Reflexión Reflexión La teología de la liberación y la historia Un feliz encuentro Jesús A. Cosamalón Aguilar Hace 40 años se publicó uno de los libros más importantes e influyentes en la historia del Perú contemporáneo: Teología de la liberacion. Aparentemente alejado de las ciencias sociales y humanas, su novedoso planteamiento de acercar la reflexión social, económica e histórica hacia la teología marcó un hito en la historia intelectual del Perú. Este breve ensayo intenta explorar una de esas vertientes tan fecunda: la conexión con los estudios históricos peruanos. 64 Entre los historiadores peruanos más importantes de las últimas décadas se encuentra, sin duda, Alberto Flores Galindo (1949-1990). Formado en las aulas de la Pontificia Universidad Católica del Perú y con posgrado en École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, intelectual prolífico, muy diverso, autor de libros, artículos y ensayos acerca de la historia y realidad contemporánea del Perú. Desde su primer libro, dedicado a los mineros de Cerro de Pasco, manifestó una gran preocupación no solo por las condiciones estructurales de la sociedad, sino también por la vida y prácticas concretas de los actores sociales. Siempre se interesó por comprender la acción individual, las personas de carne y hueso que dan vida a la historia. Flores Galindo recurrió no sólo a los conceptos abstractos provenientes de las ciencias sociales y de la historia, sino que intuitivamente recurrió a la literatura y la investigación antropológica como medios para llegar a comprender más profundamente la realidad. Así, en el inventario de Páginas 223. Septiembre, 2011. su amplia producción bibliográfica, se encuentran trabajos dedicados a José Carlos Mariátegui, José María Arguedas, la sociedad colonial, las tradiciones populares, el racismo, etcétera. De su producción intelectual se puede destacar el esfuerzo por buscar un método de acercamiento a la realidad que combine al mismo tiempo la preocupación por comprender las estructuras sociales, económicas, culturales que rigen la vida y la agencia individual que permite ver los rostros concretos de las personas. Y, como columna central, la enorme sensibilidad para acercarse a los sectores más pobres del país y su sufrimiento. Estas razones explican su interés tanto en las ciencias sociales como la literatura. ¿Fue esto sólo producto de un indudable genio individual? No se puede negar la brillantez de Flores Galindo, pero también se puede postular que parte de su itinerario intelectual estuvo influenciado por un encuentro feliz con la teología de Gustavo Gutiérrez. Gustavo Gutiérrez es reconocido como uno de los profesores más influyentes en las aulas de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Desde su regreso al Perú en la década de los 60, comenzó su labor docente complementaria a su labor pastoral, al principio muy vinculado a los movimientos estudiantiles católicos. La materia que se le encomendó fue la de Religión, cuyo título no era del agrado de él, modificándolo al de Teología, tal como aún se imparte en la Universidad. Flores Galindo fue alumno de ese curso, el cual influyó positivamente en su formación. El cambio de nombre no fue un simple capricho. Gustavo Gutiérrez siempre se interesó en que la materia no fuera vista como parte de una formación exclusivamente pastoral o religiosa. Considerando, además, que la Universidad siempre estuvo abierta a los no creyentes o practicantes de otras doctrinas religiosas, tal cambio permitió que muchos estudiantes a lo largo del tiempo puedan llevar el curso sin sentir que se pretendía criticar o cambiar su elección religiosa. Como ha señalado frecuentemente Gutiérrez, la teología siempre es un acto segundo, reflexión que parte de la realidad concreta desde la que se intenta seguir el evangelio y el camino de Cristo. Por ello en sus clases hizo siempre referencia a la situación de pobreza y marginación en la cual vivían –y lamentablemente aún viven– grandes mayorías en el Perú. El curso de teología no fue el único que dictó Gutiérrez. También desarrolló otro dedicado a José Carlos Mariátegui, al mismo tiempo que en la primera materia empleaba varios autores de filosofía y literatura. La teología, las humanidades y las ciencias sociales: diálogo interdisciplinario sobre la labor docente de Gustavo Gutiérrez en la PUCP, auditorio de Humanidades, 4 diciembre del 2007. Contó con la participación de Rosemary Rizo-Patrón de Lerner, Liliana Regalado y Abelardo Sánchez León. 65 En sus clases hacía mención y uso de gran cantidad de lecturas