate callado o mejor no des”, sentencia mirándonos con ganas de 55 terminar la conversación. Claramente el cura “Pato” se incomoda cuando le preguntamos por temas de dinero. Asegura que su sueldo no supera los 200 mil pesos, entre lo que obtiene como profesor y párroco. Según él, en Ayquina no hay muchos recursos, pero la alcancía de la iglesia recauda dos millones de pesos anuales. “Voy a ser bien pesado si creen que uno viene a llenarse los bolsillos de plata. Eso es mentira. Yo sólo soy cura y devoto de la Virgen. No manejo plata por si acaso”, sentencia. Está cansado de que sospechen que los curas son los que manejan el dinero. Dice que muchos lo miran mal porque tiene una camioneta 4x4 que ni siquiera es suya, y que si hubiera sido astuto se hubiera quedado con el dinero y el oro. “¿Por qué no juzgan a los que cobran 700 mil pesos por el arriendo de las casas en Ayquina durante la fiesta? Claro, porque ellos siempre son vistos como pobrecitos, a los que hay que ayudar”. La conversación se interrumpe por una señora que lo viene a saludar y le entrega una canasta con frutas en agradecimiento. Para el padre Patricio, recorrer todos los pueblos de El Loa es gratificante. Desde que es cura de la zona, viaja todos los domingo para hacer la misa a la gente de este pueblo. “Ningún cura lo había hecho antes, y eso que yo no cobro nada”, comenta. Como bailarín partió desde muy pequeño en Los Toreros. En su etapa de adolescencia dejó de venir porque se fue a un seminario en Santiago. Actualmente baila en Los Reyes Morenos y entre eso y ser cura prefiere el complemento de ambas. Le gusta todo cuanto involucra esta fiesta religiosa-cultural. “Los bailes vienen del mundo laico. Nunca hubo un cura. Las familias que los formaron no son misericordiosas y si no cumples sus reglas te sancionan. No tienen el pensamiento de la iglesia en cuanto al concepto del perdón”, dice enfático y agrega que “en este tipo de fiestas, donde se juntan las tres “f”: fiesta, feria y fe, es inevitable que no haya gente tomando alcohol, drogándose o incluso maltrato físico. Sería cínico si te dijera que la gente de Ayquina es pura, casta y bella, porque eso no es así. Es parte del sincretismo que tiene esta fiesta”, confiesa el padre Patricio. JORDAN: Abandonamos la casa donde charlamos con el cura “Pato”. Ayquina ya no es la misma de ayer. En las calles del pueblo ahora se ven vehículos cargados de equipajes para regresar a Calama. No hay electricidad y vuelven a aparecer las linternas. Las velas, que 56 antes se veían sólo en la iglesia, ahora asoman en los pocos hogares que van quedando habitados. Una brisa fresca me penetra hasta el alma. Me abrigo e intento ahuyentar el frío con una taza de té caliente. Afuera ya no hay tambores que marquen el ritmo de la fiesta y sólo escucho el pito de la tetera que indica que el agua ya está hervida El desierto vuelve a la calma. Ayquina se transforma en un pueblo fantasma que a ratos da miedo. La oscuridad y el silencio hacen que el reloj avance lentamente. La sensación ya no es la misma. La escena se vuelve melancólica. Es nuestra última noche en el pueblo y después de varios días dormiremos en una cama que nos pasó la mamá de “El Mono”. El espacio que antes escaseaba en esta casa, esta vez no hay cómo llenarlo. Es hora de dormir, mañana partiremos temprano. 57 Capítulo 9 Viernes 10 de septiembre. 58 LUIS MARIO: Esta mañana todo cambió. Lo único que sigue igual es el cielo con pocas nubes, acompañado del sol que ilumina y quema con intensidad. Son cerca de las 7.30 de la mañana y los camiones de la municipalidad han pasado regando los caminos de tierra por última vez. Todo está cerrado y no aguanto las ganas de ir al baño. De modo que me meto entre los pasadizos angostos para que nadie me vea orinar. El chorro golpea con fuerza las paredes de una casa deshabitada y la poza que se forma desciende por la bajada. Ayquina está desolado. Si hace un par de días había más de 30 mil personas, hoy con suerte quedan mil. Uno que otro comerciante vendiendo en oferta los últimos rosarios y santos que le quedan. El cartel de la plaza que advierte: “PROHIBIDO EL COMERCIO AMBULANTE Y ESTACIONADO” no es regla para ellos. La basura en las calles me da a entender que la fiesta ha terminado. Son cerca de las diez de la mañana y nos disponemos a desarmar la carpa. El cierre de ésta se rompió en los últimos tres días y aunque le pasamos velas para que cerrara, no hubo caso. El frío nos visitó en más de una oportunidad. Luego de despedirnos de “El Mono”, agradeciendo su hospitalidad, caminamos hacia la entrada del pueblo para que nos lleven a dedo. Muchos de los grupos de baile se fueron ayer