jorge guzmán y la narrativa histórica, un camino ineludible

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ANTONIA V IU
J ORGE G UZM N Y LA NARRATIVA HIST RICA
JORGE GUZMÁN Y LA NARRATIVA HISTÓRICA,
UN CAMINO INELUDIBLE
ANTONIA VIU
Universidad de Chile
Una pieza clave en la narrativa chilena de las últimas décadas, Jorge
Guzmán (1930), es autor de cuentos y cuatro novelas que han merecido varias
reediciones y premios en Chile y España:1 Job Boj (1968), Ay mama Inés
(1993), La ley del gallinero (1998) y Cuando florece la higuera (2003).2
También es autor de ensayos como Una constante didáctico-moral del Libro
del Buen Amor (1963) y Contra el secreto profesional; lectura mestiza de
César Vallejo (1991), los que dan cuenta de una dilatada trayectoria como
docente en varias universidades de Chile y Estados Unidos.
Durante los 90, y después de un largo silencio como narrador, Guzmán
se volcó a la escritura de novelas históricas, haciéndose parte de una tendencia
en nuestra narrativa que ya empieza a configurarse como un corpus imprescindible para entender la novela chilena de la transición. De ese y otros
recorridos quisimos conversar con Jorge Guzmán, quien hace tiempo se encuentra alejado del mundanal ruido para dedicarse a la escritura, pero que
amablemente nos recibió en un fugaz paso por Santiago, ciudad que abandonó
por la tranquilidad de Santo Domingo.
Primeros encuentros literarios
¿Cómo se inicia su entusiasmo por la literatura y qué compañeros de viaje
resultan indispensables hoy al mirar atrás?
Mi gusto por la literatura no sé en realidad de cuándo data, pero la
consolidación y el entusiasmo por la lectura se los debo al Instituto Nacional.
Allí me tocó la suerte de formar parte de una generación muy destacada y de
conocer gente especial. En mi curso estaban Eduardo Martínez Bonati, Gui1
2
Cuando florece la higuera recibió el Premio Jaen de Novela 2003.
Todas sus novelas se encuentran disponibles en ediciones recientes: La ley del gallinero y Job Boj
(reeditada) en Sudamericana, Ay mama Inés en edición del Fondo de Cultura Económica, y Cuando
florece la higuera publicada por Debate.
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llermo Núñez, León Schidlowsky y varios otros que llegaron a ser destacados
artistas e intelectuales, muy influidos por nuestro profesor de castellano, el
novelista Juan Godoy, un personaje extraordinario. Yo iba con gusto al colegio, el Nacional era un gran colegio. Hubiera esperado que la democracia
levantara dos instituciones, la Universidad de Chile y el Instituto Nacional.
Me hubiera gustado ver un status especial concedido a ambos. Recordemos
que el Nacional fue nada menos que el primer colegio que tuvo nuestro país,
pero sigue municipalizado.
Luego fue la Academia de Letras, en la que Antonio Skármeta fue el
último de los ilustres. Pasó por ahí también Enrique Lihn, Alejandro Jodorowsky, José Miguel Varas y muchos prohombres que se dedicaron a las letras,
de todos colores, desde la extrema derecha a la extrema izquierda. Ese era un
ambiente extraordinariamente estimulante.
¿Y los libros?
En cuanto a libros, muchos, muchísimos. La mayoría son libros que me
interesaron ya de adulto, tanto de literatura como de filosofía, mi otra tentación.
Yo diría que de filosofía; los que me interesaron realmente no eran autores
de mi ideología. Una vieja lectura que sin duda no entendí del todo en su
momento, fue Platón. Lo leí de chico detenidamente, y supongo que me influyó
en algo, aunque no sé en qué.