de diversas tendencias, no para seguir sin mayor crítica sus planteamientos, sino para comprender cómo se analizaba la realidad desde otras ópticas y de qué manera la fe se podía alimentar de ellas. Por ello su pensamiento se nutrió de las diferentes corrientes intelectuales en boga en ese momento, desde la filosofía, sociología, economía, antropología e historia. El testimonio de los alumnos es que Gustavo Gutiérrez siempre utilizó varios recursos para lograr una mayor calidad en la reflexión y así llegar mejor a los estudiantes. El eje de la reflexión siempre se centraba en las necesidades humanas, especialmente el tema de la pobreza. Es interesante que un curso de teología haya sido el que por primera vez introdujo este tema como preocupación académica y ética en la formación de los futuros profesionales, trasmitiéndoles una sensibilidad hacia los problemas y condiciones de vida de los peruanos. 66 Esta perspectiva, que podríamos llamar estructural, interesada en comprender la realidad no sólo como resultado de la acción humana y de responsabilidad personal, sino como fruto de relaciones sociales producto de condiciones históricas concretas, no fue suficiente para la teología que Gutiérrez quería desarrollar. Pienso que en su acercamiento a la realidad la literatura fue una respuesta metodológica para resolver tal dificultad, propuesta que fue percibida por algunos intelectuales, entre ellos, Flores Galindo. Desde la primera disciplina, las ciencias sociales, las lecturas que alimentaron su reflexión estaban influenciadas por las perspectivas estructuralistas dominantes en esos años. El punto de vista de muchos de estos autores, reflejados mayormente en la llamada “teoría de la dependencia”, insiste en los mecanismos de dominación global y la explotación como causa de la situación de atraso de América Latina. Esta perspectiva fue novedosa, por incluir las relaciones de América con el exterior, incorporando la asimetría de ellas como causante de la situación de subdesarrollo. Tal vez, uno de los límites mayores de este punto de vista, poco percibido al principio, es la disolución de los actores individuales dentro de los procesos. La presencia concreta de los pobres, por ejemplo, parece irremediablemente condenada a ser parte de la masa como explotados o rebeldes. Por ello Gustavo Gutiérrez intuyó que esta corriente intelectual, valiosa sin duda, tenía el límite de diluir al individuo, a la persona concreta. Si bien, como lo ha afirmado muchas veces, mostraba la pobreza, lo cual era meritorio, tenía el riesgo de convertir el tema en un asunto puramente abstracto y académico, sin carne ni hueso. Esta razón lo lleva a buscar otras fuentes de acercamiento a la realidad, y cuál mejor que la literatura para mostrar la participación directa de las personas y su rostro concreto. Este camino intelectual se inscribe en un proceso mayor del cual Gutiérrez fue parte a fines de la década de 1960: la necesidad de comprender la realidad peruana desde el interior y con su vinculación con los procesos mundiales. La reflexión de Gustavo Gutiérrez responde a las mismas interrogantes e imperativos de otras disciplinas, sólo que aplicadas al campo específico de la reflexión acerca de Dios: la necesidad de ver la fe en un contexto eclesial, ya de por sí mayor, y comprender cómo se vive esa dimensión en un contexto como el de la pobreza de América Latina. Tal proceso también era vivido por otras disciplinas académicas, como la historia y las ciencias sociales. A fines de la década de 1960 la historiografía peruana comenzaba una serie de cambios motivados por varios hechos simultáneos. Aunque no es del todo justo hablar de una historiografía “tradicional”, algunos rasgos comunes entre la producción académica se pueden notar. Por ejemplo, a pesar de la presencia de notables historiadores como Jorge Basadre, Raúl Porras o Luis Valcárcel –entre muchos destacados intelectuales–, una característica de los trabajos de historia es el escaso interés en debatir con corrientes intelectuales o con otras propuestas de interpretación. Y no es que los historiadores desconocieran la producción realizada en el exterior, por el contrario, varios de los mencionados contaban con un sólido conocimiento de lo publicado fuera de nuestras fronteras. Diría que no sentían la necesidad de interpretar la historia del Perú en el contexto mayor de América Latina o mundial. Con excepciones importantes, la gran mayoría de los intelectuales tenían en cuenta lo escrito fuera del país en función de los datos, ideas o miradas generales. No