en sus micros. Recién ayer me di cuenta que la Cruz del Bicentenario, colocada arriba de la quebrada, estuvo iluminada toda la noche. Las casas quedan vacías; las calles planas. Así se reconoce mejor aún a quienes viven en este pueblo. La única escuela que sobrevivía cerrará en los próximos meses. De esos tres niños que conocí, cobrando a la entrada de los baños. ¿Qué será de ellos, sí logran salir de aquí? Todo pierde vitalidad y se descolora. Los niños serán muchachos adolescentes convirtiéndose rápidamente en adultos y de la noche a la mañana serán viejos. Algunos jóvenes partirán a la ciudad para conocer lo brutal de la vida, dejando de lado sus sentidos ancestrales y apegándose al ruido, contaminación acústica y violencia, involucrándose con un sistema cada vez más urbano, tecnológico y cómodo. Quién sabe si esta fiesta será víctima de todo esto a medida que pasen los años. No sería raro volver y que hayan bailes haciendo coreografías al son del ritmo que esté de moda. El aire 59 permanece limpio, seco y silencioso. La verdadera esencia de Ayquina. JORDAN: Son más de las once de la mañana. Los Tinkus se despiden de la Virgen, son los últimos en abandonar el pueblo y el cura “Pato” observa su retirada desde la puerta de la iglesia. Al interior de ésta algunos peregrinos se marchan con los ojos llenos de lágrimas, juran volver el próximo año. La imagen de La Chinita ha dejado el altar en donde se apostaba y permanece a la altura de los feligreses. Una vez más siento el pecho apretado, tengo ganas de llorar, pero contengo mis emociones. Es el momento de la despedida y las despedidas son tristes, por eso nunca me han gustado. En una semana reviví sensaciones que durante cinco años quedaron congeladas en mi interior. Me reencontré con mi familia en una forma única y recordé a mi tío Mario en medio del lugar que me vio crecer; el desierto. Abandonamos el pueblo a paso lento, contemplando por última vez cada detalle. ¿Regresaré algún día? No lo sé. Lo único que tengo claro es que existe un lugar en el mundo donde la fe te devuelve a la vida: Ayquina. LUIS MARIO: Ayquina, un pueblo donde nadie se pregunta para qué vivir. Nadie tiene idea del porvenir. La serenidad está en sus almas a la orden del día. Todo se hace lento e indefinido. No hay espacio para el apuro. En la naturaleza de sus valles, la vida alcanza su máximo esplendor. Personas con vidas tediosas, monótonas y silenciosas. Heredan lo que tienen y, con ello, el anonimato. La vida en Ayquina se transforma en una siesta continua. Sus calles bautizadas con nombres que hacen referencias a personajes guerreros y religiosos, y acontecimientos históricos, como San Roque, Tomás Paniri y San José Casimiro hoy son inútiles porque nadie las frecuenta. Permanecen mudas, desiertas y escondidas. Analizo mis sentimientos, explicándome el cariño que me entregó gente humilde, esforzada, quienes depositan su fe en la Virgen. Pienso que la vida no es sólo alegría ni es el aspecto favorable de las cosas, sino es injusta y dura. Es una mezcla extraña de placer y dolor que hace que nuestra sensibilidad esté en cada momento a flor de piel, reflejado con un nudo en la garganta Dejamos atrás un pueblo que nunca olvidaré. En mi corazón llevo momentos que sólo pude vivir en Ayquina. A lo lejos me despiden flameando a contraluz la bandera chilena 60 y la wiphala, que representa a los pueblos originarios andinos. De fondo, la inmensidad del desierto. Me voy con la sensación de que las personas necesitan tener fe en algo para darle un mayor sentido a su vida. En el camino, nadie nos puede llevar. Todos los conductores nos levantan las manos en señal de perdón. Sus maleteros van repletos. Nos subimos a un bus donde sólo queda un asiento disponible. Cierro los ojos para dormir profundamente. Hasta siempre, Ayquina. 61 Bibliografía: • CORDOVA, J., 2009. Fiestas religiosas. Santiago de Chile. Unlimited. • COX, C., 2009. La religiosidad popular. Santiago de Chile. Paulinas. • DARRAIDOU, C., 2009. Fiesta en el desierto. Santiago de Chile. Minera Escondida. • MONDACA, C., SEGOVIA, W., 2006-2007. Historia oral del norte de Chile: Memoria de los pueblos atacameños de Talabre, Camar, Ayquina y Cupo. San Pedro de Atacama. CONADI. • MONDACA, C., SANTOS, J., SEGOVIA, W., 2010. Tomás Paniri. Desde Aiquina a Ckalama. Calama. Minera El Abra. • MUSEO HISTORICO NACIONAL, 2007. Por la senda de la fe. Fiestas religiosas de Chile. Santiago de Chile. Origo Ediciones. • ORELLANA, M., 1964. Las pinturas rupestres de Ayquina. Santiago de Chile. Universitaria. • PLATH, O., 1966. Folklore religioso chileno. Santiago de Chile. Taller. • SERRACINO, G., (sin fecha). Ayquina: Historia y festividad del santuario de nuestra señora de Guadalupe de Ayquina. Calama. Corporación Cultural de Calama. • SIMS, N., 2010. Los periodistas literarios. Bogotá. Aguilar. • WOLFE, T., 2007. El nuevo periodismo. Barcelona. Anagrama. 