En ficción, creo que el autor que más me marcó fue Marcel Proust. Leí
los siete tomos de En busca del tiempo perdido de principio a fin, aunque en
el sexto, Albertina ha desaparecido, uno resiente que no fuera Proust quien
lo terminó, sino que solo lo bosquejara antes de morir. El séptimo, en cambio,
El tiempo recobrado, que curiosamente fue el segundo que terminó, es simplemente sensacional. Después de que el personaje queda pisando las dos
baldosas, en esa escena que Raúl Ruiz destaca exagerándola en la película al
suspenderlo en el aire, hay cien páginas que son de antología. Por primera vez
en mi vida me encontré con alguien que justificaba la existencia humana
pensando y eso me pareció prodigioso. Cervantes, desde luego, aunque ya no
se pueda llegar y leer el Quijote, porque, a pesar de que sigue vivo, hoy hay
que acercarse a él desde una posición arqueológica. Hay que leer novela
bizantina y haber leído todos los géneros previos para llegar a entenderlo,
también el romancero y toda la narrativa clásica incluyendo a Homero, recién
entonces el texto se abre y aparece eso tremendo que es Cervantes. La lectura
de Stendhal también fue maravillosa y, por supuesto, esa afición temprana que
uno tiene por los grandes franceses. Recuerdo haber leído con enorme gusto
Los miserables durante unas vacaciones. Y de los más actuales, creo que el
más impresionante es García Márquez con Cien años de soledad, Crónica de
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una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera. También le debo
mucho a César Vallejo, aunque lo leí tardíamente. Creo que pude volver a la
escritura de novelas por haber leído al poeta Vallejo. Escribí un librito sobre
él que me gusta mucho, y que es un homenaje. No en vano Seymour Menton
dijo de él que era el mejor poeta católico después de Dante y eso me parece
absolutamente verdadero. De los poetas, él y la Mistral, por supuesto. Y
también Neruda.
¿Qué recuerdos tiene de su época de profesor en Estados Unidos?
Enseñé en la Universidad de Illinois, Michigan (Ann Arbor), Iowa, y
en Bloomington. Una experiencia interesante, son lugares en que hay mucho
espacio para trabajar. Tiene las pequeñeces que tiene la academia en todas partes
y la grandeza que hay en todas partes, pero creo que tiene más grandeza, porque
la selección era muy fuerte, aunque me tocó presenciar el deterioro del área
humanista a medida que pasaban los años. Los estudios latinoamericanos son
una excepción, porque, a diferencia de los europeos, los estadounidenses tienen
interés en Latinoamérica, y tienen bibliografías muy completas.
¿De qué manera ha influido la labor académica en su oficio de escritor?
El hecho de estudiar literatura a la hora de escribir tiene dos efectos.
Por un lado, para poder escribir es bueno saber, es bueno saber teoría, narratología, semiótica, pero la aproximación del académico a la literatura es
justamente la contraria a la del escritor. Se necesita partir de conceptos y esos
conceptos conforman la lectura. No hay otro modo académico de leer. Leer
inocentemente cuando se está tratando de enseñar no sirve para nada. Ahora
esa aproximación para escribir simplemente no sirve, no se puede partir de
ideas. Se parte de cualquier otra cosa, de una frase, de un sentimiento, de un
sueño o de una emoción, pero de ideas no, al menos no de las ideas que se
estudian desde la ciencia literaria. A partir de ese inicio, la novela tiene el
desarrollo de una planta, si no crece sola está muerta y eso no lo enseña la
ciencia literaria.
La novela histórica
Sus novelas muestran a un gran lector y conocedor de la historia de Chile.
¿Cuál es su visión de la historiografía como disciplina y de qué historiadores
o cronistas se siente más cercano?
La historia siempre me interesó mucho, y antes de salir del colegio me
había leído todo Barros Arana y gran parte de Encina, aunque nunca me ha
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gustado, en realidad lo encuentro abominable. Barros Arana me gustaba, a
pesar de que ahora me gusta menos. Y me gusta menos por razones obvias,
su historia parece una historia de Francia escrita con un elemento insólito, unos
indios raros que andan molestando por ahí. Afortunadamente ahora está pasando otra cosa, ahora está José Bengoa, Gabriel Salazar y otra gente que está
haciendo otra historia.