escribían debatiendo contra o a favor de conceptos o escuelas historiográficas. Un hecho trascendental que transforma este panorama es el cambio de leyes sobre la universidad peruana. Hasta fines de la década de 1960, la tendencia era que un estudiante de historia comenzara su formación en una universidad peruana y la terminara en ella. En esas épocas la licenciatura no existía. Sólo se utilizaban los grados académicos de bachillerato y doctorado, ambos obtenidos en universidades nacionales. Los estudios en el exterior, en el caso de la historia, se daban en lo que hoy llamaríamos post-doctorado. El gobierno militar de Juan Velasco Alvarado (1968-1975) cambió radicalmente tal estructura, introduciendo la licenciatura y eliminando los doctorados. Aunque ya comenzaban a salir algunos estudiantes para culminar sus estudios fuera del país, luego de esta reforma sólo existía el camino al exterior para obtener el grado de doctor. Por estas razones una proporción cada vez mayor de historiadores terminó su formación en el exterior. Esto trajo como beneficio una inter- 67 nacionalización de la producción historiográfica. Tal proceso coincidió con otro de empuje interno que lo complementó. Desde la década de 1960, diversos sectores comenzaron a ser cada vez más conscientes de la necesidad de aplicar reformas urgentes para hacer viable el desarrollo del país. El retraso económico, el crecimiento demográfico, los movimientos campesinos y las guerrillas eran algunos de los problemas que se discutieron y que son muestra de la crisis que se gestaba en esos años. Esto coincide con la aparición de corrientes intelectuales que dirigen su mirada hacia la realidad local, pero de una manera bastante diferente a lo que había ocurrido antes. No se puede decir que antes de 1970 fuera inexistente la preocupación por las condiciones de vida de los habitantes del país. Sólo para citar algunos ilustres nombres, desde Manuel González Prada, José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre, etcétera, existe una tradición de pensamiento social interesado en las duras condiciones de vida de los indígenas y de los sectores populares. El propio Basadre hizo notar esto al afirmar que la discusión acerca de los indios era uno de los principales aportes del siglo XX. Además, él mismo, en más de una publicación, trato de mostrar directamente la presencia de lo popular en nuestra historia. Sin embargo, estas preocupaciones no llevaron a la creación de una nueva perspectiva histórica. Así, muchos historiadores de la década de los 60 y principios de los 70 comenzaron a utilizar interpretaciones sociales de carácter estructural para comprender la realidad nacional. Desde esta perspectiva, le evolución económica, la dominación colonial y los sistemas impuestos desde la expansión europea fueron vistos como los responsables de la situación de atraso y de pobreza del Perú y América Latina. Los habitantes del Perú a lo largo de la historia eran simplemente víctimas, muchas veces pasivas, de una máquina infernal que producía y reproducía la dominación incesantemente, sin la capacidad de agencia sobre ella. Desde esa perspectiva llamaban la atención aquellos que salían de esa pasividad, que luchaban contra el sistema y buscaban su transformación por la vía de la protesta o violencia. Por ello las rebeliones y sus actores fue uno de los temas preferidos por esta corriente historiográfica. Sin duda, esto constituye un notable aporte con relación a una historiografía precedente, que consideraba la existencia de relaciones sociales, económicas y culturales construidas casi exclusivamente desde lo local o por la tradición hispánica. También eran dependientes de una conexión con procesos globales e imperiales europeos y occidentales. 68 Alberto Flores Galindo estudió en la Universidad desde fines de la década de 1960, siendo testigo de este esfuerzo por comprender la realidad desde nuevos parámetros. Escuchó a Gustavo Gutiérrez, con quien comenzó una amistad que, aunque intermitente, supo mantenerse a lo largo de los años. Es más, en los últimos meses de su vida –enfermo trágicamente de un cáncer cerebral– Gutiérrez lo visitó frecuentemente, acompañando sus últimos momentos, a pesar del conocido ateísmo de Flores Galindo. En esta anécdota se resume también parte del sentido de este artículo, un religioso, profesor de teología, dialogando con un intelectual reconocido públicamente por su distancia de los temas de fe. Este encuentro era el corolario necesario de otro similar que comenzó con un personaje, que permitió que la metodología de