62 Anexo I: Proyecto de tesina aprobado AYQUINA Una fiesta religiosa en medio del desierto La fiesta de la Virgen de Guadalupe de Ayquina data de 1646. Cada 8 de septiembre una multitud cercana a las 30 mil personas visita el santuario de esta localidad ubicada al interior de Calama, a más de 3000 metros de altura. Allí se realizan oraciones, mandas y se presentan diversos bailes religiosos preparados durante un año. Si bien existen caminos transitables y abundante movilización, un grupo importante de fieles decide efectuar el trayecto a pie. Son 24 horas de caminata por el desierto de Atacama, en una travesía que involucra a devotos de la Virgen. ¿Qué motiva a los calameños, en pleno siglo XXI, a mantener viva esta tradición? ¿De qué modo se vive el fervor religioso en esta zona del país? ¿Cómo se preparan los grupos de baile que participan de las ceremonias? ¿De dónde proviene la costumbre? Estas son las interrogantes que se propone responder este proyecto. Por lo tanto se privilegiará destacar aquellos rasgos antropológicos que coexisten con los numerosos datos que sitúan a Calama como ciudad con importantes problemas sociales: un índice de desempleo que alcanza el 9,5 por ciento (la media nacional es 8,8); la tasa más alta de suicidios desde inicios de la década pasada, con sobre 20 casos por año; más de 600 personas infectadas de sida (de 13 mil diagnosticados en todo el país), un consumo de alcohol que supera en un 110 por ciento la media anual a nivel país y una estimación, para este año, de cuatro mil inmigrantes radicados en la ciudad, sin contar los tres mil extranjeros ilegales sólo provenientes de Bolivia. Según los formatos de tesina que la escuela ofrece para este proyecto y aprovechando la estructura del reportaje literario (no-ficción) y los elementos de la crónica personal y de viaje, el texto buscará, desde las técnicas narrativas aprendidas, reflejar elementos vinculados a las motivaciones propias de la idiosincrasia de los calameños en las cuales se sustenta la religiosidad en esta la fiesta. Si bien hay abundante material que explica la tradición popular, no existen testimonios extensos ni detallados de la festividad desde los fieles, por lo tanto el aporte 63 está, justamente, en crónica de la experiencia. Además se incorporarán fuentes directas, tales como autoridades locales (civiles y religiosas), estudiosos de las tradiciones de la zona, directores de los bailes y fieles que realicen la caminata por el desierto. 64 Objetivos 1.- Conocer y describir, a través de dos crónicas personales interconectadas en estilo no ficción, los aspectos más relevantes de la fiesta de Ayquina. 2.- A través del relato periodístico literario dar cuenta del viaje desde la llegada a Calama, el trayecto a Ayquina, la fiesta y el posterior regreso. 3.- Demostrar que a partir de dos crónicas personales se puede retratar genuinamente la fiesta. Esto debido a que uno de los autores la conoce en detalle y para el otro, es su primera vez. 4.- Registrar fotográficamente la fiesta y su entorno. 65 Metodología Para lograr concretar de la mejor manera este proyecto, se trabajará bajo la siguiente estructura: • Agosto: -Documentación bibliográfica y definición del estilo narrativo de las crónicas • Septiembre: - Viaje Santiago a Calama y Calama a Ayquina. - Realización de entrevistas. • Octubre: - Elaboración primer borrador y corrección. • Noviembre: - Corrección y ajustes finales. - Entrega de Tesina. 66 Anexo II Lista de Bailes Religiosos que participaron en la fiesta que venera a la Virgen de Guadalupe de Ayquina 2010: 1. Amerindio 2. Awatiri 3. Campero 4. Chino Devotos de Guadalupe 5. Chinos 6. Chuncho de la Tirana 7. Chunchos de Chuquicamata 8. Cosacas 9. Cosacos de Chuquicamata 10. Danzante Anciano 11. Gran Diablada Calameña 12. Diablada Hermanos del Norte 13. Diablada Hermandad 14. Diablada San José 15. Español 16. Estrella Dorada 17. Flor del Desierto 18. Fraternidad Centralista 19. Fraternidad Kullawada 20. Gauchos 21. Gitano Nacional 22. Guajiros 23. Hindú 24. Huasada Calameña 25. Jalaguayos 26. Kuyacas 27. Marino 28. Mexicano 67 29. Moreno Hijos de Guadalupe 30. Osada 31. Peregrino Hijos de Guadalupe 32. Piel Roja 33. Pirata Cristo Rey 34. Reyes de la Tuntuna 35. Reyes Morenos 36. Salteños 37. Samurái 38. Tinkus 39. Tobas 40. Tobas Familiar 41. Torero 42. Unión Morenada Central 43. Vaqueros del Norte 44. Zambo Guaguasniqui 45. Zambos Sayas 68