¿Cuáles son los ausentes de esa Historia con mayúscula?
Creo que las ausencias van apareciendo a medida que aparecen las
presencias. Qué le quiero decir con esto… Supongamos que hoy me interesa
la Mistral. Pero la Mistral hoy día está vista exclusivamente por el feminismo,
y las demás Mistrales están completamente ausentes. Ahora se están empezando a ver ausencias que, a mi juicio, no eran vistas porque no se puede saber
lo que no está, no se puede saber lo que no se tiene. Si usted me pregunta
qué es lo que no tengo ahora, yo le puedo decir lo que deseo y ahí aparecerá
algo de lo que no tengo, pero de lo que realmente no tengo, ni siquiera puedo
tener deseos. De modo que lo que, a mi juicio, falta es insistir en lo que hicieron
los seguidores de la escuela de Braudel, que es recuperar la vida cotidiana,
una vida bastante diferente a lo que imaginamos hoy. Piense usted que a
principios del siglo XIX los chilenos cultos comían de una sola fuente con
una sola cuchara, no los pobrecitos, si no que todos. ¿Cómo sería ese mundo?
Se sabe hoy que las familias regulares, aquellas que habían contraído el
sagrado vínculo frente a un cura eran muy pocas, que la mayor parte de la
gente vivía en concubinato, en gran parte porque las mujeres populares se
negaban al matrimonio. También sería bueno que la historia oficial se hiciera
cargo, aunque en alguna medida ya lo está haciendo, de la religiosidad popular,
pero sigue faltando en la conciencia nacional.
Al retomar la escritura durante la década del 90 llama la atención su interés
por la novela histórica. ¿Podría decirse que fue un tránsito necesario para
volver a escribir sobre el Chile más próximo que retrata su novela Cuando
florece la higuera?
Creo que sí me convino. Como le decía, yo siempre tuve afición por
la historia, y desde mucho tiempo atrás pensaba que había que escribir un libro
sobre Valdivia, un libro sobre Diego Portales, un libro sobre José Manuel
Balmaceda y después he pensado que probablemente habría que escribir uno
sobre Salvador Allende, pero creo que estos dos últimos no los voy a escribir
(sonríe), que lo haga quienquiera. Por eso creo que fue bueno. Los libros
históricos no son históricos. Primero que nada no hay diferencia entre la
historia y la ficción, a mi juicio. Teóricamente no se pueden diferenciar y
siempre se escribe sobre el presente. Los personajes usan armadura, pero son
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los mismos señores de ahora, no se puede hacer de otra manera. ¿Cómo me
voy a meter yo en la cabeza de un conquistador del siglo XVI?
Escribir sobre el pasado era una forma de decir lo que pienso. La ley
del gallinero, en suma, dice lo que yo creo que es verdad, que aquí no ha
pasado la historia, que hemos sido colonia y seguimos siendo colonia de un
modo en el que las clases dirigentes se asocian con el colonizador a veces
violentamente, como en el caso de Balmaceda, y en el caso de Salvador
Allende de manera atroz.
¿Cuáles son las lecciones que aún debemos aprender del pasado?
Yo creo que del pasado no se aprende nada, porque nadie es dueño de
su destino, si no pregúntele a Irak, o a los mismos norteamericanos, que son
cada vez menos libres. Esta sociedad no es la excepción. Estudiar historia no
sirve ni siquiera para no repetir los errores del pasado, esos errores se repiten
frente a urgencias inmediatas. Si tengo una pistola al pecho, o si tengo hambre,
no me voy a acordar de una situación anterior; las condiciones son las de ahora
y es muy difícil siquiera llegar a darse cuenta de cuáles son esas condiciones.