teología de la liberación fuese novedosa, gracias a la intuición de su autor y la riqueza de las novelas que escribió. La relación entre Gustavo Gutiérrez y José María Arguedas es bastante conocida. En 1968 Gutiérrez ofreció una charla en Chimbote, donde usó el concepto de “teología de la liberación”, texto que Arguedas conoció y que le reveló que su experiencia acerca de la fe no se encontraba fuera de la Iglesia fiel al evangelio. Luego de que lograsen conocerse, el literato le dijo al teólogo: “Del Dios de Rendon Willka nunca he sido ateo”, ante lo cual respondió Gutiérrez: “Y del dios inquisidor yo siempre he sido ateo”. Tal diálogo muestra que las novelas de Arguedas representaron para el teólogo un método valioso para acercarse a la realidad peruana, especialmente porque le permitieron aproximarse al rostro concreto de las personas, a la experiencia de los pobres. De este modo, el no creyente, o al menos quien se consideraba así, ofreció una praxis que contribuyó a la reflexión teológica desde el presente. Como señala Gutiérrez en su célebre libro, “reflexionar sobre una acción que se proyecta hacia adelante no es fijarse en el pasado, no es ser el furgón de cola del presente: es desentrañar en las realidades actuales, en el movimiento de la historia lo que nos impulsa hacia el futuro”. El libro insiste en que el proceso de liberación no sólo consiste en acabar con los condicionamientos externos, sino que el hombre debe buscar “una liberación interior, en una dimensión individual e íntima. Una liberación en el plano no sólo social, sino también psicológico”. Gutiérrez reflexiona ampliamente sobre la pobreza como un obstáculo, tanto interno como externo, para la liberación integral de las per Curt Cadorette, “Perú y el misterio de la liberación. El nexo y la lógica de la teología de Gustavo Gutiérrez”, en VV.AA., Teología y liberación, perspectivas y desafíos. Ensayos en torno a la obra de Gustavo Gutiérrez. Instituto Bartolomé de Las Casas, Centro de Estudios y Publicaciones, 1989. Comunicación personal de Gustavo Gutiérrez. Teología de la liberación. Perspectivas, Lima, Centro de Estudios y Publicaciones, 1971, p. 34. Ibidem, p. 49. 69 sonas. En el capítulo dedicado al tema, “Pobreza: solidaridad y protesta”, ofrece una reflexión profunda acerca del término desde su uso actual tanto como desde su interpretación bíblica. Su significado se comprende a partir de descripciones concretas de los pobres, no desde un concepto abstracto o teórico acerca de ella. Así, en sus páginas muestra cómo la pobreza no existe sino a partir de la imagen concreta de quien la vive: el pobre, descrito como “indigente, débil, encorvado, miserable, son términos que reflejan bien una situación humana degradada”. De este modo, la teología de la liberación muestra que la reflexión, para ser eficaz, debe tener en cuenta tres aspectos básicos: las condiciones externas, los factores locales y la agencia individual. A este último aspecto Gustavo Gutiérrez lo ha llamado en otras oportunidades el “rostro concreto de los pobres”. Las clases que escuchó Alberto Flores Galindo estuvieron llenas de estas referencias y reflexiones metodológicas. Esto se refleja especialmente en los paralelos de ambos en cuanto a sus preocupaciones intelectuales: Mariátegui, Arguedas, el racismo, la discriminación, etcétera. Pienso que quizá una de las dimensiones más fecundas se encuentra no sólo en lo conceptual, sino en lo metodológico y en la creación de una nueva perspectiva de abordar la realidad histórica. En ese caso, el teólogo proporcionó al no creyente una forma fecunda de aproximarse a la historia. Flores Galindo recibió en Europa una formación sólida, basada en el conocimiento de autores que hoy son considerados clásicos e imprescindibles. La historia social en la década de 1970 replanteó sus objetivos, los cuales se habían acercado especialmente hacia los métodos cuantitativos, colindantes con la demografía. Tal perspectiva renovadora era percibida como insuficiente para comprender los movimientos sociales y la participación de las personas en la historia. Por ello, autores como Eric Hobsbawm, E.P. Thompsom, Georges Rude y otros más se convirtieron en historiadores fundamentales, dado su interés en comprender la acción individual, ya sea marginal, en masa o en las protestas. Lo novedoso de estas aproximaciones es que no se quedaban en el análisis estructural, sino que trataban de llegar a las motivaciones, aspiraciones y puntos de vista de los propios actores. Deseaban llegar a los rostros concretos, tal como aquí lo intentaba