Si uno lee un poco de historia, lo que se ve es que la gente se enfrenta al
presente con las herramientas del presente. Aunque a veces se acuerde de que
alguien hizo algo que pueda imitar, seguramente tendrá resultados absolutamente distintos a los que tuvo aquella persona. Pero aprender de la historia
como enfrentar el presente, eso no ocurre. Sirve para juzgar, para manipular,
para mil cosas inadecuadas, pero para obtener el éxito que uno quisiera, yo
lo dudo mucho.
Si la historia nos influye de alguna manera es mediante la conciencia
que la gente adquiere de sí misma, eso sin duda. No en vano los que intentan
manipular la información tratan de desinformar, y de que nadie adquiera
conciencia de las cosas que están pasando, ni de su pasado ni de su presente
ni de nada. Ahora, a mí me parece que la nueva historiografía chilena está
mostrando a los que quieran leerla, que no son muchos, un nuevo horizonte,
y eso me parece bueno, que puede servir para algo no en cuanto estudio de
la historia, sino en cuanto conciencia del presente. Las cosas que está haciendo
Salazar o este libro precioso de Bengoa sobre los mapuches que publicó hace
poco, que muestra que los mapuches tenían una civilización y un proyecto en
desarrollo, una agricultura, que tenían las riberas de los ríos plantadas y que
destruyen todo eso para protegerse de la invasión, y eso le da a uno una visión
que impide creer las tonterías del “heroico pueblo araucano” cantado por
Ercilla con imágenes griegas. Saber cómo viven o vivieron los pobres de Chile,
que es un poco lo que han hecho Salazar y María Angélica Illanes, parece que
nos mejora la conciencia de nosotros mismos.
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¿Qué urge rescatar hoy de todo eso?
Hay cosas que a mí me apenan de lo que está pasando, gente que ha
perdido su cultura, y que la tenían. Si usted ve a la Violeta Parra se da cuenta.
Está desapareciendo todo eso. Unos pocos viejos aún se sabían los romances;
estaba todo el ciclo del Cid, los infantes de Lara, todo esto se recitaba en la
cordillera adentro. De eso no queda nada.
Un mundo que en parte retratan sus novelas, sobre todo La ley del gallinero…
Sin embargo, yo no tengo suficiente conocimiento para poner ahí toda
la cultura real de esa gente.
El sueño de la historia de Jorge Edwards y Butamalón de Eduardo Labarca,
entre otras novelas de las dos últimas décadas en Chile, han buscado en el
pasado remoto un correlato del reciente. Aunque sus novelas históricas no
hacen eso de manera explícita, sí parecen plantear una reflexión necesaria
para entender el presente…
La manera en que mis relatos asimilan presente y pasado no es a través
de la trama, la manera mía es a través de la ideología. Mi manera está basada
en la vieja idea de que hay tres tipos de períodos en la historia: el de breve
duración, el de mediana duración y el de larga duración, y los de larga duración
son realmente largos; la hacienda, por ejemplo, es una estructura que todavía
vive, todavía hoy, cuando haciendas ya no quedan, es decir, se están formando
otra vez, pero de otro tipo, no las tradicionales. Sí, me imagino que es posible
hacer ese vínculo temáticamente, pero a mí no me gusta.
En sus novelas existe un juego permanente con la representación. Las opciones de encuadre, ya sea desde la perspectiva narrativa o los acontecimientos
relatados, tienen el poder de evocar lo ausente de manera que la omisión
resulta a veces sinónimo de denuncia…
Bueno, eso yo creo que lo aprendí también leyendo historia, en un libro
de memorias de la mujer de un poeta ruso que incurrió en las iras de Stalin
por escribir un soneto contra él y desapareció en un campo de concentración.
Después de estar un tiempo preso, pudo, sin embargo, volver con su mujer
por un tiempo, pero lo curioso es que ella no cuenta nada de lo que él le contó
a su regreso, absolutamente nada, lo que produce una impresión mucho más
fuerte de lo que debe haber pasado ese hombre. Solo indicios, como cuando
habla de los gritos con los que se despertaba en la noche. Es mucho más
violento lo que se sugiere, el paisaje aparece detrás de aquello que aparentemente ocupa el centro de la representación.
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Algo como lo que logra con la alusión la imagen del despoblado en Ay mama
Inés…
Exacto, eso es querido, es de las cosas que sé cómo hacer.
El hecho de que La ley del gallinero se inaugure con la muerte de Portales activa
el tema de la memoria. A la vivencia directa se interpone el recuerdo y la
sanción que hacemos del pasado. En esta época de memoriales y desagravios,
¿a cuánta verdad se puede aspirar?
Se puede aspirar a una gran cantidad de verdad factual: cuántos murieron, qué se les hizo. Cuánto se robó, a quién se le robó, cómo se robaba,
cómo se ejerció el poder, quiénes sabían y quiénes no sabían, cómo se
organizó; yo creo que todo eso se puede saber, pero saber qué fue eso, ¿cómo
saberlo? Si usted lee que antes de la asunción de Allende se había reunido
el Consejo de los Cuarenta bajo la presidencia de Nixon para decidir qué
se hacía con Chile, ¿cómo saber qué pasó ahí?, ¿qué se activó en esa
conversación?, ¿qué cosas chilenas se activaron?, ¿qué había en la conciencia
de esa gente? Yo estaba vinculado con personas de derecha y no lo sé ni
lo voy a saber nunca. Quizás se activó un sentido muy violento de la realidad.
Recuerdo una muchacha durante la época de las elecciones, que decía cosas
un poco extrañas, como que no quería que saliera elegido Salvador Allende,
porque ella tenía necesidades que iba a seguir teniendo. Decía tener necesidad de ir a Europa una vez al año, de ir a conciertos, de tener un buen
aparato reproductor de música; me decía: “yo necesito una buena versión
de Bach… Hay mucha gente que no tiene esas necesidades, ¿por qué me van
a quitar a mí estas cosas y se las van a dar a otro que no las puede recibir?”
Este tipo de conciencia, ¿cómo la entiende usted?, ¿qué es verdad y qué es
falso ahí?, ¿cómo se puede condenar a esta mujer? Yo no la condeno, no
la puedo condenar, no me gusta su posición, también quisiera que el mundo
se organizara de otra manera, pero no la condeno. Me gustaría que la gente
pudiera pensar, pensar incluso en aquello que arriesga si no hace lo que la
lógica sugiere. Las tonterías que hace la gente, las tonterías de tipo histórico
que hace, son errores que pasan sobre su propia conveniencia. La vieja
imagen gringa del tipo que corta la rama donde está sentado funciona de
maravillas para resumir todo lo que está pasando hoy día. Es simplemente
asombroso ver todo lo que pasa.
De revisionismos y mestizajes
La Novela Cien gotas de sangre y doscientas de sudor de Carlos Droguett
se centra en los personajes de Valdivia e Inés de Suárez, al igual que su novela
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Ay mama Inés. Sin embargo, la imagen de la conquista en Droguett es una
imagen masculina y en gran medida estéril, muy parecida a la que muestra
la película Aguirre, la ira de Dios de Herzog. Al incorporar a Inés usted niega
esa supuesta esterilidad…
No hubo tal, la conquista no fue estéril para nada. A mí no me gusta la
conquista, pero soy hijo de la conquista y de todo lo que vino después, ¿cómo
lo voy a negar? Todo esto nació de allí. Sea esto lo que sea, pensemos lo que
pensemos sobre lo que pasó después. Y me he asombrado muchas veces en
ensayos que tengo escritos de esta cosa extrañísima que tenemos los latinoamericanos que despreciamos por igual a nuestros dos ancestros, los americanos
y los españoles, la gente prefiere tener apellidos alemanes, irlandeses, ingleses
o lo que sea. Yo, en cambio, creo que en ese encuentro hay una esencia de vida.