hacer la teología. Flores Galindo a lo largo de su fructífera carrera intelectual, dedicó estudios a temas similares a los que Gutiérrez ha dedicado sus esfuerzos. Sin embargo, quizá donde mayores conexiones se pueden establecer no es en los temas explícitamente comunes, sino en un tra- 70 Ibidem, p. 358. bajo también pionero y muy influyente publicado por Flores Galindo: Aristocracia y plebe en Lima. En este libro Flores Galindo realiza un acercamiento parecido al de Gutiérrez a la realidad histórica. En primer lugar, utiliza conceptos de las ciencias sociales para establecer los complicados mecanismos de dominación colonial. De hecho, los conceptos de aristocracia y plebe son términos que tienen un campo semántico que se aplica no sólo al caso peruano, sino a también a la realidad colonial y europea. En segundo lugar, aspecto que nos interesa mucho más, su perspectiva de acercamiento a la realidad le obligaba a sobrepasar esos conceptos por medio de la acción individual, por medio de los rostros concretos. Este trabajo sin duda fue uno de los pioneros en utilizar fuentes que permitían no sólo caracterizar a los sectores sociales, sino que los presentaban como individuos intentando sobrevivir en medio de una realidad muchas veces hostil y que los colocaba en una situación de dependencia. Si bien antes otros autores (James Lockhart, Frederick Bowser, entre otros), habían utilizado documentación novedosa (juicios penales y civiles, probanzas, etcétera) desde la perspectiva de la historia social, fue Flores Galindo el autor que le dio a este método su real valía. Especialmente, la segunda parte del libro muestra la intención del autor de retratar la experiencia de los pobres de la sociedad colonial. El capítulo IV se titula “Vidas de esclavos” y el V “Rostros de la plebe”. En ninguno de esos capítulos renuncia a la interpretación ni al uso de conceptos que aclaren las estructuras. Por ejemplo, en el caso de los esclavos, la demografía, las condiciones de vida, las cuestiones económicas, el sistema social, etcétera, son abordados de manera muy completa. Sin embargo, el capítulo termina presentándonos el drama real de los esclavos: la violencia, la crueldad, el suicidio, los intentos de escapar a la dominación. La novedad de su enfoque reside en el rostro concreto del actor. Cada una de las experiencias históricas citadas es referenciada con el nombre del personaje que la vivió. Así desfilan las víctimas de la esclavitud con su identidad restaurada: el esclavo Antonio, que decidió suicidarse por no poder pagar los jornales adeudados al amo; el negro esclavo José Calderón, que denuncia los castigos que sufre; la negra Catalina del Castillo, que protesta por maltrato, etcétera. La intención de citarlos con nombre y apellido va más allá de sólo una influencia de la historia social europea. Pienso que es un método que se inspira en la necesidad de romper los esquemas estructurales que diluyen la participación concreta de las personas. Tal perspectiva es también muy clara en “rostros de la ple Publicado originalmente en 1984, reeditado en 1991 con el título de La ciudad sumergida. Aristocracia y plebe en Lima (1760-1830), Lima, Horizonte, 1991. 71 be”. Describe el universo de los bandidos de la costa a partir de sus características sociales; la violencia, etcétera, pero siempre a partir de la recuperación de la individualidad de los actores. De este modo se comprende mejor la realidad que sólo a partir de las estructuras, mientras que el rostro de los pobres emerge como evidencia de la existencia de la pobreza y dominación, pero sin olvidar la dimensión humana del sufrimiento. Estas ideas son similares a las que Gustavo Gutiérrez expuso en su curso y que están recogidas en el libro que celebramos hoy. Por testimonio del propio Gustavo Gutiérrez, estoy informado que acompañó muy cercanamente los últimos días de Flores Galindo, del mismo modo que la amistad con Arguedas fue muy intensa antes de la lamentable desaparición del novelista. Son hechos trágicos, pero tal vez muy simbólicos. Mientras las novelas de Arguedas fueron fuente de inspiración para la reflexión teológica, es muy posible que el magisterio de Gutiérrez y su libro hayan servido de telón de fondo para la novedosa perspectiva de acercamiento a la realidad histórica elaborada por Flores Galindo. Quizá lo relevante de estos hechos es que el teólogo entró en diálogo con no creyentes, pero cuyos objetivos eran los mismos: comprender nuestro país, solidarizarse con los pobres y buscar la mejor manera de revertir su situación de pobreza. 72