¿Estaría de acuerdo con que el mestizaje es un tema que atraviesa su narrativa?
Yo estaría de acuerdo con que el mestizaje es un tema importante para
mí, pero creo que está más presente en mis ensayos, el mestizaje entendido
no como la mezcla de dos sangres, sino como la mezcla de dos culturas, una
mezcla que lo domina todo. En las novelas no aparece esto tan claramente,
porque las novelas no han querido ser eso y yo les hago caso.
Si hay una característica desde la cual se ha tratado de asimilar la narrativa
histórica reciente en Chile y Latinoamérica es su revisionismo. De Ay mama
Inés se ha dicho que reivindica la figura de Inés de Suárez. ¿Es eso lo que
usted intenta?
Yo no tengo esa preferencia de decir de la Suárez que fue una asquerosa,
una asesina, pero tampoco de decir que fue una heroína fenomenal. Lo que
me interesa es inventar la perspectiva de una mujer para mirar algo que es
interesante de ver. En el caso de Constanza de Nordenflych en La ley del
gallinero, es un personaje que salió como salió, los personajes tienen su
carácter, y al final en lo que uno escribe tiene que seguirle el carácter. Esta
Constanza se hizo ella sola en base, claro, a datos reales, las cartas de Portales,
las cosas que dice la gente que ha escrito sobre ella. Pero la mayoría de las
mujeres que conozco, y con las que mantengo una relación cariñosa y que han
leído la novela, la encuentran espantosa, una mujer de una capacidad de
dominio superior a la de Portales. ¿No sé si usted concuerda?
A mí me gusta la parquedad con que usted la trata, creo que contribuye a
configurar el enigma Portales, pero que no es el elemento desde el cual se
lo deba explicar…
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En cambio, a mí el personaje de Constanza me inquieta, porque creo
que yo habría sido fácilmente víctima de una mujer como ella. No sé cómo
se entendían ellos, pero Portales le tenía un pavor enorme. En la carta que le
escribe a Garfias desde Valparaíso pidiéndole que la retuviera en Santiago,
uno puede leer que le tiene miedo y le dice: “Esta mujer lo único que quiere
es meterse en la cama conmigo y de esto no va a poder si no salir otro chiquillo.
¡Manténgala usted, Garfias, en Santiago como pueda, pero no la deje venir!”
Era poderosa, yo le hubiera tenido un miedo terrible.
¿Y Portales cómo sería?
Un hombre de una visión política portentosa, aunque a mí no me guste,
pero una visión económica deplorable. Fue un arruinado siempre. Siempre se
le ocurrían puras estupideces desde el punto de vista económico. Y en eso creo
que me identifico con él. Mi talento económico es cercano al de un conejo.
Todas sus empresas fueron un descalabro, menos las que emprendió en el Perú.
En el plano más personal, Walker Martínez llegó a definirlo “como un modelo
de padre de familia” y lamentablemente podríamos decir que tuvo razón
(sonríe).
Nuevos Proyectos
¿En qué proyecto trabaja actualmente?
Tengo terminada una novela y la estoy corrigiendo por millonésima vez,
no sé si queda a cada rato más mala o a cada rato mejor, pero la sigo
corrigiendo. La quiero hacer tragable, porque no es tan fácil de leer, aunque
es muy simple. Es una novela muy corta, muy intimista, sobre dos niños chicos
entre los 7 y los 13 años de edad, pero lo difícil es que trabaja en contra de
la idea que nos enseña la tragedia de que la acción debe ser una y no de uno.
Hace mucho tiempo que la acción en la novela ya no es una, basta pensar en
el libro de Proust que comentábamos. Esas son acciones de uno o de unos.
Mucho más si se piensa en las novelas de John Dos Passos, pongamos. Pero
en mi nueva novela yo he extremado eso. Ese intento ya era visible en Cuando
florece la higuera, pero en esta nueva lo he extremado mucho más.
Santiago, marzo 2005
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